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Diagramación e impresión:
Obras Misionales Pontificias de Colombia
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CONTENIDO
Presentación
PRESENTACIÓN
Muchos pastores, religiosos, religiosas y laicos, bajo el impulso del Espíritu Santo, se dedican con profunda
caridad a la atención de los enfermos y ancianos. Son realmente los misioneros en el dolor y para el dolor. A
todos quienes sirven o quieren servir a los que sufren las enfermedades y las limitaciones de la condición
humana entregamos este manual o guía del enfermo misionero. Así mismo los enfermos y los ancianos que
pueden estar en condiciones, lo pueden leer y poner en práctica para ser también ellos apóstoles de sus
hermanos.
Las Obras Misionales por mandato pontificio y episcopal, son precisamente las encargadas de impulsar el
espíritu misionero en todos los sectores del pueblo de Dios. La Obra de la Propagación de la Fe y la Pontificia
Unión Misional quieren tocar el corazón cristiano de quienes en sus últimos momentos le entregan todo su
ser a Dios en el lecho del sufrimiento o de quienes están limitados en su condición física como consecuencia
de la vejez y de las enfermedades para que se unan de manera especial a Cristo crucificado y le entreguen
su vida y sus dolores en ofrenda al Padre celestial para contribuir a la salvación de quienes no han sido
evangelizados.
Queremos también prestar un servicio de pastoral misionera a los pastores, a los religiosos, a los jóvenes, a
las familias, a los movimientos apostólicos, a las parroquias, a las diócesis, para que fieles al mandato de
Cristo logren la cooperación misionera de los enfermos y los vinculen, mediante la animación, formación y
organización a la obra de la cooperación misionera para la salvación universal de los miles de millones de
personas que no conocen a Jesucristo o que se han alejado de Él.
Ofrecemos, pues, con toda sencillez a los enfermos, ancianos y limitados físicos y a quienes trabajan con
ellos y por ellos, estos elementos de teología, espiritualidad y pastoral misioneras relacionados con la
enfermedad. Quienes deseen, en cuanto vínculo de fraterna comunión pueden inscribirse en la UEM (Unión
de Enfermos Misioneros) con el fin de que puedan vivir la animación, la formación, la comunión y la
cooperación misioneras a nivel universal.
Lo importante y fundamental para enfermos y agentes de pastoral de la salud es, como para todo cristiano,
el proceso de identificación con Jesucristo y por tanto, la santidad y el testimonio de vida. Sin ese ardor no
habrá una nueva evangelización del mundo entero. Ojalá que el dolor sea ocasión de sentir una nueva
llamada del Señor: “vengan a mi todos los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré.
Carguen con mi yugo que es fácil de llevar”. Con el ardor misionero de los enfermos, de los ancianos y
limitados, con el fervor de los agentes de pastoral de la salud, vendrá la nueva primavera misionera de la
Iglesia.
La Iglesia y el mundo necesitan de apóstoles santos que, en relación con el dolor, testimonien la caridad de
Cristo y el respeto por la vida y la persona. Es necesario decir, también, a los enfermos, que la Iglesia y su
obra misionera universal, necesitan urgentemente de sus sacrificios, de sus oraciones y de su testimonio.
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1.
LA REALIDAD HUMANA DEL DOLOR Y DEL SUFRIMIENTO
Interrogante clave
¿Por qué hay que sufrir? El hombre coexiste con el sufrimiento en el
mundo. El dolor y la enfermedad aparecen en cualquier momento de la
vida y a pesar de tantos esfuerzos que se hacen nunca ha sido posible
erradicarlos definitivamente. Es verdad que se ha ganado mucho con el
avance de la medicina y de las intervenciones quirúrgicas, con las mejoras
de la vivienda y de los sistemas de seguridad laboral y social. Sin embargo,
paradójicamente, el progreso que se ha encaminado a proporcionar al
hombre una vida más prolongada y confortable le ha traído nuevos
dolores y le ha cobrado un precio alto en víctimas y sufrimientos.
El dolor no es un castigo
Muchos consideran que el dolor es un castigo y lo convierten en un absurdo indescifrable. No pocos
creyentes todavía tienen la imagen de un Dios castigador para quien el dolor es su medio de castigo o látigo
contra los malos. Sin embargo. El interrogante surge cuando son los buenos y los inocentes los que sufren.
¿Es posible, entonces, que Dios castigue también al inocente?
Jesús comparte nuestro dolor hasta el último límite y lo transforma en prueba de su amor al Padre y a
nosotros. Desde la cruz, clavado de pies y manos, en un estado de completa inmovilidad y de angustia
suprema, realiza la más portentosa obra que se ha producido en el mundo.
Él nos enseñó claramente que las desgracias no son castigo de Dios. Suceda lo que suceda, nuestra
confianza en el Padre del cielo que cuida amorosamente de nosotros debe ser infinita.
«... rebosáis de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos, a fin de que la
calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta
en motivo de alabanza y de honor, en la Revelación de Jesucristo ”(1 Pdr. 1, 6- 7).
Enfrentaron el dolor y la dificultad con la misma valentía de Jesucristo y lo convirtieron en medio; ocasión e
instrumento para alcanzar los bienes de la salvación y el provecho espiritual para sí, para la Iglesia y para el
mundo entero.
1. El dolor nos protege. Ciertas sensaciones molestas nos ponen en guardia para que nos defendamos
cuando algo perjudicial amenaza nuestro organismo.
2. El sufrimiento nos curte, nos forja, eleva nuestro espíritu y nos madura. El hombre no se hace entre
blanduras, sino a golpe de sacrificios, de esfuerzos y de superación constantes; el hombre se forja
en la lucha.
3. El hombre aprende con el sufrimiento y sale experimentado de él. El sufrimiento sensibiliza para
comprender mejor el dolor ajeno, para solidarizarse con él y proporcionar ayuda recíproca.
4. El contacto con el dolor propio o ajeno nos da una idea más objetiva de la realidad de la vida, nos
descubre la mentira de muchas apariencias halagüeñas, nos sitúa en la Verdad, nos ahorra muchos
desengaños.
5. La desgracia, la enfermedad y el dolor nos recuerdan la transitoriedad de todo y la limitación
humana. Nos hacen reconocer que no somos dioses; que necesitamos de Dios y que sería gran
torpeza querer cortar toda referencia a él.
6. Nos enseña que la felicidad plena no se da en esta vida. Así, relativizando todo lo creado, nos
purifica el corazón de afectos desordenados hacia las cosas y nos lleva a servimos de ellas con
señorío cristiano, sin convertirlas en nuestros fines Supremos y el centro de nuestra Vida.
7. Nos enriquece y hace crecer espiritualmente. La enfermedad es una buena ocasión para imitar a
Jesucristo y demostrarle nuestro amor, fidelidad y gratitud.
