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DIRECTORIO
Carmen Zenil
ISBN: 970-36-0353-X
Prólogo ............................................................................. 17
El soldado de la libertad................................................................ 55
El motín............................................................................................ 60
Benito Juárez (fragmentos)............................................................... 66
La tumba de Juárez .......................................................................... 69
Al señor de la victoria.................................................................... 70
Cinco de mayo (fragmentos).............................................................. 74
Exaltación heroica ......................................................................... 76
A Juárez............................................................................................. 78
Apóstrofe a México......................................................................... 83
Soneto .............................................................................................. 84
A la memoria del ciudadano Benito Juárez ................................. 85
De Juárez a los jóvenes
bibliografía
José Clemente Orozco
¡A las armas!
13
14 De Juárez a los jóvenes
Manuel M. Flores
16 De Juárez a los jóvenes
Leguízamo
Prólogo
La memoria colectiva es la historia latente de un pueblo, por ello es más que un libro
o un trabajo continuo que quita la memoria al que la padece, estableció Cervantes y la
llamó enemiga mortal de mi descanso. Una memoria ejercitada es guía más valiosa que el
genio y la sensibilidad, observó Schiller; porque de la memoria no podemos ser expul-
sados, en ese paraíso todo lo somos y lo sentimos y lo decimos porque lo vemos. Y no
sólo lo que hayamos visto, porque no es un sentido el que opera sino que hay además lo
oído, lo tocado, lo olido y lo gustado. La memoria reúne entendimiento, hechos, ense-
ñanzas, seres, actos y todo lo que forma nuestra verdad, porque lo que amamos está con
nosotros y porque lo que odiamos está contra lo que amamos o contra los que amamos.
Así diferenciamos lo positivo de lo negativo, lo justo de lo injusto, lo que pertenece a
la libertad y lo que es de la indignidad. La historia es testimonio del tiempo, verdad del
tiempo, maestra y prolongación de la vida. La memoria de todos y cada uno es presente
eterno. El tiempo es dulce en la primera edad, corazonado en la adolescencia y for-
taleza en la madurez. En la firmeza corazonada de la juventud está la conciencia del
porvenir, el espíritu de lo humano y la realidad del arte.
Benito Juárez digno hijo del pueblo. Abanderado de los principios. Creyente de la
igualdad popular. Voz recia y firme. Tutela de la educación indígena. Abanderado
de la ley. Liberador de los cultos. Voluntad contra cualquier obstáculo. Ajusticiador
de la impunidad y la traición. Paradigma de esposo y padre. Gobernante con patria
y honor. Combatiente contra el egoísmo y contra la esclavitud. Educador incansa-
ble. Funcionario por el bien público. Implantador de la fuerza moral. Castigo del
vicio y del crimen. Compatriota respetuoso de la opinión. Defensor de los intereses
del pueblo. Freno de ricos y poderosos. Perseguidor de los abusadores y abusos del
poder. Sacrificador de su familia por el bien de la patria. Propiciador del porvenir.
Intelectual por el derecho de pensar. Patriota libre: contra la patria nunca tendremos
la razón. Guerrillero contra el invasor poderoso. Defensor de la soberanía nacional.
Impartidor de la justicia y el derecho. Propiciador de la identidad mexicana. Creador
del Estado; pero por sobre todo, defensor de la soberanía y de la patria asediada por
la ambición y la rapiña de los imperios.
Carmen Zenil Paredes en este su primer libro, llega con su juventud, que siente,
entiende y vive a Juarez, golpeando a la puerta de su tiempo, tiempo mexicano con
55% de jóvenes menores de 25 años. Ella no es recién llegada, ni es casual su identi-
ficación. Adolescente de secundaria, titula su primer trabajo escrito Juárez. Alumna
distinguida, amante de la poesía se entrega a ella en plena convicción de crearla,
escribirla y cumplir de esta manera con su ideal. Más tarde, en vocacional, percibe
de sus maestros la imagen del Benemérito de las Américas, su maestro de matema-
ticas Carlos Garza Ramos Rodríguez decía que Juárez era el hombre completo de su
tiempo que le dio república al país; de la literatura, la presencia inmortal del héroe;
PRÓLOGO 19
de su director Dr. Carlos A. Flores de Dios González escucha: “Sigue por el camino
que te dejó el Centro de Estudios Científicos y Tecnológicos (CECyT), que no es
sino el ejemplo que nos dio Benito Juárez, abraza su ideal y adelante”, al recibir su
diploma de enseñanza media superior y lo determinante para su sentido de vida y
realización, que le entrega en sus manos el Instituto Politécnico Nacional. A nombre
de las decenas de miles de su comunidad: los dos segundos lugares de los Concursos
Interpolitécnicos de Lectura en Voz Alta 2003 y 2004; los dos primeros lugares de los
Concursos de Poesía “Margarita Paz Paredes” y “Miguel Hernández” 2005 y 2006;
y el primer lugar del Concurso “Benito Juárez” 2006, con el que la comunidad po-
litécnica celebra el 200 aniversario de su nacimiento; el 70 aniversario del Instituto
Politécnico Nacional y el 65 aniversario del CECyT 5 “Benito Juárez”.
Pero Carmen Zenil no está sola, este libro es el resultado de las generaciones jóvenes,
que van del paisaje vivo al texto, de todo lo que es asombroso, a la historia y a la voz.
Sus compañeros, que se autollaman Los Heraldos Negros, en reconocimiento al poe-
ta César Vallejo, representan dignamente a las escuelas politécnicas de las que forman
parte, con auténtica expresión literaria que manifiestan en los Interpolitécnicos, ob-
teniendo los primeros lugares; siempre presentes en los eventos culturales, los talleres
de creación literaria, pues el arte los une, auspiciados por el talento de sus maestros
talleristas. En las páginas de este libro, Carmen Zenil da constancia de millones de
mexicanos jóvenes de América y del mundo. La firmeza es directa y la palabra cierta
en su expresión oral y escrita. Por ello este libro es y será territorio siempre, donde
converge el habla de corazón con el presente, la necesidad y el hacer, la lógica y el
significante, el aprendizaje y la memoria. Lo que sucede en estas páginas es la fijación
alegre y libre del cuerpo textual que experimenta, evento que se vincula con el ideal,
con lo que sí existe, através de la selección de fragmentos tomados de diversas obras y
documentos. En síntesis, la brújula que anima el encuentro del héroe en su siempre,
con la limpidez joven, con su emoción y con su reflexión.
La autora y todos ellos saben lo que invariablemente será joven, porque jóvenes son
las palabras antiguas que aquí se reúnen, y por ello y por su voluntad, jóvenes tam-
bién nosotros mismos. Es el vínculo de la creación al ser retomada, que se ocupa de
la nueva dimensión y de decirlo.
Y otra vez la creación nace, se modela y se lanza al vacío de un tiempo revalorado, actual;
y ahí se introduce en lo que significa, porque ahí es otra vez lo real. El ideal, la palabra,
la literatura en juego con lo que de tierra joven tienen y por lo mismo de verdad.
20 De Juárez a los jóvenes
En De Juárez a los jóvenes, título propuesto y defendido por Arturo Salcido Beltrán,
Director de Publicaciones del Instituto Politécnico Nacional, para su publicación en
nuestro Instituto, hay eco de más de la veintena de movimientos estudiantiles, popu-
lares, reivindicatorios, solidarios de los Siglos xx y presente, de México 1968, 1971,
1989, chiapas 1994, 2000; Cuba, Colombia, Venezuela, Estados Unidos, Francia,
Alemania, Italia, Inglaterra, Irlanda, País Vasco, España y recientemente Chile y
Atenco. Con Juárez los héroes anónimos toman por nombre el de todos y el de él.
PRÓLOGO 21
Es preciso culminar con las palabras que aprendimos —también la autora— de nues-
tro maestro, Dr. Fausto Trejo, cuando cita al Comandante de América Ernesto Che
Guevara: Hay de aquellos pueblos cuyos gobiernos matan las conciencias de sus jóvenes,
pues no son dueños de su historia; frente a ellos hay millones de jóvenes que toman en sus
mismas manos la historia.
Leopoldo ayala
Diego Rivera
De Juárez a los mexicanos
El estudiante juárez
Fragmentos tomados de Benito Juárez su vida y su obra
Al margen un sello que dice: Seminarium Pontificium Sanctæ Crucis Oaxacense, y una
estampilla de 50 centavos debidamente cancelada. Antonio Casulleras, Secretario del
Seminario Pontificio de esta Ciudad, certifica que: en los libros primero de califica-
ciones y primero de méritos y ejercicios literarios del mismo, se hallan las siguientes
noticias acerca del Sr. D. Benito Pablo Juárez.
Libro de calificaciones
Año de 1825. Filosofía, primer año. D. Benito Pablo Juárez, Manteista, fue calificado
de Excelente Nemine Discrepante, y sustentó un acto Público.
Año de 1827. Filosofía, tercer año. D. Benito Pablo Juárez, Excelente Nemine Discre-
pante. Es de particular aplicación y sobresaliente aprovechamiento que manifestó en
el acto público que defendió y tuvo el honor de consagrar a N. Hmo. Prelado.
Año de 1828. Teología, primer año. D. Benito Pablo Juárez, Teólogo de primer año,
presentó a más de lo de obligación, el Tratado de infidelitante por el Emmo. Gotti, y
fue calificado de Excelente Nemine Discrepante.
25
26 De Juárez a los jóvenes
Año de 1827. El día 9 de agosto tuvo otro acto, en el que defendió la misma obra
del Padre Jacquier, D. Benito Pablo Juárez, presidiéndolo el Pbro. Catedrático Br. D.
Miguel Estanislao Riveros.
Año de 1828. El día 8 de mayo tuvo un mensal de la segunda cuestión del tratado
de Encarnación por el Angélico Dr. Sto. Tomás, D. Benito Pablo Juárez, y lo presidió
D. Luis Morales, catedrático de prima de Teología Escolástica.
(…)
Los buenos hijos de México, combatiendo solos, sin auxilio de nadie, sin recursos,
sin los elementos necesarios para la guerra, han derramado su sangre con sublime
patriotismo, arrastrando todos los sacrificios, antes que consentir en la pérdida
de la república y de la libertad. En nombre de la patria agradecida, tributo el más
alto reconocimiento a los buenos mexicanos que la han defendido y a sus dignos
caudillos. El triunfo de la patria, que ha sido el objeto de sus nobles aspiraciones,
será siempre su mayor título de gloria y el mejor premio de sus heroicos esfuer-
zos. Ha cumplido el gobierno el primero de sus deberes, no contrayendo ningún
De Juárez a los mexicanos 27
(…)
Como hijo del pueblo, nunca podría olvidar que mi único título es su voluntad.
(…)
El primer gobernante de una sociedad no debe tener más bandera que la ley; la feli-
cidad común debe ser su norte, e iguales los hombres ante su presencia, como lo son
ante la ley; sólo debe distinguir el mérito y la virtud para recompensarlos; al vicio y
al crimen para procurar su castigo.
(…)
Lo que dicen González Ortega y sus partidarios de que estoy de acuerdo con Santa
Anna y que he vendido la Baja California, son vulgaridades con que siempre me han
atacado los que no pueden hacerlo con razones y hechos fundados.
(…)
Al que no quiere oír es preciso hablarle recio y seguido.
(…)
No es posible autorizar la impunidad de los traidores que tanto se han distinguido
en asesinar a los defensores de la patria. Perdonarlos, siendo notorios sus crímenes y
siendo muy clara la ley que los condena, sería una falta inexcusable que el gobierno
no debe aprobar.
(…)
Nunca se olvide que la constancia y el estudio hacen a los hombres grandes, y que los
hombres grandes son el porvenir de su patria.
28 De Juárez a los jóvenes
(…)
Queremos libertad de cultos; no queremos religión de Estado, y debemos, por lo
mismo, considerar a los clérigos —sea cual fuere su credo religioso— como simples
ciudadanos, con los derechos que tienen los demás.
(…)
Espero que de hoy en más no pretenderán los gobiernos extranjeros mezclarse en los
asuntos domésticos de nuestro país, que no necesita, a dios gracias, de tutela para
marchar.
(…)
Si yo hubiese consultado exclusivamente mi interés personal, me habría retirado a la
vida privada después de terminada la lucha contra los invasores que pretendieron des-
truir nuestras instituciones, pero he juzgado mi deber trabajar por la reconstrucción
del país en el puesto en que ha querido colocarme nuevamente el voto de la nación.
(…)
El egoísta, lo mismo que el esclavo, no tiene patria ni honor.
(…)
El patriotismo no debe medir el tamaño de los sacrificios, sino afrontarlos con
resignación.
(…)
El gobernante no es el hombre que goza y que se prepara un porvenir de dicha y de
ventura; es, sí, el primero en el sufrimiento y en el trabajo, y la primera víctima que
los opresores del pueblo tienen señalada para el sacrificio.
(…)
El pueblo, única fuente pura del poder y de la autoridad.
(…)
No deshonra a un hombre equivocarse. Lo deshonra la perseverancia en el error.
(…)
Lo mejor que puede hacer Santa Anna es vivir lejos del país al que tantos males ha
causado, pues no es posible que el gobierno acepte sus servicios.
De Juárez a los mexicanos 29
(…)
Siempre tuerce los principios el que oscurece la verdad, para ocultar sus faltas en las
tinieblas.
(…)
Los gobernantes de la sociedad civil no deben asistir como tales a ninguna ceremonia
eclesiástica, si bien como hombres pueden ir a los templos a practicar los actos de
devoción que su religión les dicte.
(…)
La voluntad vence obstáculos. El patriotismo opera milagros.
(…)
La educación del pueblo es una de las primeras atenciones de todo gobierno. Sin
escuelas jamás podrá nuestro pueblo tener el conocimiento de sus deberes y la apre-
ciación de sus derechos.
(…)
Procuremos en nuestros escritos y aun en nuestras conversaciones, educar a los pue-
blos, inculcándoles las ideas de libertad y dignidad, con lo que les haremos un bien
positivo.
(…)
Los sacrificios santifican la libertad.
(…)
Se ultraja a un pueblo cuando se ataca al poder que él mismo ha elevado y quiere
sostener.
(…)
No se mantiene a los hombres en los puestos públicos por capricho, sino por el bien
político.
(…)
Muy poco he hecho a favor de nuestra patria y sólo ha sido en cumplimiento de mi
deber de gobernante y de mexicano.
30 De Juárez a los jóvenes
(…)
No es sólo la fuerza de las armas la que necesitamos. Necesitamos de otra más eficaz:
la fuerza moral, que debemos robustecer, procurando al pueblo mejoras positivas,
goces y comodidades.
(…)
Una imprentita: importa mucho hacer la guerra con la pluma.
(…)
Los hombres somos nada, los principios son el todo.
(…)
Los elogios con que ensalzan mi conducta no me envanecen. Tengo la convicción de
no haber más que llenado los deberes de cualquier ciudadano que hubiera estado en
mi puesto al ser agredida la nación por un ejército extranjero. Cumplía a mi deber
resistir sin descanso hasta salvar las instituciones y la independencia que el pueblo
mexicano había confiado a mi custodia. Hoy, de vuelta a la capital, tengo el placer de
comunicarles que ni la Constitución ni la Independencia han sufrido menoscabo a
pesar de haber sido terriblemente combatidas. No llego a México como conquistador;
le traigo, no el terror, sino la libertad y la paz que deseo comiencen a gozar desde hoy
todos los habitantes del país sin distinción alguna. Espero que este deseo será cumpli-
do con el concurso de la nación, a la cual se debe el triunfo que hoy celebramos.
(…)
Mi deber es no atender a los que sólo representan el deseo de un corto número de
personas, sino a la voluntad nacional.
(…)
Mis compatriotas no serán molestados por sus opiniones, de palabra o escritas. Las res-
petaré y haré que se respeten. Con dulzura y moderación procuraré que todos cumplan
con sus deberes; pero el que traspasare la línea que le trazan las leyes, el que atentare
contra el derecho ajeno, el que turbare la paz, ése sufrirá todo el rigor de las leyes.
(…)
Mi única aspiración es servir a los intereses del pueblo y respetar su verdadera volun-
tad. Siempre he procurado hacer cuanto ha estado en mi mano para defender y sos-
tener nuestras instituciones. He demostrado en mi vida pública que sirvo lealmente
De Juárez a los mexicanos 31
a mi patria y que amo la libertad. Ha sido mi único fin proponeros lo que creo mejor
para vuestros más caros intereses, que son afianzar la paz en el porvenir y consolidar
nuestras instituciones. ¡Sería yo feliz si antes de morir pudiera verlas para siempre
consolidadas!
(…)
Comprendo que hace usted un verdadero sacrificio separándose de la mujer con
quien acaba de contraer matrimonio, pero hay circunstancias extraordinarias en que
es necesario sacrificarlo todo.
(…)
El egoísta, lo mismo que el esclavo, no tiene patria ni honor.
(…)
La democracia es el destino de la humanidad futura; la libertad, su indestructible
arma; la perfección posible, el fin donde se dirige.
(…)
Yo aún sufro y seguiré sufriendo, porque los sentimientos naturales del corazón no
pueden extinguirse, por mucho que nos empeñemos en sofocarlos con la reflexión
y con la energía de nuestra voluntad. Sólo la familia y la amistad pueden mitigarlos
algún tanto, sintiendo con nosotros nuestras penas y fortaleciéndonos con sus pala-
bras de consuelo. Es todo lo que puede endulzarnos esta vida tan llena de amargos
sufrimientos.
(…)
Para todos, justicia; para los amigos, favor y justicia.
(…)
Es mucho lo que sufre mi espíritu, y apenas tengo energía para sobrellevar esta des-
gracia que me agobia y que casi no me deja respirar. Murió mi adorado hijo, y con
él murió también una de mis más bellas esperanzas. Esto es horrible, pero que ya no
tiene remedio.
(…)
Que el enemigo nos venza y nos robe, si tal es nuestro destino; pero nosotros no
debemos legalizar un atentado entregándole voluntariamente lo que nos exige por
32 De Juárez a los jóvenes
(…)
Los ricos y los poderosos ni sienten, ni menos procuran remediar las desgracias de
los pobres. Aquéllos se temen y respetan, y no son capaces de romper lanzas por las
querellas de los débiles, ni por las injusticias que sobre ellos se ejerzan.
(…)
Podrá suceder que alguna vez los poderosos se convengan en levantar la mano sobre
un pueblo pobre, oprimido, pero eso lo harán por su interés y conveniencia. Eso será
una eventualidad que nunca debe servir de esperanza segura al débil.
(…)
La respetabilidad del gobernante le viene de la ley y de un recto proceder y no de
trajes ni de aparatos militares propios sólo para los reyes de teatro.
(…)
Todo ciudadano está obligado a servir a la patria, en el puesto que se le asigne: desde
la portería de un ministerio se puede servir y honrar a México.
(…)
El pueblo que quiere ser libre lo será. Hidalgo enseñó que el poder de los reyes es
demasiado débil cuando gobiernan contra la voluntad de los pueblos.
(…)
La independencia y la libertad, dos grandes bienes, sin los cuales todos los demás son
tristes y vergonzosos.
(…)
La indiscreción pesimista de un jefe militar en tiempos de guerra equivale a la pérdi-
da de una batalla.
De Juárez a los mexicanos 33
(…)
Cuán invencible es la fuerza de los pueblos y cuán grande el poder de sus autorida-
des legítimas, cuando unos y otras, apoyados por la opinión, atacan y defienden, en
cumplimiento de sus deberes, el mandato de la ley.
(…)
Quien no tenga fe en la justicia de su causa, más le vale pasarse al enemigo.
(…)
Consuela sentir y llorar juntos las desgracias mutuas.
(…)
Yo puedo condonar las ofensas personales que se me hagan; pero no está en mi ar-
bitrio permitir que se ultraje impunemente la dignidad del gobierno, y que sea el
escarnio y la befa de los malvados.
