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PRIMERA PARTE: “EN TORNO A LOS GRANDES EJES DE LA CONFORMACIÓN DEL MUNDO

CONTEMPORÁNEO (fines de siglo XVIII y principios siglo XX)”.

Introducción: El largo siglo XIX y los fundamentos del mundo contemporáneo

Algunos aspectos generales acerca del “largo siglo XIX”: periodización, núcleos temáticos y conceptuales.

La era de las revoluciones: Hobsbawn, Eric, 1991, La Era de la Revolución (1789-1848). Introducción.
Según Eric Hobsbawn esta revolución transformó y sigue transformando al mundo entero. La gran revolución
de 1789 – 1848 fue el triunfo no de la industria como tal, sino de la industria capitalista, no de la libertad y la
igualdad, sino de la clase media o sociedad burguesa y liberal, no de la economía moderna, sino de las
economías y Estados en una región geográfica particular del mundo (parte de Europa y algunas regiones de
Norteamericana), cuyo centro fueron los Estados rivales de Gran Bretaña y Francia. La transformación de
1789-1848 está constituida sobre todo por el trastorno gemelo iniciado en ambos países. No es irrazonable
considerar esta doble revolución, la francesa, más bien política, y la revolución industrial inglesa. Las
simultáneas erupciones ocurrieran en Francia e Inglaterra y tuvieran características diferentes.

Una transformación tan profunda no puede comprenderse sin remontarse en la historia mucho más atrás de
1789 y que reflejan la crisis de los Antiguos Regímenes del mundo occidental del Norte, que la doble
revolución iba a barrer. Las fuerzas sociales y económicas, y los instrumentos políticos e intelectuales de esta
transformación, ya están preparados en una parte de Europa lo suficientemente vasta para revolucionar al
resto. Nuestro problema es explicar el triunfo y señalar los profundos cambios que este súbito triunfo ocasiono
en los países afectados por el y en el resto del mundo. La doble revolución ocurrió en una parte de Europa y
sus efectos fueron allí. Su consecuencia más importante para la historia universal fue el establecimiento del
dominio por parte de unos cuantos regímenes occidentales: la India se convirtió en una provincia administrada
por procónsules británicos, los Estados islámicos fueron sacudidos por terribles crisis; África quedo abierta a
la conquista directa. Incluso el gran Imperio chino se vio obligado, en 1839-1842, a abrir sus fronteras a la
explotación occidental. En 1848 nada se oponía a la conquista occidental. La historia de la doble revolución no
es simplemente la del triunfo de la nueva sociedad burguesa. También es la historia de la aparición de las
fuerzas que un siglo después de 1848 habrían de convertir la expansión en contracción.

El periodo histórico iniciado con la construcción de la primera fábrica del mundo moderno en el Lancashire y la
revolución francesa de 1789, termina con la construcción de su primera red ferroviario y la publicación del
manifiesto comunista.

Orígenes y problemas del mundo contemporáneo Aróstegui, J.; Buchrucker, C.y Saborido, J. (dir),
2012, El mundo contemporáneo: historia y problemas, Barcelona: Biblos/Crítica. Introducción general.

Una amplia serie de movimientos revolucionarios, desde Nueva Inglaterra, en América del Norte, hasta el río
Elba, en el corazón de Europa, tuvieron lugar en el último cuarto del siglo XVIII fueron los que conformaron en
su conjunto ese gran acontecimiento (Tocqueville).

La explicación más clásica de la revolución, la presenta como el enfrentamiento histórico entre dos fuerzas
sociales, la hegemonía aristocracia y la modernamente emergente burguesía y como resultado, la
preeminencia en el futuro, como una revolución burguesa.

Revolución: sostener que lo ocurrido fue el desarrollo de una larga evolución que venía ya operándose en el
sistema del capitalismo multisecular desde el siglo XVI y que tuvo su momento álgido en el curso de lo que se
llamó Revolución Francesa.

Según Rene Remond los movimientos de agitación revolucionaria que empiezan en la década del 70 del siglo
XVIII hasta las revoluciones de 1848, hay un largo periodo de grandes convulsiones, que remodelaran las
estructuras de las sociedades y el carácter de los Estados, así como su sistema de relación. Un largo periodo
que muestra la profundidad y complejidad del cambio, por otra parte, como un espacio temporal breve en la
escala de los fenómenos históricos globales. Entre 1776 y 1848, tomando las fechas próximas y simbólicas,
dentro de un periodo revolucionario, con avances y retrocesos, en el que se forja el mundo contemporáneo
que hemos conocido en los siglos XIX y XX.

Las revoluciones se presentaron en Europa y América como acontecimiento súbito, desbordante e imparable,
no nacían, de una decisión imprevista o impensada de agentes históricos individuales o colectivos por muy
poderosos que fuesen. Es seguro que nunca nadie en el siglo XVIII planifico una revolución, pero no es cierto
que la progresiva e implacable crisis del sistema social del feudalismo tardío y del aparato político de las
monarquías absolutas llevaba a las sociedades hasta el umbral de las condiciones o de la situación en que la
revolución puede producirse. Los procesos revolucionarios se desencadenaron por causas complejas, que
tenían antecedentes muy antiguos.

La preparación y antecedentes de estos episodios revolucionarios, se empezó atribuyendo la idea


revolucionaria, se hallaba la masonería. Las causas de las revoluciones fueron compleja y no solo políticas,
sino también económicas y sociales, una oleada revolucionaria escalonadas en el tiempo.

Tocqueville cree en la existencia de una revolución que vino a poner fin a una situación de crisis y de cambio,
pero tiene ante ella una peculiar posición. La ruptura real que la revolución produjo en la historia occidental ni
destruyo enteramente el viejo mundo ni invento todo lo que se mantuvo vigente en el nuevo. Ni revolución
creo un mundo nuevo que no tuviera referencias previas, ni destruyo de manera absoluta el viejo. La
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revolución estaba ya prefigurada y su función fue eliminar los obstáculos que aún permanecían para que
pudiesen desarrollarse esa sociedad emergente que latía.
Los revolucionarios entendieron por revolución diversas cosas:
- El resultado de unos problemas causados por el protagonismo de ciertos grupos sociales o la alianza
entre ellos
- El procedimiento traumático por el que se derribaba lo existente, la ideología con la que se lo combatía
y el proyecto mismo de un cambio rápido.
Las nuevas sociedades que estaban apareciendo conservarían aun un amplio contenido en el que se
perpetuaban, aun cuando evolucionasen, muchos rasgos esenciales presentes ya en las viejas.
El mundo contemporáneo se construye sobre la base de procesos muy largos operados en el occidente
europeo y americano. De esos procesos forman parte la reforma protestante, las doctrinas políticas del
autoritarismo y el absolutismo, el pensamiento de las luces o la filosofía política del liberalismo. Además, la
expansión mundial del capitalismo, bajo la forma ahora progresiva del industrialismo, es el desarrollo final de
otro proceso paralelo y simultaneo como fue el de su instauración como sistema mundial a partir del mismo
siglo XVI. Los componentes particulares del cambio fueron:
- Socialmente: los viejos estamentos quedan arruinados y aparecen las clases sociales con el
predominio de un grupo complejo, formado por las burguesías, en cuyo seno existen diversos sectores
y fracciones.
- Políticamente: hay una inmensa transformación gradual, desde las antiguas monarquías a los
regímenes representativos, de opinión pública y de sufragio.
- Económicamente: desaparecen o se transforman, no sin grave conflicto, todas las estructuras del
viejo mundo campesino, se desarrolla la industria y se impone el dominio universal del mercado.
La revolución no arrasó en forma alguna ni todas las instituciones ni todas las estructuras ni las mentalidades
que existían antes de su desarrollo. El largo predominio económico y social, cuando no político, de la
aristocracia o la fortaleza de las viejas comunidades rurales, algunas formas instrumentales del poder
absoluto y de la propiedad, etc. no empezarían realmente su disolución sino con la llegada del siglo XX.
La Edad Contemporánea entrando en una nueva fase, la persistencia de la expansión europea que comenzó
ya en el siglo XV, dando lugar a la transformación histórica del planeta y a la recomposición del sistema
mundial o economía-mundo (Wallerstein). En el siglo XIX, tras el inmenso despegue económico y técnico de
Occidente con la aparición y extensión del industrialismo, esa expansión mundial se convirtió en un programa
político e ideológico para las naciones y Estados europeos. De ahí surgió el moderno colonialismo, base y
fundamento del imperialismo.

Cuando en el estudio de la historia se afirma ante una nueva época, un nuevo periodo histórico, es porque
existe conciencia de que se han producido cambios de gran profundidad, que ya no pueden explicarse con los
mismos fundamentos con los que se explica una época ya establecida. Desde el punto de vista de la tarea de
la historiografía, la definición de una nueva edad histórica es un trabajo conceptual que debe indicar un nuevo
espacio de inteligibilidad, la colocación de meras divisiones cronológicas basadas en grandes hechos
históricos. Para que podamos hablar de un cambio decisivo de época la propia sociedad que experimenta el
cambio sea poco consciente de ello, a no ser que se trate de cambios bruscos y revolucionarios. Los autores
no se ponen enteramente de acuerdo en la determinación del momento preciso en el que se produce tal
ruptura.

Según Wallerstein la discontinuidad histórica que llevará hacía la modernidad, partiendo del sistema mundial
que aparece en el siglo XVI para desembocar en la madurez plena del capitalismo, ha sido situada por los
autores dentro de lo que llamamos historia o Edad Moderna. Las formas históricas que caracterizan lo
contemporáneo, una nueva sociedad y una nueva cultura, es el producto de una revolución global, pero que
se encuentra precedida; el de la revolución industrial de una larga evolución. Los siglos de la historia moderna
han ido modificando las condiciones que hicieron posible la aparición de un proceso de revolución política.
Una de las causas de esta discrepancia historiográfica es la dificultad de dilucidar los factores y las
características que definen o deben definir la aparición de una época nueva que denominamos
contemporáneo. Se trata de definir una contemporaneidad como sustancialmente distinta de la modernidad
intelectual y cultural de la edad moderna. El llamado feudalismo tardío, donde el capitalismo no es aún el
sistema social plenamente hegemónico.

La era de las revoluciones de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX fue el momento que ha generado en
la historia, al menos en la de Occidente, una conciencia de lo que representa un cambio de mundo. La cultura
revolucionaria muestra la conciencia que las gentes de entonces tuvieron de entrar en una época distinta. La
contemporaneidad se forjo como una nueva contemporánea nace como una más de las creaciones culturales
de la época. La contemporaneidad va ligada a la revolución en toda la Edad Contemporánea y en el siglo XIX.
Cuando se habla de un régimen antiguo es porque hay conciencia de estar construyendo uno nuevo, distinto
del sistema político de la monarquía absoluta. Se habla de una organización legal diferente de la de la antigua
sociedad que se basaba en el privilegio y que contenía formas de propiedad ajenas al mercado.

La compleja Europa del siglo XVIII es el núcleo de donde nacen las transformaciones que llevan al mundo
contemporáneo. El siglo XVI empieza a crearse un sistema mundial tras el descubrimiento del nuevo mundo
del que Europa se erigirá en el centro. Las condiciones que fue creando la nueva economía mundial, como ha
analizado Wallerstein, han conducido a Europa a ser el centro del mundo y a desarrollar las bases de una
transformación universal que desemboca en la Edad contemporánea. En el primer tercio del siglo XIX se
generalizo en Europa la conciencia de haber entrado en un nuevo mundo histórico. Y el fenómeno fue
potenciado al estar acompañado de una revolución económica y social de inmensa trascendencia, la
revolución industrial, y de profundos cambios en el sistema de propiedad y de distribución de la riqueza, que

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se fueron expandiendo, añadiéndose a todo ello la separación de casi todo el mundo colonial americano de
sus metrópolis europeas y la aparición de nuevos estados. Durante un largo tiempo, la caracterización se ha
hecho de la edad contemporánea se fundamentaba en las novedades que aparecieron no en el siglo XVIII
sino en el XIX. Cuando haya consenso en que las revoluciones del siglo XVIII marcaron un gran momento de
ruptura, las tradiciones historiográficas nacionales divergen sobre si ese corte histórico hizo nacer un mundo
nuevo o si conviene considerar que la época contemporánea es la que adviene como resultado de la primera
gran guerra del siglo XX.

La tradición historiográfica occidental surgida en los países europeos continentales que fueron profundamente
afectados por los hechos revolucionarios del siglo XVIII y comienzos del XIX, el nacimiento de la edad
contemporánea se fecha en las revoluciones liberales, y la historia contemporánea; el siglo de la revolución
por excelencia. La diferencia entre los respectivos procesos históricos de los siglos XIX y XX se pretendió
marcar en un principio con los rótulos de alta y baja edad contemporánea. Con ello se pretendía distinguir
entre los primeros procesos revolucionarios y sus consecuencias: liberalismo, industrialización, nacionalismo,
y los desarrollos que se dieron después: imperialismo, enfrentamientos de potencias, fascismo y socialismo,
bipolaridad estratégica. El momento de ruptura se establecía a fines del siglo XIX en torno al final del sistema
del canciller alemán Otto von Bismarck en 1890. Se ha hablado de que con el sistema bismarckiano, vigente
entre las décadas del 70 y el 90 del siglo XIX, acabaría un gran momento histórico, el de las primeras
revoluciones, en realidad una prolongación de la edad moderna, después de lo cual advendría una larga etapa
de nuevos conflictos mundiales que no acabaría sino en la década del 60 del siglo XX. Seria en esas fechas
simbólicamente se fijaba en el asesinato del presidente estadounidense John Kennedy en 1963, cuando
empezaría la verdadera apertura de una edad contemporánea.

