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La persona posee una estructura psíquica general que se compone por los siguientes
elementos:
1
CENCINI, Amedeo y MANENTI, Alejandro, Psicología y formación, Ed. Paulinas, México, 1994, p. 131
2
Cfr. Idem
3
Cfr. Ibid, p. 139
3
b) El yo ideal es lo que la persona quiere llegar a ser, está compuesto por el mundo de las
aspiraciones, deseos, proyectos y, a veces los sueños y las ilusiones. El yo ideal se compone
de dos elementos:
1) Ideales personales
“Son los ideales que el individuo escoge para sí mismo, es decir, lo que él querría ser o
realizar siguiendo estos ideales4”. Nos referimos a los valores y proyectos, fruto de la
elección del sujeto, que pueden estar más o menos en sintonía con los varios componentes
del yo actual y no siempre se manifiesta o se deduce del comportamiento5.
2) Ideales institucionales
“Se trata de la percepción que tiene el sujeto de los valores y de los roles que la
institución social le propone6”. Hay que tomar en cuenta que entran en juego dos aspectos:
lo que la institución propone objetivamente y lo que el sujeto percibe de lo que se le
propone; lo cual significa que el sujeto asume un rol propuesto por la institución no siempre
tal como se le propone. El P. Rulla identifica el ideal institucional con el ideal propuesto por
la vocación cristiana a los miembros de la comunidad cristiana7.
4
RULLA, Luigi, M. Op. Cit. Vol. I, p. 287
5
Cfr. CENCINI, Amedeo y MANENTI, Alejandro, Op. Cit., p. 139
6
Idem
7
RULLA, Luigi, M. Op. Cit. Vol. I, p. 287
4
la decisión para actuar. Para que las necesidades se concreten en la acción se requiere al
menos la presencia del deseo emotivo o racional8.
d) Las actitudes: Son estados mentales y nerviosos de predisposición a responder, a
través de la experiencia, que ejercitan una influencia directa y dinámica sobre la actividad
mental y física. Tienen dos componentes: cognitivo: se refiere al modo con que el objeto es
percibido y valorado; afectivo-cognitivo: estado emotivo que deriva de la percepción del
objeto. Las actitudes tienen 4 funciones (Katz): función utilitaria; función de la defensa del
yo; función de conocimiento; función de expresión de valores.
c) Los Valores: Son ideales durables y abstractos que se refieren a la conducta
actual o al objetivo final de la existencia. En cuanto durables, se diferencian de los simples
intereses que son pasajeros, contingentes y sobretodo están menos cargados de importancia
afectiva. En cuanto abstractos, se diferencian de las normas porque no dicen
inmediatamente qué hacer, sino cómo ser, no llevan a un comportamiento, sino a un estilo
de vida9.
Existen dos categorías de valores: finales o terminales, que se refieren al fin último
que se quiere alcanzar en la vida; e instrumentales, que se refieren a los modos de actuar
necesarios para lograr el fin último. Los primeros se auto justifican y los segundos son
justificados en cuanto medios para alcanzar los primeros. En la formación sacerdotal se
pueden especificar los valores terminales: unión con Dios e imitación de Cristo, y los
valores instrumentales, donde se ubica el celibato: los consejos evangélicos.
Los valores tienen una dimensión cognitiva, es decir, que se conocen
intelectualmente como el modo correcto de actuar y el estado final al cual tender; una
dimensión afectiva, es decir, que son experimentados como fuente de energía o estímulo
para el actuar; una dimensión conativa, es decir, que no pueden ser sólo objetos de
contemplación, sino que deben concretizarse en modelos de acción. La dimensión afectiva
de los valores es el centro y problema de todo proyecto educativo por que de ella resulta la
disponibilidad del sujeto para canalizar todas sus energías hacia algo estimado como
central10.
8
Cfr. Ibid, p.64-65
9
Cfr. CENCINI, Amedeo y MANENTI, Alejandro, Op. Cit., p. 96-97
10
Cfr. Idem
5
1. Los valores naturales, son los valores de base no específicamente humana, infra-
morales. Por éstos, la voluntad de la persona se abre para sentirse adaptada
socialmente o psicológicamente. Tercera dimensión
2. Los valores autotrascendentes, son los valores que comprometen al sujeto en el
ejercicio de su libertad hacia la autotrascendencia del amor teocéntrico. Por éstos, la
persona es interpelada al ejercicio de su libertad y responsabilidad, a la implicación
de todo su ser. Toda la persona es apelada de hacer el bien frente a la llamada del
Dios, desde los valores morales y religiosos. Primera dimensión
3. Los valores naturales y autotrascendentes, son los valores que presentan al mismo
tiempo los componentes de los valores naturales y de los valores
autotrascendentes12. En ellos podemos observar la integración de los valores y las
necesidades, reconociendo la posibilidad de descubrir valores trascendentes en
valores naturales (vgr. podemos conocer el amor de Dios a través del amor de las
personas), de tal manera que los valores naturales adquieren un contenido simbólico
más allá de lo que realmente contienen, la trascendencia teocéntrica. Segunda
dimensión.
La realidad dinámica del hombre debe ser tomada muy en cuenta por el seminarista al
encontrarse inmerso dentro del misterio vocacional, puesto que está llamado a construir una
nueva identidad a través de la asunción de diversos valores ya vividos.
Este proceso de identificación se logra mediante una constante autotrascendencia que
va unida a la dialéctica de base entre el yo actual y el yo ideal, que ahora explicaremos:
Partimos del principio que para conocer a la persona es necesario conocer su fin y su
estructura, es decir sus aspectos finalístico y estructural. Atendemos a la manera como
funciona el ser humano, partiendo de una doble afirmación:
felicidad en sí misma, como fin absoluto, por que más que conducirlo a la trascendencia lo
conduciría encerrarse en sí mismo.
DIOS
HOMBRE FELICIDAD
Es importante reconocer que el hombre tiene un fin – amar como Dios ama-, si la
teoría pierde de vista esto, no funciona más.
El dato fundamental de la prospectiva finalística es que el hombre está hecho para
la trascendencia, usando esta prospectiva entendemos a la persona humana y la leemos
desde su fin último. De esta manera al relacionarnos con la persona concreta podremos
reconocer el fin por el cual existe y alcanzar al singular individuo.
DIALÉCTICA
EN SÍ PARA MÍ
Estas dos categorías dan origen a dos sentimientos diversos (emociones racionales y
emociones sensibles), que se encuentran en una dialéctica. La psicología evolutiva explica
que estas dos categorías se estructuran a lo largo de la vida (primero se desarrolla el para mí
y después el en sí). Las dos categorías constituyen dos formas de ver la realidad, pero que
no son conscientes, por lo tanto no pueden ser descubiertas interrogando a la persona.
La dialéctica nunca cesa en la vida del hombre, pero eso precisamente es lo que lo
hace crecer. El mismo crecimiento lo lleva hacer más consciente A – B, y por tanto más
libre. Provoca la decisión, la elección, la libertad. Estas dos categorías están siempre
activas, en el centro de nuestro actuar.
A través de los sentimientos provocados por A – B podemos identificar el aspecto
finalístico y estructural de la persona. Estos son la puerta a la identidad del individuo.
DIALÉCTICA
EN SÍ PARA MÍ
La emociones son muy diversas, pueden tener mayor influencia del en sí y de esta
manera descubren los valores del sujeto. Si tienen mayor influencia del para mí, revelan las
necesidades.
“Los valores no son una idea, son una categoría que provoca un sentir en la persona”.
DIALÉCTICA
EN SÍ PARA MÍ
11
VALORES NECESIDADES
Sintetizando:
La observación de la forma de relacionarse con la vida, con las cosas, con la
realidad y la forma de sentir del sujeto, nos llevan a reconocer sus valores y necesidades y
a comprender el A – B de la persona. Tocado a la persona u observándola tocada por la
realidad podemos conocerla.
DIALÉCTICA
ASPECTO FINALÍSTICO ASPECTO ESTRUCTURAL
EN SÍ PARA MÍ
(Objeto) (Objeto)
VALORES NECESIDADES
(Fuerza Psíquica) (Fuerza Psíquica)
Categoría de importancia Categoría de importancia
12
INTEGRACIÓN
1ª DIMENSIÓN 3ª DIMENSIÓN
2ª DIMENSIÓN
4. Antropología Cristiana
El ser humano ha sido capacitado por Dios para el diálogo con Él, para realizarse en
la libertad y la autotrascendencia. Estos dones divinos se hacen realidad en él cuando el
seminarista llega a enamorarse de Dios, logrando de esta manera el máximo grado de
autotrascendencia y libertad. “La autotrascendencia y la libertad se influencian
13
CENCINI, Op. Cit., p. 121
13
“La afirmación de que el ser humano es ‘interioridad creyente’ [es decir, que es
un ser espiritual] es tan científica y objetiva, como afirmar que el ser humano es
una mente pensante o un corazón amante16”.
Conversión Religiosa: Consiste en ser captados por el interés último, es decir por Dios,
enamorándose de manera ultramundana; entregándose a sí mismo de forma total y
permanentemente sin condiciones, sin moderación ni reservas, no como un simple acto sino
como un estado dinámico de continuas entregas que actúan como principio de otras; con
una conciencia existencial y la aceptación de una llamada a la santidad desde el dialogo con
Dios en la oración18.
16
MANENTI, 2004-2005b
17
Cf. CABARRUS, 2001, p. 19
18
Cf. RAVAGLIOLI, Alessandro M., 2003, p. 24-25
15
“Es el amor de Dios que inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo dado a
nosotros. Es el don de la gracia, […] la substitución del corazón de piedra por un
corazón de carne […] más allá del horizonte del corazón de piedra [que se hace
efectiva] por el movimiento gradual [de la persona] hacia una transformación
plena y completa de la totalidad del propio vivir y sentir, de los pensamientos,
palabras, obras y omisiones19”.
19
LONERGAN, Bernard J. F., 1990, p. 175
20
Cf. RAVAGLIOLI, Alessandro M., 2003, p. 24
21
LONERGAN, Bernard J. F., 1990, p. 174
16
ver lo que no está, y que lo real es lo que está 'afuera-ahí-ahora' para ser mirado. El
reconocimiento de mundo de la significación implica la distinción respecto al mundo de la
inmediatez, sabiendo que este último es solo un pequeño fragmento del mundo mediado por
la significación. Se pasa de la concepción de la verdad como los que se me presenta y me
parece, a la vedad como lo que es verdadero en sí mismo, más allá de los datos inmediatos
de los sentidos, más allá de la impresión subjetiva 22. Desde el mundo de la significación el
conocer ya no es sólo ver, sino experimentar, entender, juzgar, y creer; los criterios de la
objetividad son compuestos de experimentar, de entender, de juzgar, y de creer; la realidad
es el mundo mediado por la significación, y el proceso de experimentar, entender y juzgar
es un proceso de autotrascendencia.
22
Cf. RAVAGLIOLI, Alessandro M., 2003, p. 24
23
LONERGAN, Bernard J. F., 1990, p. 175
24
LONERGAN, Bernard J. F., 1990, p. 176-177
17
“He aquí la propuesta cristiana del más allá: después de que te has hecho
grande, libre y capaz de caminar solo, si quieres vivir ahora con mayor
intensidad vuelve a ser dependiente voluntariamente, siendo capaz de caminar
detrás de Otro que está más allá y más arriba de ti26”.
25
MANENTI, Alessandro, 2002, p. 135
26
MANENTI, Alessandro, 2002, p. 135
18
anhelos cada vez más profundos, se encontrará el verdadero Yo, ligado a la fuente de toda
potencia, no más a las cosas o personas, sino al Dios de toda persona y de toda cosa
existente.
La conversión es entonces la renuncia a las propias seguridades (Mt 13, 44-46), la
reformulación de la propia vida al dentro del proyecto infinito y eterno de Dios, la llamada
a la santidad (Mt 5, 48).
El acompañamiento respecto al aspecto espiritual no puede tratarse de conducir al
acompañante para que proteja su identidad formulada, ni su experiencia religiosa que ya de
por sí vive, sino de conducirlo a través de un camino de autentificación. Sometiendo la
vida, la fe y el propio Yo a la reflexión crítica, a la luz del Evangelio, a la conversión. Este
camino hecho con el acompañado implicará para el mismo acompañante una reflexión y
reformulación constante sobre el modo como él mismo vive su vida desde el aspecto
espiritual.
19
LA INTEGRACIÓN PSICO-ESPIRITUAL
1. MÉTODO
El desarrollo moral recuerda que el individuo no busca sólo el bien, sino que él mismo
bien lo activa. Existe un estado superior que lo atrae (el mismo bien que atrae la actividad
del individuo). Organizar la vida y obedecer un valor viene a ser la misma cosa.
22
b) MOMENTO ANTROPOLÓGICO
Cómo se predispone o se prepara la persona para lograr la experiencia de Dios. La
semilla tiene su propia dinámica, puede dar más o menos fruto, según la situación del
terreno –Yo-. El hombre se predispone a la experiencia espiritual, a fin de favorecer la
santidad objetiva y la efectividad apostólica.
En toda experiencia espiritual existe un diálogo constante entre Dios que llama y el
hombre que responde, entre la semilla y el terreno que la recibe.
23
2. SANTIDAD OBJETIVA
a. Santidad Objetiva
El diálogo del hombre con Dios, lo conduce a la santidad objetiva es decir, a abrirse
progresivamente más a Dios, más allá de su subjetividad, no sólo a producir talentos, sino a
aumentarlos y mejorarlos. Produce un alargamiento progresivo del alma, es decir, que no
sólo busca la eficacia en el uso de los medios, sino que lo mueve a comunicar a los demás
la manera como Dios ama y actúa, mediante el don de sí y su testimonio.
Este es el camino en que se realiza la dinámica de la experiencia espiritual. “La
experiencia –espiritual- cristiana transforma al individuo”.
“Aquí surge un modelo educativo en el sentido de la formación: la liberación
progresiva de la libertad”.
b. Proceso de Conversión
27
Cf. CABARRUS, 2001, p. 19
24
Conversión Espiritual: Consiste en ser captados por el interés último, es decir por
Dios, enamorándose de manera ultramundana; entregándose a sí mismo de forma total y
permanentemente sin condiciones, sin moderación ni reservas, no como un simple acto sino
como un estado dinámico de continuas entregas que actúan como principio de otras; con
28
Cf. RAVAGLIOLI, Alessandro M., 2003, p. 24
29
LONERGAN, Bernard J. F., 1990, p. 174
25
una conciencia existencial y la aceptación de una llamada a la santidad desde el dialogo con
Dios en la oración30.
“Es el amor de Dios que inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo dado a
nosotros. Es el don de la gracia, […] la substitución del corazón de piedra por un
corazón de carne […] más allá del horizonte del corazón de piedra [que se hace
efectiva] por el movimiento gradual [de la persona] hacia una transformación
plena y completa de la totalidad del propio vivir y sentir, de los pensamientos,
palabras, obras y omisiones31”.
30
Cf. RAVAGLIOLI, Alessandro M., 2003, p. 24-25
31
LONERGAN, Bernard J. F., 1990, p. 175
32
Cf. RAVAGLIOLI, Alessandro M., 2003, p. 24
26
33
LONERGAN, Bernard J. F., 1990, p. 175
34
LONERGAN, Bernard J. F., 1990, p. 176-177
27
allá de sí. “Nadie puede vivir solo en función de si mismo35”. Este es el momento preciso en
que el hombre se halla en la necesidad de descentrarse de sí y elegir de quién depender
como un gesto de libertad y de madurez. Se trata de una elección libre por que nace del
amor.
“He aquí la propuesta cristiana del más allá: después de que te has hecho
grande, libre y capaz de caminar solo, si quieres vivir ahora con mayor
intensidad vuelve a ser dependiente voluntariamente, siendo capaz de caminar
detrás de Otro que está más allá y más arriba de ti36”.
35
MANENTI, Alessandro, 2002, p. 135
36
MANENTI, Alessandro, 2002, p. 135
28
un dato que contiene significado). Por ejemplo: la muerte como hecho, indica que el
hombre deja de existir, pero exige por sí misma una interpretación, el reconocimiento de su
significado. Este significado no lo inventa o atribuye el sujeto, sino que pertenece al mismo
evento de morir, tiene por sí mismo un significado intrínseco.
Existe una teoría que nos ayuda a entender la importancia del significado que
tienen los objetos o los hechos para la persona que está en desarrollo, de tal manera que van
construyendo su propia identidad (psicológica, religiosa, social, sexual, etc.). Esta teoría es
La teoría de las Relaciones Objetuales Interiorizadas de Kernberg.
Esta teoría afirma básicamente que los eventos o los objetos tienen siempre un
significado para la persona (sujeto) y cómo esta los interpreta al mismo tiempo que
desarrolla su personalidad.
La teoría que trata de interpretar la estructuración de la personalidad (dimensión
intra-psíquica) en su impacto con los otros (dimensión inter-personal), a partir del las
primeras relaciones con la figura materna. Ayudándonos a entender cómo la persona puede
crecer y desarrollarse, bloquearse o tener regresiones, en su relación consigo misma o con
los otros, en su búsqueda de ideales o de valores morales y religiosos, etc. Finalmente,
también nos ayuda a entender cómo la persona se capacita progresivamente para captar el
significado real de los objetos.
El nivel normal de integración en el desarrollo de la persona (5ª fase) debe pasar
por cuatro fases previas:
1ª Fase
AUTISMO Edad Desarrollo normal Desarrollo anormal
Indiferenciación total Primer mes de vida *El niño no es capaz * El bloqueo de esta
de establecer una fase genera una
relación con el objeto relación simbiótica con
(madre) la madre. PSICOSIS
AUTÍSTICA
2ª Fase
SIMBIOSIS NORMAL Edad Desarrollo normal Desarrollo anormal
Representaciones primeras, Del primer mes de *El niño comienza a * El bloqueo de esta
indiferenciación del Yo con el vida al sexto u octavo generar una imagen fase consiste en la
objeto mes positiva, buena del generación de una
objeto (madre) quien lo imagen –afectiva- mala
cuida y satisface (no gratificante) de la
madre.
*Pérdida de la
capacidad de
diferenciación de los
confines del Yo.
