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RIO GALLEGOS
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600 Kilometros
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Áreas de Biodiversidad Sobresaliente (Situación 14. Res. Nat. Integral Dunas del Atlántico Sur
Ambiental Argentina 2000) 15. Res. Municipal Faro Querandí
16. Res. Nat. De Objetivo Definido Bahía San Blas
1. Estuario exterior del Río de la Plata – Bahía – Isla Gama
Samborombón 17. Res. Nat. de Fauna Punta Bermeja
2. Costa Mar del Plata – Claromecó 18. Res. de Uso Múltiple Caleta de los Loros
3. Estuario de Bahía Blanca 19. Área Nat. Protegida Bahía San Antonio
4. Bahía San Blas 20. Res. Prov. De Fauna Islote Lobos
5. Península de Valdés 21. Parque Marino Prov. Golfo de San José
6. Cabo Dos Bahías y archipiélago asociado 22. Res. Nat. Turística Objetivo Integral Península
7. Monte Loayza – Cabo Blanco de Valdés
8. Estuario de la Ría Deseado 23. Res. Nat Turística Punta Pirámides
9. Isla Monte León 24. Res. Nat Turística Punta Delgada
10. Bahía San Sebastián 25. Res. Nat Turística Punta Loma
11. Isla de los Estados 26. Res. Nat Turística Objetivo Específico
12. Pastizales Oceánicos Punta Tombo
27. Rs. Nat Turística Cabo Dos Bahías
Áreas protegidas (Administración de Parques 28. Res. Nat. Cabo Blanco
Nacionales. Sistema de Información de 29. Res. Nat. Prov. Ría de Puerto Deseado
Biodiversidad) 30. Res. Prov. Península de San Julián
31. Res. Faunística Prov. Cabo Vírgenes
Nacionales 32. Res. Ecológica, Histórica y Turística Isla de
los Estados
13. Parque Nacional Monte León
Internacionales
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Introducción
El Mar Argentino es “muchos mares”. La paradoja se origina en la dificultad que supone enten-
der al mar como un concepto unitario. Su fragmentación obedece a las dificultades que encierra
conciliar las diversas dimensiones del mar con un estilo de gestión que refleje su unidad esen-
cial. Dicha fragmentación viene impuesta por las diferentes modalidades de uso y la lógica que
subyace en la delimitación de los espacios jurisdiccionales, que determinan que la perspectiva
dominante acerca de la naturaleza del mar sea aquélla en la que prevalecen las capacidades y las
limitaciones del hombre a la hora de administrarlo.
Bajo esta perspectiva del mar –signada por las jurisdicciones política y de hecho– se determinan la
naturaleza y las consecuencias de la mayoría de las decisiones de relevancia sobre el uso y la gestión
El resultado de enfrentar estos puntos de vista tensa un conflicto entre discursos, el de los fenó-
menos naturales, por un lado, y el de los culturales, por otro. La confrontación con la realidad
que propone la naturaleza debería ser el factor fundamental a la hora de dirimir la controversia.
De allí que en este trabajo se presenta al Mar Argentino como un ecosistema que requiere un
abordaje integrado bajo el principio de precaución. Este paradigma no es una alternativa, sino
la única forma de garantizar la satisfacción a perpetuidad de necesidades, deseos y aspiraciones
de las comunidades humanas, dependan o no del mar y sus recursos para su sustento. En el de-
sarrollo de este ensayo se incluye una descripción sinóptica del ambiente oceánico y de las prin-
cipales formas de vida que lo pueblan, y se trata de mostrar la naturaleza de su integración eco-
sistémica, su valor como escenario evolutivo y reservorio de biodiversidad y, de ser posible, re-
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flejar algo de su incomparable belleza. Para finalizar, se reflexiona acerca del futuro, en térmi-
nos de las amenazas que se ciernen sobre el Mar Argentino y las oportunidades que se avizoran
para intentar una gestión sustentable que concilie los usos actuales y potenciales con los princi-
pios éticos y estéticos de la conservación. A tales fines, se esbozan presupuestos mínimos en
procura de articular la integración de una agenda de conservación oceánica.
Figura 1. La corriente de Malvinas, de aguas subantárticas ricas en nutrientes, fluye hacia el norte
recostada sobre el talud continental y crea un sistema frontal de alta productividad.
La plataforma continental argentina constituye un ambiente excepcional dentro del Mar Argen-
tino. Se trata de una planicie submarina de 1.000.000 km2 de superficie, lo cual la convierte en
la más extensa del hemisferio sur. La plataforma se amplía progresivamente de norte a sur, al-
canza 850 km de ancho al sur de los 50˚ de latitud sur y conforma un gran ecosistema que se
distingue de otros similares por sus características batimétricas y su régimen hidrográfico. Am-
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islas Malvinas, también se desplaza hacia el norte, pero lo hace contorneando la topografía dibuja-
da por el borde de la plataforma continental y sosteniendo importantes floraciones de fitoplancton
(Figura 3). La corriente de Brasil fluye hacia el sur a lo largo del margen continental de América
del Sur y constituye el límite oeste del llamado giro subtropical del Atlántico sur, cuyas aguas, de
origen subtropical, son más cálidas (superan los 26ºC en su superficie) y salinas que las aguas ad-
yacentes. Ambas corrientes se encuentran cerca de los 38º de latitud sur y forman la zona de con-
fluencia Brasil/Malvinas, una de las regiones de mayor concentración de energía de todos los océa-
nos del mundo. En esta zona coexisten y se mezclan aguas subtropicales y subantárticas que deter-
minan importantes gradientes físico-químicos y favorecen la presencia de altas concentraciones de
nutrientes con importantes consecuencias biológicas para todo el ecosistema. Después de impactar
con la corriente de Malvinas, la corriente de Brasil se bifurca y una de sus ramas –la más externa–
forma la corriente del Atlántico sur. A estas latitudes –entre los 38º y los 40º de latitud sur–, el flu-
jo principal de la corriente de Mal-
2 1 vinas describe un brusco giro y for-
ma el flujo de retorno de Malvinas
que se dirige al sudeste. Este flujo
de retorno genera la surgencia de
aguas profundas que enriquecen el
contenido de los nutrientes de las
1 aguas superficiales.
