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Universidad Nacional de Colombia Facultad de Ciencias Humanas

Departamento de Sociología Religión, poder y laicidad


Henry Córdoba Villanueva 423973

Elabore sobre esta tensión entre “libertad de cultos” y las exigencias de


“convivencia” en la sociedad moderna. Entre las normas “liberales” del libre
arbitrio y las condiciones culturales para una sociedad laica. ¿Es deseable la
libertad de cultos?¿Cuáles son sus principales implicaciones sociológicas?¿Cuáles
son las contradicciones o tensiones entre la libertad de creencias y las sociedad
laica?

Es importante en el desenvolvimiento de las sociedades contemporáneas cuestionarse


sobre la libertad de expresión y de creencias respecto a las mejores posibilidades de
convivencia en conjunto para toda la sociedad. En ese sentido, desde mi punto de vista,
creo que en la sociedad moderna no solo es deseable, sino necesaria la libertad de cultos.
Una revisión a la historia del país revela un largo matrimonio entre la Iglesia Católica y las
instituciones de gobierno, que aun con un cambio constitucional hace unas décadas, no ha
conseguido quebrantarse del todo. La libertad de cultos es posible en la medida en que no
exista una religión oficial ni tampoco una doctrina general que se imponga
obligatoriamente a todos los miembros de la sociedad, sino que por el contrario, sea capaz
de mantener una noción de justicia, capaz de conciliar distintos puntos de vista sin afectar
los derechos y libertades de una comunidad determinada. Este hecho solo es posible en
una sociedad que se define a sí misma como laica. Por tanto para el caso colombiano
aunque exista un modelo que afirme un país como multicultural, con derecho a libertad de
cultos, aún adolece de una noción de justicia laica que se aplique para todos, y que no
contamine sus instituciones con los dogmas de una creencia específica. Desde otra
perspectiva, creo que la libertad de cultos en un país como Colombia, y por consiguiente, la
emergencia de otro tipo de creencias, cultos y expresiones culturales, ayuda a fragmentar la
hegemonía de la Iglesia Católica, que aun con otro modelo de país, se esfuerza en continuar
incidiendo en lugares de la esfera pública que no le corresponden. Por último, conviene
pensar el marco posible para la convivencia en sociedad. En este sentido, cabría fijarse en
las características particulares de las estructuras sociales de un país como Colombia.
Considero que un país multicultural debe otorgar un espacio más amplio a lo que se
denomina la interculturalidad, en el que las distintas expresiones culturales de un país,
cuenten con un espacio común para la participación, el intercambio y el entendimiento.
Aludir a esto no refiere tanto a la invasión de comunidades cristianas de corte evangélico
como a las minorías étnicas y sus cosmovisiones, como pueden ser las decenas de
comunidades indígenas dispersas en el territorio nacional, la comunidad gitana o rom, los
afrocolombianos, y hasta, la colonia de origen musulmán en la Costa Caribe. Desde mi
punto de vista, el conjunto de la sociedad colombiana no se ha esforzado lo suficiente por
entender estas comunidades e incluirlas en un proyecto de nación que tenga por objeto la
convivencia.

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