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La repetición, desde la vivencia de satisfacción al plus de goce

En este trabajo vamos a sostener la hipótesis de que las reflexiones sobre el goce, en
el seminario El reverso del psicoanálisis, son un intento de hacer confluir el modelo que
postula Freud del aparato psíquico en “La interpretación de los sueños” (1900) con la pulsión
de muerte y su vínculo con la compulsión de repetición introducida en “Más allá del principio
de placer” (1920). Más precisamente, vamos a detenernos en la hipótesis freudiana que
postula que el aparato psíquico se pone en marcha mediante el deseo de repetición de la
vivencia de satisfacción. En otras palabras, desde la perspectiva de Freud, lo que inaugura el
funcionamiento del aparato psíquico es una repetición diferencial que encuentra su
explicación en la mitología de una primera vivencia de satisfacción y que permite dar cuenta
del deseo y su cumplimiento. De manera complementaria, en el giro del año 20, la repetición
se va a ubicar bajo la égida de la pulsión de muerte trastocando su relación con el principio
de placer.
De esta forma, sostendremos que al introducir los cuatros discursos en El reverso del
psicoanálisis, Lacan tomará estos dos aspectos de la repetición –reinterpretados bajo el
funcionamiento del significante-para dar cuenta del goce y su relación con el objeto perdido.
En este sentido, la operación de lectura de Lacan convierte al aparato psíquico freudiano en
un aparato de discurso sostenido en una escritura. En los cuatro discursos, Lacan hará
coincidir, en la misma escritura (a), al objeto perdido y al plus de goce, ambos serán
consecuencias ineludibles de la puesta en marcha del aparato discursivo. Este camino, nos
permitirá, al finalizar el trabajo, indicar algunas consecuencias para la experiencia
psicoanalítica.

La repetición de la vivencia de satisfacción

En el capítulo VII de “La interpretación de los sueños” (1900) -más exactamente en el punto
C “Acerca del cumplimiento de deseo”-, Freud recurre a un esquema del aparato psíquico,
esquema que caracteriza como una “ficción” (1900, 587), para dar cuenta de la constitución
de la “naturaleza psíquica del desear” (1900, 557) y del porqué el inconsciente sólo puede
aportar la fuerza pulsionante para el cumplimiento de deseo.
La ficción freudiana de la conformación del aparato psíquico se inicia con el siguiente
supuesto: en su momento primitivo, el aparato operaba a la manera de un aparato reflejo; es
decir, su intención era la de mantenerse exento de estímulos mediante la descarga inmediata,
a través de la motricidad, de una excitación proveniente del exterior. Sin embargo, esta
primera situación se encontró rápidamente perturbada por el “apremio de la vida” (1900:
557). La primera forma que adopta, según Freud, el apremio de la vida es la necesidad
corporal, que actúa de manera constante a diferencia del estímulo exterior. El ejemplo es
conocido: el niño que tiene hambre llorará o pataleará (expresión motriz emocional), pero no
podrá cancelar el estímulo interno que produjo la necesidad corporal. Su estado de necesidad
sólo puede ser cancelado por la función de sus cuidadores; en otras palabras, cuando el niño
obtiene la vivencia de satisfacción que reduce la tensión impuesta por la necesidad. Lo más
relevante para Freud, de esta primera satisfacción mítica, es que establece una asociación
entre la imagen de una percepción (la nutrición) y la huella mnémica que produjo la
necesidad. De esta manera, la próxima vez que se produzca un estímulo interior se suscitará
una “moción psíquica” (1900: 557) que intentará investir la imagen de la percepción (la
nutrición) para producir nuevamente la percepción anterior, es decir, repetir la situación de
satisfacción primera. El deseo no es otra cosa, para Freud, que esta moción psíquica que
intenta repetir la vivencia de satisfacción; mientras que la reaparición de la percepción es el
cumplimiento de deseo.
Ahora bien, en un momento primitivo del aparato, el cumplimiento de deseo se realizaba en
la investidura de la imagen de percepción, es decir, de manera alucinatoria –el camino más
corto o regrediente apunta entonces a una identidad perceptiva-. Naturalmente, esta forma
primitiva de operación del aparato es insuficiente para producir la satisfacción (la reducción
de la tensión que proviene del estímulo interno). Por este motivo, el aparato impone una
detención a la regresión para que encuentre un camino que conduzca a establecer la identidad
de percepción con el mundo exterior. De este modo, se pone en marcha la motilidad
voluntaria para alcanzar el cumplimiento de deseo. Este rodeo impuesto por la experiencia,
según la caracterización freudiana, implica la actividad del pensamiento; por lo cual, el
pensar se convierte en el sustituto del deseo alucinatorio. En este preciso sentido, el deseo es
la única fuerza psíquica que puede poner en marcha al aparato. Y por este camino, el sueño
se revela como un cumplimiento de deseo, por la vía de la regresión, dando testimonio sobre
el funcionamiento primitivo del aparato.
Lo que nos interesa rescatar de la caracterización freudiana de la constitución del aparato
psíquico son dos aspectos. En primer lugar, la vivencia de satisfacción describe el trazo de la
primera huella. Ahora bien, para que la huella se consolide como memoria es necesario que
ésta vuelva a repetirse, es decir, que el trazo vuelva a recorrerse. De este modo, la repetición,
motorizada por el deseo, instituye a la vivencia de satisfacción como pérdida, en tanto, no se
puede obtener, en términos freudianos, la misma imagen de percepción. En este sentido, la
repetición es siempre diferencial e implica el origen no originario del funcionamiento del
aparato psíquico. Este punto, la repetición diferencial como origen, no es novedoso en el
cavilar freudiano. Basta con recorrer el “Proyecto de psicología” (1895) para encontrar, en
la idea de la diferencia en los sucesivos actos de facilitación (Bahnung), la repetición como
constituyente de la memoria1.
En segundo lugar, la vivencia de satisfacción, consecuencia del apremio de la vida, quiebra
la tendencia inicial del aparato a la total descarga –regido por el principio de placer- e insta,
luego de la insatisfacción producida por la vía alucinatoria, al aparato a volverse hacia la
realidad. Esta dirección hacia el exterior, instaurada por el principio de realidad, implica un
rodeo para la obtención de placer2. Como es sabido, en “Más allá del principio de placer”
(1920), Freud ubica los fenómenos de repetición bajo la pulsión de muerte e incluso conjetura
que el principio de placer está a su servicio, en cuanto representa una tendencia a liberarse
de toda excitación3. Para los fines de nuestra exposición, es importante retener este doble
aspecto de la repetición; a saber: como deseo de revivir una satisfacción pérdida que funciona

