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 La poesía de Jorge Isaacs

Por: María Teresa Cristina Z


Tomado de Revista Casa Silva, # 9,
Bogotá, enero de 1996

A Paulina Piedrahita
in memoriam

M aría le ha deparado a Jorge Isaacs un lugar de honor en la historia literaria de


Colombia y de Hispanoamérica, pero el resto de su obra permanece desconocida,
olvidada o subvalorada.

Tal ha ocurrido con su poesía, que ha sido mal editada y de manera muy parcial. Aunque
Isaacs nunca abandonó la actividad poética y manifestó repetidamente su intención de
realizar una edición total de su obra literaria, las circunstancias no se lo permitieron y sólo
una mínima parte de su producción poética fue recogida en libro. A su muerte, en 1895,
sólo eran accesibles a los lectores sus poemas juveniles en la edición de El Mosaico (l864)
y los dos extensos poemas de la madurez: Saulo (1881) y La tierra de Córdoba (1893). El
resto de su poesía permaneció durante más de un siglo dispersa en periódicos y revistas de
la época o inédita en los manuscritos.

En 1964, al cumplirse el centenario de la edición de El Mosaico, la mayoría de las


recopilaciones no incluían ni la tercera parte de su producción poética y un siglo después de
su muerte, inclusive la edición más completa, la de Armando Romero Lozano (1967), no la
recogía en su totalidad ni la reproducía de manera cabal.

En resumen, la historia editorial de la poesía de Isaacs es la siguiente:

En 1864 El Mosaico publicó en Bogotá las Poesías con 27 composiciones juveniles escritas
entre 1860 Y 1864, las cuales se reimprimieron en Buenos Aires, en 1877, con la adición de
algunos textos inéditos.
En 1881 la imprenta de Echeverría publica en Bogotá el “Canto Primero” de Saulo. En
1893 la Imprenta de El Espectador publica en Medellín La tierra de Córdoba.
En 1895 Jorge Roa, director de la ""Biblioteca Popular"" y amigo de Isaacs, publica un mes
después de su muerte un cuadernillo que contiene 31 composiciones, 19 de las cuales son
distintas de las de 1864.
En 1907 Ángel Pola edita en México una recopilación de 52 poemas pero sólo 48 son de
Isaacs, pues uno está repetido con distinto título, dos no le pertenecen y otro es de dudosa
atribución.

En 1920 Baldomero Sanín Cano edita en Barcelona las Poesías completas de Jorge Isaacs
en donde recoge 50 poemas, tres de los cuales no están anotados en el índice. No aporta,
por lo tanto, mayores conocimientos acerca de su poesía, pero reproduce e introduce
numerosas erratas.

Cien años después de la edición de El Mosaico, Donald McGrady hace un aporte


significativo al conocimiento de la poesía de Isaacs al rescatar de la prensa de] siglo X1X
38 poemas hasta entonces desconocidos1.

Al cumplirse el centenario de María, Armando Romero Lozano recoge en su edición 125


composiciones, que incluyen las nueve traducciones, un poema repetido con distinto título
(“Rima”, que corresponde a “El último arrebol”) y el texto en prosa “La luna en la velada”,
con lo cual añade 25 poemas a los conocidos hasta entonces.

Posteriormente, Procultura (1985) y el Instituto Caro y Cuervo (1990) publican,


respectivamente, en edición facsimilar las 495 Canciones y coplas populares de Jorge
Isaacs y el Cuaderno de poesías (1864-1867) que corresponden a los manuscritos 3 14-08
Y 314-03 de la Biblioteca Nacional.

1
McGrady, Donald, La poesía de Jorge Isaacs, Bogota: Instituto Caro y Cuervo, p. 67, 1964 Separata de
Thesaurus, tomo XIX, N° 3.
Otras ediciones modernas o recientes de las supuestas poesías completas incluyen un
número muy reducido de composiciones y desmejoran lo ya conocido2 Tal es el caso del
libro de Carlos. Arturo Caicedo Licona, cuya VI Parte lleva con admirable desparpajo el
título de “Poesías completas de Jorge Isaacs y comprende 94 títulos. Esto significa que 22
años después de la edición de Romero el autor la desconoce o ignora, pues ni siquiera la
cita en la bibliografía.

Al considerar el panorama aquí descrito de manera somera, se deduce que la poesía de


Isaacs es conocida muy parcialmente. Por otra parte, ésta ha sido tratada de manera muy
irresponsable por los sucesivos editores. Aunque no se pretende ignorar el mérito de Roa,
Pola, Sanín Cano y Romero por haber dado a conocer nuevas composiciones, los textos
publicados por éstos están plagados de malas lecturas y de erratas que se fueron repitiendo
de edición en edición. Además debe señalarse que, a excepción de McGrady, ninguno de
los editores mencionados indica fuentes de donde toman los poemas publicados.
Afirmábamos que la de Romero es la recopilación más completa hasta la fecha. Sin
embargo, encontramos allí oscilaciones de criterio y deficiencias que no hacen de ella la
edición definitiva. Romero aclara en el preámbulo que se propone reunir la totalidad de la
obra poética de Isaacs, que actúa “sin criterio selectivo y únicamente con finalidad
histórica” y que, por lo tanto, no puede excluir composiciones secundarias. Afirma haber
tenido en cuenta las recopilaciones publicadas anteriormente, haber revisado varias
publicaciones periódicas del siglo pasado y “los cuadernos de borradores de Isaacs que se
guardan en la Biblioteca Nacional"", los cuales, según dice, le fueron ""particularmente
valiosos”. Todo esto, ""no solo acreció el número de poesías sino los medios de
confrontación de sus textos auténticos para registrar variantes y modificaciones (El
subrayado es mío).

