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MAURICE BLONDEL

LA ACCION
(1893)
Ensayo de una critlca de la vida
y de una ciencia de la práctica

INTRODUCCION, VERSION Y NOTi\S DL

JUAN MARIA ISASI


PROFESOR DI•: FILOSOFL\ DE J.. \ l\El.l(, IOS l éN L.\ D: l \'J•:RSID,\D

y
CESAR IZQUIERDO
PROl 'F.SOR lll é 1'1(()1.()(;I.\ l' l'ND,IW '. NT,\I. Et-; L.\ c;-.;1v1-:RSID.ID
DE N .11'.\RR.\

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i UNIVERSIDAD CATOLICA
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BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS


~1ADRID • 1'1GIXCVI
INDICE GENERAL
Págs.

ESTUDIO PRELIMINAR
Maurice Blondel, el filósofo de la acción, por César hguier-
do . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . xm
l. Vida y obras de Blondel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . xru
II. Historia de La Acción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XVIII
III. Estructura de La Acción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XXII
1
IV. La doctrina de La Acción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XXVI
V. Actualidad de La Acción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XLII

Significado de la filosofía de la acción, por J uan María lsasi. XLV

Bllll.lOGRAFÍ/\ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . LXIII

LA ACCION
INTRODUCCIÓN 3

PRIMER/\ PARTE

¿EXJ5TE Uf\/ PROBLEMA DE LA ACCJON?

CAPÍTULO l. De qué modo se pretende que el problema moral


no existe 21
CAPÍTULO II. Cómo no se logra suprimir el problema moral. 33

SEGUNDA PARTE

LA SOLUCION DEL PROBLEMA DE LA ACCJON


¿ES NEGATJVA?

CAPÍTULO l. Cómo se pretende hacer de la nada la conclusión


de la _~xperiencia, el término de la ciencia y el fin de la
amb1c1on humana .. . ... . ... . .................. . 47
© Biblioteca de Autores Cristianos, CAPÍTULO II. No existe una solución negativa del problema de
Don RJimón de la Cniz, 57, Madrid 1996. la acción. Lo que oculta la conciencia o la voluntad de la
Depósito legal M. 1.537-1996 nada .. . ....... . ... . . . . ...... . . .... ... ...... . 55
ISBN: 84-7914-21 1-l La orientación natural de la voluntad, ¿comporta el problema
Impreso en España. Printed in Spain. de la acción una solución positiva? .............. . 64
l

vm Ir.dice general Indice general IX


Págs. Págs.
T ERCERA PARTE
CAPÍTULO l. . La unidad voluntaria y la acción fecund a de la
l::L FENOMENO DE lA ACCION vida común
Familia, pattia, humanidad . . . . . . . .......... 297
CóMO sr, TRATA DE DEFINIR LA ACCIÓN SÓLO CON L J\ CilPÍTULO II. La extensión universal d e la acción
CIENCI A Y D E REDUCIRLA AL ORDEN NAT URAL Las formas escalonadas de la moral natural . . . . . . . . . . . . 323
CAPÍTULO III. La acción supersticiosa
PRIMERA r::r,\P,\: De la intuición sensible a la ciencia subje- De cómo el ho111brc intenta acabar la acción y has/ar.se a sí 111is1110 . . 351
tiva . .. .... .................. . .... . ...... . 73
Las condiciones científicas y las jHenles inconscientes de la accióp . . 73
CAPÍTULO l. La inconsistencia de la sensación y la actividad CUARTA Pi\RTF.
cicnófica· . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73 EL SER NhCEJARIO DE LA ACCJON
CAPÍ'l'UJ.O 11. La incoherencia de las ciencias positivas y la
mediación de la acción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81 Los TÉR.i\11NOS DEI. PROGRAMA DF.L DESTINO I IUMJ\NO F.STAN
C,\Pl'l'UJ.O lll. Los elementos de la conciencia y la ciencia PLANTEi\DOS DF. MANERA FORZOSA Y DI•: ~IODO VOL UNT ARI O
subjetiva de la acción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 9
l. El conflicto
SEGUNDA ETJ\P,\: Del umbral de la conciencia a la operación
voluntaria . . . . . . . . . . . . . . . . . ....... 137 PRIMER MOMENT O : La voluntad contradic ha y vencida . . . . . 373
Fracaso aparmte de la acción q11e1ida .. ........ . . . ... . . . 373
us elementos conscientes de la arció11 . . . . . 137
CAPITULO l. La concepción de la acción 139 SE G UNDO MOMENTO: La voluntad afirmada y so stenida .. . . . 381
CAPiTULO ll. La razón de la acción . . . . 151 Indestructibilidad de la acción voltmlmia . ........ . . . .. . . . 381
CAPÍTULO 111. La determinación de la libertad y la producción TERCER MO~IF.NTO: El único necesario ... ... . 387
de la acción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165 La inevitable trascendencia de la acció11 h11111a11a 387

TERCERA ET1\l'A: Del esfuerzo intencional a la primera


11. La alte rnativa
expansión exterior de la acción . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181
l:;'/ creci1JJif!IIO 01,'f!,rinico de la acción qHenda . . . . . . . . . . . . . . . 181 PRIMERA 0Pc1c'> N : La muerte de la acción . . . . . .. , . . . 406
.1
CAPÍTULO l. l •:I cuerpo de la acción y la fisiología subjetiva . 187 La vida de la acció n . ..... . . . ...... .
C\PÍTULO !l. La acció n del cuerpo y la psicología del organis-
SF.G UND/\ OPCIÓN: 421
LJs sHcedá11eos y los preparativos de la tu-ción perfecta ... ... , . . 421
mo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201
C APiTUI.O I I l. l .a sinergia interior y la constitución de la vida
individual por medio de la acción. . . . . . . . . . . . . . . 219 QU INT1\ PARTE

CUART1\ ET,\P,1: De la acción individual a la acción social. 241 E L ACABAJ\1/h'N10 DE LLJ ,-1COON

Generación, Jm111dr1ció11 .Y rrprod11cció11 de las acciones hmnanas ... 241 EL T J'., R~I INO D EL DESTINO I IU~l,\NO
CAPÍTULO l. La expansión inmediata y la expresión sensible de
la acción . 243 C, Pi TULO l. La noción de dogmas )' de preceptos revelados y
CAPÍTULO 11. La coacción 255 la crítica filosófica .. .. . . .. . ........... .. ..... .. . 445
CAPÍTULO 111. Influencia y cooperación .. . . . .. . . . . 269 CAPÍTULO 11. El valor ele la práctica literal y las condiciones
de la acción religiosa . . . . . . . . . . . . . . .... . . 457
CAPÍTULO III. El vínculo del conocimiento y de la acción en
Q UINT A ETAP,\: De la acción social a la acción supersticiosa. 289 el ser . 4 77
La 11nió11 ftamda de l11s vo/1111/ades y la extensión 1111ivers(I/ de la
acción .. . .......... .. ......... . 289 1 CONCL USIÓN .. 521
,,

il
INTRODUCCION

¿Sí o no? ¿Tiene la vida humana un sentido y el hombre


un destino? Y o actúo, pero sin saber siguiera en qué consiste
la accióp, sin haber deseado vivir, sin conocer exactamente ni
quién soy, ni siguiera si soy. Oigo decir que esta apariencia
de _ser gue se agita en mí, que estas acciones leves y fugaces
como sombras llevan en sí un peso eterno de responsabilidad,
y que no puedo comprar la nada ni siquiera a precio de sangre,
porque para mí la nada ya no existe. ¡Estaría entonces conde- '
nado a la vida, condenado a la muerte, condenado a la eter-
nidad! Pero ¿cómo y con qué derecho puede ser así, si yo ni
lo he sabido ni lo he querido?
Sé lo gue debo hacer. Si hay algo que ver, tengo necesidad
de verlo. Así sabré, quizás, si este fantasma que soy para mí
rnismo, con este mundo que llevo en mi mirada, con la ciencia
y su magia, con el extrafío suefío de la conciencia, tiene ver-
daderamente alguna solidez o no. Descubriré sin duda lo que
se oculta en mis actos, en ese fondo último en que, sin mí,
a mi pesar, sufro el ser y al mismo tiempo me adhiero a él.
Sabré si tengo un conocimiento y una voluntad suficientes
1
sobre el presente y el futuro, de modo que, sean ellos como
fueren, nunca experimente ..su tiranía.
.' El problema es inevitable. El hombre lo resuelve inevita-
blemente, y esta solución, verdadera o falsa, pero voluntaria y
al mismo tiempo necesaria, cada uno la lleva en sus propias
acciones. Esta es la razón por la que hay que estudiar la acción.
La significación misma de la palabra y la riqueza de su con-
tenido se irán desplegando poco a poco. Es bueno proponer
al hombre todas las exigencias de la vida, toda la plenitud
oculta en sus obras, para reforzar en él el coraje de actuar
con la fuerza del que afirma y del que cree.

I
'
!

Si consulto a la evidencia inmediata, la acción es un hecho


en mi vida, el más general y el más constante de todos; es
la expresión en mí del determinismo universal. La acción se
4 Introducción Introducción R. · ! (o,\ '2 g 5

produce incluso sin mí. Más que un hecho, es una necesidad ponernos en mov1m1ento, porque no nos afecta por entero:
que ninguna doctrina niega, pues esta negación exigiría un en todo acto hay un acto de fe. ~~
esfuerzo supremo que todo hombre evita, ya que el suicidio ¿Podré, al menos, cumplir lo que he resuelto,. ~ ~ á~
sigue siendo un acto. La acción se produce incluso a mi pesar. fuere, y tal como lo he resuelto? No. E ntre lo qu s , lo que
Más que una necesidad, la acción se me muestra a menudo quiero y lo que hago hay siempre una despropor ~r/, iMwtf,C~ ~
como una obligación. Necesita producirse a través de mí, in- cable y desconcertante. Mis decisiones van a men &>! rlll\_~~W,t>.\. 2

cluso cuando me exige una elección dolorosa un sacrificio que mis pensamientos, y mis actos más aUá que mis -~ ncl&nes.
una muerte. Y en el empeño no sólo consumo 1~ vida corporal: Tan pronto no hago lo que quiero como hago, cas~1 rm "»'>,
sino que sacrifico afectos y deseos que lo exigirían todo para cuenta, lo que no quiero. Y estas acciones que no h ~ist~
sí. Sólo avanzamos, sólo aprendemos y nos hacemos ricos del todo y que no he ordenado del todo, una vez realiza as
cuando nos cerramos a todas las vías menos una, y cuando pesan en toda mi vida y, al parecer, influyen en mí más que
experimentamos la pérdida de todo lo que de otro modo lo que yo he influido en ellas. Me encuentro como prisionero
hubiéramos podido saber y ganar. ¿Hay un lamento más sutil suyo. Algunas veces se vuelven contra mí lo mismo que un
que el del adolescente que, para entrar en la vida, se ve obligado hijo insumiso contra su padre. Han definido el pasado y afectan
a limitar s_u curiosidad como con unas anteojeras? Cada decisión también al futuro.
suprime una infinidad de actos posibles. A este sacrificio natural IAsí pues, una primera mirada sobre mi condición me revela
no escapa nadie. la imposibilidad de abstenerme o de reservarme, y mi propia
¿Me queda por lo menos el recurso de pararme? No, es incapacidad de ser autosuficiente e indepencliente. Que hay
necesario avanzar. ¿Puedo suspender mi decisión para no re- coacción y, por así decirlo, opresión en mi vida no es una
nunciar a nada? No, es necesario elegir al o si no se quiere qt:1imera o un juego dialéctico; es la bruta experiencia de cada
7
perderlo todo: es necesario comprometerse. No tengo derecho dia. Al principio de mis actos, en el uso y tras el ejercicio de
a esperar lo que ya no me está permitido elegir. Si no actúo lo que llamo mi libertad, me parece experimentar todo el peso
por mi propio movimiento, hay algo en mí o fuera de mí que de la necesidad. Nada en mí escapa a su acción. Si intento
actúa con independencia de mí, y lo que actúa sin mí, nor- eludir iniciativas decisivas, entonces me avasalla mi falta de
malmente actúa contra mí.lLa paz es una derrota. La acción acción, y si soy yo el que toma la iniciativa, entonces me 'veo
no admite más dilación que la muerte. Es necesario que ofrezca sometido a lo que ya he hecho. J~n la práctica, nadie escapa
de buen grado cabeza, corazón y brazos, o alguien me los al problema de la práctica. '"No se trata sólo de que cada uno
tomará. Si me niego a sacrificarme libremente, caigo en la se lo plantee, sino de que inevitablemente cada uno lo soluciona
esclavitud. Nadie puede vivir sin ídolos, ni los devotos ni los a su manera.
más libertinos. Un prejuicio de escuela o de partido, una con- Lo que hay que justificar es esta misma necesidad. Y ¿qué
signa, una conveniencia mundana, una voluptuosidad, cualquier es justificarla sino mostrar que esa necesidad responde a la
cosa de és1as es suficiente para sacrificar y perder el descanso más íntima aspiración del hombre? Porque yo no tengo con-
y la libcrtad. ¡Y éstas son las cosas por las que tan a menudo ciencia de mi servidumbre más que cuando pienso y deseo
vivimos y por las que tan a menudo morimos! una completa liberación. Los términos del problema son, pues,
¿Me qucd~1r:i la esperanza de encarrilarme, si quiero, a plena claramente opuestos. Por un lado, todo lo que domina y oprime
luz y de golx :rnarme sólo por mis ideas? No. La práctica, que a la voluntad; por o tro, la voluntad de dominarlo todo o de
no admite retrasos, jamás va acompañada de una total claridad. poder confirmarlo todo: porque donde sólo hay coacción no
Su análisis completo no está al alcance de un pensamiento existe el ser. ¿Cómo resolver el conflicto? ¿De cuál de los dos
finito. Toda 1·egla de vida que se hallara fundada únicamente términos del problema se debe partir como de una incógnita?
sobre una teor.ía filosófica y unos principios abstractos sería ¿Será a la buena voluntad a la que se dé crédito, como si ella
temeraria. No puedo esperar a actuar hasta que la evidencia hubiera apostado por algo cierto e infinito, pero sin poder
haya aparecido, y además, cualquier evidencia que brilla en el saber hasta el final que, aunque parece que lo ha sacrificado
espíritu es parcial. Un puro conocimiento nunca basta para todo por ello, no ha dado verdaderamente nada por adquirirlo?
6 Introducción Introducción 7

¿No habrá que limitarse, por el contrario, a considerar en I Se me exige cabeza, corazón y brazos. Estoy dispuesto:
primer lugar aquello que es inevitable y obligado, rehusando experimentemos. La acción es una necesidad;/ pues actuaré/ La
ceder a cualquier concesión, rechazando todo lo que puede ser acción se me muestra a menudo como una obligación: pues
rechazado, para ver con la necesidad de la ciencia a dónde obedeceré{ Tanto peor si es una ilusión, un prejuicio heredado,
nos conduce en último término esa necesidad de la acción, un resto de educación cristiana: necesito una verificación per-
siempre y cuando no sea a mostrar simplemente que, en nom- sonal, y verificaré cueste lo que cueste. Nadie puede hacer este
bre del propio determinismo, la buena voluntad tiene razón? control en mi lugar; es de mí y de todo lo mío de lo que se
La primera vía se impone y puede ser suficiente para todos. trata; es a mí mismo y a todo lo mío lo que pongo en la
Se trata de la vía práctica. En primer lugar hay que definirla, experiencia. Lo único que tenemos somos nosotros mismos; y
aÜnque sólo sea para tener en cuenta a aquellos -los más las verdaderas pruebas, las verdaderas certezas, son las que no
numerosos y a menudo los mejores- que no pueden más que se comunican. Vivimos solos, del mismo mo do que morimos
actuar sin discutir sobre la acción. Nadie, por otra parte, y así solos; en eso los demás no pueden hacer nada.
lo vamos a mostrar, está dispensado de entrar en esta ruta «Pero si es imposible intentar el ensayo po r delegación, ¿no
directa. Pero bueno será probar cómo un método distinto se bastaría con hacerlo corno en proyecto, por medio de su con-
convierte. en legítimo al ser el primero en confirmar y anticipar sideración por el espíritu?». Todos los teóricos de la práctica
las revelaciones finales de la vida, y cómo dicho método es que observan, deducen, discuten, legislan sobre lo que ellos n?
necesario para la solución científica del problema. Esta ciencia hacen, son gente cómica. El químico no pretende producir
de la práctica debe ser precisamente el objeto del presente agua sin hidrógeno ni oxígeno. Tampoco yo pretendería cono-
trabajo. cerme y experirnentarme, adquirir certezas ni apreciar el destino
del hombre, si no pusiera en el crisol todo el hombre que
llevo en mi. Este organismo de carne, de apetitos, de deseos,
II de pensamientos, cuyo continuo y oscuro trabajo experimento,
es un laboratorio viviente. Aquí es donde se debe formar en
Antes de discutir las exigencias de la vida -incluso para primer lugar mi ciencia de la vida. Todas las deducciones de
discutirlas- es necesario estar ya sometido a ellas. ¿Acaso este los moralistas sobre los hechos más densos, sobre las costum-
primer control puede bastar para justificarlas? ¿Y se logrará sin bres y la vida social, son normalmente artificiales, estrechas,
ningún esfuerzo de pensamiento, sólo por la mera experiencia raquíticas. Actuemos, y dejemos a un lado su alquimia.
e igualmente para todos, descubrir la solución cierta que liberará «Pero existe la duda, la oscuridad, la dificultad». Pues peor
a la vida de toda tiranía y satisfará a las conciencias? aún. En todo caso es necesario avanzar para saber a qué ,
Yo soy y actúo, incluso a mi pesar. Y parece que me veo atenerse. El verdadero reproche que se dirige a la conciencia
obligado a responder por todo lo que soy y lo que hago. no es el de no hablar demasiado, sino el de exigir en demasía.
Aceptaré sin rebelarme esta obligación que no puedo suprimir A cada paso, además, le basta su lugar; y basta con algún
porque esta docilidad efectiva ~s el único método directo de resplandor, con una llamada confusa, para que yo vaya allí
verificación. A pesar de alguna aparente resistencia que yo donde presiento que hay algo de lo que busco, un sentimiento
pueda oponer, nada de hecho podrá librarme de obedecerla. de plenitud, una luz sobre la tarea que tengo que desarrollar,
No tengo, por tanto, otro recurso que el de darle crédito. una confirmación de mi conciencia. Nadie se detiene en plena
Cualquier intento de insubordinación, puesto que no me libera noche y en pleno campo. Si, para no creer en ellas ni sacri-
de la necesidad de la acción, sería una inconsecuencia tan ficarme por ellas, pongo por pretexto la oscuridad o las tinieblas
contraria a la ciencia como a la conciencia. ~Nunca se repetirá en que las necesidades y las obligaciones prácticas me parecen
suficientemente: ninguna dificultad de hecho, ninguna duda es- envueltas, entonces faltaría a mi método y, en lugar de quedar
peculativa puede legítimamente liberar a nadie de este método disculpado, me condenaría al atreverme a quejarme de lo que
práctico que estoy obligado y decid.ido a aplicar antes que esta oscuridad oculta o al escudarme temerariamente en ella
ninguna otra cosa. para evitar la experiencia. También el sabio se ve obligado con
8 Introducción lntrod11cción 9

frecuencia a actuar con audacia y a arriesgar la materia, quiza ciencia está fundada sobre un prejuicio especulativo, y toda
preciosa, que tiene en las manos. Pues no sabe por adelantado crítica de la vida que se base en una experiencia incompleta,
lo que busca, y sin embargo lo busca. Es adelantándose a los es de una incompetencia radical. o basta un pequeño rayo
hechos como los alcanza y los descubre. Lo que él encuentra de luz para iluminar la inmensidad de la práctica/ Lo que se
no lo preveía desde siempre, y nunca llega a explicárselo del ve no destruye lo que no se ve. Y en tanto no se haya podido
todo, porque nunca llega a descubrir la profundidad última de unir perfectamente la acción con el pensamiento, y la conciencia
los talleres de la naturaleza. Esta materia preciosa que tengo con la ciencia, a todos, ignorantes o filósofos, no les queda
que exponer soy yo mismo, ya que no puedo plasmar la ciencia más que seguir siendo como niños, dóciles, ingenuamente dó-
del hombre sin el hombre. Hay continuamente en la vida unas ciles al empirismo del deber.
experimentaciones ya preparadas, unas hipótesis, unas tradicio- / Así, lejos de toda discusión teórica, y en el curso de toda
nes, unos preceptos, unos deberes que no necesitamos verificar. investigación especulativa sobre la acción, se me ofrece un
La acción es el método de precisión, la prueba d~ laboratorio método directo y totalmente práctico de verificación. Este me-
en la que, sin comprender nunca totalmente el detalle de las dio único de juzgar las obligaciones de la vida y de \Dedir las
operaciones, recibo la respuesta segura que no puede ser sus- QE_!igaciones de la conciencia consiste simplemente en' ponerme
tituida por ningún artificio dialéctico. Allí está la competencia: a disposición de todo lo que la conciencia y la vida exijan de
poco importa su precio. míJ Solamente así puedo mantener el acuerdo entre la necesidad
«Pero entonces, ¿no hay equívoco e inconsecuencia en este qife me fuerza a actuar y el movimiento de mi propia voluntad.
ordenamiento de la vida? Si es necesario optar siempre entre Solamente así sabré si, a fin de cuentas, puedo ratificar esta
muchos partidos, ¿por qué sacrificar éste al otro?; ¿no tenemos necesidad previa con un reconocimiento definitivo de mi libre
el derecho --casi el deber- de experimentarlo todo?». No, razón, y si todo lo que me había parecido oscuro, despótico,
no hay ambigüedad ni inconsecuencia cuando, fieles a la ge- malo, ahora lo encuentro asequible y bucoo.l Así pues, la prác-
nerosidad de la empresa y prefiriendo la bondad de la vida al tica misma contiene un método completo y prepara induda-
orgullo del pensamiento, nos dedic3,m os sin regateos a la con- blemente una solución válida del problema que se impone a
ciencia y a su simple testimonio./La experimentación moral, ~odo hombre, con la condición e.le no apartarse de ningún
como cualquiera otra, debe ser un método ae análisis y de modo de la vía recta de la práctica, que sólo siendo inconse-
síntesis. El sacrificio es el análisis real que, al mortificar los cuentes se podría abandonar.
apetitos demasiado impetuosos y de sobra conocidos por todos, ..- Si no se comprende en qué consiste este método de ex-
pone en evidencia una voluntad superior que no existe sino periencia directa y no se tiene el coraje de aplicarlo, si no se
en la medida en que les ofrece resistencia. El sacrificio no está dispuesto a pagar la competencia moral al precio de todo
empobrece; más bien, desarrolla y completa a la persona hu- lo que se tiene y de todo lo que se es, entonces no es posible
manllt ¿Se quejan aquellos que han dado prueba de heroísmo? un juicio válido. Para condenar a la vida, haría falta que, tras
¿Querríamos que la vida fuera siempre buena para los pícaros? experimentar todo lo que tiene de más duro, nos permitiera
Si para ellos fuese dulce, placentera, gustosa, y si fuera tan ella lamentar sacrificios y todos los esfuerzos que se han hecho
llana en el extravío como en el camino recto, entonces es para hacerla buena. Pero ¿es esto así? Y si no se ha intentado
cuando sería mala, 'No se trata de una satisfacción especulativa, esa comprobación, ¿tiene uno derecho a quejarse?
sino de un control empírico. Si tengo ya la solución, sería
inexcusable dejada escapar por esperar a comprenderla; equi-
valdría a huir de ella para alcanzarla. La curiosidad del espíritu III
no anula las necesidades prácticas coñ el pretexto de estudiarlas.
¿l. por el hecho de pensar no estoy dispj::nsado de vivir: me Sí, hay que recoger estas quejas. Es posible que el camino
es necesario, al menos, el refugio de una moral provisional recto llegue allí donde ningún otro llega; es posible ser culpable
porque la obligación de actuar es de otro orden que la nece- de abandonarlo. Pero, si se ha abandonado ese camino, si ni
sidad de conocer. Toda derogación de los dictados de la con- siquiera se ha entrado en él, si se sufre una caída, ¿eso no
10 Introducción Introducción 11
I',
vale nada? La ciencia debe ser amplia, como la caridad, y no o~ligado a especular sobre la práctica, no hay, sm embargo,
lil debe ignorar siquiera lo que la moral reprueba. A pesar de la casi nadie que no tenga sus ideas sobre la vida y que no se
1 1
suficiencia de la práctica, otro método, destinado quizá a ilu- crea autorizado a aplicarlas! Por eso es esencial llevar este
minar y a justificar al primero, pero en todo diferente de él, examen hasta el final, ya que la autoridad que la especulación
adquiere legitimidad e incluso llega a ser necesario. ¿Por qué arrebata a menudo a la acción sólo al final podrá legitimarse.
, razones? He aquí algunas de las más importantes. Así pues, lo que hay que construir es una ciencia de la
¡,, Nadie, sin duda, está obligado a discutir con su conciencia, acción.,_ Una ciencia que no será tal sino en la medida en que
a regatearle la sumisión y a especular sobre la práctica./ Pero, sea total, porque toda manera de pensar y de vivir delibera-
entonces, ¿quién escapa a la curiosidad del espíritu, quién no damente implica una solución completa del problema de la
ha dudado de la bondad de su obrar y no se ha preguntado existencia. Una ciencia que no será tal sino en la medida en
nunca por qué hace lo que hace? Cuando las tradiciones se que determine para todos una solución única y que excluya
han roto, como de hecho sucede; cuando la regla de las cos- cualquier otra. Porque no debe suceder que mis razones, si son
tumbres se ha quebrado en casi todos sus puntos; cuando, por científica~, tengan más valor para mí que para los demás, ni
una extraña corrupción de la naturaleza, el atractivo de todo que dejen lugar a otras conclusiones distintas de las mías. En
lo que la conciencia popular llama el mal ejerce sobre todos esto el método directo de verificación práctica tiene necesidad
una especie de fascinación, ¿es entonces posible seguir actuando de ser completado; y eso es lo que hay que mostrar ahora1 ,
con la alegre y valiente simplicidad a la que no detiene ninguna Siendo personales e incomunicables, las enseñanzas de la
incertidumbre y que no se frena ante ningún sacrificio? No. experimentación moral no son válidas, en efecto, más que para '
Si el método de los simples y de los generosos es bueno, es aquel que las suscita en sí mismo. E l ha podido sin duda
necesario al menos que se pueda mostrar por qué. Esta apología aprender dónde se adquiere la verdadera claridad del alma y
no puede consistir sino en el supremo esfuerzo de la especu- fundar en sí mismo una certeza íntima que va más a!Já, en
lación para demostrar la supremacía de la acción. su percepción, de cualquier otra seguridad. Pero lo que él sabe
Por otra parte, ¿hacemos siempre lo que sabemos y lo que porque lo hace, no lo puede revelar a quienes no lo hacen.
queremos, incluso cuando no dudamos de lo que hay que Para los ojos extraños, eso no es más que opinión, creencia
hacer? Y si debilidades continuas echan a perder la experiencia o fe. Incluso para él su ciencia carece del carácter universal,
de la vida, si la primera sinceridad se ha perdido, si se alza impersonal e imperativo de la ciencia. Por eso es bueno que, \
en el camino el irreparable pasado de un acto, ¿no será ne- contra los sofismas de la pasión, cada persona sea capaz de
cesario entonces recurrir a una vía indirecta? Y la reflexión, justificar lo más posible ante sí misma las razones de su con-
provocada por el obstáculo mismo, ¿no es como la luz necesaria ducta; es bueno que cada persona pueda transmitir y demostrar
para volver a encontrar la ruta perdida? Nacida a menudo de a todos la solución que sabe es la solución cierta del problema
una curiosidad orgullosa o sensual, la presencia del mal en la que se impone a todos; es bueno que, ya que nuestra vida
conciencia más sencilla produce a su alrededor una necesidad debe juzgarnos con un gran rigor, nosotros podamos, si así
de examinar y conocer. Este complemento o suplemento de lo queremos, juzgarla con claridad suficiente.
la espontaneidad moral hay que buscarlo en ideas lo más cien- Se pone así de manifiesto la legitimidad, e incluso la ne-
tíficas posible. cesidad, de plantear el problema especulativo de la práctica.
Pero pongámonos en guardia. Nada es más peligroso y Cómo se plantea es lo que ahora hay que investigar.
menos científico que gobernarse en la práctica por ideas in-
completas. La acción no puede ser p·arcial o provisional como
puede serlo el conocimiento.' Así pues, cuando se ha comenzado IV
el examen de los principios de la conducta humana, no se
debe tener en cuenta dicho examen en tanto no esté acabado, ¿De qué forma proceden los métodos _verdaderamente cien-
porque se necesita algo fundamental, central, total para iluminar tífic_;os en el estudio de la realidad? Excluyen toda explicación
y regular los actos. Ahora bien, si es verdad que nadie está falsa de un hecho, toda coincidencia fortuita, toda circunstancia
,,
12 Introducción lntrod11cció11 13

accesoria, para poner al espíritu frente a las condiciones nece- , Mi situación es, pues, muy clara. Por una parte, en el plano
sarias y suficientes, y obligarle a afirmar la ley./Esta vía i~~~~ de la acción, completa y absoluta sumisión a los dictados de
es la única propia de la ciencia, porque al partir de a duela, la conciencia y docilidad inmediata. Mi moral provisional es
al eliminar sistemáticamente toda posibilidad de erfor y toda toda la moral, sin que ninguna objeción de orden intelectual
causa de ilusión, cierra todas las salidas salvo una: a partir de o sensible me autorice a romper este pacto con el debevrPor
aq_ví la verdad se impone porque es demostrada.• ' otra parte, en el plano científico, completa y absoluta indepen-
'Propiamente hablando, no habrá cien~ia de la acc10n sino dencia. No como se la entiende normalmente, es decir, como
en la medida en que se logre transportar a la crítica de la liberación inmediata de la vida entera respecto a cualquier ver-
vida lo esencial de este método inctirecto: o hay que imaginar dad reguladora, yugo moral o fe positiva. Esto equivaldría a
que los hombres son distintos de lo que son en su mayoría, sacar la conclusión antes de haber justificado las premisas, y
y sobre todo los hombres de pensamiento: apenas hacen algo a dejar que el pensamiento usurpe una autoridad prematura en
que no sea con la cabeza, es decir, les gusta elegir y saber _-el mismo momento en que se reconoce su incompetencia.
adónde van. Y para saberlo con seguridad seguirán incluso / Cualquiera que sea el resultado del examen científico comen-
caminos falsos. Sin investigación completa no hay demostración zado, es necesario que solamente al final alcance e ilumine la
concluyente y obligatoria. Si en las ciencias de la naturaleza el disciplina práctica de la vida. Así es como hay que entender
espíritu no se rinde más que ante la imposibilidad de dudar, la ciencia de la acción: esta misma investigación va a manifestar
con mucho más motivo, en el mundo de sus pasiones, de sus mejor la importancia esencial y la originalidad única del pro-
sufrimientos y de sus combates íntimos, el hombre aguanta y blema.
permanece donde está en tanto no es tlesalojado de la posición -
Así pues, ¿de qué se trata? Se trata de saber si, a pesar
-sea la que fuere- en la que el amor propio, a falta de de los evidentes condicionamientos que nos oprimen, si a través
otro interés, lo mantiene. Que no se exija a nadie dar el primer de las oscuridades con las que hay que caminar, si incluso en
paso. La ciencia no tiene ninguna concesión que hacer. las _profundidades de la vida inconsciente donde emerge el
' Dar el primer paso, y el paso decisivo, sería aceptar, aunque misterio de la acción como un enigma cuya revelación será
fuera sólo a título de prueba o de simple postulado, la obli- quizá terrible, si en todas las desviaciones del espíritu y del
gación moral o incluso la necesidad natural de actuar/ Esta corazón subsiste, a pesar de todo, el germen de una ciencia
obligación, estas exigencias prácticas que son puestas en duda, · y el principio de una revelación íntima que sea tal que nada
es lo que hay que justificar a los ojos menos indulgentes, e parezca ya arbitrario o inexplicado en el destino de cada uno;
incluso con el esfuerzo de aquellos que se apartan de ellas que sea tal que se dé el consentimiento definitivo del hombre
con todas sus fuerzas-. Desde el momento en que planteo el con su suerte, sea la que fuere; que sea tal, en fin, que esta
problema teórico de a acción y que pretendo descubrir su claridad reveladora de las conciencias no cambie en el fondo
solución científica, ya no admito -al menos provisionalmente a aquellos a quienes alumbre como por sorpresa. En la raíz
y desde este punto de vista diferente- el valor de ninguna de las más impertinentes negaciones o de las locuras más
solución práctica. Las palabras usuales de bien, mal, deber, extravagantes de la voluntad, se debe investigar si no hay un
culpabilidad, tJue yo había empleado, se hallan a partir de este movimiento inicial que persiste siempre, que se ama y se quiere
momento desprovistas de todo sentido, hasta que, si hay razón incluso cuando se le olvida o cuando se abusa de él. f El
para eUo, pueda restituirles su plenituc[' /Frente a la misma principio del juicio que se hace sobre cada uno debe hallarse
necesidad que, hablando el lenguaje de las apariencias, me obliga en cada uno. La independencia del espíritu es indispensable en
a ser y a actuar, me niego a ratificar en el orden del pensa- esta investigación, no sólo porque -sin prejuicio de ningún
miento lo que en el orden de la acción estoy resuelto a prac- tipo-- implica admitir en primer lugar la infinita diversidad de
ticarJt.ya que es necesario eliminar en primer lugar todas las conciencias humanas, sino sobre todo porque en cada una,
maneras falsas de ser y de actuar, en lugar de no tener en bajo los sofismas ignorados y las debilidades no reconocidas,
cuenta más que el camino recto exploraré todos aquellos que hay que volver a encontrar la aspiración primitiva para con-
se aparten más de él.J ducirlas a todas, con total sinceridad, hasta el término de su
:

