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Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea

Actas de las VI Jornadas, 17 y 18 de Julio de 2015, Buenos Aires, Facultad de Ciencias Socia-
les, Universidad de Buenos Aires

Coordinadores y compiladores:

Ricardo Esteves

Matías Saidel

Camilo Rios Rozo

Emiliano Sacchi

Adrián Velázquez Ramírez

http://teoriapoliticacontemporanea.blogspot.com.ar/
Libro de Actas de las VI Jornadas de Debates Actuales de la Teoría Política Contem-
poránea / Matías Leandro Saidel ... [et al.] ; compilado por Ricardo Esteves ... [et al.] ;
editado por Matías Leandro Saidel. - 1a ed . - Rosario : Matías Leandro Saidel, 2016.
Libro digital, PDF

Archivo Digital: descarga y online


ISBN 978-987-42-2441-5

1. Teoría Crítica. 2. Teoría Política. 3. Filosofía Política Contemporánea. I. Saidel,


Matías Leandro II. Esteves, Ricardo, comp. III. Saidel, Matías Leandro, ed.
CDD 320.01

Libro compilado por: Ricardo Esteves, Matías Saidel, Camilo Rios Rozo, Emiliano Sacchi y
Adrián Velázquez Ramírez

Editado por: Matías Saidel

Diseño de tapas: Yanina Guerzovich

Ediciones Debates Actuales

http://teoriapoliticacontemporanea.blogspot.com.ar/

Agradecimientos: Universidad de Buenos Aires y Universidad Nacional de las Artes.

Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual


4.0 Internacional.
Índice

Presentación ................................................................................................................................................. 9
1. Perspectivas sobre lo común .......................................................................................................... 11
Matías Saidel
La distorsión de la resistencia, la resistencia de la distorsión .................................................... 17
Alicia Naput - Camila Arbuet Osuna

Pueblo y Acontecimiento. Pensar lo común desde el pos-marxismo. ...................................... 29


Julia E. Expósito
Común urbano y producción del hombre endeudado. .................................................................. 47
Andrea Fagioli
Lo común desde la perspectiva de la reconsideración del concepto de lo político ............ 61
Francisco González Granados
El desacuerdo democrático como signo contemporáneo de lo común ................................... 73
Nicolás Emanuel Olivares
Crítica de la política y emergencia de lo común en el pensamiento del joven Marx .......... 87
Diego Paredes Goicochea
Por un comunismo de la inequivalencia: pensar lo en común con Nancy ............................101
Gabriel Riera
La “retirada” de lo común en la comunidad: el abandono de potencia en la singularidad:
Diálogos entre Giorgio Agamben y Jean-Luc Nancy. ..................................................................119
Lorena Souyris Oportot
El proceso de colonización de los bienes comunes intelectuales. El caso de las industrias
farmacéutica y biotecnológica ...............................................................................................................133
Liliana Spinella

2. Nuevas formas de gubernamentalidad y procesos de subjetivación ............................145


Emiliano Sacchi

El cuerpo en cuestión; la tensión cuerpo-vida en los modos de subjetivación singulares y


políticos en la filosofía contemporánea .............................................................................................149
Silvana P. Vignale

Procesos de subjetivación, sujeción e invención: sobre el sujeto colectivo.........................163


Sandra Marcela Uicich
Aportes para la comprensión de la experiencia de la ciencia en los procesos de
subjetivación contemporáneos. ............................................................................................................173
Esteban Tocino
Experiencia, registro, acontecimiento. Tres tematizaciones del placer en el Archivo
Foucault ..........................................................................................................................................................183
Fernando Sánchez-Ávila Estébanez
Nuevas formas de gubernamentalidad y procesos de subjetivación. Educación Superior
en Chile y endeudamiento: tecnologías contemporáneas de moldeamiento de la
subjetividad ..................................................................................................................................................203
Maira Melina
La Universidad Productora de productores: Una lectura Biopolitica ...................................221
Jorge Eliécer Martínez Posada
La reificación del lazo social en tiempos posmodernos: la inmensa soledad como
contracara de la política. Reflexiones a partir del análisis de la película Her .....................239
Luciana Noelia Ginga
Repensar la biopolítica foucaulteana como una forma de problematización del ejercicio
del gobierno a través de la verdad .......................................................................................................255
Iván Gabriel Dalmau
De políticas de escolarización y prácticas docentes en las sociedades de control.
Haciendo equilibrio en contextos de extrema pobreza urbana. ..............................................275
Eliana Bussi - Gabriela Orlando
Liberalismo, neoliberalismo y administración: de las subjetividades administradas a las
subjetividades administrativas .............................................................................................................287
Sebastián Botticelli
Democracia y Comunismo: el sujeto de la política ........................................................................305
Juan José Abud Jaso

3. Sociedades de control, post-humanismo y políticas tecnológicas..................................319


Camilo Rios Rozo

El control tecnológico de la información digital en el marco del capitalismo


informacional ...............................................................................................................................................323
Brian Leonel Goldman
Houellebecq, humanismo y política. Una aproximación a los nuevos rasgos del hombre
en las sociedades postliterarias ............................................................................................................339
Facundo Carmona
Notas sobre la vigilancia en Facebook ...............................................................................................357
Martina Lassalle
Diez preguntas a una posdata misteriosa. Sobre las sociedades de control de Gilles
Deleuze ...........................................................................................................................................................371
Pablo Esteban Rodríguez
4. Topologías del poder: perspectivas y abordajes sobre la relación política y espacio
.......................................................................................................................................................................391
Adrián Velázquez Ramírez
La categoría espacio social: posibles herramientas para analizar procesos de
institucionalización de movimientos sociales en América Latina, a través de la lectura de
H. Lefebvre. ...................................................................................................................................................393
Fernanda Valeria Torres

Territorios en sesgo. Espacio, tiempo, violencia ............................................................................407


Mariflor Aguilar Rivero

Economía política de la “ciudad” desde la microsociología de Georg Simmel ....................417


Fabiola Moreno Lima

La video vigilancia policial cordobesa. Espacio, poder y técnica .............................................435


Lisandro Barrionuevo

As contribuições de Doreen Massey para a Geografia Escolar .................................................449


Ana Angelita da Rocha

5. Discurso e identidades políticas ..................................................................................................465


Ricardo Esteves

Derechos humanos y la tensión individualismo-multiculturalismo. Debate entre


universalismo moral y relativismo cultural .....................................................................................467
Martín Agudelo Ramírez

Pensar la interculturalidad posible en nuestro entorno: el caso del “Barrio Intercultural”


en San Martín de los Andes. ....................................................................................................................479
Laura Araya - Paulina Kittl

¿El pueblo dónde está? Ernesto Laclau y la concepción del pueblo como sujeto mítico
...........................................................................................................................................................................493
María José Cisneros Torres

La intuición del instante y el tiempo de la revuelta, categorías para una historia de las
ciencias sociales argentinas....................................................................................................................503
Alejandra Gabriele

En el nombre del otro. Reflexiones en torno a los discursos y las identidades no


hegemónicas. ................................................................................................................................................519
Luciana Victoria Almada - Constanza Pastor

“Por el Chori y la Torta”. Tras Cooptación y Construcción de Identidades. Posturas


Divergentes en torno a la Irrupción del Kichnerismo en el Movimiento LGBT ................535
Franco Bonino
Consolidación de identidades políticas durante los festejos oficiales del Bicentenario .555
Ailén Alejandra Longhi

La construcción de un ethos juvenil en los discursos de La Cámpora....................................573


Rocío Flax

La estructura (estructuralista) está agujereada: acontecimiento, política y reactivación


en Badiou, Rancière y Laclau ................................................................................................................591
Andrés Funes

La dimensión de la representación en el populismo según la teoría de la hegemonía ...605


María Cecilia Ipar

El lugar del proyecto educativo rionegrino en el discurso alfonisinista ...............................623


Brian Richmond y Luciano Raggio

Nuevas identidades políticas en España: un análisis de Podemos desde Laclau y Mouffe


...........................................................................................................................................................................641
María Soledad Palomino

Violencia y lenguaje: el caso del spanglish .......................................................................................657


Laura Echavarría Canto

Sobre los autores ....................................................................................................................................669


Presentación

El presente volumen reúne una serie de textos que fueron presentados y debatidos en las VI
Jornadas de Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea, que tuvieron lugar en la
Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, los días 17 y 18 de Julio de
2015. Una primera versión de los mismos apareció en nuestra plataforma digital, 1 con el obje-
tivo de que estuvieran disponibles antes de las Jornadas para poder realizar una discusión más
exhaustiva y enriquecedora de las propuestas teóricas presentadas por los participantes. Ello
tiene que ver con una propuesta de trabajo que hace de Debates Actuales una rara avis en el
zoológico de los grupos de estudio de teoría política, lo cual se refleja en el modo de trabajo
que proponemos en las Jornadas. En ellas la actividad central a la que nos abocamos durante
dos días es precisamente el debate de ideas, la discusión teórica y política de las propuestas de
los participantes, quienes no van simplemente a leer sus trabajos –que ya estaban disponibles
para su lectura– sino a presentar sus principales hipótesis, ideas, conclusiones, dudas y apertu-
ras posibles con otros estudiosos e interesados en la materia. Durante dicho lapso, las discu-
siones se ramifican y la falta de tiempo que a veces se percibe no obedece a que cada partici-
pante dedica un tiempo excesivo a leer su texto, sino a que cada intervención abre una serie de
preguntas y debates en las que la mayoría de los participantes tiene elementos para aportar ya
que el espacio de la escucha resulta fundamental para nuestro trabajo. Esto tiene que ver con
nuestro modo de entender el pensamiento, no como una actividad solitaria e individual sino
como una construcción colectiva. Por ello, es que ponemos nuestras mayores energías y dedi-
cación en el intercambio y en la discusión.

Para dar mayor coherencia y pertinencia a las discusiones, las mismas se organizan por ejes
temáticos específicos y sólo al final de las jornadas se hace una puesta en común de todos los
participantes, en los que frecuentemente –recogiendo la experiencia de seis Jornadas–, desta-
can lo pertinente y satisfactorio del propio dispositivo o modo de trabajar que proponemos,
que permite que los participantes se escuchen entre sí y puedan debatir sus propuestas por el
tiempo que sea necesario. Incluso, las discusiones muchas veces perduran más allá del espacio
de las jornadas.

1
http://teoriapoliticacontemporanea.blogspot.com.ar/2015/06/textos-vi-jornadas-debates-actuales-de.html
En el intento de garantizar que la experiencia de las Jornadas fuese la esperada, en 2015 todos
los coordinadores de ejes temáticos fueron miembros activos de Debates Actuales. Además,
los ejes temáticos fueron más específicos que en años anteriores, reflejando las líneas de tra-
bajo que cada coordinador propuso al interior del grupo. En ese marco, en las Jornadas de
2015, cuyas actas presentamos aquí, los ejes temáticos fueron:

 Perspectivas sobre lo común, coordinado por Matías Saidel


 Nuevas formas de gubernamentalidad y procesos de subjetivación, coordinado por
Emiliano Sacchi
 Sociedades de control, post-humanismo y políticas tecnológicas, coordinado por Ca-
milo Rios
 Topologías del poder. Perspectivas y abordajes sobre la relación política y espacio,
coordinado por Adrián Velázquez
 Discurso e identidades políticas, coordinado por Ricardo Esteves

Como se observa, todos los temas tratados en las jornadas remiten a problemáticas centrales
de nuestro tiempo y a dimensiones particulares pertinentes para el pensamiento político. En
este sentido, no entendemos a la teoría política como una disciplina académica cerrada sobre
sí misma, sino como una conjunción teórico-política que puede ser problematizada desde dis-
tintas perspectivas teóricas y marcos disciplinares. De allí la diversidad de problemas y enfo-
ques que el lector va a encontrar en los textos aquí recopilados.

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1. Perspectivas sobre lo común
Matías Saidel

En las últimas décadas vuelve a cobrar fuerza una pregunta que atraviesa toda la tradición
filosófica y política occidental: aquella que (se) interroga (sobre) lo común. Dicho interrogan-
te ha tenido diversas modulaciones, presupuestos y conceptualizaciones a lo largo de la histo-
ria, imposibles de abarcar aquí, desde la noción griega y luego cristiana de koinonía y sus
declinaciones políticas y eclesiásticas a las modernas comunidades nacionales, por no hablar
de la actual proliferación de comunidades más fluidas, virtuales o de prácticas, o de los retor-
nos de nuevos comunitarismos etnocéntricos y a menudo excluyentes.

En ese recorrido, no puede olvidarse la distinción basilar de la sociología entre comunidad y


sociedad como formas de configuración de lo común —o tipos ideales— que se alternan y
suceden a lo largo de la historia. Dicha distinción ha dominado el pensamiento sociológico
sobre lo común, al marcar la supuesta ruptura de las sociedades modernas basadas en el indi-
vidualismo propietario y mercantil con las formas tradicionales de solidaridad mecánica
(Durkheim) que aseguraban la cohesión social, habilitando lecturas en clave nostálgica que
tendrían consecuencias políticas funestas en la primera mitad del siglo XX.

Sin embargo, ya en el pensamiento decimonónico se encuentran elementos para imaginar


otras derivas de lo común en la modernidad. Basta pensar en las apuestas revolucionarias de
distinta índole que vislumbraron una comunidad emancipada que aún no había tenido lugar,
en la toma de distancia nietzscheana frente a las formas heredadas de la patria (Vaterland)
para apostar por la tierra de los hijos (Kinderland), y, más acá, en la apertura de un nuevo ho-
rizonte que implicó la deconstrucción heideggeriana de la noción de fundamento (Grund) para
señalar su carácter abisal, desfondado (Ab-grund) y las teorías como las de Wittgenstein que
han ligado los juegos de lenguaje a una forma de vida y por ende al uso, y ya no a un funda-
mento etno-racial como el de la filología y antropologías decimonónicas.

Todos esos aportes hicieron posibles las nuevas revisiones que a partir de los años 1970 y
1980 retomaron una palabra —comunidad— impronunciable en buena parte de Europa des-
pués de su utilización por el nazismo y por los crímenes del socialismo soviético; y una di-
mensión —lo común— que, tras siglos de ocaso en el derecho, la política y la filosofía, apare-
ce nuevamente como cada vez más claramente distinguible de lo privado y de lo público
(Hardt y Negri, Esposito, Dardot y Laval, Mattei, etc.).

En ese marco, encontramos una gran variedad de propuestas en conflicto recíproco que van
desde las comunidades ideales de la comunicación intersubjetiva, los comunitarismos anglo-
sajones que parten de una ontología holista marcando diferencias internas a la tradición libe-
ral, y todo un amplio espectro de teorías postfundacionales que asumen la diferencia ontológi-
ca y la contingencia de todo fundamento como punto de partida para pensar la política y la
sociedad (Marchart). En este último apartado podríamos citar por ejemplo, el debate sobre la
comunidad des-obrada (Nancy), inconfesable (Blanchot), “mesiánica” (Agamben), o impolí-
tica (Esposito), que manifiesta, como mínimo, la necesidad de establecer una clara distinción
entre lo común y lo propio a la vez que señala el carácter constitutivo de lo común por fuera
de toda referencia identidaria. Asimismo podríamos incluir ciertas propuestas post-marxistas
que piensan lo común como una construcción socio-discursiva en un campo atravesado por el
antagonismo (Laclau) o que consideran el desacuerdo en torno a lo que significan las palabras
y las asignaciones de las partes como un espacio común de conflicto político (Rancière).
También caben destacar propuestas como las de Hardt y Negri que piensan lo común como la
precondición y el resultado de la cooperación social, involucrando tanto los bienes comunes
naturales como las producciones inmateriales autónomas del cognitariado postfordista o la de
Dardot y Laval, que cuestiona un supuesto fondo naturalista en la noción de bienes comunes y
se expresan a favor de pensar lo común desde la praxis instituyente. Esta enumeración, que no
pretende ser exhaustiva, habilita a pensar distintos cuasi-trascendentales que pueden fundar lo
común de manera contingente: el lenguaje, el pensamiento, la producción, la inoperancia, la
ex—sistencia, la ex—posición, la historicidad, la información, la praxis y un largo etcétera.

En este sentido, las preguntas sobre las que propusimos detenernos en este eje temático de las
Jornadas tienen que ver con los modos posibles de entender lo común, sus condiciones de
posibilidad y sus derivas desde distintas disciplinas y teorías. En particular, en la convocatoria
original invitamos a escribir y debatir sobre la relación entre lo común y lo/a político/a, las
apuestas en torno a lo común en el marco de las relaciones de poder contemporáneas, los sen-
tidos posibles del comunismo en la actualidad, los debates modernos y contemporáneos en
torno a la comunidad, propuestas sobre la relación entre individuo, sujeto, singularidad y co-
munidad, reflexiones sobre las nuevas formas que asume lo común frente a los desafíos y
oportunidades de la sociedad informacional actual, la virtualización de la comunicación y las
formas de producción basadas en el conocimiento compartido, estudios sobre los nuevos co-
munitarismos y nacionalismos, sobre las comunidades basadas en prácticas particulares, sobre

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las aperturas de lo común propias de la ciberpolítica, sobre los diversos fundamentos o ele-
mentos posibles que se puedan proponer sobre nuevas configuraciones de lo común, etc. En
resumen, invitamos a participar del debate a quienes desearan reflexionar en-común sobre lo
común desde la mayor diversidad de perspectivas posibles.

Como respuesta tuvimos una serie de textos y presentaciones en los que se puso de manifiesto
esa pluralidad de abordajes y perspectivas para pensar lo común. Sin pretensiones de exhaus-
tividad, los textos que aquí compilamos abordan lo común desde diversos ángulos, a veces
incluso desde los márgenes de la propia interrogación propuesta.

Por ejemplo, en el texto de Arbuet y Naput encontramos una reflexión sobre las condiciones
en las que se desarrolla actualmente la política y una serie de coordenadas para repensar lo
común a partir de una noción de resistencia que esté a la altura de las condiciones del capita-
lismo postfordista, farmacopornográfico y neoliberal. Las autoras no dudan en criticar ciertas
nociones de resistencia que se han propuesto en el último tiempo y recuperan la necesidad de
pensar la relación entre política y deseo, con el objetivo de establecer condiciones para poder
desear de otro modo, es decir, por fuera de las formas de subjetivación que el capitalismo ac-
tual dispone.

En otro de los textos, Andrea Fagioli reflexiona sobre la manera en la cual la especulación
inmobiliaria en nuestras ciudades funciona, por ejemplo a través del aumento incesante del
precio de los alquileres, como productora del hombre endeudado, condición extendida durante
la era neoliberal. Para ello, toma como punto de partida dos películas europeas de los años
’60, Le mani sulla città (1963) de Francesco Rosi y de Deux ou trois choses que je sais d'elle
(1966), en las que se visualiza la explotación y apropiación privada de un valor que es produ-
cido en común y la producción de subjetividad que dichas condiciones producen y reprodu-
cen. La acumulación originaria y los cercamientos (enclosures) aparecen así ya no como un
momento superado con la instauración del capitalismo, sino como un proceso constante que
este necesita para su propia expansión.

En una línea similar se puede situar al texto de Liliana Spinella, donde se vislumbra lo que
Harvey caracterizaría como acumulación por desposesión, o, en términos de Hardt y Negri,
expropiación de lo común. La autora aborda la problemática de la colonización de los bienes
comunes intelectuales en las industrias farmacéuticas y biotecnológicas, retomando la idea de
una segunda ola de cercamientos, que ahora refieren ya no a la tierra sino a los bienes comu-
nes intelectuales a partir de los dispositivos jurídicos como los tratados sobre propiedad inte-
lectual. El texto trabaja en detalle sobre la noción de “feudalismo de la información” y analiza
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las estrategias de distintos actores (empresas transnacionales, ciertas universidades e institutos
de investigación) que buscan cercar y monopolizar los avances que se realizan en la investi-
gación en el ámbito farmacéutico y biotecnológico. Como señala la autora, dichos actores han
logrado beneficiarse no sólo de los derechos de propiedad intelectual sino también de las in-
versiones en educación e investigación realizadas por entidades públicas, haciendo más difícil
y costoso el acceso a los medicamentos y a los avances tecnológicos para sus potenciales be-
neficiarios.

En otra línea, el texto de Francisco González Granados contempla lo común desde una recon-
sideración del concepto de lo político en la obra de Carl Schmitt, especialmente considerando
la relación entre Idea, Representación y Forma política en su catolicismo político. Allí la co-
munidad aparece como una entidad que trasciende a los individuos que la componen. Luego,
el autor considera la especificidad del concepto de lo político en Schmitt y la lectura que hace
Mouffe del jurista alemán, que, transformando el antagonismo en agonismo, hace compatible
la política democrática con el pluralismo, sirviendo “como puente para establecer una relación
entre lo común entendido como la consolidación de un espacio de creación de representación
y el carácter heterogéneo de los grupos culturales que se confrontan en la vida política de una
comunidad”. En ese marco, lo común se constituye a partir del juego entre identidad y dife-
rencia que hace de lo político un momento ineludible.

Julia Exposito, por su parte, intenta pensar lo común desde la crisis del marxismo y la apertu-
ra de un horizonte postmarxista, retomando las perspectivas cruzadas de Laclau y Badiou. El
texto aborda las distintas modalidades ontológicas (unicidad fallida vs. multiplicidad) y ónti-
cas (pueblo, antagonismo, sujeto político vs. acontecimiento, verdad, sujeto acontecimental)
en las que lo común aparece en las obras de estos autores, vinculado “con lo político (como
institución) y la política (como ruptura del orden)”. El intento es el de pensar las condiciones
para una política de lo común en las condiciones del capitalismo global.

Diego Paredes Goicochea trabaja sobre las perspectivas de lo común que se abren en la crítica
de la política realizada por el joven Marx. En efecto, en textos como La cuestión judía, Marx
opone la emancipación política, necesariamente parcial, a la emancipación humana, como
reapropiación de las fuerzas colectivas que han sido alienadas. Para el autor, dicha respuesta
no deja del todo claro cuál sería el rol de la política y el carácter de lo común en un marco
emancipatorio, por lo que recurre a otros textos de esos años, del llamado período del
Vormärz, en los que Marx critica la filosofía del derecho hegeliana y analiza los alcances de la
Revolución Francesa. Haciendo una lectura minuciosa de esos textos, el autor propone ya no

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leer lo común únicamente desde el plano de la verdad de lo social, sino mostrar que en esta
crítica marxiana se elabora una “fecunda reflexión sobre el vínculo político en conexión con
el principio democrático”. La pregunta por común oscila así entre una crítica a la política esta-
tal y una defensa de la verdadera democracia que instituya lo social.

Siguiendo en el marco de la teoría política estricta y de la interrogación por la democracia,


pero con referencias teóricas sensiblemente distintas, Nicolás Olivares interroga el desacuerdo
democrático como signo contemporáneo de lo común. Su texto opone las corrientes democrá-
ticas mayoristas y deliberativas, haciendo un amplio recorrido por los presupuestos de ambas
corrientes en el desafío por dar respuesta a la necesidad de tomar decisiones vinculantes en el
marco de los desacuerdos profundos que atraviesan las sociedades contemporáneas. En ese
contexto, luego de analizar en detalle cada una de las corrientes, el autor intenta ofrecer argu-
mentos a favor de una concepción deliberativa de la democracia.

Una intervención más ligada a las ontologías de lo común que han (re)instalado la problemá-
tica en su forma actual aparece en el trabajo de Gabriel Riera. En ese texto, el autor hace un
recorrido minucioso por la problemática de lo común en la obra de Jean-Luc Nancy, a partir
del concepto de inequivalencia, como forma de pensar un valor inconmensurable, no reduci-
ble a la equivalencia general que el inmanentismo capitalista busca instaurar en todos los ór-
denes de la existencia. La exigencia irreprimible del comunismo disociado de sus figuras his-
tóricas estaría todavía actualmente en la necesidad y la dificultad de pensar la relación origi-
naria, lo «en común», el «con», es decir, una ontología de la relación y no de la presuposición,
de la substancia o del subjectum. En ese marco, lo común es pensado en términos de compar-
tición (partage) y comparecencia (comparution). En su trabajo, Riera destaca un doble gesto
en Nancy: “por un lado volver a situar a lo político en el corazón de la ontología, por el otro
pasar la teoría crítica de inspiración marxista por el filtro de una ontología del ser-en común”.
El objetivo del texto es mostrar de qué manera “Nancy articula una política de la no-
equivalencia que permite dar cuenta de la pluralidad de las singularidades (del ser-con) y del
en común”.

En una línea similar de reflexión ontológica se sitúa el texto de Lorena Souyris Oportot. En
este caso, se establece un diálogo entre la mencionada perspectiva de Jean-Luc Nancy y la de
Giorgio Agamben. Dicho diálogo se basa en el hecho de que ambos autores reflexionan sobre
la comunidad “a partir de la singularidad como forma de lo político”. Lo que se intenta es
pensar lo que la autora llama el a-bando-no por fuera de la lógica de exclusión inclusiva pro-
pia del poder soberano. Es decir, como un terreno “sin-bando”, donde el bando se niegue a sí

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mismo y se abra una nueva posibilidad para pensar el estar-en-común bajo otra relación entre
pensamiento y política, por fuera de la performatividad del vínculo comunidad/soberanía.

Como queda de manifiesto, atendiendo a lo amplio de la convocatoria para reflexionar en co-


mún sobre lo común, las Jornadas fueron un espacio propicio para debatir desde las nuevas
formas en que lo común queda subsumido bajo la gubernamentalidad neoliberal que busca
expropiar lo común hasta reflexiones sobre lo común en autores como Nancy y Agamben que,
en ese marco, buscan elaborar una nueva ontología; desde las nuevas formas de resistencia y
sus alcances hasta las formas y las figuras con las que la teoría política marxista, postmarxista
y democrática nos habilitan a pensar el vínculo entre lo común y lo político.

En ese sentido, podemos corroborar al menos dos cosas: por un lado, la polisemia del término
común en el contexto actual, que lo hace transversal a distintas indagaciones y le hace perder
en precisión lo que gana en potencia, por otro, la centralidad que lo común adquiere en el con-
texto de una gubernamentalidad neoliberal que aparece como su forma invertida, o pervertida.
No se trata de plantear que lo común es exterior o anterior al capital, pues ya Marx sabía muy
bien que el capital da lugar a formas específicas de cooperación social. Se trata, más bien, de
pensar nuevas formas de relación y nuevas formas políticas de lo común, puesto que, según
entendemos, lo común es siempre objeto de co-institución. Es por ello mismo que la resisten-
cia al neoliberalismo ha creado nuevas formas políticas e institucionales que apelan a lo co-
mún. Así, si admitimos que lo común y lo político no se confunden, también habrá que decir
que si asumimos una ontología postfundacional, en la que la comunidad no puede presuponer-
se como una substancia ni pensarse como un sujeto, entonces sin política, lo común se difu-
mina, porque lo común es aquello que se instituye con-juntamente como tal. De allí que la
política sea la actividad inoperativa, virtuosa, en la cual se da forma a la existencia necesaria-
mente compartida. Quizás, con una fórmula polémica diríamos que la ontología expone lo que
la política dispone. Y lo que la política dispone es el fruto de una praxis con-junta, com-
partida.

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La distorsión de la resistencia, la resistencia de la distorsión
Alicia Naput (UNER)
Camila Arbuet Osuna (CONICET)

Capitalismo del siglo XXI y resistencia

Los cambios gestados a partir de los últimos años de la década de los setenta en el desarrollo
del capitalismo, nos permiten hablar de un nuevo ciclo del capital. Dichos cambios han sido
identificados primordialmente con dos hechos sustanciales: el ingreso en pleno de China al
mercado mundial (tras las reformas comenzadas por Den Xiao Ping) y la tercera ola del pro-
ceso globalizante que ha sido adherida a la explosión de las tecno/tele-comunicaciones. Am-
bos hechos tienen una característica central en común: estallaron la barrera entre un adentro y
un afuera del mercado mundial. Este acontecimiento arroja, como es imaginable, muchísimas
resultantes. Nosotras nos focalizaremos, en esta oportunidad, solo en una de ellas: la trans-
formación en torno a la producción y reproducción corporal de plusvalor, que supone la nueva
hegemonía de los capitales financieros y tecnológicos, para ver su vínculo con los modos de
resistencia.

Debemos tener en cuenta, para empezar, que cuando hablamos de la hegemonía del capital
tecnológico nos estamos refiriendo, no a que éste pasará a ser el corazón mismo del sistema
capitalista en su nueva fase (hipótesis que, por otra parte, merece ser al menos considerada
(Levin, 1997), sino a que este tipo de capital contiene en su particular lógica de invención y
expansión la llave de las formas venideras de producción de cuerpos, trabajo, relaciones de
explotación/dominación y, también, de formas de resistencia. Es decir, algo semejante a lo
que Preciado ha sostenido sobre el capital deseante, la potentia gaudendi1, sobre el que operan
la industria farmacológica y la industria pornográfica.

Hardt y Negri, al releer a Marx, nos han señalado que durante los siglos XIX y XX la econo-
mía global se caracteriza por la hegemonía del trabajo industrial no porque este fuera domi-
nante en términos cuantitativos, sino porque todo otro trabajo se modeliza cualitativamente
con respecto a una posible industrialización (…) Del mismo modo, la producción farmacopor-
nográfica caracteriza hoy un nuevo periodo de la economía política mundial no por su prepon-
derancia cuantitativa sino porque cualquier otra forma de producción aspira a una producción
molecular intensificada del deseo corporal semejante a la narcoticosexual.(Preciado, 2014:40)
Esta ‘aspiración’ que se puede traducir como una ‘modelación’ tiene en todos los casos ciertas
características estables. En primer lugar, este tipo de capitales valorizaron exorbitantemente la
capacidad de circulación de los bienes/mercancías, revolucionando la propia materialidad de

1
Potencia actual o virtual de excitación de un cuerpo.
éstas a través de la fragmentación e inoculación capilar de sus percepciones sensibles (los
signos, en los que se sostiene la portación deseante, del “sexo”, el “dinero” y el “poder” se
han fragmentado discriminando finamente las demandas de sus públicos, que se los autoad-
ministran en vaginas, penes, artefactos, pastillas, virginidades, abyecciones, orificios, accio-
nes, bonos, billetes, planes, créditos, jefaturas, compañías, ministerios, familias, hormonas,
dispositivos audiovisuales, asociaciones y relaciones de las más diversas, etc.). En segundo
lugar, tanto en el caso del capital tecnológico como en el del farmacopornográfico, son capita-
les cuyo valor no depende de una economía de la producción, sino de una economía de la in-
vención, dado que en la mayoría de los casos estos bienes se masivizan y sus costos de fabri-
cación –más allá de cómo se traduzcan al mercado de consumo, que por lo general provee
formas ilegales de hacerlos accesibles– son notablemente bajos, a pesar de que los precios de
su invención son exorbitantes. Por otra parte, estos tipos de capitales le suman al despegue
entre la representación y la materialidad, que ha introducido el capital financiero en escalas
simplemente desconcertantes (en el 2014 la relación entre la masa global en dólares y el pro-
ducto bruto mundial era de 30 a 1), un potente goce esquizo puesto en el seno de esta relación
distorsionada. Como ya habían adelantado Deleuze y Guattari en 1972, el componente esqui-
zofrénico del capitalismo (que en tanto flujo explota y da placer, difuminando la barrera entre
ambos términos) tiende a acentuarse inscribiéndose en la más íntima estructura subjetiva,
aunque a su vez dicho componente sea sistémicamente desplazado hacia el afuera. Los auto-
res explican este movimiento del siguiente modo:

Nuestra sociedad produce esquizos como produce champú Dop o coches Renault, con la única
diferencia de que no pueden venderse […] Ocurre que el capitalismo, como hemos visto, es el
límite de toda sociedad, en tanto que opera la descodificación de los flujos que las otras for-
maciones sociales codificaban y sobrecodificaban. Sin embargo, es su límite, o cortes relati-
vos, porque sustituye los códigos por una axiomática extremadamente rigurosa que mantiene
la energía de los flujos en un estado de ligazón con el cuerpo del capital como socius desterri-
torializado […] La esquizofrenia, por el contrario, es el límite absoluto que hace pasar los flu-
jos a un estado libre en un cuerpo sin órganos desocializado. Podemos decir, por lo tanto, que
la esquizofrenia es el límite exterior del propio capitalismo o la terminación de su más profun-
da tendencia, pero que el capitalismo no funciona más que con la condición de inhibir esa ten-
dencia o de rechazar y desplazar ese límite. (Deleuze y Guattari, 2013: 253-4)
Esto era efectivamente así a principios de los ’70 pero resulta que, como hemos dicho, ya no
hay afuera del mercado mundial y la potentia gaudendi de los esquizos también puede ven-
derse. Y ese proceso de eyección de la esquizofrenia (de los ‘flujos en estado libre’) que el
capitalismo producía, ha sido deglutido por el propio sistema capitalista, los flujos desterrito-
rializados que eran ligados al cuerpo del capital axiomáticamente ahora beben también de
esos ‘cuerpos sin órganos’ y de su inversión en ‘órganos sin cuerpos’. Decimos obviamente

18
también para no perder de foco que cuantitativamente nuestra existencia sigue dependiendo
de formas de trabajo que a pesar de tocarse inevitablemente con estas nuevas tendencias de
codificación y decodificación están determinadas por modos de opresión clásicos. Pero inclu-
so –parafraseando un ejemplo de Preciado– un campesino, en medio del Chaco, cultivador de
la soja transgénica que será vendida a China en el momento que dictamine como propicio el
capital financiero, bajo esta nueva configuración del capital es susceptible de vender su poten-
tia gaudendi por la noche comprando por unos pocos pesos una camarita web en Ciudad del
Este y filmando partes de su cuerpo excitado, que darán placer a otros. O, en un ejemplo más
glamoroso, podemos ver a un canceroso y pobre profesor universitario, padre de familia, ro-
barse a la audiencia cuando tras quedar despedido como lavacoches se dedica a vender su
saber químico cocinando el maravilloso cristal que estimulará a otras personas en la exitosí-
sima serie Breaking Bad.

En este contexto, con subjetividades que son producidas bajo estos modos extremos de domi-
nación clasista, racial, heterosexual y patriarcal, que son constituidas como biotipos precari-
zados, y cuyas maneras de autonomizarse (agenciarse) de la inmediata explotación muchas
veces son otras formas de venderse a modos más desfigurados del capital, nos surge pregun-
tarnos: ¿cómo podemos pensar una resistencia política con estos sujetos? ¿Cómo podría “ha-
cerse cargo” de estas particularidades un movimiento? La pregunta entonces, que no quere-
mos retrasar más, es si éstas formas de existencia, producción y reproducción de la vida, que
nacen en condiciones de sobreexplotación y que tienden a reproducir esas condiciones pero
que también producen una diferencia –al apropiarse de la máquina esquizoide para vivir y en
algunos casos para gozar– pueden ser transformadas colectivamente en estrategias de resis-
tencia. Intuyendo que posiblemente una caracterización ajustada de este fenómeno pueda ex-
plicar, en parte, cómo los modos de resistencia se pueden convertir sin forzar demasiado sus
métodos (incluso solo manteniéndolos estables) en formas funcionales a la opresión y cómo
situaciones de extrema opresión –como las que se desarrollan en marcos ilegales de produc-
ción, reproducción y consumo– pueden ser codificadas en sí como el germen de modos de
resistencia. Para no caer en la trampa del binomio funcionalismo/resistencia (donde todas las
formas de resistencia son funcionales al capital o donde todas las estrategias de supervivencia
son modos de resistir), primero que nada debemos recordar que para que haya resistencia se
debe tener conciencia de que se está resistiendo a algo, a algo más que no sea la inefable
muerte, a alguna forma de impotencia que sea susceptible de ser socializable: podríamos de-

19
cir, parafraseando a Judith Butler, que es la sensación de vulnerabilidad compartida la que
organiza la resistencia.

En muchas de las reuniones públicas que atraen a personas que se piensan a si mismas en si-
tuaciones precarias, la demanda de acabar con la precariedad es escenificada públicamente por
quienes exponen su vulnerabilidad ante unas condiciones infraestructurales que se están dete-
riorando; hay una resistencia corporal plural y performativa operando que muestra cómo las
políticas sociales y económicas que están diezmando las condiciones de subsistencia hacen
reaccionar a los cuerpos. Pero estos cuerpos, al mostrar esta precariedad, también están resis-
tiendo esos mismos poderes; escenificando una forma de resistencia que presupone un tipo es-
pecífico de vulnerabilidad y que se opone a la precariedad. (Butler, 2014)
De modo que si las nuevas formas que adopta el capital tienden a llevar al empresariado de sí
a extremos de individuación inimaginables, la escenificación de la potente sensación de vul-
nerabilidad compartida debe tener la misma flexibilidad que tiene el capital para llegar a todas
esas distintas casas que viven diferencialmente la precariedad: con distintos códigos cultura-
les, valores sociales y prioridades existenciales. Hasta el momento solo la Red ha podido lle-
var adelante esa estrategia de inoculación de comunidad –ante una sensación de vulneración
compartida– de modo masivo y lo ha hecho, manteniendo su arreglo con los otros capitales,
ordeñando esa precariedad. El principio de interacción de los capitales con los distintos mo-
dos de agenciamiento que “los usan”, para aparecer y unirse públicamente, parece ser el mis-
mo para los distintos formatos: todo está permitido, pero (o porque) todo tiende a lo mismo: la
industria farmacéutica no puede controlar la autoadministración de drogas para fines para los
que éstas no fueron hechas; la industria pornográfica no puede evitar que la potentia gaudendi
vía multimedia sea regalada, canjeada y vendida de las más diversas formas; le Red no puede
evitar que comunidades militantes como Avaaz se organicen, que agrupaciones como Anony-
mous midan su poder hackeando importantes bases de datos; todo esto es cierto… sin embar-
go ninguna de estas fluctuaciones pirata parece destinada a colectivizase en carne y hueso,
como un golpe de cresta a las situaciones de precarización que las intersectan.

Las nuevas formas de capital le han presentado un anónimo desafío a los cuerpos militantes al
venderles –bajo la ficción de la igualdad mercantil– una cantera de signos, al desmenuzar sus
sensaciones y órganos como flujos de información. La amenaza: cualquier resistencia que no
renueve sus códigos, sus formas de aparecer y diferir, será descodificada y reasignada axio-
máticamente dentro de la estructura del capital. Para ello el flujo que la mantenía activa no
deberá ser políticamente demolido sino simplemente sistémicamente encauzado en una serie
de signos que ocuparán su lugar como catalizadores y reproductores de un flujo, ahora, sin
cuerpos emisores insubordinados.

20
Resistiendo lo común

Frente a estas nuevas escalas y maneras de explotación la idea de ‘comunidades exitosas’ se


ha tornado particularmente permeante dentro de la búsqueda desesperada de las resistencias
políticas. Un ejemplo de ello no los da el concienzudo trabajo de Verónica Gago, La razón
neoliberal, en donde se analizan las tecnologías y saberes de la gubernamentalidad neoliberal
desde las prácticas de grupos comunitarios que encarnan de manera ambivalente tanto la ra-
cionalidad del empresario de sí como la resistencia. El trabajo plantea una interrogación en
torno a las formas de agenciamiento, a la posibilidad de advertir que hay en esas prácticas
comunitarias desarrolladas en contextos extremos (entre el taller clandestino y la villa) no
solo una estrategia de sobrevivencia sino modos de mejorar la vida. En otras palabras, formas
de invención comunitaria que expresan cómo una “verdadera pragmática popular vitalista
enfrenta las lógicas desposesivas, extractivas y expulsivas” (Gago, 2014: 304); ésta pragmáti-
ca, según la autora, aunque supone un cálculo no coincide con la típica pragmática liberal del
homo economicus en tanto que “el cálculo se vuelve un conatus: un modo de conquista espa-
cio tiempo”. Este conatus subordinaría a la vez que produciría comunidad (“transindividuali-
dad”). Gago discute la caracterización de un periodo posneoliberal instalado tras la crisis del
2001, iluminando las notables continuidades de este tipo de gubernamentalidad (principal-
mente en los movimientos de abajo hacia arriba) y asumiendo, a su vez, la problematización
de la crisis política de legitimidad de dicha estructura. Como herramienta diagnóstica el texto
es realmente notable, dando luz sobre una compleja tensión que estaba invisibilizada por la
retórica neodesarrollista y que ha dado lugar a un nuevo actor político: una masa posproleta-
ria, que está estigmatizada como marginal, que tiende a ser el corazón del nuevo tipo de gu-
bernamentalidad y subordinación económica.

Ahora bien, sigue siendo una tarea ardua decodificar estas estrategias de sobrevivencia pos-
proletaria como formas de resistencia. Si bien reconocemos que el cambio en la calidad de
vida de estos empresariados de sí puede ser significativo para los individuos que los encaran
dentro de dichas comunidades, dando como resultados distintas maneras del progreso social,
no vemos cómo la razón neoliberal en medio de esta encarnación del empresariado de sí es
“arruinada, relanzada y alterada por quienes, se supone, son sus víctimas” (Gago: 303). En su
lugar vemos la reproducción y expansión del sistema de dominación neoliberal mediante su
irrigación en agenciamientos y modos de sobreexplotación capilares, y a menos que hacer
comunidad sea lo que en sí hace resistencia, estamos frente a un complejo problema teórico y
político.

21
Básicamente, sostenemos que para que haya resistencia es preciso que el espacio, sea o no de
comunidad, genere lugar a algún tipo de desobediencia y para ello es imprescindible cierto
tipo de autonomía. La autonomía, en este marco, supondría que ese trabajador del taller pudie-
ra interrogarse sobre esa propia comunidad que le permite sobrevivir, en dos sentidos: en pri-
mer lugar, sobre su inscripción dentro de esa comunidad, por la formación performativa de su
yo dentro de ese espacio; en segundo lugar, por los límites, las fronteras, que esa comunidad
de pertenencia impone: es decir por los otros (siendo éste el movimiento que permite trascen-
der la auto-victimización, para hacer política).

¿Quién se incluye en el “nosotros” que yo parezco ser, o del que parezco formar parte? Y ¿de
qué “nosotros” soy finalmente responsable? Lo cual equivale a preguntar: ¿a qué “nosotros”
pertenezco? Si identifico a una comunidad de pertenencia sobre la base de la nación, el territo-
rio, la lengua o la cultura, y baso entonces mi sentido de la responsabilidad en esa comunidad,
estoy implícitamente defendiendo la opinión de que soy responsable solo de aquellos que son
reconocibles como yo de alguna manera. Pero ¿cuáles son los marcos implícitos de la recono-
cibilidad en juego cuando “reconozco” a alguien “como” yo? ¿Qué orden político implícito
produce y regula el “parecido” en tales casos? ¿Cuál es nuestra responsabilidad hacia quienes
no conocemos, hacia quienes parecen poner a prueba nuestro sentido de pertenecer o desafiar
las normas del parecido al uso? Tal vez pertenezcamos a ellos de una manera diferente, y
nuestra responsabilidad ante ellos no se base, de hecho, en la aprehensión de similitudes pre-
fabricadas. Tal vez dicha responsabilidad solo pueda empezar a realizarse mediante una refle-
xión crítica sobre esas normas excluyentes por las que están constituidos determinados campos
de reconocibilidad, unos campos que son implícitamente invocados cuando, por reflejo cultu-
ral, guardamos luto por unas vidas y reaccionamos con frialdad ante la pérdida de
otras.(Butler, 201: 60-1)
Siguiendo estas pautas debiéramos por lo menos desconfiar de que la idea de comunidad sea
un instrumento de la resistencia per se, como muchas veces se ha sostenido, y no un modo
sacrificial de aglutinar los estigmas (sistémicamente) “equiparables” de la carencia sin que
éstos puedan generar lazos reflexivos inmediatos de sensación de vulnerabilidad (en las co-
munidades, la vulnerabilidad es mediatizada y administrada por su matriz institucional –sea
esta estatal, mercantil, parental, tribal, religiosa o un entramado se todas). Es necesario, por
ende, recordar que el capital no solo convive sino que fogonea ciertos tipos de comunidad,
que hacen inteligibles y cristalizan demandas estabilizándolas –exhibiendo una previsibilidad
que las hace presa fácil de la cooptación– y traduciendo sus términos a códigos mercanti-
les/estatales. En cambio, como ya hemos deslizado, las resistencias que se plantean como mo-
dos de sociabilidad más laxos tienen una plasticidad mayor frente a estas tecnologías de con-
trol. Dilucidando como políticamente productiva la articulación de ensayos de modos de dife-
rir y disturbar (que pueden ser hasta contradictorios entre sí); la resistencia es ante todo la
obstinación a no petrificarse, siguiendo la antigua premisa de que todo lo que se queda quieto
se descompone. La movilización queer presta un buen ejemplo de esto en su proceso de rein-

22
vención constante, un proceso que nunca cesa en su duda sobre la constitución del “nosotros”.
Esta incomodidad sobre la propia identificación que ha cambiado de sentido la acepción
“queer” tantas veces, perfora las construcciones de cualquier idea de origen y destino que se
les quiera asignar de una vez y para siempre: así cuando el estado les reconoce el derecho a
casarse el frente estalla (perdiendo, claro está, grandes partes que se estatalizan) y se vuelve a
aglutinar, ya distinto, reclamando su derecho a una sexualidad libre, sin regulación estatal,
asegurada por garantías tales como el aborto libre y gratuito (demanda que el partido de go-
bierno no desea seguir por motivos propios y para no poner en riesgo su relación con el parti-
do del estado, es decir: demanda momentáneamente indecodificable); del mismo modo que
cuando el estado les reconoce el derecho a sostener legalmente una identidad sexual diferente
a la asignada en su nacimiento se da el mismo proceso, el frente estalla, pierde esquirlas y
redobla la apuesta: no desean que medicalicen su sexualidad para normativizarla bajo el bi-
nomio heterosexual mujer/varón (cis/trans), los gender hackers toman la palabra2, el goce de
la y en la metamorfosis es su bandera. Esto no quiere decir de ningún modo que este estilo de
resistencia no pueda ser cooptado por tramos estatalmente (de hecho, en muchos momentos
políticos lo es casi por completo, basta con observar el carácter oficialista de las últimas dos
marchas del orgullo gay en nuestro país) sino que hay, por una parte, algo de la incomodidad
que produce esta estructura que se renueva y le permite zafar de su definitiva petrificación y,
por otra parte, que dicha movilidad ha sabido impregnarse del carácter impuro, ilegal y plásti-
co de los nuevos dispositivos y tecnologías haciendo de éstas un instrumento de goce disrup-
tivo en medio de la reproducción cada vez más obscena de los arcaicos modos de dominación
capitalista. Lo que nos lleva al corazón de este trabajo: la resistencia es ante todo un trabajo
sobre el propio deseo y sus capacidades de contagio.

Deseo y política

Los modos en los que la resistencia política, sus grandes expresiones nacionales e internacio-
nales, luego de la derrota del socialismo como macro proyecto (que cobijaba diferentes modos
de pensar la revolución), se parecen bastante a intensos amoríos de verano, con momentos
cumbres de movilización y fértil profanación de teorías, seguidos por abruptas caídas mediáti-
cas –que en algunos casos los hiere de muerte osificándolos, y en otros los induce a una crisis

2
“Algunos toman hormonas siguiendo un protocolo de cambio de sexo, otros trafican y se administran hormonas
sin esperar un cambio legal y sin pasar por un protocolo psiquiátrico, sin identificarse como “distróficos de
género”. Estos últimos se llaman a si mimos “piratas del género”, gender hackers.” (Preciado: 51)

23
que los obliga a replantearse. El método de la irrupción situacionista pareciera ser el modo de
educar las sensibilidades de la resistencia, de agudos sacudones adrenalínicos que serán conti-
nuados de modo intermitente por martillazos casi subterráneos se estaría transformando len-
tamente la vulgata sobre lo políticamente correcto, generando nuevo sentido común. Así, de-
socupados, ciberactivistas, movimientos ecologistas, estudiantiles, de los pueblos originarios,
raciales, de los sin tierra, feministas, LGBT, todos han sido sometidos a la lógica espectacular
de la mediatización y el zapping. El entusiasmo político ha demostrado ser un capital escurri-
dizo y poco constante. Este cortoplacismo del contagio de las sociedades con las banderas de
los núcleos duros militantes, se puede explicar solo en una dirección obvia por el apremio de
las condiciones materiales de existencia (donde si bien es cierto que hacer comunidad no es
un modo de resistir per se, también es cierto que la incapacidad de ‘hacer mundo’ aleja do-
blemente de la posibilidad de imaginar condiciones mejores para éste); de un modo mucho
más terrible y arrollador –en aquellas grandes masas que no están inmediatamente atravesadas
por el anterior apremio como urgencia biológica– tiene que ver con la flacidez del deseo en-
cauzado políticamente.

Por ejemplo, el llamado político a la identidad “trabajadora” (sea esta encarnada por desocu-
pados, proletarios o posproletarios) frente a medidas neoliberales extremas, tiene la potencia
de la indignación del hambre y de la pérdida de horizonte vital, al ver los restos fósiles del
bienestarismo cayéndose a pedazos, pero ha renunciado la idea misma de “trabajo” a su capi-
tal deseante y transformador: la idea de que el trabajo puede ser un modo de realización exis-
tencial ya ha tocado su cuarto de hora como potencia movilizante. El trabajo es de forma ma-
siva el medio para el salario (así lo demostraron las discusiones de las fábricas recuperadas
poscrisis, así lo demuestran los términos de las escasas huelgas obreras que hemos tenido en
estos últimos años) la sal de la vida está en otro lado. Por ende, las solidaridades que esta
bandera despierta están tan témporo-espacialmente inscriptas como sus demandas; ese hecho
sumado a la desmovilización estructural de la masa trabajadora arroja los actuales resultados.

La violencia (institucional, estatal, capitalista) suele ser el disparador de nuevos ciclos de me-
diatización de la protesta, que son acompañados por diversas expresiones de resistencia que
por lo general bordean pero no se inscriben en formas de desobediencia civil (modos ilegales
no violentos de crítica de la legitimidad de un sistema3) sino hasta el momento de su esplen-
dor: marchas por los derechos raciales en una Baltimore sitiada, marcha de hologramas frente
a la Puerta del Sol por la ley Mordaza, cortes de rutas por el uso del método de fracking, etc.

3
Retomando la clásica diferencia habermasiana entre resistencia y desobediencia civil (Habermas, 1988)

24
La desobediencia civil, la violación de la legalidad, tiene una potencia performativa e inventi-
va notable que conecta nuevamente a la población con el deseo político de la puesta en cues-
tión de los términos de la legitimidad de tal o cual lucha. El acostumbramiento al horror hace
que el mismo se escurra entre los diarios, es únicamente la imaginación puesta al servicio de
la política (mediante el acicateo de un goce prohibitivo) la que lo mantiene vivo, un trabajo
cotidiano sobre el deseo y su porosidad a la dinámica de la mercancía. Solo así funciona la
lógica del contagio, haciendo uso del deseo en sus nuevas condiciones (mediatizado, informa-
tizado, sexualizado), ingresando a la dinámica de consumo otras imágenes – “ni una menos”,
“43”, “Je suis Charlie”, “Je ne suis pas Charlie”–, sacralizando y desacralizando situaciones,
perfiles, frases. Si miramos los mares de personas que sacuden México en plena cosecha de
cadáveres, veremos obviamente su dolor, pero mejor aún veremos lo que hacen con él: lo in-
tervienen, lo sacan de los vitrales y los anecdotarios, lo hacen vibrar y lo prenden fuego. La
indignación burbujea y los vivos vuelven a vivir. Las caras de sus desaparecidos están a colo-
res, transformadas, hechas collages, con sus rostros diferentes y diferidos formando una masa
de cualquieras reunidos por el móvil político de su desaparición. De este modo, en una per-
meabilidad notoria, se cuelan por las redes, copiando la volatilización de los rostros del some-
timiento que propugna las condiciones de extremo sometimiento del narcoestado, la virtuali-
dad y fragmentación de la protesta, el dolor y la indignación también se consumen como sig-
nos que no necesitan de un cuerpo estabilizado como tal. La virtualidad como sistema organi-
za performativamente un cierto tipo de subjetividad a la que le es consustancial una determi-
nada forma de compromiso político. Lo que sucede actualmente es que hemos consolidado
una estructura de sentimientos en donde la masiva identificación con ciertas causas no supone
de ningún modo un compromiso militante con ellas. El intento de vincular esta falta de reac-
ción con una “debilidad moral” de las sociedades contemporáneas, que tiene como último
eslabón la premisa de la existencia de un individuo egoísta y auto-referente, poco aporta a
esclarecer la complejidad del problema. El modelo del empresario de sí, tiene como límite
explicativo el exceso deseante que se sigue escapando de la mera conveniencia, del simple
arreglo con los términos del capitalismo, y que se expande libidinalmente como el goce por la
irrupción, por el inconformismo. El problema político se pliega a pensar en los dispositivos de
los que la sociedad, en sus diversas intersecciones de intereses políticos, se sirve para encau-
zar este deseo y en qué lugar ocupa la corporalidad en ese complejo vínculo en medio de un
mundo: globalizado, despolitizado y de representaciones cada vez más fragmentarias.

25
Sabemos que toda militancia que existe tiene una preexistencia material. Las luchas feminis-
tas, por poner un ejemplo, se han sostenido durante siglos por la existencia activa de mujeres
y hombres que combaten por una causa que se reconfigura históricamente; gracias a las orga-
nizaciones como Avaaz o Change millones de personas en el mundo repudian con su firma
una violación grupal a una niña en la India, una condena por lapidación en África o una abla-
ción de clítoris en Medio Oriente. Este repudio no carece de validez y de hecho estas acciones
logran instalar ciertos temas, que la militancia “real”, tal y como existe hoy en día, es incapaz
de situar masivamente en lo público; claro que informar no es lo mismo que conocer, aparecer
no es lo mismo que permanecer y saber no es lo mismo que hacer. Pero como sólo se sabe
haciendo, se conoce informando y se permanece apareciendo, estas largas cadenas de impo-
tencia tienden a ser principios de algo, instauradores de opinión pública al menos. A pesar de
ello, todas las resistencias dependen del posicionamiento del cuerpo como espacio de disputa.
La corporeidad termina siendo la última instancia que sostiene toda acción política y su de-
terminación social se traslada a los diversos usos de la red (de hecho las interacciones de los
cibernautas son susceptibles de ser discriminadas de acuerdo a las diferencias de clase y géne-
ro que regulan la vida en general), de la plaza, de la calle, de las universidades y escuelas, de
las más diversas agrupaciones, escenificando la precariedad y haciendo de ella una pulsión
transformadora.

La distorsión de la resistencia es un hecho, la resistencia de la distorsión es un posibilidad


latente: las formas clásicas de movilización social solo pueden expandirse a costa de reinven-
tarse, de negociar permanentemente con sus bordes, de tener presente la fecha de caducidad
de cada uno de sus postulados y de pensar estrategias para a pesar de estos acomodamientos
seguir manteniendo cierta tradición de lucha. Para ello la idea de derechos y el intento de uni-
versalización de algunos principios liberales que hacen de soportes al reconocimiento de lo
humano, tan vituperado por el relativismo en boga, sigue siendo un buen instrumento de fide-
lidad a ciertas tradiciones combativas4. El material político es perecedero y solo en su polifo-
nía de estrategias (que no nieguen las condiciones reales de la vida tal cual la vivimos, sino
que usen estas condiciones) puede conectarse exitosamente con el deseo, con otras versiones
del deseo distintas a las que cotidianamente absorbemos. Para resistir, para desobedecer, es
preciso ante todo volver a desear con el cuerpo otra cosa, anhelar el instante en que la sangre

4
En esta línea Judith Butler (2011) sostiene que lo que está en juego para quienes resisten -en las actuales
condiciones históricas- es repensar y enfrentar los procesos de minorización globales (explorando las posibles
articulaciones entre subalternos), componiendo constelaciones en las que la oposición a la precariedad de la vida
producidas por el Estado y el Capital, constituyan modos de ejercitar la libertad en conjunción con la igualdad,
de reanimar el mundo sensorial y una democracia sensible.

26
se agolpa en el cuello y la voz que se raja. Aprender a indignarse supone romper de una vez
por todas con el mito de la naturaleza litigante, y apostar a una educación de la sensibilidad.
Puesto que si somos animales litigantes, no es por naturaleza como decía Aristóteles, sino por
elección y placer, por el goce revivificante de defender una causa que vale la pena en nuestros
propios términos, claro que para ello debemos conocerlos.

Bibliografía

Butler, J (2011) Violencia de Estado, guerra, resistencia. Por una nueva política de la
izquierda, Katz, España.

Butler, J. (2010), Marcos de guerra. Las vidas lloradas., Paidós, Buenos Aires, 2010

Butler, J. (2014), Repensar la vulnerabilidad y la resistencia, Conferencia impartida el 24 de


Junio de 2014 en el marco del XV Simposio de la Asociación Internacional de Filósofas, Al-
calá de Henares

Deleuze, G. y Guattari, F. (2013), El Antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia, Paidós, Buenos


Aires

Gago, V. (2014), La razón neoliberal. Economías barrocas y pragmática popular, Tinta Li-
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Habermas, J. (1988), “La desobediencia civil. Piedra de toque del Estado democrático de de-
recho” en Ensayos políticos, Península, Barcelona

Levín, P. (1997), El capital tecnológico, Catálogos, Buenos Aires

Preciado, B. (2014), Testo yonqui. Sexo, drogas y biopolítica, Paidós, Buenos Aires.

27
Pueblo y Acontecimiento. Pensar lo común desde el pos-
marxismo.
Julia E. Expósito (UNR/UBA/CONICET)

Introducción

El trabajar las discusiones acerca del marxismo en la actualidad, creemos, se ha convertido en


una de las tareas más complejas para el pensamiento político contemporáneo. El laberinto de
tal empresa radica en un punto tanto práctico como teórico. Es decir, al mismo tiempo que el
debate actual por el marxismo se inscribe como producto de un fenómeno histórico: el de-
rrumbe de los socialismo reales, sumados a los contemporáneos vaivenes del capitalismo; se
asume que la llamada crisis del marxismo, es producto de un debate teórico complejo.

El presente trabajo pretende abordar esta temática en las obra de dos autores, que podemos
ubicar dentro de lo que se denomina una tradición pos-marxista, Alain Badiou y Ernesto
Laclau. De este modo, las apuestas teórico-políticas de ambos nos habilitan a re-discutir y
poner en tensión categorías claves del pensamiento marxista, como las de clase, estructura,
política, entre otras. A la vez que nos permiten, discutir y analizar estas categorías desde nue-
vas perfectivas sobre lo común. Así conceptos como pueblo, antagonismo, sujeto político,
desde una perfectiva laclausiana; y acontecimiento, verdad, sujeto acontecimental, desde la
propuesta de Badiou, nos posibilitan pensar lo común y su vinculación con lo político (como
institución) y la política (como ruptura del orden). Al mismo tiempo que al aportar nuevas
pistas, desde teorías que aun se tejen en clave emancipatoria, para pensar lo común atravesado
por las relaciones contemporáneas de poder, viabilizan debates sobre los sentidos posibles de
la comunidad en las sociedades contemporáneas.

En este sentido, para el presente trabajo hemos decidido trabajar, en un primer momento, so-
bre las apuestas ontológicas que proponen ambos autores desde sus categorías de multiplici-
dad -Badiou- y unicidad fallida -Laclau-. Para luego, en un segundo momento, adentrarnos en
las categorías ónticas que desarrollan a partir de la ontología planteada. Así los conceptos de
acontecimiento -Badiou- y pueblo -Laclau- nos develaran las posibilidades actuales de pensar
lo común en las configuraciones contemporáneas del capitalismo global.

I. El problema ontológico
Badiou distinguirá una auténtica crisis conceptual e histórica del marxismo, mostrando el
quiebre completo de todo sentido del devenir histórico. A los fines el presente trabajo, su obra
nos permite, al decir de Palti, “observar qué tipo de lógica se despliega a partir del punto en
que se disloca toda lógica, y toda coherencia se vuelve incierta” (Palti, 2005:21)

En el pensamiento badioudiano es necesario que la filosofía transforme el concepto de infinito


y deje de pensarlo, ligado al de finito y de sojuzgarlo a la influencia de lo Uno. Es necesario,
entonces, que la filosofía libere a lo infinito de toda condición de Totalidad y que de una vez
por todas, el pensamiento filosófico declare: lo Uno-no-es, por lo tanto el ser es múltiple. De
algún modo, esto marca un momento de quiebre de Badiou con respecto al marxismo, puesto
para el pensamiento badioudiano el error ontológico de aquél (que se materializaba en el ré-
gimen totalitario de la URSS) era que ligaba la idea de Sentido (precisamente con mayúscu-
las) a la de totalidad, por ende, a la de lo Uno.

Para Badiou, lo importante no es describir la crisis actual como una crisis del capitalismo,
puesto que éste ha ganado la batalla, y nos ha encerrado en el régimen de lo Uno, de un capi-
talismo-parlamentario, o del “Materialismo democrático”: “El término ‘democracia’ es, hoy,
el organizador principal del consenso. Se pretende reunir bajo esa palabra tanto el derrumbe
de los Estados socialistas, como el supuesto bienestar de nuestros países, o las cruzadas hu-
manitarias de Occidente” (Badiou, 1999:1). La crisis actual, entonces, dice Badiou, debe ser
pensada como un fallo del socialismo, como la crisis de la idea de revolución, la crisis de que
el advenir de otro mundo es posible. En términos teóricos, esta crisis se evidencia para el au-
tor, como una crisis de la dialéctica en su sentido hegeliano-marxista. Frente a esta crisis, di-
ce, son posibles dos respuestas, o bien abandonar la idea de revolución y del comunismo, re-
conociendo que el mundo capitalista es el mal menor; o bien buscar una nueva forma de la
negación, de la emancipación, de lo común distinta de la dialéctica hegeliano-marxista (Ba-
diou, 2011 y 2010).

De este modo, el filósofo opta por la segunda opción, afirmado que en respuesta al “régimen
actual de lo Uno”, el materialismo democrático, que sostiene como axioma “no hay más que
cuerpos y lenguajes” (Badiou, 2008), es preciso oponerle un “dialéctica materialista” (ya no
un materialismo dialéctico o histórico) que le dé un tercer término al axioma. Así, Badiou
apuesta por una dialéctica que marque la diferencia, a partir del tercer término, de la sobera-
nía del dos (cuerpos y lenguajes) del materialismo democrático. La forma badioudiana de
suplementación del dos, sería la siguiente: “no hay más que cuerpos y lenguajes, sino que hay
verdades” (Badiou, 2008:20). Puesto que, para Badiou, las verdades existen como excepcio-

30
nes a lo que hay -cuerpos y lenguajes-, y el sino que existe en tanto que adviene el sujeto (Ba-
diou, 2008). Sujeto que supone una vuelta de lo común, como posibilidad colectica de hacer
advenir una verdad-acotamiento que nombra haciendo agujero en el sistema democrático ac-
tual. El enunciado filosófico del que parte Badiou afirma que las matemáticas configuran la
ontología: ellas son iguales a la definición de lo ontológico; a la pregunta del ser en tanto que
ser. De este modo, su decisión ontológica se origina en un axioma: el no-ser de lo uno. Lo uno
no es, en tanto puedo ser excedido y agujereado.

Éste es el punto de partida por el cual el filósofo vuelve a la pregunta por el ser y retoma el
gesto heideggeriano, sustrayendo la unicidad como condición del ser. En efecto, el olvido del
ser va de la mano -para Badiou- de la misma historia de la filosofía, que desde Platón ha olvi-
dado la pregunta por el ser y que posteriormente -en la modernidad para ser más exactos- se
ha olvidado de ese olvido, signando un apresamiento del ser por lo uno. Es de esta manera que
Badiou afirma que la debilidad del materialismo dialéctico radicaba en postular, bajo la forma
de generalidad de las leyes, la compatibilidad entre la dialéctica de la naturaleza y la de la
historia, comprendiendo la dialéctica como una totalidad; y otra vez, respondiendo la pregun-
ta por el ser a través del Ente (Badiou, 2002).

Para comenzar a indagar estas cuestiones, nuestro autor retorna a Platón, más principalmente
al gesto platónico que se esfuerza por pensar una multiplicidad que ya no sea una, o en térmi-
nos de Badiou, que ya no sea un múltiple. Es en el “Parménides” de Platón donde se hace
concebible para la filosofía, pensar una multiplicidad inconsistente, es decir una multiplicidad
que sea pura presentación, que se encuentre por fuera de los efectos de lo Uno, que no esté
contada-por-uno. Sin embargo, Badiou dirá que pese a que el filósofo griego realiza estos
hallazgos, claudica ante la presencia de lo Uno, sosteniendo la idea de que ningún ser separa-
do de lo uno es concebible. En efecto, si bien Platón comprende que lo Uno no es, sino que
hay Uno, no puede desprender de ese “hay-uno” la pregunta por el ser. Es decir, para Badiou
no sólo hace falta declarar el no-ser-de-lo-Uno, sino que también es necesario declararse a
favor de la Multiplicidad-del-ser: “La decisión inicial consiste entonces en sostener que aque-
llo que, perteneciente al ser, resulta pensable, se halla contenido en la forma de lo múltiple
radical, de lo múltiple que no se halla sometido a la potencia de lo uno, de aquello que he lla-
mado (…) lo múltiple sin-uno” (Badiou, 2002: 27-28).

En consecuencia, la apuesta ontológica badioudiana radica en distinguir dos tipos de múltiples


-ya fijados por Platón- y en llevarlos hasta su más profunda diferenciación. El múltiple incon-
sistente: el ser-sin-uno, por la tanto la pura presentación; y el múltiple consistente: compuesto

31
por unos, es decir el “hay-un-múltiple”. El segundo múltiple es lo que supone que “se pueda
contar, y en consecuencia, que una cuenta-por-uno estructura la presentación” (Badiou,
2003:47).

El pensamiento de Ernesto Laclau recorrerá caminos similares al de Badiou puesto que per-
manece, en un plano teórico, dentro del proceso de descomposición del pensamiento marxista.
De algún modo -aunque con diferencias en cada uno de los autores- ambos distinguirán una
auténtica crisis conceptual e histórica del marxismo, desnudando el quiebre de un Sentido del
devenir histórico. Esta afirmación dará como resultado una premisa general: “observar qué
tipo de lógica se despliega a partir del punto en que se disloca toda lógica, y toda coherencia
se vuelve incierta” (Palti, 2005:21).

Laclau inscribe todo su edificio teórico situándose en una diferencia ontológica con respecto
al marxismo, acto que lo habilitará a “radicalizar” el propio concepto de sujeto, en tanto que
lo disloca de su vinculación estructural y transmuta la posibilidad misma de la subjetividad en
un acto contingente de decisión. En este punto, podríamos argumentar que subyace entre la
teoría laclausiana y la badioudiana una similitud, puesto que como vimos, el acontecimiento
es en última instancia producto de una decisión. Como sostiene Žižek, “en ambos casos la
dimensión que socava el cierre de la ontología tiene carácter ético: concierne al acto contin-
gente de decisión (…), ambos autores intentan conceptualizar un modo nuevo de subjetivi-
dad” (Žižek, 2001:185). Podríamos decir también que no sólo presentan la posibilidad de una
subjetividad ligada al acto de una decisión -por lo tanto a su vinculación con la presentación
de una nominación que constituye el lugar de lo común-, sino que ambos autores, tienen edifi-
cios teóricos similares en lo que hace a la tensión entre lo particular y lo universal en relación
a la teorización marxista.

Para Laclau, lo común se presenta en la brecha que se inscribe entre un particular y un univer-
sal vacío (o bien, tendencialmente vacío), que exige un acto de hegemonización -“la brecha
entre la estructura diferencial del orden social positivo -lógica de las différences- y el antago-
nismo político en sentido propio, que involucra la lógica de la équivalence”- (Žižek,
2001:185). Por su parte, para Badiou, esta brecha se presenta entre el régimen de lo uno –
lógica de los mundos- y el acontecimiento -entre la “estructura, estado de situación, saber y el
acontecimiento de la verdad, la verdad como acontecimiento” (Žižek, 2001:185).

En la obra de Laclau, a la par de la radicalización del propio concepto de sujeto, se hace pre-
sente una radicalización de la política misma. La política supondrá, entonces, necesariamente
un gesto de ruptura, de disenso, de quiebre de lo instituido. De este modo, la política, será,
32
para Laclau, aquel nudo ontológicamente necesario que posibilita con su irrupción contingen-
te la dislocación del orden. En la política misma, se encuentra la posibilidad real de transfor-
mación de la estructura social, o como diría Laclau, la política desestabiliza la sutura precaria
de una pretendida totalidad estructural, que es por su condición de tal siempre fallida, siempre
excedida por un resto imposible de asir. Es precisamente, de ese resto, o para decirlo en tér-
minos de Badiou, de ese exceso -que es leído por la estructura como vacío- desde donde se
presenta la política, donde se abra la posibilidad común de un nuevo sujeto (ya sea del acon-
tecimiento, o un pueblo como resultado) que se escinde de sus vinculaciones estructurales
determinantes.

En este sentido, podríamos decir que los dos pensamientos se articulan en torno a lo que Oli-
ver Marchart llama la “diferencia política”, ésta supone una distinción entre “la política” y “lo
político” (Marchart, 2009: 17) -la primera marca el lugar de ruptura y el segundo es un cierre
precario de lo social1-; se evidencia en las dos obras una tensión indecidible entre la dicoto-
mía orden-ruptura, tensión que “se entabla no por un marco conceptual global, sino por la
‘relación’, compartida por todos, con un fundamento ausente de la sociedad” (Marchart,
2009:18). El conflicto mismo que genera la tensión orden-ruptura es el lugar propio de la “di-
ferencia política”. Es decir que, en términos generales, podríamos afirmar que la política -ya
sea como acontecimiento-ruptura en el caso de Badiou, o como antagonismo en el caso de
Laclau- ocupa un lugar central en la ontología de los dos autores, aunque en cada uno de ellos
la propia forma de la disrupción –posibilidad de lo común- adquiere sentidos distintos.

La premisa de Laclau -en su obra “Hegemonía y Estrategia Socialista” (1985)- es la de traba-


jar hacia dentro de la historia del marxismo, para mostrar que a pesar de sostenerse sobre las
premisa básicas de Marx, dicha historia se ha alimentado precisamente de los momentos de
excepción. En efecto, en las obras de muchos teóricos del marxismo la conocida tesis dualista
Burguesía/Proletariado a secas, es desbordada ampliamente. Es decir, parecería que los análi-
sis concretos suponían la necesidad de complejizar la pretendida polarización social. En este
sentido, la preocupación laclausiana se inscribe en el problema de pensar por qué es que gran-
des teóricos marxistas han complejizado la “determinación en última instancia por la econo-
mía”, y no obstante no han podido superar los límites teóricos por ella establecidos. La res-
puesta a dicha incógnita podría ser puesta en juego a través de la discusión de dos puntos cla-

1
Es pertinente aclarar que en la obra de Ernesto Laclau no se especifica del modo que lo hemos hecho la
distinción entre “lo político” y “la política”. Sin embargo, la diferenciación que el autor realiza entre “la
sociedad” y “lo social” nos permite sostener nuestro punto: “Entiendo que ‘sociedad’ significa (…) la posibilidad
de clausura de todo significado social en torno a una matriz” (Laclau, en Marchart, 2009:180) y “lo social” es
entendido como “procesos (…) que disrumpen constantemente el significado” (Laclau, en Marchart, 2009:180).

33
ves, que creemos atraviesan la obra de Laclau: la vinculación entre necesidad y contingencia
por un lado, y el lugar de la política por otro. En términos concretos, la creciente fractura de lo
social, propia de las relaciones capitalistas contemporáneas, es para Laclau el punto de partida
desde el cual es imposible pensar “sujetos” determinados estructuralmente. O para ser más
precisos, y fieles a las palabras de Laclau, la posibilidad de ser sujeto radicará únicamente en
el propio campo de la política, como posibilidad de conjurar lo común a través de un signifi-
cante tendencialmente vacío. Así, el sujeto es un sujeto político. La propia condición de la
subjetividad es constituida por procesos relaciónales contingentes; que descentran y trastocan
la posibilidad de pensar una determinación social última. Tal como afirma Foster podemos
decir que la obra de Laclau marca un corrimiento del “interés de la reflexión teórica de la
consideración de clase como sujeto de la historia hacia una exploración de la construcción
cultural de la subjetividad” (Foster, 2001:97). De este modo, se hace visible la ruptura de
Laclau con respecto al marxismo. En su periodo teórico actual, autodefinido como posmarxis-
ta, el concepto de antagonismo que formula Laclau no es necesariamente de “clase”, sino que
conlleva una negatividad intrínseca que supone la imposibilidad de fijarlo apriorísticamente a
ningún plano de objetividad (Laclau, 2000:20-21).

Ahora bien, si estas son las similitudes que hayamos entre las concepciones teóricas de Ba-
diou y Laclau, podemos decir que la gran diferencia entre ellos se evidencia en un plano onto-
lógico. Esto quiere decir que si bien ambos criticarán la ontologización marxista del concepto
de totalidad, como un todo cerrado, ambos resolverán este problema de modos disímiles. Co-
mo vimos, la teoría badioudiana presenta una ontología de “lo múltiple”, que si bien tiene
como condición de posibilidad la tensión entre orden y ruptura, hace de la ruptura, y del suje-
to múltiple que de ella surge su apuesta inmanente. Es decir, todo orden, toda conformación
de lo político, es para Badiou, la formación de un cierre que “cuenta por uno”, que cierra la
posibilidad comunitaria de lo social. Mientras que lo ontológicamente primario para Laclau
no es “la multiplicidad, sino la unicidad fallida” (Laclau, 2008:101). Es decir, al hablar de
“unicidad fallida” la ontología laclauniana supone que la “diferencia política”, es decir la ten-
sión entre orden y ruptura es el punto nodal sobre el cual se precisó pensar “lo social”. La
comunidad encuentra su posibilidad, precisamente, en la unicidad fallada, que es precisamen-
te una por el trabajo hegemónico que permite mantener junto aquello que difiere.

II. El problema óntico


34
En su libro “La lógica de los mundos. El ser y el acontecimiento, 2” (2006), Badiou conduce
su teoría de un plano ontológico a uno óntico, o como él lo denomina a un plano de la lógica –
del aparecer-. Así, si las categorías que analizamos hasta aquí, como las de cuenta-por-uno,
situación, estado de la situación, se refieren a categorías ónticas desde un punto de vista onto-
lógico, las categorías que presenta en su “gran lógica” nos hablan de los mismos fenómenos
desde un lugar del aparecer de esas situaciones, que denominará “mundos”. En definitiva, si
“El ser y el acontecimiento” era un intento de responder a la pregunta por el ser-en-tanto-ser,
la Lógica será el intento de tratar al ser en su aparecer, como ser-ahí.

El mundo, se refiere por lo tanto a un sitio local de identificación de los entes (Badiou,
2008:135). El mundo marca, entonces, la situación de ser para un ente particular, que “lo
inscribe un procedimiento local de acceso a su identidad a partir de otros entes” (Badiou,
2008:136). El mundo, por lo tanto prescribe determinadas formas de identidad, puesto que la
mundanización de un múltiple (ontológico), que no es otra cosa que su ser-ahí, o su aparecer
es “una operación lógica: el acceso a una garantía local de su identidad. Los agentes, o como
los llama Badiou, los animales humanos, son aquellos que aparecen en un gran número de
mundos: “El ente que, de todos aquellos cuyo ser constatamos, aparece lo más múltiplemente.
El animal humano es el ente de las mil lógicas” (Badiou, 2008:136).

El fin de la lógica de los mundos, es el de totalizar las partes que lo componen. Pero, como
vimos, todo mundo es ontológicamente infinito: puesto que cuando se pasa del múltiple a sus
partes, se genera un exceso inasible de ser contado por la situación (Badiou, 2008:343). O
como afirma Badiou: “Como el Absoluto hegeliano, un mundo es el despliegue de su propia
infinidad. Pero, contrariamente a ese Absoluto, no puede construir en interioridad la medida, o
el concepto, del infinito que él es” (Badiou, 2008:344). Esta imposibilidad es lo que asegura
que un mundo esté clausurado, desde su propia óptica, puesto que este exceso “sin ser repre-
sentable, desde el interior de la escena de aparición que él constituye” (Badiou, 2008:344) se
distingue como un Todo (cerrado). Esta es la propiedad paradójica de la ontología de los
mundos, signada por una clausura operatoria y una apertura inmanente. De este modo, “todo
mundo está afectado por una clausura inaccesible” (Badiou, 2008:344).

Los Estados capitalistas/parlamentarios son entendidos por Badiou como la muestra de que lo
Uno ha triunfado sobre lo múltiple. Es decir, este estado de la situación parlamentario capita-
lista, define cómo los subconjuntos, o las partes, son ordenadas dentro de la situación. El
mundo actual – materialismo democrático- se caracteriza por ser un mundo átono, en el que
el trascendental que lo ordena es la premisa “no hay más que cuerpos y lenguajes” (Badiou,

35
2008), como vimos. Este axioma muestra que por un lado, “el cuerpo es la única instancia
concreta de los individuos productivos que aspiran al goce” (Badiou, 2008: 18); y por el otro,
que la ley absorbe las diferencias, puesto que supone la igualdad jurídica de la pluralidad de
lenguajes (Badiou, 2008: 18).

Para Badiou, aquello que abre la posibilidad de transformación de la estructura o mundo, es al


advenir de un acontecimiento: “para que las verdades (…) suplementen a los mundos (…)
cuyo múltiple puro es el ser (…), nosotros necesitamos una causa evanescente, que es exac-
tamente lo contrario del Todo: un esplendor abolido, al que denominamos el acontecimiento”
(Badiou, 2008: 168). En el pensamiento de Badiou, esa causa evanescente (que marca la no
posibilidad del todo), muestra que el acontecimiento, como categoría del cambio o de la sin-
gularidad, no es ni ontológica, ni lógica (trascendental). Puesto que la irrupción acontecimen-
tal muestra que “ni en el orden de la matemática, o pensamiento del ser en tanto ser, ni en el
de la lógica, pensamiento del ser-ahí o del aparecer, se encuentra con qué identificar al cam-
bio” (Badiou, 2008: 397). El acontecimiento es, entonces, una verdadera ruptura con respecto
a una situación estructurada o a un mundo. El acontecimiento es el advenimiento mismo del
vacío, de la nada para la situación. La nominación del acontecimiento, es aquello que posibili-
ta el surgimiento de una verdad.

El acontecimiento depende de la decisión contingente de un sujeto que lo nombra. El lugar


que se abre al nombrar un acontecimiento no es más que el lugar de una verdad. La fidelidad
del acontecimiento no depende en ningún sentido del saber, ella, lejos de ser sapiente, es un
trabajo militante, se constituye con una decisión y la posterior apuesta militante de esa deci-
sión. Es decir, lo verdadero se encuentra siempre controlado por el principio de fidelidad, li-
gado al despliegue de las consecuencias acontecimentales. La verdad conjuga contingencia y
necesidad. Es contingente, ya que surge como resultado de una acontecimentalidad desplega-
da localmente. Es necesaria, en tanto sólo existen cuatro tipos de verdades genéricas: el amor,
el arte, la ciencia y la política. Éstas son para Badiou las cuatro condiciones de la filosofía, las
cuales son invariables (Badiou, 2007: 11).

La política, como posibilidad de avenimiento de lo común, es un procedimiento de fidelidad


que es siempre colectivo. Los acontecimientos de las verdades políticas son aquéllos que mar-
can un quiebre en la historia, convocando permanentemente al vacío de lo social: “Sus opera-
ciones son variables, sus producciones infinitas son indiscernibles (... no coinciden con nin-
guna parte nombrable según el Estado), no siendo más que cambios de la subjetividad políti-

36
ca de la situación y sus indagaciones son la actividad militante organizada” (Badiou, 2003:
378).

Analíticamente diremos que para Badiou no hay sujeto anterior a un acontecimiento, sólo hay
un animal parlante que es convocado por las circunstancias para devenir en sujeto, por lo
tanto tampoco hay posibilidad de lo común sin la presentación de lo múltiple sin Uno. Las
circunstancias de esta presentación son producidas por una ruptura en la situación o mundo.
Es decir, las circunstancias se generan por la dislocación de la estructura a causa de un acon-
tecimiento, produciéndose así el advenimiento de una verdad común y colectiva que suple-
menta la situación. Se debe suponer entonces que lo que convoca al advenimiento subjetivo es
un plus, el cual es producto de una nominación indecidible para la situación: “Decimos que un
sujeto, que sobrepasa al animal (pero el animal es su único soporte) exige que algo haya pasa-
do, algo irreducible a su inscripción ordinaria en ‘lo que hay’” (Badiou, 1994). O bien, para
decirlo en los términos de “La Lógica de los Mundos”, aquel acontecimiento que afecta a un
mundo, tiene siempre por efecto el transmutar localmente la forma de organización trascen-
dental de ese mundo, a través de la nominación común del acontecimiento como ruptura. En
efecto, podríamos decir que, ese acto que supone un modificación en las condiciones del apa-
recer, altera la objetividad del mundo (Badiou, 2008). El sujeto es el que efectúa un indiscer-
nible; es quien fuerza una decisión, la cual conlleva consigo que el sujeto se relacione con la
situación desde la ruptura, desde el punto de un suplemento acontecimental. En consecuencia,
para nuestro autor, el proceso de subjetivación sólo ocurre “si se toma la decisión de ser fiel al
acontecimiento contra el mundo de las reglas” (Marchart, 2009: 166). El sujeto de una verdad
no es más que la fidelidad militante a una ruptura inmanente. En otras palabras, el proceso de
subjetivación es la emergencia de un operador de conexión fiel, consecutiva de una nomina-
ción acontecimental.

En consecuencia, sujeto es lo que liga el acontecimiento, como intervención; y el procedi-


miento de fidelidad, como operador de conexión de un acontecimiento. Sólo hay sujeto si se
es fiel al acontecimiento-verdad del que es parte y producto. En este sentido, si para nuestro
autor sólo hay sujeto en tanto hay fidelidad a una verdad, sólo es posible que la subjetividad
sea amorosa; artística; científica y política. Lo que equivale a decir que hay sujeto individual
en tanto hay amor, sujeto mixto en tanto hay arte o ciencia y sujeto colectivo en tanto hay
política.

El sujeto-fiel se presenta sostiene Badiou, bajo la fórmula: ε (acontecimiento) \ c (/) (cuerpo


tachado) => (consecuencias) Pi (presente). De este modo, el sujeto fiel es la fórmula por ente-

37
ro, que supone que un cuerpo dividido, tachado (c /) deviene debajo de la barra como el in-
consistente activo de la huella de un acontecimiento (ε), que explorando las consecuencias
(=>) de lo ocurrido genera un nuevo presente (Pi), exponiendo así una verdad a partir de una
nominación comunitaria. La producción del sujeto, muestra que “fiel a ε, y, por lo tanto, a ese
acontecimiento desvanecido del que ε es la huella, la obra de esa fidelidad es el nuevo presen-
te que recibe, punto por punto, la nueva verdad” (Badiou, 2008: 72). Para Badiou entonces, es
necesario abandonar toda noción bajo la cual se afirme que el sujeto es poseedor de una ver-
dad, o que se encuentre ajustado a ella. El sujeto badioudiano, al ser el momento finito y local
de una verdad, falla en sostener su adjudicación global. En efecto, toda verdad es trascendente
al sujeto. La apuesta de Badiou radica en que el sujeto cree que hay una verdad y esta creencia
genera una confianza en aquella verdad incognoscible, incompleta. De este modo, el sujeto
badioudiano es un sujeto activo, siempre militante, que apuesta por la creencia de una verdad
imposible de asir. El sujeto es la fidelidad al acontecimiento-verdad. La verdad aproximativa
conocida por el sujeto es producto de que todo sujeto genera nominaciones. La nominación
común posibilita el lugar subjetivo, puesto que genera un suplemento a la situación. De ahí
que para la situación los nombres utilizados por los sujetos carezcan de sentido. El sujeto es
capaz de forzar la veridicidad de un enunciado para una situación por-venir, es decir que pue-
de forzar el ad-venir común de una verdad. Así la apuesta badioudiana, se podría comprender
del siguiente modo: el acontecimiento, como irrupción contingente de una excepción del
mundo, se despliega a través de la huella que se materializa en un cuerpo-sujeto, que puja por
crear la posibilidad de lo comunitario en un nuevo presente.

El intento más general de su libro “La razón populista” (2005) será el de adjudicarle al popu-
lismo la primacía ontológica de ser “un modo de construir lo político” (Laclau, 2013: 11).
Pero éste no será, en ningún sentido, un modo más entre tantos otros, sino que tendrá el carác-
ter de ser, a partir de la lógica en la que se sustenta, el momento equivalencial, “el cimiento
mismo del tejido social” (Laclau, 2013: 86). Puesto que la constitución del sujeto que el popu-
lismo supone, el pueblo, será ponderado como aquel sujeto político por excelencia que abre
la posibilidad de lo comunitario a través de su capacidad disruptiva de lo socialmente institui-
do.

El primer rasgo que debe presentar lo social, para que opere una “razón populista”, no es muy
diferente al de la partición del espacio social que presentaba la categoría de antagonismo. Es
decir, el populismo supone en un primer momento la formación de una frontera antagónica,

38
que dicotomiza el espectro político como consecuencia del surgimiento de una cadena equiva-
lencial de demandas insatisfechas (Laclau, 2013: 99).

Las demandas sociales, son para Laclau, aquello que en la ontología se presentaba como dife-
rencias, o bien como elementos diferenciales. Estas no son sólo demandas hacia el sistema,
sino que pueden adquirir dos formas específicas: o bien ser demandas democráticas, esto es,
aquellas que permanecen de modo aislado, es decir como simples diferencias; o bien, pueden
pasar a ser demandas populares: “la pluralidad de demandas que, a través de su articulación
equivalencial, constituyen una subjetividad social más amplia” (Laclau, 2013: 99). Es decir,
que si un conjunto de demandas insatisfechas se articula en una cadena equivalencial, co-
mienza el proceso de formación de una frontera antagónica, se abre la posibilidad primera del
populismo, y el pueblo, de manera aún incipiente, comienza a operar como sujeto político.

Por lo tanto, podríamos decir que la separación en dos tipos de demandas, supone para Laclau
la presencia de dos lógicas de constitución de lo social. La primera es una lógica institucional,
que inscribe de modo diferencial a las demandas democráticas (aisladas), sean éstas satisfe-
chas o no. La segunda corresponde a la lógica de la equivalencia, que se forma cuando un
grupo de demandas insatisfechas (ahora llamadas demandas populares) trazan una frontera
antagónica frente a lo instituido. La primer lógica supone la afirmación de la particularidad,
“cuyos únicos lazos con otras particularidades son de naturaleza diferencial” (Laclau, 2013:
104), mientras que la segunda lógica conlleva “una claudicación parcial de la particularidad,
destacando lo que toda las particularidades tienen, equivalencialmente, en común” (Laclau,
2013: 104); es decir, el rechazo al sistema. En definitiva, la segunda lógica implica el trazado
de una frontera antagónica, en tanto que la primera no.

Estas dos lógicas de lo social se hallan siempre imbricadas, una no puede operar sin la otra.
Puesto que, dice Laclau, pensar lo social bajo una lógica de la absoluta diferencia, sin ninguna
articulación equivalencial -por más mínima que fuera- no permitiría ningún tipo de consisten-
cia sistémica. Por otra parte pensar que esa consistencia, que esa equivalencia, pueda ser total
es imposible dado que supondría pensar lo social como un todo cerrado, y como vimos esto es
inadmisible en el esquema de Laclau. No obstante, si tuviéramos que llevar hasta el extremo a
ambas lógicas, sólo a fines analíticos para su comprensión, podríamos decir que la lógica ins-
titucionalista, es aquélla que pretende hacer coincidir sus propios límites (en tanto formación
discursiva) con los límites de la comunidad en cuanto tal. Por lo tanto, “el principio universal
de la ‘diferencialidad’ se convertiría en la equivalencia dominante dentro de un espacio co-
munitario homogéneo” (Laclau, 2013: 107). Mientras que en el caso del populismo, la lógica

39
de la equivalencia supone el trazado de una frontera de exclusión que divide a la sociedad en
dos campos antagónicos. De este modo, “el ‘pueblo’ (…) es algo menos que la totalidad de
los miembros de la comunidad” (Laclau, 2013: 108). La frontera antagónica supone “una ex-
terioridad que puede ser, ciertamente, vencida, pero no puede ser dialécticamente recuperada”
(Laclau, 2013:112). No puede ser dialécticamente recuperada ya que esto supondría el des-
pliegue inmanente de una totalidad (cerrada), y la noción de antagonismo constitutivo, requie-
re siempre de un espacio fracturado. La fractura de lo social no puede ser nunca recuperada en
vistas a que ella misma es la condición de posibilidad de lo social como tal. Que lo social sea
siempre un totalidad fallida, que suponga una plenitud de la comunidad que está siempre au-
sente, es lo decisivo, según Laclau, para poder pensar la constitución, no ya de un sujeto an-
clado en la totalidad de lo social (como era la clase) sino un sujeto (político) que encuentre su
condición de posibilidad precisamente en la falla de lo social: el pueblo.

Por lo tanto, sin constitución del pueblo, (como sujeto que precisa, para presentarse, del traza-
do de una frontera antagónica junto con el intento de nombra la plenitud ausente) no habría
posibilidad de hegemonía (acto en el cual un particular asume el rol de un universal más am-
plio). Es decir, populismo y hegemonía, se encontrarían imbricados en el esquema laclau-
siano. Puesto que si la hegemonía es el concepto en donde se afinca la ontológica laclausiana,
el populismo sería el intento de ponerla a actuar en un plano óntico.