Romero reúne la mayoría de la producción poética de Jorge Isaacs presentándola en orden


cronológico. Añade veinticinco poemas a los conocidos hasta entonces. Sin embargo, su

2
María: novela americana, seguida de las poesías completas, Buenos Aires: Editorial Sopena, 1938. Poemas
completos. Incluida su novela María. Buenos Aires: Editorial Tor, 1956. María Poesías... Recopilación e
introducción a las poesías por Sergio Mejía Echavarría, Madrid: Aguilar, 1957 (Colección Crisol 90). Obras
completas, Medellín: Ediciones Académicas, 1967. Carlos Arturo Caicedo Licona, Jorge Isaacs. Su María,
sus luchas, Compilación critica, Medellín: Quibdó: Editorial Lealon, 1989.
edición presenta varias deficiencias de diverso orden. Por una parte, el criterio resulta
contradictorio, pues sostiene en un lugar que se propone recopilar la totalidad de la
producción poética del autor y, en otro, que descarta algunos poemas de los manuscritos
por considerarlos poesía menor o de circunstancia. Por otra parte, aunque afirma
reiteradamente haber tenido en cuenta los manuscritos de la Biblioteca Nacional, o
cuadernos ""de borradores como él los llama, al cotejar los textos publicados por Romero
con los de los manuscritos se evidencian varios hechos:

1) Romero conoció los manuscritos pero no los transcribió ni los cotejó con los textos
publicados.
Se limitó a reproducir los textos ya publicados por Roa, Pola y Sanín Cano con sus
múltiples erratas y sin tener en cuenta las abundantes correcciones que el autor introdujo en
el Manuscrito 314-0 I (que representa la última voluntad del autor en 10 relativo a
numerosos poemas) ni la últimas versiones publicadas en la prensa.

2) Cuando, excepcionalmente, transcribe textos inéditos tomados de los manuscritos


incurre en numerosos y elementales errores de lectura.

Con el fin de sustentar las afirmaciones anteriores, basta citar algunos casos específicos en
los cuales el editor afirma explícitamente haber tenido en cuenta los manuscritos.

El poema La tumba de Belisario lo hemos encontrado solamente en el Ms 01 folio 38 y en


Sanín Cano (ignoramos de donde haya él copiado el texto). Romero lo toma de éste con las
mismas erratas que se han repetido en diversas publicaciones posteriores. En el y 27 “la
veste salpicada de lampiros” (es decir, de luciérnagas), se convierte en “la veste salpicada
de vampiros”, con notable modificación del sentido. Lo mismo ocurre con el poema “A
orillas del torrente”.

De igual manera, el poema “¡Estote liberi!” (título que significa en latín ¡Sed libres!), y que
parece ser tomado del Ms 01 puesto que no ha sido encontrado en ninguna versión de
prensa, lo transcribe con numerosas erratas y lo cita varias veces con el absurdo título de
“Estrofas libres”.

Al considerar el panorama anterior es evidente que previamente a cualquier estudio de la


poesía de Isaacs, es necesario plantearse la cuestión textual, es decir, revisar los textos ya
editados y establecer cuales son las fuentes confiables y definitivas de los mismos.
Estas son: 1) Las ediciones en libro o folleto publicadas en vida de Isaacs y revisadas por él
mismo. 2) Los manuscritos 314-6, 03, 05,01 de la Biblioteca Nacional que contienen las
primeras versiones de algunos poemas reelaboradas luego en otros manuscritos o en
publicaciones posteriores. 3) Las publicaciones de prensa de donde fueron tomados los
poemas para las recopilaciones posteriores a 1864.

La revisión de los manuscritos v de múltiples periódicos aumentó el acervo de los poemas


conocidos de Isaacs al número de 173 (164 composiciones originales y 9 traducciones)
frente a los 125 que publica Romero. Además se conocen algunos títulos de poemas cuyos
textos no han sido encontrados, anotados por el autor en los manuscritos, y uno citado en el
periódico El Cauca de Popayán.

Las dotes de Isaacs como poeta no han sido reconocidas por los críticos, pues la opinión
prevaleciente entre éstos es que el excepcional autor de María es un poeta mediocre.
Inclusive Gabriel García Márquez declaró en una entrevista reciente, a propósito de María,
que Isaacs no había escrito ni un solo verso bueno. Debe tomarse con reserva la opinión
que expresa Miguel Antonio Caro en su artículo “El darwinismo y las misiones”:

""El señor Isaacs es conocido en Colombia y en otras regiones hispanoamericanas como


novelista y poeta, mejor dicho, como poeta exclusivamente, porque María no es una
novela, (y si como tal se juzgase, sería una mala novela); es un idilio, un sueño de amor,
como es idilio en prosa, y modelo de todos los demás, el Pablo y Virginia del inmortal
Saint-Pierre, como es idilio en verso, menos puro y sencillo que aquel, el Jocelyn de
Lamartine.
Isaacs es distinguidísimo poeta lírico. Algunas de sus poesías, y sobre todo el canto al río
Moro, son verdaderas inspiraciones, que figuran con honor en el parnaso colombiano""3.

Aunque el Isaacs poeta es menos desconocido que el Isaacs dramaturgo, las anteriores
valoraciones se basan en un conocimiento muy deficiente de su poesía que abarca
generalmente los poemas publicados por El Mosaico y, en el mejor los casos, los
publicados por A. Romero Lozano. Inclusive un especialista como Donald McGrady, quien
junto con Romero ha sido uno de los pocos críticos que han conocido y se han ocupado con
algún detenimiento de la obra poética de Isaacs, afirma:
“Jorge Isaacs poetry is much inferior to the high quality of his novel María, but is of
sufficient merit to place him along Colombia's secondary poets... Isaacs poetry is not
profound; it contains no hidden meanings or recondite symbols. Only an occasional image
adorns the prosaic narratives and descriptions. ... Isaacs was primarily interested in the
content of his verses, not in the form. Therefore, the task of the critic is not that of
discovering a meaning concealed by complicated or ambiguous technique, but simply
consist in describing the content of Isaacs' poetry and showing its relationship to his life and
to María”4.