Con un criterio al tiempo tradicional y renovado, se acepta el criterio general de que la contemporalidad nace
con las grandes revoluciones occidentales en los umbrales del siglo XIX, si bien se tiene en cuenta de una
manera sistemática que cerca de los comienzos del siglo XX se entra en una nueva fase histórica mundial.
Existen dos momentos diferenciados de esta historia: la conformación del mundo contemporáneo que
coincide en líneas generales con el siglo XIX hasta 1914, y el de la madurez del nuevo mundo que se
consolida en el siglo XX y que nos ha llevado al umbral de una nueva era. Los procesos históricos no
acostumbran nunca a ajustarse a periodos cronológicos redondos. La historia no puede periodizarse en siglos
ni en ninguna otra medida temporal de calendario. Los historiadores han hablado con flexibilidad de un largo
siglo XIX o de un corto siglo XX, en palabras de Hobsbawm. Desde el punto de vista estricto del desarrollo de
los procesos históricos, el siglo XIX sería realmente el que transcurre entre 1776, cuando comienza la
revolución de los colonos de América del Norte contra la monarquía británica, y en 1914, cuando se
desencadena el gran conflicto, la gran guerra, entre las potencias nacidas de la expansión capitalista,
industrial e imperialista. Junto a ello, el corto siglo XX entre 1914 y 1989, según Hobsbawm como resultado
de la gran guerra; a fines de la década del 80 con el principio del fin del sistema socialista en la URSS y los
países del este de Europa. Esa época es la de la madurez plena del capitalismo que arranca de los felices
años 20 y que se ha visto confrontada, a lo largo de setenta años, con la opción que represento el mundo
socialista encabezado por la Unión Soviética y la expansión de las sociedades de socialismo real. Esa
bipolaridad social, política y estratégica ha dejado de ser realidad a partir del fundamental viraje de 1989-
1991. Existirían dos simbólicos siglos que comenzarían con la gran convulsión revolucionaria de Francia. Para
Hobsbawm, ha concluido así la trayectoria peculiar de este corto siglo XX histórico. El problema final, al llegar
los años 90 del siglo XX cronológico, después de un corto siglo histórico, puede hablarse de que la humanidad
haya entrado en una nueva época o en un periodo distinto de la historia.

La historia contemporánea es el momento de la civilización humana que se vive en los siglos XIX y XX. Su
contenido histórico se refiere a la creación de una nueva cultura, suele ser tenido por la culminación y plenitud
de lo que represento la modernidad. Las expresiones edad moderna o historia moderna, como periodo
cronológico referido a los siglos XVI y XVIII, nacieron para designar antes de las revoluciones liberales y
burguesas, aquellos nuevos tiempos de una primera modernidad traídos por el renacimiento, una época
sentida como nueva por los mejores testigos del tiempo, los humanistas. Cuando se alcanza el siglo XVIII, la
historia europea se entiende dividida ya en tres edades o mundos: antiguo, medio y moderno. Cuando
hablamos de la modernidad nos referimos a la modernidad de la razón, estamos hablando del cambio de
mentalidad y de civilización que parte de la ilustración o quizá del pensamiento racionalista del siglo XVII y
que ya en el siglo XIX consagra la primacía del pensamiento científico sobre cualquier otra forma de conocer.
Significa la expansión de la libertad de pensamiento, de las solas fuerzas de la razón frente a la explicación
religiosa del mundo, la idea de cientificidad y experimentación en todos los campos del conocimiento. El
propio conocimiento humano se hace histórico. Esos son los rasgos nuevos de la modernidad ilustrada.
La expresión contemporaneidad o mundo contemporáneo va ligada, a la prolongación, consolidación y
expansión de los ideales racionalistas de la ilustración. La modernidad es la expresión precisa de los ideales
que introdujo el iluminismo, la filosofía de las luces, el pensamiento humanístico histórico y filosófico, y la
ciencia natural, que fueron creaciones imperecederas de la revolución científica del siglo XVII y la filosófica del
XVIII, con una identidad que luego sería expandida e impuesta por las revoluciones.
La modernidad representa un cambio en los rumbos económicos, sociales y políticos en el interior de los
Estados y la creación de un nuevo sistema internacional. La economía contemporánea industrializada se
caracteriza por un crecimiento autosostenido, una expresión que puede calificar otros campos de crecimiento
que no son el económico. La modernidad se caracteriza por una forma de pensamiento, pero ha pasado a ser
más que eso. Contiene una especie de antropología del sujeto y de los colectivos surgidos de la revolución
liberal, del romanticismo y de la preeminencia del pensamiento científico. El punto de partida es la idea de
librepensamiento y la figura del librepensador; la libertad, pero también el libertinaje y los libertinos, son quizás
el centro medular de esa revolución de las luces. La razón se opondrá estrictamente a todo criterio de
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autoridad o religión, pasando por la filosofía de la moral y las costumbres, hasta la interpretación del mundo
de la naturaleza. La imagen del mundo más completa que la ilustración produce es la Enciclopedia, obra de la
ilustración francesa. Las luces son clave en el alumbramiento del mundo contemporáneo, en todos los
sentidos del conocimiento y la practica intelectual de Occidente. Una parte esencial de su contenido es la
filosofía política nueva, sus primeras manifestaciones en Gran Bretaña en torno de la revolución de 1688. En
la filosofía política iluminista es preciso dar la primacía al empirismo británico que tiene su representante a
John Locke. La cultura de la modernidad tiene un exponente: la igualdad entre todas las personas. Esa
igualdad representaba el final de aquella característica del Antiguo Régimen: la de no conocer nunca una ley
general, de forma que la ley que alcanzaba mayor grado de generalidad y amplitud era el privilegio que por
esencia era una ley privada, que afectaba a un número limitado de súbditos.
Los problemas del antiguo régimen no eran en lo fundamental de índole intelectual, no provenían de la
repercusión de nuevas ideas, sino que estas eran más bien el resultado de una crisis más estructural que
reflejaba el agotamiento y la insuficiencia del sistema. La filosofía de la ilustración y sus grandes maestros no
fueron grandes revolucionarios. No hay que confundir ilustración con revolución. Lo que ocurre es que el
iluminismo abrió la puerta de toda la modernidad presentando inmensas perspectivas para el pensamiento. De
no haber existido más que la inteligencia para amenazar al antiguo régimen este no habría corrido riesgo
alguno (Monet). Las doctrinas de la revolución son una prolongación de las doctrinas políticas, sociales,
religiosas y jurídicas de la ilustración. Para los revolucionarios las ideas ilustradas constituyen auténticos
catecismos, porque esas ideas llegaron a ser populares, lo que seguirá siendo propio del siglo XIX. El nuevo
mundo se caracterizaba por el paso de una sociedad militar a una sociedad industrial. Semejante siglo de la
fuerza es el que crea la principal doctrina política nueva: el liberalismo, la palabra liberal para designar un
nuevo pensamiento político cuya fuente indudable era la ilustración y su primera concreción, las ideas
revolucionarias francesa. Las ideas en las que se basa el Estado liberal del siglo XIX habían ido siendo
gestadas desde hacía más de dos siglos, aunque encontrasen su formulación definitiva en la teoría política
inglesa y en la continental, francesa de la ilustración y su nombre en España.

Las nuevas ideas sobre el origen y ejercicio del poder están en la base de las instituciones políticas: la división
de poderes contra el despotismo, un hallazgo de la doctrina de John Locke desarrollada después por
Montesquieu. Si el liberalismo político y económico, desarrollado por vez primera en el pensamiento de Adam
Smith y los economistas de la escuela manchesteriana, es la principal derivación del pensamiento ilustrado,
hubo otras ramificaciones. Las principales de ellas fueron el socialismo, el feminismo y el sufragismo. Una
derivación particular son los nacionalismos, precedidos de unos protonacionalismos. La contrarrevolución que
se mantiene actuante en todo el siglo. Enraízan los legitimismos como el miguelismo en Portugal, el carlismo
en España o el orleanismo en Francia. La iglesia insiste en su oposición al liberalismo. El pensamiento
universalista y racionalista que instaura la ilustración y desarrolla la contemporaneidad no ha impedido el
desarrollo en el siglo XX de su oposición dialéctica: los irracionalismos (Nietzsche critica a todo el
pensamiento establecido a fines del XIX).
El mundo contemporáneo tiene otra aportación histórica: haber creado una nueva economía mundial o en
términos globales un nuevo sistema económico mundial. Este determinante proceso de cambio en las
condiciones básicas de vida a escala mundial suele identificarse con el fenómeno al que se designa como
Revolución Industrial, que ha llevado al nacimiento de las sociedades industriales.
Para Wallerstein el moderno sistema mundial se confunde con el sistema capitalista y su implantación ha
atravesado cuatro épocas: la primera es la aparición en el siglo XV y tiene como fechas las comprometidas
entre 1450 y 1640; antes de esa primera fecha existe un sistema económico que es solo europeo. La segunda
es la de consolidación del sistema de economía-mundo, que es propio del siglo XVII y la primera mitad del
siglo XVIII. La tercera etapa corresponde a la aparición de elementos nuevos en el sistema como lo es el
industrialismo que en una primera gran oleada de su expansión llegaría al final de una primera fase de la
contemporaneidad, hasta la gran guerra. La última etapa seria la que va de 1917 a la actualidad, cuando el
sistema mundial no ha hecho sino consolidarse y han aparecido en las tensiones revolucionarias particulares.
La desembocadura de la cuarta etapa señalada ha llevado a los umbrales de una nueva fase para el sistema
mundial: el fenómeno de la globalización.

Fenómenos importantes de transformación que se habían ido produciendo desde los comienzos de la Edad
Moderna fueron preparando de diversas maneras la llegada de la industrialización. Entre ellos se encuentran
el auge del comercio, la acumulación originaria de capital, los cambios traídos por la reforma religiosa
protestante, la creación de los Estados y el imperialismo ultramarino. La existencia de una primera fase de
expansión capitalista bajo la forma de capitalismo comercial, mientras que la industrialización abre la era del
capitalismo industrial, considerada como la culminación de un largo proceso de transformación económica que
caracteriza a toda la Edad Moderna y que pasa por una fase protoindustrialización o de industrialización
temprana, de industrialización antes de la industrialización. Siglos de expansión del sistema mundial hasta
llegar a la fase del capitalismo industrial lo es de intensos conflictos, bélicos y de otros tipos, en la búsqueda
de la hegemonía mundial por parte de los nuevos estados que aparecen, crecen y se consolidan en estrecha
relación con el sistema de la economía. En el siglo XVII la lucha se entabla entre potencias como Holanda,
Gran Bretaña y Francia, mientras España y su imperio americano sufren un notable retroceso. El triunfo final
será de Gran Bretaña, pero no se consumará hasta 1815, una vez vencido Napoleón. Los conflictos a que
llevara la civilización industrial concluyeron con el fin del Imperio napoleónico marca la apertura de la gran
lucha entre naciones y estados por la hegemonía en esa nueva civilización industrial.
El industrialismo como civilización es mucho más que la implantación y la extensión del sistema fabril. La idea
de una economía-mundo industrialista y la de la hegemonía de las sociedades industriales incluye aspectos
que los nuevos sistemas de producción de bienes. Son esos mismos sistemas los que han llevado a la
transformación de todos los demás niveles de la actividad social. Puede hablarse de que después del

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industrialismo y de las sociedades industriales advienen las sociedades posindustriales. La economía basada
en el capitalismo industrial conlleva, y se centra en la existencia de un mercado donde convergen todos los
sectores de la actividad y que se convierte en el regulador de la producción con las correcciones y cautelas
que imponen los propios Estados o las limitaciones internacionales. El mercado actúa como el gran
determinante de la distribución de los recursos. Los mercados comenzaron siendo locales o regionales y
periódicos; en la baja Edad Media. La expansión de todos los sectores de las sociedades desde el siglo XVI,
aun con sus desequilibrios, ha llevado a la plasmación de los mercados nacionales, uno de los grandes
objetivos del Estado-nación, para manifestar luego la tendencia a hacerse mundiales.
Sociedades industriales son aquellas que no se caracterizan por obtener la mayor parte de sus recursos del
sector secundario o industrial. El sector de la industria convive en toda economía junto al sector primario de la
agricultura, minería, pesca y otras actividades básicas y al terciario de los servicios, siendo posible hablar hoy
de un cuaternario o de los servicios de la comunicación. La sociedad industrial es un completo sistema social
y no meramente una forma o sistema económico. Es el caso de Estados como Gran Bretaña, Francia,
Estados Unidos, Alemania y Japón.
La Revolución Industrial fue mucho más que un conjunto de innovaciones técnicas y productivas. El
industrialismo supuso globalmente la aparición de un nuevo tipo de sociedad. La revolución industrial es una
ruptura profunda en el desarrollo social, en las fuerzas y en las relaciones sociales de producción, con
respecto a las formas previas del capitalismo comercial. Una nueva forma del mercado, del crecimiento
autosostenido del sistema productivo, de la organización de la propiedad, del trabajo y del reparto del
excedente. Con la idea de revolución industrial se relaciona con el concepto de progreso por innovación
empresarial. La revolución requirió cambios en la estructura de las relaciones político-sociales existentes y en
las formas de producción, la ruptura del engranaje de la producción gremial, la promulgación de nuevas leyes
de libertad de mercado, las leyes antigremios en Francia de 1791, una nueva forma de libertad económica. La
Revolución Industrial nació en Gran Bretaña a partir de 1730 y 1780, que suele tomarse como su punto de
partida, al incluir en el proceso. El sistema capitalista global había comenzado ya su expansión con la
economía-mundo centrada en Europa desde fines del siglo XV. Dos procesos revolucionarios clave en la
historiografía de la segunda mitad del siglo XX fueron llamados revolución industrial y revolución burguesa.
Nadie duda de que el sistema llamado “Antiguo Régimen” hubiera llegado a una situación histórica de
agotamiento en el último cuarto del siglo XVIII.

Para caracterizar la contemporaneidad ha hecho nacer las sociedades de clases y que en el siglo XX se
ensaya el nuevo modelo de las sociedades sin clases o sociedades socialistas. La sociedad de clases es el
producto directo de la potente emergencia de una burguesía que promueve una revolución burguesa que
habría destruido las formas antiguas de las sociedades estamentales propias del sistema feudal tardío, aun
teniendo como base de su sostenimiento la economía agraria, habían sufrido una notable evolución desde la
aparición de la economía urbana y mercantil y del fortalecimiento de los Estados basados en la consolidación
de la monarquía desde fines del siglo XV. En este tipo de sociedad la hegemonía y el dominio ultimo habrían
seguido en manos de la aristocracia. La revolución habría sido dirigida por la burguesía contra el predominio
económico y el poder político de la nobleza. En ella los grupos inferiores (campesinos, artesanado, plebe
urbana) habrían jugado un papel de apoyo al cambio, de lo que resultaría una nueva sociedad dominada por
burgueses. Se trata de una vision mantenida por las ciencias sociales en general acerca del desarrollo social
en las revoluciones contemporáneas que hoy se muestra, imposible de generalizar. Las vías del paso de una
sociedad a otra han sido varias y el destino de los viejos grupos en la nueva sociedad ha sido diverso.
La composición de la nueva clase dominante es compleja: no en todas partes la nobleza quedó eliminada del
poder sino que habiendo perdido su identidad como estamento privilegiado, aparece como componente
destacado de la nueva clase burguesa, al menos como poder económico, se hace capitalista y conserva su
patrimonio intacto. Así ocurre en Gran Bretaña, en Prusia y en España. La clase emergente burguesa es de
origen mixto, noble y plebeyo; su actividad económica y profesional se desarrolla en campos diversos (el
comercio y la industria, la abogacía, la profesión intelectual y la educación) y el mundo urbano y el rural
habrían quedado sometidos a sus intereses. Otro problema es el papel atribuido a las fuerzas populares, al
campesinado sujeto a prestaciones feudales.

