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La estructura ausente (cap.

2) – Umberto Eco
De la señal al signo
En un embalse /ABC/ corresponde a “punto cero” (nivel de peligro). Si una máquina recibe la
señal ABC, reaccionará adecuadamente según ciertas instrucciones. Si un humano la recibe,
comprenderá que el agua del embalse llegó a nivel cero (peligro), pero no se limitará a eso,
también puede, por ejemplo, alarmarse. Para él ABC además de ser el significante del significado
denotativo “nivel 0”, también denota peligro. La máquina recibía una información, no un signi-
ficado, no sabia lo que significaba ABC, no comprendía el término “nivel 0”. A nivel máquina
estamos en el universo de las señales (medida en unidades de información), al introducir al
hombre estamos en el universo del sentido (cualificable en connotación y denotación).

El humano atribuye sentido a ABC porque posee un código. Éste se considera como una lista de
equivalencias, término por término (ABC=nivel 0; AB=nivel 1; etc.). Al código que posee el des-
tinatario lo llamamos código denotativo. Pero posee otro código que procede del anterior. “Ni-
vel 0”, significado denotado por ABC, a su vez se transforma en significante de peligro, que es el
significado connotativo de un significado denotativo (nivel 0). Se presenta como un sistema de
superposiciones. ABC (significante) denota nivel 0 (significado denotativo) y este denota peligro
(significado connotativo).

La señal peligro le puede connotar “tocar alarma”, o también “levantar la compuerta x” (ambos
códigos connotativos, en donde la equivalencia sería peligro=levantar la compuerta x). Cada uno
de estos códigos no se excluyen, el destinatario puede poseer dos códigos que funcionan al
mismo tiempo y decidir cuál de los dos va a utilizar según la situación (pero el código denota-
tivo de base siempre es igual para todos, ABC=nivel 0). La situación es un contexto extrase-
miótico que determina la elección de un código con preferencia a otro.

Existe un código denotativo básico sobre el cual se construyen otros códigos menores, con
frecuencia opcionales (que llamamos connotativos), los cuales se consideran subcódigos.
Nuestro patrimonio del saber está formado por un código y una serie de subcódigos. La elección
de ellos depende de dos circunstancias extrasemióticas: la situación de comunicación y el con-
junto del patrimonio del saber (que le permite al destinatario hacer valoraciones y elegir).

El equívoco del referente


Eco desconfía del referente (objeto aludido, la cosa real); según él, el significado de un término
no se relaciona con la cosa a la que el término refiere (referente/objeto), en términos semioló-
gicos. Una noción de referente tiene sentido en las ciencias naturales, en donde cada afirmación
sobre la realidad se comprueba de forma experimental y se puede considerar como verdadera
o falsa; es decir, allí sí se puede comprobar si corresponde o no al referente (a la realidad, a la
cosa real).

Eco no niega que la gente pueda relacionar el mensaje con las cosas de las que se habla. El que
recibe el mensaje “tu casa está ardiendo”, probablemente piensa en la casa (referente) e intenta
comprobar si el enunciado es auténtico. Pero esto no corresponde a la semiótica, la cual solo
debe estudiar las condiciones de comunicabilidad y comprensibilidad del mensaje (codifica-
ción y decodificación). A la semiología no le interesa la veracidad o la falsedad de los enuncia-
dos.
A veces ciertos términos/expresiones no denotan cosas, sino unidades culturales, a la cual se
refiere el que habla (el cual la recibió como descrita de cierta manera por su cultura, pero no
tuvo una experiencia del referente real). Las unidades culturales circulan en lugar de las cosas.
Como cuando hablamos de un centauro (al cual nunca vimos, nunca experimentamos) o de una
constelación, o incluso hasta la muerte es una unidad cultural (hablamos de ella sin vivirla).

Si digo “perro”, su referente no es el perro que veo cuando pronuncio la palabra (al menos que
estemos hablando de “este perro”), sino que el referente es todos los perros existentes; pero
ese no es un objeto perceptible por los sentidos, es una entidad lógica. Cualquier intento de
determinar lo que es el referente de un signo nos obliga a definir a este referente en términos
de una entidad abstracta que no es otra cosa que una convención cultural. Por eso Eco está en
contra de hacer depender el valor de un signo de la presencia del referente real perceptible con
los sentidos.