Aunque compartimos el juicio de McGrady acerca de la inferioridad estética de la poesía de


Isaacs con respecto a María, no podemos aceptar las otras afirmaciones, puesto que niegan
la plurisignificación, esencia misma de lo poético. Además, cabe preguntarse: ¿cuáles
serían según McGrady los poetas secundarios entre los que merece figurar? (¿Miguel
Antonio Caro, Rafael Núñez, etc.?). En nuestra opinión, ocupa un lugar destacado en el
panorama de la poesía colombiana del siglo XIX, muy por encima de los antes
mencionados.

Si bien resulta arriesgado establecer cortes cronológicos netos, se pueden distinguir dos
grandes épocas en la poesía de Isaacs, con algunas variaciones temáticas, estilísticas, de
tono y de actitud. La primera que corresponde a los años 1859-1870 (es decir la poesía
anterior y contemporánea a María hasta su viaje a Chile) y la segunda que va hasta 1894,
fecha en que compone su último poema titulado ""Los inmortales"". Isaacs, en la mayoría
de los casos, indica la fecha precisa de composición de sus poemas a la que añade con

3
Caro, Miguel Antonio. Obras, tomo 1, Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, p. 1050, 1962.
4
McGrady, Donald, Jorge Isaacs, New York: Twayne Publishers, p. 33, 1972.
frecuencia el dato relativo al lugar. En la etapa inicial correspondiente a los años 1859-
1867 compuso el mayor número de poemas; se han recogido 84 y 9 traducciones. De los
años 1868 a 1873 sólo resultan 7 y de los últimos veinte años se conocen 73
composiciones, entre las cuales se destacan dos de gran envergadura como Saulo y La
tierra de Córdoba.
Una característica muy peculiar de su trabajo poético sobresale cuando se comparan las
versiones de los manuscritos con las publicadas en la prensa y las distintas versiones de
prensa entre sí: el autor corrige varias veces los textos tanto en los manuscritos como
después de haberlos publicado. De ahí que la labor de establecimiento del texto definitivo
resulte particularmente dispendiosa pues sólo puede hacerse después de haber cotejado
fechas y, sobre todo, las múltiples variantes.

La poesía de Isaacs abarca diversos registros y modalidades: el lírico, el nostálgico, el


jocoso, el satírico, el narrativo, el patriótico y heroico. También encontramos poesía de
circunstancia. Ello no debe sorprender pues difícilmente encontraríamos un poeta
monocorde.

A lo largo de los 35 años mencionados podemos comprobar una evolución pero también
algunas constantes. Hay actitudes, temas y rasgos estilísticos que retornan y otros que son
específicos de cada una de las épocas.

La continuidad puede observarse sobre todo en algunos temas y subtemas que, con mayor o
menor énfasis y frecuencia, reaparecen en toda la poesía de Isaacs. Los más evidentes son:
la naturaleza, los afectos familiares, el amor, las contiendas civiles, la nostalgia, la
proscripción, el poeta y la poesía.

Isaacs es un poeta particularmente sensible a la naturaleza. Ella es la protagonista en


poemas como Río Moro, Nima; El Cauca, o Los lirios; al igual que en María, nunca
desempeña una función meramente decorativa. Es representada como un paisaje ideal en
poemas que evocan la tierra natal y las horas felices de la infancia. En algunos poemas los
elementos naturales son usados como símiles con valor simbólico o para una ingenua
reflexión filosófica acerca de la vida humana. Así en Río Moro:

Viajero de regiones ignoradas.


¡ay! ni una sola de tus ondas crespas
a encontrar volveré, ni de mis pasos
en tus orillas durará la huella.
Más celosa que el tiempo que convierte
ricas ciudades en llanuras yermas,
guarda natura su secreto al hombre
y do escribirle osó, borra su nombre5 .

De manera semejante leemos en la estrofa final de Los lirios:

¡Felices los lirios que encuentra


la aurora
sin vida en el césped que savia les dio!
Unidos crecieron, y a un tiempo desflora
sus cálices tristes, nocturno aquilón.

La naturaleza es siempre mujer. Al igual que en María, establece múltiples relaciones entre
ella y la mujer amada:

Vi tardes de verano
tardes del Cauca,
voluptuosas, risueñas,
y engalanadas,
y muchos días fueron menos hermosos
que mi Felisa.
(Felisa)

Los afectos familiares: el amor paterno, filial y conyugal, los recuerdos del hogar y de los
juegos infantiles inspiran un conjunto significativo de poemas de tipo más autobiográfico y
anecdótico en el primer período: La tumba suya, La mañana del abuelo, El turpial, El
gorrión, Mayo, El primer beso, La huérfana, El esclavo Pedro, El rey Ulises, Clementina;
y más líricos en la segunda etapa: Adormeciendo a David, A mi hija Clementina, El viejo
soldado.

5
Los poemas se citan según la versión definitiva establecida por la autora de este ensayo.
Existe también un grupo de poemas de tema heroico dedicados a la patria y a sus próceres y
tres himnos de guerra, dos de los cuales envió al concurso realizado el 20 de julio de 1881
para escoger la letra del himno nacional de Colombia. Las guerras civiles son el tema de
unos quince poemas; eminentemente narrativas los de la primera época (La vuelta del
recluta, El desertor en campaña, El cabo Muñoz, Los parias, La voluntaria, La muerte del
desertor) y menos anecdóticos y más líricos los de la segunda, como La tumba del soldado
(1874) en el cual evoca la fidelidad del perro, el negro Terranova compañero jovial del
regimiento, que en el solitario campamento del ejército vencedor llora sobre la tumba del
soldado hasta dejar sobre ella sus huesos como único recuerdo. La reina del campamento es
un poema jocoso que tiene como protagonista a la hermosa y coqueta Tarcila, una de las
figuras típicas de la literatura costumbrista colombiana: la “soldadera”, es decir, la mujer
que acompaña a la tropa: en cambio, La voluntaria (aunque de inferior calidad) es la
versión trágica de este tipo de personaje: Rita, la joven desventurada, a quien la soldadesca
destruye la casa y a quien vemos en la última estrofa macilenta y haraposa llorando sobre la
tumba del padre reclutado a la fuerza. Este, como los demás poemas del mismo tema, que
por lo general tienen como personaje central al soldado separado de sus seres queridos y
obligado a ir a la guerra, es un documento de protesta contra la ferocidad e insensatez de las
luchas fratricidas.