PSICOSIS INFANTIL,
30
PSICOSIS
DEPRESIVA O
ESQUISOFRENIA EN
ADULTOS
3ª Fase
DIFERNCIACIÓN Edad Desarrollo normal Desarrollo anormal
Diferenciación en la Del sexto u octavo *El niño ya es capaz de * El bloqueo de esta
representación de Sí y del objeto mes al décimo octavo establecer la fase genera
o trigésimo sexto separación o PERSONALIDAD
mes individuación, e BORDERLINE
identificar al objeto (Inestabilidad en las
(madre) como alguien relaciones, autoimagen
distinto de Sí y de los o afectividad.
objetos externos. Impulsividad:
considera a las
personas como
totalmente buenos o
totalmente malos)
4ª Fase
INTEGRACIÓN Edad Desarrollo normal Desarrollo anormal
Integración de las Segunda mitad del *El niño no ha sido * El bloqueo de esta
representaciones de Sí y del tercer año y el quinto capaz de integrar a su fase genera un
objeto año de vida personalidad las disturbio de
representaciones personalidad
positivas y agradables ISTÉRICO,
de Sí y de los objetos. OBSESIBO-
Él mismo y el objeto se COACTIVO
reconoce como una DEPRESIVO-
unidad con elementos MASOQUISTA
buenos y malos
(representaciones más
reales).
*Se desarrollan
representaciones
ideales del Sí y de los
objetos, dando origen
al los contenidos
morales y a los ideales
autónomos.
5ª Fase
CONSOLIDACIÓN Edad Desarrollo normal
Consolidación de la integración Después del quinto *El niño va superando la
rígida distinción entre el
del Yo y del Super-Yo año de vida
Yo y el Super-Yo, que
favorece la consolidación
del Yo.
* Resulta un mundo de
representaciones de los
objetos bien integradas y
el conocimiento real de Sí
mismo.
*Entre más está integrado
el Sí, mejor la interacción
de la persona con los
otros
*Entre más integradas
son las representaciones
de los objetos, más capaz
31
es el sujeto de valorarlas
realísticamente y de hacer
concordar las
representaciones internas
de los objetos con los
objetos reales.
El Objeto es conocido a través del proceso de El Objeto es conocido a través del proceso de
asimilación (actividad del intelecto) (2) acomodamiento (actividad del afecto) (2)
El sujeto está totalmente presente para Sí mismo y El sujeto no está totalmente presente para Sí mismo
desde el inicio sabe qué busca (sentimiento de y no puede saber desde el inicio qué logrará con su
competencia-capacidad) (4) búsqueda (sentimiento de estupor) (4)
El sujeto primero observa y después decide: el amor El sujeto primero ama y después observa:
nace del conocimiento (5) conocimiento que nace del amor (5)
32
(1) Dios que está ausente para los sentidos se comunica a través de mediaciones.
(2) Asimilación: el intelecto formula una copia –idea- de lo conocido en la mente
del conocedor –abstracción- (lo verdadero tiene su sede –se ubica- en el sujeto como
representación del objeto a través de una idea). Lo que asimila el sujeto no es lo sensible
del objeto sino la esencia que abstrae formulando un concepto. Lo externo se convierte en
interno al entrar al sujeto.
Acomodamiento: el afecto del sujeto se deposita en el objeto (lo verdadero tiene su
sede –se ubica- en la interioridad del objeto). El sujeto va hacia el objeto, deja que se
manifieste y que exprese en su significado profundo y lo toma. El intelecto se inclina y
subordina delante del objeto. También colabora disponiendo las condiciones para que éste
se manifieste, no intenta la elaboración de conceptos sino escuchar al objeto. El
acomodamiento es afectivo, de manera que el afecto se acomoda a la esencia de la realidad.
Se diferencian el intelecto y el afecto en que el intelecto va del objeto o del evento a
la esencia, mientras que el afecto descubre y reconoce la esencia en el objeto o el evento y
la acoge.
Ejemplo:
Mamá: percibe e intuye la enfermedad de su hijo sin
conceptos (acomodación afectiva)
Un hijo enfermo Doctor: Describe la enfermedad del niño a partir de
conceptos (asimilación intelectual)
Dios está totalmente presente en el diálogo mientras que el hombre está parcialmente
presente.
Mientras Dios está todo delante del hombre, el hombre solo está a través de actos
sucesivos de libertad, se descubre progresivamente pero nunca totalmente. Es un ser en
sombras mientras Dios es un ser en luz. Por eso mientras la unión entre los hombres está
siempre acompañada por la insatisfacción, la unión con Dios ofrece la felicidad, su
completa satisfacción en la divinidad que deriva del mantenerse en el fundamento último.
(5) Para dialogar con Dios se necesita moverse en un conocimiento que implique el
amar y el don de si. El sólo conocimiento no crea el diálogo. A través de él sólo se puede
los atributos de Dios (omnipotencia, inmortalidad, santidad....), y no su esencia. La razón
sola subraya la infinita distancia que existe entre los dos, en vez de la recíproca
compatibilidad. Si la razón no está integrada por el amor puede llegar a negar a Dios para
salvaguardar al hombre. Un ejemplo claro está en una cierta ‘moralidad’ que no favorece el
contacto con Dios sino que denuncia la distancia entre la bondad de Dios y lo pobremente
alcanzable por el hombre, por lo cual también puede llegar a negar Dios. Razón y voluntad
distinguen, descomponen, escudriñan y aumentan la distancia entre el Yo y Dios. En
cambio el afecto crea contacto entre el Yo y Dios, aunque sean distintos, logrando conocer
al objeto amado en su globalidad, tal como es, en su realidad última. Se inclina hacia Él y
sin analizarlo en las partes lo conoce y hace experiencia de Él. Ejemplo: el afecto de una
madre intuye la interioridad del hijo aunque no sabe explicarla con detalle como lo puede
hacer el psicólogo.
Gracias al movimiento del amor es posible dialogar con Dios que es todo Otro para
mí y podemos captarlo en su totalidad sin necesidad de analizar todo lo que contiene en sí y
puedo amarlo más de lo que logre conocerlo.
(6) En la conversión no cambian los objetos de nuestro interés sino los criterios de
base con los que los valoramos. Un criterio radicalmente diferente en la valoración de una
misma e idéntica realidad nos hace entrar en un horizonte nuevo, más amplio y más
adecuado a la realidad misma. El nuevo horizonte o criterio de valoración sostiene e inspira
una dirección diferente de nuestra forma de actuar ante la misma realidad, el criterio
diferente de valoración sostiene la posibilidad de tomar decisiones diferentes respecto al
mismo e idéntico objeto.
35
(voluntad, obras, experiencias sensibles) pero termina como apertura a la fe. El espíritu
humano se orienta en un primer momento hacia el mundo exterior y después vuelve a sí
mismo y se abre a Dios (el cual ya esta desde el inicio como motor de toda apertura):
primero nos atraen las cosas más cercanas a los sentidos y sólo a través de sus
mediaciones amamos a Dios.
En el orden de la experiencia sensible Dios es alcanzado sólo al final a través de
mediaciones. En cambio en el orden ontológico, somos atraídos primero por Dios y por Él
apetecemos todas las cosas. El hombre ama -inmediatamente- a Dios y lo demás a través de
Dios; el amor tiende en primer lugar a Dios y este lo conduce a las otras cosas.
37
1. VALORES NATURALES
A. Valores pre-humanos (= de base no específicamente humana):
- Biológicos (lo sano contra lo morboso; la salud contra la enfermedad...)
- Hedonísticos (el placer contra el dolor...)
B. Valores humanos pre-morales
- Económicos (prosperidad contra miseria...: se refieren a exigencias sociales)
- Eudemonicos (sucedido contra no sucedido...: se refieren a exigencias individuales...)
- Espirituales (en el sentido que son más desligados de las necesidades biológicas):
* Noéticos (verdad contra error; conocimiento contra ignorancia...)
* Estéticos-artísticos (belleza contra fealdad; buen gusto contra malo gusto...)
* Sociales (cohesión de grupo, colaboración, sociabilidad...)
* Valores de voluntad en cuanto naturaleza (fuerza de carácter, constancia, espíritu
de resistencia contra las capitulaciones...)
2. VALORES TRACENDENTES
38
Tocan el yo no sólo como naturaleza (operaciones) sino como persona. Con los valores
naturales el hombre es bueno ‘secundum quid’, con los valores transcendentes el hombre es
bueno como tal.
C. Valores morales:
Requieren el ejercicio de la libertad, la misma autodeterminación al bien. Empeñan el
hombre en cuanto hombre; lo miden por lo que él vale de veras en su más íntima identidad.
No sólo dicen que una acción es buena sino que actúan al hombre como él mismo bueno.
(Vgr., la diferencia que hay entre un buen médico y un buen médico que también es un
buen hombre).
D. Valores religiosos:
Requieren el ejercicio de la responsabilidad, de transcenderse hacia un Absoluto y por
lo tanto contienen el carácter de totalidad y transcendencia (los dos órdenes, moral y
religioso, se implican recíprocamente: ninguna moralidad es perfecta sin religión y ninguna
religión es auténtica sin moralidad).
1. BIENES SUSTANTIVOS
Expresan el vitalismo natural del yo, sin considerar la cualidad del agente humano
implicado.
1. Vida
2. Risa y juego
3. Experiencia estética
4. Conocimiento inteligente
2. BIENES REFLEXIVOS
Requieren los niveles superiores del decidirse en libertad y responsabilidad. Producen
un horizonte último dentro del cual son comprendidos e integrados los horizontes próximos
dados por los bienes sustantivos.
5. Integridad de la persona (rectitud, unidad interior...)
6. Sensatez práctica (coherencia entre juicios y comportamientos; empeño creativo....
7. Amistad (calidad y profundidad de la relación que abre a dimensiones personales y
antes ilimitadas)
8. Relación con Dios (el sujeto ofrece a la fe categorías y potencialidades personales)
3. 1.2 Carácter simbólico de los valores religiosos (ficha de estudio sobre los símbolos)
sistema motivacional están conectados estrechamente). (Éstos son los llamados "símbolos
como elaboración")
7) El símbolo, entonces, hace disparar el deseo: condensa el significado y el deseo
d) Funciones del símbolo:
1. Evoca un afecto
2. Significa una relación (foto-imagen-cariño relacional)
Vgr., una piedra en mi mesa me recuerda el Monte Blanco (idea) y la alegría de mi escalada
(afecto); un regalo de mi madre me recuerda a mi madre (idea) y la relación que tuve con
ella (afecto). Un nudo en el pañuelo me recuerda que tengo que ir al dentista y me adelanta
el dolor. Un vestido de novia me hace pensar en la boda como en sueño de mi vida, cadena
de esclavitud, seducción del diablo. (Podemos notar aquí como en el símbolo es asociado a
valores y necesidades; realidad objetiva y mundo subjetivo)
+ La asociación idea-afecto se da más sobre la base emotiva que la lógica (hay más
semejanza afectiva que objetiva entre la idea y el afecto); uno puede asociar al mismo
tiempo, bajo la categoría de mal humor, el mal tiempo, el malestar físico, la dificultad de
decisión, puesto que todos son fuente de frustración aunque son en realidad completamente
diferentes.
Conclusión importante: cada persona tiene un modo sumamente personalizado de
imaginar los valores instrumentales y terminales (vida eterna, comunidad, boda,
obediencia, castidad...).
+ El símbolo es personal: la misma imagen no evoca el mismo afecto para todos, ni
suscita la misma fuerza de atracción para todos. No es posible generalizar el sentido de un
símbolo (son polisémicos, plásticos, abiertos). Siempre significan algo pero no se puede
saber exactamente qué.
+ El símbolo es un elemento particular que situar en la historia global de la persona.
Es un fragmento de vida. Sólo es comprensible dentro de su sistema simbólico (Vgr.,
símbolos bautismales comprensibles dentro de la teoría cristiana).
e) Tipos de símbolos:
La actividad simbólica permite de hacer presente y personalizar el mundo de los deseos.
Las imágenes y las proyecciones tanto del pasado como del futuro pueden ser deformadas a
causa de una asociación indebida entre el afecto y la imagen. Esto se puede dar sea por la
inexperiencia de relacionar imagen y afecto (faltas educativas) o por los elementos
inconscientes que hacen creer como bien lo que en realidad es sólo un bien aparente
(carencias psicodinámicas).
El deseo puede ser emotivo o bien racional. El deseo racional proviene de la actividad
humana del comprender, querer, buscar, amar; es racional no en el sentido de que es
razonamiento sino en el sentido de que es suscitado y resulta de la actividad libre del
hombre.
1. Símbolo progresivo (o transparente o símbolo-icono): lleva a salir de sí mismo,
generador de autotrascendenza. Como los lentes, este símbolo media el contacto con una
realidad que transciende la persona y el símbolo mismo. (Vgr., Ignacio de Loyola imagina
ir a Jerusalén y decide ir: favorece la decisión y lo orienta a decidirse según el Evangelio.
Experimentará que ir a Jerusalén es el símbolo de otra realidad más interior: ir a Roma y
ponerse a la obediencia del pontífice).
41
+ Ilusiones contenidas en la elección de vida: hay muchos modos para conectar el fin y
los medios, y el enlace no se da sobre la base de la pura razón sino por que la relación
suena justa: los fines y los medios son sentidos como si se pertenecieran recíprocamente
(Vgr., quién imagina el ideal, estado de vida, como armonía y paz, tenderá a evitar las
discusiones).
+ El símbolo, para seguir empujando a la acción, tiene que quedar dentro de tres
confines: (Vgr., ¿es educativo usar un bocadillo en lugar de la hostia?):
- Si está demasiado unido a lo simbolizado pierde el sentido de símbolo
- Si está demasiado lejano a lo simbolizado es magia
- Si no evoca sentimientos (se ha convertido en una cosa formal) o es sustentado por
motivaciones subjetivas alteradas pierde fuerza.
+ El símbolo favorece dos movimientos, es decir hace presente lo que está representado
de dos modos:
a) Movimiento ascendente del símbolo: lleva a lo Sagrado y a Dios
b) Movimiento descendente del símbolo: Dios ‘entra’ en el símbolo.
1. La llamada divina
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Gracia operante que nos da un estado de * Es un hecho consciente (el sujeto siente que hay algo) pero no es conocido
orientación a… (antecedent willingness) (pero no se sabe qué es): Dios habla en lo íntimo
* Es la experiencia del amor centrada en el misterio
* Hay una afinidad de base entre la propuesta de Dios y el hombre
* Dios actúa manifestándose a la persona, su acción es acción sin
contenidos: la llamada no inicia con un mensaje sino con una atracción, que
se convierte para el hombre en una aprensión de valores trascendentes.
* El hombre es “tomado” (pasivo)
* La gracia operante cambia el corazón de piedra en un corazón de carne y
llama a la libertad para la autotrascendencia del amor.
2. Inicio de la cooperación del hombre * Es el inicio de la predisposición: anhelo por conocer el misterio
Gracia cooperante que sostiene nuestra experimentado en la fase precedente.
valoración * Es una valoración que nace no de un conocimiento de los hechos sino de
un conocimiento del amor.
* Esta valoración comporta toda una gama de resonancias afectivas propias
de la valoración emotiva y reflexiva (gozo/confort/entusiasmo/repulsión/
resistencia/distancia)
* Dios da también la gratia cooperans: se da ahora el empuje para discernir
y emitir juicios sobre los valores autotrascendentes.
* La alianza es sobre “el estilo” de Dios no sobre contenidos.
* Lleva a un estado de aprehensibilidad o de cerrazón.
4. La Integración del Yo con la vida en * El sujeto ahora debe integrar los nuevos ideales autotrascendentes con el
Cristo resto de su persona.
Gracia habitual por los frutos del * Fe operante que produce los frutos del Espíritu.
Espíritu * Se trata de realizar en la vida cuotidiana los valores elegidos.
* Este proceso de integración comporta tres momentos:
1) Los valores van integrados con las disposiciones conscientes a las
virtudes (1ª Dimensión)
- Las capacidades que el sujeto ve en sí las debe usar para Dios
- Se trata de la santidad subjetiva: El sujeto debe usar lo que es libre en
sí para Dios.
2) El sujeto pone a disposición de Dios no sólo lo que es libre sino
también lo que no está liberado, es decir las disposiciones inconscientes
(2ª Dimensión)
- El sujeto debe conocer lo que no conoce y darlo a Dios
- Se trata de santidad objetiva y de bien real
3) Hacer todo esto para Dios y sus perfecciones
la llamada divina. Dios actúa en el corazón del hombre. El hombre es pasivo. Esta
experiencia es anterior a todo acto del sujeto, no es fruto de su esfuerzo, él no la causa.
El sujeto es tomado por sorpresa por la llamada divina, es previa a toda acción del
sujeto (Willingness)-el sujeto es capaz de voluntad, predisposición de estado de ánimo a
hacer cualquier cosa por espontaneidad o por afecto; (Will)-capacidad de entender o
querer lo que hace bien o mal; (Willingn)-voluntad, acto concreto de querer ser algo.
Estos 4 sentimientos nos dicen que puede haber una valoración del contacto con la
experiencia de Dios. En sentido positivo (entusiasmo), en sentido negativo (rechazo). La
atracción o rechazo no son pro motivo psicológico o personal, sino por situación
propiamente humana, así es el corazón del hombre. No se trata de una ambivalencia o
inconsistencia que se debe eliminar, sino que algo que se mantiene para siempre por que
sostiene la pasión por el Dios que nos pertenece y nos trasciende.
El hombre puede mantenerse en esta ambivalencia y soportarla cuando reconoce
que hay alguien que le dice “no temas”, ese alguien asegura al hombre y le permite vivir la
ambivalencia sin miedo. “no temas el corazón funciona de este modo”
“El educador debe mantener esta dialéctica del corazón sin interpretaciones, en
silencio y respeto, por que es parte del misterio”
La respuesta afectiva del hombre. El hombre busca la armonía o consonancia entre
las preguntas o búsquedas del corazón y la presencia de Dios.
del individuo sino también de las que no son libres en él, pero que pueden ser liberadas. Por
tanto la santidad objetiva indica como podría ser el individuo si todas sus capacidades
estuvieran libres y las usara.
3) Hacer todo esto por Dios y sus perfecciones
+ Motivación teocéntrica. La donación progresiva no se da por una intención utilitaria sino
por Dios. Todo momento comporta el respeto de la objetividad de sus contenidos y de la
recta subjetividad: Yo ideal libre y objetivo. Supone un crecimiento de objetividad
(doctrina ortodoxa) y un crecimiento de subjetividad (progresiva ascesis).
