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De: http://www.fratefrancesco.org/ord/66.ofs.htm
En tiempos de San Francisco ya existían asociaciones seglares de tipo penitencial, muy variadas y sin
conexión entre ellas, surgidas, por lo general, a la sombra de hombres santos, monasterios,
canónigos o movimientos religiosos. También los movimientos evangélicos o pauperistas, católicos
o no, contaban con este tipo de rama secular, e Inocencio III aprobó la forma de vida de algunas de
ellas, como los Humillados de Milán (1201) y los Pobres Católicos (1212).
Los Penitentes, por tanto, ya existían individual y corporativamente, antes que San Francisco
fundara el Orden de los Hermanos y Hermanas de la Penitencia, que así se llamó en un principio. Él
mismo y sus compañeros, antes de la aprobación de la Regla, se autodenominaban "Penitentes de
Asís". Por tanto, no puede decirse que él fuera el fundador de todos, aunque sí de aquellos que,
animados por el ejemplo y la predicación suya y de sus hermanos, quisieron llevar una vida más
austera y evangélica, sin abandonar sus casas y sus compromisos familiares o laborales.
La idea de fundar la Orden franciscana seglar parece que le vino a Francisco a raíz de una predicación
en Cannara (1212), cuando muchos de sus habitantes, hombres y mujeres, querían marcharse con
él. Según el autor del Anónimo de Perusa, muchos casados decían a los hermanos: "Tenemos
esposas y no nos permiten abandonarlas, Enseñadnos, pues, un camino para poder salvarnos". Y
fue entonces cuando "fundaron una Orden que se llama de Penitentes, y la hicieron confirmar por
el sumo Pontífice".
Que san Francisco fundó la Orden de los Penitentes o Terciarios lo dicen todas las fuentes primitivas,
empezando por fray Tomás de Celano, el cual, al describir poéticamente en su Vida Primera (1228-
29) los primeros frutos de la predicación itinerante del Santo y de sus compañeros, añadía que “por
todas partes resonaban himnos de gratitud y de alabanza, tanto que muchos, dejando los cuidados
de las cosas del mundo, encontraron, en la vida y en la enseñanza del beatísimo padre Francisco,
conocimiento de sí mismos y aliento para amar y venerar al Creador. Mucha gente del pueblo,
nobles y plebeyos, clérigos y legos, tocados de divina inspiración, se llegaron a San Francisco,
deseosos de militar siempre bajo su dirección y magisterio. Cual río caudaloso de gracia celestial,
empapaba el santo de Dios a todos ellos con el agua de sus carismas y adornaba con flores de
virtudes el jardín de sus corazones. ¡Magnífico operario aquél! Con sólo que se proclame su forma
de vida, su Regla y doctrina, contribuye a que la Iglesia de Cristo se renueve en los creyentes de uno
y otro sexo, y triunfe la triple milicia de los que se han de salvar”. Y concluye: “A todos daba una
norma de vida y señalaba con acierto el camino de salvación, según el estado de cada uno".
Poco después, fray Julián de Spira (1232-1235) veía en las tres iglesias restauradas por Francisco el
signo de las tres Órdenes que él fundó, dando “ley” a cada una, y explicaba que “la primera quiso
que el nombre de Hermanos Menores fuese, en medio están las Pobres Señoras, y Penitentes de
uno y otro sexo abraza la Orden Tercera”. De la Orden de los Penitentes dirá en otro momento que
“no es de mediocre perfección, y está abierto a clérigos y laicos, vírgenes y continentes y casados, y
comprende, para su salvación, a ambos sexos”.
También la Leyenda de los Tres Compañeros relaciona las tres Ordenes fundadas por él y
confirmadas cada una “en su momento, por el sumo pontífice" con las tres iglesias que restauró, y
con la Santísima Trinidad, de la que el santo fue muy devoto. San Buenaventura, por su parte, dice
que "numerosas personas, inflamadas por el fuego de la predicación, se comprometían a las nuevas
normas de penitencia según la forma de vida recibida del hombre de Dios"; y explica que dicho
estado de vida estaba abierto a clérigos y seglares, vírgenes y casados de ambos sexos y que fue San
Francisco quien determinó que se llamaran "Hermanos de la Penitencia".
El mismo cardenal Hugolino, siendo papa, escribía a Santa Inés de Praga en junio de 1238 y hacía
referencia a las tres Órdenes fundadas por el santo, entre ellas "los colegios de penitentes".
Hasta nosotros ha llegado el llamado "memorial de propósitos" una Regla de la Orden de los
Hermanos y Hermanas de la Penitencia que se dice comenzada en el año 1221. Que fue fundada por
san Francisco ese año lo confirman el beato Francisco de Fabriano en la segunda mitad del siglo XIII,
y la Crónica de los XXIV Generales en el s. XIV. Así pues, lo más probable es que la decisión de fundar
una orden para seglares la tomara Francisco en 1221, durante la celebración del capítulo general o
de las esteras, de acuerdo con los ministros y demás religiosos. Probablemente fue entonces cuando
se dio el visto bueno al proyecto, dejando para más adelante la redacción de un memorial o regla,
en espera de que el santo y el cardenal Hugolino pudiesen elaborarlo juntos, cosa que se hizo, según
parece, el verano siguiente, en Florencia.