14 Introducción Introducción 15
¡; impulso voluntario. Así, en vez de partir de un punto único, dejar que la voluntad de la acción se despliegue en cada uno,
desde el cual irradiaría la doctrina particular para un solo es- de modo que se revele la más íntima orientación de las vo-
' píritu, es necesari¿ situarse en los extremos de los rayos más luntades hasta el acuerdo o la contradicción final entre el
1, divergentes, a fin de volver a captar en el centro mismo la primer ~ovimiento y el término al que aboc{ La dificultad
verdad esencial a toda conciencia y el movimiento común a consiste en no introducir nada exterior o artificial en este
toda voluntad. " drama profundo de la vida; consiste en endere~ar, si hay l_ugar
1 Al abordar la ciencia de la acción, no hay nada que yo para hacerlo, la razón y la voluntad por med10 de la misma
1: pueda dar por bueno, ni en los hechos, ni en los principios, razón y de la misma voluntad; consiste en hacer producir a
ni en los deberes. Deber mío es alejar cualquier apoyo provi- los errores, a las negaciones y a las debilidades de cualquier
sio nal · que yo me haya construido. Que no se pretenda sacar naturaleza, mediante un progreso metódico, la verdad latente
de la duda y de la ilusión la realidad misma del ser, como de la cual viven las almas y de la cual quizá pueden morir
hace Descartes con un artificio de escuela, por serio que sea. para la eternidad.
Ninguna consistencia siento en la realidad del sueño, pues esta
realidad es vacía y queda fuera de mí. Que no se hable ya,
como hace Pascal, de jugarse a cara o cruz la nada y la V
eternidad, porque esta apuesta sería ya una manera de rectificar
la alternativa. Que no se haga, como hace Kant, surgir no se De este modo, todo está puesto en cucsuon, incluso el
sabe qué imp·erativo categórico de no se sabe qué noche, por- saber si hay una cuestión. Por eso, la füerza de toda la in-
que lo tacharé de sospechoso o intruso. Es necesario, por el vestigación debe ser proporcionada por la investigación misma;
1

contrario, acoger todas las negaciones que se destruyen entre y el movimiento del pensamiento se sostc.:ndrii por sí mismo,
sí, como si fuera posible admitirlas todas. Es necesario entrar sin artificio exterior alguno. ¿Cuál es ese mecanismo interno?
en todos los prejuicios como si fueran fundados; en todos los Helo aquí. Pues es bueno, no para el valor, sino para la
errores como si fueran sinceros; en todas las pasiones como claridad de la exposición, indicar de antemano el pensamiento
si tuvieran la generosidad de la que se glorían; en todos los motor y, poniendo en causa, con el precio de la vida, la
sistemas filosóficos como si cada uno de ellos contuviera la realidad misma del ser, señalar el m1<lo común entre la ciencia,
11 verdad infinita que pretende abarcar. Hay que hacerse cómplice la moral y la metafisica. Entre ellas no existe contradicción,
1
íntimo de todos ellos, acogiendo en sí todas las conciencias, porque donde hemos creído ver realidades incompatibles no
a fin de ver si llevan en sí mismos su justificación o conde- hay otra cosa que fenómenos heterogéneos y solidarios. Y si
i
nación. Que ellos sean sus propios árbitros; que vean adónde nos sentimos rodeados de inextricables dificultades donde en
los conduciría su voluntad más sincera y más interior; que 1
realidad no las hay, es porque 110 hemos sabido reconocer
aprendan lo que hacen sin saberlo, y lo que saben sin quererlo dónde se halla la única cuestión. Se trata de la totalidad del
y sin hacerl o. 1 hombre; 110 es, pues, sólo cn el pensamiento donde se debe
Así, para que se plantee científicamente el problema de la buscar. Es en la acción en donde va a ser necesario poner el
acción no se debe aceptar ningún postulado moral ni dato centro de la filosofía, porque en ella es donde se encuentra
alguno intelectual. No se trata de una cuestión particular, de también el centro de la vida.
una cuestión como cualquier otra que se ofrece a nosotros. Se '1 Si no soy Jo que quiero ser, es decir, lo que quiero no en
trata de la cuestión, aquella sin la cual no existe ninguna otra. teoría, sólo con el deseo o como en proyecto, sino con todo
Es tan principal, yue cualquier concepción previa que se diera 1 el querer y con todas las fuerzas, con los hechos, entonces
sería una petición de principio. Lo mismo que cualquier hecho 1
no soy. / En el fondo de mi ser, o hay un amor Y, un qu~rer
contiene toda su ley, de igual modo toda conciencia encubre del ser, o no hay nada. Esta necesidad que me habia parecido
el secreto y la ley de la vida. Nada de hacer hipótesis. No se una fuerza tiránica, esta obligación que al principio i;ne parecía
puede suponer que el problema esté resuelto, ni siquiera que despótica, debo verlas en último análisis como las que mani-
se haya impuesto o simplemente planteado. Debe bastar con fiestan y ejercen la acción profunda de mi voluntad; sl no

r
11

16 Introducción Introducción 17
1
fuera así, me destruiríaq. La naturaleza de las cosas y la cadena pueda? vi~lentar las oscuridades protectoras que fundamentan
:
de. necesidad~s que pesan sobre mi vida, no son más que la el des1nteres del amor y el mérito del bien. Pero si existe una
sene de med10s que debo querer, que yo quiero efectivamente salvación, no puede estar ligada a la solución erudita de un
pa~a cumplir mi destino. El ser involuntario y forzoso ya no problema oscuro ni negarse a la perseverancia de una investi-
sena el ser: ~asta tal punto es eso cierto, que la última palabra gación rigurosa. Sólo puede existir si se brinda claramente a
de todo la nene la bondad, y el ser consiste en querer y en todos. Esta claridad hay que llevarla a aquellos que se han
amar. En la filosofía de la voluntad, el pesimismo se ha de- apartado de ella, quizá sin saberlo, en la noche que han hecho
tenido muy pront~. A pesar del dolor y de la desesperanza, de sí mismos, noche en la que la plena revelación de su oscuro
nos quedan todav1a motivos para reconocer la verdad y la estad? ya no los _cambiará si antes no contribuyen ellos a
excelencia del ser, si voluntariamente lo queremos con toda cambiarse voluntariamente. La única suposición que por lo
sinceridad y espontaneidad. Si sufro por ser, si odio mi ser, es pronto no se hará es creer que se extravían sabiéndolo y
necesario que reconozca y ame el ser. El mal y el odio no queriénd~lo, que rehúsan la luz que ven que les envuelve, y
existen sin~ ~uan?o se convierten en un homenaje al amor; que ~aldicen al ser al mismo tiempo que reconocen su bondad.
Para existir, siempre es necesario que yo quiera existir, a Y, Sin embargo, tal vez hay que caer en este mismo error, ya
pesar de l~ aparente desproporción que haya entre lo que sé, que no hay nada en ninguna de las actitudes de la voluntad
1
lo que qwero y lo que hago; que quiera existir, por temibles y de las ilusiones de la conciencia que no deba reintegrarse
que puedan ser las consecuencias de mis actos, hasta el punto en_ la ciencia de la acción: ficciones y cosas absurdas, si se
d~ que, s1~ndo capaz de perderme, pero no de escapar a mí ~u1er_e, ~ero cosas absurdas reales. Hay en lo ilusorio, en lo
mismo, existo, pero sería mejor para mí no existir. Para ser, 1magmario, y en la misma falsedad, una re::ilidad, algo viviente
debo querer ser, aun cuando tenga que llevar en mí la dolorosa y sustancial, que toma cuerpo en los actos humanos realidad
' contradicción que hay entre lo que quiero y lo que soy. No que ninguna filosofía ha tenido suficientemente e~ cuenta.
hay . ~rbitrari~dad ni ~rania en mi destino, porque la menor ¡C~ánto importa_ recoger, unir y Jlcv::ir ::i término tantas aspi-
presion exterior bastan a para despojar al ser de todo valor, de rac10nes desperdigadas, como miembros que se pierden a causa
:
tod_a . belleza, _de toda consistencia. Nada tengo que no haya de sus divisiones internas, a fin de construir la verdad universal
1
rec1b1do,. y, s1n ~m?argo, es necesario al mismo tiempo que gracias y mediante los innumerables errores, esa verdad que
todo sur¡a de mi, mcluso el ser que he recibido y que me vive en el secreto de toda conciencia y de la que ningún
hombre se desprende jamás!
parece _impuesto; es necesario que, haga o sufra lo que sea,
yo sancio ne este ser; que, por así decirlo, lo engendre de nuevo Pero olvidemos ahora esta visió n anticipada del camino a
~ ediantc una adhe~ión personal, sin que jamás mi más sincera s~gwr. Abandonemos cualquier prejuicio o desconfianza, pre-
libertad lo dcsautonce. Es esta voluntad la más íntima y libre c1_samente por9ue n? s~ ha to mado de antemano partido alguno
la que impo rta reencontrar en todos lo; actos y llevarla final~ ru s~ . ha pedido rungun voto en blanco. Ni siquiera podría
mente hasta su perfecto acabamiento. Todo consiste en esta- ad~~rse. el punto de partida de que «no hay nada», porque
blecer una equivalencia entre el movimiento reflejo y el mo- seg~ma_ siendo un_ dato exterior y algo parecido a una concesión
vimiento espo ntáneo de mi querer. arbitraria y esclav1zante. La o peración de desmonte es absoluta.
Ahora bien, es en la acción donde se define esta relación
de e~uivalcncia. o de discorda?cia. Por eso es tan importante
estudiar la acc1o n: porque marufiesta a la vez la doble voluntad
del hombre, p~rque, construyendo en él como un mundo que
es su ob_ra º !1ginal y que debe contener la explicación completa
de su h.istona, construye al tiempo todo su destino.
El esfuerzo supremo del arte consiste en hacer que los
hombres hagan lo que quieren y en hacerles conocer lo que
1
saben. Esa es la ambición de este trabajo, y no la de que se
CAPÍTULO III

LA ACCION SUPERSTICIOSA

DE CÓMO EL HOMBRE lNTENTA ACABAR SU ACCIÓN Y


BASTARSE A SÍ MISMO

Hasta aquí, nada ha detenido el movimiento inicial de la


voluntad. Esta ha superado todos los ámbitos sucesivos, sin
h:'lber encontrado un término lo suficientemente resistente que
In hiciera retornar enteram ente a su origen, con la fuerza que
ha desarrollado precisamente durante su despliegue. Si en el
ramino ha obtenido satisfacciones parciales, por elJo mismo
parece tener más energía y más exigencias. A liqutd superes/. Sur-
gida de la infinita potencia que el sujeto encerraba en las
profundidades de su propia vida, la acción no puede, al parecer,
l'ncontrar apoyo )1 acabamiento más que en una realidad infinita.
¿Dónde hallar este empleo total? ¿Dónde esa perfecta ecuación
que establece una reciprocidad entre la expansión necesaria y
el retorno de una libertad siempre en aumento?
Puesto que en la acción voluntaria, tal y como se da de
hecho, subsiste un elemento cuya misteriosa fecundidad no se
agota con ninguna forma de vida personal social o moral;
puesto que, tras haber hundido en ese abismo de la voluntad
humana todas las dimensiones de la ciencia, de la conciencia,
de los afectos, de las ideas, de los deberes, sigue habiendo un
vacío; puesto que, por grandes que sean las lineas envolventes,
el círculo no puede todavía cerrarse, por todo ello es necesario
~cguir adelante. De hecho, en el más mínimo acto querido hay
algo más que lo que hemos podido determinar hasta aquí. D e
hecho, a todo lo que hemos dicho de los fenómenos hetero-
géneos, compatibles y solidarios, se añade una creencia que les
~ugiere una nueva forma de realidad y que parece hacerlos
incompatibles y exclusivos; como si, por ejemplo, el determi-
nismo y la libertad, el desinterés y el amor de uno mismo, La
352 P.lll. /;'/fenómeno de la ac.ción E. 1". De /a acción social a la acción supersticiosa 353

moral pura y la metafisica, no pudieran conciliarse. De hecho, I' ¡nra aprender a adecuarse a sí misma. Nada de extraño tiene,
una necesidad ulterior se manifiesta inevitablemente; y aunque pues, que el hombre haya intentado suprimir o sublimar poco
no obtenga más que satisfacciones ilusorias, sigue siendo una 11 poco este intermediario ajeno al íntimo anhelo del corazón.

necesidad real. De este hecho, de esta ilusión, de esta realidad, 1 1.sta génesis necesaria, esta progresiva purificación de la su-

también tiene que dar cuenta la ciencia de la acción. perstición, es lo l]Ue hay que estudiar ahora. El objeto, el culto
' Al propagarse y al realizarse en el exterior, la voluntad no y el sentimiento parecen formar el triple elemento de todo
puede recobrar en su obra objetiva todo lo que guarda en el :11.:to supersticioso. Vamos a ver a cada uno de estos términos
santuario de su vida interior. Esta infinitud que el sujeto ad- fundi rse en el siguiente a medida que el hombre reconoce en
vierte oscuramente en sí mismo, y que necesita para ser lo !'!los una simple imagen de su naturaleza y una necesidad más
que quiere ser, lo que ya es como deseo e intención, la saca in tima de su conciencia. Tal vez al término de este esfuerzo
él de sí mismo: bajo la forma de un símbolo o de un ídolo, se haya encontrado al fin la ecuación entre lo voluntario y lo
se ofrece a sí mismo su propia necesidad de cumplimiento y querido, entre el principio y el final de la acción; tal vez el
perfección. Adora la vida incomunicable e inagotable cuya fuen- hombre acabe por bastarse a sí mismo.
te oculta posee. Por tanto, en el corazón mismo de la acción
es donde reside un misterio, y no escapamos al deseo de
convertirnos en dueños de él. Como el espectro solar, más
amplio que los destellos de color, la acción es a la vez luz y
calor oscuro. Ya más allá que el alcance de nuestra vista. El excedente del acto humano que desborda siempre los
¡Extraña condición! Lo que el hombre no puede abarcar, hechos sensibles y la vida social, este resto de fuer~a y de
expresar ni producir, es precisamente lo que proyecta fuera de voluntad que no parece saber a qué agarrarse, hace surgir la
sí para convertirlo en objeto de culto; como si, no pudiéndolo tentación natural de asignarle un objeto, un objeto que, siendo
alcanzar en sí mismo, esperara alcanzarlo mejor poniéndolo en finito e insuficiente como los demás, no tendría por sí mismo
el infinito. Y, por un movimiento contrario pero también sor- la capacidad de recibir la veneración que se pretende tributarle,
prendente, lo que pone infinitamente por encima de él, es lo ¡1ero que, justamente a causa de esta pequeñez, satisface la
mismo que pretende dominar, acaparar o absorber; como si doble necesidad que tiene el hombre de crear y de dominar
no lo hubiera divinizado más que para exigir imperiosamente :1 su dios. E l hombre tiene el instinto de temerlo y de con-
una respuesta adecuada a la llamada creadora de un corazón ,¡uistarlo. Quiere que se le parezca y que difiera de él infini-
ávido. Por eso queremos realizar en el exterior lo que se escapa tamente. Por un capricho singular, lo toma de la serie de las
en el interior, con la secreta intención de encerrar de alguna rcJsas para ponerlo fuera de la serie. De aquí nace esta doble
manera el infinito en la finitud de un objeto real, con la íntima fo rma de superstición primitiva, de la que no sabríamos decir
esperanza de que se trata de la verdadera manera de conquis- cuál es la más antigua, aunque ambas proceden de una misma
tarlo, y de haber obtenido al fin, con una acción perfecta, la iniciativa: el culto del doble y el culto del fetiche. El doble es
conclusión, la seguridad y el reposo codiciados. 'Ev té¡') atrtcp lo que en el hombre sobrevive al hombre, lo que permanece
7tépa~ K'CXi. &1tetpov. El infinito finito, el infinito poseído y uti- inaccesible al hombre, lo que manda y obedece al hombre. El
lizado. lle ahí el sentido y la ambición del acto ritual. fetiche es el objeto visible y misterioso, incomprensible y ac-
J ,:J cu lto se parece, pues, a un esfuerzo supremo en aras cesible, amenazante y protector que resume lo divino; como
de colmar el inmenso intervalo que separa 1a voluntad de si lo finito pudjera convertirse en la realidad misma del infinito.
aquello que quiere ser, y de unir, como juntándolos en la Por no estar desde el principio y de modo natural en
oración y en la adoración, los brazos inmensamente abiertos armonía con el papel que se le encarga, el ídolo se presta a
de la acción completa. El objeto de culto, proyectado y creado lrr ilusión y se corresponde con las exigencias del creyente. El
de alguna manera frente al adorador como un espejo en el ,ipetito de lo divino se alimenta · hasta de las piedras. Acepta
que la voluntad pudiera reflejar toda su imagen y "todo su lo que parece más alejado de la majestad infinita, como si
calor, es, solamente para ella, una ocasión para conocerse mejor hiciera falta que el «objeto sagrado» fuese a la vez muy cnig-
354 P.Ill El fenómeno de la acción 1::,·. V: De la acción social a la acción supmticiosa 355

matico, por lo absurdo de la elección de la que saca todo su aquello mismo que al hombre se le escapa, ¿no es acaso al
misterio, y muy manejable, para estar al alcance del poder ídolo al que puede y debe dirigirse, por una mediación supli-
humano. Se quiere, a la vez, que su verdadera grandeza no cante, a fin de obtener ese concurso soberano y de ratificar
sea nada de lo que aparece a los sentidos y que, sin embargo, todas esas empresas que sin esa omnipotencia no se realizarían?
sea algo de lo que los sentidos puedan apoderarse y con ello De es ta manera se explica cómo, desde el único objeto
alimentarse. La ambición del hombre ¿no consiste siempre en que parecía al principio reclamar para sí solo toda la plenitud
forzar el secreto de las cosas, en desarmar y en subyugar el de la adoración, el culto refluye hacia otras acciones, en aras
poder oculto del que siente que están tejidos sus actos? Cuando de realizarlas y sancionarlas. Gracias a esta extensión del ce-
se convence de que esta prodigiosa empresa le ha salido bien remonial, que corresponde a una conciencia más clara del ca-
por su propia iniciativa; cuando se siente seguro de haberse rácter insondable de cada acción, la idea misma del objeto
hecho con las fuerzas infinitas que la naturaleza oculta o que sagrado también se intelectualiza y se humaniza. Por debajo
la trascienden; cuando ha armonizado sus ideas y su corazón de la práctica literal se insinúa un espíritu nuevo: el sentimiento
con la talla del ídolo que se propone como objeto de adoración, de un dios que no exige sólo un tributo, como un egoísta o
entonces es cuando, sin duda, Je parece que su acción está tira;10 feroz, sino que también espera acciones humanas que
consumada, y se cree seguro. No hay acto, por infame que sean lo que deben ser, como si su ejecución perfecta y exacta
sea, en el que no se haya podido integrar lo divino; ningún fu era necesaria para su propia perfección.
acto que no haya suscitado una idolatría.
¿Qué es, pues, un objeto de culto supersticioso? Bajo la
forma de una ficción (pues la necesidad crea aquí el órgano
II
y el alimento que la alimenta), viene a ser la expresión de esa
fuente inagotable de la vida interna que ningún acto particular
ha igualado; · un deseo que toma cuerpo, el deseo de una La acción superst1c10sa no se limita, pues, a constituir una
respuesta infinita a una tendencia infinita. Y, como lo que el forma cuidadosamente aislada de cualquier otra. Cuanto más
hombre adora es el secreto impenetrable de su propia con- se concibe el objeto sagrado a imagen del espíritu mismo, más
ciencia individual, por el progreso mismo de su reflexión se parece que su trascendencia puede hacerse inmanente a cada
ve inducido a concebir este objeto misterioso basándose en la acción particular a fin de consagrarla y de imprimir en ella el
pauta de su humanidad; pero de una humanidad que no puede sello del infinito finito que la conciencia humana reclama. Si
realizarse en él, y que viene a ser el anuncio permanente y residiera por completo en el símbolo m:herial que lo manifiesta
móvil de su ideal respecto de su desarrollo real. D e esta forma y lo pone a disposición del hombre, bastaría con cumplir los
se explica la evolución solidaria del ídolo, del culto y del propio ritos que lo tienen directamente como fin, sin que el resto de
mediador. la vida se viera implicado en la superstición. Pero cuando en
En cuanto el ídolo deja de ser un misterio bruto e inin- cada acción importante creernos sentir su presencia y potencia,
teligible, el acto ritual ya no se reviste sólo del carácter su- cuando, al lado de cada inspiración del corazón, en la fuente
persticioso. El antropomorfismo que se añade al fetichismo de toda fuerza o perante y más allá de todo fin parcial, parece
mezcla el papel de brujo con el de sacerdote. El oscuro sen- haber un sitio para este huésped desconocido y velado, entonces
timiento de que un infinito subjetivo - 0eiov ' t t - está presente es cuando, como señala Platón, hace falta que to dos aquellos
en cada un o de sus actos le lleva al hombre a propagar lo que tienen un poco de razón invoquen a la divinidad al co-
divino en tocia su vida. El acto supersticioso no es ya un acto mienzo y al término de sus actos, pequeños o grandes. Así es
aparte, sin ot:::i razón que la de ser supersticioso; tiende a como se verifica de nuevo aquí, y se explica, esta ley cuya
abarcar todos los demás actos. A las prácticas de brujería y verdad ha sido puesta de manifiesto en todo el desarrollo de
de magia se unen, entonces, oraciones y sacrificios. Porque, en la ciencia y de la vida humana. Cada síntesis, una vez cons-
cuanto el ídolo tiene una conciencia análoga a la del hombre, tituida, recoge de alguna manera sus propios elementos para
en cuanto esta conciencia invade, en el hombre y en sus actos, marcarlos con su impronta y penetrarlos con la idea superior
356 P.Jll El fenómeno de la acción E. V De la acción social a la acción s11persticiosa 357

que es su principio: el rito acaba por abarcar a todo el hombre f:1111ilia ni ciudad organizadas sólidamente sin una consagración,
y toda su conducta, desde el. nacimiento hasta la muerte. s1n un pensamiento místico.
Así la eclosión del sentimiento supersticioso y de los ritos En todo acto humano se da, pues, un esbozo de mística
que lo constituyen supone, en un sentido, que el hombre ya 11aciente. Cuando el acto humano rompe la monotonía coti-
ha atravesado las formas progresivas de la vida individual y diana, cuando se le quiere concebir como un todo suficiente
social. Con razón se ha sostenido que la religión es sobre todo y realizarlo como una criatura distinta y viable, se lo sacraliza.
un fenómeno de solidaridad y un corolario de la sociedad Si la marcha cotidiana de las cosas nos adormece, con la
organizada 64• Pero, en otro sentido, ya está presente su germen llegada de la primera excepción, con el más simple suceso que
en l_a forma más rudimentaria de la vida individual; y, aunque l'C)mpa la cadena de hábitos, se despierta la reflexión; y la
el ruvel cultural alcanzado por el hombre sea muy bajo, siempre rrimera reflexión, que abre la visión del misterio, nos lanza al
tiene éste una superstición, porque siempre encuentra en su infinito. Así es como, incluso en la vida privada, cada suceso
acción como un resto que no sabe para qué sirve. Asimismo, importante suscita no sólo un sentimiento y una preocupación
desde esta perspectiva superior es como él considera su vida ¡,or lo divino, sino también un ceremonial. Ya no se trata
y procura inspirar su conducta. Porque si la superstición trata ahora del misticismo del amor ni del entusiasmo de la inspi-
de cerrar · el círculo de la acción y de convertir a ésta en un ració n ni de todas las idolatrías sucesivas del niño, del amante,
sistema cerrado, si intenta «encerrar» la vida humana y organizar del ciudadano, del pensador; sino del culto positivo que, por
una ciudad perfecta en la que, por hipótesis, todo sería recí- una especie de retorno, pretende introducir lo que todas estas
procamente fin y medio, entonces es necesario que las formas Íormas de vida no habían podido al principio encontrar o
más diversas de la actividad concurran para preparar y alimentar retener en sí mismas. El nacimiento, las decisiones solemnes,
la fe o el culto. Y, al mismo tiempo, es necesario que el los peligros que hacen brotar un voto o una oración, los
objeto de culto, una vez concebido e idolatrado, vuelva a co ntratos, la palabra comprometida, la muerte, son otros tantos
transfigurar y perfeccionar todos los esbozos de la acción y momentos destacados a los que se aferran los ritos. Alli donde
todas las obras incompletas. el individuo se ve inducido a reflexionar sobre lo que ha1=e y
El acto supersticioso parece proceder más directamente de sobre lo que puede hacer con sólo sus propias fuerzas, no
las formas más complejas que una civilización haya alcanzado, ~1uiere ni puede estar solo. Pues no se siente dueño ni de
ya que comienza de alguna manera allí donde el terreno se codo su poder ni de los resultados de su esfuerzo.
hurta a la marcha del hombre. Con todo, si parece encarnarse La vida doméstica está fundada en prácticas rituales: esa
de modo particular en el más alto resultado de la evolución, vida está protegida por un culto ejercit:do o riginariamente co-
es a fin de subordinar a él la organización de todo lo demás. rno propiedad exclusiva y esencial de la familia. La vida política
Por tanto, en cierto sentido, todos los demás actos preceden cstá ligada desde su origen al respeto tradicional a las devo-
y preparan la acción supersticiosa, pero, en un sentido más ciones minuciosas y observancias legales. Los dioses de la ciu-
pro fundo, el rito invade y funda todos los demás actos. No dad antigua le pertenecen a ella tanto como ella les pertenece
sólo el individuo, la familia, la ciudad, el universo, son como a los dioses: entre ellos y ella se da un intercambio riguroso
el sucio nutricio del que brota la superstición como una flor de servicios y garantías. Y todavía hoy se encuentra, en formas
a la ve7. natural y parasitaria, sino que, al contrario, todas estas menos toscas, algo de este sentimíento en la susceptibilidad
formas ele vida parecen estar sometidas al acto sagrado que apasionada del ciudadano, para quien la causa de la patria es
era su fin y c..¡ue se convierte en su principio, que contenía el única, incomparable y santa, y que resulta tan celosamente
espintu oculto y que constituye su sello, su letra, su piedra protegida y amada desde lo alto como él la ama. La patria
angular. No hay «rito» sin la familia y la ciudad, y no hay simboliza el objeto infinito de la dedicación. Está bien: ¿pero
acaso no vemos que el Estado mísmo se convierte, para al-
64
Blon(ld alude a Durkhcim, que ya en l:Jéme11/s de Sotio/ogie (1889) había gunos, en un ídolo que requiere fiestas, que no admite ningún
apuntado la idea de que la religión tiene su origen en estados del alma otro culto público que no sea el suyo, y que, en lugar de
colectiva (NE). considerarse como un momento más del desarrollo universal
358 P.111 Elfenómeno de la acción E. V De la acción social a la acción supersticiosa 359

de la vida moral y religiosa, no tolera nada externo o superior r1on, más sutil y menos visible, en lugar de yuxtaponerse a
a su ,fantasía soberana? otros actos distintos por medio de un culto positivo, se insinúa
Hasta en los gue pretenden estar liberados de toda supers- t·n todas las formas de la práctica, del pensamiento, de la
tición se advierte esta necesidad de ritos y de imitación de ciencia, de la metafísica, del arte y de la moral natural. De
ceremonias propias de un verdadero rito, como si hiciera falta 111odo gue, allí donde parece estar muerta por falta de objeto
rea1zar a toda costa, con una especie de solemnidad litúrgica, aparente y de culto positivo, allí revive más inasequible e im-
la pobreza demasiado visible de las acciones totalmente des- periosa que nunca.
nudas. Para el hombre, lo maravilloso y lo oculto es una
necesidad, aungue le venga dada con una palabra griega inscrita III
en la puerta de un cementerio. En cuanto se produce en la
vida social o en los hábitos individuales un trastorno, un cam- La voluntad humana, en el esfuerzo que hace para realizarse
bio, una inhibición parcial, y en cuanto la conciencia se des- y para dar a su obra un carácter de plena suficiencia, acaba
pierta ante una decisión gue hay gue tomar, ya no parece buscando en la acción incluso incompleta el complemento que
suficiente el hacer llana y simplemente lo gue se piensa hacer. aquélla reclama. En lugar de recurrir a fórmulas mágicas o a
Porgue si· nunca se actúa para lo que está del todo claro, no ceremonias consagrantes, se vale directamente de su propia
esperando de la ejecución más de lo gue está ya contenido en pe rfección no como si los actos fueran suficientes y perfectos
la idea o en el proyecto, ¿no es cierto gue parece lógico actuar porque son religiosos, sino como si fueran religiosos y divinos
yendo más allá de la simple intención? Para gue una cosa esté porque son perfeccionados y completados, porque son «morales
bien hecha, se diría gue hace falta gue se dé algo superfluo o humanos».
en la acción. La exageración de las formalidades es una satis- De ese misterio que sobrevive en el corazón de la acción,
facción para los espíritus ingenuos dispuestos a preguntar, in- en lo más íntimo de la conciencia, y c.1uc supera toda realidad
cluso después de un discurso singularmente vacío: «¿Ya se ha dada, se forma un ideal que parece identificarse cada vez más
acabado?». con la acción humana misma. Por una inversión de perspectiva,
En este sentido, en cada avance agresivo de la reflexión la religión, en lugar de parecer el fin, es tomada como un
parece que el hombre intenta librarse de los impulsos espon- medio. En vez de valorar los actos según se someten a la
táneos que lo conducían ingenuamente fuera de sí mismo. Está observancia ritual, se pretende juzgar de las formas religiosas
dispuesto a guemar lo gue adoraba en cuanto cree haberlo en función del valor mismo de las acciones. En lugar de
superado. Lo que parece perseguir por instinto es su propia orientar al hombre hacia un objeto exterior o superior, se
apoteosis. ¿No se ha puesto él mismo en el altar, a fin de intenta llevarlo de nuevo hacia su co nciencia y pensamiento.
disminuir el objeto de su culto y de no tener más deberes La consecuencia de esta inversión consiste, en cierto modo,
religiosos que sus deberes humanos? ¿Y no se ha dado ya, en reducir a dos los tres términos de la acción supersticiosa.
como modelos representativos, el advenimiento mesiánico de Esto es, en suprimir el objeto trascendente de culto para situar
la Razón o el ensayo de una religión positiva de la Humanidad? al hombre en presencia del misterio que lleva en su propia
1~I acto ritual, sin mezcla de ningún otro, había aparecido conciencia. O, lo que es lo mismo, en buscar el término de
al principio como el culto que se rinde exclusivamente al objeto la adoración en el adorador mismo, como si en él se ubicara
idolatrado. 1':I rito y el ídolo eran a la vez la forma y la materia el verdadero culto en espíritu y en verdad y se hallara el único
de la supersti ción. Es decir, la acción supersticiosa, como lujo medio de arrancar de la vida humana la etiqueta infamante de
enteramcn te superfluo y, sin embargo, necesario, no tenía otra superstición. E n este sentido, en adelante, la acción, abandonada
razón . de ser que la de conciliar al hombre con la potencia así en apariencia y reducida a su simple expresión, quizás venga
mistenosa de lll que depende. Pero a medida que el ídolo se a bastarse a sí misma en su plena independencia. Mas ¿el deseo
humaniza, el rito, como una forma perfecta, viene a añadirse primitivo del querer no era precisamente conseguir que el fe-
a todas las acciones comunes que son la esencia misma de la nómeno sea tan amplio y rico gue lo absorba todo y gue
vida humana. Ahora queda po r descubrir por qué la supersti- subsista solo?
360 P. I11. hlfenómeno de la acción EV De la acción social a la acción supersticiosa 361