La Integración dice que primero hay una disponibilidad del hombre mismo que se
profundiza con la ayuda de Dios. Este esquema señala que todo paso interior asume,
engloba, interioriza cada aspecto de la personalidad. Cuando ocurre esta interiorización, el
hombre se reorganiza. Se reorganiza en el sufrimiento, la pérdida del Yo, no como negación
sino como redefinición, se pierde la identidad anterior por una identidad auténtica. Esta
reorganización implica dejar los esquemas propios, el dato que era antes desconocido ayuda
a ser mejor.
Unión dinámica
Las 4 partes que estudiamos son desde la perspectiva del hombre. La experiencia
espiritual puede ser afrontada desde el hombre – cuando quiere vivirla de forma objetiva-,
sin embargo el primer dialogante es Dios (elemento de pasividad del hombre).
La integración comporta no sólo el proceso de redefinición, sino una armonía (punto
de contacto) entre Dios que llama y el hombre que responde.
La vocación cristiana es totalmente actividad de Dios y realmente actividad del
hombre. Tiene como punto inicial a Dios que se abre y se comunica, el hombre responde
por que Dios lo permite. Todo proviene de Dios, pero si no estuviera el hombre, no existiría
la vocación.
Es esta unión dinámica se da una coordinación entre lo que el hombre da y lo que
da Dios, realizando un diálogo. Una reciprocidad, causalidad circular, condicionamiento
recíproco. El hombre da y Dios da, la contribución entre Dios y el hombre producen algo
que no existía, un fruto (no fruto de singularidades sino de la relación). Así, la experiencia
espiritual es producto de la relación de Dios con el hombre. Este tipo de relación respeta la
individualidad de cada uno (Dios como Dios y al hombre como hombre), mantiene la
distancia entre los dos y la infinita diferencia.
El diálogo íntimo entre Dios y el hombre genera un resultado paradójico en el que
el hombre reconoce su nulidad y que la experiencia espiritual proviene de Dios, como
acción de Dios en el corazón del hombre. Se reconoce el rol primario de Dios y al mismo
tiempo no anula la actividad del hombre.
La experiencia espiritual, don de Dios, para ser efectiva necesita del consenso de la
actividad del hombre. La causa es Dios, pero la hace eficaz el hombre con un corazón
disponible. Es necesario evitar reduccionismos:
+ Del alto todo depende absolutamente de Dios.
+ Del bajo todo depende de la respuesta del hombre.
Unión dinámica divina y humana en la libertad para amar
¿El cristiano es libre o no, y si lo es, en qué sentido está libre para amar?
Para Nygren nada viene del hombre. Por defender la acción proveniente y suprema
del amor de Dios, elimina prácticamente al sujeto humano.
46
Opuestamente, Barth sólo reduce el amor cristiano a una actividad humana. Quiere
preservar en su integridad la acción del hombre (motus anima) y mantener la oportuna
distancia entre éste y Dios.
Para Pablo Dios y el cristiano son el sujeto del amor cristiano; este último viene del
amor propio de Dios o de la actividad del cristiano que es sometido agente en sentido
pleno. Así, por ejemplo, es Dios quien hace crecer y abundar en el amor recíproco y hacia
todos (cf. 1Ts 3,12); pero este no impide que poco después (4,10) en la misma carta Pablo
invite a los hermanos hacerlo mejor.
En Pablo aparece la novedad misteriosa del amor cristiano según: el amor propio de
Dios se ha convertido en el amor propio del cristiano; por tanto no es posible afirmar que la
actividad de Dios es anterior y suprema sin afirmar al mismo tiempo la realidad, la
integridad, la libertad del hombre. A la luz de la teología de la Nueva Alianza Pablo hace
una síntesis entre la actividad de Dios y la del hombre, así que el vivir la vocación de la
Nueva Alianza (la vocación cristiana) es totalmente actividad de Dios, pero también es
realmente actividad del hombre, es el trabajo de Dios en el corazón de la libertad humana,
pero también es el trabajo del hombre que es llamado a amar.
Podemos concluir diciendo que la vocación cristiana se funda sobre en el don del
amor (de parte de Dios), y para el hombre comporta una participación realmente humana.
De esta actividad realmente humana se subraya como primer aspecto: la libertad para
amar, el hombre es invitado a entrar en un diálogo de amor con Dios en la vocación
cristiana.
Tomar conciencia: conocer una cosa, amarla y quererla. Es el producto que enlaza los
tres elementos de la experiencia espiritual.
3.3.1 Cognitivo (no sólo en el sentido de percepción sino de imagen mental interior de
lo percibido)
Para la experiencia espiritual se requiere el conocimiento, la educación de la mente.
Amar a Dios implica tener una idea de Dios.
El conocer se da mediante dos elementos: percepción y representación interior.
1. Percepción: Darse cuenta de que cualquier cosa existe, la cual se convierte en objeto de
nuestras indagaciones. Produce una aprehensión.
2. Representación: La imagen interior que hacemos del objeto que se ha percibido. El
contenido se colorea, se interpreta desde nuestra interioridad y así entra en contacto con
nuestra identidad. El contenido se hace vivo y significativo para la existencia del hombre.
Si se cambia la representación, no cambia el objeto, sino la conciencia que se tiene del él.
Esta imagen interior se da de acuerdo a lo que según nosotros es el objeto (tú). Si la
percepción es (simpática o antipática) surge una relación simpática o antipática.
En las relaciones humanas el “tú” se deja influenciar por la imagen interna que el
“otro” tiene de él y que se refleja en la relación. Esto no sucede con Dios.
La representación nace de la propia antropología, de nuestra historia y de nuestra
vida. Para que nazca la idea de Dios en nuestro corazón es necesario que las
representaciones surjan al dejarse interpelar por el Mensaje. La representación de Dios
puede ser transferencial y corre el riesgo de empobrecerse en categorías subjetivas.
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Para lograr una experiencia cristiana madura es necesario percibir la diferencia entre
la imagen que tenemos de Dios y lo que es realmente Dios. Esta es la tarea del consejero
espiritual (crear crisis entre la representación interna y lo que realmente es Dios).
Es verdad que en la idea de Dios transferimos nuestra historia personal, por ello es
necesario pasar del transfer analógico (la idea que tengo de padre la transfiero a la idea de
Dios Padre) al transfer metafórico (a partir de la representación que se posee se asciende a
la curiosidad de lo diverso a la trascendencia – la idea de padre me conduce a la idea de
Dios Padre, pero como un más allá-).
- Selección (la religión está "en relación intencional con un objeto determinado") El
sujeto tiende a elegir y excluir posibilidades. La acción obliga al sujeto a elegir un
49
modo de ser diverso a otro, de tal manera que se pone en relación intencional con el
objeto. Los valores son los que mueven a actuar de una manera u otra.
Cuando el sujeto actúa de acuerdo a lo que se le pide no hay relación intencional, ya
que no actúa de acuerdo a sus valores – su rol es fruto de los que se le pide y no de los
valores que posee-.
3.4.2 Presupuestos por la decisión cristiana (cfr. Vivir los ideales/1, 207ss)
- Elemento de renuncia Cuando acepto previamente la vida, el modo de comportarme
con un sentido de renuncia. No sólo renuncia externa, sino de algunos aspectos internos.
Va en contra de un aspecto de sí mismo – autorrealización-. Se tiene la disposición
de aceptar ciertas limitaciones en la vida, abandonando algo por elección de un valor
diverso. (Vgr., una religiosa renuncia a la maternidad por el valor de la vida religiosa)
- Elemento preferencial El objeto que elijo, la acción que prefiero, la prefiero en lugar
de otra cosa. La vida no se puede realizar en absoluto en todos los aspectos (energías),
por ello se prefieren algunos.
- Precisa pero nunca clara (más que precisa pero también clara) No es vaga <un
estado de vida concreto <sacerdote, religioso, laico, etc.>. La decisión humana siempre
es clara y no deja nada a riesgo es clara.
Cuando la decisión no toma en cuenta estos elementos a veces no se puede sostener.
La toma de conciencia se articula siguiendo la ley del crecimiento de la vida espiritual –
la dialéctica del objetivo y del subjetivo-.
Existe una dialéctica entre lo objetivo y subjetivo. Las teorías educativas han
buscado regular esta tensión, algunas privilegiando el aspecto objetivo (teorías de
adecuación al sujeto a una situación dada –Vgr., psicoanálisis-), otras el aspecto subjetivo
(teorías antropológico-humanísticas).
La experiencia espiritual se sitúa en el espacio intermedio entre dos polos, el polo
objetivo (dato revelado) y el polo subjetivo (experiencia personal). Tal experiencia no
puede identificarse con ninguno de los dos polos.
La experiencia espiritual mantiene el equilibrio, crece y se desarrolla gracias a la
relación dialéctica con los dos polos. Si se identificara con alguno se estancaría. Siempre es
una experiencia paradójica por que envuelve la subjetividad y la lleva más allá, le presenta
siempre algo nuevo.
De esta ley se deduce el criterio fundamental para discernir la verdad de la
experiencia espiritual: la prioridad (no en orden cronológico, sino lógico) del polo objetivo
sobre el subjetivo. (Vgr. “la Palabra de Dios –objetivo- sea luz para tus pasos –subjetivo-”.
La guía permite caminar al hombre).
Esta prioridad es la que confiere a la experiencia espiritual la cualidad de
internalización. Lo que está en nuestro interior es importante para mantener abierta la
pregunta sobre nosotros, pero lo que lo mantiene abierto es el elemento objetivo – la
iluminación de Cristo-. El polo objetivo hace capaz de caminar al sujeto.
Sujeto
Disposición Guía OBJETO Cristo
Las disposiciones (lo que hay dentro de sí) ayudan al sujeto a abrirse a la llamada de Cristo,
pero lo que lo hace caminar es la atracción del objeto (modelo). El guía tiene la
responsabilidad de mantener el sujeto en camino hacia el objeto. También se requiere que el
sujeto tenga atención a sí mismo.
+ Para que el sujeto abandone un estilo de relación con un objeto por un estilo de
relación con otro objeto, se requiere de un valor (objeto) que tenga una importancia
especial para su vida.
~ Se parte de la vida experimentada (estilo subjetivo) y se parangona con un valor
objetivo para construir la propia identidad.
~ La vida viene iluminada por una propuesta.
~ Entre más se analice la propia vida (dependencias) más se puede estar dispuesto a
los valores (impostación que el sujeto le quiere dar a su vida) y a elegir.
~ Cuando llevamos al hombre al encuentro entre su subjetividad y la objetividad, lo
ayudamos a crecer y a ser más responsable.
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+ La prioridad del polo objetivo puede traer soluciones que incluso el crecimiento
no garantiza. Mantiene la claridad de la meta. Puede ser utilizada mal por el sujeto si
congela la objetividad.
~ Liberado el corazón, lo que garantiza el camino hacia el polo objetivo es el crecer
hacia el polo objetivo.
~ Si no crece el sujeto (si no se da la fe) puede quedarse bloqueado.
~ El polo objetivo se puede usar incluso a manera de miracolismo o causalidad
infantil – experiencia espiritual estática-
RESP
UEST
Sujeto A
52
Conclusión
Dos maneras de progresar en la experiencia espiritual
1. Participación del Bien a través del bien. Entre más se reconoce el sujeto, más se da
cuenta del valor (Dios)
2. Purificación La objetividad ayuda para purificar la subjetividad. El Bien purifica el
bien.
del sumo Bien es respetada auténticamente en la búsqueda de los bienes particulares. Las
elecciones particulares buscan la finalidad para ellas específicas, también son actuaciones
parciales de la única voluntad de responder con la vida al sumo Bien. Por medio de la
concretización de bienes parciales es el sumo Bien es honrado. El discernimiento es como
purificación: la respuesta religiosa actuada no es tomada a caja cerrada sino sometida a
crítica por la posible presencia de elementos que la vuelven menos verdadera de lo que
podría ser. Con este camino se acepta someter a verificación la propia vivencia concreta
para descubrir y distinguir lo que es realmente señal de transcendencia teocéntrica de lo que
pertenece a otras orientaciones no situables en el horizonte de fondo.
Cuando (sobre todo a causa del inconsciente que tiende a tener separados los
ámbitos) se viven en forma separada los dos planos (cada uno aparte), se realiza una
búsqueda que atormenta pero que no asume un sentido.
Cuando la persona vive su situaciones en un plano solamente psicológico, tiene
delante de si sólo 2 (o más) mecanismos psicológicos en oposición. La lucha se mantiene
solo dentro del corazón humano. La persona está absorta en sí misma en un sufrimiento
estéril dónde los términos del problema son el yo, las relaciones, los impulsos... y las
soluciones una serie de estrategias y maniobras que a lo sumo pueden hacer esperar a un
compromiso.
Cuando la persona sólo está absorta en el plano espiritual, mantenido fuera de la
realidad y sin ningún impacto sobre de ella, su pregunta sobre la voluntad de Dios queda
abstracta y se deteriora en un debate sobre los principios.
54
Pero el objetivo es crear el enlace entre los dos planos. Después de haber
focalizado dónde se encuentra el verdadero problema (generalmente no dónde el interesado
lo indica), ayudar a pasar de un conflicto solo psicológico a sus implicaciones espirituales:
paso del falso combate (dónde el sujeto se agota y pierde) al verdadero combate (por Dios o
contra Dios).
+ Sino explicito las verdaderas preguntas y búsquedas que él tiene dentro de sí (ortopatía),
es decir, favorezco la capacidad de evidenciar en la situación humana el plano espiritual.
Vgr., Del análisis psicodinámico sé que vivo la masturbación como afirmación de autonomía contra la
obediencia. La batalla psicológica es de naturaleza sexual, entre dos tendencias (sexo y castidad): una parte
del yo contra otra parte del yo. Quedando sólo a este nivel, se propone una ascesis sexual, donde el ideal de la
castidad es un ideal de control de los instintos (castrante) y que tarde o temprano se perderá en la fuerza de
los instintos.
El verdadero combate es más peligroso: entre mi yo y Dios, entre mis deseos y los deseos de Dios,
entre el consagrarse y el gratificarse, el mantener espacios privados y dejarse tomar hasta el final. Mis deseos
no son de sexo pero de autonomía. Los de Dios no son de castidad sino más pretenciosos, de invitación a
hacer de mi yo un don de si más allá de todo límite.
La pregunta, entonces, que la masturbación me pone podría ser formulada así: ¿quieres dejarte
conducir hasta el fondo, no sobre caminos por ti elegidos sino por éste para retomar el tuyo? A nivel de la
autonomía es como Dios me interpela. Si así es, yo tengo que ponerme frente a Dios con mi necesidad de
autonomía y no sólo con aquel de sexo.
Los actores de la verdadera lucha no son mi necesidad de sexo y las reglas de Dios, sino Dios libre y
el hombre libre, en un cara a cara, dónde yo, ya tomado por el amor a Dios, ahora acepto no vencer, ser
derrotado y de renunciar a mi poder de poner un límite a la relación
Un paso en más: después de haber focalizado el núcleo del problema, me tengo que ejercitar para
mantenerme en la lucha. Pero que sea la verdadera y auténtica lucha cristiana que se realizará quizás en el
futuro sobre planos diferentes.
El peligro verdadero de esta lucha no es el hundirse en las solicitudes del sexo sino de callar a Dios
en el momento en que me llama a una nueva intimidad: el peligro de la masturbación me advierte del mayor
peligro de distraerme en otras luchas secundarias para evitar encontrar a Dios cara a cara en las extremas
consecuencias del encuentro (fidelidad)
6. Técnica útil
Ofrecer una figura (icono) que sea capaz de sintetizar y diseñar la psicodinámica del
sujeto, pero que contenga también el ligamen del trabajo espiritual (capaz de unir lo
humano con la dimensión de misterio) – Freud utilizó el “complejo de edipo”, podemos
utilizar “el hijo pródigo, Jacob, Pedro, etc”.
Vgr., Juan, cura de 10 años, ha programado hasta ahora su sacerdocio sobre la categoría del deber.
Ahora esta categoría no le basta más para garantizar su fidelidad: se percata que bastante alegremente
olvidada rezar el breviario.
La lucha advertida está entre norma y libertad. Juan atribuye esta infidelidad a "regolfos de aspectos
juveniles emergidos" y contra ellos se encarniza con la usual arma del deber en la esperanza que todo vuelva a
ser como antes. Pero mientras tanto el breviario queda cerrado o lo dice para corregir su comportamiento.
Objeción a este modo de combatir: ¡Dios no quiere sobre el altar sacrificios de toros y corderos sino
un corazón contrito!
¿Qué está ocurriendo de verdad? ¿De verdad tiene que combatir con sus aspectos juveniles y
remachar las categorías de antes? Quizás hay que dar un paso más: la norma que bastó para ayer no basta
ahora más, ha llegado el tiempo de ir más allá pero no fuera de la norma. Es el momento de personalizar más
su respuesta vocacional. Omitir el breviario es una señal que está advirtiendo que ya no es momento de
corregir sino de la convencerse. Hoy se encuentra con la pregunta de Jesús hasta ahora soslayada: ¿y tú? ¿Me
quieres? Es el momento de descubrir que el sacerdocio no es servicio que cumplir, respetando los sagrados
cánones, sino camino de amor.
No basta tampoco con decir el breviario sin ganas, ni provocar la ganas de decirlo, sino de contestar
a las nuevas preguntas: ¿Dios, que tienes a qué hacer conmigo? ¿Me he cansado de Él o Él de mí? ¿Sirve
Dios? ¿Por qué estar con él si no lo veo actuar y si logro escaparme solo? ¿Llegando a ser cura en qué camino
me he metido? ¿Quién es hoy mi amor?
El problema es no retomar el breviario sino insertar hasta ahora en el propio sacerdocio en una
dimensión de intimidad hasta hoy en sombra, lo del breviario, si acaso, es una señal expresiva. El problema
no es la norma sino ofrecer la misma presencia a Dios. La dificultad quedará o aparecerá en otras formas, pero
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no más como peñasco que suscita rabia, culpa, reproche, sino como evidencia del modo humano y siempre
desilusionante de amar: evidencia que no deprima sino que haga más tierno y dócil el corazón humano.