El pueblo, como sujeto de ruptura del orden social instituido, es siempre una construcción –
que supone una disputa hegemónica- puesto que, como vimos, ningún contenido particular
tiene inscripto de antemano “su significado en el seno de una formación discursiva, todo de-
pende del sistema de articulaciones diferenciales y equivalenciales dentro del cual está situa-
do” (Laclau, 2013:114).

El pueblo encarna, entonces, la universalidad imposible/necesaria de lo social, dado que, co-


mo decíamos más arriba, el proceso hegemónico supone que un particular de la cadena equi-
valencial represente el lugar de la universalidad. Pero también vimos que es imposible, en el
esquema laclausiano, que la particularidad desaparezca. En este sentido, aquella demanda
particular de la cadena, que cristaliza la identidad popular, se encuentra siempre dividida: “por
un lado, es una demanda particular; por el otro, su propia particularidad comienza a significar
algo muy diferente de sí misma: la cadena total de demandas equivalenciales” (Laclau, 2013:
124). Al mismo tiempo, esta significación precariamente universal que presenta esta demanda
(como punto nodal del proceso articulatorio) es transmitida necesariamente a fin de constituir
una identidad, como afirma Laclau, “a los otros elementos de la cadena, que de esta manera

40
se dividen también entre el particularismo de sus propias demandas y la significación popular
dada por su inscripción dentro de la cadena” (Laclau, 2013: 124).

En un principio la identidad popular supone una negatividad específica subyacente en el lazo


equivalencial mismo, puesto que aquello que comparten las demandas de la cadena –y lo que
les permite formar una cadena- es que no se encuentran satisfechas por el sistema institucio-
nal. Pero este vínculo, comienza a presentar una significación más positiva a través del proce-
so hegemónico, que supone que una demanda particular ocupe el lugar de un universal más
amplio. En este sentido el “significante vacío” permite que una pluralidad de demandas con-
formen la cadena, con lo cual ella se torna extensivamente rica, pero a la vez sigue siendo
intensivamente pobre en tanto que el particularismo del significante debe cada vez más despo-
jarse de sus “contenidos particulares a fin de abarcar demandas sociales que son totalmente
heterogéneas entre sí” (Laclau, 2013: 125). En este sentido, el significante (vacío) es tenden-
cialmente vacío, o de vacuidad tendencial, puesto que nunca puede sufrir un proceso total de
vaciamiento de su particularidad.

En este momento de la argumentación Laclau distingue que una cadena equivalencial se ex-
presa, entonces, mediante “la catexia de un elemento singular” (Laclau, 2013: 126). Esto su-
pone que ese elemento singular -que ocupa el lugar de la universalidad ausente- es investido
libidinalmente a fin de que la cadena de equivalencias adquiera una significación más estable.
Este proceso supone que el “nombre” que adquiera ese significante, se trasforme retrospecti-
vamente en el fundamento de la identidad popular misma.

La singularidad, lo singular se presenta sólo cuando un conjunto de elementos heterogéneos,


articulados sobre una negatividad común -una exclusión radical- se mantienen unidos median-
te un nombre (Laclau, 2013: 130). Esa “X” constituye un efecto retroactivo del acto del nom-
brar, puesto que en ese mismo acto se sostiene la identidad. Es allí donde se inscribe “el punto
nodal (point de capiton) cuyo nombre genera la unidad de una formación discursiva” (Laclau,
2013: 134), que al igual que el objeto a lacaniano, no tiene ninguna identidad positiva propia
(Laclau, 2013: 134), sino que supone una objetivación del mismo vacío. En otras palabras,
este acto es “una discontinuidad abierta en la realidad por la emergencia del significante”
(Zizek, en Laclau, 2013: 134). Esto sólo puede ser posible si, al igual que para el pensamiento
badioudiano, la nominación no es subordinada a ninguna designación precedente. De este
modo, este proceso se torna plausible en tanto que existe siempre un punto dentro el sistema
de significación que permanece vacío. No obstante, cierta parte del vacío en la teoría laclau-

41
siana puede ser nombrada “porque es un vacío dentro de la significación” (Laclau, 2013:
136). Así, para que la situación pueda ser tal, precisa de ese punto vacío constitutivo.

Para Laclau, lo político será el momento por excelencia de institución de lo social. Pero lo
político en Laclau parecería tener un nombre propio: populismo. “No existe ninguna interven-
ción política que no sea hasta cierto punto populista” (Laclau, 2013: 195). Si lo político es el
momento de institución de lo social, de ruptura de lo instituido, el populismo es aquella forma
de la política que presenta el carácter ontológico de subvertir el “estado de cosas existente y
también [es] el punto de partida de una reconstitución más o menos radical de un nuevo or-
den” (Laclau, 2013: 221). El populismo como forma de la política pretende terminar con las
determinaciones últimas de lo social, mostrando que la posibilidad de la objetividad está dada
sólo cuando un “objeto parcial se convierte él mismo en una totalidad” (Laclau, 2013: 145).
La hegemonía, es entonces, el momento de institución de la sociedad como tal. Es así que
para Laclau, “no existe ninguna universalidad que no sea una universalidad hegemónica”
(Laclau, 2013: 147). En este sentido, no hay nada en las particularidades que las determine a
priori a funcionar como un todo: “Cuál fuerza social se va a convertir en la representación
hegemónica de la sociedad como un todo, es el resultado de una lucha contingente; pero una
vez que una fuerza social particular pasa a ser hegemónica, permanecerá como tal por todo un
período histórico” (Laclau, 2013: 148). No existe ninguna plenitud social alcanzable, excepto
a través de la hegemonía. La historia no sería en definitiva para Laclau la sucesión de distintos
modos de producción ni la conformación de distintas clases sociales, sino que presumiría una
pérdida del Sentido (con mayúsculas), dando lugar a la presentación de múltiples sentidos. La
historia se encontraría atada a una lógica de la contingencia que se presentaría ahora bajo la
“sucesión discontinua de formaciones hegemónicas que no puede ser ordenadas de acuerdo
con ninguna narrativa universal que trascienda la historicidad contingente” (Laclau, 2013:
281).

III. A modo de cierre

El sentido marxista de la historia es la piedra angular de la crítica introducida por Laclau y


Badiou, por supuesto que desde dos aristas completamente disímiles. No obstante, en ambas
producciones se encuentra abierta la pregunta por el sentido luego de que el Sentido se ha
dislocado. La historia revelaría ahora, para ambos, un devenir, que lejos de responder a una
lógica de la necesidad, estaría supeditado a la enigmática contingencia, que le otorgaría a la
lucha (política) un lugar fundamental bajo las actuales configuraciones de lo social. En se-
42
gundo lugar, ambos pensamientos parten del reconocimiento de las mutaciones estructurales
que ha sufrido aquel sujeto que era central para la tradición marxista. Así, el proletariado –y la
proletarización de otros sectores- dejaría de ser el sujeto central para la transformación de lo
social, pasando a cumplir ese lugar, el sujeto múltiple del acontecimiento en el caso de Badiou
–sujeto que se presenta desde el lugar que es signado como nada para la situación estructura-
da-, y el pueblo en el caso de Laclau, sujeto que se erige como resultado de una articulación
hegemónica siempre precaria y contingente.

En definitiva, creemos que no se debe desconocer que las premisas teórico políticas de ambos
autores abren nuevas posibilidades para el pensamiento político contemporáneo de re-crear
sus conceptos, puesto que muestran que el aporte de una serie de regiones de conocimiento
son más que provechosas: la lingüística, el psicoanálisis, las teorías matemáticas, la decons-
trucción. Sin embargo, si bien sus apuestas teóricas intentan resolver o actualizar determina-
das premisas marxistas que podríamos considerar esquemáticas o simplemente caducas, pre-
sentan nuevas tensiones teóricas a tener en cuenta. Estamos refiriéndonos sobre todo a la
(im)posibilidad que ronda sus obras para pensar una sociedad pos-capitalista, y fundamental-
mente una forma de la política pos-estatal –problema que se presenta más claramente en la
obra de Laclau.

La política como creadora de un sujeto colectivo tiene pretensiones, en ambos autores, de


fundar un orden nuevo y hasta nos atreveríamos a afirmar, emancipado con respecto a la si-
tuación. Sin embargo, las teorizaciones de Badiou apuntan, también, a la posibilidad-
imposibilidad de verdaderamente poder arribar a una comunidad tal. Es decir, si realmente
pudiésemos pensar en una transformación radical de la sociedad nos encontraríamos nueva-
mente bajo la simbolización de una nueva estructura, volviendo a contar la multiplicidad de
lo múltiple. En el caso de Laclau, si bien resuelve esta aporía que se presenta en la teoría ba-
dioudiana a través del concepto de hegemonía, supone también una imposibilidad constitutiva
de pensar el arribo de lo comunitario. O en todo caso, lo común, arribaría siempre como algo
fallido. En consecuencia, es pertinente la pregunta que formula Žižek (2001), ¿no serían am-
bos autores comunitarios/anticomunitarios? ¿No introducirían una brecha en la idea de comu-
nidad, entre las comunidades positivas basadas en el orden del ser (Cuenta por
uno/Institucionalismo) y la ‘imposible’ comunidad por-venir (fundada en la fidelidad al acon-
tecimiento-verdad, o en el pueblo como articulador común de demandas equivalenciales)?

Bibliografía
43
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44
Žižek, S. (2001) El espinoso sujeto. El centro ausente de la ontología política. Buenos Aires:
Paidós.

45
Común urbano y producción del hombre endeudado.
Andrea Fagioli (Unsam/Paris 8)

Introducción

Queremos articular este trabajo alrededor de dos escenas que traemos a colación de dos
célebres películas europeas de los años '60. Se trata de una obra que podemos colocar bajo la
etiqueta de “última ola del neorrealismo italiano”, Le mani sulla città (1963) de Francesco
Rosi y de Deux ou trois choses que je sais d'elle (1966), rodada por uno de los maestros de la
nouvelle vague francesa: Jean-Luc Godard. El uso que hacemos de estos fragmentos
cinematográficos no tiene nada que ver con un análisis riguroso, ni mucho menos, del séptimo
arte, trabajo para el cual no estamos capacitados. El motivo por el cual decidimos usarlas es
porque nos parecen ofrecer un excelente pantallazo de dos hilos que aquí queremos seguir y
anudar, y que remiten a dos áreas de la investigación crítica y militante sobre el capitalismo
contemporáneo.

El primer punto de vista es el que analiza la explotación y la puesta en valor del espacio
urbano, en tanto obra que es producida por lo común. Se trata de una extracción de valor, que
remite a lo que en términos marxianos podemos llamar subsunción formal del trabajo bajo el
capital, que constituye la forma predominante que toma el capital en su etapa neoliberal y que
marca un cambio profundo con respecto a su etapa industrial1.

El segundo análisis sobre el cual se trabaja es el que postula la producción de subjetividad


como locus político por excelencia -afuera de los límites de lo que Zizek llama “pura
política”- y que, sobre el eje subjetivación/sujeción, se juega una batalla fundamental. Nos
referimos a los trabajos que se enfocan en la noción marxiana de acumulación originaria y
plantean la necesidad de pensarla en tanto prehistoria que no se limita a una etapa pasada una
vez y para siempre, después de la cual el capitalismo entraría en un funcionamiento “normal”.
Pero pensamos sobretodo en el trabajo de Maurizio Lazzarato, quien plantea que la
producción y el gobierno del hombre endeudado son conditio sine qua non del desarrollo de
una economía de la deuda, que es la fórmula que él usa para caracterizar el neoliberalismo. En

1 El capital industrial se caracterizó y se caracteriza, pese a haber perdido su hegemonía, por la organización
directa del proceso de trabajo desde el cual se extrae plusvalor.
esta fórmula es inmediatamente claro, y muy sugerente, que desde la perspectiva del autor
italiano, deudor y acreedor son las figuras subjetivas que habitan la etapa contemporánea del
capitalismo, de la misma manera en que poseedor de dinero y poseedor de fuerza de trabajo
eran las máscaras -usamos acá la metáfora que Marx retoma de Hobbes- que protagonizaban
la “obra” del capitalismo industrial. Estas figuras, lejos de tener algo de natural, se crean a
través de un conjunto de dispositivos de distinta naturaleza.

Nuestra tesis es que los metros cuadrados edificados en la metrópolis ejercen sobre la vida de
aquellos que los ocupan sin ser sus propietarios una presión que contribuye, junto a otros
factores, a configurar sus subjetividades. Esta presión es uno de los elementos que enjaulan y
colonizan el futuro de las vidas en cuestión, neutralizando las posibilidades de una ruptura,
por así decirlo, revolucionaria. De hecho, según la tesis de Lazzarato, toda la ingeniería
financiera tiene el objetivo de reducir el futuro -y sus posibles- a las relaciones de fuerza
actuales. Tal y como afirma, “la deuda (...) neutraliza el tiempo a secas, el tiempo como
creación de nuevas posibilidades, esto es, la materia de todo cambio político, social o
estético” (Lazzarato, 2011, p.56). Sabemos, retomando una fórmula de Lefebvre, que “el
problema de la ciudad trasciende con creces al de la vivienda” (Lefebvre, 1968) y, agregamos
nosotros, el de la producción de subjetividad lo excede más aún. Sin embargo, creemos que es
fecundo reflexionar sobre la ciudad (así como sobre la subjetividad) concentrándonos en
distintos niveles, sin dejar de pensarla como un espacio que es producto -mejor dicho obra- de
una creación común y que, en su unidad, es el único sobre el cual es posible pensar políticas
anticapitalistas2.

1. Las manos (del capital) sobre la ciudad.

En la primera escena de la película Le mani sulla città, el assessore3 Edoardo Nottola -


interpretado por Rod Steiger- habla desde un espacio aledaño a la ciudad de Napoli, desde
donde se ve el mar y que todavía no ha sido edificado.

- Lo so che la città sta là e da quella parte sta andanto perché il piano regolatore così ha
stabilito, ma è proprio per questo che noi da là la dobbiamo far arrivare qua.

2 Sobre este punto convergen las lecturas de autores sobre los cuales nos extenderemos, como Harvey y Hardt y
Negri.
3 En la administración municipal de las ciudades italianas, el assessore –que no tiene una traducción literal en
castellano- es una figura institucional cuya designación es una prerrogativa del alcalde, quien generalmente lo
elige entre los concejales, pero no obligatoriamente, y que está a cargo de un determinado rubro de la
administración, como urbanística, deporte, políticas industriales etc.

48
- E ti pare una cosa facile? Cambiamo il piano regolatore? - Pregunta uno de sus
acompañantes.
- Non c'è bisogno. La città va in là? E questa è zona agricola e quanto la puoi pagare oggi:
300, 500, 1000 lire al metro quadrato? Ma domani questa terra, questo stesso metro quadrato
ne può valere sessanta, settantamila e pure di più. Tutto dipende da noi, il 5000% di profitto.
Después el assessore sigue, mirando hacia la ciudad:

Eccolo là, quello è l'oro oggi. E chi te lo dà? Il commercio? L'industria? L'avvenire industriale
del Mezzogiorno? Sì, investili i tuoi soldi in una fabbrica: sindacati, rivendicazioni, scioperi,
cassa malattia...ti fanno venire un infarto co'sti cose. E invece niente affanni e niente
preoccupazioni. Tutto guadagno e nessun rischio. Noi dobbiamo solo fare in modo che il
comune porti qua le strade, le fogne, l'acqua, il gas, la luce e il telefono.4
Al margen de las intenciones de la película, cuyo objetivo es llevar a la pantalla la corrupción
y los vínculos entre la Camorra5 y la administración local, “mostrando el aspecto criminal de
la actividad política” (Brunetta, 1991), lo que nos interesa destacar es que en este diálogo
emerge la forma en que el capital se valoriza, extrayendo valor desde el suelo urbano. Se trata
de una lógica de captura que, como señalan muchos autores, cobra una centralidad relevante
en la etapa actual del modo de producción capitalista y que, al mismo tiempo, implica otros
puntos a ella vinculados sobre los cuales reflexionar.

Es, en primer lugar, fundamental tener en mente la necesidad del capital de contar con el
poder de decidir respecto de las intervenciones que operan a nivel infraestructural; y esto
tanto si pensamos en la producción de un marco jurídico, es decir, la operación de establecer
las condiciones formales que estructuran la actividad económica, como si pensamos en lo que
infraestructura significa a otro nivel: un sistema de carreteras y cloacas, agua, gas y
electricidad. Es evidente que las dos acepciones, en el caso de la captura del valor urbano que
nos interesa aquí, están estrechamente vinculadas; como sostiene el geógrafo británico David
Harvey, “para su funcionamiento, la urbanización requiere de una combinación de capital
financiero y empeño estatal” (Harvey, 2012a y 2012b).

Esto es un punto muy interesante pero que no vamos a tratar, sino marginalmente. Nuestra

4 - “Yo sé que la ciudad está allá y por ese lado está yendo porque el plan regulador así lo estableció, pero es
justamente por esto que nosotros, desde allá, la tenemos que hacer llegar acá.
- ¿Y te parece una cosa sencilla? ¿Cambiamos el plan regulador?
- No hace falta. ¿La ciudad va hacia allá? Esta es una zona agrícola y ¿cuánto la podemos pagar hoy en día: 300,
500, 1000 liras por metro cuadrado? Pero mañana esta tierra, este mismo metro cuadrado puede valer sesenta,
setenta mil e inclusive más. Todo depende de nosotros, el 5000% de ganancia. (Y sigue mirando hacia la ciudad)
Ahí está, ese es el oro hoy. Y ¿Quién te lo da, el comercio, la industria, el porvenir industrial del Mezzogiorno?
Sí...invierte tu plata en una fábrica: sindicatos, revindicaciones, huelgas, caja enfermedad...te hacen morir de un
paro cardiaco con estas cosas. Y en cambio ningún apuro, ninguna preocupación. Toda ganancia y ningún riesgo.
Nosotros tenemos que hacer sólo que la administración traiga para acá las calles, las cloacas, el agua, el gas, la
electricidad y el teléfono.
5 Organización criminal que opera sobretodo y a partir de la región Campania, de la cual Napoli es la capital.

49
atención en este trabajo se dirige a otros problemas. El breve diálogo que citamos nos muestra
de forma palmaria lo que son las faltas que Harvey atribuye a la perspectiva del marxismo,
por así decirlo, oficial. En el Manifiesto del partido comunista, Marx y Engels esbozan un
interés en los problemas que el proletariado encuentra afuera de la fábrica, en la vida en la
ciudad, escribiendo que “cuando ya la explotación del obrero por el fabricante ha dado su
fruto y aquél recibe el salario, caen sobre él los otros representantes de la burguesía: el casero,
el tendero, el prestamista, etc.” (Marx y Engels, 1848). Sin embargo, tildarán estas formas de
explotación de “secundarias” y lo mismo harán, de manera culpable según Harvey, los críticos
marxistas posteriores, que han ubicado en otro lado el foco de la teoría macroeconómica,
desinteresándose por el aumento vertiginoso de los alquileres y por la práctica salvaje de
desposesión (Harvey, 2012a y 2012b).

Más allá de las dimensiones alcanzadas en los últimos años por el problema, y sobre las
cuales vamos a volver, si pensamos en las palabras del assessore aparece otro elemento que
es, desde nuestro punto de vista, central: nos referimos al hecho que Steiger/Nottola subraya
que la renta del suelo es segura, ya que no hay de por medio sindicatos, reivindicaciones,
paros y luchas sobre el estado de bienestar. En otras palabras, esto significa que la
valorización del capital no puede ser obstaculizada por la conflictividad obrera, que no tiene
cómo limitarla por la falta de herramientas teóricas -y aquí las culpas a las que alude el
británico tienen algo que ver- y prácticas antagonistas.

Según Harvey, la concepción marxista no ha sabido alejarse de la perspectiva de la economía


burguesa, insistiendo en considerar al urbanista como un técnico6, un experto de un rubro
donde a primera vista no está en juego una lucha de clases y que puede ser manejado en base
a cierto know how “neutral”. Se trata de una posición ideológica, que lleva a lo que Henri
Lefebvre7 llama “urbanística de los grandes esquemas (...) de los datos cuantitativos, que se
pretende imponer en nombre de la ciencia y del rigor científico” (Lefebvre, 1968). Esto
demuestra -seguimos aquí al pie de la letra al filósofo francés- que el racionalismo que
pretende encontrar en sus análisis el fin de los análisis mismos es una ideología, que esconde

6 Usamos nosotros el adjetivo técnico, porque ha cobrado en la coyuntura una ambigüedad que nos parece
fundamental. En Europa se ha llegado al punto de llamar “técnicos” a gobiernos encargados de aplicar la
ortodoxia neoliberal y que han sido impuestos por las instituciones internacionales (FMI, UE, BCE) en cargos
que hubiesen requerido la legitimación popular, mostrando así no tener ningún respeto hacia aquella formas de
las democracias liberal-socialdemócratas que en otras circunstancias han motivado guerras “justas”. Estos
gobernantes impuestos han sido tratados simplemente como personas que tenían el conocimiento técnico para
manejar una situación de emergencia a la cual no se le atribuye ningún matiz político (Lazzarato 2013).
7 Harvey sostiene que en su Le droit à la ville, escrito por el centenario de la publicación del Capital, Lefebvre
desafió el pensamiento marxista ortodoxo, sobre el terreno de la dimensión urbana, a la cual este no había
otorgado nunca demasiada importancia, pese a la mitización de la Común de París (Harvey 2011).

50
tanto la finalidad a la cual se subordina la racionalidad organizadora de las ciudades
modernas, como a quien es que formula esa finalidad. Esto no nos autoriza a pensar en un
Lefebvre complotista y, en su Le droit à la ville, el mismo autor señala que muchas veces las
intenciones originales que se celaron detrás de ciertos planteamientos no apuntaban a la
especulación y a un aumento del nivel de explotación de los obreros, aunque hayan terminado
favoreciéndolos, sino que, al contrario, tenían el objetivo de moralizara la clase obrera -y de
paso neutralizarla- permitiendo el acceso de sus miembros a la propiedad (Ibídem).

Apoyándose en el autor francés, Harvey trabaja el tema de la urbanización, enmarcándolo en


el problema más general de pensar un sujeto anticapitalista que se sitúe en el terreno urbano.
La motivación militante, si así queremos llamarla, es la construcción de un movimiento
proletario que no se limite a los trabajadores de la industria, cuyo ocaso en los países del
capitalismo avanzado parece definitivo, sino que incluya las distintas figuras que producen
plusvalor y que reivindique la ciudad como obra. Se trata de llenar lo que el autor llama el
“significante vacío del derecho a la ciudad” (Harvey, 2012a) de una forma completamente
distinta tanto a la de los constructores/agentes inmobiliarios, como a la de todas las
concepciones de smart cities.

Lo que está en juego es la ciudad pensada como obra, el valor de uso que se contrapone al
producto/valor de cambio. Lefebvre, con el cual la filiación sobre este punto es evidente,
reconstruye el pasaje de un espacio urbano pre-capitalista -lugar de consumo improductivo de
enormes riquezas, guiado exclusivamente por el placer y el prestigio- a una urbanización que
implicó la destrucción del sistema urbano existente y de las estructuras que allí operaban, y
que fue un importante motor de la industrialización. La ciudad valor de cambio destroza la
ciudad valor de uso, el producto destrona la obra. Si en la época industrial la ciudad se
conformó en base a las necesidades del capitalismo de fábrica y fue un factor fundamental en
el despegue de ese modo de producción, hay que usar a Lefebvre más allá de Lefebvre,
pensando en la función que la ciudad cobra en la actualidad. Es decir que hay que reflexionar
teniendo en claro que las ciudades que algunos autores definen globales o mundiales (como
Saskia Sassen y Manuel Castells) son instrumentos directos para la acumulación y la
valorización.

Al pensar la ciudad como instrumento de acumulación, podemos fijarnos en varios puntos,


como el aumento brutal del precio del metro cuadrado en algunos barrios que se pusieron muy
de moda por una serie de causas, la principal de las cuales es la llegada de un importante flujo
de dinero que les ha cambiado el rostro, tornándolos inaccesibles, a nivel económico, para los

51
antiguos habitantes. Un fenómeno, al cual no es extraño el capital que procede de las
narcomafias8 y que ha sido llamado gentrification. Refiriéndonos a Buenos Aires no podemos
no pensar en Puerto Madero, pero tampoco en la expansión del nombre Palermo que, con sus
diversos apellidos, se está esparciendo hacia barrios aledaños con el efecto de empujar hacia
arriba el valor inmobiliario de los mismos. Por el otro lado, podemos pensar en los apetitos
que despierta la ubicación de algunas villas miserias, como la Villa 31 de Retiro, cuyo
desalojo ofrecería a las constructoras un negocio multimillonario9, y que es alentado bajo dos
presupuestos ideológicos: el primero, como sostiene el arquitecto Jaime Sorín, es que el
mercado representa la solución al problema habitacional (Eisler y Mardones, 2014) y el
segundo, que funciona como justificación, es el aumento de la recaudación de impuestos.
Como subraya Harvey, bajo el dogma de la utilidad pública, se expropia y se desalojan a los
habitantes de barrios enteros, bajo la consigna de un “uso más rentable del suelo” (Harvey
2012a, pp.53/54).

1.2 La ciudad como fundamento y obra común.

Pensando en lo que plantean estos autores, corremos ahora un poquito el eje de nuestra
reflexión hacia la producción de la ciudad en tanto obra. Desde la perspectiva de autores
como Michael Hardt y Antonio Negri, la metrópolis vendría a ser para la multitud lo que la
fábrica era para la clase obrera: es el lugar de los encuentros materiales, y de la organización
entre los sujetos que la componen, así como es el lugar donde se manifiestan el antagonismo y
la rebelión; pero es, sobretodo, el lugar de producción. Es importante subrayar que, desde la
perspectiva de los autores, con común no entendemos sólo los elementos materiales, como
agua, tierra, minerales, gas etc., sino también una esfera artificial que incluye lenguajes,
imágenes, saberes, afectos, códigos, costumbres y prácticas. Para los autores, pese a su
aversión a ello, el capital no puede hacer nada sin lo común y esto parece emerger de manera
palmaria en la metrópolis biopolítica, donde lo que llamamos ciudad no se limita a sus
estructuras (e infraestructuras) materiales, sino que es constituida también por la dinámica
viviente de prácticas culturales, circuitos intelectuales, redes afectivas y de instituciones
sociales. Es justamente por esto que escriben que “la producción de lo común no es otra cosa

8 El tema del flujo de dinero negro en el mercado inmobiliario en el caso de la ciudad de Rosario ha sido
contado por Martín Céspedes en el documental, Ciudad del boom, ciudad del bang, que es posible ver online:
https://www.youtube.com/watch?v=si952Ed7Vu0
9 Harvey plantea lo mismo hablando del slum de Dharavi, en Mumbai, cuyo valor inmobiliario sería alrededor
de los 2.000 millones de dólares (Harvey 2012b).

52
que la misma vida en la ciudad y que los agentes inmobiliarios no necesitan de complicadas
teorías para entender el papel crucial de lo común” (Hardt y Negri, 2009). Es decir que
cuando evalúan las propiedades en base a lo que llaman externalidades, positivas o negativas,
y asignan dos valores distinto a dos hipotéticos inmuebles idénticos en lugares distintos -
pongamos frente al cementerio de la Recoleta o frente a la estación de Morón- es justamente
porque están considerando aquel circuito al que se refieren Hardt y Negri.

Ahora, si bien es cierto que en muchos casos los flujos de capital, como ya dijimos, moldean
la ciudad y le cambian el rostro según sus intereses, también podemos decir, usando los
términos de Ugo Mattei, que el capital se apropia de la riqueza común producida por la
cooperación social (Mattei, 2011) que en este caso es la ciudad.

Al decir, como hicimos varias veces, que la lógica hegemónica de las operaciones del capital
es extractiva, nos obliga a ampliar el concepto de extracción, que tiene que ser pensado más
allá del ámbito de las materias primas. Tal y como lo plantean Verónica Gago y Sandro
Mezzadra en un artículo reciente, hace falta pensar la extracción también en relación a la
fuerza de trabajo, para complejizar la noción de explotación. Lo que caracteriza la extracción
es la exterioridad del capital respecto al trabajo vivo y a la cooperación social que generan
valor. Escriben los autores:

[l]a relación extractiva se presenta bastante diferente de la relación de explotación que se con-
forma en una fábrica a partir de la estipulación de un contrato de trabajo asalariado. Mientras
que el contrato introduce al trabajador en un espacio que está directamente organizado por el
capital, en casos tan distintos como las finanzas populares (vía créditos al consumo) o de Fa-
cebook (por medio de una empresa que extrae valor de las interacciones de datos) nos encon-
tramos con actores capitalistas que no organizan directamente la cooperación social que explo-
tan (Gago y Mezzadra, 2015, p.44)
Sin embargo, como advierten los autores, hablar de exterioridad y de cooperación social no
tiene que llevarnos a pensar en una cooperación libre, ya que en su interior operan, si bien no
son hegemónicas, formas clásicas de empresariado industrial y las prácticas cooperativas a las
que aluden en el extenso pasaje que citamos, son permeadas por algoritmos o se desarrollan
bajo el signo de la deuda. Es importante subrayar este último factor para no caer en el error de
pensar que la lucha puede darse en el plano de una liberación de un común que está oprimido.
Lo común tiene que ser -retomamos acá el título de un libro de Negri- inventado.

Nos parece que esta línea de investigación es extremadamente sugerente y sobre ese plano
queremos seguir. Hasta ahora vimos que la ciudad no es un espacio “neutro” y que, lejos de
derivar mecánicamente de la forma económica hegemónica, tiene una función en la
construcción del modo de producción capitalista. Asimismo vimos que la ciudad global es un

53
espacio de acumulación y valorización; ahora trataremos de analizar la relación entre la figura
subjetiva del neoliberalismo y la influencia de aquella extracción constante representada por
el alquiler, en la constitución de ese paradigma subjetivo.

2. La producción de la subjetividad endeudada.

Toujours la même histoire. Apprentie brodeuse, elle réussit son


CAP et rentre dans une petite entreprise. Elle rencontre un
garçon qui lui fait un enfant et la quitte. Un an après, deuxième
type, deuxième enfant, deuxième abandon. À la maternité, on lui
fait la morale mais c’est à la maternité que des copines lui
expliquent comment faire pour gagner de quoi nourrir ses deux
enfants. En sortant, elle reprend son travail mais le soir, elle se
prostitue. Un jour, une chance, un gentil type tombe amoureux
et l’épouse. On s’installe avec les enfants dans un appartement
moderne, trop cher évidemment. Deux ans après, troisième
enfant. On n’y arrive plus et c’est le mari lui-même qui
demande à sa femme de faire le trottoir10.
Jean-Luc Godard, Deux ou trois choses que je sais d'elle

En Il posto dei calzini, Christian Marazzi sostuvo que la caída del Muro de Berlín dio un
golpe durísimo a la idea de la sociedad dividida en clases, anunciando al mundo (occidental)
que todos pertenecían a la clase media: la única que torna posible, según él, el “gobierno” de
la sociedad. Asimismo agregó, remitiendo a Marx, que el uso de la noción de clase no tiene el
fin de describir una realidad que existe, sino que su objetivo es crear esa realidad. Se trata de
una “ficción necesaria” que se vuelve real solo al actuar políticamente (Marazzi, 1994). La
noción de clase media, que se volvió hegemónica en los años '90, tenía justamente la función
de neutralizar un conflicto que había obstaculizado y limitado el proceso de acumulación del
capital en las décadas anteriores; fue parte de algo que podemos definir, con Paolo Virno, una
contrarrevolución en el sentido de una revolución en sentido contrario (Virno, 2001) o, si
queremos usar el lenguaje de los teóricos liberales, una desproletarización11. Esto era uno de
los objetivos claves para el pensamiento neoliberal, desde el Coloquio Walter Lippmann de

10 Siempre la misma historia. Aprendiz bordadora, consiguió el diploma y entró en una pequeña empresa. Ella
encuentra un muchacho con quien tiene un hijo y que la deja. Un año después, segundo muchacho, segundo hijo,
segundo abandono. A la maternidad, se le hace la moral, pero es por la maternidad que dos amigas le explican
cómo hacer para ganar para dar de comer a sus dos hijos. Ella retoma su trabajo, pero a la noche se prostituye.
Un día, un golpe de suerte, un tipo amable se enamora y la esposa. Se instalan con los hijos en un departamento
moderno, tal vez demasiado caro. Dos años después, tercer hijo. No pueden sobrevivir y es el marido mismo
quien le pide de volver a trabajar en la calle.
11 En este marco hay que pensar las políticas de acceso de la clase obrera a la casa de propiedad.

54
1938, y que hizo un salto hacia en adelante a nivel retórico/político, en el momento en que
bajó de manera considerable el nivel de ingresos de ese grupo social que se situaba
económicamente en el medio, que en los años del fordismo había logrado cierta estabilidad
económica y también cierta uniformidad en cuanto a las costumbres políticas y electorales.

En otras palabras se fue universalizando un paradigma subjetivo, el del empresario de sí


mismo, basado en la aplicación de una lógica costos/beneficios y en la gestión individual de
los riesgos que anteriormente caracterizaba sólo a una parte de la población. En cambio ahora,
subraya Lazzarato, se trata de una

conminación que atañe tanto al desempleado como al usuario de servicios públicos, al más
“humilde” de los trabajadores, al más pobre o al “migrante” (…) Para la mayoría de la pobla-
ción, la idea de ser empresario de sí mismo se limita a la gestión, según los criterios de la em-
presa y de la competencia, de su empleabilidad, de sus deudas, la baja de su salario y sus in-
gresos, la reducción de los servicios sociales (Lazzarato, 2011, pp. 58 y 108).
En términos marxianos lo que tuvo lugar fue una nueva acumulación originaria dirigida a la
producción del homo oeconomicus del neoliberalismo, que no es el del intercambio de la
economía clásica, sino el de la competencia generalizada. Mezzadra, en su análisis de esa
noción, subraya cómo el mercado del trabajo no es pensable sin el elemento de la violencia
que hace que una clase de individuos esté obligada a vender su fuerza de trabajo, cosa que de
por sí no tiene nada de natural (Mezzadra, 2008). De la misma manera podemos pensar que
no hay nada natural en el hecho que un individuo tenga que manejarse a sí mismo y a sus
propias capacidades como un empresario maneja su capital. Así que nos parece que podemos
afirmar que, para que la economía neoliberal funcione, es necesaria una acumulación
originaria de sujetos neoliberales: la producción de subjetividad transforma, en este marco, en
una mercancía distinta de todas las demás mercancías (Ibídem), “la primera y más importante
fuente de producción, “mercancía” que participa de la producción de todas las otras”
(Lazzarato, 2011, p.42).

Volviendo a lo que planteábamos arriba, junto a la neutralización del conflicto y a la


unificación de las clases, es por lo tanto necesario que un conjunto de dispositivos reproduzca
en cada sujeto una serie de escisiones que en la modernidad estaban repartidas entre varios,
para constituir un nuevo sujeto. Cada uno se vuelve, así, jefe y empleado de sí mismo,
manager de aquellas capacidades síquicas y físicas que anteriormente se solían llamar fuerza
de trabajo y que representaban el conjunto de capacidades cuya potencia12 el capital explotaba
a cambio del salario. Ahora, al contrario, en el momento en que la perspectiva neoliberal es

12 Nos referimos a las reflexiones de Pierre Macherey y a la diferenciación entre una fuerza de trabajo estática y
dinámica (Macherey 2012).

55
hegemónica13 y un mismo sujeto es considerado como capital fijo y capital variable, más que
de salario se habla de una renta, o mejor dicho, de un flujo de rentas, del capital humano que
el sujeto ha invertido (Marazzi, 2002).

Resaltando que en la etapa neoliberal, sin el espectro del socialismo real, el capital no necesita
mostrar necesariamente su faceta democrática y no descarta el uso de formas autoritarias de
gobierno, Lazzarato se opone a los que plantean que el liberalismo gobierna produciendo
libertades, y subraya que el capital neutraliza el abanico de infinitas posibilidades que
pertenecen a nuestras existencias, limitando la posibilidad de elección a las solas conductas
compatibles con el rembolso de la deuda. Es justamente la deuda, la piedra angular de sus
planteamientos sobre el neoliberalismo -que llama economía de la deuda- y del homo
oeconomicus que lo habita -que llama hombre endeudado-. Escribe el autor italiano:

la deuda no es sólo un dispositivo económico, sino también una técnica securitaria de gobierno
tendiente a reducir la incertidumbre de las conductas de los gobernados. Al disciplinar a estos
a “prometer” (honrar su deuda), el capitalismo “dispone de antemano de su futuro” (Lazzarato,
2011, pp.52/53).

2.1. El control a través de la ciudad.

Llegados a este punto es necesario anudar los dos hilos que desarrollamos y dar sentido al
trabajo que vinimos haciendo. En El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Marx escribe una frase
que dará mucho trabajo a los marxistas, cuando afirma que los hombres hacen la historia
“pero no la hacen de manera arbitraria, en circunstancias que ellos mismos eligieron, sino en
las circunstancias que ellos encuentran inmediatamente frente a ellos, y que son determinadas
por los hechos y por la tradición” (Marx, 1852). Retomamos aquí la lectura de Mezzadra
según el cual no se trata de leer en este pasaje una “simple oposición entre las 'circunstancias
objetivas' y los 'hombres', sino, más bien, (...) otra desgarradura que atraviesa el sujeto”
(Mezzadra, 2014, p.50).

Partiendo de este sujeto desgarrado por la materialidad de los acontecimientos, queremos traer
a colación otra manera de pensar el desgarro constitutivo, que no remite a la historia sino al
espacio que habita el sujeto. El sociologo Robert Park escribe -y nos parece escuchar aquí un
eco de la cita del 18 Brumario- que la ciudad es

13 Por supuesto opera a distintos niveles y no en cualquier parte del mundo de la misma manera. Sin embargo
aumentan cada vez más las postulaciones a trabajos que piden una oferta al postulante, como si en vez de trabajo
dependiente se tratara de una empresa que está participando en una licitación.

56
el intento más coherente y en general más logrado del hombre por rehacer el mundo en el que
vive de acuerdo con sus deseos más profundos. Pero si la ciudad es el mundo creado por el
hombre, también es el mundo en el que está desde entonces condenado a vivir. Así pues, indi-
rectamente y sin ninguna conciencia clara de la naturaleza de su tarea, al crear la ciudad el
hombre se ha recreado a sí mismo (Park, 1967).
Es reflexionando sobre este planteamiento que Harvey empuja más allá de los límites
espaciales su concepción del derecho a la ciudad, en tanto que de la manera en que se declina
este derecho depende el tipo de relaciones humanas que establecemos y que nos constituyen.
En palabras de Hardt y Negri, es el común en tanto precondición y resultado de la producción
biopolítica; lo que está en juego es el mismo bíos en términos de vida calificada.

Ahora si volvemos sobre la voz de Godard que pronuncia aquellas palabras que pusimos
como epígrafe, está claro cómo quisimos anudar las dos líneas teóricas. La muchacha se
prostituye para poder pagar su departamento, para tener el derecho a habitar un espacio donde
criar sus tres hijos, porque los metros cuadrados edificados ejercen una presión cada vez
mayor sobre la vida de los que los ocupan, sin ser sus propietarios. El caso de la película
muestra de manera palmaria la exterioridad del capital a la cual aludimos; un capital que se
valoriza sin organizar directamente el trabajo y desinteresándose respecto de la producción de
valores de uso. Al mismo tiempo en que se reproduce en tanto ejerce su derecho de propiedad,
obliga al inquilino a manejarse como un empresario con tal de poder honrar su deuda, hasta el
punto, emblemático, de tener que prostituirse.

Podemos por lo tanto afirmar, siguiendo a Lazzarato, que el capital coloniza el futuro de los
hombres endeudados y lo hace volviendo contra ellos las ciudades en que ellos viven y que
construyen: un común que los constituye y que, sin embargo, contribuyen a construir. Esto es
particularmente evidente en una ciudad como Buenos Aires, donde el aumento constante de
los alquileres -actualmente lo más habitual es el 12% mensual14 y cada dos años se renegocia
un nuevo piso que puede llegar al 50% de un sólo escalón- obliga a los inquilinos a tener en
cuenta una presión constante y creciente sobre sus economías15. Más allá de la evidencia de la
exterioridad del capital y de su naturaleza extractiva, nos parece que lo que está en juego es la
limitación brutal del futuro de los inquilinos. Los que tienen que pagar un alquiler para tener
un espacio donde vivir, estan obligados a programar sus vidas de una manera que les permita

14 Se trata de una práctica, la indexación, prohibida por ley que la creatividad de las inmobiliarias logran evadir
poniendo la cifra total de los dos años de contrato o poniendo la cifra del alquiler final y subrayando que en los
meses anteriores se trata de un descuento indicado en varios porcentajes.
15 Pensemos que un alquiler de 6.000 pesos -no estamos, por lo tanto, hablando de una vivienda de lujo- llega
en 18 meses a 8.430. Si bien esto se aleja de nuestro análisis, hay que tener en consideración que la estabilidad
del peso en el último periodo -tanto el oficial, como el blue- significa que se trata de una inflación en dólares,
que termina inflando aún más los bolsillos del capital inmobiliario.

57
pagar y al mismo tiempo apostar a (y movilizarse para) un incremento de sus ingresos para no
tener que cambiarse de lugar, factor que implica costos de gestión usureros de parte de las
agencias.

Al mismo tiempo, el tema de la vivienda constituye un arma muy poderosa para la


neutralización y nos parece que podemos retomar las palabras de Martín Buddy, citado por
Harvey, quien plantea que “los propietarios de las casas agobiados por las deudas no van a
huelga”. Aparece allí evidente que la desproletarización/neutralización de los proletarios no
pasaba, entonces, sólo por la participación a la propiedad, sino que también por la forma en
que el pago de los dividendos disciplinaba a los obreros. Nos parece que lo mismo pasa hoy,
pero que el mismo fenómeno se da de una manera amplificada ya que, como subrayamos, la
ciudad se ha vuelto un espacio de valorización fundamental para el capital, cuya exterioridad
dificulta imaginar formas de oposición. Es muy difícil pensar un sujeto capaz de una acción
coherente a partir de la fragmentación de los individuos que tienen que rembolsar la deuda a
través de un conjunto de actividades muy heterogéneas y que no trabajan codo a codo, todos
los días, encerrados en un galpón donde un capitalista identificable les roba la cooperación.
Entonces la solidaridad parece imposible16, sin un trabajo de análisis a la altura de los
tiempos, que revele dónde se sitúa la explotación. Este trabajo teórico es, tal vez, la tarea más
urgente para el pensamiento crítico contemporáneo.

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Hardt M. y Negri A., (2009), Commonwealth, Cambridge, Harvard University Press. Trad.

16 Pensamos, por ejemplo, en los hechos del 2010 en el Parque Indoamericano, en la zona sur de Buenos Aires,
donde sujetos igualmente sometidos a las lógicas extractivas de la renta financiera, fueron divididos por el
discurso político -principalmente el de Mauricio Macri- y se pensaron a sí mismos distinguiéndose entre vecinos
y okupas, entre invasores y usurpadores, que se situaban afuera del marco legal que regula la propiedad (sobre
todo los primeros pensaban en estos términos). Para un análisis sobre los hechos del Parque Indoamericano véase
AAVV (2011) Vecinocracia. (Re)Tomamos la ciudad, Buenos Aires, Tinta Limón/Retazos.

58
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60
Lo común desde la perspectiva de la reconsideración del concepto
de lo político
Francisco González Granados (Universidad Nacional de Colombia)

Schmitt (2009) postula una relación entre la teología y lo político que le permite establecer
analogías sistemáticas entre los conceptos teológicos y políticos. A partir de dicha relación
Schmitt se da la licencia de transitar de una esfera a otra para analizar la evolución de las
ideas filosófico-políticas. Ahora bien, este camino trazado nos proporciona una manera de
explorar el concepto de unidad y su función en el pensamiento político.

El autor alemán ilustra la raíz metafísica de la política con la unidad que tiene el cristianismo
a partir de Dios; concretamente, el catolicismo es el mejor ejemplo de dicha unidad dado que
representa la unidad del pueblo de Dios, llamado a salvarse y orientado por el pastor, Jesús,
quien es representado en la tierra por el Papa. Según el autor alemán, el pensamiento metafísi-
co permite configurar una realidad unificando sus componentes, según un orden –finalidad-,
mediante una representación derivada de la autoridad de quien establece el orden –la Idea -.
Sólo en el pensamiento metafísico es factible in-formar (dar forma) a una serie de factos de
acuerdo a una finalidad, es decir, según una relación medios y fines. Igualmente, la política
procede acorde a una finalidad concreta, con el presupuesto de la autoridad y la representa-
ción, es decir, tanto el pensamiento metafísico como la política pueden dar Forma. Esta de-
pendencia de la política respecto al pensamiento metafísico es analizada por Schmitt a través
de la relación entre la Iglesia Católica y el Estado: “la iglesia […] presupone junto a sí al Es-
tado político… Desea vivir con el Estado en una específica comunidad en la que dos represen-
taciones se contraponen como interlocutoras” (Schmitt, 2000 pág. 31). Para Schmitt la Iglesia
y el Estado pueden ser interlocutores precisamente porque ambos representan algo en nombre
de una “Idea”, de dónde procede su autoridad. Schmitt señala que ningún sistema político se
mantiene sólo por la técnica de mantenimiento del poder, sino que se fundamenta en algo más
fuerte: “la Idea es parte de lo Político, porque no hay política sin autoridad y no hay autoridad
sin un Ethos de la convicción” (Schmitt, 2000, pág. 21).

Schmitt, influenciado por el pensamiento contrarrevolucionario, retoma la tesis de De Maistre


sobre la necesidad de una Idea –característica propia de lo religioso- como fundamento del
poder político: “Todas las instituciones imaginables, si no reposan sobre una idea religiosa,
son efímeras. Son fuertes y duraderas en la medida en que están divinizadas” (De Maistre,
1955, pág. 124). El autor advierte que la Idea sólo opera en un plano metafísico ya que ésta se
presenta como lo trascendente desde lo que se sustenta un orden, y es representable en la
realidad concreta; mediante la Idea tanto “en el mundo político y moral, como en el mundo
físico, existe un orden normal” (De Maistre, 1955, pág. 64). Así, el interés de Schmitt por la
forma política del catolicismo, es decir por el Ethos de dónde deriva su autoridad, lo lleva a
afirmar que la Iglesia posee en toda su pureza el Pathos de la autoridad en el que su funda-
menta su capacidad representativa. La relación entre Ethos y Pathos es el punto neurálgico al
que llega Schmitt, la Idea se presenta con el talante de aquello que está allende, imponiéndo-
se con majestuosidad y dignidad (autoridad), logrando afectar el ánimo (del representante y
los destinatarios), y, consecuentemente moviéndolos a ciertos tipos de acciones y costumbres.
A partir de la Idea se forman valores, surge una moral, cuando ésta es representada. Ahora
bien, Schmitt especifica cómo se da tal representación en la Iglesia, a saber: “una representa-
ción personal y concreta de una personalidad concreta” (Schmitt, 2000, pág. 23). De tal modo,
para nuestro autor, la Iglesia tiene la capacidad de crear figuras representativas tales como el
Papa, el Emperador, el Caballero, el Monje, entre otros, dado que la idea de representación
está sujeta a la de una autoridad personal que la autorice, de manera que lo representado goza
de la autoridad.

Al enfatizar la relación entre la representación y la Idea que la fundamenta, Schmitt, a través


del análisis de la idea política del Catolicismo, le atribuye a ésta la capacidad y la energía de
generar una “triple gran Forma” que abarca una “Forma estética de lo artístico, una Forma
jurídica del Derecho y una Forma de poder histórico-universal” (Schmitt, 2000, pág. 27), es
decir, configura una realidad según un orden. Este orden implica una racionalidad, así, Sch-
mitt señala que la Iglesia Católica, configura la realidad acorde a una relación medios-fines,
según la Idea de la que deriva su autoridad, y, por lo tanto da una “dirección normativa de la
vida social humana” (Schmitt, 2000, pág. 15).

Una vez expuesta la capacidad de la Idea del catolicismo de generar un orden, Schmitt, centra
su atención en cómo esa Idea se mantiene incólume históricamente a pesar de los cambios
políticos y bifurcaciones internas. Tal característica lleva al autor a preguntarse cómo definir
la Idea política del catolicismo que le ha permitido mantenerse a lo largo de los siglos como
institución. La respuesta que plantea se centra en el carácter universalista del catolicismo,
derivado de la cosmovisión de una realización práctica de la Idea que informa la realidad fun-
giendo como epicentro que irradia sus características. Para nuestro autor, el carácter del uni-

62
versalismo del catolicismo radica en que la Iglesia católica es una complexio oppositorum que
se caracteriza porque

No parece que haya contraposición alguna que ella no abarque. Desde hace mucho tiempo se
gloría de unificar en su seno todas las formas de Estado y de gobierno, de ser una monarquía
autocrática cuya cabeza es elegida por la aristocracia de los cardenales, en la que, sin embargo,
hay la suficiente democracia para que, sin consideración de clase u origen, como lo formuló
Dupanloup, el último pastor de los Abruzos tenga la posibilidad de convertirse en soberano au-
tocrático1. Su historia conoce ejemplos de asombrosa adaptación, pero también de rígida in-
transigencia; de capacidad de resistencia móvil varonil y de flexibilidad femenina; de orgullo y
humildad extrañamente mezclados (Schmitt, 2000, pág. 8).
La descripción sobre la Iglesia católica como complexio oppositorum se centra en mostrar su
capacidad de integración y subsunción de diferentes formas de organización, podría decirse
que la esencia de la Iglesia católica es ser la Forma de la formas. En los ejemplos utilizados
por Schmitt, llama la atención la alusión a la dicotomía varonil-femenino ya que esta expresa
la concepción de la Iglesia como una institución con pleno poder de decisión y acción frente a
una realidad por in-formar y como una madre que vela y acoge a sus hijos. Tal dicotomía
permite la interpretación de la complexio oppositorum como la capacidad de unificar diferen-
cias a través de la creación de ideas que logran la representación de diferentes realidades. A
juicio de Schmitt, la esencia de la complexio oppositorum “reside en una específica superiori-
dad formal sobre la materia de la vida humana […] Esta particularidad formal del Catolicismo
consiste en la estricta aplicación del principio de la representación” (Schmitt, 2000, pág. 10).
El principio de la representación es la expresión de la capacidad de crear formas para organi-
zar y estructurarlos diferentes aspectos de la vida humana. A través de la representación se
crea una unidad articulada desde una Idea. Schmitt considera que la capacidad de la Iglesia
católica de crear representación es el factor del Pathos del que procede su autoridad porque la
representación permite crear convicción respecto a algo. La capacidad de representación de la
iglesia se ilustra de la siguiente manera: “La iglesia es hoy el último y solitario ejemplo de la
capacidad medieval para formar figuras representativas (el Papa, el Emperador, el Monje, el
Caballero, el Mercader […] El vaticano es la última)” (Schmitt, 200, pág. 23).

En virtud de lo anterior, la Iglesia católica y su universalismo se muestran como la capacidad


de generar formas trascendentales que otorgan una forma a los hechos de la vida, tal caracte-
rística es inherente a la Iglesia dado su talante transcendental derivado de la Idea central:
Dios. El universalismo de la Iglesia católica es lo que permite crear una comunidad homogé-
nea que está cohesionada en torno a la Idea que se hace concreta a través de diferentes figuras
representativas. Estas cuando alcanzan un grado de cohesión fuerte se erigen en representa-

1
La historia a la que alude Schmitt es la elección del monje y asceta San Celestino V como Papa en el año 1294.

63
ciones con poder de decisión, tal y como es la figura del Papa. Una vez erigida una figura
representativa con poder de decisión la unión que permite la comunidad -koinonía- en torno a
la Idea se torna como La Comunidad frente a otros tipos de agrupaciones o asociaciones, es-
tableciendo rasgos distintivos, tal es el caso de la complexio oppositorum.

Cabe afirmar que el interés de Schmitt por la relación analógica entre la teología y la política
se centra en indagar sobre la esencia de la unión que crea una comunidad, alcanzada a través
de una Idea que articula la realidad de la vida en una visión –trascendental y teleológica- en la
que incluso las diferencias hacen parte de un plan que se presenta como el verdadero y único
–carácter excluyente y homogeneizante-. El Catolicismo Romano ofrece un ejemplo valioso, a
los ojos de Schmitt, de cómo conformar y mantener una comunidad política en torno a una
Idea y figuras representativas que generan un Pathos de autoridad y convicción.

II

En El Concepto de lo político, Schmitt señala que es difícil dar una respuesta a la pregunta
¿qué es lo político? dado que “el campo de relaciones de lo político se modifica incesante-
mente” (Schmitt, 1991, pág. 39). La manera en la que Schmitt delimitó el problema fue esta-
bleciendo un criterio que le permitiera distinguir categorías políticas fundamentales que a su
vez facilitarán una definición conceptual de lo político: “la distinción política específica,
aquella a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos políticos, es la distinción
amigo y enemigo […] Es desde luego una distinción autónoma […] en el sentido de que ni se
funda en una o varias de esas otras distinciones” (Schmitt, 1991, pág. 56). Mediante tal distin-
ción se puede establecer el grado de unión o separación de un grupo humano, su punto máxi-
mo de asociación –unida política- y disociación junto con el grado de identidad que dicho
grupo logra frente a otro. Además, “los conceptos de amigo y enemigo deben tomarse […] en
su sentido concreto y existencial […] Enemigo es sólo un conjunto de hombres que siquiera
eventualmente […] se oponen a otro conjunto análogo” (Schmitt, 1991, pág. 58ss). El criterio
de amigo y enemigo permite identificar las oposiciones y antagonismos más intensos, de mo-
do que si la tensión o conflicto entre dos grupos llegase a ser cercano a la enemistad en grado
sumo, entonces, dicho conflicto se podrá considerar como político. Sin embargo, la enemistad
no implica la completa desaparición de la otra parte; además, la enemistad puede darse tanto
en un plano teórico como en un plano concreto y siempre exige tomar una decisión respecto al
otro. El criterio amigo y enemigo permite la exploración de lo político a través de situaciones
concretas o agrupaciones que giren en torno a la oposición máxima radical, característica por
64
la que muchas situaciones de otras esferas de la vida humana, en las que surgen oposiciones,
son confundidas con lo político, tal es el caso de lo moral (lo bueno y lo malo), lo estético (lo
bello y lo feo), entre otras.

Acerca de la consideración schmittiana de lo político, Mouffe (2005) precisa que es necesario


mantener su carácter polémico ya que si se niega pueden surgir antagonismos irresolubles que
destruyan las políticas democráticas. La interpretación de Mouffe sobre lo político permite
considerarlo como un espacio antagónico en el que un grupo se define respecto a otro. Según
la autora, Schmitt abordó lo político desde lo colectivo ya que el criterio amigo-enemigo iden-
tifica una situación como política según el grado de unión y decisión de un grupo frente a
otro, inscribiendo lo político en el campo de las identidades relacionales:

In my view one of Schmitt´s central insights is his thesis that political identities consist in a
certain type of we/they relation, the relation friend/enemy which can emerge out of very di-
verse forms of social relations. By bringing to the fore the relational nature of political identi-
ties, he anticipates several currents of thought, such as post-structuralism, that will later stress
the relational character of all identities. Today, thanks to those later theoretical developments,
we are in a position to elaborate better what Schmitt forcefully asserted but left untheorized
(Mouffe, 2005, pág. 14).
Schmitt abrió el camino para pensar lo político desde las diferentes formas de las relaciones
sociales. Según Mouffe esta circunstancia invita a encontrar otros modos políticos de cons-
truir la relación We/They que permitan mantener a raya o eviten la emergencia del antagonis-
mo, es decir, postular políticas democráticas que permitan la construcción de la relación
We/They de una manera diferente a la antagónica. Lo anterior no implica que se deba eliminar
el carácter antagónico de lo político sino que puede ser incorporado en otras formas, como es
el caso de concebir lo político como un espacio agonístico. La autora plantea que lo político
ha de ser visto como el campo de la confrontación en que las partes enfrentadas tienen algo en
común –la disputa por la legitimidad de sus pretensiones y valores- que es la razón de su en-
frentamiento. Dicho enfrentamiento no busca la eliminación del otro dado el carácter relacio-
nal de lo antagónico. No obstante, el antagonismo tampoco debe ser eliminado a través de la
razón deliberativa que busca integrar las partes en conflicto anulando los puntos de diferen-
cias -como lo propone el liberalismo- ya que lo político sería eliminado al ser lo antagónico su
carácter esencial.

La consideración de lo político como un espacio agonístico apunta a reconsiderar la relación


We/They menos que una disputa de enemigos y más de adversarios. En esta las partes en con-
flicto reconocen que no es factible una solución racional a su conflicto; sin embargo sí reco-
nocen la legitimidad de su oponente: “They are adversaries not enemies. This means that,

65
while in conflict, they see themselves as belonging to the same political association, as shar-
ing a common symbolic space within which the conflict takes place” (Mouffe, 2005, pág. 20).
A diferencia de Schmitt, que señaló que lo político radicaba en la tensión entre dos grupos
rivales que no tenían nada en común, Mouffe rescata la esencia antagónica de lo político y la
ubica como la confrontación acaecida dentro de un grupo o comunidad. Con este desplaza-
miento, el carácter esencial de lo político es ‘domado’ o canalizado ya que al situarlo dentro
de una comunidad o grupo se hace necesario la creación de diferentes instituciones y prácticas
que faciliten el desarrollo del antagonismo de una manera agonística; en palabras de Mouffe:
“the potential antagonism can be played out in an agonistic way” (Mouffe, 2000, pág. 21).

Cabe aclarar que el concepto de adversario de Mouffe no es el mismo que en el discurso libe-
ral que considera lo político como un terreno neutral y un espacio de deliberación pública y
libertad en el que los competidores buscan ocupar las posiciones de poder. En cambio, en el
espacio agonístico planteado por la autora, los adversarios tienen la intención de cuestionar la
hegemonía dominante de la comunidad o grupo con el fin de lograr una transformación radi-
cal de las relaciones de poder o lograr nuevas configuraciones. Lo agonístico es concebido,
entonces, como una lucha entre grupos con proyectos hegemónicos opuestos en un espacio
común y bajo unas reglas de aceptación, en caso del triunfo de alguno de los grupos, es decir,
se impone la hegemonía de un grupo pero no se elimina la del otro que en cualquier momento
puede derrotar al grupo hegemónico de turno. Lo agonístico es la manera de sublimar lo anta-
gónico de lo político dentro del espacio simbólico común de un grupo en el que coexisten
varios proyectos hegemónicos y no uno solo como en el caso de lo político planteado por
Schmitt.

III

Algunas de las reflexiones actuales sobre lo político y la democracia han resaltado el desafío
de pensar las comunidades políticas en torno al pluralismo cultural. Al respecto, desde la
perspectiva de la confrontación agonística se puede abordar la pregunta por la relación entre
el pluralismo cultural y las comunidades políticas. Sin embargo, antes de abordar dicha pre-
gunta cabe precisar que no toda comunidad política es equivalente a un grupo cultural y que
dentro de una comunidad política pueden coexistir diferentes grupos culturales. El pluralismo
cultural tiene un carácter transversal, es decir, la posibilidad de la existencia de un mismo
grupo cultural en diferentes comunidades políticas. Ahora bien, un grupo cultural no se reduce
únicamente a rasgos o características étnicas sino que también puede ser el producto de la
66
convergencia de diversos aspectos que giran en torno a un sentido o visión del mundo tales
como género, orientación sexual, discapacidades, entre otros.

El pluralismo cultural plantea un reto para cualquier comunidad política ya que se presenta
como un conjunto de diversas visiones del mundo: “there are a number of incommensurable
values and corresponding ways of life which are all legitimate objects of human aspiration,
and that different citizens can make different, but equally legitimate choices within that
set.”(Weinstock, 2002, pág. 242). El desafío que representa el pluralismo cultural a cualquier
comunidad política es la capacidad institucional para articular los diferentes intereses y aspi-
raciones de los grupos culturales que la conforman con el fin de garantizar los derechos de
cada uno de los ciudadanos pertenecientes a diferentes grupos culturales.

A través de la propuesta de Mouffe sobre lo político como un espacio agonístico, se puede


concebir la comunidad política como el resultado de las relaciones de convergencia, divergen-
cia y pugna de los intereses de los grupos culturales. Estas relaciones se dan en un espacio
común formalizado mediante prácticas institucionales. El objetivo de cada grupo es alcanzar
el poder de cambiar dichas prácticas institucionales acorde a sus intereses y valores como
grupo. Es claro que el concepto de comunidad política adquiere un carácter heterogéneo que
conlleva un grado de cohesión frágil e incierta. Sin embargo, el elemento que dinamiza las
relaciones entre los diversos grupos heterogéneos es la necesidad del contrincante dado el
carácter relacional de las identidades. El espacio agonístico adquiere sentido, precisamente,
cuando la actividad de diversos grupos es efectiva. Por otra parte, la esencia y posibilidad de
las actividades políticas radican en la esencia antagónica de lo político:

Lo político puede adquirir su fuerza de los más diversos ámbitos de la vida humana; de con-
traposiciones religiosas, económicas, morales y otras. No indica a una esfera de acción en par-
ticular sino tan sólo al grado de intensidad de una asociación o disociación de personas cuyas
motivaciones pueden ser de índole religiosa, nacional (tanto en sentido étnico como cultural),
económica, etc. pudiendo estas motivaciones producir diferentes uniones y divisiones en dis-
tintas épocas (Schmitt, 1991, pág. 42).
Acorde a la cita, la comunidad política que deriva Schmitt es de carácter homogéneo, una
comunidad cerrada que sublima sus disensiones internas mediante la identificación de un
enemigo. No obstante, según Mouffe, estas disensiones internas se pueden sublimar, sin la
necesidad de acudir a un enemigo externo, mediante la concepción de lo político como un
espacio agonístico, dando así un carácter heterogéneo a la comunidad política que pasaría de
ser un universo homogéneo que suprime las voces divergentes internas a un conjunto de mul-
tiversos que dinamizan la esfera política en virtud de sus intereses contrapuestos, pero, sin
caer en la ilusión de una anulación o solución final del antagonismo a través de una discusión

67
racional, como lo propone el liberalismo. La imposibilidad de lograr una solución final al an-
tagonismo que permita la consolidación de una comunidad política radica en el carácter pa-
sional del ser humano que irreductible a cualquier forma racional de organización política.

Precisamente, la concepción agonística de lo político mantiene el carácter pasional propio del


antagonismo. El valor de la propuesta de Schmitt sobre lo político como un espacio de con-
flicto radicó en vincular lo político como una dimensión constitutiva del ser humano ligada a
las pasiones. Dicha dimensión no puede ser anulada en ningún momento, tal y como lo expre-
sa Mouffe con la necesidad de mantener el conflicto pero de una manera sublimada. El error
de Schmitt fue considerar que una vez articulada la unidad política mediante la identificación
de un enemigo común se centraba todas las disensiones internas hacia el exterior dado que las
pasiones tienen un carácter impredecible y voluble dando posibilidad a la emergencia y expre-
sión de múltiples diferencias. En consecuencia, la posibilidad de una comunidad política uni-
versal y homogénea adquiere un carácter utópico. Desde la propuesta agonística, la comuni-
dad política adquiere un carácter heterogéneo que se sustenta en el desafío de crear mecanis-
mos racionales –ciencia política- que más que reprimir logren sublimar las pasiones facilitan-
do espacios en que se manifiesten y choquen con otras, es decir, la característica común de los
diferentes grupos culturales en una comunidad política es su lucha por la configuración de las
relaciones de poder, a través de esta lucha la comunidad política puede ser vista como el espa-
cio vital del desarrollo de los intereses y valores de los grupos políticos.

IV

La lucha de los grupos culturales por el poder, dentro de una comunidad política, se centra en
el alcanzar el poder para transformar las instituciones de la comunidad política según sus in-
tereses. Esta lucha se establece como el vínculo en común entre los diferentes grupos cultura-
les contenidos dentro de una comunidad política. Lo común aparece desde dos perspectivas.
La primera alude al espacio de posibilidad de confrontación: la comunidad política que será
considerada como el espacio agonístico en el que los intereses de diversos grupos se desarro-
llan. La unidad lograda por la comunidad política se daría gracias a la necesidad del otro o de
los otros como posibilitadores de la construcción de la identidad de un grupo dado.

Así, la relación We/They no solo es una dicotomía sino que expresa también un conjunto: el
conjunto de los intereses de We frente al conjunto de los intereses de They que articulan un
espacio de posibilidad y realización. La comunidad política vista desde la perspectiva agonís-

68
tica no sería homogénea sino heterogénea en dónde hay lugar incluso para las disidencias y
los disensos. Precisamente, la segunda perspectiva para considerar lo común se relaciona con
la lucha y confrontación de intereses dentro de una comunidad política como el factor dinami-
zador y creador de lo político. Lo común en la confrontación de intereses radicaría en el ca-
rácter pasional que impulsa la defensa y consecución de estos. La dinámica de lo político ra-
dica en el carácter conflictivo y antagónico del ser humano, derivado del carácter incierto e
impredecible de las pasiones. Si se anularan las pasiones, se erradicaría la esencia de lo políti-
co y la comunidad política sería inconcebible porque no habría necesidad de establecer cana-
les, métodos e instrumentos formales –ciencia política- para procurar la convivencia y seguri-
dad humana.

La imposibilidad de erradicar las pasiones, en cierta medida, garantiza la existencia de la co-


munidad política y su vínculo común radicado en la lucha por configurar las relaciones de
poder. Sobre estas, cabe precisar, que deben tener un carácter horizontal en el espacio agonís-
tico para procurar conservar el carácter heterogéneo de la comunidad política porque en el
caso contrario –relaciones verticales- se pasaría a la imposición de un grupo y la anulación de
los demás generando una situación de autoritarismo o totalitarismo en el que se crea la ficción
de una comunidad homogénea.

Siguiendo con esta línea de interpretación la posibilidad de una comunidad homogénea ad-
quiere un carácter utópico ya que en términos de la vida política de una comunidad y de las
dinámicas de los grupos culturales, contenidos en esta, la construcción y fijación de identida-
des es contingente dado el carácter pasional del ser humano: “that identities are in fact the
result of processes of indentifications and that they can never be completely fixed. We are
never confronted with we/they oppositions expressing essentialist identities pre-existing the
process of identification” (Mouffe, 2005, pág. 18). El carácter pasional del ser humano le im-
prime a lo político un elemento de irreductibilidad que constituye el combustible de la vida
política de una comunidad, de modo que la hegemonía impuesta por un grupo en una comuni-
dad política, concebida como un espacio agonístico, no es perenne sino está sujeta a ser derro-
tada en cualquier momento ya que lo político consiste en mantener ‘el juego’ por reconfigurar
las relaciones de poder según los intereses de los diferentes grupos.

69
En este apartado más que exponer conclusiones, plantearé otras preguntas y tópicos que deben
ser explorados con el fin de articular una propuesta sobre lo común a partir de una reconside-
ración de lo político. En el primer apartado, se destacó uno de los tantos aportes de Schmitt al
pensamiento político, a saber, pensar lo político desde la perspectiva de la comunidad como
una entidad trascendente al individuo. Así, el análisis sobre la Forma política de la Iglesia y su
capacidad de crear representación, nos invita a pensar lo común en términos de la creación de
la representación de los intereses de un grupo, en una comunidad política, a través de la pugna
por el ejercicio del poder. La propuesta de Mouffe de reconsiderar lo político como un espa-
cio agonístico –sublimando el carácter antagónico de lo político- serviría como puente para
establecer una relación entre lo común entendido como la consolidación de un espacio de
creación de representación y el carácter heterogéneo de los grupos culturales que se confron-
tan en la vida política de una comunidad.

Ahora bien, al acudir a los grupos culturales como el factor que imprime el carácter heterogé-
neo de una comunidad política ha de profundizarse la constitución de la relación entre el gru-
po y el individuo. Esta relación se puede abordar desde la perspectiva de las identidades rela-
ciones con el fin de establecer cómo el grupo emerge, se consolida y cohesiona los valores y
sentido de vida de un agregado de individuos. Cabe aclarar que la formación y consolidación
de la identidad de un sujeto necesita de la participación de otro, así la relación we/they sería la
expresión de un proceso de convergencias de múltiples relaciones I/you.

Finalmente, la consideración de lo político desde lo común y lo colectivo -no desde el indivi-


duo implica enfrentarse a varias preguntas, tales como: ¿La definición de la comunidad como
una entidad homogénea o heterogénea y sus respectivas implicaciones para la definición de lo
común? ¿Cómo consolidar una visión o un espacio común dado el carácter antagónico de lo
político? ¿Cómo incluir en una definición de lo común, en una comunidad política, el rasgo
contingente de lo político derivado del elemento pasional del ser humano? A través de estas
preguntas puede reconsiderarse una conceptualización de lo común que a la vez es una recon-
sideración de lo político dado que su esencia radica en una relación We/they que se presenta
como inexorable y necesaria. Lo común como termino correlativo implica la necesidad de
acudir a lo otro para afirmar la propia identidad como medio para construir la diferencia.

Bibliografía

70
De Maistre, J. (1955). Consideraciones sobre Francia. Madrid: Ediciones Rialp.

Mouffe, C. (2003). Carl Schmitt y la paradoja de la democracia liberal. En C. Mouffe, La pa-


radoja democrática (págs. 51-72). Barcelona: Gedisa.

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Weinstock, D. (2002). Citizenship and pluralism. En Simon, R. The Blackwell Guide to

Social and Political Philosophy. (págs. 239-270). USA: Blackwell.

71
El desacuerdo democrático como signo contemporáneo de lo co-
mún
Nicolás Emanuel Olivares (CONICET-UNC-CIJS).

1. Introducción

Actualmente, las sociedades democráticas contemporáneas afrontan tres grandes desafíos po-
líticos: 1) la existencia de profundos, persistentes e inerradicables desacuerdos políticos a su
interior; 2) la necesidad de adoptar cursos de acción política comunes a todos los ciudadanos
(Waldron, 2005); y 3) la tensión entre un creciente conjunto de derechos constitucionales in-
dividuales y los requisitos procedimentales propios de una democracia representativa legítima
(Gutmann y Thompson, 2004).

En respuesta a dichos desafíos, es que han surgido dos concepciones democráticas rivales, a
saber: a) mayoritarista (Waldron, 2005); y b) deliberativa (Gutmann y Thompson, 1996,
2004).

Por un lado, los partidarios de una concepción democrática mayoritarista sostienen que la
legitimidad de las normas, medidas e instituciones políticas depende de su aceptación por
parte de un grupo mayoritario de ciudadanos. Desde esta perspectiva, la regla de la mayoría
constituye un criterio político adecuado y eficaz para lidiar con los desacuerdos, profundos,
persistentes e inerradicables existentes en materia política. La autoridad democrática del dere-
cho esta dada entonces por: a) ser sancionada mediante un procedimiento formal que cumpla
con las cláusulas constitucionales vigentes; y b) emanar de aquel órgano representativo de los
intereses políticos mayoritarios.

Por otro lado, los partidarios de una concepción democrática deliberativa señalan que la legi-
timidad de las mismas depende de la existencia de un genuino e inclusivo proceso deliberati-
vo previo. Desde este enfoque, la regla de la mayoría se muestra adecuada pero insuficiente
para lidiar con los desacuerdos, profundos, persistentes e inerradicables existentes en materia
política. Tal regla debe complementarse con un principio de reciprocidad moral, conforme el
cual los ciudadanos deben justificar sus preferencias políticas desde un punto de vista impar-
cial o de bien común. La autoridad democrática del derecho esta dada entonces por: a) ser
sancionada mediante un procedimiento formal que cumpla con las cláusulas constitucionales
vigentes; y b) estar justificada en razones o argumentos que sean aceptables por la generalidad
o totalidad de los afectados por tal norma, medida o institución.
Ambas concepciones democráticas adoptan una particular interpretación de los siguientes
conceptos: a) legitimidad democrática; b) derecho; c) principio político de toma de decisio-
nes; d) consenso político; e) desacuerdo político; f) constitucionalismo; y g) justificación del
ideal democrático.

Dado este específico marco conceptual, este trabajo atenderá al siguiente interrogante ¿cuál de
dichas concepciones democráticas asume la más adecuada interpretación de dichos conceptos
y por ende posibilita una mejor respuesta ante los tres desafíos explicitados?

Atendiendo a dicho interrogante, este artículo tendrá por objetivos: 1) reconstruir los presu-
puestos normativos de estas dos concepciones; 2) identificar las semejanzas y diferencias
existentes entre ambas; y 3) esbozar argumentos en defensa de una concepción democrática
deliberativa.

2. J. Waldron: Una concepción democrática mayoritarista

a) Legitimidad democrática

La democracia mayoritarista asume una concepción agregativa del ideal democrático, con-
forme el cual las preferencias políticas de los ciudadanos deben agregarse obteniendo así un
estándar de legitimidad estadístico. Las normas, medidas e instituciones de gobierno son legí-
timas si han sido sancionadas por la autoridad jurídica legislativa, la cual es la representante
política de la opinión de la ciudadanía y se han respetado el procedimiento formal de sanción
de las leyes constitucionalmente establecido. De este modo, el principio o regla de la mayoría
es suficiente para otorgar legitimidad democrática a una norma política.

A su vez, el principio de legitimidad democrática asume en la democracia mayoritarista una


concepción procedimental-intrínseca, según la cual la democracia es el procedimiento político
más valioso para lidiar con los desacuerdos políticos, atento es el que mejor respeta la digni-
dad, libertad e igualdad de los ciudadanos (Waldron, 2005: 116-122, 131-133).

b) Derecho

74
La concepción democrática mayoritarista adopta una concepción del derecho positivista nor-
mativista conforme la cual las normas, medidas e instituciones jurídicas deben estar justifica-
das en argumentos jurídicos y no en argumentos morales. Esta postura específica se inscribe
en la perspectiva metaética más general que recibe el nombre de antirrealismo jurídico, según
la cual el derecho no debe fundarse en una teoría metaética realista (Waldron, 2005: 195-202,
209-211, 214-222).

c) Principio político de toma de decisiones

La concepción democrática mayoritarista considera que los principios políticos de toma de


decisiones de la negociación y el voto. En otras palabras, los ciudadanos y/o sus representan-
tes legislativos al discutir sobre derechos y cuestiones políticas deben participar activamente
de los procesos de negociación y voto, para que las normas políticas resultantes sean conside-
radas legítimas (Waldron, 2005: 116-122).

d) Consenso Político

Esta concepción democrática asume un concepto reducido de consenso político, de principios


políticos, lo cual implica limitar el alcance de lo que puede llamarse filosofía política. Tal
filosofía política abarcaría: a) los principios que protegen los derechos básicos; y b) los prin-
cipios que justifican ciertos procedimientos. Este tipo de filosofía política respalda la dicoto-
mía que ha dominado las discusiones contemporáneas de la teoría política, la cual distingue
entre: a) por un lado, una teoría de la justicia, que parte de una noción sustantiva de bien co-
mún, y b) por el otro, una teoría de la legitimidad política, la cual asume una noción procedi-
mental de democracia (Waldron, 2005: 7-10, 111-113).

e) Desacuerdo político

La concepción democrática mayoritarista sostiene que el desacuerdo político no solo recae


sobre las concepciones de lo bueno y lo malo sino también sobre lo correcto y lo incorrecto.
Sin embargo, sostiene que deberíamos acordar en que los principios políticos de negociación
y voto así como sus presupuestos procedimentales, constituyen los mejores métodos de reso-
lución de conflictos. El desacuerdo político, según esta concepción mayoritarista, no es nece-

75
sariamente moral y admite argumentos razonables e irrazonables, deliberativos y no delibera-
tivos (Waldron, 2005: 13-14, 123-131).

f) Constitucionalismo

La concepción democrática mayoritarista rechaza las posturas denominadas constitucionalis-


mo fuerte (conservador o elitista), y propone adoptar una perspectiva anticonstitucionalista
fuertemente democrática, o bien una postura constitucionalista popular, o constitucionalista
democrática (Waldron, 2012: 1-45).

g) Justificación del ideal democrático

Conforme la concepción democrática mayoritarista, el ideal democrático se justifica mediante


una tesis normativa netamente intrínseca (no instrumentalista) según la cual la democracia es
el procedimiento de resolución de desacuerdos políticos que más toma en serio los valores
políticos de igual dignidad y autonomía políticas (Waldron, 2005: 136-137, 140-142).

3. A. Gutmann y D. Thompson: Una concepción democrática deliberativa

a) Legitimidad democrática

La concepción democrática deliberativa asume una concepción dialógica de legitimidad de-


mocrática, conforme la cual, las normas, medidas e instituciones de gobierno son legítimas si
han sido sancionadas tras haber los ciudadanos o sus representantes deliberando razonada-
mente desde una perspectiva imparcial, incluyendo las preferencias políticas de todos los
afectados por la misma (Gutmann y Thompson, 2004: 1-6).

En contraposición a aquellas teorías democráticas puramente procedimentales o sustantivas,


G. y T. desarrollan una teoría de la democracia deliberativa cuyas notas más características
son las siguientes: a) compleja; y b) meta-normativa (no exhaustiva).1

En primer lugar, los autores señalan que los desacuerdos morales en materia política deben ser
resueltos mediante un proceso deliberativo que cumpla principios normativos complejos, es

1
Al respecto, cabe señalar que el carácter no exhaustivo de la teoría democrático-deliberativa de Gutmann y
Thompson resulta asimilable a la distinción trazada por John Rawls en su Liberalismo político, entre teorías
moralmente comprehensivas, y teorías políticas. Al respecto véase: Rawls, 1996: xvi-xvii, 3-15, 372-377, 383-
393.

76
decir, tanto procedimentales como sustantivos. En segundo lugar, el carácter meta-normativo
de la teoría, implica que la misma no asume una concepción normativa de primer orden, sino
normativa de segundo orden, siendo compatible entonces con aquellas concepciones de la
justicia o de la democracia que son normativas de primer orden.

A su vez, la democracia deliberativa asume una concepción compleja del concepto de legiti-
midad democrática, según la cual dicho concepto incorpora principios de naturaleza compleja
o híbrida, es decir tanto procedimentales como sustantivos, relativos a que la democracia es el
procedimiento que mejor permite la resolución o tratamiento de los desacuerdos políticos. Los
principios deliberativos son complejos y poseen por ello un igual estatus normativo. Decimos
complejos atento poseen un cariz bifronte: procedimental y sustantivo a la vez (Gutmann y
Thompson, 1996: 49-51; Gutmann y Thompson, 2004: 3, 98-99). Este carácter mixto, com-
plejo, hibrido de los principios morales del modelo, G. y T., es el que justifica su igualdad en
el plano normativo jerárquico, distinguiéndose solamente conforme su función. De allí que
sus nombres sean: a) de procedimiento; b) de contenido; c) de preclusión; y d) de acomoda-
ción. G. y T. señalan que un particular atractivo de su modelo es que debe ser entendido como
una teoría normativa de segundo orden, cuyo objeto son las teorías normativas de primer or-
den (Gutmann y Thompson, 2004: 13-14). De este modo, G. y T. proponen un modelo norma-
tivo de deliberación, compuesto de cuatro tipos de principios políticos-morales, a saber: a) En
primer lugar, existen tres principios (reciprocidad, publicidad, rendición de cuentas) que regu-
lan el proceso político de toma de decisiones, b) En segundo lugar, otros tres principios (liber-
tad básica, oportunidades básicas, oportunidades justas) regulan el contenido de dichos deba-
tes; c) En tercer lugar, existen principios de preclusión moral; y d) En cuarto lugar, de acomo-
dación moral (Gutmann y Thompson, 1996: 12-16, 199-229; Gutmann y Thompson, 2004:
66-90, 133-138).

En síntesis, Gutmann y Thompson señalan que su concepción democrática deliberativa posee


cuatro características, a saber: 1) implica un proceso de mutuo intercambio de razones, en el
que los deliberantes buscan alcanzar justos términos de cooperación social; 2) las razones que
se esgriman en dicho proceso deben ser públicamente accesibles a todos los afectados por la
medida en cuestión; 3) dicho proceso deliberativo debe tener por fin producir una medida
política vinculante para todos los ciudadanos durante un determinado período de tiempo; y 4)
las medidas políticas y principios utilizados durante el proceso deliberativo son moral y polí-
ticamente provisionales (Gutmann y Thompson, 2004: 3-6).

77
La combinación de estas cuatro características, permite a los autores definir a la democracia
deliberativa como:

“…una forma de gobierno en la que ciudadanos libres e iguales (y sus representantes), justifi-
can sus decisiones en un proceso en el que cada uno da razones mutuamente aceptables y ge-
neralmente accesibles, con el objetivo de llegar a conclusiones que sean vinculantes en un pre-
sente para todos los ciudadanos, pero abierto a cambios en un futuro…” (Gutmann y Thom-
pson, 2004: 7, Trad. Propia).
De este modo, desde una concepción democrática deliberativa, el principio o regla de la ma-
yoría no es suficiente para otorgar legitimidad democrática a una norma política. Debe añadir-
se un principio de reciprocidad moral conforme el cual todo afectado debe dar argumentos o
razones públicos que justifiquen su postura y resulten aceptables para sus conciudadanos y
representantes (Gutmann y Thompson, 1996: 52-53).

El principal principio normativo y piedra angular de su teoría deliberativa es el de reciproci-


dad, el cual no solo justifica la existencia de los otros principios, sino también el carácter mo-
ral y políticamente provisional de los mismos (Gutmann y Thompson, 2004: 79-90). Confor-
me G y T. argumentar desde una perspectiva de reciprocidad implica la capacidad de buscar
los justos términos de cooperación social. Atento los resultados de la deliberación democráti-
ca son mutuamente vinculantes, los ciudadanos deberían aspirar a un tipo de razonamiento
político que se apto para una justificación mutua. Si bien la reciprocidad es una condición
necesaria no es suficiente para alcanzar acuerdos, inclusive cuando las condiciones políticas
y sociales son favorables a ello. Sin embargo, ante los denominados desacuerdos deliberati-
vos, la reciprocidad conmina a los ciudadanos a seguir buscando justos términos de coopera-
ción entre iguales.

b) Derecho

La concepción democrática deliberativa asume una concepción del derecho que podría deno-
minarse constructivismo jurídico, conforme la cual el derecho debe ser respetado y posee au-
toridad porque es fruto de un razonamiento colectivo público previo a la sanción de las nor-
mas legales. Se asume una postura normativista antipositivista conforme la cual las normas,
medidas e instituciones jurídicas deben estar justificadas en argumentos morales que resulten
aceptables para los afectados por las mismas. Conforme Gutmann y Thompson, la delibera-
ción democrática implica un proceso continuo de justificación que incluye a todos los afecta-
dos por la medida política o norma jurídica en cuestión, al punto de no solo incluir a los ciu-

78
dadanos legales, sino también a los ciudadanos morales que se ven afectados por dicha deci-
sión (Gutmann y Thompson, 1996: 145-151).

En este sentido, si bien la toma de decisiones está en manos de los representantes políticos,
ella está precedida y secundada por un amplio proceso deliberativo que incluye a los ciudada-
nos afectados. Gutmann y Thompson señalan que conforme su concepción deliberativa, los
ciudadanos no deben ser tratados sólo como los destinatarios (objeto) de una determinada
medida política, ni como sujetos pasivos que deben ser gobernados, sino como agentes políti-
cos autónomos y racionales que toman parte en el gobierno de su propia sociedad, sea direc-
tamente o a través de sus representantes (Gutmann y Thompson, 2004: 3-4).

c) Principio político de toma de decisiones

La democracia deliberativa adopta como principio político de toma de decisiones el de argu-


mentación política. Los ciudadanos y/o sus representantes políticos al discutir sobre derechos
y cuestiones políticas deben participar activamente del proceso de argumentación política. El
proceso deliberativo debe aspirar a cumplir con los ideales regulativos de igualdad política y
argumentación racional (Martí, 2006: 39-65). La deliberación se erige como un proceso de-
mocrático de justificación y toma de decisiones, en el cual ciudadanos y representantes deben
argumentar en defensa o en contra de la adopción de una determinada medida política y/o
norma jurídica (Gutmann y Thompson, 2004: 3-4). La idea de razón pública democrática
deliberativa no sólo incluye a los foros formales de deliberación (tales como recintos judicia-
les y legislativos), sino también a los foros informales (quedando incluidas las organizaciones
intermedias no gubernamentales).

La deliberación es un proceso autocorrectivo, cuyos resultados son normativamente provisio-


nales, atento están sometidos a continua revisión. En el esquema de G. y T. tanto las medidas
políticas como los principios son moral y políticamente provisionales (Gutmann y Thompson,
2004: 57, y cap. 2). En cuanto al carácter provisional de dichos principios, G. y T. señalan
que la vigencia, interpretación, alcance y contenido de los mismos están determinados por la
deliberación misma, y contextualizados en un espacio y tiempo concreto. Siendo que la deli-
beración es un proceso constante, abierto, flexible, los principios morales se vuelven proviso-
rios (Gutmann y Thompson, 2004: 6-7). Gutmann y Thompson señalan que la tercera carac-
terística de su modelo democrático deliberativo es que su proceso tiene como objetivo produ-
cir una decisión vinculante para un cierto período de tiempo. En este sentido, el proceso deli-
berativo no tiene fines meramente retóricos, académicos, sino políticos. La deliberación tiene

79
por fin influir en cómo se adoptara una decisión gubernamental futura o modificar una medida
pasada (Gutmann y Thompson, 2004: 5).

d) Consenso político

Concepto amplio de consenso político, de principios políticos, lo cual implica ampliar el al-
cance de lo que puede llamarse filosofía política. Tal filosofía política abarcaría: a) no sólo los
principios que protegen los derechos básicos; y b) los principios que justifican ciertos proce-
dimientos; c) sino también a los principios que rigen la conducta de las relaciones morales en
la vida pública. Este tipo de filosofía política evitaría la dicotomía que ha dominado las discu-
siones contemporáneas de la teoría política, la cual distingue entre: a) por un lado, una con-
cepción integral de la justicia, que parte de una noción sustantiva de bien común, o b) por el
otro, una concepción procesal de la justicia, que parte de una noción formal de legitimidad
política (Gutmann y Thompson, 1996: 90-94).

e) Desacuerdo político

El desacuerdo político no solo recae sobre las concepciones de lo bueno y lo malo sino tam-
bién sobre lo correcto y lo incorrecto. Sin embargo, deberíamos acordar sobre la idea de deli-
beración racional y sus presupuestos sustantivos-procedimentales, como método argumentati-
vo de resolución de conflictos. El desacuerdo político es necesariamente moral y admite ar-
gumentos deliberativos razonables (Gutmann y Thompson, 1996: 11-51).

El modelo democrático deliberativo reconoce el hecho del pluralismo axiológico. Por su par-
te, Gutmann y Thompson contraponen dos enfoques normativos disímiles sobre la idea de
conflicto social. Por un lado, puede identificarse un enfoque liberal tradicional, que señala que
cuando se da un desacuerdo razonable entre ciudadanos acerca de la moralidad de una medida
política pública, la solución está dada en que se pongan de acuerdo sobre aquellos principios
que permitirían justificar las medidas y erradicar el desacuerdo. Los liberales suelen invocar
los principios de orden superior (como neutralidad o imparcialidad) que pretenden superar el
desacuerdo sobre especificaciones políticas. Estos principios pretenden determinar cuáles
cuestiones califican como cuestiones políticas públicas y cuáles no. Por el otro, los autores
plantean un enfoque deliberativo, el cual desafía el enfoque liberal. Este enfoque deliberativo
señala que el consenso sobre dichos principios liberales de orden superior no es suficiente
para eliminar el conflicto moral de la política. El desacuerdo moral es profundo, persistente e

80
inerradicable. Es por ello que se debe adoptar un conjunto más completo de principios norma-
tivos de orden superior, que a su vez sean más flexibles, es decir revisables. Este último carác-
ter es el que hemos denominado provisionalidad moral y política de los principios deliberati-
vos (Gutmann y Thompson, 2004: 64-65).

Uno de los objetivos centrales de la democracia deliberativa es que los ciudadanos respeten el
principio de respeto mutuo, el cual se logra específicamente mediante la promoción y cum-
plimiento de los principios de preclusión y acomodación (Gutmann y Thompson, 2004: 65).
Al respecto, Gutmann y Thompson señalan que al interior de su modelo, existen dos tipos de
principios de orden superior, distinguibles conforme la función que desempeñan a los fines de
facilitar el consenso (Gutmann y Thompson, 2004: 64-65). Por un lado, están los principios
de preclusión, los cuales tienen por función determinar cuáles son las cuestiones morales que
califican como políticas y admiten por ello ser objeto de legislación. Estos principios son ex-
cluyentes de aquellas cuestiones que no deben ser debatidas en público. (Gutmann y Thom-
pson, 2004: 65). Por otro lado, hallamos a los principios de acomodamiento, los cuales rigen
la conducta de los ciudadanos frente a las situaciones de desacuerdo moral en cuestiones polí-
ticas. Tales principios deliberativos de acomodamiento no parten del valor político liberal de
tolerancia, sino de un valor político más complejo y central al modelo democrático deliberati-
vo de Gutmann y Thompson, a saber: el de respeto mutuo (Gutmann y Thompson, 2004: 65).

f) Concepción de Constitucionalismo

La concepción democrática deliberativa rechazo la adopción de las siguientes concepciones


constitucionalistas: constitucionalismo fuerte (conservador o elitista), constitucionalismo po-
pular, constitucionalismo democrático; y recomienda la adopción de una concepción constitu-
cionalista dialógica (Gargarella, 2014: 119-133, 151-152).