El sistema semántico
Una unidad cultural se define como un lugar en un sistema de otras unidades culturales que se
le oponen y la circunscriben. Una unidad cultural subsiste y se reconoce en la medida en que
existe otra que tiene un valor distinto. Solamente interesan los valores emanados del sistema,
no se definen por su contenido sino por la manera cómo se oponen a otros elementos del sis-
tema y por la posición que ocupan en el mismo. Cada pieza adquiere valor por la posición que
tiene respecto a otra y cada perturbación en el sistema cambia el sentido de las demás piezas
correlativas.

Ya se sabe que cada término de la lengua puede suscitar una serie de asociaciones. Es la capaci-
dad de un término de asociarse por pura analogía fónica, por homología de clasificación cultural,
por las posibilidades de combinación de los diferentes morfemas con el lesema como radical.

Los campos semánticos son porciones limitadas del sistema semántico. Los campos semánticos
formalizan las unidades de una cultura determinada y constituyen porciones de la visión del
mundo propia de aquella cultura; bastan los movimientos de aculturación, los choques entre
culturas distintas, revisiones críticas del saber, etc. para trastornarlos (basta el movimiento de
una pieza para alterar todas las relaciones del sistema). Un campo semántico manifiesta la vi-
sión del mundo propia de una cultura.

Se puede decir que una determinada cultura recorta el continuum de la experiencia haciendo
pertinentes ciertas unidades y considerando otras como puras variantes. Por ejemplo, los es-
quimales recortan el continuum de la experiencia en cuatro unidades culturales en lugar de la
que nosotros llamamos “nieve”, debido a que la relación vital de ellos con la nieve impone unas
distinciones que nosotros podemos ignorar. Si bien es la supervivencia biológica la que exigió
que esas cuatro unidades sean pertinentes, es arbitrario en el sentido de que otra cultura re-
cortó el continuum de otra manera. Otro ejemplo es las distinciones de colores: para la porción
“azul”, la cultura rusa tiene dos unidades culturales diferentes; los hindúes usan un único tér-
mino para rojo y naranja (porque no consideran pertinente la variación de color en ese caso).

En inglés se usa “mouse” y “rat”, y en latín solo usan “mus”. Se puede decir que en inglés existe
un campo semántico, que se refiere a los roedores, más analítico que en latín y, por lo tanto,
para el parlante inglés existen dos unidades culturales allí donde el parlante latino solo disponía
de una (es todo un debate pensar en si las dos unidades culturales, rat y mouse, existen con
independencia de los nombres que la lengua les asignó, si realmente son distintos y existen en
la vida real, pero no compete a la semiología, es extrasemiótico). Basta con decir que existe una
interacción entre la visión del mundo de una civilización y la manera en que ésta convierte en
pertinentes a sus propias unidades semánticas.

Desde el punto de vista semiótico es más interesante entender en qué civilizaciones funciona
un campo semántico y dónde empieza a disolverse para dar paso a otro, y cómo en una misma
civilización coexisten dos o más campos semánticos en oposición cuando se realizan superposi-
ciones de culturas.

Podemos afirmar que a) en una determinada cultura pueden existir campos semánticos contra-
dictorios; b) una misma unidad cultural puede, dentro de la misma cultura, formar parte de
campos semánticos complementarios (ballena puede ocupar una posición distinta en cada
campo semántico; por ejemplo, es mamífero, de entre peces, pájaros, etc., y es s a la vez, de
entre aéreos, terrestres, etc.); y c) en una misma cultura un campo semántico puede deshacerse
con gran facilidad y reestructurarse en un campo nuevo. Ejemplo de este último: los ciclamatos
eran usados para endulzar alimento dietéticos, pero una investigación reveló que provocaban
cáncer; entonces dejaron de asociarlo a flaco-no infarto-vida, y ahora era flaco-cáncer-muerte,
en cambio se empezó a valorar de forma positiva que los envases dietéticos digan que tiene
azúcar, lo que es paradójico porque engorda, pero ahora era positivo leer ya que significa que
no usan otro endulzante dietético que causa cáncer).