Para dar al orden moral un fundamento sólido y para ! lasta cuando condesciende a prescribir actos especiales para
convertirlo en un todo autosuficiente, ¿no les ha parecido a el ser primero que su razón reconoce, considera que la oración
algunos que bastaba con considerar los deberes como indepen- o adoración proceden sólo de su propio pensamiento o de su
dientes en su o rigen de toda noción metafisica o de todo propia voluntad. Estas acciones, que califica de religiosas, están,
com_promiso sensible, pero solidarios sin e mbargo con postu- como las demás, desprovistas de toda forma parasitaria y de
lados tales como que, al actuar bien, se cumple, sin duda de todo rito oscuro y sacramental. Su superstición consiste en
modo mist<.'r'.0so pero con seguridad, la presunta voluntad del fingir que no tiene ninguna y en creer que vive de ideas claras
legislador perfecto, y que la moral misma constituye, entonces, y de prácticas racionales. Goza con el pensamiento de haber
el verdadero culto? Todos los deberes, y sólo los deberes, reemplazado los viejos dogmas. También ésta es una fe, ¡y
parecen ser religiosos. Al pretender que Dios nos ha traído al cuán crédula e intransigente!
mundo para actuar siguiendo su propia voluntad y no para Son ídolos igualmente lo Incognoscible, la solidaridad uni-
rendirle elogios o cumplimientos, concluimos con Kant: «Todo versal, el organismo social, la patria, el amor, el arte y la
lo que el hombre cree poder hacer, excepto tener una buena ciencia, en cuanto la pasión se apodera de un corazón y le
conducta para ser del agrado de Dios, es pura superstición» 6'. convence de que en su seno hallará con qué saciarse, en cuanto
¿Qué significa todo esto sino que la acción humana, con sus les dedica todas sus capacidades de ternura y de afecto, como
propias fuerzas, pretende asimilar, hasta agotarlo, lo que el si el hombre hubiera encontrado al fin su centro en esas
conocimiento no logra alcanzar ni la voluntad abarcar comple- realidades. Si el evolucionista, a1 elevar sus ideas por encima
tamente? de las perspectivas individuales o politicas, considera que lo
Y cuando el metafisico, pretendiendo alojar en su pensa- mejor para él es adecuarse a toda la naturaleza por medio del
miento el o bjeto infinito que persigue, se imagina que, con conocimiento de sus leyes cósmicas; si el socialista consagra
sus conceptos y normas, con sus sistemas y su religión natural, su pensamiento, que juzga saludable, a una o bra que considera
va a ap oderarse del Ser trascendente, va a conquistarlo y en soberanamente importante; si el científico tiene fe en su caminar
cierto modo dominarlo, ¿no es un idólatra a su manera? Como hacia la verdad plena y en su trabajo para convertirse en el
si en una tenue red de pensamientos acaparara la verdad viva; mago, sacerdote y adivino de un porvenir ya presente, ¿no
como si, por el honor que rinde a su dios al afirm arlo y será que todos ellos atribuyen al trabajo de su vida y a la
definirlo, lo sobornara totalmente; como si, penetrando en la virtud de su esfuerzo una plenitud y perfección a las que hay
intimidad del poder, de la sabiduría y de la santidad infinitas, que llamar igualmente supersticiosas? Pues, en su estado de
al haberse forjado un ideal de perfecció n, fuera a participar él conciencia, dos partes sobre tres son más el efecto de un
mismo de ésta y a convertirse, en realidad, en lo mismo que deseo que la expresión de una realidad. Lo que hacen tiene
c.leclaraba inaccesible, en eso que en su conciencia no tiene sin duda un sentido y una importancia. Pero a este fundamento
otra razón que la de ser incomunicable y misterioso. ¿No real le añaden una doble ficción - la vana convicción del
Lransforma así el fenómeno metafisico, del que dispone en su carácter soberano y, por así decirlo, sagrado del o bjeto al que
interio r, en una substancia, en un Ser, del que también cree rinden una dedicación piadosa-, la orgullosa pretensión de
disp on er en el exterior? Todo esto es sucumbir a la extraña tributarle un culto apropiado, como si tanto el fin como el
pret·cnsión d e tomar y de utilizar a Dios con las fuerzas hu- resultado de sus actos merecieran que la vida fuese vivida tal
manas úni camente; es querer, a la vez, que el absoluto esté y como ellos la llevan a cabo. Para muchos, en este sentido,
fuera de la acción p ara convertirse en su conclusió n, y en la es la propia ciencia la que se convierte en el fetiche, y a veces
acció n pa ra que és ta se baste a sí misma. En lo que hace, el consiente n en desempeñar ante el pueblo el papel de magos.
hombre no puec.le po ner ni omitir esta realidad divina; sin Al ofrecer a las personas simples palabras eruditas, palabras
embargo, quiere erce r c¡uc se encuentra allí sólo por obra suya. misteriosas, símbolos científicos destinados a satisfacer la arrai-
gada necesidad de lo maravilloso que tienen los ignorantes,
5
'' Cf. KA NT, !., /,,-, 1rl(~io11 de11l!v de los li111ile.r de la 111em 1~1zó11 (Alianza, proponen un objeto de fe allí donde ellos mismos presumen
Madrid 1969), p.166 (N I ·:). encontrar una claridad plena, y presentan como oscuro a los
362 P.IIJ Elfenómeno de la acción E. V De la acción social a la acción supersticiosa 363

demás lo que, según ellos, es luminoso, cuando saben muy oro fino de la auténtica piedad laica se viera, de ahora en
bien que, más allá de esta corta luz, también ellos se topan adelante, purificado de toda mezcla impura, el místico incré~ulo
con las tinieblas y lo desconocido. D e modo que, quizá sin funda en una sola aspiración el sentimiento, el culto y el ob¡cto
saberlo, convencen a los crédulos de que toda la oscuridad ya mismo de su adoración. Lo que inciensa de verdad es el
es para ellos mismos claridad, haciendo adorar su ciencia como misterio de su acción y el fervor de su corazón. También él
el misterio desvelado y el milagro permanente. es un pietista a su manera. . ,
De esta forma, alli mismo donde lbs actos parecen estar ¿De qué modo se lleva a cabo este milagro? ¿Y con que
determinados del modo más riguroso y donde la vida parece sutiles sentimientos se cree descubrir siempre abierta la entrada
verse reducida a la aridez de contornos geométricos, en la de la capilla donde cada uno sube al altar, donde el enigma
concepción más científica que se pueda imaginar de la existencia es develado y se encuentra al fin el reposo de la voluntad?
humana, donde intencionadamente y de hecho se halla deste- La disposición religiosa de los nuevos místicos parece estar
rrado todo sentimiento, todo impulso de fe y toda apariencia compuesta, a la manera de un leve perfume, de est~s dos
de superstición, subsiste de hecho un inmenso postulado. Y esencias: no hay ningún acto en el que no se cxpn1mentc
hay que añadir que cuanto más positivas parecen ser esta como una embriaguez y una exaltación saludable, al modo del
concepción y estas acciones, mayor ingenuidad e ilusiones re- soplo del infinito pasando por el alma; ningún acto en el que
velan en aquellos que son, a la vez, poco clarividentes y bas- no se experimente que el objeto de la dedicación, <.:I n.:sultado
tante iluminados por su propio entusiasmo para no ver inscrito, del esfuerzo, es quimérico, finito y nulo. Y rorquc el acLL_1ar
en ellos y en el universo, más que la gloria, la potencia y la resulta vano, porque decepciona, por eso n.:sul1 ;1 hdlo, des117-
divinidad de la ciencia. No se encuentra lo divino en ningún teresado y piadoso llevarlo a cabo. Al parecer, cuanto m_as
sitio cuando uno mismo no lo posee, pero se puede eliminarlo vacío esté el acto de todo objeto, más se desarrolla tambicn
de todas partes al concentrarlo en uno mismo suplantando la la conciencia satisfecha de una suficiencia y de Llfla plenitud
fe ausente por una nueva credulidad. subjetiva. El fiel ingenuo proyectaba fuern de sí. su amor su r
todo. Y, a fuerza de tanto análisis, ¿no sc consigue reducir el
culto a sí mismo, y, sin adorar nada, adorarse a sí mismo? La
IV persona refinada, en su superioridad casi divina, no sólo no
quiere sujetarse ya a ningún acto especial de ninguna religión
Puesto que toda convicción, incluso negativa, y toda forma natural, sino que para ella no existe ninguna regla especial en
de librepensamiento son también una superstición, no es sor- ningún acto, no imponiéndose ningún criterio de conducta en
prendente que la crítica prosiga siempre hacia adelante. Con razón de la infinita variedad de circunstancias y sentimientos
una protesta contra el culto austero de un imperativo moral por los que pasa. De modo qL1C, si lo que hace le importa
tan velado como Isis, contra el ídolo metafisico de los sistemas poco, el gran valor, la fuente inagotable del sentimiento, el
adecuados al universo, contra la devoción tiránica de una Cien- culto consiste en obrar al menos, y en obrar siempre. Un culto
cia 9~1e mezcla a veces la crédula temeridad de un niño con sin objeto, sin creencia, sin rito, sin sacerdocio, sin nada más,
la insolencia de un advenedizo, se origina en muchos hombres eso es el Culto. ¿Y no es este mismo sentimiento el que, bajo
contemporáneos lo que se ha llamado el nuevo misticismo. Nuevo, una forma menos sutil y más generosa, inspira a esos apóstoles
en efecto, porgue pretende seguir fundándose en la misma laicos, a esos predicadores de piedad y de dedicación, cuyo
ciencia y en las negaciones de la crítica moderna, sin renegar Credo y Decálogo se resumen en una palabra: la Acción?
de ninguna. Nuevo porque, siendo simpatizante con todas las Actuar por actuar pasa a ser la superstición de quienes no
supersticiones del pasado y curioso de creencias populares, de quieren ninguna otra. ¿Cuál es el sentido de esta singular de-
ritos, de formas sacramentales y de prácticas literales -a las voción? Y esta sutil disposición ¿se funda en sentimientos de
cuales se presta incluso a veces, cree marcar un nuevo progreso verdad? En la acción, cualquiera que sea el esfuerzo que se
en lo que llama precisamente la irreligión, permaneciendo más pueda hacer para reducirla a lo que la ciencia le. enseña al
religioso aún que la devoción más ortodoxa. Y como si este hombre acerca de sí mismo y del universo, lo me¡or de eLia
364 P.111. El fenómeno de la acción E. V. De la acción social a la acción supersticiosa 365

permanece refractario a cualquier análisis. Se ha logrado develar la accwn. En todos ellos se da la misma pretensión y presun-
la vanidad de todo lo demás, pero, por inútiles que sean los ción. Todos se persuaden, además, de formar a su dios sin
fines de una actividad siempre decepcionada y siempre rena- Dios. Poner al desnudo la nada de este esfuerzo humano es
ciente, la acción misma permanece como envuelta en una nube obra de una piadosa impiedad.
de incienso que oculta sus vacías miserias y su nulidad. Cada Porque si el impío se atiene a sus conclusiones negativas,
act,o, cada obra, se frustra, es débil e imperfecta, pero el actuar si en ellas se complace con la esperanza de haber acaparado
revela el misterio de la impotencia que contiene la aspiración y como disuelto lo divino, si se gloría de haber cavado en sí
infinita del corazón. Lejos, pues, de intentar fundarse en la mismo un abismo lo suficientemente profundo como para en-
suficiencia de cualquier cosa, la voluntad triunfa sobre la in- terrar para siempre su acción y todas las cosas, entonces no
suficiencia de todo. Adora lo que se le escapa y la trasciende es todavía lo bastante impío. Conserva la superstición de no
para siempre. Es divina mientras vive, ama, produce y se pro- tener ninguna; sigue siendo un idólatra. El es el que está
diga, incluso estérilmente. De todos los actos supersticiosos sumido en las tinieblas y sigue siendo un retrógrado, pese a
que habían tenido la pretensión de abarcar y fijar lo absoluto, su aspecto de precursor y de iluminador. Hay que ir, por tanto,
no sobreviven más que la superstición de la acción y la fe en más lejos y desmitificar este último ídolo, el único al que el
el devenir, o, mejor dicho todavía, el amor de lo que no puede hombre podría todavía agarrarse para convencerse de que se
ser hecho ni tocado, de lo que no es ni será real. Se había basta a sí mismo plenamente. Si hay en la acción supersticiosa,
querido concentrar toda la realidad de las cosas en la acción al lado de una ilusión mudable y percce(kra, un movimiento
humana haciéndola participar de la solidez de todo cuanto es, sincero e invencible de la voluntad, cuidémonos entonces, al
al parecer, sin ella. Pero ¿la acción no es, al contrario, el sueño analizarlo, de no tomar lo ilusorio por lo rea l y lo real por
que devora la substancia de los fenómenos, el abismo en el lo ilusorio.
que se sumerge toda apariencia de existencia? ¿Y no habremos Atravesando el inmenso campo del fenómeno, el hombre
recorrido este largo circuito de la investigación científica úni- sólo ha conseguido despejar más claramente un misterio que
camente para volver al punto de partida, al vacío? sobrevive al uso, en apariencia integral, de todas sus potencias.
Este resto no ha de añadirse a la acción querida, pues ya está
presente en ella. Al afirmarlo, la voluntad, de la que procede
V el acto, exige su utilización. En vano intentamos consagrar con
un rito el objeto ficticio de un culto idolátrico. E n vano pre-
El más grande serv1cw que se puede rendir al hombre es tendemos ponerlo como sello en cada acción marcada con un
el de hacer desaparecer una tras otra ante sus ojos todas las carácter sagrado, o depositarlo como una carga pesada en al-
supersticiones, para que obtenga el sentimiento puro de la guno de los fenómenos cuya inanidad esta necesidad oculta ya
espera religiosa. ¡Cuánto importa no echar a perder el beneficio nos había hecho sentir. A medida que la conciencia renuncia
de esta Crítica _ despiadada, no dejar que se desvíe la gran a la quimérica ambición de confiscarlo, en vano pretendemos
corriente del m1st1c1smo hoy renaciente, no dejar recaer el es- adorar solamente lo incognoscible e inaccesible. De todos estos
fuerzo de esta generosidad, sin duda sincera, en el vacío de intentos no se deduce más que esta conclusión doblemente
satisfacciones ilusorias que paralizarían las voluntades y abor- imperiosa: es imposible no reconocer la insuficiencia de todo
tarían su impulso! En la obra destructora del pensamiento se el orden natural y no experimentar una necesidad ulterior; es
da un gran schtido religioso. Así pues, en vez de reprimir este imposible encontrar en uno mismo el modo de satisfacer esta
movimiento, hay que impedir con todas las fuerzas que se necesidad religiosa. Es necesario, y es impracticable. He ahí las
detenga prematuramente. No hay nada más verdadero ni más conclusiones brutas del determinismo de la acción humana.
necesario guc considerar, a excepción del orgullo o la ingenui- Mas, en esta crisis casi <lesesperada, ¡qué fácil es pervertir,
dad, como un salvaje fetichista al metafisico prendado de sus con la perfidia quizá inconsciente de una interpretación al revés,
construcciones, al artista enamorado de su obra, al devoto esa doble constatación forzosa! Oculto bajo todas las formas,
identificado con el ideal moral o al apóstol de la acción por tanto de la superstición como de la impiedad, se halla este
366 P.III. Elfenómeno de la acción E. V De la acción social a la acción supersticiosa 367

sofisma, cuya tosca sutileza finalmente hay que develar. En vez negación sectaria que en el fanatismo violento. Y para decirlo
de reconocer que el hombre es impotente para suscitar una todo, de hecho sólo hay conciencia de impotencia debido a
satisfacción cualquiera a su imperiosa necesidad de lo divino, una noción de posibilidad. Por tanto, la pretensión que el
se concluye que toda satisfacción religiosa es necesariamente hombre tiene de limitarse a los fenó menos y de bastarse a sí
i
incapaz de saciar una necesidad quimérica. mismo es radicalmente inconsecuente. Al afirmarla, la desmiente
, Tras haber conocido la falsedad de todos los ídolos y de y la supera. Fundarse en la acció n débil e incompleta para
todas las supersticiones, es una tentación sutil para el orgullo, admitir la debilidad irremediable de la acció n, elevar un hecho
siempre ansioso de ser autosuficiente, gloriarse de conocer la a verdad definitiva y exclusiva, es desnaturalizado, sin dar a _
debilidad humana reconociéndola. Por una extraña ilusión aca- entender que se manipula. En el o rden de los fcnóme?-os_ no ~
bamos por contentarnos con una debilidad respecto de l; cual se da contradicción ni exclusión alguna, ni tampoco posibilidad l
hace falta tanto esfuerzo para captarla como clarividencia para o imposibilidad; sólo hay hechos dcterminac.los. Ahora bien,
discernirla. Quedamos satisfechos de no podernos satisfacer. Y tan pronto como de estos hechos se pretende deducir una
1 mientras miramos de arriba abajo a cuantos han puesto sus negación que alcance a la posibilidad mism:i ck: otros_ ~echos,
o¡os y encerrado su vida en una fórmula cualquiera, nos pa- se sale de la ciencia y de los hechos. Se es superst1c10s0, y _J
ramos también a contemplarlos. Al final queremos que esta de los más impíos.
acción humana, cuya insuficiencia hemos experimentado sólo En nombre del determinismo no queda más t1ue una co n-
porgue queríamos que fuera autosuficiente, sea insuficiente, por- clusión inevitable. Hela aquí en toda su crudeza, sin añadir ni
gue pensamos que es el único medio para tomar posesión de quitar nada: con su acción voluntaria, .¡:\ h<'.111hn: sup_ern los
la acción y bastarnos a nosotros mismos en ese ámbito. ¿Se fenómenos; no puede adecuar sus pro pias ex1g<:ncrns; tlt:nc en
desenreda el equívoco? ¿Captamos el círculo en el que estamos sí mismo más de lo que puede utilizar solo; con sus propias
encerrados por una decisión arbitraria y equivocada? ¿Sentimos fuerzas solamente, no puede introducir c..·11 H I ;1cció11 querida
renacer, debido a una incoherencia, el conflicto mortal de dos todo cuanto se halla contenido en el principio tk: su actividad
voluntades? ¿Y no vemos en qué forma refinada de intolerancia voluntaria. De esta manera, aunque prctcnd~ prescindir de toda
estamos a punto de caer, bajo pretexto de indiferencia y to- religión o crearse una a su gusto, no se c~ccde en su ?erecho
lerancia? Si el despotismo de las ideas claras y de las certezas ni menos aún satisface su imperiosa necesidad o las exigencias
científicas es terrible porgue no parece dejar ningún resquicio de su voluntad. - -,
d~ sombra a los c¡ue envuelve con su luz, no logra, sin embargo, Todos los intentos de acabamient o de la acción humana /'
violar el santuano del misterio que le rodea. La tiranía de la fracasan. Y es imposible que la acción humana no busque su
oscuridad es todavía más terrible, porque en la noche abruma acabamiento y el bastarse a sí misma. 1•.sto le es imprescindible,
a los que se creen seguros. No les impide ver en el limite de pero no puede hacerlo. Por un lado, es necesario hacer tabla
su ciencia una penumbra protectora, pero sí salir de las tinieblas rasa de todos los inventos que, partiendo del hombre y pro-
y esperar que un destello de luz llegue a brillar algún día en cediendo del santuario más íntimo de su corazón, tienen como
el abismo del que sale y en el que vuelve a caer su pensamiento objetivo ridículo y lamentable el acaparar lo divino. Por ?tro
y su acción. lado, el sentimiento tanto de impotencia como de necesidad
¿Qué es lo que sabemos, en efecto? Y si creemos saberlo, que tiene el hombre de un ac~ba~ ento infinit~ -~ermanece
¿cuid es el mecanismo de esta fe, siendo obligada la ceguera? incurable. De modo que tan artificial es toda religion natur:J
También la ir'religión mística es una superstición, desde el mo- como natural la espera de una religión.
mento en que, partiendo de la impotencia real de la voluntad ¡Qué dificultad más inextricable, en la que la voluntad hu-
humana y de las absurdas devociones del fetichismo, del falso mana se ha enredado y acorralado a sí misma! Recuérdense,7
mistici smo de la ciencia o de los ensueños de la teosofia en efecto, todas las co nclusiones que le impiden y_a cualquier
concl_uye la i1:1posibilidad de toda revelación ulterior. Ya qu~ retirada. Imposible no plantear el problema. Imposible encon-
una impotencia puede ser constatada, pero una imposibilidad trar un refugio en la nada, que no está hecha para nosotros.
no. Tal vez se esco nde mayor credulidad e intolerancia en la Imposible contentarse con «algo» en lo que ha buscado ence-


.,
368 P.lll El fenówno de la acción

rrarse. ¿Adónde ir? El fenómeno no le basta al hombre; no


podemos ni atenernos a él ni tampoco negarlo. ¿Encontraremos
la salvación en una solución que parece necesaria y, sin em-
CUARTA PARTE
l bargo, inaccesible?

De la investigación 9ue precede, cuyo resultado parece ser del EL SER NECESARIO DE LA ACCION
todo negativo, va a deducirse necesariamente la más positiva de las
conclusiones. Se ha depurado de toda mezcla la ciencia de los fenó-
menos, se la ha librado de toda ontología, únicamente para acabar
Los TÉRMINOS DEL PROBLEMA DEL DESTINO
manifestando, por medio de una especie de método de residuos, lo HUMANO ESTÁN PLANTEADOS DE MANERA PORZOSA
9ue en la acción ya no es un simple fenómeno. En ella se ha!Ja otra Y DE MODO VOLUNTARIO
cosa 9ue hay 9ue definir. Y esta realidad de la acción no es un hecho
9ue se constata directamente; si tiene un valor cien tífico, se debe a
9ue es una necesidad, resultante del determinismo total del pensamiento
y de la vida. El haber tenido muy en cuenta este determinismo ha
eliminado las dificultades ilusorias de las que se ha derivado un
confusionismo en las cuestiones que han comprometido a menudo a
la filosofia, pero también lo ha reducido todo a la suprema opción
que es la única gran cuestión del hombre.
1

'
1
,.

En vano se intenta limitar la acc1on voluntaria a aquello


! que depende de la voluntad misma. El inmenso orden de los
•·
fenómenos en que se expande la vida del hombre parece ago-
tado, y, sin embargo, el querer humano no lo está. La pre-
1
tensión de autosuficiencia que tiene ese querer termina fraca-
sando, pero no por penuria. Fracasa más bien porgue, en el
' ámbito en que ha querido y obrado hasta ahora, lo que quiere
y lo que hace siempre permanece superior a lo que es querido
y hecho en concreto.
Pero de esta misma constatación ¿no su rge precisamente
un extraño conflicto y una especie de a11tiholit1? 1• El hombre
pretendía arreglarse en solitario y encontrar en d orden natural
su suficiencia y su todo. Pero no lo consi~uc. No consigue ni
detenerse ni pasar adelante. No puede rctn><:l·dcr, y:i que lo
mínimo que ha podido querer es ese orden rnuural de fenó-
'i
menos, ese algo en el cual descubre simplc;mentt: no una razón
para no querer, sino una imperiosa razón e.le querer más.
¿Cuál es el sentido o el efecto necesario de esta crisis que,
de una u otra forma, se produce secretamente en tod·a con-
ciencia humana? En toda conciencia humana sur~ forzosa-
me,n1e ~~ntimiento- de que la voluntad no es ni su principio,
ni su_ ~a, ni su___e:<_?_pi~ fi~ Hay muchos caminos que llevan
al hombre a da~e c ~ e esto, aunque no sea más que esa
incap~d de ser autosuficiente o de sustraerse ~ la necesidad
de_ g~r. Nos había parecido que nadie puede ser a pesar
de sí mismo, y he aquí, empero, que el hombre siente hasta
1
Esta palabra aniibolia, que significa, si así se puede decir, «choque entre [(
dos cosas», expresa aqtú el movimiento, en apariencia doble e inconciliable, 1/
de la voluntad humana. Lo que el término antinomia designa desde el punto /
de vista estático del entendimiento, el término antibolia lo resume compen-
diado desde el punto de vista de la acción. Pero, incluso en esta misma
analogía, aparecen esenciales diferencias. Las antinomias se resuelven de hecho.
Como no se trata en ellas más que de fenómenos heterogéneos y solidarios,
los términos, en apariencia incompatibles a la luz del entendimiento, en
realidad son correlativos y simultáneos. Pero en este otro caso no ocurre lo
mismo. Los términos de la alternativa, siendo simultáneamente inteligibles, se
excluyen de hecho, porque ahgra no se trata ya de lQ ~ = c e , sioo.....de
l o ~ Es decir, que nos veremos forzosamente o ~ ~ ó n
d~r, forzosamente llevados a poner una a)u:mariva frente a él, forzosamente
empujados a optar entre dos decisiones que se excluyen radicalmente entre sí.
1

372 P.IV. El ser necesa,io de la acción

la angustia que no es ni autor ni dueño de sí mismo. La


cuestión para él no está en aceptar el espléndido ordenamiento
del . univer~o o en ratificar el determinismo de sus propias l EL CONFLICTO
acciones, sino que hace falta además que se acepte a sí mismo.
1
/ Es necesario que él quiera no tanto aquello que quiere, no
tanto la vida y el uso que de ella hace, sino más bien aquello
PRIMER MOM ENT O
que, en él, la produce, la critica y la juzga.
¿Será posible, entonces, explicar y justificar esta aparente
tiranía, resolver el conflicto, y ofrecer a la voluntad una alter-
nativa necesaria, pero una alternativa tal que, sea cual sea la
La voluntad contradicha y vencida
decisión de la opción, jamás pueda ser ya retractada?
!
FR1\Ct\SO t\PARENTI\ DE 1./\ ACCIÓN QU ERIDA

No se sabe si es una simple banalidad o una paradoja


intolerable el afirmar que el hombre aspira a $Cr plenamente
lo que él quiere, y que no lo puede ser, en absoluto, a su
pesar. Es una verdad repetida, si se entiende por tal la quimérica
1,
grandeza de las ambiciones, los halagos o los ín timos lamentos
de un amor propio solitario que cree que tocio se le debe. Es
un extraño desafio al sentido común cuando se pretende afirmar
que la voluntad sólo está presente en la medida en que ella
se produce y se ratifica a sí misma en cierto modo, en la
medida en que penetra, domina y suscita hasta sus propios
órganos de expresión. Y, sin embargo, esta precisa paradoja es
la que ha justificado la historia natural de la acción, ya que,
por el solo hecho de querer, el hombre pone o acoge una
inmensa multitud de condiciones necesarias. Y, a la inversa,
esta verdad banal, por poco que se refl exione, da la impresión
de que va a trastocar el plan vo luntario de nuestra vida.
Quisiéramos ser autosuficientes, pero no podemos serlo.
Contra el determinismo de la acción querida parece erigirse,
más fuerte y más manifiesto aún, un determinismo opuesto.
Reconocer esto significa recuperar el lenguaje común: la vo-
'!
luntad no parece quererse a sí misma. En todo lo que quiere
1
encuentra permanentemente obstáculos invencibles y sufrimien-
tos incómodos. En todo lo que hace se introducen debilidades
incurables o errores cuyas consecuencias no puede remediar.
l
La muerte por sí sola resume todas estas enseñanza-s. Antes
de querer y en todo lo que nosotros queremos existe forzo-
¡ samente algo que, parece claro, nosotros no queremos.
i
t '

374 P.IV El ser necesario de la acción l. El co11f!icto 375

Además no es simplemente que haya que oponer un de- Es verdad que el hechizo de las bagatelas es muy fuerte.
terminismo nuevo al determinismo de la acción querida, sino Es verdad que, a juicio de los sentidos y a la mirada de la
que es un determinismo anterior y más profundo, un determi- ciencia, el universo es bastante amplio, bastante poblado, bas-
nismo que precede, envuelve y sobrepasa nuestra iniciativa per- tante sorprendente como para poder engañar, pero sólo a quie-
sonal. De suerte que no habremos hecho nada todavía si la nes quieren ser engañados. ¡Qué sofisma se comete frecuente-
dificultad que surge ahora no se resuelve. Ya que se trata de mente a fuerza de acumulación de vaciedades! A pesar de
aquello que es, desde dentro de nosotros mismos, el principio haber experimentado la insuficiencia de cada uno de los detalles,
de nuestra propia voluntad, de aquello que nos revela, desde ¡cómo se persuade uno en seguida de que al menos la suma
fuera de nosotros, que ese principio no es enteramente nuestro, parece suficiente! Es entonces cuando mil nadas parecen formar
ya que nos encontramos vencidos en la vida y vencidos en la una cosa. Sin duda, hace falta una extrema sensibilidad del
muerte. ¿De qué modo nace esta desconcertante contradicción espíritu para apreciar claramente la miserable pequeñez de los
en nuestra conciencia, donde nada parece poder surgir que no conocimientos, de las alegrías y de los éxitos humanos, o para
sea la expresión de una voluntad oculta o, digámoslo así, como señalar con precisión el límite de lo que tan extenso aparece
un extracto de la iniciativa interna o de la acción espontánea? a las miradas infantiles. Pero hace falta una sensibilidad todavía
Pero antes de explicar este hecho inevitable relacionándolo con mayor para imaginarse que con ello queda uno satisfecho. Y
sus orígenes, es preciso, como primera tarea, comprobarlo ade- eso sólo se consigue haciendo de esa satisfacción misma y de
cuadamente. ese egoísmo irónico un nuevo ídolo.
El mérito de una crítica clarividente consiste en dejar al
desnudo la vanidad de las aparentes satisfacciones que aporta
I
a una conciencia inquieta toda la variedad de las supersticiones
Supóngase que el hombre hace todo lo que quiere según humanas. ¿De qué sirve al hombre ganar t0do el mundo? Todo
su propósito, que obtiene todo lo que le apetece, que aruma lo que tiene no fe basta, y cuando lo tiene no le parece nada,
el universo a su antojo, que Qrgániza y produce según su deseo porque él no se basta y no se posee a sí mismo. Y todo
el ordenamiento total de las condiciones en que apoya su cuanto añade a esta comida estimulante es alimento vacío. Se
propia vida. Todavía queda el hecho de que él no ha puesto asquea de sus ídolos a medida que los coloca en lo más alto
esa misma voluntad ni la ha determinado tal como es. Incluso de su vida. Los eleva sólo para romperlos, como si experi-
aunque no halle, dentro del uso que hace de ella, nada que mentara, ya por adelantado, que su mano únicamente realizará
la contraríe, sin embargo, en el fondo de sí mismo, el hombre esa coronación por temeridad sacrílega. Pero así como el en-
descubre esta radical contradicción: quiere, pero no ha querido fermo, hasta cuando ya no tiene esperanza, intenta todavía
querer. hacer algo para curarse, ¡cuántas personas consienten en ser
En efecto, no es suficiente que la travesía sea favorable; engañadas y no quieren saber aquello que de hecho ya saben!
la pregunta más bien es ésta: ¿Por qué estoy yo embarcado? Es conmovedor y necio al mismo tiempo el considerar esas
¿No existe aquí una inexplicable contradicción que vicia de ilusiones voluntarias que sobreviven a las decepciones más ma-
núz toda acción humana, incluso la más dichosa? ¿Acaso puede nifiestas, esos sacrificios a veces heroicos que se hacen por
i
un corazón noble y generoso aceptar aunque sea el mayor de pundonor, por camaradería, por solidaridad humana, por espí-
los bienes, si le es impuesto? Sin duda, la mayor parte de los ritu de cuerpo, por conveniencia, cuando, por otra parte, se
hombres no tienen ni suficiente perspicacia ni quizá suficiente sabe que se hacen únicamente por rutina, por aburrimiento,
orgullo como para apreciar toda la singularidad de este pro- por nada. De todo esto no queda sino una confesión, la misma
blema. Todos, sin embargo, tienen el vivo sentimiento de no siempre: la voluntad humana no puede reservarse totalmente
ser dueños de sí mismos. Saben que no encuentran en sí para sí porque no procede totalmente de sí. Por muy grande
mismos ni el origen, ni la subsistencia, ni el fin de su acción. que sea el círculo, la acción lo hace siempre estallar. No está
Pensarse a sí mismos es para ellos una tortura. en su poder el pqnerse limites.

