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En 1830 se llevó a cabo la primera obra hablada en Bengalí, misma que rompió
con el formato habitual de la época. Sin embargo, las tradiciones populares, el
teatro costumbrista y otros géneros performativos, han estado presentes a lo
largo de su historia.
Una de las fuentes importantes para el estudio del teatro indio es el tratado de
dramaturgia, danza y música llamado Nātyaśāstra, escrito en sánscrito que, por
la diferencia de estilos, debe de haber sido producto de diversos autores a lo
largo de muchos años. En sus 36 capítulos se enuncian con gran detalle las
reglas para escribir y ejecutar una obra de teatro, lo cual demuestra una
tradición teatral bastante desarrollada. El texto comienza con el origen del
drama y describe los teatros, los gestos y movimientos de los actores, el uso
del lenguaje, los elementos de la trama, el maquillaje y el vestuario.
Tras el declive del drama sánscrito, a partir del siglo xv empezaron a aparecer
en las distintas comunidades hindúes infinidad de prácticas teatrales que
hacían uso de las lenguas vernáculas propias de cada región. Todas estas
formas escénicas difieren enormemente en cuanto a la interpretación,
vestuario, maquillaje o convenciones. Las que se desarrollaron en el sur del
país hicieron especial hincapié en la danza, como el Kathakali o el Krishnattam
de Kerala mientras que las que lo hicieron en el norte resaltaron el canto, como
el Khyal de Rajastán, el Nautanki de Uttar Pradesh, el Maach de Madhya
Pradesh o el Svanga de Punyab. Asimismo surgieron estilos en los que el
diálogo tenía un papel preeminente como el Bhavai de Guyarat, el Tamasha de
Maharastra o el Jatra de Bengala. De entre todas estas formas teatrales de
origen rural quizás la más conocida internacionalmente sea el Kathakali. Los
actores de esta disciplina tradicionalmente pertenecían a los Nair, casta de
soldados entrenada en el arte marcial del Kalarippayattu, y eran únicamente
hombres. En el
Esta conocida historia6 fue utilizada por Kālidāsa para su drama; sin
embargo, él hizo algunos cambios: en la obra de Kālidāsa, Dusyanta le
promete a Śākuntalā, después de su matrimonio, que enviará a alguien
del palacio a que la recoja en el āśram y le deja un anillo con su nombre.
Ella debe esperar un número de días equivalente al número de letras
escritas en el anillo. Un asceta arriba al āśram y desea ser atendido, pero
Śākuntalā, distraída por su ensueño amoroso, no se percata de la
presencia de éste. El asceta se enfurece y la maldice: la persona en quien
ella piense se olvidará de ella, pero, al ver el anillo, la recordará.
Śākuntalā, embarazada y cansada de esperar al mensajero del rey, decide
ir al palacio de su esposo. En el camino, el anillo cae en un río y es
devorado por un pez. Cuando la joven se encuentra con su marido, él no
la recuerda. Más adelante, un pescador encuentra el anillo, que finalmente
termina en las manos del rey quien, al verlo, recuerda a su mujer. Al final,
Śākuntalā y Dusyanta se reúnen con su hijo Bharata. Así, Kālidāsa
transformó al cruel personaje del Mahābhārata, e inventó el incidente del
anillo para justificar el rechazo de Dusyanta hacia Śākuntalā.7
En el teatro sánscrito no existe la tragedia: los finales siempre son felices y los
protagonistas son perfectos. Las estrictas reglas de esa tradición teatral se
enuncian en los tratados de dramaturgia. Este esquema limitaba a los
dramaturgos y los obligaba a buscar otros caminos para expresar su
creatividad. La trama de Śākuntalā es bastante simple, pero eso no impide que
Kālidāsadescriba con todo detalle los sentimientos amorosos de los dos
personajes. El teatro sánscrito usa la prosa y el verso, y la genialidad del autor
de Śākuntalā se muestra en los complicados y variados metros que utiliza en
sus versos, en las descripciones de la belleza de los personajes, de la
naturaleza y en las comparaciones entre elementos naturales y humanos.
Como casi todo en la India, el teatro y las diferentes formas dramáticas del
continente indostánico, tales como el teatro-danza, de sombras y otras, están
de un modo u otro estrechamente ligadas a las diferentes religiones que allí
cohabitan y, dentro de las mismas, a las múltiples corrientes e interpretaciones
que han venido surgiendo a lo largo de su historia. De este modo el arte, al
menos originariamente, es considerado como un medio de conocimiento
simbólico, y dentro de la teoría estética hindú las diferentes formas expresivas
del arte son tomadas como la manifestación no de un capricho aleatorio del
artista, sino como un medio de penetración en la sabiduría tradicional, es decir,
como un medio capaz de desvelar el conocimiento de lo sagrado.
Existe pues en todas las formas de ese arte un vocabulario simbólico que
conduce a un conocimiento no ordinario de la realidad, en definitiva, a un
conocimiento de las realidades del espíritu que, además, no se puede deslindar
arbitrariamente de la realidad material o utilitaria del objeto artístico. En el arte
hindú, la belleza de las formas no es gratuita ni es exclusivamente producto de
una técnica depurada o de un análisis mental, sino que, por el contrario, es
consecuencia de una exigencia íntima que lleva al artista a desvelar en su
interior una capacidad espiritual que le permite gestar o concebir las formas
que va a plasmar. Dicho de otro modo, el artista se pule a sí mismo por su
trabajo y en la misma proporción en que realiza el descubrimiento de su propia
naturaleza íntima y radical, perfecciona cada vez más su obra exterior
Según señala Coomaraswamy, para que una obra sea rasavant, para que
pueda evocar rasa, ha de ser unitaria: uno de los estados de ánimo
permanentes o dos rasas cualesquiera combinados han de constituirse como
motivo rector ante el que deben subordinarse todas las demás expresiones de
emoción. Si, por el contrario, una emoción transitoria se convierte en el motivo
principal de una obra y por lo tanto se desarrolla en exceso, tal emoción tiende
hacia la ausencia de rasa porque la obra se vuelve sentimental, cuando la
importancia del arte radica en el sentimiento y no en el sentimentalismo. Por
otra parte hay que diferenciar, al hablar de rasa, cuándo nos referimos tan sólo
a una codificación que simplemente categoriza y diferencia (es el caso de los
nueve tipos de rasa) y cuándo se alude a la belleza, rasa, que se saborea, por
empatía, sintiendo el motivo permanente de la obra pero no identificándose con
el motivo permanente en sí. Dicho de otro modo, en el arte hindú la experiencia
estética es independiente del placer moral o del placer sensual e, incluso, en
ocasiones, hasta de las cualidades estéticas de la obra.