1
Este punto fue subrayado oportunamente por Derrida en “Freud y la escena de la escritura” (1989). Así lo
explica: “Hay que precisar que no hay abrirse-paso (Bahnung) puro sin diferencia. La huella como memoria no
es un abrirse-paso puro que siempre podría recuperarse como presencia simple, es la diferencia incapturable e
invisible entre los actos de abrirse-paso” (1989: 276). De este modo, las huella como resultado de la facilitación
–abrirse-paso-, en la lectura de Derrida, escapa a los supuestos de la metafísica tradicional; en tanto, no supone
una forma de presencia plena en la conciencia que el sujeto estaría en condiciones de recuperar. Por el contrario,
el abrirse-paso como huella de la memoria se instaura en la diferencia entre los sucesivos actos de abrirse-paso.
2
Una versión más detallada sobre los dos principios psíquicos, íntimamente ligados a la distinción entre
procesos primario y secundario, se puede encontrar en “Formulaciones sobre los principios del acaecer
psíquico” (1911).
3
Así lo expresa Freud: “El principio de placer parece estar directamente al servicio de las pulsiones de muerte;
es verdad que también monta guardia con relación a los estímulos de afuera, apreciados como peligros por las
dos clases de pulsiones, pero muy en particular con relación a los incrementos de estímulo procedentes de
adentro, que apuntan a dificultar la tarea de vivir” (1920: 61)
como puesta en marcha del aparato psíquico y como tendencia comandada por la pulsión de
muerte a la descarga total.

