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Informe sobre el cuento peruano de finales del siglo (1970-2000)

Juana Martínez Gómez


Universidad Complutense

Sinopsis: Para la autora de este artículo, en Ampuero, Julio Ramón Ribeyro,


los años setenta se produjo un rompimiento Guillermo Niño de Guzmán, entre otros.
con las convenciones narrativas propias de Summary: In this article, the author does a
una tradición realista peruana consolidada chronological revision of the various
en décadas anteriores. Partiendo de esta tendencies manifested in the short story
idea, la autora lleva a cabo una revisión production of Peru in the second half of the
cronológica de ciertas tendencias twentieth century. According to her,
reconocibles en la producción cuentística Peruvian short story writers in the
peruana de la segunda mitad del siglo XX. seventies rejected the narrative
Así, comienza por comentar lo producido conventions of traditional realistic fiction,
por la generación del cincuenta, cuyo rasgo which was the dominant literary form in
distintivo había sido el neorrealismo earlier decades. Thus, a writing closer to
urbano; a continuación, la autora señala un the fantastic mode and science-fiction, for
alejamiento de la línea neorrealista por instance, substituted the urban neo-realism
parte de varios cuentistas, quienes optaron of the fifties. Moreover, some of these
por la modalidad fantástica y la ciencia writers focused in narrative discourse
ficción en algunos casos o, en otros, itself, instead of privileging an accurate
prefirieron explorar las posibilidades del portrait of a given social reality. Formal
discurso literario en sí sin darle prioridad experimentation and plurality of subject
necesariamente al retrato fiel de una matter, characters, settings, as well as of
realidad social determinada. Lo que define perspective and style  distinguish the
a la narrativa escrita a partir de los setenta short stories written from the seventies on.
es la experimentación formal y la The author examines with close attention
pluralidad, tanto de temas, personajes y the work of some of the writers of this
escenarios como de enfoques y estilos period such as, among many others,
narrativos. La autora profundiza en la obra Edgardo Rivera Martínez Fernando
de varios cuentistas pertenecientes a este Ampuero, Julio Ramón Ribeyro and
periodo como, por ejemplo, en la de Guillermo Niño de Guzmán.
Edgardo Rivera Martínez, Fernando
J. Martínez El Cuento en Red
Informe sobre el nuevo cuento... Nº4: Otoño, 2001

Palabras clave: cuento peruano contemporáneo, neorrealismo, cuento fantástico,

Los años setenta pueden considerarse como el punto de partida de una producción

cuentística que deshace los esquemas y las visiones del cuento peruano vigentes hasta

entonces. Son varios los libros de cuentos publicados durante estos años que proporcionan

una clara muestra de la extinción de las habituales dicotomías de la narrativa peruana en pro

de un vasto campo de orientaciones muy diferentes; dichas publicaciones son el resultado de

la asimilación de una ya amplia tradición cuentística tanto hispanoamericana como peruana

que actúa sobre la narrativa de antaño y sigue haciéndolo sobre lo producido recientemente.

Es ésta una tradición que va marcando caminos bajo el auspicio de los grandes maestros para

explorar en nuevas zonas de la realidad y de la literatura misma donde incluso se logra

quebrantar el sólido fundamento realista sobre el que se ha venido considerando asentada la

narrativa peruana.

Mucho había insistido la crítica, especialmente desde los años sesenta, en la esencia

realista de la literatura peruana y, por ello, no había dejado de enfocarse el estudio del cuento,

en función de ese realismo fundamental según los espacios o grupos sociales a los que se

refiriese desde una perspectiva urbana o rural, indigenista o cosmopolita, serrana o costeña,

etcétera Últimamente se reconoce que esa dualidad inicial, aunque persistente todavía en

algunos casos, se puede considerar superada por la inclusión de temas relacionados con otros

ámbitos geográficos, por la incorporación de grupos étnicos, culturales o sociales inexistentes

antes para la literatura peruana y sobre todo por la multiplicación de enfoques que, junto al

realismo, abordan los universos creados en los cuentos.

Todavía en 1984, Cornejo y Vidal veían como un rasgo caracterizador de la narrativa

peruana “su vocación por referir, si no de modo totalizador, sí secuencial y en cierta medida

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inmediato, los más acuciantes problemas del proceso social” (Cornejo 13). Mientras que

Ricardo González Vigil, con una visión menos reduccionista, expresaba que desde los años

setenta se estaba produciendo la adhesión de los narradores peruanos a cinco grandes

corrientes de la narrativa continental provenientes de los logros de la “nueva narrativa”:

Realismo Maravilloso o Realismo Mágico, Neorrealismo, Recreación Fantástica,

Experimentalismo y la revaloración de géneros “menores” como la Ciencia -Ficción o el

Cuento de Terror, así como la combinación de ópticas diferentes como la revolucionaria

marxista-leninista, el humor o la crítica cuestionadora de diversos órdenes (González 16-19).

Sin embargo, José Antonio Bravo, en 1999, refiriéndose a los cuentistas nacidos

entre 1950 y 1965, volvía a insistir en que eran “preferentemente realistas, con contadas

excepciones, algunos inclinados a lo real maravilloso, un buen tanto a la narrativa urbana y no

muchos a la llamada narrativa neo-indigenista. Pero algo sí les preocupa desde diferentes

ángulos: El Perú” (Bravo 13).

Con el Perú como preocupación, y también sin él, lo cierto es que la última

cuentística peruana empieza a discurrir por caminos inusitados hasta ahora, o sólo débilmente

transitados con anterioridad, por autores muy distintos que no sólo pertenecen a las últimas

generaciones, cuya juventud implicaría naturalmente la búsqueda de lo nuevo y original, sino

que también proceden todavía de la generación del cincuenta o son cercanos a ella , en

modalidades que pueden ser, o no necesariamente, las del neorrealismo urbano con el que se

identifica tal generación.

Carlos Eduardo Zavaleta (1928) y Julio Ramón Ribeyro (1929-1994), por ejemplo,

culminan su obra convertidos ya en maestros del género. Ribeyro prolongó sus

preocupaciones obsesivas todavía en tres libros más publicados en la década del setenta y fue

precisamente en 1972 cuando, en un ejercicio de madurez, pudo explicar el sentido general de

su obra al agrupar sus cuentos bajo el título de La palabra del mudo: “porque en la mayoría

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de mis cuentos se expresan aquellos que en la vida están privados de la palabra, los

marginados, los olvidados, los condenados a una existencia sin sintonía y sin voz. Yo les he

restituido este hálito negado y les he permitido modular sus anhelos, sus arrebatos y sus

angustias”. Sólo en sus dos últimos libros de cuentos (Sólo para fumadores, 1987 y Relatos

santacrucinos, 1991) Ribeyro se aparta de esta línea general vencido por la fuerza de la

nostalgia de su propio pasado que se impone a la reconstrucción del mundo de “los sin voz”

para ingresar en el terreno de la recreación autobiográfica no menos valiosa literariamente.