La poesía del primer período es sencilla y espontánea, de tono familiar y doméstico, y


corresponde más a la imagen estereotípica que algunos críticos han creado de la poesía de
Isaacs. Adopta formas y metros de tipo tradicional que abandona en los textos posteriores,
como son los largos romances narrativas con abundante uso del diálogo (La montañera,
Teresa, Martina y Jacinto, La aldeana infiel, en los cuales está presente el elemento
costumbrista); otros son de tipo claramente costumbrista como: La cosechera, Chocheras
de mi compadre (los más débiles de toda su producción), De Antioquia a Medellín y El
arriero.

A lo largo de toda su vida, pero particularmente en la segunda época, el soneto de


estructura clásica es su forma de composición fija preferida, puesto que representa la cuarta
parte de su producción. En la poesía juvenil prefiere las estrofas de arte menor entre las
cuales ocupa un lugar privilegiado la seguidilla compuesta, que usa en poemas lírico-
narrativos, seguida por las cuartetas; pero también utiliza estrofas de arte mayor como los
cuartetos y las octavas endecasílabas. En cuanto al verso, en la primera época prefiere el de
arte menor: el octosílabo principalmente, y el heptasílabo alternado con el pentasílabo; y en
la poesía de madurez, el endecasílabo solo o alternado con heptasílabos. Respecto a la rima
es clara su preferencia por la asonante frente a la consonante, con excepción, obviamente
del soneto.6
En la segunda época de la poesía de Isaacs se pueden distinguir dos orientaciones que
tienen en común diferentes modulaciones de la desilusión. Aunque encontramos todavía
algunos poemas humorísticos En confianza, Imaginan poetas bogotanos, etc.), es más
frecuente el tono irónico o sarcástico. La nostalgia, sin desaparecer, se convierte en
desengaño. Sus mejores poemas se vuelven más líricos, reflexivos y filosóficos; pero, en un
número no despreciable de ellos el desengaño se transforma en amargura o en poesía de
tono airado y panfletario.

Con el fin de entender, aunque sea en parte, esta actitud de Isaacs, debemos recordar
algunos aspectos biográficos. El desastre económico de Guayabonegro y las burlas crueles
y los ataques de que fue objeto por parte de sus conciudadanos lo hirieron profundamente,
lo obligaron a marcharse de Cali a donde no volvería. Los violentos ataques de los
conservadores y del clero a su actividad política y educativa en defensa del programa
radical de la educación laica, gratuita y obligatoria, el desastroso final de la aventura
antioqueña, su expulsión de la Cámara, la crisis del radicalismo, su fugaz y desafortunada
actuación en la guerra civil de 1885, la quimera de la riqueza cada vez más esquiva,
generan en Isaacs profundas frustraciones.

Así en “El Dios del siglo arremete contra los ricos, los adoradores del Becerro de oro, para
quienes el único crimen es la indigencia.

6
En lo relativo a la métrica ver: Cristina, María Teresa, “Jorge Isaacs” en: Gran Enciclopedia de Colombia. 4,
Literatura, Bogotá: Círculo de Lectores, p.97, 1992.
No temáis de otro Dios la omnipotencia,
danzad en torno del Becerro de oro
y ahogad, en estruendoso coro
la impertinente voz de la conciencia.

Esta actitud adolorida o escéptica la encontramos en poemas como En las cumbres de


Chisacá en el cual, pobre, proscrito y errante, lamenta haber desdeñado la fortuna y haberlo
sacrificado todo por la gloria de la Patria. Desengañado, escribe en Lumbre de sombra:
¿He soñado vivir entre los hombres
y el sueño doloroso me atormenta?
¿Qué de mi ser mortal se ha desligado
y como a ser extraño me contempla?
¿Proyección de una sombra
en lo infinito?
¿Lumbre que al foco vuelve
y a su esencia?
¿Vapor de fango ya, dorada nube
que al cielo azul desde el abismo sube?

Insomnio es uno de sus poemas más reflexivos. Partiendo del contraste entre la soledad del
viajero errante

(siervo del deber y de la gloria


menesteroso rey…)

y la vida familiar del pobre labrador que al atardecer encuentra reposo en su hogar, llega a
meditaciones acerca de la existencia, del hombre (gusanillo luminoso, pensador gusano),
del saber (“¿Saber? ! Pensar que se sabe!”, según cita en el epígrafe de Goethe), de la
Patria, de la función del poeta.

En la mente y en torno, el infinito;


sólo enigma pequeño y triste, el hombre,
de algún soñado Edén ora proscrito,
o ansiando, loco ya, dichas sin nombre.

Es el poeta redentor de un mundo;


de sangre, tigre-rey, harto y sediento;
crótalo allá del cenegal inmundo,
y en las cimas fulgor del pensamiento.
En sus consideraciones acerca de la historia humana ya no hay huella del mito
decimonónico del progreso indefinido. A través de los milenios el hombre puede ascender o
negar su origen:

¿De dónde vienes tú, fiera parlante,


antropomorfo de cerviz erguida,
en las selvas cruel, libre y errante,
lascivo genitor de tu manida?

En algunas composiciones asume el tono del profeta bíblico que lanza invectivas contra la
corrupción y la decadencia de su siglo. Estos poemas van precedidos con frecuencia por
epígrafes tomados de la Biblia. Son textos muy combativos y polémicos en que el lenguaje
se desborda y, cuando toca el tema político, se vuelve virulento y casi panfletario. Aunque
su valor es más documental que estético, citaremos algunos versos a título puramente
ilustrativo. Así, Borradores de campaña (inédito, 1877) escrito después de la batalla de Los
Chancos y dedicado a César Conto es una arremetida anticlerical contra Roma X sus
ministros que han traicionado el ideal del Nazareno. El lenguaje recuerda algunos escritos
del periódico El Programa Liberal:

Miserables… vestidos de señores,


¿ los esclavos pedís que os quitaron?
Ministros que los pueblos veneraron,
sus verdugos sois ya, no sus pastores.
¡Tigres!... De sangre humana vais ahítos

Los poemas de los últimos años son especialmente amargos (Cuasi-soneto, La sabia gente,
Los hombres ilustres de Plutarco, Desaliento, Pro Patria, En la tortura); en un lenguaje
más adolorido que violento, arremete contra los siervos de Pluto, los avaros, la turba venal;
opone las legiones de la luz a los ejércitos de las tinieblas y del fanatismo; el águila, el
probo, es víctima de los canes iracundos del “avariento cruel”. En ¡Sed buenos! exhorta a
sus hijos a perdonar “de la turba venal la befa impía”.