(…)
Contra la patria nunca tendremos razón.
(…)
La guerra de guerrillas, única defensa real y efectiva contra un invasor poderoso: la
única invencible.
(…)
Me alegro que las muchachas bailen, lo que les hará más provecho que rezar y darse
golpes de pecho.
(…)
Desearía que el protestantismo se mexicanizara conquistando a los indios; éstos nece-
sitan una religión que les obligue a leer y no les obligue a gastar sus ahorros en cirios
para los santos.
(…)
Libre, y para mí muy sagrado, el derecho de pensar.
(…)
La instrucción es la primera base de la prosperidad de un pueblo, a la vez que el me-
dio más seguro de hacer imposible los abusos del poder.
34 De Juárez a los jóvenes
(…)
Formar a la mujer con todas las recomendaciones que exige su necesaria y elevada
misión, es formar el germen fecundo de regeneración y mejora social. Por esto es, que
su educación, jamás debe descuidarse.
(…)
Nada con la fuerza; todo con el derecho y la razón: se conseguirá la práctica de este
principio con sólo respetar el derecho ajeno.
(…)
Lo cierto es que mis enemigos no tienen razón para serlo. Si algún mal causo a los
traidores es por error de entendimiento y no por deliberada voluntad. No es mi fuer-
te la venganza.
(…)
El primer gobernante de una sociedad no debe tener más bandera que la ley; la feli-
cidad común debe ser su norte, e iguales los hombres ante su presencia, como lo son
ante la ley; sólo debe distinguir al mérito y a la virtud para recompensarlos; al vicio y
al crimen para procurar su castigo.
(…)
Hijo del pueblo, yo no lo olvidaré; por el contrario, sostendré sus derechos, cuidaré
de que se ilustre, se engrandezca y se críe un porvenir, y que abandone la carrera del
desorden, de los vicios y de la miseria, a que lo han conducido los hombres que sólo
con sus palabras se dicen sus amigos y sus libertadores; pero que con sus hechos son
sus más crueles tiranos.
(…)
Como hijo del pueblo, nunca podría yo olvidar que mi único titulo es su voluntad,
y que mi único fin debe ser siempre su mayor bien y prosperidad.
(…)
La emisión de las ideas por la prensa debe ser tan libre, como es libre en el hombre
la facultad de pensar.
(…)
La causa liberal que es la de mi corazón y mi conciencia.
De Juárez a los mexicanos 35
(…)
Deseo que se me juzgue por mis hechos y no por mis palabras.
(…)
El pueblo, única fuente pura del poder y de la autoridad.
(…)
A los enemigos, justicia; a los amigos justicia y gracia cuando quepa esta última.
(…)
Yo aquí veo la patria, y ante ella protesto que mi sacrificio es nada, que el sacrificio de
mi familia sería mucho, infinito para mí; pero que si es necesario, ¡sea!
36 De Juárez a los jóvenes
Alfredo Zalce
De Juárez a los mexicanos 37
(…)
Como mis padres no me dejaron ningún patrimonio y mi tío vivía de su trabajo
personal, luego que tuve uso de razón me dediqué hasta donde mi tierna edad me
lo permitía, a las labores del campo. En algunos ratos desocupados mi tío me ense-
ñaba a leer, me manifestaba lo útil y conveniente que era saber el idioma castellano
y como entonces era sumamente difícil para la gente pobre, y muy especialmente
para la clase indígena adoptar otra carrera científica que no fuese la eclesiástica,
me indicaba sus deseos de que yo estudiase para ordenarme. Estas indicaciones y
los ejemplos que se me presentaban en algunos de mis paisanos que sabían leer,
escribir y hablar la lengua castellana y de otros que ejercían el ministerio sacerdotal,
despertaron en mí un deseo vehemente de aprender, en términos de que cuando
mi tío me llamaba para tomarme mi lección, yo mismo le llevaba la disciplina para
que me castigase si no la sabía.
(…)
Insté muchas veces a mi tío para que me llevase a la Capital; pero sea por el cariño
que me tenía, o por cualquier otro motivo, no se resolvía y sólo me daba esperanzas
de que alguna vez me llevaría.
Por otra parte yo también sentía repugnancia separarme de su lado, dejar la casa que
había amparado mi niñez y mi orfandad, y abandonar a mis tiernos compañeros de
infancia con quienes siempre se contraen relaciones y simpatías profundas que la
ausencia lastima marchitando el corazón. Era cruel la lucha que existía entre estos
sentimientos y mi deseo de ir a otra sociedad, nueva y desconocida para mí, para
procurarme mi educación. Sin embargo el deseo fue superior al sentimiento y el día
17 de diciembre de 1818 y a los doce años de mi edad me fugué de mi casa y marché
a pie a la ciudad de Oaxaca a donde llegué en la noche del mismo día, alojándome en
la casa de don Antonio Maza en que mi hermana María Josefa servía de cocinera.
(…)
Hablaba yo el idioma español sin reglas y con todos los vicios con que lo hablaba el
vulgo. Tanto por mis ocupaciones, como por el mal método de la enseñanza, apenas
escribía, después de algún tiempo, en la 4a escala en que estaba dividida la enseñanza
de escritura en la escuela a que yo concurría. Ansioso de concluir pronto mi rama de
38 De Juárez a los jóvenes
escritura, pedí pasar a otro establecimiento creyendo que de este modo aprendería
con más perfección y con menos lentitud.
(…)
Llegada la hora de costumbre presenté la plana que había yo formado conforme a
la muestra que se me dio, pero no salió perfecta porque estaba yo aprendiendo y no
era un profesor. El maestro se molestó y en vez de manifestarme los defectos que mi
plana tenía y enseñarme el modo de enmendarlos sólo me dijo que no servía y me
mandó castigar. Esta injusticia me ofendió profundamente no menos que la desigual-
dad con que se daba la enseñanza en aquel establecimiento que se llamaba La Escuela
Real pues mientras el maestro en un departamento separado enseñaba con esmero a
un número determinado de niños, que se llamaban decentes, yo y los demás jóvenes
pobres como yo, estábamos relegados a otro departamento, bajo la dirección de un
hombre que se titulaba ayudante y que era tan poco a propósito para enseñar y de
un carácter tan duro como el maestro.
(…)
Tuve que vencer una dificultad grave que se me presentó y fue la siguiente: luego que
concluí mi estudio de gramática latina mi padrino manifestó grande interés porque
pasase yo a estudiar teología moral para que el año siguiente comenzara a recibir las
órdenes sagradas. Esta indicación me fue muy penosa, tanto por la repugnancia que
tenía a la carrera eclesiástica, como por la mala idea que se tenía de los sacerdotes
que sólo estudiaban gramática latina y teología moral y a quienes por este motivo se
ridiculizaba llamándolos padres de misa y olla o larragos. Se les daba el primer apo-
do porque por su ignorancia sólo decían misa para ganar la subsistencia y no les era
permitido predicar ni ejercer otras funciones, que requerían instrucción y capacidad;
y se les llamaba larragos porque sólo estudiaban teología moral por el padre Larraga.
Del modo que pude manifesté a mi padrino con franqueza este inconveniente, agre-
gándole que no teniendo yo todavía la edad suficiente para recibir el presbiterado
nada perdía con estudiar el curso de artes. Tuve la fortuna de que le convencieran mis
razones y me dejó seguir mi carrera, como yo lo deseaba.
De Juárez a los mexicanos 39
(…)
Había sin embargo algunos eclesiásticos probos y honrados que se limitaban a cobrar
lo justo y sin sacrificar a los fieles; pero eran muy raros estos hombres verdaderamente
evangélicos, cuyo ejemplo lejos de retraer de sus abusos a los malos, era motivo para
que los censurasen diciéndoles que mal enseñaban a los pueblos y echaban a perder
los curatos.
(…)
En el año de 1850 murió mi hija Guadalupe a la edad de dos años, y aunque la ley
que prohibía el enterramiento de los cadáveres en los templos exceptuaba a la familia
del Gobernador del Estado, no quise hacer uso de esta gracia y yo mismo llevé el ca-
dáver de mi hija al cementerio de San Miguel, que está situado a extramuros de la ciudad
para dar ejemplo de obediencia a la ley que las preocupaciones nulificaban con perjuicio
de la salubridad pública. Desde entonces con este ejemplo y con la energía que usé para
evitar los entierros en las iglesias quedó establecida definitivamente la práctica de
sepultarse los cadáveres fuera de la población en Oaxaca.
(…)
La ley que ha sido siempre mi espada y mi escudo.
(…)
Estos golpes que sufrí y que veía sufrir casi diariamente a todos los desvalidos que se
quejaban contra las arbitrariedades de las clases privilegiadas en consorcio con la
autoridad civil, me demostraron de bulto, que la sociedad jamás sería feliz con
la existencia de aquéllas y de su alianza con los poderes públicos, y me afirmaron en
mi propósito de trabajar constantemente para destruir el poder funesto de las clases
privilegiadas.
(…)
Como el pensamiento de la revolución era constituir al país sobre las bases sólidas de
libertad e igualdad y restablecer la independencia del poder civil, se juzgó indispen-
sable excluir al clero de la representación nacional, porque una dolorosa experiencia
había demostrado que los clérigos por ignorancia o por malicia, se creían en los
Congresos representantes sólo de su clase y contrariaban toda medida que tendiese a
corregir sus abusos y a favorecer los derechos del común de los mexicanos. En aque-
llas circunstancias era preciso privar al clero del voto pasivo, adoptándose este con-
traprincipio en bien de la sociedad, a condición de que una vez que se diese la Cons-
40 De Juárez a los jóvenes
El general Comonfort no participaba de esta opinión porque temía mucho a las cla-
ses privilegiadas y retrógradas.
(…)
Lo que más me decidió a seguir en el ministerio fue la esperanza que tenía de poder
aprovechar una oportunidad para iniciar alguna de tantas reformas que necesitaba la
sociedad para mejorar su condición, utilizándose así los sacrificios que habían hecho
los pueblos para destruir la tiranía que los oprimía.
(…)
Hice todos los esfuerzos que estuvieron a mi alcance para disuadir a estas personas de
cometer el más leve atentado, pues yo como gobernante legítimo de la sociedad haría
todo lo posible para que los delincuentes fueran castigados conforme a las leyes, pero
que jamás permitiría que se usase de las vías de hecho contra los reos que estaban bajo
la protección de las leyes y de la autoridad. Que advirtieran que los que sacrificaron
a mi leal amigo el señor Ocampo, eran asesinos, y que yo era el gobernante de una
sociedad ilustrada.
(…)
A propósito de malas costumbres había otras que sólo servían para satisfacer la vani-
dad y la ostentación de los gobernantes como la de tener guardias de fuerza armada
en sus casas y la de llevar en las funciones públicas sombreros de una forma especial.
Desde que tuve el carácter de gobernador abolí esta costumbre usando de sombrero
y traje del común de los ciudadanos y viviendo en mi casa sin guardia de soldados y
sin aparato de ninguna especie porque tengo la persuasión de que la respetabilidad
del gobernante le viene de la ley y de su recto proceder y no de trajes ni de aparatos
militares propios sólo para los reyes de teatro. Tengo el gusto de que los gobernantes
de Oaxaca han seguido mi ejemplo.
De Juárez a los mexicanos 41
Decreto de Colombia
1865
Decreto
de 2 de mayo de 1865,
en honor del Presidente de México, Sr. Benito Juárez.
Art. 1º. El Congreso de Colombia, en nombre del pueblo que representa, en vista de
la abnegación y de la incontrastable perseverancia que el Sr. Benito Juárez en calidad
de Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, ha desplegado en
la defensa de la independencia y libertad de su patria, declara que dicho ciudadano
ha merecido bien de la América, y como homenaje a tales virtudes y ejemplo a la
juventud colombiana dispone que el retrato de este eminente hombre de Estado sea
conservado en la Biblioteca Nacional con la siguiente inscripción: “Benito Juárez,
ciudadano mexicano.”
“El Congreso de 1865, le tributa, en nombre del pueblo de Colombia, este homenaje
por su constancia en defender la libertad e independencia de México.”
Art. 2º. El Poder Ejecutivo hará llegar a manos del Sr. Juárez, por conducto del Mi-
nistro de Colombia, residente en Washington, un ejemplar del presente decreto.
Art. 3º. En el presupuesto que ha de votarse por el Congreso para el año económico
próximo, se incluirá la cantidad suficiente, para que el Poder Ejecutivo pueda dar
puntual cumplimiento al presente decreto.
Publíquese y ejecútese.
(L. S.) Manuel Murillo
El Secretario de lo Interior y Relaciones Exteriores, Antonio del Real
Es auténtico
El Secretario de lo Interior y Relaciones Exteriores, Antonio del Real
El oficial Mayor, Emeterio de la Torre.
Víctor Hugo
1802-1885
José Garibaldi
1807-1882
Emperadores, reyes, archiduques y príncipes todas estas gentes son iguales y se apo-
yan unos a otros. Benito Juárez está en lo justo.
El presidente Juárez
II
Juan A. Mateos
1831-1913
Juárez ha sido ídolo del pueblo en los días tempestuosos de la Reforma y de la Inde-
pendencia.
Declinó en sus ministros, tanto los grandes hechos de la República; como las grandes
responsabilidades.
Tuvo a su lado las notabilidades más reconocidas de la nación, a la vez que se am-
pararon a su gobierno hombres funestos que por instinto odiaban y aún odian la
República.
Vio subir con serena majestad a los cadalsos a los hombres de la Reforma, y los vengó,
llevando a cabo sus ideas en el mundo del porvenir.
Vivió entre el pueblo y murió en su seno, como un apóstol de las ideas demócratas.
Fue la roca acariciada por el mar en calma y azotada por las tormentas; siempre
impasible.
Fue más fuerte que su destino, vivió entre los peligros, y murió cuando lo coronaba
el iris de la paz.
La tumba, que pudo cavarse en las horas oscuras de la revolución, se abrió en la no-
che tranquila de su último día.
El sol vela como una antorcha funeral ese cadáver, que pronto bajará al lecho de la tierra.
La patria colocará una corona de inmortales en el mausoleo que guardará los restos
del que fue presidente de la República Mexicana.
Alfredo Chavero
1841-1906
Juárez es un titán que se alza en los cielos, teniendo por pedestal una roca gigantesca
que se llama la Reforma. Los que pretendan minar esa roca, se estrellarán en ella
como las olas impotentes que al subir tan sólo alcanzan lamer las plantas del coloso.
Justo Sierra
1848-1912
El Partido Liberal, que hoy es la nación, en manos de ella ha puesto tu gran recuerdo,
y la nación de mañana y la de hoy y la de siempre, oirá en cada conciencia de niño,
en cada inteligencia que despierta, las divinas palabras maternales de la escuela laica,
de la escuela nacional, que cantará tus alabanzas, que bendecirá tu obra.
50 De Juárez a los jóvenes
José Martí
1853-1895
Europa hubiera aplaudido con regocijo si el enemigo cuelga a Juárez como un ban-
dido. ¡Y este bandido, señores, Europa ya lo sabe y lo dice, era la ley, era el derecho,
era la justicia, era la patria sacrosanta!
Cuando todos los hombres sepan leer, todos los hombres sabrán votar... Un indio
que sabe leer puede ser Benito Juárez
Jesús Urueta
1868-1920
Julián Carrillo
1875-1965
El apotegma de Juárez: El respeto al derecho ajeno es la paz, puede tener una significa-
ción racial de trascendencia máxima.
El respeto a los derechos naturales del indio mexicano —respeto a su vida, a su men-
talidad y a su tierra— es la esperanza de la redención espiritual de América.
A Juárez político se le discute; no falta quien objete al reformador, aunque sin dejar
de reconocer su grandeza, pero ante el defensor de la integridad de la Patria, ¿Quién
no se descubre?
Manuel J. Sierra
sin fecha
El culto a Juárez es una obligación, toda vez que la figura y la actuación del gran pa-
tricio, debe seguir de ejemplo y de guía frente a las responsabilidades del ciudadano
para con la patria.
David Alfaro Siqueiros
Poesía Juarista
El soldado de la libertad
Fernando Calderón
1809-1845
Al sentirse acariciado
Por la mano del valiente,
Ufano, alzando la frente,
Relincha el noble corcel.
Su negro pecho y sus brazos
55
56 De Juárez a los jóvenes
Y mil veces
Has oído
Su estallido
Aterrador,
Como un canto
Sus salones
Y bien pueden;
Superior,
Fue la mía
Y pena impía;
poesía juarista 57
¡Vi su llanto
de dolor!
Qué momento
Su tormento,
Vi al dejarla;
Precursor,
De victoria,
Con canciones
Resonar;
Corcel mío,
Yo prefiero
Tu altanero
Relinchar.
En su alcázar,
Relumbrante
Arrogante
Pisarás,
Y en su pecho
Con bravura
Tu herradura
Estamparás.
El motín
Guillermo Prieto
1818-1897
En calidad de verdugos
De aquella sentencia bárbara.
Eran ochenta los presos
Que en carrera atropellada
En un cuarto se guarecen,
Del fondo de aquella estancia.
Se oye el marchar de la tropa,
Ya se acercan las pisadas,
Los prisioneros tras muebles
Y tras puertas se resguardan,
Quedando sólo en el quicio
De la puerta entre cerrada,
Juárez de pie y sin moverse
Como de mármol estatua,
Y Prieto también inmóvil,
Sobresaliendo a su espalda.
La tropa detiene el curso
y frente a Juárez se para,
—¡Alto!—, ronco grita el jefe,
Y hay un silencio que espanta;
En semicírculo entonces
La tropa forma una valla
Y quedaron los tres jefes,
Cuidando la retaguardia.
—Presenten, preparen... ar...
Apunten… —y al decir fuego
Prieto a Juárez se adelanta
Cubriéndolo con su cuerpo
Y ciego de horror exclama:
¡¡Los valientes no asesinan!!
¡¡Eh!!... levantad esas armas
y habló... y habló... con vehemencia
Sin recordar las palabras.
Que son tan sólo pretextos
Si de veras habla el alma.
Atónitos oyen todos,
La tropa las armas alza,
64 De Juárez a los jóvenes
alberto beltrán
66 De Juárez a los jóvenes
Benito Juárez
Fragmentos
Dedicada al poeta mexicano Peón Contreras
(…)
¡Oh dolor! ¡oh ignominia! ¡oh vilipendio!
¡Preferir a la paz que rica en flores
Ya México a sus hijos ofrecía,
El pillaje, las ruinas, el incendio,
La guerra de invasión con sus horrores,
Y al yugo de extranjera tiranía!
Preferir el no ser, al ser, la muerte
En plena juventud, a la victoria;
A su honor, el derecho del más fuerte,
Es romper con el mundo, con la historia
Con todo lo que encierra de sublime
La razón, bajo el manto de la gloria;
Y el pueblo, que tal hace, no redime
Su negra esclavitud, por cuanto pesa
La hermosa humanidad en la balanza,
De los juicios de dios: porque allí cesa
La vida donde muere la esperanza,
La actividad, la fuerza, el movimiento,
La fe que en libres corazones arde
Cual lámpara inmortal del pensamiento,
Y cuya luz no hay déspota cobarde,
Ni turbas que la apaguen con su aliento.
(…)
¿Con qué pinceles
La página final del gran poema,
En que es tu nombre el paladión sagrado,
Podrá trazar la humana fantasía
Sin que a la mente vengan a porfía
Del griego Macedón el no olvidado
Homérico valor, y los que fueron,
68 De Juárez a los jóvenes
De nuevo empieza,
Sobre el pesado yugo —roto en trizas,
A abrir sus hojas, de la paz al beso,
El libro del amor y del progreso—;
Y ya el pueblo en sus hombros te levanta
A tanta altura, que decir bien puedes
Al pueblo que te lleva a altura tanta
—¡En fuerza y gratitud a nadie cedes!—
¡Sólo faltaba un lauro a tu cabeza
No debido a la gloria ni a la suerte,
El lauro de la muerte......!