Pero Ribeyro sigue siendo el escritor urbano por excelencia y Lima, en pleno

esfuerzo para ingresar a la modernidad, permanece como foco principal de sus cuentos a

través del cual se proyectan las historias humanas de unos personajes que son la encarnación

del fracaso social y existencial. Sin embargo, reserva un tema para sus últimos libros de

cuentos: el de las familias burguesas “venidas a menos”, un fenómeno que se produce a partir

del desmoronamiento de la jerarquía social dominante hasta entonces, paralelo a la invasión

de la capital por los provincianos, y que provoca una traumática inversión del orden social

establecido. Con la inclusión de nuevos motivos relacionados con este tema, la narrativa de

Ribeyro amplía la perspectiva de la modernización de los años cincuenta y la muestra como

un proceso social mucho más largo y complejo que una simple explosión industrial y urbana.

En estos años, cuando un nuevo orden social obliga al individuo a revisar su

concepción del mundo y a replantearse su relación con la sociedad, se produce en algunos

cuentistas un desvío del foco de atención desde los problemas sociales y colectivos a los más

íntimos del ser humano. En las publicaciones más tardías de algunos integrantes más o menos

marginales de la generación del cincuenta se produce un distanciamiento del neorrealismo, el

cual fue característico de este grupo de escritores, para acercarse al cultivo del cuento

fantástico. Sin embargo, la vocación urbana de la generación, la cual está estrechamente unida

al ingreso del Perú a la modernidad, permaneció vigente. Así ocurre en varios de los cuentos

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de Felipe Buendía (1927) publicados en Cuentos de laboratorio en 1976 o en algunos de Juan

Rivera Saavedra reunidos como Cuentos sociales y de ciencia -ficción, (1976) y Punto. Estas

dos últimas colecciones están presididas por un gran sentido del humor e incluso a veces

rayan en lo sarcástico. Reúnen cuentos de distinta índole; unos son realistas, en los que el

autor ataca las veleidades del hombre de nuestros días, otros son cuentos de ciencia -ficción,

en los que se afianza su crítica y muestra su absoluta desconfianza en el ser humano, y, por

último, hay cuentos en los que lo irreal se apodera de lo cotidiano para subvertir el orden

establecido y destruirlo.

En otros cuentos se opta por desprenderse de ataduras referenciales inmediatas para

reflexionar sobre problemas de orden metafísico o detenerse en especulaciones literarias. Esto

ocurre especialmente en algunos cuentos de José B. Adolph (1940), uno de los narradores más

prolíficos de este momento, que expresa en sus relatos fantásticos sus obsesiones sobre el

tiempo y la eternidad en diferentes libros como Invisible para las fieras (1972), Cuentos del

Relojero abominable, (1974) Mañana fuimos felices (1975) e incluso en otros libros

posteriores. Uno de los más valiosos cuentistas de estos años es Luis Loayza (1934), iniciado

como escritor junto a la generación del cincuenta, que publica una serie fragmentaria y

heterogénea de cuentos algunos ya publicados con anterioridad reunida bajo el título de

El avaro y otros textos, (1974). Con este libro, que si bien no pertenece al género fantástico de

forma ortodoxa, sí linda con él dejándose deslizar, a veces, entre el prodigio y la maravilla,

Loayza emprende una original revisión del lenguaje literario con la creación de un código

estético muy personal y con una atracción por Borges y sus principios literarios no muy

distante de la que un escritor más joven como Harry Belevan mostrara en años venideros.

Este narrador introduce al lector en un mundo irreal y evanescente emanado de

ciudades misteriosas y desarticuladas que quedan apenas esbozadas con trazas de urbe

primigenia, ajenas a todo referente concreto espacial y temporal. En esas ciudades no

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configuradas geográficamente, sino a través de símbolos o emblemas como el templo sagrado,

el río o elbosque, no habitan personajes individualizados sino figuras abstractas, como el

discípulo y el maestro, el poeta y el avaro; todos ellos hombres solitarios, silenciosos,

desconfiados de sus dioses y abandonados por los sacerdotes iniciadores del saber. Estos

hombres taciturnos todavía necesitan inventar un lenguaje creador para perfeccionarse, y el

poeta, quien requiere de la soledad para crear, encuentra en esas ciudades imaginarias un

lugar propicio. Como el avaro, quien acumula monedas de oro, el poeta junta las palabras,

dadoras también de poder; no del poder sobre las personas y los objetos, sino del poder de los

sueños y los deseos de todo ser humano.

Para Loayza, todo en la naturaleza requiere de un lenguaje instaurador y, aunque el

mismo autor muestra a veces cierta desconfianza en las posibilidades comunicativas y

representativas del lenguaje, rescata, sin embargo, el valor de la palabra creadora, incluso el

del sonido desnudo, en bruto, de un animal. Pero es el hombre quien posee en su patrimonio

el máximo tesoro que es la palabra creadora, la palabra del poeta, no la hueca y gastada por el

uso diario, sino la palabra reveladora. En una de las secciones de su libro denominada

“Vocabulario”, lo fantástico suele generarse en el nivel verbal, por la ruptura del orden

gramatical o de las categorías semánticas para crear nuevas inflexiones lingüísticas y otorgar a

las palabras otros y sorprendentes significados en los que queda flotando una fuerte

ambigüedad. En su “vocabulario” personal, Loayza redefine los objetos y así logra transgredir

el orden y la cohesión existentes para llegara una reordenación el mundo.

Así pues, a partir de los años setenta, podemos encontrar nuevos e importantes libros

de autores ya consagrados, junto a libros iniciales de noveles que plantean nuevas

percepciones de la realidad. La diversidad de experiencias e intereses de los autores va

conformando una cuentística rica y plural en temas y técnicas que se va ensanchando hasta el

final del milenio. Una mirada a los libros de cuentos que se publicaron, por ejemplo, en 1975

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año en el cual aparecieron más de media docena de ellos puede dar una idea de dicha

pluralidad. Cada uno de esos libros ponía su acento en aspectos diferentes y, desde luego,

varios constituyeron una novedad y abrieron nuevas perspectivas. Tres de ellos significaban la

entrada en el mundo del libro para sus respectivos autores: Gregorio Martínez, Harry Belevan

y Fernando Ampuero. El resto, por su parte, o continuaba la tradición realista instalada desde

antiguo, o persistía en algunas líneas personales, como José B. Adolph, al que me referí

anteriormente, o bien iniciaba un nuevo y fructífero camino como Antonio Gálvez Ronceros.