La intervención del cardenal protector de la Orden, futuro papa Gregorio IX, en la redacción de la
regla para los Penitentes está confirmada por algunos testimonios. Fue el mismo Hugolino, según la
Chronica Minor” de un fraile de Erfurt, quien “dió confirmación pontificia a las dos órdenes que
Francisco había fundado, la de las Pobres Damas consagradas y la de los Penitentes, una orden esta
que abraza a ambos sexos y a clérigos, casados, vírgenes y continentes”. Y el bien informado
biógrafo de Gregorio IX decía que "en el periodo en que fue obispo de Ostia, Hugolino instituyó y
llevó a término las nuevas Órdenes de los Hermanos de la Penitencia y de las Hermanas Reclusas".
Y añade: “Y también guió a la Orden de los Menores, cuando esta se movía con paso vacilante,
elaborando para ellos una nueva Regla y dando forma, de ese modo, a aquel movimiento aún
informe, designando a San Francisco como ministro y jefe”.
Hoy nadie pone en duda que el cardenal Hugolino, protector de la Orden, ayudó de manera decisiva
a San Francisco a dar un orden jurídico a la segunda y a la tercera orden por él fundadas.
Los penitentes franciscanos, considerados "Hermanos y Hermanas de la III Orden de San Francisco"
por Gregorio IX poco después de la muerte del Santo, experimentaron enseguida un notable
crecimiento junto con los hermanos Menores. El 18 de agosto de 1289, el papa franciscano Nicolás
IV, con la bula "Supra Montem", les dió una nueva Regla, que estuvo en vigor durante siglos, hasta
que León XIII la actualizó con la bula "misericors Dei Filius" del 30 de mayo de 1889.
Después del Concilio Vaticano II, en un clima de mayor compromiso y de mayor autonomía,
reconocida a las organizaciones seglares comprometidas especialmente en la vida cristiana y en el
apostolado, con la aportación de destacados terciarios de todo el mundo, se redactó la Regla actual,
que el papa Pablo VI aprobó con la bula "Seraphicus Patriarca" del 4 de junio de 1978.
La Tercera Orden Franciscana, o la Orden Franciscana Seglar, como hoy se llama, ha dado la Iglesia
un gran número de Santos y Beatos. Entre los literatos, artistas y científicos que han dado su nombre
a la Orden conviene destacar a Giotto, Dante, Palestrina, Perosi, Galileo, Galvani, Volta, Cristobal
Colón, Lope de Vega, etc., todos personajes que, haciendo honor a San Francisco, han dado
testimonio de su gran intuición de hacer asequible a todos su estilo de vida religiosa.
HISTORIA FRANCISCANA
de: http://www.franciscanos.org/historia/Iriarte-HistoriaFranciscana-31.htm
Capítulo I
ORIGEN DE LA ORDEN DE LA PENITENCIA
En el estado actual del examen de las fuentes conocidas4, se puede llegar a las siguientes
conclusiones. Las agrupaciones de penitentes venían de muy atrás no sólo como efecto de la
disciplina penitencial de la iglesia, sino también como compromiso comunitario -propositum-
de perfección evangélica. Así, a fines del siglo XII, junto al ordo clericorum y el ordo
monachorum, vino a añadirse el ordo paenitentium, acogido también al fuero eclesiástico. En
realidad, Francisco y sus primeros compañeros se presentaron como "penitentes de Asís" antes
de la aprobación pontificia de su regla. Algunos de esos grupos se colocaban bajo la dirección
de un monasterio o se acogían a las nuevas instituciones regulares, como los premonstratenses
o los humillados, formando una "tercera orden" de seglares casados o célibes. El compromiso
de conversión llevaba consigo una serie de renuncias y de exenciones y el distintivo de un hábito
penitencial, además de un mayor rigor que los cristianos comunes en punto a ayunos y
frecuencia de sacramentos5.
Bajo el pontificado de Inocencio III y, más aún, de Honorio III, por iniciativa
principalmente del cardenal Hugolino, se observa una preocupación de la santa Sede por
comunicar al movimiento penitencial una mayor coherencia y hasta una personalidad canónica
definida, al mismo tiempo que se tiende a inmunizarlo contra el contagio de la herejía. La verdad
era que ese movimiento estaba adquiriendo caracteres de un hecho nuevo bajo la acción
renovadora de san Francisco y de su orden. El cristiano seglar de los comunes italianos hacía
acto de presencia en las aspiraciones a un cristianismo más radical. Y es precisamente esa nota
de secularidad lo que distingue a las hermandades de sello franciscano de las anteriores, aun
de las agrupadas por los humillados.
Las fuentes biográficas son bien explícitas al precisar la parte que cupo a san Francisco
en aquel despertar de un ideal de santidad auténticamente seglar. En 1239 escribía Tomás de
Celano en su Vita I: "Eran muchos los que, despreciando los cuidados de este mundo, entraban
en sí mismos movidos por la vida y la doctrina del bienaventurado padre Francisco, y se sentían
atraídos al amor y a la reverencia del Creador. Bajo la moción de la inspiración divina, muchas
personas, nobles y plebeyas, clérigos y laicos, se acercaban a san Francisco ofreciéndose a vivir
en adelante bajo su dirección y magisterio. A todos ellos comunicaba el riego abundante de
gracias celestiales, que desbordaban de su espíritu y hacía crecer en el campo de sus corazones
flores de virtudes. Hombres y mujeres seguían sus ejemplos, su regla y sus enseñanzas; así,
hemos de proclamarlo con razón artífice incomparable de la renovación de la iglesia y de la
victoria de la triple milicia de los elegidos. A todos ellos daba una norma de vida y, según la
condición de cada uno, les indicaba con sinceridad el camino de la salvación" (1 Cel 37).
