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LA EVASIÓN ESPIRITUAL – DR.

ROBERT AUGUST
MASTERS
en artículos
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Escondiéndose tras lo sagrado – Al uso de prácticas y creencias espirituales para evitar enfrentarnos con
nuestros sentimientos dolorosos, heridas no resueltas y necesidades de desarrollo se le denomina “Evasión
Espiritual”. La evasión espiritual es mucho más común de lo que podamos pensar y, de hecho, está tan
generalizada que pasa enormemente desapercibida, excepto en casos extremos en que resulta más evidente.

Esto es debido, en parte, a nuestra tendencia a no tener mucha tolerancia –ya sea a nivel personal o colectivo-
para enfrentarnos a nuestro dolor, adentrarnos en él y tratarlo; en lugar de ello, preferimos sin dudarlo
“soluciones” que lo aplaquen, sin que nos importe el sufrimiento que tales “remedios” puedan catalizar. Como
esta preferencia se ha extendido tanto y penetrado tan profundamente en nuestra cultura que está ya casi
normalizada, la evasión espiritual viene como anillo al dedo a nuestro hábito colectivo de huir de lo que resulte
doloroso, como una especie de analgésico superior con efectos secundarios aparentemente mínimos. Es una
estrategia espiritualizada no sólo para evitar el dolor, sino también para legitimar esta evasión de distintos
modos, que van desde lo descaradamente obvio hasta lo extremadamente sutil.

La evasión espiritual es una sombra muy persistente de la espiritualidad que se manifiesta de muchas formas,
a menudo sin que se la reconozca como tal. Entre los distintos aspectos de la evasión espiritual encontramos
un desapego exagerado, entumecimiento y represión emocionales, un excesivo énfasis en lo positivo, fobia a
la rabia, compasión ciega o demasiado tolerante, límites débiles o demasiado porosos, un desarrollo “cojo”
(con una inteligencia cognitiva a menudo muy por delante de la inteligencia emocional y moral), un juicio
debilitante sobre la propia negatividad o “lado oscuro”, una infravaloración de lo personal en relación con lo
espiritual y falsas ilusiones de haber llegado a un nivel superior de ser.

Afortunadamente, esa luna de miel con nociones de espiritualidad falsas o superficiales está empezando a
menguar. Pero por muy valioso que sea el deseo de una espiritualidad más auténtica, un cambio como éste no
se producirá a una escala significativa, ni arraigará realmente, hasta que la evasión espiritual sea superada, y
eso no es tan fácil como pueda sonar, puesto que exige que dejemos de alejarnos de nuestro dolor, de quedarnos
atontados y de esperar que la espiritualidad nos haga sentir mejor.

La verdadera espiritualidad no es un Nirvana, ni un “subidón”, ni un estado alterado.

Ha estado bien soñar durante un tiempo, pero nuestra época está pidiendo a gritos algo muchísimo más real,
responsable y de pies en el suelo; algo radicalmente vivo e íntegro por naturaleza; algo que nos sacuda hasta
las entrañas hasta que dejemos de tratar el profundizamiento espiritual como algo en lo que andar picoteando
superficialmente como un simple pasatiempo. La auténtica espiritualidad no es algún pequeño atisbo o
chispazo de saber, ni algo psicodélico para experimentar a toda velocidad, ni un quedarse dulcemente colgado
en algún plano exaltado de la conciencia, ni una burbuja de inmunidad, sino un inmenso fuego de liberación,
un crisol y santuario exquisitamente digno y apropiado, que nos proporciona tanto luz como calor para la
sanación y el despertar que necesitamos.
La mayoría de las veces en que nos hallamos inmersos en la evasión espiritual, nos gusta la luz pero no
el calor. Y cuando estamos atrapados en las formas más burdas de evasión espiritual, normalmente,
teorizamos mucho más sobre las fronteras de la conciencia de lo que realmente las visitamos, sofocando
el fuego en lugar de avivarlo aún más, comulgando con el ideal de amor incondicional pero sin permitir que
el amor se manifieste en sus dimensiones más desafiantes y personales. Hacer eso nos daría demasiado calor,
demasiado miedo y escaparía demasiado a nuestro control, haciendo aflorar a la superficie cosas que hemos
estado negando o reprimiendo durante mucho tiempo.

Pero si de veras queremos la luz, no podemos permitirnos huir del calor. Como dijo Víctor Frankl, “Aquello
que da luz debe soportar el estar ardiendo”. Y estar con el calor del fuego no significa simplemente sentarnos
a meditar en nuestras dificultades, sino también sumergirnos de lleno en ellas, adentrarnos hasta sus entrañas,
enfrentarnos, penetrar e intimar con lo que haya allí, por mucho miedo que nos dé o por traumático, triste o
crudo que nos resulte.

Ya hemos tonteado bastante con las vías espirituales orientales; ahora ha llegado el momento de ir más al
fondo. Debemos hacerlo no solo para establecer una relación más estrecha con la esencia de estas tradiciones
de sabiduría, más allá del ritual, la creencia y el dogma, sino también para dejar espacio a la evolución
saludable –y no solo la necesaria occidentalización- de estas tradiciones, de tal modo que su presencia deje de
fomentar la evasión espiritual (aunque sea indirectamente) y de hecho deje de abonar consciente y activamente
el terreno para que crezca.

Sin embargo, estos cambios no se producirán significativamente a menos que trabajemos en profundidad de
forma integradora con nuestras dimensiones físicas, emocionales, psicológicas, espirituales y sociales para
generar un sentido cada vez más profundo de totalidad, vitalidad y elemental sensatez.

Cualquier sendero espiritual, ya sea oriental u occidental, que no trate las cuestiones psicológicas con auténtica profundidad,
y en más contextos que meramente el espiritual, está sentando las bases para una abundancia de evasión espiritual.