Intrinsecismo moral: el valor es una realidad objetiva, sobre y más allá del hombre;
sin embargo tiene la prerrogativa de satisfacer una anterior espera no-especifica ya presente
en el hombre; si ocurre, se convierte en una realidad interior a través de un proceso de
internalización puesto en marcha por el deseo y ratificado por la voluntad, cuyo efecto es a
lo sumo la satisfacción la máximo grado de las auténticas aspiraciones humanas.
Este método se contrapone a lo que podríamos llamar estrinsecismo moral: el valor
es una realidad objetiva, sobre y más allá del hombre que interpela la vida del hombre
desde el exterior y de modo completamente inesperado y se convierte en una realidad
interior, por un proceso de conformidad puesto en marcha por el esfuerzo voluntarístico, y
cuyo efecto es la abolición de la libertad para actuar.
Se quiere proponer aquí un método existencial que indica cuatro tareas del
educador:
1. Conocer la situación existencial de quien pide una ayuda: qué hace, como vive,
qué piensa. Meterse pues en sus paños para conocerlo tal como es. Se trata de una
recolección de información. El educador intransigente (atento sólo a lo objetivo) salta esta
tarea considerándolo una pérdida de tiempo.
2. Coger el proyecto de vida que está bajo aquella situación. Las singulares
acciones y decisiones deben ser vistas cómo aspectos puntuales, pero no aislados entre
ellos. A través de aquellos puntos es con lo que la persona vive y se construye. Los diversos
actos no son nunca fragmentarios, sino atribuibles a un común denominador: son
expresiones parciales de un proyecto global de vida. ¿Cuáles son las aspiraciones, las
metas, las motivaciones para actuar de la persona? Captar, más allá de lo que aparece, el
proyecto (a menudo espontáneo y no elegido) de como la persona quiere ser.
3. Confrontar el proyecto actual de vida con los valores cristianos objetivos,
relativos a aquel proyecto. Una vez captada la filosofía de vida de quien nos pide ayuda,
para vivir mejor su vocación cristiana, no podemos concluir apresuradamente: "Haz según
tu conciencia"; tenemos que preguntarnos bastante: "¿El proyecto de vida que has
elaborado corresponde al proyecto de vida cristiana propuesto por Cristo? ¿El conjunto de
tus ideales y deseos corresponde al ideal que debería ser"?. Esta es la comparación que
determina la autenticidad del estilo de vida cristiana. Esta tarea es omitida por el cura
indulgente (atento sólo a lo subjetivo).
4. Ayudar la persona a conformar progresivamente el propio proyecto con aquél
propuesto por el Evangelio. Es la tarea descrita a propósito del intrinsecismo. (Cfr. Vivir
los ideali/1, pp. 181-187, passim)
y otras veces se niega a priori, porque se advierte que el interiorizar resulta una actividad
que entristece. Se trata en efecto de una interioridad sin un interlocutor: la revaloración de
la libertad del yo, también puede convertirse en la razón de su debilidad, y la interioridad
como lugar de la libertad, puede revelarse como lugar de incomodidad.
La interioridad contiene algo de más que la subjetividad. Es el lugar dónde el yo
puedo hablar libremente de mi, pero también acoger la voz de un interlocutor interior (que
generalmente llamamos voz de la conciencia), que me abre a otras informaciones. Entrar
en sí mismo se vuelve, entonces, más excitante, porque no es sólo una invitación a hablar
de mí sino a descubrir algo nuevo, y en el caso de que nos encontráramos con los apuros,
entrar en si mismo no significa sólo reconocerlos sin piedad, sino encontrar la punta de la
madeja.
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PARTE SEGUNDA
PRIMERA PARTE
INTRODUCCIÓN.
Esta investigación en concreto sobre el origen, naturaleza, sentido y fin del sacerdocio ministerial, y
sobre la identidad del presbítero, nos permite conocer mejor como estos elementos ayudan a
responder, en modo adecuado a la llamada específica de la santidad, viviendo la vida según el
Espíritu en conformidad con el proyecto de Dios. Esta primera parte nos ayudará a responder a la
pregunta ¿quién es el sacerdote? Y a conocer el diseño de Dios sobre el sacerdocio, su identidad y
su misión fundamental.
Se desarrollarán los siguientes temas: 1. Las fuentes de la espiritualidad: Las dos fuentes. 2.
Analizaremos las dimensiones fundamentales del sacerdocio ministerial que nos permitirán conocer
más en concreto la identidad y misión del sacerdote.
Esta pertenencia deriva en una serie de relaciones al interno de la Iglesia sobre todo con el obispo y
otros sacerdotes que tienen una relevancia doctrinal, pastoral y espiritual en orden a al santificación
del mismo presbiterio y de su acción pastoral. Esta pertenencia se debe considerar siempre como un
valor espiritual además de ser jurídico, organizativo y disciplinar.
Por todas estas razones la diocesaneidad tiene un gran valor espiritual, donde los carismas son
también muy importantes, así como hay diversos carismas entre las comunidades religiosas, pueden
darse diversos modos de interpretar y vivir concretamente la misma sacerdotalidad diocesana.
3. CONCLUSIÓN.
La actitud espiritual del sacerdote en su vida y en su ministerio debe ser constantemente vuelto a
estas dos fuentes. De ellas el sacerdote debe saber distinguir aquello a lo que es llamado a vivir a
partir de la una y de la otra, esto ayudará a evitar:
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1. Tener una visión restringida y miope acerca de la modalidad de la sacerdotalidad y del ministerio
ordenado. 2. De superar el peligro de proyectar la propia experiencia sobre la visión de la
sacerdotalidad que es común a todo sacerdote. 3. De vivir correctamente la propia y real pertenencia
al presbiterio de la diócesis. 4. De no ver en las diferencias entre las diversas expresiones de la
sacerdotalidad una cuestión de mayor y menor, sino de ver en todo una ventaja en orden a una más
rica y auténtica espiritualidad diocesana. 5. Interiorizar en modo auténtico antes de la incardinación
en una diócesis, la propia pertenencia a la Iglesia universal, porque el don que el sacerdote ha
recibido en el sacramento del orden no lo prepara a una misión limitada, sino a una misión
universal ya que participa de la misma amplitud de la misión confiada por Cristo a los apóstoles.
2.1 LINEA BIBLICA. Este análisis hace emerger como primer dato inmediato que el sacerdocio
cristiano tiene poca relación con el sacerdocio del A.T. sacerdocio caracterizado como el del mundo
pagano por una función cultual, ritual y exterior y de otras funciones que parecen de orden mágico,
medicinal, jurídico e institucional, un honor de ser puesto por encima de los otros en fuerza de la
especial relación con Dios, que de la mediación y del servicio. El N.T. señala una ruptura profunda,
el sacerdocio cristiano de la nueva alianza totalmente nuevo. Se elimina la categoría antigua y se
constituye la nueva visión del sacerdocio y del culto. La raíz de la novedad se encuentra en la
62
referencia a Cristo y la otra al hecho que toda la vida sea una liturgia, del culto a la liturgia de la
vida.
Referencia a Cristo: Es significativo que la primera Cristología, la carta a los Hebreos sea un
tratado de Cristología sacerdotal: Un único sacerdote y sacrificio. Toda la vida de Cristo está
marcada por la unción sacerdotal que lo hace único mediador, salvador, pastor. En El, el sacerdocio
no es un honor, es un servicio y éste marcará también el sacerdocio ministerial de la Iglesia. En
virtud de la consagración que ha recibido del Padre, su sacerdocio se caracteriza por una actitud de
completa solidaridad con los hombres y los pecadores. Su sacerdocio está abierto a la participación
y esta es doble: 1. De todos los bautizados, que lo ejercen en la participación de la vida litúrgica. 2.
El ministerial, que lo ejercitan no solo en los ritos ceremoniales sino ante todo en el ofrecimiento
de su vida comunión entre Dios y los hombres.
Toda la vida es una liturgia: Como sacerdocio de servicio es una continuidad de la misión de
Cristo, dejada a los apóstoles en fuerza de un especial carisma por iniciativa del Espíritu Santo a
través de la imposición de las manos, puestos al servicio del sacerdocio universal de los bautizados
en una comunidad.
En el ministerio ordenado las características del sacerdocio de Cristo jefe, cabeza, autoridad y
pastor, pueden ser malentendidas y hacer surgir en la Iglesia errores como el Clericalismo de un
lado o que la comunidad se crea autosuficiente, por no saber comprender la autoridad. Una cosa es
que la jerarquía esté a la cabeza de la Iglesia y otra que sean la cabeza, el C.V.II dice que
representan a Cristo cabeza, solo Cristo es jefe de la Iglesia, la jerarquía por el orden como don del
Esp. Sto. Actualiza la presencia y la misión salvífica de Cristo.
El sacerdote –signo de frente a la comunidad es ministro –mediador, por medio del cual Cristo
continúa ejercitando su autoridad, promoviendo la unión, edificación y santificación de la Iglesia.
Dentro de la comunidad es Cristiano que busca también su salvación. El sacerdote tiene una misión
tripartita: Evangelizador, Presidente y partícipe de la celebración litúrgica y guía de la comunidad.
De modo especial la misión pastoral del sacerdote se nutre del anuncio de la Palabra y la
celebración de la eucaristía, ya que éste es el sacramento de la comunión eclesial por excelencia.
63
Esta dimensión ya está afirmada especialmente en la dimensión Cristológica, ya que Cristo se hace
presente en el ministro ordenado a través del Espíritu Santo es él quien le concede la consagración y
le capacita para actuar en persona cristo en su triple misión. Es el Espíritu Santo mismo quien le
confiere la misión profética de anunciar y explicar la Palabra de Dios, de santificar a través de las
celebraciones litúrgicas, especialmente de la eucaristía, de guiar ala comunidad a él confiada para
mantenerla en la unidad de la voluntad del Señor.
La esencia de la acción pastoral del sacerdote es la espiritualidad. Una simple pastoral presbiteral
que se dedica a una vivencia práctica como simple aplicación a la realidad del estudio bíblico,
dogmático, moral sin espiritualidad, se autocondena a la esterilidad y termina por ser nociva para el
mismo ministro.
Esencialmente, es una diferencia de la naturaleza que depende: Diferencia de los dos sacramentos,
en el orden se recibe una capacidad nueva de mediación que lo une a Cristo indeleblemente cabeza,
pastor y esposo. Otra cosa son las dos maneras de permanecer y participar en el sacerdocio de
Cristo. Y otra las propias y respectivas funciones.
SACERDOCIO COMÚN: No es un ministerio, pertenece al orden de los fines, concierne al
continuo de la iglesia, deriva del sacerdocio de Cristo en cuanto que éste realiza efectivamente el
acceso al Padre, se recibe del bautismo pero no es adecuadamente definido su carácter.
SACERDOCIO MINISTERIAL: Es un ministerio, pertenece al orden de los medios, concierne a la
fuerza de la Iglesia, deriva del sacerdocio de Cristo en cuanto funcional a la posibilidad de acceso al
Padre, se recibe del sacramento del orden.
Esta diferencia nos ayuda a comprender mejor: - La ministerialidad del laico y el carácter
carismático institucional del ministro ordenado. – El porque se debe hablar primero del sacerdocio
universal. – Entender el porque se dice que el sacerdocio ministerial es en función de. – El
sacerdocio ministerial es adecuadamente definido, se puede tener un efectivo ejercicio del
ministerio aunque el sacerdote se encuentre en pecado, aunque de hecho en ese momento no ejercite
su sacerdocio como bautizado; el sacerdocio de los fieles no es adecuadamente definido del carácter
bautismal por que es del orden de la gracia y para su real ejercicio y crecimiento se requiere
también de la virtud de la fe y la caridad sin las cuales no se accede al Padre. Por esto es más exacto
hablar del sacerdocio de los fieles que del sacerdocio de los bautizados, no todos los bautizados de
hecho están en gracia de Dios y tienen fe y caridad. El sacerdocio de los fieles viene ejercitado solo
de aquellos bautizados que tienen disposición próxima al acceso de comunión con el Padre.
C. Aproximación a la recíproca relación entre el sacerdocio de los fieles y el sacerdocio ministerial:
La prioridad del sacerdocio común se pone desde el punto de vista sustancial y final y el sacerdocio
ministerial desde el punto de vista funcional de una parte el sacramento del bautismo es primero que
el sacramento del orden, pero de otra parte el servidor es primero temporalmente del servido, el
convocante del convocado, el medio del fin.
El presbítero es el lugar privilegiado de la comunión sacerdotal, requiere para ello la unidad del
ejercicio de su ministerio, incardinado en un presbiterio que favorezca el clima de fraternidad, en
orden a la construcción de la Iglesia.
La comunidad local, parroquia. Congregación laical, movimientos, grupos poseen notas de
eclesialidad. El sacerdote pertenece primero a la Iglesia universal, luego a al diócesis o instituto
religioso o de vida consagrada, por esto la comunión es siempre una tarea del sacerdote en la
vivencia de su ministerio.
La comunión ministerial tiene un carácter jerárquico es una unidad derivante de la unicidad esencial
del sacramento del orden en la diversidad de grados que el sacramento del orden comporta:
episcopado, presbiterado y diaconado. A nivel de los dos primeros se dan dos clases de comuniones:
colegialidad y presbiterio en ambas la realidad de comunión es jerárquica. Para el saso del
episcopado, sabemos que es esencialmente colegial de la cual participa por la consagración
episcopal, que no se da colegio sin la cabeza pues el ministerio petrino es necesario para que exista
el colegio, y que la infalibilidad del obispo en comunión. Para ele caso del presbiterado, el carácter
jerárquico de comunión eclesial es más evidente, la comunión con le papa, el colegio episcopal y
particularmente con el propio obispo diocesano, de quien es cooperador en el ministerio, por esto se
distingue del episcopado por la no esencial plenitud y subordinación.
PARTE SEGUNDA
LA VITA SPIRITUALE DEL PRESBITERO
(Espiritualidad del Sacerdote)
Introducción:
Indagamos sobre los datos, elementos y contenidos esenciales de la vida espiritual del sacerdote. No
se trata de mirar prácticas sino la entera vida del cristiano en cuanto animada por el Espíritu Santo.
Hablamos del presbítero, en cuanto llamado a un estilo de santidad proveniente del Orden. (1)
Iniciamos recordando que le Sacerdote debe vivir siempre de manera renovada su propia identidad,
de ahí, que su vida pastoral debe estar animada por la espiritualidad. (2) El Sacerdote está llamado,
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por su consagración, a una misión y en ella a hacerse santo, sabiendo que es el E. Santo quien opera
la santidad.
2. La caritas pastoralis:
Después del concilio se ha insistido mucho en esto, pero, hoy hay el riesgo de quedarse en el hacer
cosas sin “espíritu” o mirarlo sólo en clave únicamente eclesiológica. Qué es: es el don de sí a la
Iglesia en respuesta libre y responsable al don gratuito del Espíritu que nos configura a Cristo que
da la su vida por los hombres y nos hace sacramento visible del amor del Padre que ha amado tanto.
Se trata, del don de sí, de mi comportamiento exterior, actuar, pensar y sentir interiormente. Ésta
está unida a la Eucaristía para que el Pbro sea instrumento de Dios para los hombres, es decir,
relación vertical y horizontal. No se trata de “hacer de Pbro”, sino “ser Pbro.”
4.1 Introducción:
Nace en el Bautismo o en la Iglesia, con el Orden, es de frente a la Iglesia en cuanto está
configurado a Cristo Cabeza. Para ello se requieren virtudes como el ejercicio de la oración, fe,
humildad, prudencia, misericordia, mortificación, unidad de vida.
4.3.1 Introducción:
El Magisterio impulso su práctica hoy por (a) no son propiedad privada de los religiosos, todos
estamos llamados a vivirlos por el Bautismo. (b) Son coordinados entre sí tocan aspectos
fundamentales/centrales de la persona humana. (c) Para dar color al ministerio. Hoy hay una crisis
frente a los Consejos. El Papa insiste que deben ser vividos en dimensión antropológica/bautismal y
con la más genuina autenticidad presbiteral
4.3.2 La Obediencia:
(1) Algunos datos previos: (a) Distinción entre hacer la voluntad de Dios y obedecer, obediencia de
la fe y obediencia cristiana, entre ésta y la ob en la orden al Ob. (b) Concreta impostación
metodológica de la reflexión sobre la virtud de la ob del xno según la cual: * tener el primado sobre
todo antes que sobre la parte, * primado sobre la visión ontológica/teológica que sobre las
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e) Responsabilidad de los superiores y los fieles laico en el cuidado del celibato de los
sacerdotes:
En el formación del sacerdote, sea inicial o permanente, no sólo deben actuar los formadores o el
Obispo, hasta, también, los laicos. Todos deben sentirse responsables.
4.3.4 LA POBREZA:
a)-Algunas premisas:
Es un dato de hecho que hoy la pobreza del sacerdote se hable menos sea respecto al discurso sobre
el celibato o el discurso sobre la obediencia. Por ejemplo, del espacio dedicado a los consejos
evangélicos en el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros solo el 15% se reserva a
la pobreza, mientras el celibato y la obediencia sacerdotal ocupan respectivamente el 43% y el 42%,
como también de las 32 páginas del punto IV del Capítulo X del volumen citado varias veces por A.
Favale, El Ministerio Presbiteral, ni siquiera 4 páginas tratan de la pobreza, mientras que 12 y más
de 16 analizan respectiva-mente el discurso sobre la obediencia y sobre el celibato. Análogas
proporciones se podrían encontrar analizando el número de los estudios y artículos publicados, o los
documentos en general del magisterio post-conciliar. Cómo interpretar este hecho?.
El discurso sobre la pobreza, de hecho, es en sí mismo muy complejo y articulado: se halla, por así
decirlo, en el cruce de caminos de varios carriles, o mejor aún, en una multiplicidad de cruces
constituidos por muchos aspectos que la interesan.
La pobreza cristiana puede ser considerada en relación a las virtudes teologales de la fe, la
esperanza y la caridad; en relación con los otros dos consejos evangélicos de la obediencia y de la
castidad; en relación al servicio apostólico y a las exigencias de la propia vida y vocación personal,
y al tenor de vida; en su aspecto estrictamente personal y en sus aspectos comunitarios; en sus
aspectos carismáticos y en los jurídicos; como recto uso de las cosas creadas en miras a la libertad
del corazón o como privación voluntaria por amor de la cruz; en los problemas relativos a la fuente
de tu propio sustento, con toda la problemática relativa a la limosna, la gratuidad de los ministerios,
el trabajo, la gestión de eventuales rentas, los balances, las estructuras administrativas, etc.