Gregorio Martínez (1942) dio a conocer un universo narrativo nuevo en su primer

libro de cuentos, Tierra de caléndula, el cual se abre con un mapa del “ámbito geográfico

donde transcurre la narración” en una clara muestra de la preocupación del autor por llamar la

atención sobre el referente geográfico, quizás por considerar que literaturizar una zona de la

costa sur peruana constituía una novedad digna de ser destacada.

Desde luego, la novedad era la carta de naturaleza con la que se publicaban los

cuentos de este libro. Éstos venían avalados por una introducción de Miguel Gutiérrez, quien

vinculaba Tierra de Caléndula a la renovación del cuento peruano después de que el auge del

género llegara con la generación del cincuenta. Para Gutiérrez, las dos direcciones más

importantes de los cuentos de Martínez, autor del que destaca su “filiación popular”, son la

“arquitectura” del cuento y la “experimentación con el habla popular”. Después de un

acertado examen de los cuentos del libro, concluye que estos “hacen de Tierra de caléndula

un signo que permite vislumbrar una renovación del cuento y de la narrativa peruana desde

una perspectiva popular”. Quizás la insistencia en la veta popular ahogue el verdadero alcance

de la obra de Martínez cuyo valor reside fundamentalmente en la sabia creación de unos

ambientes con nuevos procedimientos en la cuentística peruana.

Martínez compone unos relatos con una poética muy particular basada en el

detallismo y la minuciosidad como dilatadores de un tempo lento y productores de una

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atmósfera detenida y recreada donde el tiempo y el espacio se confabulan de manera

constante. Un narrador muy cercano a los personajes está atento a su lenguaje gestual, a sus

más mínimas acciones y sus pensamientos (“Cómo matar al lobo”), pero también a los objetos

(“El día que cayó la luna”) y a los sonidos, los colores y los olores del aire, al viento, al cielo,

al clima, etcétera Estos elementos contribuyen, muy al modo de Juan Rulfo, a sugerir los

estados de ánimo, las conductas humanas y las relaciones sociales de unos personajes que se

comunican por contraste con la morosidad del narrador a través de escuetos diálogos o

diálogos entrecortados que dejan, a menudo, un vacío de información que es el que puede

contener precisamente la clave del relato, la solución al enigma que se plantea en la historia

narrada y que, para mantener el suspense, sólo se desvelará al final (“Tierra de caléndula”,

“Aeropuerto”).

La distancia temporal con la que se escriben algunas historias habla de la

predilección del autor por la difuminación de las cosas que producen el recuerdo y la nostalgia

del tiempo pasado (“Se me seca la boca de estarte hablando”, “Todas las horas”) así como de

su preocupación por el sueño humano de eternidad y la lucha contra el tiempo (“La cruz de

Bolívar”). Pero a los sueños, una realidad dura y descarnada se antepone en los cuentos de

Gregorio Martínez, donde el empleo, en ocasiones, de elementos extraños y prodigiosos, que

para otros autores cumplen la función de incorporar en el texto la ambigüedad de lo

fantástico, se resuelve con el descubrimiento de que tales elementos son producto de

conductas elementales y de que la lógica de la naturaleza más cruda se alza frente a lo

aparentemente inexplicable y maravilloso.

Otro de los libros de 1975 fue Escuchando tras la puerta con el que Harry Belevan

(1945) afianzaba en el Perú una narrativa de inflexión fantástica que, premeditadamente en su

caso, se desentiende del referente real inmediato para centrar su interés en la literatura como

una realidad en sí misma. Este primer libro del autor quiere plantear otro concepto del cuento

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y de la literatura a la vez que cuestiona ciertos aspectos como los relacionados con la

ideología y la función de la escritura o la idea de la literatura como realidad otra del mundo en

que vivimos.

A diferencia de la necesidad de apoyo referencial en una geografía concreta como en

los cuentos de Gregorio Martínez, los cuentos de Harry Belevan pueden estar situados en

lugares de resonancia geográfica, tanto reales como inventados, pero, en realidad, su

verdadera referencia es la literatura misma. Sus personajes pueden ser creados ad hoc para un

relato como formas miméticas del mundo o bien pueden ser tomados en usufructo de otros

textos anteriores. Sus tramas pueden ser urdidas en primer grado o anudadas a textos

existentes constituyendo lo que se conoce como una escritura de segundo grado, porque en

Escuchando tras la puerta la intertextualidad es la fábrica donde se construyen la mayor parte

de los cuentos y el resultado es una factura compleja y original que concede un gran valor al

papel del lector como constructor último del texto. El humor, que se deja adivinar en algunos

textos y en otros se hace más patente, así como el sentido lúdico de muchas de sus

recreaciones, llevan la huella inequívoca del magisterio de Borges y de Cortázar

Aunque los cuentos de modalidad fantástica no podían constituir entonces una

novedad en la literatura peruana pues, como se sabe, hunden sus raíces en los primeros años

del siglo XX con Clemente Palma y se desarrollan de manera desigual en otros autores y

especialmente en algunos de la generación del cincuenta, Harry Belevan se empeñó en estos

años en la tarea de impulsar la expresión fantástica no sólo con sus cuentos, sino también con

la publicación de una Teoría de lo fantástico en 1976 y, sobre todo, con una Antología del

cuento fantástico peruano en 1977, donde sostenía, frente a la coincidencia de la crítica en

señalar la inexistencia de una tradición fantástica peruana, que sí existía una narrativa

fantástica con una tradición perfectamente definible y trataba de demostrarlo con la selección

de cuentos que presentaba.

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Tambien Fernando Ampuero (1949) comienza a publicar sus cuentos a partir de los

setenta. Aunque su primer libro, Paren el mundo que acá me bajo aparece en 1972, no se

publicará en versión definitiva hasta 1975, ampliado y “retocado” bajo el título Deliremos

juntos. En estos cuentos primerizos se trasluce un ágil narrador, con ganas de decir lo no

dicho todavía en el Perú y de crear un mundo narrativo propio e independiente de las

tendencias establecidas en su país. Comienzan a aparecer elementos claves de su personal

concepción del cuento con personajes imprudentes, díscolos y atrevidos que desdeñan regirse

por la lógica establecida para sumergirse en situaciones absurdas y grotescas en las que

emerge un narrador con grandes dotes de organizador que mantiene el dominio sobre todos

los aspectos del relato y la presencia necesaria para someter al lector. Pero donde se

encuentran estos elementos perfectamente definidos como componentes de una poética propia

es en los siguientes libros, Malos modales de 1994 y Bicho raro de 1996 sobre los que

volveré más adelante.

Antonio Gálvez Ronceros (1932) sorprendió con una nueva colección de cuentos en

1975, Monólogo desde las tinieblas, un libro desigual en cuanto a la composición de sus

textos en lo que respecta no sólo a su extensión sino también a la densidad de la materia

narrativa de los mismos. Algunos se limitaban a una anécdota de acción muy reducida, un

simple diálogo o una escueta explicación (“Hacha”, “Ya ta dic ho”, “Palomita”, “Etoy ronca”,

“La cólera”, “Burra negra”, “El mar, el machete y el hombre”, etcétera). No por ello eran

menos sugerentes que aquellos otros que, sin ceder a principios de economía y sencillez, se

construyen sobre una materia narrativa de mayor envergadura.