Las concepciones constitucionales rechazadas adoptan como principio de interacción entre


poderes constituidos el agonista de frenos y contrapesos o el neutral de estricta separación de
poderes. El primer principio propone una batalla o interacción agonista entre los poderes que
obliga a cada poder constituido a usar sus facultades contra los restantes poderes, y a favor de
los propios. El segundo sugiere que la mejor manera de promover un adecuado gobierno de-
mocrático es evitando que los poderes constituidos dialoguen y obligándolos a cerrarse cada
uno en su propia esfera de acción. Como puede observarse ninguno de dichos principios de
interacción entre poderes constituidos es consistente y coherente con la adopción de una con-

81
cepción democrática deliberativa. Lo más adecuado es adoptar un principio dialógico, con-
forme el cual los poderes constituidos deben deliberar entre sí del mismo modo que lo hacen
los ciudadanos comunes. Es decir, los principios políticos deliberativos de sustancia, proce-
dimiento, preclusión y acomodación deben aplicarse a los debates oficiales entre poderes
constituidos.

g) Justificación del ideal democrático

La democracia se justifica mediante una tesis intrínseca conforme la cual es el procedimiento


de resolución de desacuerdos políticos que toma en serio los valores políticos de igual digni-
dad y autonomía políticas. Y también mediante una tesis epistémica conforme la cual la de-
mocracia es el procedimiento político que tiende con mayor grado de probabilidad a la obten-
ción de resultados correctos (Martí, 2006: 177-180)

4. Semejanzas y diferencias entre la democracia mayoritarista y la deliberativa

Las teorizaciones vertidas en los apartados precedentes nos han permitido cumplir con el pri-
mer objetivo específico. Ello atento, hemos explicitado los presupuestos normativos que ca-
racterizan a las concepciones democráticas mayoritarista y deliberativa.

En este cuarto apartado atenderemos al segundo objetivo específico del presente artículo,
siendo el mismo: identificar cuáles son las similitudes y diferencias conceptuales existentes
entre las teorías: a) democrática mayoritarista (J. Waldron); y b) democrática deliberativa (A.
Gutmann y D. Thompson). En cumplimiento de dicha empresa, primero podremos en eviden-
cia las similitudes teóricas habidas entre dichas teorías, para luego explicitar los puntos con-
troversiales.

En relación a las 2 (dos) semejanzas relevantes, las mismas son las siguientes: 1) En primer
lugar, cabe señalar que ambas concepciones democráticas incluyen a las nociones de
desacuerdos y cooperación políticas, en tanto hechos ineludibles de la realidad contemporá-
nea, como elementos fundamentales a atender por una adecuada concepción de democracia; y
2) En segundo lugar, dichas concepciones consideran que debe otorgársele un mayor poder de
decisión a los ciudadanos, que el que se les otorga bajo los actuales sistemas políticos, los
cuales son fuertemente constitucionales y débilmente democráticos.

82
En relación a las diferencias relevantes entre ambas concepciones, hemos identificado al me-
nos 7 (siete) tesis normativas en las cuales se oponen.

En este sentido, J. Waldron defiende las siguientes 7 (siete) tesis: a) una concepción agregati-
va procedimental de legitimidad democrática; b) una concepción antirealista del derecho a la
que identificamos como positivista normativista; c) el voto y negociación son los principios
de toma de decisiones políticas más adecuados; d) una concepción reducida del consenso polí-
tico que parte de una visión dicotómica de la filosofía política; e) una concepción no moral
amplia del desacuerdo político; f) una concepción anticonstitucionalista o bien constituciona-
lista popular; y g) una justificación intrínseca del ideal democrático.

En contraposición, A. Gutmann y D. Thompson defiende 7 (siete) tesis opuestas, a saber: a)


una concepción deliberativa compleja de legitimidad democrática; b) una concepción antipo-
sitivista normativista del derecho, a la que denominamos constructivismo jurídico; c) la argu-
mentación es el principio de toma de decisiones políticas más adecuado; d) una concepción
amplia del consenso político que parte de una visión no dicotómica de la filosofía política; e)
una concepción moral deliberativa del desacuerdo político; f) una concepción constituciona-
lista dialógica; y g) una justificación epistémica e intrínseca del ideal democrático.

5. En defensa de una concepción democrática deliberativa

La comparación efectuada en el apartado anterior (4.) entre las tesis normativas sostenidas por
las concepciones democráticas mayoritarista y deliberativa, nos provee de elementos suficien-
tes como para acometer brevemente el tercer objetivo específico del presente trabajo, a saber:
defender la adopción de una concepción democrática deliberativa por sobre una concepción
democrática mayoritarista.

En este sentido, consideramos que pueden esgrimirse dos argumentos generales en defensa de
la superioridad normativa de la concepción deliberativa. En primer lugar, la democracia deli-
berativa adopta una concepción más robusta de la protección de la libertad política. Esta pri-
mera ventaja se da atento no solo se preocupa por proteger las instancias políticas conclusivas
del voto y la negociación, sino que procura evitar la manipulación pública o privada sobre los
ciudadanos en las instancias previas, a saber de formación de preferencias políticas y de deli-
beración ciudadana. En segundo lugar, la democracia deliberativa permite atender más ade-
cuadamente que la concepción democrática mayoritarista a los desafíos políticos actualmente
vigentes en las democracias contemporáneas, a saber: 1) la existencia de profundos, persisten-

83
tes e inerradicables desacuerdos políticos a su interior; 2) la necesidad de adoptar cursos de
acción política comunes a todos los ciudadanos (Waldron, 2005); y 3) la tensión entre un cre-
ciente conjunto de derechos constitucionales individuales y los requisitos procedimentales
propios de una democracia representativa legítima (Gutmann y Thompson, 2004). Esta se-
gunda ventaja emerge de la adopción por parte de la democracia deliberativa de una concep-
ción política meta-normativa que provee a los deliberantes de una batería de principios com-
plejos de sustancia, procedimiento, preclusión y acomodamiento, los cuales constituyen mejo-
res herramientas que las provistas por la concepción democrática mayoritaria.

6. Conclusión

Este artículo ha tenido por objetivos específicos: 1) Reconstruir los presupuestos conceptuales
de la teoría democrática mayoritarista (J. Waldron, 2005, 2012, 2014) y democrática delibera-
tiva (A. Gutmann y D. Thompson, 1996, 2004); e 2) Identificar las similitudes y diferencias
conceptuales existentes entre ambas; y 3) esbozar argumentos en defensa de una concepción
democrática deliberativa. En cuanto al primer objetivo específico, por un lado, hemos identi-
ficado y explicitado 7 (siete) presupuestos conceptuales específicos, tanto al interior de la
teoría democrática mayoritarista (J. Waldron) como de la democrática deliberativa (A. Gut-
mann y D. Thompson). En relación al segundo objetivo específico, hemos explicitado 2 (dos)
semejanzas y 7 (siete) diferencias relevantes. En lo atinente al tercer objetivo, esbozamos dos
argumentos de peso en defensa de la superioridad normativa de la concepción democrática
deliberativa.

Finalmente, más allá de tal superioridad, cabe destacar que ambas concepciones democráticas
consideran que el desacuerdo democrático en un marco de necesaria cooperación política en-
tre ciudadanos y de diseños constitucionales aparentemente paradójicos, es lo que define el
núcleo de lo político común en las sociedades democráticas actuales.

7. Bibliografía

Gargarella, R., (Comp.), 2014, Por una justicia dialógica. El Poder Judicial como promotor
de la deliberación democrática. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

Gutmann A. y Thompson D., 1996, Democracy and Disagreement, Harvard, Harvard U. P.

84
Gutmann, A. y Thompson, D., 2004, Why deliberative democracy?, Princeton: Princeton U.P.

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Waldron, J., 2014, “Accountability: Fundamental to Democracy”, en Public law & Legal
Theory research paper series, Working paper Nº 14-13, Disponible online en
http://ssrn.com/abstract=2410812 , pp. 1-31.

85
Crítica de la política y emergencia de lo común en el pensamiento
del joven Marx1
Diego Paredes Goicochea (Universidad Autónoma de Colombia)

Introducción

Marx concluye la primera parte de “Sobre la cuestión judía” con una frase que parece disolver
la ilusión de la política en la verdad de lo social: “sólo cuando el hombre ha reconocido y or-
ganizado sus forces propres como fuerzas sociales y cuando, por tanto, no separa ya de sí la
fuerza social en la forma de fuerza política, sólo entonces se lleva a cabo la emancipación
humana” (Marx, 2008, p. 197). A través de una referencia a la descripción que hace Rousseau
de la abstracción del ser humano político, el filósofo alemán retoma el problema de la institu-
ción de un pueblo, entendida como la transición de la vida individual a la vida en común. En
el lenguaje rousseauniano, dicha transición es descrita como el despojo de las fuerzas propias
del ser humano como condición de la transformación del individuo solitario en “parte de un
todo mayor” (Citado en Marx, 2008, p. 196). Para Marx, este despojo sólo caracteriza a la
emancipación parcial lograda por la revolución política. Por eso la emancipación humana, la
liberación completa del ser humano, debe ser comprendida, frente a la enajenación y a la abs-
tracción política, como una recuperación de sus relaciones humanas y una organización de
sus fuerzas propias como fuerzas sociales.

Pero, ¿qué sucede con el vínculo propiamente político en esta recuperación del mundo hu-
mano? ¿La política es sólo entendida como “ilusión”, como una fuerza enajenante, en el mar-
co del proyecto de la emancipación humana? Y, si no es a través del vínculo político, ¿cómo
debe entenderse, entonces, lo común en esta discusión? ¿Equivale lo común a una reconcilia-
ción final de lo social? A mi juicio, estas preguntas no pueden ser abordadas exclusivamente a
través de las reflexiones que Marx despliega en “Sobre la cuestión judía”. La interrogación
sobre el estatus de la política y el carácter de lo común en la emancipación humana, nos obli-
ga a recurrir a otros textos escritos por el filósofo alemán en los años 1843 y 1844. Estos tex-
tos pertenecen al llamado periodo del Vormärz y se inscriben en el contexto de una confronta-
ción con Hegel que, como intentaré sugerir más adelante, es también una revisión de los al-
cances de la Revolución francesa.

1
Este artículo hace parte de una investigación en curso financiada por la Universidad Autónoma de Colombia y
titulada “Marx y la democracia”.
En las primeras páginas de la “Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel.
Introducción” (1843), Marx (2008) muestra cómo la crítica a la “forma de santidad de la au-
toenajenación humana” debe dar paso a la labor de “desenmascarar la autoenajenación en sus
formas profanas” (p. 96). Dado que la enajenación religiosa tiene su origen en la enajenación
del mundo de los seres humanos –que está compuesto tanto por el Estado como por la socie-
dad–, la crítica de la religión y de la teología debe convertirse en la crítica del derecho y de la
política. En las páginas siguientes quisiera ocuparme de esta crítica, no sólo para reconstruir
sus principales argumentos, sino para utilizarla, sobre todo, como una vía de acceso al pro-
blema de lo común en estos de juventud de Marx. En lugar de leer lo común únicamente des-
de el plano de la verdad de lo social, mi propósito es mostrar que en esta crítica marxiana se
pone de manifiesto una fecunda reflexión sobre el vínculo político en conexión con el princi-
pio democrático.

La crítica de la política: entre la atomización social y la ilusión de lo común

Como bien lo señala Stathis Kouvelakis (2000), en el periodo de 1842-1844 Marx se ocupa de
la pregunta de cómo salir de la “miseria alemana”, según la expresión de Heine. Esta “mise-
ria” hace referencia a que lo que podríamos llamar una “anomalía”, puesto que Alemania en-
carna al mismo tiempo el pasado y el futuro de Europa. Su presente político es el del antiguo
régimen y no el de la emancipación política que surge con la Revolución francesa. Por lo tan-
to no está a la altura práctica de los pueblos modernos y su realidad es la de una “nación de la
historia que no pertenece a la historia” (Balibar, 2011, p. 260). Sin embargo, en la reflexión
teórica, en el ámbito del pensamiento y de la filosofía, Alemania revela su contemporaneidad:
“la filosofía alemana del Derecho y del Estado es la única historia alemana que se halla al
nivel del presente oficial moderno” (Marx, 2008, p. 101). Al pensar su tiempo en conceptos,
la filosofía del derecho de Hegel se torna entonces en la conciencia teórica de la acción de los
pueblos modernos y esto, para Marx, significa que la crítica a dicha filosofía no es sólo un
análisis crítico del Estado moderno, sino también de la realidad que lo acompaña.

Es justamente por lo anterior que la crítica de la política que Marx emprende en estos textos
de juventud no es directamente una crítica a la realidad profana, sino, como él mismo lo dice,
a su “copia”, a su expresión última en el pensamiento hegeliano. Por eso, ahora la revolución
en Alemania “comienza en el cerebro del filósofo” (Marx, 2008, p. 103). De este modo, la
estrategia de Marx para resolver la pregunta de la “miseria alemana” consiste en hacer un
ajuste de cuentas con la filosofía hegeliana y, a través de ella, con los alcances de la Revolu-
88
ción francesa, en especial con las limitaciones del Estado moderno. De ahí que dicha estrate-
gia no tenga como objetivo elevar a Alemania a la altura de la práctica francesa, es decir, al
logro de la emancipación política. El propósito de Marx es más ambicioso. La crítica a la filo-
sofía hegeliana del derecho es un paso decisivo para que en Alemania se realice la emancipa-
ción humana y, de esta forma, se señale el futuro inmediato de los pueblos modernos. Así, la
“revolución radical” [radikale Revolution], a la cual se refiere Marx en la “Contribución”, es
un “salto mortal” [Salto mortale] que busca sobrepasar no sólo las condiciones alemanas, sino
también las de los pueblos que ya fueron capaces de dejar atrás la experiencia del antiguo
régimen. En otras palabras, la Revolución en Alemania debe ser “al mismo tiempo un 89 y su
superación” (Kouvelakis, 2000, p. 100). La emancipación humana es, por lo tanto, una espe-
cie de “más allá” de la Revolución francesa.

Sin embargo, no es en la “Contribución” que Marx desarrolla la crítica de la política en cone-


xión con la emancipación humana. En este texto, la pregunta por la revolución radical empie-
za con la crítica a la religión y culmina con la exposición de la figura del proletariado. No
obstante, es justamente en esta crítica que se prepara el desenmascaramiento del Estado y de
la sociedad civil, que es central en el artículo “Sobre la cuestión judía”. En la crítica a la reli-
gión, Marx no se limita a repetir el método transformativo feuerbachiano que, a través de la
inversión entre sujeto y predicado, muestra que la religión no es más que el reflejo del ser
humano. Anticipando el desarrollo de su materialismo práctico, el pensador alemán da un
paso adicional: dado que la “miseria religiosa es la expresión de la miseria real” (Marx, 2008,
p. 96), la religión es una ilusión que procede de la situación concreta del mundo de los seres
humanos y no de un ser humano abstracto, separado de sus relaciones con otros y de su vida
práctica. Pero, como se mencionaba unas páginas atrás, este mundo es el Estado, la sociedad
y, según Marx (2008), éstos “producen la religión, una conciencia invertida del mundo, por-
que ellos son un mundo invertido” (p. 95). A mi juicio, es sobre esta inversión del mundo de
los seres humanos que el pensador alemán centra su atención en “Sobre la cuestión judía”. La
crítica religiosa no sólo conduce a la crítica de la enajenación del Estado moderno, sino tam-
bién al cuestionamiento del tipo de vínculo humano que se establece en la sociedad civil.

En la estela de Rousseau, pero motivado principalmente por Hegel, Marx se enfrenta inicial-
mente al problema de lo común a través de la escisión entre sociedad civil y Estado 2. La su-
peración de esta escisión consiste en conciliar los intereses particulares y egoístas de los indi-

2
Véase Löwith 2008, p. 321. Para Löwith, Marx fue, en este tema, “un sucesor de Rousseau educado por
Hegel”.

89
viduos con la universalidad de la comunidad política. Para Marx, como se verá más adelante,
Hegel capta bien en su Filosofía del derecho los alcances de este problema, pero no logra so-
lucionarlo. Por eso, lo que está en juego en “Sobre la cuestión judía” es una relectura de esta
escisión a partir de la contradicción del Estado “entre su destino ideal y sus premisas reales”
(Marx, 2008, p. 90). El destino ideal, que no es más que el propósito de fundar la comunidad
política elevándose por encima del plano de los intereses privados, anula “todos los elementos
de la vida real del pueblo [des wirklichen Volkslebens]” (Marx, 2008, p. 179). Esto quiere
decir que la generalidad política del Estado, su intento por instaurar el vínculo común, depen-
de de la supresión de las diferencias sociales. Por eso las distinciones de nacimiento, de estado
social, de cultura y de ocupación son declaradas como no políticas. Sin embargo, para Marx
(2008), “muy lejos de acabar con estas diferencias de hecho [faktischen Unterschiede], el Es-
tado sólo existe bajo estas premisas, sólo se siente como Estado político y sólo hace valer su
generalidad [Allgemeinheit] en contraposición a estos elementos suyos” (p. 179). De este mo-
do, el Estado establece el vínculo común sólo en la medida en que deja intactas sus premisas
sociales. El vínculo político es, entonces, una abstracción de la vida material del ser humano;
una realidad autónoma que se eleva por encima de los elementos concretos de la sociedad
civil.

Así pues, el triunfo del Estado moderno, que se desarrolla a partir de la emancipación política,
origina la escisión entre l’homme y le citoyen. En el Estado político acabado, el ser humano
lleva una doble vida: la vida público-estatal, donde es miembro de la comunidad política y por
tanto se muestra como un ser comunitario, y la vida en la sociedad civil-burguesa, donde pri-
ma la existencia privada y egoísta. Este divorcio entre el ciudadano y el burgués pone de ma-
nifiesto la alienación práctica del individuo. El Estado, al erigirse en mediador entre el ser
humano y su libertad, se evidencia como una ilusión secularizada, como la forma política de
la alienación. En el Estado, el ser humano se convierte en sujeto político, pero sólo bajo el
precio de prescindir de su vida individual material. Las distinciones y particularidades del
individuo viviente son anuladas y, en consecuencia, el ser humano se muestra como un
“miembro imaginario de una soberanía imaginaria” y es dotado de una “generalidad irreal”
(Marx, 2008, p. 180). En otras palabras, el vínculo común, que emerge en la vida público-
estatal, es una universalidad ilusoria. Al dejar al margen las condiciones reales del individuo
viviente, el Estado no logra resolver el conflicto entre el interés privado y el interés general.

Ahora bien, aunque Marx advierte el carácter enajenante que está a la base del vínculo común
estatal, considera que “la emancipación política representa, de todos modos, un gran progre-

90
so” (Marx, 2008, p. 181). La revolución burguesa es, entonces, un estadio de transición hacia
la emancipación humana, porque si bien resuelve el problema de lo común únicamente en el
plano de la generalidad ideal, saca a la luz aquello que está en cuestión en la separación entre
el ser humano y el ciudadano. Esto último era imposible en la vieja sociedad, puesto que, en
el feudalismo, dicha sociedad tenían inmediatamente un contenido político a través de la pro-
piedad territorial, el estamento y la corporación. Es justamente esta unidad inmediata entre el
vínculo social y el político la que se quiebra en la Revolución francesa. Por esta razón, no hay
que confundir la superación moderna de la separación entre sociedad civil y Estado con un
retorno a la politización de la sociedad feudal. La emergencia de lo común debe sobrepasar,
hacia delante, los límites de la revolución burguesa, puesto que no sólo debe ir más allá del
vínculo político concebido bajo la forma de la ilusión, sino también de la sociedad como ám-
bito de la vida egoísta. Así pues, la crítica a la emancipación política muestra, de un lado, que
el Estado no es más que un universal formal, configurado de manera abstracta, pero, de otro
lado, también revela la base de este último, su premisa material: el ser humano, miembro de la
sociedad civil guiado por los intereses egoístas del mundo de las necesidades, del trabajo, de
los asuntos privados.

De este modo, la crítica de Marx a los logros de la emancipación política no se detiene en la


enajenación del Estado, sino que abarca también la enajenación económica que la fundamen-
ta. Ciertamente en “Sobre la cuestión judía” todavía no se desarrolla la crítica de la economía
política, pero sí se anticipa el proyecto marxiano de superar los rasgos que definen a la socie-
dad civil-burguesa. En particular, Marx (2008) observa que el miembro de este tipo de socie-
dad es “el hombre separado del hombre y de la comunidad” (p. 190). El ser humano se aísla
de los otros, porque persigue exclusivamente sus intereses privados. Así, el momento de lo
común es inexistente, puesto que la sociedad burguesa es una sociedad atomizada, donde cada
individuo vela por su propio beneficio y se muestra como “una mónada aislada, replegada
sobre sí misma” (Marx, 2008, p. 190). El cimiento de esta sociedad es este tipo de libertad
individual que es independiente de los demás seres humanos y que se concreta en el derecho a
la propiedad privada. Por eso, en este contexto, el vínculo común, que Marx asocia en este
escrito al ser genérico [Gattungswesen], es visto como una limitación de esta libertad de los
individuos que está basada en la arbitrariedad privada. De esta manera, “el único vínculo que
los cohesiona es la necesidad natural, la necesidad y el interés privado, la conservación de su
propiedad y de su persona egoísta” (Marx, 2008, p. 192).

91
De lo anterior se infiere que lo común no sólo se enajena en la forma de la generalidad abs-
tracta del Estado, sino que también lo hace en la atomización de la sociedad burguesa. En el
primer caso, el vínculo entre los seres humanos se reduce a la ilusión política que pretende
establecer lo común de una manera imaginaria, esto eso, separada de las condiciones materia-
les de los individuos. En el segundo caso, desaparece en los intereses egoístas de los miem-
bros de la sociedad. Por eso el paso más allá de la Revolución francesa, requiere de una nueva
revolución que pueda sobrepasar estas dos formas de alienación de lo común. En otras pala-
bras, la realización de la emancipación humana demanda una nueva forma de organización de
lo político y de lo social, que solucione la escisión entre Estado y sociedad civil a través de la
superación misma de estos dos últimos modos de organización. Por esta razón la emergencia
de lo común en la crítica a la política exige ir más allá de la forma estatal y de la sociedad
burguesa. Sin embargo, en “Sobre la cuestión judía”, Marx no dice mayor cosa sobre la nueva
forma de organización de lo común. Como se exponía al comienzo del presente escrito, redu-
ce esta nueva emancipación a la “recuperación del mundo humano” o, como lo formula en
otro momento de su texto, a la realización del ser humano como “un ser genérico real [wirkli-
ches Gattungswesen]” (Marx, 2008, p. 186). Con estas expresiones se hace referencia a la
conciliación del individuo real con el ciudadano abstracto, esto es, a la transformación del
“hombre individual en ser genérico” (Marx, 2008, p. 197).

Ahora bien, es justamente esta recuperación de las relaciones humanas, o esta inseparabilidad
entre la fuerza social y la política, la que generalmente es entendida como una supresión de la
falsedad del vínculo político en la verdad de la reconciliación de lo social. Según esta lectura,
Marx superaría la escisión entre Estado y sociedad civil a través de la exclusiva reorganiza-
ción de la sociedad. Sin embargo, como lo he intentado sugerir, la emancipación humana no
es pensable por fuera de la institución de un nuevo vínculo común y esta institución no se
agota en la socialización de las fuerzas individuales, sino que requiere de la creación de una
forma política inédita que no se separe de las condiciones materiales de la existencia humana.
Es decir que la superación de la forma-Estado no equivale necesariamente a la absorción de lo
político en lo social y a la reducción de lo común a la reorganización de las fuerzas sociales;
la crítica a la ilusión estatal no se traduce en la supresión de lo común como vínculo político.
Para apoyar esta tesis quisiera detenerme ahora en un texto que, aunque es anterior a “Sobre la
cuestión judía”, muestra que Marx no piensa la emergencia de lo común por fuera de la insti-
tución de lo político. En “La crítica a la Filosofía del derecho de Hegel”, también conocida
como el Manuscrito de Kreuznach, la respuesta se encuentra del lado de la democracia.

92
Principio democrático y surgimiento de lo común

En el complejo comentario de los parágrafos 261-313 de la Filosofía del derecho de Hegel,


Marx también se enfrenta al problema, para él irresuelto, de la articulación entre la sociedad
civil y el Estado. A diferencia de “Sobre la cuestión judía”, en este comentario se exponen, de
manera explícita, las razones de la insuficiencia de la solución hegeliana. A grandes rasgos,
Marx (1982) denuncia lo que él llama “el misticismo lógico, panteísta” (p. 321) de la concep-
ción hegeliana del Estado. En esta concepción, la familia y la sociedad civil se presentan co-
mo “la finitud del Estado” (Marx, 1982, p. 321), esto es, como sus manifestaciones y no como
sus premisas reales. Por eso, al aplicar el método transformativo de Feuerbach a la filosofía
política de Hegel, Marx invierte la relación que la filosofía especulativa establece entre sujeto
y predicado para mostrar que el verdadero sujeto es el ser humano, como instancia activa, en
su inserción concreta en la sociedad civil y en la familia. Este mismo razonamiento, en el con-
texto de la discusión hegeliana sobre el poder del príncipe o de la corona, se traduce en la ele-
vación del “ser humano a principio de la constitución [zum Prinzip der Verfassung]” (Marx,
1982, p. 333).

En esta inversión de la filosofía política hegeliana, que parte de los entes determinados y no
los deduce a partir del concepto como si fueran simples encarnaciones de la Idea, se sientan
las bases para la discusión de la democracia. En contraste con “Sobre la cuestión judía”, en el
Manuscrito de Kreuznach la crítica al Estado no se retrotrae únicamente a la sociedad civil,
sino que es conducida a un sujeto más originario: el pueblo real. Por eso, en contraste con lo
que expone Hegel en los parágrafos considerados, Marx no piensa la política a partir de la
soberanía del monarca, sino desde el poder del pueblo. Aquí emerge lo que Miguel Abensour
(2012) llama “el principio democrático” (p. 145); aquel principio que, a mi juicio, califica lo
común en este manuscrito.

La exposición del principio democrático se evidencia en estas dos formulaciones: la democra-


cia “es la constitución genérica [Verfassungsgattung]” y “es el enigma resuelto [aufgelöste
Rätsel] de todas las constituciones” (Marx, 1982, pp. 342-343). Como ya ha sido señalado por
varios intérpretes, en estas formulaciones Marx reactiva la posición de Spinoza frente a la
democracia3. No sólo el pueblo real, sino su poder, se convierte en el paradigma de la politeia.
Esto quiere decir que la democracia, más que un régimen particular, es el principio imborrable

3
Véase, entre otros, Balibar 2013, Kouvelakis 2000, Abensour 2012.

93
de toda constitución. Por eso, en palabras de Marx (1982), “la democracia es la verdad de la
monarquía, pero la monarquía no es la verdad de la democracia” (p. 342). Incluso el gobierno
del Uno no puede comprenderse por sí mismo, puesto que, al igual que la aristocracia, en-
cuentra su sustento implícito en el principio del demos. Este principio hace referencia al hecho
de que la constitución es, en su esencia, la obra del pueblo real o, en otras palabras, “el pro-
ducto libre del hombre” (Marx, 1982, p. 343). La forma política se constituye, entonces, como
emergencia de lo común, es decir, como la autoinstitución del demos. En la base de la politeia
está la vida compartida de los seres humanos, el vínculo político que los pone en relación.

De este modo, en el Manuscrito de Kreuznach no sólo se busca comprender la forma-Estado a


partir de las condiciones de vida materiales de la sociedad civil, sino también dilucidar su
lugar en la institución de lo común a partir del “ser humano real”. Pero Marx no comprende a
este ser humano como una pura “individualidad particular”. Como lo menciona en el Manus-
crito, la individualidad particular es en el fondo una individualidad humana cuya esencia resi-
de en su “cualidad social”, y los asuntos “del Estado no son otra cosa que modos de existir y
actuar de cualidades sociales del hombre” (Marx, 1982, p. 335). Por lo tanto, no es a partir del
atomismo de la sociedad civil que Marx (1982) piensa la institución de lo común, sino desde
el “ser humano socializado [der sozialisierte Mensch]” (p. 343). Dado que “la actual sociedad
civil es el principio realizado del individualismo” (Marx, 1982, p. 393), no es a través de ella,
sino superándola, que el ser humano puede devenir un ser genérico real.

Ahora bien, como lo señala sugestivamente Miguel Abensour, esta referencia al “ser humano
socializado” puede prestarse para confusiones, puesto que se puede pensar la política a partir
del oikos y no de la polis4. Como en el caso de “Sobre la cuestión judía”, existiría la posibili-
dad de que Marx comprenda el vínculo común únicamente a partir de la sociabilidad, prescin-
diendo de la forma política. Sin embargo, en la democracia, es justamente esta forma la que
actúa como mediadora de la cualidad social y, por tanto, como condición de la manifestación
del “ser humano socializado”. Puesto que “la democracia parte del hombre y convierte al Es-
tado en el hombre objetivado” (Marx, 1982, p. 343), el paso por la forma política hace que
surja el momento de la generalidad. Pero, al estar atravesado por dicha institución democráti-
ca, esta generalidad no es abstracta, no es una ilusión de lo común, sino una generalidad real.
El Estado no es en este caso una instancia separada del ser humano, una instancia autónoma
que se erige al margen de lo social, sino su propia creación. Por eso, para Marx, la democracia
muestra la inseparabilidad entre lo social y lo político. En ella, “el principio formal es al mis-

4
Véase Abensour, 2012, pp. 154-158.

94
mo tiempo el principio material” y, por tanto, ella es, “por primera vez, la verdadera unidad
de lo general y de lo particular” (Marx, 1982, p. 343).

De este modo, el principio democrático permite superar la escisión entre la sociedad civil y el
Estado, porque muestra, por un lado, que lo social no se reduce a la exaltación de la vida pri-
vada y, por otro, que la política no está separada de la existencia real del demos en la forma de
una abstracción. De hecho, frente a este último punto, Marx (1982) dice explícitamente que
“en la democracia, el Estado abstracto ha dejado de ser el momento dominante” (p. 344). El
principio democrático actúa así como una especie de antídoto contra la alienación política,
puesto que no sólo revela que el pueblo real es el sujeto creador del Estado, sino que además
señala que la Constitución es sólo un momento de la existencia del pueblo. Esto quiere decir
que la democracia evita que se confunda la objetivación política con la alienación. La objeti-
vación, a la que se hacía alusión unas líneas atrás, no es la reificación estatal, no es la auto-
nomía de la forma política, puesto que dicha forma permanece siempre conectada con la acti-
vidad del pueblo real. El principio democrático, basado en la continua autodeterminación po-
pular, no permite que la constitución se convierta en una creación extraña al sujeto que le da
vida.

Pero, adicionalmente, al ser sólo un momento, el Estado no es en la democracia una forma


organizativa totalizante, como la que se presenta, según Marx, en la monarquía. En esta direc-
ción apunta la conocida frase sobre la desaparición del Estado que se encuentra en el Manus-
crito: “Los franceses modernos conciben esto en el sentido de que en la verdadera democracia
desaparece el Estado político [in der wahren Demokratie der politische Staat untergehe]”
(Marx, 1982, p. 344)5. Sin embargo, ¿no anticipa aquí Marx la extinción del Estado que será
central en El manifiesto comunista?6 Sin duda, la interpretación del fin del Estado como forma
política es plausible, si se entiende que la superación entre sociedad civil y Estado se resuelve
exclusivamente a partir de la reorganización radical de lo social. No obstante, en el Manuscri-
to, Marx (1982) habla de la desaparición del Estado “en el sentido de que, como Estado polí-
tico, como constitución, no rige ya para el todo” (p. 344). De este modo, el Estado sigue exis-
tiendo, pero sólo como instancia limitada, como un momento particular de la vida del pueblo.
Por esta razón deja de ser la generalidad ilusoria que se enfrenta a sus premisas terrenales. Al
no poder abarcar todas las esferas sociales, el Estado no es ya una fuerza organizadora domi-

5
La formulación completa es la siguiente: “En la democracia, el Estado en cuando lo particular es solamente lo
particular y en cuanto general realmente lo general; es decir, no es una determinabilidad a diferencia del otro
contenido. Los franceses modernos conciben esto en el sentido de que en la verdadera democracia desaparece el
Estado político” (Marx, 1982, p. 344).
6
Véase, por ejemplo, Avineri, 2003, p. 34.

95
nante que busca representar la totalidad de lo social. Así pues, el principio democrático acota
la función del Estado político, le da su justo lugar dentro del desarrollo de la existencia del
demos, pero además, como ya ha sido mencionado, lo retrotrae a la fuente activa de la autode-
terminación popular.

El Manuscrito de Kreuznach muestra, entonces, la función central de la forma política en la


superación de la escisión entre Estado y sociedad civil y, por tanto, en el surgimiento del
vínculo común entre los seres humanos. Marx no reduce lo común a una socialización apolíti-
ca, sea como condición o resultado final de la revolución, sino que sujeta el surgimiento del
“ser humano socializado” al rodeo por el principio democrático. Como bien lo expresa
Abensour (2012): “Lejos de que el advenimiento de la societas torne inútil, obsoleta, la civi-
tas, es por el acceso a la civitas que se produce la emergencia de la societas” (p. 155). Así, la
democracia permite ir más allá del Estado y de la sociedad civil a través de un doble movi-
miento que politiza lo social y socializa la político. Por eso lo común no es ni universalidad
abstracta y apartada de lo social ni un vínculo basado en las necesidades y los intereses priva-
dos de individuos separados. Lo común es, entonces, la unidad entre lo particular y lo univer-
sal, comprendida a partir del cruce entre el principio formal y material. Para Marx (1982), esta
unidad separa a la democracia no sólo de la monarquía, sino también de la república, puesto
que esta última no es más que “la democracia dentro de la forma de Estado abstracta” (p.
344). Mientras que la república se basa en el Estado como una realidad separada de la socie-
dad, la democracia logra, a través de la autodeterminación del demos, una articulación entre la
política y sus condiciones sociales. Lo común se pone de manifiesto precisamente en esta arti-
culación que es inaugurada por el principio democrático.

Algunas consideraciones finales sobre lo común

La referencia que Marx hace a Rousseau para cerrar la primera parte de “Sobre la cuestión
judía”, y a la cual se hacía alusión al comienzo de este texto, apunta hacia el nudo central de
la discusión sobre lo común en el seno de su crítica a la política. Como se ha visto, según
Marx, lo común no debe ser pensando a partir de un tránsito contractual que reduce el vínculo
político a la institución de la forma-Estado. El paso de la parte al todo o, en otras palabras, la
transición moderna de la physis al nomos, trae consigo el extrañamiento de las fuerzas propias
del individuo, su enajenación en una fuerza política que se separa de sus condicionamientos
sociales. Esto es cierto tanto para el modelo iusnaturalista como para el hegeliano que, pese a
que prescinde del contrato, busca solucionar la escisión entre el ser humano y el ciudadano
96
por medio del uso especulativo del Estado abstracto. Para Marx, sin embargo, la emergencia
de lo común no es un asunto de transición ni de continuidad progresiva, sino de irrupción, de
ruptura con el orden social y político existente. Ya desde sus textos de 1843-1844, lo común
es inseparable de la emancipación.

En estos textos, la superación de la “miseria alemana” es una problemática central que se en-
laza con el propósito de sobrepasar los logros de la Revolución francesa. Por esto, tanto en
“Sobre la cuestión judía” como en la “Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel”, lo común
sólo se resuelve en términos de la superación de la sociedad existente, esto es, excediendo la
organización de lo social y de lo político en las formas de la sociedad civil y del Estado. En
este sentido, la “verdadera democracia” no es simplemente un régimen entre otros, sino la
confirmación de que toda constitución se fundamenta, en última instancia, en la soberanía del
pueblo real. Pero esta tesis, que reactiva el principio de la autodeterminación o del autogo-
bierno, no es para Marx ni el gobierno de la sociedad civil ni la institución del Estado político
como fuerza organizadora de la totalidad de lo social. El componente revolucionario de la
“verdadera democracia” consiste en que, de un lado, se reduce el Estado a un momento dentro
de la vida del pueblo y, de otro, permite el surgimiento del “ser humano socializado”. La im-
portante reflexión de Marx sobre la desaparición del Estado es el correlato de la democracia
como verdad de todas las constituciones, puesto que simultáneamente muestra que lo común
no se realiza en la forma estatal abstracta y que toda institución política está siempre sujeta a
las decisiones de aquellos que la sustentan.

Ahora bien, la emergencia del “ser humano socializado” es crucial para comprender por qué
la emancipación humana, como superación de la enajenación estatal pero también de la ato-
mización social, no puede prescindir de la institución de lo político. La crítica a la emancipa-
ción política que Marx desarrolla en “Sobre la cuestión judía” no debe ser confundida con una
superación de todo vínculo político en la reconciliación de la sociedad consigo misma. Aque-
llo que es un poco oscuro en este texto, pero que, como he intentado mostrar se aclara en el
Manuscrito de Kreuznach, es que el vínculo común requiere del tipo de forma política que
aparece en la “verdadera democracia”. El ser humano se convierte en un ser genérico real a
través del paso por la esfera política, el acceso a su universalidad concreta se da sub specie rei
publicae (Véase Abensour, 2012, p. 155). Por eso, es sólo por medio del principio democráti-
co que el “ser humano socializado” se muestra como la superación de la división entre el ser
humano y el ciudadano.

97
Aunque en el célebre “Prólogo de la crítica de la economía política” de 1859, Marx mismo
reduce el alcance de sus investigaciones de 1843-1844 a un tránsito necesario hacia la bús-
queda de la “anatomía de la sociedad civil” en la economía política (véase Marx, 2005, p.
192), lo cierto es que una lectura no-teleológica de estos textos revela la especificidad de las
reflexiones marxianas sobre la política que se elaboran en este periodo. La dedicación a la
crítica de la economía política, que tiene sus comienzos explícitos en La miseria de la filoso-
fía, no debe constituirse en un argumento para concluir que la preocupación marxiana por la
política se agota en la resolución de las contradicciones socioeconómicas. Por ejemplo, en el
escrito La guerra civil en Francia, en el cual Marx se ocupa de la experiencia de la Comuna
de Paris de 1871, reaparece de modo explícito la interrogación por la democracia del Manus-
crito de 1843, confirmando que la revolución no es, para Marx, una exclusiva reorganización
de lo social. En la Comuna, y en particular en su forma de autogobierno, el pensador alemán
dice encontrar “la forma política al fin descubierta bajo la cual ensayar la emancipación eco-
nómica del trabajo” (Marx, 2009, p. 78). Así, la reflexión sobre lo común pasa de nuevo por
la institución de lo social a través de una forma política democrática.

Bibliografía

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Marx, Karl & Engels, Friedrich (2007). El manifiesto comunista. Ciudad México: FCE.

99
Por un comunismo de la inequivalencia: pensar lo en común con
Nancy
Gabriel Riera (UIC)

Este ensayo se propone como un abordaje de la cuestión de lo en común en el pensamiento de


Jean-Luc Nancy; pensamiento éste que toca a la raíz de nuestra existencia: es decir, a aquello que
hace que, en primera instancia, no seamos simplemente átomos distintos, sino más bien al hecho
que existimos según una relación de la que entidades discretas tales como los individuos o las
personas no son sino aspectos o puntuaciones. Esta condición esencial y elemental nos escapa en
la medida en que la evidencia de su constatación se ve ofuscada tras la desaparición de todos los
fundamentos y esquemas que pretendían pasar por garantía de un ser y de una existencia común.
Por lo en común hay que entender a la misma vez lo banal, es decir, el elemento de una igualdad
primordial e irreductible a todo efecto de distinción, e –indiscerniblemente–, lo compartido, es
decir aquello que solo tiene lugar en la relación, por ella y como ella: lo que no se resuelve ni en
"ser", ni en "unidad". ¿Cómo pues pensar precisamente la relación cuando ya es imposible apelar
a los fundamentos y esquemas de un mundo que ha desaparecido? Se trata de un interrogante del
que el nombre comunismo mantiene, desde hace más de dos siglos, una exigencia irrecusable.

La interrogación de Nancy responde al cierre de una secuencia temporal que ha sido caracterizada
como la del "agotamiento del comunismo real"; agotamiento éste cuyo efecto fue el de liberar lo
que había quedado reprimido o desfigurado por aquél. Tras este agotamiento, ¿qué es lo que co-
munismo, comunidad, ser-en-común podrían querer decir bajo registros tan diversos como el on-
tológico, el político, el antropológico, el sociológico, el literario o artístico? Esta interrogación
debe entenderse sobre el doble fondo de la incapacidad del comunismo de hacer justicia a la exis-
tencia en común y de lo común numérico del consumo capitalista que no hace más que violentar-
lo.

Esto explica por qué el "acontecimiento Marx" orienta un vector clave del pensamiento de Nancy;
vector éste que se emplaza bajo el nombre de comunismo. Cabe recordar que en el contexto de la
filosofía del siglo XX comunismo fue, según palabras de Sartre, "el horizonte insuperable de la
época" (Sartre, 2010, p. 52). Las reflexiones de Nancy, en cambio, se situan en una coyuntura
diferente: la de la desaparición de dicho horizonte. El problema al que se enfrenta Nancy es, en-
tonces, ¿cómo pensar la raíz de lo en común, lo político, en un contexto en que precisamente "el
horizonte insuperable" ha sido superado?
Pensar el comunismo en dicha coyuntura supone asumir la ausencia de una legitimidad directiva
para abordar lo en común. Con el comunismo perdido también se produce la clausura [clôture] de
las significaciones y fantasmas de la comunidad. De allí que se plantee un retrait du politique:
una retirada, un repliegue y, como corolorio necesario, la exigencia de un retratamiento capaz de
relanzar la cuestión de la esencia de lo político. Para Nancy nuestro horizonte insuperable es el
totalitarismo: no tanto el totalitarismo "clásico" del siglo XX (fascismo o stalinismo), sino las
formas tecnológicas de gestión y administración que tienden a obliterar la cuestión de lo político.
El "nuevo" totalitarismo disuelve toda forma de transcendencia y de alteridad, dejando solamente
un régimen de inmanencia: la crítica del inmanentismo será una constante del pensamiento de
Nancy. El totalitarismo en cuestión no es otro que el segregado por la propia democracia, sobre
todo en su sutura con el neo-liberalismo, cuyo emplazamiento óntico con pretensión ontológica es
el de la equivalencia general. La pregunta que se impone es ¿qué de lo en común, que es la razón
de ser de lo político, puede todavía ser dicho?1

Para Nancy, resumiendo muy esquemáticamente, Marx es el pensador de lo en común: es quien


piensa la praxis como esencialmente en común; es decir, Marx es el pensador para quien lo real se
explicita como el tema del pensamiento y ya no como su objeto— este real es lo en común mismo
de la praxis. De esto Nancy deriva un principio rector: no pensar lo en común ni como substancia
ni como sujeto, sino más bien como una práctica que es partage (partición). Ahora bien, todo esto
se piensa en el contexto del fin del comunismo real de los años ochenta y noventa; pero, lo que a
Nancy le interesa es precisamente lo que insiste detrás de este tan proclamado y celebrado prema-
turo fin ("fin de la ideología," "fin de la historia"). Comunismo nombra la comparecencia de la
comunidad como tal—ni substancia, ni accidente, ni sujeto, ni objeto. Aquello que insiste en el
contexto del desvanecimiento del horizonte insuperable es, entonces, la raíz de lo en común: la
única comunidad a la que, por el mero hecho de nacer, de aparecer, de advenir al mundo, estamos
expuestos: esta exposición es pensada bajo el nombre de comparecencia [comparaître= com +
paraître].

El real que está en juego en el en común no tiene forma alguna, figura alguna —no es figurable:
es el partage en tanto tal y que reposa sobre lo que siempre ya está partagé, la comparecencia—
la común aparición a lo que se encarna o desencarna en el orden del lenguaje. Se trata del
"ser/estar juntos" compelido a figurarse separadamente en esta exposición generalizada y que, por

1
Vale la pena recordar que Nancy junto con Lacoue-Labarthe proponen una distinción entre lo político y la política,
pensada a partir de la diferencia ontológica de Heidegger. Mientras que lo político designa el sitio en el que ser-en-
común se abre a una interrogación, la política es el juego de fuerzas e intereses involucrados en un conflicto sobre la
representación y gobernabilidad sociales.

102
ende, ya no puede tener un nombre y menos aún el de "humanidad."2 Este comunismo no es algo
vago, es una determinación precisa de lo que se sustrae a la tendencia universal y universalmente
validada de la equivalencia general, determinación, entonces, de lo que escapa a todo poder y
presencia: la determinación exacta del con, el con que es sin nada más que la verdad del vínculo
infinito que vincula sin excluir, el vínculo cuya efectividad se pone en juego en un mundo en el
que "nada se equivale."

Pero además de esta dimensión positiva del legado de Marx, Nancy diagnostica su punto ciego:
"Le 'communisme' [...] n' a pas encore pu penser l' être-en-commun en tant que distinct de la
"communauté" (Nancy, 1996, p. 42). Y esto se debe a que ha sido subserviente de una ontología
de lo Mismo y de lo Otro que oscurece su intuición inicial: la exposición de la sociedad a sí mis-
ma sin otro horizonte que ella misma, es decir, sin un horizonte de Sentido al cual referir el
ser/estar-juntos, sin una instancia de com-posición para su dis-posición desnuda. Comunismo,
entonces, quiere decir el ser es el en común que nosotros somos comúnmente: así entendido co-
munismo es parte de una proposición ontológica y esto porque ser-en-común no es algo dado, es
lo que precede a lo que es. Doble gesto: por un lado volver a situar a lo político en el corazón de
la ontología, por el otro pasar la teoría crítica de inspiración marxista por el filtro de una ontolo-
gía del ser-en común. La ontología del en-común es la ontología del ser en tanto que el ser es na-
da de lo que es. Aquí Nancy pasa el legado de Marx por el tamiz de Heidegger; esto le permite
entender a "Marx" como el acontecimiento de una afirmación del en-común inconmensurable a
toda ontología de la substancia y del sujeto, un cuestionamiento de toda presencia (cosa en sí o
fenómeno, esencia o existencia) en una comparecencia cuya experiencia es ante nosotros: ¿cómo
la comunidad se apropia el sentido que ella es? Sentido aquí es el elemento de la significancia de
la existencia en tanto que ésta comparece y en tanto que se expone como lo que no es: una auto-
apropiación de sentido. La tarea es pensar el en común que precede a toda apropiación: comunis-
mo entonces apela a esta pre-cedencia.

Lo que apela y nos apela desde el en-común comunica pero no en el sentido de la pragmática co-
municativa de un Habermas. Este es uno de los puntos más difíciles y que exige un alto grado de
precaución y paciencia: tiene que haber en común para que "eso comunique" y, si hay en común
el sentido es inalienable como sería el caso del verso y del reverso de una moneda. Aquí Nancy
está apuntando a lo que se conoce como un argumento transcendental, es decir, está interrogándo-
se por las condiciones de posibilidad del sentido, está proponiendo una remontada transcendental

2
Por ende, del comunismo, de su ideal, hay que sustraer aquellos elementos que todavía son solidarios del
inmanentismo: el "hombre" y sobre todo el "hombre" como productor de su propia esencia a través del trabajo o de
sus obras y, sobre todo, como productor de su propia esencia como comunidad.

103
en dirección de una unidad bifásica. El nombre de este cuasi-transcendental es partage: pasaje y
partición de la comunicación.

El propósito de mi ponencia es mostrar cómo Nancy articula una política de la no-equivalencia


que permite dar cuenta de la pluralidad de las singularidades (del ser-con) y del en común. Con
tal propósito en mente, trataré de desplegar tres articulaciones de su pensamiento que permitirán
situar y definir los rasgos de esta "política de la no equivalencia" o de lo in-co(n)mun-surable, si
se me permite tal neologismo. Al mismo tiempo, este despliegue de articulaciones en un orden
secuencial hará palpable los diferentes marcos en juego: el ontológico, el ético y el político —su
anudamiento o trenzado: no sólo cómo éstos se conjugan sino también y sobre todo los límites de
su anudamiento y las consecuencias que se desprenden para el pensar. El resultado de la lectura
arroja la siguiente trayectoria: de la indiscernibilidad de lo ontológico y lo político a la ontología,
y de la ontología a la política sin abandonar la primera pero haciendo que ambos términos o do-
minios sean discernibles. Los términos directivos de cada secuencia son: comunidad, ser-en-
común y con, e inequivalencia.

1-¿Ontología y/o política? —Impasses de la comunidad

La primera articulación podría describirse como la de una indiscernibilidad de lo ontológico y lo


político. El concepto directriz de esta secuencia es el de comunidad, cuyo campo semántico regi-
do por común, abarca tanto comunión, como comunicación, comunismo y comunitarismo. Aquí
no sólo nos hallamos frente a una red semántica compleja, sino también frente a un campo de
saberes y tradiciones conceptuales heterogéneas, a veces conflictivas, otras antagonísticas. La
reactivación del término comunidad opera dentro de una coyuntura fuertemente marcada por
ideologías "individualistas" y la correspondiente reducción de lo político a un mero formalismo
jurídico. En esa coyuntura la crítica de dicho marco ya no era viable apelando a los modelos exis-
tentes del comunismo. Nancy toma otro camino: acompaña las ideas sobre el deseo de comunidad
y de comunicación de Georges Bataille, quien se opone a la idea hegeliana (y marxista) de una
praxis colectiva que produce lo común –y por ende lo político– de una manera inmanente. Frente
a esta producción inmanente de lo común, Nancy propone un desœuvrement3 (desobrar), capaz de

3
Nancy toma el concepto de desœuvrement de Blanchot quien lo había implementado en el campo de la escritura
literaria. Al verlo transplantado a una reflexión sobre lo político, éste responde a Nancy con La communauté
inavouable, en el que busca clarificar el concepto de desœuvrement y las posibilidades que abre al conectarse con lo
político. Nancy, a su vez, responde a Blanchot con una serie de escritos luego incluidos en la segunda edición de La
communauté desœuvrée (1986) y en La communauté désavouée (2014). Si a este intercambio le sumamos la
deconstrucción del concepto de "comunidad" que Derrida emprende en Políticas de la amistad, podemos detectar la
necesidad de un desplazamiento de la problemática de lo político.

104
librar una "comunidad inacabable" hecha de la interrupción de las singulartidades, o del suspenso
que son las singularidades. Para esto Nancy debe acompañar las ideas de Bataille hasta sus lími-
tes, es decir, las deconstruye exhibiendo así lo impensado que nos legan. La meta de La comuni-
dad desobrada es disociar la idea de comunidad de toda proyección en una obra hecha o por ha-
cer, cuyos significantes mayores son Estado, Nación y Pueblo en tanto que figuras producidas y
erigidas en el espacio público.

En La comunidad desobrada4 es posible aislar cuatro líneas de reflexión. La primera está


orientada por la crítica del inmanentismo, es decir, el principio que hace de la comunidad una
obra/trabajo de la muerte y, por ende, la encarnación de la trascendencia (en las figuras del parti-
do, o del líder) como principio fusional (comunión que siempre supone una figura del Uno, una
representación inmanente de la trascendencia). El revelador de la inmanencia de la comunidad no
es otro que la base misma del ideal comunista: el hombre definido como productor de su propia
esencia bajo los aspectos de su trabajo o de sus obras; productor de su esencia como obra y esta
esencia hecha obra, "operada", como comunidad. En esto consiste precisamente la inmanencia
absoluta y esta, a su vez, constituye el obstáculo mayor de todo pensamiento de la comunidad —
la presuposición de base según la cual la comunidad es la realización de la esencia humana, lo
que Nancy llama la "comunidad absoluta" (Nancy, 1990). Aquí Nancy, a diferencia de Lévinas,
no está postulando ninguna transcendencia ("transinmanencia", es el término que emplea Lévi-
nas) como alternativa a la inmanencia. El concepto que Nancy opone a inmanencia es el de co-
municación en el sentido de Bataille. Los términos claves del inmanentismo son, entonces, obra /
trabajo [œuvre] y comunión y en ellos "operan" la muerte y el sacrificio como unificadores de la
comunidad.

La segunda línea es la de una reflexión sobre la relación, que, a diferencia de lo que ocurre en la
metafísica clásica, pasa a ocupar un lugar primario, no derivable de individualidades pre-
existentes: "Le rapport précède, constitue et accompagne les singularités" (Nancy, 2014, p. 75)
Esto es así porque la reflexión de Nancy sobre la comunidad presupone la deconstrucción del
sujeto –del sujeto de la metafísica moderna–y del individuo como inmanencia separada. Y es que
de hecho, la cuestión de la comunidad es la gran ausente de la metafísica del sujeto, de la metafí-
sica del para-sí absoluto, metafísica del absoluto en general, o del ser como ab-soluto, perfecta-
mente separado, cerrado y sin relación. La relación (la comunidad) es lo que deshace la autarquía

4
El núcleo de La comunidad desobrada es el ensayo homónimo que fue publicado en la primavera de 1983 el
número especial "La communauté, le nombre" de la revista Alea dirigido por Jean-Christophe Bailly.

105
de la inmanencia absoluta (el éxtasis/éctasis, ya en su versión Bataille, ya en la versión Heideg-
ger).

La cuestión de la comunidad es inseparable de la del ser considerado como algo diferente de la


absolutidad de los entes. A este nivel se inscribe una problemática que será tematizada y explici-
tada en Ser singular plural: la de la singularidad en tanto que revés exacto de lo absoluto. Esto
supone que si bien el alguien de la relación es implícitamente humano, no obstante involucra un
exceso indeterminado, irreductiblemente singular. De esto se infiere que la comunidad no puede
ser la obra de un sujeto, o que el sujeto no puede mirarse en el espejo de la comunidad. La comu-
nidad, en síntesis, es el operador ontológico isomórfico al desgarramiento [déchirure] de Bataille
y a la diferencia ontológica de Heidegger: las tres definen una relación de lo absoluto, imponen a
lo absoluto una relación con su propio ser en lugar de hacer del ser una inmanencia a la totalidad
de las cosas. Lo cual significa que el ser mismo es relación en tanto que no absolutidad.

La tercera línea de reflexión es la del desœuvrement (desobrar) blanchotiano, concepto que, en el


campo de la escritura (literaria), designa el movimiento de la obra que la abre más allá de ella
misma, que no le permite constituirse, terminarse en un sentido acabado, sino que la expone a una
ausencia de sentido en general. El desœuvrement es aquello por lo cual la obra no pertenece ni al
orden de lo acabado ni de lo inacabado: la obra ni carece de algo ni tampoco produce algo. En
este ni ... ni, el de la escritura neutra, se juega la interrupción de la dialéctica, del empleo de la
negatividad, del trabajo de la muerte y de la economía del sacrificio. El desobrar es, por ende, el
operador de una interrupción de la inmanencia. Este concepto le permite a Nancy leer lo sagrado
de Bataille (es decir, la reversión de las figuras clásicas de la soberanía) como la exposición per-
manente de la comunidad a su propia finitud. En otras palabras, el desobrar le permite a Nancy
desplazar el límite mismo que forma la comunidad.

Si bien en la modernidad la comunidad ha sido concebida como una pérdida que debía ser ren-
contrada y reconstituida, el modelo de esta pérdida proviene de la comunión cristiana: el deseo de
la comunidad perdida es una invención para paliar el retiro de la divinidad de la inmanencia. Para
Nancy, en cambio, la comunidad nombra una partición [partage] incesante que no reparte nada,
pero que se confunde con la condición de ser/estar-expuesto. Aquí Nancy transcribe el Ek-sistant
de Heidegger, su aus-sein, estar-afuera (pero de un afuera anterior a todo interior), para abrir así
la clausura de una subjetividad determinada por el esquema clásico de ser-en-sí: ek-sistance o
éxtasis son la condición ontológica misma de la que la comunidad es su corolario. El desobrar
nombra, entonces, un "movimiento" (de propagación, de contagio) que comunica la comunidad
por/en su misma interrupción: "cette interruption, au lieu de renfermer, expose à nouveau la sin-

106
gularité à sa limite, c' est à dire à l' autre singularité. A lieu de s' accomplir dans une œuvre de
mort et dans l' immanence d' un sujet, la communauté se communique par la répétition et par la
contagion des naissances [...]" (Nancy, 1990, p. 151).

La cuarta línea de reflexión es la del "comunismo literario", y esto es así porque, finalmente, el
pensamiento de la comunidad se revela como un exceso teórico que obliga a otra praxis del dis-
curso y de la escritura. Pero además es porque esta otra praxis de la escritura puede dar cuenta de
lo que la comunidad "es": exposición a la finitud, comunidad finita sin sublación de la finitud que
expone. Para Nancy hay una "inscripción" de la exposición comunitaria: comunidad, entonces, de
singularidades finitas que aparecen, se presentan y se exponen, es decir, que existen en tanto co-
municación. Para designar la fenomenalidad específica y originaria de la finitud Nancy emplea el
término comparecer [comparâitre]: el ser-finito se presenta siempre en-común, y se presenta al
juicio de la comunidad entendida como ley. La finitud comparece, es decir, es/está expuesta: ésta
es la esencia de la comunidad.

La lectura desplegada de la experiencia límite de Bataille y el injerto del desœuvrement blan-


chotiano le permiten a Nancy establecer una ecuación entre comunidad y ser: "La communauté,
ou l'être-extatique de l' être lui-même? Telle serait la question" (Nancy, 1990, p. 25). Todo gira
en torno a esta conjunción disyuntiva: por un lado, la demarcación de los límites del pensamiento
de Bataille, por el otro los contornos de lo inédito del pensamiento de Nancy y, sobre todo, el
impasse de esta manera de abordar la comunidad.

Y es que la reflexión de Nancy sobre la comunidad y el comunismo, entendida como una expe-
riencia transgresiva incompatible con la escatología marxista, desemboca en una exhibición del
fantasma archi-político, de la comunidad entendida como voluntad de abolición de la separación
de la esfera política, abolición ésta que se acompaña de una difusión de lo político en todos los
campos de lo social.5 Sólo tomando en cuenta esto puede entenderse la necesidad de hablar en
términos de un en común que implica no tener nada en común, nada representable, sustancial,
objetivo, identificable excepto la comunicación de esa experiencia límite que es la finitud. Esto es
precisamente lo que Nancy llama comparecencia: una exposición a la exterioridad del otro previa
a cualquier tipo de lazo, incluyendo al político.

En definitiva, el blanco de esta articulación es lo teológico-político en tanto que garante de una


inmanencia absoluta: los textos de la década de los ochenta y comienzos de los años noventa bus-
can emplazar en el mismo sitio el "ser/estar-juntos" y lo que se deriva de un cuestionamiento del

5
Más abajo, en el apartado 3, veremos cómo la cuestión de la separación retorna cuando Nancy piensa la
democracia.

107
comunismo (lo político). Lo político se revela como indiscernible de lo ontológico; nombra lo
indiscernible de lo político y lo teológico. Los textos de esta secuencia interrogan una dimensión
archi-política6: yendo a la raíz de lo político, a su arché, encuentran algo que no es político
(communidad esencial más allá de lo político o anti-comunidad que interrumpe la política) y que
dependería de una interrogación estrictamente ontológica. Al buscar la arché fuera de lo político
y en un término que implica tanto a lo político como a lo ontológico, comunidad, se corre el ries-
go de no poder deslindar ni una ontología, ni una política. "Comunidad (desobrada)" nombra lo
que interrumpe todo inmanentismo, es decir, corta el lazo de lo teológico y lo político. Sin em-
bargo, sería legitimo preguntarse por qué esta defección es a la vez ontológica y política y por qué
el común de los hombres vendría a ser lo mismo que aquello que organiza lo en común.

Esta secuencia de textos comandados por un re-tratamiento de lo político y una reflexión sobre la
comunidad parece desembocar en una paradoja: si lo político [le politique] parece designar aque-
llo que es esencialmente político, cuanto más esta esencia es pensada como comparecencia o co-
munidad menos parece ser política y sí, en cambio, más ontológica. No sería arriesgado afirmar
que comunidad es un término con pretensión ontológica que tiene un caracter decididamente polí-
tico: su función es la de permitir afirmar que la inmanencia, "el tejido comunal", está desgarrado
[dechiré, según la expresión de Bataille]. Lo político habría sido considerado como el recubri-
miento de esta brecha y, por ende, una de las expresiones de la metafísica del sujeto. De allí la
importancia del concepto de desœuvrement ya que esta comunidad "originaria", anterior a todo
lazo, debe desobrar, interrumpir su propio trabajo para poder así recobrar una relación que resiste
a su propia subjetivación (o bien comunicación, o bien comparecencia): se trata de una relación
que no implica ni reciprocidad, ni simetría entre dos alter egos y menos aún reconocimiento.

2-"L' en jeu de l' en commun" —O de la ontología

La segunda articulación, la de los textos de la década de los noventa, busca salir del impasse al
buscar discernir la ontología y la política. Tras la publicación de La comunidad inconfesable de
Blanchot, Nancy abandona el término comunidad: las razones aducidas son sus adherencias reli-
giosas e identitarias. Sobre este cambio de registro, Nancy se explica en el prólogo a la traducción
al italiano de La comunidad inconfesable de Blanchot, publicado luego en forma de libro como
La comunidad enfrentada. Sin embargo, como lo hemos señalado en el precedente apartado, la
razón de peso detrás de este abandono radica en que el término comunidad marca una cierta in-

6
O bien diversas maneras de nombrar una política no instituida, no policial, no social: una política instituyente, inicial,
hiper- o trans-política, emancipatoria.

108
discernibilidad de lo ontológico y lo político.7 Podemos decir entonces que Ser singular plural es
una re-escritura de La comunidad desobrada; de hecho Ser singular plural lleva a cabo un des-
plazamiento terminológico: Nancy introduce el léxico del ser/estar juntos, ser-en-común y del
ser-con en tanto que capaz de revelar por sí mismo el desgarramiento [déchirure] de la inmanen-
cia. La segunda secuencia, entonces, es la de una reformulación de la "filosofía primera" en tér-
minos de lo singular plural del ser. Nancy sostiene que tal reformulación es "[una] necesidad de la
cosa misma y de nuestra historia." Vale la pena tener en cuenta que el siglo XX ha estado signado
por tres grandes tratados sobre el ser: Ser y tiempo, El ser y la nada y El ser y el acontecimiento
de Heidegger, Sartre y Badiou respectivamente. Sin embargo, el texto de Nancy no se circunscri-
be en el espacio del tratado filosófico. Nos encontramos ante una escritura no sistemática y esto
no es accidental: la forma de un tratado de ontología no parece ser aceptable a la "cosa misma".

Si en La comunidad desobrada el blanco era la inmanencia y lo teológico-político, en Ser singu-


lar plural los blancos son la filosofía política, la política filosófica y la tradición de la teoría críti-
ca.8 Por un lado, porque la filosofía política es solidaria del inmanentismo al relacionar la dispo-
sición (la figura o figuración) a una continuidad y, sobre todo, a una comunidad de esencia: tal
relación exige el sacrificio, la obra de la muerte. Por el otro, si bien el re-tratamiento de lo políti-
co mantiene los rasgos de la articulación previamente comentada en el primer apartado cobra otra
inflexión: significa la desaparición de la presuposición filosófica de todo lo político-filosófico,
que es siempre una presuposición ontológica (ser como comunidad, comunidad como destinación,
ser como anterior o exterior a la sociedad). Esta presuposición es la que impide que ser-en-común
pueda constituirse en el tema y en el problema de la ontología. De esta presuposición no se libran
ni el marxismo ni las formas de teoría critica de procedencia marxista: de allí que una ontología
del ser-con suponga un examen crítico de las condiciones de una crítica en general. Esto no quiere
decir que la ontología del ser-con, diferente de las ontologías implícitas de la filosofía política y
de lo político filosófico, se prive o abstenga de pensar lo que la teoría crítica ha pensado consis-
tentemente: el capital. De hecho, uno de los grandes desafíos en calibrar la "medida del con" radi-
ca en que la exposición desnuda de la comparecencia es la exposición del capital: éste es el revés

7
Uno podría decir que si bien Nancy llega al límite, el cambio de topología no ha ocurrido. Es decir, el problema no
radica en el "filosofismo" que Marchart le achaca a Nancy, sino en que ir más acá o más alla de la "comunidad
desobrada" requiere acoger el afuera. De hecho, acusar a Nancy de "filosofismo" es no haber querido comprender la
exigencia del cambio de registro de un discurso (el filosófico, el de la filosofía política) al de un no-discurso o, como
diría Blanchot, un dis-curso: el pensar, la escritura. Ver, Marchart (2007, p. 79-82).
8
"Celui-ci déconstruit, se fait jour la nécessité du singulier pluriel de l' origine [...] Je veux contribuer à établir que le
couple 'philosophie politique', dans toute la force de son couplage, expose et dérobe à la fois la disposition de l'
origine, et la com-parution qui en est le corrélat" (Nancy, 1996, p. 44).

109
y el revelador de la primera. Para Nancy el capital es la alienación del ser singular plural en tanto
que tal:

c' est précisément le partage de ces sens —commerce de la merchandise/commerce de l'être-


ensemble— que le capital expose: le partage des sens de l' éxchange, le partage du partage lui-
même. Le capital l'expose comme une violence, où l' être-ensemble devient l'être-marchand et
marchandé. L'être-avec y est escamoté en même temps qu'il est exhibé dans sa nudité [...] La
violence du capital donne la mesure de ce qui est exposé, de ce à quoi "nous" vient à s' expo-
ser: l' être-avec singulier pluriel est la seule mesure, absolue, de l' être lui même, ou de l' exis-
tence. (Nancy, 1996, p. 98)
Todo se juega entonces en poder pensar una común medida que no sea un estándar o étalon único
aplicable a todas las cosas, sino que en cambio sea la conmensurabilidad de las singularidades
inconmensurables. Esta es la medida del con: medida de la disposición como tal, de la distancia o
separación de un origen a otro. La comparecencia, la existencia como tal, es inseparable del con
en la que tiene su estructura ontológica fundamental. Lo ético o lo político se van a encontrar,
entonces, en el corazón de la ontología. Y es que la ontología fundamental se revela en el con, el
índice más neto del distanciamiento en el corazón mismo de la proximidad. Se trata de poder pen-
sar el des-en-lace en el corazón del lazo, pero de una manera estrictamente ontológica, es decir, ni
religiosa ni política. La elaboración de una ontología del ser-singular-plural, más fundamental que
la ontología fundamental de Heidegger, va acompañada de una deconstrucción del cristianismo.
Es solo en la medida en que la ontología es postulada y que el cristianismo ha sido deconstruido
que la política puede aparecer como tal 9. La política es ahora pensable, posible y aun necesaria,
puede ser postulada sin riesgo alguno de obliterar lo heterogéneo, la exterioridad.

En la tradición ontológica el con no figura como una categoría y esto se debe a que el ser de la
ontología filosófica no posee co-esencia y, por ende, su único correlato es el no-ser. Si bien Nan-
cy inscribe su ontología en el espacio abierto por la ontología fundamental de Heidegger, la in-
flección particular que distingue la deconstrucción de Nancy de la destrucción de Heidegger se
lee en la siguiente proposición: "il s'ensuit qu'il n'y a pas d' éthique qui soit indépendante d' une
ontologie, et que seule, en vérité, l'ontologie peut être éthique en un sens qui ne soit pas inconsis-
tant."10 Nancy interpreta la ontología de Heidegger como una "ética originaria", expresión ésta
que señala una posición singular y única en relación al pensar del ser que Heidegger desarrolla en
Ser y Tiempo. Mientras se preservan los resultados que se desprenden de la deconstrucción de la
ontología heideggeriana operadas por Lévinas y Derrida, Nancy no sólo busca delimitar su efecto
y alcance sino también radicalizarla: es decir, extenuarla desde dentro y a partir de su origen
9
Nancy dedica dos volúmenes a estre proyecto de deconstrucción, La déclosion y L' adoration.
10
Ver el ensayo "L'éthique originaire de Heiddeger" (Nancy, 2001). Este texto, escrito por encargo para una obra
general sobre ética, es revelador de cómo se encara el proyecto de la ontología del ser-singular-plural y de cómo
Nancy se para frente al legado de Heidegger.

110
mismo. Allí donde otros grandes intérpretes de Heidegger han marcado una toma de distancia con
respecto a su ontología para poder pensar así cuestiones tales como el otro o la vida —el caso más
contundente es el de Lévinas, cuyo ensayo de 1951 "¿Es fundamental la ontología?" es sintomáti-
co de esta torsión— Nancy, en cambio busca sobre todo, y por razones análogas, formular una
ecuación entre ontología y ética o lo político [le politique]. Quiero que nos detengamos un instan-
te sobre esta preposición disyuntiva: en la medida en que Nancy se propone rehacer la filosofía
primera como ontología del ser-con [être-avec], tal disjuntiva se suspende, se borra. Esto parece-
ría implicar que existe un abismo entre Nancy y Lévinas, si tomamos en cuenta que este último
fue no sólo uno de los críticos más severos de la figura heideggeriana del ser-con [Mitsein] sino
también el primero en señalar la existencia de un excedente de la ética sobre la política, por el
cual esta última se vería siempre arrastrada a la "epopeya del ser" (Lévinas, 1982).

Sin embargo, una cuidadosa consideración de esta cuestión permite precisar dos cosas: primero, si
bien es cierto que la expresión ser-con [être-avec] es la traducción del Mitsein heideggeriano, el
sentido que le ha dado Nancy —y que remite al singular plural— no es reconducible punto por
punto al sentido que le asigna Heidegger. Esto se debe a que el "se dice" [das Man] o "común
mediocre" oculta al "común esencial", el común del con (Heidegger, 2013). Heidegger no puede
elucidar la esencialidad del ser-con, ni tampoco cómo este co-determina esencia y existencia.
Además, para poder desocultar la co-determinación de la esencia y de la existencia es necesario
activar un retratamiento de lo político. Como bien lo escribe Nancy, "le retrait du politique, c'est
le découvrement, le dénudement ontologique de l'être-avec" (Nancy, 1996, p. 57).

Cabría preguntarse si este retratamiento de lo político y el "politique après" de Lévinas no son,


hasta cierto punto, isomórficos. Como prueba en su favor, es posible aducir esta proposición de
Nancy: "l'éthique, c'est l'ontologie de l'ontologie même" (Nancy, 2001, p. 44). Sin embargo, esta
otra proposición, "l' avec dans le cœur de l' être", apunta claramente al proyecto de rastrear la éti-
ca en la ontología fundamental de Heidegger y es lo que vendría a distinguir netamente a Nancy
de Lévinas. Mientras que Heidegger opera su ontologización por medio de una de-moralización
(Ricoeur) de las nociones fundamentales de la ética, Nancy encuentra a estas mismas desobrando
[desœuvrant] la ontología fundamental. Es a ésto mismo que la siguiente proposición me parece
aludir: el ser "no es el nombre de la consistencia [sino] el verbo de la disposición" (Nancy, 2001,
p. 52). Algunos intérpretes de Heidegger consideran que su ontología se comenzó a gestar a partir
del intento de una traducción existencial del concepto aristotélico de acción [praxis]. Por medio
de tal traducción, Heidegger buscaba substraer del concepto de praxis toda referencia extraña a la
existencia misma, tal como los conceptos de bios, zoe, psyché, anima y animal; conceptos que, a

111
su entender, subordinaban la interpretación del ser de la existencia y del Dasein a un fundamento
metafísico impropio, como en el caso de la célebre fórmula de Aristóteles que define al hombre
como zoon logon echon, como "viviente"; un ser que posee el logos (lenguaje, razón) y gracias a
esto una mayor disposición a la societas que cualquier otro animal. Se trata de una definición,
ésta, que se sitúa en el origen de todo antropologismo y humanismo, es decir, de todo olvido o
malentendido con respecto a la cuestión del ser y de la existencia del Sein y del Dasein. Al dejar
fuera de juego toda presuposición sustantiva, objetiva y subjetiva, la equivalencia heideggeriana
entre existencia y praxis ya no presentaría una determinación del ser (praxis, lenguaje) que se
vendría a agregar a un substrato pre-existente (el vivir), sino que identificaría totalmente al ser del
Dasein. Actuar ya no es considerado como una posibilidad de entre muchas otras: traducida en
predicados ontológicos, praxis vendría a definir la estructura ontológica esencial del Dasein. La
existencia es praxis y, por ende, la ontología es una ética originaria. La ontologización heidegge-
riana de la praxis de Aristóteles trae aparejada inmensas consecuencias imposibles de analizar
aquí, pero querría señalar algunos elementos que hacen visible la ruptura de Nancy con el esque-
ma heideggeriano.

Para Aristóteles la vida humana se define por un "hacer" en general; en Política el estagirita dis-
tinguía el hacer en tanto que producción [poîesis], del hacer en el sentido propiamente político de
la acción [praxis]. Esta distinción aparece explícitamente señalada en la Ética a Nicómaco, como
una diferencia entre actividades que, en la medida en que apuntan a la producción de objetos (en
este caso se trata de una obra) tienen una finalidad exterior, y actividades que contienen una fina-
lidad en sí mismas, la acción. La ontologización heideggeriana de la praxis en términos de exis-
tencia oblitera esta distinción; es más tiende a absorber la praxis en el horizonte del poîein. Es en
virtud de la onto-poîetización del hacer en general que, ya en un texto temprano como la Intro-
ducción a la metafísica, en un texto del período medio como es La carta sobre el humanismo, y
en textos tardíos como Caminos del bosque, que Heidegger reconduce la "esencia del actuar" al
producere [Vollbringen] y, por ende, ve en el pensar [Denken] concebido como una poîesis del
ser y en el poetizar [Dichtung] concebido como un pensar de lo sagrado las formas más elevadas
de la acción. En la medida en que es ontologizada, la praxis está previamente poîetizada: esto
explica por qué para que la verdad del ser sea revelada o expuesta debe ser [muβ] producida,
puesta en obra [hervorbringen; ins Werk gesetz werden] y que incluso, el mismo Dasein deba
tener que hacerse lo que es: "un ser para-el-fin" (Heidegger, 2013).

La reducción de la praxis al poîetizar u obrar es indicativa de cómo Heidegger determina la esen-


cia y el origen del "hacer" en general a partir de la dimensión solitaria del homo faber o del pen-

112
sador poeta, privándose así de considerar la dimensión plural, acontecimiental, e imprevisible,
propia de la acción. Además, la ontologización de la praxis trae como consecuencia una despoli-
tización de la acción al privarla de la dimensión del "entre nosotros". Esto se debe a que, para
Heidegger, el estado de resuelto o la decisión [Ent-schlossenheit] (Heidegger, 2013) que abre la
acción se lleva acabo en la soledad del Dasein que espera su fin. Además no se trata solamente de
apertura, sino también de la acción en sí misma puesto que allí donde se manifiesta este estado, el
Dasein ya actúa. Esta decisión aislada, endeudada consigo misma, abocada a la angustia es un
"sí" sin palabras destinado a su ser-para-la-muerte—lo cual otorga al Dasein su Selbs-ständigkeit,
su singularidad propia, su "quien." Lo único que resta del en común es, por un lado, la dictadura
del "se" en la que la existencia es dominada por una figura de desacuerdo conformista, de disper-
sión, inconstancia e inconsistencia; y por el otro, el Ge-shickt, el "destino común," la Ge-shechen
de un "pueblo." En Heidegger ser-con se da en la inautenticidad anónima de das Man o en la au-
tenticidad fusional del Volk como comunidad de destino: dos sujetos individuales-colectivos, dos
pliegues de la soledad del Dasein. Por ende, no hay ningún elemento para pensar lo singular plu-
ral del con, ni para pensar el entre del "entre nosotros," que son los dos rasgos a los que se aboca
Nancy, según esta proposición: "il faut refaire l'ontologie fondamentale [...] à partir du singulier
pluriel des origines, c'est-à-dire à partir de l'être-avec" (Nancy, 1996, p. 45). Sin deshacer la co-
rrespondencia entre existencia y praxis que establece Heidegger, pero llevándola hasta su núcleo
ontológico mismo, Nancy ve aparecer lo político (el nosotros o el cum) en el simple advenir de
toda relación de existencia, es decir, de co-existencia, mientras que el actuar y la ética provienen
del mero hecho de ser. Procediendo de tal manera, Nancy socava desde su interior mismo la con-
ceptualidad de Heidegger que toma como referencia y, al mismo tiempo, reconstituye toda la sin-
taxis ética, toda la gramática y la topología ontológica.

El ser-con de Nancy es muy próximo al de Arendt, fundamentalmente en lo que concierne al tema


de la distinción o del entre, de lo que el primero piensa como el entre y el con que caracterizan al
cum del ser en común. Y de la misma manera que Arendt, Nancy despeja al "quien" heidegge-
riano de todo átomo auto-testimonial y auto-testificante, y al ser/estar-juntos de toda forma de
individualidad colectiva o de colectividad individualizante. Sin embargo, si bien su interpretación
del ser/estar-juntos como "co-existencia singularmente plural" corresponde casi literalmente a La
Condición humana de la que habla Arendt como "paradójica pluralidad de seres únicos", es decir,
como condición y posibilidad de todo ser y actuar en-común, la "singularidad plural" de Nancy se
manifiesta mucho antes (temporal y lógicamente hablando) de situarse en el espacio de la acción
y del discurso. Sería necesario aquí un largo análisis sobre el sentido de lo político y la ciudad,

113
que para Nancy no son ni la comunidad ni el espacio público, sino ser con en tanto que tal. No es
este el lugar para desplegar tal análisis.

¿Cómo interpreta Nancy el sentido del ser?: "L' être lui-même nous est donné comme le sens"
(Nancy, 1996, p. 20). El sentido del ser no es otro que el hecho de darse como sentido, y no tiene
más sentido que ese. Se podría afirmar, que formulaciones negativas de este tipo se dejan capturar
por la gramática heideggeriana del ser, si recordamos que Lévinas afirmaba que "L'esse de l'être
domine le ne-pas-être lui-même" (Lévinas, 2000, p. 57), dado que en Heidegger el ser se ofrece
de una manera privilegiada o restrictiva en las formaciones defectivas del nihil y del Un-grund.
En la ontología de Heidegger esas palabras de defección o de abandono son, esencialmente, aque-
llas por las que el ser se pone bajo nuestra custodia [Wahrun]; y es esta custodia que hace que
seamos tanto los guardianes o pastores del ser, como los lugartenientes de la nada. Este no es el
caso en Nancy: el resultado de la reformulación de la filosofía primera consiste finalmente en
vaciar lo que todavía subsiste del ser como fundamento en Heidegger. Si es verdad que Nancy se
ha explícitamente adscripto a expresiones características del léxico heideggeriano tales como el
nihil y el Un-grund, en él tales términos se declinan diferentemente. Para Nancy el nihil es el es-
paciamiento de las existencias singulares plurales que comparecen al exponerse a aquél. Y si bien
en esta figura se puede encontrar la chôra platónica tal como la reinterpreta Heidegger, está no es
en Nancy una figura de la diferencia ontológica y del don del Es gibt porque, para Nancy, y en
línea con Derrida, ella da lugar pero no da nada— ni siquiera la nada supra-esencial de la teolo-
gía negativa o apofática. Para Nancy, el nihil del espaciamiento da únicamente lugar al ex- de la
ex-posición, al entre del entre nosotros. En Nancy, el don [Gabe] del ser— siempre y cuando sea
todavía posible hablar de don— consiste en dar acceso al otro (origen) y al cum, es decir, al sin-
gular plural. El otro y el cum son también lo que el ser deja como sentido de su repliegue [re-
trait]. Este repliegue, este Entzug, es también una figura heideggeriana. Para Heidegger el replie-
gue pertenece al ser ya que es su don, mientras que para Nancy el repliegue no concede más que
la partición [partage] de la existencia de todo existente. Un espaciamiento, infinitamente singu-
lar— la separación como ley del tocar [le toucher]— y, en última instancia, el abandono.

Para Nancy, la comunidad es de los que nada tienen en común, nada por compartir excepto esta
nada misma: y ésta no como un pliegue del ser o de la Gabe, sino como límite o espaciamiento—
esta nada es otro nombre del con o del entre nosotros: es la relación que espacia los sujetos, ha-
ciendo de cada uno de ellos una existencia singular e insacrificable. Es el intervalo que abre las
singularidades y las pone en relación en su exterioridad e impropiedad finita; que expone cada
uno de ellos en su "exceso imposible de totalizar" y en su "infinita singularidad original" (ESP

114
46-47). Es lo que despoja al ser-juntos de todo valor de identidad y de pertenencia. En definitiva,
es lo que despoja al ser-en-común de toda inmanencia comunitaria: tanto del absoluto de la
muerte, como de su verdad y de su obra. Si en Heidegger una economía del sacrificio gobierna el
dispositivo a partir del cual los mortales, al ofrecerse a la custodia de la verdad [Wahrheit] del ser
(o de lo sagrado) reciben a cambio la salvaguarda [Wahrung] del cuerpo propio de su comunidad,
entonces, es posible afirmar, como se desprende de lo dicha arriba, que no hay una economía, no
hay sacrificio en Nancy.

Es teniendo en cuenta tales precauciones que el pensamiento de Nancy se abre a la política: no se


trata de una "filosofía (de la) política", sino de una filosofía como política. Y en la medida en que
la ontología se transforma en política (sin ser una ontología política), ésta, a su vez, se expone en
el com-parecer desnudo de las existencias singulares. Esto explica por qué, en Nancy, tanto el ser
como la comunidad se sustraen del poder de la obra, de la poîesis, o mejor, se dan en una poîesis
que es en si misma una praxis. No hay una puesta en obra de la verdad (en la comunidad, el pue-
blo, el Estado, la obra de arte, el pensar del ser). Vemos entonces cómo Nancy deconstruye a
Heidegger y se mueve desde el Sich-ins-Werk-setzender Wahrheit del ser hacia su desobrar
[désoeuvrement] en una comunidad sin comunidad, en una ontología sin presuposiciones ontoló-
gicas, y aún en una poética sin poîesis. He aquí, entonces, la dirección singular que Nancy le im-
prime al pensamiento del ser.

3. Por una no equivalencia radical

En la articulación final, la que se abre con el nuevo siglo, la política se transforma en lo que pue-
de y debe garantizar la heterogeneidad. La pregunta que subtiende esta secuencia es cómo la polí-
tica posibilita una oposición al inmanentismo. La apuesta filosófica de Nancy consiste en afirmar
que la separación de la política, lejos de ser un prejuicio para abordar lo en común, preserva la
separación inaugural o constitutiva. Esta secuencia está orientada por una crítica de la archi-
economía: el inmanentismo del día se llama equivalencia, es decir, aquello que amenaza con ha-
cer conmensurable las singularidades. Hay una vuelta a Marx, pero un Marx leído a través del
prisma de la catástrofe y, otra vez, en una clave heideggeriana.

En este caso se trata del Heidegger de La Pregunta por la técnica: lo que Heidegger llama el Ges-
tell, la esencia no técnica de la tecnología, sirve de esquema para la archi-economía de Nancy.
Allí donde Heidegger veía el peligro en la forma prevalente del descubrir de los seres que supone
la esencia de la tecnología, Bestand o reserva, Nancy lo ve en la equivalencia general, esencia no

115
económica de la tecno-economía. En Nancy, el capitalismo vendría a ofuscar y a hacer peligrar la
igualdad, es decir, el rasgo constitutivo del ser-en-común.

Equivalencia, entonces, es el nombre técnico-económico del inmanentismo y, por ende, se con-


vierte en el blanco principal de Nancy. En L' équivalence des catastrophes (Sur Fukushima)
Nancy expone una archi-economía: una explicitación del fundamento que subtiende a la relación
que mantenemos con el oîkos, un análisis del nòmos por medio del cual distribuimos a los seres
que pueblan el mundo. Es esta archi-economía que es peligrosa: la equivalencia es catastrófica,
pues anula las diferencias, las singularidades. Frente a este peligro Nancy postula una no-
equivalencia radical. Lo inconmensurable es aquello que puede garantizar lo singular de toda
singularidad. Esta archi-economía nos conduce a una constatación: es necesario dar lugar a la no-
equivalencia [inequivalence]:

[...] il faut comprendre que l'équivalence n'est pas l'égalité. L'égalité désigne ici la stricte éga-
lité en dignité de tous les vivants humains –sans exclure pour autant d'autres registres de digni-
té pour tous les vivants, voire pour tous les étants. La dignité est le nom de la valeur qui vaut
absolument (c'est l'allemand Würde dont use Kant, et qui est de même famille que Wert, la
valeur). C'est-à-dire qui ne «vaut» pas si «valoir» implique une échelle de mesure, qui est donc
sans prix comme nous disons pour dire l'inestimable et donc l'incommensurable. L'égalité
n'est pas l'équivalence des individus à laquelle fait d'abord penser l'idée de «démocra-
tie»–favorisant ainsi insidieusement à la fois l'équivalence marchande et l'atomisation des «su-
jets», aussi catastrophiques l'une que l'autre. Tout à l'inverse, la «démocratie» ne devrait être
pensée qu'à partir de l'égalité des incommensurables: des singuliers absolus et irréductibles qui
ne sont pas des individus ni des groupes sociaux mais des surgissements, des venues et des
départs, des voix, des tons –ici et maintenant, chaque fois. (Nancy, 2013, p. 68-9)
No se trata de refundar una jerarquía, sino de preservar una igualdad abierta sobre y por lo in-
conmensurable. De allí que Nancy establezca una ecuación entre una "igualdad de los inconmen-
surables" y un "comunismo de la no-equivalencia". Es el desplazamiento de una archi-política en
dirección de una archi-economía que hace posible pensar ya no lo político (su esencia, raíz) sino
una política capaz de romper con la ley de la equivalencia. Pero hay más: esta ruptura puede ser
puesta a cargo de una política democrática.

Todo se juega en cómo se entiende el concepto de democracia: ¿es este un término archi-político,
ontológico o propiamente político? ¿Cómo se sitúa en relación con lo en común, lo singular, lo
inconmensurable y la no-equivalencia? ¿Cómo se pone en serie con la "exigencia comunista" que
es la exigencia de un pensamiento que busca pensar la "raíz" del en-común? Lo decisivo aquí es
cómo situar la no-equivalencia, lo sin valor, que excede a la política. Nancy sostiene que el ele-
mento en el que lo incalculable puede ser compartido no es la política, y menos aún la política
democrática. Del mismo modo que Badiou, Nancy distribuye la partición de lo incalculable en
diversos registros: el arte, el saber, el amor, el pensar, pero a diferencia del primero excluye la

116
política del reparto de lo incalculable. La política garantiza esta partición de lo incalculable. Y es
que la política nace de la separación de otro orden (que hoy no es ni el divino, ni el sagrado): el
del sentido del mundo. Esta separación de la política se concibe en términos de la esencia del ser-
en-común que, como vimos en el apartado precedente, consiste en no dejarse hipostasiar en figura
o significación alguna.

La política entonces se piensa bajo el registro de la separación y en términos de la esencia del ser-
en-común que supone lo singularidad plural. ¿Cómo se "acomoda" la problemática de la singula-
ridad plural a la de la democracia cuyo modo de evaluación es la equivalencia, es decir el del ca-
pitalismo? Nancy postula la necesidad de un cambio profundo del paradigma de equivalencia. El
desafío consiste en introducir una nueva no-equivalencia capaz de dotar a la evaluación de un
sentido. Sólo de esta manera sería posible desplazar la dominación económica que es un efecto de
la decisión fundamental en favor de la equivalencia.

Democracia para Nancy no es, en principio, una forma política: es política "en retrait d' assom-
ption" (Nancy, 2008, p. 60): su axioma es que ni todo ni el todo es político, que todo o el todo es
múltiple, singular plural, la inscripción en fragmentos finitos de un infinito en acto. Por ende,
democracia para Nancy es, ante todo, el nombre de un régimen de sentido cuya verdad no es sub-
sumible bajo ninguna instancia reguladora, pero que no obstante compromete al "hombre" en su
totalidad. Esto implica que hay que inventar una política no de fines sino de medios para así abrir
o preservar los espacios de su ejecución. La política, entonces, es diferente del orden de fines. La
ontología del ser-en-común permite separar la política y la política del ser-en-común separa la
política de los otros registros, garantizando su circulación y su apertura a lo incalculable.

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118
La “retirada” de lo común en la comunidad: el abandono de po-
tencia en la singularidad: Diálogos entre Giorgio Agamben y
Jean-Luc Nancy.
Lorena Souyris Oportot (UNAB – UCHI)

La “retirada” de lo común en la comunidad

¿Acaso pensar la Comunidad en nuestros días, implica actualizar la pregunta moderna


que la interroga? Si la cuestión moderna, que se ha preguntado por la forma de la comuni-
dad , es justamente la reflexión por el nosotros inscrito en un horizonte común, entonces
¿cómo podemos concebir lo común y situar (nos) en un (re) conocimiento de lo propio,
ahí donde ha habido una interrupción de la lógica de la propiedad y que ha suspendido el
proyecto de la comunidad como obra? Si bien, la figura política de la comunidad es la que
ha sostenido el fundamento de lo “común”; no obstante, en la actualidad, aquella figura brin-
da una nueva cartografía al debate filosófico contemporáneo. Una cartografía , cuyo mar-
co de referencia demanda una nueva exigencia comunitaria que viene dada por un impas-
se que no es sino la experiencia de una fisura, de una perdida la cual es menester abordar.
En otras palabras, evaluar la imposibilidad de todo refugio conceptual, desarmar la sobe-
ranía filosófica del poder racional y custodiar la posibilidad de “abandonar” las formas de-
ductivas que intentan “solucionar” la cuestión política del Ser-común.

Desde esta perspectiva, las preguntas que introducen este escrito son ineluctables en el senti-
do que otorgan a la reflexión por la comunidad” una interrogación en la comunidad y
con la comunidad. En otras palabras, movilizan un reparto del discurso que deje hablar a
la comunidad en su “ser –con” donde subyace la forma de una relación que contiene la cir-
culación del “nosotros”, pero ya en su condición de aparición singular donde el ser cualquiera
deviene en su potencia, a saber, que en su movimiento de devenir no se agota en su perte-
nencia. De suerte que, el reparto que se da en la circulación de una forma de ser del “noso-
tros” implica que el decir de la comunidad sea el evento de su estar . De esta manera, el
estar impone su evidencia en la relación que circula y se reparte en el ser singular que, a su
vez, permite el com-partir del estar que se pluraliza en la comunidad por medio del es-
tar-en una posición de existencia.