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rano, aguas subtropicales cálidas y salinas de la corriente de Brasil alcanzan el norte de la platafor-
ma continental patagónica, entre los 40º y los 42º de latitud sur, e incluso pueden llegar hasta el gol-
fo San Jorge. Más allá del impacto que produce la descarga de aguas continentales sobre las aguas
de la plataforma, las mareas inciden significativamente en la dinámica de este sistema. En la Pata-
gonia argentina la amplitud de las mareas se encuentra entre las más altas del mundo, pues generan
fuertes corrientes e importantes variaciones en el nivel del mar. Aproximadamente el 10% de la
energía global de la marea se disipa en áreas específicas de la plataforma, donde se detectan fren-
tes de mareas de gran importancia ecológica.
Estas regiones contrastan con las bajas concentraciones de fitoplancton propias de las aguas oligotró-
ficas de la corriente de Brasil (en las que la escasez de nutrientes limita la presencia y el crecimiento
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del fitoplancton. De esta forma, las fértiles aguas de la corriente de Malvinas, mantenidas en su-
perficie gracias a la estabilidad que genera la intrusión de aguas cálidas subtropicales, sustentan
el importante crecimiento de biomasa de fitoplancton.
En los alrededores de las islas Malvinas, las condiciones que permiten una elevadísima productividad
se asocian a una importante surgencia de aguas antárticas. Allí, el banco Burdwood y las islas del ar-
chipiélago de Malvinas interrumpen el flujo de aguas de la corriente circumpolar antártica en su des-
plazamiento hacia el norte. La topografía del fondo define los frentes y las surgencias, y genera circu-
laciones locales que rodean las islas Malvinas y el banco Burdwood. La consecuencia directa es una
alta concentración de nutrientes y la saturación de oxígeno. La producción primaria resultante obser-
vada en los alrededores de las Malvinas se encuentra entre las más altas del Mar Argentino.
En cuanto a la distribución de las especies, los frentes constituyen una barrera de dispersión y
definen los patrones biogeográficos de los organismos marinos. Por ejemplo, en las aguas cáli-
das cercanas a los frentes, el fitoplancton está dominado por flagelados y pocas especies de dia-
tomeas. Las aguas de la confluencia Brasil/Malvinas están dominadas por diatomeas de zonas
templadas (Leptocylindrus, Pseudonitszchia, Rhizosolenia, Fragilariopsis y pequeños Chaeto-
ceros y Odontella). La población de dinoflagelados en esta zona está conformada por una mez-
cla de especies heterotróficas de aguas frías y subtropicales. También abundan unas pocas for-
mas autotróficas que contribuyen al máximo de clorofila que se registra en estas aguas. En las
aguas superficiales en las que los valores de clorofila son altos, entre los 38º y los 40º de latitud
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En el norte de la plataforma, el ingreso de aguas del Río de la Plata también genera condiciones de
alta productividad, la que se encuentra limitada por la turbidez. La diferencia de densidad y la pro-
gresiva mezcla con aguas de plataforma condicionan la formación de una “cuña salina”, cuyas es-
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En el sur de la plataforma continental, el ingreso de aguas frías y ricas en nutrientes por parte de
la rama oeste de la corriente de Malvinas se produce durante todo el año. Allí, el principal factor
regulador del crecimiento del fitoplancton es la penetración de la luz, factor asociado con la esta-
bilidad de la columna de agua. Por último, si bien la plataforma continental en los alrededores de
Malvinas presenta una concentración de fitoplancton elevada durante todo el año, las máximas
concentraciones de clorofila se suelen observar a fines de primavera y comienzos de verano.
Por lo general, después de los máximos de producción primaria primaveral se produce una re-
ducción en la concentración de nutrientes, especialmente de silicatos, que limita el crecimiento
de las diatomeas, por lo que se opera un cambio de elenco en la flora fitoplactónica a favor de
los cocolitofóridos, los dinoflagelados y otros pequeños flagelados que tienen la capacidad de
utilizar nutrientes a partir de la mineralización de compuestos orgánicos. Tanto el consumo del
zooplancton como la mineralización de la materia orgánica particulada resultan de un incremen-
to de la materia orgánica disuelta en las capas superiores del mar y dan lugar a la proliferación
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0,10 ml m–3). Donde predominan las aguas de la corriente de Malvinas, ricas en nutrientes, se
observa alta concentración de clorofila (entre 0,20 y 2,25 mg m–3) y abundancia de zooplancton
(entre 0,31 y 0,78 ml m–3). Nuevamente, los fuertes gradientes térmicos horizontales y una ma-
yor circulación vertical en esta región frontal favorecen la productividad primaria y secundaria
(por encima de 1,67 mg m–3 de clorofila y 0,76 ml m–3 de biomasa zooplanctónica).
Con respecto a la composición del zooplancton, la fracción que comprende a los organismos de me-
nos de 5 mm de largo (mesozooplancton) se compone principalmente de copépodos (89%) y oca-
sionalmente de ostrácodos, pterópodos y formas juveniles de eufáusidos y anfípodos. Esta fracción
aporta aproximadamente entre un 50 y un 60% de la biomasa total de zooplancton en otoño y en
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primavera, respectivamente. Las dos especies dominantes de copépodos calanoideos son: Drepano-
pus forcipatus (que se distribuye ampliamente en aguas de la plataforma) y Calanus australis (que
se ubica en aguas de la plataforma interna y media). En general, el mesozooplancton muestra una
leve tendencia a aumentar en aguas costeras (en proximidades de la isobata de 50 m), disminuye en
aguas intermedias y vuelve a incrementarse en la zona del talud y aguas adyacentes.
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larvas de las especies mencionadas, aunque los cañones submarinos que atraviesan el talud al
norte de la Patagonia también son considerados potenciales zonas de desove y cría.
La materia orgánica particulada que no es ingerida por el zooplancton ni descompuesta por or-
ganismos heterotróficos en los estratos superiores de la columna de agua se deposita en el lecho
marino o se convierte en alimento de organismos filtradores bentónicos, entre los que se desta-
ca, en aguas de plataforma, la vieira patagónica (Zygochlamys patagonica).