Lo verdaderamente nuevo del libro consistía sobre todo en la creación de unos

personajes que no sólo pertenecían a una cultura inédita en la literatura, sino que eran

diferentes por su carácter, por la ingenuidad y la simpleza de su sesgo humano. Gálvez

Ronceros traduce en su libro la elementalidad del hombre humilde en comunión con la

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naturaleza que le rodea en unas historias o en unas escenas donde el candor de los personajes,

así como las peculiaridades de su habla, son el medio para conformar su mentalidad, sus

maneras de relacionarse con el entorno, su concepción del mundo, etcétera. Monólogo desde

las tinieblas se sirve de distintos personajes, para crear una sola voz, la de la negritud

campesina de la costa sur peruana que expresa sus sentimientos y creencias en una original

atmósfera literaria. Con una recreada y original oralidad, Gálvez Ronceros inventa su propio

universo narrativo presidido por el humor y la ternura en relatos rápidos, directos y bien

construidos.

En su próximo libro, Historias para reunir a los hombres (1988), Gálvez Ronceros

se desvía hacia otro mundo donde el humor se convierte en acre ironía y la ternura cede ante

la dureza de una realidad políticamente corrupta y represora. Al autor ahora no le interesa la

representación de la oralidad caracterizadora de un ámbito geográfico y social concreto para

instalar sus historias en el territorio universal de la desigualdad y la injusticia donde la

libertad sigue siendo un sueño imposible.

Pero el interés mayor de Gálvez Ronceros puede hallarse en la persistente búsqueda

de formas narrativas liberalizadas de cánones que el autor construye, a veces, a partir de

modelos tan antiguos como la fábula o la parábola. Dichas formas narrativas le permiten

entrar en el relato fantástico donde la razón y la coherencia dejan de ser el eje constructor para

presentar una realidad contrahecha, deformada, esperpéntica donde seres humanos llegan a

comportarse según formas y actitudes de la más repugnante zoología.

Gálvez Ronceros vuelve a insistir en la candidez humana en el siguiente de sus

libros, de título tan significativo como Aventuras con el candor (1989), donde abiertamente

rechaza someterse a modelos narrativos preconcebidos, como ya se anuncia en el subtítulo:

“Buceos, develamie ntos, irrupciones, y otros abordajes”, y donde parece renunciar

definitivamente al sesgo de oralidad de sus comienzos. El libro constituye un acto de libertad

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creadora en el que convergen distintas y nuevas tendencias con antiguas obsesiones tratadas

ahora por el autor con absoluta madurez; es un libro misceláneo, que si bien por un lado

conecta al lector con unas formas de reconstrucción del pasado que traen a Ricardo Palma a la

memoria, por otro remiten a algo tan vigente en la literatura como la importancia de la

recepción de una obra y la revalorización del papel del lector. En este libro el compromiso de

Gálvez Ronceros está más con la literatura que con un sector de la sociedad, aunque gran

parte del Perú puede verse en sus historias que transcurren en distintos escenarios y no dejan

de ser testimonio de una realidad concreta. Lo más característico del libro, aparte de la

libertad formal, viene dado por el tono, la intencionalidad, cierto desapego irónico, una sólida

base documental y una gran preocupación por escribir bien e indagar en las posibilidades de

la lengua.

Un gran narrador que adquiere plena madurez en el período que abarcamos y se alza

como uno de los más interesantes cuentistas del fin de siglo peruano es Edgardo Rivera

Martínez (1933). Ni fantástico ni realista, sino en una posición equidistante entre ambas

categorías, consigue un punto de irrealidad que no se sabe muy bien si procede de irrealizar la

realidad o al contrario de dar visos de real a lo irreal. De cualquier manera, logra dar a la

mayoría de sus cuentos una consistente coherencia basada en un tono muy personal y en un

ágil dominio de la lengua literaria. Es uno de los pocos cuentistas que ha visto todos sus libros

de cuentos (El Unicornio, 1963, Azurita, 1978, Ángel de Ocongate, 1986, Atenea de los

Barrios Altos, 1999) así como otros relatos (Enunciación, 1979, Historia de Cifar y de

Camilo, 1981, Leda en el desierto, 1986, El paleógrafo y la tesis, 1987, Un hombre sin pies ni

cabeza, 1997) reunidos en un volumen de cuentos completos.

En el prólogo a sus Cuentos Completos, Rivera Martínez advierte que los cuentos

han sido ordenados “de acuerdo con un criterio que toma en cuenta los temas, los escenarios,

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las afinidades, los contrastes, el conjunto del que formaban parte, y en menor medida el año

de su aparición”. Lo cierto es que de todos estos elementos el principal ha sido el de “los

escenarios” sin desmembrar los cuentos “del conjunto del que formaban parte”, para presentar

juntos primero los libros “ambientados en el mundo andino” y después aquellos “cuyo

acontecer se da en Lima”. Son éstas dos geografías distintas que se toman como espacio

referencial de unos cuentos que, en última instancia, comparten procedimientos narrativos y

una visión del mundo y se leen como un todo coherente y no como dos bloques diferenciados.

Sin embargo, y puesto que el propio autor destaca los “escenarios” como un factor a

tener en cuenta, conviene señalar que los cuentos de ambiente serrano presentan un mundo

andino nuevo en la literatura peruana. Este mundo es representado a través de unas sutiles

indicaciones culturales relacionadas, sobre todo, con la presencia viva de la lengua quechua,

que incluyen un contenido y dosificado léxico en relación con la toponimia, la flora, la fauna,

los oficios, la vestimenta, etc, y reducidas intervenciones de algunos personajes cuyas

palabras aparecen directamente traducidas del quechua. También la música andina tiene un

papel importante en la construcción del ambiente con la referencia a instrumentos propios de

la sierra y la inclusión de canciones en quechua como el yaraví y el huayno.