Indudablemente que el contexto actual, resultado de una suerte de atomización y posterior


separación propia a la lógica del “estar-separado” del pensamiento moderno, conllevo no
solo a la encarnación de lo “absoluto” (políticas totalitarias a partir de la metafísica del suje-
to) sino también a la atomización de la actual crisis económica y social que ha puesto de ma-
nifiesto la cultura individualista. En tal sentido, la posibilidad de una premisa de lo común
corre el riesgo de situarse a partir de bases orgánicas, cuyas consecuencias han sido la ins-
tauración de formas universalistas. Así mismo, ante la tentación de caer en nuevas ontolo-
gías identitarias cabe preguntare ¿Quién nombra o enuncia la palabra de la comunidad? ¿Es
posible, aun sostener una ontología del espacio comunitario de lo político que insiste en su
suturación?

Es contra aquellos argumentos que han evidenciado y/o testimoniado discursos universalistas,
sostenidos sobre la base de comunidades fuertes e idénticas consigo mismas, que se hace
necesario hacer el gesto de la “retirada” de lo común en la comunidad y no ya de la comu-
nidad. Es decir, la retirada como el acto del bando de la singularidad en la brecha Real1 en
tanto que a-bando-na y se excluye, no obstante, “esta” incluida como lo otro de la misma
singularidad.

En lo que sigue, se expondrá el pensamiento sobre la comunidad de Giorgio Agamben y


Jean-Luc Nancy. Ambos autores reflexionan la pregunta por la comunidad a partir de la sin-
gularidad como forma de lo político. Desde esta perspectiva, se intentara situar el lugar indi-
ferenciado de ambos autores donde es posible, a su vez, encontrar sus diferencias para, desde
ahí, pensar el a-bando-no. No ya como lugar de exclusión incluyente y, por esto mismo, so-
metido a la soberanía de la ley sino, más bien, como el terreno “sin-bando” que moviliza la
potencia de su negación, es decir, la actualidad del “no” del “bando”. Y, para esto el “estar-
en” de las singularidades conllevara pensar su inoperabilidad como la potencia que insiste
por su inaudito rebasamiento.

1. Giorgio Agamben: la potencia de la comunidad cualquiera


El aporte de Agamben a la discusión sobre la comunidad se caracteriza, en cierto modo,
por la voluntad de poner en tensión __a partir de la exploración de una idea de comuni-
dad que “viene”, es decir, que siempre está en el acto de su pura contingencia__ los dis-
cursos que han sostenido los marcos ontológicos fundamentales de la política mediante la

1
La noción de lo REAL es tomado de Jacques Lacan. Lo REAL en Lacan es aquello que escapa a toda
simbolización. (LACAN, 1966). Sería un hueco en el orden simbólico imposible de representar, puesto que
siempre se escapa. No obstante, se expresa como la brecha o la dislocación. En definitiva, es aquello excluido
que, sin embargo, insiste en su desviación. Dicha brecha, en tanto forma excluida y desbordada, es lo que
otorga el principio de incompletud cuya imposibilidad de Ser en su sutura, posibilita el a-bando-no o la
potencia cuyo movimiento, en su devenir , no se agota en una pertenencia. En términos de la comunidad, es
una comunidad siempre en retirada, incompleta que respeta su singularidad por ser pura posibilidad.

120
tradición canónica que ha mantenido sus ideales. Lo que ha comportado un modo de signi-
ficación fundacional que ha otorgado un sentido único al habla del Ser de la comunidad.
Esto es, sujetada a una semántica de lo propio.

De tal forma, la comunidad ha tenido lugar a partir de un abuso que el mismo Agamben
ha dado cuenta a través de la noción de soberanía cuyo uso no solo viene del biopoder sino
también del “mito” que ha legitimado una forma o modo de significación ideológico (Bart-
hes, 1999) que ha determinado la propiedad de la comunidad. Desde esta perspectiva, la
innovación político-semántica que gira en torno al pensamiento del autor, apunta hacia algo
que cabe considerar como un desbordamiento del discurso comunitario y, más específica-
mente, de sus formas y figuras de argumentación.

No obstante, mediante dicho exceso Real, se produjo una “decepción” frente al problema
mismo que había interrogado y fundado la pregunta por la comunidad. Si bien, en la época
contemporánea y particularmente en Agamben y sus recepciones, las discusiones que die-
ron lugar al tema de la comunidad movilizaron una “traductibilidad” política, en la medida
que se planteó como una suerte de sublimación utópica y también filosófica; sin embargo,
dicha exaltación terminó ritualizando y, en cierto modo como el rostro de una forma de
constitución de lo que es, sacralizando un modo de pensamiento del desencanto que legiti-
mo la sistematización gestual de alcanzar la ilusión de re-fundamentar de manera mítica2 el
lugar de lo político alejándose de la idea de una potencia de ser otra cosa.

En cierta forma, se movió dentro de una lógica de la ilusión frustrada que apareció como la
intervención critica del presente, cuya necesidad era pensar desde lugares teóricos diferen-
tes, a saber, desde las fracturas e intersticios para revisar las saturaciones conceptuales y las
retiradas teóricas que se venían gestando y degastando desde la modernidad e incluso desde
las primeras problematizaciones filosóficas sobre la política (griegos).

Por lo que se refiere a la idea misma de rebasamiento y comunidad, la puesta en circula-


ción de los conceptos tales como “desencanto”, “traductibilidad” y “sublimación mítica”

2
La noción de mito es tomada de la obra de Roland Barhtes quien, en su libro “Mythologies” , hace
hincapié en el habla mítica como un habla revestida de ideología. Si bien, el mito remite a una semiología
del lenguaje donde las “representaciones colectivas” son sometidas a signos que mistifican algo que es de suyo
construido; no obstante, lo que hizo el mito fue naturalizar, a partir de su mitología misma, algo que ha sido
histórico. He ahí su carácter ideológico. En otras palabras, la denuncia de Barthes es la naturalización, a través
del mito, de algo que es construido y que se borra por el funcionamiento del mito. Lo que hace el mito, según
Barthes es borrar toda huella de cimentación por medio del silenciamiento o sedimentación de los poderes
que hay detrás de su invención. Finalmente, pasar por natural lo que es una “idea” y un sentido (en este
caso de comunidad lo que conllevo la política del desencanto por el gesto frustrado que dicho mito comunitario
de lo “común” no era más que una idea) es precisamente inscribir y adherir a un discurso ideológico que da
lugar e identidad a la comunidad pero, como “a-política”.

121
permitirán hacer referencia a algo distinto, a un pliegue peculiar de la disposición inquie-
tante aludida para precipitarse a una experiencia del extrañamiento y del retraimiento (o
retirada). Por lo tanto, entender la especificidad de la “retirada” frente a la comunidad en
Agamben (y luego en Nancy) otorga un encuentro y/o desacuerdo, constitutivamente inago-
table, entre el fracaso, la traductibilidad y la sublimación mítica que abren, a su vez, el
horizonte de lo imposible de lo común o lo insostenible de lo propio en la comunidad.

De igual forma, el alcance de lo imposible es, justamente, la traductibilidad que otorga un


sentido al desplazamiento circulante de lo impropio, como un modo de significación distinto
de la comprensión teórica de la comunidad, en tanto ontológicamente originaria. En efecto,
implica la imposibilidad de abandonarse al “abandono” ya que no puede cumplirse ni resol-
verse, sin embargo, obliga a suspender el juicio de la comunidad para encontrarse interrum-
pido frente a un inagotable agotamiento.

Esta transformación deconstructiva, cuyo ejercicio es, precisamente, el trance constante


de traducir exige considerar la inesencialidad de singularidades cualquieras tal y como lo
desarrolla Agamben en su obra La comunidad que viene. Esta obra, consagra el modo de
existencia _ el modo de ser_ a la experiencia de la singularidad a partir de la cual es pensa-
ble una condición del estatuto de la comunidad que interrumpa la lógica de lo propio para
“abandonarse” al ser cual sea tal que él es (Agamben, 2006, pág. 11). Asimismo, la analí-
tica de la singularidad cualquiera rinde cuenta de una zona de no-Ser donde toda posición
ontológica se inscribe bajo una semiótica de lo imposible. En efecto, en una semiótica de lo
imposible cesan todas las formas de representación del Ser común en tanto (incluso) que
practicas coloniales de la comunidad misma y de su acto político.

En tal sentido, la pregunta que moviliza la propuesta de Agamben y también de Nancy es


cómo procurarse una comunidad que interrumpa la estructura mítica de lo común? De cual-
quier modo, tanto en Agamben como en Nancy el problema de lo común se enmarca en
una perspectiva que, siguiendo a Esposito, es fuertemente impolítica, es decir, ligada a la
deconstrucción de la sacralización mítica de la tradición para acercarse a otra conceptuali-
dad que se plantee en clave ontológica3. Es más, pensar la comunidad en tanto singularida-
des que vienen, a saber, que están en el acto de su potencia permite la inscripción de su inte-
ligibilidad en el sentido de “pertenecer” a su pertenencia, a saber, a su ser-tal.

3
La ontología por la cual se sostienen los fundamentos de ambos autores, descansa en el pensamiento de
Heidegger, particularmente, en el obra « Ser y Tiempo ».

122
“El cualquiera del que es aquí cuestión no toma, en efecto, la singularidad en su indiferencia
con relación a una propiedad común (a un concepto, por ejemplo: ser rojo, francés, musul-
mán), él la toma solamente en su ser tal como es. La singularidad renuncia así al dilema falso
que fuerza el conocimiento que hay que escoger entre el carácter inefable del individuo y la in-
teligibilidad del universal […] Así, el ser –tal, que reside constantemente oculto en la condi-
ción de pertenencia (hay una X tal que ella pertenece a Y) y que no es de ningún modo un pre-
dicado real, viene al día (se actualiza) en él mismo y de él mismo: la singularidad expuesta
como tal es cualquiera, es decir, amable” (Agamben, 1990, Pág. 10)
En otras palabras, lo que subyace al argumento de Agamben, en relación a la inteligibilidad,
tiene que ver con el donar-se de la singularidad del ser cualquiera en su manifestación onto-
lógica, donde su ex - sistencia es una exhibición “originaria” y consigo mismo, en su “estar”
en su propio lugar. El dato del “estar” inteligible, entonces, es el ser-tal que tiene una rela-
ción entre su singularidad y lo “cualquiera” como lo más propio del ser. De tal suerte, que el
fenómeno del estar singular del ser cualquiera es su sentido, en otras palabras, el sentido es él
mismo el “estar” singular.

Es indudable que hablar del sentido, como el comparecer “hermenéutico” del “estar” de la
singularidad cualquiera, moviliza la idea de singularidades inefables en la medida que la
definición de su significación requiere el “nombre” y sus múltiples interpretaciones y traduc-
ciones. Si es verdad que existe un “Ser” lingüístico, a saber, un “ser-dicho” o un parlêtre”
lacaniano, este ser que habla, nombra el “conjunto” genérico de un objeto que deviene,
asimismo también, una singularidad (el, un, este). Desde este punto de vista, la antinomia
entre lo singular del “esto” y lo universal del “Ser” genérico permite el espacio vacío de lo
innombrable que signa la singularidad interrumpiendo la lógica de la dicotomía categorial que
define un concepto.

Para ilustrar aquello, Agamben, hablara del “ejemplo” como lo que posibilita la ubica-
ción en una zona de indiferenciación donde no cabe ni la definición ni la identificación. En
efecto, la figura del “ejemplo” permite que la singularidad cualquiera y cual –sea asuma las
cualidades de sus atributos pero sin apropiárselos. En tal sentido, pues, la singularidad más
que un “qué”, moviliza un “cómo” en la modalidad de la existencia, ya que en sus diversos
modos de “ser” singular, se atribuye la pluralidad de lo impropio en tanto forma de no-
pertenencia.

Así, la des-identidad y no-apropiación permanente que deviene y transforma la singularidad


del ser cualquiera, es su constante exposición y acto de parición” (parettre) tal cual es, sin
mediación de otra cosa esencial. Sería la singularidad de la materia de lo indecible en su
pura particularidad. De igual importancia, entonces, la antinomia entre lo universal y lo par-
ticular, que venía de una tradición de la filosofía clásica, cuyo centro de la racionalidad
123
era precisamente la problemática de dicha antinomia, se planteaba a partir de otra dicoto-
mía que era la materia y la forma. Si bien, la forma es aquello a partir de lo cual “todo” se
predica, constituyéndose, así, en la forma universal; al contrario, la materia seria el “esto”
concreto por el cual nada puede decirse, porque decir algo acerca de él significa subsumirlo
bajo una categoría y esta categoría va a ser “general” o, en su efecto, se elevara a lo universal.
Cabe entonces sostener, que la materia es una singularidad que se caracteriza por su indeci-
bilidad ya que el “esto”, en su materialidad de ser un cualquiera, es inaprensible.

Por consiguiente, el elemento material es la singularidad que tiene lugar en su impropiedad


de “estar” “como” cual sea, en su condición de “ser” cualquiera y materialmente indetermi-
nada.

En cierto modo, una de las maneras en que Agamben hace referencia a la forma de ser
que, siguiendo a Nancy, deviene inoperante es la caracterización de la potencia del no. En
efecto, la potencia es la actividad de la posibilidad de ser otro-de si-mismo que constituye
los modos de ser de la singularidad, de suerte que la “forma-de-vida” adquiere su “uso” en sus
diferentes formas. Por tanto, en el acto mismo de la posibilidad, surge a la vez que se desacti-
va, un “juego” que moviliza el “como” hacer-se en el a-bando-no de la pura potencialidad de
la forma singular en acto. Así, será en la praxis del juego donde reside la inoperancia del có-
mo no-ser –esto que se está siendo.

Por lo que se refiere, entonces, a la propuesta de un “estar-en-común, Agamben afirmara


que el “tener lugar” de aquel “estar” es el desplazamiento que otorga la dispersión y substi-
tución, en la existencia tal como está , de la indiferencia en tanto un “reparto” que ex –
propia la misma “individuación” hacia un sitio de acontecimiento, es decir, al límite del va-
cío o espacio no representable. De esta manera, una forma de “emanación” surge dejando
de lado toda significación para a-bando-narse a un modo de ser que, quedando singular y
engendrado por su misma expropiación, en tanto singularidad cualquiera, deviene no-ser-en-
tanto-ser que no es sino la inconsistencia misma de la multiplicidad cualquiera en su acto-
contingencia absoluta. Así, dirá Agamben, el “tener lugar” es una forma de emanación en
cuanto es ésta, el principio de individuación impropio y expropiado de la singularidad cual-
quiera.

En este sentido, el no-ser-en-tanto-ser es un ser-tal-cual-es-así en su pura manifestación,


en otras palabras, en el parecer de su aparecer fenomenológico.

124
“Yo no soy esto o aquello sino siempre tal, así (…), un así absoluto, que no presupone nada
más, enteramente expuesto (…) una tal cualidad absoluta que no reenvía a presupuesto alguno
(…) No posesión, sino límite. No presupuesto, sino exposición” (Agamben 2006, pág. 80).
De cualquier modo, lo que subyace en el pensamiento sobre la comunidad en Agamben es la
inscripción de la idea de posibilidad, en tanto potencia pulsional de no-ser siendo. En este
sentido, cabe destacar lo que expresa en Medios sin fin, donde el autor hace referencia al
concepto de posibilidad que no se liga necesariamente al acto inmediato, no obstante, es una
potencia de no-ser lo que se “es” o lo que se está haciendo. Este carácter de potencia negativa
permite comprender el estatuto de a-bando-no que, en este escrito se intenta defender. En
otras palabras, la pulsión negativa, inscrita en el acto potencial de no-ser, se conserva en
el acto en tanto pura contingencia. Por consiguiente, la pulsión negativa es lo que mueve la
posibilidad en su puro acto, siendo ese acto un momento, un lugar no representable y en
falta donde es posible la movilidad espacial en el cual la singularidad circula en un reparto,
cuya constelación semántica permite la proximidad espacio/temporal oportuna con ese lu-
gar vacío.

El ejercicio deconstructivo que establece Agamben, en relación a los desplazamientos de sen-


tido y limite en lo que concierne a la singularidad del ser cualquiera, invita a interrogarnos
por la posibilidad de pensar en una “decolonialidad de ser” cuyo tejido es, justamente, otros
modos de entrecruzamientos que se “enredan” (generan redes) creando un pensamiento
libre que designa el a-bando-no para dejar comparecer el lenguaje del “resto”, cuyo alcan-
ce es la palabra de la corporalidad sin nombre. En tal sentido, existe una inseparabilidad
entre los modos de ser de la singularidad cualquiera y su propia relacionalidad de-
subjetivante inscrito en el lenguaje y como lenguaje. Se trataría ahí, de una manera de surgir
del ser en su modo de ser singular que reside en su misma emanación.

En este contexto, la relacionalidad de-subjetivante inscrita como lenguaje moviliza las pre-
guntas claves del pensamiento de Agamben. Para especificar esto, es necesario comprender el
significado de “yo hablo” y “yo puedo”. Si bien, antes expusimos la idea de una “falta” de
representación en tanto vacío que tiene-lugar en cuanto forma de emanación, lo cierto es
que los modos de subjetivación se expresan a partir de la figura de la des-subjetivación.
Para experimentar esto, Agamben recurrirá al sujeto de la enunciación donde da cuenta de
la emergencia de la singularidad cualquiera, como modo de ser un “sujeto” de la des-
subjetivación. Asimismo, se deviene sujeto al momento de decir “Yo”. Ahora bien, este “yo”
es el modo de decirse el sujeto “en” el lenguaje. De suerte que, el lugar donde se da el uso
del sujeto y, por lo mismo, de la singularidad cualquiera es en la experiencia de la palabra,

125
cuyo modo de ser es, justamente, la des-subjetivación ya que es en el lenguaje donde la
enunciación del sujeto deviene no solo anonimato (o cualquiera) sino también se pierde en el
anonimato de los enunciados. En otras palabras, lo que acontece ahí es la coincidencia de la
subjetivación/des-subjetivación en el acto de la instancia discursiva, donde el que habla es
solo la lengua, a saber, el decir de la comunidad.

Finalmente, el tener lugar del no-lugar de la des-subjetivación propia al a-bando-no no es


otra cosa que el testimonio de la comunidad o, en otras palabras, lo que “testimonia” a la
comunidad es el no-lugar que articula una enunciación imposible. Sería la arrancia de la po-
tencia en acto en cuanto potencia misma donde la enunciación en el plano de la langue sig-
nifica inscribir en la posibilidad una cesura que la divide en una posibilidad y una imposibili-
dad, una potencia y una impotencia para situar a un sujeto en tal cesura. He ahí la fuerza del
“yo puedo”.

Mientras la constitución del archivo presuponía dejar al margen al sujeto, reducido a una sim-
ple función o a una posibilidad vacía, y su desaparición en el rumor anónimo de los enuncia-
dos, la cuestión decisiva en el testimonio es el puesto vacío del sujeto [...] se trata… de situar
al sujeto en la separación entre una posibilidad y una imposibilidad de decir… Precisamente
porque el testimonio es la relación ent[r]e una posibilidad de decir y su tener lugar, sólo puede
darse mediante la relación con una imposibilidad de decir; sólo, pues, como contingencia, co-
mo un poder no ser… Tal contingencia se refiere, en el sujeto, a su poder tener o no poder te-
ner lengua. El sujeto es, pues, la posibilidad de que la lengua no esté en él… El hombre es el
hablante, el viviente que tiene el lenguaje, porque puede no tener lengua, es capaz de in-fancia.
La contingencia no es una modalidad entre las otras… es el efectivo darse de una posibilidad,
el modo en que una potencia existe como tal… La contingencia es lo posible que se pone a
prueba en un sujeto. (Agamben, 1998, pag. 151-153)

2. Jean-Luc Nancy: la comunidad como el a-bando-no de la obra o la acción del re-


tiro?
Pensar la comunidad en la insistencia del estar-en-común fue el proyecto que se propuso
Nancy al reflexionar sobre el sentido de la singularidad, en tanto un simple estar que
encuentra su lugar en la pluralidad y cuya estancia se resiste a ser obra. Esta afirmación
replantea la cuestión entre la ontología y la existencia que pone énfasis en la “presencia” si-
lenciosa de las cosas mismas. De suerte que, dicha presencia del “estar” moviliza el “con”
que inscribe la pluralidad; luego si el estar es “en-común” lo que subyace es la exigencia del
co-estar, es decir, la partición de la presencia en su re-presentación. Entonces, más que “pre-
sencia”, es la pluralidad re-presentada del “estar” la que otorga a dicha re-presentación
singular del co-estar su ser siempre en falta. Así pues, la falta es el lugar que no logra sig-

126
nificarse, no obstante, está abierto, ex – puesto a la significación y el nombre del otro (el
con).

En tal sentido, el otro nombra el ser singular y en el acto de nombrar lo re-presenta en el


“estar”-en-común. Por consiguiente, en este acto de nombrar, la singularidad del “ser” com-
parece junto al “con” que dona la posición en cuanto tal, es decir, colma su ser en falta al
darle un nombre propio, a saber, una singularidad re-presentada.

Por lo que se refiere a la dimensión ontológica, Nancy sostiene una retirada del ser para “es-
tar” y en tal sentido dicho acto deviene, no solo una pérdida del ser por no poder mas ser,
sino también implica que el ser se vuelve un “estar-en falta” debido a que lo que afirma el
“estar” es la negación de “ser”, a saber, un “no-ser” ya más en-sí . La forma que asume,
pues, el “estar” es en la deuda de ser en la medida que se inscribe el exilio que sostiene una
nueva forma de comunidad que, siguiendo a Lacan, es denominada Real. Sostener una comu-
nidad Real, es decir, un “estar-en-falta” en la relación “con”, cuyo sustento es una nada sin
sustrato, es precipitarse a lo inaccesible; no obstante, al ser lo radicalmente inasimilable,
obliga a una forma de vida en-común pero bajo la demarcación de sus fronteras. En otras
palabras, lo Real de la comunidad deja expresar el persistente límite de la misma comunidad
en su desgarradura o brecha que imposibilita su totalidad o sutura.

Este carácter de incompletud de la comunidad es lo que Nancy nombrara como el éxtasis,


luego el éxtasis o el estar-extático del ser mismo (Nancy, 2000, pág. 26) le acontece a la
singularidad como su sentido y no ya como lo que le da una significación. Lo primordial aquí
es que el sentido antecede y desborda la significación, de suerte que el ejercicio de exceso,
inscrito en el sentido, denota lo Real de la desgarradura que moviliza la inquietud de lo im-
posible de una comunidad absoluta. De la misma forma, el devenir singular del “estar”
que no solo manifiesta la deuda de ser, sino también, deja hablar la escritura de lo Real, en
tanto falta-en-ser, permite saber que lo que constituye a la comunidad es la perdida que per-
siste en su por-venir.

En relación con la idea de una escritura de lo Real de la comunidad, cabría precisar que en
Nancy el lenguaje es el modo simbólico en que el estar habita “con” lo común en-común.
Por consiguiente, aquello que “compartimos” dentro de la condición del estar –con es jus-
tamente el lenguaje. Esto quiere decir que la forma de estar en este compartir es la parti-
ción que el lenguaje mismo nos otorga y nos revela como el acontecimiento singular del ser-
con que comparece entre “nosotros”. Ahora bien, ahí la escritura de lo Real seria el adve-
nir de la muerte singular. A decir verdad, no existe una exoneración de la muerte, puesto que
127
el límite de la comunidad es la finitud Real que legitima la imposibilidad del “ser-común”,
seria éste el modo de compartir comunidad. En efecto, será a partir de esta afirmación, soste-
nida por Nancy, donde podemos ver el dialogo ontológico con Heidegger y la idea de la
mundanidad como comunidad del ser-para-la muerte la cual, al dejar comparecer el estar-
con, el ser arrojado a la ex –sistencia, expone toda su finitud singular al mismo tiempo que
su propia perdida (por el hecho de dejar-se “estar”).

Dicha perdida, como aquello que constituye el estar-con en lo común, es la expresión del
obrar de la muerte en el sentido que, si bien, Nancy plantea la imposibilidad de lo común, es
cierto que aquello obedece a la idea del Otro y de los otros. A saber, de la multiplicidad finita
que inscribe la inaccesibilidad del Yo mi-mismo como de la pulsional falta que, si por un
lado, manifiesta el exceso irremediable que engendra la finitud, por otro lado, otorga, en
dicho exceso, el infinito espaciamiento de la experiencia del “afuera”.

Cabe destacar que la experiencia del afuera es un “fuera de-si” interno, es decir, es la cons-
ciencia del límite que aparece al momento de comprender que no se puede hacer la experien-
cia del rencuentro con la intimidad del Yo, puesto que dicho encuentro es lo que otorga el
lugar impensado de lo inconfesable (Blanchot, 2002). Entendiendo lo inconfesable no como
algo indecible sino algo que nunca termina de ser dicho. He aquí el espacio-en-falta de lo Real
de la singularidad que al tiempo que testimonia el “estar-con y la pérdida del Yo en la infinita
finitud, ofrece la infinita palabra que nunca deja de ser hablada.

“La muerte excede irremediablemente los recursos de la metafísica del sujeto. El fantasma de
esta metafísica, el fantasma de Descartes (casi) no osó tener, pero que la teología cristiana ya
proponía, es el fantasma de un muerto que dice “estoy muerto” __ ego sum… mortuus. Si Yo
no puede decir que está muerto, si Yo desaparece efectivamente en “su” muerte, en esta
muerte que precisamente le es más propio, lo mas inalienable, ocurre que Yo es algo distinto
de un sujeto. Toda la investigación heideggeriana del “estar-vuelto-hacia-la-muerte” no tuvo
otro sentido que el de intentar enunciar esto: Yo no es –no soy- un sujeto. (Nancy, 2000, p.
38)
De igual forma, se puede advertir en esta cita que Nancy está revelando un reparto de la
muerte en tanto insistencia de ausencia, no solo del ser-común o metafísica del sujeto que
todo lo subsume, sino también manifestando la dislocación que expresa la diferenciación de
su ser-otro en la alteridad que existe sobre el Yo mismo.

A este respecto, varias conclusiones podemos formular acerca del pensamiento de Nancy. En
primer lugar, el régimen ontológico de Nancy en relación a la comunidad obedece a un anti-
esencialismo cuya primacía es la existencia, más que la inmanencia. Luego, el estatuto in-
manente es solo expresión del lenguaje, es decir, de una significación. Por lo que se sigue,

128
dirá Nancy en clave lacaniana, no existiría un significado último inmanente sin mediación
significante; puesto que es el significante que prima sobre el significado inmanente, por lo
tanto, el significante siempre está expuesto a la existencia. Ahora bien, si ya habíamos dicho
que Nancy otorga un lugar importante a la finitud de la comunidad, a propósito de la lectura
que hace de Heidegger, no es menor pensar que, mediante la exposición de la existencia ex-
presada en el estar-en común, se establece una articulación entre lo exterior y lo interior que
estructuraría la reflexión de la comunidad. De suerte, que dicha estructuración no es sino el
“con” que ligaría y movilizaría la circulación del nosotros singular. En otras palabras, sería
la “relación” misma que otorgaría al espaciamiento de la circulación plural de la singularidad,
la brecha o limite que visibiliza una interioridad que nunca puede ser suturada, justamente
por la presencia del “afuera” y un afuera que no logra su absolutez, precisamente por la co-
existencia relacional de las singularidades.

3. Consideraciones finales
Cabe preguntarse, entonces, ¿dónde está la acción del retiro? ¿Cuáles son los modos de ser del
estar-con que se articularia en el a-bando-no? Y, finalmente, ¿cuál sería el lugar indiferen-
ciado que sostiene, a su vez, las diferencias entre Giorgio Agamben y Jean- Luc Nancy? Por
una parte, Nancy afirma que en la época contemporánea se ha generado un marco polí-
tico que ha girado en torno a la decadencia que ha fundamentado la tecnocratización de la
institucionalidad. Desde esta perspectiva, la pregunta por la política, según Nancy, debería
ser abordada a partir de un “ethos” olvidado. La necesidad, entonces, en que se halla y en-
frenta Nancy tiene que ver con la insistente exigencia de replantearse la pregunta por lo
político y esto, evidentemente, liga con una reflexión por el ethos en su modo de expresión
de la autenticidad de la convivencia.

Por otra parte, Agamben formula una relación entre el acto y la potencia en sus diversos mo-
dos de decir-se la singularidad cualquiera. Si bien, también hay una toma de distancia de la
episteme clásica respecto a lo común de la comunidad absoluta, lo cierto es que se evidencia
un retorno a la especulación ontológica que da lugar a una forma de “subjetividad” cualquiera
que se mantiene en y como un resto. En efecto, será en el lugar del resto donde circulara la
comunidad cuyo sentido será el lenguaje que se deja hablar por su palabra corporal que
siempre está en potencia de exposición, es decir, que nunca se agota debido a que lo que la
mueve es la pasión pulsional de la facticidad en lo que se da de acto.

129
En tal sentido, la “cosa misma” del acto de la facticidad es el decir o, más bien, la decibili-
dad, en tanto “enêrgeia”, de lo que el nombre, en su potencia misma o su “dynamis”, ha
llamado la experiencia límite de la finitud y lo finito bajo la “idea de su propio lenguaje”.
En otras palabras, bajo el lenguaje en el venir, como palabra, a la palabra que otorga la expo-
sición y apertura de aquello oculto de la vida fáctica, a saber, el movimiento que se dona a sí
mismo el entrelazamiento de lo propio y lo impropio a través de la ruina.

Se podría decir que existen controversias inesperadas entre Nancy y Gadamer que marcan
ahí mismo diferencias, a pesar de los problemas comunes que sostienen sus teorías. No obs-
tante, anuncian, en esa ruptura, nuevas cuestiones que conducen a problemáticas cuyos
ejes son, justamente, repensar dichas controversias a la luz de su inscripción discreta o, in-
cluso, secreta. Insistir sobre una lógica de discreción permite concentrar le reflexión, en esa
discreción misma, alrededor de ciertos temas latentes en cada uno. Por ejemplo, el concepto
de tiempo que liga la singularidad cualquiera de Gadamer, con el “estar-con” de Nancy para,
desde esa articulación, pensar sobre la idea del “presente” (el ahora) y la singularidad del
acontecimiento que otorga otro modo de nombrar la comunidad, a saber, como alguna cosa
que acontece en la interpelación nodal que estructura la pregunta por la violencia, la vida y la
muerte.

Así mismo, el problema de fondo aquí es la cuestión de la finitud en la comunidad y cómo


ella se enuncia con lo finito de las singularidades. En otras palabras, es hablar de una suerte
de escisión subjetiva donde se cruzan, en dicha escisión, dos tipos de contrastes entre lo
finito y la finitud, el que depende del residuo, resto y ruina y el que depende de la obra.
Diremos que lo finito de la singularidad fuerza la finitud de la comunidad en tanto se ins-
cribe en torno a un heterogéneo constitutivo, que se exime de una circulación pasiva de los
residuos para acercarse a una circulación ajustada por el finito inaccesible que otorga a la
comunidad, no ya una verdad sino un agujero en lo que se ha dado como su sentido.

De tal suerte, se puede establecer un “lazo” por “fuera” del sentido si se sostiene la especifi-
cidad y diferenciación de los modos singulares en el “estar-con”, donde la figura de lo impro-
pio, inscrito como el resto en ruina, sea el “acto” de la “verdad” del a-bando-no y tal acto
que, en orden a la ley es improductivo, disponga una “subjetividad” singular abierta a las
“verdades” del reparto de las pluralidades que transitan en su captación.

Finalmente, hablar de un “equilibrio” entre Agamben y Nancy, requiere un encuentro y des-


encuentro constante que no implique, necesariamente, una dinámica de subordinación teórica
por quien logra dar respuesta, por medio de la mantención de un tal concepto de comuni-
130
dad aunque sea desde la catástrofe, al esclarecimiento de su concepto. Si no, tomar cada
“visión” como la voz de la praxis del acto, que enuncia el acontecimiento presente, en cuan-
to una inacabada interrupción en la medida que se hace necesario, ahí, una reflexión donde
la filosofía y la política deben obrar. En otros términos, es analizar el “sentido” del pensa-
miento de la comunidad englobando el desastre en el pensamiento mismo para transformar
performativamente las condiciones de la relación entre el pensamiento mismo con la cues-
tión política. Pues, es desde esa performatividad que el vínculo “comunidad/soberanía”, co-
mo aquello que ha fundado el telos de lo común, no solo se decoloniza, sino también que la
“soberanía” del pensamiento de la comunidad se exceda, más que se ejerza, ya que en el exce-
so del sentido y de la comunidad se revela la falla estructural, es decir, su Real que posibilita
el infinito cuestionamiento.

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132
El proceso de colonización de los bienes comunes intelectuales. El
caso de las industrias farmacéutica y biotecnológica
Liliana Spinella (CONICET / UBA)

I) Introducción
A lo largo del tiempo la cuestión acerca de cómo regular y administrar los bienes comunes se
ha impuesto como tema ineludible. Del mismo modo que en el período que transcurre entre
fines del siglo XVI y mediados del siglo XVIII las contiendas se generaban en torno al cerca-
do de las tierras comunales, en la actualidad la polémica se centra en el cercado de los bienes
comunes intelectuales. En consecuencia, muchos autores consideran que este movimiento
contemporáneo representa un segundo proceso de cercado cuya principal diferencia radica en
el objeto codiciado (Boyle, 2003). Durante el primer período de cercamiento las contiendas se
restringían a la apropiación de las tierras comunales mientras que en la actualidad la disputa
se ciñe a la apropiación de los denominados bienes comunes intelectuales.

No resulta extraño que, en consecuencia, diferentes autores establezcan analogías entre ambos
períodos o bien acuñen expresiones que invoquen la semblanza entre las dos etapas históricas.
Tal es el caso de Drahos y Braithwaite que han acuñado la expresión “feudalismo de la infor-
mación” (Drahos & Braithwaite, 2003) para dar cuenta del fenómeno contemporáneo. Como
veremos en la próxima sección, la expresión alude al tipo de relación y de poder liderado por
ciertos actores sociales, en especial las empresas transnacionales y también algunos institutos
de investigación y hasta Universidades cuyo principal objeto de apropiación consiste en los
avances en Investigación y Desarrollo, de los cuales se adueñan mediante derechos exclusi-
vos. Se trata de un poder que permea todos los ámbitos y se manifiesta a través de las refor-
mas jurídicas a nivel global.

Del mismo modo, en el presente trabajo nos proponemos aportar un argumento que refuerce
la propuesta de Drahos y Braithwaite. El objetivo principal consiste en poner de manifiesto el
proceso de colonización de los bienes comunes intelectuales. Creemos que los actores princi-
pales de este escenario no sólo buscan consolidar su posición -cual señores feudales-, sino
también liderar y profundizar un proceso de expansión de reglas estrictas de propiedad inte-
lectual a lo largo de todo el ámbito internacional. En virtud de que la expresión “bienes co-
munes intelectuales” se extiende sobre campos muy heterogéneos como la biomedicina, la
genética, la farmacología, la industria del software, nos centraremos en las estrategias de
apropiación de los avances en dos áreas específicas: la biotecnología y la biomedicina ya que
permiten evidenciar el despliegue de una serie de medidas y procesos que configuran lo que
consideramos un verdadero proceso de colonización.

En consecuencia, comenzaremos realizando una referencia a la noción “Feudalismo de la In-


formación” para luego abocarnos a indagar las principales estrategias de las industrias men-
cionadas en el párrafo precedente y posteriormente expresar algunas reflexiones finales.

II) Acerca del “Feudalismo de la Información”


Drahos y Braithwaite han acuñado la expresión “feudalismo de la información” para hacer
referencia al actual estado de situación que se plantea en el ámbito de los bienes comunes
intelectuales. Los mencionados escritores académicos recobran la imagen que durante la Edad
Media brindaban los señores feudales a través de relaciones de poder desiguales respecto de
los vasallos, al mismo tiempo que se generaba un fenómeno de apropiación privada de la tie-
rra que comprendía el poder consecuente de establecer el marco jurídico y apropiarse de los
impuestos. A través de este recurso, los autores dan cuenta del panorama que emerge hoy en
día, cuando los derechos de propiedad intelectual ofician de medio para transferir a los actores
privados los bienes comunes intelectuales, y representan el emblema de su regulación norma-
tiva, acompañados de consecuencias igualmente neurálgicas. Así como antaño se trataba de
un proceso de cercamiento y apropiación de los bienes materiales, en particular de la tierra, el
escenario se renueva en pos de la apropiación de determinadas ideas que se camuflan bajo
diferentes ropajes de invenciones o creaciones individuales mediante dispositivos de propie-
dad intelectual y que se distribuyen a través de patentes de invención, secretos industriales y
demás artilugios.

Los autores recuerdan que el feudalismo fue un sistema que desalentaba la innovación al im-
pedir el acceso a los derechos de propiedad a la mayor parte de la población que constituía
una de las tantas pertenencias de un pequeño grupo de propietarios. Este selecto grupo no
necesitaba de la innovación para producir riquezas. Aquellos cortesanos que se ganaban el
favor de los reyes obtenían como recompensa derechos de monopolio para controlar indus-
trias completas. Allí radica el origen de los derechos de patente de invención que paradójica-
mente constituye la clase de monopolio que debía ser desmantelada para que el régimen feu-
dal diera paso al capitalismo.

Desde la perspectiva de Drahos y Braithwaite, los efectos de los derechos de propiedad inte-
lectual sobre la innovación en la actualidad no son unívocos. Por un lado, presentan una faz

134
positiva cuando los derechos de patente incentivan la innovación farmacéutica. Pero, por el
otro lado, las consecuencias negativas se manifiestan en el despliegue de estos derechos por
parte de las industrias para impedir que los competidores tengan acceso al conocimiento que
podrían utilizar en futuras aplicaciones. Por ejemplo, grandes compañías como la farmacéuti-
ca DuPont acudieron desde principios del Siglo XX al acopio de derechos de patente a fin de
garantizar las ganancias monopólicas en perjuicio de los innovadores que podrían haber obte-
nido su participación en el mercado a través de las mejoras en sus productos. DuPont fue una
de las primeras corporaciones en lograr fusionar el trabajo científico con los procesos de pro-
ducción industrial y la competencia en el mercado (Drahos & Braithwaite, 2003). Los labora-
torios de las empresas pioneras desempeñaron un rol central en el ámbito de la innovación
aunque se debe reconocer -aseguran ambos- que sus asesores jurídicos ejercieron un rol tanto
-o más- fundamental aún. Ellos transformaron los derechos de propiedad intelectual en armas
para asegurar el monopolio y siempre que las compañías cuenten con un portfolio consolidado
de derechos de patente, secretos industriales, marcas de comercio, se convierten en sujetos
dominantes en los procesos de negociación de acuerdos de licencia para el uso de la tecnolo-
gía. De esta manera, se consigue eliminar la competencia a través de redes territorialmente
centradas en los derechos de patente que permiten fijar los precios, controlar la producción y
dividir los mercados, entre otras finalidades.

Los mencionados intelectuales recuerdan que el escenario descripto se presenta en ámbitos


muy variados incluyendo la genética. Desde principios de la década de 1970, las empresas
transnacionales químicas, farmacéuticas y agrícolas comenzaron a mostrar interés en la inge-
niería genética debido a diferentes razones. La industria química se encontraba en un proceso
de estancamiento y era blanco de críticas por parte de los ecologistas a causa de los daños
generados al medio ambiente. En cambio, la ingeniería genética se presentaba como una tec-
nología mucho más limpia y en especial con la capacidad de ser aplicada a un rango casi infi-
nito de productos en los mercados globales de la agricultura, los alimentos, las medicinas, las
terapias médicas y químicas. El código de ADN es un patrón estándar de todos los organis-
mos y mediante las nuevas tecnologías se presentaba la posibilidad de trasladar segmentos de
ADN de una especie a la otra en forma rápida y con efectos que parecían predecibles. De este
modo el desafío para las empresas consistía en transformar dichos elementos valiosos en un
estándar de propiedad.

El proceso de “transformación en propiedad” (“propertization”) de estos nuevos conocimien-


tos implicó modificaciones sustanciales (Carrier, 2004). Los avances en la biología molecular-

135
-explican Drahos y Braithwaite- permitieron generar productos y tecnologías para los cuales
existía demanda. En principio el sistema de patentes no desempeñaba ningún rol fundamental.
La investigación era realizada por científicos que trabajaban en institutos y Universidades
Públicas como integrantes de una comunidad internacional, motivados por la curiosidad y la
necesidad de reconocimiento. Y una vez que se dieron los desarrollos en la biología molecular
las empresas transnacionales iniciaron un plan para aprovechar al máximo las nuevas oportu-
nidades tecnológicas incluyendo una modificación radical en el sistema de patentes. Se propu-
sieron que este sistema concediera para la biotecnología el mismo tipo de recompensa que
para la industria química. Así, las modificaciones del sistema de patentes en relación a la bio-
tecnología no fueron una de las causas de la revolución biotecnológica sino una de sus conse-
cuencias. El sistema de patentes estaba allí para ser utilizado y las compañías sacaron amplio
provecho: plantas, animales, microorganismos y genes -así como las herramientas utilizadas
para transformarlos- se transformaron en el nuevo objetivo del patentamiento. El proceso co-
menzó a vislumbrarse con fuerza a partir de la década de 1980 y tuvo un gran auge desde los
años 1990 hasta mediados de la década siguiente caracterizado por la concesión de derechos
exclusivos a los actores individuales, privilegios que obtenían como fruto de las investigacio-
nes nacidas de las Universidades Públicas y de los institutos de investigación (Drahos & Brai-
thwaite, 2003).

De la manera relatada, los autores remarcan otro de los aspectos que también sufrió modifica-
ciones, aquel que se relaciona con la finalidad que -se supone- persigue el otorgamiento de los
derechos de patente. Una de las teorías clásicas a las que se suele apelar como fundamento es
la concepción contractual en la cual la patente de invención representa una especie de contrato
que se establece entre el innovador y la sociedad; donde el inventor recibe el privilegio del
monopolio a cambio de brindar una contribución genuina en su área de expertise. El presu-
puesto de dicha concepción es que los derechos de patente no deben concederse ante desarro-
llos triviales sino frente a genuinas contribuciones al conocimiento. Sin embargo, para las
compañías transnacionales el sistema de patentes más que retribuir los genuinos avances se
destina a asegurar la recompensa a las inversiones privadas. Cuanto más fuerte es el monopo-
lio, mayor posibilidad de garantizar que se recobren -y con creces- dichas inversiones. De este
modo, la cuestión acerca de que los sistemas fuertes de derechos de patente se traduzcan en
mayor innovación es independiente de su otorgamiento. Allí se puede reconocer otra concep-
tualización de los derechos de patente: aquella que los entiende como una recompensa a la
innovación.

136
Luego de este breve recorrido, podemos concordar con los mencionados autores en que en la
actualidad no es posible negar que ciertos actores sociales, en especial las empresas transna-
cionales y también algunos institutos de investigación y hasta Universidades, son artífices de
la conformación de un poder basado en los avances en Investigación y Desarrollo a través de
su apropiación privada mediante derechos exclusivos. Aunque consideramos que además de
un verdadero sistema feudal se trata de un proceso de colonización de los nuevos dominios de
conocimiento. Veamos cómo se lleva a cabo este proceso.

III) Sobre la apropiación de los conocimientos en biotecnología y biomedicina


A lo largo del Siglo XX se generaron importantes modificaciones en las áreas científica y
tecnológica (Galambos & Sturchio, 1998). La sucesión de teorías científicas se perfilaba co-
mo el suelo próspero donde las compañías farmacéuticas y biotecnológicas sembraban sus
esperanzas de expansión a través de estrategias centradas en los derechos de propiedad inte-
lectual. Desde la teoría microbiana de la enfermedad a principios de siglo, la revolución quí-
mico-terapéutica de las décadas de 1930 y 1940 hasta la denominada “revolución biotecnoló-
gica” fundada en la genética molecular y en la tecnología del ADN recombinante, las estrata-
gemas y relaciones de ambos tipos de empresa sufrieron profundas transformaciones.

Al principio, estas áreas de estudio se encontraban confinadas a las pequeñas compañías bio-
tecnológicas centradas en la investigación aplicada. Poco a poco las empresas farmacéuticas
comenzaron a establecer alianzas con las biotecnológicas proporcionándoles apoyo financiero
además de estructura organizacional para llevar a cabo la etapa de ensayos clínicos, el proceso
de manufactura y de puesta en el mercado de sus productos, todo ello a cambio del saber téc-
nico de las compañías biotecnológicas y de sus incipientes patentes de invención (Nicholson
et. al, 2002).

Con el transcurso de los años, ambas entidades estrecharon sus vínculos. Las compañías far-
macéuticas utilizaron el acercamiento a las empresas biotecnológicas como herramienta esen-
cial para la innovación y, al mismo tiempo, los procesos de fusión, absorción y alianzas estra-
tégicas se tornaron moneda corriente. Para mediados de la década de 1990 se observaban los
frutos de estas maniobras en particular en el área de la genética molecular con el desarrollo de
nuevas terapias. De allí en adelante estas empresas se esforzaron por proteger los productos
farmacéuticos mediante derechos de propiedad intelectual, en especial obteniendo derechos de
patente de invención.

137
La concesión de patentes de invención sobre productos farmacéuticos antes del año 1995 se
mostraba completamente diferente respecto del panorama que comenzó a partir de ese mo-
mento. En relación a las patentes farmacéuticas, durante las décadas de 1960 y 1970 algunos
países en desarrollo tales como Chile, Perú y Venezuela presentaban una protección que pue-
de considerarse “débil” ya que si bien no se concedían patentes de producto, se permitían pa-
tentes de procedimiento caracterizadas por su alcance limitado, su corta duración y su facili-
dad de revocación. Y gran parte de los países en desarrollo incluyendo Argentina, Brasil,
Uruguay, India, directamente no concedía patentes farmacéuticas -ni de procedimiento ni de
productos-. La decisión acerca de abarcar estas áreas u otras para cualquier clase de país era
completamente discrecional.

El hecho de que no existiera protección sobre las patentes farmacéuticas, o bien de que se
confiriese una protección débil, conllevaba dos ventajas. En primer lugar, estimulaba el desa-
rrollo de la industria farmacéutica local porque al colocar en pie de igualdad a los productores
locales con las filiales de las empresas transnacionales en relación a las posibilidades de acce-
der al mercado, les permitía emparejar las chances de competir (Eren-Vural, 2007). Y, en se-
gundo lugar, al no conceder patentes de producto, las importaciones de farmo-químicos se
encontraban autorizadas y de este modo, se disponía de medicamentos a precios accesibles.

Si bien durante las décadas consideradas ya existía un acuerdo internacional relacionado con
la propiedad intelectual, tanto su fuerza normativa como su alcance eran más limitados que el
tratado que comenzó a regir en el año 1995. El antecesor al cual nos referimos es el Convenio
de París para la Protección de la Propiedad Industrial de 1883 que tuvo el mérito de configu-
rar el primer intento de armonización normativa a nivel internacional. Fundado en tres propo-
siciones fundamentales: 1. la independencia de las patentes y de las marcas; 2. la igualad de
trato para los nacionales y los extranjeros y 3. el derecho de prioridad para aquel que presen-
tase una solicitud de patente -o demás derechos de propiedad industrial- en uno de los países
de la Unión de Patentes respecto de la posibilidad de presentarlo en el resto de los países que
pertenecieran a la misma Unión; no contemplaba un catálogo de criterios mínimos con carác-
ter coercitivo para los países signatarios. Por el contrario, en materia de propiedad industrial
los países contaban con un amplio margen de autonomía para disponer la opción de políticas
de protección que consideraran más beneficiosa, de modo tal que estaban en condiciones de
extender el alcance de los derechos o denegarlos en los diferentes sectores tecnológicos, en
función de las estrategias que ponderaran más oportunas para incrementar el desarrollo eco-
nómico y social. Cabe aclarar que en este contexto, y como reza el saber popular “nadie es

138
profeta en su tierra”, aún en los países que con posterioridad impulsaron el establecimiento de
sistemas fuertes o estrictos de protección intelectual, no adoptaron tales normativas en su pro-
pio territorio. Tal es el caso de Estados Unidos que optó por una protección laxa durante la
primera mitad del Siglo XIX que se transformó en uno de los pilares de su poderío tecnológi-
co.

El gran cambio en relación a la propiedad intelectual emanó de la Ronda de Uruguay, la ronda


de negociación comercial más extensa del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y
Comercio [GATT] que finalizó con la firma de acuerdos multilaterales entres los que se en-
cuentra el Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual Relacionados
con el Comercio (Acuerdo sobre los ADPIC). La primera cuestión llamativa surgió a partir de
la negociación por primera vez en la arena multilateral de normas de propiedad intelectual en
un área que resultaba ajena. De hecho, existía un organismo especializado, la Organización
Mundial de la Propiedad Intelectual [OMPI] destinado a regular dicha materia que permane-
ció al margen de esta operación histórica. La explicación de este fenómeno proviene de la
utilización de una amplia variedad de estrategias por parte de los países desarrollados -
defensores de los intereses de las grandes empresas de software, tecnología y farmacéuticas-
que recurrieron a su poder de negociación para que los países en desarrollo comenzaran a
conceder el tipo de protección que ellos anhelaban a través de herramientas como el ofreci-
miento de beneficios en las industrias agrícola y textil (Spinella, 2011). Al mismo tiempo ini-
ciaron una operación de incremento de las relaciones públicas globales para presionar en el
mismo sentido (Santoro & Gorrie, 2008). A partir del gran auge en el desarrollo de medica-
mentos durante la década del 1970, los países que habían realizado grandes inversiones para
el desarrollo tecnológico y para expandir sus industrias se propusieron proteger los avances
frente a la competencia. Además de impulsar sistemas nacionales de patentes de inversión
comenzaron a intentar que los países menos desarrollados también lo hicieran dado que sin la
protección jurídica habría libertad de copiar el producto tecnológico sin incurrir en ningún
gasto y perjudicando a quien había realizado al inversión (Bermúdez et al., 2006, p.185)].

De esta manera los países desarrollados lograron alcanzar este tratado, el Acuerdo sobre los
ADPIC, que fijó un conjunto de condiciones en relación a la propiedad intelectual y obligó,
entre otras cosas, a que los países que no concedían protección sobre determinados campos -
entre los que se encontraba el farmacéutico-, se vieran obligados a modificar sus legislaciones
internas debido a la reivindicación de proteger a través de derechos de propiedad intelectual
todos los campos tecnológicos. Así, permitió la obtención de patentes de invención tanto de

139
productos OMC (2003) como de procedimientos para todas las invenciones que satisficieran
los requisitos correspondientes de novedad, la actividad inventiva, la aplicación industrial y la
divulgación suficiente (OMC, 1994, Artículo 27). Por otra parte, amplió el lapso de protec-
ción del título de patente a un período no menor de veinte años contabilizados desde el mo-
mento de presentación de la solicitud (OMC, 1994, Artículo 33).

En el caso de las patentes sobre productos y procesos farmacéuticos, el riesgo latente radica-
ba en que el incremento de los precios, en virtud de la situación de monopolio que confiere la
patente de invención, restringiera el acceso a los medicamentos -en especial a las poblaciones
más vulnerables de los países en desarrollo-, generando una genuina lesión al derecho a la
salud ya que los altos precios constituyen unos de los principales factores que impiden acce-
der a medicamentos y tratamientos en salud (Bermúdez et al., 2006).

En efecto, existen algunos estudios que muestran que independientemente de la retórica de


que las modificaciones legislativas en torno a conceder derechos de patentes más estrictos
redundarán en beneficio de las empresas e instituciones locales, en realidad las más beneficia-
das son las empresas transnacionales. Por ejemplo, Olivera et al. (2006) muestran que en Bra-
sil entre 1999 y 2002 se presentaron 7.030 solicitudes de patentes de productos químicos por
parte de la industria farmacéutica, mientras que durante los años 1996 y 1997 las solicitudes
se duplicaron e igual tendencia mostraron en 1999 y en 2000. Antes de la entrada en vigencia
del Acuerdo sobre los ADPIC en Brasil, respecto del origen, Estados Unidos lideraba las soli-
citudes abarcando el 52% del total y en este primer período no hay registro de que Brasil haya
presentado ninguna solitud de patente sobre productos químicos. Con posterioridad a 1996,
Estados Unidos no perdió ese rol pero fue acompañado de otros países desarrollados como
Alemania que aumentó de 8,9% al 12,2% y Gran Bretaña del 3,7% al 7,7% del total de paten-
tes. A partir del año 1996, el país anfitrión tan sólo presentó el 3.1% del total se solicitudes,
un número claramente bajo. Ahora bien, al analizar la información consignada, Olivera y sus
coautores llegaron al resultado de que cuando los países desarrollados encarnan el 95% de las
solicitudes de patente farmacéuticas, ello refleja que los países con menor capacidad de infra-
estructura y menor inversión en Investigación y Desarrollo se encuentran imposibilitados de
sacar provecho de las patentes de invención. Y, dado que en la misma época, se incrementa-
ron las importaciones de la industria farmacéutica brasileña, se manifiesta la situación de de-
pendencia tecnológica externa. Así, cada vez que Brasil concedía (y concede) uno de estos
derechos, al carecer de la producción local de productos y procesos patentados, termina favo-
reciendo a las empresas extranjeras titulares del derecho.

140
Por otra parte, la Secretaría del Comité de Desarrollo y Propiedad Intelectual de la Organiza-
ción Mundial de la Propiedad Intelectual presentó un reciente trabajo de investigación acerca
del impacto de la propiedad intelectual en la industria farmacéutica de Uruguay (Comité de
Desarrollo y Propiedad Intelectual, 2014). Este país era uno de los que no concedían protec-
ción mediante derechos de patente a los productos farmacéuticos hasta que suscribió al
Acuerdo sobre los ADPIC. El estudio analizó como uno de los ejes fundamentales el uso del
sistema de propiedad intelectual. Se utilizaron registros individuales de 9160 solicitudes de
patente presentadas entre 1995 y 2012 y de 235.956 solicitudes de registro de marcas presen-
tadas entre 1985 y 2012. Con respecto a este tema, se observó que las solicitudes de patentes
farmacéuticas efectuadas por las empresas extranjeras constituían la mayoría; tan sólo el 4%
del total de las solicitudes entre 1995 y 2012 pertenecían a los residentes en el Uruguay. La
proporción de solicitudes presentadas por residentes disminuyó del 11,8% en el año 1995 al
2,1% en 2010 a pesar de que la totalidad de las solicitudes se duplicó en el año 2000. Asi-
mismo se pudo apreciar una concentración relacionada con el país de origen. Estados Unidos,
Alemania, Francia, Suecia, Suiza y el Reino Unido constituían el 84% del total de solicitantes
de patentes farmacéuticas. El ranking de las 10 mayores solicitantes lo encabezaban las em-
presas transnacionales farmacéuticas que abarcaban dos tercios de las solicitudes en ese país.
Otro dato relacionado que arrojó el estudio es que las empresas farmacéuticas presentan más
solicitudes de registro de marcas que cualquier otra empresa con un promedio de vida mayor
que el de otras marcas.

En el caso de Argentina también se ha observado en el período 1995-2000 un crecimiento


sostenido de las solicitudes de patentes de invención en consonancia con la adhesión a los
acuerdos internacionales y el ingreso de inversiones extranjeras directas. Con respecto al ori-
gen, también se ha manifestado la tendencia de mayoría de solicitantes no-residentes con un
porcentaje que varía entre el 66% y el 86% a lo largo de los diferentes años del periodo consi-
derado. En cuanto al área en relación al campo técnico, predomina el sector químico seguido
por las actividades del área farmacéutica y electrónica (Instituto Nacional de la Propiedad
Industrial, 2004).

IV)Reflexiones finales
A lo largo de estas páginas hemos mostrado que el proceso de expansión de las reglas de pro-
piedad intelectual ha configurado una de las principales estrategias tendientes a la apropiación
de los denominados bienes comunes intelectuales en las áreas de la biotecnología y la biome-

141
dicina. Con el transcurso de los años ambos dominios se han ido relacionado y entretejiendo.
Además de la complejidad de los conocimientos científicos y tecnológicos, la configuración
de las reglas que los rigen y los espacios donde se distribuyen, se incrementaron y se expan-
dieron a escala global.

Consideramos que más allá de la retórica del beneficio para las empresas e industrias locales,
los grandes ganadores y líderes del proceso de la expansión de las patentes farmacéuticas han
sido mayoritariamente las empresas transnacionales, junto con algunas Universidades e insti-
tutos de investigación, que además de modificar las normas jurídicas vigentes, han sabido
apropiarse de conocimientos que se originan en el ámbito de la educación pública y se sub-
vencionan con los impuestos nacionales.

La introducción de derechos de patentes de invención más estrictos sólo puede llegar a repre-
sentar un beneficio para aquellos actores que cuenten con capacidad de infraestructura y de
inversión en Investigación y Desarrollo suficientes para implementar los concomimientos que
contienen las patentes de invención. En el caso de los países en desarrollo, donde los titulares
de las patentes de invención son (casi en su totalidad) las filiales de las empresas extranjeras,
la concesión de patentes sobre procesos y productos farmacéuticos se traduce en el aumento
de los precios de los medicamentos patentados y retrasa la puesta en el mercado de los medi-
camentos genéricos, es decir, pone de manifiesto el poder de los conquistadores contemporá-
neos que se apropia de los recursos de los locales y actúa como depredador de los resquicios
de libertad normativa en materia de propiedad intelectual.

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144
2. Nuevas formas de gubernamentalidad y
procesos de subjetivación
Emiliano Sacchi

El principal interrogante que agrupa los textos de este eje gira en torno a las relaciones entre
poder y subjetividad o, dicho de otra forma, sobre las maneras en que se vinculan las formas
concretas que adquiere el ejercicio del poder y los modos de subjetividad inherentes a ellos. Se
inscriben así en la estela de una forma de interrogar las relaciones entre subjetividad y política
que tiene en M. Foucault un claro antecedente. Pero, más allá de esa referencia autoral, se trata
de propuestas teóricas, análisis empíricos, ejercicios experimentales que tensionan aquél interro-
gante con las transformaciones recientes en el capitalismo, en la cultura, en las formas del saber,
en la tecnología y en los procesos sociales en general.

Nos interesa reflexionar y abrir un espacio de discusión sobre los procesos de subjetivación en la
actualidad. Por ello, no es la gran pregunta ¿Qué es el Sujeto? la que nos convoca, sino las
interrogaciones por los múltiples procesos en los que se construye la subjetividad. En efecto, ésta
está constituida en y por las experiencias históricas. En ese sentido hablamos de subjetivación
como proceso, pues en el entramado histórico de los discursos y las prácticas, se constituyen los
modos de existencia. La subjetividad se hace, se produce, se fabrica. Entonces nos interrogamos:
¿Cuáles son los dispositivos, las maquinas, las instituciones, la relaciones, las prácticas, los
discursos, que modelan las formas de subjetividad en la actualidad? ¿Cuáles las que resisten e
inauguran nuevos modos de ser?

Ello supone la pregunta central por las formas que adquiere el ejercicio del poder en las socieda-
des contemporáneas. De nuevo acá la pregunta no es por el qué del poder, por su esencia, sino
por el cómo, por sus modos de funcionamiento, por sus dispositivos concretos, por sus racionali-
dades, por sus formas materiales y abstractas, y sobre todo, por sus trans-formaciones y sus
nuevas formas. Deleuze ha propuesto comprender en términos de sociedad de control el nuevo
régimen de poder y de saber que vendría a remozar los viejos dispositivos de la sociedad moder-
na. El mismo Foucault señalaba en los años ’80 el nacimiento del neoliberalismo como nueva
forma de gubernamentalidad irreductible a aquellos. Otras investigaciones (Negri, Virno, Hardt,
Lazzarato) han vinculado estas nuevas formas de poder con las vicisitudes del capitalismo y las
transformaciones en la producción y el trabajo. Autores anglosajones (Dillon, Rabinow, Rose)
han intentado analizar esta mutación en relación a los nuevos saberes científicos y los modos que
estos saberes redefinen lo que somos. Desde la perspectiva CTS y desde las corrientes más
activas del feminismo se llama la atención sobre la mutación fármaco-tecnológicas y las nuevas
formas de dominación (Haraway, Preciado). Cada uno de los aportes de esta enumeración no
exhaustiva indica que en la actualidad asistimos a la instalación progresiva y dispersa de un
nuevo régimen de dominación que se dibuja en disposiciones que no son ya los que clásicamente
se suele asignas a la sociedad moderna. Los aportes de los diferentes autores interrogan de forma
heterogénea entonces qué procesos de sujeción, de subjetivación y que posibilidades de resisten-
cia implican estas transformaciones.

Componen este conjunto, elaboraciones teóricas que a partir de las nociones foucaultianas y de
sus interferencias en la filosofía contemporánea proponen originales modos de abordar la cues-
tión de la subjetividad. En ese sentido Silvana Vignale se interroga, tras el agotamiento de las
nociones clásicas con las cuales se ha intentado dar cuenta de la subjetividad (“individuo”,
“persona”, “identidad”), por la posibilidad de pensarla a partir del desplazamiento desde la
noción de “hombre” a la de “vida” y particularmente a partir de rol del cuerpo en esta transfor-
mación. Sandra Uicich, por su parte, remarcando la relación entre subjetividad y resistencia,
aborda no ya las formas de subjetivación del sujeto individual, sino los modos en que se configu-
ra, inventa y resinifica el sujeto colectivo a partir de las filosofías de Deleuze, Guattari y Lazza-
rato.

Otros trabajos como los de Iván Dalmau o Ariel Sánchez-Ávila, retornan arqueológicamente
sobre los textos foucaultianos en la búsqueda de elementos que la sedimentación del Archivo
Foucault ha dejado relegados y que permiten nuevas formas de lectura y de interrogación. En ese
sentido Dalmau, propone repensar la biopolítica foucaultiana como forma de gobierno a través
de la verdad y para ello revisa el modo en que el método genealógico recupera y reelabora
herramientas elaboradas por Foucault en el seno de su arqueología. Sánchez-Ávila, por su parte
cartografía la conformación epistémico-política del Archivo Foucault y analiza en él diversas
formas de problematización de la noción de placer en relación al dispositivo moderno de sexua-
lidad y la historia de la gubernamentalidad en Occidente.

Ciertamente, la cuestión particular del neoliberalismo como forma de gubernamentalidad consti-


tuye un capítulo aparte de esta compilación. En este marco, Esteban Tocino, analiza la articula-
ción entre régimen de verdad y procesos de subjetivación a partir de la teoría del capital humano
y particularmente en lo que refiere a al rol político de la ciencia y sus veridicciones en la consti-
tución de una subjetividad empresarial optimizable. Paralelamente, Sebastián Botticelli, elabora

146
un análisis de la gubernamentalidad contemporánea a partir de la constitución del saber adminis-
trativo. Propone en tal sentido una revisión arque-genealógica del surgimiento de esta disciplina
como insumo que permite comprender tanto el rol fundamental que la administración ocupa en la
modernidad occidental como por contraste el nacimiento y los rasgos específicos de un arte de
gobernar específicamente neoliberal.

Otro capítulo lo constituyen los textos que sirviéndose de las herramientas foucaultianas, las
tensionan con experiencias particulares y prueban de realizar un diagnóstico del presente con
ellas. Así, Martínez Posada, analiza las relaciones de poder presentes en las prácticas de la
educación superior y expone como éstas se encuentran determinadas por los lineamientos de las
nuevas gubernamentalidades empresariales y por las lógicas del capitalismo contemporáneo. En
el mismo sentido, Melina Maira, analizando la conformación del modelo de educación superior
en Chile, intenta comprender sus lógicas políticas, sus prácticas de gobierno y sus efectos
subjetivos a partir de la figura del empresario de sí mismo y de la subjetividad endeudada. Bussi
y Orlando por su parte describen, en base una investigación de campo sobre las formas de la
escolaridad en contextos de pobreza extrema y degradación ambiental, los procesos de subjetiva-
ción escolares en el marco de las sociedades de control.

Finalmente, contribuciones como la de Lucina Ginga y Juan Abud Jaso se interrogan de forma
más global, pero no menos precisa, sobre nuestra experiencia del presente. Ginga, a partir del
film Her (Spike Jonze, 2013), reflexiona sobre un presente que se revela signado por el neolibe-
ralismo, como estrategia gubernamental y la posmodernidad como su lógica cultural. Abud Jaso,
reflexiona en cambio sobre un presente marcado por la vacía retórica política de la democracia y
el ostracismo que sufre la hipótesis comunista, en ese marco se interroga por la posibilidad de
nuevas formas de subjetividad y alternativas a la globalización capitalista.

Verdad, Poder y subjetividad, gubernamentalidad y subjetivación, son las palabras claves del
conjunto, pero a través de ellas, de lo que se trata en todas las intervenciones acá reunidas es de
algo más importante: las acomuna la pregunta por el presente. No se trata de taxonomías acadé-
micas, de erudiciones filiativas, de ortopedias de la correcta lectura. Más allá de las palabras
claves y de las referencias explicitas o veladas a un autor o un conjunto de autores, de lo que se
trata en estos textos es de un modo de reflexión filosófico-político que interroga la experiencia
del presente, las fuerzas que la configuran y sedimentan y sus posibles líneas de fractura. ¿Qué
somos nosotros hoy? ¿Qué es este “hoy” en el cual vivimos? ¿Cuáles son los dispositivos de
poder que definen los límites de lo que somos, hacemos y pensamos? ¿Qué procesos de sujeción
y de subjetivación implican? ¿Qué hay de novedoso en éstos? ¿Qué formas de relación social

147
conllevan? ¿Qué tipo de experiencia somos capaces de realizar en nuestro presente? ¿Cómo se ha
constituido esta experiencia? ¿Cómo es posible que seamos estos que somos? y entonces también
¿Cómo es posible que devengamos otros? Después de todo, son estas preguntas las que hemos
intentado formular desde este eje en las VI Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política
Contemporánea procurando dar lugar a una forma de ejercicio teórico que busca en la contingen-
cia que nos ha hecho ser lo que somos, la potencia de no seguir siendo, pensando o haciendo lo
que somos, hacemos o pensamos. Entre esa contingencia y esa potencia, queremos inscribir
nuestro trabajo como gesto crítico, transgresor, experimental. Los textos aquí reunidos, recupe-
ran, reformulan, discuten y desplazan esas preguntas y de esa forma interrogan fragmentariamen-
te el caleidoscopio de nuestra experiencia del presente.

148
El cuerpo en cuestión; la tensión cuerpo-vida en los modos de sub-
jetivación singulares y políticos en la filosofía contemporánea
Silvana P. Vignale (CONICET / UNCu)

Antecedentes de nuestra investigación

En nuestra tesis doctoral titulada “Políticas de la subjetividad: subjetivación, actitud crítica y


ontología del presente en Michel Foucault”1 buscamos mostrar que el entramado de las nocio-
nes de “subjetivación”, “actitud crítica” y “ontología del presente” en las últimas investiga-
ciones foucaulteanas, permite mostrar la posibilidad de nuevos modos de subjetivación, man-
teniendo la tensión entre libertad e historia.2 Esto quiere decir que, si bien el sujeto se encuen-
tra determinado histórica y socialmente mediante modos de objetivación y de sujeción, tam-
bién hay una instancia en la que interviene respecto de su propia constitución, en la que puede
crear condiciones de resistencia respecto de todo modo de coacción. La noción de subjetiva-
ción puede ser comprendida como elaboración y transformación de sí mismo, y en tal sentido,
también como resistencia política con respecto a los dispositivos de poder que condicionan y
fijan nuestras identidades y que producen modos de ser de los sujetos. De modo que se trata
de una resistencia ética, por un lado, en cuanto se vale de la relación de sí consigo, y de una
resistencia política, en la medida en que se juega en una relación de gubernamentalidad; así, el
plano de la subjetivación sólo puede comprenderse en la trama del problema del gobierno de
sí y de los otros. Esto quiere decir que el tejido de “modos de objetivación”, “modos de suje-
ción” y “modos de subjetivación” no se da sino en el marco de una relación con la verdad, y
que ellos no se en encuentran concatenados, sino entramados en una política de la subjetivi-
dad. Los procesos, por lo tanto, mediante los cuales nos constituimos en nosotros mismos
suponen no tanto, ni solamente, una producción de las determinaciones históricas de las so-
ciedades en las que nos encontramos, cuanto una relación con ellas. En este marco, la actitud
crítica es un ethos que busca determinar las posibilidades indefinidas de transformación subje-
tiva, y se constituye, en este sentido, en un modo de vida, tanto en la vida singular como en la
vida política, en cuanto actitud que busca cierta “indocilidad reflexiva” e “inservidumbre vo-
luntaria” respecto de determinadas formas de gobierno (Foucault, 1995: 8). Conduce a reali-
zar una ontología del presente u ontología histórica de nosotros mismos, que tiene por función
realizar un diagnóstico del presente. Tal diagnóstico se fija como tarea preguntarse no sólo

1
Buenos Aires, UNLA, marzo de 2014.
2
Tomamos el periodo de la obra de Foucault desde 1980 a 1984. En adelante, cada vez que se mencionan las
últimas investigaciones foucaulteanas nos referimos a este periodo.
quiénes somos en este momento, sino qué debemos hacer de nosotros mismos para ser otros
de los que somos, de modo tal que esta tarea ya es en sí misma una intervención y transforma-
ción del presente.

En este marco, nuestra investigación nos condujo al problema de la vida, por dos lados. En
primer lugar, en cuanto la noción de vida (junto con la noción de gubernamentalidad) nos
permitió explicar el pasaje en las investigaciones de Michel Foucault de los desarrollos acerca
de la biopolítica a sus estudios sobre las tekhne tou biou, o técnicas de vida –cuyos desplaza-
mientos teóricos, epocales y metodológicos abordamos en nuestra tesis–. En este sentido, sos-
tuvimos que la noción de bíos se constituye en una bisagra entre una genealogía del poder y
una crítica del sujeto.3 En segundo lugar, en cuanto que, a partir de un diagnóstico respecto de
las nociones de las que aún hoy nos servimos en relación a la subjetividad, encontramos ago-
tadas nociones que desde la modernidad determinan todavía el corpus léxico no sólo de las
ciencias humanas y sociales, sino también de las ciencias jurídicas y de las ciencias médicas.
Nos referimos a nociones como las de “individuo”, “persona”, “identidad”, entre otras. Si, de
acuerdo a los últimos trabajos foucaulteanos, cabe pensar en los modos de subjetivación ac-
tuales, sostuvimos que aquellas nociones impiden un adecuado acercamiento a la pregunta por
los modos de subjetivación, mientras que la vida puede ser pensada como “sustancia ética” 4 o
material para la transformación de nosotros mismos. Es en la vida misma donde las formas de
resistencia propias para la creación de nuevos modos de subjetivación pueden encontrar lugar,
en cuanto se trata de una potencia que insiste sobre sí misma: la vida como potencia sólo bus-
ca acrecentarse. Transitando un plano de inmanencia impersonal como es la vida, se arriesga
la propia formación como sujetos, en cuanto ella es potencia de desubjetivación y capacidad

3
Mientras que muchas veces se ha denominado la etapa de las últimas investigaciones de Foucault como “ética”
(por ejemplo, Ángel Gabilondo así lo refiere en la introducción al tercer grupo de obras reunidas en el tomo
Obras esenciales, de editorial Paidós -cfr. FOUCAULT, Michel. Obras esenciales. Barcelona, Paidós, 2010, p.
701-), consideramos que es necesario –y mediante el criterio con el cual el mismo autor había denominado ya su
arqueología del saber y su genealogía del poder– nombrar este último trabajo como una crítica del sujeto, en
cuanto ya no se trata sólo de arqueología y genealogía, las que manifiestan la relación entre el presente y el
pasado, sino de una crítica que busca tensionar el presente con un futuro abierto en términos políticos. Esta
filosofía crítica es la que permite realizar una ontología o diagnóstico del presente, que es ya y en sí mismo, parte
del trabajo de su transformación.
4
Foucault denomina “sustancia ética” a la materia principal a través de la cual el individuo determina su
conducta moral, y da forma a tal o cual parte de sí mismo. Es la respuesta a la pregunta ¿cuál es la faceta o parte
de mi conducta que está vinculada con la conducta moral? En el caso de los griegos, es el conjunto de prácticas
relacionadas con el placer en general, pero también el placer sexual, denominado aphrodisia. Cfr. FOUCAULT,
Michel. Historia de la sexualidad 2, El uso de los placeres. Buenos Aires, Siglo XXI, 2008.

150
de reinventar las propias formas y desordenar las fuerzas que han sido codificadas. Hasta aquí
nuestro trabajo de tesis doctoral.5

Dimensiones del problema de la vida: de una arqueología a una crítica genealógica

Desde aquí es que consideramos que el problema de la vida aparece como problema teórico y
filosófico desde al menos dos tópicos metodológicos: en primer lugar desde una dimensión
arqueológica, en cuanto se evidencia un agotamiento de las categorías modernas relativas al
sujeto. En este marco, la noción de vida se inscribe en un horizonte filosófico-político, que
alimenta por un lado interrogaciones relativas a la individuación subjetiva y singular, y por
otro, indagaciones en torno a la individuación de un sujeto político colectivo. En segundo
lugar, mediante una dimensión genealógico-crítica: es la interrogación por los efectos de ver-
dad y subjetivación. Hacer una historia del presente supone, por lo tanto, una reflexión sobre
la contemporaneidad, que no es sólo reconocer cuáles son nuestros problemas, sino qué nos
hace contemporáneos a ellos; y en este sentido, se trata de una reflexión sobre nosotros mis-
mos. Desde una perspectiva genealógico-crítica, se trata de otorgar peso a la pregunta por la
subjetivación y por las resistencias. La dimensión crítica, propiamente, apunta a la filosofía
como modo de vida, y en este sentido señala, no sólo el carácter metodológico de la investi-
gación, sino su dimensión ética y política.

Quizás la más paradigmática de las formas en que se inscribe y despliega el problema de la


vida en la filosofía contemporánea sea la recepción en nuestro presente de los trabajos de Mi-
chel Foucault acerca de las relaciones entre el poder y la vida, y desde la cual se desarrolla
una labor dirigida hacia estudios en biopolítica, de modo general, pero también a debates en
torno a la animalidad y a la pregunta por la vida en común, a partir de autores contemporá-
neos como Giorgio Agamben, Jacques Derrida, Roberto Esposito, Toni Negri, Jacques Ran-
cière, entre otros. En todos los casos, se trata de problematizar la cuestión del sujeto tal como
ha sido desplegada desde la modernidad, para ofrecer nuevos modos de conceptualizar los
modos de subjetivación.

La experiencia de la modernidad condujo a la escisión entre sujeto y objeto, y con ello, a un


sujeto separado de la vida, en cuanto –como lo señala Georges Canguilhem– “no es cierto que

5
Entre los antecedentes de este plan de investigación también se encuentra la participación en el proyecto de
investigación titulado “Vida y derecho a la vida: re-prensando la cuestión de la legitimidad” (SECTYP 2013-
2015, UNCuyo), con la dirección de la Doctora María del Carmen Schilardi. Y la propia dirección de un
proyecto de investigación, denominado “Poéticas de la subjetividad”, en el marco de mi actividad docente como
Titular de Filosofía, en la Facultad de Psicología de la Universidad del Aconcagua.

151
el conocimiento destruya la vida, sino que deshace la experiencia de la vida” (Canguilhem,
1976: 8), y con ello, deshace también una de sus dimensiones: el cuerpo. Como dijimos antes,
nociones que han servido a las ciencias humanas y sociales para producir conocimiento en
torno a nosotros mismos –“persona”, “individuo”, “sujeto de derecho”, etcétera– desdibujan y
hasta olvidan la corporalidad como inscripción vital de lo que somos. En este sentido es que
Roberto Esposito realiza una genealogía de la noción de “persona” para mostrar que en la
modernidad se da la primacía ontoteológica de lo que denominamos persona sobre lo imper-
sonal (Esposito, 2009), pero también sobre el cuerpo. “Persona –podría decirse– es aquello
que en el cuerpo es más que el cuerpo” (Esposito, 2009: 23). “Para ser propietaria, la persona
no puede coincidir con su propio cuerpo; incluso es cualificada justamente por la distancia
que la separa de él” (Esposito, 2009: 25).

Tal vez podamos realizar un excursus aquí para señalar algún ejemplo de cómo aquel bagaje
conceptual sólo produce paradojas que impiden una adecuada problematización.6 La noción
de persona sirve todavía hoy a problemas bioéticos, tanto para sostener argumentos conserva-
dores como progresistas, es decir que sirve como presupuesto conceptual a posiciones ideoló-
gicas opuestas. Tal es el caso de la despenalización del aborto. Tanto quienes se arrogan la
disponibilidad sobre el propio cuerpo, como quienes lo declaran no disponible porque es pro-
piedad intangible de Dios, o porque consideran que puede hablarse de persona desde la con-
cepción, necesitan presuponer la persona para sustentar sus argumentos. Esto muestra que, así
como la concepción jurídica del poder se mostró agotada en un determinado momento para
pensar, no sólo el funcionamiento del poder en los últimos dos siglos, sino también los efectos
del poder, esto es, la constitución de los sujetos en la trama histórica social, la noción de per-
sona también se encuentra agotada para pensar problemas relativos a la vida y fundamental-
mente para pensarnos a nosotros mismos. Nuevos modos de comprender quiénes somos posi-

6
Como ejemplo de esas paradojas, Foucault muestra que la teoría de la soberanía funcionó sin problemas tanto
para justificar las monarquías absolutas como las democracias parlamentarias, es decir, tanto para limitar como
para fortalecer el poder real: “La encontramos del lado de los católicos monárquicos o de los protestantes
antimonárquicos; del lado de los protestantes monárquicos más o menos liberales; también del lado de los
católicos partidarios del regicidio o del cambio de dinastía. Vemos que esta teoría de la soberanía actúa en manos
de los aristócratas o de los parlamentarios, del lado de los representantes del poder real o del lado de los últimos
señores feudales. En resumen, fue el gran instrumento de la lucha política y teórica alrededor de los sistemas de
poder de los siglos XV y XVII. Por último, en el siglo XVIII volvemos a encontrar esta misma teoría de la
soberanía, como reactivación del derecho romano, en Rousseau y sus contemporáneos, en este caso con un
cuarto papel: en este momento se trata de construir, contra las monarquías administrativas, autoritarias o
absolutas, un modelo alternativo, el de las democracias parlamentarias. Y éste es el papel que desempeña aún en
el momento de la Revolución.” Reconocer el problema en el uso de la teoría de la soberanía para unos fines y
otros hace indiscutible el aporte de Foucault de analizar el poder en términos capilares, en cuanto a su papel
productivo y a su funcionamiento en red. Cfr. En: FOUCAULT, Michel. Defender la sociedad. Curso en el
Collège de France, 1975-1976. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2010, pp. 42-43.

152
bilitarían una mejor comprensión de nuestros problemas, relativos a nosotros y a nuestro
tiempo.

De manera que puede observarse una búsqueda –no sólo de Esposito, sino también de otros
autores, como los mencionados anteriormente– para comprender de un modo nuevo aquellas
nociones vinculadas a la vida, al cuerpo y la subjetivación. Aunque la noción de “vida” trae
una serie de problemas relativos a su propia carga conceptual –entre ellos la ambigüedad e
indecisión entre la vida biológica y la vida anímica, correlato de una tradición metafísica dua-
lista–, se reconoce en la filosofía contemporánea, el esfuerzo por desontologizar las reflexio-
nes en torno a ella, así como a la noción misma de sujeto. Esto es así mediante una tensión
con la noción de “cuerpo”, también heredera de la tradición metafísica dualista.

La distinción entre zoé y bíos, vocablos propios de la lengua griega para designar a la vida, es
retomada por Giorgio Agamben en su Homo Sacer (Agamben, 1998) para distinguir el simple
hecho de vivir, que es común a todos los seres vivientes (zoé) de una forma de vida propia de
un individuo o grupo (bíos). Edgardo Castro (2012) retoma esta distinción para mostrar el
cuestionamiento de Laurent Dubreuil y James Finlanyson respecto a las bases filológicas e
interpretativas de la argumentación de Agamben, en la que se funda el dispositivo biopolítico
de la soberanía, aunque también de Foucault. Los cuestionamientos se dirigen, fundamental-
mente, a que no encuentran una distinción tajante entre bíos y zoé, y en cuanto a que la noción
de bíos no se encontraría en el griego reservada exclusivamente a los seres humanos ni redu-
cida a un sentido político. Ahora bien, Castro señala que la dificultad no es la distinción en
Agamben entre bíos y zoé –en cuanto que lo que interesa a Agamben no es tanto la distinción
cuanto su indistinción o zona de indiscernibilidad–, sino superponer esta distinción al hombre
y el animal. Solidario a la interpretación de Pierre Hadot, sostiene que el bíos presenta una
diferencia en su significado, asociado a la duración de la vida y al modo de vivir. Es desde
este punto de vista desde donde hemos abordado la cuestión del bíos en nuestra tesis doctoral,
como un arte de la vida, el “bíos como un material para una obra de arte” (Dreyfus y Ra-
binow, 2001: 268). Incluso Foucault piensa en la posibilidad de la filosofía como modo de
vida: “crear conceptos es una manera de vivir y no de matar la vida” (Foucault, 2012, 265).
Ahora bien, aquél mismo problema señalado por Castro en relación a la superposición de la
distinción entre bíos-zoé a la de hombre-animal, puede presentarse en relación a la vida
anímica y a la vida corporal o física. Aquella distinción reduciría la vida del cuerpo a la zoé,
mientras el bíos expresaría modos de vida que trascienden al cuerpo y lo relegan, reservando
lo propiamente humano a la creación de modos de vida individual o colectiva. En este senti-

153
do, aquellas resistencias propias del bíos o de las formas de vida no coincidirían, al menos no
sin un cierto sometimiento de una instancia a la otra, con las posibilidades de resistencia de
los cuerpos.

Lo cierto es que, desde el siglo XVII y como lo señaló Foucault, la vida se vuelve blanco de
las técnicas de saber-poder, en donde se establece un corte o distinción entre las vidas a prote-
ger y las vidas a abandonar, traducido bajo el lema de “hacer vivir o dejar morir”. Es así que
puede verse no sólo una crítica al sujeto fundante, garante del conocimiento, sino también la
necesidad de abordar la tensión “cuerpo-vida” desde lo político, esto es, en una relación ines-
cindible entre los saberes, los poderes y la producción de las subjetividades. Pues como lo
señala Foucault en La voluntad de saber,

“Por primera vez en la historia, sin duda, lo biológico se refleja en lo político. (…) [El poder]
ya no tiene que vérselas sólo con sujetos de derecho, sobre los cuales el último poder del poder
es la muerte, sino con seres vivos, y el dominio que pueda ejercer sobre ellos deberá colocarse
en el nivel de la vida misma; haber tomado a su cargo a la vida, más que la amenaza de asesi-
nato, dio al poder su acceso al cuerpo” (Foucault, 2009: 135).
Ahora bien, es también la vida el lugar propio de las resistencias, es decir, no sólo el territorio
donde se lleva a cabo la sujeción a los aparatos biopolíticos, sino también el campo en donde
es posible sustraerse a la sujeción de éstos, donde se libra la batalla por hacer de la vida una
vida otra (Foucault, 2010a, 282), sea en el campo ético de las subjetivaciones, sea en el espa-
cio de las resistencias políticas. Tanto en uno como en otro, se dan al mismo tiempo procesos
de sujeción y procesos de desubjetivación y desidentificación respecto de instancias normali-
zadoras y reguladoras, que permiten la invención de nuevas formas de vida.

El cuerpo en tensión con la vida: interrogantes sobre qué lugar ocupa en el desplaza-
miento conceptual

Como se ha dicho hasta aquí, el problema de la vida se inscribe en una ontología del presente,
mediante los desarrollos actuales de la filosofía contemporánea, y es necesario atender al des-
plazamiento ontológico de la noción de “hombre” –y otras ya citadas– a la noción de “vida”
(o al par bíos-zoé). Pero también considerar que la noción de “cuerpo”, de modo general,
parece no dejar de sustancializarse sino de una manera similar a la de “persona”, y en tal sen-
tido, no escapa a cierta reificación y objetivación de sí mismo, reproduciendo un dualismo
presente desde las primeras concepciones platónicas. La noción de cuerpo ha sido y es utiliza-
da en diversos campos y territorios todavía asociada a cierto dualismo (y nos referimos a los
discursos que circulan más allá de los discursos académicos y filosóficos sobre el cuerpo).

154
Incluso en los discursos más afirmadores de lo corpóreo, se cae en una reificación con un cier-
to arrastre liberal: el cuerpo es lo que se tiene, es del orden de la propiedad. Es “mío”. Con
esto queremos decir que, así como las nociones de sujeto, individuo, persona son nociones
envejecidas para una reflexión que busca realizar una hermenéutica del presente, la noción de
“cuerpo” no lo es menos. En esta dirección nos preguntamos ¿qué lugar ocupa el cuerpo en tal
desplazamiento?

En nuestra tesis doctoral hemos presentado a la vida como el lugar propio para la resistencias
a los mecanismos de inscripción y sujeción de lo vivo de ese poder violentamente normaliza-
dor y regulador. Atendiendo a ello, nuestra interrogación se dirige, de modo general, a lo si-
guiente: ¿hay una coincidencia entre vida y cuerpo al presentarse la vida como el lugar propio
de las resistencias? ¿En qué medida hablamos del cuerpo al desplazar discursivamente la
cuestión del “hombre” (o la “persona”, el “individuo”, etc.) a la noción de “vida”?

De modo particular, y con atención a nuestro objeto de estudio y continuidad de nuestra in-
vestigación, los modos de subjetivación –tal como los hemos trabajado en nuestra tesis docto-
ral en el último periodo de la obra de M. Foucault– suponen procesos de desubjetivación y al
mismo tiempo, una desontologización de “lo que es” a “lo que deviene”: se trata de aquél
diagnostico crítico del presente que nos permite interrogarnos no sólo acerca de lo que somos
–o lo que llegamos a ser, a partir de determinados acontecimientos–, sino de lo que debemos
hacer para ser otros de los que somos, para generar resistencias y crear nuevos modos de vida.
Ahora bien, ¿qué lugar ocupa propiamente la noción de “cuerpo”, o mejor dicho, la tensión
entre las nociones de “cuerpo” y “vida” en el último periodo de las investigaciones foucaul-
teanas? ¿Qué relaciones y tensiones se establecen entre vida, cuerpo y subjetivación en tal
periodo? ¿Hay desplazamientos también en la relación cuerpo-vida desde su genealogía del
poder a su crítica del sujeto? La relación entre cuerpo y vida ¿debe pensarse a partir de su
diferencia o más bien como la tensión entre dos puntos que no pueden pensarse de modo se-
parado?

Por lo tanto, para seguir una tal inscripción del problema de la vida en la filosofía contempo-
ránea, atendiendo a estos procesos y desplazamientos problemáticos en torno a los modos de
subjetivación, nos proponemos indagar sobre el lugar que ocupa la tensión entre las nociones
de “cuerpo” y “vida” en la obra foucaulteana, como una primera aproximación, con el supues-
to de que la vida es siempre un exceso de la individualidad somática del cuerpo.

Como anticipación de sentido, podemos decir que en la obra de Foucault puede encontrarse
una historia del cuerpo, que es paralela a una historia de la verdad, a una historia de la guber-

155
namentalidad y a una historia de la subjetividad, y ello gracias a que el tratamiento de Fou-
cault sobre el cuerpo no se reduce a la singularidad somática del individuo, objeto de la disci-
plina, sino que se amplía a la concepción de un cuerpo-población, objeto de regulación, pero
también al cuerpo entendido como materia de una técnica de sí, es decir, desde una considera-
ción ética. En este sentido, podría mostrarse un desplazamiento de una genealogía a una críti-
ca del cuerpo, que nos permitiría realizar una relectura de la noción de “cuerpo” en Foucault.

Una tal historia no sólo nos permitiría problematizar una reificación del cuerpo (tanto singular
como político), sino también inscribir el problema del cuerpo en la posibilidad de nuevas for-
mas de vida, y contribuir con ello a aquellas dos tareas mencionadas al principio de este escri-
to. Una tarea arqueológica, en cuanto la vida se registra como un problema en los discursos
filosóficos contemporáneos –y a partir del cual la tensión cuerpo-vida tiende a profundizar
interrogantes relativos a la individuación singular y política (por ejemplo en cuanto puede
trazarse una diferenciación entre “vida” y “cuerpo” que acaba poniendo en cuestión o al me-
nos problematizando el territorio más o menos demarcado de la individualización del cuerpo;
convenga tal vez atender aquí a los desarrollos de Deleuze y Guattari sobre la noción de
“cuerpo sin órganos”) –. Y una tarea genealógico-crítica, en cuanto se trata de determinar la
“producción” de cuerpos y de prácticas de veridicción en una historia del cuerpo. Lo que
permite plantear el interrogante ¿qué cuerpos para qué modos de vida?

Los olvidos

Hasta aquí hemos explicado de modo general cuál ha sido nuestro trabajo doctoral, y cómo ha
aparecido interrogantes relativos a la continuidad de aquella investigación, fundamentalmente,
de preocuparnos por los modos de subjetivación a un acercamiento al problema desde la pers-
pectiva de la tensión entre el cuerpo y la vida. En lo que sigue, ofreceremos algunas reflexio-
nes que nos permiten comenzar a tomar posición respecto de aquellos interrogantes, abordan-
do aquella dimensión arqueológica que supone una tarea crítica respecto de nociones y discur-
sos modernos que todavía permean la circulación de diversos discursos y se institucionalizan
en las prácticas.