Repetición y plus de goce

Tal como sugerimos al inicio de este trabajo, en El reverso del psicoanálisis, Lacan tomará
el modelo freudiano de la constitución del aparato psíquico y la pulsión de muerte para dar
cuenta del objeto perdido y el goce4. Para explicitar nuestro punto, es necesario notar que la
escritura de los cuatro discursos, iniciada por el discurso del amo, tiene su inicio en la
definición de significante proferida en “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el
inconsciente freudiano”: “Nuestra definición del significante (no hay otra) es: un significante
es lo que representa a un sujeto para otro significante” (1960: 779). Por este camino, en la
primera clase del seminario, “Producción de los cuatro discursos”, Lacan recordará que la
intervención del S1 en el campo de S2 hace surgir al sujeto dividido ($). En este sentido, tal
como lo señalan Žižek (1998) y Zupančič (2006), la escritura del discurso del amo, despojada
de la letra a, no es otra cosa que la formalización de la célebre definición del significante.
Ahora bien, Lacan agrega que en la intervención del S1 sobre el S2 no sólo se constituye el
sujeto, sino que se produce una pérdida que designa como el objeto a. Para los lectores de
Lacan, esta afirmación no resulta del todo sorprendente dado que puede rastrearse hasta los
esquemas de la división subjetiva en el seminario La angustia (1962-63); sino que la novedad
radica en establecer en la misma escritura (a) tanto al objeto perdido como al plus de goce.
De esta manera, Lacan podrá vincular de forma necesaria al significante, no sólo en relación
al deseo, sino al goce en sus relaciones con el saber. Para estos fines recurrirá, según nuestra
hipótesis, al modelo freudiano de la puesta en marcha del aparato psíquico por el intento de
repetición de la vivencia de satisfacción, que Lacan traducirá por rasgo unario5. Examinemos
la siguiente afirmación:

4
Por otra parte, Lacan señala este punto de forma bastante explicita en El reverso del psicoanálisis: “El
inconsciente permite situar el deseo, éste es el primer sentido del paso que da Freud (…) en la Traumdeutung.
Cuando ya ha obtenido esto, entonces, en un segundo tiempo, el que inaugura Más allá del principio del placer,
dice que tenemos que tener en cuenta esa función llamada, ¿cómo?, repetición” (1969-70: 48).
5
“Precisamente aquí el término goce nos permite mostrar el punto de inserción del aparato” (1969-70: 13)
La función del rasgo unario, es decir, la forma más simple de la marca, es el origen del
significante propiamente dicho (…) todo lo que a nosotros, analistas, nos interesa como saber
se origina en el rasgo unario. (1969/70: 49)

La función del rasgo unario, en tanto marca que origina al significante, es la traducción
lacaniana de la mítica vivencia de satisfacción freudiana es la conmemoración de la irrupción
del goce (Lacan, 1969-70: 81). Siguiendo la analogía, el rasgo unario, al igual que la vivencia
de satisfacción, inaugura la repetición: “en la repetición, y para empezar con la forma del
rasgo unario, resulta ser el medio del goce” (1969-70: 51). Al igual que en el modelo
freudiano de la puesta en marcha del aparato psíquico, la repetición que instaura el aparato
significante entraña la función del objeto perdido (a). En esta dirección, Lacan va a precisar,
siguiendo el espíritu freudiano, que la repetición es siempre diferencial: entre lo que se repite
y lo repetido hay una falla. El objeto esperado siempre defrauda en relación a lo que aparece.
De este modo, la repetición no es mera reiteración ni reproducción de lo mismo; sino, más
bien, la repetición es siempre diferencial y correlativa a una pérdida necesaria, un fracaso
originario, que produce la operación del significante.
Hasta aquí parece que los desarrollos de Lacan no se alejan demasiado de sus teorizaciones
precedentes en relación al deseo y la función del objeto perdido ni del cavilar freudiano que
hemos expuesto. Sin embargo, en El reverso del psicoanálisis, se produce un viraje decisivo
en relación a la función del a y su vínculo con el goce. Más precisamente, Lacan va a señalar
que “la pérdida del objeto es también la hiancia, el agujero que se abre a algo que no se sabe
si es la representación de la falta de goce, que se sitúa por el proceso del saber” (Lacan, 1969-
70: 18). De esta forma, en un primer momento, Lacan va a situar al objeto perdido en un
estrecho vínculo con el goce, particularmente, lo va a presentar en su cara negativa, es decir,
en falta respecto del saber. Sin embargo, en un segundo momento, Lacan presentará al goce
en su aspecto positivo como intento de recupero de esa pérdida, en otras palabras, como
repetición. Esta doble cara del goce, negativa y positiva, es lo que le permite a Lacan unir en
la escritura de a tanto al objeto perdido como al plus de goce.
Para clarificar este punto, es conveniente recurrir a la referencia al concepto de entropía que
Lacan toma de la termodinámica e ilustra, de manera un poco burlona de la siguiente manera:

Los desafío a que comprueben que bajar 500 metros sobre sus espaldas un peso de 80 kilos y,
una vez que lo han bajado, volver a subir los 500 metros, da cero, ningún trabajo. Hagan la
prueba, póngase manos a la obra, verán como comprueban lo contrario. Pero si aplican ahí los
significantes, es decir, si entran en la vía de la energética, es absolutamente cierto que no ha
habido ningún trabajo (Lacan, 1969-70: 51).