8. Es también buena oportunidad para expiar los pecados propios y ajenos. Es camino obligado para la
perfección y salvación al igual que el medio que nos conduce a la configuración o a la semejanza con
Cristo originada en la condición de bautizados.
9. Con su fuerza redentora, el dolor nos hace apóstoles y colaboradores eficaces de Cristo en la
implantación de su Reino.
PARA PENSAR “La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los
problemas más graves que aquejan la vida humana.
En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su
finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte” (Cat. No. 1500).
“La enfermedad puede conducir a la angustia; al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación
y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo
que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una
búsqueda de Dios, un retorno a Él” (Cat. 1501).
Iluminados con estos textos los servidores de los enfermos entre sí o en compañía de los enfermos pueden
reflexionar sobre los problemas que se plantean ‘ante la enfermedad, como por ejemplo, el número de
enfermos, ancianos, limitados, la realidad de la enfermedad en nuestra iglesia concreta (diócesis o
parroquia), la mentalidad y los métodos de las personas que atienden a los enfermos, la calidad de los
servicios a los enfermos en el hogar o en los centros de asistencia, las actitudes del enfermo, positivas y
negativas, los agentes de la pastoral de la salud en la parroquia o en el lugar y otros que se le ocurran.
2.
JESUCRISTO Y EL DOLOR HUMANO
Pascua de salvación
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La misión salvadora de Cristo está orientada a la salvación de todos los hombres y de todo el
hombre. Desde su encarnación hasta su ascensión gloriosa al Padre su vida es una acción de glorificación
plena a Dios y de redención humana. Su actividad misionera estuvo orientada al cumplimiento de estos
objetivos, los cuales enmarcan sus luchas, sus esfuerzos, sus cansancios, su predicación, sus milagros, sus
curaciones, la elección de los apóstoles, su pasión su muerte, su resurrección, su ascensión al cielo.
Los que sufren son los predilectos del Reino. Cristo ama con preferencia a los enfermos, esa es la
característica de su ministerio mesiánico. Su amor se manifestó especialmente a los débiles, a los
necesitados de apoyo, a los desconsolados y desesperados. Los rasgos de la compasión de Dios manifestada
en Cristo los resalta, especialmente, el Evangelio de San Lucas:
“Pasó haciendo el bien” y este obrar suyo se dirigía, ante todo, a los enfermos y a quienes esperaban ayuda.
Curaba a los enfermos, consolaba a los afligidos. Era sensible a todo sufrimiento humano, tanto del cuerpo
como del alma (SD 16)
Cristo, como “Varón de dolores”, ilumina el dolor y le abre nuevas perspectivas. Su sufrimiento es un
sufrimiento por nuestra salvación, por nuestra “salud”: “Vengan a mí todos los que están agobiados y
fatigados que yo los aliviaré” (Mt. 11,28). Su entrega por nosotros va más allá de lo imaginable pues da la
vida por los que ama.
todos como los ama Dios, con un corazón universal que no excluya ni siquiera a sus enemigos, pues no le
teme a nada ni a nadie ya que su confianza está centrada en el Dios de la vida.
Jesús se entrega por todos en actitud de servicio y amor, radicales, asume los sufrimientos de la historia
humana, pues “compartió en todo nuestra condición”. Al asumirlos los “transfigura” y los “diviniza”; es el
combate decisivo contra todos los males que oprimen al hombre. En lo profundo de esa lucha actúa con su
presencia y su fuerza el amor de Dios, poder indispensable para vencer el dolor, la Violencia, la humillación.
El hombre por sí mismo hubiera sido incapaz de lograr ese cambio y si ahora lo consigue se debe al poder
del amor de Jesucristo: “todo lo podemos en aquel que nos conforta”.
Solidaridad inquebrantable
Jesús es la respuesta a quien sufre y a quien muere, precisamente porque es el Inocente y el Santo, quien
con la atrocidad de su muerte nos atestigua hasta el máximo la solidaridad del amor de Dios: “nadie tiene
un amor tan grande, que aquel que da la Vida por los que ama”; “Difícilmente se encuentra alguien que dé
su vida por un hombre justo; tal vez alguno sea capaz de morir por un bienhechor. Pero la prueba de que
Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores” (Rom. 5, 7-8).
En Cristo podemos comprender que solamente la locura del amor es capaz de transformar el sufrimiento y
el dolor en una ofrenda amorosa que lleva salvación, paz y bien a nuestros seres queridos y al mundo
entero. En su muerte Dios se nos manifiesta como verdadero Padre que nos crea de nuevo, que nos da una
nueva condición, la de hijos amados en el Hijo único. Ese Padre creador, que en Jesucristo se mostró
compasivo con nosotros, con nuestros sufrimientos y problemas, se nos une estrechamente en nuestras
situaciones extremas y dolorosas: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.
Jesús, Uno en la comunión con su Padre amoroso, vive su muerte a la luz de esa estrecha relación. Su Padre
es Vida, es Dios de vivos, su poder se resucita a los muertos, expulsa a los demonios y como Creador llama a
la existencia a los que no existen (Rm. 4, 17). La muerte y cl dolor nos hunden a los seres humanos en la
nada y en ella solo Dios Creador y Padre amoroso, por su Hijo, lo hace todo por nosotros: “Yo soy, no
teman” (Mc. 6,50).
“A menudo Jesús pide a los enfermos que crean (Mc. 5, 34.36; 9,23). Se sirve de signos para curar: saliva e
imposición de manos (Mc. 7,32-3 6; 8,224.5), barro y ablución (Cf Jn. 9,6). Los enfermos tratan de tocarlo
(Mc. 1,41; 3,10; 6,56) “pues salía de Él una fuerza que los curaba a todos” (Lc.6, 19). Así, en los sacramentos,
Cristo continúa “tocándonos para sanarnos” (1504).
”Conmovido por tantos sufrimientos. Cristo no sólo se dejó tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus
miserias: “Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (Mt. 8,1 7)... Por su pasión y su
muerte en la cruz dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces, éste nos configura con Él y nos une a
su pasión redentora” (1505).
“Junto a la cruz de Jesús estaba su madre... cuando Jesús vio a su madre y junto
a ella al discípulo a quien tanto amaba, dijo a su madre: mujer, ahí tienes a tu
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hijo. Luego dijo al discípulo: ahí tienes a tu madre. Desde entonces, el discípulo
la acogió en su casa " (Jn. 19, 25-27).
Toda la vida de la Santísima Virgen ha estado claramente al servicio del Hijo de Dios y de su misión. Cuando
María da su consentimiento de fe a la llamada del ángel, acepta colaborar, plenamente en la totalidad de la
obra de la redención de la humanidad. Su respuesta y su compromiso son" conscientes; no pone
condiciones, sino que se entrega al servicio de la misión que Dios le pide y en consecuencia, asume todos los
riesgos, tales como el dolor, el sacrificio, el sufrimiento.