Los procesos revolucionarios serán primordialmente anti feudales, pero la definición misma de un feudalismo
tardío en el siglo XVIII es la que se presenta problemática. El papel jugado por la burguesía, que representa
una situación de clase social dispersa. Si se admite que el concepto de clase es aplicable en una estructura
estamental y que las clases sociales son percepciones colectivas que se crean en un conflicto, en una lucha,
resulta problemático poder hablar de una burguesía que desde el seno de estructuras estamentales capitanea
una revolución anti feudal. Es esa misma revolución la que crea la nueva burguesía. Los señores territoriales
eran ya en el siglo XVIII en su mayoría propietarios capitalistas, no señores feudales. Otra cosa que se ha
destacado en la revolución es la centralidad de la lucha entre señores y campesinos. Moore y Skocpol
negaron verdadero carácter de revolución burguesa a los sucesos de Francia, mientras que existía más en
Inglaterra. Modernamente, el concepto muy particular de una revolución burguesa ha ido siendo
progresivamente sustituido por el de una revolución liberal que encierra una conceptualización más amplia de
las transformaciones y de los propios protagonistas del cambio. La transición del feudalismo tardío al
capitalismo en la coyuntura de paso del siglo XVIII al XIX es una cuestión que venía gestándose desde mucho
tiempo antes de la aceleración final de la segunda mitad del siglo XVIII. En la situación capitalista lo propio es
la plena implantación del sistema de propiedad privada ligada al mercado y las formas políticas
representativas, aunque restringidas por el sufragio censitario. La revolución francesa habría aportado seria, la
colocación de las superestructuras ideológicas que rigen la transformación en el mismo plano que las fuerzas
económicas, creando una decisiva convergencia. Durante el siglo XIX el orden europeo habría continuado
siendo preindustrial y pre burgués. Y una de las claves de esa situación habría sido la preeminencia de las

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aristocracias de estirpe feudal antiguo régimen que se mantendría largamente en Europa entera y no solo en
el este. Las viejas clases dominantes fueron capaces de adaptarse y de insertarse en las nuevas estructuras,
cosa que se podría ejemplificar bien en España, donde la nueva clase dominante es una reconversión de la
antigua. Piensa Mayer que la gran guerra fue una expresión de la decadencia y caída de un antiguo orden que
luchaba por prolongar su vida, más bien que la ascensión explosiva de un capitalismo industrial empeñado en
imponer su primacía.
La evidente ruptura que represento la guerra de 1914-1918, puede y debe ser vista desde una perspectiva
distinta. Lo que ocurre a comienzos del siglo XX no es ninguno de los dos fenómenos que señala Mayer, la
existencia de un viejo y un nuevo mundo y el enfrentamiento final entre ellos. Lo que parece explicar mucho
mejor lo sucedido, la explosión, el estallido final, por sus contradicciones internas, de un orden mundial
capitalista e industrializado, es la preponderante presencia del imperialismo, a causa de la divergencia de
intereses entre las potencias que lo sostenían. Este sería el resultado de la evolución de un fenómeno al que
Lenin llamo fase ulterior. La gran catástrofe habría representado una explosión de los imperialismos
enfrentados. Los hechos que han creado las contradicciones del industrialismo son el ascenso constante,
aunque lento, del capitalismo industrial, la creación de muy distintas condiciones del mercado y las estrategias
mundiales de las potencias. Pero es difícil interpretar aquel estallido bélico como una lucha de lo nuevo contra
lo viejo que se empeñaba en prolongar su vida. La hegemonía sobre las viejas formas seria lo que se
disputaba en el interior de ese mundo del capitalismo. La guerra no fue una contienda entre lo nuevo y viejo
orden, fue el resultado de la pugna entre las fuerzas nuevas del imperialismo.

La transformación social que se opera a lo largo del siglo XIX lleva consigo la emergencia de otros grupos
sociales más y el cambio profundo en la situación de algunos ya existentes. Un tipo social nuevo, es el obrero
fabril, producto específico de la industrialización. Aparecerá la figura de un campesino obrero, trabajador sin
tierra que vive de un salario. Es de gran importancia la transformación propia de la comunidad campesina, en
la que desaparecerán o tenderán a desaparecer las antiguas formas del colonato, la adscripción, la aparcería
en sus distintas formas, para establecer relaciones de trabajo más acordes con la plena explotación capitalista
de la tierra. La transformación del campesinado, su proletarización es un cambio que se produce de forma
muy distinta y en muy distintas fechas, según los países. El proceso es mucho más lento en los países del sur
y el este de Europa. Un campesinado muy poco evolucionado pero muy presionado por las nuevas formas de
explotación de los propietarios capitalistas es el principal soporte de los movimientos contrarrevolucionarios
anti liberales durante el siglo XIX en países como Portugal, España, Italia y en la Europa central. Este no
acabará constituyendo una clase social nueva sino que dará lugar a uno de los más importantes movimientos
sociales que han configurado la modernidad, el movimiento obrero, movimiento de reivindicaciones de clase
por excelencia que en Gran Bretaña luchara desde la segunda década del siglo XIX por la mejora de las
condiciones de trabajo, la libertad de asociación y de huelga, los derechos políticos, como en el caso del
cartismo británico, hasta llegar a la concepción de nuevos modelos sociales, al confluir en el movimiento del
proletariado el pensamiento socialista y tenderse a la organización del movimiento sindical y el de partidos
obreros. La sociedad contemporánea no se entendería sin la presencia del obrerismo, de un nuevo
campesinado asalariado y de una masa de medianos propietarios agrarios de reciente aparición junto a los
grandes terratenientes. La sociedad se polariza, no ya entre aristocracia y burguesía, lo que nunca fue así, en
sentido estricto, sino que la nueva organización social enfrenta a los propietarios y a los asalariados al
generalizarse el mercado capitalista y avanzar el sistema fabril. El nuevo proletariado industrial que genera
formas de vida y de cultura específicas, organizará un amplio movimiento que, convergiendo con el
socialismo, dará lugar a hechos como la creación de la Asociación Internacional de los Trabajadores, o
primera Internacional, creada en 1864, cuyo primer secretario será Karl Marx, autor asimismo de sus
estatutos. La vida de la primera Internacional fue muy azarosa hasta su desaparición práctica en 1876. Su
actividad y su trayectoria fueron dirigidas a través de congresos internacionales, de los que se han
conservado todos los documentos. En su seno se individualizaron las corrientes anti capitalistas marxista y
anarquista cuyo enfrentamiento llevo a la disolución de la asociación en 1876. La situación propicio la
aparición de partidos políticos obreros cuya creación recomendó el mismo Marx. En 1889 se creó en París
una II Internacional que tuvo más el carácter de una gran federación de partidos y sindicatos y de la que
fueron excluidos los anarquistas. El asociacionismo obrero y el internacionalismo llegaron a las dos Américas,
la del norte y la del sur, dando lugar a movimientos obreros de importancia como el estadounidense, son sus
grandes sindicatos o el argentino con una significativa difusión del anarquismo. En el siglo XX el movimiento
obrero internacional se difundió aún más y aparecieron nuevas ideas. Ese es el caso del comunismo que creo
una nueva Internacional, la tercera, mientras se consolidaba en su propia línea la social demócrata.

La edad contemporánea tiene el justo título de ser tenida por la era de las revoluciones. Revolución no era en
muchos casos sino un tipo de conflicto particularizado que no afectaría las grandes estructuras. El siglo XIX
vivió el paso desde las revueltas del estilo de los furores campesinos, las revueltas del tipo antiguo régimen,
revueltas del hambre, a las revueltas modernas, con fuertes componentes políticos y con nuevas
manifestaciones de la violencia política. El paso de las revueltas rurales a los movimientos de rebelión en las
sociedades urbanizadas e industrializadas. Resumen en sistemático en seis puntos sobre los orígenes,
problemas del mundo contemporáneo:
1- El mundo contemporáneo se desarrolla como consecuencia de la crisis y sustitución de las estructuras
del Antiguo Régimen. Esta expresión surge y se aplica desde los tiempos de la revolución francesa
para designar la última forma de un tipo de sociedad y de un ejercicio del poder aparecidos en el siglo
XV por la difusión de la nueva civilización del capitalismo comercial, el incremento de la vida urbana, el
predominio de la aristocracia como estamento sobre el que se fundamenta el poder absoluto de los
reyes y con bases productivas que siguen siendo en lo fundamental procedentes del mundo agrario.
La progresiva crisis del antiguo régimen desembocara en su eliminación por procedimientos

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revolucionarios y su sustitución por nuevas estructuras sociales, formas productivas y ejercicios del
poder en la era que podemos llamar globalmente del capitalismo industrial y liberal.
2- El mundo contemporáneo se caracteriza por el cumplimiento del ideal de la modernidad, el ideal
intelectual, filosófico, moral, científico y artístico que ilumina la ilustración en el siglo XVIII, un ideal que
de manera significativa se denomina iluminismo. La modernidad representa el ideal de expansión de la
razón humana que ha ordenado, o pretendido ordenar, el mundo con arreglo a los dictados de la razon
y de ninguna otra fuente de conocimiento. La modernidad en el mundo contemporáneo representa la
expansión del ideal racional ilustrado. Esa expansión fue acompañado y potenciada por la idea de
progreso, que se entendía como resultado del triunfo de la razón, como condición necesaria para tal
triunfo y como consecuencia inevitable de él.
3- La edad contemporánea se abre por el impulso conjunto y prácticamente inseparable de la revolución
industrial y de la revolución burguesa. Las revoluciones del siglo XVIII han afectado el sistema
económico mundial, creando el industrialismo y una economía de gran tendencia expansiva hacia la
integración planetaria. El cambio del modo de producción va acompañado de una revolución social y
política a la que podemos llamar revolución burguesa o liberal. Pero el hecho es que la transformación,
que tiene una duración mayor que la que se creía antes, afecta todos los órdenes y sectores de la
actividad humana. Puede hablarse por ello de que la contemporaneidad representa un nuevo sistema
mundial que es el que más rápidamente se ha impuesto a escala histórica en relación con todos los
cambios experimentados por la humanidad.
4- La contemporaneidad significa la expansión y la imposición hegemónica de un tipo de sociedades
ligadas al capitalismo de mercado, industrial, a las leyes igualitarias y a la diversificación de los
sectores productivos y distributivos en la economía. Las sociedades con grupos abiertos, relacionados
con la estructura económica y con el status de los individuos y con la propiedad se llaman sociedades
de clases, porque el grupo social típico es la clase. Los grupos en forma de estamentos de la sociedad
del antiguo régimen han seguido destinos diversos según los países, pero los estamentos como grupo
han sido eliminados por las nuevas disposiciones jurídicas y políticas de la revolución, abriendo el
camino a las sociedades abiertas, ligadas a la libertad de mercado, al predominio de los grupos que
manejan el capital. La conflictividad en estas sociedades es de nuevo signo, la opresión de clase es la
nueva forma de dominación y las luchas sociales han sido una constante hasta el presente. Un
fenómeno propio de la edad contemporánea es el episodio de la aparición, desarrollo y expansión en
el mundo de las sociedades y los Estados socialistas, un proceso que se abre con la gran revolución
rusa de 1917.
5- El Estado y la nación, los Estados basados en la nación, es la forma política y estratégica en que las
sociedades contemporáneas han organizado sus poderes internos y se han presentado en la
comunidad internacional hasta fines del siglo XX cuando se desarrollan tendencias poderosas hacia la
convergencia de los Estados nacionales en vastas organizaciones supra o internacionales, en las que
se deposita una buena porción del poder. Gran parte de los procesos históricos de la edad
contemporánea se han dado en ese marco del Estado-nación o han comenzado en él. El liberalismo,
como régimen político dominante, ha creado sistemas donde el poder procede de la representación de
los ciudadanos en su conjunto, donde los gobernantes son revocables por la voluntad general y donde
el sistema de las leyes garantiza en teoría la igualdad de los derechos. Un sistema enteramente
distinto del absolutismo monárquico, cuya forma más evolucionada es la democracia constitucional.

BIBLIOGRAFIA AMPLIATORIA:
El siglo de Hobsbawm de Enzo Traverso:
La historia del siglo XX es el último volumen de tres obras dedicadas a la historia del siglo XIX entre 1962 y
1987. La primera analiza las transformaciones sociales y políticas que acompañaron a la transición del
Antiguo Régimen a la Europa burguesa. La segunda se centra en la época de esplendor del capitalismo
industrial y la consolidación de la burguesía como clase dominante. La tercera estudia el advenimiento del
imperialismo y finaliza con la aparición de los conflictos entre las grandes potencias que fracturaron el
concierto europeo y sentaron las premisas de su estallido. Hobsbawm concibió el proyecto de una historia del
siglo XX tras la caída del muro de Berlín. Fue de los primeros en interpretar aquel acontecimiento como el
signo de una mutación que no solo ponía fin a la Guerra Fría sino que clausuraba un siglo. Nació la idea de un
siglo XX “corto” encuadrado entre las dos grandes inflexiones de la historia europea, la Primera Guerra
Mundial y el hundimiento del socialismo real, que se oponía a un siglo XIX “largo” que iría de la Revolución
Francesa a las trincheras de 1914. Si la guerra fue la auténtica matriz del siglo XX, la revolución bolchevique y
el comunismo le dieron un perfil específico. Hobsbawm lo sitúa entero bajo el signo de Octubre de 1917.
La visión de un siglo XIX largo no es nueva. Mayer caracterizó al siglo XIX como una época de persistencia
del Antiguo Régimen. En el plano económico la burguesía ya era la clase dominante, pero su mentalidad y su
estilo de vida denotaban su sumisión a los modelos aristocráticos que con excepción de algunos escasos
regímenes republicanos, como Francia después de 1870, seguían siendo pre moderno. En 1914, una
segunda Guerra de los Treinta Años ponía fin a la agonía secular de este Antiguo Régimen. Hobsbawm, en el
primer volumen definía a la gran burguesía de la industria y las finanzas como la clase dominante de la
Europa del siglo XIX. En el segundo volumen, matiza su análisis y la mayor parte de países la burguesía no
ejercía el poder político, sino tan solo una hegemonía social, si bien el capitalismo era reconocido como la
forma insustituible del desarrollo económico.
El largo siglo XIX dibujado por Hobsbawm es escenario de una gran transformación del mundo de la que
Europa, en el apogeo del imperialismo, fue a la vez centro y motor. La idea de progreso moral y material
ilustrado por las conquistas de la ciencia, el aumento incesante de la producción y la expansión de los
ferrocarriles que unían a la totalidad de las grandes metrópolis del continente y que en América iban de costa
a costa, paso a ser un artículo de fe inamovible, que no se apoyaba ya en las potencialidades de la razón,

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sino en las fuerzas objetivas e irresistibles de la sociedad. El nuevo siglo se abre como una era de las
catástrofes (1914-1945) marcada por dos guerras totales devastadoras y aniquiladoras. Enfrentado al desafío
de la revolución bolchevique, parecía que el tiempo del capitalismo se había acabado, mientras que las
instituciones liberales eran como vestigios de una época pretérita pues se descomponían a ojos vista, sin
ofrecer resistencia, ante el avance de los fascismos y las dictaduras militares en Italia, Alemania, Austria,
Portugal, España y en numerosos países de Europa central. El progreso se reveló ilusorio. Europa había
dejado de ser el centro del mundo. La Sociedad de Naciones, el nuevo encargado de mantener en pie el
esquema, estaba marcada por la inmovilidad. En comparación con estos tres decenios catastróficos, los de la
posguerra –“la edad de oro” (1945-1973) y “el derrumbamiento” (1973-1989). La edad de oro es la de los
Treinta Gloriosos, con la difusión del fordismo, la expansión del consumo de masas y el advenimiento de una
prosperidad generalizada aparentemente inagotable. El derrumbamiento comienza con la crisis del petróleo
en 1973 que pone fin al boom económico y prosigue con una prolongada onda recesiva. En el Este se anuncia
con la guerra de Afganistán (1978) que presagia la crisis del sistema soviético y lo acompaña hasta su
descomposición. El derrumbamiento viene después de la descolonización -entre la independencia de la India
(1947) y la guerra del Vietnam (1960-1975)- durante la cual la marea de los movimientos de liberación
nacional y de las revoluciones antiimperialistas se entremezcla con el conflicto entre las grandes potencias.