•l
376 P./ V. El ser necesario de la acción l El conflicto 377

Dicho en su forma abstracta, «la voluntad se ve obligada .-s~· sufrimiento, que trunca una vida sin matarla, o la mata
a quererse a sí misma». El problema puede parecer artificial o ~in despojarla de su espejismo. Es sencillamente el escándalo
vano; sin embargo, en la realidad de la vida, es la gran tiranía 1 le la razón. Nada importan las fórmulas abstractas con las

1, que parece pesar sobre el corazón humano, y que es el co- 11uc se engaña o las teorías generales con las que se rearma.
mienzo de sus más profundas penas. En la raíz de nuestros ¡Qué diferencia tan inconmensurable existe entre lo que se sabe
actos se nos va de la mano una misteriosa incógnita. Es como y lo que se experimenta! Aunque se den por buenos las fatigas,
un germen de sufrimiento, de opresión y de muerte_ sembrado d hastio del trabajo, los reveses de la fortuna, las traiciones
1,
en nuestra misma voluntad. Nosotros no hemos quendo aquello de la vida, siempre se queda uno sorprendido y abrumado
i que resulta ser lo central de nosotros mismos. Tenemos la porgue todas esas realidades golpean donde no se temia y de
sensación insuperable de que llevamos un yugo y de que no modo distinto a lo esperado. Y nada significa conocerlas con
es nuestro. Es verdad que hemos podido aceptar y hacer nues- nuestro espíritu. Lo cruel es experimentar la decepción y la
tro todo lo demás, pero todo lo demás no es nada en com- ( herida de la voluntad impotente: «es imposible, sea lo que sea;
paración con aquello que nosotros queremos. Es menos que l nada cambiará, jamás». El mal, el sufrimiento, lo mismo que
nada, es dolor, en tanto la voluntad no se adhiera, se com- la muerte, no son solamente hechos que se presentan a la
prenda y se recupere a sí misma. observación positiva, ni consecuencias que se desprenden de
!
la razón, ni medios queridos por el hombre de manera oculta;
w n, por el contrario, la oposición desgarradora entre el hecho
lI y la razón, el conflicto de la realidad con una voluntad en
cuyo primer movimiento aparecen el odio y la rebeldía contra
Sin duda, la lección de la saciedad es quizá más convincente esa realidad.
que ninguna otra. Inmersa en la acción, el universo no la Estos desmentidos descarados no surgen solamente desde
satisface. Aproximarse al objetivo significa alejarse del deseo. fuera, sino también desde dentro. ¿Para qué hablar entonces
Y la voluntad, recorriendo de un salto todas las aparentes de libertad? Débiles frente a la seducción; fofos en la iniciativa,
satisfacciones que halla, se reencuentra al final frente a un sin energía para resistir, si queremos distinguir el bien del mal
vacío más insondable. Pero no todos parecen igualmente ca- nos engañamos, ii intentamos hacer el bien desfallecemos, si
pacitados para entender esta enseñanza. Cuán pocas personas intentamos combatir el mal terminamos vencidos. No solamente
lo verían claro si hiciese falta experimentarlo todo y penetrarlo hay que aceptar lo que no se quiere, sino que incluso no se
todo para recibir la gran luz del hastío y del desapego. No ~s quiere verdaderamente aquello que se quiere. Antes de empren-
posible, ni tampoco necesario, agotar el mundo para expe~1- derla con los demás, la voluntad la emprende consigo misma.
mentar que con ello no se apaga la sed. Una amargura mas Se siente corrompida hasta la médula, sin saber cómo. Lo que
fuerte, una alarma más brutal e inmediata nos instruye acerca le falta es pensar en querer y hacer lo que ha querido hacer
ele las contradicciones afrentosas a las que estamos expuestos. y pensar. Y mientras las decisiones se desvanecen dispersas sin
Esta lección es el sufrimiento, el sufrimiento que brota inago- dejar rastro, en nosotros y contra nosotros se organiza una
,... table de nuestra pobre sustancia de hombre, y que instintiva- vida parasitaria que suplanta la iniciativa personal. Picada por
mente ha empujado a tantos rostros y a tantos brazos a elevarse un insecto, la hoja se ve obligada a suministrar abundante savia
hacia un liberador. para envolver y alimentar a su enemigo: ésta es la imagen de
Es v-crdad que ciertos obstáculos pueden ser superados, la pasión que absorbe y devora la mejor sustancia del alma.
ciertas resistencias vencidas, ciertos dolores comprendidos, acep- Aceptar lo que no se quiere, no hacer todo lo que se
tados y utilizados como estimulo saludable de una vida feliz. quiere, hacer lo que no se quiere y terminar queriéndolo: nunca
Pero, a pesar de toda la energía posible y a despecho de la nos libramos enteramente de esta fatalidad humillante y dolo-
táctica más sutil, ¡cuántas veces el dolor se apodera de tal rosa. Esa fatalidad nos revela, a través de los hechos mismos
manera que lleva al hombre a lamentarse de haber nacido! No y a través de nuestros propios actos, aquello que no queremos.
existe explicación suficiente ni deducción posible respecto de Nos obliga a subrayar lo que queda por querer para que
378 P.IV. El ser necesario de la acción l. El co11jlicto 379

queramos todos los fenómenos; más aún, para que queramos tt•rrible. Lo peor no es quizá el no poder cambiar nuestros
la voluntad misma que los produce tal como son, a veces a ,1r tos, sino el que nuestros actos nos cambian de tal manera
pesar nuestro. Eliminando lo que parece estar conforme con 1 ¡uc ya no podemos nosotros cambiarnos a nosotros mismos.

nuestros íntimos deseos, pone en evidencia aquello que, favo- /1. veces desearíamos no aceptar las consecuencias ventajosas
rable o contrario a sus aspiraciones profundas, en cualquier 111' un error como punto de partida para el futuro. Pero el

caso le es impuesto al hombre sin que éste haya todavía con- < fccto corruptor de la acción consiste en provocar nuevos

sentido en ello. ¡t 11c1os e invertir las perspectivas interiores de la conciencia. A


veces desearíamos romper con un pasado molesto y tiránico
III q11~ nos expone sin cesar a nuevos compromisos por la misma
le>g-1ca del desorden. Pero para volverse atrás y suprimir junto
Donde esta sujeción se manifiesta quizá todavía más cruel- .1 la . seducción culpable toda la prole de deseos vergonzantes
mente, es en la imposibilidad de poner remedio a nuestros , urgidos en la sombra, haría falta algo más que un temor
actos o de lavar sus inevitables manchas. «¡Cómo! ¿Seré incapaz egoísta o una veleidad de sabiduría y de cordura. ¿Quién, sin
de borrar del todo lo que por mi debilidad no he sido capaz l'lllbargo, es capaz de este desgarramiento tan radical que abre
de evitar?». Sí. .1 la luz el fondo de una. conciencia? Hay momentos en que
En verdad, sería demasiado cómodo repudiar mediante un l,1s pasiones hablan y deciden como si no dejaran al hombre
decreto, compensar mediante un acto lo que un acto ha pro- 0 1ra cosa que el derecho de asombrarse de la criminal inspi-
ducido, como si, después de haber saboreado las ventajas, todo 1ación que traslucen. Revelación ésta, quizá, repentina y violenta
sr. redujera a escupir la pulpa seca. Esto no sólo sería injusto, < o rno un golpe de Estado, pero antes cuánta premeditación y

sino imposible. Lo que he hecho, jamás lo he hecho solamente , 11ántas insensibles perfidias.
yo: desde fuera o desde dentro de mí, el pasado es para Así pues, antes, durante y después de nuestros actos existe
siempre. dependencia, coacción, flaqueza. Precisamente este fondo de
En efecto, mirando desde fuera, nuestras obras, como hijos Sl"rvidumbre y de debilidad es el que obliga a descubrir la
ya emancipados de nosotros, obran por su cuenta sin nuestro ,irgencia de la acción. De este modo, aquello que no se quiere,
consentimiento. Los hijos mueren, mientras que los actos viven, .1l¡uello que quizá rio se querrá nunca, se sabe que se ha hecho
son índestructibles. Sería agradable para nosotros el convencer- )' que se ha querido; pero la mancha ahi queda. Y, en efecto,
nos de que no hemos hecho nada reprensible o petjudicial, el ¿qué otra cosa significa mancharse sino mezclar conjuntamente
esperar que el bien pueda salir del mismo mal por medio de dos voluntades hostiles, la una que parece sacar su fuerza sólo
un fácil arreglo, y que unas felices compensaciones o valientes de sí mísma, la otra que aporta a la corriente de la acción la
expiaciones puedan restablecer todas las cosas en su sitio. Pero 1111pureza de un agua extraña? Si la impotencia que el hombre
este deseo no es más que una quimera. Existe una especie de experimenta para rematar él solo la más pequeña de sus obras
sinrazón que resulta irreparable. Y lo que más horror causa h: ha llevado a todas las formas de superstición, la imposibilidad
creerlo es, sin embargo, verdad: la acción es indeleble. Ningún de gobernar soberanamente su propia vida, y de purificarse a
desagravio puede ser nunca una reparación total. Ninguna ex- sí mismo, le ha inspirado toda la variedad de súplicas, oraciones
piació n, ningún esfuerzo puesto en un lado de la balanza puede y sacrificios propiciatorios.
levantar el otro. Las consecuencias se extienden hasta el infinito Si primeramente no se ha medido toda la potencia de la
en el espacio y en el tiempo, como tratando de realzar la voluntad humana, si no se ha recorrido todo el espléndido
energía interior de la acción a través de la grandeza visible de n rden de los fenómenos que ella logra orgapizar, quizá parezca
sus efectos. ¿Quién no ha experimentado hasta la angustia la t¡ue esas constataciones no son definitivas, ni esas contradic-
contradicción de un pasado aparentemente muerto y, sin em- dones insolubles, ni esas condenaciones inapelables. Pero des-
bargo, sellado e irrevocable como un testamento? pués del análisis de la acción ya no queda escapatoria: eso es
Desde dentro, sobre nuestra conducta pesa una fatalidad 1111 hecho. Y la fuerza de ese · hecho consiste en que está

que, a medida que es menos aparente, no por eso es menos <k:terminado por medio del método cientifico de residuos. Con-
380 P.IV. El ser necesario de la acción

siderando todo lo que se ha podido, se ve con precisión todo


lo que no se puede. Y si se ha mostrado la potencia hasta el
límite de la paradoja, ¿no es precisamente para hacer sentir SEGUNDO MOMENTO
hasta la evidencia la debilidad del querer humano? Aquello que
no se puede hacer o deshacer como uno quiere, demuestra
La, voluntad afirmada y sostenida
que no se quiere con plena independencia ni siquiera aquello
que uno logra producir o corregir. De esta forma, todo ese
gran esfuerzo que el hombre ha intentado para elevarse ' hacia
algo ¿no parece triunfar sólo en un primer momento para recaer INDESTRUCflB!LlDAD DE LA ACCIÓN VOLUNTARIA
después de manera más miserable? Partiendo como conqwsta-
dora y victoriosa, ¿no está la voluntad condenada al fracaso,
debido a la misma grandeza de sus ambiciones?
Se trata de una decepción tanto más incurable cuanto que Es un hecho: las pretensiones humanas reciben, en suma,
la voluntad fracasa no por defecto de haber obrado o con- 1111 completo desmentido. Por mucho que se haya conseguido
sentido en todo aquello que se le presentaba, sino más bien d1: aquello que se ha querido, al ponerse en el orden mismo
por haberlo agotado todo, por haberse prestado a todas las de las cosas queridas, la bancarrota aparece inevitablemente.
experiencias, por haber afrontado los sufrimientos y deshonras Pero este hecho, como cualquier otro, no se muestra necesa-
de la vida. Obrar es un bien por un cierto tiempo; es una 1 lamente a la conciencia más que como consecuencia de una
cura y una especie de psicoterapia que da un poco de confianza, iniciativa más profunda. Es un efecto que es preciso vincular
ofreciendo a quien se somete a ella la hermosa ilusión de una 1 on su causa mediante una conexión necesaria, antes de ver
fe y de un amor fecundo. Pero ¿después? ¿Vivir por vivir no 1uiil es su eficacia forzosa, antes de comprender cómo él mismo
es, a la postre, absurdo y cruel? El hombre, por más que ,·mra en el determinismo de la voluntad.
busque dentro y fuera de sí en el infinito de la ciencia y del Tres proposiciones resumen este encadenamiento necesario.
universo, siempre se queda solo, y él no puede permanecer 131 sentimiento del aparente fracaso de nuestra acción es un
solo. Esta impotencia sentida no es consecuencia de su igno- hecho sólo en cuanto implica en nosotros una voluntad superior
rancia. Todo lo contrario, cuanto más sabe, cuanto más tiene, ,l las contrariedades de la vida y a los desmentidos empíricos.
cuanto más es, tanto más se aviva la conciencia de que no -La presencia en nosotros de aquello que no se ha querido
tiene y que no es aquello que quiere. Se diría que, inyectando ¡Hme en evidencia la voluntad que quiere en toda su pureza.
en sí todas las satisfacciones de los sentidos, de la mente y Y este mecanismo interno no hace más que manifestar la
del corazón, no hace otra cosa que ahondar un abismo. Tanto necesidad en que se encuentra la voluntad de quererse y de
por la alegría como por el sufrimiento, por el éxito como por 1·stablecerse a sí misma. El ser que nosotros tenemos lo pa-
el fracaso, por la posesión como por la indigencia, el hombre ' k ccmos, pero, al mismo tiempo, no podemos por menos de
se siente igualmente enfrentado a esta dura constatación: sea .iccptarlo como si fuera de nuestro pleno agrado.
lo que sea lo que la voluntad haya logrado conseguir con sus Así, gracias a un progreso inevitable del análisis que saca
solas fuerzas, la acción todavía no se ha adecuado al querer sunplemente a la luz una verdad ya viviente en nosotros, nos
de <lande procede, la voluntad no se ha querido todavía a sí wmos impelidos a querer no tanto el objeto, no tanto el
misma enteramente. Los aparentes fracasos de la acción, los hecho, sino el acto o el ser mismo de la voluntad. Quedará
dolores y desfallecimientos que la traspasan y la gravan, las por ver lo que acarrea y lo que supone esta nueva necesidad.
manchas de las que es incapaz de limpiarse, la muerte y todo r Podemos todavía justificarla ante nosotros mismos?
ese determinismo de las contradicciones prácticas no hacen
sino manifestar imperiosamente esa radical impotencia.
382 P.IV. El ser necesario de la acción l El conflicto 383

, ti 1110J o indestructible. Suprimíd todo lo que se ha querido,


111 1 tlt·jando sino lo que no se ha querido: este método riguroso

La experiencia de la vida y de la muerte, de la persona y , 1, 1:ilsi ficación revela con mayor precisión lo que quíere; y
de su capacidad, de su acción, de su sufrimiento y de su , , •,c,va para el querer solamente el recurso de quererse. Esto
debilidad, no es totalmente empírica ni puramente a posteriori. 1, , que debemos entender bien.
No, el mal, el dolor y la muerte no son hechos totalmente 1>no ¡cuán preciso es estar atento para no entender mal el
positivos; es decir, tales que se puedan constatar sin introducir , n11do de estas constataciones necesarias! El entenderlas mal
previamente una secreta hipótesis o un anhelo, chocando contra 1111 lll'va consigo ni el suprimir ni el prevenir los efectos. Pero
el cual la realidad produce la conciencia de una simple negación. 1 l" s mismos efectos pueden ser desnaturalizados, debido a

Son hechos solamente por contraste, por efecto de una opo- 1111.1 falsa interpretación, despistando a la voluntad refleja res-
sición interna entre la voluntad querida y la voluntad que 1'' 1 10 de la opción suprema, hacia la cual, bien pronto por
quíere. Sólo este conflicto explica en nosotros el sentimiento , 1, 110, será forzosamente conducida. Por eso es importante
de una dependencia, de una privación o de una «inhibición»; , 111 nprender de modo adecuado el aparente fracaso de la acción

en una palabra, la mísma conciencia y la reflexión. Conciencia 1 111ostrar los pasos sucesivos a través de los cuales llegamos
no sólo de los fenómenos que transcurren en mí, sino de mí , , o nstatar este hecho, este hecho decisivo cuyas consecuencias
mísmo, en guíen esos fenómenos transcurren; conciencia del ' " 1 r~arias quedan por determinar.

fenómeno en cuanto fenómeno, es decir, de lo que no se basta


y no se puede mantener solo.
Reconocer la insuficiencia de cualquier objeto presentado a II
la voluntad, sentir la debilidad de la condición humana, conocer
la muerte, es, por tanto, descubrir una referencia superior. J •:n su desaliento por no poder llegar en seguida a donde
Estos hechos no son posibles, no son reales, no son conscientes I'•" ccía llevarla el fuego ardiente de su ambición, la voluntad,
más que a la luz de una iniciativa antecedente. El que plantea ,111 <'pcionada de todo lo que ha querido, ¿recaerá quízá en la
el problema del ser y de la inmortalidad tiene ya en sí la 11.,d:1, tal como lo ha imaginado el pesimísmo? Pero esta nada,
solución, gracias a la virtualidad oculta de una especie de ar- •1111· a veces pareae desear y presagiar, no existe (y para cerrarle
gumento ontológico. P ero de un argumento que no se funda • •1.1 falsa retirada, hemos acertado desde el principio disipando
en una dialéctica de ideas, de un argumento que desarrolla l., fingida esperanza de los desesperados). Pero ya se ha visto
simplemente la energía real y actual del querer humano. N o •Jlll' ningún verdadero apetito ansía esa nada. Esta ruta de la
es, por tanto, la inmortalidad, es la muerte misma la que es 11.ul:1 ha quedado cerrada con un muro, y sin posible retorno.
contra natura, y, por consiguiente, es su concepto el que tiene \ . como un obstáculo que opone una resistencia enorme, esa
necesidad de ser explicado. No somos nosotros los que estamos 11111raJJa rechaza con su impenetrabilidad el impulso del choque
en el tiempo y en el espacio, son el espacio y el tiempo los <Jlll recibe. Mientras parece desear hundirse en la nada, la
que están en nosotros. Si la muerte es sólo un hecho y una , , ,luntad, que desde el vacío del fenómeno finge arrojarse en
aparic.::ncia, las acciones, al contrario, no mueren. El hecho de .11 ¡uélla, rebota sobre sí misma. Y alú reencuentra su verdadero
la muerte sólo se constata y se comprende porque se posee ~ auténtico ser, sepa o no llamarlo por su nombre. A pesar
ya la certeza implícita de sobrevivir. · d,· un aspecto de necesidad aparente, el indestructible apego
1Jacc poco parecía que un determinismo exterior, y en dl· la vida a la vida es el efecto de una innata adhesión de
consecucncia desconcertante e ininteligible, se erigía contra el l.1 voluntad a su propia naturaleza. La voluntad sola es sufi-
determin.ismo interno de la acción querida. Ahora empezamos 111·11temente fuerte como para cortar el camino al querer e
a ver cómo el uno se enlaza con el otro. Las contradicciones 1111pcdir su destrucción.
que en apariencia más repugnan a la voluntad, sirven única- Sin duda, ésta es una manera de hablar a la imaginac1on.
mente para sacar a la luz su invencible adhesión a sí misma. 1'no, al contrario, bajo estas palabras, que, sirviendo para orien-
A través de lo que niega, la voluntad se afirma y se construye 1.11 la mente, parecen falsear los procedimientos naturales del

(
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384 P.IV. El ser necesario de la acción 1 El conflicto 385

pensamiento con una especie de artificial precisión, es necesario 1,.1111ralcs. En una palabra, todo lo que se ha querido hasta
discernir una más precisa, certera, inmediata acción de la .vo- 11¡11i no puede ya no ser, y tampoco puede ya permanecer
luntad, de una voluntad que no tiene necesidad de operaciones hllnplemente siendo lo que es. Esta doble necesidad, en apa-
complicadas, ni de sabia dialéctica, ni de ocasiones sucesivas 1l r l id a opuesta, está igualmente fundada sobre un único pro-
para llegar a esta conclusión: «Yo quiero; y si nada de lo que 111 •~ito totalmente consecuente consigo mismo. Y es precisa-
he querido me satisface; más aún, si no quiero nada de lo 11 1, 111e la unidad de ese determinismo la que lo hace inteligible.

que es y de lo que yo soy, es porque me quiero a mí misma


más que todo lo que es y que todo lo que yo soy».
¿Cesamos acaso de desear lo que hemos deseado debido a III
que no hemos conseguido en seguida lo que anhelamos? No:
lo deseamos más, deseamos todavía más. No hemos pensado ¿ l~n qué profundidades nos encontramos sumergidos? No
que todo ese orden espléndido de los fenómenos en el que 'lll<'ri endo nada de todo lo demás, nos queremos no obstante
la ciencia se mueve a su gusto sea demasiado. Más bien con- 1 11osotros mismos. Y, queriéndonos a nosotros, ratificamos
sideramos que es demasiado poco. Y cuando dolorosas con- t• 111cllo que hace que todo lo demás sea para nosotros. Todas
tradicciones nos arrancan de las manos lo que pensábamos l,1\ ;tparentes contradicciones que una tras otra parecían gravitar
tener, ¿ocurre acaso que, al quitarnos el alimento, nos quiten ~, ,l>rc nosotros, helas ahí ya justificadas y como admitidas.
también el apetito? Tanto si se abraza como si se desdeña el 1'('l'o, a medida que la necesidad retrocede ante una voluntad
objeto ofrecido al deseo, siempre es una misma aspiración la , ¡11e la toma como apoyatura, ¿no reaparece aquélla, detrás de
que excita esa hambre o provoca esa repulsa. Las satisfacciones 1, ,do, todavía más autoritaria? A medida que el determinismo
aparentes o transitorias han podido enmascarar esta necesidad, 11Jt11jnúa desenvolviendo su cadena, ¿no iremos a recaer bajo
pero ahí estaba presente. Las pruebas la descubren. En lo que r l golpe del más tiránico de los despotismos? Nos ha impuesto
se quiere y en lo que no se quiere, hay algo que se quiere ,·I querernos a nosotros mismos, nos ha impuesto el imponer-
por encima de todo. Por eso, en la acción querida se encuentra nos a nosotros mismos.
un contenido real cuya amplitud la reflexión todavía no ha No escapamos a la necesidad de darnos cuenta de esa
,..,precisado. 1111sma necesidad. Esta tiene en la conciencia su contragolpe
~ Parece que son todas ellas conclusiones negativas: imposi- nhligado y su expresión natural. Es preciso, en este momento,
J bilidad de detenerse e imposibilidad de satisfacerse. Pero, por ,l,•tc.;rminar cómo se manifiesta al pensamiento. En efecto, del
lo dicho, son totalmente positivas. Significan la necesidad no <, ll1 flicto que atormenta a cualquier conciencia nace inevitable-
de retroceder sino de avanzar. El testimonio más seguro es 111ente una suprema alternativa, y esta alternativa forzosamente
aquel que, equivocado según .una superficial apariencia, declara li:1hrá que resolverla. La ciencia debe seguir el determinismo
en realidad contra aquello que cree tes ti ficar. Por tanto, allí , le la acción hasta esta cuestión, hasta esta necesaria solución.
donde se dice: nada del fenómeno, insuficiencia del fenómeno, Sin duda, este trágico problema no se marufiesta a las
fracaso e insignificancia de la acción humana, hay que traducir , qnciencias bajo esa forma abstracta. Pero poco importa la
por: necesidad e imperiosidad de otra cosa, respecto de la cual manera de exponer el conflicto que surge en nosotros, si de
el fenómeno parece nada en realidad. De manera que, a la hecho surge. La vida es más sutil que cualqwer análisis, más
inversa, utilizando el lenguaje de las apariencias, es esa cosa la lngica que cualquier dialéctica. Lo que se experimenta de en-
que parece nada porque está fuera de los fenómenos. Pero sin 11 ,,da, sin que haya necesidad de expresarlo, es que la voluntad
esa realidad los fenómenos no existirían, y sin los fenómenos rHJ se contenta con ninguno de los objetos que ha querido.
nosotros no conoceríamos esa realidad. S1,·mprc hay algo menos en lo que es hecho o deseado que
Así, de un mismo querer proceden tanto el propósito de 1·11 d hecho de hacer y desear. El resultado parece como una
afirmar el fenómeno como la imposibilidad de detenerse en él, 1 .1ricatura o una falsificación de su verdadera causa. Por con-

tanto el movimiento de contradicción que parece hacer fracasar ·ag uicnte, la dificultad inicial permanece íntegra: ¿es posible
a la acción como la indestructibilidad de todas estas aspiraciones , ¡trncrsc a sí mismo?, y ¿cuál es el verdadero sentido de esta
386 P.IV. El ser necesan·o de la acción

pretensión? Dividido entre lo que hago sin quererlo y lo que


quiero sin hacerlo, me encuentro siempre como excluido de
mí mismo. ¿Cómo entrar en mí y hacer que entre en mi acción TERCER MOMENTO
lo que ya está sin duda en ella, pero sin mi conocimiento y
sin mi aceptación? ¿Cómo adecuar el sujeto al sujeto mismo? El único necesario
Para quererme a mi mismo plenamente, es necesario que quiera
más de lo que hasta ahora he sabido encontrar.
Al enfrentarme a la suprema necesidad de la voluntad, debo
establecer aquello que quiero, a fin de que pueda, de modo l ,A INEYlTABLE TRASCENDENClA DE LA ACClÓN HUMANA
totalmente pleno, querer querer. Sí, es preciso que me quiera a
mi mismo, pero es imposible que me logre alcanzar directa-
mente. De mí a mí mismo hay un abismo que nada ha podido
llenar. No existe escapatoria posible, no existe un pasadizo por ( )bservemos con una mirada el camino recorrido bajo el
el cual avanzar solo. ¿Qué es lo que saldrá de esta crisis? impulso del determinismo inflexible. Es imposible dejar de plan-
,, ll'M ; el problema de la acción, imposible darle una solución
Imposible detenerse, imposible retroceder, imposible avanzar solo: 111 ¡1,;11iva, imposible reencontrarnos, ni en nosotros mismos ni
de este conflicto que se plantea en toda conciencia humana surge , 11 los demás, tal como queremos ser. En suma, es imposible
por fuerza el reconocimiento de «el único necesario». Que se acierte ,1, 1c11erse, retroceder o avanzar en solitario. Dentro de mi
a nombrarle o no, es el camino por donde es imposible no pas,1r.
Además, en este punto no se trata de buscar una definición metafis1ca " , ti'm hay algo que yo no puedo aún compre nder ni adecuar,
de él. Es preciso considerarlo no en la medida en que el conocimiento ,lgt> que me impide recaer en la nada, y que es tal cosa sólo
presume de penetrar en su campo, sino en la medida en que su I" 11 <Jlle no resulta ser nada de lo que yo he querido hasta
acción penetra y promueve la nuestra. El entra también en el dina- d !Dra. Aquello que voluntariamente he logrado no puede ni
mismo de la conciencia: gracias a la presencia de ese pensamiento 1q1rimirse· ni mantenerse como tal. Este conflicto es el que
que trabaja calladamente los espíritus, la vida voluntaria reviste for- , plica la obligada presencia en la conciencia de una afirma'ción
zosamente un carácter de trascendencia. El c~nflicto, por tanto, se 111 ll' Va. Y es la realidad de esta presencia necesaria la que hace
resuelve en una ¿!ternativa que, ante los términos contradictorios del 111 ,,ible en nosotros la conciencia de ese mismo conflicto. Hay
dilema, exige una opción suprema y ella sola permite a la voluntad
quererse libremente a sí misma tal cual desea ser para siempre. 1111 «único necesario». Todo el movimiento del determinismo
1111\ lleva a este término, ya que de él' es de donde parte el
11 lnido determinismo, cuyo sentido pleno es el de devolvernos

