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¿Teméis el calentamiento global?

Los mercados nos ofrecen nuestra


mejor posibilidad de
supervivencia
Ryan McMaken • mayo 22, 2018
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Durante décadas, la estrategia general de los


activistas en contra del calentamiento global ha sido maximizar las predicciones del
apocalipsis, la muerte y la destrucción. Esta aproximación exagerada se ha usado para
promover la idea de que prácticamente ningún coste es demasiado alto en lo que se
refiere a implantar un control gubernamental de todas las actividades humanas al
servicio de evitar el cambio climático.

Después de todo, ¿qué sentido tiene el análisis de coste-beneficio cuando nos


enfrentamos al apocalipsis? En último término el mensaje no es más complicado que
este: o controla la economía una pequeña élite de planificadores climáticos o todos
vamos a morir.

Por supuesto, este tipo de cosas es el sueño de un propagandista, pero en la vida real,
donde prevalecen (a veces) más cabezas racionales, deben considerarse los costes de
cualquier acción pública propuesta frente a los costes de las alternativas.

A modo de argumento, limitémonos a suponer que muchas predicciones sobre


calentamiento global son verdaderas. Sin embargo, si tienen que convencernos de que
debemos permitir a los activistas del clima y sus amigos tomar el control de la economía
global (e imponernos regulaciones diezmadoras de riqueza) debemos primero plantear y
responder las siguientes preguntas:

1. ¿Cuál es el coste de vuestro plan para diversas poblaciones en términos de nivel


de vida y vidas humanas?
2. ¿Es el coste de vuestro plan mayor o menor que el coste de otras soluciones,
como la reubicación gradual de poblaciones desde las áreas costeras?
3. ¿Podéis demostrar que vuestro plan tiene una probabilidad muy alta de funcionar
y, si no es así, por qué deberíamos implantarlo cuando podemos dedicar esos
mismos recursos a otras soluciones más prácticas y a necesidades más
inmediatas como agua limpia, alimentos y necesidades básicas?

La respuesta estas preguntas ha sido a menudo “¡Confía en nosotros, troglodita


anticientífico! Estás perdiendo un tiempo valioso. De hecho, si no haces lo que decimos
ahora mismo, es cada vez más fácil que mueras de una manera horrible”. En situaciones
como estas, cuestionar las soluciones y estrategias propuestas no es ni siquiera
aceptable. Hay un programa político preparado que “resolverá” el problema del
calentamiento global y puedes tomarlo o dejarlo. Si lo “dejas”, por supuesto, eres
“anticientífico” independientemente de tu opinión real acerca de la ciencia.

Sin embargo, no es sorprendente que incluso personas que simpatizan con las
advertencias acerca del calentamiento global (y que no son precisamente libertarios
opuestos a toda forma de intervención pública) han considerado esta aproximación muy
poco constructiva.

La humanidad ya está buscando soluciones a los


problemas ecológicos, sin una burocracia global de
vida
Muchos observadores mejor informados sobre la materia han advertido que el ingenio
humano se ha enfrentado con una gran cantidad de problemas muy difíciles. Y, aunque
la historia humana no es precisamente un desfile interminable de grandes éxitos, hay
suficientes éxitos como para sugerir que, tal vez, solo tal vez, las declaraciones de un
inminente apocalipsis del cambio climático son inapropiadas.

Y parece que el Partido del Apocalipsis puede estar perdiendo la guerra de


declaraciones.

El mes pasado, Scientific American publicaba “Should We Chill Out About Global
Warming?”, de John Horgan, que investiga la idea “de que el progreso continuo en las
ciencias y otros ámbitos nos ayudarán a superar los problemas medioambientales”.

En concreto, Horgan analiza dos escritores recientes sobre el tema, Steven Pinker y Will
Boisvert.

Ni Pinker, ni Boisvert podría decirse que tienen credenciales libertarias y tampoco


adoptan la postura de que no hay cambio climático. Ambos suponen que el cambio
climático llevará a dificultades.
Sin embargo, ambos concluyen también que los retos planteados por el cambio
climático no requieren la presencia de una dictadura climática global. Más aún, las
sociedades humanas ya están motivadas para hacer las cosas que serían esenciales para
superar los retos del cambio climático que puedan aparecer.

Es decir, buscar niveles de vida más altos a través de la innovación tecnológica es la


clave para tratar el cambio climático.

Boisvert en un ensayo titulado “The Conquest of Climate” en Progress and Peril,


comienza:

¿Cómo será de malo el cambio climático? No mucho.

No, esta no es una diatriba negacionista. La emisión humana de gases de efecto


invernadero dañará al planeta, aumentará el nivel de los mares y perturbará el clima y el
calor, las inundaciones y las sequías resultantes serán catastróficas.

Catastróficas, pero no apocalípticas. Aunque el trastorno climático será grande, las


consecuencias para el bienestar humano serán pequeñas. Visto en el contexto más
amplio del desarrollo económico, el cambio climático apenas ralentizará nuestro
progreso con la intención de aumentar los niveles de vida.

Boisvert continúa señalando que asuntos como las altas temperaturas, las sequías y el
desplazamiento de poblaciones desde áreas inundadas son todos problemas que se tratan
mejor mediante innovación tecnológica, del tipo que la gente ya está buscando.