El Congreso de Berlín (1884) y los años de la descolonización (1960) serían, sin asomo de duda, mojones
más pertinentes. Vistas desde Asia, las grandes rupturas del siglo XX -la independencia de la India (1947), la
Revolución china (1949), la guerra de Corea (1950-1953), la guerra de Vietnam (1960-1975)- no coinciden
necesariamente con las de la historia europea. La Revolución china de 1949 transformó en profundidad las
estructuras sociales y las condiciones de vida de una porción de humanidad considerablemente más vasta
que Europa, pero los decenios comprendidos entre 1945 y 1973 -marcados por la guerra civil, el "Gran Salto
Adelante" y la Revolución Cultural- no fueron ninguna “edad de oro” para los habitantes de ese inmenso país.
Tan solo Japón vivió una época de libertad y prosperidad comparable a la “edad de oro” del mundo occidental.
América Latina, por su parte, si bien acusó el impacto de 1789 -Toussaint Louverture y Simón Bolívar fueron
hijos de la Revolución francesa en el continente- quedó, no obstante, al margen de las guerras mundiales del
siglo XX. Conoció dos grandes revoluciones -la mexicana ( 1910-1917) y la cubana (1959)- y su era de la
catástrofe se sitúa más bien entre principios de la década de 1970 y final de los años 1980, cuando el
continente se vio dominado por dictaduras militares sangrientas, ya no populistas y desarrollistas, sino
neoliberales y terriblemente represivas. Rechaza toda actitud condescendiente y etnocéntrica con respecto a
los países "atrasados y pobres", Hobsbawm postula su subalternidad como una obviedad que evoca por
momentos la tesis clásica de Engels (de origen hegeliano) sobre los "pueblos sin historia" /11.A sus ojos,
estos países han conocido una dinámica "derivada, no original". Su historia se reduciría esencialmente a las
tentativas de sus élites "de imitar el modelo del que Occidente fue pionero", es decir, el desarrollo industrial y
tecno científico, "en una variante capitalista o socialista".

Esta constatación remite entre dos Hobsbawm: de una parte el historiador social que se interesa por los "de
abajo" y recupera su voz y, de otra, el autor de las grandes síntesis históricas en las que las clases
subalternas vuelven a ser una masa anónima. Hobsbawm reconoce el enfoque eurocéntrico de su libro,
afirmando que su tentativa de "representar un siglo complicado" no es incompatible con otras interpretaciones
y otras periodizaciones o delimitaciones históricas. En 1994 Giovanni Arrighi publicaba El largo siglo XX
propone una nueva periodización de la historia del capitalismo. Propone considerar cuatro siglos "largos" que
se extenderían a lo largo de 600 años y que corresponden a diferentes «ciclos sistémicos de acumulación»,
aunque susceptibles de superponerse unos a otros: un siglo genovés (1340-1630), un siglo holandés (1560-
1780), un siglo británico (1740-1930) y, en fin, un siglo americano (1870-1990). Este último, que se esboza
con posterioridad a la guerra civil, alcanza el apogeo con la industrialización del Nuevo Mundo y se deshincha
en los años 1980, cuando el fordismo se vio reemplazado por una economía globalizada y financiarizada. En
un siglo XXI "chino", en un nuevo ciclo sistémico de acumulación cuyo centro de gravedad se sitúa
tendencialmente en el Lejano Oriente. Hardt y Negri, han teorizado el advenimiento del “Imperio”: un nuevo
sistema de poder sin centro territorial, distinto de los antiguos imperialismos basados en el expansionismo de
los estados más allá de sus fronteras. Mientras que el imperialismo clásico se apoyaba en un capitalismo de
tipo fordista (la producción industrial en serie) y promovía formas de dominación de índole disciplinaria (la
prisión, el campo de concentración, la fábrica), el Imperio desarrolla redes de comunicación a las que
corresponde una "sociedad de control", una forma de "biopoder", Foucault, perfectamente compatible con la
ideología de los derechos humanos y la formas externas de la democracia representativa. Falta saber si este
“Imperio” es una tendencia o un sistema ya consolidado que habría convertido a los estados nacionales en
piezas de museo.
Adoptando una perspectiva contemporánea, el siglo XX podría aparecer también como un "siglo-mundo". El
historiador italiano Marcello Flores data el comienzo en 1900, año que marca simbólicamente una triple
mutación. En Viena Freud pública La interpretación de los sueños, obra inaugural del psicoanálisis: en los
prolegómenos del capitalismo fordista, el mundo burgués opera un repliegue a su interioridad análogo a la
"ascesis intramundana" que según Weber la reforma protestante puso al servicio del capitalismo naciente. En
África del Sur la guerra de los bóers da lugar a las primeras formas de campos de concentración, con
alambradas y barracones para el internamiento de civiles. Este dispositivo de organización y gestión de la
violencia proyectará su sombra sobre todo el siglo XX. En China, en fin, la revuelta de los Boxers [1899-1901]
fue sofocada por la primera intervención de las grandes potencias coaligadas (Alemania, Gran Bretaña,
Francia, Italia, Austria-Hungría, Rusia, Estados Unidos y Japón). Luego vendrían otras muchas expediciones
(punitivas, "humanitarias", "pacificadoras", etc.). Según Flores el siglo XX es la era del occidentalismo, que
comporta la expansión a escala planetaria del sistema de valores, los códigos culturales y los modos de vida
occidentales. Desde este punto de vista el siglo XX prosigue, no se ha agotado, si bien hoy se ve confrontado

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con nuevos desafíos. En un pasaje impactante de la Historia del siglo XX Hobsbawm escribe que para el 80
por ciento de la humanidad la Edad Media finalizó súbitamente en los años 1950. A partir de aquella inflexión
vivimos en un mundo en el que el desarrollo de los medios de comunicación ha suprimido las distancias, la
agricultura ya no es la fuente principal de riqueza y la mayoría de la población habita en áreas urbanas. Esto
constituye una verdadera revolución: el ciclo iniciado con la difusión de la agricultura sedentaria.

Traducida esta observación en términos historiográficos significa que si se adopta la historia del consumo en
vez de la historia política como línea de demarcación fundamental el siglo XX podría tomar una coloración
muy diferente. Entre 1910 y 1950 las condiciones de vida de los europeos permanecieron sustancialmente
inalteradas. La gran mayoría vivía en casas sin cuarto de año y gastaba la mayor parte de sus ingresos en
alimentación. En 1970, en cambio, ya era normal vivir en un apartamento provisto de calefacción central,
teléfono, frigorífico, lavadora y televisión, sin olvidar un vehículo en el garaje (lo que constituía el lote completo
de los obreros de las fábricas Ford de Detroit desde la década de 1930) /19. Es decir, que son posibles otras
delimitaciones históricas. Esto no pone en tela de juicio la perspectiva elegida por Hobsbawm, pero indica que
su periodización no tiene nada de normativo.

Eje 1: Los procesos socio-económicos: Orígenes del capitalismo industrial a fines del siglo XVIII. La
revolución industrial británica. La situación agrícola en los inicios del industrialismo. El desarrollo del
capitalismo liberal en la segunda mitad del siglo XIX: las condiciones de crecimiento, características y su
consolidación en diversos países. Los grupos sociales: clases obreras; burguesías; aristocracias y
campesinado. Los procesos de expansión.

La Revolución industrial en Inglaterra al final del siglo XVIII de Bergeron capítulo 1.


Inglaterra se hallaba comprometida desde el siglo XVII o desde la época elisabetiana, en un proceso de
desarrollo industrial, en ciertos sectores; que las innovaciones constituían, a finales del siglo XVIII y que la
industrialización a la que habían dado el impulso inicial no altero de manera decisiva la estructura de la
economía inglesa y que esas innovaciones no constituyen más que la primera de una serie de revoluciones
industriales cuyas últimas etapas no conoce el mundo contemporáneo. Entre 1775 y 1780, el Reino Unido,
actuando como causa motriz, la industria química y mecánica, a la espera de que el desarrollo general de las
industrias desencadenara la revolución de los transportes y determinase el perfeccionamiento de la industria
metalúrgica, convertida a su vez en motriz. El final del siglo XVIII no solo sustituyo una producción artesana
poco elástica por una producción industrial masiva; suscito la renovación completa de todas las actividades
industriales, que por su capacidad casi inagotable de crear riquezas y empleos, no iba a tardar afirmar su
preponderancia dentro del conjunto de la economía. Este periodo puede considerarse decisivo desde el punto
de vista de la historia del equilibrio mundial de fuerzas: al dar origen a un nuevo tipo de economía y de
civilización material, agravó en beneficio de los países en vías de industrialización, y en primer lugar de
Inglaterra, el desequilibrio que reinaba entre las diversas categorías de países. En Europa existía ya una
notable diferencia entre los países que se beneficiaban desde hacia tres siglos del desarrollo del gran
comercio marítimo y aquellos que sufrían las consecuencias del estancamiento continental, y en el mundo
unificado por los viajes de descubrimiento, entre países colonizadores y países colonizados. Estas
contraposiciones iban a encontrarse reforzadas por el contraste entre zonas de industrialización y zonas
donde persistían economías agrícolas más o menos arcaicas.

Las premisas de la revolución industrial inglesa:


