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Amargura vs.

perdón
Debemos perdonar a los demás para que Satanás no se pueda
aprovechar de nosotros (2 Corintios 2:10, 11). Debemos ser
misericordiosos así como nuestro Padre celestial es misericordioso
(Lucas 6:36). Debemos perdonar así como hemos sido perdonados
(Efesios 4:32). Pídale a Dios que le traiga a la memoria los
nombres de aquellas personas que debe perdonar, al leer la
siguiente oración en voz alta:
Querido Padre celestial: Te doy gracias por las riquezas de tu
bondad y paciencia, pues sé que tu bondad me ha llevado al
arrepentimiento (Romanos 2:4). Confieso que no he dado esa
misma paciencia y bondad hacia otros que me han ofendido,
sino que he albergado amargura y resentimiento. Te pido que
durante este momento de examen traigas a mi mente aquellas
personas que no he perdonado, para poderlo hacer ahora
(Mateo 18:35). Te pido esto en el nombre precioso de Jesús.
Amén.
Conforme recuerde a las personas, haga un listado sólo de sus
nombres.
Al final de su lista, escriba: «yo mismo». Perdonarse a uno mismo
es aceptar el perdón y la purificación de Dios. Escriba también:
«Pensamientos contra Dios». Por lo general, los pensamientos que
se levantan en contra del conocimiento de Dios resultan en
sentimientos de enojo contra Él. En realidad no perdonamos a
Dios, porque Él no puede cometer ningún pecado ni de acción ni
de negligencia. Pero usted debe renunciar específicamente a las
falsas esperanzas y pensamientos que ha tenido de Dios y decidir
desechar cualquier ira que sienta hacia Él.
Antes de hacer su oración para perdonar, deténgase y considere lo
que es y lo que no es el perdón, qué decisión tomará y cuáles serán
sus consecuencias.
En la siguiente explicación, los puntos principales están en negrita:
Perdonar no es olvidar. Las personas que intentan olvidar se dan
cuenta de que no pueden. Dios dice que «nunca más me acordaré
de sus pecados» (Hebreos 10:17), pero siendo omnisciente, Él no
puede olvidar. «Nunca más me acordaré» significa que nunca usará
el pasado en nuestra contra (Salmo 103:12). Quizás el olvido sea el
resultado de perdonar, pero jamás es el medio para perdonar.
Cuando sacamos el pasado en contra de los demás, decimos que no
los hemos perdonado.
Perdonar es una decisión, una crisis de la voluntad. Como Dios
nos manda que perdonemos, es algo que sí podemos hacer.
Pero perdonar es difícil pues va en contra de nuestro concepto de
justicia. Queremos venganza por las ofensas sufridas. Pero jamás
se nos permite vengarnos (Romanos 12:19). Usted dice: «¿Por qué
he de dejarlos libres?» He ahí el problema: sigue atado a los que lo
han ofendido, sigue atado a su pasado. Usted los liberará, pero
Dios no lo hará nunca. Será justo con ellos, que es algo que
nosotros no podremos ser.
Usted dirá: «¡Pero no entiende cuánto me ha herido esa persona!»
¡Pero no ve que todavía lo hiere! ¿Cómo parar el dolor? Usted no
perdona otros para el bien de ellos; lo hace por su propio bien,
para quedar libre. La necesidad de perdonar no es un asunto
entre usted y el que lo ofendió; es entre usted y Dios.
Perdonar es estar de acuerdo en vivir con las consecuencias del
pecado de otra persona. El perdón es costoso: Usted paga el
precio del mal que perdona. Va a tener que vivir con esas
consecuencias, quiéralo o no; su única opción es hacerlo en
amargura si no perdona, o vivir en libertad por el perdón.
Jesús llevó sobre sí las consecuencias del pecado de usted.
Perdonar de verdad es tomar el lugar de otro, porque nadie perdona
realmente sin llevar consigo las consecuencias del pecado de otra
persona. Dios el Padre «al que no conoció pecado, por nosotros lo
hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios
en Él» (2 Corintios 5:21). ¿Dónde está la justicia? La cruz hace
que el perdón sea legal y moralmente correcto: «Porque en cuanto
murió, al pecado murió una vez por todas» (Romanos 6:10).
¿Cómo se perdona de corazón? Se tiene que reconocer el dolor
y el odio. Si el perdón no toca la profundidad de sus emociones,
será incompleto. Muchos sienten el dolor de las ofensas
interpersonales, pero no quieren reconocerlo o no saben cómo.
Permita que Dios traiga su dolor a la superficie para que Él lo
enfrente. Es allí donde puede haber sanidad.
Decida llevar la carga de las ofensas recibidas al no usar en el
futuro esa información en contra de los que le han ofendido.
Eso no significa que deba tolerar el pecado; siempre tendrá que
estar firme en contra del pecado.
No espere perdonar hasta que sienta deseos de hacerlo; nunca
los tendrá. Los sentimientos necesitan tiempo para sanar después
que se toma la decisión de perdonar y que Satanás haya perdido su
lugar (Efesios 4:26, 27). Lo que se obtiene es la libertad, no un
sentimiento.
A medida que ora, Dios puede ayudarle a recordar las personas y
experiencias ofensivas que había olvidado por completo. Permita
que lo haga, aunque sea doloroso. Recuerde que lo hace por su
propio bien. Dios desea que usted sea libre. No justifique ni
explique la conducta del ofensor. Perdonar significar enfrentar su
propio dolor y dejar a la otra persona en manos de Dios. Con el
tiempo se desarrollarán los sentimientos positivos; pero librarse del
pasado es el asunto crucial en este momento.
No diga: «Señor, por favor, ayúdame a perdonar», porque ya le
está ayudando. No diga: «Señor, quiero perdonar», porque estaría
pasando por alto la decisión difícil de perdonar, que es su
responsabilidad. Quédese con cada individuo hasta que esté seguro
de haber enfrentado todo el dolor recordado: lo que hizo, cómo le
hirió, lo que le hizo sentir (rechazo, falta de amor, indignidad,
suciedad, etc.).

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