Y ya se cubre de mortal tristeza
Tu pálido semblante
Ya se dobla tu frente como el roble,
Herido por el rayo, ya el vibrante
Supremo adiós tranquilo de tu noble
Valiente corazón —a humanos seres
Hijos del alma que a la patria dejas;
Unión y paz a todos aconsejas,
Y libre al fin como un romano mueres—.
poesía juarista 69
La tumba de Juárez
Ignacio Mariscal
1829-1910
Al señor de la victoria
Manuel M. Flores
1840-1885
Cinco de mayo
Fragmentos
Manuel Acuña
1849-1873
I
Tres eran, más la Inglaterra
volvió a lanzarse a las olas,
y las naves españolas
tomaron rumbo a su tierra.
Sólo Francia gritó: “¡guerra!”
soñando, ¡oh patria!, en vencerte,
sirviéndose en su provecho
se alzó erigiendo en derecho
el derecho del más fuerte.
II
Sin ver que en lid tan sangrienta
tu brazo era más pequeño,
la lid encarnó en su empeño
la redención de tu afrenta.
Brotó en luz amarillenta
la llama de sus cañones,
y el mundo vio a tus legiones
entrar al combate rudo,
llevando por solo escudo
su escudo de corazones.
VII
¡Tres veces! y cuando hundida
sintió su fama de guerrera
contemplando su bandera
manchada y escarnecida,
la Francia, viendo perdida
la ilusión de su victoria
y a despecho de su anhelo,
poesía juarista 75
IX
¡Sí, patria! desde ese día
tú no eres ya para el mundo
lo que en su desdén profundo
la Europa se suponía,
desde entonces, patria mía,
has entrado a una nueva era,
la era noble y duradera
de la gloria y del progreso,
que bajan hoy, como un beso
de amor, sobre tu bandera.
X
Sobre esa insignia bendita
que hoy viene a cubrir de flores
la gente que en sus amores
en torno suyo se agita,
la que en la dicha infinita
con que en tu suelo la clava,
te jura animosa y brava,
como ante el francés un día,
morir por ti, patria mía,
primero que verte esclava.
76 De Juárez a los jóvenes
Exaltación heroica
Manuel Caballero
1849-1926
Canto segundo
I
Más de sesenta lustros, en las frías
noches del tiempo te aguardó el enigma;
pero llegaste al fin, como un mesías,
engendrado entre cóleras sombrías,
hijo de una esperanza y de un estigma.
II
Como suele el alerta del soldado
reproducirse entre la noche quieta,
de un lado al otro lado
del campamento triste y vigilado,
poesía juarista 77
A Juárez
Taller de Siqueiros
poesía juarista 83
Apóstrofe a México
Rubén Darío
1867-1916
Soneto
S. Barrutia
Sin fecha
Rafael López
1873-1943
Sin título
José F. Elizondo
1880-1943
Sin título
Carlos Pellicer
1897-1977
La voluntad monumental
es una forma de heroísmo que nosotros llamamos Benito Juárez.
Pablo Neruda
1904-1973
Juárez, si recogiéramos
la íntima estrata, la materia
de la profundidad, si cavando tocáramos
el profundo metal de las repúblicas,
esta unidad sería tu estructura,
tu impasible bondad, tu terca mano.
Sueño atlante
Vicente Magdaleno
1910
I
Juárez era un abismo
porque sentía hondo,
pensaba para adentro:
todo un pueblo en sí mismo
gritaba desde el fondo
de su primer encuentro.
II
A cien años redondos
de su muerte sembrada
en los surcos más hondos
de la patria asombrada:
su apotegma es el grito
de los pueblos pequeños,
la teoría y el mito.
de los mejores sueños.
sin autor
104 De Juárez a los jóvenes
La raíz amarga
Efraín Huerta
1914-1982
(…)
¿Cuál fue tu arma, padre desarmado?
Una más grande que la luz del día,
más poderosa que las asechanzas,
a cuyo nombre tiemblan los culpables,
enmudecen puñales, toma el fiel a su punto:
la ley. Y en ella el pueblo.
El pueblo que fue escudo de tu brazo,
rosa en tu fe sembrada.
Apretada en el puño, como un látigo de fulgores
la ley viajó contigo,
ardió, fue construyendo su reforma,
y a tal punto se hizo sustancial a tu alma
que era tu ser, ¡oh, Juárez!, la ley misma,
vestida, severísima y actuante.
poesía juarista 109
IV
Así como nombrando la semilla
hablamos ya del árbol, y decimos
retorcidos arroyos de raíces,
torre del tronco, inatacables, júbilo
del follaje con frutos,
así al nombrar a Juárez, con su nombre
decimos territorios, mares,
aire, torrentes, montañas con nubes;
nombramos hombres y mujeres;
en su nombre agrupamos nuestras casas,
nuestros talleres, nuestros campos;
nombramos, al nombrado, las mañanas,
y los fértiles días y las noches;
y decimos pasado justo,
y futuro, y presente.
V
La boca de los pobres he tomado
para decir quién eres tú. La boca
110 De Juárez a los jóvenes
leopoldo méndez
116 De Juárez a los jóvenes
Alumnos del grupo 2108 del CECyT 5 “Benito Juárez” del ipn, cuyas edades son
de 15 y 16 años, unificaron su creación para trabajar colectivamente con su maestro
de lengua y comunicación,Ivan Leroy los 120 versos que integran el Poema a Juárez;
mismo que fue elegido por Dirección General para clausurar los festejos del Bicente-
nario del nacimiento de Benito Juárez en el 70 aniversario del Instituto Politécnico
Nacional.
Poema a Juárez
Grupo 2108
Tú naciste en la pobreza
y sufriste del racismo,
mas tu insigne fortaleza
confrontó al imperialismo.
Defendiste a campesinos
contra pillos invasores,
gran lección para vecinos:
impusiste tus valores.
Gobernador de Oaxaca
que viviste las crueldades,
tú que fuiste un gran patriarca,
transformaste realidades.
Juárez, el republicano,
luchador de libertades,
amigo del mexicano;
ejemplo de voluntades.
Tú que fuiste desterrado
y tu pueblo no dejaste
triste y muy desesperado,
nunca lo desamparaste.
Admiración y respeto
te ofrecen los mexicanos,
brindándote este cuarteto
te veneran tus paisanos.
La conciencia reformaste
superando el claroscuro,
a invasores expulsaste,
¡seguiremos contra el muro!
Trabajador incansable,
luchador hasta la muerte,
por los pobres tan afable
transformaste nuestra suerte.
Con todo tu amor triunfaste,
tú vives en nuestra mente;
la expresión tu liberaste,
te lo digo honestamente.
Alcanzaste tu objetivo
con un gran amor y entrega,
tu siempre cooperativo:
Benito, buen estratega.
Promesa a Juárez
José Antonio Reyes Rangel
1991
Alumno del CECyT 5 “Benito Juárez” del ipn
Juárez liberador
de nuestras libertades
Juárez formador
de nuestras reformas
Juárez comunicador
de nuestra paz
Juárez pacificador de México para el mundo.
Andrés Henestrosa
Ensayos y discursos a Juárez
Entre éstas, las que me combaten, pueden distribuirse en tres clases: favoritos, es-
critores asalariados y republicanos circunspectos. los favoritos no conciben en su
inocencia que hombre nacido pueda exponer por sólo el bien de la patria, un sueldo,
un negocio en la tesorería, o siquiera una sonrisa de lerdo; por eso reducen todos sus
argumentos a manifestarme que si el gobierno actual no es legítimo, tampoco yo soy
legítimo magistrado de la suprema corte, ni legítimo literato y, por lo mismo, deberé
perder mis “emolumentos”. “No sea usted tonto”, me dicen: y yo les replico: no soy
tan tonto; cuando hablo de gobierno, me refiero, por ahora, al Ejecutivo, porque
los diputados van a terminar su misión y nadie se ocupa de la Suprema Corte, ni
127
128 De Juárez a los jóvenes
del catedrático de literatura; por otra parte, si yo “cayera” con el Ejecutivo, no crean
ustedes que tuviera jamás ni dinero para vestirme de riguroso luto.
Los escritores asalariados me amagan con revelar mis errores y mis crímenes; si ellos
conocen mi vida privada, será porque mis pecados son públicos, y nada nuevo referi-
rán a los curiosos; además, yo pudiera alarmarme, avergonzarme, si la amonestación
viniese de hombres honrados; y por último, sin perjuicio de consagrarles un “mien-
ten” anticipado, bueno es que reflexionen en que he acometido la empresa de derri-
bar grandes personajes y no puedo perder el tiempo en ocuparme de esos señores.
Suponiendo verdaderos sus cargos, no destruirán mis argumentos.
(…)
La elección nada dice a favor de la legitimación. ¿Se apoyará ésta en la tolerancia del
pueblo? ¿Puede alegarse una prescripción de dos años no cumplidos? Y, de entonces
a la fecha, ¡cuántas protestas!, ¡cuántas revoluciones! Si Patoni ya no habla, no es por-
que una liquidación le haya tapado la boca. ¿Quién, por último, olvidará el escándalo
de la convocatoria?
Culpa es en gran parte del gobierno y sus defensores el estado de exaltación a que
ha llegado la polémica política; indignada la nación por los asesinatos y el despil-
farro y el descrédito, se conformaba al principio con un cambio en el ministerio;
esta condescendencia se tiene hasta en las monarquías absolutas; no queríamos
que se mandase con un nudo el cordón de seda a Lerdo y a los otros visires; pre-
tendíamos que se fuesen a disfrutar de los bienes que la fortuna pueda haberles
dado; pero ¡cuánta fue nuestra sorpresa e indignación cuando sofísticamente se
proclamó el principio de que la opinión pública no puede obligar al presidente
a un cambio de política y de ministros! Aceptamos el principio, y deseamos un
cambio completo.
La fe en la patria
Guillermo Prieto
1818-1897
Esto hace patente, que para México Juárez, más que un hombre, es un símbolo; más
que una individualidad, un vínculo; más que una memoria, la bandera de los hom-
bres libres que proclaman Independencia y patria.
En ese alfolí de indignidades, estaba el soldado, máquina, materia prima de todas las
tiranías, el siervo del terruño origen de la riqueza, lo propio que el agio de muchos de
nuestros nobles, los fanáticos, erario fecundo de la desvergonzada Simonía; y del fer-
mento y esas impurezas, brotaban el derecho divino, el privilegio, la faena, la tortura,
el secuestro del pensamiento y la implacable estrangulación de la conciencia.
Realizar, hacer efectivo y tangible ese ideal de libertad que integra al hombre en su
ser casi divino; ese sueño de igualdad que ensalza el trabajo, el talento y las sólidas
virtudes; esa justicia que distingue a dios del fariseo, que lo vuelve su maniquí, al sol-
dado del verdugo, al prócer del farsante, realizar, decimos, esa grande obra, a Juárez
estaba reservado, y Juárez la quiso y la supo consumar inflexible, con fe sublime y
con esfuerzo titánico.
Y sean los que fueren los defectos de su personalidad, y encarnícese cuanto se quiera
el rencor hincando su diente en su memoria, nacerá y se renovará inextinguible el
amor a Juárez, mientras quede un átomo de dignidad en las almas y una sola gota de
sangre en el corazón de los verdaderos patriotas.
Así pues, para que triunfe la detractación a Juárez, se tiene que probar que la libertad
es el mal, que el asesinado, con tal que se le ciña una banda, es el heroísmo; que el
robo, con tal que lo perpetre un forajido vestido de negro a la cabecera de un mori-
bundo o en un templo, es adquisición legítima; que el plagio con tal que se le cambie
el nombre es el bien; que el embrollo es recurso judicial; que el abandono y la cruel-
dad con el niño, se santifican si el sacerdocio lo solapa, o si asoma a esa cuna inocente
la herejía; que los patíbulos que levanta la conveniencia privada son saludables a los
pueblos; que el perjurio es habilidad política, y que la traición hace del vendedor de
Jesucristo un modelo que debe incensar la humanidad: mientras que todo eso no se
pruebe, Juárez y su obra, la Reforma, serán el tesoro de los hombres libres, el lábarum
del pueblo, su guía y su esperanza de salvación.
ensayos y discursos a Juárez 131
Fijémonos en Juárez: él es como un cartabón que sirve para evidenciar la talla ridí-
cula de los falsos amigos del pueblo; es como piedra de toque que descubre la liga
impura de los arbitristas del poder, y con el poder, es un reactivo que denuncia el
veneno del filtro emponzoñado de la política contemporizadora. Juárez es un espejo
en que se retratan deformes, desnudos y despreciables, muchos de los que aspiran a
imponer al pueblo como títulos de superioridad, su cinismo y su bambolla. ¿Cómo
pretendemos que toda esa gente profese culto a la memoria de Juárez?
¡Feliz mil veces yo que puedo y estoy en aptitud, para confusión de sus enemigos, de
dar cuenta al mundo del último centavo de los que compusieron su modesta fortuna!
Cuando todos los horizontes se cerraban con las tinieblas de la desesperación, cuando
caían a nuestro paso los hombres sedientos y los soldados aniquilados por la fatiga…
cuando la llama del patriotismo se arrastraba moribunda sobre las cenizas que por
donde quiera dejaban las traiciones… una palabra de Juárez y su ejemplo iluminaban
nuevos horizontes y nos trasportaban a los vergeles de México, reverberando con el
sol de la reivindicación de nuestros derechos.
Tendía su mano para recibir el prest que le asignaba la miseria, como el último de sus
subordinados.
Estos recuerdos, señor, forman la corona pobre, humildísima, que te ofrecemos tus
compañeros de paso del norte; acéptala, señor; mira que te la presentan los tuyos;
que base tu ropaje de mármol, que te engalane; mira que lleva el calor de nuestros
corazones y que la perfuma el incienso de nuestra ternura.
Pueblo de Juárez, ámalo; ámalo y sigue sus huellas, porque él simboliza tus santos
derechos y tu idolatrada independencia.
Hidalgo y Juárez
Fragmentos
El Sr. Juárez es uno de esos hombres excepcionales, cuyo nombre se haya iden-
tificado con los acontecimientos más importantes de nuestra historia. De hu-
milde origen, como la mayor parte de los héroes de la humanidad; de una raza
que lleva todavía sobre sí el profundo sello que imprimió la mano del conquis-
tador.
(…)
El secreto de su gloria se encuentra en la incontestable fe de su corazón de patriota,
en esa especie de intuición que poseen ciertos hombres sobre los altos destinos que
tienen que llenar, y que los conserva serenos en medio de los mayores peligros, cual
si una voz misteriosa les dijera que ningún temor deben abrigar, porque han venido
al mundo con una misión que nada les impedirá cumplir.
(…)
Diríase que esos seres privilegiados, que reúnen a la vez el valor del caudillo, la fe del
apóstol y la abnegación del mártir, reconcentran en su alma como en inmenso foco,
todas las aspiraciones legítimas de la sociedad en que viven; que escuchan, interpre-
tan y encarnan las quejas de las clases desheredadas, los derechos desconocidos por
los felices de la tierra, las esperanzas que sonríen en un porvenir lejano, y las cóleras
ensayos y discursos a Juárez 133
que hierven en las esferas sociales donde sólo se ha sabido padecer y sufrir durante
una larga serie de generaciones.
(…)
Dos figuras presenta nuestra historia que parecen vaciadas en el mismo molde, pues
ofrecen una grande analogía en los rasgos prominentes de sus caracteres respectivos.
Esas dos figuras son Hidalgo y Juárez. Ambos consagrados a tareas pacíficas, no había
motivo para aguardar de ellos esa energía indomable, ese valor heroico que se nece-
sita para encabezar los grandes movimientos sociales. Almas de bronce, en vano se
cebaron en ellas la envidia, el odio, todas las pasiones viles y rastreras que no temen
vaciar su veneno, al verse profundamente heridas por un poder que son incapaces
de comprender y de medir. Superiores a las preocupaciones de su época, alzaron sin
vacilar la frente en medio de la oleada que amenazaba sumergirlos, y cuando más
tremendas rugían las tempestades a sus plantas, fijaban de hito en hito la mirada de
águila en el sol de justicia eterna que inundaba su inspirada frente. Hidalgo y Juárez
son el principio y el fin, el alfa y el omega de la revolución mexicana, y al través de
medio siglo se dan las manos como dos genios gemelos que nacieron de la misma
idea y encarnaron el mismo sentimiento.
(…)
Las clases privilegiadas, las facciones que enarbolaron en todos tiempos la bandera
del retroceso y del absolutismo, no puedan pronunciar aquellos nombres, sin sentir
los calambres del odio, las contorsiones epilépticas del rencor que no olvida ni per-
dona. Esas clases jamás olvidarán ni perdonarán a Hidalgo, que haya lanzado el grito
de rebelión contra el derecho divino que mantenía aherrojada a la colonia, ni a Juárez
que haya roto el último eslabón de la cadena que ligaba a México con las tradiciones
de la Edad Media.
(…)
Así como Víctor Hugo dominó al mundo de la poesía con sus versos; Juárez dominó
al mundo de la democracia, con sus hechos liberales.
134 De Juárez a los jóvenes
Héctor F. Varela
1832-1891
Cuando el hombre de las Tullerías espera por momentos que le traigan la noticia de
que México es ya una tienda de campaña en que vivaquean sus soldados victoriosos,
el parte de sus generales, seco como el remordimiento, le dice: ¡Puebla resiste!
¡Cómo! ¿un indio me resiste? Que marchen nuevos refuerzos, y que Puebla caiga
coute que coute (cueste lo que cueste).
Nueva ilusión.
Así se lo dice a sus compatriotas y a los soldados que siguen resistiendo tras de los
muros de Puebla.
Por desgracia, en el equilibrio de las cosas, los hechos y acontecimientos que consti-
tuyen la vida de la humanidad, no siempre bastan ni la abnegación, ni el patriotismo,
ni la heroica resolución de luchar hasta morir para poder triunfar: la fuerza bruta tie-
ne todavía su prepotencia, y vence muchas veces sin piedad a los débiles, aunque sus
representantes sepan que al postrarlos hieren el corazón de la justicia, que moribunda
tiene todavía el prestigio de aterrar a sus verdugos.
ensayos y discursos a Juárez 135
Es lo que pasa en la campaña de México: cercada por cuarenta mil hombres, bombar-
deada día y noche, ametrallada sin tregua por baterías que maniobran impunemente
por su alcance y superioridad, postrada de cansancio, sin víveres, sin municiones.
Puebla no puede más y sucumbe…
Nos hallábamos entonces en París, y al oír cada estampido del bronce imperial, nos
parecía que llegaba hasta nosotros el eco sombrío de un canto funerario entonado
sobre el cadáver de la República.
Vuelve la vista a su espalda, mide el terreno con su vista de águila, y comprende que
mientras haya un brazo que sostenga la bandera de la patria, su patriotismo le impo-
ne continuar la lucha.
Hay en aquel puñado de valientes que acompaña a Juárez, algo como el presenti-
miento de un destino feliz, de una aurora teñida por los colores de la victoria.
En todas partes pelea con el mismo valor y entereza; pero la superioridad numérica
del ejército que ha vencido en Crimea, en África, en Italia y en China, disponiendo
de elementos formidables, vence por doquier a los que no tienen ni armas, ni muni-
ciones, ni ropa, ni alimentos.
136 De Juárez a los jóvenes
Atacado sin descanso por los que con cada victoria creen asegurar el éxito definitivo
de la campaña, va retrocediendo sin acobardarse, defendiéndose unas veces por un
desfiladero, otras por una montaña, algunas por un río, siempre por su constancia y
por su fe.