a-La evolución demográfica: el crecimiento demográfico de Inglaterra en el siglo XVIII parece caracterizarse
por un cambio de tendencia hacia 1750. En la primera mitad del siglo, este crecimiento parece haber sido
lento durante la época de la Restauración. Entre 1720 y 1740, bajo los efectos de la epidemia de viruela de los
años 1725-1730, hubo un periodo de estancamiento. Una hipótesis de que una cierta escasez de mano de
obra pudo, en semejante coyuntura demográfica, imponer una determinada orientación a las actividades
industriales y una determinada actitud entre los empresarios. La revolución industrial llego ya avanzado el
siglo. Es la demografía de después de 1750. El crecimiento demográfico sube, se trata de una fluctuación
compensadora, característica de las antiguas economías agrícolas; después de una epidemia, la tasa de
mortalidad desciende debido al rejuvenecimiento de la población superviviente, y a su inmunidad acrecentada,
la natalidad aumenta por una abundancia y una precocidad de matrimonios. Hacia 1770-1780 se produce una
caída que parecía anunciar el fin de este movimiento cíclico. Pero desde 1780, la fertilidad comienzo de nuevo
a aumentar y mantiene esta tendencia de forma duradera hasta avanzado el siglo XIX. Es el acontecimiento
más importante de la historia demográfica inglesa del siglo XVIII y explica el salto hacia delante de la
población, que superara los habitantes hacia 1800. Hay dos interpretaciones de esta historia demográfica: la
primera se refiere al mecanismo de la revolución demográfica del siglo XVIII. El papel decisivo que tuvo el
retroceso de la mortalidad, que habría permitido una mayor producción de medios de subsistencia y una mejor
distribución y circulación de las disponibilidades alimenticias a corto o largo plazo, así el mejoramiento de los
balances demográficos en el siglo XVIII se pone en relación, en primer lugar, con los progresos de la técnica
agrícola y la comercialización de los productos del campo. Hobsbawm hace notar que la agricultura, era tan
poco eficaz que mejoras muy pequeñas, referentes a los animales, los abonos, los cultivos y la selección de
plantas; la alimentación, la mortalidad, los ciclos de virulencia, las modificaciones climáticas que podrían
mejorar las cosechas, determinadas enfermedades, la evolución de la nupcialidad y de la natalidad fueron
elementos favorables para un aumento de los núcleos familiares y del número de nacimientos por pareja.
La segunda observación concierne a las relaciones de causalidad entre revolución demográfica y revolución
industrial. El impulso demográfico, llevo a un alza del consumo que propicio a un aumento de la fuerza de
trabajo, pudo ampliar el mercado interior y estimular la producción industrial y progreso técnico. La aceleración
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del crecimiento demográfico a partir de 1780 responde a una necesidad de mano de obra por parte de una
economía en expansión.
b- Las transformaciones agrícolas: la revolución industrial del siglo XVIII ingles estuvo precedida por un vasto
movimiento de progreso agrícola. Los signos más seguros del alza de la producción agrícola es el lugar
alcanzado por Inglaterra en el mercado de granos de Europa occidental, a expensas de los países del Báltico.
Hasta 1766, Inglaterra había sido por lo regular un país exportador, a partir del 1700 las exportaciones
duplicaron y se mantuvieron entre los años 1730 y 1763. Este aumento de la producción se sostuvo, desde
finales del siglo XVIII, a causa de una intensificación del cultivo, extensión del cultivo de las plantas forrajeras,
aumento de las cabezas de ganado, en el sur de Inglaterra. ¿Cuáles son las causas de este desarrollo?
Inglaterra en los años 1650-1750 se vio afectada, como el resto de Europa, por una depresión de los precios
agrícolas que repercutió sobre todo en los cereales. La amenaza que pesó sobre los beneficios agrícolas
incitara a los grandes propietarios a la innovación. Los progresos llevados a cabo modificaron las relaciones
tradicionales de equilibrio y de inelasticidad entre población y capacidad de producción agrícola. Entre 1750-
1760, entró Inglaterra en una fase de desarrollo demográfico, este desarrollo no se vio frenado por una
insuficiente capacidad alimenticia del suelo británico. En algunos años cesaron las exportaciones, para dejar
lugar a la importación, comenzaron de nuevo a ascender los precios agrícolas, lo que constituía la
manifestación de una nueva tensión entre producción y consumo en el mercado inglés, pero el aumento de
necesidades en una población dentro de la cual, los ciudadanos eran más numerosos, tuvo como resultado el
estímulo del progreso técnico de la agricultura. El periodo entre 1760 y el fin de las guerras napoleónicas se
caracterizó por una aceleración de las enclosures, en beneficio de las tierras cultivadas, por una amplia
difusión de las nuevas prácticas agronómicas, definidas y recomendadas medio siglo antes, mientras la mixed
farming ganaba y fertilizaba grandes extensiones de terreno.
Esta revolución agrícolas se articula en numerosos puntos en torno a la expansión, ya que no a la revolución
industrial. La primera aparecía como una condición de la segunda en la medida en que era preciso que la
agricultura fuese capaz de alimentar una cantidad creciente de población activa no agrícola. El periodo de
bajos precios de los medios de subsistencia, que se prolongó hasta la mitad del siglo, dio lugar, mientras los
salarios permanecieron estables o aumentaron ligeramente, a un poder adquisitivo que pudo ser empleado en
compras suplementarias de productos manufacturados. La industrialización se presenta aun de forma más
directa como el reflejo del progreso agrícola. El aumento del volumen de la producción agrícola estimulo las
industrias que utilizaban materias primas agrícolas: molinos, cervecerías, destilerías, fábricas de velas.
Progreso económico y enclosures implican fuertes inversiones en herramientas, instalaciones y
construcciones (cercas, caminos, granjas) así como en sostenimiento: las pequeñas industrias metalúrgicas
de las regiones encontraron con ello la ocasión de una nueva actividad, que exigía un fuerte incremento del
consumo de hierro colado y en lingotes. Solo la exportación de granos pudo desarrollar las construcciones
navales y el trabajo en los puertos. La reinversión de los beneficios de origen agrícola pudo favorecer a la
industria, en forma de construcciones rurales o urbanas, así como excavación de canales. La mejora de las
técnicas agrícolas y las enclosures no impidieron el mantenimiento de un alto nivel de empleo y de población
en los campos. La sustitución de los barbechos por el cultivo continuo, el desarrollo de la aparcería, el
establecimiento y el mantenimiento de las zanjas y setos de los cercados, la partición y roturación de los
terrenos comunales forestales, la recuperación de paramos y marismas crearon una demanda de mano de
obra, reclutada lejos de las localidades interesadas por tales trabajos y estimularon el comercio y la artesanía
rurales. La pequeña propiedad campesina no sufrió una destrucción acelerada: en las regiones aun sometidas
al régimen, se mantuvo; en las regiones de enclosures, algunos pequeños propietarios se vieron obligados a
vender, pasando así a la categoría de arrendatarios o de braceros. En los años sesenta o setenta los precios
altos del grano, que cubren el periodo comprendido entre la mitad del siglo XVIII y 1815, permitieron a no
pocos pequeños propietarios hacer frente a los fuertes gastos que originaba el cercar sus posesiones y
conservar así un puesto honorable en el nuevo sistema agrario. Si la revolución industrial, en el curso de su
desarrollo, tuvo que acudir a las reservas de población activa, estas le fueron proporcionadas por el
movimiento general de crecimiento demográfico, por no hablar de la inmigración irlandesa.
c- La influencia del mercado en la revolución industrial:
La evolución del mercado interior: la demografía, del movimiento de los precios y de la producción agrícola
coinciden en sugerir que el consumidor inglés se benefició de la coyuntura de la primera mitad del siglo XVIII.
No solo la alimentación del conjunto de la población aumento en cantidad y en variedad sino que además los
hogares británicos comenzaron a disfrutar de una variedad creciente de artículos de utilidad domestica:
muebles, vajilla, tejidos, relojes. En los años 1720-1740 surge basada en el consumo nacional, la industria
algodonera de Lancashire. Los cambios en cuanto a la distribución responden a esta intensificación del
consumo: las ferias, donde se efectuaban periódicamente las compras, después de la recolección, decaen en
beneficio del mercado semanal y de la tienda, las compras, antes marginales e intermitentes, se vuelven
continuas, indicio de disponibilidades monetarias acrecentadas. Inglaterra a pesar de una población debil,
habría ofrecido a la producción industrial un mercado interior muy favorable gracias a la vitalidad comercial y
al precoz desarrollo de un consumo masivo. Semejante mercado se vio estimulado por la relación salarios-
precios agrícolas dejo de ser tan favorable al consumo; además, una expansión de la producción industrial y
de cierta efervescencia tecnológica en el periodo que precede a la revolución industrial: incremento de las
importaciones de materias primas provenientes del Báltico; búsqueda de las reservas rurales de mano de
obra, uso creciente del carbón como combustible industrial, innovaciones técnicas de alcance limitado, que no
son capaces de alterar tal rama industrial, primeros esfuerzos de racionalización del trabajo o de estudio
sistemático del mercado.
-El mercado exterior: la revolución tecnológica no emerge. Cierto que hizo una aparición en el sector de las
industrias de transformación agrícola con la fábrica de cerveza, científica y mecanizada. Pero la industria
cervecera no llego a ser una industria motriz, pues el resto de la industria permaneció indiferente a su
evolución. Según Hobsbawm esta industria fue la primera que dio el salto desde una forma de organización de

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la producción a otra, si la masa de los empresarios de esta rama de la industria textil se convenció de que era
necesario disponer de nuevos medios de producción, ello se debió a la presión de un mercado exterior,
europeo y atlántico; un mercado que exigía la fabricación masiva de artículos de gran consumo, y cuya
demanda aumentaba a tal ritmo que los métodos tradicionales eran incapaces de satisfacerla. El Reino Unido
encuentra en las colonias americanas un primer mercado, en el que la exportación se desarrolla al ritmo
mismo de las economías fundadas en la esclavitud. Un segundo mercado, se halla constituido por las
economías de Europa oriental, basadas en la servidumbre. El comercio británico se esfuerza, durante todo el
siglo XVIII, por establecer su monopolio sobre el primero, mediante tratados y con la guerra, ayudado por un
gobierno mucho más solidario con los intereses económicos en Francia. Los esclavos comprados a cambio de
telas de algodón en las costas africanas determinaron la fortuna de una industria algodonera que había
comenzado por constituirse en el mercado metropolitano.

Problemas de la primera revolución de las técnicas industriales:

Entre el desarrollo de una tensión excepcional de la oferta y la demanda y su resolución, dos etapas
constituyen, la revolución industrial: la de la invención técnica y la de la difusión de esta invención.
a-La invención técnica: plantea el problema de la actitud de una sociedad para resolver las dificultades
técnicas mediante la innovación. A nivel de la invención de mecanismos nuevos destinados a economizar
trabajo humano, por ejemplo en la industria textil, la innovación ha sido normalmente obra de una sociedad de
artesanos inteligentes, hábiles, ambiciosos, pero desprovistos de conocimientos científicos. A nivel de la
industria química, o de la mecánica de precisión, cuya evolución han provocado los progresos de la industria
textil o la construcción de la máquina de vapor, es imposible no evocar las relaciones entre la ciencia y la
técnica industrial en la Inglaterra del siglo XVIII. La industrialización, aparece como el producto de un cierto
medio social y cultural. Los perfeccionamientos fueron logrados por hombres de ciencia, que practicaban la
experimentación científica y se interesaban por las aplicaciones industriales de sus experimentos. Por
ejemplo, la fabricación del ácido sulfúrico en gran escala se debe al ingenio del médico John Roebuck de
Birmingham (el estudio de la medicina era el único que incluía el de la química) asociado con un hombre de
negocios, Samuel Garnett. Roebuck sustituyó la fabricación en damajuanas de vidrio, frágiles y de capacidad
limitada, por la preparación en grandes cámaras de plomo, después de haber comprobado la resistencia de
este metal al acido. Otro ejemplo de la colaboración entre la ciencia y la industria nos lo proporcionan las
investigaciones termodinámicas de Black, que demostró en 1763 que la cantidad de calor necesaria para la
transformación del agua en vapor es considerable aun cuando el agua esté ya en ebullición, dos años
después, Watt consigue perfeccionar la máquina de Newcomen por medio de un condensador separado del
cilindro, que mantiene en cambio a una temperatura elevada, con lo que limita la perdida de energía. Para
explicar la apertura hacia los problemas científicos, el avance tecnológico de los medios industriales ingleses,
en la calidad de la formación impartida, no en las universidades inglesas tradicionales, controladas por la
iglesia establecida (Oxford y Cambridge) sino en las universidades calvinistas de Escocia y en las Academias
del Dissent en Inglaterra. Londres había tenido, desde los tiempos de la Restauración, su Royal Society. A
partir de 1781, Manchester tuvo su Literary and Philosophical Society, cuyos fines eran utilitarios a la par que
científicos. Reunía, junto a muchos de sus colegas y algunos eclesiásticos, a genes interesadas por las
aplicaciones industriales de los conocimientos científicos, por la relación entre ciencias liberales y comercio e
industria. Esta sociedad fundo en 1783 un instituto de enseñanza superior destinado a jóvenes pertenecientes
al ámbito de los negocios, en cuyo programa se daba particular importancia a la química y a la mecánica, el
curso más concurrido era el destinado a las técnicas de blanqueo, tinte y estampado de telas. Los
intercambios se hacían en los dos sentidos, y la ciencia acabo por aprovecharse de las exigencias de la
industria. La renovación de la investigación científica, a partir de mediados del siglo XVIII, parte de las
regiones industriales: Birmingham, Manchester, Liverpool y Escocia. La revolución industrial parecía haber
creado la ciencia que le hacía falta, y esta, a su vez, parecía haber orientado algunas de sus investigaciones
en función de determinados problemas industriales.
b-La difusión de las nuevas técnicas:
-Psicología del empresario: La decisión masiva de los empresarios de llevar a cabo los gastos de inversión
necesarios para la adquisición de nuevos medios de producción depende de sus esperanzas de conseguir
beneficios y de las perspectivas de expansión del mercado. Pero tal decisión supone ciertas evoluciones
mentales: la creencia en la posibilidad de eliminar cualquier obstáculo para la producción, fruto de la difusión
del espíritu newtoniano, un espíritu de empresa, capaz de aceptar los riesgos de la aventura industrial, una
concepción nueva del lucro.
-El problema de los capitales: pero el éxito de las innovaciones técnicas derivo del hecho de que no
necesitaban sino inversiones iniciales modestas. La mayor parte del capital disponible en la Inglaterra del siglo
XVIII no se podía invertir en empresas industriales. En lo que respecta a la propiedad inmobiliaria, las
enclosures y los progresos agrícolas absorbían muchos capitales, sin hablar de los gastos de consumo que
exigía el estilo de vida de los señores. Cuando se hacían inversiones fuera del sector agrícola, se orientaban
hacia la minería, las carreteras, los canales, hacia las empresas necesarias para la expansión de la revolución
industrial, pero no relacionada con ella. En lo que respecta al comercio, no es frecuente comprobar
inversiones directas en la industria, en lo que respecta a la banca privada. El capital fijo necesario para
impulsar las nuevas fábricas textiles y metalúrgicas fue proporcionado por los mismos círculos industriales,
por medio de la autofinanciación o por recurso a las categorías tradicionales de socios capitalistas. El capital
circulante sigue siendo predominante en el conjunto de los capitales necesarios a las empresas. El comercio
sostuvo a la empresa industrial, en la medida en que sus medios se lo permitían, amplios créditos para la
compra de materias primas, o anticipos sobre consignación de artículos fabricados pero aun no vendidos.
Casas de comercio marítimo, de importación y exportación, mayoristas del comercio interior, comerciantes-
fabricantes, toda una sociedad mercantil rica y emprendedora, aparecen sin duda como los auxiliares

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indispensables de la revolución industrial. El uso constante de cuentas corrientes, de pagarés, ejemplifica este
amplio recurso al crédito comercial, sistema en el cual pequeños negocios que solo disponen al comienzo de
capitales muy limitados, llegan a lanzarse a una fabricación de volumen considerable gracias a la circulación
de los efectos comerciales y a las operaciones contables que hacen excepcionales los pagos al contado.
Empresas de un tamaño más imponente reciben sustanciales créditos bancarios a largo plazo.