Recordemos que la entropía designa a la energía que resulta desechable ante un proceso
termodinámico, es decir, aquella energía que es no es utilizada y, por tanto, no es considerada
útil para tal proceso. ¿Cómo entender la referencia de Lacan? Una interpretación inmediata
y dualista sería considerar que Lacan estaría señalando que existe una diferencia radical entre
el trabajo físico -bajar y subir 500 metros cargando en las espaldas un peso de 80 kilos- y los
significantes que no pueden dar cuenta de este trabajo -según la física el resultado del trabajo
sería igual a cero-. Sin embargo, consideramos que lo que intenta mostrar Lacan es que existe
una perdida al nivel de la producción que no hay que identificar con la imposibilidad del
significante para dar cuenta del trabajo realizado; más bien, lo único que podemos apresar es
que el trabajo del aparato significante produce entropía -indicada por el objeto a en la
posición de la producción en el discurso del amo-, un gasto o pérdida a recuperar. De este
modo, la extraña termodinámica del goce funciona utilizando su desecho como fuente de
energía para su recupero o repetición. En este sentido, el goce sólo se puede localizar en una
economía de la repetición para intentar compensar el gasto que produce la articulación
significante, es decir, como plus de goce. La repetición, entonces, es un trabajo que se revela
como un plus de goce necesario, como indica Lacan en “Radiofonía”: “para que la máquina
gire (…) para que sólo se lo tenga [al goce] a partir de esa borradura, como agujero a colmar”
(1970: 457). La cadena significante es un aparato que al trabajar produce su propio
combustible. En un mismo movimiento, la articulación significante (S1 – S2) establece como
residuo al objeto y como intento de compensación del gasto realizado (plus de goce).
Insistimos, desde la perspectiva de Lacan en El reverso del psicoanálisis, solamente tenemos
acceso al goce en la clínica mediante su aspecto positivo como plus de goce, es decir, intento
de recupero o repetición; mientras que su aspecto negativo opera como un supuesto
silencioso.

El goce, un camino hacia la muerte

Como señalamos al comienzo de este trabajo, Lacan reinterpreta, bajo la operación


del significante, el modelo freudiano del aparato psíquico. De manera más precisa, la huella
mnémica freudiana producida por la mítica vivencia de satisfacción, que el deseo intentará
repetir poniendo en marcha al aparato psíquico, tomará la forma, en El reverso del
psicoanálisis, de la marca, origen del significante. El rasgo unario “conmemora una irrupción
del goce” (1969-70: 82) y, al igual que la mítica vivencia de satisfacción, es lo que inaugura
la repetición. En este sentido, tanto Freud como Lacan, consideran a la repetición como un
origen no originario dado que no supone una presencia plena en el origen que se pueda
reiterar o reproducir; más bien, la repetición, instaurada y motorizada por una pérdida,
implica siempre una diferencia, un fracaso, entre lo que se repite y lo repetido.
Ahora bien, la operación de lectura de Lacan sobre el texto freudiano condensa la
pérdida e intento de recupero en la escritura a. De esta manera, la idea freudiana del objeto
perdido se complementa con la idea de un gasto, una mengua, que es inherente al goce en su
aspecto positivo. Aún más, en el modelo de “La interpretación de los sueños” (1900), la
repetición, comandada por el deseo de investir la imagen de percepción de la vivencia de
satisfacción, es la que permite al aparato psíquico relevar el principio de placer –el que insta
al aparato a reducir la tensión- por el principio de realidad6; sin embargo, Freud, en “Más allá
del principio de placer” (1920), al introducir el nuevo dualismo pulsional, vincula la
repetición con la pulsión de muerte y sugiere que el principio de placer está a su servicio.
Este paso freudiano parece contradictorio con sus desarrollos anteriores, si el cumplimiento
de deseo7 responde al principio del placer, ¿cómo es que la pulsión de muerte, relacionada
con la repetición del displacer, se encuentra bajo el imperio del principio de placer?8 En este