Juárez comprende que lo que va a establecer en aquel último rincón de su patria, para
salvarla, es un principio y un hombre extraordinario: el principio es la República; y
el hombre es él.
Sobre Juárez
Fragmentos
Así acabó ese gobernante famoso que no ha sido juzgado todavía con absoluta im-
parcialidad y con sereno criterio. Murió combatiendo, como había vivido durante
mucha parte de su vida. En ella fue juzgado por amigos y enemigos, como siempre
sucede a los hombres célebres, con pasión infinita. Los unos le prodigaron alabanzas
desmedidas, los otros lanzaron sobre él, a porfía, la calumnia, el dicterio y la diatriba
en todas sus formas y tonos.
(...)
Además, su nombre está unido al periodo más importante y más fecundo en aconte-
cimientos que hay en nuestra historia, después de la Independencia está identificado
ensayos y discursos a Juárez 137
(...)
Con todo eso, una gran dosis de valor personal y civil, puesto a prueba muchas veces
y victoriosamente.
Un escritor francés le echó en cara que no tuviese temperamento militar. Valió más:
los temperamentos militares sufren a veces grandes pánicos y están sujetos a desfalle-
cimientos. Juárez no sufrió pánicos ni se doblegó nunca. Fue sereno y firme.
Moctezuma había sido supersticioso, débil y cobarde cuando se presentó Cortés y
merced a ese pobre carácter perdió su poder y perdió a su pueblo.
Juárez, por el contrario, fue animoso ante el poder del extranjero y conservó con la
suya la dignidad nacional.
(…)
Tuvo, por un privilegio de la suerte y por las circunstancias de su época, la gran for-
tuna de haber contado entre sus consejeros de gobierno a los hombres más eminentes
por su talento y su saber entre el Partido Liberal, los cuales pasando sucesivamente
a su lado, en diversos periodos, fueron dejando en su administración el contingente
variado y rico de su capacidad, con el que formó al fin ese capital de fama y de glo-
ria que ha sido en la opinión pública como el patrimonio de Juárez. Así, Ocampo,
Miguel Lerdo, La Llave fueron sus ministros en tiempo de la Reforma, Ramírez y
Zarco; ilustres publicistas, Zamacona, Joaquín Ruiz y Juan Antonio de la Fuente,
Doblado y Zaragoza, lo fueron en 1861. Don Sebastián Lerdo e Iglesias, en la épo-
ca de la guerra contra el Imperio. Él sin embargo, con excepción de don Sebastián
Lerdo, a quienes mantuvo a su lado hasta que se declaró su rival, prefirió siempre a
estos grandes nombres los menos gloriosos de sus amigos personales. Pero aquéllos
le habían dejado ya como producto de su genio o de su iniciativa los más brillantes,
timbres de su gobierno.
138 De Juárez a los jóvenes
Alfredo Chavero
1841-1906
Y a la verdad, ¿qué ejemplo más hermoso, qué vida más digna de honrarse que la del
ciudadano Juárez?
¿Qué fuente más copiosa de instrucción para nuestro pueblo, que esa existencia ba-
sada en la virtud, y dedicada toda entera al bien de la República?
Juárez nació en la montaña. Siempre en las montañas nacen los ríos que bajan cauda-
losos a dar vida a las sementeras de los valles, cruzando majestuosos la llanura hasta
irse a perder en esa inmensidad, que en la tierra se llama el mar, y en la vida humana
la muerte. Sus primeras ideas despertaron al grito de libertad lanzado por un pueblo
que sacudía sus cadenas proclamando la emancipación de México. Y cuando la na-
ción comenzó su vida independiente, Juárez comenzó sus estudios, esa otra vida de
independencia que nos libera del error, que es el mayor de los tiranos.
Hasta esa época, Juárez ignorado en la provincia, no había podido llamar debida-
mente la atención, pero llegaba al Congreso en los momentos en que México, sin
recursos, peleaba con la República vecina. Juárez, contra los oradores más notables
de la Cámara, sostiene que se saquen esos recursos de los bienes del clero; que se
salve la independencia con esas riquezas con que se tenía esclavizado al pueblo. Ya se
anunciaba el gran reformador. Y cuánto odio, y cuánta lucha, y cuánto sufrimiento se
preparaba aquel varón fuerte, de pecho de bronce, que contra el torrente impetuoso
de las preocupaciones, osaba proclamar tales ideas.
ensayos y discursos a Juárez 139
El pueblo comprendió que Juárez era el Moisés que debía conducirlo a la tierra
prometida de la igualdad, los tribunales hacían ya bajar la cabeza coronada del
clérigo a la misma altura de la cabeza del más humilde ciudadano. El clérigo había
representado la supremacía; el mando y el cielo bajaban al pueblo por la ley de
Juárez.
El día de Juárez
José Martí
1853-1895
Y esa es, en verdad, el alma de México, que hace bien en deshelar como deshiela
ahora la raza india, donde residen su libertad y su fuerza; esa es la luz que se ve bri-
llar en los rostros de blancos, y de mestizos y de indígenas; esa la que brilla sobre los
pabellones que cuelgan del balcón y sobre el traje de cuero de los rurales invencibles,
y sobre la insignia que las mujeres ostentan en el pecho el día en que, juntos los hijos
de los marqueses y los léperos, van los mexicanos a cubrir de flores y a honrar viril
mente con la pasión indómita de su independencia, el monumento hecho de ma-
nos mexicanas donde la patria llora abrazada a los pies del cadáver del indio Juárez.
¡Hasta ahora no había América, hasta que los marqueses lloran por el indio! ¿Qué
hablan los ignorantes de los pueblos de nuestra América? Estudien y respeten. Cada
año es más entusiasta en México el día 18 de julio. Y es que la tierra mestiza anuncia
al mundo codicioso que ya es nación el indio solo de los treinta fieles, que, con me-
terse por el monte a tiempo, salvó la libertad y la América acaso; porque un principio
justo, desde el fondo de una cueva, puede más que un Ejército. Es que México rati-
fica cada año ante el mundo —con su derecho creciente de República trabajadora y
natural— su determinación de ser libre. Y lo será, porque domó a los soberbios. Los
domó Juárez, sin ira.
Cuenta José Martí, héroe inmaculado en las gestas libertarias de este Continente, que
en su peregrinar por tierras americanas un día llegó a Caracas. Sus primeras palabras
se encaminaron a preguntar cuál era la casa en que nació el libertador Simón Bolívar.
También nosotros los mexicanos cuando llegamos a San Pablo Guelatao en la Sierra
de Ixtlán, nuestras primeras palabras emocionadas preguntan: ¿cuál es la casa en que
nació el patricio Benito Juárez?
La vida de tan insigne gobernante nos enseña las esperanzas y contrastes de su vida,
al detenernos en el lugar en que estuvo la choza en donde naciera, el 21 de marzo
de 1806, uno de los más humildes hombres del campo y de la montaña, el hombre
ejemplar a quien el pueblo mexicano le entregara la suerte de su destino en horas
muy amargas y crueles de su historia, cuando en cada recodo del camino nos jugá-
bamos la supervivencia de pueblo libre y nuestra dignidad de seres humanos. Esta es
la explicación de la veneración popular por Juárez que lo envuelve en una aureola de
luz y de gloria, en tanto que no faltan algunos rezagados de la historia que lo llenan
de cieno y de oprobio, o nos tanchan de una incontenible e injustificada admiración
por el héroe.
142 De Juárez a los jóvenes
(…)
El restaurador de la República ha entrado por la puerta grande de la historia nacio-
nal con todos sus honores, merecimientos y dignidades. Lo cual quiere decir que
hoy no pertenece a un partido o a un grupo político determinado; Juárez es un
símbolo del pueblo mexicano, y aún más, rebasa nuestras fronteras y pertenece a
todos los pueblos libres que alientan los mismos ideales democráticos y la misma
nobleza de espíritu para mantener las relaciones internacionales basadas en el de-
recho y en el respeto a la independencia, a la soberanía y a la igualdad e integridad
de las naciones.
(…)
El siglo xix paradójico y desconcertante, en que como en la tela de Penélope, desha-
cíamos en la noche lo que tan arduamente se había hecho en el día. Éramos la tierra
de nadie en la que el mexicano era olvidado y vivía en una miserable condición.
Cualquier potencia extranjera se consideraba con derecho de llegar a nuestras cos-
tas, no como vehículos de cultura y civilización, sino como una amenaza constante
a nuestras instituciones, dispuesta a cobrar los capitales e intereses mal habidos de
aquellos egoístas que habían hecho un modus vivendi de nuestras desgracias.
(…)
Era necesario definir sólidos principios políticos para bosquejar la futura organiza-
ción del país. Para ello, Juárez contaba con el poder de la palabra y de la razón, con
el convencimiento de que la fuente de todo poder es el pueblo.
(…)
Los tiempos han cambiado y nos exigen una mayor comprensión de los valores que
integran nuestra nacionalidad y aspiran a una comunidad que deberá aprovechar
todas las fuerzas espirituales de la Nación por antagónicas que ellas sean.
Esta tierra que formó la brillante generación de la Reforma, logrará asegurar a sus hi-
jos un pedazo de pan, un alfabeto, un hogar adecuado para vivir y les proporcionará
en forma abundante los beneficios de una cultura redentora. En el vientre moreno de
esta patria nuestra, en la que convivimos con los descendientes de las viejas culturas
prehispánicas, la raza de bronce de México, todavía surgirán muchos hombres como
Benito Juárez.
Edgar Arocha
(…)
Benito Juárez fue la cumbre más alta de la Reforma. Nadie como él pudo conjugar
las supremas virtudes cívicas, La grandeza moral, la pureza de convicción y el acriso-
lado patriotismo. Heredero legítimo de la corriente liberal, iniciada por don Valentín
Gómez Farías y José Ma. Luis Mora, reunió en torno suyo a la más extraordinaria
generación de patriotas que registra nuestra historia: Melchor Ocampo, Guillermo
Prieto, Ignacio Ramírez, Santos Degollado, Ignacio Zaragoza, Jesús González Orte-
ga, y tantos otros que en aquella hora de drama y cataclismo no escatimaron ni su
sangre ni su vida, para consolidar nuestra independencia política, asegurar nuestra
libertad de conciencia y convertir en fecunda realidad el concepto de República.
Desde su niñez suave y obscura, a lo largo de su juventud, entre libros y oleajes re-
pentinos de la lucha civil, y en el curso de los años turbulentos de su vida pública,
Benito Juárez se distinguió por eso, sobre todas las cosas, un carácter recio e indoma-
144 De Juárez a los jóvenes
ble. Nada pudo jamás intimidarlo; ningún obstáculo truncó los designios de aquel
indígena sublime, pero parecía haber concentrado en sí mismo todo el vigor y el
heroísmo de nuestras razas primitivas. Frente a las ambiciones pérfidas y mezquinas,
Juárez representa la rectitud y el apego al ideal republicano, lo mismo frente a la
facción conservadora, a la que hizo morder el polvo de la derrota, que frente a los
invasores extranjeros, para quienes dictó la sentencia condenatoria del Cerro de las
Campanas.
Juárez señaló el camino del deber y el respeto al derecho ajeno. Imitar su ejemplo y
proseguir su obra es obligación de todos los mexicanos. Juárez es soberanía popular y
vigencia de la sociedad civil; es una concepción económica que exige la intervención
directa, amplia y fuerte del Estado; es reparto de la riqueza, respeto de la autonomía,
aprovechamiento de recursos; es hacer la revolución por el derecho, compromiso de
servir para perfeccionar la democracia en los sindicatos, en las escuelas; es dinámica
de cambio social en la apertura democrática, y estructuras mentales, vivo sentido de
la historia y epitafio de aventureros. El ejercicio de la soberanía y del derecho impri-
men sentido humano y popular a las leyes de reforma. El matrimonio civil, la liber-
tad de cultos, la secularización de los cementerios, el registro civil, entre otras cosas,
establecen el fundamento de equidad y distribución del equilibrio social.
este día habíale atacado un dolor agudo en una pierna y sintió cierta dificultad para
respirar, pero creyendo que sería pasajera la afección se retiró del despacho más tem-
prano que de costumbre y se entretuvo en conversar con su familia; muchas veces se
había sentido mal y para encontrar la salud iba en las mañanas al bosque de Chapul-
tepec, lo recorría y subía al cerro aprisa para transpirar, y así se sentía bien; también
acostumbraba bañarse temprano. Pero esta vez, llegada la noche y notando su familia
que el mal aumentaba y que se presentaban los síntomas del ataque de corazón que
en otras ocasiones había padecido, fueron llamados los doctores Barreda, Alvarado
y Lucio, y aunque apelaron a todos los recursos de la ciencia, el mal continuó y fue
tan rápida su marcha, que poco después de las once de la noche exhaló el último
suspiro rodeado de sus hijos y varios amigos. Al amanecer anunciaban los estallidos
del cañón que ya se había apagado la luz de aquella inteligencia, que por tantos años
alumbró la senda que guiaba al pueblo mexicano a su adelanto social.
Tibio aún el cadáver fue conducido al gran salón de palacio en cumplimiento de una
ley, que por haber sido aplicada una sola vez no había recibido la innovación necesa-
ria, y recordaba completamente la época colonial. La población recordó estupefacta
al rumor de tan palpitante noticia, e invadió los corredores y los salones de palacio,
deseosa de contemplar el cadáver de aquel hombre tan admirado por muchos como
aborrecido por otros, pero de todos modos grande e imponente. Llamado al poder
el Señor don Sebastián Lerdo de Tejada, se presentó ante la diputación permanente
para prestar la protesta de Ley, recibió luego el pésame del cuerpo diplomático y de
los funcionarios públicos, y dispuso que los funerales correspondieran a la categoría
del que acababa de bajar a la nada.
(…)
El anuncio oficial, México, julio 19 de 1872
Anoche, a las once y media, ha fallecido el ilustre ciudadano Benito Juárez. Presiden-
te Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos.
El presidente interino, al participar a usted con el dolor más profundo, tan deplora-
ble acontecimiento, le invita a que asista al funeral, que se verificará el martes 23 del
presente mes, en el cementerio de San Fernando.
(…)
El entierro
146 De Juárez a los jóvenes
No sólo el aparato militar dio significación grande a la conducción del cadáver del
Presidente al cementerio de San Fernando, fue la presencia de enorme cantidad de
pueblo, entendiéndose por pueblo todas las clases sociales —lo que dio honda solem-
nidad a aquel sepelio— que presidió el Presidente de la Suprema Corte, ya designado
por ministerio de ley, Primer Magistrado de la Nación.
El carro fúnebre era conducido por Juan Udueta, el mismo cochero que acompañó
al enorme indio hasta el paso del norte y los cuatro cordones que pendían del féretro
los llevaban don Luis Velásquez, Director de la Escuela de Jurisprudencia, el General
Comandante Militar don Alejandro García, don Manuel P. Izaguirre, Tesorero Gene-
ral de la Nación y don Alfredo Chavero, Presidente del Ayuntamiento.
Las tropas de la guarnición: el Colegio Militar a las órdenes del Coronel Director don
Miguel Quintana, Zapadores, mandado por el Coronel Pablo Rocha y Portu, una
batería de cañones de a doce, el primero, séptimo, y treceavo de Infantería y el pri-
mero de Caballería, antiguo cuerpo de la Guardia de los Supremos Poderes a caballo,
integraban la división mandada por el General Manuel Loaeza.
Entre los cuerpos marchaban airosos los soldados del primero de Infantería, el mis-
mo que fue “Supremos Poderes”. Daban majestad al acto las bandas de guerra con sus
toques lúgubres que interpretaban los parches sin restirar de los tambores y las notas
desafinadas de los instrumentos de latón; los aires de la marcha de Jone interrumpían
el silencio de las multitudes en el recorrido hasta llegar a la histórica necrópolis de
San Fernando.
Aquellos soldados eran los restos de los aguerridos, que con tanta valentía como
patriotismo combatieron por la segunda independencia, los que con lealtad inma-
culada, con recia firmeza militar, por el flanco doblando abandonaron la capital allá
en el año de 1863 para escoltar al indio férreo, que portador de la gloriosa bandera
ensayos y discursos a Juárez 147
Pero no hay que apresurar un juicio sobre la posible incongruencia entre estos di-
versos rasgos de un carácter inmaculado desde el punto de vista civil. Bien pueden
ser entendidas como compatibles en el marco de un proceso de transformación que
habría hecho, de un individuo nacido en el seno de una comunidad indígena tradi-
cional, el máximo representante de los ideales de modernidad de un Estado nacional
que pretendía igualarse con aquellos cuyo grado de civilización envidiaba.
Pero este edificio comenzó a tambalearse con las reformas borbónicas, impulsadas
por el pensamiento ilustrado, el cual pretendía someter los preceptos de la fe al dic-
tado supremo de la razón. Fue entonces cuando ciertos “espíritus selectos” dieron
en preguntarse si la pertenencia a una raza o mezcla racial determinaba la capacidad
cognitiva y ética de sus componentes. La pintura de castas parece ilustrar tal supues-
to, al igual que el reforzamiento de una valoración despectiva del indio como “no
racional”, ya que —según esta visión modernizadora— persistía en su “ignorancia”
por el fanatismo religioso, tolerado cuando no cultivado por el clero, al que la pobla-
ción autóctona habría obedecido durante siglos. Argumento que —además de negar
las raíces propias de la cultura indígena— era conveniente para los reformistas en sus
intentos por desplazar a la iglesia católica de la posición central que aún ocupaba en
la sociedad.
Estado liberal y democrático, del cual resulta muy intrincado separar ambos compo-
nentes. La idea que hoy tenemos del liberalismo es, en gran medida la argumentación
que los “intelectuales orgánicos” —si se acepta la categoría gramsciana— de este tipo
de Estado han urdido para fundar su propia legitimidad histórica.
Elogio
Fragmento
Félix Romero
En fin, los azares del poder, las amargas decepciones que acompañan la carrera pú-
blica bajo las falsas sonrisas y las flores cortesanas, la actividad incesante de aquella
cabeza pensadora e inagotable, sus trabajos de muchos años en servicio de la causa
popular, todo esto y mucho más, que pesaba como una montaña sobre el cerebro de
aquel hombre, se lo llevó de entre nosotros, anunciando él mismo su ausencia de la
vida, puesta la mano sobre el corazón, después de acerbos dolores, con esta exclama-
ción digna de Sócrates: “ahora sí, todo se acabó; a dormir el sueño eterno.”
Juárez se fue, Juárez pasó como exhalación radiosa, es cierto; pero dejó una escuela
con sus máximas y su doctrina; y su propia tumba es hoy una enseñanza, ante la que
venimos a pedir inspiración y fe, porque, sabedlo bien, los vivos no enseñan nada
a los muertos; al contrario, ellos instruyen a los vivos. Pero, su escuela, ¿cuál es? La
que forma todo el partido liberal, reformista, nacional; todos los que veis aquí, desde
el Jefe del Estado, que fue su discípulo más querido y su más grande colaborador,
hasta el último de esta falange oaxaqueña: es esa generación nueva, altiva, generosa,
que abarca los extensos horizontes de la Nación, capaz de elevadas miras y de hermo-
sos hechos y a la que está encomendada la más grande evolución del porvenir de la
República; su elevación a potencia respetable y respetada, por la conservación de la
Reforma, por el fomento y ensanche de los progresos actuales, por el culto del amor
a la patria.
Después de los sucesos que han consagrado la vida de Juárez, y que constituyen todo
un programa, ¿tendré que deciros cuáles eran sus doctrinas?... Sólo agregaré estos
pensamientos, que son como un reflejo del alma de Rousseau, a quien, como a Ben-
jamín Franklin, profesaba una particular predilección: “la mejor política es aquella
que sigue la línea recta. —El respeto al derecho ajeno es la paz—. Las vulgaridades
152 De Juárez a los jóvenes
no se discuten.—Los gobiernos se han hecho para los pueblos, y no los pueblos para
los gobiernos—. Ningún hombre es inservible: el verdadero tacto consiste en saberlo
aprovechar conforme a sus aptitudes y según las circunstancias.”