La diversidad íctica –de gran relevancia pesquera– se complementa con la merluza de cola (Ma-
cruronus magellanicus), la merluza negra (Dissostichus eleginoides) y el abadejo (Genypterus
blacodes). Las tres, junto a la polaca, tienen una distribución asociada a las aguas frías de la co-
rriente de Malvinas y ocupan, con las diferencias del caso, una posición trófica semejante a la
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merluza común. La distribución de algunas de estas especies (merluza negra, merluza de cola,
polaca y abadejo) supera ampliamente el área analizada, pues llega hasta los sectores subantár-
ticos de los océanos Pacífico e Índico.
áreas norte y hacia aguas más profundas sobre el borde de la plataforma, que siguen la co-
rriente de Malvinas. En los primeros estadios de desarrollo se alimentan principalmente del
anfípodo T. gaudichaudii.
Además del calamar argentino, el calamarete es una especie demersal de aguas frías de gran im-
portancia pesquera. Los adultos se agrupan para alimentarse principalmente sobre la isobata de
200 m al sur y nordeste de las islas Malvinas.
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Mamíferos marinos
Un alto número de especies de cetáceos reside o visita el área. Las aguas costeras y oceánicas for-
man parte del área de distribución de catorce especies de delfines, dos de cachalotes y siete de las
once especies de ballenas existentes. Entre ellas, una de las poblaciones de ballena franca –en esta-
do vulnerable– elige las aguas costeras de la Península de Valdés para reproducirse y cuidar a sus
crías durante las primeras semanas de vida. Tres especies amenazadas de ballenas del género Ba-
laenoptera visitan las aguas de la plataforma y el talud durante sus migraciones hacia las áreas de
alimentación antárticas: la ballena azul (B. musculus), la fin (B. physalus) y la sei (B. borealis), ade-
más de la ballena jorobada (Megaptera novaeangliae) y el cachalote (Physeter catodon), en estado
vulnerable. En la región se han registrado trece especies de delfines picudos, delfines y marsopas,
de las cuales por lo menos ocho tienen estatus poblacionales desconocidos.
Aves marinas
En los 3.400 km de costa entre el sur de Buenos Aires y el estrecho de Magallanes se reprodu-
cen dieciséis especies de aves marinas (dos especies de pingüinos, el petrel gigante del sur, cin-
co especies de cormoranes, tres de gaviotas, tres de gaviotines y dos especies de skúas), distri-
buidas en aproximadamente doscientas sesenta colonias. La mayoría de ellas se alimenta en
aguas costeras. Otras aves –el petrel gigante del sur y el pingüino de Magallanes– se internan
mar adentro y pueden llegar hasta el borde de la plataforma continental.
Además de las especies residentes, numerosas especies de aves visitan estacionalmente el Mar
Argentino. Estudios de telemetría satelital muestran que la proveniencia de estas especies pue-
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de llegar a ser de áreas tan distantes como las islas Georgias del Sur, Diego Ramírez, Tristan da
Cunha y Gough, o incluso de Nueva Zelanda.
Desde las colonias reproductivas de las Georgias del Sur llegan predadores tales como el albatros
errante (Diomedea exulans), el petrel barba blanca (Procellaria aequinoctialis), el petrel gigante
del sur y el del norte (Macronectes halli), que se alimentan en aguas patagónicas en forma esta-
cional o durante todo el año. El albatros errante visita el borde de la plataforma y las aguas adya-
centes, a lo largo de todo el año; en efecto, se han hecho observaciones directas para ambos sexos
y todas las clases de edad, entre los que se incluyen individuos reproductores y no reproductores.
Esta especie no ingresa en aguas de la plataforma continental, excepto en las cercanías de las is-
las Malvinas. El petrel barba blanca también depende de las aguas de la plataforma continental du-
rante prácticamente todo el año, excepto durante el cuidado de las crías, cuando se ve obligado a
alimentarse en áreas más cercanas a las colonias reproductivas. Las hembras del petrel gigante del
sur y del norte visitan la zona principalmente durante la incubación y la etapa posterior a su repro-
ducción, y se las encuentra en áreas de surgencia alrededor de la zona del talud sur, desde el ban-
co Burdwood, en el este, hasta las islas de los Estados y Diego Ramírez, en el oeste. Los machos
de petrel gigante del norte, durante la incubación, y el lobo marino de dos pelos antártico, en in-
vierno, alcanzan hábitat internos de la plataforma en el sector norte.
Desde la isla Diego Ramírez llegan albatros de cabeza gris (Thalassarche chrysostoma) y de ceja ne-
gra para alimentarse a lo largo del límite sudoeste de la plataforma patagónica. Otras especies de Die-
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go Ramírez, como la pardela oscura (Puffinus griseus) y el petrel azulado (Halobaena caerulea), tam-
bién visitan el Mar Argentino. Especies antárticas como el petrel damero (Daption capense) y el pe-
trel plateado (Fulmarus glacialoides), que se reproducen tanto en la península antártica como en el in-
terior del casquete polar, son visitantes comunes de las aguas patagónicas. El paíño común (Oceani-
tes oceanicus), un migrador transecuatorial, posee una colonia reproductiva importante en la Antárti-
da y una pequeña en las islas Malvinas. Es común observarlo en la plataforma continental durante la
primavera y el otoño, pues utiliza esta zona como estación de parada durante las migraciones.
De las aves marinas que se reproducen en Tristan da Cunha y Gough, el petrel collar gris (Ptero-
droma mollis), el petrel cabeza parda (Pterodroma incerta), el petrel pizarra (Aphrodroma brevi-
rostris) y la pardela grande (Colenictris diomedea) son típicos en la zona norte del ecosistema y
están asociados con la corriente de Brasil, especialmente en invierno, aunque también visitan la
zona sur de la plataforma continental, principalmente fuera de sus etapas reproductivas.
Varias especies de aves marinas, visitantes y residentes, requieren un especial esfuerzo de con-
servación. La gaviota de Olrog (Larus atlanticus), una especie amenazada de extinción, es en-
démica del ecosistema. Su área de reproducción está restringida al sur de Buenos Aires y al gol-
fo San Jorge, con una población total de 2.300 parejas. El albatros de Tristan (Diomedea dab-
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benea) y el petrel antifaz (Procellaria conspicillata) son dos de las especies más raras y amena-
zadas del Atlántico Sur; el primero, en peligro de extinción y el segundo, en estado crítico. El
albatros real del norte (Diomedea sanfordi), especie amenazada que se reproduce en Nueva Ze-
landa, pasa el invierno principalmente en la plataforma patagónica y se distribuye ampliamente
sobre las aguas costeras y de baja profundidad hasta la isobata de los 1000 m.
