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EL PROCESO VOCACIONAL DE FRANCISCO DE ASÍS

Los seis encuentros que determinaron su vida


por Fernando Uribe, OFM

Del 7 al 30 de octubre del año 2000, se celebró en Santa María de los Ángeles (Asís) un
Congreso para los Animadores del Cuidado Pastoral de las Vocaciones, al que asistieron
121 hermanos de toda la Orden de Frailes Menores (OFM). Para ayudar y alentar a los
participantes en el estudio y discusión de los temas, se les presentaron tres ponencias
fundamentales que enriquecieron sus trabajos. Reproducimos a continuación la ponencia
del P. Fernando Uribe, profesor del Antonianum de Roma.
A la pregunta: ¿cómo presentar la vocación de Francisco de Asís a los jóvenes?, se pueden
dar varias respuestas, según el punto de partida. Si se pretende partir de las antiguas
fuentes hagiográficas, creemos que es necesario cambiar los términos de la pregunta, más
o menos así: ¿cómo presentan las fuentes biográficas la vocación del joven Francisco de
Asís? El estudio de las fuentes desde esa perspectiva nos permite descubrir un amplio
panorama en el que se pueden detectar los grandes pasos de la vocación inicial del santo
de Asís como un singular proceso, en el que se entrelazan la iniciativa amorosa de Dios y la
respuesta decidida del hombre. Se trata de un estudio que no sólo nos coloca frente a una
de las vocaciones más espectaculares de la historia humana sino que, además, suele ser
un ejercicio estimulante para cualquier persona, pero de manera muy especial para los
jóvenes de hoy y de siempre, pues en el caso del Pobrecillo se conjugan su alto grado de
autenticidad con otros valores humanos que cautivan a las nuevas generaciones.
En nuestra reflexión daremos preferencia a las fuentes hagiográficas más primitivas y,
dentro de éstas, a las que ofrecen más datos sobre la juventud de Francisco, en particular
la llamada Leyenda de los tres Compañeros (TC) que, según la opinión de Raoul Manselli,
recupera el período asisiense o juvenil del santo, del cual no quedaron suficientes
testimonios en la Vida primera (1 Cel) escrita por Tomás de Celano, tal vez porque el autor
no tuvo el tiempo suficiente, o quizá por el enfoque hagiográfico que le quiso dar a su
obra. Tal laguna se nota también en las «vidas» que de alguna forma están en relación con
ella (en especial la Vita escrita por Julián de Spira y la Legenda versificata de Enrique
d’Avranches). De todas maneras tendremos en cuenta las dos «vidas» escritas por el
proto-biógrafo y en ciertos casos centraremos también nuestra atención en algunos
pasajes de la Leyenda Mayor (LM) de San Buenaventura, dado el valor que tienen las
reflexiones del Doctor Seráfico.
La vocación inicial de Francisco o, para ser más exactos, la respuesta que él dio en un
primer momento a la llamada que el Señor le hizo, se llevó a cabo durante un proceso
lento, en el cual se pueden distinguir seis momentos sucesivos de gran significado, cada
uno de los cuales es identificable con un encuentro que resultó determinante en su
proceso vocacional, en cuanto aportó un elemento nuevo a su visión de la vida o significó
un cambio fundamental en la misma. Los encuentros son los siguientes: 1) consigo mismo;
2) con los pobres; 3) con el leproso; 4) con el Crucifijo; 5) con el Evangelio; 6) con los
hermanos.
Aquí daremos una cierta importancia particular al primer paso del proceso, el encuentro
consigo mismo, en cuanto constituye, según nuestra modesta opinión, el que más relación
tiene con la primera etapa del discernimiento vocacional, la conocida como «pastoral de
las vocaciones».
Primer encuentro: consigo mismo
No existe en las fuentes hagiográficas un único episodio que narre el encuentro de
Francisco consigo mismo. Siguiendo el normal proceder de la psicología humana, también
en el caso del hijo de Pedro de Bernardone se dio un proceso lento, que no es afrontado
de manera explícita por los hagiógrafos, pero que se nota en la búsqueda creciente de
momentos de soledad reflexiva, en varios gestos que denotan una situación interior de
mayor ponderación y de una diversa toma de posición frente a su presente y su futuro.
Este gradual proceso de interiorización se puede ver en diversos episodios de su vida; aquí
resaltamos sólo algunos, ocurridos durante su juventud.
En el comportamiento de Francisco cuando se hallaba prisionero en la cárcel de Perusa,
podemos descubrir uno de los primeros signos de que en su corazón se estaban dando
algunos cambios fundamentales. A decir verdad, sobre su permanencia en esta cárcel no
existen muchos datos en las primitivas fuentes. Los más abundantes son los que nos da la
Leyenda de los tres Compañeros, en donde se afirma que fue colocado junto con los
caballeros, dado que era noble por sus costumbres (quia nobilis erat moribus), y se narra
un episodio de gran interés en estos términos: «Un día en que sus compañeros de
cautiverio estaban tristes, él, que por naturaleza era alegre y jovial, lejos de aparecer
triste, se mostraba gozoso. Por ello uno de los compañeros lo reprochó como si fuese un
insensato, pues se alegraba estando encarcelado. A esto respondió Francisco con voz
firme: “¿Qué pensáis de mí? Todavía he de ser honrado en el mundo entero”» (TC 4).
Además de la alegría natural de Francisco destacada por el texto, en la respuesta que éste
da a las críticas de su compañero se puede entrever no tanto su capacidad profética (1)
sino, sobre todo, la actitud de un joven que ya comienza a preocuparse seriamente por su
futuro. Tal vez no sea adecuado ver en su respuesta a una persona presuntuosa, sino a
alguien que está buscando ideales nobles y grandes, como podría ser la caballería. Es
verdad que aún no parece tener ideas muy claras sobre el tipo de grandeza que desea y
sobre cómo lograrla, pero sus palabras dejan entrever que el ambiente de la cárcel con
todo lo que comporta a nivel de grupo, estaba dejando secuelas también en su corazón
después de haber pasado varios meses privado de la libertad y en contacto con la angustia
y desesperación de sus compañeros. Es muy posible que aquellos meses de crisis lo hayan
obligado a entrar dentro de sí y a comenzar a mirar la vida de manera diferente a como la
había mirado hasta entonces.
Esta situación de limitación se prolongó con la enfermedad que sufrió Francisco poco
después de haber salido de la cárcel. En ese momento ignoraba todavía los planes de Dios
sobre él y estaba dedicado a las actividades comerciales de su padre, que lo distraían.
Buenaventura dice que «todavía no había aprendido a contemplar las realidades
celestiales ni estaba acostumbrado a gustar las cosas divinas», pero luego agrega: «Dado
que el sufrimiento hace comprender la lección espiritual, se posó sobre él la mano del
Señor y el cambio de la diestra del Altísimo, afligiendo su cuerpo con una larga
enfermedad, para hacer su alma apta a la unción del Espíritu» (LM 1,2). La unión que hace
aquí el Doctor Seráfico entre el sufrimiento y lo que él llama «la lección espiritual», indica
no sólo el efecto purificador que en muchos casos tiene la enfermedad, sino que la
verificación de las propias limitaciones crea también la capacidad de afrontar la vida con
una actitud más realista.
Los biógrafos más primitivos coinciden en presentar un episodio de gran interés en cuanto
revela el momento de búsqueda que vivía el joven Francisco; se trata del sueño del palacio
lleno de armas. La interpretación que él da del mismo indica también un acto de
discernimiento, un entrar en sí mismo, aunque todavía no tenía las ideas claras; en ese
momento pensaba que su futuro sería el de un caballero, tal vez un gran príncipe (TC 5; AP
5; 1 Cel 5; 2 Cel 6; LM 1,3). Al menos indica un deseo de búsqueda, de apertura, de
disponibilidad. Hasta aquí predomina en Francisco el deseo de la gloria terrena, de los
honores. Por ello el Anónimo de Perusa (AP) dirá que, «como hombre mundano, que
todavía no había gustado plenamente el Espíritu de Dios, Francisco interpretó este sueño
como augurio de que llegaría a ser un gran príncipe» (AP 5). Se debe destacar que hasta
este momento lo que comienza a delinearse es el proyecto de Francisco, no el de Dios, a
pesar de que la caballería significaba una dedicación al servicio de los otros.