Implicaciones sociales y políticas de la revolución industrial:


a-Problemas de mano de obra y de trabajo: el principal problema humano de una empresa equipada con
nuevas máquinas no era a finales de siglo XVIII, de orden cuantitativo, reclutar suficiente mano de obra, sino
de orden cualitativo, encontrar una mano de obra capaz de efectuar el nuevo tipo de trabajo al que la
revolución tecnológica había dado origen, y al que esta mano de obra opuso a veces una resistencia y una
fuerza de inercia perjudiciales a la rentabilidad de la empresa. Se trata de la adaptación al ritmo regulare de
trabajo de la fábrica. El trabajo en el campo o en el taller artesano era de una gran flexibilidad y de una mayor
humanidad; ignoraba la sujeción del horario, la de la presencia continua ante lo que es ya la máquina, la
duración anual del trabajo industrial, opuesta al ritmo estacional, tanto del trabajo agrícola lo mismo que del
trabajo artesanal, con tanta frecuencia complementarios en el antiguo sistema. De ahí las diversas formas de
reacción defensiva del obrero contra su trabajo, y como consecuencia, del empresario contra el obrero. Los
domingos, y los días feriados y los días de paga mensual, se prolongan con uno y a veces más días de paro
que desorganizan la producción. La mano de obra se ausenta durante las grandes faenas del campo, o
abandona con frecuencia un empleo por otro. Este es el origen del aspecto represivo se descubre en la actitud
patronal: las disposiciones disciplinarias, multiplicadas por los reglamentos interiores en las fábricas, encierran
al obrero en una red de prohibiciones y de infracciones, la fábrica comienza enseguida o incluso a la prisión,
severas multas vienen a reducir el salario. El paternalismo se difundió durante la revolución industrial, ya que
los empresarios más inteligentes tuvieron enseguida la idea de que era preferible tratar de luchar contra el
espíritu migratorio de la mano de obra o contra su falta de ardor en el trabajo mediante la concesión de
ventajas o de estímulos capaces de mantenerla en su sitio y de elevar su rendimiento: de ahí prácticas como
las del pago por piezas, las gratificaciones y toda la política social tendente a suministrar a los obreros
vivienda y educación, de la que pueden encontrarse ejemplos a finales del siglo XVIII.
b- Problemas de la condición obrera: uno de los aspectos más controvertidos de la gran mutación social a
la que dio origen la revolución industrial es el de la evolución de la suerte de las clases trabajadoras en
función del desplazamiento de la industria desde el campo a la ciudad, así como las nuevas condiciones de
trabajo, de existencia y de vida social. La adaptación a una nueva ecología se realizó en condiciones muy
malas para los trabajadores del nuevo sector industrial. En el plano fisiológico, el tránsito de la vida rural a la
vida urbana señalo el comienzo de un amplio movimiento de degradación, debido a las malas condiciones de
vida material: instalación de ciudades que no estaban preparadas para las transformaciones necesarias que
suponía el brusco aumento de la población, por lo que el hacinamiento en inmuebles-cuarteles representa un
retroceso con respecto a la vida (conventillos, villas). Alimentación más irregular y menos higiénica, malas
condiciones sanitarias del trabajo en la fábrica. En el plano psicológico, la evolución hacia el individualismo de
los hogares arrancados del marco de la comunidad campesina se vio acompañada de una destrucción de las
bases tradicionales de la vida familiar, a causa del trabajo de las mujeres y los niños, difundido desde el final
del siglo XVIII. La fábrica y el patrón crearon, un nuevo marco y una nueva jerarquía, pero dentro de una
atmosfera inarmónica.
c-Modificación de la estructura social: la importancia social de la revolución industrial se mide por el hecho
de que alimento el desarrollo de nuevas clases. Al nivel de la burguesía, se produce la aparición de una nueva
categoría de empresarios surgida de la pequeña burguesía de los oficios, de los empleados de los
comerciantes-fabricantes, no hay que confundir con aquella elite de la burguesía rica, culta y emprendedora
que dio impulso a la revolución técnica, mundo nuevo en cuyo interior a veces se amasan grandes fortunas
durante una sola generación a partir de medios modestos. Un artesano tradicional al que la revolución
industrial, en su primera fase, siguió haciendo crecer: es el caso del ejercito de tejedores manuales, que se
resiste a las posibilidades. Al nivel del asalariado se produce el fenómeno llamado a un crecimiento mucho
más rápido en el curso del siglo XIX, de la concentración obrera y de la aparición de un nuevo tipo de
proletario. Su característica primordial, a la espera de la constitución de una verdadera clase obrera de la gran
industria.
d- Revoluciones económicas y evolución política:
Los filósofos de la Luces tenían la costumbre, en los países del continente, de presentar a Inglaterra como un
país ejemplar, desde el punto de vista del avance de las instituciones políticas lo mismo que desde el de la
prosperidad comercial. La aceleración de la evolución económica y social de este país, su entrada en la fase
de la industrialización, no tuvieron como consecuencia, ni a corto ni a largo plazo, una subversión del
equilibrio social ni un abandono de las formas políticas tradicionales. La Gran Bretaña salida del siglo XVII con
una estructura social flexible, con un sentido del nacionalismo que había rejuvenecido las estructuras políticas
y sociales, se encontró en el siglo XVIII con las condiciones mas favorables para el despegue de su
economía. La industrialización reforzó las posiciones materiales, y por consecuencia el poder político de la
aristocracia; sus rentas no procedían solamente de la tierra. Pero introdujo un fenómeno de división en el seno
de las restringidas elites dirigentes que se repartían el ejercicio de las funciones representativas y
gubernamentales; poco a poco fueron acogiendo a nuevas familias cuyos intereses industriales no habían de
tardar, después de 1815, en chocar contra los intereses agrarios. Por otra parte, el final del siglo XVIII se halla
marcado en la vida política inglesa por el rápido ascenso de una nueva fuerza, cuya constitución es anterior a
la industrialización: el radicalismo. Sus bases sociales se hallan en las densas concentraciones populares de
las que Londres nos da el mejor ejemplo con sus marinos, sus obreros portuarios, sus artesanos y obreros de
la industria de la seda; se trata de elementos de la sociedad inglesa cuyo peso aumenta con el desarrollo del
comercio marítimo. Estas clases populares se irritan por la insuficiencia y la inequidad del sistema de

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representación y de sufragio; por el carácter aristocrático, cerrado, del parlamento, cuya actividad parece
ejercerse al margen y a espaldas del resto de la nación. Su descontento se expresa en numerosas ocasiones
con motivo de las crisis políticas o económicas que sacuden el reinado de Jorge III. Al final de la guerra de los
Siete años, la agitación que se cristaliza en torno de la persona y la fisonomía de un movimiento de masas,
desemboca en las reformas de 1770-1771, relativas al procedimiento de convalidación de las elecciones
impugnadas y la libertad de información de los debates parlamentarios. En 1780, en el peor momento de la
guerra contra las trece colonias, cuando amenaza una rebelión en Irlanda, se desarrolla en el Yorkshire el
movimiento de las asociaciones radicales, mientras las masas populares londinenses toman parte, en los
llamados motines de Gordon, aquella verdadera explosión revolucionaria, no desemboca en ninguna reforma
parlamentaria, el movimiento jacobino ingles no lograra nunca quebrantar el régimen. La sociedad inglesa de
los años 1780 y 1790 haya tenido también sus sans-culottes, y aunque las organizaciones obreras nacientes,
acudieran a reforzar el movimiento radical, Inglaterra sigue conservando en la época de la Revolución
industrial una estructura política estable o en muy lenta evolución. Se debe por el sentimiento nacional y anti
francés, pero sobre todo a que el radicalismo popular carecía del elemento dirigente, que hubiera podido ser
la burguesía comercial inglesa. Esta no tenía nada esencial que reprochar al régimen político.

INGLATERRA EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX CAPITULO 6 DE BERGERON:


La evolución de Inglaterra de 1793 a 1849: el primero fue el año en que Inglaterra entro en guerra contra la
Francia revolucionaria y más tarde napoleónica; 22 años de guerra, interrumpidos `por un momento de tregua
después de paz de Amiens que pusieron fin a la primera ola de la Revolución Industrial, modificando de una
manera temporal las condiciones de la vida política y las reacciones colectivas. En 1849 fue un año decisivo
de Inglaterra del siglo XIX por: la adopción del librecambio, la expansión de su capitalismo industrial, entre la
invención del ferrocarril y la del acero Bessemer, la nación hallara a punto de entrar, modificando la coyuntura,
en la plenitud de la prosperidad victoriana; con la coincidencia entre el fracaso de los movimientos
revolucionarios y el debilitamiento de las resistencias conservadoras. Entre estos dos límites cronológicos, hay
un periodo de transición entre 1813-1815, desde el fracaso del bloqueo continental hasta la batalla de
Waterloo: desde la crisis económica de 1812 a la de 1817, Inglaterra se embarca en una etapa de dificultades
que coinciden con el retorno de la paz, dificultades económicas de una agricultura habituada a los precios
altos, de una industria que busca mercados y pierde beneficios, dificultades políticas y sociales provocadas
por las grandes olas de fondo del descontento artesanal y obrero que la clase dominante trata de quebrantar.
Inglaterra fue, junto con Francia, el país beligerante comprometido en las guerras de 1793-1815. Un país
donde la producción agrícola era capaz de sostener el movimiento demográfico, donde la escasez de
alimentos dejo de introducir en este movimiento accesos periódicos de mortalidad, donde las tasas siempre
elevadas de nupcialidad y natalidad se apoyaban en una expansión continua de la economía industrial.
Esta Inglaterra del siglo XIX seguía siendo, a pesar de los primeros triunfos del maquinismo, un país en el que
la producción se hallaba dominada por la agricultura; una agricultura que la revolución de las técnicas
acababa de conquistar. El aumento de la producción agrícola, principalmente del trigo, entre 1780 y 1820 fue
del 50%, duplicándose la tasa de aumento a partir de 1800. Por las malas cosechas, los gobiernos adoptaron
iniciativas para estimular la difusión de la nueva agricultura. Fue las medidas de protección para sus intereses
como:
a- el aumento de los niveles de escala móvil de derechos sobre los granos, que elevo el precio rentable
del trigo.
b- La reforma del sistema de asistencia pública en 1796 que autorizo la asistencia a domicilio. Mantenía
en los campos un nivel muy bajo de salarios, ya que las cuotas de asistencia incidían sobre el salario.
También fijaba campos, a causa de la seguridad de la asistencia a toda una población proletaria e
inmigrada que no experimentaba con tanta fuerza la necesidad de buscar un trabajo mejor pagado en
las regiones en vías de industrialización.
Entre 1784-1786 y 1811-1813, la industria algodonera ocupaba el primer puesto entre las industrias británicas
y suponía al final del periodo un 40% del valor de las exportaciones británicas de mercancías. Los progresos
de la Revolución industrial prosiguieron de una manera irregular. El progreso tecnológico se resistió de una
menor intensidad de las inversiones. Estas solo se mantuvieron activas entre 1797 y 1803. Alrededor de 1810
el único acontecimiento notable fue la creación de las primeras fábricas de tejeduría mecánica del algodón. La
característica principal de 1793 a 1815 fue la mecanización integral de la hiladora del algodón, con la difusión
de las potentes mules. La tejeduría siguió siendo casi manual, pero ello se debía a la gran abundancia de
mano de obra y su bajo precio mantuvo en un estancamiento técnico.
Las guerras fueron la ocasión de una experiencia monetaria y de una amplificación del sistema de crédito que
contribuyeron a sostener la actividad económica y el comercio, en condiciones en las que la necesidad de
capital circulante se hacía cada vez más urgente. El episodio de 1797, fue la brusca caída de las reservas
llevo al gobierno a suspender la convertibilidad y a hacer permanente esta suspensión hasta el
restablecimiento de la paz mediante el Restriction Act de 1797. Este régimen de la circulación de la libra
esterlina de papel moneda no convertible habría de prolongarse hasta 1821, y garantizado por la confianza del
público, así como por la moderación con que fue utilizado, conoció un éxito indudable y constituyo un
elemento de fuerza para Inglaterra. A diferencia de Francia, el curso forzoso del papel no sirvió al gobierno
para financiar la guerra mediante la inflación; y si bien este obligo a la Banca de Inglaterra a descontarle en
billetes una masa importante que ponía en circulación, se esforzó sobre todo a partir de los primero años del
siglo, en cubrir la mayor parte de sus gastos por medio de una carga fiscal aumentada. Millones de libras
esterlinas en billetes emitidos por la Banca de Inglaterra sirvieron para aumentar los descuentos en beneficio
de la industria y del comercio, sobre todo en los años de crisis. A pesar de esto, la situación interior de la
moneda siguió siendo satisfactoria y no se vio amenazada por una inflación de precios. Las tendencias
inflacionistas del crédito, la precariedad de la balanza de pagos, provocaron una depreciación de la libra
esterlina que llego a alcanzar el 20%.

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Desarrollo brusco de la producción industrial, posición frágil de la moneda en el mercado internacional, puede
advertirse la influencia del comercio exterior, exportación de artículos manufacturados, reexportación de
productos coloniales, sobre la prosperidad de un país que era menos autárquico, a pesar de la importancia del
sector agrícola y de las industrias artesanales de consumo. A corto plazo, el bloqueo continental pudo
provocar en Inglaterra temibles crisis, sobre todo cuando los efectos de una clausura eficaz de Europa se
combinaban con los inconvenientes de las malas relaciones angloamericanas o con los de una crisis agrícola.

A fines del siglo XVIII, Inglaterra se benefició del hundimiento colonial de Francia. En los primeros años del
siglo XIX acentuó su penetración comercial en la América hispano-portuguesa a partir de 1808, se encontró
separada de las metrópolis ibéricas. Desde 1790, las exportaciones británicas con destino a los Estados
Unidos de América progresaron rápidamente gracias a la expansión económica del joven Estado. Napoleón
Bonaparte seguía prestando atención a una política y una estrategia continentales; Gran Bretaña edificaba
sobre las ruinas de los antiguos sistemas coloniales el nuevo imperio del libre comercio y desplazaba hacia el
Atlántico desde Europa y los mares que la bordean, el eje de su prosperidad comercial. La supremacía inglesa
se afirmó en otros mares entre el desarrollo de los intercambios angloamericanos y la ocupación de El Cabo y
de las Islas Mauricio, la instalación en Singapur o incluso el cuasi-monopolio de la Compañía Inglesa de las
Indias Orientales en el comercio con China. Las guerras de la época revolucionaria e imperial tuvieron sobre
el crecimiento económico de Gran Bretaña una influencia favorable de acuerdo con los momentos se podría
calificar de negativa, ejercieron una influencia conservadora sobre las instituciones políticas y sociales,
suscitando una reacción nacional e ideológica que freno la evolución interior.

Las primeras etapas de la revolución francesa dieron un nuevo impulso a la agitación radical que desde 1783
no se había beneficiado de una coyuntura política. Cuando en 1789 en la sesión anual de la Sociedad de la
revolución, fundada para conmemorar la revolución de 1688. La radicalización de la Revolución en Francia a
lo largo del año 1792 provoco un entusiasmo en las clases trabajadoras, y un jacobinismo inglés, que se
apoyaba en la clase artesana y obrera. El club revolucionario británico, fundado en 1792 llegó incluso a
celebrar las primeras victorias de los ejércitos franceses. Estas sociedades, al recoger en sus peticiones en
1780, extensión de las libertades políticas y civiles, ampliación del sufragio, reforma parlamentaria, estaban
invocando de hecho con sus reclamaciones una nueva revolución inglesa. Pero aquel movimiento no fue ni
amplio, ni estuvo arraigado en la conciencia colectiva como para resistir la represión que se abatió sobre el en
1793. La clase dirigente, la burguesía financiera y terrateniente se sintió muy amenazada por la ocupación de
Bélgica, la democratización de la sociedad, y la vida política. La Revolución francesa con su violencia, su
entusiasmo por la guerra, su rechazo de la monarquía, no resultaba demasiado adecuada para conquistar
amplias simpatías populares, sino para resucitar las viejas tendencias francofobas y despertar de nuevo el
chauvismo. El pueblo ingles bien alimentado y en aspiraciones a una mayor igualdad se encontraban
limitadas por un moralismo conformista, no necesitaba mas para despreciar al sans culotte hambriento,
terrorista y antirreligioso, al francés rival hereditario del poderío británico y aliado tradicional de Escocia.