No faltan ejemplos concretos de tales personas que, por consejo de los hermanos
menores, abrazaban una vida de austeridad cristiana sin salir de la familia. El caso más
sorprendente es el de la aldea de Greccio, cuyos habitantes vivían de tal manera identificados
con el espíritu franciscano, que formaban en torno al agreste lugar de los hermanos menores
una comunidad de oración y de fervor evangélico7. Las Florecillas describen el entusiasmo con
que los habitantes de Cannara, enardecidos por la palabra de san Francisco, se ofrecieron todos,
hombres y mujeres, para seguirle, abandonando sus casas; el santo los contuvo, diciéndoles:
"No os apresuréis; ya os diré lo que debéis hacer para salvar vuestras almas"8.
De los testimonios biográficos se desprende no sólo la parte decisiva que tuvo Francisco
en el impulso del movimiento penitencial del siglo XIII, sino también su acción normativa y
orientadora de un proyecto de vida evangélica seglar. Quizá estén en lo cierto los que, con K.
Esser9, ven en la Carta a los fieles, escrita por Francisco en fecha no fácil de fijar, una exhortación
a los hermanos y hermanas de la penitencia; de ser así, tendríamos el mejor testimonio de la
conciencia de fundador que tenía el santo.
El "Memorial" de 1221/1228
Como hemos visto, veinte años después de la muerte de san Francisco existía entre los
menores la certeza de que las normas de vida dadas por el fundador a los hermanos de la
penitencia habían sido confirmadas por la Sede apostólica. Ignoramos a cuál de los varios
documentos de los pontificados de Honorio III, Gregorio IX e Inocencio IV puedan referirse. La
primera mención oficial de los hermanos de la penitencia como corporación organizada se halla
en la bula de Honorio III al obispo de Rímini (16 diciembre 1221), encargándole los proteja
contra las autoridades civiles que pretenden forzarles a tomar las armas, bajo juramento, en
defensa del común. Por otras bulas, dirigidas a todos los obispos de Italia, de 1225 a 1234,
vemos la gran difusión alcanzada en breve tiempo por el movimiento penitencial organizado 10.
De 1221 data la primera redacción del Memoriale propositi, que ha venido siendo
considerado como la primera regla de la orden de la penitencia de inspiración franciscana11. Se
la considera obra de Hugolino. Abundan en este texto legislativo elementos tomados
del Propositum de los humillados aprobado por Inocencio III en 1201.
El texto solamente lo conocemos a través de una revisión hecha en 1228 12. Contiene
normas precisas sobre la sencillez y austeridad en la manera de vestir. Prohíbe asistir a
banquetes mundanos, a espectáculos y bailes, y organizar festejos y diversiones. Limita el uso
de carnes a tres días a la semana; impone el ayuno todos los viernes del año, y desde la fiesta
de Todos los Santos a Pascua también los miércoles, junto con la cuaresma de san Martín, sobre
los ayunos generales de la iglesia. Los clérigos deben rezar el Oficio Divino; los demás, doce
Padrenuestros por Maitines y siete por las otras horas; durante la cuaresma deben acudir a los
Maitines en la iglesia. Comulgarán tres veces al año: en Navidad, Resurrección y Pentecostés.
Pagarán fielmente los diezmos. No llevarán armas ni las tomarán contra nadie. Se abstendrán
de juramentos solemnes, excepto en los casos en que lo exija la paz, la fe, la calumnia o el
testimonio, y evitarán también los juramentos privados. Cada cual debe cuidar de que su familia
viva cristianamente. Una vez al mes deben oír misa en común todos los de una misma población
y, si es posible, un religioso les hará una plática; en esa reunión cada cual entregará su cuota
mensual, y el producto se distribuirá entre los hermanos indigentes y enfermos y entre los
pobres del lugar. El ministro -nombre que recibe el responsable del grupo- debe visitar, por lo
menos una vez a la semana, por sí o por otro, a los hermanos que se hallen enfermos; todos
están obligados a asistir a los funerales de los hermanos difuntos y a aplicarles ciertos sufragios.
Están obligados a hacer el testamento dentro de los tres meses que siguen a la profesión. A fin
de evitar discordias, los pleitos se resolverán dentro de la fraternidad. Los ministros de cada
localidad han de denunciar al visitador las faltas públicas de los hermanos, para proceder a su
corrección o expulsión, si fuere necesario. Todos se confesarán una vez al mes con algún
sacerdote. Son de particular interés las precauciones exigidas para la admisión de los
candidatos: pago previo de deudas y diezmos atrasados, reconciliación con los prójimos,
inmunidad de toda sospecha de herejía; la mujer no puede ser recibida sin consentimiento del
marido. Previo un año de prueba, el candidato, si es juzgado idóneo, emite su profesión -
promissio- para toda la vida; del acto debe redactarse documento público, teniendo entendido
que a ninguno será ya licito salir de la fraternidad si no es para tomar vida religiosa. El
incorregible debe ser expulsado de la fraternidad.
Es notable la flexibilidad prevista en la aplicación de los preceptos conforme a la
situación concreta de cada hermano, además de la autoridad que se concede al ministro para
dispensar a los hermanos según su buen criterio.