Poco después hay otro acontecimiento reportado por varias fuentes y que marca un paso
importante en el proceso de Francisco en cuanto indica su capacidad de entrar en sí
mismo. Se trata de la llamada visión de Espoleto, con la consiguiente reacción de
recogimiento interior y de meditación que se produjo en él, el regreso a Asís y la decisión
de no ir a la Pulla (cf. TC 6; AP 6; 2 Cel 6; LM 1,3). El relato traído por los Tres Compañeros
no sólo forma parte de una sola unidad narrativa sino que indica un momento importante.
El texto dice que, como resultado de esta visión, «se recogió todo él interiormente, y
admiró y consideró de tal forma la fuerza de la visión, que aquella noche no pudo dormir»
(TC 6). Con este comentario el texto subraya el esfuerzo del joven Francisco por descubrir
la voz de Dios en las palabras que oye durante la visión y su disposición interior a seguir el
proyecto del Señor; indica disponibilidad y generosidad, capacidad de revisar sus planes
personales y de renunciar a ellos. Por lo mismo, lo primero que hace es abandonar el
proyecto personal: desiste de ir a la Pulla. Este hecho no significó una frustración sino un
comprender que su futuro no se podía construir escuchándose a sí mismo, sino estando
atento a la voz del Señor; su regreso a Asís es disposición generosa a la escucha, es un
querer entender lo que dice la voz. Por ello su pregunta: «Señor, ¿qué quieres que haga?»
debió brotar de sus labios muchas veces más, a la manera de un eco que se hace oración
insistente.
Después de la visión de Espoleto, la Leyenda de los tres Compañeros presenta al joven
Francisco que regresa a su ciudad y en un cierto sentido a sus andanzas de antes, dado
que aparece de nuevo en una fiesta, elegido por sus compañeros como el jefe para que les
hiciera los gastos. Aquí el texto presenta un cambio notable en su actitud, pues al
terminar la cena ya no sale cantando con sus amigos por las calles, sino un poco detrás de
ellos, con el bastón de jefe en la mano, «meditando reflexivamente» (diligentius
meditando). En ese momento Francisco tiene una experiencia especial, una especie de
raptus espiritual que le impide hablar y moverse, según su testimonio personal contado
más tarde a alguno de sus compañeros (sicut ipse postea dixit). El texto agrega que sus
amigos lo contemplaron preocupados «como un hombre cambiado en otro» y le
preguntaron si era que estaba pensando en casarse; él, «inspirado por Dios», les da una
respuesta ambigua para ellos, pero que indicaba que estaba dando pasos avanzados en su
proceso de discernimiento (2). Es importante resaltar que todavía en este episodio
aparecen de nuevo la reflexión y la meditación diligente como constantes en el proceso
vocacional. Como consecuencia, se da un desapego progresivo del camino precedente (el
proyecto personal) y se entra poco a poco en la comprensión del proyecto de Dios. A la luz
del comportamiento de Francisco, aparece claro que entrar en este proyecto supone una
actitud de reflexión, de recogimiento interior, de disponibilidad y de riesgo; este momento
fue vivido por él como una búsqueda activa, alegre y llena de esperanza.
La Leyenda de los tres Compañeros ofrece a continuación otros dos elementos
importantes en esta primera etapa del proceso vocacional de Francisco: el desprecio de
las cosas superficiales y la práctica progresiva de la oración. «A partir de aquella hora
empezó a mirarse como vil y a despreciar todo aquello en que antes había puesto su
corazón, aunque todavía no de manera plena, pues aún no había logrado liberarse
totalmente de las vanidades del siglo. Mas, apartándose poco a poco del bullicio del siglo,
se empeñaba en esconder a Jesucristo en su hombre interior, y, queriendo ocultar de los
burlones aquella margarita que deseaba comprar a cambio de vender todas las cosas, se
retiraba con frecuencia y casi a diario a orar en secreto. A ello le instaba, en cierta manera,
aquella dulzura anticipada que, visitándolo con frecuencia, lo arrastraba a la oración
estando en plazas u otros lugares públicos» (TC 8; cf. 1 Cel 4.6). Se podría decir que en un
cierto sentido este texto es como una especie de glosa ampliada de cuanto dirá el mismo
Francisco en su Testamento, cuando evoca los primeros pasos de su conversión (3). Pero,
sobre todo, aquí es importante tener en cuenta la frase: «esconder (recondere) a
Jesucristo en el hombre interior», la cual indica que Francisco estaba buscando una
interioridad esencial, no la subjetiva del espíritu de la carne. A la luz de esto, este pasaje
nos permite verificar que el proceso de liberación interior de Francisco se efectuó de una
manera progresiva (4) y a través de un profundo encuentro con lo que el texto llama «el
hombre interior», que en este caso va más allá de la interioridad subjetiva de los propios
intereses, del proprio mundo o de la propia vida, y se refiere a una realidad que toca la
esencia misma del hombre, es decir, que va a la raíz misma de su ser.
Es éste el contexto en el cual, como consecuencia del encuentro consigo mismo que había
logrado Francisco, la Leyenda Mayor señala la presencia de tres elementos que tendrán
un papel determinante en el proceso vocacional del santo. En efecto, a manera de
comentario a su regreso inesperado de Espoleto, Buenaventura dice: «Desde entonces,
sustrayéndose al ruido de los negocios públicos, suplicaba devotamente a la divina
clemencia que se dignara mostrarle lo que debía hacer. Mientras tanto, a través de la
práctica asidua de la oración crecía en él la llama de los deseos celestiales y por amor de la
patria celestial reputaba como nada (Ct 8,7) todas las cosas terrenas; creía haber
descubierto el tesoro escondido y, como mercader prudente que ha encontrado una perla
preciosa, pensaba venderlo todo para comprarla (Mt 13,44-46). Pero ignoraba todavía
cómo hacerlo salvo lo que le sugería su espíritu, que el negocio espiritual comienza con el
desprecio del mundo y que la milicia de Cristo debe comenzar con la victoria de sí mismo»
(5). Se trata de un texto de una gran importancia, en el cual el Doctor Seráfico, con la
sabiduría del maestro parisino, coloca tres elementos típicos del discernimiento
vocacional de Francisco en este momento de su vida, los cuales entrarán a formar parte
decisiva en su respuesta vocacional: la oración, el desprecio o desapropiación de las cosas
materiales y el dominio de sí mismo.
A pesar de los logros obtenidos por Francisco hasta este momento, el encuentro consigo
mismo continuó siendo una tarea que practicó con asiduidad, hasta lograr hacerlo parte
de su vida. En efecto, es muy significativo que después de haber tomado una de las
primeras y más determinantes decisiones de su vida, como fue su despojo liberador ante
el Obispo de Asís y la proclamación solemne de su fe en la paternidad absoluta de Dios,
Buenaventura insista en que todavía el Pobrecillo sigue buscándose a sí mismo en la
soledad y en el contacto con la Palabra de Dios, a propósito del episodio que narra el
asalto que sufrió por parte de los ladrones: «El despreciador del mundo, libre ya de las
cadenas de los deseos mundanos, habiendo abandonado la ciudad, buscó, libre y seguro,
un refugio en el secreto de la soledad, para escuchar, solo en el silencio, la secreta palabra
del cielo. Mientras el varón de Dios, Francisco, atravesaba un bosque y cantaba con júbilo
en la lengua de los Francos las alabanzas del Señor, unos ladrones salieron de la espesura
y lo asaltaron» (6). Buscar un refugio en el secreto de la soledad conlleva como
consecuencia un encuentro consigo mismo y una búsqueda de Dios en la oración.
Segundo encuentro: con los pobres
El segundo momento del camino vocacional de Francisco está caracterizado por la salida
de sí mismo y la apertura al mundo de los otros, en particular al de los pobres. También
aquí se da un proceso que comienza con el rechazo de ellos, pasa por una actitud
paternalista y culmina en su identificación con los pobres. Las fuentes biográficas nos
ofrecen varios datos, de los cuales tendremos en cuenta los más importantes.