Y, sobre todo, son los personajes los que contribuyen con mayor originalidad a una

nueva visión de los Andes pues, aunque pueden encontrarse el campesino o el minero, propios

de la anterior literatura indigenista o neoindigenista, se añaden un conjunto de oficios no

identificables necesariamente con ningún pueblo determinado, formado por personajes como

el panadero y el maestro, el rico comerciante y el mísero vendedor ambulante, el poeta

solitario y el loco, el cuentero mefistofélico, etcétera, y hasta un ángel, vistos todos ellos en

situaciones de extrañamiento, misterio, incertidumbre, ambigüedad. Es decir, a pesar del

significado social o cultural que cada uno pueda sugerir a través de los datos más o menos

referenciales que participan en su investidura como entes ficticios, estos personajes no son

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utilizados como indicios de una situación social concreta sino como seres humanos

enfrentados a problemas universales como la soledad, la muerte, el tiempo, los sueños,

etcétera

Pero idénticas son las situaciones que viven los personajes de los cuentos que

transcurren en Lima y sus alrededores. Estos cuentos tampoco concentran sus miras en un

solo tipo de personajes pues están poblados por componentes de variada condición social y

humana que se enfrentan a sus problemas en distintos sectores de la ciudad; dicha ciudad

puede ser reconocida, unas veces, como Lima debido a su toponimia distintiva: Barranco,

Miraflores, San Isidro, La Ala meda o por su clima peculiar, pero otras veces puede

simplemente ser identificada con cualquier gran ciudad por sus edificios cívicos, sus lugares

públicos, etcétera En uno y otro caso, los cuentos de Rivera Martínez responden a una visión

muy personal que no permite adscribir sus cuentos andinos y limeños a corrientes

preestablecidas de la narrativa peruana como el neoindigenismo y el neorrealismo urbano. En

definitiva, el narrador de Jauja crea un universo narrativo habitado por seres solitarios y

soñadores de procedencia y condición diversas y, en todo caso, miembros de una cultura

sincrética con independencia del escenario donde transcurren las historias.

Rivera Martínez da en sus cuentos un trato preferente a la soledad. Dicha soledad,

que permite dar rienda suelta a los recuerdos, los sueños y la locura y, al tiempo, genera un

ámbito propicio para alucinaciones maravillosas, iluminaciones del mundo o encuentros

insólitos que contribuyen a crear atmósferas donde los límites de la realidad no están muy

claros. Cada uno de sus cuentos ahonda en una parcela diferente de la soledad, enfocada desde

las distintas experiencias desde la felicidad hasta la muerte con las que cada personaje

puede enfrentarse a ella.

Desde el primer contacto con los cuentos de Rivera Martínez se percibe que una

atmósfera de irrealidad los traspasa de una manera peculiar; no cabe duda de que esa soledad

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esencial contribuye en gran medida a producir tal efecto. Pero, además, sus personajes, aparte

de solitarios y quizás por ello suelen ser grandes soñadores y convierten esta condición

en un factor que permeabiliza los contornos de la realidad y posibilita que los sueños puedan

ser experimentados como hechos reales y, al contrario, que la realidad pueda ser vivida como

un sueño. Soñar en estos cuentos, como se especifica en “Encuentro frente al mar”, significa

imaginar, “dejarse llevar por los pensamientos”, y lo que les ocurre a los personajes de Rivera

Martínez que muy a menudo dudan de su posición en el mundo es que padecen una gran

confusión entre sus ensoñaciones y sus acciones.

Claro que otras estrategias también contribuyen a la elaboración de las atmósferas

riveranas, como la construcción de tramas alrededor de un enigma que eleva el tono

misterioso y secreto de muchas de las historias. Algunos sueños o hechos prodigiosos, el

encuentro de algún objeto o la aparición inesperada de ciertas personas, pueden provocar

situaciones inexplicables que den un nuevo rumbo a la existencia de los protagonistas y

determinen el desenlace de la trama. Así, encontramos enigmas como el que se crea en torno a

las visiones de un sueño en “Puente de la Mejorada”, que se resuelve en el momento mismo

de la muerte del soñador con que concluye el cuento: “en ese torbellino se juntan para él lo

soñado y lo vivido, la noche y el amanecer, el principio y el fin. Y sabe también, con

voluptuoso alivio, que no lo turbarán más esa visión, esa angustia, ese misterio…”. El cuento

titulado “El enigma del árbol” se organiza en torno a un árbol de origen y nombre

desconocido, que, de manera imprevista, crece en el jardín de un palacio ayacuchano. Un

árbol exótico y único, “tan diferente y como si hubiera en él un sortilegio”, que posee la

facultad de perturbar a quienes le miran y de torcer sus destinos, pero que, en última instancia,

es proyección de su dueño, pues uno y otro son signos de una marcada diferencia en el

contexto donde se hallan, y, al tiempo, son exponentes de una perfecta integración en su

medio. Es un caso de sincretismo, “de entretejimiento cultural”, como lo llamaría el propio

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J. Martínez El Cuento en Red
Informe sobre el nuevo cuento... Nº4: Otoño, 2001

Rivera Martínez, un tema que desarrolla con interés desde su primer cuento, “El unicornio”.

En el cuento ”Una flor en la Buena Muerte” es el protagonista el que ostenta unos poderes

extraordinarios para transfigurar la realidad en “una danza en que la muerte celebraba la

vida”. En este extraño cuento, la muerte y la vida se resuelven en dos categorías que no sólo

no se excluyen necesariamente, sino que llegan a fundirse en un peculiar modo de activa

interrelación.

Estas tensiones entre la vida y la muerte aparecen en otros muchos cuentos donde la

muerte, que suele sobrevenir en un momento de culminación vital, en lugar de marcar lo

efímero de la vida viene a descubrirla en todo su significado y a darle entrada en la eternidad.

La muerte, pues, puede suponer el momento crucial que da sentido a toda la existencia del

protagonista; especialmente significativo es el cuento “En la luz de la tarde”, cuyo narrador

posee el extraordinario don de contar sus vivencias pasadas desde el presente incorpóreo de la

muerte con una capacidad inusitadamente vitalista para percibir los más leves sonidos, los

detalles nimios, los sutiles matices de la luz, pero, también, para comprender que lo único

cierto de la vida es la muerte.

Infinitas sugerencias son las que se desprenden de unos cuentos que buscan

premeditadamente la ambigüedad de un mundo visto desde una óptica multifacética. La

pretensión de acercarse a distintas caras de la realidad llevan al autor a interferencias de

perspectivas entre el yo, el tú y el él, a juegos con el tiempo y otras estrategias que le permiten

conciliar polos, difuminar límites, romper, en definitiva, clasificaciones estancas como lo

propio y lo extraño, el sueño y la vigilia, la locura y la cordura e, incluso, disolver los límites

entre la realidad y la ficción por medio de una escritura que quisiera invertir las categorías y

conseguir, no que la literatura represente a la realidad, sino que en la realidad se hagan

posibles los anhelados pronósticos del poeta lunático, protagonista de “Ave Fénix”: “Serán

más reales que lo real las fantasías”.

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El Cuento en Red J. Martínez
Nº4: Otoño, 2001 Informe sobre el nuevo cuento...