El misterio del dolor de la Virgen María hace parte en conjunto del Plan de salvación del Padre Dios el cual
comprende también el misterio de la resurrección, de la misión apostólica y la obra de la Iglesia.
María también nos revela el misterio salvífico del sufrimiento, juntamente con el significado y amplitud de la
solidaridad humana.
“Como Cristo cargó sobre si nuestros sufrimientos, se echó a cuestas nuestros dolores (Is. 5 3,4), así
también ella sintió el peso de los dolores del parto por una maternidad inmensa que regenera en Dios. El
sufrimiento de María, nueva Eva, al lado de Cristo, Nuevo Adán, fue y es el camino real de reconciliación en
el mundo” (Juan Pablo II, Discurso del l Abril de 1984).
La maternidad de María perdura en el orden de la distribución de la gracia. Esa maternidad comenzó con la
anunciación, continuó toda su Vida, tuvo su momento cumbre al pie de la cruz y la continua desde la gloria.
La Iglesia se beneficia de Varios modos de este servicio de María.
Ella es la Madre de Cristo y nosotros, por designio de Dios, somos sus hermanos. Él es la cabeza y nosotros
miembros de su cuerpo. De ahí que la podamos llamar madre, abogada, auxilio, socorro, medianera.
Enfermos o no, debemos apoyarnos en su protección maternal para unirnos íntimamente a Jesucristo,
nuestro Redentor y Mediador.
triunfo, en su Hijo, sobre el pecado, sobre el enemigo, sobre el mal y el sufrimiento. Mientras nosotros
avanzamos en la lucha y en las dificultades ella brilla como faro de esperanza porque ha alcanzado la
plenitud, porque ha Vencido, porque ha triunfado.
La Virgen María continúa acompañando, consolando, animando a los que sufren, a los ancianos, a los
limitados, a las viudas, a los deprimidos, a los marginados y les ayuda a comprender su dolor y a asociarlo,
como ella y con su intercesión a la obra redentora de su Hijo.
PARA PENSAR Los servidores de los enfermos pueden hacer una meditación especial sobre los
misterios dolorosos del santo rosario y profundizar brevemente su mensaje con
los enfermos. También pueden hacer el rosario misionero, es decir, ofrecer
cada una de las decenas del mismo por alguno de los continentes, pidiendo especialmente por los
misioneros y por aquellos que no conocen al Señor.
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CONTINUADORES DE LA OBRA DE CRISTO A FAVOR DE LOS ENFERMOS
Santiago refleja en su carta una tradición común de atención a los enfermos: “¿Está alguno de ustedes
enfermo? Llame a los presbíteros de la Iglesia para que oren, le impongan las manos y lo unjan con aceite
en nombre del Señor y la oración de la fe salvará al enfermo y el Señor le hará levantarse y los pecados que
hubiere cometido le serán perdonados” (St.5, 14-15).
El apóstol Pedro anima a los que son perseguidos por causa de la fe y a los que tienen sufrimientos:
“Alégrense en la medida en que participan de los sufrimientos de Cristo, para que en la revelación de su
gloria, exulten de gozo” (1Pe.4, 13). “El Dios de toda gracia que los llamó en Cristo a su gloria eterna,
después de un breve padecer los perfeccionará y afirmará, los fortalecerá y consolidará” (1Pe. 5, 10. A la
manera de Pedro, el apóstol Pablo también conforta y anima a los que sufren: “Porque así como abundan
entre nosotros los padecimientos de Cristo, así por Cristo, abunda nuestra consolación” (2Cor, 1,5).
4.2 LA IGLESIA
Como lo hicieron los apóstoles y las primeras comunidades cristianas, así también a lo largo del tiempo
hasta hoy, la Iglesia con sus pastores y con sus fieles continúa la obra de Jesucristo. “La Iglesia abraza con
amor a todos los que sufren bajo el peso de la debilidad humana; más aún, descubre en los pobres y en los
que sufren la imagen de su fundador pobre y paciente”.
En cualquier país y cultura en donde se hace presente, en medio de las diversas situaciones que viven los
hombres, ella, como su Maestro y Señor, acompaña y conforta a todos, especialmente a los enfermos, a los
que sufren y a quienes lo necesitan. Las situaciones de avanzada misionera son aquellas precisamente en
donde la dignidad del hombre está en juego a causa de las consecuencias del pecado y de la injusticia.
“Con María, madre de Cristo que estaba junto a la cruz, nos detenemos ante todas las cruces del hombre de
hoy. Os pedimos a todos los que sufrís que nos ayudéis. Precisamente a vosotros que sois débiles, pedimos
que seáis una fuente de fuerza para la Iglesia y para la humanidad. En la terrible batalla entre las fuerzas del
bien y del mal que os presenta el mundo contemporáneo, venza vuestro sufrimiento en unión con la cruz de
Cristo” (Juan Pablo II, SD 31).
La Iglesia acompaña y anima al enfermo y al que sufre, lo ayuda a poner su confianza en Dios y le ofrece no
sólo la gracia de los sacramentos, sino también el apoyo comunitario y las ayudas para que se recupere.
Ella recomienda a sus hijos el servicio fraterno a los que sufren, a los que necesitan ayuda, mediante el
cumplimiento de las obras de misericordia. En esa entrega a los hermanos necesitados, los fieles pueden
ejercer la caridad, testimoniar su fe y llegar ellos también a la plenitud de la santidad y el amor.
“Sanad a los enfermos” (Mt 10,8). La Iglesia ha recibido esta tarea del Señor e
PARA PENSAR intenta realizarla tanto mediante los cuidados que proporciona a los enfermos
como por la oración de intercesión con la que los acompaña. (Cree en la
presencia vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos.
Esta presencia actúa particularmente a través de los sacramentos, y de, manera especial por la Eucaristía,
pan que da la vida eterna (Jn. 6,54.58) y cuya conexión con la salud insinúa San Pablo (Cf. 1Cor. 11.30).
El grupo de los servidores entre sí o en compañía de los enfermos pueden dialogar sobre la realidad de la
pastoral de la Iglesia y sus cuidados con los enfermos. Pueden revisar cómo se está atendiendo a los
enfermos en lo espiritual. Qué medios se pueden usar para que ellos y la comunidad se sientan en
comunión. Cómo puede la Iglesia orar por sus enfermos y aprovechar, a su vez, de la oración y de los
sacrificios de éstos para hacer fecundo su servicio. Cómo se puede hacer para que los enfermos realmente
se sientan misioneros.