Es muy sintomático que desde su primera página, después de una breve presentación del
nacimiento de Francisco, la Leyenda de los tres Compañeros lo coloque en relación con los
pobres. En efecto, cuando el texto traza su semblanza psicológica lo describe como un
joven adornado con varias virtudes naturales, sobre todo con la cortesía en sus palabras y
modales y su alegría (cf. TC 3). Más aún, es un joven que es capaz de reconocer sus
cualidades y que quiere ponerlas al servicio de los pobres: «De este nivel de virtudes
naturales fue elevado al de la gracia, pudiendo decirse a sí mismo: “Pues eres generoso y
afable con los hombres, de los cuales nada recibes, sino favores transitorios y vanos, justo
es que por amor de Dios, que es generosísimo en dar la recompensa, seas también
generoso y afable con los pobres”. Y desde entonces veía con satisfacción a los pobres y
les daba limosna abundantemente» (TC 3). Con estas palabras la Leyenda de los tres
Compañeros no sólo destaca en su amor a los pobres una manifestación de su buena
índole, sino que indica un primer paso en su apertura hacia ellos, o sea que los ve con
satisfacción.
A continuación el texto ilustra tal determinación con el episodio del pobre que le pide
limosna por amor de Dios. Como Francisco estaba embebido en los negocios de su padre,
«cautivado por el ansia de riquezas y por las preocupaciones del comercio, le negó la
limosna». Después recapacitó pensando que si el pobre le hubiese pedido limosna en
nombre de un conde o barón, se la hubiese dado; con cuánta mayor razón debió hacerlo si
se la pidió por el Rey de reyes y Señor de todos. Y agrega el texto: «Como consecuencia, se
propuso en su corazón no negar nada en adelante a quien le pidiera algo por amor de tan
gran Señor» (TC 3). El episodio sigue la misma dinámica narrativa del Anónimo de Perusa,
de donde pudo haber sido tomado, y coincide en su sustancia con la narración de la Vida
primera de Celano (cf. AP 4 y 1 Cel 17). La Vida segunda precisa que el hecho ocurrió poco
tiempo después de haber salido de la cárcel (cf. 2 Cel 5). Además de la capacidad de entrar
en sí mismo que refleja este episodio, aquí se supone una reacción tardía y un propósito
para casos futuros, cosa que no ocurre en la narración de Buenaventura, donde la
reacción de Francisco es súbita: «De inmediato, entrando en sí mismo (ad cor reversus),
corrió detrás de él, le dio una generosa limosna y le prometió a Dios que en adelante no la
negaría a nadie, mientras le fuese posible, que la hubiese pedido por amor de Dios» (LM
1,1).
Este episodio pone de manifiesto la importancia de la generosidad en los primeros pasos
de la vida, sea cual fuere la orientación que se le quiera dar a la misma. Generosidad
significa la apertura a los demás, y en este caso a los pobres. Se trata de una virtud que se
pone a prueba y que, a juzgar por la primera reacción de Francisco, no es fácil de
practicar, pues su primera reacción fue de rechazo; tuvo que vencerse. Si existe la
generosidad, se pueden vencer los obstáculos que muchas veces surgen de nuestro
mundo interior, de nuestros prejuicios mentales, y en otras del ambiente en el cual nos
movemos. La generosidad es una buena aliada del un auténtico proceso vocacional. Vale
la pena también tener en cuenta el reproche que se hace Francisco, el cual es un indicio
del esfuerzo que comienza a hacer para abrirse a una nueva dimensión, más importante y
de mayor trascendencia que la de un simple comerciante; obsérvese que él se reprocha
no tanto por haber tratado mal al pobre sino por haber sido ciego, por no comprender
todavía lo que es verdadero y auténtico.
En el proceso inicial de búsqueda, las fuentes biográficas ofrecen otros encuentros con los
pobres, que marcan un cambio progresivo. La Leyenda de los tres Compañeros dice:
«Aunque ya de tiempo atrás era dadivoso con los pobres, sin embargo, desde entonces se
propuso en su corazón no sólo no negar la limosna a ningún pobre que se la pidiese por
amor de Dios, sino dársela con mayor liberalidad y abundancia de lo que acostumbraba.
Así, siempre que un pobre le pedía limosna hallándose fuera de casa, le socorría con
dinero, si podía; si no llevaba dinero, le daba siquiera la gorra o el cinto, para que no
marchara con las manos vacías. Mas, si no tenía nada de eso, se apartaba a un lugar
oculto, se desnudaba de la camisa, y hacía ir con disimulo al pobre a ese lugar para que
por Dios la recogiera. También compraba objetos propios para el decoro de las iglesias y
secretamente los enviaba a los sacerdotes pobres» (TC 8; cf. 2 Cel 8; LM 1,5).
En una noticia exclusiva de la Leyenda de los tres Compañeros hallamos otro avance del
encuentro del joven Francisco con los pobres, el cual se manifiesta en la invitación que les
hacía a compartir la mesa familiar cuando, aprovechando las ausencias de su padre,
«llenaba la mesa de tantos panes como si la preparase para toda la familia», pues «había
hecho el propósito de dar limosna a todo el que se la pidiera por amor de Dios»; el autor
comenta que la frecuencia que antes tenía con sus amigos, ahora se había transformado
en solidaridad con otros amigos, pues «ahora tenía todo su corazón pendiente de ver u oír
a algún pobre para darle limosna» (TC 9). Este comentario final es de gran importancia, en
cuanto denota un cambio de horizonte en las relaciones de Francisco, pues su mundo
social se traslada del ambiente burgués de sus amigos y compañeros de fiestas al de los
pobres de su ciudad.
Otro paso importante del proceso es lo ocurrido en Roma con motivo de una
peregrinación que hizo Francisco a la tumba del apóstol Pedro. Allí no sólo dio una
abundante limosna en monedas que dejó caer sonoramente a través de la ventanilla del
altar, sino que al salir de la iglesia, «donde había muchos pobres pidiendo limosna, recibió
de prestado y en secreto los andrajos de un hombre pobrecillo y, quitándose sus vestidos,
se vistió los de aquel; y se quedó en la escalinata de la iglesia con otros pobres pidiendo
limosna en francés» (TC 10). Es un episodio muy significativo porque en él aparece claro
que, a pesar de ocurrir en una ciudad diferente de la suya, en donde podía pasar
desapercibido, el joven Francisco quiere dar un paso más en su proceso de encuentros con
los pobres. En efecto, ahora ya no le basta la generosidad expresada en la dádiva, sino que
quiere experimentar la condición del pobre. Si el vestido es tenido de ordinario como la
expresión de la propia identidad, el cambio que hace Francisco, aunque por ahora
momentáneo, está indicando el proceso que está viviendo; es un indicio claro de hacia
dónde apuntan sus ideales (7).
El encuentro de Francisco con los pobres es una garantía de la autenticidad de su
vocación. Su búsqueda de Dios no se redujo a una relación intimista en la soledad, ni su
práctica de la pobreza era una simple acción ascética de dominio proprio y de liberación
de las cosas terrenas. Su encuentro con Dios en la oración tiene en el encuentro con los
pobres la demostración de que no se está buscando a sí mismo. «La vocación es auténtica
si no se reduce a una relación intimista con Dios, sino que abre la persona al servicio de los
otros» (F. Marchesi).
Tercer encuentro: con los leprosos
El encuentro con el leproso es uno de los episodios más hermosos de la vida de Francisco
desde el punto de vista hagiográfico. Con frecuencia es tenido en cuenta sólo desde su
dimensión dramática, por lo cual ha sido un recurso obligado para los narradores de todos
los géneros y aun para los pintores. Pero su valor y su significado van mucho más allá de lo
pintoresco. En efecto, fue tal la incidencia que tuvo en la vocación de Francisco, que se
constituyó en un factor determinante de su respuesta a la llamada del Señor y le dio un
matiz específico a su espiritualidad. Podría ser considerado como un complemento de su
encuentro con los pobres, pero merece ser tratado de forma independiente a causa de los
aspectos nuevos que aporta al proceso vocacional del santo.
El famoso episodio del beso al leproso es contado por cuatro de las más primitivas fuentes
hagiográficas, aunque con algunas variantes entre ellas que marcan en un cierto sentido la
interpretación del hecho, dándole un significado cada vez más místico o sobrenatural.