Pero, en mi afán por seguir en todas sus fases al patricio que hoy conmemoramos,
olvidaba que su tumba está abierta y que, acaso, espera el modesto, pero sencillo
tributo, de los que atraídos por sus virtudes republicanas, protestamos vivir y morir
por ellas. Acercaos, pues, todos los que venís conmigo; acercaos y escuchad lo que
digo, en vuestro nombre y en el mío, ante esta tumba, que cubre hoy de flores toda
una generación y que glorifica la posteridad: “¡padre inmortal de la Reforma! recibe
esta humilde ofrenda, como símbolo del cariño filial, de la admiración patriótica y
del recuerdo imperecedero de todos los hijos de Oaxaca.”
Juárez
Fragmento
Alfonso Reyes
1889-1959
Pero un secreto instinto —como esa honda gravitación que gobierna el curso del
agua y junta los racimos de afluentes para ir engrosando el río y perfilando su tra-
yectoria sobre el suelo—, un secreto instinto dice al oído del pueblo que, una vez
transpuesto el gran obstáculo, una vez hecho el gran sacrificio, lo mejor es atreverse
a la fórmula última y más promisoria de las libertades nacionales. Y es la República.
Y empieza a crecer la República, entre el vaivén, el tira y afloja de los que insisten en
la tradición por un lado, y los que insisten en la esperanza, por el otro. Este vaivén
inevitable —más aún, indispensable— hace veces de circulación, y anuncia la via-
bilidad del nuevo ser político. Pero, en sus orígenes, suele perturbarse, enredarse en
arrepentimientos y asfixias, embarazar al embrión y, en ocasiones, matarlo.
Hubo un día en que este vaivén de liberales y conservadores estuvo a punto de matar
a la joven República. Y Juárez aparece entonces como ese último punto providencial
en que se refugian la vitalidad y la conciencia del ser en peligro. La nación se redu-
ce a las proporciones del coche en que Juárez peregrinaba, salvando las formas del
Estado. Juárez—Eneas: Juárez, el hombre que sale del incendio. Segundo padre de
la patria, pero ya con la experiencia adquirida por las vicisitudes de medio siglo. En
ensayos y discursos a Juárez 153
aquel inmenso “borrón y cuenta nueva” que le toca llevar a cabo, traza el cauce por el
que habrá de correr el río, y abre una era definitiva en nuestra historia. Por primera
vez una conciencia hizo tabla rasa de los hechos amontonados por la casualidad, y
comenzó a reedificarlo todo con un plan seguro, con un propósito inquebrantable.
Ahora ya no es la naturaleza ciega: ahora es la inteligencia humana. De la frente de
Benito Juárez salta la imagen alada de la República.
Y cuando esta hija del espíritu, con los años y con el bienestar mal administrado
—materialismo siglo xix—, eche carnes, se aburguese y amenace perder la buena
economía del cuerpo y del alma, por causa de la vida antihigiénica, entonces habrá
de someterla valientemente a una vida ascética y gimnástica, a una revolución como a
una intervención quirúrgica; habrá que devolverle la línea, y ponerla —como hoy se
dice— a régimen: a un Nuevo Régimen, que no lo sea solamente de dientes afuera.
En el caso de Benito Juárez y de su época, las cosas se complican mucho más. Aquí
las historias son, no sólo dobles, la conservadora y la liberal, sino cuádruples, pues
dentro de esos dos bandos se ha producido una escisión. Hay la versión conservadora
que podría llamarse cavernícola: en ella nada de bueno se concede a Benito Juárez; y
la versión conservadora moderna, que apunta en su haber algunas cosas buenas o al
menos tolerables. Y entre las historias liberales son ciertamente muy distintas, diga-
mos, la de Bulnes y la de Justo Sierra. Así, Juárez se ha convertido en el personaje más
controvertido y controvertible de la historia nacional. Santa Anna y Porfirio Díaz,
que en algún momento parecían sus rivales, se han esfumado poco a poco, el primero
casi definitivamente y el segundo en buena medida. Al contrario, no pasa un año sin
154 De Juárez a los jóvenes
que se publique un libro —y a veces dos— sobre Benito Juárez, de modo que éste
también se ha vuelto el tema de la historia nacional sobre el cual la literatura es cada
vez más copiosa.
Lamentable como parece ser —y es— esa multiplicidad y esa abundancia de histo-
rias, parece que el hecho tiene un claro sentido: si Juárez y su época son materia de
tanta controversia, se debe a que el uno y la otra dejaron una huella bien honda en la
vida nacional; y si se ha escrito y se sigue escribiendo tanto sobre Juárez, es porque,
agrade o no, atraiga o rechace, es una figura señera de toda nuestra historia, pues
nadie se ocupa de lo insignificante o de lo ordinario.
Para mí, esa prenda excepcional, de hecho, creo yo, única en la historia mexicana, es
la capacidad de Juárez para entender, para asimilar, aun para adelantarse a su época.
(…)
Juárez no tuvo absolutamente ninguna injerencia en la factura de la constitución
liberal; pero cuando se produce el golpe de Estado de Comonfort y asume la Presi-
dencia de la República a los diecisiete días de haber sido electo Presidente de la Corte,
se hace el abanderado de esa constitución, ajena a su trabajo y a su preocupación
personales. Es más: como caudillo ahora de los liberales puros, sanciona su transfor-
mación en un código radical con las Leyes de Reforma.
Puede pensarse por lo menos en otro caso de esa capacidad extraordinaria para enten-
der una época y aun adelantarse a ella. La primera presidencia de Juárez fue de diez
años; pero de ellos, tres se llevó la guerra de Reforma y cinco la de Intervención. Los
dos restantes, de 1860 a 1861, distaron mucho de ser normales, pues se fueron, parte
en liquidar la primera de esas dos guerras, y parte en prepararse para la siguiente. La
experiencia en el ejercicio real de la Constitución de 1857 había sido, pues, limitadí-
sima, de hecho nula. A pesar de ello, Juárez se percató bien de dos hechos: primero,
que la Constitución había nacido con defectos serios, y segundo, que con la victoria
de la República esos defectos se agravarían hasta hacerla, o la causa de continuos des-
órdenes, o de que se le respetara sólo en su forma, pero no en su fondo; entonces, no
sería obedecida sino escarnecida.
(…)
La segunda gran prenda que yo le encuentro a Juárez no es tan deslumbradora como
la que acabo de describir; pero es, como ella, tan excepcional, que no sé si en nuestra
ensayos y discursos a Juárez 155
historia se ha dado otro caso paralelo, y aún me parece difícil hallarlo en las histo-
rias ajenas. En todo caso, esta virtud ha suscitado en buena medida la duplicidad de
nuestra historia, pues hay quienes no ven sino el anverso de la medalla. En Juárez se
dieron, en su proporción muy finamente equilibrada, el estadista y el político, es de-
cir, el hombre de estado, capaz de concebir grandes planes de acción gubernamental,
y el hombre ducho en la maniobra política.
Juárez se da cuenta cabal de que una de las poquísimas ventajas reales que México
podía sacar de la desoladora aventura de la Intervención, es darle al país una respeta-
bilidad internacional que hasta entonces no había tenido. (Recordemos que antes de
1867 era usual que nuestros secretarios de Relaciones se trasladaran de sus oficinas
a la sede de las representaciones diplomáticas de Inglaterra, de Francia y aun de Es-
paña, a tratar con los ministros respectivos los asuntos de sus nacionales). Traza en-
tonces una política internacional del país que queda vigente por diecisiete años y que
respetan los tres presidentes que lo siguen: Sebastián Lerdo de Tejada, Porfirio Díaz
y Manuel González. Declara que tanto las potencias que participaron activamente
en la Intervención como aquellas otras que reconocieron al Imperio de Maximiliano,
habían roto por ese hecho sus relaciones con la República; de allí la consecuencia de
que caducaran los tratados y convenios internacionales que antes ligaban al país con
esos gobiernos. México —agrega Juárez— siempre estará dispuesto a reanudar las
relaciones rotas si las potencias afectadas manifiestan su deseo de renovarlas y si están
dispuestas a negociar nuevos tratados sobre una base de estricta igualdad.
La lección permanente
Fragmentos
Andrés Henestrosa
1906
tado por todas las fuerzas del oscurantismo, del privilegio y de la amenaza extranjera.
Cuando habla de los enemigos de México, sabe quiénes son, en dónde están y cómo
hay que vencerlos. Por la misma razón, sus palabras se dirigen primero a sus coterrá-
neos de Oaxaca y después a la totalidad de los mexicanos. De esta suerte nunca fue
anacrónico ni le quedó grande el puesto que desempeñaba.
Por otra parte, los males del país eran tan ingentes que llevaron a Juárez al convenci-
miento de que no se podía gobernar sin afrontarlos en toda su dramática magnitud.
Las cosas hacerlas, aunque salgan mal, decía Domingo Faustino Sarmiento; y Juárez
pareció profesar con brío ese principio de responsabilidad y de trabajo.
Los males tienen causas ciertas y determinadas, y Juárez las buscó y las combatió has-
ta exterminarlas. Su pueblo estaba mayoritariamente desposeído de la protección de
la ley y avasallado por minorías dueñas del privilegio. El sabía que nunca se renuncia
voluntariamente a esos falsos fueros y que hay que abatirlos compulsivamente en
nombre de los intereses colectivos. En esa pugna no se persiguió la sujeción de una
u otra clase, ni la imposición de una institución a otra, sino la igualdad de todo ante
la ley. Tan justamente se logró el objetivo, que la Iglesia, el ejército y todas las demás
entidades que en el siglo xix privaban con fueros sobre la ciudadanía, y muchas veces
al amparo de leyes deliberadamente acondicionadas a la injusticia, viven y actúan en
nuestros días. Las evidencias históricas abonan la seguridad de que la Reforma en
México nunca se opuso ni originó la destrucción de instituciones que, dentro de los
límites de la ley, son factores indispensables para la estructura social.
(…)
A más de cien años de distancia, cuando las pasiones han perdido virulencia y
aquellos grupos titulares de las prebendas han llegado a comprender las ventajas
de vivir dentro de un régimen de justicia y de igualdad, puede verse que el mó-
vil fundamental de los ataques contra Juárez ha sido totalmente falso. Pasará sin
embargo, algún tiempo todavía, para que con serenidad y atendiendo al tamaño
nacional de su figura y al arraigo que tiene en el corazón de su pueblo se le releve
de una acusación que nunca mereció, como ha ocurrido ya con otras figuras de la
historia mexicana; no hay que olvidar que Hidalgo y Morelos también se vieron
negados, en nombre de un supuesto carácter religioso. Porque la causa del progreso
de México es superior a todos los personalismos y resentimientos de parciales inte-
reses, y se identifican siempre con la independencia, la integridad de la soberanía
y la libertad, y todos aquellos que la han defendido y la defienden son los mejores
158 De Juárez a los jóvenes
mexicanos. Porque no hay doctrina política, por avanzada que sea, que esté por
encima de los intereses supremos de la patria.
(…)
El legado de Benito Juárez perdura, está vigente. Su nombre y su ejemplo, sus pala-
bras y sus acciones, pueden ser invocados a propósito de toda la historia mexicana.
Porque supo leer y escribir y hablar el idioma español, es un modelo y un dechado
para toda la niñez del mundo que hable idioma aborigen. Benito Juárez parece que
nos dice todos los días, a toda hora: salid del pueblo carne mortal. Volved al pueblo
bronce y mármol inmortales.
El camino de Juárez
Fragmentos
(…)
Juárez se encuentra enfermo, desde hace cien días, desde la víspera de su cumpleaños,
en que un repentino dolor lo derriba momentáneamente. Y aunque se ha levantado
de inmediato, el roble ha quedado herido, al pino se le ha roto una rama. Duerme
menos horas, y aunque se levanta con el sol que nunca lo sorprendió dormido, se le
advierte el cansancio.
(…)
Cuenta y recuenta ahora sus pasos, recorre el camino a la inversa: del sepulcro a
la cuna, ahora sinónimos, sábana y mortaja, cuna y urna. Aquel grito de Brígida
ensayos y discursos a Juárez 159
Garda muerta al dar a luz el último hijo, que ningún día ha dejado de resonar en
sus oídos, es ahora tenue, lejano, al solo recuerdo de un hecho fatal de la vida. Él,
que ha vivido y muerto muchas vidas, que en más de una ocasión estuvo en peligro
de morir, a mano de sus enemigos y hasta de un amigo y compadre, tiene acepta-
da como real y como natural la muerte, cuyo rostro espanta y hace llorar al niño
cuando nace. Vuelve a sus montañas, laderas, veredas, atajos por donde anduvo,
desnudos los pies, rotas las ropas, prieto el corazón de penas y lutos, hambriento
—nuevo Nezahualcoyotl—. Llenos, eso sí, las sienes y el corazón de sueños y de
esperanzas.
(…)
Benito Juárez tiene sesenta y seis años, ha caminado mucho. Ha recibido ya varios
avisos de la muerte, pero nadie lo advierte. Sus médicos desesperan. Su familia sufre
en silencio, que a eso la ha enseñado. La noticia de su enfermedad no trasciende los
muros de Palacio, se guarda en secreto para no anticipar rumores que pueden reper-
cutir negativamente en la marcha de los asuntos políticos, de los que jamás se apartó,
que fueron la raíz y la razón de su existencia. Hay que evitar a amigos y adversarios
motivos de alarma: la patria ha de estar en paz, que es el máximo bien, que él dijo en
una de sus máximas. Sabe que su muerte, en ese minuto de discordia civil, alcanzará a
todos, reconciliará a todos, así sea por breve tiempo. Aún con su muerte quiere servir
a México, al de su conciencia y su corazón.
Duerme poco Benito Juárez. Se levanta por las noches víctima de malestares físicos,
acosado por tareas que van a quedar pendientes, por obras que están por cumplirse.
El carruaje está a la puerta, piafantes los caballos, la fusta en la mano de Juan Idueta,
el fiel cochero. Pero Benito Juárez no acaba de abordarlo: algo falta por firmar, algún
acuerdo está pendiente, aún no da las instrucciones del día a los ministros que han
solicitado audiencia urgente, ajenos al hecho de que el Presidente se muere. Entre
dolor y dolor, acuerda, discute y firma. La mano que firmó sabias leyes, que empuñó
la bandera y el bastón de mando, no tiembla, para que nadie advierta la próxima
partida.
La muerte, émula de sus rivales políticos durante la guerra, le puso una emboscada,
lo acometió por sorpresa, como si supiera con quién tenía que vérselas. Porque Juárez
era de aquellos héroes que inspiran miedo a los mismos dioses, según lo dijo el mo-
desto Leonardo S. Viramontes, recordando a Esquilo.
160 De Juárez a los jóvenes
(…)
Los doctores Ignacio Alvarado, Rafael Lucio y Gabino Barreda que lo asistían, ha-
bían perdido la batalla. En una acción desesperada, Alvarado le vació sobre el corazón
agua hirviente, receta entonces contra la angina de pecho. El señor Juárez se incorpo-
ró violentamente, como para advertirle que le causaba daño, que estaba cometiendo
una torpeza, al propio tiempo que decía:
Benito Juárez seguía caminando, hacia la última luz, hacia la noche de donde vino:
hacia la inmensa nada que es la muerte. Vestía la indumentaria presidencial, sin que
una sola cosa faltara de la liturgia republicana, de la investidura a la que jamás re-
nunció. Sin que se descompusiera una sola de sus facciones, esperó a pie firme. En el
minuto final, alejó al indio Camilo de la alcoba, para que no advirtiera el espantoso
gesto final de la muerte, y cubriéndose el rostro con la sábana, como los patricios
romanos, entregó el alma y el cuerpo a quien se los dio: a México.
(…)
Porque Benito Juárez caminó, México camina. Con él, otra vez, el indio se puso en
pie, para que fuera verdad y se cumpliera la sentencia que más tarde formuló José
Martí: hasta que el indio no camine no caminará América.
Andrés Iduarte
1907-1984
“Indio, americano y demócrata”: así firmó don Ignacio Manuel Altamirano los versos
que dirigió, en celebración el 14 de julio, al doctor don Emeterio Betances, el ilustre
patriota puertorriqueño. Cada una de las tres palabras quiere decir mucho; juntas
las tres, más, mucho más: quieren decir Juárez, quieren decir México. Quieren decir
autodeterminación mexicana e hispanoamericana, nuevo mundo y mundo nuevo,
ensayos y discursos a Juárez 161
(…)
Al lado de sus colaboradores blancos, indios y mestizos —mexicanos, en suma, que
es lo único que a los mexicanos nos importa— muestra al mundo que el pueblo
mexicano sabe resistir y organizar la defensa y el ataque, que el hijo de la tierra —el
heredero legítimo de las portentosas civilizaciones enterradas, pero nunca muertas—
sabe alzar su derecho e imponerlo al segundo agresor. A su condición de mexicano se
agrega la de indio para hacer de su majestad heroica y revolucionaria, justa y justicie-
ra en todos los sentidos, una de las más altamente simbólicas, si no la que más, en la
historia de las libertades humanas.
(…)
Sí, en el indio buscan nuestros libertadores la comunión con el suelo atropellado y
con su dueño vencido, con la tierra allanada y la causa del siervo rebelado. Juárez los
lleva en sí mismo, no sólo por el color de la piel y las finas facciones, sino por el jacal
que fue su cuna y por el primer idioma que aprendieron sus labios.
(…)
Y así suenan y resuenan las palabras de don Justo Sierra: “pues porque es un indio,
contestó el porvenir.”
Porque Juárez fue indio, está proscrita de México la horrible y mutiladora mención
de la raza; porque un indio fue Juárez, en ningún mexicano queda ya ni una mugre-
cita de uña de prejuicio racial; porque lo fue, los mexicanos llevamos en el corazón la
162 De Juárez a los jóvenes
fe en lo que fuimos, en lo que somos, en lo que seremos; porque lo fue, formamos fila
con los discriminados en todos los rincones del mundo, aunque seamos o parezcamos
tan blancos como quienes los oprimen. Pongamos la vista en otros pueblos sin Juá-
rez, sin un hijo indio de la altura de Juárez: la bárbara discriminación les emponzoña
a algunos el corazón, a otros les tuerce los labios. Y la falta de seguridad en la propia
casta y la propia tierra los empuja a ponerla en otras banderas: así nacen los infieles,
los apátridas, los arrastrados ante el poder ajeno del rico y del fuerte. Nosotros no,
gracias a Juárez, Juárez indio, es México, México esencia de siglos es Juárez.
Hay que imitar al divino Anteo y de cuando en cuando, retornar a la tierra para for-
talecer el salto de la sangre.
A la entrada de éste, se levanta una estatua singular y magnífica: don Benito Juárez,
recio, severo, tiene un brazo sobre el hombro de un niño indígena, mientras que con
el otro, la mano extendida, le señala el rumbo del porvenir.
Don Benito Juárez, por derecho anímico, es padre y modelo de los niños indígenas
de México. Lección llameante de voluntad creadora. Niño indigente, retoño de la
tierra, llenó con su nombre la historia. Fue cuando México se llamó Benito Juárez.
Los niños crecidos en los brazos del surco, harían bien en mantener los ojos fijos en
la cátedra de voluntad creadora que significa su biografía.
Ahora, el joven orador y líder, Heladio Ramírez, lo levanta como incitación perma-
nente para la niñez oaxaqueña, en la mínima Olimpiada en que los pequeños atletas
del estado recorrerán simbólicamente la ruta que siguió el pequeño Benito cuando
salió de Guelatao con dirección a la inmortalidad.