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ESPIRITUALIDAD MISIONERA DEL ENFERMO:
“APORTAMOS LO QUE FALTA A LA PASIÓN DE CRISTO”
Un llamado de amor
“Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados que yo los
aliviaré " (Mt. 11,28).
Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti, decía San Agustín.
Si Jesucristo viene a traemos la salvación, quiere de nosotros
correspondencia a sus gracias y respuesta a su llamado. La fe es
indispensable para la salvación, es un regalo de Dios mediante el Espíritu Santo, pero también es un acto
humano consciente, libre, acorde con nuestra propia dignidad (Cfr. Catecismo 178 y ss).
Si buscamos con sinceridad, tal vez con desespero, las respuestas a nuestras inquietudes íntimas, solamente
Cristo es la respuesta a nuestra condición humana limitada, enferma o necesitada. El que está enfermo
tiene en su dolencia una «mansión para madurar su fe, para ponerla a prueba, para acrisolarla, pues tales
situaciones permiten descubrir la acción de Dios que está presente en nuestra historia, en nuestras
amarguras y luchas, que está con nosotros y en nosotros: “Yo estoy con ustedes” (Mt. 28.20).
Tanto los mismos enfermos, como sus parientes, o la misma comunidad, todos, suplican fervientes la
sanación para sí o para aquellos a quienes aman.
Todos los cristianos en todas las situaciones, pero especialmente cuando sufren, se hacen sacramento vivo
de Jesucristo: “llevamos siempre en nuestros cuerpos el morir de Jesús a fin de que también la vida de
Cristo se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Cor.4, 10).
Los enfermos, los que tienen grandes limitaciones, los que están reducidos e inmóviles en el lecho del dolor
pueden ser activos colaboradores de Jesucristo: “completo en mi carne lo que falta a la redención”. Es
menester que a la cruz del calvario acudan todos los creyentes que sufren en Cristo para que el
ofrecimiento de sus dolencias acelere el cumplimiento de la plegaria del Salvador por la unidad del mundo y
la salvación de todos, dice el Santo Padre.
Es más, el ejemplo y testimonio de los enfermos cristianos, puede iluminar a los hombres de buena
voluntad para que se acerquen a la cruz del Redentor, el cual ha asumido sobre sí los sufrimientos físicos y
morales de todos los hombres de todos los tiempos, para que en su amor entregado y crucificado puedan
encontrar el sentido a su existencia, la motivación para la ofrenda de su dolor y la respuesta a sus
inquietudes y preguntas.
SACRAMENTOS DE CURACIÓN
Refuerzo de lo frágil
El Catecismo de la Iglesia Católica en dos de sus números (11420 y 1421) nos habla de los sacramentos de la
curación, precisamente porque la vida que hemos recibido de Cristo la llevamos en vasos de barro (2Cor
4.7), está todavía escondida con Cristo en Dios (Col 3,3) y además estamos todavía en estado terreno (2Cor
5,1) sometidos al sufrimiento, a la enfermedad y a la muerte.
Médico divino
La vida divina en nosotros puede ser debilitada o perdida a causa del pecado. Por eso Jesucristo, que es el
verdadero médico de nuestros cuerpos y almas, que perdonó los pecados del paralitico y le devolvió la salud
del cuerpo (Mc 2,1-12) quiso que la Iglesia continuara con la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y
de salvación, incluso en sus propios miembros.
Dios; es perdón y paz porque es el medio del que se vale para devolvernos la gracia; es don de amor que
reconcilia con Dios, consigo mismo y con la comunidad incluidos los miembros de la familia.
Hay dos bautismos, decía San Ambrosio: el del agua y el de las lágrimas.
La celebración de la penitencia ayuda al enfermo no solo a purificarse de sus pecados graves y leves, sino
que también le permite volver a Dios de todo corazón, romper con el pecado, alejarse del mal y hacer
repulsa contra sus malas acciones.
Si el enfermo se abre a la gracia de Dios puede obtener un corazón nuevo, un espíritu nuevo, una paz
renovada. Redescubrir la grandeza del amor de Dios frente al propio pecado hará mucho bien. Solamente
con los ojos puestos en el crucificado, el corazón endurecido sentirá compasión: “miremos la sangre de
Cristo y comprendamos qué preciosa es a su Padre, porque habiendo sido derramada por nuestra salvación
ha conseguido la gracia del perdón para el mundo entero” (San Clemente Romano).
Permite que el corazón del enfermo se deje tocar por el amor de Dios que le hace experimentar, cuando
confiesa sus pecados, el dolor de las ofensas, propias y ajenas.
El enfermo que confiesa sus pecados puede realizar la mejor terapia de sanación interior, a causa de la
liberación plena del pecado y de sus consecuencias.
Puede asumir una actitud reparadora frente a los estragos del pecado en sí mismo, en la Iglesia y en la
humanidad. La reconciliación le permite expiar para sí mismo y para otros.
Además, nosotros no somos quienes le damos la satisfacción a Dios por nosotros mismos. Solo lo hacemos
porque estamos unidos a Cristo que nos fortalece y en el que todo lo podemos
(Fil 4,3), nos gloriamos de Cristo y en Él damos frutos dignos de penitencia (Lc 3,8).
No se trata de un sacramento destinado solamente a quienes están en peligro de muerte sino también para
todos aquellos que están enfermos 0 ancianos, o para quienes van a ser intervenidos quirúrgicamente.
Se recomienda hacer las tres celebraciones en una sola: la reconciliación, la unción de los enfermos y la
Eucaristía, siempre y cuando las circunstancias de tiempo, lugar y personas así lo aconsejen.
Espiritualidad de la unción
La gracia de este Sacramento de los enfermos tiene efectos especiales para ellos, tales como:
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La unión del enfermo con la Pasión de Cristo, para su bien y el de toda la Iglesia.
Consolación que trae consigo la paz y la fortaleza de ánimo para soportar cristianamente los sufrimientos c
incomodidades de la enfermedad o de la vejez;
Todos los que participan en la Eucaristía, ofrecen con el celebrante, en virtud de su sacerdocio bautismal,
sus propios sacrificios espirituales, representados en el pan y el vino.
La ofrenda se hace plena en los momentos de la consagración y de las invocaciones: “reconoce- dice el
celebrante- en esta ofrenda la víctima, por cuya inmolación has querido devolvemos tu amistad”... “Que
Cristo nos transforme en ofrenda permanente”. La Eucaristía es “ofrenda consagrada”, pues lo que se
ofrece en el altar se convierte en el verdadero cuerpo entregado y en la verdadera sangre derramada de
Cristo, los cuales representan de modo incruento su sacrificio de la cruz (Véase Número 9 de Dominicae
Cenae).