Siguiendo nuestra propuesta metodológica, tomamos como punto de referencia la
narración de la Leyenda de los tres Compañeros, la cual dice que, «yendo Francisco un día
a caballo por las afueras de Asís, se cruzó en el camino con un leproso. Como el profundo
horror por los leprosos era habitual en él, haciéndose una gran violencia, bajó del caballo,
le dio una moneda y le besó la mano. Y habiendo recibido del leproso el ósculo de paz,
montó de nuevo a caballo y prosiguió su camino» (TC 11). Para la Leyenda de los tres
Compañeros el relato tiene una dinámica en cuatro momentos: a) Francisco va a caballo y
se cruza con el leproso; b) baja del caballo, le da una moneda y le besa la mano; c) recibe
un beso del leproso y monta de nuevo a caballo; d) sigue su camino. En la Vida primera de
Celano el relato es de una gran simplicidad: a) Francisco se encuentra con el leproso; b) se
llega a él y lo besa (cf. 1 Cel 17). La Vida segunda de Celano sigue más de cerca el esquema
de la Leyenda de los tres Compañeros, pero agrega un elemento misterioso; en efecto: a)
Francisco va a caballo y se cruza con un leproso; b) baja del caballo y lo besa; c) le da
limosna y le besa la mano; d) monta el caballo y el leproso desaparece (cf. 2 Cel 9). La
Leyenda Mayor (cf. LM 1,5) sigue el mismo esquema de la 2 Cel.
A pesar de que casi todos los biógrafos subrayan el valor que tiene este encuentro como
manifestación del gran dominio sobre sí mismo logrado por el joven convertido, tal vez la
que presenta de forma más clara esta perspectiva es la Leyenda de los tres Compañeros,
en donde el episodio es introducido con una «respuesta» obtenida en un momento de
oración, la cual lo motiva a cambiar de actitud ante los leprosos. En efecto, el texto dice
que, «como cierto día rogara al Señor con mucho fervor, oyó esta respuesta: “Francisco,
es necesario que todo lo que, como hombre carnal, has amado y has deseado tener, lo
desprecies y aborrezcas, si quieres conocer mi voluntad. Y después de que empieces a
probarlo, aquello que hasta el presente te parecía suave y deleitable, se convertirá para ti
en insoportable y amargo, y en aquello que antes te causaba horror, experimentarás gran
dulzura y suavidad inmensa”» (TC 11). No es difícil descubrir en esta última frase un eco
de las primeras palabras del Testamento de san Francisco: «Y el Señor me condujo en
medio de ellos [los leprosos] y practiqué con ellos la misericordia. Y al separarme de los
mismos, aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura de alma y cuerpo» (Test
2-3). El centro de la iluminación que recibe el joven Francisco está precisamente en
«conocer la voluntad de Dios»; para descubrirla es indispensable «despreciar y aborrecer»
al hombre carnal. El vencimiento de sí mismo es, por tanto, según la reflexión que hace el
autor del texto, una condición indispensable para conocer la voluntad de Dios. Una vez
logrado, se experimentará una gran dulzura y una suavidad inmensa.
En la Vida primera de Celano la precedente reflexión es hecha en dos momentos: en el
primero se coloca la referencia a las palabras del Testamento cuando narra la experiencia
del santo en la casa de los leprosos, y en el segundo, o sea el encuentro con el leproso, se
refiere al dominio sobre sí mismo con este breve comentario: «Desde este momento
comenzó a despreciarse más y más hasta que, por la misericordia del Redentor, consiguió
la total victoria sobre sí mismo» (1 Cel 17). En la Vida segunda de Celano la reflexión es
más genérica y parece referirse de forma más directa a la superación de la tentación que
tuvo el joven convertido sobre la mujer gibosa (cf. 2 Cel 9).
Pero el tercer encuentro de Francisco no se reduce a un episodio único y aislado, el del
beso al leproso, aunque presentado de manera tan destacada por las distintas fuentes. En
ellas se hace ver que el servicio a los leprosos se constituyó en una verdadera praxis del
santo durante toda su vida, pues en sus frecuentes desplazamientos por varias ciudades
de Italia solía frecuentar las leproserías y los hospitales y servir a los enfermos, con lo cual
pagaba muchas veces su hospedaje en tales lugares (8).
Después del beso al leproso, la Leyenda de los tres Compañeros continúa la narración de
la siguiente manera: «A los pocos días, tomando una gran cantidad de dinero, fue al
hospital de los leprosos y, una vez que hubo reunido a todos, les fue dando a cada uno su
limosna mientras le besaba la mano. Al salir [del hospital], lo que antes era para él
amargo, es decir, ver y palpar a los leprosos, se le convirtió en dulzura. Como él lo dijo, de
tal manera le era repugnante la visión de los leprosos, que no sólo no quería verlos, sino
que evitaba hasta acercarse a sus habitaciones y si alguna vez le tocaba pasar cerca de sus
casas o verlos, aunque la compasión le indujese a darles limosna por medio de otra
persona, siempre lo hacía volviendo el rostro y tapándose las narices con las manos. Mas
por la gracia de Dios llegó a ser tan familiar y amigo de los leprosos que, como dice en su
Testamento, entre ellos moraba y a ellos humildemente servía» (TC 11). Tal vez ninguna
de las otras fuentes hagiográficas es tan explícita y tan dramática como ésta en la
presentación de la repugnancia que sentía Francisco por los leprosos. Ella pone en
evidencia que el cambio de actitud hacia los leprosos no fue cosa fácil, que se trató de un
verdadero proceso de vencimiento de sí mismo en el que, como dice el texto, «la gracia de
Dios» tuvo un papel importante. Este párrafo es también significativo porque coincide con
cuanto dice de sí mismo Francisco en su Testamento y porque declara que «llegó a ser
familiar y amigo de los leprosos», con lo cual el encuentro con uno de ellos en las afueras
de Asís no queda como un simple episodio esporádico.
En este sentido las otras fuentes dan testimonios semejantes. La Vida primera de Celano,
que coloca la convivencia con los leprosos antes de narrar el episodio del beso a uno de
ellos, dice que Francisco «vivía con ellos y servía a todos por Dios con extremada
delicadeza: lavaba sus cuerpos infectos y curaba sus úlceras purulentas» (1 Cel 17). La Vida
segunda de Celano afirma que, después del encuentro maravilloso con uno de ellos, «se
fue al lugar donde moran los leprosos y, según va dando dinero a cada uno, le besa la
mano y la boca» (2Cel 9). El encuentro de Francisco con los leprosos no fue, por tanto, el
fruto de una emoción momentánea, ni el resultado de un arranque de generosidad. Sólo a
partir de un trato no esporádico se puede llegar a hacer proceso interior, vencimiento
proprio y valoración del otro en su condición más degradante y miserable, como lo era la
lepra en el Medioevo. Ese proceso interior es descrito por Buenaventura en la Leyenda
Mayor con gran belleza y profundidad en estos términos: «A partir de entonces se revistió
del espíritu de pobreza, del sentimiento de humildad y de una profunda piedad. Si antes
detestaba vivamente no sólo la compañía de los leprosos sino hasta verlos de lejos, ahora,
por amor de Cristo crucificado que, según la palabra profética, apareció despreciable
como un leproso (Is 53,3-4), con benéfica piedad los servía humilde y cariñosamente, para
alcanzar el total desprecio de sí mismo» (LM 1,6). Dos cosas se deben resaltar en estas
palabras del Doctor Seráfico: por una parte, la trilogía de virtudes que marcan el momento
del proceso que estaba viviendo el santo y que pueden ser una meta pedagógica para
cualquier trabajo formativo: el espíritu de pobreza, el sentimiento de humildad y la
profunda piedad; por otra parte, el hecho que la vista de los leprosos le evocara la figura
de Cristo crucificado, quien «apareció despreciable como un leproso». Es indudable que
esta motivación cristológica está en estrecha relación con el cuarto encuentro de
Francisco.
El servicio frecuente a los leprosos da un matiz importante al dominio de sí mismo de
Francisco, en cuanto no lo reduce a una simple acción ascética ni su vocación se puede
catalogar como una fuga mundi, según la entendían los antiguos anacoretas. Tiene una
dimensión social que marcó de forma decidida su presencia en el mundo y la identidad de
su Fraternidad en los mejores momentos de la historia. Es una presencia en el mundo,
aunque sin ser de este mundo (cf. Jn 17,16). El servicio a los leprosos es causa de dulzura
para Francisco, según lo dice en su Testamento y lo confirman los biógrafos; no sólo el
encuentro con Dios en la oración es causa de dulzura; lo es también el servicio a los
demás, en especial a los más necesitados.