La descripción precedente presenta al Mar Argentino como una de las áreas de mayor importan-
cia mundial para la diversidad y la abundancia de aves predadoras tope residentes y visitantes,
algunas de las cuales pueden extinguirse a corto plazo, en caso de que no se implementen las
acciones de conservación apropiadas.
Problemática conservacionista
Desde la perspectiva de la conservación oceánica y de la de sus especies dependientes, las ame-
nazas pueden diferenciarse en directas e indirectas. Las causas directas guardan una relación in-
mediata con el empobrecimiento de la biodiversidad, tema que ocupa un lugar relevante en la
preocupación de los conservacionistas, pero que también debería ser parte de una agenda públi-
ca en la materia que refleje las inquietudes de la sociedad y se estructure como un programa de
acciones efectivas. Entre estas causas –actuales o potenciales– se incluyen:
• La falta de una visión ecosistémica del Mar Argentino.
• La carencia de un plan integral de manejo sustentable para la actividad pesquera.
• El exceso de capacidad de pesca.
Existen, además, amenazas indirectas que afectan el sistema a través de los efectos que se deri-
van de las limitaciones que una administración deficiente impone sobre el uso de los recursos.
Entre estas limitaciones, se destacan las asociadas con la complejidad jurisdiccional y el estilo
de administración a corto plazo basado en pesquerías uniespecíficas.
Contexto
En diversas revisiones realizadas por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación), se ha integrado la información mundial y se analizan anualmen-
te el estado y las tendencias de la pesca. De esta información se desprenden datos elocuentes
acerca de los límites que presenta el mar como proveedor de recursos vivos para la población
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mundial. Por ejemplo, en 1995, el 66% de los mayores caladeros del mundo con especies de va-
lor comercial se encontraban sobreexplotados y al borde del colapso. La extracción pesquera
mundial para 1996 se estimó en 87.000.000 de t anuales, con tendencia a superar las 100.000.000
en 2010. El uso no sostenido del recurso pesquero afecta por lo menos al 35% de las doscientas
especies de peces más importantes en el mundo. El descarte pesquero por captura incidental de
especies sin valor comercial se estima, a nivel global, en 29.000.000 de t anuales (aproximada-
mente el 30% de la captura comercial mundial).
Entre 1990 y 1995, la actividad pesquera argentina se incrementó en un 108%, como resultado
de un aumento en la inversión destinada a la flota industrial, particularmente a la incorporación
de buques con mayor capacidad de pesca. Durante el auge de la industria en los 90, el produc-
to pesquero argentino se mantuvo en torno a 1.000.000 de t anuales, y llegó a superar los U$S
1.000.000.000 de exportación. Este panorama cambió radicalmente a fines del siglo pasado, al
verse seriamente comprometidos los efectivos de merluza común, principal recurso del calade-
ro. En la actualidad, aunque la biomasa de merluza Hubbsi sigue sosteniendo grandes volúme-
nes de captura, la disminución en la abundancia de individuos adultos en la población es una se-
ria advertencia sobre el riesgo de colapso que se cierne sobre la especie. A este panorama se su-
ma la alta variabilidad interanual en la disponibilidad de otros recursos de importancia econó-
mica. El calamar Illex, por su abundancia, y el langostino (Pleoticus muelleri), por su valor de
mercado, son dos especies de ciclo anual que han venido experimentando fuertes oscilaciones
de biomasa, las que, acopladas a una política pesquera oportunista, dieron lugar a reiterados ci-
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Perspectivas
Está claro que la sociedad argentina no cuenta con una agenda de conservación oceánica. Ésta
es una limitación muy seria, debido a que la necesidad de concertar respaldo sobre una iniciati-
va de conservación oceánica subyace a cualquier intento por conferir sustentabilidad a la ges-
tión del Mar Argentino. Por otra parte, tal como se analizó, el estilo actual de administración del
mar trasunta dificultades verificables en la voluntad política para avanzar hacia una gestión ba-
sada en el principio de precaución, con el previsible costo ambiental y social que ello implica.
Frente a este panorama, cabe señalar que existen grupos de interés con diversas capacidades y
vocación para evitar los efectos perjudiciales del estilo de desarrollo descripto y para fundamen-
tar el manejo en normas ecosistémicas. Entre estos grupos deben tener cabida los usuarios que
hoy protagonizan el aprovechamiento de los recursos del mar, inmersos en un escenario de pro-
blemas y preocupaciones, caracterizado por una compleja incertidumbre ambiental, política y de
mercados. También existe interés por parte de organizaciones no gubernamentales (ONG), na-
cionales e internacionales por contribuir al manejo sustentable del Mar Argentino con recursos
económicos, conocimiento experto y respaldo político.
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Por lo anterior, y a modo de corolario, se proponen los presupuestos mínimos de una agenda de con-
servación oceánica que podrían incluir –entre otros– los componentes que se detallan a continuación:
• Un sistema de gestión basado en modelos ecosistémicos integrados con objetivos a largo plazo.
• Un plan estratégico sobre el manejo de recursos y la mitigación de impactos, que incorpore
áreas protegidas (AP) cuando se requiera conservar espacios de crucial relevancia biológica.
• Un portafolio de opciones de financiación para fortalecer la capacidad de gestión, que incluya
componentes de investigación, administración y control.
• Un protocolo de colaboración entre organizaciones gubernamentales, no gubernamentales e inter-
gubernamentales, con participación del sector empresarial y científico que tenga intereses en el área.
• Un plan de educación ambiental centrado en la conservación oceánica.
Agradecimientos
Los autores agradecen la lectura y los comentarios recibidos sobre el manuscrito por parte de Pablo
Filippo, Santiago Krapovickas y Vivian Lutz.
