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ATORMENTADA

Por un breve momento había soñado que era un gato aún bebé, enroscándose entre el
cálido pelaje de su madre, sintiendo esa peculiar vibración que emana de los felinos
cuando están felices.

Ese momento feliz acabó de súbito, cuando un bipbipbip acompañado de una luz roja
alertó a la Teniente E.G. informándole que su suministro de oxígeno había presentado
una falla, ocasionándole una breve pérdida del conocimiento. Ajustó el protocolo de
emergencia para el caso y recobró la lucidez.

Su nave llevaba ya un buen rato zarandeándose por la turbulenta atmósfera de aquel


planeta extraño, cuando empezó a preocuparse. No fue por la vibración constante que
sacudía la plateada nave metálica en cada centímetro, tampoco ver chispas sobre la
superficie de la escotilla, todo eso era esperable. Fue aquel fogonazo brillante, aquel
relámpago cegador lo que la hizo preocuparse de verdad.

Hasta entonces había llevado un viaje tranquilo, casi monótono, rumbo el planeta
XJ734, ubicado en el cuadrante sur del territorio de exploración asignado. Como
astronauta del programa Supervivencia, había sido bien entrenada para el propósito
del viaje, tan bien como los demás reclutas del programa, todos personas dispuestas a
un autosacrificio por la humanidad; cada uno enviado en idénticas naves, hacia
diferentes direcciones en busca de planetas habitables o al menos, terra-formables. El
planeta Tierra había sucumbido con sus ecosistemas enrevesados, haciendo de la
supervivencia humana una cuestión casi imposible. Y ella, la teniente Evelin, había
querido llegar lo más lejos posible, ya que el destino de cada ser humano parecía
irremediablemente la extinción.

Al pasar el cegador relámpago en el turbulento cielo de XJ734, alcanzó a ver una


superficie resplandeciente y arremolinada. De inmediato pensó en un mar, maldiciendo
por dentro. La computadora de abordo había malinterpretado los datos de la superficie,
lo que se supone eran una atmósfera densa pero tranquila, mas un suelo rico en hierro;
eran realmente un cielo repleto de tormentas eléctricas y algún tipo de mar.

Evelin odiaba las tormentas. Siempre sufría un sobresalto al sentir el resplandor del
relámpago, anticipando el estruendo subsiguiente. Aun cuando se convirtió en
Teniente, después de sobrevivir al entrenamiento del programa “Supervivencia”, aún
después de vencer a muchos competidores y ser seleccionada entre el puñado de
elegidos para abordar las doce naves de exploración buscando un nuevo hogar para la
humanidad, aún entonces odiaba las tormentas… porque fue una tormenta la que la
convirtió en un ser taciturno y solitario, después de que un rayo cayera sobre el coche
de su madre, matándola de forma instantánea. Antes de aquel traumático episodio
infantil, había sido una niña sociable, alegre y curiosa, que solía pasear a todo pedal en
su bicicleta, obsesionada con alcanzar mayor velocidad.
Hay que decir que esa obsesión nunca despareció y eso jugó a su favor en toda su
carrera, pues era capaz de soportar velocidades y cambios de presión, que muchas
veces vencen a quienes buscan una carrera como cosmonautas. Pero era lo único que
quedaba de la pequeña Eve, la niña que había visto unas semanas antes de su
cumpleaños número nueve una bicicleta roja, con un 15 velocidades, diseño
ergonómico hecho para carreras juveniles y había hecho el mayor berrinche de su vida
hasta que consiguió que le prometieran que tendría aquella hermosa y costosa maquina
el día de su cumpleaños.

La teniente Evelin G. revisó los sensores y siguió el protocolo, cuando comprobó que se
encontraba en efecto en medio de una tormenta eléctrica, que aquel fogonazo cegador
no era aislado, sino uno entre centenares de relámpagos que caían inmisericordes sobre
la superficie de XJ734, alumbrando lo que parecía ser un mar interminable y
arremolinado en todas direcciones. La teniente, por un momento recordó el mar en la
tierra, que también se había vuelto hostil y poco amigable, después de una ola de calor
que sacudió todo el planeta, allá por el año 2025. Fue por aquel año que había visitado
por última vez la tumba de su madre, antes de que un tsunami arrasara la costa donde
estaba enterrada.

Nunca pudo librarse de la culpa por su muerte, aun cuando le repitieron que esas cosas
son fortuitas y completamente fuera del control de cualquiera. Después del colosal
berrinche de Eve, ni bien su madre consiguió que dejara de llorar a gritos, diciéndole
que tendría la bici en tres días, justo para su cumpleaños, empezó a llover. Primero fue
una lluvia primorosa, que poco a poco fue aumentando hasta convertirse en un
chaparrón fenomenal, una tormenta que no dejó que la gente salga de sus casas por una
semana, amenazando con ahogar a toda la cuidad y los suburbios colindantes.

El día de su cumpleaños, Eve despertó y lo primero que preguntó fue si ya había llegado
su bici nueva. Poco valieron las explicaciones y los razonamientos, porque aunque Eve
dijo que entendía que no se podía salir debido a la peligrosidad del temporal, desde
aquel momento no habló, casi no toco sus alimentos y se pasó el día entero suspirando
pegada a la ventana. Vencida, mamá pensó que hubiera preferido otro berrinche épico
a ver aquella resignada tristeza. Salió con el coche rumbo a la ciudad y jamás volvió,
porque se desató entonces la tormenta eléctrica que acabó con su vida, la tormenta por
la que Evelin dejó de sonreír y empezó a sobresaltarse sin remedio al entrecerrar los
ojos después del relámpago, con el oído y el corazón atormentados en espera del trueno.

Y el bipbipbip acompañado de luces intermitentes, anunció a la teniente Evelin que


había un daño importante en la superficie de la nave, que de acuerdo a la computadora
de abordo, podía afectar la presurización interna. La teniente maldijo para sus adentros,
porque aún no lograba encontrar rastro de superficie sólida, para aplicar el protocolo
de aterrizaje. Por la escotilla frontal de la nave, se veían sendos rayos que iban a parar
a un mar embravecido de color rojizo. El análisis de la computadora indicaba que la
atmósfera densa había enmascarado el mar que había debajo, el cual parecía
igualmente denso, su color rojizo dejaba ver su calidad ferrosa. La teniente maldijo
nuevamente, cuando la computadora indicó que el protocolo de amarizaje en medios
líquidos no garantizaba la sobrevivencia por los 395°c de temperatura que arrojaba la
superficie de aquel mar rojizo. Entonces otro relámpago centelleante pasó muy cerca
de la nave, que se sacudió monstruosamente al tiempo que el informe “Falla fatal de la
presurización, niveles de oxígeno en descenso. Inexistencia de protocolos” de la
computadora, resonaba. Evelin sintió obnubilados sus sentidos: perdía nuevamente la
conciencia, mientras iba a estrellarse en el mar rojizo de un planeta por completo
deshabitado.

Con los ojos cerrados oyó un sonido extraño: un maullido supersónico que parecía
retumbar en todo el planeta. Casi inconsciente aún percibía la vibración de la nave y
trató de esforzarse para abrir los pesados párpados, para recuperar la conciencia.

Entonces, logró abrir los ojos, de golpe.

Despertó con sobresalto y recordó (y olvidó enseguida) que todo aquello había sido en
una vida pasada, recordó que ahora era simplemente una cachorra felina viviendo en
algún planeta cuyo nombre no interesa y que el maullido de mamá gata era capaz de
espantar todas las pesadillas.

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