Un tratado exhaustivo sobre la pobreza, por lo demás, no debería ignorar el horizonte histórico de
la situación actual en relación a ella, con sus luces y sus sombras sea en el mundo eclesial que en el
socio-cultural más vasto en el mundo entero; un análisis diligente de sus fundamentos teológicos, de
sus motivaciones concretas y de sus significa-dos espirituales; una detallada tipología de las
diversas formas que puede asumir y a través de las cuales puede expresarse y encarnarse.
Nos limitaremos a tratar solo algunas cuestiones: su opción está determinada por el objeto formal
de nuestro trabajo que mira la espiritualidad sacerdotal. Por tanto, privilegiaremos las cuestiones
relativas al sacerdote en cuanto tal, es decir, lo específico de la pobreza sacerdotal en cuanto distinto
de la pobreza del consagrado o del fiel laico, y más estrictamente el lado espiritual de las cuestiones
acerca de la pobreza, sin adentrarnos en discusiones o análisis acerca de los aspectos más
propiamente jurídicos o canónicos, o aun prácticos que tocan la vida ordinaria del sacerdote en su
discurrir concreto y material.
Además, nos atendremos sobre todo a las indicaciones que los principales documentos del
magisterio de la Iglesia a partir del Concilio han querido recordar a los sacerdotes para ayudarles en
el camino hacia un asumir más conciente y responsable de este consejo evangélico, en conformidad
y fidelidad a la vocación recibida. Finalmente, no nos demoraremos en consideraciones
72
desarrolladas ya por otros ampliamente, sino que daremos preferencia a aquellos aspectos de la
problemática de la pobreza que no se tratan generalmente o se subrayan menos.
Antes que nada, frene al problema de la pobreza y sobre todo frente a los documentos, hay que
evitar el asumir una actitud de autodefensa o de fuga, camuflada quizás con racionalizaciones o
reflexiones abstractas.
Se trata de una vida y de una experiencia y no de simples ideas, aunque estén hábilmente
entrelazadas y ordenadas lógicamente.
Por lo demás vivir en modo auténtico la pobreza comporta necesariamente confrontar la cruz. Sería
ingenuo pensar en otra forma.
Por eso frente a las reflexiones que se pueden hacer sobre la pobreza, o frente a las normas o
indicaciones dadas para una vida de pobreza conveniente a su estado, el sacerdote, como por lo
demás también cualquier fiel, debe tener presente en el subfondo de su espíritu esta pregunta: «Qué
tipo de sacrificios estoy dispuesto a afrontar a fin de que florezca de nuevo la vida de pobreza en mi
existencia y en la vida de la comunidad a la cual me ha enviado la Iglesia?»
No es necesario, después, olvidar que la pobreza sacerdotal es un misterio: para acercarse a ella es
fuerza colocarse en el plano de la fe; todo intento de leer su realidad desde un punto de vista
sociológico, o jurídico, o económico o psicológico, aunque verdadero, será siempre reductivo,
parcial y nunca decisivo.
Es necesario no ser ingenuos en creer que en la Iglesia se haya ya dicho todo en relación al modo
de practicar la pobreza. Ciertamente aún no ha aflorado plenamente a la conciencia o no ha sido
explicitado de manera clara y límpida, algo importante en materia de pobreza sacerdotal.
El sacerdote, o también el simple fiel o el consagrado que pensara haber resuelto el problema de la
pobreza, de seguro que no lo habría…re-suelto. Probablemente lo resuelve si acepta permanecer en
búsqueda, en camino, abierto a la sorpresa y a la paradoja: únicamente en esta forma demostraría,
de hecho, que no es un rico apegado a las propias ideas sobre la pobreza, que es libre frente al
propio modo de verla y concebirla, y bien dispuesto a ser todo de Dios.
Si es misterio, la pobreza no podrá ser en ninguna forma expresada adecuadamente por leyes o
normas por santas o precisas que sean, o por principios lógicos madurados a través de una pura
reflexión intelectual.
Jamás una legislación en materia de pobreza, aunque sea necesaria y deseable, como tampoco
jamás las más sugestivas y profundas ideas sobre la pobreza, podrán sustituir la necesidad de un
discernimiento espiritual, en el cual captar, a partir de la escucha del Espíritu y a la luz de la
Palabra, la encarnación práctica, la norma concreta y la forma precisa que el espíritu de pobreza y
los principios inspiradores, los valores y las exigencias espirituales de la pobreza deben asumir y
revestir en el «hic et nunc» concreto de la historia.
73
Se trata de asumir una auténtica actitud de discernimiento y, por tanto, positiva en la búsqueda de
cuanto pueda ayudar a conformarse mejor con Cristo pobre, el verdadero centro del problema de la
pobreza sacerdotal. Todo esto no hace otra cosa que evidenciar la necesidad de un fuerte impulso
endógeno y, consiguientemente, el cuidado de una profunda interioridad que, animada por el
Espíritu, sea capaz de poderlo desencadenar.
Hemos insinuado ya que en el centro de la pobreza sacerdotal no hay una ideología sino una
experiencia. Más precisamente, se trata de una experiencia personal, no de una experiencia que se
ponga en la práctica, como la traducción de una teoría o de una ley.
La pobreza sacerdotal, como toda forma de pobreza evangélica, primeramente hay que verla en
relación a una persona, no a esta o aquella condición económica que se podría tomar como
«modelo» para reproducir, y tampoco en relación al ejercicio de una virtud que haya que practicar.
El sacerdote será auténticamente pobre, cuando sea testigo no tanto de un valor o de un sistema
lógico de valores, y ni siquiera de una virtud, sino de una persona. Esta persona que da el
fundamento primero a la pobreza evangélica del sacerdote, concretamente es Jesucristo, que lo ama
y se le entrega para hacerlo partícipe de su amor y de su gloria.
Para el sacerdote es más importante el Cristo pobre que la pobreza. Jesús es el punto de referencia
absoluto, porque es el último y definitivo; la pobreza tiene por el contrario en Jesús su punto de
referencia.
La pobreza es una realidad que nace radicalmente del encuentro con Cristo. Solo así el sacerdote
podrá ser auténtico testigo de pobreza, porque primero que todo no está en juego un ideal o un
programa de pobreza que haya que seguir, sino el seguimiento de la persona de Cristo pobre.
Pero cuál Cristo debe seguir el sacerdote en su camino de pobreza específica en cuanto sacerdote?
Se trata de Cristo cabeza, pastor y esposo al que ontológicamente lo configura el sacramento del
Orden, que, por eso, viene a dar una coloración a la pobreza evangélica de la que quiere ser ya
testigo en fuerza del bautismo.
La pobreza sacerdotal hay que verla, por tanto, en relación a las notas de pastoralidad, de
apostolicidad y de ministerialidad que marcan el ser mismo del ministro ordenado, y, al mismo
tiempo, en relación a la santificación a través del ministerio y con la caridad pastoral. Son las
realidades constitutivas de su identidad y de su espiritualidad, que hemos considerado más arriba,
las que dan fundamento a la pobreza sacerdotal y manifiestan las motivaciones que, en el momento
mismo en que las justifican, indican también la finalidad, el significado y la modalidad de ejercicio
en lo concreto de la vida.
74
El mismo tenor de vida puede asumir diverso espesor y valor de pobreza si se vive en lugares
diversos, como podrían ser los Esta-dos Unidos de América y ciertos países del África central o del
Asia: el tenor de vida pobre en los primeros podría ser rico y constituir una bofetada a la pobreza en
los segundos y, viceversa, un género de vida rico en los segundos podría revelarse aun un
testimonio de pobreza en ciertos lugares de los primeros! La pertenencia a un Instituto de vida
consagrada, después, comporta la participación de un carisma que, generalmente, diversifica el
ejercicio de los votos, y por lo tanto también el de la pobreza en concreto del sacerdote que hace
parte de él.
Si para todos los fieles de vocación especial, sacerdotes o consagrados, la actitud de una pobreza
que exige separación de los bienes y solidaridad con los pobres, es una respuesta de fe y de amor a
la llamada de Cristo a seguirlo en docilidad al Espíritu, para todos los sacerdotes, diocesanos o
consagrados, esta actitud se colora con un significado particular íntimamente ligado al servicio
pastoral y a la caridad de Cristo pastor, cabeza y esposo a quien está configurado en virtud del
sacramento del orden y a partir de él. El estilo de pobreza del sacerdote en cuanto tal, no
diversamente de otros aspectos y actitudes de su vida espiritual, nace, se motiva, está marcado y
alimentado por su ministerio y por la gracia sacramental que lo acompaña.
La pobreza del sacerdote no se sobrepone desde el exterior a su ministerio, sino que cualifica desde
el interior su anuncio de la Palabra, la celebración de los santos misterios y la guía misma de su
comunidad, y entra como factor constitutivo de su servicio y ayuda a los demás. Ella presenta un
carácter funcional con relación a su misión en la Iglesia.
Es necesario, sin embargo, poner atención a que la subordinación del ejercicio de la pobreza a la
finalidad apostólica no sea interpretada y vivida en una línea eficientista y de productividad
medible según nuestros metros humanos, sino como el testimonio e irradiación de Cristo pobre y
humilde y de su amor por todo hombre, que crea fraternidad entre todos en El.
La pobreza sacerdotal no debe dejar de ser siempre, como toda pobreza evangélica en la Iglesia, un
signo profético de credibilidad de la Iglesia frente al mundo y de desafío para las sociedades
opulentas y consumistas. Sobre todo «en un momento histórico en el que conviven relativa
abundancia de recursos y nuevas pobrezas emergentes, aun apreciando los bienes como dones de
Dios, los presbíteros» sean «una señal concreta de la separación., de la renuncia y no de la sumisión
a la tiranía del mundo contemporáneo que pone toda confianza en el dinero y en la seguridad
material».
Ciertamente la pobreza evangélica del sacerdote, como la de los otros fieles y en particular de los
consagrados, presenta una funcionalidad también en relación a las virtudes teologales, pero para él,
hombre de la caridad pastoral, y hombre entregado a la acción y a la lucha apostólica contra las
dificultades que surgen del ministerio, adquiere un significado específico y motivación sobre todo
de la caridad y de la esperanza.
La íntima relación con Cristo enviado por el Padre a evangelizar a los pobres exige del sacerdote
una opción preferencial —aunque, como en el caso de Cristo, no exclusiva ni excluyendo de otras
75
personas– por los pobres, los últimos, los débiles; aún más, exige que sean pobres los destinatarios
de su misión.
Para «predicar en pobreza» y para «evangelizar a los pobres», según la misión recibida por el
sacramento mismo del orden, es necesario que el sacerdote previamente y en el ejercicio mismo de
su ministerio haya escuchado y escuche el mensaje evangélico, asuma las características del
destinatario del evangelio, se haga y sea pobre.
Como por la pobreza evangélica, en general, así también para la pobreza sacerdotal es básico la
justa relación con el mundo y las realidades terrenas. «Tal relación —recuerda Presbyterorum
Ordinis– extremamente importante en el caso de los presbíteros, dado que la misión de la Iglesia se
desarrolla en medio del mundo, y los bienes creados son del todo necesarios para el desarrollo
personal del hombre»(PO 17a).
Más que en la privación de los bienes temporales, que podría parecer como el testimonio de una
fuga mundi más propia de personas consagradas en la vida contemplativa que de un sacerdote
llamado a vivir con la gente del mundo, o también —todavía peor– como una señal de rechazo y
de desprecio de los bienes materiales creados por Dios, la pobreza evangélica del sacerdote se
realizará en el uso de los mismos.
Acerca de los fines, «los sacerdotes […] deben usar de los bienes temporales sólo para aquellos
fines a los cuales ellos pueden ser destinados según la doctrina de Cristo el Señor y los
ordenamientos de la Iglesia»(PO 17b).
La doctrina de Cristo les recuerda que, no perteneciendo al mundo aunque estén en el mundo, deben
usar del mundo como si no usaran, en modo de poder llegar, como fin de la pobreza ejercitada por
ellos, «a aquella libertad que rescata de toda desordenada preocupación y hace dóciles a la escucha
de la voz de Dios en la vida de todos los días»(PO 17a), tan necesaria para ellos en el ejercicio de su
ministerio.
Entre los varios bienes que un sacerdote concretamente es llamado a usar, administrar, o, de todos
modos, encontrar en su vida, podemos distinguir tres tipos de bienes: los bienes eclesiásticos
propiamente dichos, los bienes que el sacerdote se procura en fuerza y con ocasión del
ejercicio de algún oficio eclesiástico, y los bienes estrictamente personales. Es muy importante
que el sacerdote distinga bien estos bienes, sin confundir el uso de los unos con los de los otros.
Cuanto a los primeros, o sea los que son de propiedad de la Iglesia y no personales del sacerdote,
debe administrarlos no para ventaja propia y menos para ventaja de terceros, sino según las normas
eclesiástica y según la finalidad para la cual la Iglesia posee lícitamente esos bienes, es decir, el
arreglo del culto divino, el mantenimiento decoroso del clero y el sostenimiento de las obras de
apostolado y de caridad, sobre todo en provecho de los pobres. Respecto a ellos, propiamente no
está en juego la pobreza, sino la justicia. Al sacerdote se exige, sobre todo, transparencia y huída de
toda apropiación (PDV 30d).
76
Cuanto a los bienes que el sacerdote se procura en fuerza o con ocasión del ejercicio de algún oficio
eclesiástico (como, por ejemplo, el estipendio por el oficio de párroco, las limosnas por la
celebración de misas, etc.) la Iglesia quiere que sean empleados, antes que nada, para el honesto
sustento personal (del que forman parte también las contribuciones para el seguro en caso de
enfermedad o invalidez y para la pensión de vejez) y para el cumplimiento de todos los deberes del
propio estado, pero después también para el bien de la Iglesia y para obras de caridad.
También desea la Iglesia que, si por un lado la fuente del sustento la retribución del sacerdote debe
ir marcada por el espíritu de la pobreza evangélica, por otro lado, debe estar marcada por
connotados de justicia y, por tanto, debe ser equitativa y suficiente, además de ofrecer una garantía
económica para mantener la libertad y no permanecer abrumados por las preocupaciones en el
ejercicio del propio ministerio.
Cuanto a los terceros, o sea los bienes estrictamente personales, la Iglesia invita al sacerdote a
usarlos con sobriedad y moderación, dando testimonio de auténtica pobreza evangélica. En relación
a estos bienes se habla de pobreza voluntaria: está en juego, de parte del sacerdote, la actuación del
consejo evangélico del que la Iglesia, aun si urgir su asunción con una promesa pública como en el
caso del celibato o de la obediencia, recomienda el ejercicio a través de una norma que queda, con
todo, genérica, porque se limita a decir que el sacerdote «está obligado a llevar una vida sencilla y a
abstenerse de cuanto puede tener sabor de vanidad» y a eliminar «todo tipo de comodidad y de
lujo».
Este tenor de vida sencillo y modesto, expresión de una auténtica pobreza voluntaria, asume pleno
significado de la motivación apostólica que la determina: allanar el camino a la caridad pastoral, no
inducir a los pobres a alejarse de la Iglesia, y, primero que todo, seguir más de cerca de Cristo
quien, de rico se hizo para nosotros y para nuestra salvación y realización, pobre, a fin de que su
pobreza nos haga ricos.
Acerca de las modalidades específicas del ejercicio de la pobreza por parte del sacerdote, la Iglesia
desea que la pobreza sacerdotal esté marcada con las notas de la gratuidad y de la edificación.
La cuestión de la gratuidad pone en juego los problemas relativos a las fuentes de sustento. El
sacerdote debe recordarse que el don que ha recibido ara ser transmitido es gratuito: por tanto debe
estar dispuesto a dar gratuitamente. Por otra parte, se da un verdadero derecho del apóstol a una
justa remuneración, derecho al cual renuncia generalmente el religioso, totalmente o en parte según
sus propias Reglas y Constituciones. Pero este derecho del apóstol «no puede en absoluto
confundirse con cualquier pretexto de plegar el servicio del evangelio y de la Iglesia a las ventajas
e intereses que pueden derivarse de él», como recuerda Juan Pablo II en la Pastores Dabo Vobis.
e)- Conclusión:
Seríamos ingenuos si no advirtiéramos la parcialidad y los límites de nuestro tratado sobre la
pobreza sacerdotal. Pienso, sin embargo, que tratándose de una experiencia que hay que vivir, el
discurso sobre la pobreza deberá ser siempre completado por cada sacerdote a través de un atento
discernimiento espiritual. A través de él, cada uno está llamado a leer las exigencias de la propia
77
llamada a la pobreza, a la luz de la Escritura y de las enseñanzas del magisterio, sobre todo a partir
de los documentos conciliares y de los más recientes Sumos Pontífices. Estos datos constituyen los
criterios fundamentales de los cuales servirse como de ayudas para abrir la puerta del misterio que
es la voluntad de Dios acerca de la práctica personal de la pobreza de cada uno de los sacerdotes.
Son ciertamente para él dones preciosos. Pero ninguna ley, ninguna exhortación, ninguna invitación
y ninguna enseñanza podrá ser capaz de revelarle lo que Dios desea de él en materia de pobreza en
modo tan claro y adecuado, que lo dispense de un trabajo de búsqueda personal en la escucha del
Maestro interior y en la oración constante y suplicante a Aquel que es dador de todo bien y, por
tanto, también de la pobreza evangélica propia y específica del sacerdote, en conformidad y en
continuidad con el don de la ordenación presbiteral recibido a través de la imposición de las manos
por parte del Obispo.
1. Introducción:
Habíamos visto que el sacramento del orden, con todo y siendo único y el mismo en los diversos
grados del episcopado, del presbiterado y del diaconado, y dando origen en cada sacerdote a su
inserción en el orden de los presbíteros [ordo presbyterorum], exige la pertenencia a un presbiterio
que no se coloca, al revés del episcopado, a escala universal, sino que se sitúa en un determinado
territorio, en una determinada iglesia particular, con modalidades diversas entre los diversos
miembros, dando origen a una amplia y variada tipología de sacerdote concreto y a un pluralismo
de figuras presbiterales con espiritualidad bien diversificada. Introducción
Hay quien describe las diversas figuras de presbíteros residentes en un determinado territorio o en
una iglesia particular, arrancando de un punto de vista operativo-pastoral, o sea, según los diversos
encargos que desempeñan en la diócesis: se distinguen así, la figura del vicario general, de los
vicarios episcopales, de los vicarios zonales y de los oficiales de curia, del vicario foráneo o decano,
del párroco, del vicario parroquial, del rector de la iglesia o del santuario, de los capellanes, del
moderador de una unidad pastoral, del formador en el seminario, etc
A esta luz podemos distinguir, en un nivel general, las figuras de los presbíteros diocesanos (en un
tiempo llamados «seculares», o sea los incardinados en una diócesis), los presbíteros consagrados o
miembros de sociedades de vida apostólica, y los miembros de una prelatura personal.