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LA PASTORAL MISIONERA CON LOS ENFERMOS
Aquellos cristianos que hacen descubrir a los enfermos esta dimensión profunda de su realidad cristiana
están prestando un enorme y valioso servicio, porque les abren horizontes infinitos que les permitirán
renovar su "fe, sentirse miembros dolientes pero útiles y vinculados para participar activamente en la acción
apostólica y misionera de la Iglesia.
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Es más, el enfermo y el limitado, desde su condición, pueden ser misioneros con sentido universal. El Santo
Padre decía a los enfermos: “cuento con ustedes para que el nombre de Cristo sea proclamado hasta los
confines de la tierra”.
No es pasividad ante el dolor
Todos estamos obligados a cuidar y defender la Vida como un regalo de Dios. Los enfermos cristianos
tienen, entonces, el deber de buscar y utilizar todos los medios y oportunidades que les permitan superar el
dolor y recobrar la salud (Véase quinto mandamiento (Catec. Nos.2258 a 2330).
Gracias especiales
Sin embargo, los enfermos están llamados a descubrir, con ocasión de las enfermedades, en los dolores y
sufrimientos una llamada especial del Señor para ser sus testigos con su vida, con sus palabras, con sus
actitudes. El Espíritu Santo les concede los dones y gracias que requieren en su nueva situación.
El enfermo tiene la enorme y maravillosa posibilidad de identificarse con el Cristo doliente de la cruz y hacer
carne propia las palabras del apóstol: “estoy crucificado con Cristo y ya no vivo yo, es Cristo que Vive en mí.
Vivo de la fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”.
El enfermo, con la ayuda de los animadores misioneros, puede Valorar, aportar y aprovechar muy bien ese
caudal de gracias misioneras y con ellas cooperar en la obra evangelizadora universal uniéndose, a ella con
su sacrificio, sus oraciones, su debilidad, sus soledades, sus abandones, sus limitaciones, sus lágrimas.
6.2 A GENTES
En no pocos lugares de misión la caridad de los misioneros con los enfermos y limitados en hospitales,
ancianatos, sanatorios mentales, leprosorios, y obras semejantes es el primer testimonio que prepara el
terreno para el anuncio de Jesucristo y la aceptación de su Evangelio.
En los últimos años han florecido, principalmente en las parroquias, grupos espontáneos de laicos y laicas
que se organizan con sus pastores para el trabajo con los enfermos.
Servicio indispensable
La Iglesia estimula y bendice dicho apostolado: “Ustedes, dice el Santo Padre refiriéndose a los servidores
de los enfermos, son llamados al más alto, ejemplar y justo servicio de amor. Que continúe y se acreciente
este delicado servicio con apertura generosa a los profundos valores de la persona, con respeto a la
dignidad humana y a la defensa de la vida, desde su primer brote hasta su natural ocaso”.
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Vocación especial
Los cristianos estamos llamados a preocuparnos por las necesidades del prójimo. La fe madura debe
llevarnos a ser capaces de descubrir el rostro de Cristo en los que sufren o están enfermos.
Bienaventurados, nos dirá el Señor, porque cuando estaba enfermo, lo visitamos, cuidamos y atendimos.
Podremos contestarle: y cuándo lo hicimos y él nos contestará que cuantas veces 1o hicimos con los más
pequeños de nuestros hermanos, con Él lo hicimos (Cf. Mt. 25,34).
Variados servicios
Para el cuidado y atención de los enfermos han surgido numerosas profesiones, especializaciones médicas y
variados servicios de salud, los cuales se preocupan por atender a las distintas manifestaciones, estados y
etapas de la enfermedad.
Todos ellos merecen reconocimiento social, aprecio comunitario y atención pastoral de la Iglesia. El servicio
que ellos prestan, la Iglesia lo reconoce como obra del Espíritu Santo para bien de la humanidad.
El servidor misionero del enfermo debe ser un testimonio de fe, esperanza y caridad, cuyo espíritu es capaz
de ver el rostro de Cristo en el enfermo, comprender el sentido cristiano de la enfermedad para así iluminar
y llenar de esperanza a los mismos enfermos, a quienes trabajan por ellos, lo mismo que a sus familias.
El ardor de su caridad lo lleva a no tener miras distintas que la atención a los enfermos por amor a Dios con
sentido de servicio, a 1a manera de Cristo, desde sus cualidades y sus carismas: “que cada uno ponga al
servicio de los demás, el don que ha recibido” decía el apóstol (1Pe. 4,10).
Las anteriores virtudes del servidor del enfermo se construyen sobre una personalidad madura, respetuosa
de las situaciones limitadas del enfermo y de su familia, recatada y prudente en sus acciones y comentarios.
Preparada profesionalmente para dar un buen testimonio cristiano que contribuya realmente en la
animación y formación misionera de los enfermos, de sus familias y de los profesionales que lo atienden.
Su vocación es la de colaborador de Jesucristo y copartícipe en la obra de la lglesia a favor de los enfermos.
Celoso guardián de la comunión con la parroquia y hábil para mantener los lazos de unión entre ésta y el
enfermo, con el fin de que haya mutuo intercambio de bienes espirituales y sacramentales entre ellos.
Su sentido misionero le permite atender a los que sufren y están enfermos, con una clara conciencia de su
responsabilidad misionera universal que lo abre a horizontes que van más allá de sus propias fronteras. Ese
sentido misionero universal lo testimonia y lo infunde en los enfermos buscando que también ellos se
sientan misioneros y ofrezcan sus dolores y sufrimientos por la obra evangelizadora universal.
Cultiva y vive su espiritualidad específica de servidor, de animador misionero de los enfermos, de seguidor
de Cristo y entregado como Él a la sanación de los corazones afligidos.
Sostenido por este ideal se capacita permanentemente en la teología, en la espiritualidad y en la pastoral
misioneras para prestar cada vez mejor este importante servicio.
El proceso común de la pastoral misionera de los enfermos conlleva unos pasos estrechamente relacionados
entre sí, cada uno con sus características y sus propios énfasis.
La animación misionera
La primera actividad consiste en la animación misionera.
Los servidores de los enfermos se proponen, en esta etapa, despertar, avivar y sostener el espíritu
misionero universal de los enfermos, ancianos, limitados físicos y otros.
En el presente manual, los animadores encuentran los fundamentos principales para una animación,
centrada en la espiritualidad cristiana que les permita abrir el corazón de los enfermos a la llamada de Dios,
a la apertura a su amor y la respuesta a sus gracias. Una buena animación misionera logra que el enfermo
sienta la voz del Señor que le dice: “Ven y Sígueme”; y que ponga en práctica su mandado: “vaya y
evangelice”.