Como vimos anteriormente, a partir de un código denotativo surgen varios subcódigos conno-
tativos (que marcaban esas relaciones de equivalencia). Estos, a su vez, están relacionados con
ejes semánticos que marcan relaciones de oposición. Tal como se ve en el siguiente cuadro.

Subcódigos Subcódigos
Eje Azúcar Vs Ciclamato
Eje Gordo Vs Flaco
Eje Posible infarto Vs No infarto
Eje muerte Vs vida

La existencia de los campos semánticos implica también la reestructuración de los ejes semán-
ticos, considerados como parejas de oposiciones (estas oposiciones son un aporte importante
de Greimas). Lyons clasifica a estos ejes en tres tipos: antónimos complementarios (como ma-
cho vs hembra, en donde la negación de uno implica la afirmación del otro), antónimos propia-
mente dichos (como pequeño vs grande, en la que la predicación de uno puede ser relativa, se
es pequeño con relación a algo), y los antónimos por contrariedad (como comprar vs vender,
que implican transformaciones sintácticas cuando se sustituyen mutuamente).

Se puede pensar en el código de un parlante como en una competencia que comprende una
vasta serie de campos semánticos que pueden disponerse de manera distinta.

Greimas también dice en una investigación semiótica, sería peligroso preguntarse si los campos
semánticos existen: “Estructura semántica significa la forma general de la organización de los
diversos mundos semánticos, dados o simplemente posibles, de naturaleza social e individual
(cultura o personalidades). La cuestión de si la estructura semántica está sustentada por el uni-
verso semántico, o si es solo una construcción metalingüística que toma en cuenta el universo
dado, puede considerarse irrelevante”.

Una última observación es que se pueden construir campos y ejes semánticos incluso para
aquellas palabras que no corresponden a nombres de objetos (es decir a los términos
sincategoremáticos), como los pronombres (por ejemplo los pronombres que designan
animados vs inanimados; o el campo semántico tú, usted, ustedes) o campos de verbos que
designan operaciones (informar, convencer, avisar; pertenecientes al campo de “transmisión de
información”).

La denotación y connotación
Como denotación debemos entender a la referencia inmediata que un término provoca en el
destinatario del mensaje. Es la referencia inmediata que el código asigna a un término en una
cultura determinada.

Eco anuncia que habla de la denotación del significante aislado (que en lingüística se puede
llamar lesema). El lesema aislado denota una posición en el sistema semántico. La denotación
de un lesema es su valencia semántica en un campo determinado. Este significado denotativo
es el que algunos autores llaman sentido: por sentido de una palabra entendemos su lugar en
un sistema de relaciones que contrae ésta con otras plabaras en el vocabulario.

Esta definición de denotación se puede aplicar a tres categorpias de significantes:

a) los términos sincategoremáticos: términos como “el, por, con todo” denotan una unidad
cultural precisa, de hecho, ya mencionamos que pueden formar campos semánticos; denota su
posición en un campo de funciones gramaticales posibles;

b) los nombres propios: están los conocidos como Napoleón que denota una unidad cultural
muy definida que tiene lugar en un campo semántico de entidades históricas. Ahora, el nombre
“Esteban” es ignorado (no conocido), pero para el que lo lee puede denotar un amigo/hijo/etc.,
es decir que individualiza una posición en un sistema de oposiciones. Pero en ambos casos el
mecanismo semiótico es el mismo;

c) los significantes de sistemas semióticos puramente sintácticos (como los significantes


musicales): Este símbol denota “nota do”, denota una posición en el sistema de las
notas; denota una clase de acontecimiento sonoros.