, 1·sc término.
t>cro que no se entienda mal. A pesar de una apariencia
dt 1k-ctica, en esta argumentación no hay nada, absolutamente
11.111.1, que sea una deducción. Lo que constituye la fuerza de
l, prue ba es que manifiesta simplemente la expresión real de
l I voluntad. Aquí la demostración no es fruto de una cons-
1111l"!'ió n lógica del entendimiento. No se trata de inventar nada,
111 di.: meter dentro de la acción voluntaria algo que no estuviera
\ ., l ' n ella. Se trata de captar precisamente lo que ya se en-
• 11,·111ra allí y que, por consiguiente, se expresa de un modo
11n 1·~ario por la conciencia y se manifiesta siempre en ella bajo
.1lp.11n:1 forma. Se trata de una incógnita que hay que descubrir,
11r 111 más por un complemento de inventario que por un pro-
• 1 "1 de inventiva, más bien en razón de un enriquecimiento
388 P.JV. El ser necesario de la acción l El conflicto 389

de la vida activa que por una estéril satisfacción del espíritu. 11,, i-~itante. Una prueba que no es más que un argumento
El problema no está en saber si ese «único necesario» es el (, •pH o permanece siempre abstracta y parcial; no conduce al
término abstracto de un razonamiento, sino si él mismo podrá ., 1, 110 une necesariamente el pensamiento a la necesidad real.
reintegrarse como una verdad viva dentro del desarrollo de la I'," rl contrario, una prueba que resulte del movimiento total
acción querida. , 1, In vida, una prueba que es la acción entera, tendrá esa
En efecto, ¿qué importan todos los ídolos, más o menos 11111:1lidad apremiante. Para adecuar la fuerza espontánea con
depurados, que la inteligencia humana consigue proponerse a 1, , xposición dialéctica es preciso no dejar al espíritu ninguna
sí misma? No será, ciertamente, porque se dé la más exacta , ,1 11patoria. Lo propio de la acción es, en efecto, formar un

formulación del ser por lo que lo poseeremos mejor en sí 1...ln. Es por medio de ella como se unen, en una síntesis
mismo. Y puede ser que sea mejor quizá perseguirlo siempre , 1, 111ostrativa, todos los argumentos parciales. En su aislamiento
sin pretender haberlo alcanzado para no dejar de alcanzarlo al , 111 estériles; por su unidad son probativos. Solamente al precio
cesar en su búsqueda. Amem non inveniendo invenire potius, quam , 1, i·sta condición los argumentos imitarán y estimularán el
inveniendo non invenire te! Los maestros de la vida interior recalcan 1111 ,vimiento de la vida. Emanados del dinamismo de la acción,
que, «en los actos de la voluntad, cuando pensamos en la .,11,1rdarán forzosame nte su eficacia.
presencia de este único necesario, se requiere por nuestra parte
una mayor consideración que si utilizamos el entendimiento
por medio de la reflexión». En efecto, más esencial que el I
concepto con que se le define es la forma con la que se logra
proponer necesariamente a la acción voluntaria como un fin, 1!ablando con rigor, nada cuya necesidad no se haya esta-
como un fin trascendente, pero que ya está de antemano en 1,1, t ido queda demostrado científicamente. No es suficiente,
ella. Sin conocer su nombre ni su naturaleza, se puede adivinar I'•'' ·' fundamentar una verdad real, el suponer que lo es, mos-
su proximidad y casi experimentar . su contacto, del mismo 1, ,,ndo que nada impide que lo sea. Es necesario suponer que
modo que en el silencio de la noche se escuchan los pasos y 11,, lo es, ·mostrando de hecho que es imposible que n?. lo
se da la mano a un amigo al que todavía no se le reconoce · , ,t Cuando se han cerrado todas las salidas, entonces la con-
con claridad. , l11 ~ión se impone.
Sin duda, la exactitud de las definiciones metafisicas no es 1)e esta forma ha sido necesario, desde el comienzo de
vana en manera alguna. Como se ha visto, proporcionan su , ~1.1 investigación, cerrar sin retorno la vía de la nada. Esta
eficacia original y se adentran en el interior del dinamismo 1t h ,1 de la nada no efilste sin la idea de o'l:ra cosa. El argumento
general de la vida voluntaria. Y, sin embargo, no son los •Jt1<· quizá se pueda llamar con la mayor razón ontológico es
conceptos, incluso los más exactos y ajustados, los que por sí 11111dla contraprueba que demuestra la imposibilidad del no ser
mismos nos hacen obrar y obrar bien. Las opiniones y las ,1 11,oluto fundándose sobre la insuficiencia del ser relativo.
definjciones sabias no son más que etiquetas o nombres pres- 1~n efecto, ¿en qué forma se presenta a la conciencia este
tados para poder hablar de sentimientos que nunca hemos I'' 11s11miento de la nada? En forma de una negación. ¿Y qué
conocido. Es mejor obrar que especular acerca de las ideas, , ~ !ti que se niega, para afirmarlo al final? Todo aquello que
que en algún aspecto siempre son inadecuadas. Hay que des- , ,, objeto inmediato de conocimiento y de deseo. Es decir, la
cartar aquello que en la labor del pensamiento resulta arbitrario, ¡•, .1 ndcza de todo lo demás no sirve más que para hacer resaltar
variable y artificial. En todo estado de ánimo, y en todo nivel l 1 ,·xcclencia incomparable de esa pretendida nada. Aspirando
de civifü:ación, se ofrece y se impone a la conciencia humana , ,·so y afirmándolo, lo que se quiere y se afirma de verdad
«un único necesario». Y es importante en extremo determinar , ·, no tanto aquello que se hace y que se piensa, sino más
la ciencia de ese lenguaje de todos conocido. )111·11 lo que no se puede hacer ni pensar, y que, no obstante,
No se trata de limitarse a un indefinible sentimiento de ''" se puede impedir quererlo y afirmarlo. Nuestra ciencia y
misterio, · ni de perder la esperanza de alcanzar algo con el 11111'~ 1rn acción no es nunca tal como la elaboraría una voluntad
pensamiento, ni de impedir la búsqueda de cualquier prueba h11111:1(fa a los solos fenómenos. He ahí por qué, frente a las
390 P.IV. El ser necesario de la acción l. El conflicto 391

obras realizadas y a las palabras y pensamientos definidos, ,, 111,trsc con ellos. Se sirve de ellos como de un trampolín
parece que el nombre apropiado de esa incógnita sea «muerte 1, 11 ,1 :licanzar su propio impulso. Per ea quae non sunt et apparent,
y nada», más bien que ser y vida. Para no reducirlo a las ,J r,1 q11ae non apparent et sunt 2•
determinaciones y a los símbolos que en cierto sentido lo 1.a prueba de «el único necesario» adquiere así su fuerza y
11 v,ilor en el orden entero de los fenómenos. Sin él todo es
negarían, se indica aquello que no es, y no aquello que es,
diciendo con verdad que es nada, nada de todo lo que es. 11 11 l,1, y nada puede ser. Todo lo que nosotros queremos supone

¡Hasta tal punto el hombre rebosa del imperioso sentimiento , 1111 él existe, y todo lo que somos exige que sea. Por eso, se
de que, en la acción, lo esencial sobrepasa la realidad percibida p111'dc formular de mil maneras el argumento sacado de la
o producida! , 11111 ingencia universal. Este único necesario se encuentra al
En este aspecto, la afirmación es menos exacta y la negación hllLIO y al término de todas las avenidas por las que el hombre
más verdadera. La negación penetra más hondo en la naturaleza 101,•dc adentrarse. Al final de la ciencia y de la curiosidad del
de este misterio presente en nuestros actos. Por eso, no sin , ¡11ritu, al final de la pasión sincera y dolorosa, al final del su-
razón los mís ticos han hablado magníficamente de la nada lt trn icnto y del hastío, en el culmen de la alegría y del reco-
como de la fuente profunda de donde brota la vida; las almas , 1111 11niento, ya se adentre uno en uno mismo, ya se eleve uno

religiosas ·han guardado el silencio de la adoración ante lo ti lírnite de la especulación metafisica, siempre renace la misma
inefable para no desnaturalizarlo con sus palabras, ya que nadie 11, 1 ,·sidad. Nada de lo que es conocido, poseído o hecho se
es capaz ni digno de llamarlo por su nombre secreto; los il,1~ta a sí mismo ni se aniquila. Es imposible limitarse a ello,
espíritus más grandes han temido negar esa misteriosa realidad I" 1 o también es imposible renunciar a ello.
al intentar expresarla con una definición positiva; y los cora- Comprendido de esta manera, el argumento a contingentia
zones amantes han creído ver en el ateísmo una forma, la más 111 11c un carácter totalmente distinto, un resorte más fuerte del
respetuosa en su opinión, de la piedad delicada y profunda. •1111,: ordinariamente se ha pensado. E n lugar de buscar lo
Bajo todos estos velos se oculta un homenaje al ser. Es la nl'ccsario fuera de lo contingente, como un término ulterior,
nada la que lo profesa forzosamente. Por cualquier lado que li, i.;ncuentra en lo contingente mismo como una realidad ya
se mire se le encuentra, y huir de él es también una manera 1•1 esente. En lugar de convertirlo en un soporte trascendente
de ir hacia él y de caer en sus manos. So/us est qui .frustra ¡u•ro exterior, descubre que es inmanente al corazón mismo

·i
nunquam quaeri potest, nec cum inveniri non potes/. ,l1• todo lo que existe. E n lugar de probar simplemente la
1111posibilidad de afirmar lo contingente sólo, se prueba la im-
l'ºsibilidad de negar lo necesario que lo fundamenta. En lugar
II d,· decir: «Ya que en un momento nada existe, eternamente
11:1da existirá», se llega a esta conclusión: «Puesto que algo
Pero este reconoc1m1ento necesario sólo alcanza todo su rxiste, el único necesario existe eternamente». En lugar de
sentido y precisión por medio del complemento de otra lección. .tpoyarse sobre la ficción de un ideal necesario, se apoya sobre
La prueba del ser, fundada primeramente sobre la totalidad de l.t necesidad misma de lo real.
«aquello que parece no ser», sólo es decisiva si se apoya al En efecto, no se trata de pretender decir que nuestros
mismo tiempo sobre la totalidad de «aquello que parece ser». ,1rtos no sean nada y que los fenómenos estén totalmente
Efectivamente, ¿cómo se puede poner en evidencia la plenitud v:icíos. Esto sería negar la experiencia común. En aquello que
de la nada y la necesidad del ser que esconde, si no es haciendo hace, en la vida de los sentidos, en los actos y en sus goces,
uso de los fenómenos y la pru~ba de su insuficiencia? Al el hombre experimenta a la vez una extraña indigencia y una
desarrollarse en el mismo universo, la voluntad adquiere más .llln más extraña plenitud. Que no se le diga, pues, que esa
claramente conciencia de sí misma y de sus exigencias. La
naturaleza, la ciencia, la conciencia, la vida social, el campo 2 B1.0NDEL escogió como fórmula para su «ex libris» la expresión per ea

metafísico, el mundo moral no son para ella más que una serie ,¡11,1f vident11r et abSllttl ad illa q11ae non vident11r et s11nt, similar a la de este texto,
de medios. La voluntad no puede ni renunciar a ellos ni con- y de claras resonancias bíblicas (NE).
392 P.JV. El ser necesario de la acción l. El conflicto 393

vida, que esos asuntos que le interesan, que incluso esos goces , ,1 ,11 nid:t es superada por un ideal siempre emergente. Paso a
por los que se encuentra fascinado son algo sin consistencia. I ' 1•11,, d pensamiento sobrepasa a la práctica, y la práctica
Percibimos que en todas esas vanidades hay ya algo más, que , d11 t pasa al pensamiento. Es preciso que lo real y lo ideal
nosotros desconocemos. Y si, a medida que se toma gusto a , , ,111, itlan, ya que esta identidad se nos da de hecho, pero se
los fenómenos, parece que el apetito crece sin saciarse jamás ,,. " da. sólo para desaparecer en seguida. ¡Extraña condición
en ellos, es porque siempre, cuando queremos y para querer ,1, \ ida esa mutua y alternante propulsión de la idea y de la
esto poco, 9• 1 eremos también y sobre todo otra cosa. 11 , 1, ,ni Como dos móviles con una velocidad periódicamente
Así, el orden entero de la naturaleza viene a ser para ,1¡11'1 ente se alejan y se acercan en cada vuelta para coincidir
nosotros necesariamente un garante de aquello que lo sobrepasa. , 11 un punto, no parece sino que todos nuestros comporta-
La necesidad relativa de lo contingente nos revela la necesidad 1,111·11tos oscilan alrededor de un centro de coincidencia al que
absoluta de lo necesario. Sin duda, en la noción de esos fe- 1111 se atienen nunca, ya que lo sobrepasan constantemente.
nómenos que tienen, por decirlo de algún modo, su substancia Po r tanto, no es de nosotros mismos de donde sacamos
fuera de ellos mismos, en esa forma de existencia imperfecta 111 la luz de nuestro pensamiento ni la eficacia de nuestra
cuya definición no podemos aquilatar, subsiste, a la luz de la 11 < ión. Energía encerrada en el fondo de la conciencia, verdad
razón, una ambigüedad desconcertante. Parece que tenemos , 11w nos es más íntima que nuestro propio conocimiento, poder
bastante ser como para no poder prescindir de él; demasiado , 1111:, en todo momento de nuestro desarrollo, proporciona la
como para distanciarnos de él, pero demasiado poco como 111crza, el impulso y la claridad necesarias. Todo esto está en
para contentarnos con él en contra de nuestros deseos, ya que 11,1sotros sin que proceda de nosotros. Estamos abocados ne-
no lo tenemos más que para experimentar que no lo poseemos. , ,·sariamente a concebir este misterio real sólo en la medida
Pero el verdadero carácter de lo contingente es éste: lo con- , n que de un solo golpe descubrimos en él una potencia y
tingente participa en la necesidad de lo real sin compartir su 1111a sabiduría que nos sobrepasan infinitamente.
privilegio. Lo que es, existe necesariamente mientras es, aunque Es preciso entender bien el alcance de esta prueba. Reúne
por naturaleza no tiene nada de necesario. 1odo lo que nosotros hemos encontrado, fuera de nosotros o
He ahi por qué las cosas visibles, las ciencias humanas, los 1•11 nosotros mismos, de inteligibilidad, de inteligencia, de mo-
fenómenos de la conciencia, las artes y las obras, ea quae nec vimiento y de fuerza, de verdad y de pensamiento, a fin de
sunt, nec non esse possunt, tanto en nosotros como fuera de mostrar en ello el común principio. La ad mirable armonía del
nosotros exigen «el único necesario». Y si estas sombras de universo visible, la armonía, quizá más maravillosa, de las cien-
ser tienen un fundamento sólido es porque, para sostenerlo, l'ias, el mecanismo de la conciencia y todo el bello complejo
él mismo se constituye en su invisible apoyo. , le las obras humanas vienen así a colgarse de esta clave de
bóveda como para probar su solidez. Por tanto, este argumento
puede también revestir mil formas diversas, pero su esencia
III consiste en revelar, en todo aquello que se mueve, se orgaruza
o se conoce, una fuente común de poder y de sabiduría. Si
¿ En qué consiste esa misteriosa incógnita que no es ni la rodo lo demás se resume y se funda en nuestra acción y
nada ni el fenómeno, aunque no se pueda entender la nada nuestro pensamiento, nuestro pensamiento y nuestra acción no
ni el fenómeno sin incluirla dentro del pensamiento que los se fundan ni se fecundan mutuamente más que gracias «al acto
admite? Para encontrarla no podemos partir de ella, en la cual puro del p ensamiento perfecto».
no estamos, sino que hemos de partir de nosotros mismos De esta manera, la prueba teleológica, lo mismo que el
donde ella está. argumento cosmológico, aparece renovada y confirmad~ por su
E n nuestro conocimiento, en nuestra acción subsiste una L1nión con las demás. Presentarla aisladamente es qwtarle lo
constante desproporción entre el objeto mismo y el pensamie~- mejor de su valor. Toda demostración que no está a la altura
to, entre la obra y la voluntad. Sin cesar, el ideal concebido de su objeto, y que demuestra menos que lo que de_b_e, es
es superado por la operación real, y, sin cesar, la realidad vacilante. Imponerle una carga más pesada no es d cb1l1tarla.
..
-

v'
P.IV. EJ se,- necesario de la acción l El conflicto 395

Para ser demostrativa debe probar todo cuanto hay que probar. 111ravieso sin cesar. Por eso el orden, la armo1úa, la sabiduría
Por consiguiente, no basta determinar, a través de un silogis_mo, que descubro en nú y en las cosas no es simplemente un
la armonía de los medios, la grandeza de los fines y la necesidad efecto a partir del cual un razonamiento me obligara a ascender
de una causa sabia e inteligente capaz de ordenar el universo hacia una causa ausente de su obra. Esa armonía y esa belleza
y el pensamiento. La verdadera prueba teleológica va más allá. no las puedo considerar como constituidas y subsistentes en
Muestra que la sabiduría de las cosas . no está en las cosas, ~í mismas, ni las hago premisas de una deducción. No invoco
que la sabiduría del hombre no está en el ho?1bre. No ~e ningún principio de causalidad, sino que en la sabiduría im-
limita a presentar la obra y al obrero para descubrir la presencia perfecta de las cosas y de mi pensanúento es donde encuentro
y los designios del uno derivados_ d~ las cualidades_ del otro, h presencia y la acción necesaria de un pensamiento y de un
sino que busca de qué modo coinciden el pensarruento y la poder perfectos.
acción y por qué medio se unen la sabiduría y el_ poder. Toma Aunque hallo en mí esta presencia y esta acción, no puedo
como punto de partida no solamente lo que esta ya realizado, decir que sean mias. Este «único necesario» tiene razón de ser
sino incluso aquello que se realiza y se perfecciona sin cesar. solamente porque nosotros no nos adecuamos con nosotros
La Causa que ella afirma no la mide en razón de la proporción mismos. Para alcanzar la ecuación de riuestra acción voluntaria
de los efectos, sino que, al reconocerla en ellos, la coloca fuera hace falta observar en nosotros, hasta el fondo, donde termina,
de ellos y encuentra en la belleza relativa de las cosas el :iquello que es lo nuestro. Así como la pureza de una mirada
principio mismo de toda belleza. , , se aprecia en el espejo de una mirada pura, así la conciencia
Bajo su forma abstracta, he ahí como este__argu~ent?, tan 1
sólo se conoce a la luz de la vida interior a la propia vida.
rico en varios aspectos, se presenta a la refleXlon. Ni m1 pen- 1~n el fondo de mi conciencia hay un yo que ya no es yo; en
samiento puede adecuar mi acción, ni mi acción puede adecuar él se refleja mi propia imagen. Yo no me veo más que en él.
mi pensamiento. E n mi se da la despropor~ión entre _la causa Su impenetrable misterio es como el reflejo que refleja en mi
eficiente y la causa final, y, sin embargo,_ ru la una_ ~- la otra la luz.
pueden ser en mí lo que ellos son ya sin la mediacion per- Pero si él es en mí más que yo, sin embargo no es yo
manente de un pensamiento y de una acción perfectos. Todo más que en cuanto yo no soy él. No me adecuo conmigo
lo que hay de belleza y de vida en las_ cosas, todo lo_ que hay mismo porgue no me adecuo con él. No es, pues, la cara
de luz y de poder en el hombre encierra, en su misma im- oscura de mi pensamiento, ni el revés invisible de mi conciencia
1
perfección y debilidad, una perfección soberana. Así se deter- y de mi acción, como si no pudiera verlo más que en mí, y
mina esta triple relación. Es en nosotros_ y en lo _re~l, que como si toda su realidad consistiera solamente en la idea que
,1osotros descubrimos como en una especie de espe¡o imper- tengo de él. Estoy necesariamente obligado a concebirlo sólo
Íl'clo donde se da esta inaccesible perfección. Y, sin embargo, 1
en cuanto que me siento por necesidad impelido a reconocer
ni ,H;sotros podemos confundirnos con ella, ni podemos tam- lo que me falta en aquello mismo que hago, es decir, la
p<><'O con fundirla con nosotros. identidad absoluta de lo real y de lo ideal, de la potencia y
l ,a fuerza de esta prueba está en poner su punto de apoyo de la sabiduría, del ser y de la perfección. He ahí lo que él
en nul'Nlra experiencia más íntima. No es haciendo la suma es para que yo sea lo que soy. Los términos solidarios del
¡k, n111:s1r:1s pequeñas cualidades ni extrayend? de las cosas__ la misterio que se impone a mi conciencia son aquel pensamiento
bcllczn y el poder que manifiestan, no es ru por _a~stracc1on y aquella voluntad sin los cuales no habría ni pensanúento ni
ni por contraste como nosotros descubrimos al «uru~o n:ce- voluntad en mí, y que, al mismo tiempo, ni mi pensanúento
sario», como si fuera un ideal exterior a nosotros y sm ra.ices '
ni mi voluntad pueden comprenderlos. Sólo tengo razón para
en nuestra vida. Lejos de ser una proyección o una especie afirmarlo debido a que resulta para mi, a la vez, necesario e
de prolongación ficticia de mi pensamiento y de mi actividad, inaccesible. Es aquello que no puede ser hecho ni pensado
está precisamente en el centro de _lo que pienso y de lo que por mí, aunque yo no pueda hacer o pensar nada más que
hago. Yo lo envuelvo, y para pasar del pensamiento a la acción por medio de él. Y si me resulta inaccesible no es debido a
11 o de la acción al pensamiento, para ir de mí a mí mismo, l? defecto de ser o de claridad en él, sino en mí. Es, pues,

:
l
/
196 P.JV El ser necesario de la acción l El conflicto 397

aquello que yo no ,puedo ser: pensamiento total y acción total. 1•:s verdad que para alcanzar al «único necesario» no lo cap- \))
No le conozco en verdad más que en cuanto me resulta tamos a él mismo en sí mismo, donde nosotros no estamos,
incomprensible. ¿No sucede, quizá, que, debido a la potencia sino que partimos de él en nosotros, a fin de ver mejor que
de una luz cuyos rayos desdibujan los contornos de los objetos, n iste comprendiendo un poco lo que es. Estamos obligados
se da a veces, como en el esplendor del misterioso Oriente, :1 afirmarlo en la medida en que tenemos su idea en nosotros,
una profundidad más impenetrable que en el seno de una ya que esta <:.@!~tna idea ' es una realidad. A medida que, por
oscuridad, donde al menos se puede llevar la luz? una experiencia mas comp1eta y una reflexión más penetrante,
110s descubrimos mejor a nosotros mismos lo que no somos,
más claramente vemos aquello sin lo cual no seríamos. Cono-
IV cerle y además poseerle forman un único todo. La luz en la
cual me ve es aquella misma en la que yo le veo y me veo
Del _mismo modo, e] argumento ontoló ~ va a recuperar a mí mismo, ya que es la misma luz en que se ve en primer
un sentido y una fuerza ñuevos. No resulta indiferente en la lugar a sí mismo.
exposición dialéctica de las pruebas el seguir un orden u otro. ¿Qué es lo que nos revela toda tentativa realizada para
De lo contrario, nos exponemos a considerar ]a idea de per- penetrar e] misterio mismo de la perfección? (ya que la prueba
fección como una ficción arbitrariamente construida sin fun- ontológica no es sino un juego de entidades si le falta ese
damento real, siendo así que es una. realidad totalmente viva coraje y ese alcance necesarios). Si la perfección resulta un
en nuestra conciencia y que toma de nuestra acción integral misterio para nosotros, no es porque ella no nos sea manifiesta
todo lo que hay ya de certeza positiva en nosotros. La idea o porque no se conozca a sí misma. AJ contrario, es porque
., de perfección resulta para nosotros no tanto una representación necesariamente pensamos que ella nos conoce y se conoce a
sí misma de modo absoluto. Para nuestros ojos, su oscuridad
cuanto una vida*. No es el resultado de una especulación, sino
\l que está ligaqa a todo el movimiento del pensamiento y de la está hecha de un exceso de luz. Mientras en nuestros actos
experimentamos una desproporción irremediable, en e] suyo
1acción. No es una abstracción, de donde sólo se podría sacar afirmamos una inmediata identidad. Nos parece impenetrable
algo abstracto, sino un acto ~ue hace obrar. No es un idea]
\~l clc donde se pr~ñclíera sacar lo real, ~ na realidad en la debido a lo que conocemos de ella. Su intimidad inaccesible
\ cual se encuentra un ideal. Por tanto, no hay que buscar en ' no se nos escurre en cuanto que sea algo extraño, sino en
~•!I! aquello que únicamente permitiría fundamentar una obje- cuanto que nos resulta más interior que nuestro propio interior.
c1nn contra ella, una realidad distinta del ideal mismo. (b-o que nos desconcierta en nosotros es que no nos podemos
Así pues, es legítimo en este punto, y solamente en este :idecuar con nosotros mismos; Jo que nos desconcierta, en ella
¡,unto, identificar la idea y el ser, ya que bajo esta identidad obm~JEs
es _la absoluta ecuación e~tre el ser, el conocer y _el un
ah~Imcl a colocamos ante todo la identidad del pensamiento y suieto en que todo es suieto, hasta la conc1enc1a que tiene de
dt· l:1 aecié,n. Por tanto, no hay que decir solamente que vamos sí, hasta la íntima operación por medio de la cual se realiza,
~k: la kh.:a al ser~-:-0._~y que deór que encontramos primer.o la encontrando una respuesta igual a su llamada y un amor co-
i tdca cn d ser y el ser en Ja acción. D~iendo en nowros r~cspondiente al suyo. Y como la personalidad no puede estar
aislada, siendo una sólo en cuanto no está sola, hablar de esta
~ b pt:1 fu cic'!n real ea~o~ _ la perfección id~ l. Si ..se puede 1
cxpn:snr :1s1, r.asamos de nosotros a ella a fin de pasar de ella 1 misteriosa perfección como si la ex.istencia se diferenciara en
ella del conocimiento o el conocimiento respecto de la acción,
( \ clln. S111 eluda, la prueba ontologica no tiene nunca para
a
sería rebajarla al nivel de las imperfecciones que, reconocidas
nosotros todo el valor que tiene en sí. En efecto, sólo es
absoluta en tanto que tiene la idea perfecta de la perfección en nosotros, nos inclinan a atribuírselas a ella. Esta sin la
misma, en tanto que la esencia es real y la ex.istencia ideal. trinidad es más incomprensible de lo que la trinidad misma lo
es para el hombre. La trinidad es el argumento o ntológico
* Blondel hace aquí un juego de palabras dificil de traducir: la idea de llevado a1 plano de lo absoluto, allí donde la prueba no es ya
perfección, afirma, es «moins une v11e q u'une vie,> (p.348 de la edición original). una prueba, sino ]a verdad misma y la vida del ser.