A medida que se acerca el final del milenio el panorama del cuento se amplía

notablemente, pues no sólo continúan publicando algunos miembros de la generación del

cincuenta y muchos de los que ya habían empezado a publicar en los sesenta y setenta, sino

que a ellos se une, de forma arrolladora, una extensa producción de nuevos cuentistas que

empieza a publicar sus libros en los años ochenta. Entre los que siguen en la brecha editorial,

además de los ya mencionados con anterioridad, hay otros nombres de gran relevancia como

Alfredo Bryce Echenique, Eduardo González Viaña, Winston Orrillo, Genaro Ledesma,

Roberto Reyes Tarazona, y varios más. Pero lo verdaderamente alentador para el cuento es

que aumenta la cantidad de los cuentistas noveles que animados por las posibilidades que

ofrecen los periódicos y las revistas, junto con el empeño de algunas editoriales, para publicar

sus cuentos, así como el incentivo que significa la creación de varios concursos de cuentos y

la existencia de talleres literarios contribuyen con su visión del mundo y de la literatura a

enriquecer el género en el último tramo del siglo.

Es difícil de inventariar en estas páginas la larga nómina de escritores que empiezan

a publicar libros de cuentos en la década del ochenta. No obstante sólo a modo de

muestrario  se pueden registrar algunos nombres que den una idea del interés por el cuento

en estos años: Samuel Cárdich, Dante Castro Arrasco, Andrés Cloud, Oscar Colchado, Alonso

Cueto, Pilar Dughi, Nilo Espinoza Haro, Christian Fernández, Fernando Iwasaki, Cronwell

Jara, Guillermo Niño de Guzmán, Luis Nieto Degregori, Julián Pérez, Hildebrando Pérez

Huaranca, Alfredo Pita, Enrique Rosas Paravicino, Teresa Ruiz Rosas, Mariella Sala,

Alejandro Sánchez Aizcorbe, Augusto Tamayo San Román, Luis Enrique Tord, Jorge

Valenzuela, Walter Ventosilla, Nicolás Yerovi, etcétera La mayoría prolonga su producción

en los noventa con un mayor grado de madurez que consolida las líneas emprendidas por cada

uno de ellos. Su obra, pues, junto con la de los que se inician en el cuento durante la última

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J. Martínez El Cuento en Red
Informe sobre el nuevo cuento... Nº4: Otoño, 2001

década del siglo, como Reynaldo Santa Cruz, Rocío Silva Santisteban, Enrique Verástegui,

entre otros, constituye el corpus principal del cuento en la cima de este siglo y queda

establecido como nexo de continuidad y base de la cuentística venidera.

El cuento peruano que se afirma al final de siglo se identifica por su inclinación hacia

la construcción de unas tramas de gran solidez, planteadas y resueltas con una gran pericia

narrativa que consigue mantener el interés del lector. Por lo general los jóvenes cuentistas

suelen optar por conservar los elementos primordiales de lo que podemos considerar como

cuento canónico, pero con una tendencia a prescindir de la rapidez preceptiva para, en

cambio, manejar sus materiales con calma, sin economías, pero hábilmente dosificados.

Frente a las categorías de levedad y brevedad preconizadas en los últimos tiempos como

algunos de los factores determinantes de la narrativa corta, ellos se muestran más proclives al

relato compacto, donde el desarrollo sostenido de la historia y la densidad narrativa son los

principios constitutivos esenciales.

Estamos ante una cuentística, en definitiva, que se consolida en una fuerte

narratividad, pero sin excluir algunos casos de infiltraciones genéricas no narrativas, de

escrituras marginales, de microtextos, etcétera, que ya desde 1975 encontramos como

patrimonio de algunos cuentistas con las Prosas apátridas de Julio Ramón Ribeyro. Estas

narraciones son, en efecto, prosas apátridas como todos aquellos textos que no responden al

concepto de cuento canónico, que no gozan de una “patria” reconocida porque son

abiertamente irreverentes con las normas o porque se dejan contaminar de elementos extraños

al cuento como la liricidad de la poesía, la subjetividad de la biografía, el sentido reflexivo del

ensayo, etcétera Un ejemplo de esto lo hallamos en, de nuevo, Ribeyro, al examinar el

conjunto de sentencias o aforismos que publica en 1989, bajo el título de Dichos de Luder.

Prosas apátridas son también las de La vida maravillosa de José Miguel Oviedo, el Diario

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El Cuento en Red J. Martínez
Nº4: Otoño, 2001 Informe sobre el nuevo cuento...

imaginario (1988) y la Parábola del buen lector (1991) de Julio Ortega, el libro informe y

provocador de Enrique Verástegui, Monte de goce (1991) y algunos más.

Frente a la libertad formal, el carácter lúdico, trasgresor y provocador del discurso o

los fines metaliterarios de estos cuentos donde a menudo se percibe la impronta personal de

maestros como Borges, Arreola o Monterroso o incluso, la continuidad de un espíritu

iconoclasta propiamente peruano que arranca de Abraham Valdelomar predominan los

cuentos que, independientemente de su sesgo fantástico o realista, abordan una realidad más o

menos concreta, según los casos, que por lo general tienden a proyectar con dureza una visión

negativa, desesperanzada del mundo.

En consecuencia, las distintas geografías del Perú todavía siguen siendo un reclamo

para gran número de estos jóvenes cuentistas que, dejando aparte dicotomías simplistas,

contribuyen a mostrar la multiplicidad de idiosincrasias que conforman su país. Muchos otros,

sin embargo, prefieren saltar las fronteras del Perú guiados, quizás, por sus experiencias

personales y resolver sus historias más allá de un referente inmediato. De esta manera,

ahondan en problemas humanos de índole universal sin desmedro de su propia identidad

cultural entrevista en indicios de diversos tipos.

En el primer caso se pueden situar los cuentos de Cronwell Jara (1950), que remiten

a una zona campesina infrecuente en la literatura como es la sierra de Piura. Su libro Las

huellas del puma (1990), un conjunto de cuentos de inspiración popular, crea un mundo

narrativo que aborda la faceta más violenta de una sociedad rústica y elemental, animado por

unos personajes sencillos, agrestes, que llevan sus pasiones a las últimas consecuencias y

actúan con la misma fiereza de las bestias en la lucha por la supervivencia. En este mundo,

donde hombres y animales pueden ser identificados por un comportamiento brutal e

instintivo, los sentimientos nobles como la ternura, el coraje o el amor también afloran en los

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J. Martínez El Cuento en Red
Informe sobre el nuevo cuento... Nº4: Otoño, 2001

personajes; sin embargo, termina por imponerse la ley de una naturaleza salvaje, devastadora

y fatal.

Cronwell Jara se revela como un buen arquitecto de cuentos donde el narrador se

permite introducir alguna nota de ambigüedad jugando con ambivalencias de significado, con

el escamoteo de datos o con el desvío de pistas. El resultado es la creación de un inquietante

suspense que conduce lentamente al descubrimiento de que las cosas o los actos humanos

pueden presentar una dimensión distinta de la que aparentan.

