Sunteți pe pagina 1din 4

Cantigas de Andar. Editorial Pre-Textos.

Texto leído en el Círculo de


Bellas Artes de Madrid, con motivo de la presentación del libro,
realizada junto a Lourdes Ortiz y a Manuel Borrás, Madrid. 1987.

Yo he querido escribir este libro desde la perspectiva de quien


descree de nacionalismos, localismos y particularismos, incluso de
aquellos estrictamente personales y familiares que terminamos de
juzgar absolutamente decisivos para lo que somos y prescriptivos para
las actitudes más íntimas, aquellas que nos conmueven. En otras
palabras, creo que esta narración se sitúa en una contracorriente o en
un recodo resistente a esas opiniones generales que parece que todo lo
arrastran; de otra manera, puedo decir también que la voz de este
personaje que habla y que recorre espacios se aparta de esa manera
de ver las cosas que nos invita, a medida que transcurre nuestro
tiempo personal, a colocarnos y a optar en el juego de posiciones
establecidas de lo que parecer ser una vida asentada, reglada. Mi
personaje, un personaje sin nombre, es, en este sentido, una suerte de
arcádico ácrata, reacio a toda militancia, y temeroso, desde luego, de
que la suya lo sea.

El camino peculiar que recorre y su narración las he imaginado,


de este modo, como una suerte de rosario de variaciones y posiciones
impredecibles, como las cuentas que uno podría ir recogiendo en
cualquier lecho de río, sin importancia mayor que el gesto de decidirnos
a escoger una u otra, como si de alguna manera estuvieran allí
esperando nuestro paso. Hay, por tanto, una sola bandería, la de la
extranjeridad, la de una amena errabundia de un ser sin ser, o de un
Juan Sin Tierra, que se desplaza entre lugares donde espera encontrar
siempre lo extraordinario incluso, o precisamente, entre lo ordinario.
Quien padece la extrema juventud, bien por edad o por manera de ser,
sabe bien que allí no cabe la impresión con lo extraordinario. Pues
acostumbrado está quien está en ese estado a no estar acostumbrado
a nada y a de nada saciarse hasta haberlo todo probado y de todo
sentido. Este libro habla también de esta actitud que parece tan difícil
cuando uno llega a esa edad un tanto medrosa y que, por una parte,
tiende a hacernos impresionables con aquello que se aleja de nuestra
rutina cotidiana. Lo repito, es preciso aprender a vivir lo extraordinario
de cada día para no impresionarnos con ello.
Este libro, Cantigas de Andar, es una novela, es una narración,
escrita y pensada al hilo del Camino de Santiago, pero, me anticipo, no
es un libro de historia del arte románico, o de las religiones, o de
medievalismo, o de mitologías diversas. Todo ello sin duda está
presente o aparece de algún modo, pero como fondo o rumor, rumor
muy pagano, contra el que este peculiar viajero que realiza e imagina
cada una de estas jornadas se deja llevar, en lo mejor y en lo peor de
cada día. Por lo demás, al dejar que hablen las distintas tradiciones he
querido o he deseado liberar al camino y a este libro de toda linealidad,
proponiéndolo como fragmento y suma de fragmentos de un periplo
vital que para todos puede ser igual de intenso, y que, en realidad, en
todas partes puede darse. Por ello me fue necesario, ahora lo veo,
escribir en tercera persona, porque he querido que el lector pudiera
situarse en esa posición de viajero, y subirse a la grupa de la letra de
mi pluma, sin fijarse tanto en mí o en el hecho de sentir que era yo
quien escribía. Es que de todas maneras, siempre me ha molestado
muchísimo la impudicia de la confesión estrictamente personal, en
literatura, el "esto lo hice yo". Yo creo que nunca hay que aclarar
demasiado los hechos -ni lo que pensamos de ellos- que ya el tiempo y
nuestra memoria siempre parcial se encargan de formular nuevas y
provisionales razones. En el caso de un libro como este, debe ser el
lector quien proponga las suyas. Dicho todo esto, puede entenderse
que el protagonista que esconde este relato llegue a Santiago nada
más comenzar a escribir y a recordar, de modo que a partir de ahí,
circularmente, empiece el verdadero viaje, que también dejará en otro
punto del camino, sin mayor preocupación por ello.