La guerra se convirtió en la ocasión de una rigurosa reacción política, social y colonial contra la Francia
revolucionaria. En 1794, la suspensión del habeas corpus permitia la aceleración de persecuciones y
condenas contra los escritores y agitadores jacobinos. Desde 1790 los whigs se habían ido acercando a
posiciones conservadoras análogas a las de los tories; dejo de plantearse la cuestión de las reformas, que
cayeron en el olvido. Las reflexiones de la revolución francés publicadas en 1790 contribuyeron a la
cristalización de una opinión publica nacionalista, partidaria de conservar las instituciones políticas y sociales
inglesas, fruto de una experiencia colectiva y secular.

Los años siguientes proporcionaron al gobierno la ocasión de un endurecimiento todavía más neto de su
autoridad. A los motines de 1795 respondió con la prohibición de las reuniones sin la presencia de un
magistrado. El periodo crítico de 1797-1800 fue testigo del aplastamiento de los irlandeses unidos de Wolf
Tone, el sometimiento político de Irlanda por el Acta de Unión de 1800 y la represión de la agitación obrera
mediante el Combination Act que castigaba con la prisión o los trabajos forzados la asociación y la coalición.
Hacia 1800 Inglaterra ofrecía la imagen de una nación firmemente conservadora, en el seno de la cual la
influencia política de la aristocracia terrateniente daba la impresión de que iba a sobrevivir durante mucho
tiempo a las transformaciones económicas en curso.

NUEVAS ETAPAS DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL (DE 1815 A MEDIADOS DEL SIGLO XIX)

El fin de la guerra y los primeros años de la paz proporcionaron a la economía británica seria dificultades
relacionadas con el reajuste:
a-La agricultura británica hacia 1815 podía jactarse de un notable nivel técnico. Pero el rendimiento elevado
del trigo con la rotación cuatrienal, la calidad del ganado lanar y vacuno de engorde rápido, tenían como
contrapartida una carestía de los productos que solo era sostenible en el periodo de los altos precios de
guerra. El restablecimiento de la libertad del comercio de cereales provoco la caída provoco la caída del
precio. Contra este ataque a sus ingresos, los terratenientes consiguieron que la ley de 1815 elevara el precio
por debajo del cual se aplicarían los derechos de protección, las cotizaciones se sostuvieron artificialmente a
causa de la crisis cíclica de 1816-1817, pero luego la tendencia a la baja de larga duración (1817-1851) redujo
al proteccionismo a la impotencia para impedir el derrumbamiento de las cotizaciones en el mismo mercado
británico.
b-Las industrias afectadas por la revolución industrial atravesaron una crisis grave. Las exportaciones
británicas, después de haber hecho irrupción sobre el continente europeo, sufrieron la ofensiva de los
proteccionismos europeos, que se esforzaban por hacer revivir el bloqueo en plena paz para salvaguardar las

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nacientes industrias continentales. por ejemplo, en la metalúrgica, al boom ocasional de los tiempos de guerra
sucedió una fase de verdadera desinversión; numerosas fabricas fueron cerradas e incluso demolidas. El
mercado del trabajo evolucionaba hacia la saturación, la desmovilización había devuelto hombres, la
inmigración irlandesa se acentuaba, el hacinamiento era sensible en el mundo de los tejedores. En cuanto al
mercado de consumo interior, tendía a la depresión. El poder adquisitivo se vio afectado por la baja de los
salarios hasta 1830 y quedo anulado en épocas de crisis agrícola. Gran Bretaña que había soportado el peso
financiero de la guerra y pagado una parte de los gastos de sus aliados, se encontraba en 1816 con una
deuda pública. Pero lo que caracteriza a 1820 es la deflación: de los precios, que en la industria es el efecto
de la competencia y de la producción masiva, y que engendra la deflación de los beneficios, cuyo nivel era
elevado en los primeros tiempos de la Revolución Industrial. Después de 1815, Inglaterra explota los
resultados conseguidos durante la guerra: eliminación de la competencia comercial y colonial de Francia,
monopolio del comercio con los países subdesarrollados o en vías de desarrollo. En la industria algodonera
podrá juzgarse el papel capital desempeñado por los mercados alejados de acuerdo con el progreso de las
ventas de los tejidos británicos. Con la mecanización de las hiladoras se asiste a la verdadera destrucción de
una clase de trabajadores, ya que el tejedor a mano era un hombre, mientras que las que trabajaban en los
telares mecánicos son mujeres.
c-En Inglaterra se encuentra reunidas en 1830, las condiciones técnicas y económicas adecuadas para dar un
nuevo impulso a la producción metalúrgica: de este modo la Revolución industrial va a entrar en su segunda
etapa. Son las minas de carbón las que proporcionan estas condiciones: el aumento de su producción (el 90%
de la producción mundial) exige, a comienzos del siglo XIX, un potente medio de transporte para llevar el
carbón desde la mina hasta el punto de embarque, esta exigencia da origen a la tracción por rieles. En 1825 la
maquina: la locomotora de Stephenson, utilizada en la cuenca minera. Económicamente, la industria se
encuentra en condiciones de acoger la invención de la tracción a vapor sobre rieles. Pero la importación de
algodón en bruto y la exportación del algodón manufacturado se desarrollaban a un ritmo tal que el
embotellamiento de tráfico se hizo inquietante en 1820. En 1826 se tomó la decisión de construir una vía
férrea que se inauguró en 1830 con la locomotora Rocket. Desde mediados del siglo XIX, la red ferroviaria
inglesa. La construcción se había llevado a cabo en dos fases: 1839-1841 y 1844-1847. Aquel boom
ferroviario había revestido el aspecto de una especulación financiera. Los capitales acumulados en Gran
Bretaña, que la clase media no encontraba donde colocar en una industria incompletamente transformada, y
que se orientaba hacia los depósitos bancarios o los empréstitos en el extranjero, encontraron en las acciones
de las compañías ferroviarias un empleo seguro y remunerador. En el plano económico, la construcción de los
ferrocarriles fue un elemento inflacionista. Su repercusión sobre el mercado de trabajo no fue despreciable: en
1847, por ejemplo empleaba a casi 260.000 obreros de la población activa masculina, y permitía absorber una
parte de la inmigración irlandesa o de los excedentes de mano de obra rural. Creo una demanda
suplementaria y masiva en las industrias mineras, metalúrgicas y mecánicas. La siderurgia escocesa y galesa
recibió con ello un poderoso impulso. De 1832 a 1842 se triplico la producción de hierro colado, de 1844 a
1847 supero la producción. La exportación estaba ocupando el puesto de la demanda interior, pues los países
del continente acudían a la siderurgia británica para la construcción de sus propios ferrocarriles.
En las industrias afectadas por la revolución técnica entre los años 1820-1850 fueron favorables desde varios
puntos de vista. Las dificultades encontradas por los empresarios y a la disminución de los beneficios, se
advertirá el salario como el empleo sirvieron a los intereses patronales. Persistencia de una fuerte natalidad;
recuperación de la movilidad geográfica de la mano de obra con la reforma de 1834, que suprimió la
asistencia a domicilio, importancia de la emigración. El irlandés que vivía de patatas, de sal, del aguardiente y
de la cria de un cerdo, era el que resistía menos mal aquella compresión del salario hasta un límite inferior a
las necesidades vitales. En las fábricas de algodón, la sustitución del trabajo masculino por el de la mujer y el
niño permitió acentuar la presión sobre los salarios. Las crisis de superproducción industrial, como la de 1842,
por ejemplo, fueron seguidas de un aumento del paro y de una considerable reducción de los salarios.
Los beneficios quedaron a salvo gracias al aumento de las cantidades producidas. La década de 1840
presencio la campaña victoriosa del libre cambio, destinado a un brillante porvenir hasta 1930. La Liga de la
ley anti-maíz fundada en 1836 por los industriales y aliada al movimiento popular cartista, ejerció sobre el
Parlamento una presión para hacerle abrogar por etapas, desde 1842 hasta 1846 y 1849, los aranceles sobre
la importación de cereales y otros productos alimenticios, así como sobre la de materias primas y productos
manufacturados. De este modo los industriales británicos rompían en beneficio propio el equilibrio tradicional
de los intereses económicos: el libre cambio les permitía procurarse las materias primas al precio más
ventajoso, mientras que su avance técnico les ponía al abrigo de cualquier competencia en los productos
manufacturados. Al abrir los puertos ingleses a los productos alimenticios y las materias primas de los países
subdesarrollados, aumentaban al mismo las posibilidades de vender productos británicos a aquellos países,
con lo que el poder económicamente más fuerte convertía así el libre cambio en un instrumento de
dominación, en un medio para imponer la división mundial del trabajo concebida en función de la expansión
industrial de Inglaterra. La favorable posición económica de Gran Bretaña a mediados del siglo XIX proviene
no solo del progreso de sus exportaciones sino de su irradiación financiera. Provista, dentro de sus fronteras,
de un sistema de crédito de potencia hacia 1835-1840 aparecen los nuevos bancos por acciones. Inglaterra
comienza a exportar en gran medida su capital, especialmente en forma de participaciones en las compañías
ferroviarias francesas, belgas y americanas. Así empieza a funcionar un mecanismo de inversión en el
extranjero que, en fases ulteriores del desarrollo industrial de Gran Bretaña, se convertirá en un factor
esencial de su prosperidad.
d-La Revolución Industrial en Inglaterra en los últimos años del siglo XVIII se difundió de manera masiva, más
que multiplicar las innovaciones técnicas. La manifestación de este hecho es la urbanización. Es legitimo
hablar de masas obreras urbanas, teniendo presente que la estructura social de estas masas sigue siendo
muy heterogénea, y comprende junto a proletarios de la industria moderna, una parte muy importante de
artesanos y obreros que pertenecen a sectores en proceso de mecanización y a profesiones que no se han

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visto afectadas por la revolución industrial, tales como la construcción, el vestido, la imprenta, etc. Pero si
bien, Inglaterra se encuentra todavía en el periodo de transición hacia el sistema fabril y aunque las industrias
domesticas rurales subsisten el rasgo más nuevo de la vida social y política de este país hacia 1815-1850 es
la conciencia que las masas populares van adquiriendo de sus precarias condiciones, su esfuerzo de
organización y de lucha contra la sociedad capitalista y su presión sobre el Parlamento. La primera forma de
reacción a la revolución industrial fue la violencia pura, que expresaba la hostilidad de una mentalidad pre
capitalista al progreso técnico. Hay que destacar que las clases obreras supieron aunar sus esperanzas de
justicia social con la campaña radical por la democracia política. Fue el apoyo popular el que dio toda su
amplitud, durante los años de crisis de 1816-1819, a la agitación radical, cuyos jefes continuaban
perteneciendo, a la pequeña y media burguesa. El programa de aquella agitación consistía de nuevo en el
sufragio universal y la reforma parlamentaria; pero en la abolición de los corn laws y la fijación de los precios.
Pero las huelgas, las marchas organizadas sobre las ciudades por los parados, las formas revolucionarias de
la agitación (clubs, Comité de salvación publica en Londres en 1817 y bandera tricolor) provocaron una
violenta represión. En 1819, en Saint Peter Fields, cerca de Manchester, un regimiento de húsares cargó
contra un mitin de 50.000 personas; los Six Acts limitaron el derecho de reunión y reglamentaron las marchas
hacia 1825 un conservadurismo liberal sucedió al conservadurismo represivo. Se abrogo la ley de 1799, y se
reconoció a los obreros el derecho de asociación en las cuestiones relativas a salarios y duración del trabajo,
con la reserva, de un gran número de casos que limitaban el ejercicio de la huelga. Hubo un gran movimiento
de organización profesional, que constituyo el segundo polo de la acción popular. La novedad fue el
surgimiento del sindicalismo dentro de las profesiones de la industria moderna y la acción a la vez económica
y política de las grandes confederaciones profesionales hacia 1830, en la atmosfera revolucionaria que
crearon de nuevo las crisis agrícolas e industriales de 1825-1832 y luego las noticias de la revolución de julio.
Durante el ministerio whig en Lord Grey, la agitación obrera logra imponer en 1832 la Reforma Act. Se trata de
una victoria. Es una primera ampliación del derecho electoral: el cuerpo electoral no incluye en manera alguna
a las clases obreras. El voto no siempre es secreto: no lo será hasta 1872. El carácter aristocrático de la vida
política, el sistema del patronazgo y de las clientelas en las elecciones y en las atribuciones de funciones
administrativas no son abolidos. El Factory Act de 1833 proporcionara a los obreros la primera ley sobre
protección del trabajo de un cierto alcance: se prohíbe en toda la industria textil el trabajo nocturno, se limita la
jornada de trabajo a ocho horas para los menores de trece años y a doce horas para los menores de
dieciocho, y se crean cuatro inspectores de trabajo. La alianza de los obreros con el radicalismo no les ha
traído más que decepciones: siguen lejos de cualquier esperanza de transformar la sociedad por medio de
instituciones democráticas. De ahí el éxito de la campaña de Robert Owen, cuya intervención en la lucha
obrera significa en 1833-1834, la voluntad de orientar a esta hacia la lucha social. Owen logra introducirse
gracias a su fábrica en la clase de los ricos empresarios, encarna una ideología nueva, de acuerdo con la
revolución técnica que promete a la humanidad la era de la abundancia. Como patrono se esfuerza por
distribuir una parte de los beneficios a través de instituciones de tipo paternalista: comedores, cajas de ahorro,
escuelas. La jornada de trabajo es reducida a diez horas para los adultos y no se admiten niños menores de
diez años. Pero Owen ira lejos, buscando un sistema de control de la producción que ponga el capital y la
maquina al servicio del trabajador y de la colectividad: este sistema es la asociación y la cooperación. La idea
de la cooperación de producción, que Owen situá en el marco de la pequeña localidad, es típica de un periodo
durante el cual el problema mayor es el de la transformación del sistema doméstico en el sistema fabril, su
éxito fue grande entre los artesanos independientes o los obreros cualificados, el taller familiar, seria vinculado
a una comunidad de productores independientes, única capaz de hacer frente a las exigencias del progreso
técnico (la máquina de vapor) y de asegurar la comercialización de los productos. Al tropezar con la tenaz
oposición de sus amigos, industriales y políticos. Owen intento de 1824 a 1829 una experiencia de aldea
cooperativa. Esta popularidad explica que a su regreso Owen creyera hallarse en condiciones de poderse
poner a la cabeza de un gran movimiento nacional. Owen trato a partir de 1832 de ganar a las trade-unions al
socialismo cooperativo y preparar la revolución de las estructuras económicas, haciendo de cada unión a la
par con un recrudecimiento de las huelgas. Pero durante el verano de 1834 el movimiento se derrumbó ante el
vigor de la reacción patronal, rechazo de contratación, y bajo el efecto de los procesos judiciales. El owenismo
no sobrevivirá más que en los escritos teóricos y en las experiencias de discípulos inspirados.
Hacia mediados de siglo se produjo una tercera ola, la más poderosa, de agitación revolucionaria: el
movimiento cartista. Derrotada en el terreno de la reforma económica y social, la clase obrera unió sus fuerzas
a las de la pequeña burguesía radical para reivindicar la democracia política. Movimientos complejo y
equivoco, donde vinieron a mezclarse de hecho las reivindicaciones sociales, exasperadas por la crisis
agrícola de 1838 y la depresión industrial de 1842. El movimiento extrajo su nombre de la Carta del Pueblo
elaborada en 1836 por quienes iban a convertirse en los dirigentes de aquella gigantesca fermentación
popular y que pertenecían a la burguesía de las profesiones liberales. La Carta solo se hallaba de la reforma
electoral y parlamentaria: la democracia política seguía siendo para ellos el medio de plasmar en la ley las
aspiraciones a la justicia social de la clase obrera. Si el ideal proviene del radicalismo individualista, los
métodos son más que nunca los del metodismo, transferidos al plano de la acción civil. Pero el cartismo se vio
muy pronto desbordado por sus seguidores. En 1839 en las minas galesas, la huelga se convierte en
insurrección armada. En las demostraciones populares, reaparece la inspiración revolucionaria francesa. En
1842, la huelga general paraliza el trabajo; las reivindicaciones sociales ocupan el primer plano en la gran
petición de aquel año, que evoca incluso la socialización de todos los medios de producción. A partir de 1843,
el retorno de la prosperidad desmoviliza a las masas obreras. El estado mayor del cartismo se divide: unos
apoyan el movimiento de las trade-unions, condenan la violencia; se pierden en utopías agrarias, que
pretende reducir el paro industrial mediante el retorno al campo, donde las cooperativas obreras adquirirían
grandes propiedades para repartirlas en lotes pequeños, es retrogrado. La compañía territorial nacional,
creada en 1834, quebrara en 1848, el mismo año en que la última manifestación cartista en Londres tendrá
que disolverse ante la enorme concentración de fuerzas de orden pública. Los Hard times (tiempos difíciles)

