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TRÁFICO DE INFLUENCIAS
¿Qué es?
Consiste en el hecho de aprovecharse de una situación de privilegio para obtener
un beneficio propio o para favorecer a otra persona. Normalmente el concepto de
tráfico de influencias se aplica a los funcionarios públicos, quienes pueden acceder
a una información sensible y comerciar con ella con algún fin ilícito.
El tráfico de influencias era uno de los delitos contra la Administración Pública que
podía ser cometido por un particular, Como lo señalarnos anteriormente, la norma
general es la de que éstos son delitos especiales, por la calidad del sujeto
agente, y sólo por excepción podrán ser realizados por individuos que no tengan
esa calidad.
Tal visión jurídica cambió, toda vez que con la nueva redacción ofrecida por el
Código Penal de 2000 sólo puede ser sujeto activo el servidor público. Claro
está que los particulares, como se explicó en la parte general integral, pueden
intervenir en calidad de partícipes.
I. NOCIÓN
II. ANTECEDENTES
Aun cuando los elementos son distintos, tanto para el Código Penal de 1980 como
el del 2000 el antecedente inmediato de esta disposición puede encontrarse en el
artículo 198 del Código de 1936, ubicado dentro dc los delitos contra la
Administración de Justicia. Decía esta norma:
El que reciba o haga dar o prometer para sí o para un tercero dinero u otro
provecho indebido con el fin de obtener favor de la autoridad que esté
conociendo dc algún asunto, o de un testigo, perito o intérprete, invocando las
influencias reales o simuladas que ante ellos pueda desarrollar, incurrirá en
arresto de 15 días a 1 año y multa de 50 a 3.000 pesos.
El anteproyecto de 1976 "creó" Otra modalidad del delito referida al tráfico para la
"postulación" o nombramiento de determinados empleados. El artículo 178 en
efecto establecía:
El que invocando las influencias reales o simuladas que pueda interponer, reciba,
haga dar o prometer para sí o para un tercero, dinero o otra utilidad, con el fin de
obtener que otro sea postulado, elegido o nombrado como auxiliar de la justicia o
para un empleo oficial o cargo público, incurrirá en prisión de 6 meses a 3 años y
multa de 500 a 20.000 pesos.
El texto final del artículo original del Código Penal de 1980 quedó contemplado en
el artículo 147 así:
El que invocando influencias reales o simuladas, reciba o haga dar o prometer para sí
o para un tercero, dinero o dádiva, con el fin de obtener favor de un empleado que
esté conociendo o haya de conocer de un asunto, o de algún testigo, incurrirá en
prisión de 6 meses a 4 años y multa de 1.000 a 50.000 pesos
Esta norma posteriormente fue modificada por el artículo 25 de la Ley 190 de 1995
(Estatuto Anticorrupción). Veamos:
Artículo 147. El que invocando influencias reales o simuladas reciba, haga dar o
prometer para sí o para un tercero, dinero o dádiva, con el fin de obtener cualquier
beneficio de parte de servidor público en asunto que éste se encuentre conociendo
o haya de conocer, incurrirá en prisión dc 4 a 6 años, multa de 50 a 100 salarios
mínimos legales mensuales vigentes, e interdicción de derechos y públicas por el
mismo término de la pena principal.
La acción sólo la realizaba quien hacía dar o prometer para sí o para un tercero.
Podía él cometer cl hecho sin necesidad de intervención de extraños; llamábase
"beneficiario" de su acción de traficante o servidor público. Quien daba el dinero al
"intermediario" no realizaba cl tipo que se analiza.
La conducta consistía en recibir, hacer dar o prometer para sí o para tercero dinero
o dádivas con cl fin de obtener cualquier beneficio de parte de servidor público en
asunto que estuviere conociendo o hubiere de conocer, y alegando las influencias
reales o simuladas que ante cl mismo pudiera desarrollar.
El ingrediente subjetivo del tipo estaba dado por las expresiones "con el fin de
obtener cualquier beneficio de parte de servidor público en asunto que éste se
encuentre conociendo o haya dc conocer". El sujeto agente recibía el dinero, la
dádiva o aceptaba la promesa con la finalidad descrita, y es este aspecto el que en
cierta forma justificaba, aun tenuemente, la inclusión del comportamiento dentro de
los delitos contra la Administración Pública.
Al igual que en el cohecho, podía darse una modalidad que no implicaba
necesariamente bilateralidad, como cuando el particular ofrecía al servidor público
un dinero que éste no aceptaba.
Por excepción podía pensarse en una hipótesis de determinación por parte dc quien
daba el dinero a la persona que decía desplegaría sus influencias reales o
simuladas en relación con cl servidor público para que se configurara el antiguo
delito dc tráfico de influencias era necesario recibir o hacerse prometer para sí,
nunca para el funcionario, pues en estos casos cl delito debería recibir distinta
denominación jurídicas.
A nuestro juicio, como bien lo expusimos en ediciones anteriores, esta figura no
tenía razón dc ser y resultaba aconsejable que desapareciera del Código Penal, por
lo menos como delito contra la Administración Pública, habida cuenta que planteaba
las siguientes situaciones:
A. Que el sujeto activo recibiera de alguien un dinero alegando una influencia
simulada. Esta hipótesis es frecuente en el país, cuando al nombrarse un
ministro, o un empleado de rango importante, le aparece un sinnúmero de
parientes y de amigos "íntimos". Si un tercero entregaba dinero a uno decesos
''vividores" que alegan influencias que realmente no tienen (por ejemplo, para el
nombramiento de personal), simplemente estaba siendo víctima de un engaño
con consecuencias patrimoniales. La conducta bien podría encausarse en el tipo
legal de estafa.
B. Que el agente recibiera el dinero alegando influencias que realmente tuviera
ante el servidor público, pero que finalmente no las utilizara. La solución en este
caso es la misma contemplada para la hipótesis anterior. Claro está que en
ambos casos, si el "beneficio" que se buscaba era de contenido ilícito, no podría
el "perjudicado" alegar engaño, por cuanto cl objeto de la negociación era de
carácter indebido. Sería el mismo caso de quien denunciaba por estafa a alguien
por haberle vendido como marihuana una sustancia inocua.
C. Que el "vendedor de humo" recibiera el dinero y ejerciera realmente su
influencia sobre el servidor público. En este evento podían darse a su vez dos
subhipótesis: I. Que la influencia no lograra obtener el "beneficio" por parte del
servidor público caso en cl cual no veíamos de qué manera podía afectarse la
Administración Pública; 2. Que la influencia sirviera para obtener del servidor
público el "beneficio" que el traficante buscaba, caso en cl cual el agente del
Estado era autor de un delito de cohecho en cualquiera de sus modalidades; claro
está, siempre y cuando se encontraren presentes los restantes requisitos. Ya
explicábamos cómo ese 'beneficio" no podía ser el simple ejercicio de la función
pública.
Y en estos casos de "eficacia" de la influencia, bien podríamos estar en el terreno
de la determinación.