Es claro que al interior de cada uno de estos tres tipos generales se da un pluralismo de tipos de
carisma más específicos que vienen a colorear en modo diferenciado la espiritualidad de cada uno
de los presbíteros. Esto es verdad no solo para los presbíteros insertados en un Instituto de vida
consagrada o miembros de una sociedad de vida apostólica, y para aquellos de una prelatura
personal, sino también para los mismos presbíteros diocesanos, y no solo en razón de sus dones y
carismas personales o ligados al tipo de ministerio pastoral al que han sido destinados, sino también
en virtud de la espiritualidad peculiar de la diócesis marcada por una historia, una cultura y figuras
de santos que han creado y han dado origen a una tradición viva a nivel teológico y más aún
espiritual (por ejemplo la diócesis ambrosiana tiene una tradición diferente de la de la diócesis de
París, como la de Boston difiere de la de Hong Kong).
Poniéndonos ene el punto de vista ambos cleros, podemos preguntarnos de qué manera la
incardinación en la diócesis y, análogamente, la pertenencia a un Instituto de vida consagrada 37,
caracterizan su espiritualidad —prescindiendo de los carismas propios de la diócesis o del fundador,
37
No analizamos, para no complicar después los problemas, la situación de los miembros de las sociedades de
vida apostólica o de una prelatura personal.
78
2. La incardinación: 38
La incardinación en una iglesia particular se produce con la ordenación diaconal. Esta constituye
ciertamente un auténtico vínculo de naturaleza jurídica, pero sería por lo menos reductivo no
considerar también el valor y los aspectos espirituales que induce.
En realidad de verdad «la relación con el obispo en el único presbiterio, el compartir la solicitud
eclesial, la dedicación al cuidado evangélico del pueblo de Dios en las concretas condiciones
históricas y ambientales»39, que brotan del acto jurídico de la incardinación, son todas figures que
cualifican su figura espiritual.
El se pone al servicio de la fisonomía propia que asume el don de Dios a través del evento de la
iglesia local. Y por eso estudia su historia, admira su rostro espiritual, recoge su herencia,
entretejiendo una rica trama de relaciones con los diversos miembros de la comunidad» 40.
La pertenencia y la dedicación del presbítero diocesano a la iglesia particular está marcada por la
territorialidad/localidad y por la estabilidad: son estos los caracteres espirituales que connotan la
«diocesanidad» en contraposición y distinción respecto a la universalidad y movilidad de los
miembros de los Institutos de vida consagrada, sobre todo de aquellos de derecho pontificio.
Además el «permanecer» del presbítero diocesano y el echar raíces en un lugar particular lo pone en
una tensión permanente con la movilidad y la dimensión universalista y escatológica como los
apóstoles más aún, la iglesia y todos los bautizados: si por una parte no es extranjero, ni huésped,
conciudadano de los santos41, por otra parte, está siempre en camino, extranjero y peregrino sin una
verdadera ciudadanía42.
38
Para una profundización del tema cfr. PDV, 31; Directorio, 26; FAVALE, 237-242; G. MOIOLI, «Sul
ministero presbiterale come ideale di vita», en Communio 4 (1972), 3-11; D.COLETTI, Vivere da prete, cit.,
111-115
39
PDV,31b
40
CEI, Seminari e vocazioni sacerdotali, Programa pastoral para el año 1979-80, n. 36d.
41
Ef 2, 19-20
42
Cfr. Prima Lettera di S.Pietro a Lettera a Diogneto.
79
La incardinación —como observa Diego Coletti 43— no debe entonces ser vivida como un hecho
burocrático, como un encierro en un distrito administrativo, o como una red que limita y sofoca en
el presbítero diocesano el respiro universal de la iglesia. Más bien hay que verla como una raíz: en
el momento mismo en que entra en la tierra y fija y afianza el ‘arbol, lo alimenta y lo nutre, le lleva
la vida y le promete producir frutos.
La incardinación hay que vivirla, por lo tanto, como una oportunidad para expresar la entrega de sí
mismo, la caridad pastoral, hasta el don de la vida como buen pastor.
La incardinación, insertando en la vida espiritual del presbítero la exigencia de una siempre más
plena pertenencia y dedicación a la iglesia particular, lo compromete en una red de relaciones que
hacen surgir la exigencia, igualmente fundamental, de virtudes y de valores que vivir en la propia
existencia que tienen su sostén, su principio y su fin en la comunión eclesial y, sobre todo,
presbiteral. Por eso, el presbítero diocesano, al igual que los otros presbíteros, está llamado a
fomentar un fuerte sentido de comunión.
La pertenencia común al mismo presbiterio diocesano obliga a los sacerdotes diocesanos y los que
son miembros de Institutos religiosos o de sociedades de vida apostólica a un ejercicio ascético y a
un empeño no común, por favorecer y promover una auténtica comunión, una unidad en el respeto a
la diversidad de los dones y de los carismas del otro, más allá de peligrosos reduccionismos que
querrían reunirlos a todos bajo un uniforme modo de vivir y ubicarse, espiritual o pastoralmente, en
el interior de la comunidad eclesial.
Para uno y otro clero se trata de traducir en experiencia espiritual, vivida a nivel de presbíteros, los
problemas de las Mutuas Relaciones, que se refieren propiamente —según el título del conocido
documento de las Congregaciones para los Obispos y para los Religiosos y los Institutos Seculares
del 14 de mayo de 1978— a «Las relaciones entre los Obispos y los religiosos en la iglesia».
No se puede, sin embargo, negar que el modo de concebir y, sobre todo, de vivir rectamente en un
espíritu de comunión las relaciones entre sacerdotes diocesanos y sacerdotes religiosos está, en gran
parte, condicionado por el modo en que, en concreto, clero y vida consagrada se relacionan al
interior de una iglesia particular.
43
Cfr. DIEGO COLETTI, Vivere da Prete, cit., 112
44
Cfr. sopra, 67-75.
45
Direttorio, 27
80
Para una recta interpretación y para una experiencia concreta de la comunión entre sacerdotes
diocesanos y sacerdotes religiosos nos parece que puede ser de ayuda una profundización de
algunos puntos particulares relativos a:
a) la terminología y uso del lenguaje;
b) la necesidad de considerar a los religiosos al interior de la comunidad eclesial vista como
comunión orgánica y jerárquica y a partir de la luz y en la luz de una teología de la comunión al
interior de una visión de la iglesia como misterio.
c) qué cosa positivamente comporta la comunión;
d) qué cosa negativamente obstaculiza u ofende la comunión.
Religiosos son los monjes, pero religiosos también son los conventuales y los clérigos regulares;
hay Institutos de vida contemplativa e Institutos de vida activa o apostólica; hay religiosos laicos y
religiosos sacerdotes; entre los religiosos sacerdotes hay diversidad según que pertenezcan a un
instituto laical, o monástico o clerical/sacerdotal; hay, además, diversidad entre Institutos de
derecho pontificio e Institutos de derecho diocesano.
La homologación bajo un solo registro es funesta para el bien de la iglesia e injusta en relación a los
Institutos y a los religiosos. Se corre el peligro de no respetar los carismas que el Espíritu Santo
difunde a manos llenas en la iglesia y existe el peligro de no respetar la riqueza de la variedad
reconocida por la iglesia misma como conveniente no solo al bien particular de cada uno de los
miembros de un Instituto o de un determinado Instituto religioso, sino también al bien común de
todo el pueblo de Dios.
Esto compromete a madurar y a tener una profunda actitud espiritual de conocimiento, de respeto y
de vigilancia. Se trata de una ascesis nada fácil; sería más cómodo hacer la unidad en la
uniformidad.
El peligro de caer en este dualismo (iglesia/vida consagrada o vida religiosa), deudor de una no
exacta concepción o de la iglesia o de la vida consagrada (o vida religiosa), no siempre lo evitan los
mismos consagrados o religiosos46.
teológicamente esto no es cierto, y desde el punto de vista pastoral es muy dañoso y perjudicial: en
otro tiempo, y en algunas diócesis del mundo quizás todavía hoy, era el clero diocesano el que
sentía un como complejo de inferioridad y algunos religiosos, por el contrario, un complejo de
superioridad en relación al otro clero.
Hoy (nos referimos sobre todo a las diócesis más importantes) en general la situación ha
cambiado. El religioso y la religiosa sufren de una cierta “soledad eclesial”: la jerarquía, no obstante
numerosas protestas verbales, por varios motivos aun justos y algunas veces aun por culpa de los
mismos religiosos, no cuenta con su presencia.
En efecto, se tocan, por ejemplo, los problemas relativos a la visión de la iglesia particular en sus
relaciones con la iglesia universal, «aspectos esenciales de la teología del ministerio sacerdotal, la
cuestión de la pertenencia a un presbiterio que es uno, en conexión con la ordenación y la
reproposición de él como instituto típico de la iglesia local bajo la natural presidencia del obispo» 49,
la visión pluralística de la vida sacerdotal y del modo de encarnar y expresar la sacerdotalidad.
comunidad eclesial y las relaciones que los sacerdotes diocesanos y el presbiterio deben entretejer
con ellos, además de los otros componentes del pueblo de Dios.
Aunque si se tiene la impresión de que queda un largo camino por recorrer, es fuerza no ser ciegos
y reconocer cuánto camino se ha hecho ya hasta nuestros días, y cuánto se haya enriquecido la
conciencia que la Iglesia posee de sí misma por la idea de comunión después del Vaticano II. Por
ejemplo, la luz de la comunión ha ayudado a entender que la unidad de la iglesia es una unidad en la
diversidad, una unidad que no tanto “soporta” el pluralismo y la diversidad como un mal menor
debido a la moda y a la cultura de nuestros tiempos, cuanto la considera más bien como un bien,
más aún, como una exigencia pedida por su misma vida animada por el Espíritu Santo, y pedida por
su organicidad de Cuerpo Místico.
Del mismo modo no existía todavía una clara conciencia de las consecuencias pastorales de la
sacramentalidad del episcopado y de la figura del obispo, visto muchas veces simplemente como
mandatario del Papa (casi como un prefecto en relación al ministro del Interior), no como un
verdadero principio y fundamento visible de la unidad de la iglesia particular confiada a su
ministerio y a su cuidado pastoral52.
A una visión reductiva desde arriba, por ser unilateralmente verticalista, en el post-concilio se ha
sustituido por una visión reductiva desde abajo, por ser unilateralmente democrática: se llega así a
afirmar que toda iglesia particular es un sujeto en sí mismo completo, hasta el punto de «obtener
una propia autosuficiencia, debilitando su real comunión con la iglesia universal y con su centro
vital y visible»53, olvidando que en toda iglesia particular, «para que sea plenamente iglesia, es decir
presencia particular de la iglesia universal con todos sus elementos esenciales […] debe estar
presente, como elemento propio, la suprema autoridad de la iglesia: el colegio episcopal con el
romano Pontífice y nunca sin él»54, porque el primado del Obispo de Roma y el colegio episcopal
son elementos propios de la iglesia universal no derivados de la particularidad de las iglesias, pero
51
Cfr. CD, 11.
52
Cfr. CONGREGAZIONE PER LA DOTTRINA DELLA FEDE, Communionis notio, 13; LG 23.
53
Cfr. CONGREGAZIONE PER LA DOTTRINA DELLA FEDE, Communionis notio, 8.
54
Ibid., 13; LG 22b; Cfr. también LG 19.
83
sin embargo interiores a cada iglesia particular. Por lo tanto, ya que «la suprema potestad del
Romano Pontífice no solo es suprema, plena y universal, sino también inmediata sobre todos,
pastores o fieles», «el ser el ministerio del romano Pontífice interior a toda iglesia particular ayuda
a entender que es necesaria una fundamental mutua interioridad entre iglesia universal e iglesia
particular»55 y que no se puede reducir la naturaleza misté-rica de la relación entre iglesia universal
e iglesia particular «al existente entre el todo y las partes en cualquier grupo o sociedad humana» 56.
Qué relación tiene todo esto con la presencia de los religiosos/sas en la comunidad eclesial y con la
relación entre sacerdotes religiosos/sas o entre sacerdotes diocesanos y sacerdotes religiosos? Se
sabe muy bien que los religiosos, sobre todo los de derecho pontificio, juegan su vida y se mueven
más bien en lo universal que no en lo particular; su eclesialidad está marcada por un carácter
supradiocesano, radicado en el ministerio petrino. Los religiosos/sas están obligados/das a obedecer
al Sumo Pontífice como su supremo superior, también en fuerza del voto de obediencia, como dice
el Código de Derecho Canónico57. La vida de los religiosos/sas está marcada por una especial
dimensión universal, pero —al mismo tiempo— deben «prestar reverencia y obediencia a los
obispos a causa de su autoridad pastoral en las iglesias particulares y por la unidad y concordia
necesarias en el trabajo apostólico»58en el territorio. Si el clero diocesano, aun sabiendo que la
dimensión universal no es ajena a la espiritualidad (de lo contrario no sería católica!), apunta sobre
todo a la territorialidad, los religiosos/sas, aun estando insertos en una iglesia particular y aun
trabajando en un territorio bien determinado, están llamados a subrayar la dimensión universal.
Unido al discurso que vamos desarrollando, está, como se deja entender muy bien, el problema de
la unidad del presbiterio como instituto de la iglesia particular che —a su vez— pone en juego el
problema teológico de la conexión entre ordenación y pertenencia al único presbiterio de la
Diócesis.
También la comunión entre sacerdotes diocesanos y sacerdotes religiosos 59 es un valor vital para la
comunidad eclesial. Respecto al problema precedente es un problema distinto (no separado), que
obliga al clero diocesano a tener que distinguir, en su relacionarse con los religiosos, un doble plano
o un doble tipo de relación:
a) hay la relación del sacerdote diocesano con la persona o las personas pertenecientes a un
Instituto de vida religiosa, con los religiosos en cuanto tales;
b) pero está también la relación del clero diocesano con los presbíteros religiosos en cuanto
sacerdotes y, por lo tanto, pertenecientes al mismo presbiterio.
Es necesario poner mucha atención para no caer en el peligro de homologar los religiosos sobre la
vida religiosa laical, olvidando que la vida religiosa, y también la vida consagrada, por su
naturaleza no es ni clerical ni laical 60, sino que contempla también los Institutos clericales 61.
55
Ibid.
56
Ibid., 9.
57
Cfr. CIC, 590, § 2.
58
LG 45; SÍNODO DE LOS OBISPOS, IX Asamblea General ordinaria, La vida consagrada y su misión en la
iglesia y en el mundo. Lineamenta, 37
59
Sacerdotes religiosos o religiosos sacerdotes? Por el momento no nos adentramos en la problemática de esta
distinción al interior de la vida religiosa.
60
Cfr. CIC, 588, § 1.
61
Cfr. CIC, 588, § 2; non se da solo en cannon 588, § 3!
84
Ahora bien, la pertenencia al mismo y único presbiterio en fuerza del sacramento del orden recibido
(no —véase bien— en fuerza del obispo de quien se ha recibido el sacramento del orden!) pone en
marcha una fecunda reflexión:
a) sobre el pluralismo de formas en las cuales realizar y vivir en concreto el sacerdocio:
podemos preguntarnos cuánto aceptamos este pluralismo, o cuánto —por el contrario— sin
darnos cuenta, espontáneamente proyectamos en todos los sacerdotes en la iglesia la
interpretación y visión de vida sacerdotal parcial en la que hemos sido educados y formados
en el seminario o en los diversos estudiantados o escolantados.
b) sobre el pluralismo de formas de pertenencia al presbiterio y la atención de parte del obispo de
no considerar propia solo una parte de los sacerdotes de su presbiterio, la de los sacerdotes
diocesanos62.
Hay todavía mucho camino por recorrer de parte de los sacerdotes religiosos para entrar en aquella
óptica de comunión necesaria para que encuentren la justa colocación en la comunidad eclesial.
62
Es interesante notar como algún Obispo (por ejemplo el Card. Pappalardo), cuando intenta referirse a
aquella parte del presbiterio que abraza solo los sacerdotes diocesanos, habla de «su» presbiterio o de «su»
clero. Análogo modo de expresarse entre comillas no podría ser usado también por los religiosos/sas cuan-do
hablan de «sus» obras apostólicas?
63
«La unidad con la iglesia universal a través de la iglesia local : este es vuestro camino» : son palabras de
Juan Pablo II a los Superiores Generales en un discurso del 24 de noviembre de 1978.
64
Cfr. B. PAPA, «Los religiosos en la iglesia local: pluralismo de los carismas en la única iglesia para la nueva
evangelización», en Una presenza per servire, 161-162.