Foucault decía en La verdad y las formas jurídicas que el sujeto de conocimiento tiene una
historia (Foucault, 2010, 170). Podemos señalar, como uno de los momentos cruciales de
aquella historia del sujeto de conocimiento, el momento cartesiano. Se recordará cuando Des-
cartes en sus Meditaciones metafísicas reduce el sujeto a la conciencia, y con ello lo vuelve

156
garante del conocimiento: “Yo no soy, pues, hablando con precisión, más que una cosa que
piensa es decir, un espíritu, un entendimiento o una razón (…). Yo no soy esa reunión de
miembros que se llama cuerpo humano” (Descartes, 2005: 226).

Si atendemos a dos de los momentos en la historia del pensamiento occidental, aquellos estu-
diados por Foucault en la primera clase de La hermenéutica del sujeto, podemos reconocer
dos modos diferentes de acceso a la verdad, aunque también, distinguir los efectos de ésta
sobre el sujeto. En la Antigüedad Clásica, el acceso a la verdad se encontraba vinculado a un
proceso o trabajo sobre sí mismo, a una suerte de iniciación a través de la cual el sujeto acce-
de a la verdad mediante determinadas técnicas y ejercicios, que Foucault llama "técnicas de
sí" y que constituyen o forman parte de la epimeleia heautou o inquietud de sí. En efecto, esta
relación con la verdad puede reconocerse en la teoría del conocimiento platónica, como por
ejemplo, en Fedro, donde el Amor se presenta como un tipo de locura, don de los dioses, que
permite conectarse, mediante la reminiscencia de lo bello, con la Idea de Belleza. Como sa-
bemos, este es un trabajo que debe realizar el propio sujeto para acceder a la verdad. Y los
efectos de esa relación entre sujeto y verdad suponen que el sujeto se transforma, ya no es el
mismo, porque precisamente es ese trabajo sobre sí mismo que lo vuelve otro del que es. Pero
también porque la verdad produce un “efecto de contragolpe” en el sujeto. En cambio, en la
Modernidad, el acceso a la verdad es inmediato. Ya no se encuentra mediatizado por un traba-
jo o esfuerzo del sujeto, ni por un camino o proceso que lo conducen a la verdad. Sino que
mediante la razón se accede de modo directo a la verdad. Claro que no hay efectos en el suje-
to: en cuanto la razón es la que permite un acceso inmediato al conocimiento, el sujeto ya no
necesita transformarse para acceder a la verdad. La operación cartesiana de reducir el sujeto a
la conciencia y volverlo garante de todo conocimiento coloca al sujeto del otro lado del obje-
to.

En este sentido, podemos decir que la Modernidad –o lo que es lo mismo, aquel registro aná-
tomo-metafísico iniciado por Descartes– olvidó el íntimo vínculo entre sujeto y objeto. Para
decirlo de otro modo: se olvidó de cierta disponibilidad del sujeto respecto de lo que se vuel-
ve su objeto de conocimiento. Se trata de cierta intimidad entre sujeto y objeto, valga decir,
una relación ética que forma parte de nuestros procesos de subjetivación, y que alcanza la
propia vida, la historia biográfica, aquello que se denomina como “modos de vida”. Denomi-
namos aquí “disponibilidad” a cierta actitud de apertura del sujeto de conocimiento, a la acti-
tud subjetiva respecto del reclamo previo del objeto, del que el sujeto se siente interpelado,
no por otra cosa que porque se vincula a su propia vida. Se trata de la llegada de un objeto a lo

157
que es en el sujeto cierto estado de expectativa, pues se trata de volvernos disponibles respec-
to de aquellas cosas con las que ya previamente tenemos una afinidad subjetiva, por eso de-
cimos que se trata de un vínculo con la propia vida.7 8 En este sentido, podemos decir que nos
encontramos interpelados por ciertos problemas en cuanto el objeto de ese problema nos es
constitutivo, nos conforma, o lo que es lo mismo, nos atraviesa en los propios procesos de
subjetivación.

Además de aquél olvido del vínculo existente entre sujeto y objeto que señalábamos hace un
momento, no cabe duda que se encuentra, entre otros, el olvido del cuerpo. Éste aparece desde
la Modernidad a lo sumo recalificando los viejos dualismos, como en el cuerpo-máquina car-
tesiano, y llegando hasta el positivismo del siglo XIX, mediante las dos posiciones predomi-
nantes, la posición mecanicista de Comte, que entiende el cuerpo como un mecanismo, y la
posición biologicista de Spencer, donde hay una reducción del cuerpo a lo estrictamente bio-
lógico, en tanto se entiende como organismo vivo. En Vigilar y castigar Foucault hablaba de
un doble registro en la Modernidad del “gran libro del hombre-máquina” (Foucault,
2008:158): por un lado, un registro anátomo-metafísico, fácilmente identificable con la opera-
ción cartesiana de reducción del sujeto a la res cogitans. Por otro lado, un registro técnico-
político, escrito en los márgenes de aquél otro, y que incluye los reglamentos militares, hospi-
talarios, y escolares. Mientras en éste último se busca la sumisión y utilización del cuerpo –un
cuerpo útil–; aquél busca volverlo inteligible. Ambos contribuyen a aquello que hace cuarenta
años Foucault denominaba como “cuerpos dóciles” en esa historia de la prisión. En aquél re-
gistro anátomo-metafísico, el cuerpo aparece asociado a la máquina. Un modelo mecánico del
ser viviente supone la idea de que el movimiento le viene de “otro” lado: una máquina no se
basta a sí misma. Se trata, ni más ni menos, de la distinción radical entre cuerpo y alma, entre
la res cogitans y la res extensa.

Si bien es el registro técnico-político el que disciplina los cuerpos y regula la vida de las po-
blaciones, el registro anátomo-metafísico ha sido el que ha velado, opacado, obturado aquella
producción de los cuerpos y de las vidas, bajo aquellas formas de objetivación y sujeción del
anátomopoder y el biopoder. Dicho de otro modo, el registro anátomo-metafísico con las no-
ciones generales y abstractas de “sujeto”, “individuo”, “persona” y en el marco del humanis-
7
El desarrollo de las nociones de “disponibilidad” y “expectativa” se encuentra en un artículo publicado por la
Revista Perspectivas metodológicas. Cfr. VIGNALE, S. “Disponibilidad y expectativa. Conceptos para una
ampliación metodológica en investigaciones filosóficas”. Revista Perspectivas Metodológicas. Publicación de la
Maestría en Metodología de la Investigación Científica y del Centro de Investigaciones en Teorías y Prácticas
Científicas de la UNLA. Año 13 – Nro. 13 – Noviembre de 2013. ISSN 1666-3055. Pp. 35-44.
8
No podemos dejar de reconocer un sentido semejante de lo que estamos diciendo en Heidegger, en cuanto se
refiere que en el preguntar filosófico hay un buscar que tiene su dirección previa que le viene de lo buscado .

158
mo, ha naturalizado aquellas formas en que el poder alcanza los cuerpos y las vidas, suavi-
zándolas con aquellas categorías abstractas y favoreciendo la normalización y regulación.

Independientemente de los avatares histórico-políticos que nos convocan a problematizar la


cuestión del cuerpo más allá de las perspectivas animistas o mecanicistas, pero también biolo-
gicistas, consideramos que habría que explorar ambos olvidos juntos. Tanto el del cuerpo, por
el sujeto de conocimiento, como el de la disponibilidad, de la que hablábamos más arriba, por
la escisión entre sujeto y objeto. Dado que, en la medida en que hacemos entrar el cuerpo y la
vida a nuestras relaciones con la verdad, aparece una nueva epistemología, atenta a los modos
de vida, y a una verdad que no puede entenderse ni de modo universal ni sin efectos en los
procesos de subjetivación. De esta forma, cuerpo y verdad se unen en una epistemología am-
pliada. No nos detendremos en este momento sobre este punto, simplemente queremos dejar
aquí presentadas algunas ideas que por el momento son paralelas a nuestro planteo inicial,
pero que sospechamos llegarán a un mismo cauce en la medida en que avancemos con nuestro
trabajo.

La tensión entre cuerpo y vida en el horizonte de nuestro presente

¿Por qué explorar entonces la tensión del cuerpo y la vida?

En principio, y tratándose de nosotros mismos, y de un trabajo filosófico sobre nosotros mis-


mos, podemos decir que nuestra investigación se inscribe en una ontología del presente, lo
que en primer lugar supone la dificultad de pensar la propia contemporaneidad. En este mar-
co, la noción de “vida” se inscribe en un horizonte filosófico-político en el cual se encuentra
una preocupación relativa a los modos de individuación singulares y colectivos. A diferencia
de aquél registro moderno que mencionamos como “anátomo-metafísico”, en el cual la cues-
tión del sujeto se resuelve mediante la reducción a la conciencia y al cuerpo-máquina, la cues-
tión de la vida aparece en el horizonte de nuestro presente para problematizar y desenlazar
nuevas formas de subjetivación, tanto singulares como políticas. En este contexto teórico, la
cuestión del cuerpo presenta una cierta tensión respecto de la noción de vida, en cuanto sigue
presentando resabios dualistas. Nos topamos aquí con un obstáculo propio de aquél registro
metafísico: y es la imposibilidad de pensar por fuera de los dualismos de la tradición metafísi-
ca occidental, y que nos lleva también a la dificultad de abolir la distancia entre lo individual
y lo común, aquella frontera que los separa y que nos obliga a pensarlos por caminos separa-

159
dos. Tal vez una de las formas para abordar el problema, sea comprender que todo funciona-
miento del poder se da tanto en clave disciplinaria como biopolítica, tal como lo señaló Fou-
cault. En tal sentido, toda producción y transformación en los modos de subjetivación se en-
cuentre atravesada por un doble registro individual y colectivo, que nos invitaría a pensar en
una doble y única operación (aunque también, y lo dejamos entre paréntesis por el momento,
la posibilidad de trascender las dicotomías entre el “adentro” y el “afuera”, lo “singular” y lo
“común”, lo “individual” y lo “colectivo” mediante la introducción de la noción de “pliegue”
en nuestros trabajos, utilizada por Gilles Deleuze en sus análisis sobre la obre de Foucault).

Es el mismo Foucault quien, para pensar el presente, necesita recurrir al pasado, y el pasado al
que recurre no es el pasado moderno, el mismo que nos obliga a pensar de forma dual el cuer-
po y el alma, los individuos y la población, sino un pasado más lejano a partir del cual pueda
decirse algo respecto de los modos de vida y de una posibilidad de constitución de la subjeti-
vidad a partir de cierta autonomía respecto de las normas, aunque no de aquellas mediante las
cuales el sujeto se vincula a sí mismo. Lo novedoso en los griegos, valga el oxímoron aquí, es
que podían determinarse a sí mismos sin una instancia jurídica per se. De allí que la cuestión
de la vida se presente, en los últimos trabajos foucaulteanos no sólo con atención a las formas
de vida, sino también como sustancia ética sobre la cual realizar un trabajo sobre sí mismos.
Este giro hacia la cuestión del bíos, que puede verse en la obra de Foucault como un despla-
zamiento de la biopolítica –donde el poder recae sobre la vida de las poblaciones– hacia el
bíos en el marco de las técnicas de sí, puede comprenderse si nos conducimos con la hipótesis
antes mencionada: la necesidad de realizar una ontología de nosotros mismos, que responda a
nuestro presente y a los modos de resistencia que podemos alcanzar mediante un trabajo sobre
la propia subjetividad. Hay un agotamiento de las nociones que se han adherido a aquél regis-
tro anátomo metafísico de las ciencias humanas y jurídicas, como ya se ha dicho: las nociones
de “persona”, “individuo”, y propiamente la de “sujeto”. Estas nociones devinieron tales me-
diante un proceso de abstracción en el cual hay un olvido del cuerpo que no es inocente. Sin ir
más lejos, se trata de un procesos de abstracción respecto de “lo que somos”. Tal como puede
verse en ese otro registro, paralelo al anátomo-metafísico, el técnico-político, se advierte que
no es el cuerpo el objeto de la penalidad, sino el alma, al vida, el espíritu, como puede adver-
tirse en diferentes páginas de Vigilar y castigar (Foucault, 2008: 20, 26, 39), aquello que Fou-
cault denomina como una “penalidad de lo incorporal”. Si el olvido del cuerpo no es inocente,
no por ello decimos intencional, como si una voluntad individual hubiese decidido dejarlos de

160
lado. Pero sí es una voluntad de olvido de lo corpóreo, de lo vital, de lo vinculado a las fuer-
zas generadoras y creadoras de la vida y de las formas de vida.

Respecto de los caminos a transitar para el desarrollo de un trabajo tal y como hemos venido
expresando a lo largo de esta comunicación, necesitamos, además de explorar propiamente la
tensión entre cuerpo y vida en la última etapa de trabajo de Foucault, abarcar otras dimensio-
nes en el pensamiento filosófico contemporáneo, como el cuestionamiento a las nociones de
“individuo”, “persona”, “sujeto”, y aspectos vinculados propiamente a la noción de “cuerpo”
y “vida”, para iniciar aquél doble trabajo mencionado al comienzo: un trabajo arqueológico
que evidencie el empobrecimiento de nociones modernas para pensar al sujeto y un trabajo
genealógico-crítico, que nos conduzca a interrogar por los efectos de verdad y subjetivación a
partir de los discursos contemporáneos sobre la vida y el cuerpo.

No queremos dejar de mencionar que inscribimos nuestra investigación en el marco de una


tarea filosófica respecto de nuestro presente, aquello que Foucault denominó una ontología
del presente o una ontología histórica de nosotros mismos. Con la dificultad de ser contempo-
ráneos a nuestro objeto de estudio, nosotros mismos. Sobre este problema, Agamben reflexio-
naba acerca de qué es ser contemporáneo, diciendo que es aquél que fija la mirada en su tiem-
po, pero sin coincidir con él, en una suerte de desfasaje, ya anunciado por uno de los cuestio-
nadores de aquél registro anátomo-metafísico moderno: Nietzsche, con su noción de “intem-
pestividad”. Lo cierto es que mantener fija la mirada en el presente permite una suerte de lo
que los psicoanalistas llaman “atención flotante”: una actitud crítica respecto de aquello de
que es objeto de nuestra mirada, que hemos mencionado al principio de esta comunicación
como dos actitudes complementarias, “disponibilidad” y “expectativa”. Ser contemporáneo es
así mirar la propia época sabiéndose parte de ella, y con eso, sabiendo que no es posible ser
“objetivo” con el propio tiempo, puesto que a pesar de no coincidir con el propio tiempo, nos
encontramos todavía demasiado cerca de él. Lo que impide el acceso al presente es el carácter
traumático de su cercanía. Es la misma operación que se vuelve obstáculo en las relaciones
con los otros o incluso con nuestros objetos de investigación. Su cercanía, las marcas que lle-
vamos de ellos, la con-fusión con ellos, nos otorgan la posibilidad de una nueva manera de
comprendernos históricamente. Si la expectativa es un esperar en relación al ver, lo es en rela-
ción a un ver “propio” en cuanto un presente nos atraviesa y nos constituye. De allí que la
pregunta por el presente nunca puede olvidar el presupuesto ético que nos vincula al mismo,
esto es, la relación ética que mantenemos con el presente, del cual formamos parte.

161
Puede entenderse entonces esta comunicación no sólo como la presentación de nuestra inves-
tigación, sino también como un acto parresiástico: en cuanto se trata de la apropiación de una
verdad vinculada a la propia vida, no sin un anclaje en el presente: toda reflexión filosófica
como posibilidad de expresar los problemas relativos a la propia época, para contribuir en un
diagnóstico de lo que somos.

Bibliografía

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Cid.

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Garzón del Camino.

162
Procesos de subjetivación, sujeción e invención: sobre el sujeto co-
lectivo
Sandra Marcela Uicich (UNSur)

“Hay dos significados de la palabra sujeto: por un lado, sujeto a al-


guien por medio del control y de la dependencia y, por otro, ligado a su
propia identidad por conciencia o autoconocimiento. Ambos significa-
dos sugieren una forma de poder que subyuga y sujeta” (Foucault
2001: 245).

Michel Foucault define la experiencia epocal de una cultura como la correlación de tres ele-
mentos: campos del saber, tipos de normatividad y formas de subjetividad (Cfr. Foucault
2006b: 8). En cada momento histórico los campos del saber delimitan un tipo de sujeto de
conocimiento y un modo específico de relación con la verdad; los tipos de normatividad regu-
lan la relación de unos sujetos que actúan sobre otros, a través de distinciones entre lo normal
y lo anormal, y mediante normas, leyes, reglas, dispositivos, mecanismos de distinto tipo; y
las formas de subjetividad implican una determinada relación de los sujetos consigo mismos,
fundando en este sentido una ética.

En distintas obras Foucault muestra la aparición -a lo largo de los siglos XVIII y XIX- de ins-
tituciones y prácticas disciplinarias en torno a “nuevos sujetos” que no encajan en el nuevo
orden productivo capitalista, y se recortan y se nombran sobre el fondo pacífico de una socie-
dad conformada por individuos “normales”: son el loco, el enfermo, el delincuente o el crimi-
nal. En torno a cada uno de ellos se elaboran conocimientos, que se plasman en nuevas cien-
cias en las que el sujeto deviene tanto sujeto como objeto: ciencias de la observación, ciencias
humanas como la psicología, la psiquiatría, la sociología y la antropología, la criminología o
la teoría de la penalidad. Así se “inventan” sujetos de conocimiento (psiquiátrico, carcelario,
médico, etc.) en el contexto de la aparición de establecimientos de encierro. Esas sociedades
disciplinarias se caracterizan por el control social y la vigilancia, por la regulación y la norma-
lización: “Toda la penalidad del siglo XIX pasa a ser un control, no tanto sobre si lo que ha-
cen los individuos está de acuerdo o no con la ley, sino más bien sobre lo que pueden hacer,
son capaces de hacer, están dispuestos a hacer o están a punto de hacer” (Foucault 2003: 101-
2).

El panoptismo, dimensión fundamental y característica de las relaciones de poder de esas so-


ciedades, es una forma de saber-poder que se apoya en el examen, el ojo atento, la mirada
constante, la observación, la vigilancia individual y continua de los sujetos; es forma de con-
trol –de castigo, de recompensa- y es método de formación y transformación de los individuos
en función de ciertas normas, es decir, como corrección del “anormal”; es disposición arqui-
tectónica generadora de saberes1.

Al estudiar las prácticas concretas -rechazando la idea de un sujeto constituyente y adoptando


un escepticismo sistemático ante los universales antropológicos- Foucault muestra que la “su-
jeción” del sujeto no está atada en forma determinista a las fluctuantes relaciones de poder,
porque ahí donde el poder cree fundar verdades y legitimar saberes fijando los modos posibles
de ser sujeto, se abre también el campo de la creación siempre renovada y nunca agotada de
otras formas de subjetivación.

Los procesos de subjetivación también liberan las potencialidades; y este carácter rebelde e
indominable de la constitución del sí-mismo (soi même) es el eje en torno al cual se pueden
situar los análisis de las prácticas sociales contemporáneas en las que irrumpen modalidades
novedosas de la subjetividad. Desde ya, ese soi même no debe asimilarse al sujeto racional
consciente y libre que pensó la filosofía moderna sino al modo nietszcheano de un quantum
de fuerzas dinámicas, modo ampliamente pensado, descripto y usado por Deleuze y Guattari.

Las subjetividades fueron tamizadas históricamente por diversos mecanismos, procedimientos


y tecnologías de poder usados “para actuar sobre el comportamiento de los individuos consi-
derados individual o colectivamente; para formar, dirigir o modificar su manera de compor-
tarse, para imponer fines a su inactividad o para inscribirla en estrategias de conjunto, múlti-
ples, por tanto, en su forma y lugar de ejercicio” (Foucault 1984: 944, traducción propia). Es-
tos mecanismos, procedimientos y tecnologías que funcionan modelando subjetividades e
imponiendo identidades deben someterse a la crítica y deconstrucción, pero es preciso tam-
bién observar cómo se dan formas de la constitución subjetiva como reapropiación creativa,
como tarea propia.

El sujeto no es una emergencia determinada absolutamente por las verdades establecidas ni


los poderes funcionando, sino creación constante en tensión con ellos, es decir, proceso: lu-
cha, juego, azar. Y “(…) no es suficiente decir que el sujeto se constituye en un sistema sim-
bólico. No solamente en el juego de los símbolos se constituye el sujeto. Se constituye en
prácticas reales, que son históricamente analizables. Existe una tecnología de la constitución

1
“Vigilancia permanente sobre los individuos por alguien que ejerce sobre ellos un poder –maestro de escuela,
jefe de oficina, médico, psiquiatra, director de prisión- y que, porque ejerce ese poder, tiene la posibilidad no
sólo de vigilar, sino también de constituir un saber sobre aquellos a quienes vigila” (Foucault 2003: 104-105).

164
del yo, que cruza los sistemas simbólicos, mientras hace uso de ellos” (Foucault 1996: 81).
En la perspectiva foucaultiana sobre la subjetividad la resistencia es (también) invención:
constitución del soi même como novedoso pliegue de las fuerzas sobre sí, para crear eso im-
pensable e impensado por los saberes y los poderes establecidos.

Sujeto del/al humanismo

En el seno del humanismo se definió la subjetividad desde lo natural, subsumida bajo un ré-
gimen identitario que la organiza a partir de una imagen fija y estable y la ata a una identidad
como si fuese una unidad cerrada, impermeable a un “afuera” cambiante.

La constitución de un sujeto universal que encaja por disciplinamiento en las sendas trazadas
de la normalidad naturaliza una determinada concepción de Hombre, vuelve a ese modelo de
hombre un paradigma natural. Ya hace tiempo se denuncia su carácter eurocéntrico, su víncu-
lo con el colonialismo, su falsa universalidad como modo de ejercicio del poder.

A contrapelo de esa concepción tradicional del sujeto como "un être-là, algo del dominio de
una supuesta naturaleza humana”, Guattari propone en Micropolítica “la idea de una subjeti-
vidad de naturaleza industrial, maquínica, esto es, esencialmente fabricada, modelada, recibi-
da, consumida” (Guattari y Rolnik 2005: 39), apostando a procesos de subjetivación singular
que derroquen toda determinación universal de las identidades2.

En la misma línea, Deleuze rescata la potencialidad irreductible de los procesos de subjetiva-


ción que implican siempre un resto, ese que el marketing no puede domesticar, que la domi-
nación ideológica no puede condicionar, que los saberes y los poderes dominantes no pueden
controlar, al rebasar al sistema capitalista y a los dispositivos disciplinarios3. La subjetivación
consiste para Deleuze “en la invención de nuevas posibilidades vitales, como dice Nietzsche,
en la constitución de auténticos estilos de vida” (Deleuze 1996: 148). La creación de nuevas

2
“A esa máquina de producción de subjetividad opondría la idea de que es posible desarrollar modos de subjeti-
vación singulares, aquello que podríamos llamar ‘procesos de singularización’: una manera de rechazar todos
esos modos de codificación preestablecidos, todos esos modos de manipulación y de control a distancia, recha-
zarlos para construir modos de sensibilidad, modos de relación con el otro, modos de producción, modos de
creatividad que produzcan una subjetividad singular” (Guattari y Rolnik 2005: 29).
3
“Puede, en efecto, hablarse de procesos de subjetivación cuando se consideran las diversas maneras que tienen
los individuos y las colectividades de constituirse como sujetos: estos procesos sólo valen en la medida en que, al
realizarse, escapen al mismo tiempo de los saberes constituidos y de los poderes dominantes. Aunque ellos se
prolonguen en nuevos poderes o provoquen nuevos saberes: tienen en su momento una espontaneidad rebelde.
No se trata en absoluto de un retorno al ‘sujeto’, es decir, a una instancia dotada de deberes, saberes y poderes”
(Deleuze 1996: 275).

165
imbricaciones con las formas dominantes de producción material y social las hace naufragar
en lo inesperado, espontáneo y rebelde.

Los procesos históricos nos muestran un doble juego en la construcción de lo real: por un
lado, las realidades sociales son objetivadas, remiten a tramas de relaciones, normas e institu-
ciones legadas por generaciones anteriores que, a través de distintos dispositivos condicionan
las prácticas individuales y colectivas; y a la vez, esas tramas se vuelven sus puntos de apoyo
porque las realidades sociales se inscriben en mundos subjetivos interiorizados constituidos
por formas de sensibilidad, percepción y pensamiento.

Si bien las representaciones sociales contribuyen a construir las realidades sociales, no las
agotan: existen diversos mecanismos de objetivación, materialización y fijación de “lo real” y
a la vez, lo que aquí nos importa, azarosas o creativas fugas de esos mecanismos. Es decir, los
modos de aprendizaje y de socialización permiten interiorizar los universos exteriores, y como
contraparte, las prácticas individuales y colectivas se objetivan en universos interiores. En el
orden establecido (dispositivos, instituciones, mecanismos de diverso tipo) hay toda una pro-
ducción de subjetividad estandarizada, que pone a disposición de los “consumidores” una
serie de subjetividades prét-a-porter: en esos procesos de subjetivación hay una simple indi-
vidualización, una “elección” o “adopción” individual de uno de estos modos de ser sujetos
disponibles en el seno del propio sistema.

Sin embargo, hay otros procesos de subjetivación que implican una singularización subjetiva,
como explica Guattari:

La subjetividad (…) es esencialmente social, asumida y vivida por individuos en sus existen-
cias particulares. El modo por el cual los individuos viven esa subjetividad oscila entre dos ex-
tremos: una relación de alienación y opresión, en la cual el individuo se somete a la subjetivi-
dad tal como la recibe, o una relación de expresión y de creación, en la cual el individuo se
reapropia de los componentes de la subjetividad, produciendo un proceso que yo llamaría de
singularización (Guattari y Rolnik 2005: 48).
Esa reapropiación creativa, ese pliegue de las fuerzas sobre sí mismas, es la constitución sub-
jetiva como tarea propia.

Franquear la línea de fuerza, rebasar el poder, ello significaría plegar la fuerza, conseguir que
se afecte a sí misma en lugar de afectar a otras fuerzas: un “pliegue”, según Foucault, una rela-
ción de la fuerza consigo misma. Hay que “doblar” la relación de fuerzas mediante una rela-
ción consigo mismo que nos permite resistir, escapar, reorientar la vida o la muerte contra el
poder. (...) A esto llamó Nietzsche la actividad artística de la voluntad de poder, la invención
de nuevas “posibilidades de vida” (Deleuze 1996: 159-160).
En la perspectiva de Foucault, Deleuze y Guattari, la resistencia no es (sólo) oposición, crítica
o denuncia, sino invención, es decir, reconstitución del pliegue de las fuerzas sobre sí mismas.

166
Sin embargo, ese plegado no es acción consciente de un sujeto soberano al estilo del que men-
tó la modernidad, sino despliegue azaroso de las fuerzas mismas. A propósito de la concep-
ción del sujeto en Foucault, Deleuze explica en una entrevista:

De acuerdo con la manera en que se pliega la línea de las fuerzas, se constituyen modos de
existencia, se inventan posibilidades de vida (...): no ya la existencia como sujeto, sino como
obra de arte. Se trata de inventar modos de existencia, siguiendo reglas facultativas, capaces de
resistir al poder y de hurtarse al saber, aunque el saber intente penetrarlas y el poder intente
apropiárselas. Pero los modos de existencia o las posibilidades vitales se recrean constante-
mente, surgen constantemente nuevos modos... (Deleuze 1996: 150).
Hoy, diversos procesos de singularización escapan a la fijación de identidades, tanto indivi-
duales como colectivas. Y es el sujeto colectivo el que propiamente se aventura en la creación
de la multiplicidad, de la heterogeneidad y de la novedad política.

Sujetos políticos

“(…) estoy convencido de que una recuperación de la iniciativa política y el desarrollo de


movimientos no se puede hacer sino sobre la base de una política de la multiplicidad y de la
singularidad” (Lazzarato 2006: 18).

El funcionamiento de mecanismos de poder configura subjetividades, pero el poder es sólo


uno de los modos de objetivación del sujeto; y toda forma de poder exige un contrapoder que
a contraluz lo defina4. Ese contrapoder forma diversas figuras, incluso aquellas que parecen
escapar a la hegemonía del poder arrebatando a los dispositivos la primacía en la constitución
subjetiva y apostando a la siempre posible y nunca acabada potencia de la invención. Prestar
atención a ese contrapoder implica, como señala Foucault,

(…) otra manera de ir más allá hacia una nueva economía de las relaciones de poder, (…) con-
siste en tomar las formas de resistencia contra diferentes tipos de poder en su momento inicial.
Para usar otra metáfora, consistiría en usar esta resistencia como si fuera un catalizador quími-
co que ilumine las relaciones de poder, ubique su posición, indague su punto de aplicación y
los métodos que usa. (…) Y con el propósito de comprender qué son las relaciones de poder,
quizás podríamos investigar las formas de resistencia y los intentos de establecer relaciones di-
sociadas (Foucault 2001: 243-244).
Abordando los distintos modos en que se configura, inventa y resignifica el sujeto colectivo
como formas de la trama sociopolítica, a partir de las filosofías de Deleuze, Guattari y Lazza-
rato, propongo analizar la relación entre los modos de ejercicio del poder y los procesos de

4
“(…) la libertad puede aparecer como la condición para el ejercicio del poder (y al mismo tiempo su precondi-
ción, dado que la libertad debe existir para que se ejerza, y también como su soporte permanente, dado que sin la
posibilidad de la resistencia, el poder sería equivalente a la determinación física)” (Foucault 2001: 254). Tam-
bién: “no hay relaciones de poder sin medios para escapar o sin luchas posibles” (ídem, p. 258).

167
subjetivación actuales en el caso del sujeto colectivo en las experiencias de los nuevos movi-
mientos sociales.

Como una de las formas de la movilización social, los movimientos sociales han adquirido
una mayor diversidad en las últimas décadas. Frente a los viejos movimientos de los países
centrales (ecologistas, feministas, pacifistas, antirracistas, de consumidores, de minorías se-
xuales) se reformulan otros, especialmente en América Latina, con características que llevan a
designarlos como “nuevos movimientos populares” (Cfr. de Sousa Santos 1998: 312-331).
Entre esas características podemos mencionar su separación de las estructuras de los partidos
políticos y de los sindicatos, innovando en las formas de circulación del poder, de toma de
decisiones, de tipos de acciones colectivas (democracia participativa o asamblea); son puntua-
les en sus reclamos y efímeros en su duración ya que rara vez llegan a institucionalizarse, y no
apuntan a una sociedad futura mejor sino a una transformación de lo cotidiano aquí y ahora;
tienen componentes pluriclasistas o transclasistas a partir de la identificación de nuevas for-
mas de opresión, no reducibles a las relaciones de producción y la explotación, cuya lógica se
desplaza ahora a las relaciones sociales, a todos los sectores de la vida social. Su mayor nove-
dad consiste en “la ampliación de la política hasta más allá del marco liberal de la distinción
entre estado y sociedad civil” (de Sousa Santos 1998: 322), con una politización de lo social,
de lo cultural e, incluso, de lo personal.

De Sousa Santos analiza la dinámica de los nuevos movimientos sociales a través de dos po-
los estructurantes: por un lado, la relación entre regulación y emancipación; por otro, la rela-
ción entre subjetividad y ciudadanía. Los nuevos movimientos sociales como intersección de
esta doble relación implican una novedosa gestión de la emancipación frente a las formas tra-
dicionales de regulación (tanto capitalista como socialista), y una singular afirmación de la
subjetividad sobre la ciudadanía. Hay mucho más de qué emanciparse que de la explotación
capitalista por extracción de plusvalía económica5. Y hay otras formas de subjetivación social
o política, más allá del sujeto ciudadano6.

5
“La plusvalía puede ser sexual, étnica, religiosa, generacional, política, cultural; puede tener lugar en el hábito
(y no en el acto) de consumo; puede tener lugar en las relaciones desiguales entre grupos de presión, partidos o
movimientos políticos que deciden el armamento y el desarme, la guerra y la paz; puede incluso tener lugar en
las relaciones sociales de destrucción entre la sociedad y la naturaleza, o mejor entre los llamados recursos ‘hu-
manos’ y los llamados recursos ‘naturales’ de la sociedad” (de Sousa Santos 1998: 316).
6
“Las formas de opresión y de exclusión contra las cuales luchan no pueden, en general, ser abolidas con la mera
concesión de derechos, como es típico de la ciudadanía; exigen una reconversión global de los procesos de socia-
lización y de inculcación cultural y de los modelos de desarrollo, o exigen transformaciones concretas, inmedia-
tas y locales (…), exigencias que, en ambos casos, van más allá de la mera concesión de derechos abstractos y
universales” (de Sousa Santos 1998: 319).

168
Sin dudas, el principal actor demandado por todos estos movimientos sociales sigue siendo el
Estado, pero su vínculo tanto con el conflicto como con los demandantes se vuelve complejo.
Esquemáticamente, desde una teoría de las relaciones de corte aún sustancialista, se pueden
describir cuatro modelos de la relación Estado-sociedad-conflictos. En primer lugar, los con-
flictos que se dan en un Estado sólido que maneja la conflictividad articulando marcos institu-
cionales adecuados; un ejemplo regional puede ser Uruguay. Un segundo caso es el de un
Estado que logra más o menos tratar los conflictos -que no son ni muy intensos ni muy radica-
lizados- mediante mecanismos semiformales de arbitraje y negociación, como ha ocurrido en
Brasil. Un tercer tipo es el de conflictividad en un Estado con marcos institucionales débiles e
incapaces de procesar los conflictos, y en sociedades con alta capacidad e intensa tradición de
movilización social. Ejemplos claros en América Latina son Bolivia y Perú. Finalmente, el
conflicto en un Estado fuerte y en sociedades con bajos niveles de protesta social y débil ca-
pacidad de movilización, como Chile y Costa Rica (Cfr. Calderón 2012: 117-118).

Además de estas configuraciones de las relaciones entre el conflicto social, el lugar del Estado
y el rol de los sujetos demandantes, hay otras que se apoyan en un carácter performático que
rebasa el carácter lingüístico de las configuraciones habituales, fundadas en una ontología
sustancialista. La protesta apuesta más a un hacer que a un decir, a la invención y puesta en
práctica de nuevas acciones más que a la redacción de nuevas consignas. De forma tal que los
nuevos movimientos sociales no nuclean a un conjunto de individuos vinculados por una
identidad común, por una adhesión unánime a un reclamo o por los efectos socializadores de
la participación colectiva7. Son, antes que nada, una pluralidad que sólo encuentra efímera
unificación en un proceso no exento de tensiones, de pugnas entre poderes e intereses, de fu-
gas creativas e invenciones disruptivas.

Las peculiaridades de los nuevos movimientos sociales nos remiten a la concepción de lo co-
lectivo en la perspectiva de Lazzarato, que retoma los planteos de Gabriel Tarde. La sociedad
es un todo que no trasciende sus propias partes, producido por la acción singular de una mul-
tiplicidad de singularidades. “El todo no tiene entonces una realidad independiente de las sin-
gularidades que la constituyen, algo que cualquier crisis política y social demuestra inmedia-
tamente” (Lazzarato 2006: 60). A propósito de este enfoque, propongo considerar tres grandes
núcleos teóricos.

7
Estos tres elementos -identidad, adhesión y socialización- como efectos individuales de la participación en
movilizaciones o acciones colectivas, son analizados por Fillieule y Tartakowsky (2015).

169
La primera consideración es el planteo de una teoría de la exterioridad de las relaciones, que
las concibe como independientes de los términos que las efectúan, y a la vez, esos términos
pueden entrar en sistemas de relaciones diferentes y simultáneos 8. “Alrededor de la existencia
de las relaciones exteriores a los términos, de la independencia de los términos de las relacio-
nes vinculadas con la totalidad, se juega la posibilidad o la imposibilidad de una política de la
multiplicidad” (Lazzarato 2006: 19).

La segunda consideración remite a la idea de lo colectivo como un modo de unión o composi-


ción o unificación de las singularidades. Pero esa “unidad” llamada “lo colectivo” es compleja
porque “hay una multiplicidad de modalidades de unificación, diferentes grados de unidad,
maneras heterogéneas de ser ‘uno’ y una multiplicidad de maneras de realizarlas” (Lazzarato
2006: 25).

Tercera consideración: la distinción entre dos regímenes de lo posible, uno remite a la crea-
ción de estrategias para realizar lo ya pensado o soñado o proyectado como posibilidad, y el
otro apuesta a la azarosa e interminable creación de esos posibles en el marco de un aconte-
cimiento inesperado, para los cuales habrá que crear también los modos de efectuación.
“Efectuar los posibles que un acontecimiento ha hecho emerger es entonces abrir otro proceso
imprevisible, arriesgado, imposible de predecir” (Lazzarato 2006: 37). Esa efectuación impli-
ca la novedad subjetiva, individual y sobre todo, colectiva.

Los nuevos movimientos sociales no se dejan atrapar en las estructuras de partidos o sindica-
tos, sino que se presentan como simple agregación “espontánea” de sujetos que de pronto
traman esa red de relaciones que se mantiene mientras persiste la protesta, a través de diversas
modalidades: manifestaciones, concentraciones, marchas, etc.9 Pero a su vez esos sujetos in-
tegran otras diversas redes (económicas, familiares, institucionales, etc.) que tensan su vínculo
con la protesta. De forma tal que las diversas redes de relaciones en las que se inserta un indi-
viduo como elemento van reconfigurando su participación, su pertenencia, su liderazgo y has-
ta su disidencia en una dinámica compleja con el movimiento que integra. La invención im-
plica un doble juego de “desubjetivación” y “resubjetivación”: “un proceso de desubjetivación
que abre una nueva producción de subjetividad, que concierne tanto a la singularidad que pro-

8
“Esa teoría de las relaciones exteriores (…) nos hace salir del universo de la totalidad y entrar en el mundo del
pluralismo y de la singularidad, donde las conjunciones y las disyunciones entre las cosas son en cada momento
contingentes, específicas y particulares y no remiten a ninguna esencia, sustancia o estructura profunda que las
pudiesen fundar” (Lazzarato 2006: 19).
9
“Un movimiento, como todo elemento, puede participar de varios sistemas a la vez, tener varias relaciones,
experimentar diferentes funciones; por ejemplo, estar al mismo tiempo en el interior y en el exterior de la rela-
ción de capital, estar dentro y fuera. Esto entraña estrategias políticas que permanecen completamente opacas a
las fuerzas políticas y sindicales [tradicionales]” (Lazzarato 2006: 32).

170
duce algo nuevo como al público que participa en esta cocreación y la prolonga, ya que ambos
deben escapar a los hábitos establecidos (a lo social), a las alternativas binarias que imponen”
(Lazzarato 2006: 63).

Los nuevos movimientos sociales reniegan de las formas tradicionales de la lucha marxista,
porque reconocen “una extraña convergencia de la lógica del capitalismo y de la lógica del
marxismo alrededor del concepto de trabajo” (Lazzarato 2006: 39). Sus acciones, por ejemplo
en situación de movilización, no acatan las indicaciones de los organizadores o de los cabeci-
llas del movimiento sino que crean fugaces experiencias callejeras, efímeras performance,
débiles cantitos coreados en grupúsculos. Esas pequeñas acciones singulares son experiencias
de subjetivación capaces de romper con cualquier lectura homogénea desde matrices partida-
rias o sindicales. Crean así lo posible, buscan modos de efectuación que fugan de la aplanado-
ra del dispositivo (partidario, sindical, estatal, etc.), que abren pequeñas bifurcaciones nove-
dosas que habrá que realizar o efectuar con todos sus riesgos, ya que “la consumación de los
posibles es a su vez un proceso imprevisible, impredecible, abierto y arriesgado” (Lazzarato
2006: 42). Esa consumación o efectuación de las posibilidades que se han creado en la expe-
riencia de protesta o movilización implica otros modos de acción, de sensibilidad, de percep-
ción que se apartan de la acción de un sujeto sobre otro sujeto o sobre un objeto, y de una ló-
gica de la contradicción (dialéctica), desplegando una lógica de la diferencia.

Darle unidad a las diversas experiencias al interior de los nuevos movimientos sociales a tra-
vés de un proceso de unificación significa seguir pensando la resistencia como oposición; es
la pretensión de restituir la homogeneidad a una multiplicidad; es negar la invención de posi-
bles que puedan surgir de y en esas experiencias10. Es, de nuevo, regular, controlar y discipli-
nar bajo la forma de alternativas binarias o identidades fijas. Regulación, control, disciplina-
miento son otros nombres de la sujeción de los sujetos. Pero la invención azarosa –diferencia
y acontecimiento- reformula los modos de subjetivación abriendo el juego de múltiples posi-
bilidades vitales, esas que escapan a la fijación sustancialista de dicotomías ontológicas y po-
líticas, esas que crean múltiples políticas de la subjetivación.

“El acontecimiento da a ver lo que una época tiene de intolerable, pero también hace emerger
nuevas posibilidades de vida” (Lazzarato 2006: 36).

Bibliografía

10
“Es el drama político que ya hemos vivido después de 1968. Tener respuestas ya hechas (maoísmo, leninismo,
trotskismo) frente a nuevos problemas es dejar escapar el acontecimiento” (Lazzarato 2006: 45).

171
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172
Aportes para la comprensión de la experiencia de la ciencia en los
procesos de subjetivación contemporáneos.
Esteban Tocino (ISPJVG- IGG)

Introducción

El presente trabajo se propone retomar el abordaje de Michel Foucault sobre el liberalismo y


el neoliberalismo, poniendo el acento en algunos aspectos de la formación y actualidad de su
régimen de verdad específico, y en las implicancias que supone para los procesos de subjeti-
vación.

Como punto de partida, se considera la mutación que el liberalismo, entendido como práctica
gubernamental1, operó al entrelazar el ejercicio de la soberanía con el saber de la economía
política, extendiendo la racionalidad económica y de gobierno a diferentes saberes, dispositi-
vos y prácticas sociales. No obstante, el saber de la economía política no agota la pluralidad
de saberes designados como científicos que forman o han formado parte de la gubernamenta-
lidad biopolítica. Uno de los objetivos de este trabajo, que forma parte de una investigación en
curso, es indagar en el tipo de relaciones que se establecen entre lo científico, como saber
hacer operativo y umbral de legitimación de las prácticas de gobierno en general, y la propia
economía, considerada como saber racional y necesario vinculado a la productividad y la ob-
tención de ganancia.

En función de la perspectiva elegida, una indagación sobre las relaciones entre gobierno y
verdad en este sentido se encuentra más allá de la objetividad o la subjetividad, entendidas en
términos epistemológicos. Refiere más bien a la fuerza que determinadas verdades, indepen-
dientemente de su validación interna alcanzan en una política de la verdad, es decir, en una
disputa por determinar las verdades que adquieren fuerza de gobierno. Se parte de la idea de
que la instalación de lo verdadero es indisociable de la puesta en juego de estrategias de poder
en dispositivos y prácticas específicos. Lo que se intenta comprender es el movimiento por el
cual, en el mundo contemporáneo, la ciencia inscribe sujetos y objetos en un régimen de ver-
dad determinado y se conforma como virtual horizonte de toda práctica. Con esta finalidad, se
consideraran algunos desarrollos de Bruno Latour a propósito del modo en que la investiga-

1
El gobierno se define como el conjunto de los mecanismos y procedimientos destinados a conducir a los hom-
bres, a conducir la conducta de los hombres. Foucault (cf. 2004). Por su parte, la gubernamentalidad permite
considerar a un cierto número de relaciones de gobierno como un campo estratégico de relaciones de poder, en lo
que estas tienen de inestables, móviles y transformables. Foucault (cf. 2007).
ción y difusión científica supone una transformación de lo real para producir las condiciones
de posibilidad de su propio éxito.

Por otra parte, interesa contribuir a la comprensión del vínculo que un régimen de verdad es-
tablece con procesos de subjetivación, fundamentalmente en lo que tiene que ver con las prác-
ticas de veridicción, es decir, con los actos que los sujetos llevan, o deben llevar a cabo, para
asumir como propia o legítima una verdad determinada. En este sentido, interesa considerar el
estatus que adquiere el sujeto de la ciencia, tal como lo entendió la modernidad, y en qué sen-
tido la homogeneización de este modo de comprender la relación con la verdad excluyó o dejo
de lado otras modalidades. Así, la legitimidad y extensión de la que parece gozar “lo científi-
co” es una puerta de entrada para debatir a propósito de las condiciones de posibilidad de
prácticas emancipatorias.

El liberalismo como ejercicio de gobierno biopolítico.

En su curso de 1979, El nacimiento de la biopolítica (Foucault, cf. 2007) estudia el surgi-


miento del liberalismo como nueva racionalidad del ejercicio de la soberanía del estado. El
liberalismo2 al enlazarse el saber de la economía política, admite que su ejercicio tiene una
limitación o principio regulativo interno que proviene de la autoridad del conocimiento eco-
nómico. Surgida al interior mismo de la práctica gubernamental, la economía política despla-
za, al menos parcialmente, a otras lógicas exteriores al propio ejercicio del gobierno. Hasta
ese momento, la razón de estado encontraba su límite exterior en la competencia con otros
estados y su límite interior, virtualmente inexistente, en la oposición que pudieran presentarle
ciertos sectores, en general invocando la ley para denunciar el abuso o ilegalidad de una de-
terminada intervención estatal

Con el liberalismo, la mutación no está en los objetivos o fines del estado, que no varían sus-
tancialmente de los del estado de policía de los siglos XVI y XVII, sino en los medios, y en el
modo de racionalizar las estrategias para alcanzarlos. La acción gubernamental no será eva-
luada desde fuera según la legitimidad o ilegitimidad de sus acciones, conformes o no al dere-
cho, la moral o la costumbre, sino que será limitada internamente según un determinado régi-

2
Foucault desarrolla una perspectiva del liberalismo que lo muestra no solamente como teoría económica sino
como arte de gobernar o como racionalidad específica de gobierno. El liberalismo funcionó y aún funciona,
como un conjunto de ideas y prácticas de gobierno que se ha vuelvo sinónimo de la gubernamentalidad estatal.
En este sentido, Foucault afirma que el socialismo no ha tenido, al menos de manera explícita y sistemática, una
teoría de gobierno, y de hecho ésta no puede deducirse de los textos. (Foucault, cf. 2007)

174
men de verdad que hace inteligible la naturaleza de los objetos y sujetos que se gobiernan. De
este modo, el éxito o el fracaso del gobierno se vincula a los efectos de sus intervenciones, en
tanto se adscriban o no al conocimiento disponible sobre la realidad de que se trata. Es decir,
el ejercicio del gobierno pasa a ser una cuestión de saber, y el representante de ese saber es el
experto económico, que gradualmente va desplazando a la figura tradicional del consejero
político.

En este sentido, la economía política constituye el régimen de verdad propio de la guberna-


mentalidad liberal, nucleando o acompañado a una serie de saberes, que tienen en común el
hecho de considerar que existe una naturalidad propia de los procesos económicos, y que ésta
se superpone a la política, codificando el campo de acción gubernamental de un modo especí-
fico. Asimismo, existirá también una naturalidad propia de los sujetos sobre los que se go-
bierna, y en este sentido puede entenderse en qué sentido el liberalismo es el marco general de
la biopolítica (Foucault, 2007:30). Tanto la población como los individuos son pasibles de ser
considerados en función del saber de la estadística o la medicina por citar ejemplos tradicio-
nales, saberes que constituyen a la vez que revelan la naturaleza de esos objetos y el modo de
intervenir eficazmente sobre ellos. Así, la centralidad de la condición jurídica del gobernado
se ve desplazada hacia una consideración de su comportamiento en función de un proceso
económico global, orientado a su vez a la maximización de los recursos de la nación, que será
exitosa si su gobierno se adscribe al saber científico disponible en ese momento.

Liberalismo y poder pastoral

Foucault muestra en qué sentido los modos de gobierno y las tecnologías de poder del pasto-
rado son un preludio a la gubernamentalidad estatal y, por lo tanto, parte de la “historia del
sujeto” (Foucault, 2004:482). Es el estado el que tomará el relevo de asegurar la vida de los
hombres a un nivel global e individual, de conducirlos hacia su fin óptimo, en suma, de “de-
fender la sociedad”. Para comprender este hecho puede analizarse el modo en que la gestión
biopolítica y el cuidado de la salud de las poblaciones surgen como cuestiones centrales de
gobierno a partir del siglo XVIII.

Si bien es difícil pensar una sociedad en la historia que no haya desarrollado saberes y prácti-
cas para conjurar males y enfermedades, es sólo con la modernidad que la salud se convierte
en un problema colectivo, en una nosopolítica reflexiva (Foucault, 1985: 89-107), que implica
la intervención de todos y cada uno de los integrantes del cuerpo social. Se crea entonces una

175
“policía” general de la salud, que desarrolla una alianza entre el médico, como conductor de
conductas saludables y racionales, y la familia, como agente medicalizador (Donzelot:2008).
Es decir, la sociedad como conjunto comienza a ser percibida y a percibirse a sí misma como
un entrelazamiento de relaciones de gobierno en el que cada agente tiene una responsabilidad
específica y debe cumplir una función determinada, que redunde en el bienestar general. Co-
mo un rebaño siempre a punto de perderse, la población debe ser asegurada, los individuos en
riesgo, o riesgosos para el conjunto, deben ser identificados y tratados de manera singular
para que su conducta se adscriba a la racionalidad necesaria para la seguridad de la población
y la maximización de los recursos del estado en general.

El sujeto del liberalismo es un sujeto viviente y un sujeto de interés que tiene o debe tener, a
fin de racionalizar y optimizar el conjunto, relaciones con un régimen de verdad determinado,
tanto como objeto o sujeto de una acción de gobierno determinada. Lo que unifica las prácti-
cas es el hecho de que se apoyan en un régimen de verdad que refiere a la naturalidad objetiva
de procesos, tanto individuales como colectivos, cuyo beneficio está tanto del lado del bienes-
tar colectivo como de la productividad económica. A continuación interesa indagar en la no-
ción de régimen de verdad aplicada al funcionamiento de la ciencia para luego indagar el esta-
tus que la subjetividad adquiere en ese régimen.

Régimen de verdad y movilización del mundo por la ciencia.

Foucault define a un régimen de verdad como aquel dispositivo que hace que lo inexistente se
inscriba en lo real, no en término de error o ilusión, sino en la medida en que una serie de
objetos, sujetos y relaciones pueden ser delimitados, organizados o dispuestos en un para un
fin determinado. Así, la célebre expresión de Foucault (2004:143): “Que la locura no sea nada
no significa que no exista” puede ser interpretada como un modo de resaltar el acontecimiento
histórico que constituye la inscripción de un nuevo objeto en un campo de saber, clínico u
hospitalario, sin negar la realidad misma de la locura como experiencia o hecho histórico. De
este modo se pone el acento en la historia de la producción de verdad en torno a la locura, más
que en la ontología transhistórica que ésta pudiera tener.

En un sentido similar, Bruno Latour (cf. 2001) considera que la movilización científica del
mundo y su codificación por medio de aparatos de inscripción constituyen el sustrato funda-
mental de la relación de la ciencia moderna con el mundo contemporáneo. La puesta en mar-
cha de herramientas para incorporar a las cosas en el discurso científico, a fin de implicarlas y

176
hacerlas pasibles de cálculos y argumentación, funciona como condición de posibilidad de
toda transformación del mundo por la ciencia. Este movimiento es para Latour el giro cooper-
nicano entendido en sentido práctico, es decir, los científicos hacen que los objetos se mue-
van alrededor de ellos, haciéndolos legibles bajo la forma de un diagrama o una base de datos.
El producto final de estos instrumentos de inscripción toma la forma de un trazo escrito, cua-
dro, curva de evolución o término técnico que, eventualmente, simplifica o resuelve la inves-
tigación científica y la toma de decisiones.

Claro está que asignar un nuevo nombre o traducir en términos científicos la vida cotidiana es
el primer paso de la ciencia, pero con esto no hay, en principio, éxito científico, sí en la posi-
bilidad de manipular estos objetos constituidos para desarrollar nuevas habilidades. Por ello
Latour afirma que el trabajo científico concreto incluye un intento por: “Disciplinar a los
hombres y movilizar las cosas, movilizar las cosas disciplinando a los hombres; he aquí un
nuevo método de persuasión denominado a veces investigación científica” (Latour,
2001:117). Para alcanzar este objetivo, la sociedad misma debe ser transformada. En sus aná-
lisis sobre Pasteur, Latour (1983) muestra como la extensión de las condiciones del laborato-
rio a diferentes espacios y relaciones entre hombres y cosas es requisito indispensable para
garantizar la circulación de los hechos científicos y mantener la eficacia práctica de sus desa-
rrollos. En este sentido, la universalidad de la ciencia es también una construcción social, en
tanto implica un entramado de prácticas que sostienen la posibilidad de que se extienda la
movilización inicial que la misma práctica científica había efectuado.

Los sistemas de medición, las reglas de higiene o la utilización de ciertos instrumentos, son
algunos de los modos por los cuales el mundo conserva la consistencia necesaria para que la
ciencia pueda ocurrir. A continuación, interesa ver cómo este proceso de extensión de la lógi-
ca de la ciencia funciona al nivel de los procesos de subjetivación, o cómo la práctica de los
sujetos es uno de los eslabones centrales en este proceso de constitución y funcionamiento de
un cierto régimen de verdad.

Las prácticas de veridicción.

En su curso de Lovaina de 1981 Foucault designa dos modos posibles de la filosofía crítica.
El primero refiere a la indagación sobre las condiciones formales o trascendentales de que
puedan existir enunciados verdaderos, es decir, por la posibilidad misma de lo verdad. El
segundo trata sobre las formas mismas del decir veraz, sobre los modos de veridicción. Éstos

177
se definen como los procedimientos por los cuales un individuo se ve inducido, sea por sí
mismo o por la conducción directa o indirecta de otros, a implicarse o transformarse su rela-
ción consigo mismo en función de una verdad determinada (Foucault, 2014:33). En este sen-
tido, la verdad no se autorevela ni toma el mundo por la propia fuerza de su demostración
interna. Para que la subjetivación sea posible se requiere que el sujeto acceda a un cierto mo-
do de ser y actúe en pos de asumir, promover u oponerse a lo verdadero de un juego de verdad
determinado.

Si un determinado régimen de verdad implica instituciones o procedimientos más o menos


estables que le den consistencia, éstos a su vez conllevan compromisos o prácticas que los
sujetos deben realizar sobre sí mismos en relación con esas verdades que el dispositivo permi-
te hacer circular. Foucault explica la relevancia política de este proceso en una pregunta:
“¿Por qué en nuestras sociedades el acto de obediencia y de sumisión no es lo único que de-
mande el ejercicio del poder entendido como gobierno de los hombres, sino también actos de
verdad donde los individuos que son sujetos en una relación de poder, son también sujetos
como actores, espectadores testigos o como objetos de un procedimiento de manifestación de
la verdad?” (Foucault, 2012:81). El punto en el que se entrecruzan verdad y gobierno es una
tipo de práctica que los sujetos llevan adelante no como un simple accesorio o reforzamiento
de una determinada relación de poder, sino como un elemento constitutivo de todo dispositi-
vo. A continuación interesa ver qué tipo de sujeto implica el régimen de verdad de la ciencia,
tal como puede caracterizárselo provisionalmente en función de los autores y textos seleccio-
nados.

El sujeto de la ciencia moderna

El hecho de que un cierto régimen de verdad modula y obliga a los sujetos a realizar o no
determinados actividades, se ve claramente en lo que Foucault denomina “momento carte-
siano”. En La hermenéutica del sujeto se señala que una de las razones para que en la actua-
lidad nos resulten tan extrañas las prácticas ascéticas vinculadas con el conocimiento propias
del cuidado de sí de la antigüedad, reside en el efecto que trajo consigo la instauración, en el
campo de la filosofía y del saber occidental en general, del esquema de pensamiento, que
puede denominarse de manera algo simplista, sujeto cartesiano. Este modo de concebir al su-
jeto recalifica a la tradicional experiencia del “conócete a ti mismo” y la deriva hacia el auto-
análisis y la búsqueda de la evidencia (Descartes, 1967). La modalidad de acceso al ser está
signada por la necesidad de reconocer en sí mismo una estructura inmutable, un punto arqui-

178
medeo que pueda dar lugar, como correlato, a una certeza indudable, a una evidencia. La mo-
dalidad de acceso a esta estructura será el basamento y patrón del acceso a la verdad en ge-
neral y a la posibilidad de poder manifestarla

Con esta operación, se jerarquizaba positivamente un modo específico de relacionarse con la


verdad, que Foucault va a llamar filosofía, en el sentido en que lo hace Pierre Hadot (2006), y
también epistemología, en la medida en que se trata de un régimen de verdad que se caracteri-
za por el hecho de que el yo del sujeto que se conduce excluye y debe excluir de sí la locura y
todo aquello que no sea la pura racionalidad que afirma la evidencia (Foucault, 2003), propia
de una cierta gramática o lógica de construcción del saber, en el caso de Descartes (1996), la
adscripción a las Reglas para la dirección del entendimiento.

En el mismo sentido, Agamben (2007) señala que la revolución de la ciencia moderna no con-
sistió tanto en una defensa de la experiencia contra la autoridad, sino más bien en referir co-
nocimiento y experiencia a un sujeto único, el ego cogito cartesiano. La experiencia moderna
del conocimiento es algo que se puede hacer, pero que nunca se llega a tener. La experiencia
cotidiana, azarosa, confusa y contingente debe ser cuantificada, mensurada y reconducida en y
por un método que permita hacerla traducible a un código científico. El experimento es la
certificación científica de la experiencia y cualquier otro afecto o compromiso que el sujeto
desarrolle con ella queda fuera del régimen de verdad que, en nuestras sociedad, distingue lo
plenamente verdadero de lo opinable o testimonial.

A la vez, la reducción de la relación del sujeto a sujeto de conocimiento científico privó de


estatus a otros modos de veridicción que pasaron a considerarse, muchas veces de manera
vaga y peyorativa como pre científicos, irracionales o ideológicos.

Reflexiones finales

Este trabajo se propuso continuar la senda abierta por Michel Foucault al indicar la posibili-
dad de una filosofía crítica que no denuncie de manera abierta e indiferenciada la existencia
misma de lo verdadero vinculado a la ciencia, sino que intente comprender en qué sentido
este saber circula y tienen efectos de poder determinados. En la medida en que parece imposi-
ble imaginar en la actualidad una estrategia de poder crítica o emancipatoria que se realice
totalmente por fuera de algún juego de verdad científico (Foucault, s/f), este trabajo se propu-
so aportar al conocimiento de las consecuencias que tiene ese régimen de verdad para los su-
jetos. En este sentido, si los saberes sociales pueden ser algo más que saberes expertos o mera

179
opinión, acaso sea en el momento en que los sujetos políticos puedan desplazar el acento de la
lucha por lo verdadero a la fuerza que se le presta, y a la importancia de esa fuerza, al precio
que hay que pagar para decir, o no, la verdad en una determinada situación3.

Sin ánimo de realizar afirmaciones grandilocuentes, sino más bien con el afán de clarificar el
sentido de una investigación en curso, quizás pueda hablarse de una limitación de la moderni-
dad, o al menos del modo en que la modernidad, desde el punto de vista del gobierno y de la
ciencia, se ha pensado a sí misma en su relación con lo verdadero. Pues ésta parece suponer
que las relaciones entre poder y verdad, entre saber y revolución, entre sujeto y liberación,
entre gobierno y verdad, se resuelven solamente en torno al conocimiento objetivo, a una ver-
dad que participaría de un determinado régimen científico. Todo los demás saberes serían, en
el mejor de los casos, propedéuticos, accesorios de los primeros o simplemente descalificados
como imaginarios frente a otros, los de la economía, los de la sociedad, los del estado o del
hombre, a los cuales se les atribuiría una fuerza intrínseca por el mismo hecho de ser verdade-
ros.

Así, la prioridad dada a la forma de la veridicción propia del conocimiento científico objetivo
obtura parcialmente el hecho de que la verdad por sí sola no forja la libertad, de que la política
no es solamente la trasmisión de ideas ni el desvelamiento de las condiciones objetivas, pero
tampoco la mera gestión de lo existente según la experticia disponible. Los sujetos que afir-
man o niegan, que se rebelan o obedecen, que se gobiernan de modos diversos e imprevisi-
bles, que ponen en juego su libertad para gobernar o ser gobernados, según ciertos procedi-
mientos e instituciones específicas, deben ser considerados como el factor dinámico de toda
transformación política concreta.

Es decir, si todo poder implica una cierta manifestación o juego de verdad, y todo juego de
verdad debe o necesita pasar por un sujeto, la ética es menos un campo filosófico específico
que un territorio conflictivo de primer orden, en el cual los sujetos son constantemente, desde
distintos regímenes, convocados a definirse y a actuar. Acaso el hecho de que la relación de sí
consigo y con la verdad, esté en la actualidad cada vez más escandida por “lo científicamente
comprobado” parece indicar un positivismo subterráneo que emerge en la promesa de una
vieja ilusión; la que afirma que llegará el día en el cual las decisiones políticas y los modos de
vida quede por fin disuelta en la efectividad del saber científico.

3
“…no se trata de decir: teniendo una relación voluntaria con la verdad qué puedo decir del poder, sino que
estando la voluntad, la decisión y el esfuerzo de desatar la línea que ata al poder ¿qué es entonces del sujeto del
conocimiento y la verdad? Foucault (2012 : 76) Traducción propia.

180
Bibliografía

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Descartes, René (1996) Reglas para la dirección del entendimiento, Madrid, Alianza

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-(2012) Du gouvernement des vivants, cours au Collège de France (1979-1980), Paris,


EHSS-Gallimard –Seuil

-(2007) Nacimiento de la biopolítica, curso en el Collège de France (1978-1979), Bs.


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-(2004) Seguridad, territorio y población, curso en el Collège de France (1978-1979),


Bs. As., FCE.

-(2003) Mi cuerpo, ese papel, ese fuego, en Historia de la locura en la época clásica,
Bs. As., FCE, Tomo II.

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Hadot, Pierre (2006) Ejercicios espirituales y filosofía antigua, Madrid, Siruela

Latour, Bruno (2001) La esperanza de Pandora: ensayos sobre la realidad de los estudios de
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-(1983) “Dadme un laboratorio y moveré el mundo”, en Iranzo J.M. (coord.)


Sociología de la ciencia y la tecnologí, CSIC, Madrid.

181
Experiencia, registro, acontecimiento. Tres tematizaciones del
placer en el Archivo Foucault
Fernando Sánchez-Ávila Estébanez (Paris 8)

Desde la muerte del pensador en 1984, cualquier planteamiento, análisis o diagnóstico presen-
te en la obra de Paul-Michel Foucault ha sido sistemáticamente reducido a la matriz de exége-
sis ‘saber-poder-sujeto’. La omnipresencia de todo un canon interpretativo producido bajo
dicha matriz supuso durante las ultimas tres décadas no pocos avances en la comprensión del
pensamiento de un autor cuyos desplazamientos continuos dificultan todo análisis sistemático.
Sin embargo, cuando esta fuerza de sistematización (siempre necesaria hasta cierto punto)
devino hegemónica, terminó por invisibilizar la diferencia entre lo que Foucault afirmaba y
aquello que por el hecho de ser tematizado a tenor de lo afirmado, se suscita en los pliegues,
los surcos o los márgenes de toda su producción oral y escrita.

Contra el riesgo ineludible de ontologización que conlleva esta matriz interpretativa, ciertos
académicos estadounidenses de principios de los noventa propusieron tratar el pensamiento de
Foucault como inmanente a los efectos que este producía en la crítica académica y la militan-
cia política estadounidense de la época (Foucault, Burchell, 1991). Sin embargo, este tipo de
tratamientos ha terminado por reducir la crítica foucaultiana a la mera repetición mecánica
bajo el epíteto de « herramienta conceptual». Contra ambas tendencias, proponemos dejar de
lado ese hincapié excesivo en la sistematización del pensamiento del autor —que siempre
implica un cierto menosprecio de su dinamismo conceptual— al mismo tiempo que intenta-
mos sobrepasar el abuso de ciertos lugares comunes de la crítica foucaultiana —producidos,
por cierto, bajo este mismo canon interpretativo— para sostener, en cambio, la persistencia de
todo un campo de tematizaciones que aquí tomamos como objeto de estudio bajo el nombre
de Archivo Foucault. Este ensayo supone así un primer esbozo de una cartografía exhaustiva
no de lo que dijo Foucault, sino de la red de cuestionamientos que, llevando su nombre, no se
reduce a planteamientos meramente epistémicos, dinásticos o éticos, sino que constituyen
cadenas de significación alternativas a través de matrices de interpretación múltiples.

Bajo el sello de este proyecto cartográfico, el presente análisis aborda tres de las tematizacio-
nes fundamentales de la noción de placer en el Archivo Foucault circunscritas al arco tempo-
ral determinado por la publicación de los tres volúmenes de L’Histoire de la sexualité (Fou-
cault, 1976, 1984a, 1984b). Esta circunscripción temporal nos llevará a sostener como plan-
teamiento de fondo una forma de articulación entre el primer proyecto de descripción del dis-
positivo moderno de sexualidad y el más ambicioso ultimo proyecto de elaborar la historia de
la gubernamentalidad en Occidente. De este modo, tomando la oposición entre scientia sexua-
lis y ars erotica como núcleo teórico del primer volumen de la historia de la sexualidad (Fou-
cault, 1976) expondremos las características de dos tematizaciones opuestas del placer : la una
como experiencia en sí y la otra en cuanto registro indefinido. A través del análisis de las
mismas, señalaremos en primer lugar que la tematización del placer en cuanto registro está
intrínsecamente relacionada con el diagnóstico de la práctica del fist-fucking como técnica de
producción de nuevas formas de placer (Foucault 1984, DE 358 – 2001: 1554-1566) (Fou-
cault, 1996). En segundo lugar, expondremos que el análisis de la aphrodisia griega (Fou-
cault, 1984a) constituye no sólo la culminación teórica de la temática del placer en cuanto
experiencia, sino todo un límite de pensamiento inscrito en la empresa de diagnóstico de
nuestro presente. En último lugar, abordaremos una entrevista de 1978 (Foucault, 1996) don-
de Foucault define el placer como un acontecimiento peculiar cuya materialidad debe situarse
en los límites tanto del cuerpo como de la subjetividad —en un topos que, sorprendentemente,
no puede ser considerado ni utópico ni heterotópico—.

El Archivo Foucault

Desde los últimos 30 años, la producción del Archivo Foucault ha sido y continúa siendo de-
tentada por una comunidad intelectual que ha sabido priorizar determinados temas e infrava-
lorar otros, subordinado así toda la producción foucaultiana —y especialmente las problemá-
ticas desarrolladas acerca del espacio, del deseo y del placer— a problemas meramente epis-
temológicos o discursivos. Esta es la postura particular de algunas disciplinas de crítica aca-
démica, como la llamada Sociology of Knowledge o los Governmentality Studies (Jean-
François Bert, Jérôme Lamy, 2014), pero también, de una manera más general, de aquellos
usos que se llevan a cabo bajo el sello de Foucault’s Studies —usos de tono frecuentemente
heteronormativo y de raigambre social-demócrata.

Las lecturas hegemónicas de Foucault caen frecuentemente en dos suposiciones. En primer


lugar, suponen que los diversos conceptos, problemáticas y temas del conjunto de la produc-
ción oral, escrita y visual que constituye el Archivo Foucault están jerarquizados por un sólo
orden de relevancia. En segundo lugar, estas lecturas plantean que existe una copertenencia
cerrada entre el pensamiento de Paul-Michel Foucault y la totalidad del archivo que lleva su
nombre. De acuerdo con esto, ciertos devenires internos del Archivo Foucault son leídos co-
mo desfallecimientos puntuales, ‘errores’ menores, o en todo caso no suficientemente relevan-

184
tes como para impedir la existencia de un sólo sistema de pensamiento atribuible al autor. Y
todo ello como si el Archivo Foucault contuviera el pensamiento de Paul-Michel encarnado
en un sistema único, y como si éste pensamiento pudiera además reducirse a las evaluaciones
que, de su trabajo, él mismo dio a lo largo de su carrera. Contra este canon de interpretación,
nosotros proponemos que debe darse un lugar primordial al hecho de que el proceso de pro-
ducción textual que ha dado lugar a la ‘obra’ de Foucault no puede separarse del proceso
mismo de producción del canon interpretativo que ha convertido al pensador francés en una
figura intelectual de envergadura mundial. He aquí algunas de estas contingencias de recep-
ción. Primeramente, la política de publicación de los cursos del College de France 1 no siguió
un orden cronológico, sino al contrario, priorizó ciertas temáticas vinculadas, expresamente,
con al canon de la filosofía política moderna y con la tradición analítica anglosajona. Además,
hay que decir que los aparatos de notas que los acompañan, al margen de su indudable perti-
nencia, modelan invariablemente su recepción. De la misma manera, es sabido que hay ciertas
entrevistas que bajo criterios dudables, o en todo caso no homogéneos, no entraron en la pu-
blicación de los Dits et Écrits en 1994 —este es el caso, por ejemplo, de la entrevista titulada
Le Gai Savoir (Foucault, 1996) y que abordaremos más adelante—. Finalmente, Les aveux de
la chaire, cuarto volumen de la Histoire de la sexualité, es hoy en día susceptible de ser con-
sultado, y será muy probable publicado en un futuro cercano pese a que Foucault nunca auto-
rizó su publicación. En resumen, Paul-Michel no publicó todo aquello a lo que consideramos
‘Foucault’, no produjo el Archivo Foucault. Las políticas editoriales, cómplices de las encru-
cijadas políticas y económicas de la historia, han ayudado a dar forma al ‘Foucault’ que cono-
cemos mediante un ejercicio hegemónico de la interpretación filosófica. Por ello, contra todo
ejercicio hegemonizante, pero sin rebajar tampoco la filosofía de Foucault a su mero uso cual
‘caja de herramientas’, proponemos aquí abordar la materialidad del Archivo Foucault como
una red de tematizaciones donde la coexistencia de un conjunto plural de narratividades y
cuestionamientos exceden con creces cualquier forma de jerarquización unívoca.

La percepción liberadora del poder de la confesión

Con la publicación de La Volonté de savoir en 1976 (Foucault, 1976) Foucault inicia públi-

1
La edición del los cursos de College de France, publicada por Gallimard a través de l’École de hauts études en
sciences sociales, ha sido llevada a cabo entre 1997 y 2015 por Frédéric Gros bajo la dirección de F. Ewald y A.
Fontana.

185
camente el ingente proyecto de una genealogía de la sexualidad occidental. En ella se propo-
nía un análisis arqueológico de la noción de ‘sexualidad’, no como hecho biológico, sino en
los términos de un conjunto de prácticas tanto discursivas como no discursivas (Foucault,
1977 DE 206 - 2001 : 301) que llamó dispositivo de ‘poder-saber-placer’, y con el cual carac-
terizó a Occidente como una cultura obstinada (acharné) en pedir al ‘sexo’ la verdad sobre sí
misma. Bajo este abordaje, cierta ‘voluntad de saber’ habría jugado un rol de trascendental
histórico para Occidente llevándonos a cifrar el sexo de acuerdo a tres dimensiones. Primero,
a pensarlo como una profundidad psicológica de la cual emana nuestra inteligibilidad propia;
segundo, a estudiarlo en tanto lugar anatómico desde el que entender el orden intrínseco de
nuestras corporalidades; y tercero, a situarlo como el punto estratégico desde el que debemos
determinar nuestra identidad como sujetos políticos (1976 : 205). Sin embargo, La Volonté de
savoir no constituye en realidad ningún capítulo de la historia de la sexualidad, sino la intro-
ducción a un proyecto pretendidamente disperso y cambiante (1977 DE 190 - 2001 : 136) con
el que Foucault quería someter sus ideas al público y a la crítica de su tiempo. Siete años an-
tes, al final de L’Archeologie du savoir (1969 : 252-253), Foucault planteó la posibilidad de
hacer una arqueología de la sexualidad que dejara de lado tanto el estudio de las prácticas y
comportamientos sexuales humanos durante un periodo dado, como de los valores religiosos y
morales que estos suscitaron. Abandonando así tanto el estudio de una “ideología”, como de
toda perspectiva etnológica, Foucault planteaba en cambio abordar una arqueologia de la
práctica discursiva invertida en estas conductas y representaciones. Sin embargo, dicha prácti-
ca discursiva — bajo la forma de expresiones líricas o de prescripciones jurídicas — es aún
concebida en 1969 como una juego de permisiones e interdicciones que aparecía en « la cohe-
rencia de las conductas o en los sistemas de prescripción » como un surtido de elecciones (jeu
de choix) posibles — es decir, es aun pesada bajo un régimen de poder opresor. Sin embargo,
al mismo tiempo, Foucault avanzaba ya en este texto temprano, que el análisis de tal practica
discursiva no podría plantearse en términos de una « episteme » — es decir, en términos úni-
camente discursivos2 — sino, como puntualizaba Foucault, en « la dirección » de la ética.
Ahora bien, como el análisis del 76 no se enfocó finalmente, tal y como se planteaba en 1969,
sólo en el estudio del código penal y de ciertos mitos culturales3 sino que se abrió a los cam-
pos de la psiquiatría, la psicología y la pedagogía del siglo XIX, Foucault se encontró con un

2
En Les Mots et les choses, ‘episteme’ es la categoría de análisis de los umbrales de saber propios de una época.
3
Hay que recordar, sin embargo, que el estudio de ciertas manifestaciones literarias sigue vigente en La Volonté
de savoir, en el abordaje de la obra de Sade como fruto de la expansión de la técnica de confesión y en la
tematización el mito del Don Juan (1976 : 54-55) como anticipadora de la figura del perverso.

186
fenómeno discursivo-dinástico4 peculiar. Como es sabido, el nacimiento de la figura del
anormal, del perverso, de la histérica y del onanista permitieron a Foucault aislar una técnica
común de producción discursiva que resultaba isomorfa con la del rito de confesión cristiana.
El análisis de la confesión (aveu) como técnica de saber-poder llevó a Foucault a subvertir la
noción tradicional de poder para concebirla, primordialmente, no como una posesión esencial
con el único fin de dominar o censurar — de decir que no —, sino como una multiplicidad de
relaciones de fuerzas que responden a una estratégica de conjunto (1976 : 121-129), y que
tienen por función la producción y el moldeamiento (façonnement) de la experiencia subjetiva
de la verdad. En definitiva, en el proyecto del 76, la prometida « dirección de la ética » es
aparcada por el descubrimiento fascinante de un poder que produce, que crea subjetividad.

La reglamentación del sacramento de penitencia por el Concilio de Latran en 1215 (1976 : 78)
constituiría, según La Volonté de savoir un hito en la instauración de un mecanismo de subje-
tivación a través del cual cada uno de los individuos habría dejado progresivamente de ser
autentificado por sus lazos sociales con la comunidad, para ser autentificado, en cambio, por
el discurso de verdad que era capaz, o estaba obligado, a sostener sobre sí mismo — y esto, no
pocas veces mediante el uso de la fuerza (1976 : 79). Ahora bien, el estudio de la confesión
cristiana tomará un calado muchísimo mayor en los estudios desarrollados para el curso del
College de France de 1978 (Foucault, 2004). Según lo expuesto ese mismo año en una confe-
rencia celebrada en la Sorbonne titulada Qu’est-ce que la critique (Foucault, 1990), los siglos
XV y XVI marcarían el comienzo de la expansión por Europa de un tipo de poder no sola-
mente impulsado por las técnicas de la confesión cristiana, sino de forma más general, por
toda una economía de vida propia de las antiguas comunidades monacales que se desarrolla-
ron en Europa durante los primeros siglos de la era cristiana. Esta economía de vida, —que
Foucault identifica con lo que entendemos por “la dirección de conciencia”— era tematizada
en la literatura pastoral medieval como el ars artium, el arte de las artes, a saber: el arte de
gobernar a los hombres. Esta expresión contenía la idea de que “cada individuo [...] debía ser
gobernado y debía dejarse gobernar, es decir, dirigir hacia su salud, por alguien [Dios, el pas-
tor, el padre] al cual le guía una relación global y al mismo tiempo meticulosa, detallada, de

4
En La vérité et les normes juridiques (1973 DE 139 - 2001a : 554), jugando con las palabras griegas δύναμις
δυναστεία, Foucault utiliza la expresión “ investigaciones de dinastía” (recherches de dynastie) para nombrar su
tarea crítica. Este punto de vista sería el que junto a Deleuze, Guattari y Lyotard, le diferenciaría de los estructu-
ralistas. Nosotros nos permitimos aqui utilizar la expresión dinástico-discursivo para hacer referencia a to juego,
técnica, estrategia o fenómeno en el que la producción de verdad y el ejercicio del poder se condicionen mutua-
mente.

187
obediencia5” (1990 p. 37). Como es sabido, el término bajo el cual Foucault aborda el estudio
de la expansión de dichas técnicas de saber-poder durante los albores de la modernidad en
Occidente, no es otro que el de ‘gubernamentalidad’ (gouvernementalité). Si bien esta noción
y sus derivados —gobierno (gouvernement) y gubernamentalización (gouvernementalisa-
tion)— resultan algo ‘furtivas’ en el Archivo Foucault, podemos asertar que cumplen una
función teórica primordial. A saber, una función articulatoria de los campos ético y político
tomando como eje común el análisis de las técnicas individualizantes que determinaban a ca-
da una de las personas como sujeto de sus conductas y como objeto político de gobierno. De
acuerdo con el sentido estricto que Foucault otorga al término gubernamentalidad en la lec-
ción del primero de febrero de 1978 (2004 : 111-112), esta habría operado en primer lugar, a
través de una unidad dinástico-discursiva concreta, como condición de posibilidad del libera-
lismo en Occidente. En un segundo sentido, el término de gobierno se refiere también—
explícitamente de acuerdo a Qu’est-ce que la critique? (1990 : 37)— a la forma propia de una
técnica de saber-poder que ha tendido a exponenciarse bajo la ideología liberal y que coincide
con las técnicas pastorales de conducción de los hombres. Finalmente, en un último sentido, la
expresión (proceso de) gubernamentalización se refiere propiamente al fenómeno de expan-
sión del poder pastoral durante la modernidad europea y norteamericana.

De acuerdo con esto, La Volonté de savoir plantea que las diferentes disciplinas que compu-
sieron la « ciencia del sexo » — en realidad un conjunto abierto de disciplinas parcialmente
pseudocietificas que Foucault denomina Scientia sexualis — se habrían nutrido principalmen-
te de los rituales de la confesión y del examen de conciencia en cuanto técnicas de producción
de verdad. Dichas técnicas habrían jugado un papel primordial — al menos a partir del siglo
XIII— en la configuración de los poderes jurídicos, civiles y religiosos de los Estados euro-
peos, llegando así a formar parte esencial del positivismo científico del siglo XIX. Ahora
bien, según Qu’est-ce que la critique? (1990 : 37), más allá de la influencia ineludible de los
poderes eclesiásticos en las políticas estatales, este proceso de gubernamentalización se habría
caracterizado no tanto por una sacralización de los poderes civiles, sino por una laicización de
los rituales cristianos que permitió la inserción de dos rasgos fundamentales del poder pastoral
en la tradición cultural occidental: en primer lugar una concepción de la verdad como dogma
y, en segundo lugar la forma y el efecto mismo del procedimiento de confesión: la sujeción
(assujettissement6) del individuo. Foucault analiza la confesión como un ritual discursivo en

5
Todas las citas que reproducimos en castellano son traducciones propias del texto original en francés.
6
El término assujettissement, que literalmente puede ser traducido como ‘sujetamiento’, conviene por motivos
de eufonía, ser vertido al castellano por el vocablo algo imperfecto de ‘sujeción’.

188
el que se produce una copertenencia esencial entre el sujeto que habla y el sujeto del enuncia-
do proferido; de esta manera, el agente hablante no puede sino reconocerse como un sólo in-
dividuo sujeto a, y sujeto de, sus propias acciones y pensamientos. Ahora bien, la cualidad
primordial y paradójica de la forma del poder de confesión es, pese a ser fundamentalmente
sujetante, la de ser percibido como una fuerza liberadora. La clave de dicha paradoja es que
la confesión como tal necesita invariablemente de un interlocutor, real o virtual, que la requie-
ra, que la imponga, que la aprecie, y al mismo tiempo que intervenga en el discurso. De esta
manera, la confesión, a través de esta instancia interlocutoria, no sólo tiene el objetivo de juz-
gar o castigar al sujeto, sino también de perdonarle, consolarle y reconciliarle consigo mismo
(1976 : 83) produciendo así “modificaciones intrínsecas [en él]: ella lo inocenta, lo redime, lo
purifica, lo descarga de sus faltas, lo libera, le promete la salud” (1976 : 83). De este modo, el
mismo poder que opera individualizando al sujeto a través de la producción de una verdad
sobre sí mismo —ya sea desentrañándola de su alma, ya sea arrancándola de su cuerpo (1976
: 79)— es percibido como un poder liberador. Es más, para Foucault, los efectos de una in-
teriorización profunda del ritual de la confesión nos habría llevado a pensar que no existe un
tal poder instándonos a proferir una verdad sobre nosotros mismos. Sino que al contrario, esta
verdad pide salir a la luz por sí misma, y juega por lo tanto un papel esencial en las liberación
de los hombres (1976 : 81). En definitiva, el mismo dispositivo de sexualidad que ha conver-
tido al hombre occidental en una bestia de confesión (1976 : 80) de la verdad que esconde su
“sexo”, es la cómplice de un juego perverso por el que no podemos cifrar las revoluciones del
porvenir sino en términos de sexualidad. Pues en efecto, si algo puede caracterizar a la cultura
occidental en su conjunto, sería esa extraña idea de que el gobierno del sujeto es la condición
de su liberación.

Ars erotica vs. Scientia sexualis

La síntesis que acabamos de exponer constituye una visión global de un abordaje que en 1976
es aún conceptualmente muy esquemático. El proyecto de 1976 no concibe aún el nacimiento
de la Scientia sexualis ni del dispositivo de sexualidad como uno de los múltiples efectos del
proceso de gubernamentalización de Occidente, sino como la instauración —prácticamente en
torno a la sola técnica pastoral de la confesión— de una voluntad de saber específica. Para
sostener este planteamiento Foucault necesitaba circunscribir — en una etapa precoz de su
investigación — un conjunto de procedimientos que permitieran definir de facto el funcio-
namiento de dicha voluntad de saber. En el capítulo titulado Scientia sexualis (1976 : 76-77),

189
Foucault explota todas la fuerza del operadorador argumentativo de la contrariedad, al plan-
tear la existencia de dos procedimientos diametralmente opuestos de producción histórica de
la verdad sobre el sexo: a saber, el arte erótico oriental (ars erotica) y la ciencia occidental del
sexo (scientia sexualis). Esta esquematización es fundamental para entender las dos grandes
formas de tematización del placer en el archivo Foucault.

De la China al Japón, pasando por la India y las sociedades arabo-musulmanas y llegando


incluso a Roma, el conjunto de las sociedades orientales habría gestado una forma de arte y un
tipo de saber “rigurosamente opuesto” (1976: 78) al de la ciencia occidental del sexo. Así,
frente a una suerte de empecinamiento occidental en revelar la verdad oculta bajo los placeres
corporales, en Oriente se habría gestado un arte erótico que extraía la verdad sobre el placer
de sus cualidades e intensidades específicas, sin que ello suscitara por tanto, ni la inquietud ni
la necesidad de ordenarlas de acuerdo a ninguna ley absoluta ni a ningún criterio de utilidad.
Es decir, en el arte erótico no se gesta un saber teorético con pretensiones de rigurosidad cien-
tífica, sino un conocimiento práctico que debía ponerse a prueba precisamente en la experien-
cia misma del placer. La ars erótica habría estado además constituida por saberes esotéricos y
de iniciación inscritos en un tipo de relación de poder maestro-discípulo que funcionaba de
arriba a abajo; es decir, un vínculo en el que la transmisión del conocimiento era objeto de un
recelo particular y estaba únicamente reservada al maestro. Sin embargo, si este conocimiento
pasaba por el secreto y el silencio no era sino en vistas de mantener la eficacia y la virtud de
un saber con múltiples efectos —desde el alcance de un dominio absoluto del cuerpo, a la
experiencia de un goce único—. Muy al contrario, en la Europa del XIX, una voluntad de
saber peculiar habría llevado a las ciencias médicas a psiquiatrizar los placeres perversos, a
histerizar el cuerpo de la mujer y a pedagogizar el sexo de los niños (1976 : 136-139). Este
triple movimiento se caracterizaría por funcionar de abajo a arriba, es decir, a través de un
tipo de relación de poder y de ciertas técnicas de producción de la verdad que lejos de prome-
ter la virtud del sujeto asegurarían la sujeción (assujettissement) del individuo. A este respecto
queremos indicar indicar que el Archivo Foucault no negó en ningún momento la existencia
de formas de poder funcionando de arriba abajo. De la misma manera, Foucault no afirmó
nunca que la represión de la sexualidad no haya tenido lugar, sino que esta es correlativa a la
demanda de su verdad. Una sociedad que pedía obstinadamente la verdad sobre nuestros pla-
ceres tuvo que reprimirlos para que fueran confesados en ciertas condiciones, bajo ciertos
procedimientos y mediante relaciones de poder-saber especificas: la del perverso y el psiquia-

190
tra, la de la histérica y el psicoanalista, la del niño y el pedagogo, la del niño y los padres
(1976: 137-139).

En poco más de una página (1976 : 76-78) Foucault nos lleva a la conclusión de que mientras
que Oriente habría promovido el dominio y la intensificación del placer mismo en pro de la
transfiguración7 o la transformación de los sujetos, Occidente ha desarrollado una voluntad de
saber que instaba a la confesión exhaustiva de los placeres individuales en pro de una sujeción
de los individuos. La sujeción individual, correlativa a la confesión minuciosa de los placeres
individuales, versus la transformación del sujeto como resultado de la experiencia del placer
en sí mismo.

La historia del placer entre lo Otro y lo Mismo.

A tenor del Archivo Foucault en su conjunto, este esquema es susceptible de ser evaluado
como un desplazamiento de la (re)tematización de la locura que, cinco años después de la
aparición de Folie et déraison. Histoire de la folie à l’age classique (1961), Foucault propone
en la introducción de Les Mots et les choses (1966) :

“La historia de la locura sería la historia del Otro, —de lo que, para una cultura, es a la vez
[que] interior y extranjero, a excluir para conjurar su peligro interior, pero encerrandolo para
reducir su alteridad—; la historia del orden de las cosas sería la historia de lo Mismo —de lo
que para una cultura está a la vez disperso y emparentado, luego a distinguir por marcas y a
registrar como identidades—.”8
Cuando el placer fue susceptible de ser tematizado en el pensamiento de Foucault, no pudo
hacerlo sino cribandose por un esquema análogo. Habría pues, un placer otro, un placer-
experiencia que la cultura occidental habría olvidado o que sólo muestra sus resquicios incon-
trolados a través de ciertas manifestaciones históricas (Foucault 1976 : 94-95); por ejemplo,
los fenómenos de posesión y éxtasis en la búsqueda del amor y de la unión espiritual con Dios
ligados a la mística católica contrarreformista. Este placer-experiencia, del que apenas pode-
mos hacernos idea hoy en día, es abordado más tarde (Foucault, 1984a) — de acuerdo a las
exigencias del método arqueológico que imponen estudiar lo alterno en los márgenes de los
que genealógicamente nos constituye—, mediante una genealogía del “uso de los placeres” en
la Grecia clásica y la Roma imperial que conllevaba el desarrollo de toda un estudio arqueo-

7
« De este arte magistral, los efectos, bastante más generosos de lo que nos dejarían suponer la sequedad de sus
recetas, deben transfigurar a aquel sobre el que caen sus privilegios » (1976 : 77) Traducción propia.
8
« L’histoire de la folie serait l’histoire de l’Autre, — de ce qui, pour une culture, est à la fois intérieur et étran-
ger, donc à exclure (pour en conjurer le péril intérieur) mais en l’enfermant (pour en réduire l’altérité); l’histoire
de l’ordre de choses serait l’histoire du Même, — de ce qui pour une culture est à la fois dispersé et apparenté,
donc à distinguer par des marques et à recueillir dans des identités. » (1966 : 15) Traducción propia.

191
lógico de la noción excepcional de aphrodisia. Ahora bien, si un placer-otro es susceptible,
sino de ser experimentado, si de ser analizado a través del método arqueológico ¿es del mis-
mo modo, analizable nuestra experiencia del placer? La respuesta de Foucault es rotunda al
respecto: nosotros no sabemos, Occidente no sabe, estrictamente hablando, qué es el placer en
sí mismo. Foucault plantea (1976 : 85) que la producción discursiva a la que dio lugar la con-
formación de la scientia sexualis, “por muy intimidada que ésta estuviera por el modelo cien-
tífico”, ha sabido “multiplicar, intensificar y incluso también crear sus propio placer intrínse-
co”, sin embargo este placer está codificado por una voluntad de saber que ha sabido cifrarlo
como verdad. Nosotros, victorianos, habríamos creado el placer específico a producir y a pro-
nunciar un discurso verdadero sobre el placer. De esta manera, y a partir de cierto momento,
las sociedades occidentales habría asistido a la constitución de un registro indefinido, o de un
archivo efímero, de sus bizarrerías, sus exasperaciones, sus placeres cotidianos.

En poco más de una página, y a través de una hipótesis quizá demasiado esquemática, La
Volonté de savoir esboza un entramado conceptual que resulta clave para comprender no so-
lamente las encrucijadas teóricas que llevaron a reconducir el proyecto del 76, tal como ya lo
anunciaba aquel del 69, hacia una genealogía del sujeto occidental que, en los dos volúmenes
subsiguientes de la Historia de la sexualidad, se plantea como una reescritura de la genealogía
nietzscheana de la moral. Sin embargo, estas encrucijadas no son a nuestro juicio ni explica-
bles ni fructuosas para la crítica contemporánea si no son evaluadas a través de la voluntad de
diagnóstico que las suscitaron. Pues en efecto, Foucault no dejaba de tener como blanco cen-
tral de sus críticas los planteamientos freudo-estructuralo-marxistas (1983, DE 330 - 2001 :
1254) que se impulsaron con los acontecimientos del mayo francés a través de la obras de
Marcuse y, especialmente en Francia, de Deleuze y Guattari, y que situaban las nociones de
deseo y sexualidad en el centro de un debate cuya estrategia política se planteaba práctica-
mente en los solos términos de una liberación de la sexualidad. Es más, de acuerdo a su análi-
sis del dispositivo de sexualidad, Foucault sostuvo públicamente una postura abiertamente
escéptica respecto a las políticas de liberación sexual. Es bien conocido al respecto, el párrafo
de La Volonté de savoir donde el autor afirma que “contra el dispositivo de sexualidad, el
punto de apoyo del contraataque no debe ser el sexo-deseo, sino los cuerpos y los placeres.”
(1976 : 208) Veamos pues, en primer lugar, el diagnóstico de tal estrategia política y las alter-
nativas que el Archivo Foucault nos ofrece al respecto.