Tales razones, sin duda alguna, aconsejaron al Legislador del 2000 para redactar
una norma acorde con los tiempos y la verdadera corrupción de actualidad.
A. TIPICIDAD
Del antiguo delito de tráfico de influencias sólo queda el nombre. En relación con
la reforma introducida por el Código Penal dc 2000, el tipo penal quedó redactado
así:
Artículo 411. Tráfico de influencias de servidor público. El servidor público que utilice
indebidamente, en provecho propio o dc un tercero, influencias derivadas del ejercicio del
cargo o de la función, con cl fin de obtener cualquier beneficio dc parte de servidor público
en asunto que éste se encuentre conociendo 0 haya de conocer, incurrirá en prisión de 4 a
8 años, multa de 100 a 200 salarios mínimos legales mensuales vigentes, c inhabilitación
para el ejercicio de derechos y funciones y funciones públicas dc 5 a 8 años.
Debe tenerse en cuenta, para el tipo penal anterior, que el artículo 14 de la Ley
890 dc 2004 produjo un aumento global de las penas así: "se aumentarán en la
tercera parte en el mínimo y en la mitad en el máximo".
Las modificaciones que introduce la reforma al Código Penal son las siguientes:
A. Se convierte en un tipo penal con sujeto activo calificado, esto es, sólo
puede incurrir en cl mismo quien tenga la calidad de servidor público. Antes
podía incurrir en este delito tanto el particular como el servidor público, toda vez
que el Código anterior utilizaba la expresión "el que".
B. En cuanto al verbo rector, el nuevo tipo penal habla dc "utilizar
indebidamente", mientras el Código Penal dc 1980 consagra la expresión
"invocando"; 5ta modificación tiene connotaciones en cuanto al momento
consumativo del tipo pues la conducta se sancionaba por el simple hecho de
hacerse dar o prometer al invocarla, sin que importara si era o no ejercida; es
por ello que se eliminó la referencia a las influencias simuladas, al consagrar la
expresión "influencias derivadas del ejercicio del cargo o de la función", lo que
significa que la influencia ha real, porque para la consumación de la conducta
ha dc ser utilizada. Por último' la nueva redacción elimina la expresión "haga
dar o prometer para sí o para un tercero", que utilizaba el Código de 1980; basta
con utilizar indebidamente en provecho propio o de un tercero la influencia.
C. En cuanto al ingrediente subjetivo, sigue siendo el mismo: "con el fin de
obtener cualquier beneficio de parte de servidor público en asunto que éste se
encuentre conociendo o haya de conocer".
I . TIPO OBJETIVO
Sólo lo puede ser cl servidor público. Como también se puede configurar el delito
por el "abuso de la función", es posible que incurran en tráfico de influencias los
servidores públicos por asimilación, por ejemplo, aquel particular que ejerce
funciones públicas y en temática relacionada con las mismas pretende obtener,
utilizando indebidamente su situación de privilegio frente a otros, algún beneficio
relacionado con un asunto a cargo de otro servidor público real o por asimilación.
El sujeto activo está constituido por servidores públicos con cierto y real poder de
influencia, esto es, combate los verdaderos abusos de poder, toda vez que cl tipo
antiguo reprimía conductas que en la gran mayoría dc las veces son llevadas a
cabo por sujetos sin mayor capacidad dc daño, lo que indicaba que sus
destinatarios eran "los de ruana".
B. SUJETO PASIVO
El sujeto pasivo es el Estado.
Lo es el otro servidor público, real o por asimilación, hacia el cual se dirigen las
indebidas influencias y de quien se espera la obtención del beneficio para sí o para
otro. Se trata de un objeto material de naturaleza personal, empero, lo que se
pretende por el sujeto activo debe tener relación con el cargo o función pública que
ejerce el sujeto pasivo: "en asunto que éste se encuentre conociendo o haya de
conocer".
E. CONDUCTA
En primer lugar debe precisarse que contiene un ingrediente subjetivo dcl tipo:
"con el fin dc obtener cualquier beneficio". Ese beneficio puede ser económico,
profesional, laboral, etc.
Sólo admite cl dolo directo Consiste en conocer los elementos del tipo y querer
su realización.
No es posible cl dolo eventual ni la culpa. Primero por cuanto el dolo eventual
quedaría excluido por el ingrediente subjetivo del tipo, habida cuenta que tal
modalidad de imputación se funda esencialmente en el elemento cognoscitivo y si
se exige más dc lo volitivo se cae en el dolo directo (art. 22 C. P. de 2000); lo
segundo, por la implantación del sistema de numerus en materia de imputación
subjetiva culposa (art. 21 ibíd.).
Es casi imposible admitir un error de tipo. Es tan evidentemente abusivo el tráfico
de influencias, como exceso de poder, que al romper cualquiera tiene capacidad
intelectual de saber que se abusa del cargo o de la función; sobre todo que aquellos
servidores públicos con capacidad de influir son quienes ocupan posiciones
privilegiadas, a las cuales no llegan sino los que conocen bien el funcionamiento de
la Administración Pública, precisamente para llevar a cabo este y cualquier otro tipo
de "tropelías y torcidos".
3. AUTORIA Y PARTICIPACIÓN
4. TENTATIVA
5. CONCURSO DE DELITOS
Si el acto a cargo del sujeto pasivo, del cual derivaría el beneficio, es constitutivo
de un delito, de realizarse convertiría al traficante de influencias en determinador
de concusión, cohecho, prevaricato, celebración indebida de etc. De allí que se
trate de un aparente concurso de tipos.
Resulta un muy buen instrumento para luchar contra la corrupcion permitiéndole
a los servidores públicos honestos revelarse contra las indebidas influencias
presentando resistencia a las mismas y denunciando a sus autores, por lo
general depredadores de la cosa pública.
B. CAUSALES DE JUSTIFICACIÓN
D. PUNIBILIDAD
ENRIQUECIMIENTO ILICITO
I. NOCION
El empleado oficial que por razón del cargo o de sus funciones, obtenga
incremento Patrimonial no justificado, siempre que el hecho no constituya otro
delito, incurrirá en prisión de 1 a 8 años, multa de 20.000 a 2.000.000 de pesos
e interdicción de derechos y funciones públicas de 2 a 10 años.
En la misma pena incurrirá la persona interpuesta para disimular el incremento
patrimonial no justificado.
La disposición tenía un tercer inciso que decía: Las pruebas aducidas para justificar
el incremento patrimonial son reservadas y no podrán utilizarse para ningún Otro
efecto.