Parece que bajo el generalato de Juan Parenti (1227-1232) los hermanos menores se
ocuparon activamente de la dirección de las fraternidades de la penitencia. Por el contrario,
fray Elías (1232-1239) fue opuesto a toda responsabilidad en ese sentido, actitud que debió de
durar hasta el generalato de Juan de Parma (1247-1257). Este general obtuvo de Inocencio IV
la bula de 13 de junio de 1247 encomendando a los ministros provinciales franciscanos de Italia
y Sicilia la visita permanente de los hermanos de la penitencia, si bien al año siguiente volvía a
poner a los de Lombardía bajo la jurisdicción de los obispos; lo propio hacía en 1251 con los de
Florencia.
San Buenaventura fue enemigo de todo compromiso con la orden de la penitencia por
parte de los menores. Un opúsculo escrito durante su generalato, pero que no parece deba
atribuírsele, aduce nada menos que doce razones para fundamentar la actitud oficial de la
primera orden, y la principal es que ésta perdería su libertad de acción y se vería envuelta en
incesantes conflictos con el clero secular y aun con las autoridades civiles por causa de los
privilegios y exenciones de los penitentes13. Hacia 1284 volvieron a estrecharse las relaciones
jurídicas entre los hermanos menores y la orden de la penitencia; en ese año aparece el
franciscano fray Caro de Florencia como "visitador apostólico" de los hermanos de la
penitencia14.
En 1284, el visitador Caro de Florencia compuso una regla que el papa franciscano
Nicolás IV, por la bula de 18 de agosto de 1289, impuso a todos los hermanos y hermanas de la
penitencia "presentes y futuros". La bula reconocía a san Francisco "fundador" de la orden de
la penitencia. La regla dejaba casi intacto el texto del Memorial de 1228, disponiéndolo en una
forma más ordenada. El papa hizo añadir a la regla de Caro una disposición por la que, en
adelante, todos los "visitatores et informatores" debían ser de los hermanos menores; la orden
de la penitencia quedaba, pues, bajo la dirección de la primera orden. Otra bula de Nicolás IV
de 1890 imponía a todos los miembros de la orden de la penitencia de todo el mundo la
aceptación de los menores como visitadores y procuradores, y daba como razón el hecho
histórico de haber sido san Francisco el fundador15.
Por esta regla, que no dejó de despertar oposición en un principio, se regirá la orden de
la penitencia hasta León XIII. A lo que parece, fue esa neta franciscanización de las agrupaciones
de penitentes lo que llevó a los dominicos a organizar a las que estaban en relación espiritual
con ellos, por iniciativa del maestro general Munio de Zamora, la que se llamó orden de la
penitencia de santo Domingo; esta denominación se halla por primera vez en una bula de
Honorio IV de 128616.
*****
Capítulo II
DIFUSIÓN E INFLUENCIA
EN LOS TRES PRIMEROS SIGLOS
En nada se manifiesta la magnitud del movimiento franciscano en el siglo XIII como en
la propagación e importancia alcanzada por la orden de la penitencia. El ideal evangélico,
mensaje de amor y de paz, santifica la vida familiar, el trabajo y los afanes de cada día,
hermanando en un plano de igualdad cristiana al rey y al vasallo, al noble y al plebeyo, al letrado
y al artesano. Una lista de 57 hermanos de la fraternidad de Bolonia presenta, en 1252, notarios,
copistas, silleros, barberos, zapateros, carpinteros, papeleros, panaderos, boticarios,
peleteros...17. La vida comunal recibía el beneficio de un profundo sentido religioso en lo que
constituía su misma entraña: los gremios de artesanos. No puede pensarse en reducir a cuadros
estadísticos esa enorme penetración social.
Lo que sobre todo los colocaba en un plano de excepción y aun de eminencia social eran
sus exenciones públicas, unas comunes al estado de penitentes ya de tiempo atrás, otras
otorgadas o actualizadas por los papas.
Venía en primer lugar la que se relacionaba con el juramento de fidelidad al señor feudal
o al podestà del municipio, privilegio de gran importancia en la estructura de aquella sociedad
fundada en las relaciones de beneficio y vasallaje. El juramento de fidelidad llevaba consigo la
obligación de tomar las armas en favor del señor o del municipio. Unido a esta exención iba el
alejamiento de ciertos cargos públicos que se juzgaban incompatibles con la situación religiosa
de los penitentes. Se comprende que este trato de favor concitase contra los hermanos de la
penitencia la enemiga de los que salían perjudicados. Honorio III en 1221 y en 1226 Gregorio IX,
con catorce bulas a diferentes destinatarios y los pontífices siguientes con numerosas
intervenciones salieron en defensa de los hermanos penitentes contra las vejaciones de que
eran objeto por razón de la exención del juramento y de los cargos públicos. Celestino V llegó a
eximir en 1294 a los terciarios de Áquila de las contribuciones municipales, como personas
dedicadas al culto divino18. Hay que reconocer que el celo de los papas, sobre todo en los años
de la lucha con Federico II, no estaba exento de una intención política, la de sustraer
combatientes a los aliados del emperador; pero, en el fondo, era un recurso de pacificación
ciudadana en las turbulentas repúblicas italianas.