El placer como registro indefinido y el potencial desexualizador del fist-fucking.

192
En 1977, un año después de la publicación de La Volonté de savoir, Gilles Deleuze (1925-
1995) envió una carta a Foucault en la que constaban un conjunto de notas ordenadas de la A
a la H (Deleuze, 2003). Dicha carta fue publicada posteriormente por el propio Deleuze ad-
juntando ciertas observaciones en las que este pone en la boca de aquel ciertas declaraciones
que bien podrían ser incluidas en el archivo Foucault, o que en todo caso, ya funcionan como
si lo estuvieran. En la nota G, Deleuze reprocha a Foucault que existe una incompatibilidad
clara entre su apuesta por el deseo como noción revolucionaria fundamental, y la apuesta fou-
caultiana por un política centrada en los placeres. Un año más tarde, en una entrevista a Jean
le Bitoux (Foucault, 1996), Foucault desarrolla una reflexión que bien podemos pensar como
suscitada por dicha carta —pues al menos desde nuestra perspectiva de Archivo, ésta forma
parte de la misma red de significación—. A través de un breve movimiento de diagnóstico
basado en la restitución de la noción de ‘sexualidad’ en el contexto histórico que la ha con-
formado, Foucault considera que si bien la noción de sexualidad “nos ha permitido batirnos,
ella porta también […] un cierto número de peligros. Hay todo un psicologismo de la sexuali-
dad, todo un biologicismo de la sexualidad” que tal como ya lo ha sido, puede continuar sien-
do utilizada por las instancias médicas y psicológicas de normalización. Foucault afirma por
ello que “no solamente hace falta liberar [la] sexualidad [propia], hay que liberarse también
[…] incluso de la noción de sexualidad.”(1996 : 44) Sin embargo, Foucault explicita que él no
propone una ruptura radical con las luchas de su época, sino más bien un cambio de fondo, un
cambio de eje en relación a las mismas. Y si este cambio de eje suponía una abandono de la
noción de deseo en pro de la de placer, esto se debe a que cada una de ellas jugó un papeles
diferente en la configuración de la Scientia sexualis.

Inscritos o subsumidos posteriormente por el proceso de gubernamentalización descrito en


1978 (1990, 2001), La Volonté de savoir afirma que los procedimientos de confesión (procé-
dures d'aveu) habrían dado lugar a la constitución paulatina de “un gran archivo de los place-
res del sexo.” Fijémonos en la naturaleza de dicho archivo. Según Foucault, un archivo de
placeres mundanos, toda una “lírica pobre de la disparidad sexual” se habría ido ‘borrando
durante mucho tiempo a medida que se iba constituyendo”, hasta que la medicina, la psiquia-
tría y la pedagogía del siglo XIX comenzaron a “solidificarlo” bajo la forma de una ciencia
del sexo. (1975 : 85) Producto del dispositivo de sexualidad, el placer fue inteligido en Occi-
dente no como una experiencia cuyo conocimiento podía transfigurar nuestro alma, sino como
un racimo de sensaciones, sentimientos y excesos que bien podían ser el objeto de un testimo-
nio individual. Es más, “la medicina y el psicoanálisis se sirvieron precisamente [de la noción

193
de deseo] como una especie de instrumento para la ‘puesta en inteligibilidad’ (mise en intelli-
gibilité), [y] por tanto [para] la calibración (étalonnage) en términos de normalidad, de un
placer sexual” (1996 : 45). De esta manera, la noción de deseo habría servido como herra-
mienta de recualificación de los placeres mediante una suerte de juego discursivo que Fou-
cault expresa así : “dime cual es tu deseo y yo te diré quien eres, te diré si estás enfermo o no,
te diré si eres normal o no.” (1996 : 45) Los deseos individuales habrían sido así como una
suerte de instrumento de medida, o de baremo, para la clasificación de los placeres y para el
diagnóstico clínico del individuo normal y anormal. Debido al dispositivo de sexualidad, an-
tes de asistir a una represión del sexo, Occidente habría alentado toda la producción de un
placer por analizar el deseo sexual que permearía una multitud polimorfa de relaciones de
poder —padres y niños, adultos y adolescentes, educadores y alumnos, médicos y enfermos,
psiquiatras y perversos, psicoanalistas e histéricas— (1990 : 62) donde todo un juego de inci-
taciones circulares, reclamos y esquivos permitía la estimulación de los cuerpos y la intensifi-
cación los placeres (1976 : 139) siempre al servicio de una estrategia de conjunto, de la cual
aún luchamos por dejar atrás, obcecada en captar la verdadera naturaleza del deseo. Ahora
bien, debido precisamente a que el placer fue evaluado en occidente de acuerdo al gran archi-
vo de sus confesiones individuales, el término mismo de ‘placer’ habría permanecido a la
sombra del deseo, en cierta manera vacío de contenido y virgen de utilización como categoría
normativa; pues al fin y al cabo, si bien tenemos deseos perversos o anormales, en nuestra
cultura no sabemos de placeres patológicos (1996 : 45). Así, contra las políticas centradas en
el deseo y “contra esta noción médico-biológico-naturalista de la sexualidad”, Foucault susci-
ta en este lugar del Archivo, la posibilidad de dar valor “a los derechos del placer” (1996 :
44). Cabe preguntarse al respecto, a tenor de qué tipo de placeres tenía sentido para Foucault
reivindicar unos derechos.

Como es sabido, Foucault manifestó varias veces su fascinación por el surgimiento, a finales
de los años 60 y en el seno en la subcultura S/M de San Francisco, de formas de masculinidad
no falocéntrica que desbordaban el marco del dispositivo de sexualidad. En este sentido, Fou-
cault señaló de forma explícita no sólo las prácticas sadomasoquistas (S/M) sino especialmen-
te el fist-fucking como ejemplo paradigmático de una práctica de resistencia a los poderes
gubernamentales con un potencial creador excepcional. Según la definición dada por Gayle
Rubin (Halperin, 2000 : 154), el fisting es una técnica sexual en la cual la mano y el brazo son
utilizados para penetrar un orificio corporal, de tal forma que el fist-fucking designa, en el
argot habitual, el fisting anal. De acuerdo a la entrevista Sexe, pouvoir et la politique de

194
l’identité (Foucault, 1984, DE 358 – 2001 : 1554-1566) el carácter excepcional del fist-
fucking reside en su potencial “desexualizante”, el decir en la búsqueda que esta práctica con-
lleva, de un placer limítrofe con el dolor que resultaba desconocido para nuestra cultura —
principalmente porque dicha práctica sólo puede llevarse a cabo mediante el uso de ciertas
drogas, de material hecho de latex y de lubricantes especializados. El fist-fucking conllevó —
en el marco donde se inventó— el desarrollo de un tipo de relación “sexual” que no se centra-
ba ni en la penetración genital ni en la intensidad del orgasmo. El fist-fucking, junto a ciertas
prácticas S/M como la flagelación, el trabajo de los senos y el bondage, tenían para Foucault
un potencial excepcional para producir intensos placeres contorneando en mayor o menor
medida los órganos genitales, redistribuyendo las zonas erógenas, y dando lugar así a la
“creación real de nuevas posibilidades de placer” (2001 : 1556). De este modo, la configura-
ción de toda una nueva cartografía corporal del placer permitiría sobrepasar esta antigua idea
de Occidente según la cual el placer genital es la base de todos los placeres posibles (la comi-
da, la bebida, etc.), y la copulación, la más intensa de las prácticas sexuales.

El placer como experiencia en la aphrodisia grecorromana.

Ahora bien, todas estas reflexiones sobre el placer no podían sostenerse sin inscribirse en una
problematización profunda del concepto de moral. Si bien resulta evidente que en la cultura
occidental la búsqueda de estos placeres situaba al sujeto moral por fuera de los límites de su
propia moralidad, Foucault necesita no sólo poder analizar el potencial político de dicha bús-
queda en términos de práctica post-sexual, sino poder analizar estas prácticas como inscritas
en el “campo” de la moral. De acuerdo a esta necesidad, la sección de introducción llamada
Moralité et pratique de soi diferencia entre tres instancias de significación del término ‘moral’
(1984: 36-45) que resulta determinante al respecto. De acuerdo a un primer sentido, ‘moral’
concerniría las normas, o al ‘conjunto prescriptivo’, que determina un código ético. Un se-
gundo sentido se referiría a los diferentes modos de adecuación de las conductas reales de los
individuos a un conjunto prescriptivo determinado —lo que en el texto se denomina la ‘moral
de los comportamientos’. Sin embargo, el texto propone aún un tercer sentido, una dimensión
que determina la manera específica en la que uno se constituirse a sí mismo en cuanto sujeto
moral que se conduce en referencia a un conjunto prescriptivo. Esta última instancia concier-
ne estrictamente hablando un paso en el Archivo Foucault del uso prioritario del término as-
sujettissement —que mostraba la pasividad del sujeto ante la relaciones de poder que le atra-
vesaban— al de subjectivation (subjetivación) —que pretende tematizar sus posibilidades de

195
libertad—. Ahora bien, para explicitar este último concepto, Foucault señala que todo sistema
moral comprende cuatro dimensiones: (1) una ontología moral que determina el marco que
posibilita todas las formas morales de problematización moral de una época; (2) una deonto-
logía moral que designa la relación de un código normativo a una conducta moral que supone
un modo particular de sujeción; (3) una teleología moral que designa la posibilidades del suje-
to para modelarse (façonner) en pro de una autorrealización (accomplissement) o télos; y fi-
nalmente, (4) una ascética: a saber, la dimensión moral que posibilita la transformación del
modo de sujeción y de la teleología de realización de una subjetividad dada. De acuerdo con
esta última dimensión, Foucault traza de forma una conexión evidente entre la tematización
del placer en el ars erotica oriental como experiencia transfiguradora, y la concepción greco-
rromana del placer y del deseo bajo la experiencia de la askesis.

Según l’Usage des Plaisirs, “las aphrodisia son actos, gestos, contactos, que procuran una
cierta forma de placer” (1984 : 55). En oposición a la pastoral cristiana, la moral helénico-
romana no situó la intensidad de nuestras afecciones y placeres en un cuerpo pensado como
una masa isomorfa a la que estamos atados; tampoco sospechará de la existencia de una “po-
tencia sorda” (1984 : 56) en cuyo desciframiento resida la verdad sobre dichas intensidades.
En el seno de las aphrodisia no se hipotetiza ni una carne ni un inconsciente a los que arran-
car la forma y la verdad sobre nuestros deseos y placeres, pues su esencia ética no reside tanto
en la morfología que revisten —como ocurría en la confesión cristiana a través de una minu-
ciosa descripción del acto sexual—, sino más bien en la dinámica que manifiestan (1984 : 58).
La aphrodisia no manifiesta ninguna disociación entre placeres, deseos y actos ‘sexuales’,
sino una circularidad plena en la que “la atracción ejercida por el placer y la fuerza del deseo
al cual aquel se refiere, constituyen con el acto mismo de las aphrodisia, una unidad sólida”.
(1984 : 59) El saber griego que porta sobre la aphrodisia, la entendió como una fuerza de en-
lace entre actos, placeres y deseos. Así, estrictamente hablando, el placer en el mundo heléni-
co y en la Roma imperial no sería experimentado como una intensidad pasiva, sino como
subordinado al ‘movimiento afrodisíaco’ en su conjunto. Las aphrodisia, según este texto, no
se refería a ninguna forma de saber que tuviera como objeto un sexo multívoco —al mismo
tiempo inconsciente y revelable, irremediablemente biológico pero fuertemente político—
sino más bien, a un conjunto en la que el acto, los deseos y los placeres, no podían ser aislarse
de la experiencia ‘afrodisíaca’ toda.

Ahora bien, hay una crítica inevitable a este reenfoque de la temática del placer. Pues aunque
esta arqueología de la Aphrodisia sea pertinente en su generalidad, resulta ciertamente inope-

196
rante para una ontología del presente por dos cuestiones: En primer lugar porque los meca-
nismos sociales en los cuales funciona esta experiencia no solo respeta totalmente su status
quo (y con ello todas las normas que resultan intolerables para nosotros: el patriarcado, el
clasismo y el esclavismo ) sino que tampoco guarda las similitudes necesarias con nuestro
presente como para incorporar algún potencial inspirador para las subversiones futuras. Y en
segundo lugar porque Foucault, siendo perfectamente consciente de ello, desarrolla un análisis
netamente arqueológico que no supone, en términos de eminencia política, una pieza clave
para una ontología del presente. Dicho de otra forma, la arqueología del placer-experiencia,
bajo la forma de la aphrodisia, continúa siendo una historia de lo Otro, pero no tanto de aque-
llo que seguimos rechazando y buscamos asimilar, sino de aquello que ya no somos capaces
de experimentar.

Entre utopía y heterotopía, el placer como acontecimiento.

Sin embargo, en este punto es conveniente volver a la carta de Deleuze que acabamos de evo-
car líneas arriba. Deleuze señala en la nota F.3 que en Surveiller et punir y en La Volonté de
savoir las nociones de ‘relaciones de fuerza’, ‘verdades’ y ‘placeres’ toman sentidos comple-
tamente nuevos sin que Foucault llegue a desarrollarlos. Ahora bien, Deleuze revela en la nota
G que la última vez que se vieron, Foucault le admitió lo siguiente: “bueno, quizá aquello a
que yo llamo ‘placer’ sea lo que usted llama ‘deseo’; pero de todas formas necesito otra pala-
bra [diferente de] deseo.” Curiosamente un año más tarde, en la citada entrevista con Le Bi-
toux, Foucault ensayó una definición del placer expresándose en los siguientes términos:

“…tomando el placer finalmente, no por otra cosa que por un acontecimiento (événement), un
acontecimiento que se produce, que se produce diría yo fuera del sujeto, o en el límite del suje-
to, o entre dos sujetos, en ese algo que no es ni del cuerpo ni del alma, ni [está] en el exterior
ni en el interior.” (Foucault, 1996 : 49)
Observemos que esta definición no pretende determinar el tipo particular de acontecimiento al
que asistimos en la experiencia del placer, sino que define negativamente la localización es-
pacial de su producción ontológica. Para explicar este movimiento definicional, es pertinente
aclarar en primera instancia qué se entiende en el Archivo Foucault por acontecimiento.

En una entrevista del mismo año en que plantea tal definición del placer Foucault afirma que
una de las razones por las que utiliza el término de acontecimiento “concierne [el] objetivo
[...] de reconstituir un campo histórico en su totalidad, en todas sus dimensiones políticas,
económicas, sexuales” (1978, DE 221 - 2001: 468). Para ello plantea que “es necesario consi-

197
derar el discurso como una serie de acontecimientos, como acontecimientos políticos, a través
de los cuales el poder es vehiculado y orientado” (2001: 465). En este sentido, contra el para-
digma estructuralista, Foucault afirma que “lo que [le] interesa, en el problema del discurso,
es el hecho de que alguien ha dicho algo en un momento dado. [Y que] no es el sentido lo que
busca poner en evidencia, sino la función que se puede asignar al hecho de que este algo ha
sido dicho en este momento”. Así, Foucault llamó acontecimiento a la función propia de un
hecho discursivo (2001 : 467). Esta conceptualización hace que los hechos discursivos ad-
quieran una dimensión histórica irreducible en cuanto singularidades temporales. Ahora bien,
en este sentido, Foucault había señalado en su lección inaugural del College de France (Fou-
cault, 1970) que “el acontecimiento no es ni substancia ni accidente, ni cualidad ni proceso; el
acontecimiento no es del orden de los cuerpos. Y sin embargo no es inmaterial; es siempre al
nivel de la materialidad que toma efecto, que es efecto; tiene su lugar y consiste en la relación
[...] de elementos materiales” (Foucault, 1971 : 59). Y señala asimismo que “la filosofía del
acontecimiento debería avanzar en la dirección paradójica a primera vista de un materialismo
de lo incorporal” (Foucault, 1971 : 60). Si atendemos a esta definición de acontecimiento, el
placer puede ser perfectamente pensado como acontecimiento siempre que no sea abordado
como accidente pasivo de un acto esencial; sin embargo, su materialidad histórica no parece
ser inteligible, según el Archivo Foucault, en cuanto singularidad temporal, sino como singu-
laridad espacial, topológica. De esta forma, debido sin duda a su arqueología como archivo
efímero, y al diagnóstico de su vacuidad conceptual, el placer es pensado como “algo” que no
se produce —como el deseo, como la verdad— en la interioridad subjetiva, pero que tampoco
es producto de la exterioridad corporal, sino más bien de un topos indeterminado entre el ex-
terior y el interior, en el límite del sujeto, o entre los sujetos a los que les acontece. Esta defi-
nición del placer plantea la división de los acontecimientos en dos categorías: de un lado los
acontecimientos político-discursivos, de carácter histórico e inscritos en genealogías concre-
tas, y del otro este placer-acontecimiento, cuya ontología no parece responder primordialmen-
te al tiempo, sino a una espacialidad otra. Queremos mostrar a continuación que el topos don-
de se produciría el placer como acontecimiento singular no puede ser, siquiera, ni utópico ni
heterotópico.

Doce años antes de esta definición del placer, Foucault planteaba en una conferencia publica-
da bajo el título de Les hétérotopies (2010), la posibilidad de una ciencia —la heterotopolo-
gía—que tuviera por objeto las “contestaciones míticas y reales de los espacios donde vivi-
mos”, es decir, dedicada a aquellos contra-espacios, que lejos de no tener lugar —de ser uto-

198
pías— constituyen espacios heterotópicos, radicalmente otros, absolutamente diferentes a
aquellos que constituyen nuestras sociedades. La tesis de Foucault es que el espacio, lejos de
ser blanco y neutro como una hoja de papel, está “cuadriculado, dividido, abigarrado”, es on-
tológicamente denso. Y en efecto, Foucault propone dos heterotopías vinculadas con el pla-
cer: el burdel y la cama de los padres. La cama de los padres es el lugar dónde el niño explora
los “jueves al mediodía” y descubre el placer de transgredir la norma, ya que a la vuelta de los
padres sabe que “va a ser castigado” (2010 : 24). Foucault otorga asimismo un lugar excep-
cional al burdel (maison close) como materialización de una heterotopía definida como “una
ilusión que denuncia todo el resto de la realidad como ilusión”. Si bien podríamos sospechar
que la producción de la experiencia del placer para la modernidad occidental podría localizar-
se en alguna de estas heterotopías, el texto nunca vincula ni el placer mismo, ni su produc-
ción, a la existencia misma de espacios heterotópicos. En cambio, en Le Corps utopique
(2010) se propone un abordaje del cuerpo que nos acerca tímidamente a la definición del pla-
cer como acontecimiento. Foucault plantea que prácticamente todas las culturas conocidas
experimentan una relación tal con sus mitos y leyendas (el mundo incorporal de las hadas, los
cuerpos de los gigantes, las tumbas de mármol, etc.), y con el uso de la máscara, del maquilla-
je, del tatuaje y de diferentes tipos de vestimentas (2010 : 17), que pone de manifiesto que el
cuerpo es el actor principal de todas las utopías (2010 : 17), y que éste, en su materialidad,
lejos de ser lo que está “irremediablemente aquí” (2010 : 15), es el producto de sus propios
fantasmas. De esta forma, el ser humano tendría una “experiencia profundamente y origina-
riamente utópica del cuerpo” (2010 : 19) que situaría a éste último siempre ‘afuera’. Ahora
bien, esta percepción utópica del cuerpo se anula al menos mediante dos tipos de experiencia.
Llamemos a las unas limitantes, pues marcan una imposibilidad última a la utopía: se trataría
de la imposibilidad de habitar el propio cadáver, y de tocar nuestra imagen en el espejo. A las
otras podemos llamarlas positivas, pero Foucault las llama de manera algo naif: “hacer el
amor”. De acuerdo con el texto, “hacer el amor, es sentir su cuerpo encerrarse sobre sí, es
existir en fin fuera de toda utopía”. De hecho, “si [...] nos gusta tanto hacer el amor, es porque
en el amor, el cuerpo está ahí.” (2010 : 20). Si el Archivo Foucault sitúa en el amor físico la
experiencia donde el cuerpo es percibido fuera de la utopía, en cambio deslocaliza de la mate-
rialidad corporal la producción misma del placer en cuanto acontecimiento ‘topológico’.
¿Amor vs. placer?

En conclusión, en esta última tematización del placer que hemos intentado vislumbrar, entra-
ron en juego una búsqueda de la materialidad de lo inmaterial que da cuenta tanto de un recelo

199
por mostrar un factor político determinante para la crítica de nuestro tiempo, como un cuidado
por no fijar la esencia de un acontecimiento en cuyo espacio de producción ininteligible pare-
ce residir toda su potencialidad transformadora. Es quizá en esta ininteligibilidad donde reside
el hecho de que el placer en cuanto experiencia no sea captable por los dispositivos de saber-
poder de los que aún somos deudores; quizá por ello tampoco pudo nunca ser registrado co-
mo una verdad sujetante, manteniéndose así virgen en el centro de la Scientia sexualis que lo
mantenía a flor de piel. Quizá, después de todo, se trate de uno de los pocos acontecimientos
cuya potencialidad subversiva no han sabido aniquilar los mecanismos herederos del libera-
lismo moderno. No en vano, ante la sugestión de Le Bitoux de que “el placer es indiscutible
en sí mismo”, Foucault contesta en referencia a La Volonté de savoir: “Voilà, ese era un poco
el movimiento del libro” (1996 : 44).

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En el cuerpo del texto, los textos de Foucault extraídos de los Dits et écrits (Foucault, M.,
Defert, D., Ewald, F., & Lagrange, J. (2001). Dits et écrits, 1954-1988, T. I-II. Paris: Galli-
mard.) están indicados con la fecha de publicación inicial y sus numeración Las demás refe-
rencias indicadas se refieren a la paginación de la segunda edición de acuerdo al sistema APA
(Año DE nº – 2001 : pag-pag).

- 1977 DE 190. Sexualité et vérité. En Dits et écrits, 1954-1988, II 1976-1988,


Édition établie sous la direction de D. Defert & F. Ewald, collab. J. Lagrange. Paris:
Gallimard. 2001 : 136-137.
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ris: Gallimard. 2001 : 464-477
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1988, T. I-II. Paris: Gallimard. 2001 : 1250-1276
- 1984, DE 358. Michel Foucault, une interview : sexe, pouvoir et la politique de
l’identité. En Dits et écrits, 1954-1988, T. I-II. Paris: Gallimard. 2001 : 1554-1566.

201
Nuevas formas de gubernamentalidad y procesos de subjetivación.
Educación Superior en Chile y endeudamiento: tecnologías con-
temporáneas de moldeamiento de la subjetividad
Maira Melina (IIGG - UBA)

Educación superior y deuda: síntoma de una época

El actual sistema educativo superior en Chile se caracteriza porque tanto su acceso público
como privado son pagos. Lo significativo es que la mayoría de los jóvenes que quieren acce-
der a una carrera universitaria deben endeudarse sobremanera para poder costear sus estudios.
Si bien la creciente privatización de la educación ha sido la tendencia generalizada de las úl-
timas décadas en toda la región Latinoamericana, en Chile no existe un sistema de educación
universitaria garantizado por el Estado como servicio público a partir del cual cualquiera que
quiera estudiar, pueda hacerlo de manera gratuita. Dicha condición no es casual, sino que da
cuenta de una tradición política neoliberal que ha impactado en Chile como en ningún otro
país Sudamericano. Al igual que el sistema que rige en Estados Unidos, aquellos que no cuen-
tan con el apoyo de sus familias para poder pagar una carrera universitaria, solo pueden estu-
diar a través de la petición de un crédito o de la obtención de una beca. Algunos bancos priva-
dos y algunas universidades ofrecen créditos universitarios, los cuales se caracterizan por te-
ner altas tasas de interés. El Estado chileno también ofrece créditos diferenciados por univer-
sidades, que bajo el nombre de Fondo Solidario de Crédito Universitario consisten en un
préstamos con un 2% de interés anual que comienza a pagarse dos años después del egreso;
para las universidades llamadas no tradicionales o privadas se puede acceder a un crédito con
aval del Estado (CAE), cuya tasa puede alcanzar hasta un 6,4% anual. (Luz Vera, M. y Galas-
si, G: 2011). Por otro lado, la obtención de una beca depende la Prueba de Selección Univer-
sitaria (PSU), que también debe ser pagada. Un buen resultado, a su vez, está ligado a la edu-
cación recibida durante los ciclos anteriores, en estrecha relación con las posibilidades de ca-
da sector social. De esta forma, aquellos estudiantes de clases bajas o media- bajas, optan por
el acceso vía crédito debido a que sus resultados en la PSU no son suficientes.

El actual sistema educativo superior chileno es una consecuencia de las medidas implantadas
a durante la dictadura de Pinochet en 1973 las cuales asentaron las bases de la privatización y
mercantilización del mismo. El peso del neoliberalismo ha guiado el rumbo del país y produjo
que la educación sea entendida como un servicio por el cual se debe pagar, más que como un
derecho social.
Este sistema está regido por la Ley General de Educación (LGE) del año 2009, que substituyó
a la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE) surgida en el gobierno de facto. La
LGE no regula en pos de una mayor igualdad de oportunidades en materia educativa, sino que
consolida el sistema de endeudamiento como la única manera para acceder a estudios superio-
res. Para comprender mejor el panorama, se estima que para 2016 habrá más de 600 mil
alumnos endeudados (Gaona, 2014). Un estudiante universitario se endeuda por más de 15
años después de haber finalizado la carrera y puede llegar a pagar dos veces el valor de la
misma por los altos intereses que acarrean los créditos. La obtención de un título universitario
cuesta por encima de US$ 6000 anuales y por todo ello, las familias que no cuentan con esos
recursos, optan en su mayoría por la deuda.

Desde 2011 el país andino se encuentra atravesado por un álgido debate educativo. Durante el
mandato presidencial del empresario Sebastián Piñiera (2010-2014), miles de estudiantes,
docentes y trabajadores se sumaron al reclamo por una reforma del sistema, buscando que el
Estado garantice el derecho a la educación superior, alegando mayor financiamiento público y
mejor calidad educativa, entre otros pedidos. Frente a esta disputa, una de las respuestas del
ex presidente fue “todos quisiéramos que la educación y la salud fueran gratis para todos (…),
pero yo quiero recordar nada es gratis en esta vida, alguien lo tiene que pagar” (Piñiera:
2011).

Camila Vallejo, quien en ese entonces lideró movilizaciones como presidenta de la Federa-
ción de Estudiantes de Chile, es ahora diputada por el Partido Comunista, (alineado con la
actual Presidenta Bachelet). No solo ella sino también junto a sus compañeros dirigentes de
militancia Gregorio Jackson, Gabriel Boric y Karol Cariola, han motorizado un cambio de
paradigma en la educación chilena. Por sus esfuerzos se discutió un proyecto de ley que bus-
caba terminar con la lógica del lucro en la educación, que garantizara un acceso universal y
que no se basara en mecanismos arbitrarios de selección de los estudiantes, ya que otra de las
características de este sistema es que es necesaria la obtención de determinados puntajes para
acceder a los estudios en los distintos establecimientos. Este proyecto se ha logrado aprobar a
principios de 2015 junto con la sanción de la subsiguiente ley denominada por el oficialismo
“Ley de la Inclusión”, (aplicada a partir de 2016); de todos modos, el sistema que rige ac-
tualmente avala la desigualdad en la educación y el endeudamiento como portal de acceso.

¿A qué lógica política responde este modelo de educación superior? ¿Cómo impacta este mo-
delo educativo en las subjetividades contemporáneas?

204
Me interesa presentar un análisis de estos fenómenos desde el concepto de gubernamentali-
dad, acuñado por Michel Foucault (2006, 2007) noción inescindible de importantes transfor-
maciones en la conformación de la subjetividad.

Las políticas neoliberales han tenido y tienen un alcance global lo cual justifica la actualidad
de la temática y asimismo, su análisis funciona como portal para interpretar una variedad de
fenómenos que se vieron trastocados desde el desarrollo de dicha lógica política a partir de la
década de los 70; en este caso me centraré en la esfera de la educación superior chilena y su
relación con los modelos y técnicas de gobierno que se han desarrollado desde la guberna-
mentalidad neoliberal.

Partiendo de los aportes de Maurizio Lazzarato (2013) y de la centralidad otorgada por el au-
tor a la relación acreedor-deudor como la principal relación de poder subyacente en el capita-
lismo contemporáneo, el sistema de endeudamiento enraizando en la sociedad chilena permite
a la deuda (privada) funcionar como dispositivo de control social siendo su acción no mera-
mente económica, sino que tiene un impacto en la fabricación de una subjetividad determina-
da, encausando la sujeción de la población a la lógica del capital.

En este marco, durante la exposición se intentarán delinear las características del “hombre
endeudado” (2013) pensadas por el autor, utilizando también aportes filosóficos de Friedrich
Nietzsche presentes en la Genealogía de la Moral (2006), para reflexionar acerca del rol de la
culpa y de la responsabilidad en la nueva reconfiguración de la subjetividad por parte de la
actual gubernamentalidad financiera.

A partir de algunos elementos más generales, catalogados como tecnologías de poder, (los
créditos/la deuda, el tiempo, el discurso sobre la educación y la teoría del capital humano) se
explicarán las estrategias de gobierno y de control específicas de la población chilena en la
actual experiencia educativa superior, para finalmente entender como éstos funcionan en pos
de fabricar subjetividades que permitan al sistema capitalista prolongar y reactualizar su vi-
gencia. Esto último implica la búsqueda de un retraso en los procesos de cambio y de prácti-
cas emancipadoras que son impulsadas por aquellos que cuestionan y resisten frente al mode-
lo de educación superior vigente; a su vez esboza un escenario donde la crisis de la guberna-
mentalidad neoliberal se hace más notoria.

205
Reseña del afianzamiento del neoliberalismo en la educación universitaria chilena

A mediados del siglo XX comienza en Occidente una reestructuración del orden mundial. El
capitalismo de bienestar, que avalaba el intervencionismo estatal comienza a perder legitimi-
dad y nace un proyecto de construcción de un mercado global y unificado que auspicia el
nacimiento de la etapa neoliberal.

Si bien el objetivo primordial del capitalismo se constituyó siempre en el perseguir el aumen-


to de la tasa de beneficio del capital, con el desarrollo del neoliberalismo esto se buscó procu-
rar a través de nuevos medios. En El Nacimiento de la biopolítica (1979) Foucault describe el
surgimiento de un “capitalismo renovado” (209:2007), fruto de las tendencias ordo liberales
alemanas y neoliberales norteamericanas que configuraron el naciente orden. El autor asevera
que el establecimiento de la competencia y la libertad de mercado constituyeron los principios
insoslayables sobre los que el neoliberalismo se edificaría, basándose en que el Estado debía
solamente intervenir para garantizar las condiciones legales para que cada individuo o empre-
sa pudiera realizar su voluntad en el mercado.

En Latinoamérica la experimentación temprana de las tendencias neoliberales se tradujo a la


privatización de las empresas estatales, la desregulación de los mercados, la ejecución de polí-
ticas de ajuste a los gastos públicos, la expansión de las empresas transnacionales y el des-
mantelamiento de los servicios sociales. Muy ilustrativamente Lazzarato señala en La fábrica
del hombre endeudado (2013) cómo se desplazan las lógicas políticas desde el capitalismo de
bienestar hacia el neoliberalismo: “Nada de derecho a la vivienda, sino créditos inmobiliarios;
nada de derechos a la escolarización, sino préstamos para pagar los estudios. Nada de mutua-
lización contra los riesgos (desempleo, salud, jubilación, ect), sino inversión en los seguros
individuales” (2013:127).

Puntualizando en el caso que interesa explorar, Chile fue el primer país Latinoamericano don-
de el nefasto gobierno de Pinochet realizó medidas económicas de este tipo. Además, Chile
tuvo un particular acercamiento político-económico e ideológico con Estados Unidos; este se
materializó en parte por los convenios firmados entre la Universidad Católica de Chile y la
Universidad de Chicago, los que permitieron a los investigadores estadounidenses viajar a
Chile a estudiar la economía y los chilenos a Chicago, con el fin de absorber las nuevas doc-
trinas económicas que pronto iban a ser desparramadas como “antídoto” por toda Latinoamé-
rica. De esta manera, en 1974, la dictadura chilena liberalizó las importaciones bajando los
aranceles aduaneros, aplicó políticas anti-inflacionarias, disminuyó drásticamente el interven-
cionismo estatal en la economía, privatizó empresas nacionales y permitió el ingreso de gran-

206
des trasnacionales al país. Una de las consecuencias fue la caída del empleo y del nivel de
salarios. A su vez, impactados por medidas impartidas desde los Organismos Financieros
Internacionales y desfinanciados por el ajuste, los servicios sociales fundamentales como la
salud y la educación públicas se transformaron en empresas de servicios con fines de lucro.
Ejemplo de esto fue la aparición de un documento en 1979 llamado “Directivas Presidencia-
les sobre Educación Nacional” donde se menciona que el Estado priorizará la educación bási-
ca y que la educación media y superior serían un privilegio por el cual se debería pagar. Por
ello, durante la dictadura de Pinochet (1973-90) se logró desarrollar un modelo de educación
donde el mismo sistema empujaba a los aspirantes a un título superior a endeudarse con enti-
dades privadas para costear los estudios.

En línea con esta concepción con tintes de mercantilismo, en 1981 el gobierno de Pinochet
decidió que los establecimientos escolares pasaran a ser administrados por los municipios,
descentralizando el control del Estado y provocando un desplazamiento por el cual la calidad
educativa dependería de los recursos de cada municipio; esto no solo sucedió en Chile sino
que fue un proceso que se impulsó para todos los países del Cono Sur que habían asumido las
políticas neoliberales. Volviendo a Chile, el sistema de financiamiento de la educación públi-
ca viró desde un modelo basado en la oferta a uno basado en la demanda entendiendo que si
disminuyese la matrícula de alumnos, también el financiamiento; además, tanto instituciones
públicas como privadas recibieron una inyección a gran escala de capitales privados. Fueron
creados los Institutos Profesionales (IP) y Centros de Formación Técnica (CFT), instituciones
privadas que alimentaron la creciente tendencia hacia la diversificación y ampliación de la
oferta educativa. Por un lado esta diversificación hizo notoria la diferente calidad de los dis-
tintos centros educativos ya que muchos de IP y CFT no contaban con la acreditación oficial
del organismo responsable. De esta manera, las diferencias entre los títulos que actualmente
obtienen los estudiantes pueden ser grandes dependiendo de donde hayan estudiado, lo que
condiciona su futuro laboral. No es novedad el hecho de que estudiantes de cierta posición
económica puedan acceder a las universidades públicas, que son las que acreditan más calidad
educativa, y que estudiantes de bajos recursos deban conformarse con títulos menos reconoci-
dos o simplemente no acreditados formalmente, en las privadas. Así, el discurso neoliberal,
puesto en práctica a partir de la dictadura, además de haber acentuado las desigualdades socia-
les y educativas, ha encaminado a la educación superior hacia una gestión privatista, estructu-
rada por el fin de lucro y dinamizada por los créditos y deudas contraídos por las familias.

207
Actualmente este sistema de educación superior se encuentra en proceso de transformación.
Luego de haber sido fuertemente cuestionado primero por las masivas movilizaciones estu-
diantiles del 2011, pero también por el actual gobierno de Chile, la búsqueda de un cambio se
ha convertido en una propuesta de Estado. De hecho, en 2014 se envió un proyecto de ley
oficial cuyas directrices fueron “fin al lucro, copago y selección”, aspectos que habían consti-
tuido, en palabras de la diputada Camila Vallejo, a la educación en un bien de mercado. La
presidenta Bachelet también ha hablado de este proyecto como fruto de una necesidad social
de iniciar un “proceso de transformación profunda en materia educacional” (Bachelet: 2014).
Dicho plan será implementado en etapas a partir de 2016; el eje central es que la educación
pública sea gratuita y que las familias puedan elegir los establecimientos universitarios sin
necesidad de endeudarse, entre otras muchas reformas que apuntan hacia la concepción de la
educación superior como un derecho social. El 21 de mayo de 2015 la presidenta anunció que
el 60% por ciento más vulnerable que acceda a establecimientos tradicionales, CFT o IP acre-
ditados, la hará de manera gratuita. Sin embargo, esta declaración ha generado debate ya que
la mayoría de los sectores vulnerables estudia en universidades privadas porque los puntajes
requeridos para ingresar son menores. Además, en abril de 2015 había tenido que reconocer
que aquello recaudado con la reforma tributaria estipulada por su gobierno para llevar adelan-
te este programa, no era suficiente para financiar la reforma educacional. Dicha controversia
es parte de la voluntad de cambio y la inercia que genera un sistema ideado hace décadas,
además de la persistencia de la lógica de la competencia, lucro y endeudamiento que son
prueba de la lógica gubernamental teorizada por Foucault.

Después de haber planteado parte del escenario en el que se desarrolló este conflicto, la inten-
ción de esta reflexión es poner en relación el sistema educativo chileno que rige hasta la ac-
tualidad con distintas tecnologías que han consolidado la subjetividad del hombre endeudado
bajo la órbita de la gubernamentalidad neoliberal.

Gubernamentalidad financiera y subjetividad de la deuda

En La fábrica del hombre endeudado Maurizio Lazzarato sostiene que la deuda es “motor
económico y subjetivo de la economía contemporánea” (2013:30). En ese ensayo el autor
presenta un análisis crítico del capitalismo donde la deuda, tanto pública como privada, fun-
ciona como dispositivo de gobierno y control que modela la subjetividad. Según el autor, en la
era de la economía financiera, cuyo eje es el crédito, la principal relación de poder es entre
acreedores y deudores y la misma atraviesa la totalidad de las relaciones sociales.

208
Una de las afirmaciones más fundamentales de Lazzarato es que la economía neoliberal ha
producido una determinada forma de subjetividad, un homo debitor, perfil reactualizado de
homo aeconomicus, que a su vez tiene sus raíces en el “empresario de sí mismo” teorizado por
Michael Foucault en Seguridad, Territorio y Población (1978) y en El nacimiento de la bio-
politica (1979).

Para Lazzarato la génesis de esta subjetividad comienza a desplegarse con los grandes déficits
públicos conformados durante la crisis mundial del 1973-1979. A partir de ese hito histórico,
afirma que la crisis se ha tornado permanente y que, junto al miedo, estos constituyen el hori-
zonte indispensable de gubernamentalidad capitalista neoliberal (2014). Esto significa que la
crisis, que provoca una necesidad de créditos continuos, es la manera en la que el capitalismo
actualmente gobierna.

Desde lo teorizado por Michael Foucault, utilizaré la noción de gubernamentalidad (2007)


para entender las formas de conducción de la población institucionalizadas en el capitalismo
actual. Aquí, el concepto será operativo para pensar la capacidad de algunas tecnologías y
dispositivos de poder de delimitar y modelar las lógicas de acción de los sujetos, encaminando
sus conductas hacia cierto fin deseado, el cual es en sí mismo una construcción. Esta noción
fue formulada por Foucault en el año 1978 en su curso Seguridad, Territorio, Población. En
un primer momento designó una forma específica de régimen de poder, aludiendo a la consti-
tución del Estado Moderno en Occidente durante el siglo XVIII, cuyo objetivo era regular una
multiplicidad numerosa (población), dispuesta en un espacio determinado (territorio); en este
marco la racionalidad dominante era la economía política, que lograba auto limitar la acción
del Estado y los instrumentos técnicos por excelencia eran los dispositivos de seguridad. En
1979, en el curso El nacimiento de la Biopolítica, Foucault amplió el alcance de la guberna-
mentalidad aseverando que utilizaría el concepto para pensar las “técnicas y procedimientos
destinados a dirigir la conducta de los hombres. Gobierno de los niños, gobierno de las almas
o las conciencias, gobierno de una casa, de un estado o de sí mismo” (1994:125) Este despla-
zamiento que involucra a la vida de la “especie” pone de manifiesto la importancia de nocio-
nes como biopoder y biopolítica que ya habían sido sugeridos en la Voluntad de saber y en las
clases publicadas como Defender la sociedad. Con ellos comienza a analizar los mecanismos
específicos de regulación de las poblaciones, por los cuales la especie humana y sus rasgos
biológicos fundamentales, pasan a ser parte de una estrategia general de poder.

La gubernamentalidad alude a una racionalidad que en un comienzo, según Foucault, tendió a


auto limitar a la razón de Estado. En pos del mantenimiento de la competencia económica y el

209
equilibro entre naciones, el Estado no podía gobernar más allá de ese principio porque eso
hubiese implicado una perturbación a las leyes naturales de la economía política. Según este
punto de vista, la gubernamentalidad liberal soldó las bases de la forma que adquirió el go-
bierno de las conductas durante el neoliberalismo. La principal característica en común es la
autolimitación del Estado para garantizar la libertad de acción del individuo en el mercado. En
el neoliberalismo el nuevo sujeto privilegiado es el individuo, su libertad y sus derechos y ya
no más la sociedad en su conjunto. A su vez, el Estado como epicentro de gobierno, es des-
plazado por el sector privado y empresarial financiero, lo cual implica que quienes imponen la
legitimidad de las decisiones, el éxito o el fracaso de una política, van a ser los focos de poder
que se encuentran fuera del Estado y que tienen un carácter internacional, léase los Organis-
mos Internacionales más importantes (FMI, BM), entre otros. El corte de las decisiones está
atravesado por una lógica que entiende que el triunfo de una política se relaciona con su buen
impacto en el mercado. Para Foucault este fenómeno se explica en la “constitución del merca-
do como principio de veridicción” (2007:51). Esto alude simplemente a que es el mercado el
que debe determinar la verdad acerca de la práctica gubernamental.

A nivel de la gubernamentaliad, el dispositivo de la deuda se sirve de distintas tecnologías de


gobierno (entendidas como tecnologías de poder para Foucault) cuyo objetivo no es ya some-
ter a los individuos directamente a través de un aparato coercitivo, sino que es incitarlos hacia
determinadas conductas; esto implica la presunción de su libertad, sin embargo se intenta in-
tervenir sobre sus medios, representaciones y deseos, que impactan en la toma de decisiones.

Ahora bien, para entender cómo lo planteado se relaciona con el sistema educativo chileno,
sugeriré cuales podrían ser dos de estas tecnologías:

-El sistema del endeudamiento educativo (créditos estatales y privados) como única ma-
nera de acceso a los estudios para quienes no disponen de capital para pagarlos. La deuda fun-
ciona, a nivel micro, como propulsora de cierto tipo de conducta.

-El discurso del capital humano que construye a la educación como si fuese un portal hacia
una mejor calidad de vida y movilidad social.

Primero que todo, el sistema de endeudamiento se desprende de la lógica de mercado y la


tendencia privatista que atraviesa al sistema educativo chileno. La obligación de la deuda
constituye una tecnología de control de las conductas de la población y, en este caso, desde el
punto de vista de lo biopolítico, es posible pensar como los estudiantes y sus familias se han

210
transformado en pequeños “mercados financieros”, donde lo importante es que los sujetos
contraigan créditos para que el endeudamiento continúe interviniendo sobre sus conductas.

Para profundizar esta cuestión, recuperaré alguno de los argumentos de María Olivia
Mönckeberg, periodista, profesora universitaria y directora del Instituto de la Comunicación y
de la Imagen de Chile, ya que se dedica a investigar el entramado de relaciones entre el lucro
y la educación superior. En su última publicación en 2013 “Con fines de lucro. La escandalo-
sa historia de las universidades privadas en Chile”, evidencia las redes de poder que existen
detrás de la educación superior. Para Mönckeberg, el Estado regula a favor de la mercantiliza-
ción de la educación porque es el principal respaldo de los actores financieros: con la creación
en 2006 del Crédito con Aval del Estado (CAE), este último se propone como actor garante de
familias de sectores pobres que deben contraer créditos para la acceder educación. Para la
autora, desde la creación del CAE, las cifras demostraron el aumento de matrículas en los
establecimientos privados, lo cual manifiesta el apoyo del poder político y una transferencia
de recursos desde las familias endeudadas hacia las corporaciones empresariales que contro-
lan estas universidades. En relación a esto, se evidencian los vínculos que hay entre los soste-
nedores de las casas de estudios con el poder político ya que los dueños de algunas reconoci-
das Universidades (Andrés Bello, San Sebastián, Santo Tomás), destinan dinero de las matri-
culas hacia otras sociedades (inmobiliarias, empresas de tecnología) de las que también son
dueños. Esto da cuenta de cómo el endeudamiento de las familias alimenta directamente a los
sectores más poderosos de la sociedad.

El hecho de que el Estado avale el endeudamiento expresa que las tecnologías de gobierno se
encarnan en el Estado, pero no se forjan necesariamente en su seno. Se podría pensar, para-
fraseando a Lazzarato (2013), que existe un nuevo bloque hegemónico, el sector financiero, el
cual engloba a los acreedores, los banqueros, el Estado, las empresas, entre otros. El concepto
de gubernamentalidad ayuda a pensar cómo estas lógicas que constituyen las formas de la
sociedad chilena, sus familias y estudiantes, están reguladas también por decisiones interna-
cionales en las que están implicadas relaciones de poder globales.

Para justificar el discurso del capital humano utilizaré primero una cita de Foucault (1994b):

Me parece que se deben distinguir las relaciones de poder como juegos de estrategia entre li-
bertades (…) y los estados de dominación, a los que comúnmente se los llama poder. Y entre
los dos, entre los juegos de poder y los estados de dominación, están las tecnologías guberna-
mentales. (1994b:728)
Aquí se exhibe la complejidad de las relaciones de poder y del concepto de libertad. Si los
sujetos carecieran absolutamente de esta última, entonces ya no nos encontraríamos frente una

211
relación de poder. Estas se definen por ser un modo de acción que repercute sobre la acción
de otros, incitando, limitando, dificultando las conductas: son relaciones entre fuerzas (Deleu-
ze: 2014). Así, estos juegos estratégicos suponen que el poder se ejerce sobre quienes pueden
y tienen cierta posibilidad de elegir o marco de acción. Por ello, es posible reflexionar sobre
la formas en las que el poder se ejerce y se revela en los comportamientos que lo individuos
van llevando a cabo en un determinado contexto o momento histórico. Como fue apenas plan-
teado, es necesaria cierta reciprocidad para que las relaciones de poder se reactualizan cons-
tantemente. Si bien existen focos de resistencia, como lo son actualmente las movilizaciones
y los proyectos de reforma educativa ya comentados, ciertos lugares de “veridicción” funcio-
nan como legitimadores de la relación de poder dominante. La teoría del capital humano, re-
tomada por Foucault, permite pensar una justificación de la perpetuación y mantenimiento del
sistema educativo superior chileno, y a su vez, un acatamiento de la relación acreedor-deudor
de Lazzarato.

La alusión a esta teoría es operativa para problematizar el valor que la sociedad le atribuye a
la educación hoy en día. Foucault la utiliza para explicar la relación entre el trabajo y el sujeto
en la nueva gubernamentalidad neoliberal. Él afirma que el trabajo humano se transforma en
un factor de producción, un capital, “una aptitud, una idoneidad; como suelen decir, es una
máquina.”(2007:263). Lazzarato también menciona la teoría del capital humano en Biopolíti-
ca y Bioeconomia (2005) a través de la expresión: “un capital que es uno con el trabajador”
(p. 6). Desde este punto de vista, se deja de lado la concepción marxista clásica del trabajo. A
su vez, da lugar a la creación de una configuración subjetiva que Foucault denomina “el em-
presario de sí mismo” (2007). Esta figura alude a un individuo capaz a gestionar su propio
bienestar, tanto laboral o afectivo como si fuera una micro empresa; para ello el sujeto cuenta
con elementos innatos y adquiridos. El acceso a la salud y el nivel educativo son elementos
adquiridos que transformarían a una persona en más apta y calificada, que podrá acceder a un
mejor sueldo y así a una mejor calidad de vida, según el discurso capitalista. La productividad
de un individuo se encuentra condicionada por dichos elementos.

Al actualizar la teoría del capital humano y la figura del empresario de sí mismo al contexto
de la educación superior en Chile, siguiendo el camino de Lazzarato, el hombre endeudado se
perfila como el nuevo sujeto del capitalismo. Sin embargo, también podría pensarse en un
híbrido entre estos dos, ya que el sujeto, condicionado por el valor de la educación que la so-
ciedad atribuye como portal hacia una mejor calidad de vida, es llevado a endeudarse para
poder cumplir con este objetivo. El hombre endeudado es también un empresario de sí mismo,

212
ya que debe gestionar sus recursos en pos de venderse a sí mismo como un valor en el merca-
do de trabajo. Aquí también vemos como la lógica de mercado se cuela en la inteligibilidad de
las decisiones de los sujetos, lo que no es más que un efecto de poder de la gubernamentalidad
neoliberal y financiera que impera en la sociedad chilena. La fuerza de este discurso actualiza
las relaciones de poder y hace posible la necesidad de endeudamiento.

Subjetividad estudiantil: síntomas de un negocio rentable

Para dar sentido a su tesis del hombre endeudado como condición subjetiva del neoliberalis-
mo, Lazzarato (2013) toma de La Genealogía de la Moral lo que para él es una enseñanza
fundamental de Nietzsche: “la producción económica y producción de subjetividad, y el traba-
jo y ética son indisociables” (p.57). Para Lazzarato es de suma relevancia entender que detrás
de la deuda y de la relación acreedor- deudor existe un trabajo sobre uno mismo, es decir, una
presión ejercida sobre la conciencia y también sobre el cuerpo que nos obligaría a accionar
con responsabilidad cuando contraemos un crédito. En la Genealogía de la Moral (2006)
Nietzsche sostiene que la tarea de la sociedad sobre el hombre había sido la de criar un animal
que pueda y aprenda a prometer, es decir, formar y modelar a un sujeto capaz de responder
por sí mismo como futuro. Este proceso se justifica a partir de la creación histórica de una
memoria, que luche contra la facultad del olvido y que le permita al hombre cumplir con las
obligaciones contraídas con sus pares. Lo originario de la sociedad no se basa para Nietzsche
en el intercambio, sino justamente en la relación acreedor-deudor. Para el filósofo es en el
derecho de las obligaciones donde tiene su hogar nativo el mundo de los conceptos morales
“culpa”, “conciencia”, “deber”. La relación acreedor deudor es la más antigua de la sociedad
occidental y la culpa y la responsabilidad son entonces, hijas de una relación de poder entre
hombres, por la cual unos domestican a otros.

Un deudor vive continuamente sujetado a su promesa; tanto en el plano de lo material como


de lo existencial depende de su cumplimiento por el bien que ha recibido en consignación.
Sus decisiones están supeditadas o condicionadas al acatamiento de la deuda. Entonces, las
sensaciones de culpa y de responsabilidad conllevan una obligación moral que apela a la mo-
delización de la subjetividad. Para disciplinar a un hombre que prometa es necesario, para
Nietzsche, hacerlo uniforme y calculable; por ello la deuda marca cuerpo y mente en cuanto a
que produce un sujeto disponible a ser anticipado, por ende, controlado.

213
El cuestionamiento social iniciado hace algunos años en el país andino es un signo de resque-
brajamiento de la hegemonía de las lógicas neoliberales que gobernaban con una impronta
muy marcada. Desde 2006, no solo estudiantes, sino también trabajadores de la educación y
gente de otros ámbitos comenzaron a marchar por un cambio en el sistema educativo. Como
contrapartida, en 2009 y con más fuerza en 2011, el reclamo, que nació como una demanda
puramente educativa, logró consolidarse como una demanda a nivel estructural. La sociedad
chilena es muy desigual no solo en la educación, sino también en otros ámbitos, lo que refuer-
za la idea de cambio sistemático.

Como ya fue descripto, la condición de endeudamiento es cuasi estructural, tiene sus raíces en
los acontecimientos históricos de la dictadura de Pinochet consolidados a lo largo de los si-
guientes treinta años. La subjetividad ha sido modelada de acuerdo a las condiciones que im-
plican que la educación pública superior chilena tiene un financiamiento que debe ser cubierto
por los “usuarios” y no por el Estado, donde el sistema mismo excluye a quienes no tienen los
recursos para acceder a ese nivel educativo. Si bien en Chile existe una notable naturaliza-
ción de la deuda y por eso no se la percibe como una imposición aplastante de un sistema que
se reproduce gracias al desembolso mensual de la cuota crediticia de todos los ciudadanos
endeudados, parte de la población ha comenzado a concientizar esta situación a partir de las
marchas y de denuncias de todo tipo. En la vía pública y en los medios de comunicación se
han encontrado declaraciones como “Gano el mínimo y mi hija está endeudada en 16 millo-
nes”; “Soy abuela y sigo endeudada” (Carteles de las movilizaciones 2011). Organizaciones
cristalizadas en Facebook/blog agrupan a más de un millón de deudores (autodenominados
Coordinadora de Deudores y Víctimas del Sistema Educacional Chileno) donde se encuentran
notas, reclamos, convocatorias a marchas y reuniones que tematizan la situación opresiva del
sistema de educación superior. Estas denuncias indican la urgencia en la que se encuentra la
población, ya que en el horizonte de posibilidades de estudiantes chilenos no pertenecientes a
clases acomodadas no existe otra opción que el endeudamiento. Si la educación es concebida
como posibilidad de movilidad social, mejor calidad de vida futura, el no poder acceder a ella
ha puesto de manifiesto que la culpa impulse a los sujetos endeudarse y la responsabilidad a
vivir atados a un crédito.

214
El tiempo como cárcel de la subjetividad

Para Lazzarato “la economía de la deuda es una economía del tiempo y de la subjetivación”
(2013:53). Se trata por lo tanto de un desplazamiento en lo que convoca al disciplinamiento
de los cuerpos y el control de su conducta.

Quien accede a un crédito lo hace para realizar algún proyecto, alguna actividad, consumo.
Pensando más allá de la función económica, para este autor las finanzas son un intento por
controlar el futuro (2014). La intención es siempre neutralizarlo, hacerlo previsible limitando
la distancia entre presente y futuro y quitando toda posibilidad, motivación, creatividad e in-
novación por parte de aquellos que han accedido a un crédito, es decir, por parte las poblacio-
nes que aquí equivalen a esos “mercados financieros”. Esta afirmación se justifica mediante la
siguiente cita del mismo autor (2013):

El poder de la deuda se representa como si no se ejerciera por represión ni por ideología: el


deudor es “libre” pero sus actos, sus comportamientos, deben desplegarse en los marcos defi-
nidos por la deuda que ha contraído. (...) Se es libre en la medida en que asume el modo de vi-
da (consumo, empleo, erogaciones sociales, impuestos, etc.) compatible con el reembolso
(p.37)
En el fragmento se plantea cierta invisibilidad del poder, lo que haría aún más perversa la re-
lación acreedor-deudor. También da cuenta de aquello que supone la contracción de la deuda;
el hombre endeudado no siempre percibe esa limitación de sus acciones y elecciones, pero la
obligación sostenida en el tiempo conlleva que el deudor deba limitar sus bienes, sus deseos y
su capital para administrar el pago de su deuda.

En relación al tiempo, la deuda implica su captura. Si la función de las finanzas es neutralizar


cambios, hacerlos imposibles, igualar el presente al futuro, una consideración viable es que
mediante esta captura se impone una relación de fuerza entre acreedor y deudor donde el úl-
timo entrega (quizás sin ser demasiado consciente de ello) sus potencialidades al propietario
del capital. El presente se empobrece y el futuro se niega. Deleuze, siguiendo la línea de Fou-
cault, presenta en el artículo Posdata sobre las sociedades de control (1990) las formas de
control que se van perfilando desde la década de los ochenta en la sociedad occidental. Enton-
ces, si antes la forma de vigilar y controlar a las poblaciones era a través del espacio, es decir,
de la visibilización del cuerpo mediante su enmarcamiento en un lugar pasible de ser visiona-
do, ahora y a partir del desarrollo de nuevos avances tecnologícos, este control se lleva a cabo
mediante medidas temporales.

Por ello, la lógica de las finanzas y la victoria del capital se actualizan con la economía de la
deuda. En este caso, el destino del estudiante o familia se vuelve previsible y controlable. Du-

215
rante los próximos años sus ingresos serán destinados al pago del crédito, con lo cual, sus
decisiones estarán supeditadas a su finalización. ¿Si la deuda está ligada al porvenir, entonces
contraerla es suspender el avance, limitar los cambios sociales o políticos?

Algunos estudiantes se endeudan por más de diez años y además, deben pagar el doble de lo
que vale su carrera. En muchos casos los estudiantes endeudados buscan un trabajo que los
ayude a pagar su deuda, distrayéndose de sus estudios y concentrando sus energías en un em-
pleo que quizás no se relaciona a su carrera, sino que su única funcionalidad es la obtención
de dinero.

Las nuevas propuestas legislativas en educación, fruto de las movilizaciones del 2011, pueden
ser interpretadas como negación a la suspensión del tiempo como dispositivo de control ya
que se han podido cuestionar las dinámicas de poder forjadas por la gubernamentalidad neoli-
beral. Las transformaciones se han puesto en marcha. De todas maneras, en abril de 2015,
estudiantes de distintas agrupaciones reclamaron nuevamente por la reforma educativa bajo el
lema “que Chile decida su educación”. Casos de corrupción política han sacudido al país en
los últimos años, con lo cual parte de la sociedad manifiesta cierto descontento y una falta de
credibilidad frente a las reformas anunciadas por el gobierno de Bachelet. El malestar sigue
vigente y pesa sobre los bolsillos de los estudiantes.

Breves comentarios finales

El objetivo de esta ponencia fue explorar distintas formas de control y producción de la subje-
tividad que acaecen en el capitalismo contemporáneo utilizando el caso paradigmático de la
educación superior chilena. Teniendo en cuenta que no es el único, es considerable el hecho
de que la economía de la deuda no solo impacta en la educación, sino que “la deuda represen-
ta una relación de poder transversal que no conoce ni las fronteras del Estado (...) ni las dis-
tinciones entre lo económico, político y social” (Lazzarato, 2013: 103). Es un fenómeno que
está presente de manera global y afecta nuestro día a día y que, según este autor, ha logrado
forjar una subjetividad y ética específica, denominada “endeudada”.

La deuda implica la obligación del cumplimiento con lo acordado lo cual permite “prever,
calcular, medir, establecer equivalencias entre las conductas actuales y las venideras” (Lazza-
rato, 2013:53). De esta manera se consigue controlar y mantener firmes las relaciones de po-
der vigentes.

216
Desde el punto de vista de la subjetividad, el sistema educativo chileno, basado en los crédi-
tos, consigue modelar un sujeto que acciona mediante la culpa y el sentimiento de responsabi-
lidad. La deuda y la teoría del capital humano forjan maneras de actuar de los individuo que
son interpelados como seres libres de elección por el discurso neoliberal, pero en los hechos,
sus decisiones son trazadas desde tecnologías gubernamentales que marcan las conductas
deseables y esperables.

“La deuda no es solo un dispositivo económico, sino una técnica securitaria de gobierno ten-
diente a reducir la incertidumbre de las conductas de los gobernados” (Lazzarato, 2013:52). El
tiempo y su captura mediante las finanzas son funcionales a la imposibilidad o dificultad de
cambios políticos dado a que sujetan a los individuos a permanecer atados a las condiciones
de cumplimiento de los créditos.

Luego de este análisis es posible afirmar también que dicha gubernamentalidad neoliberal se
encuentra en proceso de transformación. Ante la novedad de las movilizaciones y de cierta
voluntad política de cambio, hay que observar detenidamente su desarrollo, sus inflexiones.
Manteniendo la visión foucaultiana, en las relaciones de poder existe necesariamente la resis-
tencia como parte constitutiva de la misma. Por ese motivo, me atrevo apenas a pensar los
posibles caminos que estos cuestionamientos, posiciones políticas y marchas masivas son en
sí mismos acontecimientos que provocan la apertura de los sentidos sociales y en las subjeti-
vidades conformadas bajo la órbita neoliberal. El futuro permanece incierto: apelo a la refle-
xión de Lazzarato donde “la ruptura del acontecimiento no constituye más que un esbozo, en
un comienzo, donde la realización esta indeterminada, improbable e incluso imposible, según
los principios del poder establecido” (2014b:35).

Bibliografía citada

Bachelet,M. (2014, 19 de Mayo) Discurso en cadena nacional

Deleuze,G. (1991) Posdata sobre las sociedades de control, en Christian Ferrer (Comp.)
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Foucault, Michele (1994) Dits et ecritis, Vol IV, París: Gallimard Seuil.

Foucault, M. (1994b) L’éthique du souci de soi comme pratique de la liberté. Dits et


Écrits IV (708-729)

217
Foucault, M. (2006) Seguridad, territorio y población, Buenos Aires: Fondo de Cultura
Económica.

Foucault, M. (2007) Nacimiento de la biopolítica, Buenos Aires: Fondo de Cultura Eco-


nómica.

Lazzarato, Maurizio (2013) La fábrica de hombre endeudado. Ensayo sobre la condición


neoliberal, Buenos Aires: Amorrortu editores.

Lazzatato M. (2005). Biopolítica y Bioeconomía. Multitudes, n°22, pp 6.

Lazzarato, M. (2014) Entrevista: El rechazo del trabajo, www.doppiozero.com

Lazzarato, M. (2014b) Gouverner par la Dette, Les Prairies Ordinaires.

Nietzsche, Friedrich (2006) La genealogía de la moral, Madrid: Alianza.

Luz Vera, M. y Galassi, G.(2011): Educación superior en Chile y Argentina: Problemas


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http://www.ieral.org/images_db/noticias_archivos/1892.pdf

Piñiera, J. (2011, 11 de Agosto). Discurso presentado en la Casa de la Moneda. Santiago


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Bibliografía consultada

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para-el-60-mas-vulnerable-al-2016-en-educacion-superior-1669316

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http://ciperchile.cl/2013/11/11/credito-con-aval-del-estado-cae-los-bancos-siguen-
ganando-a-costa-del-estado-y-del-endeudamiento-estudiantil/

218
Gaona, María José (2014) Capitales Humanos: La nueva forma de lucro con el endeuda-
miento universitario de El desconcierto.cl, Sitio Web: http://eldesconcierto.cl/capitales-
humanos-la-nueva-forma-del-endeudamiento-universitario/

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ca Latina. de La Tercera Sitio web:
http://www.latercera.com/noticia/nacional/2014/03/680-570789-9-como-funciona-la-
educacion-superior-gratuita-en-los-paises-de-america-latina.shtml

219
La Universidad Productora de productores: Una lectura Biopoli-
tica
Jorge Eliécer Martínez Posada (U. de la Salle - Colombia)

“A principios del año 1872, el joven Nietzsche dicta en Basilea


una serie de cinco conferencias que se recogerán posteriormente con el título de Sobre el
porvenir de nuestras instituciones educacionales. La mirada del moralista lleva a cabo en
ellas una crítica radical del modelo de educación puesto en obra en los gimnasios de huma-
nidades, crítica que acabará por impugnar el proyecto mismo de una enseñanza general
obligatoria. Se trata –nos dirá allí– de instituciones donde se “promociona la miseria del
vivir”, donde, necesariamente, la cultura es puesta “al servicio de los fines del Estado”.

Miguel Morey Ferrer

"No se trata sólo de que las universidades colombianas se estén convirtiendo en empresas
capitalistas, sino que los individuos que compran en ellas servicios de educación superior
aparecen también como máquinas empresariales. Según Foucault, la racionalidad neoliberal
hace del trabajador (y no sólo del trabajo) un sujeto capaz de calcular e incrementar al má-
ximo su “capital humano”.

Santiago Castro- Gómez

Introducción1

Este Escrito es un ejercicio analítico para desmontar y resistir los embates neoliberales, en el
se presentan dos momentos generales. Un primer momento orientado a componer una síntesis
teórica de las inquisitivas herramientas críticas de la biopolítica en la línea de M. Foucault, G.
Deleuze, Hardt y Negri, Lazzarato y Virno; y un segundo momento se asume un marco de
análisis de los mecanismos de sujeción propios del discurso gubernamental respecto a la edu-
cación superior en el contexto latinoamericano y particularmente, colombiano, durante el pe-
ríodo comprendido por la embestida neoliberal desde la década del ́90. De este modo, el pro-

1
Este ensayo se presenta como resultado de las investigaciones "Dispositivos de producción de subjetividad
(epistémico, política y moral) de los jóvenes universitarios. Universidad de la Salle. (Estrategias
gubernamentales y formas de resistencia posible) del grupo de Investigación: Intersubjetividad en la Educación
Superior ( 20015) – Universidad de la Salle, Bogotá – Colombia y de la investigación “Análisis de los discursos
gubernamentales e institucionales educativas sobre la educación superior como lugar de producción biopolítica
de la subjetividad.” (2010)Estos trabajos investigativos fueron financiadas por la Universidad de la Salle
Colombia en el departamento de Formación Lasallista . Por otra parte un primera versión de este escrito fue
publicado bajo el titulo " La interacción entre biopolitica eduacaión y subjetividad: la universidad Productora
como productores desde una lectura Foucultiana En: revista de la Asociación de Sociologia de la Eduacaión
RAES Vol , Nº 2."
pósito de la investigación consiste en develar o “visibilizar" el funcionamiento de los discur-
sos gubernamentales como dispositivos de producción biopolítica de la subjetividad en la
educación superior en Colombia. Por lo anterior el propósito es fundamental elaborar una
comprensión de la actualidad de la educación desde perspectivas post- estructuralistas y có-
mo esta responde a la lógica del pensamiento moderno y a las formas imperantes de la epis-
temología desde el pensamiento de Michel Foucault, el cual realiza un análisis crítico – histó-
rico de la gubernamentalidad, en el cual muestra que existe una conexión entre los modos
como se gobierna una sociedad y los modos como los “sujetos” se relacionan consigo mis-
mos. En otras palabras, cómo las técnicas de gobierno, donde está de manera privilegiada la
Educación, incluyen, no sólo las del gobierno de los otros, sino las del gobierno de sí mismo.
Esto significa que quizá no haya nada más “interior” que los dispositivos (ejemplo: la es-
cuela) de poder que hacen posible el gobierno de una sociedad. Es decir, que lo que se en-
tiende por “sí mismo”, lo más “interno” y “original” que existe para cada quien, está deter-
minado por una modalidad de gobierno, por un conjunto de prácticas de poder que ya no de-
penden del sujeto ni pretenden favorecer su acción libre. El sujeto de la ética, dice Foucault,
no es un sujeto dado de una vez y para siempre, o constituido a priori, sino que se consolida
como sujeto desde y a través de las prácticas y los discursos.

Las reflexiones que se han hecho a lo largo de la historia acerca de la relación entre educación
y sociedad han partido siempre de un supuesto fundamental: se educa a los miembros de la
misma para que puedan llevar a cabo ciertas conductas, de las cuales depende su manteni-
miento o su progreso. Se asume entonces que las acciones de los componentes sociales son
susceptibles de ser creadas, dirigidas o corregidas, con el propósito de llevar a cabo un cierto
proyecto de sociedad. Desde la posición griega de la relación necesaria entre ciudadanía y
Paideia hasta la profesionalización universitaria, pasando por las ideas ilustradas sobre el sen-
tido de la educación y por sus múltiples críticas, educación y sociedad se encuentran en la
construcción de aparatos sociales diseñados para promover y controlar las acciones de sus
diversos componentes.

Ahora bien, cuando se lleva a cabo una reflexión crítica sobre las relaciones actuales entre
educación y sociedad, se hace inevitable reconocer que el proyecto económico – político lla-
mado liberalismo económico, es decir, la interacción entre capitalismo y democracia, ha ter-
minado por capturar el sentido de las modalidades educativas, especialmente las dirigidas a la
capacitación técnica o a la formación profesional. (Martínez, 2009, p 25-26)

222
Dicho de otro modo, los procesos educativos contemporáneos parecen supeditarse a los in-
tereses de producción económica de una manera tan profunda que, si se escuchan con aten-
ción las relaciones familiares que aparecen en los discursos cotidianos sobre esta relación,
bien sea el de una madre preocupada por el futuro bienestar económico de su hijo, o el de la
Ministra de Educación Nacional ( en el caso de Colombia) escribiendo a los docentes sobre la
importancia de educar para el emprendimiento, puede encontrarse en esa familiaridad un con-
junto de repeticiones y transposiciones sobre la íntima conexión entre educación y capital.

Pero, ¿qué hace posible tal transparencia discursiva en las conexiones cotidianas entre educa-
ción y capital? Una forma simple de resolverla sería insistir, prácticamente de manera intuiti-
va y sin otra prueba más allá de cierto análisis superficial de algunas variables sociales expre-
sadas en estadísticas, en la educación convertida en un servicio como cualquier otro y el saber
o el conocimiento en una mercancía al alcance de quien pueda pagarlo. Incluso puede decirse,
dada la confianza que el sistema económico – político actual ha puesto en nociones como
“desarrollo” y “proyecto de vida”, que la educación es la salida para alcanzar, por fin, la so-
ciedad justa y equitativa con la que toda democracia sueña, lo que la hace objeto privilegiado
de atención social y prioridad de los gobiernos contemporáneos. Sin embargo, asumir estas
respuestas deja afuera la posibilidad de entender cómo ocurre la relación indagada, es decir,
no permite ir más allá de cierto conformismo (aceptar la naturalidad de esa relación y suponer
que dada su inherencia no puede comprenderse en términos de procesos históricos y culturales
definidos) o de comentarios mordaces que quieren pasar de críticos sin ningún soporte. Nin-
guna de estas dos posibilidades da espacio a una reflexión capaz de hacer inteligibles esos
procesos con el propósito de enfrentarlos, de resistirlos o de hacerlos de otra manera.

Precisamente con ese objetivo inicial en mente, hacer visible las interacciones que sostienen
tal familiaridad y naturalidad en la relación educación – capital, avanzando en la siguiente
conjetura: las relaciones de poder presentes en las prácticas de la educación superior se pue-
den explicar, en un alto grado, por los lineamientos gubernamentales, los cuales están influi-
dos a su vez por los requerimientos productivos del modelo económico globalizado. Esto sig-
nifica, entre otras cosas, que la universidad funciona como dispositivo de producción de pro-
ductores.

223
Referente conceptual como dispositivo de análisis
Fundamenta en el siguiente supuesto teórico: el poder constituye sujetos. Esta constitución
subjetiva fue analizada por Michel Foucault en su trabajo sobre la gubernamentalidad 2, el
liberalismo político y la ética griega. En este trabajo se concluye que el poder no es una sus-
tancia, sino especialmente una “acción sobre las acciones”. Este poder se aplica en términos
de “gubernamentalidad”, es decir, de un conjunto de dispositivos en los que un saber gobernar
se articula con unas prácticas de sujeción y control, que constituyen y moldean un sujeto. Di-
cho moldeamiento, frente a la preocupación fundamental de la gubernamentalidad por produ-
cir la vida y los modos de vida específicos del capital, Foucault lo llamó biopolítica. La refle-
xión biopolítica contemporánea parte de estos supuestos foucaultianos pero los amplía en
términos de la sociedad global y de conocimiento. En este marco, Antonio Negri y Michael
Hardt (2002) proponen que la gubernamentalidad contemporánea asume la forma del Imperio,
en el que los dispositivos de control tienen por objeto la constitución de una subjetividad es-
pecífica: una productividad de productores (la cual implica los consumidores) y un diseño
amplio de la subjetividad desde modalidades de control difusas, pero efectivas, entre las que
puede incluirse la educación.

Este trabajo se construye sobre tres ejes problémicos fundamentales: en primer lugar y como
núcleo de la problematización se encuentra la pregunta por la constitución de una subjetivi-
dad. Esta, a su vez, se entiende como producto de un conjunto de relaciones de poder inmer-
sas en marcos estratégicos de orden discursivo y no discursivo. Y todo esto, por último, en el
campo de la formación superior universitaria. Esto significa que la propuesta metodológica
tiene dos responsabilidades precisas: por una parte, debe aclarar cómo es que tales problema-
tizaciones son objeto de una posibilidad metodológica e investigativa pertinente en el campo
de las ciencias sociales y, por otra, ser capaz de articularse con los supuestos teóricos que or-
ganizan los objetos. Así, una pregunta obligatoria para este marco metodológico sería: ¿cómo
se investiga la constitución de una subjetividad?, es decir, ¿en qué sentido es posible asumir la
constitución de una subjetividad como problema de una investigación relevante y pertinente
en el campo de las ciencias sociales?

En los párrafos anteriores se presentó de manera sucinta las propuestas teóricas de Foucault y
Negri sobre la producción de una subjetividad a través de técnicas gubernamentales y modali-

2
En especial, Defender la sociedad, Curso 1975 – 1976. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires: 2000,
Sécurité, Territoire, Population. Cours au Collège de France, 1977 – 1978. Editorial Gallimard – Seuil/ Hautes
Études. París : 2004 y Naisssance de la biopolitique, resumen del Curso en el Colegio de Francia (1978-9),
publicado en Annuaire du Collège de France, Paris, 1979. 367-372

224
dades de control de población. En ambos autores subyace una comprensión histórica de tal
producción subjetiva: los discursos y prácticas no discursivas organizadas desde saberes y
técnicas ejecutan dispositivos de control sobre el cuerpo y la población desde intereses pro-
ductivos. Esto significa que la pregunta anterior se resuelve cuando se establece la perspectiva
metodológica con la que se estudiaría el horizonte histórico desde los criterios de producción
discursiva y prácticas no discursivas asociadas a la relación entre subjetividad, educación y
producción económica.

Discursos que producen sujetos: la arqueología y la genealogía como marco metodológi-


co

Esta es la razón por la cual este trabajo asume las perspectivas metodológicas foucaultianas de
Arqueología y Genealogía. En sentido estricto, estas se ocupan del análisis histórico de la
producción de discursos y de los modos como funcionan en tanto que detonadores y sustenta-
dores de relaciones de poder capaces de producir subjetividades. A este ejercicio histórico-
crítico Foucault (1999) lo llamó “ontología histórica del presente” y lo caracterizó de esta
manera:

Dicha actitud filosófica se debe traducir en un trabajo de investigaciones diversas; tales inves-
tigaciones tienen su coherencia metodológica en el estudio a la par arqueológico y genealógico
de prácticas consideradas simultáneamente como tipo tecnológico de racionalidad y juegos es-
tratégicos de libertades; tienen, además, su coherencia teórica en la definición de las formas
históricamente singulares en las que han sido problematizadas las generalidades de nuestra re-
lación con las cosas, con los otros y con nosotros mismos. Y tienen su coherencia práctica en
el cuidado puesto en someter la reflexión histórico-crítica a la prueba de las prácticas concre-
tas. (p.352)
Como puede verse, Foucault define el sentido de una investigación realizada desde la pro-
puesta metodológica de la arqueología y la genealogía. En primer lugar, el objeto de tales
investigaciones es un conjunto de prácticas: de dispositivo discursivo, es decir, las relaciones
que funcionan entre la construcción de un saber y las formas de poder que hace posible (ar-
queología) y de dispositivo no discursivo, es decir, aquellas prácticas en las que no sólo se
constituye un saber, sino especialmente, una subjetividad (genealogía). La articulación entre
estas dos clases de prácticas funciona en lo que ha llamado “tipo tecnológico de racionali-
dad”. Tecnología o técnica en el sentido de un saber capaz de organizar acciones determina-
das. De racionalidad, porque para Foucault no prevalece una “Razón” al estilo de la Moder-
nidad, sino un conjunto de racionalidades específicas, sostenidas por un “régimen de verdad”,
es decir, “un conjunto de procedimientos reglados por la producción, la ley, la repartición, la

225
puesta en circulación y el funcionamiento de los enunciados” (Foucault, 1999b, p.55). Tal
tipo tecnológico de racionalidad es susceptible de rastreo histórico, no sólo para conocer su
“desarrollo”, como dicen algunos, sino para encontrar las conexiones de esa racionalidad con
dispositivos de control de la acción y modalidades de sujeción: “La verdad está ligada circu-
larmente a los sistemas de poder que la producen y la mantienen, y a los efectos de poder que
induce y que la acompañan, al “régimen” de verdad” (Foucault, 1999b, p.55). Por otra parte,
la genealogía se ocupa de estudiar históricamente lo que Foucault ha llamado “juegos estraté-
gicos de libertad”. Así como no se asume una “Razón”, tampoco una “Libertad”. Se trata,
mejor, de reconocer a la libertad como resultado de un conjunto de luchas precisas, históri-
camente rastreables y conectadas con las técnicas y saberes. Así, la libertad es juego, porque
es contingente y depende de un conjunto de reglas, y estratégico, porque es susceptible de
inversión, reelaboración y resistencia:

Ahora tengo una visión mucho más clara de todo esto; me parece que hay que distinguir las
relaciones de poder como juegos estratégicos entre libertades – juegos estratégicos que hacen
que unos intenten determinar la conducta de los otros, a los que estos responden, a su vez, in-
tentando no dejarse determinar en su conducta o procurando determinar la conducta de aque-
llos – y los estados de dominación, que son lo que habitualmente se llama el poder. (Foucault,
1999c, p.413.)
Esto significa que el horizonte metodológico de la arqueología y la genealogía, quiere inda-
gar las maneras como saberes y poderes se condensan en dispositivos de control de la con-
ducta, en modos de sujeción que dependen de ellas y de las obediencias o resistencias a tales
dispositivos y tales sujeciones.

Hacer la genealogía de los valores, de la moral, del ascetismo, del conocimiento no será por
tanto partir a la búsqueda de su «origen», minusvalorando como inaccesibles todos los episo-
dios de la historia; será por el contrario ocuparse en las meticulosidades y en los azares de los
comienzos; prestar una escrupulosa atención a su irrisoria malevolencia; prestarse a verlas
surgir quitadas las máscaras, con el rostro del otro; no tener pudor para ir a buscarlas allí don-
de están «revolviendo los bajos fondos»–, dejarles el tiempo para remontar el laberinto en el
que ninguna verdad nunca jamás las ha mantenido bajo su protección. El genealogista necesita
de la historia para conjurar la quimera del origen un poco como el buen filósofo tiene necesi-
dad del médico para conjurar la sombra del alma. (Foucault , 2008, p.23)
Pero, ¿cómo se construye una historia de estas relaciones entre el sujeto, la verdad y el po-
der? Es decir, ¿qué estrategia analítica y discursiva permitiría elaborar una historia de los
discursos y prácticas que constituyen una subjetividad? Al caracterizar el diseño de su ejerci-
cio histórico – crítico, Foucault (2003) señala:

De hecho, esta práctica histórico-filosófica se trata de hacerse su propia historia, de fabricar


como una ficción la historia que estaría atravesada por las cuestión de las relaciones entre las
estructuras de racionalidad que articulan el discurso verdadero y los mecanismos de sujeción
ligados a él, cuestión que vemos que desplaza los objetos históricos habituales y familiares a

226
los historiadores hacia el problema del sujeto y la verdad, problema del que los historiadores
no se ocupan. (p.21)
Esto significa que quien trate de construir esta historia de las relaciones entre sujeto, verdad y
poder deberá ficcionalizarlas, es decir, asumir un marco empírico como soporte analítico, pero
evitar suponer una perspectiva causal o lineal de los eventos históricos. Ficción no significa
aquí la elaboración fantasiosa de conexiones o la elaboración meticulosa de una mentira capaz
de fungir como ejercicio literario. Ficcionalizar es desafiar el sentido Moderno de la Historia
(las mayúsculas tienen sentido), es decir, no aceptar como necesario y universal su carácter
lineal, progresivo y causal. Se trata de anular la visión de un sujeto universal que vive y narra
la Historia, para considerar acontecimientos discontinuos con conexiones que se evidencian
en transformaciones constatables en empiricidades discursivas (documento como monumento,
archivo) y relaciones de poder que funcionan como efectos de dispositivos y técnicas puestas
en marcha. Eventualizar o Acontecimentar traduce entonces:

Lo que yo entendería por procedimiento de eventualización, aunque los historiadores griten de


espanto, es esto: primero, tomar unos conjuntos de elementos en los que pueda señalarse, en
una primera aproximación, por tanto de una manera completamente empírica y provisional,
conexiones entre unos mecanismos de coerción y unos contenidos de conocimiento. Mecanis-
mos de coerción diversos, quizás también conjuntos legislativos, reglamentos, dispositivos
materiales, fenómenos de autoridad, etc.; contenidos de conocimiento que se tomarán igual-
mente en su diversidad y heterogeneidad y que se tendrán en cuenta en función de los efectos
de poder de los que son portadores, en tanto que son validados como formando parte de un sis-
tema de conocimiento. (Foucault , 2003, p.26)
La relación entre arqueología y genealogía es de interdependencia: por una parte, la arqueolo-
gía se ocupa de realizar una historia de la producción de enunciados y de regímenes de ver-
dad, mientras la genealogía indaga acerca de los efectos reglados de poder que induce tal ré-
gimen, los dispositivos que soporta y los sujetos que produce a través de la implementación
de esas técnicas.

Lo que buscamos, entonces, no es saber lo que es verdadero o falso, fundado o no fundado,


real o ilusorio, científico o ideológico, legítimo o abusivo. Buscamos saber cuáles son los la-
zos, las conexiones que pueden ser señaladas entre mecanismos de coerción y elementos de
conocimiento, qué juegos de reenvío y de apoyo se desarrollan entre unos y otros, qué hace
que tal elemento de conocimiento pueda tomar unos efectos de poder referidos, en un sistema
tal, a un elemento verdadero o probable, incierto o falso, y lo que hace que tal procedimiento
de coerción adquiera la forma y las justificaciones propias de un elemento racional, calculado,
técnicamente eficaz, etc. (Foucault , 2003, p.26)
Por eso es necesario ficcionalizar en la investigación crítica de corte arqueológico y genealó-
gico: las relaciones que se encuentran no hacen parte de una continuidad, ni de una linealidad,
sino de un conjunto complejo de interdependencias, rechazos, transformaciones y repeticio-
nes. ¿Qué hace efectiva una técnica, un ejercicio de control, un mecanismo de coerción? Una
interacción compleja entre saberes determinados por regímenes de verdad, unos efectos de

227
poder actualizados por éste y la constitución de un sujeto que emerge de esas relaciones. No
se trata de establecer que es lo verdadero o lo falso, sino las condiciones históricas que hicie-
ron posible tal distinción, el horizonte histórico en el que emergen el régimen de verdad, los
efectos de poder y los sujetos que estos, a su vez, producen. No se trata tampoco de una abs-
tracción, sino del análisis de un cuerpo empírico de eventos y fechas específicas:

En suma, me parece que, de la observabilidad empírica para nosotros de un conjunto, a su


aceptabilidad histórica, en la época misma en la que efectivamente es observable, el camino
pasa por un análisis del nexo saber-poder que lo sostiene, lo retoma a partir del hecho de que
es aceptado, en dirección de lo que lo hace aceptable, por supuesto, no en general, sino sólo
allí donde es aceptado: es lo que podríamos caracterizar como retomarlo en su positividad. Te-
nemos pues aquí un tipo de procedimiento que, fuera de la preocupación por la legitimidad y,
en consecuencia, separándose del punto de vista fundamental de la ley, recorre el ciclo de la
positividad, yendo del hecho de la aceptación al sistema de aceptabilidad, analizado a partir
del juego saber-poder. Digamos que, más o menos, este es el nivel de la arqueología. (Foucault
, 2003, p.28)
¿Cuál es el marco empírico de la arqueología? Establecer los eventos discursivos como posi-
tividad empírica, las irrupciones y enfrentamientos, de regímenes de verdad. En este momento
histórico (no hay que olvidar que el problema histórico para Foucault no es el pasado, sino el
presente), aceptamos regímenes de verdad, modalidades de producción de la verdad sin inte-
rrogarnos acerca de sus condiciones históricas de posibilidad. Construir el Archivo es posible
cuando se establece la doble condición señalada más arriba:

El archivo es en primer lugar la ley de lo que puede ser dicho, el sistema que rige la aparición
de los enunciados como acontecimientos singulares. Pero el archivo es también lo que hace
que esas cosas dichas no se amontonen indefinidamente en una multiplicidad amorfa, ni se
inscriban tampoco en una linealidad sin ruptura, y no desaparezcan al azar sólo de accidentes
externos; sino que se agrupen en figuras distintas, se compongan las unas con las otras según
relaciones múltiples, se mantengan o se esfumen según regularidades específicas [...] Es el sis-
tema general de la formación y de la transformación de los enunciados. (Foucault , 1996,
p.219-221)
Así que la construcción del archivo supone la especificación del régimen que hace posible
decir lo decible. Un ejemplo sencillo funcionaría así: si interrogamos a un conjunto de jóve-
nes, incluso universitarios, acerca del espacio llamado “baño” y de la división “natural” de
“baño de niños” y de “niñas”, o por la razones por las cuales funciona tal división binaria, tal
clasificación de género del espacio, la mayoría de ellos contestará que tal división es correla-
tiva a la existencia “natural” del “hombre” y la “mujer”, de sus diferencias en términos bioló-
gicos y de las exigencias morales de la privacidad que cada sujeto disfruta en ese espacio. El
hecho de la aceptación no aclara las razones de la misma. Es posible indagar las condiciones
históricas de posibilidad de tal división, los saberes que la hicieron posible, las técnicas de
control de la conducta aplicadas en este espacio y las subjetividades que se construyen a tra-
vés de estos efectos de poder (niños, niñas, hombres, mujeres). Si les mostráramos a estos

228
sujetos el modo como funciona el baño romano (con inodoros comunitarios que funcionaban
como lugar de conversación y comercio) o la casa de baños medieval (con su confusión de
cuerpos y su promiscuidad aceptada), podríamos construir con ellos la siguiente interroga-
ción: ¿cómo ocurrió tal transformación espacial? ¿Qué eventos históricos, cuáles saberes y
qué técnicas han hecho posible este espacio que hoy dividimos en géneros? Realizar una ar-
queología termina articulándose con una genealogía:

Extraer las condiciones de aceptabilidad de un sistema y seguir las líneas de ruptura que mar-
can su emergencia son dos operaciones correlativas… La detección de la aceptabilidad de un
sistema es indisociable de la detección de lo que lo hacía difícil de aceptar: su arbitrariedad en
términos de conocimiento, su violencia en términos de poder, en suma, su energía. (Foucault,
2003, p.29)
Estas “condiciones de aceptabilidad” son las que sostienen la “familiaridad” y la “naturali-
dad” que conectan la relación entre educación y capital, así como la permanente repetibilidad
de los enunciados de “competencia” y “desarrollo” en el marco de la misma. Continuando con
el ejemplo, la mayoría de Manuales de Convivencia de la instituciones educativas de básica,
media vocacional y superior, asumen como faltas graves (determinadoras de sanciones disci-
plinarias que van de llamados fuertes de atención hasta la suspensión o expulsión) aquellas
cometidas en el espacio del “baño”. ¿Cómo se sostiene este sistema de coerción? Desde los
saberes biológicos, pasando por los discursos médicos y psiquiátricos, hasta las técnicas de
control de los cuerpos y de las poblaciones en los espacios escolares. Lo que hace funcionar la
naturalidad, la aceptabilidad del espacio “baño” es una elaboración compleja de dispositivos
de control de la conducta que validan su eficacia en saberes legitimados por regímenes de
verdad, capaces de constituir sujetos precisos a través de sus ejercicios de poder: el niño remi-
tido al Orientador para sacarlo de su curiosidad invasora de la privacidad, el joven transgresor
que necesita intervención disciplinaria, el universitario que falta al decoro, comete un crimen,
impulsa su adicción, extiende su preferencia sexual, etc. El evento aclara su especificidad
supuestamente oculta, se hace visible a través de lo visible:

Se trata de establecer una red que de cuenta de esta singularidad como de un efecto: de lo que
deriva la necesidad de la multiplicidad de las relaciones, de la diferenciación de entre los di-
versos tipos de relaciones, de la diferenciación entre las diversas formas de necesidad de los
encadenamientos, la necesidad de desciframiento de las interacciones y de las acciones circu-
lares, y tomar en cuenta el entrecruzamiento de procesos heterogéneos. Y, por tanto, nada más
extraño a un análisis así que el rechazo de la causalidad.
Digamos, en general, que por oposición a una génesis que se orienta hacia la unidad de una
causa principal cargada de una descendencia múltiple, se trataría aquí de una genealogía, es
decir, de algo que intenta restituir las condiciones de aparición de una singularidad a partir de
múltiples elementos determinantes, de los que no aparece como el producto sino como el efec-
to. Inteligibilización, entonces, pero sobre la que es preciso darse cuenta de que no funciona
según un principio de clausura. (Foucault, 2003, p.32)

229
El ejercicio crítico constituye entonces una grilla de inteligibilidad de los fenómenos sociales
al concebirlos desde las relaciones entre los sistemas de aceptabilidad y la singularidad histó-
rica del despliegue de los dispositivos y la producción de sujetos desde efectos reglados de
saber y poder. No se trata de la nostalgia y restitución del origen, sino de hacer visible las
relaciones complejas que hicieron posible el presente tal como lo aceptamos: la interacción de
prácticas discursivas, juegos estratégicos y constitución subjetiva.