Notas
1
La expresión “producción primaria” o el término “productividad” se emplean en este trabajo en forma
laxa y, en la mayor parte de los casos, significan “abundancia” o “biomasa” de fitoplancton; así, si hay
abundante fitoplancton, habrá una alta producción primaria. Sin embargo, desde un punto de vista estricto,
para el Mar Argentino son pocas las mediciones reales de “producción primaria” con las que se cuenta.
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canzaron su máximo en el año 1997 (1.341.000 t) y bajaron abruptamente en los dos años si-
guientes hasta alcanzar un valor algo superior a las 800.000 t que se mantienen hasta hoy.
La expansión de la pesca comercial en este país tuvo lugar sin una política gubernamental que
tuviese en cuenta la sustentabilidad de los recursos. La maximización de beneficios se logró a
costa de aumentar exageradamente la presión sobre el ecosistema y las consecuencias no se hi-
cieron esperar. La merluza común debió ser declarada en emergencia a partir de 1997 con con-
secuencias sociales, económicas y políticas de amplia repercusión. Los efectos de la sobrepes-
ca también se hicieron sentir sobre la polaca, la merluza austral, la merluza negra, la corvina, la
pescadilla, el besugo y aquellas especies que forman parte de la captura acompañante de las es-
pecies comerciales, tales como las rayas y los tiburones.
Una mención especial merecen el calamar y el langostino. Por tratarse de especies con un ciclo
de vida anual, alta capacidad reproductiva y una gran dependencia de las condiciones ambien-
tales, sufren grandes fluctuaciones en su abundancia. El langostino cumple un rol destacado en
el desarrollo económico, especialmente en los puertos patagónicos. En el año 2001 se alcanzó
el récord de desembarque (76.000 t), que alcanzó a ocupar alrededor de un 50% de las exporta-
ciones pesqueras (U$S 400.000.000). Como contrapartida, en el año 2005 las capturas estuvie-
ron muy por debajo de las expectativas.
ción o el exceso de capacidad pesquera. El concepto es sencillo: hay muchos más barcos,
empresas y gente que vive de la pesca de lo que el ecosistema puede soportar. Este exceso
debe reducirse de alguna forma y, por ello, el sistema enfrenta grandes tensiones sociales,
políticas y económicas que impiden implementar planes efectivos de recuperación y mane-
jo sustentable.
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La pesquería
La merluza es considerada como la columna vertebral del sector pesquero argentino y no es ne-
cesario remontarse muy atrás en el tiempo para verificarlo. Esta actividad se realizaba principal-
mente desde el puerto de Mar del Plata (allí se concentraba el 74% en el año 1988) por parte de
la flota de buques fresqueros. Razones de tipo biológico y económico favorecieron la instala-
ción de empresas en puertos patagónicos (incluso, algunas abrieron filiales o se trasladaron des-
de Mar del Plata). Aunque actualmente este puerto mantiene la supremacía en el desembarque
de merluza (alcanzaba el 60% en 2004), se ha generado un factor de competencia regional con
fuertes implicancias políticas.
Otro cambio importante en la pesquería de merluza fue el mencionado incremento del es-
fuerzo pesquero durante la década del 90. En el año 1987 los buques fresqueros desembar-
caron el 70% de la merluza y los buques congeladores, algo más del 20%. Una década más
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Las evidencias de sobrepesca eran claras y fueron advertidas oportunamente ante las autorida-
des, quienes en el año 1997 decidieron finalmente declarar la crisis de la merluza común. El Ins-
tituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (INIDEP) recomendó limitar las captu-
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ras y el esfuerzo pesquero al 50%, así como también el establecimiento de áreas y épocas de ve-
da, a fin de propiciar la supervivencia de los juveniles. En julio de 1997 fue establecida una nue-
va área de veda permanente en la región patagónica (Figura 1). La experiencia ha demostrado
que esta extensa área es una de las pocas medidas de manejo que ha sido efectiva, siempre y
cuando cuente con los controles necesarios.
En el año 1998, se promulgó la Ley Nº24.922, que establece el Régimen Federal de Pesca. En
su artículo Nº27 se introduce el sistema de administración por Cuotas Individuales de Captura
por especie, por buque, zonas de pesca y tipo de flota. Éstas son concesiones temporales que le
asignan al permisionario un porcentaje determinado de la CMP y que, al ser transferibles, pue-
den tener valor de mercado. La primera especie que se intentó cuotificar fue la merluza, pero
una serie de factores jugaron en contra de este proceso. La marcada disminución de las captu-
ras hizo eclosionar las tensiones entre los distintos sectores empresariales por los criterios de
asignación de cuotas. Para 1999, estos problemas actuaron como telón de fondo de un fuerte en-
frentamiento entre sectores de la pesca: congeladores versus fresqueros; Mar del Plata versus
Patagonia; trabajo en tierra versus procesamiento a bordo. En este contexto de conflicto políti-
co, no exento de violencia, tuvo mayor peso la posición de los armadores de buques fresqueros
y se dictó la Emergencia Pesquera. La decisión incluía, entre otras cosas, que los buques conge-
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ladores debían operar al sur de los 48º de latitud sur, lejos de las principales concentraciones de
merluza, que quedaron reservadas para los buques fresqueros. El conflicto de fondo no fue so-
lucionado por tratarse de una exclusión temporaria de uno de los sectores, lo que no disminuyó
el esfuerzo pesquero sobre el conjunto del ecosistema.
Este relato histórico ilustra el complejo entramado de intereses, derechos y reclamos que dificulta
arribar a una solución con el consenso de todos los sectores. Pese a los continuos anuncios oficia-
les, la implementación del sistema de cuotificación avanza muy lentamente y no se vislumbra has-
ta el presente una política pesquera con una visión a largo plazo que supere las limitaciones de las
cuotas individuales de captura y que asegure un manejo sustentable de la pesquería.