Otra de las prerrogativas reconocidas por Gregorio IX en 1227 era el derecho de disponer
libremente de sus bienes en favor de quien quisieran. Había, en efecto, hermandades
florecientes que poseían bienes muebles e inmuebles, con cuyas rentas sostenían importantes
obras de caridad. Autoridades civiles y eclesiásticas llevaban muy a mal esta autonomía de las
agrupaciones de penitentes y dieron lugar a varias intervenciones pontificias19.
El hecho de que a fines del siglo XIII pudieran reunirse en capitulo representantes de un
buen número de provincias prueba no sólo la avanzada organización de las hermandades y la
conciencia corporativa, sino también la densidad del movimiento penitencial dentro y fuera de
Italia.
Esto, unido a las circunstancias deplorables creadas en el siglo XIV por la peste negra y
por el cisma, hizo que el número de terciarios disminuyera notablemente, según testimonio de
Bartolomé de Pisa; pero aun así eran muy numerosos. Una estadística de 1385 daba la cifra de
244 hermandades atendidas por los hermanos menores, de ellas 141 en Italia y Oriente, 23 en
España, 29 en Francia, 37 en los países germánicos y 8 en las islas británicas24.
El siglo XV trajo un nuevo florecimiento, merced sobre todo al empeño que pusieron en
la propagación de la orden tercera, así llamada ya oficialmente, los grandes predicadores de la
observancia, especialmente san Bernardino, san Juan de Capistrano y Bernardino de Bustis. De
esta nueva expansión da testimonio san Antonino de Florencia († 1459), disertando sobre el
carácter eclesiástico de los terciarios, llamados en Italia pinzocheri ya desde el siglo XIII; su
testimonio es valioso por tratarse de un dominico: "Los doctores -dice- no tratan de la orden
tercera de santo Domingo como de la de san Francisco, porque los terciarios dominicos son
pocos en estas partes (Italia), y casi ninguno entre el sexo masculino; en cambio, bajo la regla y
el hábito de la orden tercera de san Francisco militan muchos de uno y otro sexo, unos como
ermitaños, otros como hospitalarios y otros agrupados en congregación". Y añade que, por
razón de esta importancia numérica, no gozan los terciarios franciscanos de la exención del
entredicho como la gozan los de santo Domingo25. No es, pues, puro énfasis oratorio la
exclamación de Bernardino de Bustis en uno de sus sermones: "Esta orden es grande por su
número. La cristiandad entera está llena de hombres y mujeres que observan sinceramente la
regla de los terciarios"26.
Sin embargo, no faltaban tampoco entonces contradictores. San Juan de Capistrano tuvo
que hacer la apología de la personalidad eclesiástica de los terciarios y de su autonomía jurídica
en su Defensorium tertii ordinis beati Francisci27.
Los hay de linaje real y noble, como santa Isabel de Hungría († 1231), santa Isabel de
Portugal († 1336), san Elzeario de Sabran († 1323) y su esposa la beata Delfina de Glandever (†
1360), san Conrado Confalonieri de Piacenza († 1351) y su esposa Eufrosina, el beato Carlos de
Blois († 1364), la beata Juana María de Maillé († 1414); piadosos sacerdotes como san Ivón de
Bretaña († 1303), el beato Bartolo de San Gimignano († 1300) y el mártir beato Jacobo de Città
della Pieve († 1286); penitentes, como santa Margarita de Cortona († 1297); labriegos y
menestrales, como la prodigiosa jovencita santa Rosa de Viterbo († 1251), el beato Pedro "el
Peinetero", de Siena († 1289) y el beato Novelono de Faenza, zapatero († 1280); el beato
Lucchese de Poggibonsi († 1260), agricultor, luego traficante y por fin, ya terciario, dado a obras
de caridad, junto con su esposa Buonadonna; ambos, según la tradición, habrían sido los
primeros en recibir el hábito de manos de san Francisco; fundadores insignes como santa
Brígida de Suecia († 1373), el beato Pedro Gambacorti de Pisa († 1435) y santa Juana de Valois
(† 1505); héroes de la caridad, como san Roque de Montpellier († 1327) y el beato Oddino
Barotto († 1400); ermitaños, como los beatos Vivaldo de San Gimignano († c. 1320), Guillermo
Scicli († 1404), y las reclusas Umiliana dei Cerchi († 1246) y Verdiana de Castelfiorentino (†
1242); finalmente, figuras de la talla espiritual de la beata Ángela de Foligno († 1309) y del beato
Ramón Lull († 1310).
El teatro donde crecía esta santidad evangélica era la misma vida cristiana en sus
múltiples manifestaciones y cristalizaba siempre en iniciativas de apostolado o de caridad. Al
lado de cada hermandad no tardaba en surgir un hospital u otra obra pía sostenida con la
generosa aportación de los hermanos. Tales obras solían quedar al cuidado de algunos de ellos,
que hacían particular profesión de vida desprendida y recibían el nombre de beatos o beatas.
Muchas veces vivían en comunidad para responder mejor a su vocación caritativa.