La última parte del artículo fue declarada inexequible por la Corte Suprema de
Justicia en sentencia del 9 de diciembre de 1983. El argumento fue el de que tal
disposición implicaba una autolimitación del Estado para la investigación de los
delitos, que resultaba contraria al mandato de los artículos 16, 143 y 26 de la C. N.
de 1886. Al punto dijo la Corte Suprema de Justicia:
De otra parte, frente al postulado normativo del artículo 16 de la Constitución,
que le impone al Estado el deber de proteger a las personas en su vida, honra
y al mandato superior del artículo 143 que le otorga la potestad, por
intermedio del Ministerio de defender de la Nación y de perseguir los delitos
y contravenciones que turben el orden social, resulta incompatible prescribir
en norma de carácter legal que una prueba aducida para demostrar que no ha
habido incremento patrimonial a costa del erario adquiera el carácter
petrificante de reservada, intransmisible e inoponible frente al propio Estado,
que tiene como función el logro de la verdad respecto de eventuales
conductas de naturaleza distinta que resultaren amparadas impunemente con
ese extraño fuero.
Ninguna norma legal, por loable que parezca, puede impedirle al propio Estado su
indeclinable tarea de guarda de la integridad, vida, honra y bienes de la persona y
de la tutela del bien común y del sosiego social, por la Constitución. Frente a ella
es incompatible prohibirle a la autoridad utilizar una prueba allegada a determinado
proceso "para ningún otro efecto", siendo que artículos superiores 16 y 143 la
conminan Precisamente a lo contrario.
{…} Así mismo, el debido proceso consagrado por mandato del artículo 26 superior
significa que a todo sindicado de la comisión de un delito se le debe garantizar su
"derecho de defensa", cuyos principios de controversia probatoria, oportunidad
para alegar, plena prueba y potestad de ser oído y vencido en juicio obligan al
Estado a protegerlo y a garantizarle plenamente su posibilidad de acreditar su
inocencia sin cortapisas.
Por lo tanto, disponer mediante norma con fuerza legal que la prueba aducida para
desvirtuar determinada modalidad delictiva es reservada e intransmisible y no
puede utilizarse para ningún otro efecto, o sea, ni siquiera para poder invocar la
inocencia de otro sindicado, o del mismo, respecto de otro hecho punible, viola
arbitrariamente el derecho de defensa y es por ello inexequible.
La Asamblea Nacional constituyente incorporó en la Carta Política de 1991 una
serie de reformas que buscaban el saneamiento de las costumbres sociales y
políticas; para el efecto incluyó dos disposiciones que hacen referencia al tipo en
estudio:
Artículo 63. El artículo 148 del Código Penal quedará así: "Artículo 148.
Enriquecimiento ilícito. El servidor público que obtenga incremento patrimonial que
no justifique, incurrirá en prisión de 3 a 8 años, multa equivalente al incremento
patrimonial obtenido e interdicción de derechos y funciones públicas de 10 años.
AI revisar los hechos punibles mencionados se ha encontrado que los cuatro fines
propios de la pena (prevención, protección, retribución y resocialización) no se están
verificando.
Las penas privativas de la libertad son en muchos casos bajas y en general se sitúan
dentro de rangos muy amplios, lo que se traduce en una mínima o nula intimidación,
cuando no en una franca impunidad. Las penas pecuniarias, establecidas en valores
nominales del año de 1980, son irrisorias, lo cual ocasiona una gran desproteccion,
máxime si las multas se comparan las sumas de que el Estado es despojado. Las
penas interdictivas de derechos y funciones públicas se concretan en lapsos muy
cortos, lo que significa en más de un caso que el infractor no sólo no es lo
suficientemente castigado, sino que además regresa de poco tiempo a la función
pública sin que se manifieste de su parte una debida resocialización {…}
Artículo 38. El artículo 148 del Código Penal quedará así: "Artículo 148.
Enriquecimiento ilícito. El servidor público que obtenga incremento patrimonial no
justificado, siempre que el hecho no constituya otro delito, incurrirá en prisión de 6
a 15 años, multa equivalente al incremento patrimonial e interdicción de derechos
y funciones públicas de 10 años.
Este artículo fue aprobado por la comisión primera de la Cámara y por el Senado
en su sesión plenaria del 16 de diciembre de 1994. Pero en el mes de mayo de
1995, una vez elaborada el acta de conciliación de las comisiones accidentales del
Senado de la República y de la Cámara de Representantes, se acordó como texto
definitivo el siguiente:
Artículo 26. La pena de que trata el delito previsto en el artículo 148 del Código
Penal será de 2 a 8 años de prisión, multa equivalente al valor del
enriquecimiento e interdicción de derechos y funciones públicas por el mismo
término de la pena principal.
1. Se elimina del tipo penal la expresión "por razón del cargo o de sus
funciones" —ingrediente normativo—, que fue muy criticada por la doctrina, y
consagra una circunstancia temporal en la cual debe presentarse el incremento
patrimonial injustificado: "durante su vinculación con la Administración o en los
dos años siguientes a su desvinculación", como lo hacían los anteproyectos de
1974 y 1976.
2. El incremento patrimonial puede ser para el servidor público o para otra
persona, pues se incluye la expresión "obtenga para sí o para otro".
3. Se mantiene el carácter subsidiario del tipo penal.
4. El proyecto elimina el inciso 2.0 del artículo 148 del C. P. de 1980 que
sanciona a título de autor a la persona interpuesta para disimular el incremento
patrimonial.
5. La pena mínima se aumenta en 4 años, esto es, pasa a ser de 2 a 6 años, y
la pena máxima se incrementa en 2 años, es decir, queda en 10 años.
6. La pena de multa se aumenta, equiparándola al doble del valor del
incremento patrimonial injustificado, sin que supere el tope máximo de 50.000
salarios mínimos legales mensuales vigentes. Antes era equivalente al
incremento patrimonial injustificado.
7. La interdicción de derechos y funciones públicas pasa a ser de 6 a 10 años.
En el C. P. de 1980 era el mismo término de la pena principal.
Debe tenerse en cuenta, para el tipo penal anterior, que el artículo 14 de la Ley
890 de 2004 produjo un aumento global de las penas así: "se aumentarán en la
tercera parte en el mínimo y en la mitad en el máximo”
Dicha declaración solo podrá ser utilizada para los fines y propósitos de la aplicación de las
normas del servidor público.
Sin perjuicio de las demás sanciones que establezca la ley, el servidor público que sea
condenado por delitos contra el patrimonio del Estado, quedará inhabilitado para el
desempeño de funciones públicas.
El artículo 1º del Acto Legislativo 01 de 2004, que modificó el inciso final del artículo
122 mencionado, no solo engloba como inhabilidad la condena por delito contra el
patrimonio del Estado dolosos, sino aquellas por culpa y en cualquier modalidad de
intervención (autores, determinadores y cómplices). Incluso extiende la inhabilidad
para efectos de la celebración de contratos con el Estado.
La ley 190 de 1995 (Estatuto Anticorrupción) desarrolló los incisos 3º y 4º del artículo
122 de la C.N, así:
Artículo 13. Será requisito para la posesión y para el desempeño del cargo la
declaración bajo juramento del nombrado, donde conste la identificación de sus
bienes. Tal información deberá ser actualizada cada año, y en todo caso al momento
de su retiro.