Según Cordo (2005), sólo el desembarque de la flota argentina superó en 50.000 t la captura má-
xima permisible en 2004. La clase de edad 1 volvió a aumentar su participación en la captura e
indicó una clara tendencia a desembarcar ejemplares cada vez más pequeños. El porcentaje de
juveniles (de menos de 35 cm de largo) en el desembarque fue del 39,7% en 2004. Como resul-
Consideraciones finales
La pesquería de merluza es un buen ejemplo de las consecuencias de la sobrepesca sobre los recur-
sos pesqueros. El objetivo de manejo para recuperar la biomasa de adultos reproductores no fue al-
canzado debido a la elevada mortalidad por pesca sobre juveniles y adultos. Sólo la eventualidad de
tres años consecutivos de reclutamientos muy abundantes permitió sostener el volumen de las cap-
turas con un 30 a un 70% de juveniles según el stock. Esos juveniles no tuvieron oportunidad de cre-
cer y reproducirse ni de aportar a la recuperación del recurso. El hecho de que la pesquería dependa
de algo tan variable como el éxito del reclutamiento anual genera dudas sobre la sustentabilidad a lar-
go plazo. La irresolución del exceso de capacidad pesquera mantiene latentes las tensiones y los con-
flictos en el sector, y dificulta la posibilidad de llegar a soluciones basadas en el consenso.
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Campagna et al. (en este volumen) mencionan con acierto las amenazas directas e indirectas que
afectan la biodiversidad y el uso sustentables del Mar Argentino. En este sentido, es necesario
destacar que todo el ecosistema está en riesgo y no sólo la merluza. El exceso de buques y re-
des que barren el fondo tiene, sin duda, un gran impacto sobre todas las especies capturadas y
sus hábitat. Es imperioso evitar que el efecto de “rascar el fondo de la olla” de tantos barcos que
buscan salvar sus cuentas entregue un mar empobrecido por el descarte, la muerte innecesaria
de la fauna acompañante y la pérdida de hábitat.
En un futuro no muy lejano, las condiciones actuales de la gestión pesquera probablemente conduci-
rán a un colapso de los recursos con graves consecuencias ambientales, sociales y económicas. Por
ello, ha llegado el momento de que todos los interesados –los usuarios, los administradores, los cien-
tíficos y la sociedad civil en su conjunto– reflexionen sobre el uso sustentable de los ecosistemas ma-
rinos, un capital propio de las generaciones presentes y futuras. Es necesario desarrollar una estrategia
a largo plazo que defina el modelo de gestión y explotación pesquera, basado en la consideración del
ecosistema y en la aplicación del principio precautorio. Se requieren sistemas de gestión participativa
que agreguen transparencia a los procesos de toma de decisiones y planes de manejo que utilicen la
mejor ciencia y tecnología disponibles. Es preciso, también, fortalecer la capacidad de investigación
científica y los componentes operativos (monitoreo, vigilancia y control), a fin de que aporten el co-
nocimiento y la información necesarios para un manejo dinámico y efectivo del ecosistema.
Marinas Protegidas podría ser un aporte de vital importancia para estos objetivos. Cada vez hay
más evidencias en el mundo de sus ventajas para administrar con mayor eficiencia aspectos cla-
ve de los recursos pesqueros, así como también las áreas, los procesos y los componentes de im-
portancia para el ecosistema y la sociedad.
La actividad pesquera comercial en la Argentina abarca una amplia gama de operaciones muy
diversas que se desarrollan a lo largo del litoral atlántico en áreas cercanas entre sí, e incluso su-
perpuestas, y que tienen como objetivo especies diferentes. Los recursos principales –merluzas,
langostinos, calamares, polacas, merluzas de cola, vieiras, especies costeras, etc.– son captura-
dos por flotas de distintas características y magnitudes, con estructuras de costos muy diferen-
tes. Es, entonces, casi imposible referirse a la actividad pesquera en su conjunto, salvo que se lo
haga mencionando parámetros muy generales, que sólo permiten tener una idea de la globalidad
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del negocio. Resulta claro que, para ahondar en problemáticas más específicas y sobre todo en
lo que hace a conceptos de sustentabilidad, es necesario extraer, de ese conjunto de actividades,
aquélla que se quiera examinar en profundidad. En este contexto se hace referencia al calamar
Illex, que es una de las especies de mayor importancia comercial para la Argentina.
Una de las consecuencias más interesantes de la forzada incursión de los empresarios en los terre-
nos reservados, en teoría, a los científicos, es que este ejercicio les ha permitido ver las marcadas
similitudes que hay entre el mundo de las empresas, donde tratan de sobrevivir en un medio (el
económico) de recursos escasos, como ha sido el caso de la Argentina en los últimos años, y el de
las especies animales que en libertad luchan también por su supervivencia en un contexto de es-
casez similar. Hasta podría pensarse en un cierto paralelismo entre un ecosistema que sobrevive
sobre la base de información biológica y una empresa que –en un sistema de libre mercado– sub-
siste basada en la información tecnológica. Conviene considerar cuáles son las condiciones bási-
cas que se requieren para poder establecer el desarrollo de una pesquería sustentable.
Un adecuado conocimiento del recurso, que permita dimensionar con la mayor precisión po-
sible el tamaño de los stocks (investigación). La Argentina ha realizado desde los años 80 un tra-
bajo encomiable para mejorar su conocimiento sobre la especie del calamar Illex y su compor-
tamiento; se sigue trabajando intensamente y gracias a las contribuciones del gobierno de Japón,
se cuenta con un instituto de investigación, el INIDEP, moderno y bien equipado, con dos bu-
ques de tecnología razonable y recursos humanos de buen nivel.
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Flota adecuada (tipo de buque). Esta especie es capturada, en su mayoría, por buques con tec-
nología desarrollada exclusivamente para esta pesca, los cuales son denominados jiggers o po-
teros. La flota tiene un promedio de edad alto pero, en los últimos años, se han incorporado uni-
dades con tecnología de punta, lo que ha mejorado sensiblemente la media.
Tecnología adecuada (artes de pesca). Los poteros concentran los cardúmenes de calamar por
medio de luces de gran intensidad, para luego atraerlos con señuelos que los capturan indivi-
dualmente. La captura es, entonces, altamente selectiva, pues no se obtienen –a diferencia de lo
que ocurre con los arrastreros, palangreros, cerqueros, etc.– especies acompañantes, lo que de
hecho constituye una diferencia y una ventaja enorme respecto de los otros métodos de pesca.