Cuarto encuentro: con el Crucificado
Después de narrar el encuentro de Francisco con el leproso en las cercanías de Asís,
Buenaventura hace referencia a un primer encuentro con Cristo, en el contexto de un
momento inicial de oración y discernimiento del joven convertido. Dice que «mientras un
día oraba totalmente aislado y debido al gran fervor en que estaba absorto en Dios, se le
apareció Cristo Jesús como un crucificado. A su vista quedó su alma derretida y el
recuerdo de la pasión de Cristo se imprimió de tal manera en lo más íntimo de su corazón
que, desde aquel momento, cuando le venía a la memoria la crucifixión de Cristo, con
dificultad podía contener externamente las lágrimas y los gemidos, como él mismo más
tarde lo declaró confidencialmente, cuando se acercaba a la muerte» (LM 1,5). Ninguna de
las otras fuentes hagiográficas hace mención de este encuentro y no sabemos de dónde lo
haya tomado el autor de la Leyenda Mayor. De todas maneras, aunque tuviese un
significado más místico que histórico, es importante tener en cuenta que en esta visión
Cristo aparece bajo una dimensión kenótica, y que es colocada inmediatamente después
del episodio del encuentro con el leproso.
Pero el encuentro con Cristo en el cual concuerdan las más importantes fuentes y que
constituyó otro de los momentos determinantes del proceso vocacional de Francisco es el
ocurrido en la iglesita de San Damián. La Leyenda de los tres Compañeros narra así la
parte central de este encuentro: «Cuando caminaba cerca de la iglesia de San Damián, le
fue dicho en el espíritu (dictum est illi in spiritu) que entrara a orar en ella. Luego que
entró se puso a orar fervorosamente ante una imagen del Crucificado, que piadosa y
benignamente le habló así: “Francisco, ¿no ves que mi casa se derrumba? Anda, pues, y
repárala”. Y él, con gran temblor y estupor, contestó: “Con gusto lo haré, Señor”. Entendió
que se le hablaba de aquella iglesia de San Damián, que, por su vetusta antigüedad,
amenazaba inminente ruina. Después de esta conversación quedó iluminado con tal gozo
y claridad, que sintió realmente en su alma que había sido Cristo crucificado el que le
había hablado» (TC 13). Un poco más adelante el texto agrega: «Desde ese momento
quedó su corazón llagado y derretido de amor ante aquel recuerdo de la pasión del Señor,
de modo que mientras vivió llevó siempre en su corazón las llagas del Señor Jesús, como
después apareció con toda claridad en la renovación de las mismas llagas admirablemente
impresas en su cuerpo y comprobadas con absoluta certeza» (TC 14). El capítulo V de la
Leyenda de los tres Compañeros termina con estas palabras: «Desde la visión y alocución
de la imagen del crucifijo, fue hasta su muerte imitador de la pasión de Cristo» (TC 15). La
dinámica del relato se puede sintetizar en cinco pasos: a) Francisco, siguiendo una moción
interior, entra en la iglesita de San Damián; b) ora ante la imagen del Crucificado; c)
diálogo entre el Crucificado y Francisco; d) Francisco interpreta el mandato como la
reparación de la iglesia material; e) consecuencias del encuentro con Cristo: gozo interior,
convicción de que era Cristo quien le había hablado, su corazón quedó llagado por el
recuerdo de la pasión del Señor.
El relato que trae la Vida segunda de Celano de este encuentro es un poco más ampuloso
desde el punto de vista literario, de modo especial en el comentario que hace el autor a
través de una serie de preguntas retóricas sobre los efectos del encuentro con Cristo.
Desde el punto de vista del contenido, sigue en su sustancia los cinco pasos de la
narración anterior, pero dramatiza más los hechos y, sobre todo, les da una mayor carga
sobrenatural y maravillosa. En efecto, aquí Francisco no entra impulsado por una moción
interior, sino «guiado por el Espíritu» (9); la imagen de Cristo le habla «desplegando los
labios de la pintura» (labiis picturae deductus); Francisco se pasma y como que pierde el
sentido (quasi alienus a sensu) por lo que ha escuchado; al volver a la ciudad, aparece
crucificado; la locución del Crucifijo es un milagro nuevo e inaudito (cf. 2 Cel 10-11). El
relato de la Leyenda Mayor al parecer se inspira en el de la Vida segunda, pero lo
simplifica tanto en la forma como en la mayoría de los aspectos maravillosos; desde este
último punto de vista, agrega que la voz le habla por tres veces a Francisco (cf. LM 2,1).
Este cuarto encuentro es importante desde varios puntos de vista. En primer lugar,
porque le da un carácter decididamente teológico a la vocación de Francisco; si tal
carácter se insinuaba en los anteriores encuentros, en éste ya no quedan rastros de
dudas. En segundo lugar, es un encuentro que le da el matiz específico al Cristo que
iluminó la piedad de Francisco y al cual se propone seguir, es decir, al de Belén y del
Calvario, al hijo de la Virgen pobrecilla y al humilde siervo de Yahvé, al pobre y crucificado,
pero resucitado y glorioso; es gracias a su cambio de actitud con los pobres y los leprosos
como el Pobrecillo alcanza a percibir mejor el carácter de anonadamiento que comporta la
condición del Crucificado. En tercer lugar, es un encuentro que marcó de manera
determinante su existencia, hasta el punto de convertirlo en un «crucificado», como
afirma Tomás de Celano; no en vano cuando los hagiógrafos comentan este episodio, lo
unen a la estigmatización de Francisco en el monte Alverna, queriendo indicar que lo que
allí ocurrió en el mes de septiembre de 1224 no fue un hecho improvisado, sino algo que
se comenzó a gestar en la capillita de San Damián cerca de veinte años atrás. En cuarto
lugar, es un encuentro que marca un cambio efectivo de Francisco, aunque todavía
transitorio, en cuanto lo indujo a reconstruir iglesias; transitorio porque todavía no había
entendido el significado del mandato que había recibido (trabajar por el Reino desde la
reconstrucción de la Iglesia), pero de gran valor porque se puso en evidencia su capacidad
de obedecer, y en el plan de Dios esto es lo que cuenta.
El encuentro con Cristo trajo consecuencias insospechables y determinantes en la
vocación de Francisco, sobre todo porque lo llevó a descubrir el rostro paterno de Dios.
Este descubrimiento se hará patente poco después, cuando se despoja de todo ante el
Obispo de Asís, entrega sus vestidos y el dinero que tenía a su padre terreno Pedro de
Bernardone y declara ante todos que sólo tiene un Padre, el del cielo (cf. TC 20). Es un
gesto valiente, que lo consagra hijo de Dios y le da una profunda libertad interior.
Quinto encuentro: con el Evangelio
El encuentro de Francisco con el Evangelio presenta algunas dificultades históricas, en
cuanto las fuentes biográficas relatan dos episodios relacionados con el Evangelio que
resultaron determinantes para su vocación: uno en la iglesita de la Porciúncula, narrado
por tres fuentes (TC 25, 1 Cel 22, LM 3,1), y otro en la iglesia de San Nicolás, cerca del
mercado de Asís, narrado por cuatro (AP 11, TC 29, 2 Cel 15, LM 3,3). El primero tiene
como protagonista sólo a Francisco y se refiere a un texto de misión (Mt 10,9-10; Lc 9,3;
10,4); en el segundo intervienen, junto al santo, sus primeros compañeros, y se refiere a
tres textos evangélicos relacionados con el seguimiento de Cristo (Mt 19,21; Lc 9,3; Mt
16,24) que son de carácter fundacional, en cuanto constituyen el núcleo mismo de la vida
religiosa.
Sin entrar aquí en discusiones de carácter histórico, en principio pensamos que el uno no
excluye al otro, pues no hay entre ellos oposición intrínseca; al contrario, creemos que son
complementarios y tal vez por ese motivo fueron asumidos ambos por la Leyenda de los
tres Compañeros y la Leyenda Mayor. En este estudio damos primacía el encuentro
ocurrido en la Porciúncula, no sólo porque es el que al parecer tiene la prioridad
cronológica, sino porque contiene una gran fuerza en la dinámica narrativa y porque
marca un paso de gran importancia en el proceso vocacional de Francisco.