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Capítulo III
LA ORDEN TERCERA, MODA ARISTOCRÁTICA
(siglos XVI - XVIII)
Desde el Renacimiento la fisonomía de la orden tercera experimenta un cambio muy
digno de atención. Primero se produce una profunda decadencia en Italia, cuyo refinado
humanismo no halla de buen gusto el concepto de la vida de los "pinzocheri", y en los países
trabajados por la reforma protestante, antípoda de los ideales franciscanos. Por el contrario, y
simultáneamente, estalla una desbordante renovación de entusiasmo por la milicia seráfica en
España y en Portugal, en los dominios españoles de Europa -Nápoles, Lombardía y Flandes- y
en el Nuevo Mundo. Llega un momento en que san Francisco señorea como astro mayor en
toda la sociedad española; reyes, obispos, generales, literatos y artistas tienen a honra llamarle
"nuestro seráfico Padre", dedicarle a porfía el homenaje de la devoción o del ingenio y ser
amortajados con su hábito.
Pero todos estos efectos no se logran sin abdicaciones sensibles. Ya es un símbolo
sintomático la modificación sufrida por el hábito de penitencia. La primitiva túnica talar,
modesta y severa de forma, que a fines del siglo XIII había llegado a ser el distintivo externo de
los terciarios, dando la misma nota de austeridad en los palacios y en los talleres, llegó a hacerse
un compromiso excesivamente pesado para la gente de alta posición y engorroso para los
artesanos que tenían que ocuparse en sus menesteres. Julio II, en vista de las múltiples
reclamaciones, se decidió a establecer en 1508 como forma propia de hábito de los terciarios
el escapulario, consistente en dos amplias tiras de lana que cubrían el pecho y la espalda y se
sujetaban a la cintura por medio del cordón. Esta prenda podía ocultarse fácilmente bajo los
vestidos exteriores de cualquier hechura que fueran. Con el tiempo, especialmente a partir de
una concesión dada por Clemente XI en 1704, iría reduciéndose más y más hasta quedar
convertido en los dos actuales retazos pendientes de unas cintas, sin conexión práctica con el
cordón.
En el siglo XVII el movimiento de atracción hacia la milicia seráfica se hizo más general,
debido sobre todo al celo desplegado por las varias ramas de la primera orden que daban lugar
en las decisiones capitulares y en las constituciones a los asuntos relacionados con la renovación
y difusión de la orden tercera. El capítulo general de Toledo de 1633 decía en las ordenaciones
acordadas para la restauración de la orden tercera: "De tal manera ha decaído, por causa
principalmente de la negligencia de nuestros religiosos, que en algunas provincias y naciones
puede darse por extinguida"; y con el fin de promover la restauración mandaba que en todas
partes se adoptase el directorio usado en España, "donde la tercera orden resplandece
grandemente". Se publicaron muchos manuales en lengua vulgar; los confesores franciscanos
de varias casas reinantes inducían a vestir la librea seráfica a los soberanos y sus familias,
particularmente los de la Casa de Austria, los Gonzaga y los Saboya. Los papas, por su parte,
promovían con gracias espirituales y recomendaciones la propagación de un medio tan eficaz
para acentuar la restauración católica y hacer frente a los errores.
En Italia hubo en todas las ciudades hermandades florecientes. La aristocracia
eclesiástica y civil se gloriaba de pertenecer a la orden tercera. En España y Portugal el
entusiasmo alcanzó límites increíbles bajo Felipe III y Felipe IV. Sólo la hermandad de Lisboa,
fundada por el infatigable apóstol de la orden tercera padre Ignacio García, contaba en 1644
más de 11.000 afiliados. En Madrid pasaban de 25.000 los terciarios en 1689. En Francia la orden
tercera tuvo los principales propagadores entre los capuchinos, distinguiéndose José du
Tremblay, Leonardo de París e Ivón de París. En Bélgica quedó circunscrita casi exclusivamente
a las clases altas, sin hacerse popular. También se dejó sentir el entusiasmo en Alemania, Irlanda
e Inglaterra.
En 1547, cediendo ante las repetidas instancias de los terciarios regulares de España,
Paulo III aprobó tres reglas, una para cada estado de los que constituían la orden tercera:
religiosos, religiosas y terciarios seculares. La de éstos era casi un mero resumen de la de Nicolás
IV, con ciertas mitigaciones en los ayunos y abstinencias; sólo afectaba a las hermandades de la
Península Ibérica. La innovación más importante consistía en colocar a todos los terciarios de
España y Portugal y de ambas Indias bajo la jurisdicción del ministro general de los terciarios
regulares a quien correspondía conceder la delegación a todo aquel que hubiera de admitir a la
profesión a los terciarios seculares. Fue una novedad meramente teórica que no introdujo
modificación alguna en las relaciones entre la primera y la tercera orden, relaciones que fueron
confirmadas repetidas veces por los papas posteriores29.
*****
Capítulo IV
RESURGIMIENTO. LA REGLA DE LEÓN XIII (1884).
ESTADO ACTUAL
Varios factores, todos de importancia, han contribuido, desde la segunda mitad del siglo
XIX, a lanzar la orden tercera hacia una insospechada prosperidad: la restauración de la primera
orden en sus diferentes ramas con un sentido más social y eficiente de su apostolado y con una
conciencia más clara de los recursos franciscanos de acción, la ola de simpatía hacia san
Francisco que partía de los ambientes intelectuales y el apoyo decidido de los romanos
pontífices.
Todos los últimos papas, desde Pío IX hasta Juan XXIII, habían pertenecido a la orden
tercera franciscana antes de su ascensión al pontificado, y todos la han hecho objeto de especial
atención.