En Pro patria dice:


Al hosco trovador de los desiertos
no le pidas aún trovas galanas;
de aquellas soledades infinitas
traigo el silencio y sombras en el alma.

Pero el desengaño no siempre lo lleva a expresarse en acentos polémicas o sarcásticos. La


mejor inspiración de Isaacs en esta época es la lírica y el motor o fuente de los poemas más
sobresalientes es la nostalgia en sus diversos matices y manifestaciones.

En La corona del bardo se refiere a la fugacidad de la gloria que suscita la envidia de los
adoradores del oro: sólo el amor inmortal hace inmortales y al llegar al sepulcro sobrarán
coronas de espinas:

Desata de mi frente esta diadema


de rojos mirtos y lujosas flores,
que ya mis sienes fatigadas quema
y emponzoñan el alma sus olores:

En el soneto titulado Llegando a Ibagué escribe en los tercetos:

Los hombres. .. ¡sus perfidias! . . .


¡Oh amargura!
Tú no sabes odiar; alma valiente;
los perdono, los amo en mi ventura.

Esa mi gratitud, justo y clemente


señor del Universo, y a tu trono
la ofrenda llegará: ¡ yo los perdono!

Uno de sus últimos poemas es el soneto Demeter que merece ser citado integralmente.

Envejecido en el dolor; ya quiero


dormir en tu regazo, vega umbría,
do el Cali en sus murmullos repetía
cantos de mi niñez y amor primero.

Sobre la verde falda del otero


de naranjos cercad la tumba mía,
do arrullos se oigan al morir el día
y trisque y zumbe el colibrí pampero.

No pongáis los emblemas de la muerte


de mi vida futura en los umbrales;
ni polvo fue ni en polvo se convierte

la esencia de los seres inmortales;


amar es ascender; odio, es caída,
y orbes sin fin, la escala de la vida.

A partir de 1881 recorre parte del territorio colombiano: la Costa Atlántica, la Sierra
Nevada de Santa Marta, la Guajira; conoce las tribus indígenas de estas regiones. De estas
experiencias nos quedan algunos de los mejores poemas como éste, brevísimo, A la Sierra
Neyada:

Es del manto de Dios vellón caído


que ha enredado en las cumbres
la tormenta
para mullir del huracán el nido
cuando en la noche azul plácido alienta

El imperio chimila, En las orillas del mar Caribe, En los desiertos de Ariguaní y la
delicada elegía La muerte de Belisario, dedicada a su fiel compañero de exploraciones.
El eros es un tema constante en la obra poética de Isaacs desde sus comienzos. En la
primera época, la expresión es más recatada y contenida y está asociada con frecuencia a la
felicidad perdida por la muerte de la amada: Ten piedad de mí, A orillas del torrente, etc,
Zoraida es el apasionado y desesperado lamento de la mujer traicionada que convierte el
amor en absoluto y muere por él. Este poema anticipa en muchos aspectos a Saulo.

¡Ay!, ¡Temblamos de amor y ante


el delito!
Es un crimen amarnos y le adoro:
fuerza o perdón, mi Dios, ya solo imploro

¿Cuándo fue tanto amor por ti maldito?

tu esclavo vil mi corazón hiciste,


¡y me engañaste y te perdono
y muero!

¡Sí!, tuya o para qué la vida quiero.


¿Por ti no ser amada?
Escúchame… mira… mil muertes
primero,
¡la tumba, la nada!
¡Tu esclava, mi Señor! Por ti la ira
del cielo desafío.
Delira en mis brazos, dichoso delira...
¡Perdona, Dios mío!

Saulo, el poema más ambicioso de Isaacs y punto culminante de su poesía, es todavía muy
desconocido e injustamente despreciado. No fue valorado por “la crítica y todavía
McGrady en 1964, quien parece no haberlo leído, repite viejos prejuicios”. Isaacs tuvo la
ambición de escribir un largo poema épico (sic) (…) El poema es tan confuso que no se
percibe cuál ha de ser su asunto. No es de sentir que el poeta no acabara este poema, pues
como observó Gómez Restrepo, „es una cosa lamentable‟”p. 26)7. Esta afirmación la
enunció el ilustre crítico colombiano en un ensayo de juventud, y la reiteró años más tarde
en su Historia de la literatura colombiana, “Isaacs, que en sus obras anteriores había sido
de una claridad meridiana, adoptó en Saulo un estilo vago e incoherente, hasta el punto de
que es difícil comprender qué tema se proponía desarrollar. Parece iniciar una historia de
amor (…) pero no se inicia tema ninguno concreto ni aparece claramente definida ninguna
figura”8.
Otros, como Sanín Cano y Maya, no lo mencionan. Desafortunadamente esta obra quedó
inconclusa. Se publicó solamente el Canto 1 formado por treinta poemas —que suman 643
versos endecasílabos alternados con algunos heptasílabos— precedidos, a manera de
prólogo, por el soneto titulado Homenaje del autor en la tumba de Heloísa. No tenemos
información acerca del contenido de los cantos siguientes ni podemos entender porqué fue
considerado un poema épico.