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Que desde su lecho, los enfermos sientan el amor y la confianza que Dios les tiene y experimenten el nuevo
llamado a ser sus eficaces colaboradores en la obra redentora, con su propia cruz, en apertura universal. Ahí
está, precisamente la función principal del animador misionero de los enfermos: hacer que los enfermos
respondan, como Jesucristo y María al llamado que les hace el Padre Dios y le digan como Jesucristo: “Aquí
estoy para hacer tu voluntad”; o como María: “He aquí la esclava del Señor”.
Se puede motivar a los enfermos, presentándoles también las situaciones y realidades de la misión universal
y las dificultades de los misioneros. Por ejemplo: los casi cuatro mil millones de personas que no conocen a
Jesucristo, la escasez de misioneros, las dificultades especiales de ciertos países opuestos a la predicación
del Evangelio las situaciones de pobreza, de violencia, de hambre, de guerra, las faltas de buena
comunicación, las distancias, los peligros, etc.
Junto a los argumentos dc tipo humano, hay argumentos fuertes de fe para una motivación misionera: las
maravillas del amor de Dios por cada uno, el don de la le, la experiencia de salvación en la Iglesia, en los
sacramentos y frente a tal cúmulo de gracias, la responsabilidad que tenemos en la obra evangelizadora y
en la salvación del prójimo. La responsabilidad de la Evangelización está en nuestras manos.
La enfermedad es un llamado a poner nuestra vida y nuestra confianza solamente en el Padre Dios y a
entregarlo todo por la salvación de la humanidad, esto es: darse como Jesús .y dar a Jesús, desde la
enfermedad. La fe se fortalece dándola (Cf. RM2).
La formación misionera
El segundo paso o momento de la pastoral misionera es la formación. Los servidores de los enfermos deben
tener la habilidad para formar misionera mente a los enfermos, sin que eso signifique para ellos la
realización de cursos extenuantes, la presentación de largas conferencias o la asistencia a cursillos
especiales. Se trata de que con una buena metodología y con una “catequesis situacional” se ayude a los
enfermos que entran en esa “Escuela de la Cruz”, aprendan las lecciones fundamentales del cristiano y por
tanto de la espiritualidad misionera: que el Padre Dios los ama entrañablemente en Cristo, la enfermedad
no es castigo, sino ocasión, oportunidad de gracias abundantes del Espíritu, para sí y para el mundo entero,
que como miembros del cuerpo de Cristo, son importantes para el trabajo misionero de la Iglesia.
Esa formación misionera no se puede quedar en mera teoría sino que debe ayudar a que los enfermos
aprendan poco a poco a escuchar la Palabra de Dios. a celebrarla y encarnarla, a proyectarla hacia quienes
los rodean, pero con dimensiones universales; y también, a vivir la comunión misionera con la Iglesia toda, a
experimentar la dimensión misionera de la vida sacramental, de la oración, a estar en comunión con su
parroquia y con los mismos enfermos, sus hermanos, cercanos y lejanos.
Organización misionera
Con estructuras, muy sencillas se puede dar un cauce adecuado al dinamismo evangelizador que tienen los
enfermos animados y formados misionera mente. En donde existan, las mismas estructuras de la pastoral
de salud y de atención a los enfermos, basta darles sentido misionero, ponerles el alma y sentido
orientándolas hacia la cooperación apostólica universal desde el dolor, hecha por los mismos enfermos.
Se requiere una organización mínima que vincule a un grupo de personas que se encarguen de la animación
misionera de la pastoral de la salud. Que se tracen un plan de acción con unos objetivos, unos contenidos,
unos programas básicos, a partir de las propias realidades.
Precisamente a este punto responde uno de los aspectos principales de la Unión Misionera de los aspectos,
cuyo tema ampliamos más adelante (Léase no. pg. 53).
La cooperación misionera
Sería el final del proceso dc pastoral misionera con el enfermo en el que se concretan las metas de trabajo
de animación, formación y organización. Se pretende, en último término, que el enfermo se haga un
misionero desde su propia situación, que descubra y ponga en práctica el enorme potencial de gracias
evangelizadores que cl Señor le regala para su propio bien, para el de la Iglesia, para la conversión de los no
cristianos y para muchas otras necesidades.
Algunos de los elementos fundamentales que se le pueden ayudar a descubrir al enfermo que decide ser
cooperador misionero, son los siguientes:
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Su cooperación espiritual: el enfermo debe tomar conciencia de que el Señor lo llama a ser santo por lo cual
su testimonio no puede ser otro que el de la completa comunión de fe y amor con Jesucristo y en El con el
Padre, por el Espíritu Santo.
De ése núcleo deriva toda su espiritualidad y su proyecto de ser luz y sal de la tierra. La irradiación de la
santidad desborda todas las fronteras, aunque uno se encuentre enfermo o recluido en un sanatorio, o
atado a una silla de ruedas.
Otro elemento que puede descubrir el enfermo es el de la posibilidad de aportar su oración unida a su dolor
y a sus sacrificios. Esta dimensión orante y sacrificial del enfermo están estrechamente ligadas a la liturgia,
especialmente a la Eucaristía. El enfermo por su condición especial es una hostia viva patente y agradable a
Dios y si esto se realiza de manera consciente y se ofrece con amor, contiene todavía mayor fuerza
misionera, pues se trata del mismo sacrificio redentor de Cristo al cual estamos estrechamente ligados los
cristianos.
Otra de las formas comunes de cooperación misionera es la económica. También los enfermos pueden
ofrecer, desde su pobreza, algunas ayudas que simbolizan su entrega a la obra misionera. Que los enfermos
se sientan invitados y alegres de poder compartir lo mucho o poco que tienen, la fe, el dinero, los bienes
materiales, etc, con aquellos que necesitan. Y sobre todo que aprendan a dar a Jesús, a dar por Jesús, y a
dar con Jesús.
No se puede olvidar la dimensión universal de la cooperación. Lo que mejor puede ayudar a los enfermos es
la apertura de horizontes frente a los desafíos de la misión del mundo entero.
En el campo de la pastoral misionera el puesto principal, según la voluntad de la Iglesia, le corresponde a las
Obras Misionales Pontificias. Se trata de cuatro herramientas que el
Espíritu Santo pone en manos de los pastores y de los fieles para que promuevan en el seno de la Iglesia, de
sus comunidades y en cada uno de los cristianos, el espíritu genuinamente misionero universal.
Una de estas obras se dedica a los niños y a quienes tienen que ver con ellos: padres de familia, educadores,
catequistas, etc. Es la Infancia Misionera o Santa Infancia.
Otra de las Obras se preocupa porque las Iglesias recién fundadas tengan pastores nativos propios, tanto
sacerdotes, como religiosos, como seminaristas, es la obra de San Pedro.