Artículo 14. La declaración juramentada deberá contener como mínimo la siguiente
información:
1. Nombre completo, documento de identidad y dirección del domicilio
permanente.
2. Nombre y documento de identidad; del cónyuge o compañero (a) permanente
y parientes en primer grado de consanguinidad.
3. Relación de ingresos del último año
4. Identificación de cuentas corrientes y de ahorros en Colombia y en el exterior,
si las hubiere.
5. Relación detallada de las acreencias y obligaciones vigentes
6. Calidad de miembro de juntas o consejos directivos
7. Mención sobre su carácter de socio en corporaciones o sociedad o
asociaciones
8. Información sobre existencia de sociedad conyugal vigente o de sociedad de
hecho entre compañeros permanentes.
9. Relación e identificación de bienes patrimoniales actualizada.
Artículo 15. Será requisito para la posesión o para el ejercicio de función pública
suministrar la información sobre la actividad económica privada del aspirante. En ella se
incluirá la participación en sociedades o en cualquier organización o actividad privada de
carácter económico o sin ánimo de lucro de la cual haga parte, dentro o fuera del país. Todo
cambio que se produzca, deberá ser comunicado a la respectiva entidad dentro de los dos
(2) meses siguientes al mismo.
Dicha declaración sólo podrá ser utilizada para los fines y, propósitos de la
aplicación de las normas del servicio público.
Sobre ello afirmábamos que por no haber referido el incremento a una circunstancia
temporal –durante el ejercicio del cargo y un tiempo después- esta disposición
constituye un verdadero galimatías. En efecto, no puede haber ningún aumento
patrimonial –salvo el caso de sueldos y prestaciones- que, obtenido en razón del
cargo, sea justificado. Todo incremento patrimonial derivado del ejercicio de la
función pública no tiene justificación: ¿Cómo puede justificarse un ingreso –distinto
a los pagos del Estado- generado por el ejercicio del cargo público?
Por esta razón era mejor la fórmula del proyecto de 1976, que refería el incremento
patrimonial a una circunstancia puramente temporal. Asi resultaría más fácil aplicar la
disposición y obedecería mejor a la filosofía que la inspiro. Pero en la forma que quedo
redactada finalmente redacta resulta, en vigencia del Código Penal de 1980, prácticamente
inaplicable.
El problema resultaba mayor si se tenía en cuenta que este era un tipo subsidiario,
es decir que se aplicaba solo a falta de disposición diferente. ¿Qué incremento
patrimonial no justificado, derivado del ejercicio del cargo o de la función, no
constituye automáticamente delito de concusión, de peculado, de cohecho o de
prevaricato? Desde este punto de vista, la norma resultaría absolutamente
innecesaria. En efecto, el hecho o no es delictuoso o corresponde a la descripción
de otro tipo legal.
Por tanto, afirmábamos, para poder interpretar funcionalmente el tipo penal se hacía
necesario entender que la expresión “por razón del cargo o de sus funciones” apunta
a la mera exigencia de una causalidad general”, esto es, que se descarte que no
proviene de una actividad particular. Lo contrario, es decir, pretender la
demostración de una “causalidad específica”, harían nugatorio el tipo, con las
consecuencias antes señalas; en contra se ha manifestado MOLINA ARRUBLA,
puesto que demanda un nexo causal especifico entre el incremento patrimonial
injustificado del servidor público y el cargo o la función pública.
La conducta objetiva prevista en esta norma consiste en la obtención, por parte del
empleado oficial, de un incremento patrimonial no justificado, siempre y cuando como el
mismo texto legal, lo exige, dicho enriquecimiento se haya obtenido por razón del cargo o
de las funciones propias de este y que tal hecho no constituya otro delito.
Es claro que si la presunción (iuris tantum) de responsabilidad consagrada en los proyectos
de 1976 y 1978 no fue acogida por la norma vigente, corresponde al Estado demostrar que
por parte del empleado oficial no solo hubo un acrecimiento patrimonial no justificado, sino
también que este fue obtenido por razón del cargo público o de las funciones inherentes a
éste.
Obvio es que la prueba que acredita el nexo causal entre el cargo público y el
enriquecimiento no justificado es de carácter indiciario o circunstancial, porque asi lo exige
el carácter subsidiario del delito.
Pertinente es aclarar, como lo hace el magistrado ALDANA ROZO en el estudio trascrito
por la delegada, que este carácter subsidiario que se le dio al punible no fue para solucionar
posibles conflictos aparentes de tipos, como con frecuencia lo hace el legislador, sino para
impedir que por falta de precisión probatoria quedara en la impunidad cualquiera de los
otros delitos contra la Administración Publica.
Es decir que si se demuestra que un empleado oficial se enriqueció injustificadamente por
razón de su cargo o de las funciones propias de este, pero la prueba no permite establecer
con precisión si el incremento patrimonial fue producto de un peculado, de un cohecho, de
una concusión, etc., habría necesidad de absolver si no existiera en el Código la figura del
enriquecimiento ilícito, concebida precisamente para suplir esa falta de precisión probatoria.
Porque si la prueba permite deducir con certeza que el incremento patrimonial fue
el producto de un peculado, de un cohecho, etc., pues obviamente al empleado
oficial se le condenara por el peculado o por el cohecho o por el delito contra la
Administración Publica que con precisión se hubiere establecido.
Esta subsidiariedad del tipo, como ya se anotó, es la que no permite que la prueba
del nexo causal entre el enriquecimiento no justificado y el cargo público o de las
funciones propias de este sea una prueba directa, porque entonces se estructuraría
no el tipo subsidiario del enriquecimiento ilícito, sino cualquiera otro de los tipos
principales (peculado, cohecho, concusión, etc.). La prueba, pues, en relación con
este aspecto, siempre será de carácter indiciario o circunstancial.
Sobre este particular aspecto, son valederas las atinadas consideraciones del
procurador que en esta ocasión colabora con la Sala:
“Tanto la carga formal de la prueba (a quién corresponde probar) como la carga
material de la prueba (a quién perjudica la ausencia de prueba sobre determinado
tópico) corresponde al Estado en nuestro sistema penal, y consecuentemente
favorece al reo. Empero, este principio hay que entenderlo en sus justos límites,
sobre la base de que el sistema de apreciación racional de la prueba implica que la
duda capaz de diluir la imputación en favor del acusado es también la duda
racional”.
Por supuesto que los hechos constitutivos de la infracción, como la ausencia de los
impeditivos, deben ser susceptibles de actividad probatoria. Pero cada delito tiene
su propia estructura, como tiene su propia dinámica, y por ende cuando,
desarrollada la actividad pesquisitoria en términos racionales y con observancia del
principio de investigación integral, nada indica la presencia de circunstancias
justificantes o de inculpabilidad en la realización de la conducta, mal podría absolver
el fallador con fundamento en el beneficio de la duda.