Por una reseña publicada por su amigo Adriano Páez, en la revista literaria que él editaba
(La Patria, abril 28 de 1881), logramos una visión de conjunto del poema. Escribe Páez:

“Estamos en el mar Pacifico. Un buque surca rápidamente las ondas. ¿A dónde va? No lo
sabemos. Dos jóvenes, dos amantes, al parecer felices, contemplan desde el buque el mar,

7
McGrady, La poesía de Jorge Isaacs: p. 26
8
Gómez Restrepo, Antonio, Historia de la literatura colombiana, vol. IV, Bogotá: Litografía Villegas, p. 243,
1957.
el cielo, la inmensidad. Llámanse Saulo y Olga. Han leído casi todo el día y pronto la noche
los cubrirá con sus sombras. ¿Qué han leído? Ese poema inmortal de amor y martirio que se
llama la Vida de Heloísa y Abelardo; esas cartas —tal vez apócrifas— en que la heroína del
Paracleto contaba su amor y sus penas al filósofo de Santa Genoveva; cartas que son el
Decalogo de los enamorados y la admiración del mundo.

Esa lectura ha producido sobre alga un efecto tan fulminante como el que cuenta Francesca
de Rimini, en el poema de Dante, que produjo en ella y Paolo la historia de Lanzarote y
come amor lo strinse (como lo aprisionó el amor). Ha sentido Olga lo que sintió Graziella,
a orillas del mar Tirreno, cuando Lamartine leía a la dulce niña el idilio de Pablo y Virginia
de Saint-Pierre.

Saulo es poeta, es un genio desgraciado. Como Byron y Harold ha recorrido el mundo, sin
encontrar reposo, y lleva en su propio seno la víbora que lo matará. Ejerce sobre las
mujeres la fascinación casi fantástica que ejerce Byron, y surcan su frente todas las
tormentas que surcaron la frente de Manfredo. Olga, por él, olvidó sus deberes... y ha
dejado a su patria. (...)

Olga ama con amor desesperado y ve en Saulo patria, familia y Dios. Saulo se ha
desgastado contra las rocas en los agrios caminos de la vida; sobre su alma ha caído lluvia
de tormentas terribles, y nada puede consolarle ni llenarle, ni aun el amor de Olga.

La noche llega ya, y; del regazo mullido de Olga rodó a sus plantas el poema santo, las
cartas de Heloísa. Entonces su amante da voz al delirio antes silencioso y ensalza a la
desgraciada esposa de Abelardo al mismo tiempo que a Olga. Su imaginación es un volcán:
de sus labios salen torrentes de poesía.

Olga lo oye extasiada, suspirando, admirando, adorando: ya hay lágrimas en sus ojos... y al
fin solloza. Interrúmpelo a veces con acentos de profundo amor y ternura infinita, como los
gemidos del arpa, no acallados a veces, en medio de una orquesta. Saulo sigue en su delirio
de amor, con la fuerza, la velocidad, el brillo de una catarata: divaga por todas las regiones
y todas las épocas: olvida a Heloísa, vuela a la tierra de Abraham y de Jacob, evoca las
mujeres bíblicas. Entonces pensaríais que estábais en los países de Oriente, a orillas del
Jordán, y que escuchábais “El Cantar de los cantares” en boca de Salomón o de David. La
poesía bíblica, la poesía de Sakountala y de los bardos persas, vibra en los ardientes labios
de Saulo. Las vírgenes de Judea repiten sus acentos de amor en las líquidas llanuras del
Pacífico, y Oiga; vencida como Heloísa y como Dioema, cae, palpitante, ebria de ternura y
de dicha, en brazos de Saulo.
El buque continúa su misterioso viaje por el Pacífico. Olga reposa feliz, mientras en la mar
se contempla el firmamento. Saulo vela y medita…

Saulo es uno de los poemas amorosos más apasionados de la literatura colombiana. Es


eminentemente lírico, no tiene un asunto o una anécdota evidente y, en el borrador, el título
inicial era Noches en el océano. El poema es complejo y enigmático en su vaguedad. Los
amantes personifican y resumen varias parejas históricas y legendarias que se han
convertido en mitos que representan el amor total. Claramente, la heroína es una nueva
Heloísa, por lo cual la pareja que sirve como punto de referencia inmediato es la de ésta y
Abelardo. Dos fragmentos de las cartas de Heloísa sirven de epígrafe al poema: “Siempre te
he profesado, a la luz del mundo entero, un amor sin límites” y “Bien sabe Dios que
bastaba una palabra tuya para que yo no vacilara en precederte o seguirte, aunque hubiera
sido a los abismos infernales”.

Saulo es el poeta, el genio infortunado que ama lo sublime... y Olga lo ha abandonado todo
para seguirlo. El yo lírico se dirige a Olga y en algunos versos entabla diálogo con ella.
Más allá del tiempo y del espacio, la identidad de la enamorada se confunde con la de
Heloísa y con figuras femeninas de la antigüedad clásica y de la Biblia. Es un personaje
simbólico, pero no abstracto, que encarna el amor total, del cuerpo, del espíritu y del
intelecto. Por lo tanto, se refiere a ella mediante pares opuestos: además de ser Heloísa ella
es Safo (poetisa griega que encarna el eros), y Débora (juez y profetisa de Israel que
representa el conocimiento); Psiquis (el alma, en el mito griego, que sólo puede ser
desposada por Amor) y Diana (diosa protectora de la naturaleza salvaje); Betsabé"" y
Susana (adulterio y castidad). También es Sulamita, Ruth y Dioema.
Transcribimos el primer poema:
Me la figuro en ti; ¡ya la comprendo!
Arcángel y mujer, casta y ardiente...
Safo en el alma, Débora en la mente,
con el amor humano enamorada,
ciega de amor y trémula sintiendo
ósculos de los ángeles que tocan
sus sienes y la veste inmaculada.
Eres tú como fue; ¡ya la imagino!

Son tus risueños labios, que provocan


mi sed de ti, los dulces labios suyos;
en la luz y tinieblas de sus ojos
hubo auroras y noches de los tuyos,
tristes y esquivos en eternos días…
abrasadores de las noches mías.