Que hermoso fuera que los enfermos apoyaran, con sus oraciones, sacrificios y limosnas a la obra de las
vocaciones en los territorios de misión. Sin sacerdotes, por ejemplo, no puede haber Eucaristía, ni pueden
haber iglesias maduras y formadas.
Y finalmente otras dos obras, la Propagación de la Fe con su preocupación por la formación del espíritu
misionero en todos los sectores del pueblo de Dios, incluida la familia, y la Pontificia Unión Misional, que se
propone animar a los pastores para que desde su vida y su trabajo sean misioneros. De estas dos obras
depende, la UNIÓN DE ENFERMOS MISIONEROS.
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LA UNIÓN DE ENFERMOS MISIONEROS
Cimentados en la espiritualidad
En la Unión misional, se ofrece a los enfermos la vivencia de una espiritualidad con dimensión misionera
que se convierte en fuente de santificación, puesto que en la escuela de la Cruz del Señor, ellos se hacen sus
verdaderos discípulos, los testigos vivientes de su muerte y resurrección ante quienes los rodean y ante el
mundo entero.
En comunión fraterna
La comunión misionera que se crea, les permite establecer, además, lazos especiales de fraternidad con
todos los que son golpeados por el dolor y las limitaciones.
En apertura universal
Y, sobre todo, los vincula y les abre los horizontes de la misión universal para que contribuyan eficazmente
con su ofrenda de oraciones, de sacrificios, de inmolación, a la acción misionera de primera evangelización
en el mundo entero. En efecto, el enfermo, con la ayuda (te sus animadores entenderá que puede cooperar
desde su lecho de dolor, a la manera de Cristo en la Cruz, a su anuncio entre quienes no lo conocen, a la
construcción de comunidades eclesiales nuevas, a la promoción de los valores del Reino de Dios en todos
los lugares, al sostenimiento y apoyo de los misioneros y misioneras que están en el campo de acción, o a
los que se sienten débiles o desanimados.
El enfermo desde su fe debe descubrir en su dolor y sufrimiento la cercanía del amor de Dios, ‘su identidad
con Jesucristo Redentor, la presencia del Espíritu Santo que lo santifica, lo salva, lo fortalece y le permite
ofrecer su dolor por la obra evangelizadora de la Iglesia. Quien sufre o está enfermo puede exclamar como
San Pablo “cumplo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo”, pues su fe y su participación activa en la
vida sacramental le conceden la gracia de identificación con Jesucristo, con lo cual se hace miembro vivo de
su cuerpo.
La verdadera liturgia
Es más, toda la Vida del cristiano es una ofrenda, una hostia viva presentada a Dios para la salvación del
mundo, la liturgia celebrada se hace vida y se prolonga en la acción y en la pasión del cristiano. Esa
posibilidad de hacer realidad la mediación salvadora única e insustituible de Cristo, alegra al apóstol: “ahora
me alegro de mis padecimientos por vosotros”.
Para ayudar a que los cristianos le den al dolor su Verdadera dimensión, la Unión de Enfermos Misioneros,
se propone los siguientes objetivos:
1. Animar misioneramente a quien está, enfermo, anciano o limitado físico para que ofrezca sus
oraciones y sufrimientos por la conversión de los no cristianos y la santificación de los
misioneros.
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2. Ayudar espiritualmente a los enfermos para que vivan la dimensión redentora del dolor como
medio para su propia santificación, y como cooperación a las necesidades de la Iglesia y por la
salvación del mundo.
3. Buscar que el enfermo misionero sea también misionero con otros enfermos, con su propia familia y
con las familias de otros enfermos, de modo que se apoyen en la oración y en la amistad.
4. Ayudar al enfermo a valorar el sufrimiento en el plano espiritual, para que lo acepte a la luz de los
sufrimientos de Cristo y de María.
5. Apoyar en cada parroquia la organización de la Unión de Enfermos Misioneros, para que desde la
pastoral de la salud se ayude al enfermo a Vivir la dimensión misionera del dolor.
Colaborar activamente con los organismos implicados, en atención a que todo acto de caridad y servicio al
prójimo es de por si evangelizador, de dimensiones universales, para que se dé una buena calidad de
atención a los enfermos, en todos los aspectos.
Unirse a Jesucristo con la oración, con la práctica de los sacramentos (unción de los enfermos,
reconciliación y eucaristía) y ofrecerse diariamente como hostia viva al Padre Dios en el cáliz del
sufrimiento y de las limitaciones de la enfermedad o la vejez.
Sentir la cercanía maternal de la Santísima Virgen María, quien, de pie junto a la cruz contribuyó
como ninguna en la obra de nuestra redención desde su propio sacrificio para unirse y
encomendarse a ella con sentido filial.
Meditar y profundizar los misterios de la Vida, pasión y muerte y resurrección del Señor para
encontrar en ellos la fuente de su espiritualidad y la fuerza para luchar contra todo lo que pueda
ser ofensa a Dios o al prójimo.
Participar con especial fervor en la celebración de la Jornada Mundial del Enfermo, (11 de
febrero).
Ayudar, cuanto les sea posible, con aportes económicos para las misiones.
La Unión dc Enfermos misioneros ayuda para que todos los agentes dc la pastoral de la salud también estén
impregnados del sentido genuinamente misionero.
El grupo de pastoral de enfermos, o de aquellos agentes o servidores de los enfermos, debe también
animarse y capacitarse misioneramente para ayudar a que los enfermos vivan estas hermosas realidades de
la fe. Estos también están llamados a testimoniar y hacer presentes las actitudes de Jesús en la vida de
enfermo. Ellos saben que pueden animar y formar a los enfermos cristianos en dimensión misionera y con la
práctica de la caridad, evangelizar a los que están alejados o a los no cristianos y además, son quienes
suscitan el interés de la comunidad, de las instituciones católicas, para asegurar la mejor asistencia posible a
los enfermos y su atención espiritual.
Buscar caminos para animar misioneramente a la pastoral sanitaria y organizar los servicios de
pastoral misionera de los enfermos a nivel diocesano, parroquial, de las comunidades cristianas y de
las familias religiosas.
Favorecer e impulsar el compromiso del voluntariado hacia los enfermos y de animadores
misioneros de esta pastoral, en la que se destaca la importancia de la formación espiritual
y moral de los agentes.
Ayudar a que los sacerdotes diocesanos y religiosos, como también a los que viven y trabajar] junto
a los que sufren, comprendan mejor la importancia de la asistencia religiosa y espiritual a los
enfermos.
A finales del primer tercio del siglo XX en diversas naciones existían algunas asociaciones que tenían por
objeto agrupar a los enfermos, con el fin de ofrecer constantemente sus plegarias y dolores por las
misiones.
La Unión de Enfermos Misioneros nació en 1928, del celo de un alma fervorosa y ardiente, Margarita Godet,
enamorada del apostolado misionero, e inmovilizada ella misma por la enfermedad.