85
a) cuando se olvida que en el servicio prestado a la diócesis por los religiosos/sas y por sus
Institutos, el servicio a la santidad ocupa el primer puesto sobre los mismos múltiples
servicios del apostolado activo;
b) cuando se instrumentaliza la presencia de los religiosos/sas en el territorio únicamente en
función de las propias obras parroquiales, sin tener en cuanta lo más mínimo los carisma
específicos de que cada Instituto es portador para el bien de la comunidad eclesial.
c) cuando se afronta el problema de las Mutuas Relaciones únicamente según la perspectiva de la
categoría de la participación, ignorando la de la comunión que es todavía más fundamental;
d) cuando se fomenta una visión restringida de la vida consagrada y de la vida religiosa,
homologando la primera a la segunda, y homologando, a su vez, en manera evidentemente
reductiva, la vida religiosa de los Institutos apostólicos y de sus miembros, aunque sean
sacerdotes, en la única vida religiosa monacal laical.
e) cuando se cultiva y se favorece una visión demasiado restrictiva de la pastoralidad.
f) cuando se piensa que las obligaciones del obispo respecto a la vida religiosa, que fundan la
legitimidad de sus intervenciones en relación a los Institutos religiosos o a cada uno de sus
miembros, sean automáticamente participados a todos los sacerdotes diocesanos, olvidando
que las relaciones de los religiosos/sas en cuanto religiosos/sas con la diócesis y con la
comunidad eclesial están mediadas por la relación directa con el obispo, a diferencia de
aquellos de los simples laicos o fieles (o aun de ellos mismos en cuanto simples fieles), que lo
son ordinariamente a través de su párroco;
g) cuando no se pone particular atención a la componente femenina, y cuando se interpreta y se
organiza la vida de la comunidad eclesial según una línea machista.
laicos contemplativos
religiosos sacerdotes
86
RELACIONES DEL:
RELACIONES DEL:
La rica trama de relaciones que se instauran al interior de la iglesia particular para el sacerdote
diocesano, en fuerza de su incardinación a la diócesis, y para el sacerdote religioso, a causa de su
presencia en un determinado territorio de la iglesia universal, juntamente con el problema muy
actual también a nivel socio-psicológico de la pluripertenencia a comunidades o grupos, induce a
reflexionar sobre la multiplicidad de pertenencias que marcan a uno u otro sacerdote, para
individuar la posibilidad de una jerarquización de ellas que impida la fragmentación psicológica del
sujeto implicado, pero sobre todo lo ayude a madurar una más rica y profunda unificación interior.
El se encuentra siendo miembro de una familia en la que ha nacido, de una sociedad civil, de la
iglesia universal, de una diócesis, de un presbiterio diocesano, de la comunidad en la cual el obispo
lo ha mandado a vivir su ministerio o que, al menos, le ha sido destinada como comunidad de
referencia. Los términos de los vínculos con esta comunidad pueden ser muy diversificados según
los casos (por ejemplo se puede tratar de una comunidad de trabajo para el ministerio o de una
comunidad de vida), pero deben ser, de todos modos, indicados a cada presbítero al momento
mismo de conferirle el encargo. Comunidad de pertenencia, al interior de la diócesis, para el
sacerdote diocesano es aquella porción de la iglesia particular a la cual es enviado, sea territorial
como una parroquia, un vicariato (o un decanato) o una unidad pastoral (según sus múltiples
tipologías), sea, por el contrario, estrictamente ministerial, o sea, determinada por las exigencias del
ministerio, independientemente del factor «lugar» (por ejemplo, seminarios, colegios episcopales,
asociaciones de laicos, sectores particulares de la pastoral diocesana; pastoral juvenil, universitaria,
misionera, del ecumenismo, del tiempo libre, de los tiempos del Espíritu, del trabajo, de los mass-
media, de la familia, de la vida consagrada, de la escuela, de la salud, etc.). Pero también es
comunidad de pertenencia la particular articulación del presbiterio diocesano en la cual se realiza
concretamente para él la fraternidad presbiteral, expresión, a su vez, de la unicidad del ministerio y
de la ordenación (presbiterio parroquial, presbiterio vicarial o decanal, comunidad de presbíteros
para el ministerio).
En relación al establecimiento de la jerarquización de las pertenencias, en el caso de preguntarse si
el presbítero diocesano pertenece primero a la diócesis o a la iglesia universal, para dar una
respuesta satisfactoria, además de tener en cuenta la natura misma sea de la iglesia particular a la
cual pertenece y se dedica totalmente 65, sea del ministerio sacerdotal 66, hay que recordar bien el
principio de la mutua interioridad entre iglesia universal e iglesia particular. Sin embargo, si se toma
en consideración la sola ordenación, parece que un primado deba darse a la pertenencia a la iglesia
universal; en efecto, no solo en fuerza del bautismo, sino también en fuerza del sacramento del
orden, él pertenece a la iglesia universal non en forma inmediata, y su relación con el romano
Pontífice y con el «Ordo Episcoporum» no se realiza primariamente a través del propio obispo.
Si se consideran las pertenencias vinculadas a su incardinación en la diócesis y a las misiones
recibidas del obispo, ciertamente la pertenencia a la comunidad diocesana y al presbiterio diocesano
bajo el obispo poseen un relieve prioritario sobre cualquier otra pertenencia más particular: se es
miembro primero de la diócesis que de la parroquia; se es miembro primero del presbiterio
diocesano que de cualquier otra articulación, y, con mayor razón, se pertenece primero al presbiterio
diocesano que al movimiento o a la asociación de cuyo cuidado se ha recibido el encargo de
ocuparse.
Además, aunque es verdad que muchas determinaciones posteriores pueden variar de diócesis a
diócesis, prescindiendo del concreto encargo confiado por el obispo, que en todo caso es decisivo,
nos parece que la pertenencia a la comunidad parroquial y a la parroquia tenga generalmente una
cierta prioridad respecto a otras pertenencias ligadas a encargos recibidos del obispo, sobre todo si
está en juego la pertenencia al presbiterio vicarial (o decanal) y a la comunidad del vicariato (o del
65
Cfr. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Communionis notio, cit., passim, sobre todo 8-10.13
66
Cfr. PO, 10; PDV, 32.18; Direttorio, 21-25.
88
decanato). No se puede negar a priori que, en algunos casos, ciertos encargos (por ejemplo ciertas
responsabilidades en la comunidad del seminario o en relación a un sector particular de la pastoral)
comportan, concretamente o por mandato del obispo mismo, una prioridad de pertenencia del
presbítero diocesano a una comunidad sobre la pertenencia misma a la comunidad parroquial en la
que se encuentra como párroco.
También el sacerdote religioso se viene a encontrar en una compleja red de relaciones al interior de
la diócesis y del Instituto religioso del cual hace parte.
Ciertamente la determinación de una jerarquía de pertenencias depende mucho también del carisma
específico del Instituto que le ha sido dado por dios. Sin embargo podemos indicar algunas
diferencias respecto a la jerarquización de las pertenencias como se verifica en un sacerdote
diocesano.
Primero que todo, respecto al presbítero diocesano, la pertenencia a la comunidad familiar pasa
siempre para el sacerdote religioso muy en segunda línea. Forma parte, en efecto, de su
consagración religiosa a través de los votos un corte mucho más radical con respecto a la familia,
como por lo demás también una mayor distancia y separación del mundo secular.
A nivel más estrictamente eclesial, la profesión de los votos en un Instituto, sobre todo si es de
derecho pontificio y de vida y espiritualidad apostólica, induce en el presbítero un estilo de vida
más universal y dinámico en fidelidad al carisma del fundador y del Instituto. Este dato, a su vez,
exige el instituto jurídico de la exención que hace secundaria la pertenencia a la iglesia particular
respecto a la pertenencia a la iglesia universal.
La primera comunidad de pertenencia para el presbítero religioso es siempre la comunidad
religiosa. Si esta, luego, es la comunidad local-particular o el cuerpo todo de la orden o de la
congregación, depende del carisma del Instituto. Generalmente en los Institutos de vida activa y
apostólica es el cuerpo universal: este es una realidad ontológica y temporalmente anterior a
cualquier comunidad particular, como la iglesia universal respecto a cualquier iglesia particular; lo
cual no es el resultado de su comunión y no puede ser pensado «in signo posteriori» a ellas [las
comunidades n. del t.], sino que se divide en Provincias, Inspectorías, comunidades locales,
particulares, etc. En los Institutos contemplativos y monásticos o también solo en los Institutos de
las Órdenes y de las Congregaciones de tipo conventual, generalmente la comunidad primera de
pertenencia es la comunidad local: el Instituto muchas veces posee una unidad federativa y no
puede ser pensado «in signo priori» respecto a cada una de las comunidades particulares.
Sería necesario también distinguir el caso del sacerdote religioso (por ejemplo los clérigos regula-
res) del de el religioso sacerdote (sacerdotes en los Institutos monásticos, contemplativos o
conventuales): cuando se encuentran en un territorio, todos pertenecen al único presbiterio
diocesano, pero, evidentemente, en forma e intensidad diversa, como por lo demás diversa es
también la pertenencia al único presbiterio diocesano del sacerdote diocesano (=más estrecha) que
la del sacerdote religioso (=más amplia).
Para el sacerdote religioso, después de la pertenencia a la iglesia universal y a la comunidad del
Instituto según el carisma propio de cada uno, viene la pertenencia al presbiterio diocesano en el
cual y con el cual él ejerce el mandato apostólico recibido de los superiores juntamente con el
obispo del lugar, según las modalidades requeridas por las Mutuae Relationes. El sacerdote
religioso, en fuerza de la propia vocación, es «para la iglesia universal» a través de su misión «en
una determinada iglesia local»: «La unidad con la iglesia universal, a través de la iglesia local: he
ahí vuestro camino», así se expresó Juan Pablo II dirigiéndose a los Superiores Generales al
comienzo de su pontificado el 24 de noviembre de 1978.
89
Esto comporta de parte de los sacerdotes religiosos un esfuerzo de repensar y reflexionar sobre el
tema del carisma del fundador, que hay que privilegiar obviamente en la renovación de la vida
religiosa, aun con el fondo y en la luz del servicio a y en la iglesia particular.
De aquí también la necesidad para el presbítero religioso de tener una clara conciencia de la unidad
de la iglesia particular y del presbiterio diocesano y de «dedicarse sin reservas —domo dice el
Card. Martíni— y sin temores a «su» (sic!) iglesia con la clara conciencia que los unos (los
presbíteros diocesanos) y los otros (los presbíteros religiosos) tiene como único punto de referencia
inmediato la única iglesia católica que se hace presente aquí y ahora en la diócesis en la cual se
encuentran y que los considera a pleno título sus hijos» 67. Solamente un vivo «sensus Ecclesiae
particularis» [sentido de la iglesia particular] el que permitirá al sacerdote religioso evitar formas y
modalidades de servicio apostólico que, más que ser constructivas de la única iglesia de Cristo,
vienen a constituir una iglesia paralela. Esto hiere y destruye el mismo presbítero en su corazón más
profundo de hombre de comunión, e impide a su carisma de presbítero religioso de un determinado
Instituto de ayudar a la edificación de la entera comunidad diocesana a cuyo servicio está puesto, y,
por tanto, de realizarse en verdad.
El juego de las pertenencias pone cada vez más en relieve la necesidad de parte de todos los
presbíteros, diocesanos o religiosos, de reafirmar vínculos de fraterna amistad sobre el fundamento
de la común pertenencia al orden presbiteral e «de un esfuerzo sincero de recíproca estima, de
mutuo respeto y de coordenada valoración de todas las positivas y legítimas diferencias presentes en
el presbiterio. También todo esto —concluye Juan Pablo II— forma parte de la vida espiritual y de
la continua ascesis del sacerdote68.
Hoy parece que se debe reservar una atención particular a los problemas ligados a la pertenencia a
asociaciones, a movimientos y a grupos de vario tipo y de varia inspiración evangélica. En relación
a ellos, es fuerza evitar los dos extremos de la demonización, por un lado, y de la entusiasta
adhesión totalizante de la otra69.
Si es erróneo considerar los movimientos o una espiritualidad particular como estructura alternativa
a la institución, más que verla como una presencia que regenera la autenticidad existencial e
histórica; si es peligroso negar la contribución que otras inspiraciones o referencias a otras
tradiciones de vida espiritual pueden ofrecer al enriquecimiento de la vida sacerdotal de los
presbíteros, puede ser también dañino considerar la pertenencia a eso en tal forma prioritaria que
oscurezca el valor y el significado de la experiencia espiritual y apostólica que deriva del
sacramento del Orden, de la incardinación en una diócesis, de la diocesaneidad (para el sacerdote
diocesano) o de la pertenencia a un Instituto de vida consagrada (para el sacerdote religioso). Se
trata de realidades positivas, con tal de que permanezcan en el orden de los medios y no pretendan
asumir un significado final. Lo positivo de la pertenencia a asociaciones, a movimientos y a grupos,
sean ellos de índole laical o estrictamente sacerdotal, se mide por la ayuda que puede ofrecer y
ofrece de hecho en lo concreto, en orden a un desarrollo armónico de la espiritualidad de cada uno
67
C. M. MARTINI, La vida religiosa en el presbiterio y en la iglesia diocesana, Homilía del Jueves Santo
1989, Milán, 1989, 12.
68
PDV, 31.
69
Interesantes puntos de vista para una posición equilibrada entre demonización y entusiasta adhesión
totalizante de parte del presbítero con respecto a movimientos y asociaciones se pueden encontrar en P.LA-
GHI, «”Pastores dabo vobis” : Presentación», en Seminarium 32 (1992), 505-517 donde —haciendo eco a
PDV, 68— donde se expresa el deseo de ver favorecida entre vida del seminario y vida de los movimientos
una integración armónica contra toda visión que llevaría a una yuxtaposición o, aun, a una alternativa que
haría sucumbir frente al desafío de «formar hombres de comunión, capaces de respeto, de espíritu de diálogo
y de cooperación y, todavía más, capaces de construir unidad». También habría que leer con fruto las
observaciones de F. RYPAR, «La “Pastores dabo vobis” a la luz del pensamiento conciliar sobre el sacerdocio
y sobre la formación sacerdotal», en Seminarium 32 (1992), 530-549, sobre todo desde la página 547; y de B.
TENAILLEAU, «L’éducateur “interprètre”du projet éducatif», en Seminarium 34 (1994), 296-309, sobre todo
305.
90
de los presbíteros según el carisma y el don recibido de Dios, y en orden a una pertenencia cada vez
más plena al presbiterio diocesano y a la comunidad diocesana para los miembros de uno y otro
clero, a la fraternidad sacerdotal para el presbítero diocesano, y a su Instituto para el presbítero
religioso.
PARTE TERCERA
LA FORMACION ESPIRITUAL DEL PRESBITERO
(La Formación Sacerdotal- Problemas)
Introducción y premisas:
En la década del ochenta se ha profundizado el tema de la formación, en especial de la formación de
los formadores o educadores y esto a través de: la Congregación para la educación católica en la
plenaria de 1981 y 1984 y por medio de la preparación de la 8va asamblea general del sínodo de
obispos de 1990. También el papa Juan Pablo II en su exhortación apostólica post sinodal Pastores
dabo vobis. El papa expresa que la atención se ha desplazado del problema de la identidad del prete
a los problemas conectados con el itinerario formativo al sacerdocio y con la cualidad de vida de los
sacerdotes (PDV 3).Este paso se hace necesario antes los cambios culturales e históricos, a partir de
los años sesenta, que han amenazado el conjunto de valores.
Los dinamismos fundamentales del proceso formativo pueden ser expresados a través de tres
verbos, en tendidos frecuentemente como fenómenos: “formar”, “educar” y “madurar”.
Materialmente estos tres términos se refieren a un mismo y único proceso evolutivo de la persona,
pero formalmente considerados presentan diferencias:
a. con el término “educación” se hace referencia (al punto de partida del proceso) a la situación
concreta de la persona a formar, la cual se necesita educar, para que llegue a ser cada vez más
si misma hacia una realización cada vez más plena.
b. con el término “formación” se refiere (a la acción y a la operación vista en relación a su punto
de llegada, o a la meta hacia la cual se quiere tender) al hecho del modo de ser que el sujeto
no posee todavía, que debe progresivamente adquirir y hacia el cual debe tender como a su
propio ideal (real).
c. con el término “maduración” se hace referencial al entero proceso evolutivo, de su meta
entendida como madurez, “unidad de vida”.
En el presente estudio se usará el término formación en su significado más amplio sin distinguirlo
de “educación” y “maduración”, desde una visión no reductiva, ya que el proceso de crecimiento
91
de la persona tiene como meta final la totalidad de la persona, en la cual se van progresivamente
integrando entre sí las diversas dimensiones y componentes internas y relacionales.
En el campo de la formación existe el peligro del reduccionismo y con ello el peligro de traicionar
la verdad y por tanto perjudicar la madurez de la libertad llamada a ser educada y formada. También
existe el riesgo de reducir la formación a mera instrucción donde sólo se construye el universo
cognitivo. Reductiva es también aquella que haber acabado su cometido asegurando la observancia
de las leyes (formación legalista) y un comportamiento exterior puramente formal (formación
comportamentalista), éstas no permiten una maduración de la libertad.
Una formación que se de a la luz de una visión materialista del hombre promovería sólo su
dimensión físico-corpórea y sus valores técnicos y una visón espiritualista, las dimensiones estética,
espiritual y religiosa.
Es también reduccionista aquella que forma sólo en el marco de la esfera individual o comunitaria y
al margen de la comunión con Dios.
La formación porque es evento educativo, necesita de una auténtica antropología, de una visión de
hombre y de mujer que tenga al centro el valor de la persona, y por tanto deberá realizarse siempre
como formación a la libertad (signo altísimo de la imagen divina). La formación lleva al hombre a
ser sí mismo en libertad y en verdad.
Este discurso sobre la libertad abre la reflexión de una parte sobre el lado antropológico de la
psicología y la pedagogía, sobre varios condicionamientos de nuestra libertad: biológico,
sicológicos, sociológicos, culturales, morales, y también sobre el plano teológico espiritual acerca
de la necesidad del discernimiento espiritual como fundamental para un recto camino y para una
justa percepción del hombre maduro.
La formación como evento educativo viene desarrollada desde las relaciones de comunicación
interpersonal, donde Dios es el educador y formador por excelencia y en este contexto un auténtico
proceso formativo es a un tiempo personal, comunitario, gradual, progresivo, con momentos de
ruptura y saltos de cualidad, enérgico y misericordioso, proyectual y liberante inserido en la
historia y actuado continuamente en el corazón de los hombres mediante la acción del Espíritu
Santo.
Se recuerda también en esta tarea formativa la importancia de los principios de progresividad,
gradualidad y la conciencia de la importancia del empuje y la orientación al “más”, más bien que al
máximo. Una formación que debe actuarse en la paciencia y en la aceptación de los límites.
Se considera madura la persona que sabe orientar (dirigir) en modo sabio sus límites y sus
debilidades, sabiéndolas reconocer, aceptar e integrar atribuyéndoles un sentido y un significado
positivo, de manera que puedan convertirse en fuente de fuerza y trampolín hacia una más eficaz
acción apostólica.
La formación está abierta desde adentro a ser un evento espiritual, que unifica en la libertad de la fe
y en la respuesta a la vocación.