O sea que ese código base es denotativo y la connotación comprende toda la secuencia poste-
rior de los interpretantes a través de la cual el proceso de semiosis revive el lesema. Es el con-
junto de todas las unidades culturales que una definición del significante puede poner en juego;
y por tanto, es la suma de todas las unidades culturales que el significante puede evocar insti-
tucionalmente en la mente del destinatario. En una cultura, la secuencia de interpretantes de
un término demuestra que éste puede vincularse a todos los demás signos que se refieren a él
de alguna manera. Las formas de connotación (modo en que un signo puede referirse a otras
unidades culturales que a su vez la cultura expresa por medio de otros signos) son:

1) Connotación como significado definicional: El lesema connota las propiedades atribuidas a la


unidad cultural denotada por la definición que comúnmente se le aplica. Esta definición puede
ser ingenua (cotidiana) o científica, depende del patrimonio cultural de cada uno.

2) Connotación de las unidades semánticas que componen el significado:

3) Definiciones ideológicas: Definiciones incompletas que ponen a prueba una unidad cultural
bajo uno de sus posibles aspectos. Por ejemplo, Napoléon puede definirse como el “vencedor
de Marengo” o como el “vencedor de Waterloo”.

4) Connotaciones emotivas:
5) Connotaciones de hiponimia, hiperonimia y antonimia: Hiponimia es cuando un lesema con-
nota el grupo/clase al que pertenece (tulipán connota flor). Hiperonimia es cuando connota al-
gún “miembro” del grupo (flor connota alguna subespecie como tulipán). Del mismo modo, un
término puede connotar su antónimo (mujer connota hombre).

6) Connotaciones por traducción a otro sistema semiótico: Un lesema puede connotar su tra-
ducción a otra lengua. También puede connotar la imagen del objeto designado (o el objeto
connotar su nombre); perro puede connotar otros iconos de perro vistos antes. Las palabras no
evocan solamente otras palabras.

7) Connotaciones por artificio retórico:

8) Connotaciones retórico-estilísticas:

9) Connotaciones axiológicas globales: Una cadena de connotaciones puede asumir para el des-
tinatario valores positivos o negativos. Por ejemplo ciclamato=flaco=no infarto=vida asumía va-
lor positivos, mientras que ciclamato=cáncer=muerte adquiría valor negativo.

Un significante puede connotar diversos significados. Saber a cuál de estos connota el signifi-
cante en un contexto determinado equivale a decir que se conoce la elección del hablante. La
elección consiste en identificar posiciones distintas dentro de diferentes campos semánticos
(Mus puede connotar ser animado con referencia al eje animado vs inanimado; puede connotar
roedor refiriéndose a un campo zoológico; connotar animal nocivo con referencia al eje nocivo
vs no nocivo; etc.).

El significado del lesema es el conjunto de su denotación y sus connotaciones. Y el sentido que


se le atribuye es un recorrido selectivo (que hacen el emisor y el destinatario); en estas condi-
ciones de selección del sentido de un lesema influye la circunstancia de comunicación.

El código
Parecía que el código establecía equivalencias término por término, entre los elementos de dos
sistemas. Pero el estudio de los campos semánticos nos ha demostrado que cuando s ehabla de
código es preciso pesar en una vasta serie de pequeños campos semánticos que muchas veces
se aparejan con las unidades del sistema significante. Así, el código se perfilaba como: a) el sis-
tema de las unidades significantes y sus reglas de combinación; b) el sistema de los sistemas
semánticos y de las reglas de combinación semántica de las distintas unidades: c) el sistema de
sus aparejamientos posibles y las reglas de transformación del uno al otro; d) un repertorio de
reglas circunstanciales que prevé diversas circunstancias de comunicación correspondientes a
diversas interpretaciones.

El código es más bien un retículo complejo de subcódigos y de reglas combinatorias, que van
mucho más allá de nociones como gramática. Se trata de un hipercódigo que vincula subcódigos
diversos, más estables como los aparejamientos denotativos, a otros más transitorios como los
aparejamientos connotativos.

El código sería un conjunto de sistemas complejos de reglas para regular la producción y la


interpretación del mensaje (en una cultura). Pero la dificultad en definir todas las reglas que
forman el código, depende del hecho de que el código no es una condición natural del universo
semántico global ni una estructura estable subyacente al complejo de asociación de signos. El
código es una convención social que puede cambiar en el tiempo y en el espacio. Los códigos,
por ejemplo las asociaciones connotativas entre los elementos de dos campos semánticos, son
fenómenos transitorios que es imposible de instituir y describir como estructuras estables
(salvo en casos raros de sistemas estables y fuertes como las definiciones científicas, que no
suelen cambiar en el tiempo).