Este libro lo inicié al volver a España después de un largo


periodo de residencia en el extranjero, y así ha significado también,
para mí, un redescubrimiento, no solamente de un paisaje y de unas
gentes sino de una manera particular, ralentizada, de mirar un paisaje
y unas gentes, de acentuar una doble estructura, o mejor, una forma
básica en donde la disponibilidad absoluta no está reñida con la
solidaridad, y sólo de esta manera si se quiere imprecisa el libro tiene
algún parentesco con la literatura de viajes. En todo caso, como he
escrito en la contraportada, es un libro para gente que no tiene prisa o
que, teniéndola, quisiera no tenerla.
Quiero ahora también, que sirva de recuerdo y homenaje a
un autor extraordinario que ha muerto hace poco tiempo, a un escritor
-pura dinamita literaria- que, como Lezama, Borges, Sábato, Octavio
Paz y Juan Ramón Jiménez- tanto han influido en mi manera de ser y de
sentir la literatura. Menciono a estos por ceñirme al ámbito de nuestra
lengua. Pero ahora me refiero a José Donoso. Me recibió un mediodía
pasado, lluvioso, frío y ventoso de diciembre de 1991, como sólo
pueden serlo así de desapacibles en Nueva York, donde esas corrientes
de aire multiplican su velocidad e impacto entre la cuadrícula de los
rascacielos. Se hospedaba es casa de unos amigos hebreos, en un
lujoso y antiguo piso del West End. Me había costado muchísimo llegar
hasta él, entre otras muchas cosas debido a esa salud frágil y a esa
hipocondría que gastaba, siempre amenazando con matarlo en
cualquier instante. Me había dicho que sólo disponía de media hora, lo
que después se demostraría como falso porque estuvimos hablando
casi cuatro horas, hasta que cayó la noche temprana de invierno, a las
cuatro o cinco de la tarde. El ya había almorzado, muy pronto, a la
americana, y yo, a la 1.30 del mediodía, me tenía que conformar con el
brandy que me había tomado en un Coffee Shop, casi a la puerta de su
casa. Al fondo de un salón inmenso y de techos altos, allí estaba mi
escritor admirado, sentado y recogido junto a un velador iluminado por
una lámpara de pie. No había otra luz en la penumbra que me dejara
ver los muebles, cuadros y objetos de la casa. Como digo, me había
prometido media hora de entrevista; le di vuelta a la cinta de la
grabadora y pasó otra media hora, hasta que se agotó. Entonces, como
suele suceder, comenzó la verdadera conversación. De todo ello,
recuerdo dos frases memorables que se avienen a Cantigas de Andar y
que tal vez debiera haber inscrito como epígrafe. No lo hice, pero lo
hago ahora, en esta presentación y también homenaje. Después de
explicarme su deambular por países, culturas y literaturas, al hacer
balance de su camino personal, Donoso me hizo esta doble confesión:
"La nación o la patria de un escritor es siempre asunto significativo,
pero marginal para la obra, puesto que cada escritor debe buscar su
papel allí en los márgenes o en la periferia de donde vive. Ahora siento
que para mí, perder así mi propia identidad y mis raíces ha sido una
tarea que ha valido la pena".

Yo espero que en esta narración anide algo de esa tradición de


tradiciones traicionadas, que el personaje y la voz que emergen de
Cantigas de Andar respondan a este espíritu de desembarazada
participación afectiva con aquello y aquellos que están a nuestro lado.

Espero que quien lo lea disfrute tanto como yo he disfrutado


escribiéndolo y agradezco de verdad, primero a todos los amigos que
habitualmente oyen mis historias antes de que las cuente; luego, la
confianza y el apoyo de mi editor, Manuel Borrás de Pre-Textos, de
Silvia y de Rufo, amantes de la literatura; de mi presentadora, Lourdes
Ortiz, amiga, colaboradora entusiasta de tantos proyectos y fenomenal
persona y escritora, de mis generosos benefactores en este acto,
Santiago Díez, de la empresa de promoción cultural "Humana" y de
Jesús Baigorri, que nos ha enviado de sus bodegas un reserva del 88. Y,
en fin, Darío Alvarez Basso, Antonio Bueno, Juan de la Colina, Javier
Rodríguez y Sonia Díez, que todos, en compañía a partir de ahora del
saxo de Gautama del Campo han ayudado a que este libro y este acto
fueran posibles.

S-ar putea să vă placă și