Así, las dudas que plantea la defensa (tanto a través del acusado como de su
mandatario judicial) van más allá de lo razonable. La investigación cobijo distintas
hipótesis suministradas por el propio implicado, sin que ninguna de éstas lograra
satisfacer el vehemente indicio de antijuricidad suministrado por la existencia del
núcleo típico que está absolutamente probado, es decir, el enriquecimiento
producido en periodo durante el cual el procesado desarrollaba la función pública, y
no explicado ni justificado en su origen, ilícitamente. Si eso es así, no se está
presumiendo por el fallador la ilicitud sino que se está infiriendo de los hechos
mismos, como se infiere el dolo de las acciones no explicadas y que ordinariamente
no son susceptibles de llevarse a cabo de manera imprudente o fortuita. Lo ue
ocurre es que las proposiciones negativas, no son por naturaleza, susceptibles de
probarse. Lo que se prueba es lo positivo que las descarta. De ahí que el proceso
no está edificado sobre presunciones de derecho y de la estructura típica, ni sobre
la inactividad procesal que invierte la carga probatoria. Es un hecho el
enriquecimiento o el incremento patrimonial; es otro hecho la incapacidad
económica de los ingresos ordinarios del procesado para originar ese incremento;
es otro hecho la concentración de ese enriquecimiento en un lapso brevísimo de
más o menos un año; es otro hecho la ausencia de proporcionalidad entre los
rendimientos vinculados a una actividad económica o comercia de índole común y
las adquisiciones hechas por el sindicato; es otro hecho que ninguna prueba señala
la existencia de un delito concreto que explique la consecución de los dineros (lo
que desplazaría la tipicidad subsidiaria a la básica del respectivo delito). Y esos
hechos indican, llevan a inferir, la ilicitud del enriquecimiento porque ninguna de las
explicaciones entregadas resulto confirmada y en cambio gran parte de ellas resulto
rebatida”
El artículo 412 del C.P de 2000 ha recogido las mencionadas críticas, disponiendo,
como circunstancias temporales durante las cuales se comete el delito: a. Durante
la vinculación con la Administración, y/o b. Después de haber desempeñado
funciones públicas hasta dos años después de haber cesado la vinculación oficial.
Esto es, ha entendido el legislador que en este tipo penal, por razones probatorias,
rige una causalidad de tipo general y no la específica que implicaría la existencia
de los delitos principales que demostraran cuál fue el acto ilícito oficial del cual
surgió el incremento patrimonial.
Entere el incremento patrimonial injustificado y el cargo o las funciones inherentes al mismo
la relación no suele ser directa sino circunstancial. Salvo la confesión, cualquiera otra
prueba directa conduciría a la muy probable tipificación de otra conducta ilícita, desplazando
la tipicidad hacia la concusión, el cohecho u otra figura específica que, en principio por su
carácter de principal subsumiría a la subsidiaria.
Por lo demás y por tratarse de un tipo subsidiario, excluye el concurso efectivo con
cualquier otro delito contra la Administración Pública.
Tiene carácter subsidiario, en cuanto que la ley supedita su aplicación a que la conducta
típica no configura otro delito en el que hubiere podido incurrir el sujeto cualificado. Esta
última característica excluye la posibilidad de la figura del concurso frente a otros tipos
penales de la misma categoría- concurso aparente de tipos-. Ello quiere decir que si las
pruebas aportadas al proceso permiten deducir con certeza que el incremento fue fruto, por
ejemplo, de un peculado, de un cohecho, etc., obviamente al servidor público se le
condenará por peculado, o por el cohecho, quedando excluido de su aplicación el
enriquecimiento ilícito –lex primaria derogat legi subsidiariae-
En efecto asi se ha dicho que “no debe perderse de vista que, dada la subsidiariedad
del tipo penal de enriquecimiento ilícito, su existencia como infracción penal está
condicionada a que la obtención, por parte del empleado oficial, de un incremento
patrimonial no justificado por razón del cargo o de las funciones propias de éste no
constituya otro delito”.
Los tipos penales subsidiarios presuponen la existencia de otras infracciones en cuya
descripción no encajan.
Singularizando el caso del enriquecimiento ilícito, de tiempo atrás tenía ya precisado por su
parte la doctrina que la subsidiaridad en él “opera de modo diverso, por cuanto en estricto
sentido no se trata de que el hecho no constituya otro delito, sino de que no aparezca
demostrada en concreto la comisión de uno o varios delitos cometido en el ejercicio del
cargo”.
Este tipo penal busca sancionar al particular que directa o indirectamente obtenga
incremento patrimonial no justificado derivado de actividades delictivas. Ese
incremento patrimonial puede ser para el particular que incurre en la conducta típica
o para otra persona.
El enriquecimiento ilícito de particulares guarda relación directa con los principios que
dieron origen a la tipificación de la conducta punible de los servidores públicos. Sin
embargo, se presenta algunas diferencias estructurales: en primer lugar, se trata de un tipo
penal de sujeto activo indeterminado, es decir, el delito puede ser cometido por cualquier
persona sin características especiales; en segundo lugar, y como consecuencia de la
calidad del sujeto, el tipo penal condiciona la punibilidad del enriquecimiento no solo a que
éste sea injustificado, sino que además provenga de “actividades delictivas”; en tercer lugar,
se trata de un delito especial y autónomo, comoquiera que describe un modelo de
comportamiento al que puede adecuarse de manera directa o inmediata la conducta del
actor, sin necesidad de recurrir a otro tipo penal, ni a otro ordenamiento jurídico. Demostrar
el origen de un incremento patrimonial es una obligación general que el Estado puede hacer
exigible en todo momento a cualquier persona natural o jurídica; es una consecuencia del
principio constitucional de que toda persona debe vivir sometida a la Constitución y a la ley,
en el caso de los particulares cabe recordar que estos deben demostrar al Estado
anualmente sus ingresos y la procedencia de los mismos mediante la declaración de renta,
no solo para que el Estado, de conformidad con las leyes preestablecida, grave en alguna
medida su patrimonio, sino además para ejercer control sobre su licitud. Un
desproporcionado e injustificado incremento es precisamente lo que da lugar al ejercicio de
la acción penal por enriquecimiento ilícito, debiendo el Estado establecer plenamente la
responsabilidad penal del imputado o su inocencia.
C. ANÁLISIS DE LA DISPOSICIÓN
Puede incurrir en este delito cualquier persona, ya sea un particular o un servidor
público; por lo tanto estamos frente a un tipo penal con sujeto activo no cualificado.
Lo es la sociedad, por ser titula del interés jurídico tutelado –orden económico y
social-. Sin embargo, se trata de un tipo penal pluriofensivo, pues pretende también
amparar simultáneamente al Estado e igualmente el patrimonio de las personas que
se ven afectadas con la comisión de esta conducta punible, respecto de los efectos
globales que producen en la economía.