El sistema de poteros tiene, además, limitaciones operativas en relación con la profundidad; en
efecto, la influencia de las luces disminuye a partir de los 150 m, lo que genera una protección
natural, especialmente para las hembras, que instintivamente buscan las aguas profundas del ta-
lud continental para desovar.
que fijó la apertura de la temporada de pesca el 1 de febrero de cada año y el cierre de la mis-
ma el 31 de agosto.
Hasta aquí, todo parece estar razonablemente controlado; sin embargo, hay aspectos que re-
quieren de acciones inmediatas para complementar las normas ya establecidas. En primer lu-
gar, si se tiene presente que las hembras de esta especie buscan la profundidad fuera del ta-
lud y que éste se encuentra en una amplia zona, fuera de la ZEE, es imprescindible trabajar
de inmediato en acuerdos con las flotas que operan en esa área para procurar que sus buques
poteros disminuyan su actividad y, fundamentalmente, tratar de evitar que los buques arras-
treros, propios y ajenos, capturen esas hembras que por su estado tienen muy poca movili-
dad y, por lo tanto, son una presa fácil de sus redes. Una posible solución para eliminar o, a
lo sumo, atenuar este problema sería crear un área marina protegida a lo largo del talud con-
tinental que prohíba la captura de este tipo de buques, al menos durante una época del año.
Éste es un objetivo muy ambicioso, difícil de conseguir, pero ya han comenzado a esbozar-
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se alianzas entre ONG, empresarios y científicos que permiten tener optimismo en cuanto a
la obtención de un resultado positivo.
En segundo lugar, existen cambios dramáticos en las condiciones ambientales en el océano, fun-
damentalmente en lo que hace al comportamiento de las corrientes y sus efectos sobre la tem-
peratura del agua de mar. Estos cambios se han hecho notar al alterar el comportamiento del re-
curso, sus migraciones y áreas de desove. Esto obliga a redoblar los esfuerzos en la investiga-
ción y a establecer sistemas de conservación flexibles que acompañen la dinámica de los cam-
bios ambientales que se enfrentan.
Las aves marinas oceánicas, representadas por los albatros, los petreles, las pardelas y los petre-
les de las tormentas, entre otras, son un grupo con características morfológicas muy particula-
res con las que pueden adaptarse perfectamente a la vida marina. Por ejemplo, presentan una
contextura corporal con fuertes músculos y alas de gran envergadura (e.g., 3 m), que les permi-
ten volar miles de kilómetros sobre el mar durante días sin la necesidad de posarse en la tierra.
A diferencia de las especies costeras y terrestres, que utilizan las corrientes térmicas para ele-
varse y planear, las aves oceánicas sólo utilizan los fuertes vientos reinantes en los mares del sur
para impulsarse y las turbulencias que produce el mismo al chocar contra las enormes olas pa-
ra permanecer en el aire y, así, maximizar su vuelo con bajos consumos de energía.
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Este comportamiento de vuelo tan particular resulta indispensable para garantizar los despla-
zamientos migratorios desde los sitios de nidificación a las zonas de alimentación. Muchos
albatros y petreles tienen sus nidos sobre las costas acantiladas de islas subantárticas que,
durante los meses de verano, usan para poner sus huevos y criar a los pichones hasta que
aprenden a volar. Cuando el pichón eclosiona del huevo, los padres deben buscar su alimen-
to y uno de los comportamientos más llamativos es que abandonan los nidos por semanas pa-
ra volar miles de kilómetros mar adentro en busca de sus presas. Esta característica del ciclo
biológico de las aves oceánicas hace que estos grupos enfrenten amenazas muy variadas,
complejas y muy difíciles de resolver si se las trata con una visión local. Entre los proble-
mas más destacados se pueden nombrar, por ejemplo, la sobreexplotación de sus recursos
alimenticios, la contaminación, la degradación y la introducción de predadores en sus sitios
de reproducción, entre otros. Dada la complejidad de los mismos, resulta muy difícil descri-
birlos en pocas palabras. Por esta razón, esta sección del libro sólo estará enfocada en una
de las problemáticas más importantes que sufren las aves marinas pelágicas, que es la cap-
tura incidental en la pesca con palangres.
El palangre o long-line es un arte de pesca compuesta básicamente por una línea madre que tra-
baja paralela al fondo, a la cual se fijan los anzuelos distribuidos a distancias determinadas pa-
ra evitar que se enreden. Las puntas de la línea madre están fijadas al fondo por anclas marca-
das por boyas en la superficie del agua (Figura 1).
La Situación Ambiental Argentina 2005
De todas las artes de pesca que están vigentes, en términos generales, ésta es la menos per-
judicial, porque no provoca impacto sobre el lecho marino y es muy selectiva por especie
y tamaño. Sin embargo y a pesar de su selectividad, desde el punto de vista pesquero, es un
arte que en alta mar –principal-
mente en la pesca de merluza
negra (Dissostichus eleginoi-
des) y abadejo del Atlántico Sur
(Genypterus blacodes)– provo-
ca una gran mortalidad inciden-
tal de aves pelágicas.
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La información analizada indica que en los últimos años se produjo una captura incidental de en-
tre 0,03 a 0,04 aves cada 1.000 anzuelos calados, con valores máximos de 0,20 aves cada 1.000
Si se compara la mortandad incidental que se produce en otros países como Brasil (0,09-1,35
aves/1.000 anzuelos, Olmos et al., 2000) y Uruguay (1,7 aves/1.000 anzuelos, Stagi y Vaz-Fe-
rreira, 2000), la mortandad incidental por la flota palangrera de bandera nacional es menor o, in-
cluso, puede aparentar no ser tan importante. Pero se debe ver esta captura desde una visión ho-
lística y no con una visión local, dado que esta pesquería se realiza en el Atlántico Sur, en las
mismas áreas de distribución de las aves donde operan flotas de países europeos y asiáticos.