Fieles al criterio metodológico seguido en los pasos anteriores, partimos del relato que
hace la Leyenda de los tres Compañeros: «Cuando el bienaventurado Francisco acabó la
obra de la iglesia de San Damián, vestía hábito de ermitaño, llevaba bastón y calzado y se
ceñía con una correa. Habiendo escuchado un día en la celebración de la misa lo que dice
Cristo a sus discípulos cuando los envía a predicar, es decir, que no lleven para el camino
ni oro ni plata, ni alforja o zurrón, ni pan ni bastón, y que no usen calzado ni dos túnicas, y
como comprendiera esto más claro por la explicación del sacerdote, dijo transportado de
indecible júbilo: “Esto es lo que ansío cumplir con todas mis fuerzas”. Y, grabadas en su
memoria cuantas cosas había escuchado, se esforzó en cumplirlas con alegría, se despojó
al momento de los objetos duplicados y no usó en adelante de bastón, calzado, zurrón o
alforja; haciéndose una túnica muy despreciable y rústica, abandonada la correa, se ciñó
con una cuerda. Adhiriéndose de todo corazón a las palabras de la nueva gracia y
pensando en cómo llevarlas a la práctica, empezó, por impulso divino, a anunciar la
perfección del Evangelio y a predicar en público con sencillez la penitencia. Sus palabras
no eran vanas ni de risa, sino llenas de la virtud del Espíritu Santo, que penetraba hasta lo
más hondo del corazón y con vehemencia sumían a los oyentes en estupor» (TC 25).
La primera cosa que se debe observar en este relato es que no se hace mención de la
iglesia de la Porciúncula, pero tampoco se dice en forma explícita que el episodio ocurrió
en la iglesia de San Damián. La introducción hace alusión a esta última, pero sólo como
referencia cronológica (ecclesiae Sancti Damiani perfecto iam opere); todo da a entender
que la introducción busca como primer objetivo poner de presente la manera de vestir de
Francisco, típica de un ermitaño, a fin de que aparezca más claro el cambio externo que se
obró en él como reacción inmediata al evangelio que acababa de escuchar. Además de
esta introducción, en la narración se pueden distinguir los cuatro pasos siguientes: a) Un
día, durante la celebración de la Misa, Francisco escucha un pasaje evangélico en el que
Jesús indica la forma externa como los discípulos deben ir a predicar; b) después de que el
sacerdote le explica el pasaje, declara que eso es lo que él desea cumplir con todas sus
fuerzas; c) de inmediato se despoja de los vestidos propios del ermitaño y asume
literalmente los recomendados por el Evangelio; d) empieza a predicar en público con
palabras que convencían a los oyentes.
El relato paralelo de Vida primera de Celano sigue en sustancia los mismos pasos que se
observan en la Leyenda de los tres Compañeros, aunque es menos sobrio en su lenguaje y
amplía algunos detalles que bien vale la pena subrayar. En primer lugar, ubica el episodio
en la iglesia de la Porciúncula, «cuando terminó de reparar dicha iglesia» y se encontraba
en «el tercer año de su conversión» (1Cel 21). La descripción de la forma externa como
deben ir los discípulos de Cristo es colocada en el segundo paso, es decir, en la explicación
que le da el sacerdote. La reacción de Francisco a esta explicación es enfatizada con más
fuerza por Tomás de Celano, pues dice que, «saltando de gozo, lleno del Espíritu del
Señor, exclamó: “Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo
más íntimo del corazón anhelo poner en práctica”» (1 Cel 22); como se puede ver, es una
expresión mucho más larga y vehemente que la de la Leyenda de los tres Compañeros. El
Celanense es también mucho más prolijo en la descripción de la túnica que se preparó
Francisco y, sobre todo, de su significado, pero no hace mención en esta unidad narrativa
de la predicación del santo ni de sus efectos entre sus oyentes; la concluye exaltando su
capacidad de escuchar y cumplir la Palabra de Dios: «nunca fue oyente sordo del
Evangelio» (1 Cel 22).
Por su parte, Buenaventura sigue el relato del Celanense pero sintetizándolo. Con todo,
ofrece una precisión que puede ser interesante, o sea, que escuchaba «la misa de los
Apóstoles» y, sobre todo, con su percepción teológica de los hechos, hace observaciones
que le dan un gran alcance al texto, como por ejemplo cuando, después de recordar el
pasaje evangélico, dice: «Oyendo esto, comprendiéndolo y encomendándolo a la
memoria, el amigo de la pobreza apostólica exclamó lleno de indecible alegría...»; o
cuando comenta que Francisco actúa, «poniendo toda la solicitud de su corazón en llevar
a cabo lo que había oído y en conformarse en todo a la regla de la perfección apostólica»
(LM 3,1). Las observaciones del Doctor Seráfico ofrecen también aquí un itinerario que
puede ser útil pedagógicamente en la tarea formativa frente a la Palabra de Dios.
La reacción de Francisco a la escucha del Evangelio, que es unánime en los tres relatos,
nos coloca en un momento culminante del proceso vocacional del santo, en cuanto le
iluminó de forma definitiva su futuro. Y no podía ser de otra manera, pues es la Palabra de
Dios la que determina cualquier vocación cristiana. Este encuentro es rico de
consecuencias pedagógicas que bien vale la pena señalar, aunque sea en forma breve.
En primer lugar, indica que la clarificación de la vocación se dio en Francisco después de
un proceso largo: «Se encontraba en el tercer año de su conversión», dice Tomás de
Celano. Dios ordinariamente se acomoda al tiempo del hombre, permite que haga
proceso, pero está siempre presente en su camino. Desde hacía tres años el joven
aspirante a caballero había hecho una pregunta durante la visión de Espoleto: «Señor, qué
quieres que haga» (TC 6); sólo ahora encuentra una respuesta clara. Las palabras llenas de
entusiasmo que él pronuncia después de escuchar la explicación del sacerdote son un
indicio de que, no obstante la importancia de los encuentros anteriores, aún no estaba del
todo satisfecho, de que en su corazón todavía se albergaban las dudas, de que todavía se
encontraba en búsqueda. La inmediatez de su respuesta, el cambio súbito de vestido y su
dedicación inmediata a la predicación son un indicio de que su corazón se encontraba
abierto y disponible a la Palabra de Dios. De aquí en adelante ya no tendrá más dudas. Es
a este momento determinante, aunque no en forma exclusiva, al que se refiere el santo
en su Testamento cuando proclama de forma repetida la acción de la inspiración divina en
su vida.
En segundo lugar, el encuentro con la Palabra se da en el contexto de la celebración
eucarística, la máxima expresión de la comunidad cristiana, la que la genera y la lleva a su
punto culminante. Este hecho es de una gran importancia para cualificar teológicamente
tanto la vocación de Francisco como cualquier otra vocación. Pero junto a la escucha
comunitaria, está también el encuentro personal con la Palabra, que pone en juego la
libertad humana y la respuesta responsable al Dios que habla.
En estrecha relación con lo que precede, Francisco recibe la explicación del sacerdote,
quien le clarifica el texto proclamado. En la persona del sacerdote está representada la
Iglesia, quien es la encargada de aclarar e interpretar de manera oficial la Palabra de Dios.
De esta forma, la vocación del santo adquiere una dimensión eclesial ya desde sus
orígenes.
Un cuarto elemento digno de ser tenido en cuenta es la interiorización de la Palabra que
hace Francisco. La Leyenda de los tres Compañeros dice que grabó «en su memoria»
cuanto había escuchado, pero es quizás en la Leyenda Mayor donde encontramos el
camino más adecuado con la sucesión de los cuatro verbos usados por el Doctor Seráfico:
«escuchar», «comprender», «encomendar a la memoria» y «llevar a cabo», los cuales
marcan una disciplina interior que bien podría ser propuesta como camino pedagógico
para los jóvenes aspirantes a la vida franciscana, pero no sólo para ellos.
En quinto lugar debe destacarse el contenido de las palabras evangélicas que impactaron
a Francisco: todas hacen referencia a la forma como deben ir los discípulos de Cristo a
ejercer el ministerio de la predicación, es decir, con sobriedad, sin nada que les dificulte
caminar velozmente y en plena libertad, de tal manera que los cuidados y preocupaciones
terrenas no entorpezcan la completa dedicación a la tarea de anunciadores del Reino.
Estas disposiciones, que entrarán más tarde en la Regla de los hermanos Menores (cf. 1 R
14; 2 R 3,10-14), están en el centro de uno de los aspectos que mejor identificarán la
espiritualidad de Francisco de Asís: la desapropiación.