Pero quien puso en ella sus preferencias y sus mayores esperanzas para la regeneración
de la sociedad cristiana fue León XIII. Siendo todavía obispo de Perusa había impulsado por
todos los medios su expansión en todas las parroquias de su diócesis; este entusiasmo subió de
punto al escalar el solio pontificio. Aprovechando la oportunidad del séptimo centenario del
nacimiento de san Francisco, publicó en 1882 la encíclica Auspicato concessum, que constituyó
un ardiente panegírico de la orden tercera franciscana y una cálida exhortación a propagarla en
todas partes.
Aun fuera de la iglesia católica se extendió el movimiento. Con distinta regla, pero con
el mismo nombre, la orden tercera de san Francisco se propagó notablemente en la iglesia
anglicana a fines del siglo XIX. El calvinista Monod, fundador de una tercera orden franciscana
en Francia, terminaba su discurso en el congreso unionista de Estocolmo de 1927 haciendo
votos para que "un nuevo san Francisco suscitase en todas las partes de la cristiandad
misioneros de la tercera orden laica, encargados de predicar el evangelio moral, social y
espiritual, único capaz de preservarnos del horrible espectáculo de otra catástrofe mundial...".
Había que dar la impresión de fuerza y de empuje universalista que encerraba la gran
fraternidad franciscana extendida en todas las naciones, aunque no fuera más que para
responder al ruido de la internacional marxista del odio de clases, y se promovieron los grandes
congresos. En 1893, una peregrinación internacional llevaba a los pies del papa a 4.500
terciarios. Aquel mismo año, el insigne apóstol social y fervoroso terciario León Harmel reunía
un magno congreso franciscano con las hermandades de Francia, Bélgica y Holanda, en Val de
Bois; otros dos congresos similares se tenían al año siguiente en Novara y en Paray-le-Monial, y
cada año se fueron repitiendo con éxito creciente, hasta que llegó el Congreso Internacional
Franciscano de 1900, presidido por el cardenal Vives e integrado por unos 17.000 terciarios de
todo el mundo. En 1914 tuvo especial resonancia el Congreso Nacional celebrado en Madrid.
En 1921, fecha conmemorativa del séptimo centenario de la fundación de la orden tercera,
además de la serie de congresos regionales y nacionales que pusieron en conmoción a todo el
mundo cristiano, se reunió el Segundo Congreso Internacional en Roma. Benedicto XV había
inaugurado las celebraciones centenarias el 6 de enero de aquel año con su encíclica Sacra
propediem, en que exhortaba a los pastores de almas a velar por que las hermandades terciarias
ya existentes prosperaran cada día más y fueran creadas allí donde no existían. El resultado fue
un nuevo incremento en el número de terciarios y en la protección que el episcopado dispensó
a la orden tercera, secundando las inequívocas directivas de la santa Sede.
Los grandes congresos volvieron a repetirse en 1926, con ocasión del centenario de la
muerte de san Francisco, conmemorado asimismo por Pío XI con la encíclica Rite expiatis, que
terminaba reiterando a los obispos la recomendación de fomentar con todas sus fuerzas la
orden tercera entre sus fieles.
Asimismo, Juan XXIII, en la alocución del 2 de julio de 1961 al congreso nacional de Italia,
y Pablo VI, en la del 23 de junio de 1968 y en otra del 20 de mayo de 1971 a una gran
concentración internacional de terciarios, manifestaron su aprecio al frasciscanismo seglar.
La prueba más elocuente de la colaboración hallada en grandes sectores del clero son
las hermandades de sacerdotes creadas en todas las naciones. La más importante es la "Pia
Fratellanza", fundada en 1900 por el cardenal Vives en Roma, hermandad que cuenta en sus
filas a ilustres prelados de todas las nacionalidades; de ella formó parte y fue ministro por
espacio de seis años Giacomo della Chiesa, después Benedicto XV, así como Eugenio Pacelli, el
futuro Pío XII. Hermandades sacerdotales de este género existen en gran número en Italia,
Francia (donde sumaban hasta 27, en 1950, con su revista propia), Bélgica y España.
Pero preciso es comprobar que la curva del apogeo numérico alcanzado en el decenio
1920-1930 inició un descenso rápido en el siguiente decenio y todavía no se ha detenido.
¿Causas? Quizás es la primera el mismo afán de hacer fácil el ideal de la vida terciaria para
empujar las estadísticas, convirtiendo muchas veces las hermandades en meras cofradías, sin
programa de santidad secular ni de acción apostólica. Ya en varios congresos de los que
siguieron a la constitución de León XIII se reconoció sin ambages que la orden tercera no estaba,
en general, en condiciones de responder a los designios del papa. La segunda causa puede
hallarse en el desvío de la atención de la primera orden hacia otras formas de apostolado, de
eficacia más inmediata, dejando postergado el cuidado de las agrupaciones terciarias alejadas
de los conventos. La explicación más realista, sin embargo, creemos debe buscarse en la
aparición de una nueva fuerza destinada a sustituir a la orden tercera en la polarización del
apostolado seglar: la Acción Católica. De hecho coincide la máxima expansión de ésta con el
máximo descenso de la orden tercera. Y era muy natural que así sucediera desde el momento
que el episcopado y el clero de todo el mundo habían de secundar los insistentes apremios de
Pío XI en favor de la nueva institución, colocada, por lo demás, por el mismo pontífice, bajo el
patrocinio de san Francisco de Asís. Tal sustitución no entraba en las intenciones del papa ni
provenía necesariamente de la confluencia de ambos movimientos, ya que sus fines se hallan
bien diferenciados; pero era inevitable.