Si hemos de tener una cultura propia, ella está ahí, latente, en la magia de los
indígenas; dentro de la milagrería de sus lenguas musicales; en el misterio de sus
mitos y sus danzas, en su poesía, en eso que, según Antonín Artaud, nos acerca
al temblor de lo infinito. El museo amplio y espacioso, bien distribuidos sus
salones, sus laboratorios, sus dormitorios, su biblioteca, su sala de música, tiene
la dimensión de una obra misionera. Su director, Gerardo E. Viloria Varela, el
subdirector, los responsables directos de las ramas de investigación, todos, como
en un hormiguero de ciencia y humanismo están modelando cientos de promo-
tores bilingües, que al retornar a su tierra madre, van a transformar la fisonomía
de sus pueblos.
Bastará poner el oído pegado a la tierra —como apuntó Antonio Médiz Bolio— para
distinguir los pasos del tiempo futuro.
Juárez posee el carácter heroico del pueblo. Juárez es la imagen viva del pueblo. En
ninguna voluntad mexicana se ha dado, como en la de Juárez, la voluntad abnegada
y estoica del pueblo. En ningún corazón de mexicano, como en el de Juárez, se ha
dado el corazón puro e inmenso del pueblo. En ningún rostro mexicano se ha dado,
como en el de Juárez, el rostro humilde y glorioso del pueblo.
(…)
Padre Juárez: sé con nosotros
Por eso hoy, los niños, los jóvenes, los hombres y las mujeres, el pueblo todo, venimos
aquí, a expresar de pie una oración profunda: padre Juárez, pastor de la esperanza y
maestro de la libertad: sé con nosotros. Enséñanos a ser siempre fieles al ejemplo de
tus virtudes. Enséñanos a perseverar como tú, que fuiste ejecutor de los más nobles
propósitos de la patria. Enséñanos a luchar como tú, que fuiste soldado y el defensor
ensayos y discursos a Juárez 165
más esforzado y firme de sus leyes. Sé con nosotros, padre Juárez. Míranos trabajar,
mientras el mundo traza un nuevo camino hacia la muerte, tú padre, ayúdanos a
abrir nuevos surcos de pan, de justicia y de concordia. Queremos una patria de trigo
y canciones, queremos una patria de esfuerzos y esperanzas.
Leopoldo Zea
1912-2004
“Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.”
Con estas palabras Benito Juárez reitera un viejo apotegma de la moral cristiana y la
moral kantiana adaptándolo a las relaciones que, ineludiblemente, deben guardar los
pueblos entre sí. Fue en defensa de este derecho que el México juarista escribió glo-
riosas y extraordinarias páginas en la historia mexicana y universal. Así lo entendió
Colombia, la nación liberal de su tiempo, al declararlo Benemérito de las Américas.
Ahora, en estos trágicos días que estamos viviendo, otros pueblos en otras zonas del
mundo están escribiendo con su sangre, páginas no menos gloriosas y extraordinarias.
Allá, en la lejana Asia, los pueblos que forman la antigua Indochina, están luchando
por el mismo derecho por el cual el México de Juárez luchó en el siglo pasado.
(…)
“Aceptar la enajenación, aunque ésta sea en nombre de la defensa nacional, será tanto
como reconocer el derecho de otras fuerzas o naciones a imponer su dominio sobre
un pueblo de acuerdo con una u otra justificación. Lo mismo sería la justificación que
daban a la invasión los conservadores que la sostuviesen los liberales para oponerse a
ella; es un doble ofrecimiento de subordinación a una nación extranjera.” “Que el
enemigo nos venza y nos robe —dice Juárez—, si tal es nuestro destino; pero nosotros
no debemos legalizar este atentado, entregándole voluntariamente lo que nos exige
por la fuerza. Si la Francia, los Estados Unidos, o cualquier otra nación se apodera de
algún punto de nuestro territorio y por nuestra debilidad no podemos arrojarlo de
él, dejemos siquiera vivo nuestro derecho para que las generaciones que nos sucedan
lo recobren. Malo sería dejarnos desarmar por una fuerza superior pero sería pésimo
166 De Juárez a los jóvenes
desarmar a nuestros hijos privándolos de un buen derecho, que más valientes, más pa-
triotas y sufridos que nosotros lo harían valer y sabrían reivindicarlo algún día.” (Carta
a don Matías Romero enviada desde Chihuahua el 26 de enero de 1865).
Tal era el hombre que, como otros hombres en nuestros días, se enfrentó a una inva-
sión, y resistió, al mismo tiempo, la posibilidad de otra. El pueblo que se enfrentaba a
la intervención para mantener el conservadurismo, no iba a aceptar otra forma de in-
tervención en nombre de la libertad. El logro de la libertad, la autodeterminación de los
pueblos era algo que sólo los pueblas, con sus propios esfuerzos, podrían hacer posible.
Al cuidarse Juárez de la posibilidad de una nueva forma intervencionista, se está antici-
pando a sucesos que un siglo después serían cotidianos. Esto es, a la violación de los de-
rechos de los pueblos con el pretexto de que con tal violación se les ayudaba a sostener
tales derechos. Juárez ayer, como muchos patriotas hoy, se negaría a aceptar cualquier
compromiso que enajenase las libertades por las cuales luchaban sus pueblos.
Carlos J. Sierra
sin fecha
De aquí que el 21 de marzo de 1878, 1879, 1880, 1881, 1882, 1883, 1884, 1885 y
1886, las manifestaciones oficiales a su memoria, sólo se distinguen por lo estipulado
en el Decreto de 1873: la bandera izada en los edificios del gobierno. Durante todo
este interregno, los periódicos de la capital de la República, se mostraron en su mayor
parte indiferentes, hasta el año de 1885, en que uno de ellos publicó en su primera
plana unas líneas dedicadas al aniversario del 21 de marzo, mencionando en sus pá-
rrafos finales, cómo la figura de Juárez se iba adentrando en la inmortalidad:
Tiempo ha que la muerte cerró los ojos de aquel hombre infatigable en la lucha,
y siempre sereno en el ejercicio del mando. Las pasiones que se agitaron a su al-
rededor, han ido desapareciendo poco a poco, y permitiendo ver a todos, con el
auxilio de la historia y de la sana filosofía, cómo se levanta la figura de Juárez para
imponer respeto al pueblo, para mover sus sentimientos de gratitud.
Honor de México es el nombre de Juárez. Si amamos a nuestra patria, justo
es enaltecer ese nombre, celebrar este aniversario. (El Siglo Diez y Nueve, México,
21 de marzo de 1885).
ensayos y discursos a Juárez 167
Tenemos que recuperar lo mejor de la historia de México. Allí está el temple de los
mexicanos, el programa popular y los ejemplos de quienes han sido los mejores di-
rigentes y gobernantes. ¿Acaso no es sencillo y suficientemente claro el postulado de
José María Morelos de que debe moderarse la indigencia y la opulencia y elevarse el
salario del peón? ¿O su propuesta de que todo aquel que se queje con justicia, tenga
un tribunal que lo escuche y lo defienda contra el arbitrario?
168 De Juárez a los jóvenes
(…)
No podemos dejar de lado el significado profundo de la Revolución Mexicana, las
causas que la originaron, las hazañas del pueblo, la noble voluntad democrática de
Madero, el arrojo de Villa, la lealtad de Zapata con los campesinos.
En nuestra historia reciente, hemos de recuperar la fuerza de los movimientos so-
ciales, sindicales y estudiantiles, así como la lucha por la democracia, los derechos
humanos y la justicia en favor de las comunidades indígenas.
Por eso, a diferencia de quienes gobiernan, guiados únicamente por modelos o re-
cetas dictados desde afuera, nosotros debemos transformar la realidad del México
contemporáneo recogiendo lo mejor de nuestra experiencia histórica, adaptándola a
las circunstancias que prevalecen en el país y en el mundo.
(…)
Hemos de acreditar que la gobernabilidad es posible sin autoritarismo y con apego
a las garantías individuales y sociales. Como decía el presidente Juárez: nada por la
fuerza, todo por la razón y el derecho.
Gobernar escuchando
Fragmentos
Enfatizó que Juárez logró conformar el mejor equipo de gobierno en toda la historia
del país: “hombres que parecían gigantes, y gracias a su patriotismo, inteligencia y
honradez se pudo rescatar la República y conseguir la segunda Independencia de
México”.
(…)
De igual manera, puntualizó que hará retroceder prejuicios, convenciendo y per-
suadiendo. “No vamos a imponer nada. Juárez decía: nada por la fuerza, todo por la
razón y el derecho.”
También escribió: “Visito San Pablo Guelatao para rendir homenaje al político más
grande de la historia de México y uno de los más importantes del mundo. El mejor
legado del presidente Juárez, desde mi muy particular punto de vista, es su honesti-
dad y austeridad como hombre de Estado”
Juárez y Margarita Maza
José Escudero y Espronceda
Epistolario
22 de septiembre de 1857
He recibido las cartas que se sirvió usted remitirme con fecha 13 de junio y primero
de julio así como también el impreso que acompañó usted a su primera, manifestando
sus simpatías por el partido liberal de esta República y deseando vivamente su triunfo
al cual desea cooperar organizando en ésa un Regimiento de voluntarios de caballería
compuesto de diez Compañías de cien plazas cada una y que pondría al servicio de
la Nación con las condiciones especificadas en su segundo estado, y en contestación
debo manifestarle que le agradezco sus simpatías y buenos deseos respecto del partido
173
174 De Juárez a los jóvenes
liberal, pues creo que es el único que trabaja leal y desinteresadamente por mejorar la
condición de los mexicanos y la de mi país; pero no puedo aceptar el ofrecimiento de
usted ni tomar fuerzas extranjeras para sostener una contienda civil, ni menos ahora
que bastan los recursos nacionales del gobierno para restablecer la paz y el orden
constitucional que en vano intentan derrocar.
27 de marzo de 1862
Estamos haciendo todo esfuerzo para mandarle a usted dinero y mañana sin falta sal-
drá de aquí. Ya están dadas las órdenes para que marchen más fuerzas a ese rumbo.
El portador dirá a usted algunas cosas que por falta de tiempo no estampo en el papel.
Del interior le pido fuerzas que vendrán muy pronto. Estoy muy contento del modo
de obrar de usted usando de la misma energía que hasta aquí y ordene lo que guste a
su amigo afectísimo y seguro servidor.
Documento publicado
12 de abril de 1862
En los momentos en que el Gobierno de la República, fiel a las obligaciones que ha-
bía contraído, preparaba la salida de sus comisarios a la ciudad de Orizaba, para abrir
con los representantes de las potencias aliadas las negociaciones convenidas en los
Epistolario 175
Por los documentos que he mandado publicar, veréis que los plenipotenciarios de la
Gran Bretaña, de la Francia y de la España, han declarado que no habiendo podido
ponerse de acuerdo sobre la interpretación que habían de dar a la Convención de
Londres, de 31 de octubre, la dan por rota, para obrar separada e independiente-
mente.
Veréis también que los Plenipotenciarios del Emperador de los franceses, faltando de
una manera inaudita al pacto solemne en que reconocieron la legitimidad del Go-
bierno Constitucional y se obligaron a tratar sólo con él, pretenden que se dé oído
a un hijo espurio de México, sujeto al juicio de los tribunales por sus delitos contra
la patria, ponen en duda los hechos que pocos días ha reconocieron solemnemente
y rompen no sólo la Convención de Londres, sino también los Preliminares de la
Soledad, faltando a sus compromisos con México y también a los que los ligaban con
la Inglaterra y con la España.
En cuanto a la Gran Bretaña y a la España, colocadas hoy en una situación que sus
gobiernos no pudieron prever, México está dispuesto a cumplir sus compromisos tan
luego como las circunstancias lo permitan; es decir, a arreglar, por medio de nego-
ciaciones, las reclamaciones pendientes, a satisfacer las fundadas en justicia y a dar
garantías suficientes para el porvenir.
30 de agosto de 1864
Respetable Señor:
Me invitáis cordialmente a que vaya a México; a donde os dirigís a fin de que cele-
bremos una conferencia en unión de otros jefes mexicanos armados hoy, prometién-
donos las fuerzas necesarias para nuestra escolta durante el viaje y empeñando como
fianza y garantía, vuestra fe pública, vuestra palabra y vuestro honor. Es imposible,
señor, que acceda a esta instancia, porque mis ocupaciones oficiales no me lo permi-
ten. Pero si ejerciendo mis funciones públicas, pudiera aceptar tal invitación, no sería
suficiente la fe pública, la palabra de honor de un agente de Napoleón el perjuro,
de un hombre cuya seguridad está confiada a los mexicanos traidores, y que en este
momento representa la causa de uno de los que firmaron el Tratado de la Soledad.
Conocemos demasiado bien en América el valor de esa fe pública, de esa palabra y
de ese honor, justamente como sabe el pueblo francés lo que valen los juramentos
y promesas de un Napoleón.
También decís que de la conferencia (si yo acepto), no dudáis que resulte la paz, y
en ella la felicidad de la nación mexicana; que colocándose al imperio en un lugar
de honor distinguido, contaría en lo futuro con mi talento y mi patriotismo para
el bien general. Es indisputable, señor, que la historia de nuestros tiempos registre
los nombres de grandes traidores, que han hecho traición a sus juramentos, a sus
palabras y a sus promesas, que han sido falsos a su propio partido y principios, aun a
sus antecedentes y a lo más sagrado para el hombre de honor: cierto también que en
todos estos casos de traición el traidor ha sido guiado por la vil ambición de mando,
y el deseo miserable de satisfacer sus pasiones y sus vicios; pero un hombre, a quien
está confiado el cargo de Presidente de la República, saliendo como ha salido de las
oscuras masas del pueblo, sucumbirá, si así lo decreta la sabiduría de la providencia,
desempeñando su deber hasta lo último, correspondiendo a las esperanzas de la na-
ción que preside, y satisfaciendo las aspiraciones de su propia conciencia.
Epistolario 179
Nueva York
12 de enero de 1865
No ocurre otra cosa sino que el espíritu público comienza a reanimarse y creo que en
este año mejorará nuestra situación. Dígale usted a Margarita que el día 6 le escribí
también y que ya deseo ver su letra.
Supongo que Pepe y Beno están yendo a la Escuela. Suplico a usted no los ponga bajo
la dirección de ningún Jesuita ni de ningún sectario de alguna religión; que aprendan
a filosofar, esto es, que aprendan a investigar el por qué o la razón de las cosas para
que en su tránsito por este mundo tengan por guía la verdad y no los errores y pre-
ocupaciones que hacen infelices y desgraciados a los hombres y a los pueblos.
Nueva York.
15 de septiembre de 1865
Mi muy amada Margarita: Te supongo llena de pesar por la muerte de nuestro tierno
hijo Antonio, como lo estoy yo también. La mala suerte nos persigue; pero contra
ella qué vamos a hacer; no está en nuestra mano evitar esos golpes y no hay más ar-
bitrio que tener serenidad y resignación. Sigue cuidando a los hijos que nos quedan
y cuídate tú mucho. Procura distraerte y no fijes tu imaginación en las desgracias
pasadas y que ya no tienen remedio. Yo sigo sin novedad y no tengas cuidado por mí
ni hagas caso de las noticias malas que esparcen los enemigos.
Yo digo a Santa que conviene devolver inmediatamente unos vales que dio al General
Carbajal a cuenta de sueldos, porque así conviene.
182 De Juárez a los jóvenes
Abraza a Nela, a las muchachitas y a Beno y recibe el corazón de tu esposo que te ama
y no te olvida. Benito Juárez.
21 de septiembre de 1865
Si les prueba bien ese temperamento no vuelvan a Nueva York, hasta que varíe la
estación del calor.
23 de julio de 1867
Es para mí un placer doloroso y triste recibir las felicitaciones que me hacen la honra
de dirigirme a personas a quienes el triunfo de la República les cuesta la vida, tal vez,
Epistolario 183
del más querido de sus deudos. Cada mexicano muerto por su patria es para mí un
hermano a quien oigo constantemente pidiéndome desde la eternidad un consuelo
para las personas a quienes amaba en la tierra.
Nada me sería más satisfactorio que cumplir con este dulce y sagrado deber, y muy
especialmente, tratándose de la persona de usted.
Sírvase usted recibir de mi parte el más sentido pésame por sus infortunios y las gra-
cias más expresivas por sus cordiales felicitaciones.
Esté usted segura de que siempre tendré presente la memoria de su buen esposo y
demás deudos, muertos por la independencia y libertad de mi patria.
Con este motivo, señora, tengo la honra de ponerme a los pies de usted ofreciéndome
a sus órdenes como un amigo sincero que la estima con lealtad.
17 de julio de 1872
Las cosas por acá siguen siendo buenas como habrá visto usted por los telegramas de
la frontera y que ha publicado últimamente el Diario Oficial, y esperamos de un mo-
mento a otro saber la ocupación de Monterrey por las fuerzas unidas de los Grales.
Rocha, Ceballos y Revueltas.
10 de noviembre de 1865
Te pongo esta carta para decirte que todos estamos buenos y por tu última carta de
29, hemos visto con gusto que tú estés lo mismo; yo estoy sin ninguna enfermedad,
pero la tristeza que tengo es tan grande que me hace sufrir mucho; la falta de mis
hijos me mata, desde que me levanto los tengo presentes recordando sus padecimien-
tos y culpándome siempre y creyendo que yo tengo la culpa que se hayan muerto;
184 De Juárez a los jóvenes
este remordimiento me hace sufrir mucho y creo que esto me mata; no encuentro
remedio y sólo me tranquiliza, por algunos momentos, que me he de morir y prefie-
ro mil veces la muerte a la vida que tengo; me es insoportable sin ti y sin mis hijos;
tú te acuerdas el miedo que le tenía a la muerte, pues ahora es la única que me dará
consuelo.
Creo que esta semana se irá González Ortega, ese desgraciado no ha venido más que
a ponerse en ridículo y a que todos le conozcan lo mula que es.
Recibe mil abrazos de todos nuestros hijos y dales memorias de mi parte a los Seño-
res Lerdo, Iglesias, Goytia, Sánchez, Contreras, Pancho Díaz y Novoa y tú recibe el
corazón de tu esposa que desea verte.
El hijo del Ahuizote
Obra de teatro
Juárez. Drama en tres actos. Siete cuadros
José Mancisidor
1895-1956
Afuera el fuego de fusil y de cañón arrecia. Los gritos y las injurias se repiten. El centinela
ha desaparecido de la puerta.
Entra súbitamente, en la sala, Guillermo Prieto con la ropa hecha jiras y el rostro
ensangrentado.
187
188 De Juárez a los jóvenes
Se oye un tropel. Las puertas se cierran y se abren con ruido ensordecedor. Los disparos se
acercan y estremecen, violentamente, la sala.
Los soldados obedecen. Bajan las armas. Los disparos apenas se oyen ya. Hay un hondo
silencio. El tumulto parece haber terminado.
Juárez, Ocampo, Gómez Farías, Guzmán y demás, abrazan a Prieto. Ocampo está enter-
necido, Juárez emocionado. De lejos llega la música de Los Cangrejos y toques de clarín
ordenando cesar el fuego. Luego, los clarines, tocan silencio.
TELÓN
Juárez.: Se pone de pie. Con voz cordial pero firme. El señor Ministro
olvida que Maximiliano no ha sido juzgado y, por tanto, el in-
dulto es improcedente… Y por lo que se refiere a mí, no hago
sino una promesa: cumpliré con los deberes que mi pueblo me
exige… y me apegaré, estrictamente, a las leyes de mi país. Le
tiende la mano al Barón de Magnus. Por lo demás… agradez-
co… en nombre de mi pueblo… la ayuda que Prusia me brin-
da, esperando que nuestras relaciones amistosas, las de nación
a nación… y los de pueblo a pueblo… se fortalezcan.