Fue en la diócesis de Pamplona (España), hacia el año 1933, cuando empezó a difundirse, aunque de
manera privada, la Unión de Enfermos Misioneros. El año 1940 quedaba erigida canónicamente y en 1945,
fue declarada oficialmente por la Pontificia unión Misional como asociación auxiliar de la misma.
El Santo Padre ha instituido la jornada Mundial del Enfermo con el fin de que sea un momento fuerte de
oración de participación y de ofrecimiento del sufrimiento para el bien de la Iglesia, como también de
invitación a todos para que reconozcan en el rostro del hermano al Santo Rostro de Cristo que sufriendo,
muriendo y resucitando realizó la salvación de la humanidad. Y se puedan emprender y potenciar muchas
actividades con sentido evangelizador e iluminar el dolor, el sufrimiento y la enfermedad en el contexto de
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Una de las finalidades de la Jornada Mundial del enfermo es realizar una obra de amplia sensibilización
sobre los problemas graves e inaplazables, que afectan a la sanidad y la salud y ponernos nuevamente a la
escucha del Mensaje, para sentir la llamada a la conversión, para redescubrir de manera viva y profunda
nuestra misión en el misterio de Cristo y de la Iglesia «para que el hombre no perezca, sino que tenga vida
eterna>> (Jn 3, 16). El sufrimiento, junto con la Palabra del Señor y su enseñanza, se ha convertido en un
rico manantial para cuantos han participado en los sufrimientos de Jesús en la primera generación de sus
discípulos y confesores y luego en todos los cristianos que les han ido sucediendo a lo largo de los siglos.
Ojalá que a la cruz del Calvario acudan fielmente todos los creyentes que sufren en Cristo — especialmente
cuantos sufren a causa de su fe en el Crucificado y Resucitado - para que el ofrecimiento de sus sufrimientos
acelere el cumplimiento de la plegaria del mismo Salvador por la unidad de todos.
Acudan también allí los hombres dc buena voluntad porque en la cruz está el «Redentor del hombre», el
varón de dolores, que ha asumido en sí mismo los sufrimientos físicos y morales de los hombres de todos
los tiempos, para que en el Amor puedan encontrar el sentido salvífico de su dolor y las respuestas válidas a
todas sus preguntas << (Salvifici Doloris 25).
El Congreso Interdiocesano de la Unión Misional del Clero (hoy Pontificia unión Misional) celebrado en
mayo de 1941, ordena que la Jornada de los Enfermos se celebre el día de Pentecostés. El Santo Padre
estableció en 1992 la Jornada Mundial del enfermo para el día 11 de febrero.
La Iglesia colombiana celebra ese mismo día (en memoria de las apariciones de Lourdes) una sola jornada,
tanto la de los enfermos en general como la de los enfermos misioneros afiliados a la UEM. En esa misma
fecha el Santo Padre envía su mensaje a los enfermos y al mundo católico desde un santuario de
peregrinación. La Jornada es una ocasión para animar espiritualmente a los enfermos: «A Vosotros queridos
enfermos de todos los rincones del mundo, protagonistas de esta Jornada Mundial, deseo que esta
celebración traiga el anuncio de la presencia viva y consolad ora del Señor. Vuestros sufrimientos acogidos y
sostenidos por una fe inquebrantable, unidos a los de Cristo, adquieren un valor extraordinario para la vida
de la Iglesia y para el bien de la humanidad».
ANEXO
ORACIÓN Y FORMACIÓN
A ejemplo de Jesús, los servidores de los enfermos han de prepararse por medio de la oración para alcanzar
la gracia de estar disponibles, optimistas para ir al enfermo y llevar el gozo de la Buena Nueva: sembrar en
él la esperanza de la salvación.
Los servidores de los enfermos también deben pedirle al Señor la gracia de capacitarse continuamente.
ANTES DE LA VISITA
1. Entrar en comunicación con Dios, "fuente de toda luz, para llenarse de Él y ser así instrumento en
sus manos adorables, recordando que la obra es de Él.
2. Orar por el enfermo, por su familia para que acepten la visita con fe, en nombre de Dios y de la
Iglesia.
3. Convenir y preparar la Visita con tiempo.
4. Llegar al enfermo con ánimo, alegre, confiado. Aún en los momentos de mayor tensión y dolor,
siempre habrá una posibilidad para sembrar la esperanza y una oportunidad para vivir la alegría que
nace de la confianza en el Señor.
EN LA VISITA
1. Saludar al enfermo por su nombre, con bondad y cariño.
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DESPUÉS DE LA VISITA
1. Agradecer al Señor él haber permitido compartir con el enfermo o con el que sufre.
2. Hacer informe de 1a Visita (para el equipo).
3. Preparar la próxima visita de acuerdo a las experiencias vividas.
RECUERDA...
1. Fíjate si eres lo suficientemente cercano como para afrontar el tema. Las opiniones personales
sobre la propia fe son muy reservadas, no debes discutir con el paciente.
2. Trata de valorar cuán cercanos están y qué nivel de intimidad se ha establecido entre ustedes.
3. Sensibilidad y delicadeza, nacidas de la caridad, para no provocar pánico o rechazo.
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4. Habilidad para descubrir si hay una falsa concepción acerca de la justicia divina del juicio, del castigo
que -puedan estar perjudicando al enfermo. Sensibilidad y disponibilidad para escuchar, sin llegar
precipitadamente a condenas o a juicios prematuros. Si no se tiene la facilidad para descubrir el
estado de fe del paciente es mejor dejar el trabajo al sacerdote o a alguien más capacitado.
5. El trabajo pastoral de enfermos tiene que ser coordinado con el párroco, con el capellán, con el
sacerdote o con el asistente social. Las visitas a los en termos deben ser autorizadas y no es un
trabajo individualista. Somos representantes de a Cristo y de la Iglesia y no debemos, en lo posible,
causar rechazo o actitudes negativas.
6. Por encima de todo la caridad. La madre Teresa de Calcuta, con su actitud amorosa, de respeto y de
servicio ayudó a muchos miembros de otras religiones que, por lo menos en ella, al final de su vida,
vieran el rostro de Cristo y experimentaran su ternura. Hay que respetar la opción de fe del
paciente. Si las convicciones religiosas del paciente son distintas de las tuyas, respétalas y sostenlas
mientras sean útiles al paciente.
7. No tengas miedo de hablar si el paciente lo desea. Así como creemos útil permitir al paciente hablar
de los problemas que lo turban, la ayuda consiste en permanecer fieles junto al lecho del paciente y
escucharlo con apertura cuando quiera hablar de las convicciones religiosas personales y darle
testimonio de nuestra propia fe.