La obra es rica en evocaciones bíblicas que crean ambientes exóticos y espléndidos:


aromas, armonías, flores que deleitan los sentidos. Al igual que en María, la naturaleza se
carga de elementos eróticos:

Al oírse la cítara de oro


del hijo de Jubal en el desierto,
despiertan en las vastas soledades
agrestes ruiseñores,
y en deliquios de amor lloran las flores:
agítanse, soñando, en la espesura
áureas paloma, y su amante arrullo
de ribera en ribera repetido,
y de amor en amor, de nido en nido…
desmaya en el ondear de las colinas,
lejos entre las nieblas azulinas…

Este amor pasión se expresa mediante un lirismo desbordado, un tono enfático, retórico,
pletórico de interrogaciones y exclamaciones, rico en metáforas, en un lenguaje
entrecortado que expresa el éxtasis, el desgarramiento y el delirio amorosos.

Retomando las palabras de Fernando Charry Lara podemos decir que Saulo es “una de las
más hermosas, misteriosas, maltratadas y desconocidas creaciones de la poesía
colombiana”.
El 11 de enero de 1891 fallece Elvira Silva, la hermana adorada de José Asunción. Amada
y admirada por su belleza, inteligencia y modestia, su muerte causó consternación en la
sociedad bogotana. A Isaacs lo unía una vieja amistad con la familia Silva, particularmente
con el joven poeta, a pesar de la diferencia de edad -28 años- Y con Elvira a quien conoció
desde niña y asociaba con su hija Clementina, muerta a los doce años. Este afecto fue
retribuido por Elvira. Relata Enrique Santos Molano que el día antes de que ella cayera
enferma, el 5 de enero, los Silva invitaron a su casa al conde Gaspar Gloria, ministro
plenipotenciario de Italia, al hermano de éste y a Jorge Isaacs y que, cuando Elvira se
acercó a él, “tomó con ambas manos la cabeza encanecida del autor de María, y
atrayéndolo hacia ella besó afectuosa la mejilla cuarteada de su poeta favorito”9. Al día
siguiente de su muerte y bajo el impacto inmediato del dolor, compone el canto “Elvira
Silva” que envía a José Asunción el día 17 de enero con una nota muy escueta: “Amigo de
mi alma: estas estrofas son el homenaje de mi cariño y gratitud en la tumba de su hermana.
¡Todavía le quedaban a mi corazón muchas lágrimas!”. Ese mismo día, Silva escribe a
Isaacs una carta cuyo contenido sólo puede ser deducido de la respuesta de éste del 2l de
enero. Por ella sabemos que Silva le envía el retrato de EIvira, sus pañuelos “fragantes aún
con el perfume de sus manos. Los he recibido en este momento -escribe Isaacs- Aquí los
tengo... Los guardaré como las trenzas y juguetes de mi Clementina”. De Elvira dice el
poeta: “anhelaba mi reposo y alivio, la prosperidad de mis trabajos”10.

Silva apreciaba a Isaacs como amigo y como poeta. Elogió el canto a Elvira que pensaba
publicar en Nueva York; además, entre los objetos de gran valor personal que entregó a sus
acreedores, figuraba en la lista de libros “un ejemplar de Saulo, pasta de cuero de Rusia con
esquinas de plata, regalo de Jorge Isaacs”.
Elvira Silva lleva un epígrafe de V. Hugo:

La mort aime poser sa main lourde


et glacée
sur des fronts couronnés de fleurs.

9
Santos Molano, Enrique, El corazón del poeta, Bogotá: Nuevo Rumbo Editores, p. 673, 1992.
10
Silva, José Asunción, Obras completas, Bogotá: Banco de la República, pp. 361-362, 1965.
Consta de 131 versos (127 endecasílabos y 4 heptasílabos) agrupados en siete poemas o
unidades que no responden al esquema de la estrofa tradicional. En esta elegía encontramos
los tópicos fundamentales del género como son: la lamentación —el dolor causado por la
muerte—, la alabanza del muerto, la invocación al mismo para resucitarlo y la consolación.

El poema comienza con una interrogación sin respuesta, que implica un rechazo de la
muerte, y con la expresión del dolor por la perdida de la que endulzaba y consolaba la
amarga existencia del poeta dolorido. La lamentación se funde, se refuerza con la agonía
personal del poeta.

¿Por qué las negras sombras de la noche


tras el vívido albor de la mañana,
y el espanto, mudez y hondo silencio
al despertar llamándola en sollozos
los que en el mundo mísero quedamos?
Arrobadora realidad creada
por el numen divino que fecunda
mi ya cansado corazón... ¡espera!
Son tan agrias las heces que sobraron
para el final de la existencia mía. . .
y ayer, ayer no más las endulzabas,
celestial hechicera,
¡ángel consolador en mi agonía!

¡Feliz te vas! feliz porque al sepulcro


llevas el corazón del caro amigo,
tierno guardián de tu niñez dichosa.
¡Ciego te sigue aún...! ¿Oyes sus pasos
en pos de ti, como en su edad primera?

El tema de la elegía es el desgarramiento entre el rechazo de la muerte y su aceptación de


conformidad con la visión religiosa cristiana; el reconocimiento de que la muerte es una
forma superior y perfecta de vida (tópico de la consolación). El deseo de resurrección y la
tensión muerte/vida se expresan mediante similitudes y contrastes en las imágenes, en el
léxico, en las rimas: negras sombras / vívido albor, vida / ida, ilumina / mortecina, niña /
fría / caricias, despierta / muerta, nido/ ido/ amigo, horas / voladoras, etc. en los que la
lamentación y el elogio de la muerta se funden con el tópico de la consolación.
El poema hace énfasis en la función conativa que pretende influir en la conducta del oyente,
ese tú, que supuestamente puede escuchar la voz del poeta que quiere resucitarla. Este la
exhorta a vivir pues la cantará en sus versos:
...¡vive, vive!
para lo excelso, inmaculado y grande,

pero luego se arrepiente:


¡No! ¡vuelve al Cielo,

y la conclusión es doblemente desoladora en su aceptación de la fatalidad de la muerte:

¡No me puedes oír...!