El Jesús, que el sacerdote debe seguir y en el que debe ser formado, es el Jesús cabeza, pastor y
esposo de la Iglesia. La formación sacerdotal debe buscar crear una progresiva capacidad de darse
con amor total a Dios y a los hombres y una pronta disponibilidad a hacerse don de toda la propia
vida, a imitación de aquel del que se debe ser sacramento viviente y con el que se está
ontológicamente configurado por el sacramento del orden.
FI y FP poseen específicas diferencias pero se requiere entre ellas una integración para salvaguardar
la unidad de la persona, como período de formación son tiempo de maduración de crecimiento de
profundización.
El candidato al sacerdocio debe verificar en profundidad si se siente de verdad llamado por el Señor
al sacerdocio y los formadores deben escrutar y examinar la autenticidad de su vocación a partir del
intercambio y de la integración entre formador y candidato en un clima de diálogo y confianza.
Signo de una FI no bien madura y desarrollada es el hecho de que el sacerdote piense de no tener
necesidad de una guía para el proceso de una guía para el proceso de la propia formación sacerdotal
con el riesgo de romper el vínculo entre la FI y la FP.
Durante la FI, que es un tiempo fuerte de formación, se debería formar para formarse, se debería
adquirir la capacidad para llegar a ser progresivamente siempre más un hombre espiritual según
Cristo pastor, cabeza y esposo y por tanto debería hacerse siempre más capaz de santificarse a
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través del don de sí en el ejercicio del ministerio, es un momento en el cual se hacen los ideales,
valores y de rectos comportamientos a consumar y a emplear en el restante período de la existencia.
La decisión de no tener más necesidad de alguna formación se tendrán las consecuencias tristes de
una vida que progresivamente se aleja de los ideales de una persona que ha iniciado una lenta
declinación hacia la insignificancia y la apatía, la repetitividad y el aburrimiento.
[Como formación a un estilo de vida –aquel del hombre espiritual, que está configurado a Cristo y
que es llamado a santificarse en la comunión siempre más profunda con la caridad pastoral- o como
iniciación a prácticas espirituales, a la oración, a la escucha de la Palabra, a la lectio divina, a la
celebración y a la recepción de los sacramentos, a la virtud y a los consejos evangélicos, a
frecuentar tiempos de silencio y de desierto, a la ascesis y a la mortificación, al sentido de la cruz y
al gozo en el Señor]. Se debe interpretar la relación entre los dos modos de entender la formación.
Para responder a la pregunta es necesario una clara distinción: si el discurso se vierte sobre la
centralidad de la formación espiritual, o si el discurso se vierte sobre la necesidad de la formación
espiritual.
Esta relación debe ser vista a la luz de la relación “cuerpo espíritu”, donde las realidades en el
Espíritu, según el Espíritu dan eficacia a las cosas externas, materiales, síquicas. No hay solamente
una jerarquía de valores entre los dos polos consideradas de manera estática, sino un verdadero flujo
causal de las primeras sobre las segundas.
Entre los dos polos se da una relación dialéctica con doble movimiento: desde el exterior al interior
y viceversa. Esta dialéctica puede proyectar un rayo de luz sobre la relación entre la formación
espiritual que conduce todo un conjunto de contenidos concretos y particulares y la formación
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espiritual entendida como acción educativa de una dimensión trascendental, que empapa y modela
toda la persona del seminarista o del sacerdote. Esta segunda forma aparece como más importante
va considerada central y se pone como fin, la cual respecto a la anterior se alcanza en un segundo
tiempo. La primera (secundaria) se requiere como medio absolutamente necesario tanto para el
seminarista como para el ya ordenado
Se trata de poner al centro de la formación global del seminarista aquella dimensión contemplativa
de la vida en actitud de fe. Por esto la columna que sostiene todo la estructura formativa es en su
raíz la relación personal con Jesús, de la cual el formador debe ser el primer testimonio porque de lo
contrario no podrá ser presencia de la misma pedagogía de Jesús. El Señor educa a través de un
proceso que se opera en diversas fases sucesivas y con un principio unificador bien claro: su
persona, de este hecho se evidencia:
a) El primado de la persona (Jesús) sobre la verdad (enseñanza): antes de enseñar Jesús llama
así (relaciones interpersonales – seguimiento – amistad)
b) El uso del lenguaje parabólico: la parábola no es utilizada para hacer más fácil el discurso y
para clarificar el mensaje a través del ejemplo, es más bien un género oscuro. Pero frente a
este límite está su innegable ventaja y el valor de significar mejor la trascendencia de la
cosa significada, precisamente porque envía a un más allá permite reportarse a realidades
que no son de esta tierra, realidades espirituales y trascendentes. El método parabólico se
presenta pues, como indispensable para acercarse a la persona de Jesús.
c) La dimensión contemplativa: con ésta se quiere llamar la atención sobre la importancia del
primado del ser sobre el hacer, de la relación prioritaria con Dios, relación de prioridad,
comunión, intimidad y amistad. De ir a la raíz propia del ser, a la interioridad donde está la
fuente de nuestro ser, del sentido de la oración, del silencio y del desierto.
d) La educación a través de la experiencia: Jesús educa no sólo y no principalmente con las
palabras y con los discursos, sino sobre todo involucrando los discípulos en una experiencia
de vida humana auténtica y original. El encomienda misiones, los hace sus colaboradores,
concibe la formación como formación de formadores.
Para asegurar una auténtica formación integrada es muy importante asegurar la centralidad de la
formación espiritual y poner (no sólo teórica, sino existencialmente) la prospectiva espiritual, como
prospectiva sintética y unificador de toda la formación
Si la formación es cuestión de educación entonces su principio unificador será la persona misma del
candidato, no considerada en abstracto, sino según su peculiaridad individual y carismática. Y claro
primero que la persona del seminarista está la de los formadores y por ende la de Cristo pastor,
cabeza y esposo. Y de su seguimiento en la docilidad del espíritu, como matriz unificadora y
sintética de toda la formación.
La PDV pone claramente y en síntesis estas enseñanzas cuando afirma que: “para cada presbítero la
formación espiritual constituye el corazón que unifica y vivifica su ser sacerdote y su hacer el
sacerdote”. (CF. PDV 45).
Ante la afirmación del papa que: “el fin pastoral asegura a la formación humana, espiritual e
intelectual determinados contenidos y precisas características”, podría entenderse una cierta
contradicción. Es, pues, necesario distinguir entre la unificación o unidad de vida del sujeto a
formar (prospectiva de PDV 45c) y de la unificación o unidad integrada de la formación misma
considerada a partir del fin que la especifica (prospectiva de PDV 57b).
El papa asegura que: “sin la formación espiritual la formación pastoral procedería sin fundamento.
La formación espiritual constituye como el elemento de máxima importancia en la educación
sacerdotal” (PDV 45).
Ahora viene la pregunta ¿cómo en concreto se debe operar la integración entre los varios elementos
que constituyen en raíz el objeto y el contenido de la formación?
Lo visto debe verse como un ideal hacia el cual marchar con empeño más bien que una ley
que hay que seguir.
Acerca de la formación es necesaria la integración entre la instancia más subjetiva de las
exigencias personales de los miembros de la comunidad educante y aquellos más
universales de la fe objetiva de la iglesia.
Para que la maduración de la unidad de vida del sacerdote diocesano y del seminarista se realicen
en una manera concreta, se necesita que los dos aspectos fundamentales de la espiritualidad
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sacerdotal (la santificación a través del ministerio y el de la caridad pastoral) junto al seguimiento
de Cristo, sean particularmente cuidados y promovidos.
2.3 Una sugestiva imagen para favorecer la comprensión de una formación integral (la unidad
de las cuatro dimensiones):
Está garantizada por una profunda reflexión lógica según la cual todo viene puesto a su orden
preestablecido en una armonía frutos de grandes principios universales oportunamente entrelazados
y estructurados. Se parte de las ideas para llegar a toda una serie de documentos programáticos, de
proyectos educativos incuestionables y sin errores.
Pero este programa viene visto como inversamente a la libertad, como la expresión de una
objetividad, que falsamente se opone a la subjetividad de la persona por educar. Se trata de
programas ciertamente fieles y ortodoxos, pero terriblemente burócratas y enemigos de cada
espíritu y decisión de discernimiento espiritual en los formadores, que más que educadores,
terminan por ser funcionarios, instructores y hasta domesticadores. El sacerdote que haya recibido
esta formación será fiel, ortodoxo pero burócrata. Será de ideas y de acción pero poco espiritual.
cuando se asimila una correcta visión de la persona humana y de su primado sobre las
ideas, leyes y sentimientos.
Se recurre atentamente a la pedagogía de Jesús asimilándola a través del estudio, la oración
y la contemplación.
Se profundiza y se toma el valor de las cuatro dimensiones de la formación en sí misma.
Se afirma la centralidad de la formación espiritual rectamente entendida.
Los formadores viven juntos su propio rol, especificidad, con la convicción de la
complementariedad de la propia misión.
3.1. Dios:
La formación antes de ser una tarea es un don que brota del amor de Dios, el cual es el primer sujeto
de la formación sacerdotal. Las personas empeñadas en la formación son simplemente sus
colaboradores y aliados.
Esto trae consecuencias respecto a la actitud interior que deben acompañar al formador y respecto a
lo que debe poner en práctica. La actitud interior será fundamentalmente aquella de quien se siente
primer destinatario de lo que debe comunicar. Es necesario alimentar en el educador la confianza, la
alegría, la paz, la serenidad.
El saberse aliados de Dios en una obra que es suya primero que de ellos, infunde coraje y
entusiasmo, y al mismo tiempo invita a reflexionar primero sobre sí mismo, que sobre lo que se
hace.
La Pastoris dabo vobis en el número 69 lo recuerda. Nos habla del seminarista como protagonista
necesario e insustituible, que sin su colaboración la acción de los formadores resultaría vana. Se
indica al seminarista mismo como protagonista de la propia formación.
3.3.1. El obispo:
El obispo en cuanto responsable de la formación de los seminaristas, viene visto en una triple
relación:
hacia Cristo: “el obispo es el primer representante de Cristo en la formación sacerdotal
(PDV 65)”, él debe dar continuidad al carisma y al ministerio presbiteral.
hacia los mismos candidatos: él tiene el deber propio y exclusivo de formar aquellos que
están destinados a los ministerios sacros. El obispo escoge, llama, forma y admite al
sacramento del orden. El compartir con los seminaristas acerca del camino y de la vida de
la diócesis tiene ahora mayor importancia como vínculo de unión con la Iglesia particular
de la cual provienen y en la cual son destinados a ser incardinados. El obispo debe estar en
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contacto frecuente con los seminaristas y no sólo a nivel de enseñanza, sino ante todo a
través del diálogo personal, así también los candidatos amarán la figura de la autoridad.
hacia los educadores del seminario: el obispo debe hacer una llamada especial y cuidadosa
para encontrar colaboradores particularmente idóneos y sacerdotes de vida ejemplar, en
posesión de diversas cualidades. Recordando que gran parte de la eficacia formativa de los
seminaristas depende de la personalidad madura y fuerte de los formadores bajo el perfil
humano del evangelio: madurez humana y espiritual, experiencia pastoral, competencia
profesional, estabilidad en la propia vocación, capacidad de colaboración, preparación
doctrinal en las ciencias humanas.
El rol del director espiritual es original y específico respecto a otros operadores pedagógicos, por
esto el CIC distingue tres figuras:
Se diferencia de éste en que sólo actúa en el plano personal y no comunitario y de no ser escogido
por el obispo y que comunica al rector para su aprobación.
3. El confesor:
Actúa en el foro interno sacramental. El canon 240 –1 tutela la libertad de elección del confesor. De
hecho, en este caso, no es necesario notificar al rector con quien se confiesa.
Las relaciones del director espiritual y de los formadores en general con el psicólogo o
sicoterapeuta
a) El docente.
¿No respecta a ellos sólo la formación intelectual? PDV 67ª: “Cuantos introducen y acompañan los
futuros sacerdotes en la sagrada doctrina con la enseñanza teológica tiene una particular
responsabilidad educativa...”
A su vez, el documento de la Congregación para la educación católica Direttive sulla preparazione
degli educatori nei seminari: “a los docentes respecta la tarea de garantizar el crecimiento global de
una adecuada competencia en las disciplinas humanísticas, filosóficas y teológicas, que conducen a
una asimilación profunda del misterio cristiano integral y finalizado al ministerio pastoral”.
El empeño en el estudio toma toda la persona y no es del todo una componente exterior y
secundaria de su crecimiento humano, cristiano, espiritual y vocacional (Cf. PDV 51c).
El docente no debe tener en mira sólo el intelecto, sino principalmente la maduración global de la
persona (el seminarista es sujeto de fe y también abierto a lo sobrenatural). Su enseñanza debe,
pues, tener un corte espiritual considerando también la naturaleza pastoral de la enseñanza
teológica.
La pastoralidad de la teología excluye un modo de enseñar la verdad seca y árida, que impide de
hecho al alumno un verdadero proceso de interiorización, hacia lo profundo del propio corazón (no
debe faltar la mediación de la espiritualidad entre el aprendizaje de la teología y el ejercicio de la
pastoral). Si no se brinda una visón integral, la visión de espiritualidad sería parcial y reducida a un
conjunto de prácticas externas, de virtudes por ejercitar y vicios por evitar y no en los modos de
vivir, actitudes y disposiciones.
El profesor debe anunciar la verdad, que no es suya, ni a ventaja suya, sino de Dios y
principalmente a ventaja de los estudiantes a los cuales él es enviado.
El docente debe saber dar una visión orgánica del todo e indicar la escala de los fines o mejor debe
ayudar a los seminaristas a formársela, de tal modo, que a la luz del todo y de los fines bien
jerarquizados, el sea capaz de discernir.
b) El animador:
Es una figura más compleja y problemática que las dos precedentes. No resulta claro en efecto, si
desde el punto de vista de la formación sea mejor que el animador se mueva en el puro fuero
externo o si sea más útil que desarrolle el propio rol en el fuero interno como director espiritual
agregado con la posibilidad de ayudar y de acompañar a los candidatos en el camino espiritual,
especialmente en el discernimiento de su vocación. No es raro que el fluctúe entre los dos foros. La
figura del animador debe ser fuente y promotor de vida ya que fácilmente puede llegar a ser causa
de dificultad y de muerte espiritual. La tarea de ser formador es grave y seria, es importante vivirla
como una gracia y como un don. Es necesario aprender a vivir la tarea, el rol y la responsabilidad
que se ejercita como misión y don lo cual comporta una lectura continua de la propia experiencia.
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Cotidiano, Diario: tiempos y modos para la acción litúrgica, la oración personal y para otras
devociones y ejercicios espirituales.
Semanal: preparación orante de la homilía dominical, sacramento de la reconciliación.
Mensual: coloquio con el padre espiritual (o con el rector) y el retiro mensual, revisión de
vida general y también sobre el propio camino espiritual. Organizar un encuentro de
espiritualidad sacerdotal.
Anual: ejercicios espirituales como momento de oración y discernimiento y renovación
teológico-pastoral.
la complementariedad entre las diversas fuentes de las cuales se extraen los argumentos de
las instrucciones y el tipo de temas a tratar. Los encuentros de corte bíblico deben alternarse
con los de fondo litúrgico; las instrucciones sobre la ascética y la mística con el tratamiento
de los temas de espiritualidad sacerdotal; a los encuentros sobre las figuras de los santos
podrían seguirles reflexiones sobre los grandes temas de la vida comunitaria.
la necesidad de poner atención al tiempo litúrgico.
la constante invitación a interiorizar a nivel personal el anuncio objetivo y común de la
verdad.
La oportunidad de actuar una metodología de encuentro, que abra a la búsqueda de una
decisión y de una orientación hacia el futuro.
Los coloquios espirituales individuales son la vía a la cual los educadores hacen mayormente
recurso y confianza para la formación espiritual de los jóvenes a ellos confiados. La necesidad de
tales coloquios y de una verdadera dirección espiritual, de hecho, no se limita al tiempo de la
formación inicial, sino que hace parte también del tiempo de la formación permanente. En cuanto
realidad dinámica la dirección espiritual nunca es igual a sí misma, o sea, depende de cada persona
(también si es seminarista o sacerdote y en de cuántos años), cada una presentará matices y
connotaciones diferentes. Algunos caracteres específicos para de la dirección espiritual, la cual es
instrumento de formación espiritual de los sacerdotes serían:
Se refuta la idea que el no sentir alguna necesidad de dirección espiritual sea un signo de madurez.
Está emergiendo la posibilidad que una mujer pueda desarrollar las funciones de dirección
espiritual en la atención (riguardo) de un candidato al sacerdocio.
Desde el punto de vista estrictamente canónico el problema no se pone en manera relevante para el
caso del director espiritual oficial o del padre espiritual designado por el obispo del cual se habla al
canon 239 –2. La cuestión se podría poner para el caso de la guía libremente elegida y de confianza
para que el candidato pueda abrir fácilmente la propia conciencia.
Desde el punto de vista de teología espiritual, la respuesta parecería ir más bien en línea negativa.
El motivo se coloca análogamente con el caso del director espiritual del religioso, que sea un
religioso de la misma congregación, en cuanto participando del idéntico carisma, puede mejor
representar un modelo de referencia para aquel que está en la búsqueda de la propia identidad
vocacional con una significativa disposición de la propia experiencia de fe.
Naturalmente sería gravemente ofensivo y erróneo si la refutación de una mujer, aunque consagrada
y muy espiritual, como directora espiritual de los seminaristas fuese juzgado e interpretado como
una afirmación de un duro machismo.
El papa en la PDV 66 afirma que “es oportuno involucrar, en forma prudente y adaptada... la
colaboración de los fieles laicos, hombres y mujeres en la obra formativa de los futuros
sacerdotes...”
Mucho camino parece todavía por recorrer para que el carisma de la feminidad pueda ser puesto y
mejor valorizado en la formación de los futuros presbíteros
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CONCLUSIÓN GENERAL
Por esto es necesaria y central para él una intensa vida según el Espíritu
que lo configura a Cristo cabeza, pastor y esposo y le permite hacer (rendere)
presente en la historia la caridad y el amor salvífico de Cristo como de
santificarse a través del ejercicio mismo del ministerio.
La novedad del ministerio sacerdotal fluye (mana) (sgorga) de una vida
profundamente espiritual y marcada por el Espíritu que hace nuevas todas las
cosas.
para su formación. El vino nuevo exige odres (otri) nuevos tanto en la FP como
especialmente en la FI.