Juárez da por terminado el diálogo y se dirige al cordón de la campanilla, del que tira
suavemente, apareciendo en escena el ayudante presidencial.
Juárez: Los abraza. ¡Señores!… Les señala los sillones que están ante su
escritorio a fin de que se sienten. Se sienta él a su vez. Los mira un
momento con mirada serena. ¡Es un placer para mí verlos… y
estoy a sus órdenes! ¿En qué puedo serles útil?
Riva Palacio: Con voz grave. ¡Señor Presidente! El asunto que nos trae aquí
es, como usted supondrá, uno de esos asuntos que puede te-
ner muy graves trascendencias para la humanidad: se trata del
príncipe Maximiliano… de su proceso… calla para observar el
efecto de sus palabras, pero Juárez permanece impasible, mirán-
dolo sin pestañear un proceso en el que se halla comprometido
no sólo el nombre de usted, señor Presidente, sino el nombre
de nuestra Patria… y el de nuestro pueblo… que está obligado
a demostrar, después de la dura prueba acabada de pasar, su
deseo de vivir en el concierto de los pueblos civilizados… su
deseo… y su derecho.
Juárez: Espera un momento y, en vista de que Riva Palacio no continúa.
¿Y cuál es la prueba que nuestro pueblo ha de dar para que se
le tenga por civilizado?
Riva Palacio: Con calor. ¡Perdonar a Maximiliano!…
Juárez: Sin mover los músculos de su rostro. ¡Perdonar a Maximiliano!…
¿Y si el pueblo mexicano no perdona los agravios… no será
digno de figurar entre las naciones civilizadas?
Martínez
de la Torre Con acento grave. Es de temerse que ni Europa, ni los Estados
Unidos, lo vean con buenos ojos… En cambio, el indulto…
Juárez: Sereno. Sí, el indulto… ¿qué?
Riva Palacio: Animándose. ¡El indulto… nos daría una autoridad moral que
nada la podría destruir!…
Juárez: Se reacomoda en su asiento y mira, alteradamente, a sus interlo-
cutores. ¡El indulto!… ¿Pero el indulto de qué, si Maximiliano
no ha sido juzgado aún?… El indulto, ustedes lo saben, es im-
procedente… Pero dejaré a un lado la cuestión legal del asunto,
para referirme al aspecto que para ustedes posee según he oído,
su más honda inquietud: el de la opinión extranjera… que tan-
to los preocupa… ¿No es verdad?
Riva Palacio y
Martínez
de la Torre: A un mismo tiempo. ¡Así es!…
obra de teatro 191
Juárez: Juega con los papeles que están sobre su escritorio. No niego que
un país no vive aislado de los demás… ni que su conducta
moral no influya en el respeto que se merece… Pero, en casos
como el actual, yo no debo preocuparme sólo por lo que en el
extranjero se piense de mi gobierno, sino en lo que el propio
pueblo de México piensa… y en su voluntad de hacerse respe-
tar, definitivamente, en su integridad de pueblo libre y para el
futuro…
Martínez
de la Torre: Con calor. Pero ¿qué nos obliga a echarnos encima el odio de
Europa… y el resentimiento de los Estados Unidos… con una
actitud rígida, inflexible, que desoye las voces y las súplicas de
perdón que de allá nos llegan?… No olvidemos que se trata de
la vida de un extranjero… príncipe de sangre real… emparen-
tado con las familias reinantes de las grandes potencias extran-
jeras…
Juárez: Lo mira fijamente. ¡Y sin embargo, la ley debe cumplirse…
¡Mala ley aquella que no ha sido hecha sino para castigar a los
débiles y a los humildes!… ¡O es que se pretende que la ley no
tenga validez sino contra los mexicanos… que equivocados o
no… traicionaron a su Patria!…
Riva Palacio: Con energía. Es que nuestra gestión, señor Presidente, com-
prende también a los generales Miguel Miramón y Tomás Me-
jía…
Martínez
de la Torre: Igualmente, con tono enérgico. No fue mi intención sugerir el
cumplimiento de la ley simplemente sobre los humildes…
sino, en realidad, recordar que la ley del 25 de enero es una ley
circunstancial… cuya aplicación no tiene caso ya…
Juárez: La ley del 25 de enero ha alcanzado cinco años de vigen-
cia. Y ni Maximiliano, ni Miramón ni Mejía, ni ninguno de
los mexicanos y extranjeros aliados a los intervencionistas
la ignoraban… Respecto a su validez… ¡es intocable!…
Martínez
de la Torre:
Pero si esta ley se justificó para combatir la intervención…
ahora parece inicua.
Juárez: Una ley, sin su aplicación, es como un trasto inútil…
192 De Juárez a los jóvenes
Riva Palacio: Desde el vano de la puerta. ¡Penoso deber el nuestro, señor Pre-
sidente!
Juárez: Levanta la cabeza. ¡Todos, en la vida, tenemos penosos deberes que
cumplir!… ¡Y cumplirlos… forma parte de nuestra necesidad!…
obra de teatro 193
La princesa
de Salm Salm: Con voz temblorosa. ¡Perdón para él, Excelencia!… Le suelta la
mano y se abraza a sus rodillas. ¡Perdón!…
Juárez: La levanta emocionado. ¡Señora!… ¡Siéntese, por favor!… La
lleva hasta uno de los sillones y la ayuda a sentarse. ¡ Haré lo que
mi conciencia me aconseja!…
La princesa
de Salm Salm: Llorosa. ¡Su conciencia, Excelencia, no se sentirá tranquila sino
con el perdón!…
Juárez: Con voz grave y dulce, como si hablara para él. ¡Mi conciencia no
se sentirá tranquila sino con el cumplimiento de su deber!…
La princesa de Salm Salm trata de arrojarse otra vez a los pies del Presidente, quien lo
evita tomándola de las manos que retiene entre las suyas. La vuelve a sentar.
La princesa
de Salm Salm: Nerviosa. ¡Prométame, señor, su benevolencia!…
Juárez: Apenado. No puedo prometer sino mi obediencia a la ley…
¡Me duele, señora, no poder ofrecer otra cosa… porque aun
sobre mí está la ley!…
La princesa
de Salm Salm Se pone de pie como movida por un resorte. ¡La ley!… ¡Toda ley
es fría… sin alma!… Yo, en cambio, llamo a su conciencia de
194 De Juárez a los jóvenes
Al decirlo conduce suavemente a la Princesa de Salm Salm hacia la puerta, en donde es-
pera ya el ayudante presidencial. Intenta ella volver sobre sus pasos, pero el oficial la toma
del brazo y la acompaña hasta la salida. La princesa desaparece atribulada, mientras Juá-
rez se pasa la mano derecha por la frente, en un movimiento que le es habitual. Retorna
todavía el ayudante y va hacia el Presidente que se dispone a sentarse.
Juárez calla como sobrecogido por el recuerdo y se hace un silencio hondo, pesado, entre
los dos. La señora Miramón, con los hombros caídos, se pone de pie. Mira de frente al
Presidente pugnando por contener el llanto.
La señora
de Miramón: Con gesto de derrotado. ¡Que el cielo se apiade de usted!… ¡Y
que la historia lo juzgue!…
obra de teatro 195
En esos instantes se apaga la escena y se ve, tras el telón transparente, ascender al patíbulo
a Maximiliano, Miramón y Mejía. El pelotón de fusilamiento avanza, del cuadro de las
tropas formadas en el sitio de los hechos, y se apresta para ejecutar las órdenes del oficial
que lo manda. Maximiliano cede el lugar de honor a Miramón y así quedan, en medio
éste, a su derecha Maximiliano y a su izquierda Mejía. Se oye un toque en sordina de
“¡atención!” y acto continuo, el oficial da órdenes con su espada y al fuego apagado de
la fusilería, los cuerpos de los fusilados caen a tierra. Se hace la luz y Juárez está ahora
rodeado de sus ministros y miembros de su gobierno. Durante esta escena, se oye el fondo
musical con tema marcial.
Juárez: Avanzando unos pasos, mientras el fondo musical subraya sus pa-
labras. ¡Quizá un día… el mundo aprenderá… que entre los
individuos… como entre las naciones… el respeto al derecho
ajeno es la paz!…
TELÓN
Ancira
Canto a Juárez
Himno al patricio
199
200 De Juárez a los jóvenes
Corrido a Juárez
José Ríos (Música)
Alfonso Del Río (Letra)
Sin fecha
Dominio Público
Si acaso se vanaglorian
que nos dan ilustración,
es como dijo el indito:
—Arreglado a mi tostón.
El petróleo se acabó,
se lo consumieron todo.
No se atasquen en el lodo.
Caminen por lo parejo.
La paloma
Sebastián De Yradier
Se vino el invasor
Por toda la Nación
¡Ay! destruyendo nuestros hogares
sin tener compasión.
No te quiebres país
Aquí está mi canción
Que un águila y una serpiente
Defienden esta nación.
Un puño de cosas. Benito Juárez para mí es una de las figuras más relevantes en la
estructuración de mi manera de ser, de sentir y de vivir lo que yo hago en la vida; la
enseñanza como maestro de banquillo en la educación primaria durante 15 años y
posteriormente la enseñanza y ejercicio de la música folklórica latinoamericana en el
Politécnico durante 28 años, así como los 40 años de rescatar y difundir en el mundo
las expresiones, las innumerables, emotivas y hermosas expresiones de nuestros pue-
blos de América.
Benito Juárez ha sido para mí el niño de pueblo, sencillo, sensible con un anhelo
profundo e inquebrantable de saber y conocer al ser humano. Lo más admirable es la
claridad y entereza con que trascendió para ser en la historia un verdadero ejemplo de
congruencia entre lo que decía y lo que llevaba a cabo; sin más que su férrea decisión
de ser simplemente un hombre íntegro.
Como dice el nombre… representa para mí un gusto y una gran satisfacción por
haber podido interpretar, como parte destacada en un trabajo de 40 años, a una de
las figuras más prominentes de nuestra nacionalidad y porque esto le da congruencia
a lo que yo viví de niño. El conocimiento y aprendizaje de canciones de contenido y
crítica social que aprendí de mis padres, sobre todo de la figura paterna, quien desde
joven fue maestro rural y que vivió la época del cardenismo. Mi padre vivió lo que se
llamó la persecución cristera, como maestro que era. Todos los maestros eran perse-
guidos, decían que eran el diablo a la gente del pueblo porque estos aparentemente
no podían defenderse, pero sí eran concientes de sus derechos como trabajadores del
campo. Los maestros participaron para concientizar a los campesinos sobre la verdad
de su tiempo.
Canto a Juárez 209
Esta fue una parte de todo el trabajo de 40 años en el que fui aprendiendo a inter-
pretar y a conocer las canciones folklóricas y la nueva canción latinoamericana, en
especial los géneros de la música folklórica de México.
Y podría agregar que los folkloristas, que es el grupo del que aún formo parte, por
nuestra posición ante la vida y la historia nos hizo ser congruentes con la realidad de
América Latina, pudiendo ser solidarios con las causas libertarias en Cuba, en Nica-
ragua, en El Salvador, en Chile y tantas más, hasta hoy.
Me parece que en este caso, llámese gusto, corrido, son o canción, me permite citar
lo que dijo Víctor Jara en una de sus frases históricas: “Canto que ha sido valiente,
siempre será canción nueva”, o sea que El gusto federal es un canto vigente, de palpi-
tante actualidad porque no alude a un problema o situación local, sino a la condición
humana, a la condición del hombre universal.
Pues les diría apréndanlo, cántenlo, báilenlo y a la vez creen (de crear) innumerables
ejemplos en este y en otros géneros de la música que ustedes quieran para seguir mo-
tivando y remotivando a las nuevas generaciones, porque muchos de ustedes podrán
ser iguales o aún mejores que yo.
210 De Juárez a los jóvenes
El Gusto Federal
Dominio Público
Carlota y Maximiliano
Vinieron a estos lugares
Formaron bastantes tropas
De bélgicas y austriales
¿pero cual fue su derrota?
El indio Benito Juárez.
Dirección
Maestro Isaac Pérez Calzada
Taller de teatro del CECyT Wilfrido Massieu
Música
Maestro Jorge Antonio Cruz Zúñiga
Taller de piano del CECyT Wilfrido Massieu
Músicos
Augusto Antonio Mirón Pleitez Primer Violín
Edith González Santiago Primer Violín
Mirel Rodillo Duarte Segundo Violín
Luis Roberto Rodríguez González Viola
Raúl Lira Flores Cello
Unidad Zacatenco
Centro Cultural Jaime Torres Bodet
Auditorio “B”
“Ing. Manuel Moreno Torres”
13 :00 hrs.
214 De Juárez a los jóvenes
Constitución Política de la
República Mexicana de 1857
En 1857 una nueva filosofía educativa con base en la libertad, es el primer paso
de desarrollo económico. El estado es ahora el responsable de las nuevas decisiones
referentes a la educación. El pensador Lucas Alamán establece: “sin instrucción, no
puede haber libertad.” “La base de la igualdad política y social es la enseñanza ele-
mental.”
Artículo 1.El pueblo mexicano reconoce, que los derechos del hombre son la base
y el objeto de las instituciones sociales. En consecuencia, declara que todas las leyes
y todas las autoridades del país deben respetar y sostener las garantías que otorga la
presente Constitución.
Artículo 2. En la República todos nacen libres. Los esclavos que pisen el territorio
nacional, recobran, por ese solo hecho, su libertad, y tienen derecho a la protección
de las leyes.
219
220 De Juárez a los jóvenes
(…)
Artículo 5. Nadie puede ser obligado a prestar trabajos personales, sin la justa retri-
bución y sin su pleno consentimiento. La ley no puede autorizar ningún contrato
que tenga por objeto la pérdida, o el irrevocable sacrificio de la libertad del hombre,
ya sea por causa de trabajo, de educación o de voto religioso. Tampoco puede auto-
rizar convenios en que el hombre pacte su proscripción o destierro.
(…)
Artículo 12. No hay ni se reconocen en la República, títulos de nobleza, ni prerro-
gativas, ni honores hereditarios. Sólo el pueblo, legítimamente representado, puede
decretar recompensas en honor de los que hayan prestado o prestaren servicios emi-
nentes a la patria o a la humanidad.
(…)
Artículo 22. Quedan para siempre prohibidas las penas de mutilación y de infamia,
la marca, los azotes, los palos, el tormento de cualquiera especie, la multa excesiva, la
confiscación de bienes y cualesquiera otras penas inusitadas o trascendentales.
(…)
Artículo 27. La propiedad de las personas no puede ser ocupada sin su consentimien-
to, sino por causa de utilidad pública y previa indemnización. La ley determinará la
autoridad que deba hacer la expropiación, y los requisitos en que ésta haya de veri-
ficarse.
(…)
Artículo 31. Es obligación de todo mexicano:
I. Defender la independencia, el territorio, el honor, los derechos e intereses
de su patria.
La patria 221
II. Contribuir para los gastos públicos, así de la federación como del Estado
y municipio en que resida, de la manera proporcional y equitativa que dispongan las
leyes.
(…)
Artículo 37. La calidad de ciudadano se pierde:
I. Por naturalización en país extranjero.
II. Por servir oficialmente al gobierno de otro país, o admitir de él condecora-
ciones, títulos o funciones sin previa licencia del congreso federal exceptuándose los
títulos literarios, científicos y humanitarios, que pueden aceptarse libremente.
Leyes de Reforma
Excelentísimo señor:
Que el motivo principal de la actual guerra promovida por el clero es conseguir sus-
traerse de la dependencia a la autoridad civil;
Que cuando ésta ha querido, favoreciendo el mismo clero, mejorar sus rentas, el cle-
ro, por sólo desconocer la autoridad que en ello tenía el soberano, ha rehusado aun
el propio beneficio;
Que cuando quiso el soberano, poniendo en vigor los mandatos mismos del cle-
ro, sobre observaciones parroquiales, quitar a éste la odiosidad que le ocasionaba el
222 De Juárez a los jóvenes
modo de recaudar parte de sus emolumentos, el clero prefirió aparentar que se dejaría
perecer antes de sujetarse a ninguna ley;
Que como la resolución mostrada sobre esto por el metropolitano prueba que el cle-
ro puede mantenerse en México, como en otros países, sin que la ley civil arregle sus
cobros y convenios con los fieles;
Que si en otras veces podía dudarse por alguno que el clero ha sido una de las rémo-
ras constantes para establecer la paz pública, hoy todos reconocen que está en abierta
rebelión contra el soberano;
Que dilapidando el clero los caudales que los fieles le habían confiado para objetos
piadosos, los invierte en la destrucción general, sosteniendo y ensangrentando cada
día más la lucha fratricida que promovió en desconocimiento de la autoridad legítima,
y negando que la República pueda constituirse como mejor crea que a ella convenga;
Que habiendo sido inútiles hasta ahora los esfuerzos de toda especie por terminar una
guerra que va arruinando la República, el dejar por más tiempo en manos de sus jura-
dos enemigos los recursos de que tan gravemente abusan sería volverse cómplices, y
Que es imprescindible deber poner en ejecución todas las medidas que salven la si-
tuación y la sociedad, he tenido a bien decretar lo siguiente:
Artículo 1. Entran al dominio de la nación todos los bienes que el clero secular y re-
gular ha estado administrando con diversos títulos, sea cual fuere la clase de predios,
derechos y acciones en que consistan, el nombre y aplicación que hayan tenido.
Artículo 2. Una ley especial determinará la manera y forma de hacer ingresar al tesoro
de la nación todos los bienes de que trata el artículo anterior.
Artículo 3. Habrá perfecta independencia entre los negocios del Estado y los nego-
cios puramente eclesiásticos. El gobierno se limitará a proteger con su autoridad el
culto público de la religión católica, así como el de cualquier otra.
darles por el servicio que les pidan. Ni las ofrendas ni las indemnizaciones podrán
hacerse en bienes raíces.
Artículo 5. Se suprimen en toda la República las órdenes de los religiosos regulares que
existen, cualquiera que sea la denominación o advocación con que se hayan erigido,
así como también todas las archicofradías, congregaciones o hermandades anexas a las
comunidades religiosas, a las catedrales, parroquias o cualesquiera otras iglesias.
Artículo 7. Quedando por esta ley los eclesiásticos regulares de las órdenes suprimi-
das reducidos al clero secular, quedarán sujetos, como éste, al ordinario eclesiástico
respectivo en lo concerniente al ejercicio de su ministerio.
(…)
Artículo 22. Es nula y de ningún valor toda enajenación que se haga de los bienes
que se mencionan en esta ley, ya sea que se verifique por algún individuo del clero o
por cualquier otra persona que no haya recibido expresa autorización del gobierno
constitucional. El comprador, sea nacional o extranjero, queda obligado a reintegrar
la cosa comprada o su valor, y satisfará además una multa de cinco por ciento regu-
lada sobre el valor de aquélla. El escribano que autorice el contrato será depuesto o
inhabilitado perpetuamente en su servicio público, y los testigos, tanto de asistencia
como instrumentales, sufrirán la pena de uno a cuatro años de presidio.
Artículo 23. Todos los que directa o indirectamente se opongan o de cualquier mane-
ra enerven el cumplimiento de lo mandado en esta ley serán, según que el gobierno
califique la gravedad de su culpa, expulsados fuera de la República y consignados a
la autoridad judicial. En estos casos serán juzgados y castigados como conspiradores.
De la sentencia que contra estos reos pronuncien los tribunales competentes no ha-
brá lugar de recurso de indulto.
(…)
Artículo 25.- El gobernador del Distrito y los gobernadores de los Estados, a su vez,
consultarán al gobierno las providencias que estimen convenientes al puntual cum-
plimiento de esta ley.