El elogio de la joven muerta se traduce en una idealización que evita lo abstracto fundiendo
lo general con lo individual. El tópico idealizante se personaliza y se tiñe de ternura. La
joven no es un ser de este mundo, su acento es de “ritmo sobrehumano”, es un ángel que en
la muerte alcanza la perfección de su naturaleza. Elvira es la Obra de Arte suprema, el
Poema perfecto, cuya perfección no es de este mundo; es el ideal de belleza soñado o
intuido por los poetas, que no morirá mientras la canten, vano ensueño “quizá del alma que
memora o que presiente la belleza inmortal…”; es: “celestial hechicera”, “ángel consolador
en mi agonía!”, “embeleso y amor de los amores...”, “hálito de Jehová, luz de su mente /
humanada en mujer”. Es también la reina en su trono, la desposada de la muerte. El féretro
es su trono y su lecho nupcial. Así, los elementos eróticos se asocian con lo virginal y con
la muerte.

La figura central que rige el poema es el apóstrofe: a Elvira para que siga viviendo; a los
vivos (poema VI), en la exhortación que se expresa mediante los imperativos: “En silencio
llorad, los que la amasteis…”, “El féretro mullid”, “poned blando cojín”, etc.

En el poema V, luego de los apóstrofes y exhortaciones, pasa a un punto de vista en


apariencia más objetivo refiriéndose a ella en tercera persona, observando el ambiente que
la rodea y centrándose en los matices de luz, en el contraste entre la luz mortecina de la
cámara y la de la aurora. Subraya así de nuevo la tensión muerte / vida que culmina con una
incrédula pregunta exclamativa de intenso lirismo: “¿Duermes aún y tan hermoso el día!”.
El canto termina con una invocación a Dios:

¡Señor!, ¡Señor!... Si bella la creaste


cual la hija de Jairo, y prez y orgullo
es en tierra de. gentes que te adoran;
si a Lázaro en la tumba despertaste
porque bueno te amaba,
y oyes a los que sufren y te imploran…
en ella pon tus manos condolido:
¡levántala, Señor! y sólo tuya,
de infelices la fe y alivio sea,
del Cielo su corona de azahares…
alba nube de incienso en tus altares.

¡No me puedes oír!... Mísero humano,


transito de 1a Tierra en los desiertos:
si cruzo los aduares de los hombres
la iniquidad odiando de los vivos…
¿por qué turbo el reposo de tus muertos?

Por último, al igual que en otras composiciones del segundo período, la rima no está sujeta
a alternancias regulares y prefiere la asonante a la consonante que utiliza sólo en los pasajes
particularmente dramáticos como recurso para intensificar el pathos.
Las oraciones truncas expresan el desgarramiento, la intensidad emotiva, el sentimiento
desbordado e incontrolable.
La Tierra de Córdoba es la última ambiciosa composición que emprende Isaacs. Se trata de
una extensa obra formada por ocho poemas (212 versos en 53 estrofas). Es un canto a
Antioquia, así llamada en homenaje a uno de sus próceres: José María Córdoba, el héroe de
Ayacucho. Isaacs siempre manifestó afecto y simpatía por esta tierra a la que legó sus
restos, pues compartía la creencia - al parecer sin mayor fundamento histórico- acerca del
origen israelita de sus gentes.

¿De qué raza desciendes, pueblo altivo,


titán laborador,
rey e/e las selvas vírgenes y de los montes
níveos
que tornas en vergeles imperios
del candor?
El texto alcanza entonación épica; en él admira la laboriosidad de sus colonos, a quienes
asocia con grandes figuras históricas y míticas de la antigüedad (con Hércules y los
Gracos); admira su hospitalidad, sus mujeres a las que evoca mediante símiles bíblicos;
ensalza su geografía, su paisaje, la feracidad de su tierra, y profetiza para ella un futuro
próspero. Exalta sus luchas durante las guerras de Independencia y propone a Antioquia
como modelo de libertad frente a la España colonial y retrógrada.

El poema presenta algunos aspectos interesantes desde el punto de vista métrico. Aunque se
declare no muy experto en la materia, estos cuartetos polimétricos demuestran que Isaacs se
propuso emprender algunos experimentos de virtuosismo formal.

Para concluir, podemos afirmar que la poesía de Isaacs sigue siendo injustamente olvidada
y subvalorada por diversas razones:

1) porque María relegó a un lugar secundario el resto de su producción literaria; 2) porque


su poesía no es accesible a los lectores y ha sido editada de manera parcial y descuidada; 3)
por lo mismo, no ha sido estudiada y la crítica ha venido repitiendo lugares comunes que se
han afianzado acerca de su mediocridad como poeta.
Ciertamente, el conjunto de la poesía de Isaacs es desigual, como ocurre con frecuencia.
Pero, si se aspira estudiarlo y asignarle el lugar que merece, se debe partir de unos textos
confiables que correspondan a la última voluntad del autor y depurados de erratas. Esto
presupone una edición crítica que establezca los textos y una recopilación de la totalidad de
ellos con el fin de que, posteriormente, se pueda seleccionar los más perdurables. Debemos
desechar lugares comunes y decidimos a mirar la poesía de Isaacs de manera libre de
prejuicios. Algunos poemas no desmerecen frente a: María y pueden considerarse entre los
mejores de la poesía colombiana. La poesía de su madurez, en particular Saulo, plasma un
nuevo lenguaje poético que anticipa el modernismo. A propósito, vale la pena recordar que
la poética propuesta por Isaacs en María ya está muy lejos del supuesto inmediatismo
sentimental romántico. Allí afirma en el capítulo segundo: “Las grandes bellezas de la
creación no pueden a un tiempo ser vistas y cantadas: es necesario que vuelvan al alma
empalidecidas por la memoria infiel”. Según esto, el origen del arte no es la inspiración que
brota de manera inmediata de la intensidad del sentimiento, sino un lento y complejo
proceso de mediatización del mismo que se traduce en lenguaje. La obra poética de Isaacs
merece ser estudiada y revaluada.

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