6
De esta forma resume Freud en La interpretación de los sueños el relevo del principio de placer por el principio
de realidad que pone límite a la investidura alucinatoria: “Elucidamos después las consecuencias psíquicas de
una vivencia de satisfacción, y entonces ya pudimos introducir un segundo supuesto, a saber, que la
acumulación de la excitación —según ciertas modalidades de que no nos ocupamos— es percibida como
displacer, y pone en actividad al aparato a fin de producir de nuevo el resultado de la satisfacción; en esta, el
aminoramiento de la excitación es sentido como placer. A una corriente de esa índole producida dentro del
aparato, que arranca del displacer y apunta al placer, la llamamos deseo; hemos dicho que sólo un deseo, y
ninguna otra cosa, es capaz de poner en movimiento al aparato, y que el decurso de la excitación dentro de este
es regulado automáticamente por las percepciones de placer y de displacer. El primer desear pudo haber
consistido en investir alucinatoriamente el recuerdo de la satisfacción. Pero esta alucinación, cuando no podía
ser mantenida hasta el agotamiento, hubo de resultar inapropiada para producir el cese de la necesidad y, por
tanto, el placer ligado con la satisfacción.” (1900: 587)
7
Recordemos que el cumplimiento de deseo entraña para Freud la reducción de una excitación y el displacer
su aumento.
8
Una respuesta freudiana a esta contradicción, tal como se plantea en Más allá del principio de placer (1920),
es considerar que la repetición es un intento del aparato psíquico de ligar la energía libre cuando la barrera
antiestímulo es perforada –como en el caso de las neurosis traumáticas-. De este modo, hasta que la energía
libre no se ligue, el aparato suspende el principio de placer. Sin embargo, esta solución dista de ser definitiva si
consideramos que Freud sugiere, al final del texto, subsumir al principio de placer a la pulsión de muerte.
punto, el goce, tal como se presenta en El reverso del psicoanálisis, responde a esta pregunta.
Lacan considera a la pulsión de muerte como una consecuencia necesaria del discurso
freudiano sobre principio de placer. El principio de placer será interpretado por Lacan como
la tendencia a la conservación mínima de la tensión para sostener la vida funcionando como
límite al goce que lo desborda. De este modo, Lacan situará al goce como un “camino hacia
la muerte” (1969/70: 17) que encuentra su límite en el saber; pero este saber, articulado por
el significante, está siempre agujereado y cuando trabaja produce una pérdida que se intenta
recuperar como plus de goce.
Para finalizar, señalaremos algunas consecuencias de nuestra lectura para la “clínica
del goce” que crece en popularidad en las publicaciones psicoanalíticas de orientación
lacaniana. Como hemos indicado, el goce sólo se presenta en su aspecto positivo como plus
de goce, es decir, intento de recupero; sin embargo, el goce en cuanto tal, es pura negatividad.
En este sentido, el goce no es una sustancia que pueda ser objeto de cuantificación –se goza
mucho o poco- y, de manera complementaria, la función del analista no es la de regular la
cantidad de goce –como insta el leitmotiv “acotar el goce”-. Por el contrario, la única forma
de apresar el goce, en el dispositivo analítico, es mediante la repetición9. La función del
analista sigue siendo, como indica Freud en “Recordar, repetir y reelaborar” (1914), la de
aislar la repetición en la transferencia para propiciar la emergencia del de deseo de saber o,
en término de El reverso del psicoanálisis, producir la histerización del discurso10.

9
En El reverso del psicoanálisis, Lacan señala como lo propio del inconsciente a la repetición: “todo aquello
con los que nos enfrentamos al explorar el inconsciente, lo determina, esencialmente, la repetición” (1969-70:
82).
10
En palabras de Lacan: “Lo que el analista instituye como experiencia analítica, puede decirse simplemente,
es la histerización del discurso” (1969-70: 33)
agente_ ___trabajo__
verdad producción
Bibliografía

Derrida, J. (1989). Freud y la escena de la escritura. En La escritura y la diferencia.


Anthropos: Barcelona.
Freud, S. (1895). Proyecto de psicología para neurólogos. En J. L. Etcheverry (Traduc.),
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Etcheverry (Traduc.), Obras Completas: Sigmund Freud (Vol. 12). Buenos Aires:
Amorrortu, 2005.
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Completas: Sigmund Freud (Vol. 12). Buenos Aires: Amorrortu, 2005.
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