Por último, otro elemento que emerge del quinto momento vocacional de Francisco es
que su encuentro inicial con la Palabra de Dios se da a través de uno de los llamados
discursos de misión, en el que Jesús instruye a sus discípulos sobre la forma como deben
ejercer la predicación. Este elemento está también en el centro de la manera como el
Pobrecillo entendió su llamada a la Perfectio evangelica. Su vocación es por su esencia no
sólo evangélica sino también evangelizadora, y por ello concibe su Orden como una
Fraternidad en misión.
A la luz de cuanto precede queda claro que el encuentro con el Evangelio resultó
determinante en la vocación de Francisco y en la orientación que tomó la Orden por él
fundada. Esto explica por qué, cuando al final de su vida hizo el recuento de su itinerario
espiritual, colocó como un hito la revelación que Dios le hizo: «El mismo Altísimo me
reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio» (Test 14).
Sexto encuentro: con los hermanos
El encuentro de Francisco con los hermanos está en estrecha relación con el precedente,
pero tiene características propias y es significativo no sólo porque perfecciona su proceso
vocacional sino también porque le aporta uno de los elementos que especificarán su
carisma en la Iglesia. Es narrado por las más importantes y antiguas fuentes hagiográficas,
pero no de forma sistemática porque, entre otras cosas, los primeros hermanos no
llegaron todos a la vez, sino poco a poco. Sobre los primeros compañeros existen algunos
problemas no resueltos por los documentos primitivos, porque sólo se sabe el orden de
llegada de algunos de ellos, porque los hagiógrafos no coinciden en los mismos nombres y
porque sólo es posible reconstruir los nombres de ocho, mientras varias fuentes dicen que
eran once o doce los que, junto con Francisco, se presentaron ante el Papa para pedirle la
aprobación de la forma de vida. No es nuestra intención afrontar aquí estos problemas.
Nos reduciremos a los momentos más significativos, a través de los cuales se puede ver
con claridad cómo el joven convertido asume la presencia de los hermanos en su vida y se
decide a fundar una Fraternidad u Orden. En este caso no analizaremos un episodio en
particular, sino que señalaremos los pasos que fueron conformando esta etapa
culminante del proceso vocacional del santo.
La primera cosa que anotan las fuentes es que la llegada de los primeros hermanos es
motivada por el testimonio de vida de Francisco. «Cuando fueron conociendo ya muchos
la verdad tanto de la doctrina sencilla cuanto de la vida del bienaventurado Francisco,
hubo algunos que, después de dos años de su conversión, comenzaron a animarse a seguir
su ejemplo de penitencia, y, despojados de todos sus bienes, se adhirieron a él con el
mismo hábito y en el mismo género de vida. El primero de todos fue el hermano
Bernardo, de santa memoria. Considerando la constancia y fervor con que el
bienaventurado Francisco servía a Dios, a saber, cómo restauraba con tanto trabajo
iglesias derruidas y llevaba una vida tan rigurosa, en contraposición a las delicadezas con
que había vivido en el mundo, resolvió en su corazón repartir todo lo que tenía a los
pobres y seguirle con firmeza en su vida y modo de vestir» (TC 27). Los mismos elementos
se encuentran en las otras fuentes hagiográficas: AP 10; 2 Cel 15; LM 3,3; parcialmente
también en 1 Cel 24. La mayoría de ellas insisten en que los primeros compañeros eligen
vivir en penitencia y se unen a Francisco «en el hábito y en la vida» (habitu vitaque). Con
ello están refiriéndose a aspectos muy importantes que hacen de la vida elegida un
proceso de conversión entendido como vida religiosa, en lo que es llamado por las mismas
fuentes una Ordo o Religio.
El segundo elemento que se debe destacar en las fuentes es que Francisco conduce a los
primeros hermanos a escuchar el Evangelio; después de lo que le había ocurrido en la
Porciúncula (quinto encuentro), en adelante el Evangelio se constituyó para él en el único
punto de referencia de su vida y quiso que así lo fuera para todos los que desearan vivir
como él. El hijo de Pedro de Bernardone no se creía un maestro ni un padre espiritual, y
por ello no da consejos ni traza caminos para los otros; como no quería saber otra cosa
distinta del Evangelio, conduce a él a quienes querían acompañarlo en su camino y con
ellos se hace discípulo de la Palabra de Dios. En la Leyenda de los tres Compañeros se dan
estos pasos: Francisco, Bernardo y Pedro (no todas las fuentes hacen mención de Pedro)
van de mañana a la iglesia de San Nicolás y hacen oración para que Dios les ayude a
encontrar el lugar donde el Evangelio habla de renuncia del siglo; Francisco abre tres
veces el Evangelio y encuentra tres textos sobre las exigencias del seguimiento de Cristo
(Mt 19,21; Lc 9,3; Mt 16,24); al terminar dan gracias a Dios y el santo hace la siguiente
declaración: «Hermanos, ésta es nuestra vida y regla y la de todos los que quisieren unirse
a nuestra compañía. Id, pues, y obrad como habéis escuchado». Después de esto, los
hermanos dejan todas las cosas, visten el mismo hábito de Francisco y viven según la
forma del santo Evangelio que el Señor les había manifestado (10).
Las fuentes ponen de presente como tercer elemento la llegada progresiva de otros
hermanos: el sacerdote Silvestre; un hombre de Asís llamado Gil; Sabbatino, Morico y Juan
de Capella. Tomás de Celano se refiere a un personaje anónimo y al hermano Felipe.
Francisco los adoctrina y los envía en misión por el mundo. Los primeros hermanos tenían
facultad de recibir a otros en sus viajes apostólicos y los traían a la Porciúncula (11).
Un cuarto elemento común en varias de las fuentes es que, en vista de que el grupo crece
y se consolida, Francisco se decide a «oficializar» la Fraternidad con la aprobación del
Papa. «Viendo el bienaventurado Francisco que el Señor aumentaba el número de los
hermanos y los hacía crecer en méritos y que eran ya doce varones perfectísimos con un
mismo sentir, dijo a los otros once el que hacía el número doce y era su jefe y padre: “Veo,
hermanos, que el Señor quiere aumentar misericordiosamente nuestra congregación.
Vayamos, pues, a nuestra santa madre la Iglesia de Roma y manifestemos al sumo
pontífice lo que el Señor empieza a hacer por nosotros, para que de voluntad y mandato
suyo prosigamos lo comenzado”» (TC 46; cf. AP 31; 1 Cel 32; LM 3,8).
Es importante resaltar que Francisco no sale a buscar a los hermanos sino que éstos
llegan, enviados por el Señor, como lo reconocerá el mismo en su Testamento: «Después
de que el Señor me dio hermanos...» (Test 14). Esto significa que no hay una selección
interesada o guiada por criterios de conveniencia egoísta sino, sobre todo, una aceptación
agradecida de los hermanos como un don de Dios. De todas maneras son un regalo que lo
colma de gozo, como lo hacen ver las fuentes, algunas de las cuales a su vez dejan
entrever que en cierto modo los estaba esperando. La Leyenda de los tres Compañeros
dice que cuando llegó el primer compañero, Bernardo, Francisco «dio gracias a Dios y se
alegró profundamente, pues no tenía todavía ningún compañero» (TC 27).
Resultados
Al concluir el análisis de los pasajes biográficos que se refieren al proceso vocacional de
Francisco de Asís, conviene dar una mirada de conjunto a los seis momentos más
representativos de ese proceso, para insinuar algunos de los resultados que más
incidencia podrían tener en la llamada pastoral de las vocaciones y que podrían servir a
quienes se ocupan de esta tarea como punto de partida para una reflexión posterior.
Lo primero que se debe destacar es la coincidencia sustancial de las diversas fuentes sobre
el proceso vocacional de Francisco. No obstante haber sido escritas en momentos
diferentes por diversos autores y a pesar de los factores que influyeron en el enfoque de
cada una de ellas, no se nota contradicción en los datos fundamentales que suministran.
La vocación inicial de Francisco ofrece un cuadro estupendo por la nitidez de los pasos
dados y porque presenta en su conjunto los grandes elementos que deben formar parte
de un proceso vocacional. Los aspectos pintorescos y dramáticos que se encuentran en
varios de los episodios no interfieren el valor paradigmático que de suyo ofrecen para un
joven común y corriente; al contrario, pueden ser estímulos de un sano idealismo y, sobre
todo, ilustran muy bien los pasos que se pueden dar.