Necesitamos capital e innovación más que nunca


Por ejemplo, en el caso de las sequías, la experiencia ha demostrado que las mejores
herramientas para tratarlas son estimular la riqueza. En concreto, Boisvert usa el
ejemplo de las recientes sequías en Oriente Medio y cómo han “afectado a Israel de una
forma muy distinta que al resto de Oriente Medio, porque Israel tienen más capital y
más inventiva humana”.

Las sociedades más ricas y más basadas en el mercado son más capaces de tratar estos
problemas y otros. Después de todo, no es una coincidencia que los regímenes
comunistas del siglo XX estuvieran entre los regímenes más desastrosos
ecológicamente que ha conocido el mundo. La riqueza trae tanto el deseo de un
medioambiente más limpio como los medios para alcanzarlo.

En un ensayo titulado “Enlightenment Environmentalism”, Pinker impugna el


“radicalismo y fatalismo” del movimiento del cambio climático, que ha estimulado
algunas ideologías especialmente peligrosas. En concreto, señala el tipo de ecologismo
favorecido por activistas como la archianticapitalista Naomi Klein, quien, “en su
superventas de 2014 Esto lo cambia todo: El capitalismo contra el clima, [sostiene que]
no deberíamos tratar la amenaza del cambio climático como un reto para impedir el
cambio climático. Más bien deberíamos tratarla como una oportunidad para abolir los
mercados libres, reestructurar la economía global y rehacer nuestro sistema político”.
El problema con la postura de Klein, sugiere Pinker, es que las sociedades más ricas son
el tipo de sociedades que es más probable que traten prudentemente los problemas
medioambientales. Concluye:

La humanidad no está en un camino irrevocable hacia el suicidio ecológico. Al irse


haciendo el mundo más rico y más sabio tecnológicamente, desmaterializa,
descarboniza y densifica, ahorrando tierra y materias primas. A medida que la gente se
hace más rica y más educada, se preocupa más por el medio ambiente, idea maneras
para protegerlo y es más capaz de pagar los costes.

Pinker dedica buena parte de su artículo a ilustrar con datos empíricos el hecho de que,
sí, las sociedades más ricas son sociedades más limpias y con más conciencia ecológica.
Las partes del mundo más caracterizadas por sistemas basados en el mercado son las
partes del mundo más conscientes del mantenimiento y la limpieza medioambiental. Ya
podemos ver en los datos de pobreza del mundo que el saneamiento, el hambre y
la pobreza extrema han disminuido en décadas recientes, al mismo tiempo que se han
expandido los mercados globales.

Aunque ni Pinker ni Boisvert son defensores de los mercados no intervenidos, ambos se


dan también cuenta de que la innovación y el poder productor de riqueza de los
mercados son los que producen las tecnologías que son tan esenciales para superar los
peligros y problemas medioambientales. Boisvert concluye que si la humanidad
continúa desarrollando las tecnologías que ya está investigando:

Conseguiremos más comida, aprovecharemos mejor el agua, nos refrescaremos más


vigorosamente, nos trasladaremos a nuevos terrenos y construiremos (y
reconstruiremos) nuevas ciudades. Explotaremos las novedades tecnológicas, pero sobre
todo mejoraremos las tecnologías familiares y las desarrollaremos más ampliamente. No
haremos esto debido al cambio climático, sino debido a retos más urgentes como el
crecimiento de la población y la demanda de niveles de vida más altos. Los medios por
los que superaremos problemas concretos planteados por el cambio climático se
parecen menos al “desarrollo sostenible” previsto por los verdes y más al desarrollo
normal que siempre nos ha sostenido. [Cursiva es añadidas]

Estas dos últimas frases son especialmente importantes. No son las regulaciones o
regímenes globales nuevos, especiales y rehacedores del mundo los que mantendrán la
prosperidad de la humanidad en un mundo afectado por el calentamiento global. Es el
“desarrollo normal” (impulsado por un deseo cotidiano de una mejor calidad de vida) el
que creará las tecnologías esenciales para tratar los problemas medioambientales.

Esto significa, contrariamente a lo que dicen los radicales del calentamiento global, que
no es necesario aplastar el capitalismo, adoptar estilos de vida primitivos o revolucionar
la sociedad humana bajo la imagen del panificador centralizado. En realidad, la gente ya
quiere todas las cosas que harían su vida al mismo tiempo tolerable y disfrutable en un
mundo posterior al calentamiento. Ya están en marcha los incentivos necesarios. La
gente ya quiere tecnologías que aumenten la eficiencia energética, un aire más limpio y
playas sin restos de petróleo. Sin embargo, lo que muchos ecologistas rechazan admitir
es que los mercados son la fuerza motriz detrás de las tecnologías que nos traerán estas
soluciones.
Así que volvamos a nuestras preguntas anteriores que planteamos al inicio de este
artículo. ¿Cuál es el coste de implantar un plan climático global que perjudicaría los
mercados e impondría un nivel de vida más “sostenible” (es decir, más bajo) para la
población global? Si tienen razón Pinker y Boisvert, nos vemos obligados a concluir
que los costes serían extremadamente altos. Si se adoptaran nuevas regulaciones
medioambientales radicales, es probable que la innovación basada en el mercado y la
formación de capital se vieran afectadas de una manera muy negativa. Aunque los
anticapitalistas pueden alabar esto, el resultado probable es una destrucción de las
mismas cosas que necesitamos para tratar los desafíos medioambientales a los que nos
enfrentaremos.

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