Muy controvertido ha sido el punto en torno de cuál es el bien jurídico tutelado por
este tipo penal. De acuerdo con el pronunciamiento de la Corte Constitucional en
sentencia C-319 de 1996, dicho interés es la moral social, “que, para el caso de los
particulares, busca castigar la propiedad obtenida ilícitamente y cualquier otro
interés económico que de ella se pueda derivar. El Estado, evidentemente, no
puede consentir que la propiedad tenga un origen distinto al justo título y por ello
sanciona a quienes incrementan su patrimonio ilícitamente, en defensa de la
propiedad lícitamente, en defensa de la propiedad lícitamente adquirida”.
Sin embargo, frente al punto hubo salvamento de voto:
Ciertamente, el artículo 34 de la Constitución Política hace referencia al enriquecimiento
ilícito, pero el error interpretativo reside en la falsa idealización de la “moral social” a la cual
alude la disposición; y más aún, el error se concreta en la conversación automática
enriquecimiento ilícito: de la Constitución Política al derecho penal, en una deducción
automática. Asi la alusión genérica de un precepto constitucional que – como luego se verá
y como lo ha dicho la propia Corte Constitucional- en cuanto a la función instrumental que
le da al enriquecimiento ilícito, situándolo en el marco de la protección de la propiedad
lícitamente obtenida, es aquí, al contrario, convertida dicha alusión automáticamente en un
bien jurídicamente tutelado. Bien jurídico que no existe en el orden jurídico, sino que es
construido como recurso ad hoc {…}
Nada más complicado para el derecho penal y para las garantías constitucionales que los
bienes jurídicos vagos, gaseosos, y difusos, sobre todo cuando la vaguedad está fundada
en la apelación a la moral. Precisamente el uso instrumental del derecho penal encuentra
su mayor fuerza y se constituye en mayor amenaza en la discriminación moral de las
conductas y de sus actores. Ello pertenece a un derecho penal pre moderno, inquisitorial,
y con una evocación eficientista a ultranza en el cual prima la eficacia sobre los derechos
fundamentales; es decir, prima eficacia sobre la legitimidad, la pura razón instrumental
sobre la razón valorativa. Justamente, una de las características esenciales del derecho
penal moderno es que resuelve el problema del mal. Lo desplaza. El mal es legado a un
ámbito que no será relevante más para la acción penal estatal. El derecho penal se edifica
entonces sobre la teoría del delito que presupone la violación de una norma jurídica y no
de normas éticas, o de ambiguos universos morales {…}
Son todos estos cuestionamientos válidos, pues en acciones abiertas de limpieza moral
fundamentas en un derecho situacional, eficientista, los destinatarios de dicha limpieza
serán intercambiables: hoy el gran corrupto, y mañana un enemigo extraído de cualquier
fuente de confusión entre el derecho, la política y la moral {…}
La urgencia de castigo sin medida termina por desestructurar la propia función de justicia:
la sobrecanalización del sistema penal asediado por demandas que no alcanza a canalizar
termina por bloquearlo {…}
Al recurrir el derecho penal a la moral, al servirse de fórmulas como “la moral social”, por
ejemplo, por fuera de él mismo y como recurso ad hoc, se niega el sistema, se neutraliza
su función, pues se bloquea con elementos extraños y que aquel no reconoce y no logra
procesar. La moral, el derecho y la política son sistemas autodiferenciadores cada uno de
ellos respecto de los demás…
V. PREVARICATO.
El prevaricato, en términos generales, se presenta cuando un servidor público emite
un acto ilegal. El prevaricato implica una violación al principio de legalidad,
entendido como la necesidad de que todos los actos de los empleados oficiales en
el ejercicio d sus funciones correspondan a las normas jurídicas que regulan la
expedición de este acto. La ley, naturalmente, debe entenderse para estos efectos
en sentido material y no forma. La violación al principio de legalidad así concebido
origina, de manera general, el delito de prevaricato. Esas normas bien pueden
referirse a la competencia o a la regulación misma de la forma como debe ejercerse
la función pública.
La palabra prevaricato significa andar torcido (varicare) o torcimiento del derecho.
La jurisprudencia penal ha dicho: “el prevaricato que en la acepción latina del
vocablo el que anda con los pies torcidos, en su esencia radica en la discordancia
entre el derecho que el funcionario conoce y el que se aplica, por lo que el objeto
jurídico tutelado es el ejercicio de la función pública sobre los criterios de legalidad,
rectitud e imparcialidad del funcionario respecto de la función encomendada”.
La doctrina afirma que “el delito de prevaricato tiene la particularidad de la
suplantación de la voluntad de la ley por la propia del juez o la interpretación
subjetiva de la ley”.
I. ANTECEDENTES:
I. TIPICIDAD
A. TIPO PENAL OBJETIVO.
Como se ha sostenido, delimita desde donde y hasta donde, cuando, donde y como
se protege el bien jurídico penalmente: “la misma definición de los tipos legales,
como conductas prohibidas, delimita el ámbito de protección del bien jurídico de la
administración pública, que de otra manera quedaría expuesto a interpretaciones
amplias y extrajurídicas nocivas a los principios de seguridad jurídica y legalidad”.
1. SUJETO ACTIVO
Sujeto activo es el servidor público, bien sea del orden judicial, administrativo o
incluso legislativo.
2. SUJETO PASIVO.
Lo es el Estado, como se ha venido sosteniendo en los demás delitos ubicados en
este título.
El ELEMENTO NORMATIVO
“MANIFIESTAMENTE CONTRARIO A LA LEY”
También es elemento normativo del tipo la frase” manifiestamente contrario a la ley”.
La determinación de lo que constituye la esencia del injusto en el prevaricato no ha
sido tema fácil. Existen varias teorías de lo que se debe entender como tal.
I. TEORÍA SUBJETIVA
Según esta posición existe injusticia cuando el acto jurídico se produce por su autor
“de manera distinta a como, según su convicción jurídica, debería hacerlo; es decir,
prevarica el que traiciona con su decisión la idea que se ha formado en su
conciencia sobre qué es justo en el caso concreto que ha de decidir”.
La doctrina encuentra como inconveniente el que si resulta difícil establecer
objetivamente cuándo se está frente a una injusticia manifiesta, con más razón, y
hasta imposible resulta, verificar cuándo el asunto no tiene correspondencia con la
idea de justicia que profesa el operador jurídico. Mas también, y aquí nos
encontramos frente a un problema insalvable, el operador jurídico “de ideología
contraria al contenido de las leyes que debe aplicar prevaricaría siempre que las
aplicara con arreglo a su propio sentido”.
Pero además, agregamos nosotros, tal teoría resulta incompatible con los
fundamentos constitucionales del injusto en Colombia. En efecto, lo contrario a
derecho en nuestro medio está dado por la “afectación del bien jurídico”, lo cual se
constituye en la antijuricidad material (art. 11 C.P. de 2000), por tanto el elemento
fundante del injusto es el “desvalor de resultado”, ocupando el “desvalor de acción”
sólo un papel auxiliar o cofundante.