Esta conjunción de factores hace que especies como el albatros ceja negra y el petrel de antifaz
se encuentren amenazadas o en riesgo de extinción, lo que llamó la atención de convenciones
internacionales, tales como la Convención para la Conservación de los Recursos Marinos Vivos
Antárticos (CCAMLR) y el Acuerdo para la Conservación de Albatros y Petreles (ACAP), que
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se dedican a buscar soluciones que permitan disminuir la captura incidental de las aves pelági-
cas por la flota palangrera. Actualmente, toda la flota que pesca dentro del área del tratado de
CCAMLR tiene la obligación de llevar observadores a bordo que cuantifican y clasifican las
capturas de las aves, pero principalmente son los responsables de que se cumplan las medidas
de mitigación impuestas, como por ejemplo el uso de la línea espantapájaros. Ésta consiste en
un cable de varios metros de longitud del que cuelgan cintas de color distribuidas uniformemen-
te y es arrastrada desde la popa del barco al mismo tiempo que se va tirando o recogiendo el pa-
langre. El movimiento vibratorio de la línea, producto del movimiento del barco, asusta a las
aves que revolotean alrededor del palangre y evita que se enganchen.
A nivel local también se embarcan observadores a bordo que cuantifican la mortandad de aves
en la flota palangrera y se está trabajando, en conjunto con las empresas, los organismos acadé-
micos y las ONG, para buscar alternativas de mitigación como la línea espantapájaros o el lan-
ce y la recogida del palangre durante la noche. Estas medidas tomadas a nivel internacional y
local pueden minimizar la captura de las aves marinas pelágicas en su área de distribución para
posibilitar la recuperación de muchas de las especies que hoy están en peligro.
Proyecto inicial
A partir de la década del 80, se hizo más recurrente la mención de Monte León entre los sitios cos-
teros prioritarios a proteger y, luego, como sitio a tener en cuenta para la creación del primer Par-
que Nacional costero-marino del país. En el año 1997 la Administración de Parques Nacionales
(APN) incluyó a Monte León dentro del Proyecto Conservación de la Biodiversidad1, financiado
mediante una donación del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF) y recursos de la APN.
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Parque Nacional Monte León, primer parque nacional costero marino de la Argentina
to en diciembre de 2003. Para crear el parque e implementar las inversiones propuestas, la APN
debía ser propietaria del área terrestre, la cual formaba parte de una propiedad privada. Por diver-
sos motivos, hacia mediados de 2000, la gestión para su adquisición no podía avanzar, con la con-
siguiente demora en el inicio de un proyecto que ya tenía plazos de ejecución estipulados.
Para llevar adelante este proceso la FVSA, ahora propietaria de la estancia Monte León,
propuso conformar un comité de administración de la propiedad, que sería el encargado de
definir las acciones a realizar en la misma durante la etapa de transición hasta hacer efecti-
va la donación y mientras se elaboraba el plan de manejo. Este comité, formado por repre-
sentantes de la APN, de la provincia de Santa Cruz, FVSA, Patagonia Land Trust, un espe-
En julio de 2002, el comité de administración de Monte León aprobó por consenso el plan de ma-
nejo, elaborado por un equipo técnico integrado por personal de la APN y del Consejo Agrario de
la Provincia de Santa Cruz. Cumplido este requisito, el 14 de noviembre de 2002 la FVSA donó
al Estado nacional las 57.357 ha de la estancia Monte León, a las que se sumaron 4.811 ha de la
estancia Dor-Aike (donadas por PLT). El cargo de la donación fue crear el Parque Nacional Mon-
te León por ley del Congreso de la Nación, en un plazo de tres años.
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Siendo la APN la propietaria del predio, restaba que la provincia de Santa Cruz transfiriera el
dominio y la jurisdicción en su favor. En marzo de 2004 la provincia de Santa Cruz transfirió el
dominio y la jurisdicción de las tierras a favor del Estado nacional4 y amplió la superficie del
AP al incorporar las playas y las zonas fiscales adyacentes, las islas y los islotes contiguos –con
excepción de la Reserva Provincial Isla Monte León–, además de la franja intermareal hasta la
línea de base normal5. El 20 de octubre de 2004, mediante la Ley Nº25.945, se creó el Parque
y Reserva Nacional Monte León, con una superficie total de 62.169,26 ha.
nidad. Esta comisión está integrada por instituciones públicas provinciales, privadas, organis-
mos técnicos y ONG. A su vez, convocó la presentación de propuestas en el marco de los sub-
proyectos de uso sustentable para Monte León. Siete proyectos de investigación de base y de ca-
pacitación de recursos humanos han sido aprobados por un monto mayor a $300.0006. Estos pro-
yectos tienen como objetivo principal multiplicar capacidades locales y potenciar la valoración
del patrimonio natural y cultural de la región.
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Parque Nacional Monte León, primer parque nacional costero marino de la Argentina
específicos “…conservar los apostaderos o colonias reproductivas (...) y sus áreas de alimen-
tación y descanso” y ”…conservar una muestra representativa del ecosistema marino presente
en el mar continental argentino”, aún está pendiente avanzar en la incorporación de una porción
específica de ecosistema marino. En consideración de estos objetivos y las características de his-
toria de vida y la ecología alimentaria de las especies marinas que habitan el Parque Nacional
Monte León, el establecimiento de un área marina protegida alrededor de Monte León consti-
tuiría una herramienta muy adecuada. Actualmente, sólo el 0,59% de los ecosistemas marinos
de esto país son “áreas marinas protegidas” y ninguna de ellas es de jurisdicción nacional. Crear
un área marina protegida de jurisdicción nacional en las aguas adyacentes a Monte León puede
constituirse en un caso líder. El proceso iniciado con la creación del actual Parque Nacional
Monte León –sector terrestre e intermareal– exhibe precedentes que permiten avanzar hacia un
manejo del área marina adyacente basado en un fuerte marco interinstitucional nacional y pro-
vincial, al que también se deberían incorporar la participación activa de las comunidades y los
sectores productivos de la región.
Notas
1
Como parte del subcomponente “Creación y consolidación de Áreas Protegidas”.
2
El 27 de abril de 2001 se suscribió un contrato de fideicomiso entre la Fundación The Patagonia Land
Trust (PLT) y la FVSA, por el cual PLT aportó los fondos necesarios para que la FVSA adquiriera la
totalidad de la Estancia Monte León para su futura donación a la APN, con el objeto de crear el primer
parque nacional costero-marino de la Argentina.
3
PLT adquirió la estancia Dor-Aike en 2002 con el objetivo de convertirla en un área silvestre, para donar
los mencionados lotes al futuro Parque Nacional Monte León.
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