Es decir que para los sistemas significantes o sintácticos (como el código fonológico que resiste
durante siglos dentro de una misma cultura), el sistema se puede precisar en su integridad (ade-
más porque hay pocos elementos en juego, son solo unos sonidos). En cambio, para los sistemas
semánticos, la constitución de un código completo se queda en una mera hipótesis reguladora;
ya en el momento en que se describe enteramente un código así, ya habría que cambiarlo. La
definición de campos y ejes semánticos, y la descripción de códigos, solo puede llevarse a cabo
al estudiar las condiciones comunicativas de un mensaje determinado (pero no hay reglas ge-
nerales que aplican siempre). Una semiótica del código solamente se puede constituir cuando
la postula la existencia de un mensaje. Una estructura general es pura hipótesis operativa y no
es enteramente plausible (no aplica siempre igual).

Multiplicidad de códigos
En este punto, es evidente que el modelo comunicativo que preveía un código común entre
emisor y receptor es muy acotado. La multiplicidad de códigos y de subcódigos que se entre-
cruzan en una cultura demuestra que incluso un mismo mensaje se puede descodificar desde
distintos puntos de vista y recurriendo a diversos sistemas. El destinatario puede recoger de
un significante la denotación tal como la entendía el emisor, pero puede atribuirle connotacio-
nes diferentes a las de aquél. E incluso existe hasta la posibilidad extrema de que un mismo
código denotativo de base sea distinto para el emisor y el destinatario.

Hay condiciones extrasemióticas que permiten orientar la descodificación (desciframiento de la


secuencia de signos) en un sentido o en otro. Algunos factores que orientan y permiten atribuir
la denotación deseada por el emisor son: la referencia al universo de razonamiento (mensajes
precedentes o presupuestos que nos indiquen que se está hablando de eso) , la referencia a una
ideología (conocimientos precedentes del destinatario, sistema de prevenciones y de opiniones,
perspectiva del universo) y la circunstancia de la comunicación (orienta al destinatario a deducir
la ideología del emisor y, con ella, los subcódigos a los que se puede haber hecho referencia).

La circunstancia
La circunstancia es el complejo de condicionamientos materiales, económicos, biológicos físicos,
en el cuadro de los cuales comunicamos. La circunstancia introduce en el cuadro de la semiótica
aquél referente que habíamos expulsado de ella. Aunque admitamos que los signos no denotan
directamente objetos reales, la circunstancia se presenta como la realidad que condiciona la
selección de códigos y subcódigos ligando la descodificación con su propia presencia. Así, el
proceso de la comunicación, aunque no indique referentes parece desarrollarse en el referente.
Ejemplo: si digo “me voy” en mi lecho de muerte, es la muerta (hecho extrasemiótico) la que
atribuye al verbo “irse” todo su sentido.

La circunstancia no solamente cambia el sentido del mensaje (una bandera roja en una playa o
en una manifestación política ), llega a cambiar la función (una señal de dirección prohibida en
una autopista genera un impacto emotivo que no puede tener una igual en un estacionamiento)
y el grado de la información (la imagen de una calavera significa veneno en una botella o viva la
muerte, pero me da una información alto cuando la encuentro en una botella que estoy a punto
de sacar y un información baja si la veo pintada en un muro en la calle).
El código interviene precisamente para limitar unas posibilidades de comunicación y no otras.
La cultura clasifica una serie de circunstancias frecuentes en las que un lesema o frase adquieren
un significado posible. Y forman parte del código como competencia del que habla reglas cir-
cunstanciales.

Si bien la formalización de las circunstancias es difícil de formalizar (puesto que hay tantas posi-
bilidades de comunicación), sería inútil que la semiología negara el enorme impacto que la cir-
cunstancia tiene sobre la comunicación.

El entrecruzamiento de las circunstancias y de los presupuestos ideológicos, junto a la multi-


plicidad de los códigos y los subcódigos, hacen que el mensaje se presente como una forma
vacía a la que pueden atribuirse diversos sentidos.

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