Al hablar de arqueología, de estrategia y de genealogía, no pienso que se trate de señalar con


ello tres niveles sucesivos que serían desarrollados unos a partir de otros, sino más bien de ca-
racterizar tres dimensiones que deberían permitir en su simultaneidad misma volver a
aprehender lo que hay de positivo, es decir, cuáles son las condiciones que hacen aceptable
una singularidad cuya inteligibilidad se establece por la detección de las interacciones y de las
estrategias en las que se integra. (…) En este sentido, esta crítica no es trascendental y no tiene
como fin hacer posible una metafísica: es una crítica genealógica en su finalidad y arqueológi-
ca en su método. Arqueológica – y no trascendental – en la medida en que no pretenderá ex-
traer las estructuras universales de todo conocimiento o de toda acción moral posible, sino que
buscará tratar los discursos que articulan lo que nosotros pensamos, decimos y hacemos, co-
mo otros tantos acontecimientos históricos. Y esta crítica será genealógica en el sentido que no
deducirá de la forma de lo que somos lo que nos es imposible hacer o conocer, sino que ex-
traerá de la contingencia que nos ha hecho ser lo que somos la posibilidad de ya no ser, hacer
o pensar lo que somos, hacemos o pensamos. (Foucault, 2003, p.33)
Esta reflexión de Michel Foucault sobre el sentido de la crítica permite aclarar las razones que
impulsan a esta investigación a asumir la arqueología y la genealogía como propuesta meto-
dológica. En la especificidad de las relaciones entre subjetividad, formación universitaria y
modalidades de producción, la arqueología funcionaría en el sentido evitar la pretensión de
extraer las estructuras universales de los discursos y prácticas educativas, ni la “evolución” o
“desarrollo histórico” de las mismas, sino que buscaría analizar las condiciones históricas de
posibilidad de los discursos que articulan lo que se ha pensado, se ha dicho y se ha hecho res-
pecto a los modelos, prácticas universitarias actuales y su papel en la constitución de subjeti-
vidad, a partir de su interrelación con los modelos de producción biopolítica del capital global
y la sociedad de control.

3. La constitución de una subjetividad productiva: La metodología presentada anteriormente


permitió hacer visible el funcionamiento del dispositivo discursivo en la articulación de su
materialidad repetitiva y en las prácticas que permite, sostiene o promueve. En ese sentido se
pudo señalar la regularidad, y su transformación, de los enunciados, presentes en todos los
discursos anteriormente señalados, de “capital humano” “competencia” y “desarrollo”. Es
decir, es posible, en el sentido de la propuesta metodológica de esta investigación, hacer visi-
ble el modo como se constituye un dispositivo discursivo que se articula, a pesar de la multi-
plicidad de los documentos, en los diversos usos de las nociones de “competencia” (discursi-

230
va, científica, ciudadana, laboral) y de “desarrollo” (humano, empresarial, laboral, integral).
Del mismo modo, es posible evidenciar las estrategias y prácticas que se derivan de estos dis-
cursos en el orden de la educación superior, como por ejemplo, las diversas acciones que el
Estado y las universidades adelantan para promover el “emprendimiento”, el “liderazgo” y el
“capital humano”. Este ejercicio analítico de corte histórico – crítico permitiría, entonces,
mostrar las relaciones entre modalidades de saber y estrategias de poder que terminan consti-
tuyendo una subjetividad productiva, es decir, hacer visible la producción de productores en el
ámbito de la educación superior ( para este trabajo partí del caso colombiano).

Para llevar esto a cabo este objetivo, es indispensable asumir como grilla de inteligibilidad, en
primer lugar, las relaciones entre arte gubernamental – red institucional – modalidades pro-
ductivas, luego, hacer visibles los enunciados que expresan la exigencia social por la produc-
tividad a la institución educativa y a la extensión de sus prácticas y, por último, revisar la
vigencia de la relación homo oeconomicus – sociedad civil – sociedad de seguridad en la for-
mación de sujetos productivos en el marco de las prácticas educativas universitarias.

En ese sentido, el desarrollo del trabajo se dividió en tres momentos, que organizan, a su vez,
el sentido de la hipótesis propuesta: los dispositivos discursivos de las artes gubernamentales
que regulan la Educación Superior articulan un régimen de saber y unos juegos de poder que
constituyen una subjetividad para la producción capitalista actual. Tal producción se conside-
ra “biopolítica” en tanto que captura la vida social en su totalidad y la organiza en torno a una
producción de subjetividades.

Los grandes poderes industriales y financieros producen, entonces, no sólo mercancías, sino
también subjetividades. Producen subjetividades que a su vez son agentes dentro del contexto
político: producen necesidades, relaciones sociales, cuerpos y mentes, lo que equivale a decir
que producen productores. (Hardt & Negri, 2002, p.43)

Los tres momentos quieren estudiar el modo como, desde los discursos gubernamentales so-
bre la educación superior, se constituyen mentes y cuerpos para el capital, al ocuparse de tres
modalidades subjetivas propias de estos juegos de saber y poder: la constitución de sujetos
epistemológicos, sujetos morales y sujetos políticos.

Se ha sostenido aquí que, en términos arqueológicos, los dispositivos discursivos construyen


un “régimen de aceptación”, es decir, una decibilidad de los enunciados que organiza su pro-
pia justificación y sostenimiento, al tiempo que ejerce relaciones de poder desde las mismas.
Y tal régimen organiza, a su vez, una repetibilidad del enunciado que se evidencia cuando éste

231
emerge en diversos discursos, transformándose y manteniéndose al mismo tiempo. En el caso
de esta investigación, es indudable que el régimen de aceptación se sostiene en la producción
y transformación del enunciado “competencia”. De esta manera, los tres momentos de este
capítulo se relacionan con la emergencia histórica de la decibilidad del enunciado competen-
cia: competencias del lenguaje, competencias ciudadanas, competencias laborales. En relación
con la formulación de la hipótesis, esta podría expresarse, en lo que concierne a este momento
de la investigación, del siguiente modo: el dispositivo discursivo que constituye la producción
biopolítica de la subjetividad en el marco de la Educación Superior ( en este caso en Colom-
bia) se organiza en la decibilidad, es decir, en las relaciones de saber y de poder, del enuncia-
do “competencia”. Lo que significa que, en lo que sigue, la investigación tratará de visibilizar
el dispositivo discursivo desde las precauciones metodológicas que acaban de enunciarse:
artes de gobierno, discursos gubernamentales sobre Educación Superior y producción de sub-
jetividades (homo oeconomicus – subjetividad empresarial).

A lo largo de la investigación que da origen a este trabajo quedó claro que las formaciones
históricas del dispositivo mutan en términos históricos. Lo que significa que parte de ellas se
mantiene y otra cambia. En la interacción entre los diversos sentidos de “competencia” puede
verse como la relación moderna entre sujeto epistemológico y sujeto moral atraviesa el marco
discursivo, especialmente cuando se establece una relación entre acción y producción. En
sentido estricto, el dispositivo analizado captura cualquier actividad y cualquier potencia para
declararlo “competencia”. Potencia y Creación son ahora Competencia e Innovación.

Al analizar los discursos se hizo visible la emergencia de un dispositivo discursivo que orga-
niza prácticas y estrategias de poder, como en el caso específico de las evaluaciones para la
acreditación y la vigilancia estatal ( en el caso de Colombia pero que en la actualidad están
tocando todas las esferas de la educación en diversos países) para el control de calidad de la
función pública educativa. Las mutaciones que emergen alcanzan la permanencia, en prácti-
camente todos los discursos, de una interacción entre conocimiento, acción ética - política y
empresa.

En primer lugar, se constituye un sujeto epistemológico cuya relación con el conocimiento y


la ciencia queda completamente determinada por los diversos usos y transformaciones de los
enunciados “capital humano”, “desarrollo humano” y “competencia”. Esta subjetividad se
concibe en dos momentos: se educa a un sujeto capaz de conocimiento, es decir, productor de
saber, para que esta producción redunde en la “generación de riqueza”, etc. El segundo mo-
mento emerge cuando este discurso actúa como generador de prácticas constituyentes de una

232
subjetividad para la productividad económica desde los dispositivos propios de la academia y
la investigación. De esta manera, toda creatividad queda capturada por la dimensión moneta-
ria del capital, aspecto central de las técnicas de gobierno biopolítico.

Pero no se queda allí. Puede verse como se construye una relación de interdependencia entre
este sujeto epistemológico (que dependería, como lo evidenció la investigación, de los enun-
ciados “competencias lingüísticas” y “competencias científicas” – saber aprender, saber hacer
en contexto) y un sujeto moral, una autonomía constituida en un marco democrático comple-
tamente permeado por una captura de la noción de “desarrollo integral” en los enunciados
“capital humano” y “desarrollo humano” o “proyecto de vida”. Lo que, por último, abona las
posibilidades de constitución de un sujeto político que entiende su ciudadanía como inherente
a los procesos productivos. Un productor ha sido producido a través del dispositivo discursivo
que articula relaciones de poder capaces de organizar la vida social en las dimensiones seña-
ladas.

Se hace visible en este discurso, la captura de la vida social por el régimen de verdad de la
economía de mercado, especialmente en lo relativo a la relación educación superior – socie-
dad – productividad económica. Ya no es permitido concebir a la acción política y al sujeto
inmerso en ella como aquel que hace posible el progreso histórico desde la razón; se constru-
ye una racionalidad que propone la dinámica del mercado como criterio central de las rela-
ciones sociales y políticas. El sujeto producido y productor, producido en tanto que produc-
tor, se organiza ahora desde este régimen. Los enunciados de las artes liberales del gobierno,
ordoliberales y neoliberales, proponen el interés privado y su dinámica compleja como moda-
lidad regularizadora de la vida social completa. Ya no se trata de la sociedad disciplinaria de
orden fabril; ahora, la producción biopolítica de la subjetividad ha construido una sociedad
empresa, todo agenciamiento vital, biológico y social, no es otra cosa que parte de la gran
empresa del mercado y su intercambio. Compárese ahora el anterior discurso gubernamental
con el análisis biopolítico que Foucault realiza sobre la “forma empresa” en el neoliberalismo
contemporáneo:

Quiere decir, por un lado, generalizar efectivamente la forma “empresa” dentro del cuerpo o el
tejido social; quiere decir retomar ese tejido social y procurar que pueda repartirse, dividirse,
multiplicarse no según la textura de los individuos, sino según la textura de la empresa. Es
preciso que la vida del individuo no se inscriba como individual dentro del marco de gran em-
presa que sería la compañía, o en última instancia, el Estado, sino que pueda inscribirse en el
marco de una multiplicidad de empresas diversas encajadas unas en otras y entrelazadas. Em-
presas que de alguna manera están al alcance de la mano del individuo, que son bastante limi-
tadas en su tamaño como para que la acción del individuo, de sus decisiones, sus elecciones ,
puedan tener en ellas efectos significativos y perceptibles, y también bastante numerosas para

233
que no dependa de una sola. Y por último, es necesario que la vida misma del individuo – in-
cluida la relación, por ejemplo, con su propiedad privada, su familia, su pareja, la relación con
sus seguros, su jubilación – lo convierta en una suerte de empresa permanente y múltiple.
(Foucault, 2007, p.277)
Tal captura va tan lejos que incluye hasta una relación consigo mismo asumida como una
empresa capitalista. Los aspectos más importantes de la vida biológica y social concebidos
como empresa. “Proyecto de Vida”, enunciado biopolítico del presente que depende de esa
emergencia histórica de corte empresarial. La producción de la subjetividad ha llegado enton-
ces a las capas más “íntimas” del sujeto, configura sus relaciones, dirige sus múltiples posibi-
lidades ontológicas, juzga, ordena, organiza desde una lógica mercantil que reduce la vida a
la empresa. Las artes del gobierno llevarán la propuesta tan lejos como para insistir en que
este acontecimiento empresarial hace vivo al saber económico, le quita su carácter puramente
objetivo e instrumental, para humanizarlo. Economía política del capital: captura empresarial
de la potencia y la agencia, en la totalidad de la vida social.

Ahora bien, ¿qué función tiene la generalización de la forma “empresa”? Por un lado se trata,
desde luego, de multiplicar el modelo económico, el modelo de la oferta y la demanda, el mo-
delo de la inversión, del costo y beneficio, para hacer de él un modelo de las relaciones socia-
les, un modelo de la existencia misma, una forma de la relación consigo mismo, con el tiempo,
el entorno, el futuro, el grupo, la familia. (Foucault , 2007, p.278)
La constitución de la subjetividad en las artes liberales se mueve, entonces en el campo de la
gestión bipolar del cuerpo y la población. Emergencia de una nueva subjetividad que supera
al sujeto de derecho: el homo oeconomicus, sujeto de interés e intercambio, protegido por un
estado de seguridad que gestiona su propio peligro para garantizar un consumo de libertades.

En ese sentido se estableció las relaciones entre algunos discursos de educación superior con
el modelo clásico liberal y el modelo de desarrollo humano de Amartya Sen para aclarar el
tipo de apropiaciones teóricas que se evidencian y para analizar la constitución de subjetivi-
dades para el modelo productivo del capital global. Si bien en un primer examen el dispositi-
vo discursivo de la educación pareciera insistir en las consecuencias en los modelos de pro-
ductividad de la consideración de Sen sobre el desarrollo humano, comprendida como un
proceso de expansión de las “libertades reales” de las que gozan los agentes de un sistema
social que sólo podría darse en la interacción entre capitalismo y democracia, termina presen-
tando una regulación social en el que la democracia cobra su finalidad por el capital. Lo que
se hace visible y se señala en este análisis arqueológico es que mientras se sugiere una cierta
conexión entre los discursos gubernamentales con los enunciados del desarrollo humano de
Sen, realmente se estructura una subjetividad competente en los términos de la noción de

234
“competitividad” que propone Drucker, en los siguientes tres sentidos señalados anteriormen-
te: competente al conocer, al regularse moralmente y al asociarse políticamente.

La repetibilidad material de los enunciados “capital humano”, “desarrollo humano” y “com-


petencias” constituyen un dispositivo productor de productores, en el marco de la educación
superior (de manera relevante en caso de Colombia). Esta “producción de productores” no se
organiza ya solamente desde dispositivos de corte disciplinario, sino desde una captura y un
diseño biopolítico de la subjetividad, en el sentido del término construido por Foucault y am-
pliado por Deleuze y Negri. La percepción de la vida misma como empresa y la potencia co-
mo “capital humano” son el marco arqueológico y la evidencia histórica de esa producción.

Dado que el poder siempre es reversible, afirmación de Foucault, es posible proponer alterna-
tivas educativas que resistan esta constitución subjetiva. Hacer visible el dispositivo es ya
empezar a hacerlo, pues, para Foucault, hacer el trabajo crítico de las racionalidades guber-
namentales permite aclarar los límites de las relaciones entre el saber, el poder y el sujeto,
para interrogarse ahora por la posibilidad de otras formas de vida y de otras subjetividades.

Por último, la selección y análisis de los documentos terminó siendo toda una experiencia, no
se trató de un ejercicio hermenéutico del archivo ni de forzar significaciones últimas y pro-
fundas: se trató de hacer visible lo visible, es decir, lo que está ante nuestros ojos pero no
vemos, las estrategias del dispositivo disfrazan de naturalidad lo que, ya quedó claro, no es
otra cosa que una modalidad de dominio que necesita ser resistido, si es que aún conservamos
el deseo de formar para la libertad y no sólo para la obediencia y la productividad.

Colorario

La producción de la subjetividad oeconomicus consiste en la dominación del tejido social en


términos de competencia lo cual quiere decir que los sujetos se inscriban en un marco empre-
sarial dejando de lado la individualidad, que exista una comunicación permanente entre las
diferentes empresas que gestionen los intereses sociales y particulares y en tercer lugar que
los sujetos organicen sus relaciones personales en términos de microempresa, en términos
biopolíticos crea “proyectos de vida” que devengan sujetos competentes y competitivos en el
mundo laboral.

En el proceso económico que se gesta al interior de la sociedad, la producción de subjetividad


se transforma pasando de un primer período de disciplinamiento a un momento donde el con-
trol que se ejerce sobre los sujetos se hace a través de los medios tecnológicos ampliando sus-

235
tancialmente el capital en flujo continuo. La sociedad disciplinar asegura la obediencia de las
normas, mediante ciertas instituciones tales como la prisión, los colegios, la universidad, las
empresas, entre otras. Y la sociedad de control medios de comunicación surge en la “posmo-
dernidad”, desarrollándose en un medio más “democrático”, buscando a su vez manejar tanto
los cuerpos como la mente de las personas, mediante sistemas tales como los medios de co-
municación o los sistemas de bienestar. (Martínez, 2010, p.63)

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UNESCO. (1997). Laboratorio Latinoamericano de Evaluación de la calidad de la educación.


Estántarés en educcaión: conceptos fundamentales.

UNESCO. (2013). Situación Educativa en América Latina y el Caribe: Hacia la Educación


de Calidad para Todos al 2015. Santiago: Ediciones del Imbunche .

237
La reificación del lazo social en tiempos posmodernos: la inmensa
soledad como contracara de la política. Reflexiones a partir del
análisis de la película Her
Luciana Noelia Ginga (CONICET - U.N.R.)

“La reacción neoconservadora mundial no es un mero cambio en el


modelo de acumulación económica, social e ideológica, una mera
transformación –y devaluación- de los modos tradicionales de hacer
política: es una vasta empresa de refundación cultural” (GRÜNER,
E., en el prólogo al libro “Ensayos sobre el posmodernismo” de JA-
MESON, F.:1991).

En el presente trabajo analizaremos, con las herramientas conceptuales que se desarrollan y se


problematizan en el libro “Posmodernidad y neoliberalismo. Reflexiones críticas desde los
proyectos emancipatorios de América Latina” escrito por Susana Murillo (con la colabora-
ción de José Seoane), y concretamente a partir de sus propuestas de lecturas y reflexión, la
película titulada Her del año 2013, dirigida por el director Spike Jonze1.

Nuestro objetivo radica en tomar algunas de las dimensiones a partir de las cuáles autores
como Jameson (1991), Anderson (2000), Lyotard (1991) y la recuperación que hace Murillo
(2012) de estos textos y de otros vinculados a la problemática, han comprendido a la posmo-
dernidad y su estrecha vinculación al neoliberalismo para confeccionar este trabajo que en-
cuentra como disparador el análisis de la película mencionada.

Tomamos como punta pie inicial de las reflexiones a la película Her en la medida en que con-
sideramos que resulta un buen ejercicio poner en juego ciertas herramientas analíticas meto-
dológicas para analizar determinadas problemáticas, en este caso, la construcción de ciertos
tipos de subjetividades. En este sentido, la obra de Jonze es una interesante descripción críti-
ca, profunda y conmovedora que nos habla intensamente de la posmodernidad, en tanto mues-
tra aspectos diáfanos del modo en que ésta se constituye en la ideología del capitalismo tardío.
Vale decir, nos permite reflexiones en torno a la posmodernidad como “un conjunto de prácti-
cas que constituyen formas de ver y hablar, modos de actuar y relacionarse en los que los
otros y los diversos fragmentos del sí mismo se han constituido en “cosas” comprables y ven-
dibles, pero que al mismo tiempo obtura la percepción de esas prácticas” (Murillo, 2012:89).

1
También ha dirigido las siguientes películas: “¿Quieres ser John Malkovich?”; “El ladrón de orquídeas”;
“Donde viven los monstruos”, entre otras.
Nos inquietan los interrogantes por el funcionamiento del poder, por el cómo, por sus formas
abstractas y materiales de despliegue y de ejercicio, por sus nuevos modos y transformacio-
nes; y paralelamente por la multiplicidad de procesos a partir de los cuales se construye subje-
tividad. Pensamos a esta construcción en y por los procesos históricos y en este sentido, re-
marcamos la importancia de rescatar la trama de discursos y de prácticas históricas que con-
forman los modos de existencia. ¿A partir de qué dispositivos, de qué máquinas, de qué pro-
cesos, de qué discursos, a través de cuáles prácticas se construyen y se configuran las subjeti-
vidades en nuestro presente? Nos preguntamos por las carnaduras de esos procesos, por el
lazo social que deviene a través de sus prácticas, por los efectos en términos de sentido políti-
co.

Diversos análisis que profundizaremos debajo dan cuenta de que asistimos, desde las últimas
décadas, al despliegue de un nuevo sistema de dominación que fue tomando la forma de una
alianza profunda entre el neoliberalismo, como la programación gubernamental y la posmo-
dernidad, como su lógica cultural, como su carnadura misma. Dice Grüner en el prólogo al
libro de Jameson (1991): “(…) hay una nueva relación de fuerzas mundial - o “planetaria”,
como se dice ahora- que, al redefinir el estatuto mismo de eso que llamamos “cultura”, obliga
a recomponer las “cartografías”, los “mapas cognitivos”, con los cuales intentar la reconstruc-
ción de un piso de inteligibilidad para dar cuenta de las inabarcables transformaciones produ-
cidas” (Jameson, 1991:9).

Tal como expresa Anderson, en los primeros años de la década de 1980, Jameson mapeo la
conformación posmoderna, reconociendo cinco movimientos de intervención. En primera
instancia, se señala que “la posmodernidad deja de ser una mera ruptura estética o un cambio
epistemológico para convertirse en señal cultural de un nuevo estadio de la historia del modo
de producción dominante” (2000:77).

En este sentido, Jameson señalaba el papel impulsor de la explosión de la electrónica moderna


en las ganancias y en la innovación, unido con el predominio de las corporaciones transnacio-
nales, que relegaban las operaciones de manufactura a las regiones de ultramar por la ventaja
para el capital de obtener salarios más bajos; con el incremento del alcance de la especulación
financiera internacional y el auge de los medios masivos de comunicación que alcanzaban un
poder sin precedentes desafiando las fronteras mismas.

Estos desarrollos tendrían profundas consecuencias en todas las dimensiones de la vida de los
países industriales avanzados, entre los que se nombran: los ciclos comerciales, las formas de
empleo, las relaciones entre las clases, la suerte de las regiones y los ejes políticos. Pero visto

240
en perspectiva y a más largo plazo, el cambio más importante de todos residía en el nuevo
horizonte existencial de esas sociedades.

Dice el autor que en un universo que, de algún modo, erradica todo rastro de naturaleza (ya
sea porque la consume deglutiéndola sin parar o bien porque la subsume en su lógica produc-
tiva), la cultura se expande necesariamente hasta hacerse virtualmente coextensiva a la eco-
nomía misma, no sólo como base sintomática de alguna de las mayores industrias del mundo,
sino mucho más profundamente, en la medida en que todo objeto material y servicio inmate-
rial se convierte a la vez en signo complaciente y mercancía vendible. “En este sentido, la
cultura, en cuanto tejido ineludible de la vida bajo el capitalismo tardío, es ahora nuestra se-
gunda naturaleza” (2000:78).

Si de algún modo el propósito del arte moderno se basa en la persistencia de lo que aún no era
moderno, específicamente del legado de un pasado todavía preindustrial, la posmodernidad
significa el cierre de esa distancia, la saturación de cada poro del mundo por el suero del capi-
tal que lo embebe todo. Este viraje representa para Jameson una transformación de las estruc-
turas subyacentes de la sociedad burguesa contemporánea.

Un segundo movimiento de análisis en la obra de Jameson parte de una pregunta fundamental


¿qué consecuencias ha tenido ese cambio del mundo de los objetos para la experiencia del
sujeto? Y en este sentido, explora lo que llama Anderson, las metástasis de la psique en esa
nueva coyuntura. Apela, para este análisis, a una serie de descripciones fenomenológicas bos-
quejando una serie de actos culturales, sociales e individuales característicos de este tiempo
como las formas espontáneas de la sensibilidad posmoderna.

El paisaje psíquico había sido quebrantado por la gran confusión de la década de los sesenta
(cuando tantas resistencias fueron posibles por el cuestionamiento a las envolturas tradiciona-
les de la identidad y que había podido romper las restricciones de las costumbres), en los se-
tenta y tras las derrotas políticas sufridas, había sido depurado de todos los residuos radicales.
La nueva subjetividad presentaba rasgos de pérdida de todo sentido activo de la historia, ya
sea como esperanza o como memoria. El sentido del pasado como carga, sea por las tradicio-
nes represivas o sea por el depósito de los sueños frustrados, habían desaparecido. Y en su
lugar comenzó a existir una elevada expectación por el futuro. “A lo sumo proliferaban estilos
e imágenes nostálgicas como sucedáneos de lo temporal que se desvanecían en un perpetuo
presente” explica Anderson (2000:80).

241
Se destaca también en el análisis el dominio de lo espacial sobre lo imaginario. El desarrollo
satelital junto a su masificación y la unificación electrónica de la Tierra tiene como conse-
cuencias la simultaneidad de acontecimientos que ha generado que las redes envolventes del
capital multinacional que son, a su vez, las que dirigen el sistema rebasan las capacidades de
cualquier percepción.

Lo espacial predomina sobre el tiempo, se halla en constante desequilibrio generando que las
realidades a las que responde lo venzan constitutivamente provocando esa sensación que rela-
ciona con lo histérico. Para Jameson, la histeria es una condición general de la experiencia
posmoderna que consistiría en una mengua en el afecto que se hace presente cuando el viejo
ego limitado comienza a deshilacharse. El resultado es una nueva falta de profundidad del
sujeto, la vida psíquica se vuelve accidentada y espasmódica, marcada por repentinos descen-
sos de nivel y cambios bruscos de humor, haciendo imposible fundamentalmente la historici-
dad. “(…) las polaridades típicas del sujeto varían entre el júbilo del “asalto a la mercancía”,
los ratos de embriaguez eufórica del espectador o consumidor, y el abatimiento al fondo “del
vaso nihilista más profundo de nuestro ser”, como prisioneros de un orden que resiste a cual-
quier otro sentido o control” (2000:81).

Ahora bien, luego del trazado del campo de fuerzas de la posmodernidad en los cambios es-
tructurales del capitalismo tardío y el deshilachamiento generalizado de las identidades que
provocan, Jameson, según Anderson, pudo hacer su tercer movimiento en el terreno de la pro-
pia cultura. Logró entonces una expansión en su análisis de lo posmoderno a través de casi
todo el espectro de las artes y de gran parte del discurso que las flanquea. La arquitectura, fue
el motor que lo impulsó a avanzar más allá de lo moderno. Analizó la obra posmoderna del
arquitecto Portman, el Hotel Bonaventure de Los Ángeles. La supremacía del espacio dentro
del marco categorial de la concepción posmoderna, aseguraba que la arquitectura ocuparía un
lugar destacado en la mutación cultural del capitalismo tardío.

El arte y la pintura, el diseño gráfico y la publicidad se interpenetraban como impulso estilís-


tico o fuente de material. Es en la obra de Warhol donde Jameson encuentra la falta de pro-
fundidad posmoderna enlazada con sus impresiones hipnóticamente vacías de las páginas de
moda, las estanterías del supermercado y las pantallas de televisión. Jameson realiza una
comparación definitiva entre la alta modernidad y la posmodernidad a través de las obras las
botas de campesino de Van Gogh (emblemas de trabajo) con una de las colecciones de bom-
bas de Warhol, vidriosos simulacros sin tono ni fondo suspendidos en el vacío.

242
La llegada del Pop Art había sido advertida por Jameson como un anuncio de cambios de at-
mósfera que presagiaban un anticiclón cultural más amplio. Sin embargo, más tarde pone su
atención en unas prácticas que trataban de superar las convenciones que habían quedado in-
tactas en el auge de aquel movimiento. Se apunta así que un rasgo peculiar de esa cultura es el
privilegio de lo visual, que la distingue de la alta modernidad, en la cual lo verbal conservaba
aún gran parte de su antigua autoridad. Lo nuevo se relacionaba con un parasitismo lúdico o
solemne de lo viejo: el pastiche. Esa parodia inexpresiva, sin impulso satírico, de los estilos
del pasado que se convertía en un sello estandarizado de lo posmoderno propagándose por
todas las artes. La narrativa por su parte, es el dominio por excelencia del pastiche, en la me-
dida en que imita lo difunto, tomando a voluntad los estilos y las épocas revolviendo y em-
palmando “pasados” artificialmente, mezclando lo documental con lo fantástico y prodigando
anacronismos, en una suerte de resurrección masiva de la “novela histórica” (2000:86).

El cine también se constituyó para Jameson en un punto de interés ineludible en el sistema de


las artes posmodernas. Tal como sostiene Anderson (2000), aquel autor procedió a la teoriza-
ción más completa de la historia del cine relacionándola con sus investigaciones. Sin embar-
go, su interés fue absorbido inicialmente por un género cinematográfico que tituló “nostalgia
del presente”: donde reconoce a La guerra de las galaxias, o Terciopelo Azul, que expresan
claramente la peculiar pérdida posmoderna de todo sentido del pasado, en una contaminación
de lo real por el anhelo, “un tiempo que se añora a sí mismo desde una distancia disimulada e
impotente” (2000: 83). Estas formas revelan la corrupción de lo temporal.

Ahora bien, la base social del capitalismo tardío seguía siendo una sociedad de clases, pero
éstas no eran las mismas que antes. En el estrato de empleados recién enriquecidos y profe-
sionales que había creado el crecimiento del sistema especulativo y de servicios de las socie-
dades capitalistas desarrolladas yacía el vector inmediato de la cultura posmoderna. Los yup-
pies eran sólo la punta de iceberg de las macizas estructuras de las propias corporaciones mul-
tinacionales, que a la sazón retrata, de manera descarnada, la reciente película El lobo de Wall
Street.

Por abajo, debido al desmoronamiento sufrido por el orden industrial se habían debilitado las
tradicionales formaciones de clase, mientras se van multiplicando las identidades segmentadas
y los grupos locales. Por un lado, al decir de Anderson, los de arriba tenían (y siguen tenien-
do) la coherencia del privilegio; los de abajo carecían de unidad y de solidaridad por aquellos
años. Un nuevo obrero colectivo queda todavía por surgir. Sin embargo, a través de la expan-
sión del sistema que integra virtualmente al planeta entero en el mercado mundial, tiene co-

243
mo consecuencia que la cultura posmoderna también se expanda y se vuelva mucho más
“vulgar”, al decir de Anderson, y mucho menos elitista que la cultura moderna; en la medida
en que lo posmoderno juega en el terreno de lo popular al tiempo que ha estado marcado por
unos nuevos patrones tanto de consumo como de producción (2000:89).

En cierto sentido, puede decirse que opera una permanente colonización para hacer entrar
todo en la órbita del mercado; desde por ejemplo, obras narrativas que se convierten gracias a
la publicidad en best seller o son llevadas al cine; hasta el acceso a las formas posmoderna de
producción artística por parte de grupos hasta entonces excluidos (mujeres, minorías étnicas,
inmigrantes). Sin dudas, esto expresaba el grado en que ésta era una cultura de acompaña-
miento, más que de antagonismo o de carácter contestataria, al orden económico mundial, allí
mismo residía el poder de lo posmoderno y en cierto modo su carácter o su apetencia de he-
gemonía. “(…) esta cultura posmoderna global, que es, sin embargo, norteamericana, es la
expresión interna y superestructural de un nuevo momento de dominación militar y económi-
ca de los Estados Unidos en todo el mundo; en este sentido, como ha sucedido en toda la his-
toria dividida en clases, el reverso de la cultura es la sangre, la tortura, la muerte y el horror”
(Jameson, 1991:20).

Y por último, frente a este mapeo que nos ofrece Jameson sobre lo posmoderno, también nos
brindará algunas pistas sobre cómo resistirlo, sobre qué actitudes deberían tomarse frente a
este fenómeno. Según Anderson (2000:90), Jameson era el único que había identificado lo
posmoderno con un nuevo estadio del capitalismo, entendido en términos marxistas clásicos.
Ahora bien, al posmodernismo no se lo podía resistir sólo moralmente, no se debe dar la dis-
cusión en términos moralizantes a pesar de la evidente complicidad de lo posmoderno con la
lógica del mercado y del espectáculo. De manera que, su simple condena como cultura era
estéril, retoma el autor. De este modo, aseguraba Jameson que una crítica genuina a la pos-
modernidad no podía ser sólo un rechazo ideológico. La propuesta giraba en torno a desandar
una tarea dialéctica abriéndonos paso a una comprensión totalizadora del nuevo capitalismo
ilimitado, había pues que captar su formación desde adentro, como sistema y como condición
para la formación de la instancia colectiva de resistencia.

244
Sobre la película Her

Comencemos reflexionando sobre el nombre de la película: Her. La traducción al castellano


se ha conocido como Ella, sin embargo Her hace referencia en el idioma inglés al pronombre
posesivo: su o suya, en alusión tanto a una relación con una persona como así también deno-
tando la posesión de una cosa. Y esta idea cobra especial sentido ya que el personaje princi-
pal, Theodore, entabla una relación, acaso puede decirse que “genera un lazo”, “se enamora”
de un Sistema Operativo (en adelante S.O.) que tiene, a la sazón, voz de mujer y se llama Sa-
mantha.

Theodore vive una vida solitaria, es un cuerpo lánguido y delgado, algo desvalido, un tanto
desmotivado en sus gestos pasando inadvertido entre miles, al tiempo que la nostalgia parece
invadirlo. Se trata de un sujeto con visibles signos de abatimiento, de escasa vitalidad, no re-
fleja entusiasmo (al menos antes de comprar el S.O.) y tampoco es posible observar proyectos
personales y mucho menos colectivos de los cuales formara parte, ni grandes convicciones2.

El personaje transmite un desesperanzada actitud, notable en su andar generalmente cabizbajo


transcurriendo desolado por la vida, sin más. Economiza gestos, habla bajo, sonríe tenuemen-
te, camina lentamente, mira sin mirar. Es efectivo y eficiente en su trabajo, tiene buenos mo-
dales, no incurre en excesos, denota en sus actos una sobreconformidad al tiempo que un pro-
fundo malestar, que durante la noche, lo desvela. No sabemos nada o muy poco de su familia,
de su historia personal, de su identidad, si es un nuevo habitante de la ciudad o si nació allí,
excepto que pena por una relación de pareja que terminó. Sin embargo, en este contexto y a
partir de estas caracterizaciones hay algo que Theodore no deja de hacer, él mantiene asimis-
mo una decidida iniciativa por consumir.

Theodore es efectivamente un sujeto deshilachado. Mientras que en la historia el hombre mo-


derno encontraba un sentido, y en esa significación ubicaba su proyecto individual y colecti-
vo, el hombre posmoderno no cree en un sentido de la historia. Como veremos en detalle unos
párrafos más abajo, Lyotard consideraba que el sujeto posmoderno es sólo partícipe de juegos
de lenguaje cuyas reglas no deben buscarse en un significado histórico que trascienda el pre-
sente, el sujeto ya no es visto ni se percibe a si mismo con una identidad que a su vez lo im-
pulse a construir un proyecto de vida individual y colectivo en nombre de aquello en lo que
crea. Por esto es que su constitución, al decir de Murillo (2012:102), está en constante movi-

2
Resultan, en este caso, relevantes las reflexiones que realiza Ana María Fernández en su artículo titulado
“Vidas Grises” (Diario Página 12, 25/07/2013).

245
miento atravesando y atravesado por “nudos” de circuitos comunicacionales. Tanto el sujeto
como la verdad pierden consistencia, transitan caminos chirlos.

Su vida transcurre en una ciudad ordenada y limpia, sin conflictos ni tumultos visibles, con
facilidades circulatorias, espaciosa, gélidamente artificial. Una urbe de enormes rascacielos
que creemos, porque se menciona en algún fragmento, se trata de Los Ángeles3, pero en una
época que no sabemos cuál es. La urbanidad es vivenciada como un lugar de tránsito, donde
los habitantes son mostrados inmersos en sus propios aislamientos.

La ciudad, entonces, se destaca inmensa pero ordenada4. Inclusive las escenas que son graba-
das al aire libre, en plena ciudad, denotan la misma sensación con demás personas que cami-
nan por las calles, cada uno de ellos transita en una especie de burbuja o esfera de soledad
que, el sonido ambiente, aún en exteriores refleja, quietud y silencio.

Su rutina es asfixiantemente tranquila. Él está visible y subjetivamente solo la mayor parte del
tiempo. Su vecina, Amy, con la que mantiene una laxa amistad, aparece en el relato fílmico
también inmersa en una notable soledad. No hay más vínculos que éstos. Su casa tiene el as-
pecto de una casa deshabitada; es lúgubre, no tiene en ella mesa, solo sillas y un sillón, que
utiliza cuando juega a los videos juegos.

En una de sus vueltas caminando a hacia la casa, Theodore repara en una publicidad (después
de haber tenido una cita fallida con una mujer) que llama su atención porque se pasa en una
especie de gran pantalla, en las galerías de una estación del metro, donde efectivamente se
estaba promocionando el S.O. Preguntas como: “¿quién eres?; ¿qué puedes ser?; ¿a dónde
vas?; ¿qué hay ahí afuera?; ¿cuáles son las posibilidades?”; son las que relata la voz en off de
la publicidad del S.O. mientras en la imagen se puede ver a numerosas personas que caminan
solas, con rasgos de desesperación por la búsqueda de algo o de alguien que no logran encon-
trar.
3
La película fue rodada en Shangai y también en Los Ángeles.
4
Escribía Horacio González, en el contexto de la contundente victoria del PRO en ocasión de las P.A.S.O., en la
ciudad de Buenos Aires en el mes de abril de 2015; y en relación a cómo entiende política e ideológicamente
ésta fuerza política a la urbe: “La ciudad será concebida como una red de circulación feliz y se la consagrará a un
rediseño basado también en el merecimiento: la ciudad comprendida como mera máquina circulatoria, un
tecnomecanismo que la retira de la historia compleja; la aparta de sus ejes problemáticos histórico-sociales. Su
industrialización en los ’30, su desindustrialización en los ’60, la trama lóbrega de la renta urbana, la pesada
especulación inmobiliaria, las visiblemente malas condiciones habitacionales, sus cercamientos, su repliegue
respecto del conurbano, sus nacientes prejuicios que viborean contenidamente. Es decir, la ciudad vista como un
instituto sombrío de reproducción técnica de desigualdades. De este modo, se la considera una gestionadora de
servicios públicos secundarios (ganar 15 minutos en el cruce a la 9 de Julio por los nuevos circuladores no está
mal, pero esto se propone sin nociones urbanas ligadas al espaciotiempo del usuario no usurpado por la utilería
del control del tiempo urbano, un tipo de ciudadano en vías de extinción)” (Horacio González, Diario Página 12,
28/04/2015).

246
Theo lo compra, llega a su casa, lo instala (allí vuelven a hacerle algunas preguntas del tipo:
¿es usted sociable?, ¿cómo es su relación con su madre?) y comienza a entablar un vínculo, a
generar un lazo con Samantha, la voz del S.O. Ellos (el protagonista y la máquina adquirida
recientemente) comienzan a tejer un vínculo a través del lenguaje, el S.O. ordena la compu-
tadora, revisa sus mails, le avisa sobre alguna reunión, mira al espacio exterior a través de la
cámara del celular y es escuchada a través de un audífono que utiliza Theo permanentemente.
El modo en que se hace uso de esta nueva tecnología es un dato interesante pues en el andar
en la vida cotidiana de las personas que utilizan este sistema, éstas conversan, se ríen, discu-
ten solas (vale decir, sin ninguna persona que transite con ellas) y en apariencia de hacerlo
con ellas mismas.

La relación entre Theodore y la voz Samantha es, entonces, una relación a través del lenguaje,
comienza algo tímidamente y poco a poco va a adquiriendo ribetes amorosos. El S.O. está allí
cada vez que Theo decide conectarse, convocarla: en la mañana antes de levantarse, en el
trabajo, lo acompaña en el recorrido al regresar a su casa, le da claves sobre como jugar, pa-
sean “juntos”, van al parque de diversiones, a la playa, viajan. La ilusión de estar acompañado
no solo la tiene Theo, se transmite a los televidentes. Lo incorpóreo de la “compañía”, la falta
de cuerpo, la ausencia de los ojos de otro u otra, deviene un tema fantasmal donde la soledad,
el ensimismamiento, la parodia del lazo social muestra su cara más trágica. El simulacro del
amor, de la solidaridad, de la compañía, en definitiva del otro se torna sórdido e insoportable
en el transcurrir de la película porque sólo hay otro u otra cuando éste o ésta está con su cuer-
po, la mirada de ese otro u otra libidiniza y con ello nos constituye como sujetos.

Lo que venimos analizando debe vincularse con lo que empieza a generarse a comienzos de la
década de 1970: el auge de las tecnologías de la información en el marco de la tercera revolu-
ción industrial. En este sentido y retomando el análisis que realiza Murillo en relación a la
naturaleza que adquiere el lazo social en la visión posmoderna (2012:99) resulta insoslayable
tomar a Lyotard, ya que en 1979 por primera vez un texto filosófico adopta el término “pos-
modernidad”. En La condición posmoderna (1993) Lyotard analiza el proceso y los aspectos
de la revolución sociotécnica y con acierto, dice Murillo (2012:100), encuentra que el insumo
fundamental de este nuevo paradigma sociotécnico radica en el conocimiento.

De manera que, al poseer el conocimiento un papel preponderante, las comunicaciones que


portan saberes de los sujetos deben ser consideradas centrales. “A partir de la revolución tec-
nológica, en la que las comunicaciones electrónicas pasaban a ocupar un papel fundamental,
la sociedad debía ser entendida como una red de comunicaciones lingüísticas y el lazo social

247
debía analizarse como un conjunto de “juegos de lenguaje”, cada uno con reglas propias y con
relaciones de carácter agonal. En esas condiciones la ciencia era también un juego más de
lenguaje” (2012:100)

La base filosófica de Lyotard estaba en el lenguaje entendido en una perspectiva pragmática


tomando la teoría de los “juegos del lenguaje” de Wittgenstein, el cual había analizado al len-
guaje a partir de sus “usos”, de manera que si el significado es sólo el uso, las palabras no
están definidas por referencia hacia los objetos o las cosas que designan en el mundo exterior
ni por los pensamientos, ideas o representaciones mentales que se podría asociar con ellos,
sino por cómo se las usa en la comunicación real y ordinaria.

En la película la relación que se construye entre el S.O. y Theodore se basa básicamente en el


lenguaje y éste comienza a ser desarrollado como un juego que tiene sus reglas, las cuales
existen en tanto son aceptables para los jugadores, desplazando su fundamento lógico y real-
zando su sentido en el desenvolvimiento retórico. El personaje principal juega el juego del
lenguaje con la voz del S.O., lo que le permite confirmar su ser y constituir una imagen de la
realidad (y del lazo social) a partir de las palabras, del “vínculo” hablado que se genera a par-
tir de la voz de Samantha.

En palabras de Murillo “el concepto del lazo social entendido como juegos de lenguaje le
permitió a Lyotard construir su concepción de la posmodernidad” (2012:102), al mismo tiem-
po que también inventaba un sentido de la modernidad en la medida en que éste autor plan-
teaba que esos relatos informativos que se relacionaban con la ciencia debían ser legitimados.
El modo en que lo hizo la modernidad fue, según el autor, a través de “metarrelatos” quienes
anunciaban la llegada del hombre nuevo o la emancipación de la humanidad. “En ese sentido,
los relatos ligados a la ciencia moderna, así como a la Revolución Francesa y al marxismo,
serían desde la perspectiva de Lyotard, relatos sustentados en mitos y héroes fabulados”
(2012:102). Este sentido de la modernidad comenzó a aunar legitimidad y a extenderse entre
los intelectuales y científicos sociales, al tiempo que paralelamente se inventaba la posmoder-
nidad. Sin embargo, Lyotard encontró sustento, no sólo en el discurso filosófico, sino también
y fundamentalmente en el desarrollo científico – tecnológico. Este desarrollo por su parte,
acrecienta la tecnificación, permite crear máquinas que utilizan diversos lenguajes en su pro-
gramación.

En la película que estamos analizando puede notarse claramente este aspecto. Esta perspectiva
Lyotardiana acerca de que el lenguaje es un juego y por lo tanto tiene reglas propias se difun-
de cuando las nuevas tecnologías eran confeccionadas y se valían de una multiplicidad de

248
lenguajes construyendo nuevas formas de comunicación que rompían cada vez más la rela-
ción de los sujetos entre sí y con la naturaleza (2012:103).

La importancia que adquiere el mundo de lo virtual (que por supuesto no es independiente de


las transformaciones del capitalismo) debe ser reconocida principalmente por un aspecto es-
pecífico: puede inducir a los sujetos a vivir en la más absoluta soledad, en un asilamiento per-
petuo mientras les hace sentir que hablan y que se comunican, incluso que se enamoran, que
pueden encontrar incondicionalidad y permanente compañía.

La posibilidad de lo incorpóreo que producen las nuevas tecnologías, de vivenciar y construir


vinculaciones con un “otro u otra” que no es tal, que no tiene cuerpo, que no puede abrazar,
que no puede besar, etc. pero que, aun así, genera la ilusión que está presente, es un dato sig-
nificativo. Dice Murillo, en relación a esto“(…) el nuevo paradigma sociotécnico gesta la po-
sibilidad de que el otro esté ausente y sin embargo se genere la ilusión de su presencia, las
nuevas tecnologías, controladas por grandes empresas o Estados poderosos, podrían hacer
realidad el mito de una verdad absolutamente performativa, ya que ellas podrían eventualmen-
te construir un universo unidimensional. Ellas podían profundizar ese narcisismo radial del
que hablábamos y, en ese sentido, construir una subjetividad individualista, ensimismada, que
sólo ilusoriamente participase del lazo social. Con ello se intentaba conjurar una vez más el
peligro de la revuelta” (2012:103).

La desolación y la desesperación en la que cae el personaje principal, Theodore, cuando no


puede establecer la comunicación cotidiana con Samantha, como lo hacía diariamente, nos
muestra de una forma muy gráfica el estado de confusión en el que se encuentra, ya que al no
poder establecer la comunicación temió perder aquello que en sentido estricto no existe, temió
perder a alguien o a algo que no es tal, salvo mediante el lenguaje y la comunicación.

Asimismo cuando la voz de Samantha confiesa mantener varios miles de conversaciones al


mismo tiempo que lo hacía con Theodore, admitiendo su no exclusividad ni incondicionalidad
para con él, podemos reconocer algo del orden de la no comprensión de ciertas reglas de jue-
go por parte del personaje principal, como si se hubiera perdido en los laberintos reglamenta-
rios, quedando fuera de juego. Desde la perspectiva de Lyotard, al haber caído aquellos meta-
rrelatos de la modernidad que habían dado identidad a los sujetos individual y colectivamente
en el pasado, se produce una remisión al sí mismo. Pero esta vuelta del sujeto sobre sí mismo,
no implica para la visión posmoderna una pérdida de lazos, ni un aislamiento en soledad ya
que cada uno de los miembros de la sociedad estaría ubicado en un punto axial de comunica-

249
ción y en ella nadie carecería de la posibilidad de ejercer poder sobre el otro y operar en ópti-
mos tolerables para darle en cada nueva jugada, al sistema, una nueva posibilidad de vida.

Como lo social, desde esta perspectiva posmoderna, radica en juegos de lenguaje, la libertad
de los sujetos está ligada a partir de esta programación.

“Es menester tener en cuenta el carácter agónico de los juegos de lenguaje. Cada jugador afec-
ta a todos los jugadores, incluso al emisor. La materialidad del lenguaje radica en el hecho de
que él no es sólo palabra, sino en que ella se realiza en una pragmática en la cual todos los
participantes están afectados. Por eso no es la teoría de la comunicación sino la teoría de los
juegos la que permite comprender las relaciones sociales” (2012:121).
El reconocimiento de las reglas explícitas pero también de las implícitas por parte de los juga-
dores deviene una condición fundamental para que haya lazo social y para no quedar fuera del
juego. Opera aquí una lógica de exclusión que se desarrolla por el carácter agonístico del jue-
go. Para esto es necesario instalar la tendencia que los teóricos posmodernos (y que es reto-
mada por los pensadores neoliberales) intentan universalizar; se trata de desubstancializar a
los sujetos.

Vale decir que tanto la estrategia neoliberal de gobierno como la cultura posmoderna piensan
en la misma clave a los sujetos: los presentan como partícipes y como seres que se constitu-
yen a partir de los diversos juegos, lo cual a su vez supone que si no se es buen jugador o no
se comprenden las reglas, el destino inevitable es la exclusión. Para Murillo

“esto es un nuevo modo de plantear algo que Von Mises junto a otros pensadores neoliberales
asumen: que los individuos menos dotados, menos capaces, o menos trabajadores, o menos
afortunados, irremediablemente quedarán desfavorecidos en el juego o en la competencia. El
discurso instala a la competencia individual como el centro de la condición humana. Univer-
saliza una vez más el relato de los grupos más poderosos del planeta” (2012:122).
A su vez, resulta necesario dedicarle un apartado al empleo que posee el personaje principal.
Theodore trabaja en una empresa, cuya tarea consiste en escribir cartas (a través de la compu-
tadora pero simulando haberlas hecho en manuscrito, en el sentido que se le dicta oralmente a
la máquina y ésta transcribe en letra de mano alzada) para otros/as. En estas épocas, en las
cuales no solemos hacerlo porque utilizamos la herramienta del email o correo electrónico
como forma más usual, más fugaz, más rápida y más barata de comunicarnos, ¿hay algo más
propiamente personal y más íntimo que escribirle una carta a un ser querido? Este artilugio
del guion de la película nos parece llamativo por, al menos, dos motivos.

250
Por un lado, la apelación a una práctica de comunicación que ha sido más usual en temporali-
dades pasadas es decir, escribir y escribir a mano5 una carta, se resignifica en la temporalidad
que nos propone la película, en ese futuro más o menos inmediato. ¿Y se resignifica en qué
sentido?, por un lado lo hace en forma de pastiche, de simulación (lógica que luego explica-
remos) y por otro lado, la vuelve mercancía, la hace entrar en una dinámica de producción y
mercantilización, donde empleados más o menos inspirados, fabrican durante años una comu-
nicación “sentida” vía cartas entre personas que jamás se han escrito una, que jamás se han
comunicado pero que “terciarizan” esa acción, haciéndola ingresar en el circuito de aquellos
que es posible comprar y vender.

Las cartas son mercancías que se encargan, se producen, se compran y se venden en el merca-
do, y en este sentido creo que la película nos provoca e intenta interpelarnos acerca de la natu-
ralización que hacen los personajes acerca de esta mercantilización, exacerbando la artificiali-
dad y la enajenación que adquieren los lazos sociales y las relaciones humanas. La subsunción
de toda la vida, dice Murillo, a la lógica de la mercancía (2012:88) se constituye en un aspecto
central del orden social posmoderno.

Como hemos mencionado anteriormente, a partir de la década de 1970 se produce el desblo-


queo del paradigma sociotécnico que se caracteriza por dos cualidades: la flexibilidad, por un
lado, que supone la permanente e inacabada innovación, generando lo efímero de los procesos
y la caducidad rápida de todo y la integración, por el otro, que ya no se dará por la mediación
del Estado de bienestar de la segunda posguerra que suponía la unión de todos bajo su para-
gua protector, sino que se producirá subsumiendo todas las esferas de la vida humana a la
lógica de la mercancía. “Esto supone que aquel afecto, relación u obra de un ser humano que
no pueda ser intercambiado en el mercado no tiene existencia ni valor alguno. Toda la vida
(humana y no humana) se constituye en objeto de intercambio y con ello todas las activida-
des, relaciones y afectos se tornan cosas” (2012:89). Se reifican ingresando al circuito comer-
cial.

Por otra parte y en cuanto a la imagen, la predominante tonalidad en la que está filmada la
película se destaca por el uso del color sepia mixturado con colores cálidos como el naranja y
el fucsia, intentando dar visos candentes a una existencia deslucida y vana, jugando además
con una dimensión “confusa” de la temporalidad, ya que mientras se resaltan aspectos de una

5
Resulta interesante pensar el modo en que escribir a mano una carta se conecta con nuestra identidad. La
diferencia que existe entre escribir a mano una carta y dejar allí nuestra propia huella que, por otro lado es
irremplazable, e incluso impregnarla con nuestro perfume; a hacerlo a través de la computadora, vía mails u
otros mensajes, en los que se puede usurpar la identidad.

251
estética (tanto del personaje Theodore como de los ambientes) relacionada a los años ´50 del
siglo XX, la connotación futurista es evidente, en parte por la presencia de artefactos tecnoló-
gicos y por la relación que los actores extras y los personajes principales entablan con ellos.

Varias cuestiones pueden decirse al respecto, por un lado la estrategia de abolición de la histo-
ria es entendida por Jameson como una característica propia de los sujetos posmodernos, los
cuales habitan lo sincrónico más que lo diacrónico, al tiempo que en la vida cotidiana los vec-
tores espaciales dominan sobre los temporales (Murillo, 2013: 162). A su vez, siguiendo a
estos autores, resulta interesante la observación donde se establece que en el arte la historia es
reemplazada por una pseudohistoria operando, de este modo, un efecto desplazamiento de la
historia. Aquí es donde “lo “retro”, esa visión nostálgica del pasado, de los años ´30 o ´50
aparece en el cine con puestas en escenas que remedan esos tiempos” (2013:162).

Notamos, además, la utilización de las tonalidades en sepia para remitir a la ilusión de senec-
tud amalgamada en un mundo que simula, en la película, un futuro cercano y próximo. En
este sentido encontramos que en la película es posible observar claramente la idea de pastiche
en la cultura que releva a la historia. La imitación de estilos del pasado que no sólo no lo in-
tentan renovar, sino que tampoco pretenden presentar visos de críticas basándose en las expe-
riencias transcurridas. Más bien se trata de una “máscara muerta presente y visible en una
arquitectura y un diseño donde todo está acomodado en su lugar y se sostiene como esceno-
grafía más que como un espacio donde transcurrir la vida y sus avatares” (2013:169).

Con el artilugio del pastiche se imita algo del pasado, de algún modo se lo resignifica para
volverlo un aspecto estético, vaciándolo de aquellas dimensiones que pueden ser retomadas
para criticar severamente el presente a partir de lo que fue. La estética del personaje principal
denota este aspecto con sus pantalones de cintura alta en tonalidades marrones y grises, el uso
del bigote y los lentes, aspecto que creemos remiten a una estética que simula ser la de los
años ´50 del Siglo XX. Sin embargo, tal como dice Perry Anderson la posmodernidad deja de
ser una mera ruptura estética o un cambio epistemológico para convertirse en señal cultural de
un nuevo estadio de la historia del modo de producción dominante (2000:77).

Para culminar, consideramos que la escena final deja abierta la puerta para pensar que el ho-
rror de la enajenación llevada a límites extremos puede ser revertido. En esta escena, tanto
Theodore como Amy, su vecina y amiga, suben a una terraza en el ocaso de día, y contemplan
juntos, pero sin hablar, el horizonte. El personaje de Amy recuesta su cabeza en el hombro de
Theodore mientras el plano los toma de espaldas y se va alejando.

252
De algún modo, se tienen el uno al otro, pero quizás el desafío reside en saber si se tienen a
ellos mismos; ya que en el desarrollo de la película siempre se tuvieron, se visitaban, compar-
tían conversaciones, sensaciones, modos de vivir pero ellos seguían sintiéndose solos, pues la
escasa conexión entre sujetos enajenados, débilmente vinculados con sus sentires imposibilita
pensar en la construcción de lazos sólidos con otras u otros, más bien esto implica un desafío
enorme.

En uno de los diálogos que mantienen ambos, Theodore y Amy, luego de haber tomado la
decisión de separarse de su pareja, ella le cuenta que tiene una nueva amiga, que es un S.O.,
que es totalmente sorprendente en la medida en que no ve las cosas tajantemente blanco o
negro y que por el contrario siempre desataca lugares grises que la ayudan a explorar y que
han congeniado muy rápido. Creo que de aquí se desprenden algunas cuestiones: antes de
entablar este diálogo, Amy relataba la complejidad que implica la vida en pareja, los detalles
que se exacerban con la convivencia, las peleas largas que nacen al calor de aparentes detalles
sin importancia, como por ejemplo, no sacarse los calzados al entrar al departamento después
de un día de trabajo.

Ni más ni menos que la dificultad de vivir la vida con otros y otras, con los contrapuntos, las
diferencias, los debates que pueden surgir porque justamente se trata de dos personas que tie-
nen puntos de vistas a veces diferentes, modos de vivir y que provienen de familias y/o de
costumbres diversas. Esto, que es el propio desorden de la vida, justamente porque existe en
la otredad: vida, es lo que creemos se pretende anular, la complejidad de las relaciones huma-
nas podría ser superada, subsanada o amputada por la inteligente compañía de una amiga que
es un S.O., una fría máquina que disfraza su gelidez y su inexistencia corporal con una voz
cálida y amable, al servicio y a merced de cuando su amo o ama, decida y quiera hablar.

El S.O. estará allí con su intrepidez y su palabra justa para cuando su dueña o dueño quiera
disponer de ella. Al parecer se borra con este modo de relacionarse, la “insoportable comple-
jidad” de los vínculos humanos, cada vez más insondables, angustiosos y menos merecedores
de tiempo, de paciencia, de comprensiones, en definitiva de amor. El personaje de Amy le
pregunta al de Theodore si se está enamorando de su S. O. y él le responde si eso lo converti-
ría en alguien raro, a lo cual Amy dice: “Creo que cualquiera que se enamora es un raro. Es
algo loco de hacer. Es como una antigua locura socialmente aceptable”.

No es posible ver esta película sin sentirse interpelada, sentirse pues tan cerca, reconocerse en
algunas actitudes (por ejemplo ver a una infinidad de personas caminando por las calles de la
ciudad hablando, en apariencia solas, riendo, mirando un punto fijo cuando hablan por telé-

253
fono celular con la tecnología llamada “manos libres”), cerca también de algunas estéticas; y a
la vez tan lejos, sentir un abismo entre aquellas experiencias (y existencias) y las nuestras.

En todo caso nos queda para la reflexión las carnaduras que serán o son posibles en los sujetos
que se construyen en la posmodernidad para pensar en las posibilidades de las resistencias que
siempre son necesarias dentro de este estadio del modo de producción neoliberal del capita-
lismo tardío, que aspira a convertir todos los aspectos de la vida humana y no humana en
mercancías, reificarlos y hacerlos ingresar en la compra – venta, anulando naturalizadamente
al otro u otra como entidad válida para la vida en general y la vida política en particular. Si no
hay otros y otras, si no hay amor por el otro u otra, no hay pues, política posible.

Bibliografía

Anderson, P. 2000 Los orígenes de la posmodernidad. Barcelona, Anagrama, 2000.

Fernández, A.M. “Vidas Grises”. Diario Página 12 25 de julio de 2013. Disponible en:
http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-225189-2013-07-25.html

González, H. “La persona disoluble”. Diario Página 12. 28 de abril de 2015. Disponible en:
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-271565-2015-04-28.html

Jameson, F. Ensayos sobre el posmodernismo. Buenos Aires, Ediciones Imago Mundi, 1991.

Murillo, S. con la colaboración de Seoane, J. Posmodernidad y neoliberalismo. Reflexiones


críticas desde los proyectos emancipatorios de América Latina. Buenos Aires, Luxemburg,
2012.

Lyotard, J.F. La condición posmoderna, Buenos Aires, Editorial R.E.I, 1991.

254
Repensar la biopolítica foucaulteana como una forma de proble-
matización del ejercicio del gobierno a través de la verdad
Iván Gabriel Dalmau (CONICET – UNSAM – UBA)

Introducción

(…) Foucault, par une démarche qui lui est propre, n’a cessé jusqu’à la fin de sa vie de «
relire », de resituer et de réinterpréter ses anciens travaux à la lumière des derniers, dans une
sorte de réactualisation incesante (Bertani, Fontana, 1997, p. 248).

Mauro Bertani y Alesandro Fontana

El presente artículo se enmarca en una investigación doctoral en curso, por medio de la que se
pretende analizar a la problematización foucaulteana de la formación de los saberes respecto
de “lo humano” en el marco de su abordaje del acontecimiento de surgimiento de la biopolíti-
ca en su imbricación con la configuración de las formas modernas de gubernamentalidad. En
ese sentido, no pretendemos realizar un trabajo que se reduzca a la mera constatación de las
referencias foucaulteanas a las ciencias humanas en el marco de sus trabajos dedicados a la
biopolítica, ni tampoco es nuestro objetivo reconstruir, comparar o superponer los distintos
modos en que Foucault se ocupó de dar cuenta de la formación de dichas ciencias. Por el
contrario, acorde al objetivo señalado, nuestra investigación se articulará a partir de la puesta
en consideración de la densidad epistemo – ontológico – política de la problematización fou-
caulteana de la constitución de las ciencias humanas en sus cursos dictados en el Collège de
France durante la segunda mitad de la década del `70; para lo cual, nos ocuparemos previa-
mente de desentrañar la potencia filosófica de las herramientas que Foucault puso en práctica
en dichos trabajos.

Habiendo explicitado la línea de investigación que jalona a la escritura del artículo que nos
encontramos presentando, sería pertinente destacar que al interior del mismo podrían distin-
guirse básicamente tres partes. En la primera de ellas, presentaremos someramente una serie
de referencias críticas que filósofos e investigadores le han dirigido al abordaje foucaulteano
de la biopolítica. Si bien las reformulaciones de dicha noción que estos “autores” proponen
como contracara de sus críticas escapa al foco de nuestro trabajo, no podíamos dejar de intro-
ducirlas debido a dos cuestiones fundamentales: su resonancia en el ámbito académico con-
temporáneo y el modo en que se vinculan con la lectura que propondremos. Tras lo cual, an-
tes de detenernos en la manera en que Foucault plantea que la formación de las ciencias hu-
manas debe ser remitida al acontecimiento de surgimiento de “la población” como blanco y
objetivo del gobierno (Foucault, 2004a), pondremos el foco en el modo en que el método ge-
nealógico implementado en dicho trabajo recupera y reelabora herramientas fraguadas en el
seno de su arqueología. Fundamentalmente, organizaremos de dicho modo la exposición de
nuestra lectura en tanto que, partimos de la base de que sólo revisando la densidad filosófica
de las “cuestiones de método” que atraviesan a los trabajos genealógicos podrá ser desentra-
ñada cabalmente la problematización de las ciencias humanas que allí es realizada.

Punto de partida: una problematización interrogada

(…) Podríamos parafrasear libremente a Foucault y decir: se pretenden hacer historias de la


biopolítica no solo en el XVIII sino incluso en la antigüedad, pero no se advierte que la bio-
política no existía por la sencilla razón de que la vida misma no existía. (…) Puede decirse
que la biopolítica es íntegramente dependiente, epistémica y ontológicamente, de los enun-
ciados biológicos que afirmen lo que la vida es, en qué consiste, cuáles son sus umbrales, y
de los mecanismos que la biología pone a disposición para intervenir en los procesos bioló-
gicos a fin de alcanzar sus objetivos, la regulación, mejoramiento y optimización de la vida y
la explotación de su potencia (Sacchi, 2013, p. 75).

Emiliano Sacchi

La noción de biopolítica se encuentra en el centro de los debates filosófico – políticos con-


temporáneos desde hace al menos 20 años. En ese sentido, resulta fundamental señalar la pro-
liferación de las apropiaciones de la misma que han tenido lugar en el ámbito de la filosofía y
el pensamiento político italiano a partir de la publicación de Homo Sacer. Il potere sovrano e
la nuda vita de Giorgio Agamben en 1995 (ver: Agamben, 1995); trabajos en los que dicha
noción ha sido retomada y reelaborada a partir de discursos configurados en torno a proble-
mas políticos tales como la “comunidad” (ver: Saidel, 2013) y el “pos-obrerismo” (ver: Genti-
li, 2012). Dos años más tarde de la publicación del citado texto de Agamben, comenzarían a
publicarse los cursos dictados por Michel Foucault en el Collège de France, siendo “Il faut
défendre la société” (Foucault, 1997) de 1976 el primero en editarse. Justamente, en la última
lección de dicho curso, Foucault se centra en las especificidades del modo de ejercicio del
“poder sobre la vida” en contraposición al “poder de espada” del soberano - de una manera a
nuestro juicio más minuciosa que como lo hiciera en el ya conocido último capítulo de La
volonté de savoir (Foucault, 1976), publicado escasos meses después del dictado del mismo-.

256
De más está decir que la paulatina publicación de los cursos fue transformando los modos de
lectura de la “obra” de ese “autor” que la academia hace funcionar como tal, al modificar ni
más ni menos que el archivo foucaulteano.

Si bien detenernos en ello excede las posibilidades del presente apartado, no podemos dejar de
mencionar que con la publicación de los cursos Sécurité, Territoire, Population (Foucault,
2004a) y Naissance de la biopolotique (Foucault 2004, b), en el marco de la ya citada prolife-
ración de las apropiaciones de la noción de biopolítica, la problematización foucaulteana de la
misma cobró una centralidad y motivó la producción de un amplio abanico de discursos im-
pensable años antes y que, como lo señalara Edgardo Castro (ver: Castro, 2011), no se condi-
ce con el tratamiento dado a dicha problemática en los libros publicados en vida por Foucault.
En dicho marco, podría analizarse el modo en que la publicación de los cursos ha incidido
dinámicamente en la formación discursiva de la biopolítica desde tres ramas principales: la
filosofía política posfoucaultena y las ciencias humanas que se configuran en torno a la apro-
piación y reformulación de la noción de biopolítica, re -constituyéndola como objeto, y los
estudios filosóficos centrados en la “obra” de Michel Foucault. A mero título de ejemplo, po-
dría mencionarse la publicación de Il Regno e la Gloria. Una genealogia teologica
dell`economia e il governo (Agamben, 2007) y de Opus Dei. Archeologia dell`ufficio
(Agamben, 2012), tomos segundo y quinto del segundo volumen de la mentada saga Homo
Sacer, que poseen referencias explícitas a Sécurité, Territoire, Population (Foucault, 2004a) y
Le gouvernement de soi et des autres (Foucault, 2008), respectivamente.

Sin embargo, sería pertinente destacar que no se pretende “unilateralizar” la cuestión ni dar a
la publicación de los cursos un cierto carácter “demiúrgico” sobre la producción del discurso
filosófico contemporáneo. Por otra parte, como lo remarcara claramente en su tesis doctoral el
citado politólogo Emiliano Sacchi (ver: Sacchi, 2013), la temprana publicación de la cuarta
lección de Sécurité, Territoire, Population en 1978 bajo el título de “La gouvernementalité”,
permeó la formación a comienzos de los `90, en el ámbito académico anglosajón, de los lla-
mados “Governmentality Studies”, líneas de investigación interdisciplinarias que reúnen fun-
damentalmente trabajos producidos en el cruce entre la sociología y la ciencia política (al res-
pecto, ver: Senellart, 2004; Castro Gómez, 2010).

Ahora bien, volviendo sobre el eje de nuestro trabajo, y buscando no perdernos en los mean-
dros de la producción biopolítica posfoucaulteana, no podemos dejar de mencionar que di-
chas reapropiaciones han tomado como punto de partida el señalamiento de las presuntas limi-
taciones del abordaje foucaulteano, cuyas líneas de investigación vendrían a subsanar. En ese

257
sentido, partiendo de la base de que dichas reformulaciones escapan del foco de nuestra ar-
tículo, no podemos dejar de mencionar someramente aquellas críticas que se tornan pertinen-
tes no sólo por su resonancia sino también por la manera en que se ligan con la lectura de la
problematización foucaulteana que propondremos a la largo del presente escrito. Básicamen-
te, podríamos decir que si bien no pretendemos “criticar por elevación” a dichas reformula-
ciones, consideramos que la relectura detenida de fragmentos de la “obra” de Foucault habili-
tan a la puesta en cuestión de las críticas que le han dirigido. Reiteramos, entonces, que más
allá de la pertinencia de los trabajos centrados en las distintas reelaboraciones de la noción de
biopolítica en las investigaciones posfoucaultenas, y de nuestra propia posición respecto de
las mismas, no es nuestro objetivo revisarlas ni incurriremos en el desconocimiento de la “dis-
tinción categorial” entre la crítica a Foucault que estos investigadores dirigen y las propuestas
que despliegan como contracara (lo cual no implica en absoluto pasar por alto la profunda
ligazón y la relevancia intradiscursiva que dicho juego de crítica y contrapropuesta posee).

En el caso particular de los trabajos llevados a cabo por el filósofo italiano Giorgio Agamben,
cuya prolífica producción respecto de la problemática de la biopolítica continúa en curso a
veinte años de la publicación del primer volumen de la saga Homo Sacer, consideramos fun-
damental el mencionar su propuesta de que “la tesis foucaultena debe ser corregida o al menos
completada” (ver: Agamben, 1995). Independientemente de las múltiples aristas que se han
desplegado en torno a este señalamiento en la producción del propio Agamben, y de las decli-
naciones temáticas y conceptuales que fueron apareciendo al compás del despliegue de su
saga, lo que consideramos relevante en función de nuestros objetivos es que el filósofo ita-
liano objeta a Foucault el haber perdido de vista el presunto carácter arcaico de la inclusión
de la zoé - que en su lectura filológica de la filosofía y la cultura griega clásica es señalada
como “vida en general o mero hecho de vivir” – en la polis. En sus propios términos:

La tesi foucaultiana dovrà, allora, essere corretta o, quanto meno, integrata, nel senso che ciò
che caratterizza la politica moderna non è tanto l'inclusione della zoe nella polis, in sé
antichissima, né semplicemente il fatto che la vita come tale divenga un oggetto eminente dei
calcoli e delle previsioni del potere statale; decisivo è, piuttosto il fatto che, di pari passo al
processo per cui l'eccezione diventa ovunque la regola, lo spazio della nuda vita, situato in
origine al margine dell' ordinamento, viene progressivamente a coincidere con lo spazio
politico, e esclusione e inclusione, esterno e interno, bios e zoe, diritto e fatto entrano in una
zona di irriducibile indistinzione (Agamben, 1995, p. 12)

Es decir, que Agamben le estaría cuestionando a Foucault el no haber entrevisto el vínculo


arcaico que ligaría a soberanía y biopolítica, el cual sería característico de “Occidente”.
Desde la perspectiva agambeniana, dicho problema tendría como sucedáneo la presunta inca-

258
pacidad de la problematización foucaulteana de dar cuenta de la articulación entre el modelo
jurídico de la soberanía y el modelo biopolítico del poder, tornándose impotente para dar
cuenta de experiencias “tanatopolíticas” como la de los “totalitarismos” del siglo XX. Nue-
vamente, buscando no perder de vista el hilo de nuestro trabajo, consideramos que una condi-
ción de posibilidad de dicha crítica la constituye ni más ni menos que la homologación entre
zoé –término griego relativo a la “mera vida” por oposición al bíos, en tanto “forma de vida
calificada” – con la “vida” biológicamente constituida (ver: Ojakangas, 2005; Castro 2011;
Sacchi 2013).

Por otra parte, entre los filósofos italianos posfoucaultenos abocados al estudio de la biopolí-
tica se destaca - junto a Antonio Negri y Paolo Virno - Roberto Esposito, quien al igual que
Agamben considera inadecuado el modo en que Foucault problematizó a la relación entre
soberanía y biopolítica, de lo cual hace depender también su “limitación hermenéutica” para
dar cuenta de la “tanatopolítica” que tuvo lugar en los “totalitarismos” del siglo XX1(ver: Es-
posito, 2004). De todas maneras, lo relevante de la lectura crítica que realiza Esposito, en fun-
ción de nuestro propio trabajo, es el señalamiento de que dichas falencias interpretativas que
aquejarían al herramental legado por Foucault, consistiría en el hecho de que presuntamente
éste elaboró a la noción de “bio – política” como la conjunción entre “vida” y “política”, sin
problematizarlas en su articulación. Como sostuviera en su ya clásico trabajo Bíos. Bipolitica
e filosofía:

La mia impressione è che tale blocco ermeneutico sia legato alla circostanza che, nonostante la
teorizzazione della implicazione reciproca, o proprio per questo, i due termini di vita e politica
siano pensati come originariamente distinti e solo successivamente collegati in maniera ancora
estrinseca. E che proprio perciò rimangano essi stessi indefiniti nel loro profilo e nella loro
qualificazione. Cosa sono, precisamente, per Foucault, 'politica' e 'vita' ? Come vanno intesi e
in che modo la loro definizione si riflette sul loro rapporto ? O, al contrario, come il loro
rapporto incide sulla loro definizione ? Se si inizia a pensarli separatamente - nella loro
assolutezza - diventa poi difficile, e anche contraddittorio, condensarli in un unico concetto.
Non solo: ma si rischia di precludersene una comprensione più profonda, relativa appunto al
carattere originario ed intrinseco di quella implicazione (Esposito, 2004, pp. 38 – 39).
Virando desde la filosofía política hacia las ciencias humanas, encontramos que la problema-
tización foucaulteana fue objetada por el antropólogo y sociólogo francés Didier Fassin, quien
sostuvo que más allá de la cantera abierta por la promesa foucaulteana de ocuparse del “go-
bierno de la vida”, la misma fue abandonada en pos del estudio del “liberalismo” y el “go-

1
Sin pasar por alto las múltiples diferencias ni las vías de comunicación que podrían señalarse entre ambos
filósofos italianos, no querríamos dejar de mencionar que sus investigaciones pretenden articular las
herramientas foucaulteanas con trabajos filosóficos erigidos a partir de supuesto epistemológicos, ontológicos y
políticos harto disímiles respecto de los del pensador francés, como los que circulan a través de las reflexiones de
Hanna Arendt, Walter Benjamin, Carl Schmitt, Martin Heidegger y Jacques Derrida, entre otros.

259
bierno de la poblaciones” (ver: Fassin, 2006). Más allá de su promesa, según Fassin, Foucault
habría dejado vacante el ocuparse del “gobierno de la vida misma”, problema que en cierta
manera se habría diluido en su enfoque de la anátomo – política del “cuerpo” y la biopolítica
de la “población”. Al respecto, planteó Fassin que:

La vie se dissout donc dans ces deux objets: les corps et les populations. Soit, dans la perspec-
tive d’une analyse du pouvoir: la discipline et la régulation, l’anatomopolitique et la biopoli-
tique. La question de la vie elle-même, comme forme et comme enjeu, comme ce qui constitue
la matière du vivant et ce qui fait l’expérience des vivants, la vie dans sa signification savante
et dans le sens commun semble s’effacer à mesure que l’on entre dans ce qu’il appelle d’abord
«pouvoir normalisateur» (…). Dans une certaine mesure, on pourrait dire que, plus que la vie
en tant que telle, ce qui intéresse alors Michel Foucault, ce sont les pratiques sociales qui
s’exercent sur les corps et les populations et qui, bien entendu, influent sur le cours des exis-
tences individuelles et histoires collectives : c’est donc le gouvernement des corps et le gou-
vernement des populations, plutôt que le gouvernement de la vie — du vivant et des vivants
— en somme (Fassin, 2006, p. 36).
Ahora bien, ¿resulta pensable foucaulteanamente “la vida en sí misma” más allá de su consti-
tución moderna articulada en los polos “cuerpo” y “población”, y sus reconfiguraciones poste-
riores bajo la forma - por ejemplo - del “capital humano”? Dicha constitución, ¿no resulta,
acaso, fruto de la imbricación entre la formación de ciertos saberes y la configuración de de-
terminadas tecnologías de poder (ver: López, 2013)? Es decir, “la vida” de que se ocupa la
biopolítica en la problematización foucaulteana, ¿fue pensada por Foucault “desligada de la
política”, como parecería objetar Esposito? Acaso, ¿“la vida” es pensable foucaulteanamente
“en sí misma”, más allá del “cuerpo” y la “población”, con sus coordenadas espacio – tempo-
rales modernas, como parecen objetarle tanto Agamben como Fassin? ¿No puede plantearse
que, sin desconocer la especificidad de las críticas mencionadas, lo que las aúna en su disper-
sión es el pasar por alto lo que podríamos llamar la densidad epistemo – ontológico – política
de las ciencias humanas, cuya constitución resulta indisociable e insoslayable respecto del
acontecimiento de surgimiento de la biopolítica en su imbricación con las formas modernas
de gubernamentalidad?

Notas acerca de la caja de herramientas foucaulteana

El pensamiento de Michel Foucault parte de la crisis del papel fundamentador de la filosofía.


Un cambio de rumbo definitivo vendría dado por la crítica de Nietzsche a la filosofía carte-
siana. La filosofía dejó de ser un proyecto fundador del pensamiento y actividad reflexiva

260
sobre la totalidad para afrontar una tarea parcial. Nietzsche y Foucault conciben la filosofía
como un diagnóstico del subsuelo de nuestro presente: ¿qué somos hoy?, ¿en qué consiste
este tiempo que estamos viviendo? La matriz de este tipo de reflexión es kantiana, pero, para
Foucault, su expresión más radical es nietzscheana (Sauquillo, 2001, p. 17).

Julián Sauquillo

A lo largo de las líneas que se despliegan a continuación nos centraremos en el abordaje de


ciertos enunciados que constituyen a la caja de herramientas foucaulteana2, específicamente
pondremos el foco, en primer lugar, en las herramientas de trabajo arqueológico sobre los
discursos tal como Foucault las sistematizara en su clásico libro publicado en 1969 bajo el
título L`archéologie du savoir. Tomamos a dicho libro como punto de partida en tanto que,
como se explicita en la propia letra foucaulteana, el mismo puede ser leído como un trabajo de
corrección y recuperación crítica de los desarrollos desplegados a lo largo de sus investiga-
ciones precedentes. En dicho trabajo sostendrá Foucault, respecto del análisis arqueológico de
los discursos, que:

Mais ce dont il s`agit ici, ce n`est pas de neutraliser le discours, d`en faire le signe d`autre
chose et d`en traverser l`épaisseur pour rejoindre ce qui demeure silencieusement en deçà de
lui, c`est au contraire de le maintenir dans sa consistance, de le faire surgir dans sa complexité
qui lui est propre. (…) Substituer au trésor énigmatique des « choses » d`avant le discours, la
formation régulière des objets qui ne se dessinent qu`en lui. Définir ces objets sans référence
au fonde des choses, mais en les rapportant à l`ensemble des règles qui permettent de les for-
mer comme objets d`un discours et constituent ainsi leurs conditions d`apparition historique
(Foucault, 1969, p. 65).
Retomando la extensa y rica cita, podemos decir que nos encontramos con una propuesta me-
todológica de trabajo sobre los discursos que, centrándose en el discurso como práctica, nos
permite escindirnos tanto del “subjetivismo” metafísico de las “ideas” como del “objetivismo”
vulgar de las “cosas”; sin por ello abandonar el trabajo epistemológico en pos de una suerte de
indagación lingüística. De lo que se trata, entonces, es del trabajo archivístico sobre los dis-
cursos que, al abordarlos en tanto prácticas, dé cuenta de sus condiciones de posibilidad,
permitiendo establecer históricamente los modos de constitución de ciertas positividades, en
lugar de tomarlas de antemano como evidencia y punto de partida. En ese sentido, resulta
insoslayable la inclusión de la definición dada por Foucault respecto de las formaciones dis-
cursivas en el capítulo segundo de la primera parte de L`archéologie du savoir:

Dans le cas où on pourrait décrire, entre un certain nombre d`énoncés, un pareil système de
dispersion, dans le cas où entre les objets, les types d`énonciation, les concepts, les choix thé-

2
En el presente apartado reelaboramos y desarrollamos problemas abordados tangencialmente en un artículo de
nuestra autoría centrado en la noción foucaulteana de crítica política del saber (ver: Dalmau, 2014).

261
matiques, on pourrait définir une régularité (un ordre, des corrélations, des positions et des
fonctionnements, des transformations), on dira, par convention, qu`on a affaire à une forma-
tion discursive, - évitant ainsi des mots trop lourds de conditions et de conséquences, inadé-
quats d`ailleurs pour désigner une pareille dispersion, comme « science », ou « idéologie », ou
« théorie », ou « domaine d`objectivité ». On appellera règles de formation les conditions aux
quelles sont soumis les éléments de cette répartition (objets, modalité d`énonciation, concepts,
choix thématiques) (Foucault, 1969, p. 53).
Como hemos mencionado previamente, en las citas precedentes encontramos condensadas
una serie de reflexiones que Foucault sintetiza a partir de la relectura crítica de sus trabajos
previos. Tras haber puesto en cuestión a las presuntas “unidades de discurso”, como “autor”,
“tradición” y “obra” entre otras, Foucault se dispone a encontrar otros principios que permitan
agruparlos. Será volviendo sobre problemas abordados en Histoire de la folie à l´âge classi-
que (Foucault, 1972), Le naissance de la clinique (Foucault, 1963) y Les mots et les choses
(Foucault, 1966) que presentará a la noción de formación discursiva, a partir de señalar - en
relación a los discursos abordados en los libros mencionados - el fracaso concerniente en bus-
car el principio de “unidad de los discursos” en el “objeto” al que presuntamente refieren, “el
modo de enunciación” que monolíticamente los caracterizaría, “los conceptos” y “el tema”
que unitariamente les darían forma. Por el contrario, y en tanto contracara de cada una de es-
tas alternativas fallidas, propondrá Foucault a la citada noción de formación discursiva, en
torno a la cual el discurso es susceptible de ser analizado en tanto conjunto de prácticas que
se encuentran atravesadas por reglas que de manera inmanente regulan el ejercicio de la fun-
ción enunciativa. Dicho conjunto transformable de reglas permite dar cuenta de la regulari-
dad que rige la dispersión de los enunciados que efectivamente tuvieron lugar.

Puede decirse entonces, como hemos señalado previamente, que la arqueología permite apro-
ximarse a los discursos en tanto prácticas que forman regularmente los objetos que sólo en
ella tienen lugar, al tiempo que posibilitan la emergencia de formas de subjetividad. De he-
cho, no puede pasarse por alto que este modo de problematización de los saberes en tanto
prácticas discursivas permitió a Foucault plantear la oposición entre la “teoría del conoci-
miento”, que se ocuparía de dar cuenta de la relación entre “sujeto y objeto”, y la arqueología
del saber que se coloca por fuera de dicha relación, dando cuenta de la formación de ambos
términos en tanto inmamentes al ejercicio de la función enunciativa. En ese sentido, conside-
ramos que el eje de la apuesta foucaulteana radica en la problematización del saber como un
modo alternativo a la construcción de una “teoría del conocimiento”; puesto que no se trata,
para Foucault, de problematizar los términos de la relación cognoscitiva sino de colocarse por
fuera de la relación misma, dando lugar a la problemática del saber en oposición a la del “co-
nocimiento”. Es decir, que de lo que se trata es de colocarse en otro zócalo de interrogación,

262
dirigiendo el análisis al substrato arqueológico de la constitución de las formas de subjetivi-
dad y de los objetos, al indagar la configuración del denominado a priori histórico. En térmi-
nos del propio Foucault:

Juxtaposés, ces deux mots font un effet un peu criant; j`entends désigner par là un a priori qui
serait non pas condition de validité pour des jugements, mais condition de réalité par des
énoncés. Il ne s`agit pas de retrouver ce qui pourrait rendre légitime une assertion, mais
d`isoler les conditions d`émergence des énoncés, la loi de leur coexistence avec des autres, la
forme spécifique de leur mode de être, les principes selon les quelles ils subsistent, se trans-
forment et disparaissent (Foucault, 1969, p. 167).
En íntima ligazón con lo antedicho debe ser revisada la caracterización de la arqueología de
las ciencias humanas emprendida en Les mots et los choses (Foucault, 1966). En el prefacio
de dicho libro, el filósofo francés explicitó el modo en que la reflexión epistemológica puesta
en práctica arqueológicamente pretende prescindir de todo cariz teleológico y, por lo tanto, se
ocupa de dar cuenta de la constitución de los saberes en su historicidad al remitirlos a la epis-
teme en cuyo seno pudieron formarse:

Il ne sera donc pas question des connaissances décrites dans leur progrès vers une objectivité
dans la quelle notre science d`aujourd`hui pourrait enfin se reconnaître; ce qu`on voudrait
mettre au jour, c`est le champ épistémologique, l`épistémè où les connaissances, envisagées
hors de toute critère se référant à leur valeur rationnelle ou a leurs formes objectives, enfon-
cent leur positivité et manifestent ainsi une histoire qui n`est pas celle de leur perfection crois-
sante, mais plutôt celle de leurs conditions de possibilité; en ce récit, ce qui doit apparaître, ce
sont dans l´espace du savoir, les configurations qui ont donné lieu aux formes diverses de la
connaissance empirique. Plutôt que d`une histoire au sens traditionnel du mot, il s`agit d`une
« archéologie » (Foucault, 1966, p. 13).
Teniendo presentes las distintas referencias a la producción arqueológica foucaulteana que
hemos introducido a lo largo del presente apartado, debemos revisar la manera en que Fou-
cault contrapone la indagación arqueológica respecto de una reflexión epistemológica de ca-
rácter normativo en el último capítulo de L`archéologie du savoir, titulado “Science et sa-
voir”, capítulo en el que planteó que:

A ce niveau, la scientificité ne sert pas de norme: ce qu`on essai d mettre à nu, dans cette his-
toire archéologique, ce sont les pratiques discursives dans la mesure où elles donnent lieu à un
savoir, et où ce savoir prend le statut et le rôle de science. (…) Dans l`énigme du discours
scientifique, ce qu´elle met en jeu, ce n`est pas son droit à être une science, c`est le fait qu`il
existe (Foucault, 1969, pp. 249 – 251).
Virando unos años hacia a la problematización foucaulteana del método en términos genealó-
gicos, nos encontramos en condiciones de señalar el eco que arqueológico que atraviesa a la
misma, tal como se patentiza a la largo de la “Leçon sur Nietzsche” dictada en Montreal en
1971; lección en la que Foucault retomará la propuesta nietzscheana de realización de una
“historia de la verdad que no se apoye en la verdad”, distinguiéndola de la “historia comtiana
de la verdad”:

263
Dans cette histoire positiviste, la vérité n`est pas donnée au départ. Longtemps, la connais-
sance cherche la vérité : aveugle, tâtonnante. La vérité est donné comme le résultat d`une his-
toire. Mais ce rapport finalement établi entre la vérité et la connaissance est un rapport de droit
qui est posé au départ. Il y a une appartenance d`origine entre la vérité et la connaissance.
(…) La désinvolture de Nietzsche est d`avoir dénoué ces implications. Et d`avoir dit: la vérité
survient à la connaissance – sans que la connaissance soit destinée à la vérité, sans que la véri-
té soit l`essence du connaître (Foucault, 2011, pp. 199 – 200).
A su vez, de dicha lección consideramos fundamental la inclusión de la siguiente cita, la cual
nos permite retomar el hilo de nuestro análisis: « (…) de penser la connaissance comme un
processus historique avant toute la problématique de la vérité, et plus fondamentalement que
dans le rapport sujet – objet. La connaissance libéré du rapport sujet – objet, c`est le savoir »
(Foucault, 2011, p. 205).

En 1971 Michel Foucault publicará además su clásico artículo titulado “Nietzsche, la généalo-
gie, l`histoire” (Foucault, 1994), el cual constituye una referencia ineludible en tanto pretende-
mos dar cuenta de las relaciones que pueden establecerse entre la genealogía y la arqueología
foucaultena. En dicho artículo, a partir de la realización de una lectura de Nietzsche, Foucault
retoma la distinción entre Ursprung y Erfindung, términos alemanes que implican la noción de
“origen” y “surgimiento” respectivamente. Por lo tanto, en la lectura foucaulteana de Nietzs-
che, Ursprung es vinculado con la noción metafísica de “origen fuente”, de “origen transhistó-
rico”, mientras Erfindung se liga a la problemática concreta de la procedencia (Herkunft) y de
las condiciones de posibilidad para la emergencia (Entstehung) de las prácticas. En términos
del propio Foucault: “La provenance permet aussi de retrouver sous l`aspect unique d`un carac-
tère, ou d`un concept, la prolifération des événements à travers lesquels (grâce auxquels, contre
lesquels), ils se sont formés” (Foucault, 1994, p. 141). Hacia el final del mismo párrafo, nuestro
“autor” agregará entonces que:

Rien qui ressemblerait à l`évolution d`une espèce, au destin d`un peuple. Suivre la filière
complexe de la provenance, c`est au contraire maintenir ce qui s`est passé dans la dispersion
qui lui est propre (…), c`est découvrir qu`à la racine de ce que nous connaissons et de ce que
nous sommes il n`y a point la vérité et l`être, mais l`extériorité de l`accident (Foucault, 1994,
p. 141).
Encontramos allí, la explicitación foucaulteana de la cantera abierta por la puesta en cuestión
una concepción teleológica de la historia, cuya contrapartida no es ni más ni menos que la
puesta en cuestión del carácter “evidente” de universales como “verdad” y “ser”. Por otro
lado, sería pertinente destacar que en la lectura de Nietzsche propuesta por Foucault, el análi-
sis de la emergencia, es decir la indagación respecto de las denominadas condiciones de posi-
bilidad de la misma, constituye una herramienta que posibilita la introducción de las fuerzas y

264
sus correlaciones en el marco del abordaje genealógico de los problemas filosóficos. Tal co-
mo lo explicitara en dicho artículo:

“Entstehung désigne plutôt l`émergence, le point de surgissement. C`est le principe et la loi


singulière d`une apparition. (…) La généalogie, elle, rétablit les divers systèmes
d`asservissements: non point la puissance anticipatrice d`un sens, mais le jeu hasardeux des
dominations. (…) L`émergence se produit toujours dans un certain état des forces (Foucault,
1994, p. 143).
En Surveiller et Punir, publicado cuatro años más tarde, Foucault realiza una puesta en prác-
tica del método genealógico; en dicho trabajo pretende dar cuenta del modo en que las rela-
ciones de saber – poder constituyeron al “alma moderna”, cuestión indisociable justamente de
la emergencia de ciertos dominios de saber. Es decir, que se trata de llevar a cabo una ontolo-
gía histórica de “lo que conocemos” y de “lo que somos”, en lugar de tomar como evidencia
y punto de partida aquellos universales que serían “la verdad” y “el ser”. En ese sentido, re-
sulta más que elocuente el modo en que Foucault explicita el objetivo del libro: “Objectif de
ce livre : une histoire corrélative de l'âme moderne et d'un nouveau pouvoir de juger; une gé-
néalogie de l'actuel complexe scientifico-judiciaire où le pouvoir de punir prend ses appuis,
reçoit ses justifications et ses règles, étend ses effets et masque son exorbitante singularité ”
(Foucault, 1975, p.27). No se trata, entonces, de colocarse en el nivel de las ciencias humanas
y de la consecuente realización de una investigación sociológica e historiográfica que dé
cuenta de cómo las ciencias “evolucionaron” hasta “descubrir la verdad” respecto del “ser”
del “delincuente”, logrando a su vez dar mayor “racionalidad” y “humanidad” al sistema pe-
nal al impregnarlo con sus “descubrimientos”. En contraposición, Foucault se ocupará genea-
lógicamente de mostrar el acontecimiento de surgimiento de ciertos saberes en su imbricación
con modos de ejercicio del poder, los cuales dieron lugar a ese objeto de saber y blanco de
intervención política que es el denominado “delincuente”, cuyo surgimiento resulta inescindi-
ble de la constitución de prácticas como el “examen” y la “pericia médico – criminológica”,
configurantes del naciente dispositivo llamado “prisión”. Podemos encontrar en dicho trabajo
cómo la problematización de las relaciones de saber – poder no elide sino que, por el contra-
rio, recupera y enriquece los aportes realizados por la arqueología del saber. A modo de
ejemplo, incluimos la siguiente cita:

Il faut plutôt admettre que le pouvoir produit du savoir (et pas simplement en le favorisant
parce qu'il le sert ou en l'appliquant parce qu'il est utile) ; que pouvoir et savoir s'impliquent
directement l'un l'autre; qu'il n'y a pas de relation de pouvoir sans constitution corrélative d'un
champ de savoir, ni de savoir qui ne suppose et ne constitue en même temps des relations de
pouvoir. Ces rapports de « pouvoir-savoir » ne sont donc pas à analyser à partir d'un sujet de
connaissance qui serait libre ou non par rapport au système du pouvoir; mais il faut considérer
au contraire que le sujet qui connaît, les objets à connaître et les modalités de connaissance
sont autant d'effets de ces implications fondamentales du pouvoir-savoir et de leurs transfor-

265
mations historiques. En bref, ce n'est pas l'activité du sujet de connaissance qui produirait un
savoir, utile ou rétif au pouvoir, mais le pouvoir-savoir, les processus et les luttes qui le traver-
sent et dont il est constitué, qui déterminent les formes et les domaines possibles de la con-
naissance (Foucault, 1975, p. 32).