Con ocasión del Concilio Vaticano II, que puso a plena luz la vocación del seglar en la
iglesia y orientó las organizaciones seglares de compromiso cristiano y de apostolado hacia una
autonomía progresiva, también se sintió la necesidad de reconocerla a la fraternidad
franciscana seglar, como hoy se prefiere llamar a la orden tercera. Por otra parte, desde 1968
se está trabajando en la revisión de la regla, mediante la redacción de una "forma de vida" de
contenido más franciscano.
Para terminar, he aquí los datos estadísticos que atestiguan la curva observada en la
orden tercera en lo que va de siglo. Son cifras aproximativas, ya que resulta difícil realizar la
suma exacta de las hermandades y de los miembros dependientes de cada una de las cuatro
familias franciscanas.
Dep. de OFM Cap.: en 1903, 4.611 hermandades y 808.049 terciarios; en 1914, 6.204
hermandades y 928.576 terciarios; en 1924, 8.291 hermandades y 1.128.115 terciarios; en
1934, 9.985 hermandades y 1.188.158 terciarios; en 1942, 10.772 hermandades y 1.068.791
terciarios; en 1952, 11.117 hermandades y 853.827 terciarios; en 1960, 11.688 hermandades y
727.937 terciarios; en torno a 1970, 6.800 hermandades y 403.529 terciarios.
NOTAS:
1. Die Anfänge des Minoritenordens und der Bussbruderschaften. Freiburg 1885.
6. Leyenda de los Tres Compañeros, 60; Anónimo de Perusa, n. 41. Cf. O. Schmucki, Il T.
O. F. nelle biografie di san Francesco, en L'Ordine della Penitenza..., 117-143.
8. Florecillas, 16. El relato sitúa este episodio después de la respuesta dada a Francisco
por Silvestre y Clara sobre su vocación apostólica, por lo tanto hacia 1213, y añade: "Y entonces
le vino la idea de fundar la Orden Tercera para la salvación universal de todos". El primero en
emplear esta designación -Orden Tercera- parece que fue Bernardo de Bessa, De laudibus b.
Francisci, c. 7.
9. La lettera di san Francesco ai fedeli, en L'Ordine della Penitenza..., 65-78. Die Opuscula
des hl. Franziskus von Assisi. Grottaferrata 1976, 176-182.
11. Así se lo miraba ya a mediados del siglo XIII, según consta por la adición al texto en
el códice de Capistrano, escrito entre 1247 y 1260. Cf. A. G. Matanic, I penitenti francescani dal
1221 al 1289, en L'Ordine della Penitenza..., 43s.
14. Cf. H. Roggen, Les relations du premier ordre franciscain avec le Tiers-Ordre au XIII
siècle, en L'Ordine della Penitenza..., 199-209.
22. Fredegando de Amberes, La tercera orden de san Francisco. Barcelona 1925, 53-
70.- P. Péano, Histoire du Tiers-Ordre, Paris 1943, 42-51.- H. Roggen, Geschichte der
Laienbewegung. Werl/Westf. 1971, 66-84.
23. Cf. M. Bihl, De tertio ordine s. Francisci in provincia Germaniae Superioris, en AFH 14
(1921) 172-186.- J. M. Pou y Martí, Visionarios, beguinos y fraticelos catalanes (siglos XIII-XV).
Vich 1930.- Cl. Schmitt, Le conflit des franciscains avec le clergé séculier á Bâle (1318-1324), en
AFH 54 (1961) 216-225.- Mariano d'Alatri, "Ordo paenitentium" ed eresia in Italia, en L'Ordine
della penitenza..., 181-197.- P. Péano, Les "pauvres frères de la pénitence".. en France
méridionale au XIII siècle, ibid., 211-217.- A. M. Ini, Nuovi documenti sugli spirituali di Toscana,
en AFH 66 (1973) 305-377.
27. Ed. de Hilario de París, Liber tertii ordinis. Venecia 1890, 809ss.
28. Por ejemplo, no consta que lo fueran san Fernando III, rey de Castilla († 1252), ni san
Luis IX, rey de Francia († 1270), aunque hubieran favorecido a los franciscanos; cf. Isidoro de
Villapadierna, Observaciones críticas sobre la tercera orden de penitencia en España,
en L'Ordine della Penitenza..., 220-224; S. Gieben, I patroni dell'ordine della penitenza, ibid.,
229-245. De otros santos, como Isabel de Hungría e Isabel de Portugal, Ivón, Roque, no consta
documentalmente su profesión en la orden de la penitencia, pero se sabe que llevaron vida de
perfección bajo la dirección de los menores.
29. Fredegando de Amberes, o. c., 173-183.- P. Péano, o. c., 115-122.- Cf. Annales
Minorum, XXVIII, 1633, 33s, 125s; 1635, 213, 241; XXIX, 1644, 223; 1645, 290; XXX, 1656, 363;
1657, 384-387.
32. Tertius Ordo, 22 (1961) 55-58. En 1969 habían descendido los cordígeros a 14.074 y
los miembros de JUFRA a 10.435, mientras que los "amigos de san Francisco" habían subido a
7.145.
33. Los datos están tomados de Acta OFM, Commentarium OFMConv, Analecta
OFMCap y Tertius Ordo, 22 (1961) 55-58, 31 (1970) 111-114.