La evasión espiritual está ocupada en gran medida, al menos en sus formas de la Nueva Era, por la idea de
totalidad y de innata unidad del Ser –el concepto de “Unidad” es quizás su concepto estrella- pero en realidad
genera y refuerza la fragmentación separándose de –y rechazando- todo lo que sea doloroso, angustioso y esté
por sanar; en definitiva, todos los aspectos del ser humano que distan mucho de ser halagüeños. Al mantener
constantemente estos aspectos en la oscuridad, “allá abajo” (cuando estamos encerrados en la “sede central”
de la cabeza, nuestro cuerpo y nuestros sentimientos parecen estar por debajo de nosotros), tienden a
reaccionar mal cuando se sueltan, como los animales que han pasado demasiado tiempo enjaulados.

Nuestro descuido de estas partes de nosotros mismos, aunque pongamos cuidado en adornarlas, es semejante
al de unos padres que por lo demás fuesen afectuosos pero dejasen a sus hijos sin alimento, ropa o cuidados
suficientes.

Los adornos de la evasión espiritual pueden ser bonitos, especialmente cuando parecen prometer la
liberación respecto a la algarabía y furia de la vida, pero a menudo esta supuesta serenidad y desapego
es poco más que un “valium metafísico”, sobre todo para quienes han convertido el ser y parecer
positivos en algo más que una virtud.

Un signo habitualmente indicador de evasión espiritual es una falta de enraizamiento y de experiencia corporal
que tiende a mantenernos o bien “flotando en el espacio” en cuanto al modo de relacionarnos con el mundo o
bien atados con demasiada rigidez a un sistema espiritual que aparentemente nos proporciona la solidez que
nos falta. Tamibén podemos caer en el perdón y la disociación emocional prematuros –confundiendo la rabia
con la agresividad y la hostilidad- lo cual nos deja sin poder, infectados de límites débiles. Ese rasgo de ser
exageradamente amable que a menudo caracteriza a la evasión espiritual, la aleja de la profundidad y
autenticidad emocional, y el dolor que subyace a ella –en mayor parte no manifestado, ni tocado, ni
reconocido- la mantiene aislada de los mismos cuidados que la desenvolverían y la desharían, como un bebé
al que un padre o madre amorosos preparan para tomar un baño.
La evasión espiritual nos distancia no solo de nuestro dolor y de cuestiones personales difíciles, sino también
de nuestra auténtica espiritualidad, dejándonos encallados en un limbo metafísico, una zona en que todo es
exageradamente dulce, agradable y superficial. Su naturaleza frecuentemente desconectada la mantiene a la
deriva, agarrada al chaleco salvavidas de sus credenciales espirituales autoconferidas.

Pero no seamos demasiado duros con la evasión espiritual, ya que todos los que nos hemos adentrado en lo
espiritual hemos caído en ella, en mayor o menor grado, tras haber utilizado durante años otros medios de
hacernos sentir mejor o más seguros. ¿Por qué no habíamos de abordar también la espiritualidad, sobre todo
al principio, con la misma esperanza de que nos hiciera sentir mejor o más seguros en diversas áreas de nuestra
vida?

Para superar verdaderamente la evasión espiritual –lo que, en parte, significa liberar a la espiritualidad (¡y a
todo lo demás!) de la obligación de hacernos sentir mejor, más seguros o más completos- debemos no solo
verla con genuina compasión, por muy feroz que pueda ser o necesite ser. El evasor espiritual que hay en
nosotros no necesita ni censurar ni avergonzarse, sino más bien que lo incluyamos conscientemente y con
cariño en nuestro conocimiento sin permitirle dirigir el espectáculo. El hecho de intimar con nuestra propia
capacidad de evadirnos en lo espiritual nos permite mantenerla en una perspectiva saludable.

Hasta las metodologías espirituales más exquisitamente diseñadas pueden convertirse en trampas y no llevar a la libertad,
sino solamente al refuerzo –aunque sea sutil- del “yo” que quiere ser un alguien que haya alcanzado la libertad (el mismo
“yo” que no se da cuenta de que no dan ningún Oscar por el despertar).

Entre las trampas potenciales que resultan más evidentes está la creencia de que deberíamos elevarnos por
encima de nuestras dificultades y simplemente abrazar la Unidad, aun cuando la tendencia a dividirlo todo en
positivo y negativo, superior e inferior, espiritual y no espiritual, nos domine por completo.
Hay otras trampas más sutiles y menos atiborradas de nanas metafísicas o metáforas de ascensión y
disimuladas bajo el aspecto del discernimiento, aquéllas que ponen énfasis en tomárselo todo con aceptación
y compasión.

Cada enfoque tiene su propio valor, aunque solo sea para acabar impulsándonos en una dirección aún más
profunda, y cada uno de ellos está lejos de ser inmune a caer bajo las garras de la evasión espiritual,
especialmente cuando nosotros seguimos esperando –sea cual sea la profundidad de nuestra práctica espiritual-
alcanzar un estado de inmunidad al sufrimiento (ya sea a nivel personal o colectivo).

El propósito cuando uno inicia un camino de crecimiento espiritual, es no caer en la evasión espiritual, o si
ya hemos caído, superar la misma, para poder adentrarnos en una vida más profunda: una vida de integridad,
profundidad, amor y sensatez genuinos; una vida de autenticidad a todos los niveles; una vida en que tanto
lo personal como lo interpersonal y lo transpersonal sean honrados y vividos en la máxima plenitud.

“Extraído del libro “La Evasión Espiritual” del Dr. Robert Augustus Masters”

http://www.robertaugustusmasters.com/

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