1: •

,.
398 P.IV. El ser necesario de la acción l El cotif!icto 399

Y esta necesaria verdad no es disminuyéndola o evitando ante aquel a quien, en todas las lenguas y en todas ]as con-
definirla con precisión como se Ja hará más accesible a] pen- ciencias, se le reconoce con una sola palabra y un solo sen-
samiento. O todo o nada. Y es imposible que sea nada. Es timiento: Dios.
más fácil, es más científico reconocer el máximo de la verdad
necesaria que el contentarse con un mínimo vago e indeter- V
minado. Lo supersticioso es el limitarse a un argumento parcial
o a una conclusión fragmentaria. Considérese la noción de una Tan pronto como se aborda a Dios, y tan pronto como,
causa primera o de un ideal moral, la idea de una perfección a través de Ja primera reflexión que nos lleva a él siempre
metafisica o de un acto puro. Todos estos conceptos de la presente y siempre novedoso, nos despertamos a la claridad
razón humana son vacíos, falsos e idolátricos si se los considera de su presencia, se produce una especie de bloqueo inmediato
separadamente como representaciones abstractas, pero son ver- y no se avanza más.
daderos, vivos y eficaces cuando, al considerarlos solidarios, Sí que se avanza más. Bajo cualquiera de las formas en
resultan no un juego del entendimiento, sino una certidumbre que se manifiesta a la conciencia, Ja idea de Dios es introducida
práctica. Aquel1o que el trabajo discursivo del pensamiento hace por un determinismo que nos Ja impone. Nacida necesariamente
largo y estéril, se convierte en inmediato y práctico si, dentro del dinamismo de la vida interior, produce, de manera necesaria,
de la multiplicidad de las pruebas, se reencuentra el modo de 1
un efecto y tiene una influencia inmediata sobre Ja organización
ofrecerlas todas juntas. Todas juntas son más simples y más de nuestra conducta. Ahora es preciso determinar esta acción
directas que cada una por separado.· Valen solamente debido necesaria de la idea necesaria de Dios. Vamos a descubrir
a su unidad sintética. Ya que, debido a esta misma trabazón, cómo el acto voluntario reviste inevitablemente un carácter
reproducen el movimiento de la vida y lo conservan, provienen trascendente, y cómo esta necesidad es Ja expresión misma de
del aprendizaje de la acción y vuelven a la acción para enri- la Jiber_tad. De esta manera, gracias al juego del determinismo,
quecerla y animarla. el conflicto que ha surgido en la conciencia se resuelve for-
Es ciertamente en la praxis misma donde ]a certeza del zosamente en una alternativa que propone a la voluntad hu-
«único necesario» tiene su fundamento. En lo concerniente a mana una opción suprema.
la complejidad integral de la vida, sólo la acción es, a su vez,
necesariamente completa e integral. Ella se refiere al todo. Y I. La idea de Dios en nosotros depende doblemente de
por eso, de ella y sólo de ella surge Ja presencia indiscutible nuestra acción. Por una parte, debido precisamente a que, a]
y la prueba apremiante del Ser. Las sutilidades dialécticas, por actuar, encontramos en nosotros mismos U!IB ig_finita despro-
lar¡.,ras e ingeniosas que sean, no van más allá que lo que una Ro.r.ciQp., por eso nos vemos cons.!Teñidos a buscar la ecuacion
piedra lanzada por un niño contra el sol. Es en un instante, de nuestra p.ro_pia._._ac..óón en el infinito. Por otra parte, debido
~·11 lll1 solo impulso, por una inmediata necesidad como se nos 1
a que, al afirmar Ja absoluta perfección, no conseguirnos nunca
rnanifil'sta at¡11e/ a quien ningún razonamiento puede encontrar, adecuar nuestra propia afirmación, por eso nos vemos obligados
yn tJlll' ninguna deducción iguala la plenitud de la vida operante; a buscar su complemento y su esclarecimiento en la acción.
y l·I es csa misma plenitud. Solamente el desarrollo total y El pro?lema planteado por la acción sólo lo puede resolver { (
concreto de la acción le revela en nosotros, no siempre bajo la acc10n. l
aspt:ctos r<:conocibles por el espíritu, sino de tal manera que Cuando se pieos.a_91!<:: ~ _cQ.nQc.e. suficientemente. a P.ios,
hace de él L1l'la verdad concreta y la vuelve eficaz, útil y al- ya__110 se Je conoce más. Sin duda, e] momento de su aparición
can:cable por parte de la voluntad. en Ja conciencia se asemeja de tal modo a Ja eternidad que
/\1 término, rápidamente alcanzado, de lo que es finito se tiene como temor de entrar en ella enteramente, con la 1

mirada hacia el resplandor que sólo está iluminado para oscu- 1


desde la primera reflexión, he aquí que nos encontramos en
presencia de aqucUo que el fenómeno y la nada ocultan y recer Ja noche. Pero de tal modo permanece Ja mezcla de luz
manifiestan por igual, en cuya presencia nunca se puede hablar
L
¡' y de sombra, que Ja presunción de quien cree ver y ]a pre-
de memoria como si se tratara de un extraño o un ausente, 1 tensión de quien finge ignorar son igualmente confusas. Contra

1
400 P.IV El ser necesario de la acción l. El conflicto 401

los excesivamente clarividentes hay que sostener que, en aquello la presencia o reconocer claramente la acción de Dios en
que nosotros conocemos y queremos, Dios permanece como nosotros. Para reconocerla o hacer uso de ella no · es indispen-
lo que nosotros no podemos conocer ni producir. Contra los sa ble llamarle por su nombre o determinarlo de algún modo.
voluntariamente ciegos hay que mantener que, sin complicación 1ncluso podemos negarle sin privar a nuestros actos de su
dialéctica ni amplios estudios, en un abrir y cerrar de ojos, alcance necesario. Al negarle no se hace sino desplazar el
Dios es, para todos y en todo momento, la certeza inmediata o bjeto de la afirmación, pero la realidad de los actos humanos
sin la cual no hay otra, la claridad primera, la lengua conocida no es modificada en el fondo por el juego superficial de las
sin haberla aprendido. El es el único que no puede ser buscado ideas y de las palabras. Es suficiente que, incluso enmascarado
en vano, sin que, por otra parte, pueda nunca ser encontrado y encubierto, el bien universal haya incitado secretamente a la
plenamente. Nemo te q11aerere va/et, nisi qui pri11s invene,it: vis igitur voluntad para que la vida entera quede sellada por esta im-
invenin· 11t q11aeraris, quaeri ut inveniaris; potes q11idem q11aeri et inveniri, pronta indeleble. Para escuchar su llamada o experimentar su
non lamen praeveniri. contacto no hay necesidad de mirarle de hito en hito. Lo que
En el momento en que parece que se toca a Dios con un surge por fuerza en toda conciencia humana, lo que tiene en
destello del pensamiento, él se evade si no se le retiene y se la práctica una eficacia inevitable, no es el concepto de una
le busca por m edio de la acción. Su inmovilidad no puede ser verdad especulativa que haya que definir, sino la convicción,
captada como un objetivo fijo, sino a través de un perpetuo t1uizá vaga, pero certera e incontrovertible, de un destino y de
movimiento. Dondequiera que algo se para, allí no está él; un fin ulterior que hay que conseguir. No se trata, en efecto,
dondequiera que algo se mueve, allí está él. Hay necesidad de tle esclarecer algunos detalles de la conducta o de tomar de-
ir siempre más allá, ya que él siempre está del otro lado. cisiones parciales, sino de que cada uno se ve impelido a
Cuando ya no nos sorprendemos como ante una novedad preocuparse de manera radical del aspecto integral de su vida
inexpresable, y cuando le miramos desde fuera como materia entera. Una inquietud, una aspiración natural hacia lo mejor,
de conocimiento, o como una simple ocasión de estudio es- el sentimiento d~ una misión que cumplir, la búsqueda del
peculativo, sin viveza de corazón o sin inquietud amorosa, se sentido de la vida, todo esto marca con una impronta necesaria
acabó, ya no queda en las manos más que un ídolo o un la conducta humana. Cualquiera que sea la respuesta que se
fantasma. Todo lo que se ha visto o sentido acerca de él no le dé al problema, el problema está planteado. El hombre pone
es sino un m edio para ir más allá. Es un camino: . por tanto, siempre en sus actos este carácter de trascendencia, aunque no
no se detiene uno en él, ya que en ese caso dejaría de ser se dé cuenta de ello sino oscuramente. Lo que hace, nunca
un camino. Pensar en Dios es una acción, pero nosotros no lo hace simplemente por hacerlo.
actuamos sin cooperar con él y sin hacerle colaborador con Aquí abordamos, por tanto, el principio que anima todo
nosc>t ros, por medio de una especie de teergía necesaria, que 1
el movimiento de la vida en nosotros. No es necesario haber
rein tegra dentro de la operación humana la parte del actuar resuelto ninguna cuestión metafísica para vivir, si así se puede
di vino a fin de lograr en la conciencia la ecuación de la acción decir, metafísicamente. El argumento ontológico es aplicable
volunt:iria. Y precisamente porque la acción es una síntesis del también a nosotros mismos. El pensamiento y la acción sola-
hombre con Dios, por eso está en perpetuo devenir, como mente se ponen de manifiesto en nosotros porque, en tal
t rabnj:ida por la aspiración de un crecimiento infinito. Asentado situación, la esencia se hace real y la- existencia ideal. No se
<.: n sí mirn10 y satisfecho de sí, el pensamiento es un monstruo. le puede negar sin mentirse a sí mismo; y no se le niega
Su nntumlc1/.~ consiste en introducir en el desarrollo de la vida verdaderamente, ya que la mentira no cambia en absoluto la
un dinamismo progresivo. Es un fruto de la vida solamente necesidad de las verdades que encubre. Por eso, sin atribuir
J
para convertirse en un germen de vida nueva. He ahí por qué jamás a las ignorancias y a los errores especulativos la impor-
la idea de lo trascendente le impone inevitablemente a la acción tancia que por sí mismos no tienen, es preciso considerar cuál
un carácter trascendente. 1 es el efecto necesario de Dios presente en el hombre. La
No es preciso imaginarse que, para incluir en nuestra vida 1
verdad de esta presencia tiene una eficacia absoluta, sea cual
ese carácter de trascendencia, sea siempre necesario discernir 1
sea la forma en 9ue se manifieste a la conciencia, clara o

,,
.,

402 P.n/. El ser necesa,io de la acción l. El conflicto 403

confusa, consentida o rechazada, manifiesta o anónima. Lo que ambición de ser infinitamente, es por lo que experimento mi
importa, ante todo, es el estudio de ese dinamismo superior. impotencia. No me he hecho a mi mismo, no puedo aquello
que quiero, me siento forzado a trascenderme a mí mismo. Y,
II. Nacida, por el impulso mismo del determinismo, de al mismo tiempo, no puedo reconocer esta innata debilidad
un conflicto en el seno de la conciencia humana, la idea ne- más que adivinando ya el modo de escapar de ella, por el
cesaria de Dios, a través de un último desarrollo del determi- reconocimiento de otro ser en mí, por la sustitución de mi
nismo, resuelve este conflicto planteando una alternativa inevi- voluntad por otra.
table. Así, por medio del mecanismo de la vida interior, henos
Puesto que me veo obligado a concebir y a asignar un aquí conducidos ante la alternativa que resume todas las en-
término superior a mi pensamiento y a mi acción, por eso señanzas de la práctica. El hombre por sí solo no puede ser
surge también el imperativo que me lleva a sentir la necesidad lo que ya es a su pesar, lo que pretende ser voluntariamente.
de adecuar mi pensamiento y mi vida a ese término. La idea ¿Querrá, sí o no, vivir hasta morir, si así se puede hablar,
de Dios (se sepa nombrarle o no) es el inevitable complemento consintiendo ser suplantado por Dios? O bien ¿pretenderá bas-
de la acción humana. Pero, a su vez, la acción humana tiene tarse sin él, aprovecharse de su presencia necesaria sin con-
como inevitable ambición el alcanzar y el emplear, el definir vertirla en voluntaria, robarle la fuerza para prescindir de él y
y el realizar en ella esta idea de la perfección. Lo que nosotros querer infinitamente sin querer al infinito? Querer y no poder,
conocemos de Dios es ese exceso de vida interior que reclama '· poder y no querer, ésta es precisamente la opción que se
ser utilizado. No podemos conocer a Dios sin querer, en cierto 1
presenta a la Libertad: «amarse a sí mismo hasta el desprecio
modo, llegar a serlo. La idea viva que tenemos de él, no es de Dios, o amar a Dios hasta el desprecio de sí mismo». Es
tal y no permanece viva más que si se transforma en una cierto que esa trágica oposición no se manifiesta a todos con
praxis, si vive de ella y si alimenta la acción. Aquí, como en esa nitidez y ese rigor. Pero si la idea de que hay «algo que
cualquier caso, el conocimiento no es sino una consecuencia hacer en la vida» se presenta a todos, ello es suficiente para
y un origen de actividad. que hasta los hombres más rudos se sientan llamados a resolver
Pero ¿en qué enredo nos hemos metido? El hombre ex- el gran asunto, el único necesario.
perimenta una inv:encible necesidad de hacerse con Dios. Es Por tanto, el determinismo de la acción termina por suscitar
precisamente porque no puede hacerse con él por lo que cree en la conciencia humana una alternativa. Y la utilidad de todos
en él y lo afirma. Pero no cree en él y no lo afirma en verdad los análisis precedentes es mostrar lo que encierra necesaria-
mús que haciendo uso de él y tratando de hecho con él. Para mente la opción de la voluntad. Poco importa incluso la in-
nosotros, Dios sé¡lo tiene razón de ser porque él es lo que suficiencia de esos análisis. La importancia de la opción no
nosotros no podemos ser por nosotros mismos ni podemos depende de la explicación que se haya intentado dar. Basta
hnccr por nuestras solas fuerzas. Y, sin embargo, parece que que, obrando deliberadamente, se verifiquen de entrada todas
110 hay en nosotros ni ser ni voluntad ni acción más que en aquellas condiciones implícitas. Habiendo reconocido al deter-
1'a%Ún de querer a Dios y de pretender llegar a serlo. Parece minismo su parte, se ha conseguido determinar exactamente la
que ~I se interpone entre nosotros, que nos divide hasta la parte que corresponde a la libertad. Esta se resume enteramente
junr ur:i de los huesos, y que nosotros, si osamos decirlo así, en aquella opción misma, ya que la voluntad no se ejercita
debemos pasar sobre su cuerpo. No obstante, nosotros no plenamente más que alli donde se pone en juego algo digno
tenemos ningún poder sobre él. Nuestra voluntad muere cuando de ella. Es bueno haber analizado todo el contenido de la
él nace en nosotros, nuestra obra acaba alli donde comienza acción voluntaria, pero es preciso que este mÍsmo análisis no
la suya, y, por mejor decirlo, la suya parece absorber todo· lo nos oculte el principio que en él opera la síntesis. La serie de
que hay de real en la nuestra. Lo propiamente nuestro es ser
' los medios sólo se organiza en la conciencia en razón de esa
sin ser. Y, sin embargo, estamos obligados a querer llegar a decisiva cuestión. Todo el movimiento de la vida desemboca
ser lo que por nosotros mismos no podemos ni alcanzar ni ahí. El fenómeno más rudimentario no sería lo que es para
poseer. ¡Qué extraña exigencia! Precisamente porque tengo la 1
nosotros sin el vínculo que lo une a esa cuestión. D e suerte
1

1
404 P.IV El ser necesario de la acción

gue, recíprocamente, el conocimiento del fenómeno más insig-


nificante tiene como misión hacernos remontar, a través de la
cadena del determinismo, hasta esta libre decisión de la gue e,~~ouc7¿~
pende el destino de cada uno. De esta manera, la voluntad ll 1.A ALTERJVATIVA
humana se propone la serie de medios que tienen como efecto
el imponerle el ejercicio de su poder. Por tanto, en el marco
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de esa misma necesidad, la voluntad no asume nada que no et- .l>. f

haya querido. Es imposible que el desarrollo de la acción ~:l'Oi'lia•ria n ~">)


Sin duda, la alternativa surge forzosamente ante la concien- desemboque en una alternativa. Ya que la opción or~
cia, y además por necesidad hay que pronunciarse ante ella. necesaria bajo la que una voluntad, sometida a sí misma, a
Pero no nos equivoquemos. A decir verdad, la opción nos es posesión de sí a fin de querer lo que ya es siendo lo que ella
impuesta, pero gracias a ella llegamos a ser lo que nosotros ,1uiere. Esta necesidad es, por tanto, la consecuencia de una
queremos. Sea cual sea el resultado, la culpa no se la podemos libre iniciativa. Y la manera bien simple como la conciencia
echar a nadie más que a nosotros mismos. Así, en último popular concibe el problema del destino a modo de una elec-
análisis, no es la libertad la que queda absorbida en el deter- ción personal de cada uno entre el bien y el mal, entre el
minismo, es el determinismo total de la vida humana el que orden de Dios y la incitación del egoísmo, corresponde al
queda pendiente de esta suprema alternativa: o excluir de no- drama más profundo de la vida interior.
sotros toda otra voluntad distinta de la nuestra, o entregarnos Pero aquello que la conciencia popular no logra determinar,
al ser gue no somos nosotros como al único salvador. El y que por su parte la ciencia de la acción ha conseguido poner
hombre aspira a ser dios. El dilema es éste: ser dios sin Dios en claro, son los términos exactos de la alternativa. Debido a
y contra Dios, o ser dios por Dios y con Dios. En presencia su inevitable expansión, la voluntad humana, incluso sin ella
del ser, y solamente del _ser, la ley de contradicción se aplica saberlo, tiene exigencias divinas. Su deseo es el ·de alcanzar y
con todo su rigor y la libertad . se ejerce con toda su fuerza. conquistar a Dios; tantea ciegamente para tocarle. Y, sin em-
bargo, Dios no tiene razón de ser en nuestro pensamiento y
Para el hombre, la necesidad de optar no hace más que manifestar en nuestra acción más que permaneciendo inaccesible e invio-
su voluntad de ser, y de ser lo que quiere. Su acción tiene, por eso, lable en su misterio. Permanece fuera de nuestro alcance. ¿Qué
un ser necesario. Pero este ser se vuelve contra él si el hombre tiene hacer, por tanto? ¿Se querrá morir a sí mismo, a fin de vivir
la pretensión de descubrirlo y guardarlo totalmente para sí. Si la
libcrtad, frente a la alternativa que se le impone, no se encamina para él? ¿Pero cómo? ¿O bien se logrará prescindir de él, o
hada una nueva forma de vida, se pierde. No hace falta conocer ya quizá ponerlo al servicio del hombre teniéndolo para sí mismo
t·s1" vida superior para saber que, si sus actos la repudian, el hombre en lugar de ser para él?
pierde su destino. No ser transformado es, para el hombre, la muerte ¿No resulta incluso algo extraño que se puedan plantear
de In ncción. El no podrá ya vivir más que renaciendo, por así decirlo, estas mismas cuestiones? Si «el único necesario» está siempre
en el esfuerzo de un nuevo alumbramiento y abriéndose a una acción presente en nuestras acciones queridas, ¿qué libertad le queda
clis1i111:1 ck la suya. Pero, de cualquier manera que se resuelva el al hombre para optar? Y si, con cualquier cosa que hagamos
conílielo, In opción de la libertad no podrá ya abolir lo que de ser o que sepam os, nuestro destino manifiesta su trama divina,
ncccsa rio hay en la acción querida.
¿qué significan entonces tanto la superficial intervención de
nuestras decisiones caducas como las pobres tentativas de una
ciencia que se esfuerza en sondear ese misterio de nuestras
vidas, como pretendiendo adelantar las revelaciones de un juicio
supremo? Pero esta libertad que le queda al hombre basta para
espantar todo pensamiento suficientemente atrevido como para
medir el abismo abierto ante ella. Esas decisiones, por poco
eficaces que parezcan, son todavía suficientes para resolver la
4()(¡ P.IV. El ser necesario de la acción ll La alternativa 407

grande y decisiva cuestión. Esa ciencia de la acción, por pre- 1t:ligiosa. ¿No es verdad que de Dios se querría todo, excepto
suntuosa que sea., al quitar el velo de las responsabilidades .1 1)ios mismo?; ¿que habiéndole excluido, para gozar de todo
presentes o de las revelaciones futuras, basta para prevenir las •.in él, se le querría aún, c·asi a pesar suyo? ¿No es verdad
sorpresas o justificar la gravedad de las sanciones reservadas a que, con cualquier cosa que se haga, parece que se debe estar
las acciones humanas. ·n-guro de la salvación y ser digno de una felicidad sin la cual
Por tanto, es necesario que haya una alternativa. Es nece- 110 podemos concebir que el ser pueda verdaderamente ser?
sario pronunciarse sobre ello. Y la misma necesidad de la 11stc es el mito del héroe audaz que roba el fuego del cielo
acción no hace sino manifestar esta libre coacción. De esta y llega hasta el triunfo final sin arrepentirse. Es la vieja leyenda
forma, es en la acción voluntaria y por medio de ella como del mortal que ha amado a una divinidad inmortal, en contra
se resuelve el problema de nuestro destino; y es imposible que tic las prohibiciones sagradas, y que se deifica a sí mismo a
no se resuelva. ¿Sobre qué cima puntiaguda nos encontramos pesar de los dioses, a quienes obliga a reconocer esa divinidad
colocados? No podemos mantenernos en ella. Y, tanto si nos rnnquistada contra ellos. Es «el fin de Satán» proclamado como
perdemos como si nos salvamos, lo habremos querido nosotros. d medio de acabar con el Dueño y el Juez temido. Son
ilusiones artificiales que es urgente disipar. En efecto, poco
/ importa que no se capten siempre de modo nitido las conse-
cuencias necesarias de lo que se hace; ello no impide que se
desarrollen con regularidad. No hay necesidad de designar por
PRlMERA OPCIÓN su nombre y de delimitar las faltas cometidas para conocerlas
y quererlas. La verdadera ciencia es la que resulta eficaz en la
práctica, como la verdadera libertad es la que determina la
La muerte de la acdón voluntad respecto de la gran y definitiva cuestión: sin Dios o
por Dios.
Bastarse a sí mismo, limitarse a lo que él quiere y puede,
¿La ambición del hombre no era la de bastarse a sí mismo ¿qué hay, pues, en esa pretensión del hombre? ¿Cómo puede
y ser soberano? Dispuesto a reconocer su dependencia en re- subsistir el hombre rechazando el principio de toda sub sisten-
lación con los iguales o con los inferiores, el hombre acepta cia? P ero ¿de qué modo le resulta imposible el suprimir en sí
todas las cadenas naturales con tal de no reconocer un dueño, aquello que él excluye de sí? ¿De qué modo le resulta imposible
' encontrar, en lo que impide morir a su acción, el principio de
con tal de no rezar a un Dios. Sin duda siente que sus acciones
s11pcran el orden de la naturaleza, que existe en ellas algo más ' una vuelta a la vida? Un ser sin el Ser, un destino voluntario
qm: un sistema de fenómenos ordinarios, y que su vida tiene que se resiste uno a querer, una muerte que no muere: he ahí
un scntido que él no puede eliminar. Pero, después de todo, 1 la extraña solución de la que es preciso dar razón.
¿('ste misterio de su propia vida no le pertenece a él como
todo lo demás? ¿No es capaz de reducir a su gusto el alcance
ele su conducta, y de renunciar al honor de una vocación I
demasiado elevada para no resultar pesada? O, si es incapaz
dc no <4L1crcr al «único necesario», si no p uede ignorar ni La acc1on voluntaria sólo logra adecuarse en la conciencia
olvidar dt:I tocio que resulta imposible rechazarlo o manejarlo en la medida en que reconoce en ella la presencia y el concurso
como un ídolo inerte, ¿acaso no pretende entonces usarlo a del «único necesario». Si no somos ni podemos nada sin él,
su gusto, señalarle el puesto, darle lo poco que desea darle y si además es imposible que nosotros seamos nada, ¿cómo '
para obtener aquel todo del que tiene necesidad? se explica entonces que la voluntad pueda reconocerlo sin
Estos deseos y estas esperanzas han agitado siempre las aceptarlo, o que pueda negarse a sí misma sin destruirse? ¿Qué
conciencias humanas. Y especialmente hoy agitan a muchos es esta extraña mutilación? ¿Cómo comprender que, incluso
espiritus emancipados de toda fe, pero no de toda inquietud aquello que pode~os nosotros sin Dios y contra D ios, es

1,

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1
1
408 P.IV El ser necesario de la acción IL La alternativa 409

siempre por medio de él como lo podemos? En aquello que infinitud, y atribuirle a él ese mov1rruento, que semeja ven.ir
es voluntario ¿hay algo que quizá no haya sido querido?; y en ,k nosotros pero que en realidad viene de él para retornar a
lo que es querido ¿hay alguna cosa que puede no ser voluntaria? t·I?
Sí, y es esta intima contradicción la que constituye la muerte La. opción que parecía absurda e imposible, resulta al final
misma de la acción. demasiado fácil. ¡Con cuánta rapidez, por medio de la violencia
Esa actitud de no querer todo lo que se quiere intentando , le la pasión o de la orgullosa perversión del espíritu, la vo-
convencerse de que en realidad se -quiere, siendo así que · no luntad, llena de su falso poder, está expuesta a complacerse y
se quiere y además se sabe, es ingeniosa en las palabras con :1 limitarse en sí misma! ¡Cuán fácil es olvidar quién es el que
que se expresa a nivel de la reflexión, pero es bien simple y ~e esconde bajo esa inspiración de fuerza y de· luz! Y, sin
bien frecuente en la práctica que la lleva de hecho a la vida. embargo, él está allí, presente y oculto, en el sentimiento de
¡Cuántos hombres parece que no tuvieran nada más en el lo mejor que eleva sin cesar toda vida, en ese oscuro orden
corazón, como si fuera posible no tener nada en él! Y el gran dd deber que aguijonea el egoísmo, ·en el remordimiento mismo
esfuerzo del pensamiento moderno ¿no tiende quizá a justificar t¡ue mantiene los derechos del ideal en medio de las flaquezas
esa seguridad del hombre frente a su destino? Pero vayamos morales y de las ruinas del corazón. El está allí, en esos dones
al fondo de esa pretensión. La conciencia tiene a bien buscarse perennes de la conciencia, más que en el concepto, incluso el
una especie de segunda sinceridad declarando que se encuentra más claro, que se pueda formar de su esencia. Y precisamente
segura, sin vacío y sin inquietud. Al estudiar el modo mismo por esto, el tratar de confiscar en provecho del hombre y de
como la conciencia se convence de que encuentra su descanso, sus deseos egoístas ese impulso original de la autenticidad sig-
se descubrirá el resorte interno que lo impide. Al investigar
nifica instalar allí la inmensidad misma, aunque parezca tratarse
cómo le resulta posible al hombre rechazar su destino, se
de una opción entre dos motivos limitados. Comportándose
descubrirá de qué manera le resulta imposible sustraerse a él.
como limitada, adhiriéndose a los objetos cuya insuficiencia ha
No nos debe extrañar que la potencia infinita encerrada en
la acción voluntaria pueda orientarse e incluso agotarse en un reconocido, buscando en ellos la satisfacción infinita que ansía,
la voluntad, si se puede decir así, se objetiva en sí y se subjetiva
término finito. Es más sorprendente, por así decirlo, que esa
acción pueda reencontrar, bajo el símbolo de los fines limitados en ellos. Juzgando suficiente su insuficiencia, encontrándolos
que la solicitan, el término infinito a que aspira. No se puede dignos de sí, la ~oluntad introduce en sí misma la debilidad
olvidar que el bien universal se manifiesta a la conciencia de ellos e introduce en ellos su propia infinitud: se pierde.
solamente a través de rasgos particulares. En la medida en que Por tanto, bien sea que, en lugar de adorar a Dios en
su presencia mueya la voluntad, como el principio y la causa Dios, el hombre se adore a sí mismo en sus sentidos y en la
diciente de una vida ávida de expansionarse, el bien conserva naturaleza, bien sea que (por emplear el lenguaje de Spinoza),
de verdad su infinitud. En la medida en que se propone, ante encontrando en sí el infinito de la Substancia que le hace ser,
el pensamiento, como un objeto de conquista o como la causa separe de la Substancia misma esa forma de infinito para apli-
linnl ele.; la acción, entonces no es sino un motivo parcial, carla a su propio ser particular y limitado, en todo caso, la
limirndo. extrañeza de esta opción inconsecuente no se explica del todo.
1k ahí por qué el sentido del movimiento que arrastra a Pero no es preciso habérsela explicado para caer en ella. Esta
la volllntad humana es ambiguo. En apariencia, lo que es finito gran cuestión se resuelve para cada uno bajo el símbolo de
es ese mismo Dios hacia el que es preciso tender; lo que es los motivos más vulgares y en el conflicto de los sentimientos
infinito es la aspiración del corazón, es lo que parte del hombre, más simples. Lo que escapa al conocimiento es la fórmula
somos nosotros. Pero observad el equivoco que existe aquí, y abstracta, no la realidad concreta de la elección ni el sentimiento
que la misma acción se encarga de disipar: ¿querrá la voluntad de que, bajo esas pequeñas frivolidades con las que jugamos,
confiscar esa gran fuerza del obrar sincero y desviarla hacia existe un drama en el que lo que está en juego somos nosotros.
sí? O, por el contrario, ¿querrá, por medio de un reconoci- Además, aun suponiendo que el mal no sea otra cosa que un
miento libre, restituir a esa aparente finitud de Dios su real bien menor, sin desnaturalizar la verdad profunda es posible
11

410 P.IV. El ser necesario de la acción Il La alternativa 411

expresar, por medio de un cálculo riguroso, esa dramática al- 11;11 h de lo que ama, o más pone en ello el apasionado ardor
ternativa que ninguna vida humana puede evitar resolver. . , 1,· su amor, más abusa de la fuerza indestructible y de la luz
Por hipótesis, consideremos dos actos que, a la luz de la • Jllt: Licne. A los que creen tener les será quitado incluso aquello
conciencia, juzgo que son de un valor desigual. No sé cuál es ,p1,· no tienen.
el bien, pero veo que uno es mejor; es un deber. Aprecio esta 1ndudablemente, la alternativa no se manifiesta a todos y
relación de cualidad, pongamos 7 y 13. Opto por el 7. Quizá •tl'mpre con igual claridad o con la misma gravedad. Si, en el
se trate de un placer, de una ventaja cuyo fácil atractivo me , ,hjcto que la voluntad se propone como fin, ella experimenta
hace rechazar el 13 en el cual experimento mayor dificultad, r l atractivo del móvil que la arrastra, más aún de lo que piensa
un necesario esfuerzo o un pequeño sacrificio que debo hacer, , 1 de lo que consiente ante el abuso de su potencia infinita,
ya que lo que es mejor no está exento de cierta dosis de lucha .-111o nces la opción, incluso perversa, permanece venial. Pero
y dedicación. 7-13 = -6. Antes parecía que conseguía algo ,,~ falta grave, reflexión mortal, cuando, en ese bien particular
con la satisfacción del 7; por esa razón la vida más vacía y que se desprecia, se tiene el sentimiento de rechazar al mismo
más entrampada conserva aún un vano sentimiento de plenitud 1itmpo aquello de lo que esto es sólo la expresión, aquello
y de abundancia. Pero, en realidad, lo que yo tengo es -6. que es el bien que se debe amar y hacer. Si parece más culpable
¡He ahi la terrible, sorprendente y justa bancarrota de la acción 1obar un millón que robar unas monedas se debe a que, desde
derrotada! A los que no tienen se les quitará incluso aquello r l momento en que se despierta la reflexión moral, se siente
que tienen 3• , instintivamente que la violencia de la tentación y el atractivo
En verdad, si escojo 13 o 7 mediante la reflexión, puedo natural del motivo no son nada en comparación con el poder
poner allí algo más. Es de experiencia cierta y cotidiana que, que gobierna la acción.
en un acto que se nos aparece como bueno y obligatorio para Es verdad que, debido al insensible progreso de la perver-
nosotros, hay algo más que ese pequeño bien relativo. Si lo •.ÍÚn, el hombre puede llegar a amar aquello que llama el mal
amo y lo quiero como es debido, estoy dispuesto a sacrificarlo romo el mal mismo. Al poner en el placer de la rebelión o
a otro mejor, pero no debido al agrado que encuentro en éste, en la provocación de la pasión, exaltada por la conciencia de
ya que lo que parece mejor en sí es, a veces, más dificil y st1 ilusión, el equivalente de todo lo que debería querer, el
más penoso para nosotros. Entonces no es este bien el que hombre aprecia lo que hay de falso y de querido en la acción
quiero y hago, es lo que él representa; algo que es indetermi- independiente, y se aferra tanto a ello que, con la obstinación
nado, que no tiene lugar en el mundo, ni influjo natural ni propia del soberbio, no acepta imponerse un desmentido ni
atractivo sensible; una nada, que en el lenguaje de los mate- reco nocer siquiera secretamente su culpa. Pero no es frecuente
máticos podrá llamarse, si se quiere, el infinito (el infinito que nj necesario que, para que la acción esté herida de muerte, se
no tiene signo, y por eso es preciso que se nos manifieste llegue hasta esta ciencia abstracta y este amor formal del mal.
por medio de un motivo particular del cual dependerá el ca- Y ¿no supone escándalo para el pensamiento la sola hipó-
ri1cter positivo o negativo del acto); algo que en la conciencia t<.:sis de un mal moral, de un mal infinito, de un mal inexcusable
de todos no tiene necesidad de ser nombrado para ser el deber. lJUe sea cometido por el hombre ignorante y limitado, siendo
I k tomado el 7. Bajo este símbolo finito he comprometido ~sí que tiene tantas excusas debido a la debilidad de la mente,
todo lo que soy y todo lo que deberé ser. Al tomar una ruta a la brevedad de la vida y a la flaqueza de sus fuerzas? ¿Y
concknada, entonces debo responder de lo que he rehusado qué decir cuando se añade que, si el hombre se niega a so-
conoct:r, de lo que he omitido experimentar, de lo que he brepasar lo que pertenece al hombre puramente hombre, en-
desdeñado o temido practicar. El hombre entregado al placer tonces es una deuda lo que contrae, y una _deuda que es para
estima que él no está privado de toda generosidad, que no siempre incapaz de saldar? Por tanto, captemos bien esta doble
está endeudado: 7 - 13 00 = -oo. Es preciso _decirle que posee afirmación: La virtud puramente humana, por buena que sea
algo y que pierde todo. Cuanto más experimenta la mísera en sí misma, no tiene un valor infinito, no proporcio na la
I>,
,.. fe licidad perfecta, no completa el destino del hombre. La culpa
3
Le 19,26 (NE). puramente humana y la sola pretensión de no trascender el
'¡'

