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electoral?
José Luis Sierra V.
La izquierda de todos los tiempos y en todos los países ha sufrido para entender y
desarrollar el juego electoral. Tal vez porque lleva en sus venas el virus de la
revolución inoculado por el marxismo; tal vez porque “ser de izquierda” supone ir
contra lo establecido, incluyendo las leyes.
Si en los remotos años 50’s y 60’s eran las dictaduras militares (o civiles, con el
respaldo militar, como Papá Doc, en Haití o el Brasil, entre 1951, con Getulio Vargas
y 1964, con Joao Goulart) la forma predominante en los gobiernos latinoamericanos,
en la actualidad no hay en el continente gobierno alguno con origen distinto al
electoral.
Pese a las particularidades de cada país y salvo expresiones muy localizadas (como
FARC y ELN, en Colombia; Sendero Luminoso y MRTA, en Perú; EPR, en México)
las izquierdas latinoamericanas parecen haber renunciado a la insurrección armada
como vía de acceso al poder, adoptando alguna de las variantes que ofrece la lucha
electoral en materia de organización política y movilización popular.
Quizá la experiencia más rica y aleccionadora en esta materia sea el caso chileno de
1989, cuando un abanico de 22 organizaciones de centro y de izquierda (de la
democracia Cristiana al MIR), supieron conformar la Concertación Democrática
(C.D.) en torno a un arco iris, como distintivo, y al lema “La alegría ya viene”, a fin de
impedir en las urnas el intento de legitimación que perseguía Augusto Pinochet
mediante un desigual cuanto amañado “plebiscito”. Pero las lecciones siempre
estarán sujetas a escrutinio: en Chile, la C.D. acaba de perder, por la vía electoreal,
llevando como candidato a Eduardo Frei, el mismo con el que derrotaron a Pinochet
y a la derecha veinte años atrás.
Para las elecciones de 1976 la urgente necesidad del PRI-Gobierno de contar con
algún candidato opositor propició que el Partido Comunista Mexicano dejara la
clandestinidad para sostener la candidatura de Valentín Campa. El pago con el que
el presidente López Portillo correspondió a la legitimación electoral que le brindó la
izquierda fue la suspensión de la “guerra sucia” que se mantenía desde 1971 contra
las organizaciones armadas, además de la amnistía de los “presos políticos” y una
Reforma Electoral que, en palabras que don Jesús Reyes Heroles expresó a quien
esto escribe “…la reforma busca la organización de las fuerzas de izquierda para
hacerle contrapeso a la derecha. La derecha no necesita de muletas que le ayuden a
crecer…es tan fuerte y tiene tanta influencia en la sociedad y en el territorio como el
Estado mismo…” (plática personal, 23 nov. 1978; cito de memoria, J.L.S.).
Recuerdo una reunión que tuvo el comandante Tomás Borge en la Cd. de México
donde fue increpado por un reconocido dirigente quien acusó al Sandinismo de ser
desviacionista por haber aceptado el juego electoral para definir el rumbo de
Nicaragua y la conformación de su gobierno. Tomás Borge fue muy tajante al
contestarle que las armas les habían servido para tomar el poder pero que no
servían para gobernar. La disyuntiva que había enfrentado la dirección sandinista era
entre continuar en guerra o avanzar y construir una nación en paz. El reto fue,
entonces, transformar el Ejército Sandinista en una organización popular, vigilante,
fuerte, capaz de cumplir la misma función que la organización armada pero con otros
métodos. Tras el pronunciado desgaste con la “contra” y de perder también en el
campo electoral, el Sandinismo pudo regresar al gobierno para retomar el proyecto
con los cambios y ajustes que la realidad y las necesidades le han impuesto. Creo
que los resultados obtenidos en más de 13 años en el Gobierno del Distrito Federal
abonan también esta concepción reformista.