Si un operador jurídico aplica la ley correctamente, así se aparte de sus propias
convicciones, no comete injusto alguno. De lo contrario en nuestro medio
tendríamos que admitir como punible el llamado “delito putativo”, el cual se genera
cuando objetivamente la conducta es acorde con el Derecho pero subjetivamente
se cree que se está quebrantando el orden jurídico. Se desquiciaría la prevalencia
del desvalor de resultado y reclamaría puesto principal y autónomo el desvalor de
acción
Así mismo, no debe perderse de vista que lo que constituye injusto es el carácter
antijurídico de la “resolución, dictamen o concepto” y no su fundamentación, puesto
que si lo decidido, dictaminando o conceptuado es correcto pero no su sustentación
jurídica, técnica o científica, lo que se presentará será un prevaricato por omisión.
Para esta posición “el término injusticia debe medirse en relación al ordenamiento
jurídico, de modo que injusto será todo” acto jurídico constitutivo del objeto material
“contrario a Derecho”. Se hace alusión al derecho positivo contemplado tanto en el
plano formal como material, con “respecto del sistema de fuentes y de las normas
del ordenamiento jurídico de interpretación y de integración”; de allí que, así lo
decidido, dictaminado o conceptuado no sea producto de la “convicción jurídica” del
operador jurídico, pero si de conformidad al ordenamiento jurídico en tanto y en
cuanto es justificable teóricamente utilizando las normas de interpretación
aceptadas, nos encontraremos ante un acto impregnado de justicia.
Es la más aceptable de las diferentes posiciones y así, acogiéndose a ella, lo
sustentaremos más adelante, no sin antes anunciar que de todos modos se tienen
en cuenta muy especialmente lo que indica la teoría que a continuación abordamos.
Así pues, para mantenerse alejado del prevaricato, el “juez ha de seguir-en el
desempeño de su función—lo prescrito en las disposiciones legales, si actúa de ese
modo, no comete ninguna prevaricación, aun cuando el resultado de su actuación
fuera objetivamente o subjetivamente incorrecto; lo mismo que su convicción ha de
inferirla de los medios legales prescritos, es decir, los medios interpretativos del
ordenamiento jurídico establecido reiteradamente por la jurisprudencia.
Se requiere que el acto evidencie ostensible ilegalidad; no basta, pues, una discrepancia
conceptual entre funcionario y algunas de las partes sobre aspecto fáctico o jurídico, o
interpretación normativa diversa a la predominante, o administración judicial o administrativa
revocada luego en instancia superior por incorrecta, para concluir que se está frente a un
prevaricato; hechos confusos, material probatorio que apunte en opuestas direcciones,
normas oscuramente redactadas o susceptibles de diversas interpretaciones por su
complejidad, pueden dar lugar a decisiones variadas y en veces contrapuestas respecto de
situaciones fácticas similares, sin que por ello pueda afirmarse siempre que se ha incurrido
en prevaricato. Copiosa y de larga data ha sido la jurisprudencia al señalar que en tratándose
de la natural diferencia de criterios en cuanto a la exégesis y ulterior aplicación de normas
legales a un caso concreto no se configura el prevaricato. De allí que cuando se juxga una
decisión o resolución tildada de prevaricadora no se ocupa de ella como juez de instancia
para considerarla acertada o no, pues aun providencias desacertadas pueden no ser
prevaricadoras.
Aparte de los demás elementos integradores de este tipo penal en su forma activa se precisa
que la decisión adoptada por el funcionario lo haya sido a sabiendas de que es contraria a
la ley, esto es, con clara conciencia, con pleno conocimiento de su ilegalidad, como lo exigía
la norma derogada, o que sea manifiestamente contraria al ordenamiento legal, como lo
prescribe el código vigente. CSJ, Sala de casación penal. Auto del 15 de abril de 1982.
DARIO VELASQUEZ
Tal forma de pensar ya venía impuesta por una antigua jurisprudencia, la cual
delimitaba perfectamente el asunto como un tema de imputación subjetiva:
El elemento subjetivo de esta infracción penal la señala la norma citada (art. 168 C.P. de
1936) con la expresión “a sabiendas” que ha sido interpretada por la doctrina como la
exigencia de un conocimiento claro de la ilicitud de la conducta y una intención determinada
de violar la ley. O como se ha dicho con frecuencia, saber cuál es el derecho aplicable a un
caso determinado y, pese a ello, dar aplicación a uno distinto. Es, y esto también se ha
expresado en numerosas ocasiones, la actitud moral del funcionario que teniendo
conocimiento de cómo debe proceder se aparta deliberadamente de la conducta debida para
optar por otra que sabe contraria a Derecho. CSJ, Sala de casación penal. Auto del 18 de
enero de 1979. LUIS ENRIQUE ROMERO SOTO.
La expresión comentada (“a sabiendas”) implica que el agente proceda con conocimiento
concreto de la ilicitud del acto. Vale decir, no basta que se actúe con la conciencia de que
se está violando el orden jurídico general, que es el ordinario en delitos que no contienen la
exigencia de que se obre a sabiendas. Es necesario saber que existe una norma concreta
que hace ilícito el comportamiento y, a pesar de conocerla, el agente ejecuta el acto
sancionado y omite la conducta ordenada. CSJ. Sala de Casación Penal. Auto del 30 de
septiembre de 1980. LUIS ENRIQUE ROMERO SOTO
Las expresiones de los actos jurídicos que pueden ser manifiestamente contrarios
a la ley son variadas, precisando la jurisprudencia penal algunos:
Si en la providencia al emitirla el funcionario haya desconocido o aplicado con ostensible
irregularidad la normatividad jurídica, como cuando sanciona con fundamento en disposición
legal ya derogada o aplicando aquella que visiblemente se refiere a situación diversa. CSJ,
Sala de Casación Penal. Auto del 8 de febrero de 1983. ALFONSO REYES ECHANDIA
Este hecho punible se da siempre que se profiera una resolución manifiestamente contraria
a la ley y tendrá tal carácter cualquier decisión que desconozca abiertamente el derecho o
contrarié de modo manifiesto la realidad probatoria, cualesquiera que sean los medios de
convicción que conformen esa realidad. CSJ. Sala de Casación Penal. Auto del 11 de
diciembre de 1984. LUIS ENRIQUE ALDANA ROZO.
Como en el dolo eventual, tiene dicho la Sala, “el agente se representa la posibilidad de
realización del tipo penal y la acepta interiormente, lo que incluye aceptar el resultado de su
conducta, conformarse con él” (sentencia del 14 de mayo de 1996, DÍDIMO PAEZ
VELANDIA), es evidente que una tal caracterización no se aviene en lo más mínimo al
elemento subjetivo que demanda el prevaricato, pues, siendo este un tipo penal de mera
conducta, es claro que basta el simple comportamiento del agente, independientemente de
las consecuencias que él apareje, para que se tenga por punible. No exige el prevaricato un
determinado resultado, y siendo ello así el dolo eventual deviene incompatible con la
naturaleza de dicho delito, lo contrario sería pretender que en todo proferimiento de una
decisión fuera implícito el riesgo de que resulte contraria a Derecho y que si tal posibilidad
se aceptare, se estuviere ante un dolo eventual”:
D. AUTORÍA Y PARTICIPACÍON
Es obvio, al igual que sucede en la mayoría de los delitos contra la Administración
Pública, que el prevaricato solo quien tiene la calidad de servidor público puede ser
autor.