412 P.JV. El ser necesa,io de la acción 11. La altemativa 413

orden humano implica un mal de tal naturaleza, que justifica 111l sm o la inanidad de las horas empleadas en «hacer lo que
no sólo la privación del bien sino también la eternidad de la ~1 , ¡uk re»! Si cada detalle es ocioso, ¿no es verdad que parece
desgracia. ¡Cuán preciso resulta esclarecer este misterio, ya que qm· el conjunto no lo es? Si cada pieza del sistema parece
tantos espíritus obnubilados y temerarios están persuadidos de 1.tlsa y ruinosa, ¿no ocurre que se llega a saltar con cierta
dos errores exactamente contrarios a estas dos verdades! 11 v1·dad de una a otra para evitar su derrumbamiento? ¿No es
1
l'rrcfad que una conclusión, fundada legítimamente sobre un
11 incipio que se sabe erróneo, termina por parecer sólida y
II 1q.;ít itna? Este es el espejismo ordinario que tiene el sofisma
de acumulación y abstracción, que sólo prueba una cosa: que
Si es posible atribuir a un término finito la infinita tendencia Ht' quiere infinitamente más de lo que se encuentra donde se

de la voluntad, resulta imposible destruir en ella ese carácter 111 ,sea, pero que se busca solamente donde se querría encontrar.
de infinitud. Es imposible eliminar la fuerza del movimiento, ¡Cuántos obran así, poniendo aquello que quieren precisamente
mientras que resulta fácil pervertir su sentido. Es imposible , 11 inde no podrá realizarse!
sustraerse a la grandeza del destino humano incluso al malo- Comprendo que uno se indigne de la inmensa responsabi-
grarlo. Aunque se entregue libremente al objeto del deseo para lidad de la que parece cargado el hombre, del peso infinito
hacerse semejante a él, no se reduce a la medida del ídolo 1 lt· actos realizados tan a la ligera, que a veces ni siquiera se

preferido, y el agente, aun llegando a ser totalmente lo que han tenido en cuenta las consecuencias inmediatas. ¿Qué res-
hace, mantiene íntegras en su acción las exigencias a las que ponsabilidad puede haber en aquello que se igno ra, en aquello
1

no da satisfacción. , ¡ue se hace casi sin haberlo querido, en lo que resulta des-
No se trata de un acrecentamiento facultativo, al cual de proporcionado? Pero este lamento es la condenación misma.
hecho se pudiera renunciar, rehusando el honor para evitar la ¿ De dónde surge este grito de rebeldía y esta llamada indignada
molestia o la ventaja, para no arriesgar la pérdida. El sentirse sino de un corazón poseído de luz ya que protesta contra las
seguro en la conciencia no es garantía de estarlo de verdad. 1inieblas, amante de la equidad, puesto que se erige en juez
Sin duda, por medio de una secreta y sutil lógica, parece a de su juez? ¡Tanto se ama la justicia cuando se es injusto!
veces que se logra pacificar la inquietud del co razón, secar el ¿No es precisamente en este amor del hombre por sí mismo,
flujo de los deseos divinos y excluir de la conciencia las as- por su razón, por su derecho y su felicidad, donde se halla
piraciones más naturales. Pero en esto se requiere un esfuerzo d resorte de sus actos voluntarios, el principio de su eterna
y una atención, ya que, como sucede cuando se fija cuidado- sanción?
samente la mirada sobre un cristal cubierto de leves dibujos, Pero ¡cómo! ¿El hombre se comprometerá así sin quererlo
aquí también se pierde en parte el espectáculo de las perspec- y sin saberlo, como si pudiera meter lo infinito en lo finito
tivas lejanas. Y, sin embargo, es siempre ese campo de la y la eternidad en el tiempo? Pero esta excusa le acusa, ya que
visión confusa el que proporciona la luz a esas transparentes la desproporción de la que se queja es la inversa de la que
bahratelas que nos esforzamos por ver como aisladas, y que, él cree ver. Esa le parece una trampa, pero encierra, si se
por otra parte, no las veríamos si no hubiera, como fondo, puede decir así, una disposición de favor.
una perspectiva y una claridad. En efecto. ¿Para qué hablar de la fugaz brevedad del tiem-
Sin duda además, después que hemos experimentado el po? Cuanto más se experimenta que es breve e incierto, tanto
(.
vacío de cada una de las experiencias en las que poniamos su más extraño resulta obrar como si no tuviera fin o como si
todo, después de cada una de las decepciones de 1a vida, renace lo fuera todo. Admítase que es sólo una ap_ariencia, una forma
la viva esperanza y la permanente ilusión. Y, en efecto, en ese de la sensibilidad humana. Precisamente por ello resulta inex-
mismo vacío no todo es vacío. La acción más banal es, al cusable Limitar a eso el deseo y ceñir a eso la acción. La
menos para la vo luntad, una ocasión para verificar su indes- acción no cae bajo la ley de la duración. Si la crítica especulativa
tructible potencia. ¡Cuánta ingeniosidad y desenvoltura se dan ha invalidado el valor objetivo del tiempo y del espacio, hace
a veces para romper el tedio de la vida y para ocultarse a sí ya mucho que el sentido moral y la crítica de la vida tienen,
414 P.IV. El ser necesario de la acción 11 La alternativa 415

de · hecho, su Estética trascendental ¿No es cierto que la recta d,r mos más de lo que hacemos; de tal forma, sin embargo,
conciencia logra de un solo impulso las conclusiones que el , p1< , en esa mezcla de sombra y de luz en que está envuelto
análisis racional alcanza laboriosamente? El hombre sensible al 1111r~tro destino, se esconde aún una gracia. Si la gravedad de
deber se halla exento de los atractivos de la sensibilidad y de l,1 ( ulpa está 9culta, la fuerza del auxilio lo está todavía más.
la ilusión del tiempo. Y, a la inversa, diferir la conversión ¿no , , 1 1_1uc si el mal, a primera vista, parece no ser más que un
supone querer que dure para siempre lo ·que se quiere ahora? 1tll II menor, se debe a que el bien mismo está revestido también
Por tanto, aquello que se quiere deliberadamente y que se ,Ir los rasgos particulares y de la figura atrayente de un motivo
hace con libertad y por gusto personal, se quiere y se' hace ,rnsible de un acto mejor de un bien relativo. Pero de estas
no porque el tiempo pase, aunque el tiempo pasa indudable- 1¡,arcnt~s relaciones, de est~s simples diferencias de grado, que
mente. La eternidad está toda en cada instante. De la misma 110 se concluya nada contra el verdadero testimonio de la
manera que la intención tiene un alcance universal, así tiene , nl)ciencia. Esta se mantiene viva y ardiente sólo en la medida
también una ambición intemporal. Vivir como si no se tuviera "n que, según observación de Carlyle 4, nos recuerda con mayor
que morir, amar el tiempo como si fuese la eternidad, desear , , menor fuerza lo que todos sabemos más o menos, es decir,
el gozo sin fin de un placer pasajero, y querer lamentar sólo , 1u e bajo esas aproximaciones del conocimiento se manifiesta
el no poder vivir siempre como se vive, ¿no implica esta 1111a diferencia absolutamente infinita entre un hombre de bien
disposición de la voluntad algo que atenúe el despropósito y r un malvado. Indudablemente, en la zona media del espíritu
la incoherencia? Al entregarse a un placer miserablemente corto, ,,, ,n matices superficiales los que diferencian al común de los
el hombre conserva, en ese mismo acto, su eterna aspiración. hombres. ¿Cómo admitir una responsabilidad sin medida en
Lo que no consigue retener ni siquiera gustar durante toda 11na debilidad sin límite? ¿Cómo puedo creer en la malicia
una vida, lo querría para siempre: in suo aetemo peccat. infinita de ese hombre que conozco y que amo, débil, incon-
De esta forma, por duraderas que parezcan las consecuen-
1,ccuente y desgraciado? Pero no es preciso creer en ello, ya
cias de las acciones humanas, en el único e indivisible instante
que el cometido de nuestra ignorancia humana no es la justicia,
en que las ha producido se pueden justificar no sólo todas
Nino la indulgencia y el amor. Y, sin embargo, sin juzgar a
sus consecuencias en el tiempo durable, sino infinitamente más
allá. Por eso, se tiene sólo una imagen incompleta de su ver- 11adie -ya que el mandamiento moral «no juzguéis» es abso-
dadera extensión invisible, cuando esos actos, que una impro- luto- penetrad un poco a fondo, poned a prueba los cora-
visada decisión ha arrojado al amplio engranaje del determinis- w nes. Contemplad con la imaginación a ese ser miserable que,
mo universal, prolongan en él sus repercusiones, cuando no sin haberlo pensado nunca, moriría de hambre antes de cometer
se agotan del todo en el lugar o en el tiempo en que surgen, una infamia; ese ser que, siendo basto, toca con el extremo
y cuando, a veces, parecen amplificados por el gran eco del <le su alma la vida eterna. Observad a ese .ávido ricachón que,
mundo. Y esta sorprendente grandeza de sus repercusiones es t1uizá sin escrúpulo alguno, defrauda a ese mismo pobre. ¡Qué
ron-10 una advertencia s::i.ludable que, a través de un símbolo diferencia el día del juicio! ¡Y eso que en la extrema severidad
sensible, despierta a veces brutalmente la reflexión revelándonos del castigo no habrá nada de arbitrario, aparente o excesivo!
lo qt1c ya sabemos pero que siempre olvidamos, el alcance Parece que nada hay más simple, más natural y más legítimo
inm~•n~o de la acción voluntaria. Pues el hombre se endeuda t1ue decir a la propia voluntad: «Tú no irás más lejos, no
infinitamente al usar bienes insuficientes como si fueran sufi- recibirás nada de lo alto, no darás nada de lo que tienes, no
cientes. Ya que es el infinito el que de verdad realiza ese uso saldrás de ti misma». Sin embargo, he aquí que esta actitud
en él. Y la desgracia del hombre consiste no en introducir el reservada y expectante implica una negación voluntaria y una
tiempo en la eternidad, sino la eternidad en el tiempo. Non privación positiva, <J'tÉP'Tlatc;. Para rechazar todo don eminente
cu,n tempore transit quod tempora transit: Jugit hora, manen! opera. 4
De este modo, el acto deliberado y querido viene a natu- Thomas Carlyle, historiador y ensayista inglés (1795-1881). Los idealistas
y místicos le procuraron las bases más sólidas de su filosofía. Al cliletantlsmo
ralizar lo absoluto en lo relativo mismo. Sin saber claramente y al intelectualismo opone su absoluta creencia en lo d1vmo, y a partir de
todo lo que hacemos, hacemos más de lo que sabemos y ~hí en el hombre (NE).
416 P.!V. El ser necesario de la acción 11 La alternativa 417

y confinarse en sí mismo, se echa mano incluso de aquello llI


que fingimos pasar por alto. Al verlo desde fuera, sub specie
materiae, el acto así mitigado aparece, sin duda, limitado y ca- Pero si al hombre le resulta posible distorsionar el sentido
duco. Pero el gran error del hombre consiste en emplear su y limitar la tendencia infinita de su voluntad, si le resulta
infinito poder para limitarse: sólo su voluntad es suficientemente imposible eliminar las exigencias inmensas en el momento mis-
fuerte como para detener a su voluntad. Y, si el camino puede mo en que las descuida, y también excluir aquello que desdeña,
estar cerrado incluso para Dios, si el hombre puede eliminarlo ¿cómo se puede comprender entonces que, una vez desenga-
y hacer que no exista ya para el hombre, es debido a que 1fado, no resulte o convertido o destruido? ¿Es concebible, es
éste se sirve de él contra él aceptando, de entrada, lo que necesario que la plena manifestación de su oscura situación no
necesita de él para poderlo rechazar. le transforme, y que su desgracia sea para siempre el no ser
No pretenda el hombre que su responsabilidad sea escasa, cambiado?
bajo la excusa de que no hace más que cosas leves y de poco Esto es precisamente lo que prueba hasta qué punto los
alcance. Precisamente es culpable de no querer nada, de no velos en los que está envuelto dejan intacto y libre el vigor
hacer sino lo insignificante, de una falta de deseo y de amor de la acción humana. Quitad esos velos, y entonces la voluntad
que no elimina su orgullosa susceptibilidad; en una palabra, de se adhiere ella misma a su opción, y la contradicción en la
querer y no hacer. Se queja sólo porque no quisiera que las que ha caído al rehusar la vida sobrehumana de la que sentía
cosas fuesen como sabe que son. El que se atribuye un valor necesidad le aparece para siempre como su obra propia. No
absoluto, el que tiene un amor sin medida a su propio bienestar, basta entonces con decir: qué clase de justicia es esa que se
ése se miente a sí mismo y se encastilla en goces mezquinos. ha conculcado en la medida en que se ha hecho, como para
Si existe, pues, en la insaciable ambición del egoísmo un motor pretender después que esas faltas queden impunes y para re-
de infinita fuerza, es para lanzar al hombre hacia el infinito. nunciar a ellas cuando ya no es posible cometerlas.
La amplitud de la culpa se mide más todavía por la energía Tampoco es suficiente comprender la imposibilidad de un
del movimiento que por el fin al que tiende. Y la ofensa sólo libre retorno bajo el resplandor de una luz cegadora: el que
surte efecto porque el ser divino ofendido es alcanzado por no ha querido cuando ha podido, no podrá tampoco cuando
el ofensor con toda la potencia que debe ser dirigida hacia quiera. Lo que es preciso tener en cuenta es que la voluntad
aquél. misma, en su fondo, no se convierte, y que, revelándose fuera
Por eso, el secreto juicio de la eternidad hay que buscarlo del tiempo, la acción permanece voluntariamente para toda la
no fuera del hombre, sino en el hombre. Incluso cuando resulta eternidad tal como es en el tiempo. In suo temporis aeterno peccat
condenable por haber pretendido hacer caso omiso de toda homo: in suo aeternitatis aeterno luit.
ley superior a su propia decisión, el hombre sigue siendo su La culpa mortal consiste en abusar del hecho de que todo
rroria ley y su propia condena. Incluso cuando es juzgado de el orden natural, incluso privado de su acabamiento, no puede
acuerdo con sus propios juicios permanece cogido por la nor- aniquilarse; en buscar en lo que es pasajero una satisfacción
mn. No son sus pensamientos los que le juzgan, los cuales a permanente; en vivir de aquello que muere. En el hecho de
veces son buenos a pesar suyo; no son sus palabras, que la libre opción se insinúa el absoluto y el infinito de una
expresan un ideal de ordinario quimérico; tampoco el juicio voluntad que otorga un ser a los fenómenos y que hace de
que hacc del otro, aunque en ese caso defina a veces con ellos una realidad subsistente e indestructible. El hombre muere
imparcialidad la aplicación práctica de leyes impersonales cuyo precisamente por haber pretendido contentarse con la duración
dominio universal y necesario reconoce en el momento en que temporal y limitarse a su naturaleza. No se trata de que no
quizá él se exonera a sí mismo por su propia cuenta. Lo que pueda colmar y sobrepasar el espacio o el tiempo, sino que
le juzga es su misma acción. El vigor interno de su movimiento ha agrandado tanto ese campo de los sentidos y de la ciencia,
voluntario es lo que le sirve de medida y de sanción. que podría casi fingir que se mueve a gusto en ese ámbito y
que encuentra . en él una morada definitiva, si no se viera
obligado siempre, de buena o mala gana, a salir de ella debido
'

418 P.JV El ser necesa,io de la acción 11. La alternativa 419

al inevitable aldabonazo de la conciencia, al escándalo del su- füpone un adulterio. Esta unión que nos constituye, este
frimiento o a la muerte. Si morir al tiempo le enseña al hombre vínculo que queremos con él, como él lo ha querido con
lo que es vivir, es debido a que esta vida, que no traspasa el nosotros, podemos violarlo, pero sin querer romperlo jamás.
tiempo, está expuesta a la segunda muerte, que es una muerte ¡Tremenda grandeza la del hombre! Quiere que Dios no exista
para siempre. Quod Jactum est, factum non esse non potes/. Esta ¡i,1ra él, y Dios no existe para él. Pero, conservando siempre
necesidad revela la presencia del ser en el fenómeno mismo. \' ll su fondo la voluntad creadora, se adhiere a ella tan firme-
He ahi por qué la ley de la contradicción se aplica al pasado, mente que llega a ser totalmente suya. Su ser permanece sin
porque es la ley del ser, y bajo las apariencias que se suceden d Ser. · Y cuando Dios ratifica esa voluntad solitaria es la
en nuestra conciencia, se esconde la acción que fija en ella la condenación. Fiat voluntas tua, homo, in aeternum!
realidad permanente. Abusar del mundo y corromperlo no es nada en compa-
Por tanto, no se trata sólo de poner remedio a las apa- ración con el crimen con que carga la voluntad pervertida:
riencias engañosas, al desorden de los fenómenos pasajeros, al abusar de Dios y darle muerte en el hombre, darle muerte
mal cometido en el orden natural. No se trata ya de esta por cuanto depende del hombre causarle una ofensa divina.
imposibilidad humana. Se trata más bien de otro tipo de re- Parecería que lo que no podemos construir solos no podríamos
paración, y, si se puede decir así, de una imposibilidad divina. desfruirlo solos, pero no es así. Si el principio de la ,culpa
El hombre no ha podido ya poner remedio a los efectos de humana está íntegramente en la voluntad culpal;?le, su efecto
aquellos actos que han repercutido hasta el infinito en su mortal no está limitado totalmente al hombre. La acción es
organismo y en el universo. Pero ¿cómo concebir incluso que una síntesis del hombre y de Dios: ni Dios solo ni el hombre
sea posible poner remedio al inicio de sus acciones voluntarias 80lo la puede cambiar, producir o aniquilar. Para remediarlo
y cambiar su ser, y no más bien el fenómeno? Observad ahora no basta un decreto de la omnipotencia. Hace falta otra cosa.
a esos presuntuosos a quienes les basta una chispa de arre- l lace falta, si se puede decir de esta manera, que Dios muera
pentimiento, una veleidad mejor, una limosna de cuatro perras 1 necesariamente si el delito del hombre debe ser reparado. Si
hecha con espíritu sentimental y vanidoso, un poco de tiempo el delito dél hombre puede ser perdonado y borrado, es pn;ciso
transcurrido para que los testimonios manifiestos de sus faltas que Dios muera voluntariamente. Pero, por su parte, el hombre
sean cancelados, un olvido o una especie de perdón que tienen nada puede hacer en esto. Su estado natural implica no ser
la audacia de otorgar a su pasado, como si al lamentarlo transformado. Y no ser transformado significa el fracaso irre-
hiciesen un favor en lugar más bien de solicitarlo sintiéndose mediable de su destino.
entonces puros, íntegros, lknos de méritos y de belleza ante ¿Comprendemos lo que implica para el hombre la preten-
Dios y ante los hombres. Aquello que el hombre puede hacer, sión de obrar y de vivir con sus solas fuerzas? ¿La pretensión
no lo puede deshacer; pero lo que no puede construir, lo de marchar, de ascender y de realizarse solo y sin ayuda? ¿La
puede destruir solo. pretensión de sentirse suficiente en su propia virtud, en su
Por tanto, que se entienda de una vez por todas lo siguiente: personal arrepentimiento y expiación? Considerar que se halla
en la acción voluntaria · se opera un secreto maridaje entre la en sí mismo la verdad necesaria a la conciencia, la energía de
voluntad humana y la voluntad divina. Ser llamado a la vida su propia acción y el éxito de su propio destino, no significa
de la razón y de la libertad significa participar en la libre solamente privarse de un don gratuito y facultativo que, una
necesidad de Dios que no puede menos de quererse a sí 1 vez despreciado y . rechazado, no comprometería sin embargo
mismo. Nosotros tampoco podemos menos de querernos a la felicidad de una vida ordinaria; significa más bien desmentir
nosotros mismos.: el ser gue recibimos como propiedad nuestra su propia aspiración, y, con el pretexto de amarse solamente
es de tal natµraleza que es imposible no aceptarlo. No se a sí mismo, terminar odiándose y perdiéndose a sí mismo.
puede abusar de este don, no se puede fingir que se lo rechaz_a Perderse: ¿captamos• la hondura de esta palabra? Perderse sin
más que aceptándolo ya y usando, si se puede decir así, de poder huir de sí mismo. Y a que, eliminando para siempre en
Dios contra Dios. Además, rechazar su concurso, entregar nues- sí misma la ambición de los bienes imperecederos, la voluntad,
tros corazones y nuestras obras al abrazo de falsos bienes, que se ha limitado a los fines pasajeros, permanece no obstante

- ....
11. La alternativa 421
420 P.JV. El ser necesario de la acción

indestructible. Y esta inmortal voluntad, que ha puesto todo v111cJicadora. Detrás de las montañas con que se cubre, sabe y
su ser en bienes efímeros, resulta como muerta cuando al final q11i<.: re lo bastante para que no haya ni sorpresa ni iniquidad
experimente la brutal inanidad. Su deseo desaparece, y ella t·n el rigor de un juicio que siempre será efecto del primitivo
habrá querido para siempre lo que no puede llegar a ser jamás. :11ncJr.
Lo que quiere se le esfumará eternamente, y lo que n o quiere
le será eternamente presente. Al ofrecerle al hombre una alternativa y al imponerle una opción,
Ser sin el Ser, tener su propio centro fuera de sí, sentir d determinismo de la acción voluntaria ha abierto una doble vía.
l'cro hacia cualquier parte que se decante la voluntad, ese determi-
que todos los poderes del hombre, volviéndose contra el hom- nismo le acompaña para hacerle producir todas sus consecuencias y
bre, le resultan hostiles sin serle extraños, ¿no es la consecuencia para manifestarle su ser necesario. Acabamos de ver cómo el hombre
y el castigo de la orgullosa suficiencia de una voluntad intro- He pierde. ¿Encontrará el modo de salvarse? Y ¿por dónde entrará
vertida, que ha puesto su todo allí donde no hay nada para en ese camino de salvación? Si de hecho la ciencia no le puede
colmarlo? Es una justa necesidad el que el hombre, cuyo egoís- introducir ni mantener en él, al menos debe seguir este nuevo de-
mo ha roto con la vida universal y con su propio principio, terminismo que lógicamente desarrolla las condiciones necesarias de
sea arrancado del tronco común. Y perecerá sin fin hasta las In v_erdadera vida.
raices de su propia substancia, ya que todo aquello que había
amado será de algún modo consumido y aniquilado por la
magnitud de su deseo. Quien ha querido la nada, la tendrá y
la experimentará, pero no por eso será él destruido. Pero ¿por
qué no se da el aniquilamiento total de aquellos que han sido SEGUNDA OPCJÓN
separados de la vida? Sencillamente porque han visto la luz
de la razón, porque han conservado su voluntad indeleble,
porque son hombres sólo en cuanto no pueden ser extermi- La vida de la acdón
nados, porque han circulado en la vida y han obrado en el
ser. Y esto es para siempre. No hay nada en su situación que
proceda de una coacción exterior. Permanecen en su propia Los SUCEDÁNEOS y LOS PREPARATJVOS DE LA ACCJÓN
voluntad, que es a la vez delito y castigo. No son modificados. PERFECTA
Están muertos, y el ser que tienen es eterno. Como un vivo
abrazado a un cadáver, deben permanecer así, con su ídolo
muerto.
Y si fuese preciso ofrecer a la imaginación un símbolo del
La acción no puede confinarse en el orden natural; no lo
suplicio interior que, disponiendo la voluntad contra sí misma,
t·nfrenta todas las pasiones destructoras del alma separada, sería está del todo. Y, sin embargo, por sí sola no lo puede sobre-
obvio si n duda recurrir a la comparación del fuego que deshace. pasar. Su vida está más allá de su propia potencia. El hombre,
Si el do lor no es otra cosa que la separación de realidades con sus solas fuerzas, no logra restituir voluntariamente a sus
vivas unid:1s las unas a las otras, ¿qué desgarramiento hay más actos todo lo que ya espontáneamente se halla en ellos. Si
profundo que el producido por una llama que, alimentada de pretende limitarse sólo a lo que puede, si pretende recabar de
sus propi~s entrañas, por decirlo de alguna manera, no llega sí lo que hace, entonces se priva del principio mismo de su
a consumir nunca aquello mismo que disgrega sin fin? Esta vida. Para restituir a la acción querida la plenitud de su natu-
es la image n de la anarquía lacerante de un ser descompuesto raleza originaria, ¿no sería preciso permitir que la Causa primera
en sus íntimos elementos y enemigo de sí mismo y de todo retome aquí el primer puesto? Le toca al hombre ceder el
lo que existe. Y a pesar de la oscuridad presente, que no deja paso. Aquello que no elimina de sí le resulta mortal. Y su
adivinar la fuerza penetrante de la revelación final, se contiene propia voluntad personal le impide alcanzar su verdadera vo-
ya, en el estado actual del culpable, la cólera de la justicia luntad.
i

422 P.JV El rer necesario de la acción Il La alternativa 423 1


Resulta, pues, para él una necesidad el reconocer su de- , n ~Iu1nbres bárbaras o ritos supersticiosos pueden servir de
pendencia respecto de ese huésped misterioso, el someter su 1mtcria a la buena voluntad o de vehículo a la inspiración
voluntad a la suya. Tiene que pasar por ahl. Si no, no hay ,,dvíftca. Pero ¿en qué condiciones? Con tal de que en ese
medio de resolver el problema, ese problema que él plantea y .irto particular y en ese símbolo finito la intención vaya más
ratifica plenamente. Quiere que se sea exigente para con él, ya .1ll:t del acto y del símbolo, de tal manera que, haciéndose
que es la señal de la grandeza de su naturaleza, la respuesta 1 argo de lo que se conoce, a falta de algo mejor, se mantenga
al ansia amorosa de su llamada. Por eso su riqueza es menes- .1hicrto, pronto y dócil a cualquier verdad más completa. La
terosa, ya que nada de lo que ha querido y hecho resulta 1 lbposición de una voluntad recta es ésta: actuar según la luz
adquirido ni puede tampoco subsistir si no encuentra la pose- )' la fuerza que se tiene, sin poner limite a la generosidad y
sión y la consistencia en ese Dios presente y escondido en el ., la amplitud del deseo.
corazón de toda acción voluntaria. Y lo que en este momento Por tanto, es preciso volver a la norma práctica que, desde
hay que llamar Dios es un sentimiento muy concreto y práctico. el comienzo, habría aparecido como la salvaguardia de la au-
Para encontrarlo no hace falta romperse la cabeza sino el 1cnticidad del obrar y la llave del destino humano: entregarse
corazón. Por tanto, ¿cómo introducirlo libremente en la vida uno mismo y el universo a aquello que se estima el bien. Pero
humana para que esta inmanencia asentida de lo trascendente ahora esta norma está justificada y aclarada. D e esa manera
complete, en último término, la operación reflexiva de la vo- c¡ueda resuelta la aparente contradicción que hace del deber,
luntad adecuando lo que quiere a lo que ha querido y puesto al mismo tiempo, el triunfo y el sacrificio de la voluntad. En
en la acción? efecto, por una parte, se ha reconocido que toda la jerarquía
En lo que proviene de ella mediante la reflexión, la voluntad de los bienes naturales expresa sencillamente el más íntimo
humana experimenta tanto la irremediable insuficiencia de su deseo del querer humano, y que adherirse a él, a cualquier
propio acto como la irremediable necesidad de completarlo. precio, significa hacer lo que verdaderamente se qwere. Por
Llmitada a sus solos recursos, la voluntad no puede sino con-
otra parte, parece que se requiere un sacrificio y una esp ecie
fesar su ignorancia, su debilidad y su deseo, ya que sólo es
de inmolación mortificante para ser plenamente fiel a las obli-
fiel a su infinita ambición en cuanto que reconoce su infinita
impotencia. ¿Cuál puede ser el modo práctico y eficaz para gaciones morales, siendo así que es la cosa más natural del
hacer por fin lo que solos no podemos hacer? Y, puesto que mundo y la más deseable.
el acto no puede completarse más que si Dios se da a nosotros, Hablando con precisión, no se trata únicamente de hacer
¿cómo puede, de alguna manera, sustituir su acción a la nuestra? todo el bien que se quíere, en la medida en que se ·quiere,
¿Cómo participar en su mediación secreta, srn saber siquiera como saliendo espontáneamente de sí por un movimiento de
si él ha hablado y sin conocerle quizá claramente? ¿Cómo libre complacencia, bona omnino /acere. Lo esencial y lo costoso
ofrecerse y abrirse a los equivalentes de la acción perfecta, y es hacer bien lo que se hace, es decir, con espíritu de sumisión
disponerse, si es que existe alguna, a una revelación más ma- y de desapego, hacerlo porque en ello se siente el imperativo
nific.:sta del destino humano? ¿Es que existe un tránsito hacia de una voluntad a la que se debe someter la nuestra, bene
la vida? omnia facere. Así se explica que los preceptos mo rales nos pa-
rezcan mucho m enos la fórmula de nuestro propio querer (lo
son, sin embargo, en un sentido plenamente verdadero) . que
I la expresión de una autoridad soberana, respecto de la cual
Es necesario adherirse, con el espíritu, con el corazón y nuestra primera obligación es reconocer su derecho sobre no-
con la decisión personal, a aquello que se considera bueno o so tros. Reflexionemos, en efecto, sobre esto: cuanto la moral
por conocimiento personal o por enseñanza recibida, so pena científica más demuestre que está en conformidad con los
de ser condenado por la propia conciencia. Todo lo que es verdaderos intereses del hombre o que es el resultado de las
conforme con la conciencia, aunque sea invenciblemente erró- experiencias positivas acumuladas por las generaciones (exacta-
nea, exige del ho mbre una entrega efectiva. Por eso, algunas mente así), más necesario será esclarecer cómo solamente el