Dante Castro Arrasco (1959), continuador de la literatura de compromiso social de

tan antigua tradición en el Perú, también se muestra preocupado por la violencia que azota la

vida rural. En su primer libro, Otorongo, de 1986, sitúa sus historias entre los Andes centrales

y la selva, y ése seguirá siendo el escenario de sus libros posteriores Parte de combate (1991)

y Tierra de Pishtacos (1992). En este último libro, especialmente, confirma su habilidad para

el uso de muy diferentes procedimientos narrativos que hacen oscilar sus cuentos desde

aquellos de tramas con sabor a leyenda decimonónica, incluidas apariciones prodigiosas y

transformaciones licantrópicas, hasta los que, con una gran carga política, se cifran en clave

de crónica de actualidad sobre temas diversos como la actuación guerrillera en los últimos

años. Todos ellos son reveladores de una realidad en la que entran en conflicto niveles tan

poco compatibles como la barbarie de una naturaleza virgen, un complejo mundo de creencias

ancestrales y un sinfín de contradicciones ideológicas.

Un heredero del neorrealismo urbano, pero con una perspectiva muy personal,

Guillermo Niño de Guzmán (1955) muestra, desde su primer libro, Caballos de medianoche

de 1984, su madera como cuentista, su dominio para crear personajes y ambientes, y su gusto

por entrelazar textos de tonos narrativos diferentes que contrasten modos de proyectar la

realidad. Vuelve al cuento once años más tarde, en 1995, mucho más maduro, con Una mujer

no hace verano, un libro organizado, como el anterior, sobre dos ejes que van sucediéndose

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El Cuento en Red J. Martínez
Nº4: Otoño, 2001 Informe sobre el nuevo cuento...

alternativamente. Un eje está compuesto por diez microtextos o viñetas numeradas cuyo

denominador común es la violencia desmedida que padece la sociedad peruana

indistintamente de que sea limeña o serrana. Estas viñetas reúnen diferentes casos de

brutalidad descarnada, ejercida por igual entre militares y guerrilleros, vistos con un realismo

exasperante que sacude más al lector por la intensidad de los textos. El otro eje está

constituido por los que se pueden considerar propiamente cuentos, los cuales relatan historias

donde se mezcla el amor, la soledad, la locura, el sexo, la ternura, la violencia y la muerte.

Son historias de una gran eficacia narrativa conseguida, sobre todo, a través de sus tramas,

sutilmente organizadas y resueltas de manera, muy a menudo, sorpresiva, donde el narrador

acostumbra a relegarse a segundo plano para dejar a los personajes expresarse directamente.

Éstos buscan paliar la soledad, cualidad inherente a todos ellos, a través de la comunicación

con otros. Por este motivo, el diálogo adquiere un rango importante como caracterizador de

los personaje s y como elemento constructor del texto, pero, al tiempo, resulta un esfuerzo

inútil como búsqueda o intercambio de afectos ante una soledad persistente o truncada sólo

por la muerte.

Un pesimismo radical arrasa los cuentos de Niño de Guzmán donde la sole dad y la

muerte y más la muerte violenta perseveran enmarcadas por un elemento, el mar, que

adquiere un valor simbólico muy importante, detectable ya desde ciertos títulos como

“Desayuno con delfines”, “!Thalassa, Thalassa!” y “La mar que es el morir”. El mar, que no

necesariamente tiene que ser un medio físico, sino producto de la mente o de la expresión

artística, recorre las historias, sobre todo, como una sensación, por su olor característico, por

la fuerza de sus olas o como sede del misterio. El mar es el espacio opuesto a la urbe

Lima donde transcurre la vida con sus desventuras y ansiedades; simboliza el sosiego, la

serenidad e, incluso, el descanso eterno de la muerte.

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J. Martínez El Cuento en Red
Informe sobre el nuevo cuento... Nº4: Otoño, 2001

En la misma línea del neorrealismo urbano, Alonso Cueto (1954) también se mue stra

como un hábil constructor de cuentos desde su primer libro publicado en 1983, La batalla del

pasado. En el segundo, Los vestidos de una dama, de 1987, consolida su opción por

conmover a los lectores con complejas historias de vidas entretejidas cuyos protagonistas

buscan infructuosamente la felicidad. Dentro de un pesimismo dominante en sus cuentos

puede distinguirse un atisbo de esperanza, siempre acompañada por el alto coste de una

muerte que adquiere un postergado valor catártico descubierto al final de las historias y que

suele convertirse en motivo recurrente de muchos de sus cuentos.

Otro sesgo diferente y también muy personal lo ofrecen los cuentos de Alfredo Pita

(1948) que desde su primer libro publicado en 1987, Y de pronto anochece, deja ver su

preferencia por un tipo de narraciones donde son evidentes las huellas de Borges y Cortázar,

con situaciones que podríamos considerar perversas y cercanas, algunas de ellas, a la

modalidad fantástica. Sus tendencias se afianzan en su libro siguiente, mucho más

consolidado que el anterior, Murituri, publicado en 1990. Este libro está organizado en tres

partes que se denominan, con reminiscencias cortazarianas, “Pasos”, “Pozos” y “Puentes”,

seguramente por las extrañas relaciones que se establecen entre tiempos y espacios

experimentados y vividos o por las inexplicables sensaciones de sueños que parecen realidad

o viceversa. La idea de que la realidad no es unívoca, sino ambivalente e incierta, tiñe de

ambigüedad sus historias donde valores extremos e irreconciliables como la lealtad y la

traición, la amistad y el asesinato, el amor y la locura pueden coexistir en efectiva

complicidad.

Alfredo Pita plantea su poética fundamentalmente sobre dos principios: que el fin

primordial del cuentista es el de saber contar historias interesantes y que su actitud no puede

ser complaciente con el lector, sino que debe causarle una cierta inestabilidad derivada sobre

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El Cuento en Red J. Martínez
Nº4: Otoño, 2001 Informe sobre el nuevo cuento...

todo de la dificultad de fijar los límites ciertos de la realidad. Con esas ambigüedades, Pita

consigue incitar la imaginación del lector y suscitar sus fantasías

Fernando Ampuero (1949), al que ya nos referíamos como uno de los cuentistas

iniciados en los años setenta, vuelve con mucha más fuerza al panorama del cuento en la

última década del siglo donde destaca por su originalidad y su capacidad de sugerencia. Muy

consciente de que la literatura no es sociología, en sus dos últimos libros, Malos modales

(1994) y Bicho raro (1996), trata de crear un mundo narrativo, algunas de cuyas bases ya se

habían sentado en el primer libro, con los parámetros de una experiencia cotidiana y con un

hábil manejo de las instancias narrativas y el lenguaje literario.