Habrá coautoría cuando, por ejemplo, en las decisiones colegiadas de los
tribunales, la decisión manifestantemente ilegal sea tomada por varios servidores
públicos. Existirá autoría mediata cuando un miembro del tribunal colegiado, sin
tomar parte en la decisión por encontrarse de permiso, si lo hizo en la discusión del
proyecto de decisión manifiestamente contraria a la ley, incluyendo de tal forma en
otros u otros que el otorgamiento del voto adhiriendo al mismo es producto de un
engaño.
La determinación no tiene problema alguno y se puede presentar en cualquiera de
sus modalidades.
La complicidad es difícil de configurarse pero no imposible. Por ejemplo, un
sustanciador, que tiene el deber legal de proyectar, elabora un proyecto de
sentencia manifiestamente contrario a la ley con la anuencia del juez que debe
firmar la decisión. El sustanciador no puede considerarse autor, pues no tiene la
facultad legal de tomar decisiones judiciales como preferir una sentencia, empero,
si prestó una ayuda importante para materializar el prevaricato.
I. TIPICIDAD
Se presenta aquí la estructura de los tipos penales de omisión propia.
A. TIPO OBJETIVO
Los elementos constitutivos del llamado delito de prevaricato por omisión son los
siguientes:
1. Que el agente tenga la calidad de empleado oficial.
2. Que la acción recaiga sobre un acto propio de las funciones del servidor
público.
3. Que se omita, rehúse, retarde o deniegue el cumplimiento de ese acto
funcional.
La calidad de servidor público en el agente indica que se trata de un delito especial
propio porque sólo estos lo pueden cometer y no tiene correspondencia en la
nomenclatura de los delitos comunes; que la acción recaiga sobre un acto propio de
sus funciones significa que sólo a ese empleado le está asignada su ejecución en
la forma prevenida por la Constitución Política, la ley o el reglamento; y, por último,
las acciones alternativas que describe el tipo, consistentes en dejar de hacer una
cosa, no aceptarla, dilatar su ejecución o no conceder lo que se pide
(correspondientes a los verbos rectores omitir, rehusar, retardar o denegar), tienen
por definición que ser dolosas, esto es, no se deben poder remitir a culpa'“.
El sujeto pasivo es el listado, titular de la función pública afectada, puesto que el
mismo es quien ha impuesto a los servidores públicos los respectivos deberes
oficiales (arts. 6. º C. N. y 34 núm. I Ley 734 de 2002).
Por tanto el objeto jurídico tutelado es el mismo que inspira al prevaricato por acción.
Si sólo se quebranta el deber, mas no se pone en peligro ni afecta al bien jurídico
tutelado, la conducta es formalmente antijurídica pero no materialmente; en
consecuencia, una tal conducta es constitutiva de falta disciplinaria pero no de un
delito (arts. 1 ¡ C. P. de 2000 y 5.° Ley 734 de 2002).
SITUACIÓN TÍPlCA
Se requiere la presencia de los supuestos de hecho que impelen actuar al servidor
público, como por ejemplo, que haya transcurrido el término que tiene un juez para
calificar el mérito probatorio del sumario.
En el prevaricato por omisión “es necesario establecer primero cuál norma asigna
al sujeto la función y el término para su conocimiento y, luego, verificar si el
funcionario conociendo el precepto, deliberadamente omitió, rehusó, retardó o
denegó el acto propio de la función '“.
AUSENCIA DE ACCIÓN ORDENADA
En esta norma se sanciona simplemente el no hacer, o el hacer fuera de los términos
legales. Por ser un tipo penal con ausencia de resultado no resulta admisible la
tentativa. La existencia de un resultado es asunto ajeno a la dogmática de los delitos
de omisión propia. Las distintas modalidades (omitir, rehusar, retardar, denegar)
tienen un elemento común, que es el del incumplimiento de las funciones legales.
ARENAS destaca así las diferencias entre las dos especies de prevaricato:
En el prevaricato por acción se ejecuta un acto ilegal. En el prevaricato por omisión
se omite un acto legal. El primero se consuma cuando el empleado (hoy servidor
público) profiere el dictamen o resolución contrarios a la ley, aunque posteriormente
sean revocados por el superior en virtud de apelación o consulta. El segundo se
consuma en el instante en que el empleado (servidor público) está obligado a
ejecutar determinado acto propio de sus funciones y se abstiene de hacerlo. No
importa que después, apremiado por el superior o por cualquier otro motivo, lo
ejecute [. . .]'46.
La jurisprudencia ha precisado que la “omisión propiamente dicha se produce y
agota en el momento mismo en que el sujeto incumplió su deber de actuar; el
retardo, en cambio, comienza al expirar el término dentro del cual debió actuar y
perdura mientras no cumpla con su obligación de realizar la acción esperada.
La rectora de la jurisprudencia además señaló:
Todo retardo supone incumplimiento de actuación esperada en cierto período y, en
el plano jurídico penal, omisión del comportamiento debido dentro de término legal
prefijado; por manera que cuando el tipo de prevaricato por omisión descrito en el
artículo I 50 del C. P. -art. 414 C. P. del 2000 menciona como delictiva la conducta
del funcionario que retarde acto propio de sus funciones, no se está refiriendo a una
simple actitud pasiva o de inercia, ni siquiera a un dejar de hacer algo, sino a un no
hacer aquello a lo que el servidor público estaba jurídicamente obligado en un
espacio temporal precisamente señalado por la ley; se trata, pues, de una obligación
emanada de mandato legal (ley, decreto, resolución, reglamento) y no de un simple
deber extrajurídico.
La omisión y el retardo no son fenómenos idénticos, aunque todo retardo supone
una omisión; cuando ocurre aquella, el sujeto no hizo lo que podía y debía hacer;
cuando esto acontece, el sujeto dejó de hacer lo que jurídicamente debió realizar
en un momento o período dados, aunque lo hizo o pueda válidamente hacerlo con
posterioridad, más allá de los límites temporales que le habían sido trazados; en la
omisión el actor no cumplió definitivamente con su deber de acción, en el retardo no
ejecutó el acto esperado y debido dentro del término previsto para ello, pero lo
realizó más tarde, o está en condiciones de cumplirlo extemporáneamente. La
omisión propiamente dicha se produce y agota en el momento mismo en que el
sujeto incumplió su deber de actuar; el retardo, en cambio.
Comienza al expirar el término dentro del cual debió actuar y perdura mientras no
cumpla con su obligación de realizar la acción esperada“.