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de la revolución industrial parecen esfumarse ante la prosperidad de la era de los ferrocarriles, primera fase
de la gran prosperidad mid-victorian. El impulso de la industrialización lleva consigo el triunfo político del
conservadurismo liberal, que concede el libre cambio y la jornada de diez horas (1847). La nueva estrategia
obrera se ha transformado a su vez con la derrota del cartismo. Nuevas confederaciones profesionales y una
nueva central sindical renuncian en los años cuarenta a querer hacer triunfar una teoría general de la
sociedad, para atenerse en adelante a objetivos prácticos y limitados. Con la desaparición del predominio
económico de la Inglaterra agraria, la aceptación implícita del orden capitalista por las nuevas trade-unions es
sin duda el hecho de mayor alcance: confirma el carácter evolucionista propio del desarrollo de la democracia
británica.

La época de la burguesía Palmade Guy:

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Eje 2: Los procesos políticos

Crisis de las sociedades de Antiguo Régimen. La Revolución Francesa. Francia y la Europa napoleónica. La
Restauración y los ciclos revolucionarios de 1820-1848. Los procesos políticos de la Europa de la segunda
mitad de siglo XIX: democracia liberal, conservadurismo, liberalismo, socialismo, anarquismo, y movimiento
obrero. Los nacionalismos.

Eje 3: Los procesos culturales

Las artes en el siglo XIX: Romanticismo, Realismo, Impresionismo, Modernismo. Las mentalidades:
mentalidad burguesa y cultura popular.

SEGUNDA PARTE: TRATAMIENTO DE ALGUNAS PROBLEMÁTICAS ESPECÍFICAS DE LOS


PROCESOS DEL “LARGO” SIGLO XIX.

Eje 4: La restauración europea y el ciclo de las revoluciones liberales (primera mitad del siglo XIX)

Francia y la Europa napoleónica. La Restauración y los ciclos revolucionarios de 1830-1848. Una perspectiva
política, social y simbólica de 1848.

Eje 5: El desarrollo del capitalismo liberal (segunda mitad del siglo XIX): sus formas y consecuencias
socioeconómicas y culturales

La consolidación del capitalismo industrial. La segunda fase de la revolución industrial en Gran Bretaña. La
“Gran depresión” de 1873. Los procesos de industrialización en Estados Unidos, Francia y Alemania. El
impacto del capitalismo liberal en lo social y cultural.

Eje 6: Algunos aspectos relativos a la democratización europea

La democracia liberal y los partidos políticos. El movimiento obrero europeo hacia la segunda mitad del XIX:
identificaciones, reivindicaciones, sindicalismo y participación política.

Eje 7: Nacionalismos y Estados-Nación

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La nación: sus significados y alcances. La proliferación de diversos nacionalismos y separatismos. La
formación del Estado-Nación y sus vinculaciones con la burguesía y el capitalismo.

Eje 8: El imperialismo: sus formas y sus alcances en la política internacional

El desarrollo del imperialismo: confluencia de rivalidades nacionales y coloniales. Reestructuración del


capitalismo y la división internacional del trabajo. La política internacional y la ruptura del equilibrio. La
influencia de los nacionalismos y la crisis hacia la Gran Guerra.

Conclusión

El impacto de los cambios decimonónicos y el reordenamiento de la política internacional.

Eje 2: Los procesos políticos


Obligatoria:
-Casali de Babot, J. y Privitellio, L, 2001, “Las revoluciones y los sistemas políticos del siglo XIX”, en
Aróstegui, J.; Buchrucker, C.y saborido, J. (dir), El mundo contemporáneo: historia y problemas, Barcelona:
Biblos/Crítica. Cap. 2.
-Mommsen, Wolfang, 1985, La época del Imperialismo, México: siglo XXI. Capítulo 1.
-Buchrucker, C. y Dawbarn, S., 2001, “Las relaciones internacionales de una guerra general a otra”, en
Aróstegui, J.; Buchrucker, C.y Saborido, J. (dir), El mundo contemporáneo: historia y problemas, Barcelona:
Biblos/Crítica. Cap. 3.

Ampliatoria:
-Goubert, Pierre, 1978, El Antiguo Régimen, Buenos Aires: Siglo XXI. Tomo 1, Cap 1.
-Morales Moya, Antonio, 1999, “La revolución francesa”, en Paredes, Javier, Historia Universal
Contemporánea, Ariel: Barcelona.
-Godechot, Jacques, 1985, Los orígenes de la revolución francesa, Madrid: Sarpe. Introducción.
-Rudé, Georges, 2004, La revolución francesa, Buenos Aires: Vergara. Capítulo 1.
-Rudé, Georges, 1991, Europa desde las guerras napoleónicas a la revolución de 1848, Madrid: Cátedra.
Capítulo III.
-Palmade, Guy (Comp), 1976, La época de la burguesía, México: Siglo XXI. Caps. 1 y 4.

Eje 3: Los procesos culturales


Obligatoria:
-Raccolin, Teresa y Villacorta Baños, Francisco, “Las artes”; “El hombre de cultura. El intelectual y su estudio”;
“Mentalidades y cultura popular”, 2001, en Aróstegui, J.; Buchrucker, C.y saborido, J. (dir), El mundo
contemporáneo: historia y problemas, Barcelona: Biblos/Crítica. Capítulo 5.

Ampliatoria:
-Montero, Julio, 1999, “Ciencia y cultura en el siglo XIX”, en Paredes, Javier, Historia Universal
Contemporánea, Ariel: Barcelona.

SEGUNDA PARTE: TRATAMIENTO DE ALGUNAS PROBLEMÁTICAS ESPECÍFICAS DE LOS


PROCESOS DEL “LARGO” SIGLO XIX.

Eje 4: La restauración europea y el ciclo de las revoluciones liberales (primera mitad del siglo XIX)
Obligatoria:
-Cabeza Sánchez-Albornoz, Sonsoles, 1999, “Francia y la Europa Napoleónica”, en Paredes, Javier, Historia
Universal Contemporánea, Ariel: Barcelona.
-Hobsbawn, Eric, 1991, La Era de la Revolución (1789-1848). Capítulos 4 y 6.
-Hobsbawn, Eric, 1991, La Era del Capitalismo (1848-1875). Capítulo 1.

Ampliatoria:
-Bergeron, Louis; Furet, Francoise; Kosseleck, Reinhart, 1979, La época de las revoluciones europeas, 1780-
1848, Madrid: Siglo veintiuno. Cap. 5.
-Bullón de Mendoza, Alfonso, 1999, “La Restauración y los ciclos revolucionarios de 1830 y 1848”, en
Paredes, Javier, Historia Universal Contemporánea, Ariel: Barcelona.
-Rudé, Georges, 1971, La multitud en la historia, México: siglo XXI. Capítulo XII.
-Rudé, Georges, 1991, Europa desde las guerras napoleónicas a la revolución de 1848, Madrid: Cátedra.
Capítulo III.
-Casali de Babot, J. y Privitellio, L, 2001, “Las revoluciones y los sistemas políticos del siglo XIX”, en
Aróstegui, J.; Buchrucker, C.y saborido, J. (dir), El mundo contemporáneo: historia y problemas, Barcelona:
Biblos/Crítica. Cap. 2.

Eje 5: El desarrollo del capitalismo liberal (segunda mitad del siglo XIX): sus formas y consecuencias
socioeconómicas y culturales
Obligatoria:
-Hobsbawn, Eric, 1998, Industria e Imperio, Ariel: Barcelona. Capítulo 6.
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-Cameron, Rondo, 1981, “La industrialización en Europa ¿Por qué fue tan desigual?”, en A.A.V.V., La
industrialización europea: estadios y tipos. España: Crítica.
-Williams, Raymond, 1997, La política del modernismo. Contra los nuevos conformistas, Buenos Aires:
Manantial. Capítulo 2.
-Hobsbawn, Eric, 1991, La Era del Imperio (1875-1848). Capítulo 9.

Ampliatoria:
-Luis Martín, Francisco, 1999, “La segunda revolución industrial y sus consecuencias”, en Paredes, Javier
(Coord.), Historia Universal Contemporánea, Ariel: Barcelona.
-Barbero, Ma. Inés, 2001, “El nacimiento de las sociedades industriales”, en Aróstegui, J.; Buchrucker, C.y
Saborido, J. (dir), El mundo contemporáneo: historia y problemas, Barcelona: Biblos/Crítica. Cap. 1.
-Gombrich, Ernst H., 1992, Historia del Arte, Tomo III, Barcelona: Ediciones Garriga. Capítulo 25 “Revolución
Permanente”.

Eje 6: Algunos aspectos relativos a la democratización europea


Obligatoria:
-Hobsbawn, Eric, 1990, La era del imperio (1875-1914), Barcelona: Crítica. Capítulo 4.
-Romanelli, Raffaele, 1997, “Sistemas electorales y estructuras sociales. El siglo XIX europeo”, en Forner, S
(coord.), Democracia, elecciones y modernización en Europa, España: Cátedra.
-Labandeira, José, 1999, “Relaciones laborales, sindicalismo y movimiento obrero”, en Paredes, Javier,
Historia Universal Contemporánea, Ariel: Barcelona.
-Eley, Geoff, 2003, Un mundo que ganar. Historia de la izquierda en Europa, 1850-2000, Crítica: Barcelona.
Capítulos 3 y 4.
-Paredes, Javier (Coord.), Historia Universal Contemporánea, Ariel: Barcelona. Caps 14, 15 y 16.

Ampliatoria:
-Sewell, William, Jr., 1992, “Los artesanos, los obreros de las fábricas y la formación de la clase obrera
francesa, 1789-1848”, en Historia Social, N°12.
-Castells, Manuel, 1989, La ciudad y las masas. Sociología de los movimientos sociales urbanos, Madrid:
Alianza. Capítulo 3.
-Stedman Jones, Gareth, 1989, Lenguajes de clase. Estudios sobre la historia de la clase obrera inglesa
(1832-1982), Madrid: siglo XXI. Capítulo 4.
-Perez Garzón, J.S., 2001, “La trayectoria de la filosofía y la cristalización de las ideologías de la modernidad”,
en Aróstegui, J.; Buchrucker, C.y Saborido, J. (dir), El mundo contemporáneo: historia y problemas,
Barcelona: Biblos/Crítica. Puntos 3 y 4.

Eje 7: Nacionalismos y Estados-Nación


Obligatoria:
-Hobsbawn, Eric, 1998, Nación y Nacionalismos desde 1780, Barcelona: Crítica. Capítulos 1.
-Breuilly, John, 1990, Nacionalismo y Estado, Barcelona: Corredor. Capítulos 2 y 3.
-Hobsbawn, Eric, y Ranger, Terence (Eds.), 2002, La invención de la tradición, Barcelona: Crítica. Capítulo “La
fabricación en serie de tradiciones. Europa 1879-1914”.

Ampliatoria:
-Togores Sánchez, Luis, 1999, “Las unificaciones de Italia y Alemania”, en Paredes, Javier, Historia Universal
Contemporánea, Ariel: Barcelona.
-Hobsbawn, Eric, 1998, Nación y Nacionalismos desde 1780, Barcelona: Crítica. Capítulos 2 y 3.
-Parias Sainz de Rozas, María, 1999, “Los imperios plurinacionales”, en Paredes, Javier (Coord.), Historia
Universal Contemporánea, Ariel: Barcelona.
-Buchrucker, C. y Dawbarn, S., 2001, “Las relaciones internacionales de una guerra general a otra”, en
Aróstegui, J.; Buchrucker, C.y Saborido, J. (dir), El mundo contemporáneo: historia y problemas, Barcelona:
Biblos/Crítica. Punto 3.

Eje 8: El imperialismo: sus formas y sus alcances en la política internacional


Obligatoria:
-Fieldhouse, D.K.,1979, Economía e imperio, Madrid: siglo veintiuno editores. Capítulos 1,3,4,13.

Ampliatoria:
-Viñez Millet, Cristina, 1999, “El imperialismo”, en Paredes, Javier (Coord.), 1999, Historia Universal
Contemporánea, Ariel: Barcelona.
-Mommsem, Wolfang, 1985, La época del Imperialismo, México: siglo XXI. Capítulo 4.
-Hernández Sandoica, E, 2001, “La expansión de los europeos en el mundo”, en Aróstegui, J.; Buchrucker,
C.y Saborido, J. (dir), El mundo contemporáneo: historia y problemas, Barcelona: Biblos/Crítica.

Conclusión
Obligatoria:
-Hobsbawn, Eric, 1990, La era del imperio (1875-1914), Barcelona: Crítica. Capítulos 13 y Epílogo.

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Rafaela, 26 de octubre de 2018.

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Prof. Dra. María Cecilia Tonon

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