224 De Juárez a los jóvenes
Benito Juárez
Ruíz
La patria 225
226 De Juárez a los jóvenes
Leopoldo Ayala
El origen del Escudo Nacional se encuentra en una sentencia que según los antiguos
mexicanos, dio el dios Huitzilopóchtli. Ésta decía que hasta que no encontraran un
águila devorando una serpiente, no terminaría su peregrinación, ni habrían llegado
al lugar en donde deberían fijar su residencia definitivamente. Al cumplirse esta sen-
tencia y encontrar el águila, los aztecas establecieron su población y de inmediato
construyeron chozas de carrizo con techos de tule, las cuales estaban divididas en
barrios a los que llamaron calpulli, reunión de casas.
Desde el punto de vista antropológico es muy importante describir como era la original
imagen que más tarde sería recuperada para ser el Escudo Nacional. El águila, elemento
solar, es un enviado del Sol, el más importante de los dioses de la cultura náhuatl. Debe-
mos saber que únicamente los guerreros valerosos muertos heroicamente en combate o
las mujeres muertas en el parto, guerra por la vida, iban directamente a la casa del Sol. El
águila está devorando tunas, que no son sino corazones humanos y se encuentra parada
en un nopal que no lo es propiamente sino que verdaderamente es un cráneo descarna-
do, el de Mictlantecutli, señor del inframundo, la muerte. Del pico del águila brota la
palabra o el canto, es el canto de Atchinoli, agua quemada, que significa guerra. (En el
jeroglífico de Sigüenza el águila tiene treinta volutas que salen de su pico). En pocas pala-
bras un águila que canta la guerra y devora corazones parada en el cráneo de la muerte.
Los códices son la única fuente que nos puede aclarar verdaderamente este punto, ya
que fueron realizados, como sabemos, por los propios mexica, ellos nos dan diferen-
tes versiones.
El Códice Ramírez y el Padre Durán describen una fuente de agua que se divide en
dos arroyos, uno rojo sangriento y el otro azul; en medio un tunal sobre una piedra
La patria 227
y encima con las alas extendidas al sol, un águila, teniendo en sus garras un pájaro de
plumas resplandecientes.
La Tira de Tepechpan tiene un águila sola, sin desgarrar pájaro ni culebra; igual que
en la primera página del Códice Mendocino que es el que mayor refleja el punto de
vista hispano, pues fue mandado pintar por el virrey.
El gran José María Morelos y Pavón, quien a sí mismo se nombró el siervo de la Na-
ción, fue quien utilizó por primera vez y por la lucha de liberación, la imagen del águi-
la y la serpiente mexica. El naciente Estado Mexicano necesitaba sus propios símbolos.
A Morelos se debe, entre muchas otras acciones de gran visionario, el haber ido hasta
las raíces del pueblo mexicano y recuperar su verdadera identidad que no estaba en la
colonia ni en la opresión hispana, sino en la verdad de la esencia indígena.
En el estandarte de seda blanca que utilizó Morelos, apareció al centro, el águila pa-
rada sobre un nopal que descansaba sobre un puente de tres arcos. El águila llevaba
una corona y junto a sus garras la palabra latina Unum (uno, unión) y formando un
círculo, la leyenda también en latín Oculist et angibus aeque victrix que quiere decir:
con los ojos y las uñas igualmente victoriosa.
El 13 de julio de 1815, Morelos decretó en Puruarán tres tipos de banderas, una para
la guerra, otra parlamentaria y otra de comercio.
En el intento del segundo imperio el águila volvió a ser coronada y en lo alto llevó el
penacho de siete plumas de los antiguos monarcas aztecas. El poder desmedido y el
autoritarismo unívocos eran evidentes.
Una vez restaurada la República, el escudo cambió en algunos impresos oficiales, timbres
y monedas. En ocasiones aparece el águila en actitud de vuelo, sin pararse en el nopal.
En los años de 1913 a 1916, el águila sufrió tantas modificaciones y cambios como
facciones contendientes había.
228 De Juárez a los jóvenes
Fue hasta 1916 y una vez asesinado el más grande de los caudillos de la Revolución,
el General Emiliano Zapata, cuando sus ejecutores fijaron el escudo. Venustiano Ca-
rranza decretó el 20 de septiembre: “Un águila parada en el pie izquierdo, sobre un
nopal que naciera de una peña entre las aguas de la laguna y agarrando con el derecho
una culebra en actitud de despedazarla con el pico”, y que “orlaren ese blasón dos
ramas, la una de laurel y la otra de encina”. De esta manera el Escudo Nacional final-
mente se definía y se ajustaba a los viejos códices particularmente el Mendocino.
Una pequeña variante del Escudo Nacional se hizo el 5 de febrero de 1934 en que
un decreto del general Abelardo L. Rodríguez, se estilizó el plumaje del águila y se
cambió de posición a la serpiente.
El Escudo Nacional está constituido por un águila mexicana, con el perfil izquier-
do expuesto, la parte superior de las alas a nivel más alto que el penacho y ligera-
mente desplegadas en actitud de combate, con el plumaje de sustentación hacia
abajo tocando la cola y las plumas de ésta en abanico natural. Posada en su garra
izquierda sobre un nopal florecido que nace en una peña que emerge de un lago,
sujeta con la derecha y con el pico, en actitud de devorar una serpiente, curvada
de modo que armonice con el conjunto. Varias pencas del nopal se ramifican a
los lados. Dos ramas, una de encino al frente del águila y otra de laurel al lado
opuesto, forman entre ambas un semicírculo inferior y se unen por medio de un
listón dividido en tres franjas que, cuando se representa el Escudo Nacional en
colores naturales, corresponden a los de la Bandera Nacional.
Durante el sexenio panista de Vicente Fox (2000-2006), la imagen del águila del
escudo fue mutilada.
La patria 229
Leopoldo Ayala
No hay duda de que los antecedentes de la bandera de nuestra patria fueron los
estandartes, esto es, los pendones (pantli) que distinguían no a una nación sino a
algunas partes de ella. Los primeros estandartes fueron prehispánicos. Los aztecas,
los tepanecas y los tlaxcaltecas, preponderantemente guerreros valerosos, ya los
usaban como símbolo los de sus estados y de sus jefes militares. En la guerra los
portaban los más destacados de los contendientes. Los estandartes tenían hermo-
sos escudos, desde Acamapichtli, primer rey azteca hasta el inmortal Cuauhtémoc,
último gobernante. Al propio Chimalpopoca, tercer Tlatoani, se le llamó “escudo
humeante”.
Huitzilopóchtli, según el maestro Pedro Barra y Valenzuela. Cada uno de los calpulli
en que estaba dividido el México-Tenochtitlán tenía su estandarte-bandera. Los prin-
cipales, nos dice Bernal Díaz del Castillo eran:
Atzacoalco:
Un gran parasol hecho de plumas amarillas oro.
Cuepopan:
Tres grandes penachos hechos con plumas blancas y plumas de quetzal.
Moyotla y Zoquiapan:
Grandes penachos de plumas finas de colores.
Tlaxcala Ocotelolco:
Un pájaro verde encima de una roca.
Tlaxcala Tizapán:
Una ganza blanca parada sobre una peña.
Tepicpac:
Un lobo agarrando un haz de flechas.
Quianhuiztlán:
Un parasol hecho de plumas verdes.
El códice florentino hace constar varias banderas que trajo Hernán Cortés, siendo
la más importante la de la imagen de la virgen rodeada de las razones verdaderas de
la conquista. El testimonio de Boturini la describe así: “pintada (en la bandera) una
hermosísima efigie de María santísima, coronada de oro y rodeada de doce estrellas
también de oro, que tiene las manos juntas con que ruega a su hijo proteja y esfuer-
ce a los españoles a subyugar el imperio idolátrico a la fe católica”. Por parte de los
colonialistas españoles otras banderas ondearon nuestro suelo: la de Asturias con un
232 De Juárez a los jóvenes
águila de dos cabezas y las alas abiertas, la de los Borbones con la cruz de San Andrés
y la que distinguió a la inquisición.
En 1812 y 1817, los insurgentes que combatían con Guadalupe Victoria o Nicolás
Bravo, enarbolaron la primera bandera tricolor, con los colores verde, blanco y rojo,
La patria 233
como los actuales y en la misma distribución. Como escudo aparece un espadín cru-
zando otra arma y la palabra “siera”, que es como los campesinos llaman a la sierra
de Puebla y Veracruz.
En 1821 el ambicioso Agustín de Iturbide levanta otra bandera con los mismos
colores pero con las franjas diagonales; los colores estaban distribuidos en diferente
orden: rojo, verde y blanco, con estrellas de diferente color dentro de los mismos tres
elegidos. El escudo del centro era una gran corona imperial dorada sobre el color rojo
y las palabras “Religión, Independencia, Unión”. Todavía en nuestros días hay quien
da los mismos significados a los colores, sin saber que éstos fueron empleados antes
por los verdaderos patriotas, sin la enfermedad de soñar con coronas o autoerigirse
emperadores.
En 1822-1823 Iturbide ordenó otra bandera de franjas verticales con los colores ver-
de, blanco y rojo, y en ese orden. En el centro, sobre el color blanco, un águila parada
sobre un nopal y con una corona en su cabeza.
En 1847, México como muchos otros países del mundo sufre el atropello de los
Estados Unidos de Norteamérica. El ejército norteamericano violando los más ele-
mentales derechos y leyes, invade la patria y humilla a nuestra nación izando la
bandera norteamericana en Chapultepec. El heroico Batallón de San Blas al mando
del coronel Felipe Xicoténcatl defiende las fortificaciones establecidas en el castillo
de Chapultepec. Los invasores penetran, toman el reducto y llegan al castillo que es
defendido por jóvenes aguerridos hasta la muerte. La historia recoge los nombres de
seis de ellos y los inmortaliza como Los Niños Héroes. Esta bandera tricolor tiene en
el centro un águila devorando una serpiente pero sin nopal y sin laureles.
De 1880 a 1916 durante la dictadura del General Porfirio Díaz y algunos años más,
la bandera que el tirano utilizó era tricolor, con un águila al centro, de frente, con
ambas alas extendidas, parada sobre un nopal, devorando una serpiente y con dos
laureles abajo, a cada lado. El águila era majestuosa, muy al gusto francés de la bur-
guesía de principio de siglo.
234 De Juárez a los jóvenes
En 1916, Venustiano Carranza confeccionó una bandera con el águila de perfil iz-
quierdo, rodeada de agua y orlada. En la parte de abajo tenía ramas de encino y
laurel, más apegada desde luego a los códices prehispánicos. Desde entonces esta
posición ha sido respetada, con pequeñas modificaciones hechas por Abelardo L.
Rodríguez en 1934 y Gustavo Díaz Ordaz en 1967.
Nuestra bandera actual, símbolo de las luchas sangrientas por la libertad en que han
envuelto a nuestro pueblo la traición, la ambición y la ignorancia; se torna bella y
majestuosa cuando la porta un mexicano auténtico, consciente de su clase, revolu-
cionario en pensamiento y acción, o un niño que se prepara para serlo. Mientras esto
suceda la Bandera Mexicana seguirá siendo honrada por sus hijos legítimos.
La patria 235
Leopoldo Ayala
Se hicieron muchos intentos hasta lograr el himno de nuestra nación, algunos bellos
y nacidos en la propia campaña, como es el de José Toscano, brava marcha que com-
puso durante el sitio de Querétaro, con ánimo y rabia contra el colonialista hispano;
la estrenó el 28 de julio de 1821, tres meses antes de la consumación de nuestra
independencia, sin duda alguna se había adelantado con la certeza de la victoria.
Contenía los versos siguientes y la visión bolivariana de una América libre y sin clases
sociales:
Somos independientes
viva la libertad;
viva América libre
y viva la igualdad.
A partir de ese momento todos los partidos quisieron hacer suyo el himno, para lo
cual escribieron letras de acuerdo a su manera política de pensar, muchas veces an-
tipatriótica. José Ma. Garmendia compuso un himno que tenía los siguientes versos
contradictorios, ya que la característica del imperialismo es la opresión.
En 1827, Francisco Manuel Sánchez de Tagle y Mariano Elízaga lanzan otro himno,
el cual editaron y distribuyeron gratuitamente, sin que tuviera mayor aceptación.
Decía así:
exaltaba las victorias de Antonio López de Santa Anna de esta lamentable manera,
pues el cumpleaños de nadie puede cantarse a la patria:
El 21 de febrero de 1850, se estrenó otro himno, la letra era del poeta cubano Juan
Miguel Lozada y la música de Carlos Bochsa. Fue cantado en el teatro nacional por
Ana Bichop. El coro tenía estos versos:
En 1850 y 1851, Antonio Barilli compuso dos himnos sin éxito. En 1851 Max
Maretzak escribió otro más. En 1853 Inocencio Pellegrini intentó otro himno para
240 De Juárez a los jóvenes
agrado de Santa Anna. En 1853 Infante también hace lo mismo dedicando su himno
a Santa Anna.
Todo esto nos demuestra que, buena parte de los autores no eran movidos por un
auténtico impulso patrio, sino por el oportunismo de seducir al dictador; ya sea con
extensas y sosas composiciones o con loas y halagos a la persona ególatra de “su alteza
serenísima”.
El poeta tenía su impulso poético en la mujer que amaba y a la que le cantó como
“Elisa”. Esta mujer real era su prima y prometida Guadalupe González del Pino y
Villalpando, con quien más tarde casaría y que sería su compañera de toda la vida. Se
dice que Guadalupe obligó al poeta a participar y a escribir el poema, secuestrándolo
en su propia casa hasta que terminara la obra. El poeta cumplió y fueron de los labios
de ella, de quien escuchó por primera vez las inmortales estrofas patrias.
Por lo que respecta a la música, fue el 10 de agosto del mismo año, el día en que se
eligió el trabajo clasificado con el número diez que tenía como lema “dios y libertad”
y las iniciales J. N. El lema escrito era utilizado por la reacción, por lo que el compo-
sitor tuvo serios problemas políticos que culminaron con su salida del país, aunque
persistan en callarlo algunos historiadores cuyo deber es darle su justa dimensión. El
artista debe ser consecuente con su ideología y nunca oportunista para beneficio de
su arte. La marginación antes que el servilismo o la claudicación.
Después de una búsqueda intensa para encontrar al designado J. N., pues hasta llegó
a solicitársele públicamente, como único dato del lema, se presentó el músico Jaime
La patria 241
El Himno Nacional estaba terminado, había nacido mestizo como su pueblo y por
ello firme y con un destino aguardándole.
Desde el punto de vista literario, el poema tiene una gran sonoridad y una musica-
lidad vigorosas, esto quiere decir que la combinación de las palabras es musical. La
rima es perfecta al igual que la métrica y está muy bien acentuado. La carga semán-
tica que es lo que las palabras significan, es directa, clara y rica en elementos épicos
y heroicos.
El poema habla de la bravura con que se debe defender a la patria, contra “el enemigo
(que profane) con su planta tu suelo”. Alude abiertamente a las naciones invasoras.
Recuerda la heroicidad indígena frente al conquistador “antiguas hazañas” que vuel-
ven “inmortales a ornar”. El sentido bélico de desatar la “guerra necesaria” cuando
canta: “Guerra, guerra sin tregua al que intente de la patria manchar los blasones” y
llega hasta coincidir con el sentimiento náhuatl cuando dice “tus campiñas de sangre
se rieguen, sobre sangre se estampe su pie”. Estos conceptos asustaron a los timoratos
y reformistas posteriores que quisieron cambiar algunas estrofas, pero como lo esta-
242 De Juárez a los jóvenes
bleció Benito Juárez, por ley se prohibió quitar o cambiar “ni una sola nota, ni una
sola palabra”.
Los valores que canta el Himno Nacional son la libertad, la unión, la inmortalidad
al morir por la patria, las glorias de la patria. Y jura a nombre de todos los hijos de
nuestro pueblo “exhalar en tus aras su aliento”.
En el Capítulo 4°, Arts. 37 y 38 de la Ley sobre las características y el uso del Escudo,
la Bandera y el Himno Nacionales, se establece:
Coro
Mexicanos al grito de guerra
El acero aprestad y el bridón,
Y retiemble en sus centros la tierra
Al sonoro rugir del cañón.
I
Ciña ¡Oh Patria! tus sienes de oliva
De la paz el arcángel divino,
Que en el cielo tu eterno destino
Por el dedo de Dios se escribió.
Coro
Mexicanos al grito de guerra
El acero aprestad y el bridón,
Y retiemble en sus centros la tierra
Al sonoro rugir del cañón.
II
En sangrientos combates los viste,
por tu amor palpitando sus senos,
arrostrar la metralla serenos,
y la muerte o la gloria buscar.
Coro
Mexicanos al grito de guerra
El acero aprestad y el bridón,
Y retiemble en sus centros la tierra
Al sonoro rugir del cañón.
III
Como al golpe del rayo la encina
se derrumba hasta el hondo torrente,
la discordia vencida, impotente,
a los pies del arcángel cayó.
Coro
Mexicanos al grito de guerra
El acero aprestad y el bridón,
Y retiemble en sus centros la tierra
Al sonoro rugir del cañón.
IV
Del guerrero inmortal de Zempoala
Te defienda la espada terrible,
Y sostiene su brazo invencible
Tu sagrado pendón tricolor;
Coro
Mexicanos al grito de guerra
El acero aprestad y el bridón,
La patria 245
V
¡Guerra, guerra sin tregua al que intente
De la Patria manchar los blasones!
¡Guerra, guerra! Los patrios pendones
En las olas de sangre empapad.
Coro
Mexicanos al grito de guerra
El acero aprestad y el bridón,
Y retiemble en sus centros la tierra
Al sonoro rugir del cañón.
VI
Antes, Patria, que inermes tus hijos
Bajo el yugo su cuello dobleguen,
Tus campiñas con sangre se rieguen,
Sobre sangre se estampe su pie.
Coro
Mexicanos al grito de guerra
El acero aprestad y el bridón,
Y retiemble en sus centros la tierra
Al sonoro rugir del cañón.
246 De Juárez a los jóvenes
VII
Si a la lid contra hueste enemiga
Nos convoca la trompa guerrera,
De Iturbide la sacra bandera
¡Mexicanos! valientes seguid:
Coro
Mexicanos al grito de guerra
El acero aprestad y el bridón,
Y retiemble en sus centros la tierra
Al sonoro rugir del cañón.
VIII
Vuelva altivo a los patrios hogares
El guerrero a cantar su victoria,
Ostentando las palmas de gloria
Que supiera en la lid conquistar.
Coro
Mexicanos al grito de guerra
El acero aprestad y el bridón,
Y retiemble en sus centros la tierra
Al sonoro rugir del cañón.
IX
Y el que al golpe de ardiente metralla
De la patria en las aras sucumba,
La patria 247
Coro
Mexicanos al grito de guerra
El acero aprestad y el bridón,
Y retiemble en sus centros la tierra
Al sonoro rugir del cañón.
X
¡Patria! ¡Patria! Tus hijos te juran
Exhalar en tus aras su aliento,
Si el clarín con su bélico acento
Los convoca a lidiar con valor.
Coro
Mexicanos al grito de guerra
El acero aprestad y el bridón,
Y retiemble en sus centros la tierra
Al sonoro rugir del cañón.
248 De Juárez a los jóvenes
Catarino Maravillas,
Catarino Maravillas,
de noche cruzó la mar.
Llegó de Cuba la linda
¡ay, sí! ¡ay, no!
llegó de Cuba la linda
y nadie lo fue a esperar.
Se fue por el mal Gobierno
que lo quería asesinar.
Caballito de batalla
—galopar y no llegar—
caballito de batalla
¡nunca podrás descansar!
Catarino Maravillas,
sintetiza a la Nación
Grita el 15 de septiembre:
¡Que vivan por muchos años
la virgen de Guadalupe
y el General Obregón!
La patria 251
Alberto Beltrán
La patria 253
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Periódicos.