Fernando Ampuero construye los cuentos de estos libros en el punto inestable donde

se cruzan dos niveles de la realidad: el de la vida sin sobresaltos, rutinaria, familiar, y el de

una existencia, límite, neurótica, enrarecida, incongruente que excede lo normalmente

conocido como cotidiano. Por lo general, sus cuentos toman como punto de partida un

momento elemental de la vida, como son los que tienen que ver con la solución de problemas

familiares, con la superación de una etapa como la adolescencia, con el desarrollo adecuado

de una profesión, con la expresión de la amistad y del amor, etcétera Pero en tales momentos

pueden ocurrir desvaríos y absurdos por los que personajes ordinarios, a lo sumo traviesos y

atrevidos, pueden llegar a asumir con bastante naturalidad desde ser protagonistas de una

broma pesada hasta convertirse en ladrones o asesinos, comportamientos con los que se revela

la capacidad del ser humano para adaptarse a las mayores atrocidades, para asimilar

situaciones delirantes, para convertir en cotidiano lo insólito.

El desequilibrio entre estos dos niveles obliga a un desarrollo lento de la trama,

enredada con elementos aparentemente retardatarios, que parecerían atentar contra el

principio de la rapidez de ejecución en un cuento canónico, y que, sin embargo, cumplen una

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Informe sobre el nuevo cuento... Nº4: Otoño, 2001

función cuyo sentido requiere de la paciencia del lector que debe llegar al final para

descubrirlo. Y muy relacionado con estas tramas de cuño muy personal está uno de los

aspectos más interesante de los cuentos de Ampuero, que reside en la perspectiva y la actitud

del narrador desde la que se cuentan muchas de sus historias.

Entre las más significativas están las historias tamizadas y retocadas por el paso del

tiempo, contadas por un narrador con una perspectiva de muchos años, lo que produce

desajustes de percepción entre lo ocurrido y lo recordado, y permite, al tiempo, enlaces y

derivaciones múltiples que complican la historia. En principio, este narrador recuerda a un

narrador tradicional omnisciente que lo conoce todo de primera mano, que da fe de lo

ocurrido por extraño que parezca y se permite marcar los momentos claves, anticipar lo más

importante e incluso aportar información complementaria conseguida más tarde; con la

distancia. Sin embargo, en ocasiones, pierde la seguridad en lo que cuenta y se muestra

dubitativo, mientras que en otras se desdice para corregir la versión previamente dada.

También puede cambiar su opinión sobre los hechos o interpretar las cosas de otra manera.

Esta actitud “humana” del narrador, algo confuso, lejos de restarle credibilidad a lo contado

contribuye a revestir de verosimilitud lo increíble, a hacer entender que la realidad no es

unívoca, ni estable, sino que está sometida a factores imprevisibles y de muy distinta índole.

Este narrador mudable, inconstante, que se deja sorprender por los personajes, en

algunos cuentos extrema su incertidumbre con una incapacidad absoluta para entender

algunas cosas. El proceso de cambio por el que pasa el narrador es especialmente evidente en

”Una pasión del espíritu”: “Al principio interpreté aquella increíble conducta como una

bravata de borracho”; pero cuando paulatinamente va descubriendo las verdaderas intenciones

del personaje cambia su interpretación: “acepté la explicación de su grotesco y subrepticio

acto como un desenfado de artista”. A medida que conoce más al personaje entiende menos su

conducta pero no le queda más remedio que aceptarla: “A decir verdad, no le entendía un

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cuerno […]. Yo no entendía para nada a que se debía tanta felicidad [...], su buen ánimo me

resultaba un misterio; pero yo no diría que me sentía inquieto”. Finalmente, acaba dejándose

embaucar por él: “Esta furiosa reacción mía aconteció cuando yo ya estaba embarcado en su

delirio, dado que, debo reconocerlo, me tomó por sorpresa”. Y es el narrador el que, al final,

ha sido perturbado, modificado por el personaje para quedar convertido en “un excluido, un

marginal que pasea por la ciudad tras comprobar que ha perdido sus documentos de

identidad”.

A la confusión que transmite este narrador, falto de carácter, que no termina de

entender lo que sucede a los personajes, se añade, en otras ocasiones, la desconfianza que

produce la existencia de varias versiones de una misma historia, contada por el mismo o por

otros narradores, lo que conlleva interrupciones, comentarios al margen, tergiversaciones,

etcétera Ya en 1982, “El departamento” comienza, con cierta reminiscencia borgiana, de una

manera que rompe con el principio “tal como me lo contaron, lo cuento” de la narrativa

tradicional: “Aparentemente la historia la refirió un estudiante de sociología en una reunión de

amigos […] A mí me la contó Luis Jochamowitz en un café de la avenida de Tacna […]

esconozco si la versión que doy ahora exagera o atenúa algunas escenas. Con otros que la

oyeron, aparte de los hechos en sí, coincido en el patetismo. Mi versión, desde luego, añade

detalles previsibles”. Pero en otros cuentos más recientes como “Kim Novak en París”, en el

cual parte del reconocimiento de la falta de originalidad (“Temo, eso sí, no estar diciendo

nada original”), vuelve a contar una historia escuchada a otro (“Su historia podría juzgarse de

diversas maneras: desgraciada, absurda, sórdida y hasta cómica. Yo la oí un tanto inquieto, en

el café Deux Magots”). En esta ocasión, tres amigos conversan en un café, cuando uno de

ellos cuenta una historia protagonizada por él, pero ocultando su identidad en otro personaje.

La historia es corregida después por el segundo de los tres interlocutores, que descubre la

chifladura del primero “que se conduce como si sus males le aquejaran a otro, sin que parezca

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estar consciente de este desdobla miento”. Además, es comentada e ilustrada por el tercero que

es el que conduce la instancia narradora: tres niveles de una historia interrumpida y

manipulada cuya característica primera es que “es algo que puede ocurrirle a cualquiera”,

después empieza a parecer “increíble” y termina en que “lo que pasó fue de no creerlo”.

Aunque la última consideración la reduce a una simple historia “sorprendente”, desde el

principio mantiene visos de credibilidad gracias a una trama construida sobre el cruce de

intervenciones de los personajes que contribuyen con sus comentarios a convencer al lector de

la verosimilitud de lo narrado.

El resultado es, como en tantos cuento de Fernando Ampuero, que cualquier cosa

puede ocurrirle a cualquiera por extravagante que parezca. Las tramas de sus cuentos se

enredan poco a poco para desenredarse al final, donde se revela que la vida continúa igual

pese a los sobresaltos de los personajes y del narrador. Éste llega a intuir que el mundo se rige

por una “lógica normal” que no coincide con la de los personajes, entonces se esfuerza por

entender la “anormalidad” de sus protagonistas y en esa empresa es donde se sitúa más cerca

del lector que comparte su incertidumbre ante los “malos modales” de unos personajes con

actitudes poco comunes, comparables a “bichos raros”.

[cerrar]

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El Cuento en Red J. Martínez
Nº4: Otoño, 2001 Informe sobre el nuevo cuento...

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