Los pasos del proceso no son necesariamente sucesivos; más aún, no siempre todos ellos
son presentados por cada uno de los hagiógrafos ni con la misma progresión cronológica,
pero estas diferencias no alteran el proceso como tal que, de todas maneras, conserva en
su conjunto el dinamismo de los grandes momentos. Más que sucesivos, los encuentros
son progresivamente simultáneos y en su conjunto presentan una inter-relación
dialéctica.
El punto inicial del proceso vocacional de Francisco está marcado por el encuentro consigo
mismo. Se puede decir que tal encuentro tuvo su primera manifestación, aunque todavía
de forma muy incipiente, cuando se hallaba en la cárcel de Perusa. Las incomodidades de
la cárcel, así como los sufrimientos de la enfermedad que padeció poco después,
contribuyeron a que el joven hijo de Pedro de Bernardone comenzara a mirar de forma
más seria su futuro.
El proceso del encuentro de Francisco consigo mismo fue lento y a veces doloroso, pues
supuso la ruptura con su pasado, es decir, el cambio de su proyecto personal por el
proyecto de Dios. Este cambio no estuvo exento de dificultades, aunque éstas no siempre
son presentadas de forma explícita por las fuentes biográficas. Lo más claro de este
proceso es el esfuerzo por leer las señales que Dios le enviaba a través de sueños o
visiones.
El encuentro consigo mismo está caracterizado por un progresivo recogimiento interior
acompañado por la oración y la meditación cada vez más frecuentes, que lo llevaron a lo
que hemos llamado una «interioridad esencial», es decir, no a un simple subjetivismo
egoísta, sino al encuentro con los valores fundamentales de la vida, indispensable para un
verdadero discernimiento.
Junto con el recogimiento interior se dio en Francisco el progresivo dominio de sí mismo,
el abandono de todo lo que juzgaba superficial y una decidida búsqueda de libertad
interior, expresada de forma especial en la desapropiación de las cosas materiales.
Una demostración de que el encuentro de Francisco consigo mismo fue auténtico es que
no lo condujo a un encerramiento individualista sino que lo abrió a los demás. En su caso
específico se dio en la apertura a los pobres, haciendo de la presencia del pobre en la vida
franciscana un verdadero sacramento de la presencia de Dios (12).
En el encuentro de Francisco con los pobres se dio un proceso que supuso superar sus
prejuicios que lo inducían a su rechazo instintivo y que culminó en la identificación con
ellos. Este proceso lo llevó a un cambio radical de su horizonte social con su decidida
opción por los pobres.
Uno de los valores que se ponen en evidencia durante el encuentro de Francisco con los
pobres es su generosidad, con lo cual demostró su capacidad de salir de sí mismo.
Más allá del aspecto dramático que tiene el episodio del beso al leproso, este hecho se
debe tomar como un caso emblemático de los muchos encuentros que tuvo Francisco con
los leprosos, hasta el punto que se constituyó en una práctica habitual de él y de sus
primeros hermanos. Se trata de una práctica que, mirada desde el punto de vista
pedagógico, marca un esfuerzo de vencimiento de sí mismo en el proceso vocacional del
santo.
El encuentro con los leprosos no sólo confirma la dimensión social de la vocación de
Francisco, sino que dispone su espíritu para una mejor comprensión de la persona de
Cristo Crucificado.
El encuentro de Francisco con el Crucificado marca teológicamente y de manera
determinante su vocación, pero a su vez es una demostración de que la oración tuvo un
papel de primer orden en su proceso vocacional y un signo evidente de su capacidad de
obedecer a la voz de Dios.
El momento culminante de la vocación de Francisco fue su encuentro con el Evangelio,
que iluminó de manera definitiva su camino e hizo del Evangelio su principal referente;
constituye también un punto importante para cualquier pastoral vocacional, en especial
por lo que significó su contacto con la Palabra de Dios, la disponibilidad a sus
insinuaciones, la rapidez de su respuesta.
El encuentro de Francisco con la Palabra de Dios es sintetizado por Buenaventura en
cuatro pasos que bien valdría la pena rescatar como propuesta metodológica para la
formación inicial de los hermanos: escuchar, comprender, encomendar a la memoria,
llevar a cabo.
La consecuencia inmediata del encuentro con el Evangelio para Francisco fue la liberación
de todo lo que le impedía la transmisión del mensaje evangélico a los demás; debe ser
también un punto de referencia concreto, una meta específica en cualquier proceso
vocacional.
El encuentro con los hermanos marca el punto final del proceso vocacional de Francisco y
a la vez lo perfecciona, en cuanto le da uno de los matices que caracterizarán su carisma
en la Iglesia. El santo recibía a los nuevos hermanos como dones de Dios, motivo por el
cual experimentaba una gran alegría, según el testimonio unánime de las fuentes. Esta
actitud comporta la aceptación indiscriminada de todos los hermanos en su gran
diversidad.
1) Es lo que parece sugerir de manera un tanto tímida el autor de la Leyenda de los tres
Compañeros, en tanto que Tomás de Celano interpreta abiertamente el episodio en clave
profética y le hace anunciar casi presuntuosamente al joven Francisco su futura
veneración como santo: «Seré venerado como santo en todo el mundo» (cf. 2Cel 4).
2) Cf. TC 7. En 2 Cel 7, el autor alarga el episodio de la fiesta con sus comentarios
personales, pero subraya el desapego de las cosas frívolas que estaba experimentando el
santo. En 1 Cel 7, se destaca también este momento del proceso vocacional de Francisco,
aunque no se relata la anécdota de la fiesta, sino sólo su enigmática respuesta que, de
todas maneras, indica que su decisión estaba llegando ya a un punto de mucha claridad.
3) «Y al separarme de ellos [los leprosos], aquello que me parecía amargo se me tornó en
dulzura de alma y cuerpo; y después de esto, permanecí un poco de tiempo y salí del
siglo» (Test 3).
4) «Aún no había logrado liberarse totalmente de las vanidades del siglo» (TC 81); «Mas,
apartándose poco a poco del bullicio del siglo...» (TC 2).
5) LM 1,4. Aunque al parecer Buenaventura se inspiró en 1 Cel 6, en donde se destaca la
actitud orante del joven convertido, este texto como tal no tiene paralelo en las otras
fuentes.
6) LM 2,5. El comentario de Buenaventura no se encuentra en su fuente 1 Cel 16 quien se
reduce al episodio del asalto de los bandidos.
7) 2 Cel 8 narra también este hecho con algunas variantes que, de todas maneras, no
afectan el significado. LM 1,6 hace un relato mucho más sintético y sólo del cambio
temporal de los vestidos con el pobre; Buenaventura pone de relieve su amor a la pobreza
y su esfuerzo por despreciar la gloria mundana y ascender a la perfección evangélica.
8) Varios son los pasajes de las fuentes en los que tanto Francisco como sus hermanos
aparecen en relación con los leprosos, como: 1 Cel 17.39.103; TC 11.12.55; 2 Cel 66.122;
LM 1,6; 2,6; 10,2; 14,1; EP 44.58.59.
9) Aquí el Celanense pone a actuar directamente al Espíritu Santo (Spiritu ducente) usando
una expresión de resonancia bíblica (cf. Mt 4,1), mientras que la expresión análoga
empleada por TC (dictum est illi in spiritu), se refiere al interior de Francisco, a la
dimensión más profunda de su ser que sobrepasa los límites de la subjetividad.

10) Cf. TC 28. Este relato es seguido muy de cerca por AP 10-11, aunque introduce la
presencia de un sacerdote quien es el que abre el libro; sustancialmente también se
encuentran los mismos elementos en 1 Cel 24; 2 Cel 15; LM 3,3.
11) 1 Cel 25-28; 2 Cel 15.109; LM 3,4-7; TC 31-41; AP 12-14.17-18.24. Las fuentes suelen
relatar la vocación de Silvestre después de la conversión de Bernardo, a propósito del
dinero que éste distribuye y del cual reclama una parte el codicioso sacerdote, pero ello
no quiere decir que haya sido el tercer hermano en agregarse a Francisco.
12) «No itinerario franciscano, o grande vestígio desta presença de Deus é o pobre” (D.
Fassini, 67).
[Fernando Uribe, OFM, El proceso vocacional de Francisco de Asís, en Selecciones de
Franciscanismo vol. XXX, n. 88 (2001) 44-69]

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