'.,
'1

424 P.IV. El ser necesario de la acción II. La alternativa 425

hombre, debido a una inclinación al mal, va contra su propio v:1lente preciso, los atractivos placeres cuyo mayor encanto
bien alejándose de la tradición experimentada. n:sicle quizá en esta ilusión: que, al descartarlos, se cierra para
En consecuencia, en lo que es el bien y su bien, el hombre siempre ese infinito mundo de los goces en que el hombre
menosprecia su propio bien al rechazar el bien. Esto ocurre cree no deberle nada a nadie más que a sí mismo. Es imposible
porque en realidad ve allí, con razón, una voluntad distinta de 1¡uc, permaneciendo fieles, cueste lo que cueste, al pacto divino,
la suya, y para aceptarla plenamente necesita abnegación. Sin en el crítico instante de la decisión y en medio de las angustias
dudá, gracias a un impulso natural, la razón prevé las necesi- de la acción, a veces dolorosas como un alumbramiento, no
dades y los intereses legítimos, no tanto por ser intereses cuanto perdamos el sentimiento de trabajar para nosotros, e incluso
por ser legítimos; y por la misma razón, atiende a los senti- de trabajar para un amo atento y compasivo; de un modo
mientos generosos no tanto porque halagan la sensibilidad cuan- semejante a como si nosotros, siendo sordos, nos viéramos
to por ser generosos. Toda la jerarquía de estos bienes naturales obligados a cantar delante de un sordo, o para alguien ausente.
es como una especie de escalera preparada para las ascensiones O brar para alguien que no significa nada para la consideración
de la voluntad. Y, con todo, si sólo hacemos lo que nos agrada de los sentidos, ni incluso del espíritu, en eso consiste esa
y nos parece ventajoso, no iremos lejos en el camino del deber, aparente locura que exige la razón cuando va hasta el limite
o, mejor dicho, no entraremos siquíera en él. de donde debe ir.
Tampoco entrarán en él los hombres y los pueblos que Por tanto, sea cual sea el valor natural del motivo que
mantienen la dignidad de su comportamiento sólo en cuanto incita a la voluntad, es necesario en cierto modo amortiguarlo
tienen conciencia de que son ellos los que se imponen a sí antes de devolverle un valor verdaderamente moral. Es te valor
mismos sus propias obligaciones. En verdad, es más fácil obe- no estará ya fundamentado en el grado de conformidad de ese
decer a la ley que uno se da a sí mismo e inclinar la voluntad motivo con nuestro querer, sino en su carácter propiamente
delante de la voluntad propia. Pero ello significa privar a la o bligatorio e imperativo. Sta sine electione et elige. No hay sino
vida moral de todo su necesario fundamento de humildad y una manera de conciliar los contrarios y de dominar los deseos
de abnegación. opuestos: es la de sacrificar las diversas alternativas, incluso la
De acuerdo con el testimonio inmediato de la conciencia, c¡ue se va a escoger; es la de retornar únicamente mediante
la acción es buena cuando, para llevarla a cabo, la voluntad un sentimiento superior al atractivo natural que nos solicitaba.
se somete a una obligación que le exige un esfuerzo y una De otra manera sería demasiado penoso tener preferencias,
especie de victoria sobre sí misma. Y ese testimonio está fun- desaparecer con el tiempo, experimentar que se escapa por
dado, ya que no existe verdadero bien más que cuando susti- entre las manos una parte atractiva y valiosa de la realidad.
tuimos todos los atractivos, todos los intereses, todas las pre- Procuremos el mérito de relacionar todo, de amar todo, de
ferencias naturales de la voluntad por una ley, un orden, una anonadar todo delante del infinito bien, para poder difundir
autoridad absoluta; es decir, cuando ponemos en nuestro acto en todo la sola presencia de este absoluto. La verdadera libertad
una iniciativa distinta de la nuestra. Um,s est bonus Deus. El interior consiste en no dejarse llevar nunca por la pasión,
dcb<;r sólo es deber en la medida en que, con la intención, aunque sea la pasión del bien; en estar dispuestos, en cualquier
se obedece a un mandamiento divino: Es una sumisión práctica cosa que se desee, a realizar el acto contrario, con objeto de,
que, por otra parte, es independiente de las afirmaciones o si se trata de un bien, retornar a la inclinación primitiva so-
negacio nes metafísicas. Existe una manera de servir a Dios sin lamente con un corazón ya cambiado; en desear casi tener
nombrarlo ni definirlo, y esto es «el Bien». placer en todo aquello que se sacrifica y repugnancia en todo
Por eso el desinterés moral es absoluto, incluso para el que lo que se hace.
científicament~ sabe que su interés supremo consiste en el bien. Por tanto, en cierto sentido, el desapego perfecto y universal
Ya que es imposible que, al adherirse a las obligaciones ele la nos vincula auténticamente a todo sin ataduras ni desprecios,
conciencia, no se tenga la sensación de renunciar a la propía ya que, a la vez, nos hace perfectamente indiferentes a las
voluntad. Es imposible que, obedeciendo a la ley, no nos formas particulares de la acción, y del todo entregados al grande
parezca sacrificar para siempre, sin retorno y sin ningún equi- y supremo motivo que únicamente comunica a todos los demás
426 P.IV. El ser necesario de la acción ll La alternativa 427

y a los más insignificantes su valor infinito. ¿Qué importancia .1plican a ti». Es el sofisma de la pasión, al que presta oído
tiene una diferencia de grado respecto de Dios que nos destina J'i vanidoso, siempre dispuesto a catalogar cada uno de sus
a él, y en relación al cual todo es bueno o malo según esté 11asos y a poner todo de hinojos ante cada uno de los latidos
referido o sustraído a él? No en el sentido de que debamos de su corazón. Por el contrario, la acción buena es aquella
desinteresarnos absolutamente del contenido natural de los actos que, en el hombre mismo, trasciende e inmola al hombre.
humanos. Ya que si estos actos finitos deben expresar y realizar C:ada vez que se cumple un deber es preciso sentir que nos
el bien, que no es tal si no es infinito, ·es a condición de que ,1rrebata la vida, que sustituye nuestra propia voluntad y que
se lleve a cabo lo mejor, ya que lo mejor es lo que sirve de ~uscita en nosotros un ser nuevo. Ya que sería preciso morir
cobertura pasajera y siempre cambiante del bien mismo. En ;1ntes que dejar de cumplirlo, y vivir para librarse de él significa
comparación con una acción buena, ¿qué significan mil millones ya que otro vive en nosotros. Todo acto es como un testa-
o un centavo?, ¿qué significa el mundo entero? Lo sabemos mento. Será necesario prepararse a morir: hace falta vivir como
muy bien. Y ¿no debemos juzgar quizá todas las cosas única- ~i se estuviera para morir, con esa simplicidad que va derecha
mente por sí mismas, como si se tratase de una cuestión ·de a lo esencial y verdadero.
otro, como si fuera un tema de los asuntos de Estado de Por tanto, sólo es absolutamente bueno y querido aquello
Amenofis, a distancia de cien mil años y cien mil leguas, a que nosotros no queremos por nosotros mismos, sino que
un nivel absoluto y universal, haciendo descender la acción Dios lo quiere en nosotros y de nosotros. Pero si en aquello
desde la serena profundidad de la eternidad, como algo que c.¡ue nosotros queremos en las mejores condiciones, y en la
pertenece a la inmutabilidad de la muerte? acción más conforme a nuestro deseo íntimo, existe ya alguna
Es, pues, necesario que la idea de infinito se haga viva en mortificación, ¿qué será de todo lo que contraría, humilla y
nosotros, que sea querida y practicada, que obre y reine en lastima el querer? Si para obrar bien hay que soportar el ser
nosotros, que en cierta manera nos suplante. Por su parte lo suplantado por una voluntad, conforme, ciertamente, pero su-
puede hacer, y nosotros debemos facilitarlo. Cumplamos nuestra perior a la nuestra, ¿no es verdad que, en ese mismo soportar,
misión, que consiste en desprendernos de nuestra estrecha pers- en todo lo que repugna a nuestra naturaleza, se precisa de
pectiva individual para realizar lo absoluto en nosotros y rea- una acción más atrevida para hacer entrar incluso el dolor y
lizarnos nosotros en el absoluto, y en introducir lo universal la muerte en el plan voluntario de la vida? Pero ¿no ocurre
en cada forma particular de nuestra vida a fin de dar a lo también que esa mortificación es la verdadera verificación, la
relativo y particular un valor infinito. La libre necesidad, que prueba y el sustento del amor generoso? No se ama de verdad
es la característica de la acción divina, ¿no es también el ideal el bien si por su causa no se ama lo que tiene de menos
de la acción humana? La acción humana no debe dejar fuera amable. Donde hay menos de lo nuestro, hay más de lo suyo.
de sí nada de lo que constituye al hombre. Es ella la que hace
vivi r todo lo que hay en él, la que pone de acuerdo las
1cndcncias contrarias, la que lo eleva por encima de oposiciones II
contingentes que fragmentan su conciencia. Pero no puede
restaurar esa perfecta simplicidad sino quitando de en medio Si en el origen de la accton buena existe un principio de
la voluntad propia para restituirle al bien, que la solicita bajo renuncia, de pasión y de muerte, no resulta sorprendente que
aspectos parciales, su carácter absoluto y total. Quien no ejercita en todo el desarrollo de la vida moral se encuentre constan-
ya su volu,uad propia hace siempre su voluntad, y precisamente temente el sufrimiento y el sacrificio. Se ha visto cómo el
al no querer nada se encuentra con que hace siempre lo que sufrimiento contribuye a estimular el desarrollo de la persona,
ha querido. cómo es un medio de formación, un signo y un instrumento
La tentación que siempre renace en el corazón del egoísta de reparación y de progreso. Nos saca del engaño de querer
es esa especie de susurro orgulloso o sensual: «Obra así, tú lo lo menos para empujarnos a querer lo más. Pero aceptar ese
puedes porque tienes una naturaleza única, porgue es una cir- sufrimiento, consentir en él, buscarlo, amarlo, convertirlo en
cunstancia extraordinaria, porque las reglas comunes no se te el signo y en el objeto mismo del amor generoso y desprendido,
\
428 P.JV. El ser necesan·o de la acción · 11 La alternativa 429

colocar la acción perfecta en el centro de la pas10n dolorosa, Rompiendo el equílibrio de la vida indiferente, nos intima a
ser activo hasta la muerte, hacer de cada acto una muerte, y 1>ptar entre ese sentimiento personal que nos lleva a replegarnos
de la muerte misma el acto por excelencia, todo esto significa ~obre nosotros mismos, excluyendo violentamente toda intru-
el triunfo de la voluntad, que desconcierta incluso a la natu- ~i<'i n, y esa bondad que se abre a la tristeza fecunda y a los
raleza y que, de hecho, engendra en el hombre una vida nueva gérmenes que aportan las grandes fuentes de la prueba.
y más que humana. Pero el sufrimiento no es solamente una prueba. Es una
La aceptación del sufrimiento manifiesta la medida del co- prueba de amor y una renovación de la vida interior, como
razón del hombre, ya que testimonia en él la impronta de 1111 baño rejuvenecedor a través de la acción. Nos impide
otro. Pero incluso cuando procede de nosotros para introdu- aclimatarnos a este mundo y nos deja en él como con un
cirse, con su punzante aguijón, en la conciencia, lo hace siempre malestar incurable. En efecto, ¿qué significa aclimatarse sino
a pesar del deseo espontáneo y del impulso originario del l'ncontrar el equilibrio en el estrecho medio en que se vive
querer. Por mucho que se le haya previsto, por resignados que Cuera del propio ámbito? Por eso, siempre será una novedad
nos presentemos de antemano a sus golpes, por seducidos que decir: doquiera que se gira, se encuentra uno mal. Es bueno
podamos encontrarnos ante su hechizo austero y vivificador, tener esa sensación. Lo peor sería no sufrir más, como si se
no obstante permanece siempre como un extraño y un impor- hubiera encontrado ya el equilibrio y resuelto el problema. Sin
tuno. Se presenta siempre de modo distinto a como lo espe- duda, en la calma de una vida ordinaria o en el recogimiento
rábamos. Y, ante su ataque, incluso aquel que lo afronta, lo de la especulación, la vida parece con frecuencia arreglárselas
desea y lo ama, no puede menos de odiarlo al mismo tiempo.
por sí misma. Pero frente a un dolor real no hay bellas teorías
Mata alguna cosa en nosotros para introducir otra cosa que
que no resulten vanas o absurdas. Cuando nos acercamos a
no es nuestra. He aquí por qué nos revela este escándalo de
una realidad viva y doliente, los sistemas suenan a hueco, los
nuestra libertad y de nuestra razón: nosotros no somos aquello
que queremos. Y para querer todo lo que somos y todo lo pensamientos resultan ineficaces. El sufrimiento es lo nuevo,
que debemos ser, es preciso que comprendamos y aceptemos lo inexplicable, lo desconocido, lo infinito que traspasa la vida
su lección y su favor. como una espada reveladora.
De esta forma, el sufrimiento es en nosotros como una Así se descubre una especie de reciprocidad, o, por decirlo
semilla. A través de él, algo entra en nosotros, sin nosotros y de esta manera, de identidad, entre el amor verdadero y el
a pesar de nosotros. Aceptémoslo incluso antes de saber de sufrimiento activo. Porque sin la educación del dolor no se
qué se trata. El labrador echa su grano más precioso, lo esconde accede a la acción desinteresada y valiente. El amor produce
en la tierra, lo esparce hasta el punto de que parece que no en el alma los mismos efectos que la muerte en el cuerpo:
queda nada. Pero, precisamente porque la semilla se ha espar- traslada a quien ama a aquello que ama, y lo que es amado
cido, po r eso permanece sin que se pueda arrebatar y se pudre a aquel que ama. Amar significa querer sufrir, ya que es amar
para hacerse fecunda. El dolor es como esta descomposición el gozo y la acción de otro en nosotros. Un dolor amable y
necesaria para el nacimiento de una obra más plena. Quien valioso en sí mismo, que lo aceptan los que lo experimentan
no ha sufrido por una cosa, no la. conoce ni la ama. Y esta y que no lo cambiarían por toda la dulzura del mundo. Si
enseñanza se resume en una palabra, pero hace falta coraje para el hombre sufrir es bueno, no lo es por simple conven-
para entenderla. E l sentido del dolor es revelamos aquello que ción, sino por una razón arrancada del fondo de las cosas.
escapa al conocimiento y a la voluntad egoísta, es ser el camino Comprender bien que el dolor produce el gozo verdadero e
del amo r efectivo, porque nos desprende de nosotros para infinito ¿no será, quizá, haber resuelto la dificultad suprema
entregarnos a otros y para incitarnos a darnos a los demás. de la vida y ahogado el escándalo más llamativo para la con-
El dolo r no opera en nosotros su beneficioso efecto sin ciencia humana, otorgando a nuestra voluntad ese gran alivio
un activo concurso. Es como una prueba, ya que obliga a las de poder ratificarlo todo? Cuando se posee el secreto de en-
secretas disposiciones de la voluntad a manifestarse. Deteriora, contrar dulzura en la misma amargura, entonces todo resulta
amarga y endurece lo que no llega a conmover y a mejorar. dulce.
1

1r
11
430 P.JV. El ser necesario de la acción Il La alternativa 431

Pero decir esto no es todavía suficiente. Si el sufrimiento un alma grande y anhelante, se goza más con lo que no se
es la experiencia y la prueba de la voluntad generosa y valiente, posee que con lo que se tiene.
se debe a que él es, a su vez, el efecto y como el acto mismo Por eso, no contentarse con nada que sea finito es la señal
del amor. Porque, si es verdad que somos más cuando amamos de una voluntad sincera y consecuente con su original gene-
que cuando somos, es decir, cuando la voluntad personal está rosidad. Esa voluntad no sólo acepta el sufrimiento que le
suplantada y como recubierta por una voluntad contraria, en- produce la acción de otro como un don doloroso e instructivo,
tonces parece que todo movimiento del interés personal no es sino que, por su propia iniciativa y dilatando todas sus capa-
una ganancia, sino más bien una pérdida, y que todo aparente cidades de amar, crea en sí una especie de pasión volun taria
enriquecimiento resulta ser un empobrecimiento real. La con- y de muerte permanente. Lejos de empequeñecerse como para
templación de festejos y jolgorios resulta penosa para un co- evitar demasiados contactos acomodándose a las circunstancias,
razón triste. Así también, toda satisfacción demasiado saboreada se engrandece sin medida para estar en todas partes estrecha-
resulta amarga para quien ama el bien más que su propio bien. mente, como bajo una prensa. El hombre, con su intención
Se encuentra más satisfacción en la privación que en la hartura. deliberada, no alcanza la plenitud de su aspiración espontánea
En efecto, constituye una verdad llena de enseñanzas el más que con la condición de anular su voluntad propia, ins-
hecho de que existe una idéntica inquietud entre los hombres talando en sí mismo una voluntad contraria y mortificante. No
aunque se encuentren en condiciones m uy diferentes. Apenas es que deje de experimentar hasta en lo más vivo la magulladura
logrado el equilibrio en una situación de fortuna o de ánimo, de su naturaleza amante de la independencia, ya que las raíces
sea del nivel más alto o del más bajo, no se ve ya más que del amor propio, siempre cortadas y siempre renacientes, no
lo que falta por desear, y la menor carencia parece un vacío pueden desaparecer. Tampoco debe tratar a su enemigo interior
infinito; y lo es en realidad. Si se colma ese vacío, entonces con una especie de cólera y de severidad violenta, ya que el
renace la misma impresión, pero más exacerbada: prueba de sacrificio, lejos de endurecer el corazón, enternece muchas veces
que todos los goces y posesiones actuales son igualmente ca- los sentimientos que reprime. No hacer nada de lo que se
rentes de valor frente al bien que en realidad buscamos. ¡Cuánto preferiría, y hacerlo con gracia y dulzura, manifiesta tener en
más sabio resulta orientar nuestras aspiraciones en sentido con- sí una voluntad distinta de la propia; significa estar muerto,
trario a aquel de los que buscan estas decepcionantes satisfac- pero para estar ya resucitado a la vida y sacar el principio de
ciones! Sin duda es penoso pero saludable amar todo aquello la acción de su fuente.
~¡ue nos descubre nuestra insaciable grandeza, preferir lo menos La mortificación es, por tanto, la verdadera experimentación
a lo más y las privaciones que sacian a los placeres que des- metafisica, la que se apoya sobre el ser mismo. Lo que muere
piertan el hambre, y complacernos con el sentimiento de nuestra es aquello que impide ver, hacer, vivir; lo que sobrevive es ya
r:1rt>ncia. El sufrimiento es la vía que progresa y que asciende, aquello que renace. Sobrevivir a sí mismo es la comprobación
y para avanzar mucho basta con querer dejarse llevar. La fe- de la buena voluntad. Estar muerto no significará nada, pero
licid:id no está en lo que tenemos, sino en aquello de lo que sobrevivir a sí mismo, sentirse despojado de sus complacencias
pH·scindimos y nos privamos. íntimas y de sus deseos de independencia, estar en este mundo
P1 ,r eso, el mismo bien que hacemos debemos hacerlo como si no se estuviera, encontrar, respecto de todas las tareas
como si no fuera nuestro. En todos los aspectos, el sacrificio h umanas, más entusiasmo en el desapego que el que se pudiera
1k· h1 vol11n1:1d personal constituye para el hombre el verdadero alcanzar en el apasionamiento, ésa es la verdadera obra maestra
camino de vida. El motivo de su privación vale infinitamente del hombre. La ilusión consiste en vivir, al modo de tanta
más que el objeto del que se priva. Practicar este riguroso gente, como si no hubiera que morir nunca. La realidad está
métodc) de.: sacrilicio supone poner en evidencia y en libertad en vivir como si se estuviera muerto. ¡Cómo cambia todo de
ese pequeño aumento de fuerza que trasciende en nosotros signo si tomamos en cuenta ese elemento infinito de la muerte!
todas las potencias naturales. No se adquiere lo infinito como Y ¡qué poco ha avanzado la propia filosofia de la muerte! El
se adquiere una cosa; solamente se le da acceso a nosotros hecho es que nada suple la práctica de este m étodo de elimi-
mediante el vacío y la mortificación. Y, a poco que se tenga naciones voluntarias. ¡Qué pocos lo han experimentado! ¡Cuán-

1 ,. "'
432 P.IV. El ser necesario de la acción 11. La alternativa 433

tos quisieran arrebatar de su posesión precisamente aquello que Estimar que la renuncia del hombre a su propia voluntad
es necesario confiarle, sin imaginar que la muerte puede y debe t·s obra original suya, persuadirse finalmente de que esa abne-
ser el acto por excelencia! Ahl está el secreto del terror sagrado gación es perfectamente válida, expiatoria y salvífica, sig nifica
que experimenta la conciencia moderna, como lo había sentido volver otra vez a la ilusión inicial, perder de vista la verdad
el alma antigua, ante la cercatÚa y ante el solo pensamiento del Dios vivo y tratarle aún como un objeto inerte, obra de
de lo divino. Si nadie ama a Dios sin sufrir, nadie ve a Dios las manos del hombre y materia dócil a su voluntad. Significa
sin morir. No hay nada que al contacto con él no sea resu- 1 lárselo a uno mismo, y no entregarnos a él.
citado, ya que runguna voluntad es buena si no ha salido de Por tanto, es necesario· (y aquí radica la dificultad del camino
sí misma para dejar todo el sitio a la invasión total de la cstrecho que lleva a la vida) ensamblar estas dos disposiciones
voluntad de Dios. prácticas: hacer todo lo que podemos como si tuviéramos que
Sin duda, no es necesario, ni tampoco siempre útil, conocer contar sólo con nosotros mismos; pero al mismo tiempo con-
la razón de esa misteriosa sustitución lograda por el sufrimiento vencernos de que todo lo que hacemos, aunque sea necesario,
aceptado con valentía, obteruda por la generosidad de un co- es radicalmente insuficiente. La fuerza y la luz que tenemos
1
razón no limitado por nada finito en su aspiración y completada sólo podría pertenecemos legítimamente si la referimos en pri-
por la muerte aceptada o padecida con generosidad. Lo que mer lugar a su principio. En un sentido, la acción debe ser
es largo de explicar, dificil de justificar, en la práctica no exige, totalmente del hombre, pero sobre todo es necesario que sea
con frecuencia, más que un simple esfuerzo capaz de resumir querida como totalmente de Dios. En esta perfecta síntesis del
y transfigurar toda una existencia. ¡Qué poco se requiere para uno con el otro, no se puede decir que la primera parte del
encontrar acceso a la vida! Un mínimo acto de entrega, bajo acto viene de uno y la segunda del otro. No, cada uno debe
una forma sencilla y a veces hasta infantil, basta quizá para obrar por el todo. Sólo existe comunión de dos voluntades
que sea concebido en un alma el germen divino y resuelto el con esta condición: una de ellas no puede nada sin la otra.
problema del destino. Y la acción, que es obra común, procede, por tanto, entera-
mente de cada una.
Por consiguiente, no basta con concebir buenos deseos y
proyectos, esperando, para llevarlos a cabo, ser empujados por
III
una inspiración extraña. No basta con que la voluntad esté
encinta, es preciso que haya dado a luz. No vivamos en la
Pero, para mantener intacto el pudor de la conciencia y esfera de lo que quisiéramos hacer, porque ése es el lugar
esa sinceridad generosa, que no es sino una voluntad perfec- 1 donde no hacemos ni haremos jamás. Es necesario obrar in-
tamente consecuente consigo misma, falta todavía una última cluso allí donde la pusilanimidad se convence de que es im-
disposición esencial. Para realizar todo el deber que conocemos posible. Así como no debemos fiarnos sin reserva de la solidez
y podemos, ha hecho falta que llegáramos hasta el derrama- de los actos realizados, ya que lo que en ellos hay de humano
miento heroico de sangre. Sufrir y morir para conseguir eso es siempre ruinoso, del mismo modo es necesario no desconfiar
sin lo cual ninguna vida merece vivirse, es algo bueno, pero de las obras futuras, ya que siempre debemos esperar una
insuficiente. Después de haber hecho todo como si no espe- ayuda y una colaboración todopoderosas. Un mismo sentimien-
ráramos nada de Dios, ahora es preciso esperarlo todo de Dios to es el que lleva siempre al hombre a ese circunspecto temor
como si no hubiésemos hecho nada por nosotros mismos. Por del pasado en el que está metido, y a esa intrépida iniciativa
eso se debe temer esa secreta presunción que significa una del futuro en el que otro, distinto de él, está ya presente.
última aparición de la voluntad propia: fácilmente nos conven- Frente al problema de su destino, la única actitud que le
cemos de que las fuerzas humanas solas, en virtud de -cierta conviene al hombre es la de obrar, en lo posible, según la
necesidad natural, pueden llegar a . completar la gran obra de fuerza y luz propias, pero con la conciencia de no encontrar
la salvación. No, esas fuerzas no pueden completar esa gran en sí mismo el principio, el medio o el fin de su acción, de
labor, porque tampoco la han comenzado. no creer jamás qu~ ha llegado a término, de volver a empezar

.
1
434 P.IV El ser necesario de la acción Ji. La alternativa 435
1
siempre con el arrojo del joven soldado o con el tímido en- todo, Dios le concede haber hecho todo, y ésa es la verdad.
tusiasmo del novicio. El deber es buscar sin cansarse, porque No apropiarse de nada es el único método para obtener lo
no buscaríamos sin haber ya encontrado lo que jamás alcan- infinito. El hombre está presente en todas partes precisamente
zaremos hasta el fondo, y que perdemos desde el momento cuando no se pertenece ya más a sí mismo.
en que pretendemos tenerlo asido. Por tanto, mientras obramos Pero aquí, y sobre todo aquí, ¡cómo se manifiesta esta
de la mejor manera posible, debemos seguir deseando el bien disposición salvífica independiente de la ciencia abstracta que
que ignoramos y que no hacemos. Debemos vivir con el sen- de ella podamos tener! Para que la sinceridad sea íntegra, es
timiento de que el presente no es una estancia permanente, necesario y suficiente que, actuando lo mejor que sepamos,
!
sino un lugar de paso y una especie de tránsito constante. Es pongamos nuestro fundamento, con la intención y con el deseo,
preciso vivir con el temor de acomodarse demasiado a esta sobre aquel que, conocido o desconocido, es el único que
vida que se escapa gozando de una cierta paz que ofrece a 1
puede inspirar, sostener y perfeccionar el esbozo de criatura
los tibios y a los astutos. Sin duda, es como si tuviéramos que somos. No tenemos nosotros ni la fuerza de actuar cuando
que soportar el peso de un yugo. Pero este peso de la vida se trata de realizar una obra buena, ni el medio de expiar
moral, aunque penoso cuando lo consideramos y lo soportamos, cuando se trata de remediar una debilidad voluntaria. Es preciso
se aligera a medida que avanzamos y aligera también todo lo reconocerlo para permanecer en la verdad. La verdad no se
demás. Onus cuneta exonerans. De la misma manera que para un expande más que en vasos vacíos. Si los operarios de la última
pájaro las plumas no son una carga, sino lo que le permite hora son llamados para recibir la recompensa casi sin haber
volar. trabajado, se debe a que nadie les ha contratado ni encomen-
Pero si el hombre debe proyectar de esa manera sus actos dado tarea alguna. Por eso es necesario que en el fondo del
más allá del espacio y del tiempo, fuera de sí y de lo finito, corazón quede un pequeño rincón virgen en donde el huésped
no se debe a una inconsistencia del deseo o a un apetito de ignorado y deseado pueda tocar el alma. Ese huésped sólo se
enfermo que, aun estando hambriento, no admitiría nada sólido. puede donar allí donde se le ha hecho sitio. Pero, a falta de
Ya que esta actitud perseverante sólo es buena en la medida cualquíer o tra evidencia sobre él, ¡cuánta rectitud y generosidad
en que estimula la actividad presente, mientras tampoco permite auténticas supone ese sentimiento que se tiene de la necesidad
nunca limitarse a ~lla. Esa misma acción es la que debe pro- de su operación! Para invocarle, incluso antes de conocerle, es
porcionarnos, junto con el alimento que sacia, ese vigor rege- preciso permanecer fiel a la sinceridad del buen querer hasta
nerador de la salud y esa hambre insaciable que constituye la el final. Esta disposición es tan extremadamente sencilla, que
señal de una voluntad sana e íntegra. Es necesario que colo- un solo instante, un impulso del corazón son suficientes quizá
c¡ucmos fuera de posotros el origen de ese movimiento volun- para producirla, pero que abarca lo infinito.
tario, incluso nuestro deseo de buenos deseos. Así, cuando no Parecía que el supremo esfuerzo de la voluntad cons1st1a
h:iccmos otra cosa que pedir tener algo para dar, esa plegaria en sacrificar todo lo que tiene y todo lo que es. Y, sin embargo,
110 procede totalmente de nosotros; ni siquiera es una plegaria he aquí que ese esfuerzo mismo es insuficiente desde el mo-
si no contiene ese reconocimiento, al menos implicitamente. mento en que le atribuimos el mérito y admitimos su eficacia.
l ,a inicirttiva absoluta del hombre es preciso sustituirla libre- Sin duda, ésta es la vía segura y derecha para amar lo invisible:
mmtc por la iniciativa absoluta de Dios, incluida ya necesa- desear sobre todas las cosas aquello que renunciamos a poseer
rin111cn1 c en aquélla. No está en nuestra mano ni darle esa en el presente; perderlo todo para salvar lo único que cuenta
potl'~tad ni concedérnosla a nosotros mismos. Nuestra tarea y merece ser; morir, si es preciso, para vivir~ ya que parece
consiste en obrar de tal manera que Dios sea todo en nosotros imposible llegar hasta el ser sin traspasar la muerte. En todo
como lo es yn de por sí, y en reencontrar, en el principio esto se expresa el consentimiento del hombre al absoluto y la
'
mismo de n uestro reconocimiento a su acción soberana, su participación de la nada que somos en la vida real mediante
presencia eficaz. La verdadera voluntad del hombre es el querer la o blación de la vida aparente. Y, sin embargo, todo .esto no
divino. Reconocer su radical pasividad es para el hombre la significa nada sin la conciencia de la impotencia natural, de la
perfección de la actividad. A q uien reconoce que Dios lo hace imposibilidad misma en que se encuentra el hombre de alcanzar

L - .. •··
436 P.IV. El ser necesario de la acción

por sus solas fuerzas su fin necesario. Aristóteles tenía ya un


presentimiento cuando decía: hay en el hombre una vida mejor
que la vida humana; y esta vida no la puede sostener el hombre; QUINTA PARTE
es preciso que algo divino habite en él.
Propiamente la noción de lo sobrenatural es ésta: absolu-
tamente imposible y absolutamente necesario al hombre.· La EL ACABAMIENTO DE LA ACCION
acc~delfíombre trasciéñcle al homore; y todo el esfuerzo
de su razón consiste .en descubrir que ní puede ní debe limitarse EL TÉRMINO DEL DESTINO HUMANO
a ella. Espera cordial del mesías desconocido, bautismo de
deseo que la ciencia humana es incapaz de provocar, ya que
esa misma necesidad es un don. La ciencia puede mostrar la
necesidad, pero no puede hacer que nazca. Si efectivamente es
necesario establecer una asociación real y cooperar con Dios,
¿cómo querer alcanzarlo sin reconocer que Dios es árbitro
1
soberano de su don y de su operación? Este reconocimiento
es necesario, pero deja de ser eficaz si no invocamos al me-
diador desconocido o si nos cerramos al salvador revelado.

Muestro cómo la idea misma de una Revelación entra dentro del


desarrollo interior de la conciencia humana, de manera que, viniendo
desde fuera, no puede sin embargo actuar dentro más que en virtud
de una correspondencia previa. Hago ver a qué elementos debe su
autoridad y su crédito interno ese don, en apariencia exterior. Expongo
finalmente cuál es su utilidad: es nécesario que sirva y que tenga una
eficacia práctica, si queremos que el misterioso conocimiento de lo
incomprensible revelado tenga un significado y, en cierto modo, se
humanice. Por tanto, viene también a integrarse en el dinamismo de
la acción. La ciencia humana no debe investigar si es real, ni tampoco
si es posible. D ebe mostrar, en nombre del determinismo, que es
necesario.

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