Podemos encontrar en dicha cita una recuperación desde la nueva grilla analítica de los apor-
tes desarrollados durante la década del `60, de hecho la enumeración que se encuentra en el
párrafo citado respecto de la constitución de los saberes en su imbricación con las relaciones
de poder, se halla profundamente ligada con lo señalado por Foucault respecto de las forma-
ciones discursivas, es decir con el tipo de regularidades en la dispersión de los enunciados
que las caracteriza. Obviamente no es equivalente la puesta en práctica de una analítica del
poder que tenga por objeto a los dispositivos que una arqueología del saber que se ocupe de
las epistemes y las formaciones discursivas; sin embargo ello no quita que pueda plantearse
que los aportes previos no se abandonaron sino que, por el contrario, fueron retomados desde
una renovada perspectiva de análisis3. Con respecto al caso concreto del trabajo del hemos
extraído al cita, consideramos que puede plantearse entonces, que el juego de las relaciones
de saber – poder que atravesaron - en su imbricación estratégica - a prácticas discursivas y
extradiscursivas posibilitó la emergencia de ciertos sujetos, por ejemplo el “perito médico” y
el “antropólogo criminal”, de ciertos objetos, el “delincuente” con sus diversos “tipos”, y cier-
ta manera de producción de la verdad vinculada a las reglas que atraviesan a los discursos
“médico – legal” y “antropológico – criminal”, permeando de manera inmanente al ejercicio
de la función enunciativa, configurando la grilla de decibilidad y visibilidad de ciertos sujetos
respecto de determinados objetos.

Ahora bien, tras haber revisado someramente a la manera en que el método genealógico recu-
pera y reelabora las herramientas fraguadas en el marco de la arqueología, una pregunta se
nos impone de manera acuciante, a saber: ¿de qué modo son problematizadas las ciencias
humanas en el marco del abordaje genealógico del surgimiento de la biopolítica?

Revisitando la problematización foucaulteana de la formación de las ciencias humanas en


el marco de sus trabajos genealógicos dedicados al abordaje de la biopolítica

3
La relación entre “prácticas de internamiento” y “conciencia de la locura” en Histoire de la folie à l´âge
classique, como así también las reflexiones condensadas hacia el final L`archéologie du savoir en el apartado
titulado “D`autres archéologies”, deben ser mencionadas para evitar una lectura esquemática que nos conduciría
a sostener que la problematización del poder y de lo “extradiscursivo” aparecerían ex nihilo a comienzo de los
años `70 en los trabajos de Foucault.

266
“Tal vez una de las partes más interesantes de Seguridad, territorio, población sea la relectu-
ra que hace Foucault de su libro, publicado 12 años antes, Las palabras y las cosas, al final
de la clase del 25 de enero de 1978.” (Castro Gómez, 2010, pp. 162).

Santiago Castro Gómez

Buscando dar cuenta del interrogante con que diéramos cierra al apartado precedente, no po-
demos dejar mencionar una cuestión que resulta insoslayable tal como lo remarcara el espe-
cialista argentino Edgardo Castro, quien en el marco de su caracterización de la problematiza-
ción foucaulteana de la biopolítica remarcó que, desde la perspectiva de Foucault:

“En la Modernidad, la vida biológica de los hombres no es simplemente un dato originario que
se pueda reprimir, algo que pueda reclamar por sí el derecho de ser lo que es o lo que está co-
mo tal en juego cuando se exige la muerte para enfrentar al enemigo. En la Modernidad, a la
vida biológica, se la produce y se la administra. Podría decirse incluso que – en la Moderni-
dad, insistimos – la vida es objeto de biologización, de nomalización biológica.” (Castro,
2011, p. 39).
Retomando lo señalado en la cita precedente, y declinando la respuesta al interrogante
explicitado hacia el curso dictado por Foucault en el Collège de France durante el ciclo
lectivo 1977 – 1978 - bajo el título Sécurité, Territorie, Population -, no podemos dejar de
mencionar que allí Foucault problematiza al surgimiento de la biopolítica como un
acontecimiento que no es susceptible de ser desligado de la emergencia de ciertos problemas
de carácter científico – político, en torno a los cuales la “población” se constituyó como sujeto
– objeto de manera correlativa al desbloqueo de las artes de gobierno. Éstas, justamente, se
reconfigurarán en la modernidad al tomar a la “población” como blanco de intervención y
objetivo de su práctica. Al respecto, sería pertinente recordar que el citado curso y el
correspondiente al ciclo lectivo siguiente se inscriben en una fuerte línea de continuidad en
torno al abordaje, en perspectiva genealógica, de lo que Foucault denominara como “historia
de la gubernamentalidad”. En torno a lo cual, resulta más que pertinente el modo en que el
filósofo italiano Davide Alessandro presenta a la cuestión en su tesis doctoral:

“Foucault orientò il suo corso del 1978, Sicurezza, territorio, popolazione, verso un orizzonte
ampio che implica la biopolitica: una storia della governamentalità. (...) Nel pensiero di
Foucault, l’obiettivo è cogliere ciò che lega i regimi di verità con le pratiche di governo
politico ed economico che gestiscono le vite. La biopolitica, attraverso i ‘discorsi di
veridizione’ (quello della biologia e quello dell’economia), oggettivizza l’uomo sia come
essere biologico-vivente sia come attore produttivo/consumante.” (D`Alessandro, 2011, p. 57).

En el marco del dictado del curso en cuestión, buscando dar cuenta de la especificidad de las
distintas tecnologías de poder, Foucault se ocupó de desmontar, en las primeras clases del

267
mismo, las diferentes maneras en que desde la perspectiva de la soberanía, la disciplina y la
seguridad4 se constituyó como problema a “la ciudad”, “la escasez” y “las epidemias”. Sin
embargo, buscando disipar cualquier tipo de lectura de carácter “etapista”, el filósofo francés
destacó que no habría que entender dicha distinción en términos de “eras” en las que los
distintos modos de ejercicio del poder se sucederían, reemplazando a los precedentes; según
sus propios términos:

Il n`y a pas l `âge du légal, l`âge du disciplinaire, l`âge de la sécurité. Vous n`avez pas des mé-
canismes de sécurité qui prennent la place des mécanismes disciplinaires, lesquels auraient
pris la place des mécanismes juridico – légaux. En fait, vous avez une série d`édifices com-
plexes dans lesquels ce qui va changer, bien sûr, ce sont les techniques elles – mêmes qui vont
se perfectionner, ou en tout cas se compliquer, mais surtout ce qui va changer, c`est le domi-
nante ou plus exactement le système de corrélation entre les mécanismes juridico – légaux, les
mécanismes disciplinaires et les mécanismes de sécurité (Foucault, 2004a, p. 10).

Luego de realizar las aclaraciones pertinentes respecto del marco problemático en que el
curso se inscribe, retomando la cita del filósofo colombiano Santiago Castro Gómez que
hemos colocado como epígrafe, nos detendremos ahora en la clase del 25 de Enero de 1978.
Allí, al ocuparse de la citada distinción entre el modo de ejercicio del poder propio de las
tecnologías de seguridad frente a los dispositivos disciplinarios y a la lógica de la soberanía,
Foucault remarcó - en torno a la contraposición entre “normación” y “normalización” - la
especificidad de la manera en que desde las perspectivas disciplinarias y de seguridad se
ligan “norma” y “normalidad” respecto del “objeto” que se erige como problema frente al
ejercicio del poder. Dentro de dicho análisis, destacará Foucault que las tecnologías de
seguridad ponen en juego la “naturalidad del objeto mismo” que es blanco del ejercicio del
gobierno, configurándose la “norma” de manera inmanente al juego de las “normalidades
diferenciales” que lo atraviesan. En ese sentido, si de dispositivos de seguridad se trata,
remarcó Foucault que la problematización de las cuestiones a ser gobernadas en su
“naturalidad” irá “recortando” e inscribiendo en “la realidad” a la “población”, que se
constituirá como objeto de saber y blanco de intervención política. Al respecto, sería
pertinente destacar que la “población” emergerá como un sujeto – objeto a gobernar que, por
su espesor y “naturalidad”, escapa a las “mallas reglamentarias” configuradas a partir de la
“voluntad soberana”. En sintonía con lo antedicho, el propio “autor” planteó que en el marco
del acontecimiento de surgimiento de las tecnologías de seguridad, se produjo lo siguiente:

4
Por dispositivo de seguridad frente a dispositivo disciplinario, deben entenderse a aquellas prácticas que
previamente Foucault había denominado como “biopolítica de la población” y “anátomo – política del cuerpo”.

268
(…) C`est un jeu incessant entre les techniques de pouvoir et leur objet qui a petit à petit dé-
coupé dans le réel et comme champ de réalité la population et ses phénomènes spécifiques. Et
c`est à partir de la constitution de la population comme corrélatif de les techniques de pouvoir
que l`on a pu voir s`ouvrir toute une série de domaines d`objets pour des savoirs possibles. Et
en retour, c`est parce que ses savoirs découpaient sans cesse de nouveaux objets que la popula-
tion a pu se constituer, se continuer, se maintenir comme corrélatif privilégié des mécanismes
modernes de pouvoir (Foucault, 2004a, pp. 80 – 81).

En ese sentido, en lo que respecta a la imbricación entre la constitución de la población como


objeto y el pasaje de la “historia natural” a la “biología”, sostuvo Foucault que:

Darwin, lui, a trouvé que c`était la population qui était le médium entre le milieu et
l`organisme, avec tous les effets propres à la population: mutations, élimination, etc. C`est la
problématisation, donc, de la population á l´intérieur a cette analyse des êtres vivants qui a
permis de passer de l`histoire naturelle à la biologie. La charnière historie naturelle – biologie
est à chercher du coté de la population (Foucault, 2004a, p. 80).

La discontinuidad entre la “historia natural” y la “biología” que había sido abordada


arqueológicamente por Foucault en Les mots el les choses de 1966, será reelaborada doce
años más tarde en torno a la problematización de la “población” en el marco del surgimiento
de las formas modernas de gubernamentalidad. Justamente, en el contexto de sus trabajos
genealógicos, la formación del discurso de la “economía política”, la “biología” y la
“filología”, en cuyo plexo se configuraron las ciencias humanas, será puesta en relación con
el acontecimiento de emergencia de determinadas problematizaciones científico - políticas
que atravesaron al surgimiento de la biopolítica. Acontecimiento indisociable de la
constitución de ciertos objetos de saber que operaron a su vez como blancos de intervención
política de la naciente tecnología de poder. En términos del propio Foucault:

De là cette conséquence: c`est que la thématique de l`homme, à travers les sciences humaines
qui l `analysent comme être vivant, individu travaillant, sujet parlant, il faut la comprendre à
partir de l`émergence de la population comme corrélatif de pouvoir et comme objet de savoir.
L`homme, ce n`est, après tout, rien d autre, tel qu`il a été pensé, défini à partir des sciences
dits humaines du XIXe siècle et tel qu`il a été réfléchi dans l`humanisme du XIX siècle, cet
homme ce n`est rien de autre, finalement, qu`une figure de la population (Foucault, 2004a, p.
81).

A partir de la lectura realizada puede decirse, entonces, que las conocidas críticas
foucaulteanas a “ese humanismo tan fácil en la teoría y tan peligroso en la práctica”, cobran
un espesor fundamental al ser remitido “el humanismo” decimonónico a su superficie de

269
emergencia, es decir al régimen de veridicción propio de la biopolítica y las formas modernas
de gubernamentalidad. Por último, en tanto contracara de la lectura propuesta, no podemos
dejar de plantear el siguiente interrogante: ¿en qué medida la reflexión epistemológica
respecto de la constitución de “lo humano” en tanto objeto de saber puede prescindir de la
politicidad inherente a dicha figura? Virando el eje de interrogación, ¿pueden
“unilateralizarse” los problemas filosóficos, separando algo así como “la epistemología” de
“la ontología” y de “la reflexión ético – política”? ¿No podría decirse, acaso, que
problematizar a los saberes respecto de “lo humano” en la especificidad de su historia
efectiva, buscando desentrañar su densidad epistemo – ontológico – política, constituye una
tarea filosófica impostergable?

A modo de cierre

“(…) La verdad aparece redefiniendo las líneas centrales de las investigaciones llevadas
adelante por Michel Foucault e invirtiendo la preeminencia de la relación poder-
saber/subjetividad. Podríamos sostener, hoy en día, a través de una lectura integral y retros-
pectiva de la producción foucaulteana (con la publicación ya completa de sus cursos –que ha
brindado una clave interpretativa sumamente valiosa- y que se suma a la de los Dits et écrits
de hace veinte años y a la de sus libros), que la cuestión o el problema de la verdad, la ver-
dad, ha venido a cobrar un peso específico, insoslayable y tal vez mayor (de lo que ya adver-
tíamos antes de la publicación de los cursos) en el decurso y en las intenciones de sus investi-
gaciones, en relación con las formas de lo “humano” y del poder” (Raffin, 2015, p. 59).

Marcelo Raffin

A lo largo de las líneas que nos encontramos concluyendo, hemos intentado desentrañar so-
meramente a la manera en que Foucault reelabora a la problematización de la constitución de
las ciencias humanas a partir de su puesta en relación con el surgimiento de la biopolítica en
su imbricación las formas modernas de gubernamentalidad. En ese sentido, hemos revisado
algunos pasajes fundamentales de las reflexiones arqueológicas foucaulteanas buscando re-
marcar no sólo la potencialidad epistemo – ontológico - política de las mismas, sino también
el modo en que fueron recuperadas posteriormente en el seno de su genealogía. Básicamente,
nuestro objetivo fue ni más ni menos que la recuperación de la densidad epistemo – ontológi-
co - política inherente al abordaje de los saberes que podría ser pasada por alto por una lectu-
ra que, esquemáticamente, separara a los distintos momentos de la “obra” foucaulteana y re-

270
dujera a la genealogía a una suerte de “unilateralización politicista y sociologizante”. Luego,
nos detuvimos en la clase del 25 de Enero 1978 para revisar el modo en que Foucault explícita
el rol epistemo – ontológico – político jugado por la formación de la “economía política”, la
“filología” y la “biología” en tanto contribuyeron a la constitución del objeto “población” al
articularse con las estrategias gubernamentales que paulatinamente lo fueron “recortando” e
“inscribiendo” en “lo real”.

Por último querríamos mencionar una serie de interrogantes que atraviesan a la hipótesis de
lectura que pretendemos desarrollar en el curso de nuestras investigaciones y que ha permea-
do a la elección del título del presente escrito; preguntas por medio de las que nos hacemos
eco de la cita del filósofo argentino Marcelo Raffin. En ese sentido, al poner en consideración
a las derivas y las torsiones conceptuales que atravesaron a la producción foucaulteana poste-
rior al dictado de los cursos sobre biopolítica, nos referimos al pasaje de la utilización de la
“grilla saber – poder” a la “grilla gobierno mediante la verdad” (ver: Foucault, 2012), nos
preguntamos lo siguiente: ¿es susceptible de ser planteado que la nota particular de la biopolí-
tica, en su imbricación con las formas de gubernamentalidad modernas, la constituye su arti-
culación ineludible con el discurso de las ciencias humanas? ¿Puede decirse, entonces, que la
clave para desmontarla debe ser buscada en torno a la peculiar manera en que la constitución
de dichas ciencias posibilita la ligazón entre gobierno y verdad?

Bibliografía

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273
De políticas de escolarización y prácticas docentes en las socieda-
des de control. Haciendo equilibrio en contextos de extrema po-
breza urbana.
Eliana Bussi (CONICET/ UNSAM)
Gabriela Orlando (UNSAM)

Introducción: Prácticas docentes en las sociedades de control. Hacer escuela en contex-


tos de extrema pobreza urbana.

En esta ponencia procuramos describir y reflexionar sobre las formas que está asumiendo la
escolaridad, focalizando la mirada en las prácticas de los docentes y su devenir artesanal en la
actualidad. Ello tomando en consideración experiencias de investigación y acción –de las que
formamos parte- que el CEDESI/EPEC1 lleva adelante en escuelas secundarias del distrito de
San Martín.

Son varios los proyectos2 en que participamos que se ocupan de la cotidianeidad en el entra-
mado de las escuelas y los barrios. Sin embargo, no se trata de cualquier escuela ni de cual-
quier barrio: nos movilizan particularmente, aquellos ubicados en contextos de extrema po-
breza urbana, contaminación y degradación ambiental. Espacios de abyección (Grinberg y
Dafunchio, 2015) que definen los territorios y que dan forma a los procesos de escolarización.
Desde allí, producen subjetividades a la vez que son producidos por los sujetos. Con el equipo
de investigación que integramos, “recuperamos la noción de lo abyecto (Kristeva, 1988;
Butler, 2002) para remitir a aquellas zonas inhabitables que, sin embargo, están densamente
pobladas por quienes no gozan de la jerarquía de los sujetos. Espacios invivibles, modos de
existencia abyectos, territorios de vergüenza, egos no empleables que funcionan como fronte-
ra que define el territorio de la escolarización.” (Grinberg, 2009: 85).

1
Centro de Estudios en Desigualdades, Sujetos e Instituciones (CEDESI)/ Estudios en Pedagogías
Contemporáneas (EPEC). Escuela de Humanidades (EHU). Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).
Directora: Dra.Silvia Grinberg.
2
A este respecto, cabe que destaquemos la serie de experiencias, dirigidas por la Dra. Silvia Grinberg, que este
Centro desarrolla: tanto en lo que respecta a proyectos de investigación como en lo atinente a la realización de
talleres con estudiantes y docentes de las escuelas involucradas. Así también, este texto es fruto, en gran medida,
de ese trabajo colectivo. Por eso, y no sólo porque esta escritura es colectiva, recurrimos, en esta comunicación a
la primera persona del plural. Entre los proyectos de investigación podemos mencionar: “Entre la escuela y el
barrio en contextos de extrema pobreza urbana y degradación ambiental. Biopolítica, gubernamentalidad y
escolarización en José León Suárez” y “La escuela en la periferia metropolitana: escolarización, pobreza y
degradación ambiental en José León Suárez (Área Metropolitana de Buenos Aires)”, ambos dirigidos por la Dra.
Silvia Grinberg.
Se trata de barrios –y escuelas allí emplazadas- en que la satisfacción de las necesidades bási-
cas –cuando es posible- se produce por cuenta y obra de los vecinos y/o actores instituciona-
les. Ésta es, pensamos una nota característica de la vida urbana en el presente, muy ligada con
cuestiones gerenciales. En las sociedades de control y, con el consiguiente traslado de respon-
sabilidades cada vez más al ámbito de lo local, sujetos e instituciones somos llamados a em-
poderarnos, a buscar formas de resolver las problemáticas con que nos enfrentamos. Esto su-
pone la tarea cotidiana de tejer redes, perseguir ocasiones, conquistar recursos, buscar alia-
dos… El Estado3 no está ausente, sino que toma la forma de Estado promotor, propiciando la
acción local; al mismo tiempo, su acción es hacer que otros hagan. Suele designarse a estos
procesos con el nombre de descentralización. Con el agregado de una particularidad: la des-
centralización de las funciones no siempre se corresponde con la descentralización de los re-
cursos materiales.

En las comunidades e instituciones que pueden generar sus propios recursos (no solo, pero
también, económicos) para resolver las problemáticas que las inquietan, esta situación suele
vivirse con pocas tensiones –las propias del hacer-: es aprovechable, genera satisfacciones por
los logros obtenidos. Sin embargo, en esos espacios de abyección a los que referimos y a los
que muchos sujetos fueron arrojados –y las instituciones con ellos- estas búsquedas se hacen
difíciles, discontinuas, tensando al máximo el devenir… Cuando se vive en condiciones de
abyección, cuando barrio y escuela se hacen a partir de las vidas de sujetos que quedan (o han
sido) abandonados a su propia suerte, que han sido arrojados al borde de lo pensable, de lo
asimilable, que son percibidos –cuando se los percibe- como algo perturbador y objeto de
olvido (Kristeva, 1988; Grinberg, 2009, Grinberg y Dafunchio, 2015) sostener las vidas per-
sonales e institucionales se vuelve una cuestión complicada e, incluso, hasta traumática.

En las dinámicas cotidianas de las escuelas que conocemos, las problemáticas del día a día, no
suelen resolverse por iniciativa de los Estados sino, principalmente por acciones de los sujetos
y actores locales; en general, cuando los Estados intervienen (aportando recursos, reparando o
generando infraestructuras) es porque previamente hubo una gestión local solicitando esa in-
tervención. Así, son los mismos sujetos que forman parte de la institución los que quedan sos-
teniendo a diario la vida escolar (Bussi, 2013, Bussi, Grinberg y Langer, 2013) y barrial –y
aportando mucho de sí mismos para conseguirlo.

Los trazos de gerenciamiento aparecen desde los principios de la historia de la escuela a que
referimos. Allá por los años noventa, ella se creó y consolidó gracias a la agencia y volunta-
3
En sus diversas instancias: municipal, provincial, nacional.

276
rismo de los vecinos. Hoy, si bien podemos pensar que algunas condiciones sociales y políti-
cas cambiaron respecto de aquel fin de siglo pasado, seguimos encontrando en su dinámica
aquellos primeros trazos: los procesos de agenciamiento por parte de vecinos y miembros de
la institución escolar, siguen estando presentes, tanto en lo que hace a lo edilicio, infraestruc-
tura y/o equipamiento necesarios para desarrollar la tarea pedagógica, como en la generación
de propuestas de enseñanza valiosas, o en el acompañamiento a situaciones traumáticas de
vida.

Es en este contexto y en el marco de los conceptos de dispositivo (Foucault, 1977; Grinberg,


2009) y políticas de escolarización (Popkewitz, 1996; Grinberg, 2009; Grinberg y Levy, 2011;
Orlando, 2013, 2014) que nos interesa reflexionar sobre las prácticas de los docentes.

El concepto de dispositivo (Foucault, 1977) y, más específicamente, el de dispositivo pedagó-


gico (Grinberg, 2008, 2009), enmarca nuestra pregunta por las prácticas –aquí, de los docen-
tes- y nos invita a presentar algunas reflexiones sobre las formas en que las vidas de los suje-
tos producen y son producidas en el presente, en esos espacios a que ya referimos. Concebi-
mos, con Grinberg (2008) a las prácticas educativas como puestas en acto de determinadas
formas de ejercicio de poder. En tanto que el dispositivo remite a regímenes de prácticas que
se inscriben en una formación histórica (Grinberg, 2008), abre líneas para comprender a los
sujetos en su hacer, en sus prácticas, en su devenir y también a las subjetividades y los proce-
sos de subjetivación.

Con De Certeau (2007) nos interesan aquí aquellas prácticas cotidianas de los profesores de
esas escuelas secundarias de cuya cotidianeidad participamos. Prácticas minúsculas, cotidia-
nas, que constituyen tácticas más que estrategias. Nuestra pregunta, más que por el qué están
siendo los docentes en esas escuelas se aproxima al cómo esos profesores están siendo en la
escuela y haciendo la vida de la escuela.

Por su parte, el concepto de políticas de escolarización, esto es “los procesos políticos de las
prácticas cotidianas (De Certeau, 2007) […] las formas en que las políticas son, actúan, mol-
dean, efectan y afectan la vida diaria de la gente” (Grinberg, 2009: 82), alcanza a todos los
sujetos escolares. Desde allí, nos permitirá echar luz sobre ese cómo de las prácticas de los
docentes, en relación con los procesos de escolarización y las condiciones sociales, institucio-
nales y barriales en que esas prácticas se producen.

Desde estas perspectivas es que llevamos adelante las reflexiones que presentamos a conti-
nuación. Focalizaremos en dos cuestiones estrechamente relacionadas: en primer lugar, en las

277
prácticas artesanales de la docencia en situación, lo que supone procesos de subjetivación y
subjetividad, en relación con la vida en el barrio y el cómo los docentes hacen y se-hacen en
la escuela; en segundo lugar, en las tensiones que conlleva el sostener la vida escolar –y la
escuela misma- en esos espacios de abyección a que referimos. Esto último es lo que, siguien-
do a Deleuze (s/f)4 –en lo que respecta a la expresión del verbo en infinitivo-, hemos dado en
llamar equilibrear. Equilibrear cuando, incluso, es preciso hacerse equilibrista; equilibrear,
cuando puede no haber soga en que hacer el equilibrio.

Prácticas de subjetivación y subjetividad: docentes que hacen y se-hacen en la escuela.

Tal como venimos sosteniendo, los procesos de escolarización no son privativos de los estu-
diantes sino que incumben también a los docentes: ellos no sólo hacen escuela sino que se
escolarizan, se hacen en la escuela, en y con las condiciones en que la escolaridad se constru-
ye. Aunque esta concepción no resulte la más frecuente, la referencia a la escolarización invo-
lucra, desde esta perspectiva, tanto a estudiantes como a docentes. Entendemos que también
los profesores y no sólo los alumnos asumen formas de ser y estar en la escuela que son con-
figuradas en, con y según las instituciones a las que concurren y/o en que trabajan y en estre-
cha relación con la vida en los barrios en que esas escuelas están emplazadas.

Como dijimos desde un principio, nos ocupan aquí las vidas de los docentes y sus prácticas,
en el día a día del entramado entre escuelas y barrios. Más que por el qué, nos preguntamos
por el cómo: cómo están haciendo escuela esos docentes, cómo están deviniendo docentes
ellos en esas escuelas en que trabajan. Esto involucra múltiples procesos de producción, múl-
tiples formas del devenir. Las prácticas de los docentes están concebidas aquí en lo que tienen
de artesanal, de minúsculo, de táctico (De Certeau, 2007).

En esos contextos a que referimos, la vida escolar y barrial queda atravesada casi a diario por
situaciones donde reinan la fragilidad y la inestabilidad. Entonces, ¿cómo se hace docencia en
esas escuelas en que no sólo la vida en el barrio es frágil, sino que también lo son las condi-
ciones de escolaridad? ¿Qué sujetos constituyen/ forman parte de una escuela cuyo devenir
4
Recurrimos aquí a este autor por el valor que otorga a los verbos en infinitivo. “Pero el atributo de la cosa es el
verbo, verdear por ejemplo, o mejor el acontecimiento expresado por este verbo; y se atribuye a la cosa designa-
da por el sujeto, o al estado de cosas designado por la proposición en su conjunto. Inversamente, este atributo
lógico, a su vez, no se confunde en ningún modo con el estado de cosas físico, ni con una cualidad o relación de
este estado. El atributo no es un ser, y no cualifica a un ser; es un extra-ser. Verde designa una cualidad, una
mezcla de cosas, una mezcla de árbol y de aire donde la clorofila coexiste con todas las partes de la hoja. Ver-
dear, por el contrario, no es una cualidad en la cosa, sino un atributo que se dice de la cosa, y que no existe fuera
de la proposición que la expresa al designar la cosa. Y de nuevo hemos regresado a nuestro punto de partida: el
sentido no existe fuera de la proposición... etcétera.” (Deleuze; s/f: 21).

278
está signado por la incertidumbre y la inestabilidad? ¿Y cómo se constituyen a sí mismos co-
mo sujetos docentes en esas condiciones?

En principio, ser docente5 en esas escuelas supone la decisión de quedarse, de estar y de estar
de cuerpo presente. Hubo quienes se acercaron a la escuela, tomaron el cargo y, luego de unos
pocos días (o a veces horas) se retiraron o renunciaron.

Quienes quedan, quienes decidieron quedarse, muestran un gran sentimiento de pertenencia6


hacia la institución. Como ellos mismos sostienen, “tienen la camiseta puesta”. Desde allí,
desde ese lugar, luchan día a día para que la escuela –que es la escuela del barrio y así la sien-
ten- no caiga. Buscan, generan alternativas con los recursos que tienen o procuran conseguir
otros. Entre las actividades cotidianas directivos y docentes se ocupan no sólo ni estrictamente
de la enseñanza. También lo hacen de tareas administrativas, nutricionales, de contención de
estudiantes y sus familias. Así también se abocan a tareas de mantenimiento edilicio y de in-
fraestructura y de buscar soluciones a problemáticas propias de la vida en ambientes degrada-
dos: en esos espacios, la acumulación de residuos en la puerta y aún dentro de la escuela, la
presencia de roedores, los desbordes de la cámara séptica, la falta –y los cortes- de agua pota-
ble y gas natural son situaciones reiteradas... Cuando llegan a resolver –en general, de manera
o con alternativas “caseras”- esta sumatoria de tareas cotidianas, intentan llevar a cabo pro-
yectos y actividades pedagógicas junto con los estudiantes. Esta es su cotidianeidad; en ella
los profesores –con estudiantes y sus familias- producen su escolaridad; hacen escuela y se
construyen como sujetos en el marco de vaivenes y complicaciones que ponen en jaque cada
situación, que fragilizan esa escolaridad.

Tanto en lo que respecta al mantenimiento del edificio como en lo que hace al sentido de la
institución en el barrio, son particularmente los docentes quienes sostienen el día a día esco-
lar. Ello no sólo evitando que la escuela y su imagen “se derrumben” sino también procurando
siempre ir “un poco más allá” del lugar que ocupan hoy. Esto significa que estén constante-
mente “a la pesca” de proyectos o convocatorias provenientes de otras agencias -sociales y/o
del gobierno- que abran posibilidades de obtener algún recurso para la escuela o de participar
de alguna experiencia con los estudiantes que permita ampliar sus vínculos o sus saberes. Po-
siblemente, esa búsqueda constante, trascienda la concepción tradicional de vocación docente
–vinculada con la dedicación a la enseñanza de contenidos en la escuela- y se constituya en

5
Si bien utilizamos la categoría “docentes” incluimos en ella a preceptores y directivos (que aunque puedan
desarrollar distintas tareas que los profesores, también son docentes)
6
También los estudiantes que concurren a esta escuela y sus familias presentan, en general, ese sentimiento de
pertenencia a la institución.

279
una singularidad del hacer de estos docentes: la práctica de la docencia para ellos, atraviesa
todas sus vidas a la vez que deja expresado un fuerte sentido de pertenencia a la institución y
a la vida en el barrio. Esa escuela, para ellos, no es una escuela más, sino LA escuela, SU es-
cuela.

En este contexto, los sujetos que permanecen en la escuela se hacen activos, demandan en
distintos ámbitos por ser escuchados, insisten con sus reclamos y matizan el cotidiano escolar
con sus propias formas de producir la vida, con la búsqueda permanente de oportunidades.
También en este contexto, el movimiento constante, la búsqueda de ocasiones, dan cuenta de
formas de mantenerse vivos y sostener la vida de la escuela, en la escuela.

Asimismo, estas formas singulares de hacer docencia en esta institución posiblemente estén
dando cuenta de formas de buscar el equilibrio en situaciones de fragilidad tambaleante. Co-
mo los equilibristas que –aunque paso a paso y lentamente- tienen que moverse, desplazarse a
lo largo de la soga para no caer, en situaciones frágiles como las que viven a diario, estos do-
centes pueden estar equilibreando. Mantenerse activos, en las circunstancias en que viven,
puede ser una forma de evitar la caída.

Entre la voluntad, el deseo y la abyección. Equilibrear en la cuerda floja cuando hay que
conseguir la cuerda.

Hasta aquí, referimos a la producción de la vida local y más específicamente escolar en espa-
cios abyectos y en relación con las prácticas cotidianas de los docentes. Nos encontramos con
un sinfín de dinámicas de sostén, de búsqueda de oportunidades y de aprovechamiento de las
mismas cuando se puede. Nos encontramos también con capacidades de autogestión, de bús-
queda constante y de planteo de soluciones alternativas a los problemas locales, que hacen
gala de la creatividad de los sujetos que forman parte de la vida escolar. Y que, pensamos, dan
cuenta también de las voluntades y los deseos de esos sujetos.

Enmarcadas en tecnologías del gobierno de la población propias de las sociedades de control,


con su lógica del empoderamiento (Grinberg, 2008, 2009) con sus llamados constantes para
que cada quien se ocupe y encargue de su propia vida; con el impulso a la agencia y la auto-
organización (Grinberg, 2008; Grinberg, Gutiérrez y Mantiñán, 2012), estas acciones corren
el riesgo de quedar ligadas al voluntarismo. El llamado al despliegue de las voluntades indivi-
duales se constituye como uno de los principales motores del crecimiento y la mejora, tanto
institucionales como personales. En espacios abyectos, se trata de situaciones que pueden

280
vivirse con más tensiones (que en otros espacios) y que corren más riesgo (que en otros espa-
cios) de generar agotamiento, abatimiento. Cuando las vidas de instituciones y sujetos han
sido arrojadas a su propia suerte, la vida misma queda dependiendo de esas voluntades de los
sujetos por sostenerla y por salvarse; pero también expresan los deseos de esos sujetos, su
creatividad, su capacidad de producir aún en esos espacios. Entre el deseo y la abyección se
viven no pocas situaciones tensionantes.

En medio de estas tensiones, los docentes desarrollan su arte (De Certeau, 2007), el arte de
hacer equilibrio con lo que tienen, consiguen y pueden.

“La transformación de un equilibrio dado en otro equilibrio caracterizaría al arte. […] Para
precisarlo, Kant cita la autoridad general del discurso, pero una autoridad que sin embargo
nunca deja de ser local y concreta: en mi rincón, escribe […] "el hombre ordinario" […] dice
[…] que los prestidigitadores (Taschenpieler) son muestra de un conocimiento (puede hacerlo
si conoce el truco), mientras que los equilibristas (Seiltiinzer) son muestra de un arte. Caminar
sobre la cuerda floja es mantener en todo momento un equilibrio al recrearlo a cada paso gra-
cias a nuevas intervenciones; es conservar una relación que jamás es adquirida y que una ince-
sante invención renueva al dar la impresión de "conservarla". El arte de hacer queda así admi-
rablemente definido, más aún cuando en efecto el practicante mismo forma parte del equilibrio
que modifica sin comprometerlo. Gracias a esta capacidad de hacer un conjunto nuevo a partir
de un acuerdo preexistente y de conservar una relación formal pese a la variación de elemen-
tos, se aproxima a la producción artística. Sería la inventividad incesante de un gusto en la ex-
periencia práctica.” (De Certeau; 2010: 83-84. Cursivas en el original).
Desde esta perspectiva, las prácticas de esos docentes en esa escuela, sus formas de hacer do-
cencia, de hacer escuela y de hacer-se en la escuela se parecen a un arte. El arte de los equili-
bristas y también, por qué no, de los malabaristas. Al fin y al cabo, hacer malabares también
es buscar un equilibrio, sostener los objetos con los que se cuenta, circulando, fluyendo en el
aire, sin que se caigan. La cita que sigue, como la anterior, es extensa, pero consideramos, da
buena cuenta de lo que venimos analizando. A través de ella podemos:

“[…] apreciar los múltiples entrecruzamientos entre la cuestión ambiental y la cotidianeidad


escolar y cómo la vida escolar deviene en desgastantes situaciones donde las acciones de los
sujetos se vuelven una suerte de malabares en el aire. En este caso7, la directora debe concurrir
una y otra vez al consejo escolar para reclamar la fumigación de la escuela ante la presencia de
roedores. El reclamo permanente y desgastante comienza a demandar la mayor parte del traba-
jo de los docentes, como también excede el tiempo laboral. Ello produce una profunda sensa-
ción de agotamiento a la que nos referíamos líneas arriba, al mismo tiempo que un “no dar
más” a la vez que el no saber qué puerta más golpear para lograr ser escuchados. Por ello,
también, quizás son muchos los docentes que duran poco trabajando, dadas las particularida-
des que se viven día a día al interior de sus muros.” (Bussi, Grinberg y Langer; 2013: 4)
Unas prácticas –de estos profesores- que no se parecen tanto a las de los prestidigitadores,
porque ellos tienen la posibilidad de conocer el truco, de calcular más las situaciones, de pre-

7
Se trata de la misma escuela a que venimos refiriendo en este trabajo.

281
verlas y de resolver más con lo que saben que con lo que tienen a mano, que con las ocasiones
que se les presentan.

Entre el barrio y la escuela, en un escenario frágil y tambaleante, estos sujetos –docentes, con
estudiantes y familiares- diariamente van desplegando prácticas para sostenerse y salir adelan-
te. Desde allí, trazan sus vidas a partir de sus propias acciones y lo que pueden conseguir con
y a través de ellas, de las luchas y los reclamos. En esas tensiones, sostienen la vida institu-
cional y la suya propia buscando equilibrios que no dejan de ser delicados y agobiantes.

Algunas notas a modo de conclusión.

Hasta aquí, enmarcados en los conceptos de dispositivo y políticas de escolarización y ante la


pregunta por las formas que estos están asumiendo en el presente, en las sociedades de con-
trol, hemos presentado algunas descripciones y reflexiones sobre las prácticas de los docentes
en contextos de extrema pobreza y de degradación ambiental. Por cuestiones de espacio, foca-
lizamos en las prácticas de los docentes en una escuela secundaria en que realizamos nuestros
trabajos de campo; sin embargo, nuestras experiencias nos permiten sostener que las situacio-
nes son comunes –en mayor o menor medida- a varias de las escuelas que conocemos.

Hemos dado cuenta de las formas en que, en esa escuela la vida escolar se fabrica. Y también
del lugar que tienen y que toman esos sujetos –específicamente los profesores- en la hechura
de la escuela. Así también, reflexionamos sobre cómo los sujetos se están haciendo a sí mis-
mos en y con esas condiciones.

Es en el entretejido de condiciones institucionales, barriales, políticas, sociales que los profe-


sores desarrollan sus prácticas y hacen escuela de distintos modos. Nos interesamos por las
prácticas, el hacer (De Certeau, 2007) de los docentes en lo que tienen de artesanales.

Presentamos, aunque brevemente, algunas reflexiones sobre cómo la vida local se va constru-
yendo en relación con particularidades propias del territorio. Y reflexionamos sobre ellas en
relación con las condiciones de posibilidad que generan para el desarrollo de unas prácticas
signadas por las tensiones entre la voluntad y el deseo individuales y/o de grupos pequeños.
Desde allí, sostuvimos que las formas en que se consiguen los recursos, suelen estar ligadas a
las posibilidades de ser escuchados que los sujetos encuentran y/o generan–porque las buscan-
y también con el abanico de tácticas que esos sujetos despliegan en su afán de salir adelante.

282
En lo que atañe a la escuela, suelen ser los docentes quienes llevan la delantera en estas de-
mandas y búsquedas. Se trata de sujetos que, también librados a su propia suerte, se hacen
activos y creativos en la escuela, posiblemente por el fuerte grado de pertenencia que sienten
hacia ella y hacia el barrio en que la institución se encuentra. Sin embargo, lejos de una mira-
da bucólica, sostenemos que –por desarrollarse en espacios de fragilidad extrema- estas bús-
quedas, los sumen en situaciones que tensan sus voluntades y sus deseos; e, incluso, resultan
agobiantes y desgastantes. Así y volviendo a las metáforas que enunciáramos más arriba, las
acciones se vuelven una suerte de malabares que, en el mejor de los casos logran poner par-
ches a la situación, remendarla transitoriamente, evitando que estalle (Grinberg, 2009; Bussi,
Grinberg y Langer, 2013), procurando encontrar un equilibrio, aunque sea tambaleante.

Si recurrimos, una vez más a las metáforas y a las formas que encontramos para pensar en
estas prácticas de los docentes en relación con las artes populares, las artes del circo pueden
resultarnos interesantes. En este sentido y siguiendo a De Certeau (2007), estos profesores
actúan más como equilibristas y malabaristas que como prestidigitadores. Hacen malabares
con las oportunidades que se les presentan. Equilibrean en una cuerda que no siempre se en-
cuentra en óptimas condiciones. Y, para no caerse, (para que las instituciones no se caigan –y
ellos con las instituciones y los barrios-) buscan el equilibrio en situaciones inestables y frági-
les. Procuran aprovechar lo más que pueden las oportunidades las tensiones y flexibilidades
de “la soga”. Y, cuando no hay soga, cuando cuesta encontrar donde sostenerse, hasta pueden
salir a buscarla. Eso, en situaciones de degradación ambiental, no significa que siempre la
consigan; lo que genera altas dosis de agobio, agotamiento, cansancio.

Y, si casi en cualquier situación pedagógica la del equilibrio puede ser una cuestión delicada,
en situaciones de fragilidad y abyección puede serlo aún más. Porque las tensiones de “la so-
ga” pueden ser abrumadoras o también porque incluso hay que salir a conseguir recursos –la
soga misma- donde o sobre los que sostenerse. Porque no siempre se consiguen tejer las redes
donde caer seguro, sin daños graves, si ese equilibrio llegara a quebrarse.

Ante la pregunta por el devenir de esos docentes, por el cómo están haciendo esos docentes
esa escuela, por cómo están haciéndose en ella, la respuesta es: así. Como sujetos activos bus-
cadores y gestores de recursos para sostener la escuela, a los otros y a sí mismos; procurando
aprovechar al máximo las ocasiones que se les presentan, sosteniendo activamente la institu-
ción y las vidas de y en el barrio. Equilibreando…

283
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285
Liberalismo, neoliberalismo y administración: de las subjetivida-
des administradas a las subjetividades administrativas
Sebastián Botticelli (UBA / UnTreF / UnLu)

El año 1978 marca una transformación en las indagaciones que Michel Foucault venía desple-
gando en torno al surgimiento del biopoder. Al retomar sus cursos en el Collège de France,
Foucault comienza a desarrollar una perspectiva que considera al funcionamiento del poder ya
no sólo en sus aspectos represivo-regulativos sino además –y quizás especialmente– en sus
sentidos performativos. De ese modo, el problema del gobierno ya no se reduce a los vectores
jurídico-legales de la soberanía pues pasa a ser planteado en términos gubernamentales. En su
formulación foucaultiana, este problema se expresa en los siguientes interrogantes: ¿Cómo
gobernar a una sociedad de sujetos que deben pensarse a sí mismos como libres e iguales?
¿Qué criterios será necesario fortalecer para consolidar los vínculos requeridos por las nuevas
dinámicas de producción social?

En los cursos Sécurité, territoire, population (1978) y Naissance de la biopolitique (1979), así
como también en algunas conferencias dictadas durante ese mismo periodo entre las que cabe
destacar “Omnes et singulatim: vers une critique de la raison politique” (1979), Foucault re-
cupera un conjunto de emergentes históricos en los que el surgimiento de la estatalidad mo-
derna aparece íntimamente vinculado con las primeras dinámicas de producción capitalista.
Esto se expresa en un conjunto de relaciones sociales que dan lugar a la aparición de nuevas
formas subjetivas. Dentro de esos desarrollos, Foucault puntualiza un elemento que no alcan-
za a explorar en profundidad pero al que sin embargo le otorga un lugar relevante: la puesta
en práctica y posterior compendio y sistematización de los primeros saberes administrativos.

Los apartados siguientes están dedicados a profundizar la caracterización de estos emergentes


en base a la lectura crítica de un conjunto de textos que funcionan como referencias difundi-
das dentro de la historia de la administración moderna. Se aspira a que esta revisión permita
puntualizar el rol que la disciplina administrativa ocupa dentro de las dinámicas político-
sociales que comienzan a configurase en Europa desde mediados del siglo XVII. Asimismo,
considerando las hipótesis foucaultianas que comprenden a la aparición del liberalismo y del
neoliberalismo como reacciones frente a formas particulares de centralidad estatal –el Absolu-
tismo monárquico en el primer caso, las dinámicas del Welfare en el segundo–, se apuesta por
la posibilidad de que los elementos aquí recuperados funcionen como una forma de interpela-
ción de nuestra actualidad: se espera que –tomando las palabras de Gilles Deleuze– la revisión
del pasado que aquí se propone colabore con el objetivo de pensar la relación entre “la parte
de la historia” y “la parte actual”, es decir, que permita dar cuenta de la brecha que se abre
entre aquello que ya no somos y aquello que estamos siendo.

La Ciencia de la Policía del Cameralismo prusiano

De acuerdo con el esquema propuesto por Michel Foucault, las relaciones que se despliegan
dentro del marco de la gubernamentalidad moderna se expresan en la asociación entre dos
formas de ejercer el poder que en principio podrían comprenderse como antagónicas: el poder
pastoral (individualizador) y el poder estatal (centralizado y centralizador).

Dichas formas influyen en la formulación de dos cuerpos doctrinarios: la Razón de Estado,


que establece los principios y los métodos del gobierno estatal distinguiéndolos de los víncu-
los religiosos, comunitarios o familiares, y la Teoría de la Policía, que se ocupa de definir los
propósitos generales de la actividad estatal, la naturaleza de los objetos a los que el Estado
debe atender y la forma general de los instrumentos que deben ser empleados en dicha activi-
dad. La primera expresa la racionalidad propia de la naciente lógica estatal y la segunda con-
figura la tecnología política que resulta correlativa respecto de aquella (Foucault, 2008).

La Polizeiwissenschaft del Cameralismo prusiano aparece como una de las primeras recapitu-
laciones doctrinarias en las que se compendian los criterios administrativos modernos. Esos
desarrollos buscan ya no solamente de establecer y custodiar límites y fronteras sino además
fomentar y garantizar la circulación de las personas y de los bienes. En vistas de ese doble
objetivo, el control deberá extenderse a cada uno de los factores que pudieran afectar las con-
diciones de la vida social. En ese sentido, la Teoría de la Policía se despliega como una cien-
cia de los detalles.1

En el Cameralismo, la relación entre el soberano y los súbditos sigue reproduciendo el modelo


del vínculo paternalista, pero lo hace en un sentido diferente de aquel que revestían las rela-

1
Foucault ordena sus referencias en torno al surgimiento de la Teoría de la Policía en un esquema de tres etapas
que puede aplicarse a la aparición de todas las disciplinas tecnológicas modernas: «Para analizar con un poco
más de precisión esta nueva técnica de gobierno, más vale aprehenderla, me parece, bajo las tres grandes formas
que toda tecnología está en condiciones de adoptar en el transcurso de su desarrollo y su historia: un sueño o,
mejor, una utopía; a continuación, una práctica en la que las reglas rigen verdaderas instituciones, y por último
una disciplina académica» (Foucault, 2013: 248). Este esquema que va desde la formulación de una pretensión
utópica a la instauración de ciertas prácticas institucionales, y de allí a la conformación de una disciplina
académica que sistematiza los principios que se desprenden de la analítica de dichas prácticas, ayuda a
configurar una aproximación genealógica al surgimiento de la administración moderna.

288
ciones dentro de las estructuras feudales. El gobierno cameral (Regierung) mantiene la potes-
tad de definir en qué consiste el bienestar de la población conservando por ello el derecho de
intervenir en los asuntos de los ciudadanos. En todas las esferas de actividad social, el gober-
nante sabe qué es lo mejor para sus súbditos y regula por medio de leyes y de medidas admi-
nistrativas lo que se debe hacer y lo que queda prohibido. Y si bien preservar la vida de sus
habitantes es el principal objetivo del Estado, no se trata del único. El soberano debe, además,
brindar a su pueblo el mayor bienestar y la mayor seguridad posibles –el pueblo aparece aquí
como una entidad que se define sólo en tanto objeto del cuidado gubernamental–.

Los manuales de la Polizeiwissenschaft cameralista ubican a la optimización de los recursos


nacionales en un lugar prioritario. La necesidad de emprender la búsqueda de riquezas hace
del comercio una actividad fundamental que debe ser estudiada con todo detenimiento y que
debe mantenerse bajo estricto control estatal. Por eso resulta substancial estimular el trabajo,
crear escuelas y universidades, tomar medidas para preservar la salud del pueblo, asistir a los
pobres, promover la seguridad y preservar los recursos del país. Asimismo, estos textos resal-
tan la necesidad de crear un cuerpo de funcionarios capacitados para lidiar con los múltiples
problemas que la ejecución de las intervenciones estatales pudiera llegar a originar (Linden-
feld, 1997). Desde esta acepción, la Polizeiwissenschaft se presenta como un compendio de
conocimientos cuya contribución resulta fundamental para a la consecución de los objetivos
del Estado. Para cumplir con esa misión, la policía debe aplicarse a desarrollar criterios que
aseguren la eficaz disposición de los fondos públicos y su prudente utilización en beneficio de
las dinámicas sociales. En ese sentido, se destaca la importancia de no confundir los princi-
pios y funciones de la Polizeiwissenschaft con las de la Finanzwissenschaft (administración
de las finanzas): la policía es el fundamento y la base de la hacienda, pues su prerrogativa es
determinar hasta qué punto puede aumentarse el aprovechamiento de los recursos por parte
del Estado sin ir en detrimento de los intereses de los contribuyentes. La policía trabaja para
conservar y aumentar las rentas estatales mientras que la hacienda debe ocuparse de emplear
esos resultados obtenidos del modo más ventajoso. De allí que tanto el control de la recauda-
ción como la planificación de la economía deban sujetarse a las decisiones de la autoridad
policial.

La policía también debe atender a la administración de justicia pues resulta fundamental man-
tener la quietud y tranquilidad en el interior del Estado, condiciones que suelen ser frecuente-
mente perturbadas por las situaciones violentas originadas por desavenencias entre las perso-
nas. Al mismo tiempo, la policía debe orientar los elementos constitutivos de la vida de los

289
individuos de tal modo que la fuerza del Estado pueda nutrirse de ellos. En ese sentido, debe
fomentar el desarrollo de los talentos de los diferentes miembros que componen la sociedad,
lo que en ciertos casos significará obligar a los súbditos a abocarse a ciertas tareas o a adquirir
ciertos conocimientos según se los requiera en empleos específicos (Justi, 1756).

Como el objetivo del Estado es mantener y aumentar los recursos disponibles pero también
hacer que prolifere la felicidad de las mayorías, la administración policial debe lograr una
organización institucional adecuada que permita mejorar las condiciones de vida de las clases
productoras manteniendo el orden establecido. Por eso, además de las tareas de planificación,
vigilancia y control, la policía debe desempeñarse como una suerte de pedagogía cívica capaz
de estimular el desarrollo de la industria y de inspirar el apego al trabajo y a la probidad, pues
aún las mejores leyes y los reglamentos más específicos pueden resultar insuficientes cuando
se difunden valores negativos como la pereza, la parsimonia o la distracción (Justi, 1756: §
59).

Pero este principio de utilidad que legitima las intervenciones policíacas sobre las actividades
económicas funciona al mismo tiempo como el límite de aquéllas. Los autores de la Polizei-
wissenschaft destacan que el Estado debe abstenerse de dirigir la economía toda vez que dicha
orientación pudiera no ser necesaria, es decir, toda vez que el desenvolvimiento “natural” de
las dinámicas económicas redundara por sí sólo en el beneficio del Estado. Sin embargo, esta
afirmación de orden teórico-general siempre queda subordinada a los problemas práctico-
concretos y de corto plazo que las acciones de gobierno deben enfrentar.

Con este tipo de señalamientos, dentro de la dinámica administrativa estipulada por la Poli-
zeiwissenschaft queda abierta la posibilidad de una forma particular de libertad relacionada
con las actividades comerciales que luego será retomada y profundizada por la corriente de la
Economía Política británica.

La Economía Política británica

Las reformas revolucionarias que tuvieron lugar entre los siglos XVII y XVIII vuelven nece-
sario el desarrollo correlativo de nuevos saberes que fueran capaces de readaptar los elemen-
tos centrales de la Polizeiwissenschaft cameral a las características de la nueva racionalidad
productiva que por entonces comenzaba a perfilarse (Lluch, 1996).

Las ideas del Cameralismo influyeron en las consideraciones en torno a la dimensión estatal
que comenzaban a desarrollarse en otras regiones de Europa. Las caracterizaciones del siste-

290
ma de jurisprudencia elaborado por la corriente de la Economía Política británica son una
importante muestra de ello (Lluch, 1998). Ya en textos tempranos de los autores identificados
con esa corriente, se estipula que el objetivo del estadista debe ser proveer al pueblo de abun-
dantes medios de subsistencia y suministrar al Estado suficientes rentas. Para conseguir esto,
el poder de policía desempeña una función fundamental: en tanto que debe garantizar la bara-
tura y la abundancia en pos del mayor bienestar y la mayor satisfacción de las necesidades
naturales de los humanos. La policía debe encargarse de organizar la división del trabajo, fo-
mentar la extensión del comercio y regular la circulación del dinero como medida de valor y
medio de intercambio. Asimismo, la policía debe atender a las diferencias que se dan entre el
precio natural y el precio de mercado. La regulación de estos factores permitirá el despliegue
de la civilización, la multiplicación de los productos y el acrecentamiento de la opulencia.
Además, a partir del fomento del comercio y los oficios, la policía funcionará como una forma
de prevención de delitos y crímenes, cumpliendo indirectamente una función moral (Smith,
1896).

Sin embargo, la Economía Política advierte sobre un peligro que encierra el sobredimensio-
namiento del control al comercio, especialmente en todo lo respectivo a los intercambios entre
diferentes naciones. El crecimiento desmedido de las estructuras burocráticas suele deberse a
las decisiones tomadas por los funcionarios estatales, quienes muchas veces se abocan a obs-
taculizar el comercio para ocultar el hecho de que su rol podría ser prescindible. Para evitar
ese tipo de situaciones indeseables, se aboga en favor de multiplicar tanto las formas de los
intercambios como los sujetos encargados de llevarlos a cabo, reduciendo de este modo la
posibilidad de un exceso de control (Smith, 1896: 255).

Este tipo de consideraciones muestran cómo el pensamiento de la corriente de la Economía


Política comienza a diferenciarse de la tendencia del Cameralismo prusiano postulando a la
preservación y protección de la libertad de los intercambios económicos como la fuente efec-
tiva de la prosperidad del Commonwealth.

Con la publicación de An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations en
1776, este distanciamiento se hace patente. En ese texto fundacional, Adam Smith denuncia a
la política europea por obstaculizar las posibilidades generales del progreso con sus medidas
negativas que algunas veces restringen la competencia entre algunas ocupaciones –
principalmente otorgando beneficios exclusivos a ciertas corporaciones y ciertos gremios– y
en otras oportunidades la estimulan más allá de lo que resulta natural –generando una distor-
sión en lo que tiene que ver con las ventajas y desventajas intrínsecas al desarrollo de los dife-

291
rentes empleos–. Asimismo, la política también es señalada como la responsable de la prolife-
ración de leyes que buscan regular los oficios, el domicilio, la atención a la pobreza, etc., re-
glamentaciones que sólo consiguen restringir la libre circulación de los trabajadores (Smith,
1776: 137).

Esta crítica a los sistemas administrativo-policiales de la Polizeiwissenschaft tiene una base


epistémica: resulta inviable la intención de controlar desde la centralidad de la administración
estatal cada detalle del universo social, de mantener bajo su control cada parte de una totali-
dad que, como tal, tiene por principal característica la de ser incognoscible (Smith, 1976:
237).

La solución para los problemas que conllevan este tipo de abusos y descuidos será establecer
una forma de gobierno que permita dividir la autoridad entre varios miembros, que a su vez
estarán sujetos a leyes generales previamente conocidas tanto por los gobernantes como por
los gobernados. Sólo así se podrá asegurar las condiciones de la libertad comprendida como el
objetivo la sociedad civil. De este modo se perfila una nueva forma de igualdad de la que el
gobierno, comprendido ahora como un conjunto de instituciones agregadas a la dinámica so-
cial, no estará exento. Como cualquier otro miembro de la sociedad, el soberano deberá preo-
cuparse por procurar su sustento y atender con cuidado al modo en el que dispone de sus re-
cursos.

Basándose en este tipo de valoraciones, Smith dedica el Libro V de The Weath of Nations a
detallar las funciones del Estado desde el análisis de los gastos que el cumplimiento de esas
funciones suele comportar. Desde ese criterio, la actividad estatal aparece confinada a tres
deberes puntuales: primero, el deber de proteger a la sociedad frente a la violencia y la inva-
sión de otras sociedades independientes; en segundo lugar, el deber de proteger, en la medida
de lo posible, cada miembro de la sociedad de la injusticia o la opresión de todos los demás
miembros de la misma, o la obligación de establecer una administración exacta de la justicia;
y, en tercer lugar, el deber de erigir y mantener ciertas obras públicas y ciertas instituciones
públicas (Smith, 1776: 560-561).2

Este tipo de consideraciones perfila una relación entre el Estado y sus habitantes que resulta
diferente respecto de aquella que caracterizara al Absolutismo cameralista: las obligaciones
estatales ya no pueden limitarse a defender la sociedad de los enemigos externos y de los pe-
ligros internos. El Estado debe procurar además el aumento del bienestar general de la socie-

2
En su libro Free to chose, Milton Friedman recupera los pasajes en los que Adam Smith propone estas ideas
adjudicándole gran relevancia y vigencia (Friedman, 1979: 28).

292
dad. La Economía Política comprendida como una forma de conocimiento de la que el go-
bierno no puede prescindir enseña que el deber estatal va más allá del establecimiento de la
ley y de la vigilancia de su cumplimiento: el Estado debe proponerse generar las condiciones
para incrementar el bienestar general comprendido bajo la forma de la riqueza.

La Polizewissenschaft afirmaba que el acrecentamiento de la potencia del Estado debía consi-


derarse el objetivo primero y último de toda actividad estatal, mientras que la provisión de
bienestar a la población aparecía como un objetivo secundario y subalterno cuya justificación
se relacionaba con la posibilidad de ampliar la base de la que se extraían las fuerzas para di-
cho acrecentamiento. La Economía Política británica señala al bienestar general como un fin
en sí mismo y supedita la jurisprudencia estatal a ese objetivo. En última instancia, el Estado
no sólo no debe infringir la “libertad natural” sino que además debe proponerse asegurarla,
disponiendo de todos sus recursos a tal fin. De allí que el énfasis se traslade desde la figura
del Estado hacia la riqueza de las naciones. Ya no se trata solamente de permitir que cada
individuo pueda perseguir su interés particular. Será indispensable además garantizar la pre-
sencia de los medios que resulten necesarios para que dicha búsqueda pueda ser llevada a ca-
bo (Smith, 1776: 560).

De este modo, el Estado pasa a existir en virtud de la sociedad, por y para ella. La legitimidad
del poder estatal estará dada por la eficacia con la que las instituciones gubernamentales
desempeñen sus funciones administrativas en vistas de garantizar el objetivo último del pro-
greso económico que se obtiene sobre la base de los intercambios mercantiles. En ese sentido,
la impronta del liberalismo no propone una abolición de la administración estatal sino la re-
ducción de esas funciones a un conjunto de instancias básicas (pero indispensables) cuya
atención no puede quedar a cargo del libre interés de los individuos.

En base a este tipo de consideraciones, el desarrollo de las instituciones administrativas esta-


tales en el marco del Imperio Británico acompañó las necesidades de las dinámicas comercia-
les locales e internacionales, dejando relegado lo concerniente a la prestación de servicios de
salubridad y seguridad. En contraste, en Europa continental la herencia de la Polizeiwissens-
chaft dio lugar a la aparición de la Ciencia de la Administración Pública.

La Administración Pública francesa

293
Tras la Revolución de 1789 y la reacción burguesa que tuvo lugar luego de la derrota de Na-
poleón se gestó en Francia una nueva organización de la dimensión estatal que en varios as-
pectos resultó más centralizada y centralizadora que aquella que caracterizara al Ancién Ré-
gime. La definición restrictiva del poder de policía que apuntaba al mantenimiento del orden
público, la libertad, la propiedad y la seguridad personal fue reemplazada hacia la segunda
década del siglo XIX por otra perspectiva que le otorgó a la administración estatal funciones
muy diferentes.

Por oposición a la burocracia (bureaucratie) propia del Absolutismo que detentaba un carác-
ter prepotente y arbitrario, la Administración Pública destaca la necesidad imperiosa de gene-
rar una nueva teoría capaz de desterrar aquellos vicios y peligros, una nueva forma de saber
que apunte a desarrollarse desde la neutralidad de la ciencia (Bonnin, 1812: XV).

Los primeros textos de esta corriente afirman que los criterios organizativos que no se apoyen
en las leyes naturales que hacen al vínculo social sólo podrán fracasar. Una Ciencia de la Ad-
ministración debe considerar “las bases de naturaleza universal que constituyen, sustentan y
conservan las relaciones sociales” (Bonnin, 1812: XV). Para no perderse en divagaciones im-
productivas, el desarrollo de esta ciencia debe tomar como punto de partida el principio primi-
tivo del que derivan los principios secundarios que organizan la vida social. Este principio es
ubicado en las relaciones sociales nacidas del derecho natural, cimentando a la administración
en la sociabilidad humana (Bonnin, 1812: XVI).

Desde esta perspectiva, la Ciencia de la Administración no debe interesarse por los individuos
en tanto tales, sino por su lugar como parte de la sociedad; tal es así que en estos textos el
término “ciudadanos” (citoyens) comienza a ser reemplazado por el término “administrados”
(administrés). Como encargada de desentramar los complejos vínculos entre Estado y socie-
dad heredados del proceso revolucionario, la Administración deberá apuntar a un trabajo con-
ceptual que permita pensar la imbricación entre las relaciones administrativas civiles y las
relaciones administrativas públicas de una manera diferente.

Las relaciones civiles son aquellas que establecen entre sí los miembros individuales de la
sociedad; se trata de las relaciones relativas al estado civil, los vínculos familiares, la paterni-
dad y maternidad, etc. Las relaciones civiles suponen al administrado en tanto individuo, pero
a la vez en tanto sujeto a la acción de la administración y al interés de la sociedad. El adminis-
trado es observado de manera particular: desde la visión que la sociedad puede tener sobre él,
y no en el sentido inverso.

294
Por su parte, las relaciones públicas son aquellas que existen entre la administración estatal y
los administrados. Frente al Estado, el administrado aparece vinculado de una manera cada
vez más específica a medida que las relaciones administrativas aumentan en diversidad. Des-
de este punto de vista, los individuos son comprendidos como contribuyentes de la hacienda,
conscriptos para el servicio militar, miembros de la guardia civil, jurados, etc. Asimismo, las
relaciones administrativas contribuyen también a definir ciertas obligaciones de los adminis-
trados, de modo que éstos puedan participar en las reparticiones y también en lo relativo a los
reclamos, las recaudaciones y las concesiones municipales. Las relaciones administrativas
estatales unen a los administrados entre sí y también con el Estado. Su objetivo primero es
conservar física y moralmente a los hombres que forman la sociedad.

Para sentar las bases sobre las que construir este estudio sistemático de los aspectos adminis-
trativos del Estado, la corriente de la Administración Pública francesa entiende que es indis-
pensable separar las relaciones jurídicas de las cuestiones exclusivamente normativas y técni-
cas. Por eso advierte respecto de los peligros que conlleva el hecho de que el cuerpo adminis-
trativo esté sometido a los mismos avatares electorales que los gobernantes. Para evitar este
tipo de riesgo resultará fundamental distinguir el gobierno de la administración (Bonnin,
1812: 80).

Se postula así una nueva definición según la cual la administración es el gobierno considerado
en su acción parcial y detallada. Su objeto es la ejecución de las leyes del Estado en las mate-
rias generales y comunes a todos. De allí que la administración debe diferenciarse del go-
bierno: es una institución en sí misma y tiene sus propias atribuciones. También debe diferen-
ciarse de la justicia: mientras que una se encarga de juzgar, la otra se ocupa de actuar.

Sin una dinámica administrativa que sirva para dirigir los asuntos públicos, el gobierno tendrá
una existencia vana pues aún la mejor voluntad de gobernar resultará absolutamente superflua
si no alcanza a ser efectivamente ejercida Por lo tanto, el buen funcionamiento de la sociedad
dependerá fundamentalmente de la administración, ya que sus funciones no estarán reducidas
únicamente a la sanción de las malas conductas sino también a la prevención de los errores
que los hombres puedan cometer, lo que resultará aun más importante. Por eso, en pos del
establecimiento y custodia del orden social, los principios administrativos serán más significa-
tivos que las leyes penales (Bonnin, 1812: 85).

Si la Polizeiwissenschaft cameralista se expresaba en las leyes y los reglamentos que busca-


ban acrecentar la potencia del Estado, la Administración Pública busca corregir y mejorar
todo cuanto existe dentro de la vida social, dando una dirección más conveniente tanto a los

295
seres organizados como a la disposición y circulación de los bienes materiales. Gobierno y
administración aparecen así profundamente imbricados en cuanto a sus objetivos y a las nece-
sidades recíprocas en su funcionamiento. Pero al mismo tiempo, la administración comienza a
diferenciarse del gobierno, consolidando su carácter institucional y estableciendo sus propias
atribuciones. El gobierno sigue comprendiéndose como el pensamiento que dirige y la admi-
nistración como el brazo que ejecuta. Sin embargo, esto no quiere decir que la administración
no sepa qué hacer sin el mandato gubernamental, pues sus principios ejecutivos son naturales
y hacen al mantenimiento del lazo común de la sociedad. En resumen, desde la perspectiva de
la Administración Pública de la Francia post-napoleónica, el gobierno provee de unidad a las
distintas administraciones locales, pero éstas no dependen ontológicamente de aquel (Bonnin,
1812: 78).

Con la difusión de estos trabajos, la disciplina de la Administración Pública comienza a apa-


recer en el pensamiento europeo continental como el centro de actividad de la vida estatal. Lo
que antes se estudiaba como una imagen de la organización y el funcionamiento administrati-
vo del Estado pasa a concebirse como una fuerza que lo anima y encamina hacia su progreso.
Así comienza a perfilarse un nuevo ideario dentro del cual la administración alcanza a postu-
larse como la forma de conocimiento adecuada de las relaciones sociales en general (Bonnin,
1812: XIV).

Consideraciones parciales: hacia una gubernamentalidad administrativa

El conjunto de apreciaciones recuperadas en los apartados anteriores muestra que la respuesta


a las nuevas exigencias que plantea el problema del gobierno desde el advenimiento de la mo-
dernidad reviste un carácter eminentemente administrativo. El nuevo vínculo social que se
configura en torno a la estatalidad moderna es estructurado y dinamizado –al menos, en gran
medida– sobre la base de los saberes y las tecnologías diseñadas por la naciente disciplina de
la administración.

Las referencias compendiadas en los apartados anteriores muestran que, en su origen mo-
derno, la administración surge del seno del proceso de reestructuración de los vínculos socia-
les. Dentro del contexto de las mutaciones que marcaron los siglos XVI y XVII, esta reestruc-
turación se motoriza a partir de la necesidad de conocer cómo son “las cosas mismas”, –los
elementos que hacen a la sociedad pero que conciernen al Estado– para poder controlar y regir
su funcionamiento.

296
Esta perspectiva muestra cómo las tendencias del absolutismo monárquico se expresan en la
configuración de un nuevo vínculo gubernamental que reemplaza los lazos feudales: la obli-
gación del gobernante ya no es proteger a sus súbditos; antes bien, el objetivo del gobierno
pasa por encontrar nuevas formas de aprovechar la fuerza de los gobernados. La Teoría de la
Policía aparece como la tecnología correlativa con la forma que adopta ese nuevo vínculo
social.

Sin embargo, el principio de utilidad que legitima las intervenciones policíacas sobre las acti-
vidades económicas funciona al mismo tiempo como el límite de aquéllas. La propia Teoría
de la Policía comienza a reconocer la posibilidad de dejar que las dinámicas mercantiles fun-
cionen sin una orientación en aquellos casos en los que el desenvolvimiento “natural” de los
intercambios alcance a redundar por sí solo en el beneficio del Estado.

La consideración de este tipo de situaciones expresa una problemática que comienza a susci-
tarse durante el siglo XVII. Se trata de la tensión que se establece entre la regulación y la libe-
ralización de los procesos mercantiles, entre la conservación del buen orden colectivo y las
posibilidades de realización individual. La Doctrina de la Razón de Estado y la tecnología
política de la Teoría de la Policía propias del Absolutismo buscan resolver esta tensión en un
sentido disciplinario, intentando expandir diametral y transversalmente los alcances del go-
bierno, procurando que el singulatim permanezca subsumido por el omnes. Esta será la pauta
que el liberalismo británico del siglo XVIII buscará invertir desestimando la custodia y la
regulación de las actividades de los seres productivos y afirmando la necesidad de generar las
condiciones para que dichos seres vivan en el mayor bienestar y la mayor seguridad posibles.

La corriente del pensamiento liberal no desconoce los aportes del cameralismo prusiano. En
sus elaboraciones, el liberalismo propondrá una serie de desarrollos que pueden interpretarse
como una reformulación de las teorías y tecnologías camerales. Tomando como punto de par-
tida el postulado según el cual se gobierna demasiado o bien suponiendo que, al menos, es
necesario cierto ejercicio de la crítica que se proponga indagar si se está gobernando demasia-
do (Foucault, 2007: 248), el liberalismo buscará potenciar la fuerza de trabajo de la población.
Para ello se propondrá poner a dicha población a resguardo de la planificación estatal centra-
lizada afirmando las posibilidades de la “auto-organización” de la esfera social y destacando
la necesidad de liberalizar las decisiones individuales y la competencia mercantil.

La consolidación del liberalismo logrará que las vidas productivas se vuelvan valorables ya no
en virtud de lo que el Estado pueda extraer de ellas, sino en virtud de su propia potencialidad
efectiva. Los individuos pasarán a ser considerados en tanto componentes de una fuerza de

297
trabajo capaz de producir mercancías y además en tanto agentes de intercambio que actúan
orientados por su interés individual. Pero la mera acumulación de vidas productivas no resul-
tará suficiente: también será necesario que esas vidas puedan florecer y pasar del “simplemen-
te vivir” al “más que vivir” en la persecución de ese interés. Esto producirá que los elementos
a gobernar ya no resulten transparentes a la mirada de quien gobierna; antes bien, estos ele-
mentos revestirán un carácter incognoscible, lo que provocará que el propio lugar de la sobe-
ranía sea puesto en cuestión: el soberano no puede gobernar porque no sabe, y no sabe porque
no puede saber (Foucault, 2007: 286).

El ejercicio de ese plus de libertad requerirá del despliegue de nuevas tecnologías de gobierno
y del desarrollo correlativo de un nuevo compendio de saberes capaces de abarcar los proce-
sos que afectan las dinámicas poblacionales. La Economía Política se constituirá en ese nuevo
saber que comprenderá a la población como fuerza de trabajo disponible –desde su aspecto
demográfico–, pero también como conjunto de productores y consumidores, propietarios y no
propietarios, empleados y empleadores.

Lo que el liberalismo busca modificar no son las funciones administrativas concretas, pues
aun cuando el discurso liberal parezca otorgarle sólo un lugar marginal, el Estado sigue
desempeñando una serie de acciones que hacen al funcionamiento social –la administración
de justicia, la construcción de caminos y el mantenimiento de aquellas instituciones básicas
por las que la actividad privada no llega a interesarse–. Antes bien, en lo que respecta a la
administración estatal, la novedad del liberalismo se expresa en una reformulación particular a
partir de la cual la función administrativa del Estado queda supeditada al funcionamiento ge-
neral de la producción social. En última instancia, lo que se invierte es la ecuación que susten-
taba las prerrogativas del poder soberano: en la concepción liberal, es la sociedad la que,
afirmando su condición de autónoma e independiente, cede sólo algunos de sus derechos a un
Estado que debe cuidarse de no parasitar las fuerzas productivas sociales: la Teoría de la Poli-
cía no desaparece sino que se transforma en la disciplina de la Administración Pública. Esta
disciplina buscará desarrollar tecnologías capaces de superar las restricciones reglamentaristas
para fomentar que cada individuo, renunciando a la tutela estatal, se convierta en responsable
de su propio bienestar. En este sentido, a partir del surgimiento del liberalismo, los sujetos
administrados se convierten en sujetos administrativos: deben hacerse cargo de gestar las
condiciones de su propio destino. Supeditadas a esta nueva impronta, las nuevas-viejas tecno-
logías administrativas deberán cumplir la función fundamental de garantizar que el omnes
nunca interfiera con el singulatim.

298
Las críticas neoliberales al modelo del Welfare: administrar con eficacia y eficiencia

Como se mencionó en la introducción, la reconstrucción parcial del carácter administrativo


que asume la gubernamentalidad moderna en el pasaje del Absolutismo monárquico a la con-
figuración de una estatalidad liberal bien puede funcionar como una forma de interpelar nues-
tro presente.

En tanto reacción frente al poder del Soberano, el liberalismo del siglo XVIII busca impugnar
las prerrogativas monárquicas a partir de una serie de críticas que revisten un carácter marca-
damente administrativo.

Esta caracterización permite comenzar a trazar una suerte de paralelismo, pues críticas de una
naturaleza similar pueden encontrarse en la etapa primigenia del pensamiento neoliberal del
siglo XX. Esas críticas apuntan a poner en cuestión el funcionamiento administrativo del Wel-
fare. En los párrafos siguientes se recuperan algunas de las más significativas.

Crítica a las protecciones sociales del Welfare: El neoliberalismo difunde sospechas sobre
cualquier tipo de protección e invita a los individuos a “hacerse cargo de su propio destino”.
Por oposición a las posturas que sostenían la necesidad de una estructura administrativo-
estatal capaz de lograr que los ciudadanos no tengan que preocuparse constantemente por la
toma de decisiones políticas, los neoliberales sugieren a la población no confiar: siempre será
mejor elegir en nombre propio que delegar esa elección en terceros. Conformarse con las ga-
rantías de la seguridad social provistas por el Estado y consentir la centralización de la plani-
ficación económica equivale a transitar “el camino hacia la servidumbre” (Hayek, 1944), pues
implica aceptar que la definición de las nociones que orientan los objetivos sociales, como por
ejemplo la de “bienestar general”, quede en manos de grupos reducidos, los que seguramente
decidirán según su propia conveniencia.

El discurso neoliberal de post-guerra destaca que nada –ni siquiera la seguridad social– puede
ser tan importante como para aceptar la reducción de los márgenes de libertad: cada persona
debe poder expresarse libremente, es decir, debe poder tomar sus decisiones sin tener que
someterse a ningún tipo de condicionamiento ni enfrentarse con ningún tipo de impedimento.
Sólo de esa manera la dinámica de los intercambios mercantiles –comprendida como la forma
más eficaz, más eficiente y más equitativa de asignar los recursos– alcanzará a cumplir ca-
balmente su función social (Fridman, 1979).

299
Crítica a la planificación centralizada del Welfare: La crítica a la planificación central de
la economía se sustenta eminentemente en el doble criterio administrativo de la eficacia y la
eficiencia: la centralización de las decisiones sólo puede conducir al despilfarro, a la subvalo-
ración o a la sobrevaloración de ciertos productos, a la obstaculización de la dinámica de los
intercambios, en definitiva, al error y al perjuicio general. Esto se debe a que resulta imposi-
ble contar con la totalidad de los datos involucrados en el funcionamiento de una economía.
La complejidad del funcionamiento de las sociedades modernas vuelve imposible la planifica-
ción centralizada de la producción económica. La difusión de la lógica de la empresa privada
permitirá un mejor aprovechamiento de los recursos colectivos y de las capacidades indivi-
duales. Los neoliberales entienden que las intervenciones del Estado en la economía son la
causa de dos males sociales que resulta indispensable erradicar: el creciente grado de inefi-
ciencia económica y el cercenamiento de las posibilidades de libre elección mercantil (Bu-
chanan, 1975).

A partir de este diagnóstico, el neoliberalismo aboga a favor de un gobierno descentralizado


en todo lo que respecta a su estructura administrativa y descentralizador en todo lo que refiere
a sus formas de intervención. El reemplazo de una lógica organizacional centralizada por otra
cada vez más descentralizada, tanto en la órbita estatal como en la empresarial (Mises, 1944),
muestra la primacía de los criterios técnicos por sobre las disputas propias de la dimensión
política de la vida social.

Crítica a la Democracia: los neoliberales equiparan a la democracia con un mero sistema de


elección de representantes. La creencia generalizada de que el procedimiento democrático
garantiza que el poder estatal no se ejerza arbitrariamente resulta para estos autores absoluta-
mente infundada. Un sistema en el que haya elección de los representantes por parte de los
representados pero que admita la planificación central de la economía puede terminar funcio-
nando como la peor de las autocracias. Por ello la democracia, en tanto poder de la mayoría es
caracterizada por el neoliberalismo como un obstáculo potencial para la marcha de un sistema
económico cuyo funcionamiento debería reivindicar su independencia respecto de elementos
externos (Hayek, 1944).

Desde la impronta neoliberal, el imperio de la ley es condición necesaria para el ejercicio de


la libertad individual. La ley debe ser igual para todos, es decir, no debe considerar las situa-

300
ciones particulares de los legislados. Pero el imperio de la ley no resulta suficiente si sus for-
mas de aplicación pueden ser manipuladas por las estructuras burocráticas. Por oposición a
esto último, la primacía del mercado habrá de garantizar la libertad individual mucho más
eficazmente que el proteccionismo estatal. En ese sentido, la dinámica mercantil constituirá
una forma de democracia más directa y más difundida que aquella articulada por las institu-
ciones estatales (Mises, 1944).

La impronta neoliberal: a todos y a cada uno

A diferencia de lo postulado por el liberalismo europeo del siglo XVIII, el neoliberalismo de


mediados del siglo XX afirma que la competencia mercantil no sólo debe liberalizarse sino
que además debe ser fomentada por las propias lógicas de funcionamiento estatal, tanto al
interior de las estructuras burocráticas como en lo que respecta a la interrelación entre el Esta-
do y la sociedad. Por eso la garantía de igualdad ante la ley debe estar acompañada por la pro-
ducción de nuevas formas de desigualdad económica. Eso obligará a los individuos a redoblar
sus esfuerzos y a producir más. Sólo cuando esas formas particulares de libertad e igualdad
estén aseguradas, el mercado podrá funcionar como el más equitativo asignador de recursos,
distribuidor de resultados y garante de la justicia.

Considerando esta caracterización, el neoliberalismo ya no puede comprenderse meramente


como una ideología que propugna el desmantelamiento del Estado a favor de las dinámicas
del mercado. Antes bien, se vuelve necesario pensarlo como una construcción que, más que
anular el orden cristalizado en el modelo del Welfare, busca transformarlo y reorientarlo sobre
la base de una nueva racionalidad que organiza la relación entre los gobernantes y los gober-
nados según el principio universal de la competencia y la maximización del rendimiento.

A partir de la difusión de la forma empresa, se producen nuevas formas de indistinción entre


el Estado y la sociedad: la difusión de los criterios de eficacia y eficiencia alcanza niveles
inéditos. En este sentido, el neoliberalismo configura una racionalidad que se despliega insta-
lando criterios que a un mismo tiempo son colectivos e individuales. La impronta neoliberal
funciona como una tecnología política que produce una suerte de novedosa indiferenciación
entre ámbitos que antes resultaban diversos postulando la necesidad de que la totalidad del
entramado social sea atravesada por una única discrecionalidad homogénea. Las dos líneas, la
de la totalización y la de la individualización, convergen en la conformación de la guberna-
mentalidad neoliberal.

301
Así, el neoliberalismo articula un conjunto de criterios según los cuales la responsabilidad por
el correcto funcionamiento del colectivo social recae en los individuos, en tanto que éstos
deben cumplir con el mandato de maximizar sus posibilidades (eficacia y eficiencia), para lo
cual se vuelve necesario reclamar las condiciones de “libertad” que esa operatoria requiere.
De este modo, la gubernamentalidad neoliberal detenta la capacidad de circular tanto en el
nivel de las individualidades subjetivas como en el nivel de las estructuras institucionales, y
también en entre ellas, desactivando la oposición que en otros momentos históricos contrapo-
nía lo particularizante y lo totalizador. Ese parece ser, en definitiva, el rasgo saliente de esta
impronta que se manifiesta en una suerte de novedosa convergencia entre lo colectivo y lo
individual, y que muestra como uno de sus rasgos más significativos la capacidad de abarcar a
todos y a cada uno.

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303
Democracia y Comunismo: el sujeto de la política
Juan José Abud Jaso (UNAM - México)

1. Neoliberalismo es igual a neofascismo

La segunda película del súper héroe Capitán América cuyo subtítulo es el soldado del in-
vierno presenta una cuestión interesante. En la primera película, bastante mala por cierto, se
cuenta la historia del origen de este personaje. El futuro Capitán América es un debilucho
lleno de inconvenientes para ser alistado en el ejército estadounidense que combatía en la se-
gunda guerra mundial. No obstante, debido a su valentía y patriotismo sigue intentando ingre-
sar al contingente militar para luchar por la causa de su Nación. Eso hace que un científico lo
considere el candidato idóneo para probar en él un suero experimental que convierte a los
seres humanos en súper soldados. Al enclenque chico se le administra su dosis convirtiéndose
en un fortachón con grandes habilidades y prácticamente invulnerable. Va a la guerra y derro-
ta a la organización militar denominada Hydra que es, nada más y nada menos, un escuadrón
nazi demasiado radical hasta para Hitler. Una vez que aparentemente ha vencido su avión se
estrella en el hielo y el héroe se congela hasta que es rescatado en nuestros días volviéndose
un fósil viviente de la segunda guerra mundial.

La segunda entrega de la película se enfrenta con un problema serio ¿Cómo presentar a este
anacrónico personaje en la actualidad? De acuerdo con la ideología contemporánea, en la se-
gunda guerra mundial es muy fácil ser patriota y que los demás estén de acuerdo con ello. Se
trata de una guerra “buena” en la que se combate contra el paradigma actual del mal y del
“totalitarismo”. Pero, ¿cómo reactivar esos valores una vez que el patriotismo estadounidense
ha sido actor y causa de intervenciones militares injustificables? ¿Cómo defender el ameri-
canway of life después de Vietnam, del genocidio en Centroamérica, de las dictaduras impues-
tas en Latinoamérica, de Nixon, de Bush y la invasión a Irak, de los desastres ecológicos cau-
sados por las empresas que el gobierno norteamericano respalda? Es aquí donde el guionista
de la película toma la única salida posible: los nazis, la organización ultranazihydra, no fue
totalmente derrotada. Sufrió un revés parcial, pero se reagrupó y logró infiltrarse en el go-
bierno estadounidense incluida la agencia de seguridad para la que trabaja el Capitán América
S. H. I. E. L. D. El propio gobierno norteamericano es ahora la personificación del nazismo.
Nuestro héroe entonces se convierte, como es predecible, en el restaurador de la normalidad y
de los “valores típicamente americanos” ante un gobierno que los ha traicionado. Sin embar-
go, hay otro detalle interesante en la película. Los ultranazis de Hydra han preparada una arma
que puede aniquilar de un plumazo a toda la oposición a su gobierno, a su poder. Se trata de
algunos mega satélites que orbitan la tierra y que identifican a los opositores para fulminarlos
inmediatamente ¿Cómo identifican a los opositores potenciales? Con la información que no-
sotros mismos introducimos en Internet. Las naves satelitales son capaces de leer nuestro Fa-
cebook, Twitter, los libros que compramos para nuestro Kindle, los diarios y artículos que
leemos, los e-mails que recibimos y enviamos, en suma, toda nuestra actividad en la red. De
eso modo, se puede calcular si somos adherentes o no al gobierno y a los mecanismos de con-
trol de éste. Somos nosotros los que facilitamos nuestra identificación y clasificación por me-
dio de los rastros que dejamos al navegar en Internet.

Ignoro si el guionista de la película tenía consciencia de lo que plasmaba o sí la verdad se


asomó por el inconsciente, pero me parece que da un diagnostico bastante atinado en lo que se
refiere al poder y a su ejercicio, impartición y gestión, ya sea en el nivel geopolítico como en
lo referente al control y producción de identidades en lo que tiene que ver con los individuos.

Efectivamente, me parece que el sugerir que el fascismo ha vuelto de manera infiltrada des-
pués de su derrota nos ayuda a entender la dinámica de la lucha de clases en lo que va desde
finales del siglo pasado a nuestros días. De hecho, la primera tesis que quiero defender en este
trabajo es que el fascismo ha vuelto en forma de neoliberalismo, que el fascismo adoptó el
lenguaje del liberalismo, que ya lo contenía en su seno y que, de paso, hicieron obsoleto el
lenguaje del marxismo-leninismo, tan útil para las luchas proletarias en el ciclo que va de la
exitosa (en su tiempo) revolución bolchevique (1917) a la fallida revolución cultural china
(1966-1976).

Pero, como dijera Jack el destripador, vamos por partes. ¿Qué es lo que entendemos por fas-
cismo? Entendemos, en corto, aquello que denominamos reacción, es decir, la manera en que
el Estado, o el poder establecido, se defiende de los espacios de liberación abiertos por los
movimientos sociales que defienden la igualdad. Estamos hablando de lo que Badiou llama
“sujeto reactivo”, o sea, la manera en que el poder reacciona y se acomoda a lo nuevo, al
acontecimiento, el propio pensador francés identifica esta figura subjetiva con “el mal” en su
librola ética. El nazismo, que es una manifestación del fascismo, quizá la más importante, es
una reacción a la revolución bolchevique de 1917. El nazismo, así como todos los fascismos,
adoptan muchas características y el lenguaje del propio comunismo.

Cuando los nazis hablan de “revolución nacional-socialista”, toman prestada una denomina-
ción –“revolución”, “socialismo”- certificada por los grandes acontecimientos políticos mo-

306
dernos (la revolución de 1792 o la revolución bolchevique de 1917). Toda una serie de rasgos
quedan ligados por este préstamo y resultan por él legitimados: la ruptura con el antiguo orden
el apoyo buscado en las asambleas de masas, el estilo dictatorial del Estado, el pathos de la
decisión, la apología del Trabajador, etc. (Badiou, 2004:105-106)
El sujeto reactivo se disfraza de la novedad para combatirla. Nazismo y socialismo real tienen
muchos parecidos, se parecen casi en todo, menos en lo más importante: el socialismo real es
un intento de abolición de la propiedad privada, el fascismo es su defensa, la manera que
adopta el capitalismo para no desaparecer frente al embiste que recibe de parte de la revolu-
ción de octubre.

Podemos notar que la lucha de clases se articula en muchos campos que abarcan también al
lenguaje. Se trata de una lucha por la significación de las palabras, por construir un lenguaje
que delinee al mundo tal cual se quiere construirlo. El fascismo utiliza el lenguaje (y las prác-
ticas) del socialismo real para el uso contrario que los bolcheviques querían darle: la defensa
del capitalismo y la propiedad privada.

Sabemos en que termina la historia: los soviéticos detienen y derrotan a los alemanes nazis
mientras los aliados “cierran la pinza” por el este para derrotar a su antiguo aliado 1 contra el
comunismo. Esto inaugura el mal llamado periodo de “guerra fría”2 en que tanto EE. UU. y la
U. R. S. S. emergen como potencias mundiales en la que los dos sistemas económico-
políticos; capitalismo y socialismo, representados por ambos países, entraban en competencia
franca por el dominio mundial. De los años 50’s a los 70’s todo parecía indicar que el bloque
soviético llevaba la delantera, ya que las revoluciones florecían y el socialismo conquistaba
territorios tan vastos y poblados como China o tan cercanos al Imperio como Cuba. El mundo
capitalista se conformaba, a su vez, con otra faceta subjetiva de la que nos habla Badiou en su
dialéctica materialista: el sujeto oscuro3, aquel que simplemente oculta el acontecimiento. El
sujeto oscuro en estos años está personificado por la otra avanzada del capitalismo ante el
socialismo real: el keynesianismo o fordismo también llamado “Estado de bienestar”. Derro-
tado el nazismo, al capitalismo no le quedaba de otra que ofrecer concesiones a los trabajado-
res con tal de que no se rebelaran y se pasaran al otro bando. Salarios mínimos, jornadas de
ocho horas, aceptación de los sindicatos y negociación con ellos, seguridad social, sistemas

1
Se olvida frecuentemente que las “democracias” occidentales “dejaron crecer” a Hitler ya que veían en él al
“freno” del comunismo y no se equivocaban.
2
Que le pregunten a los vietnamitas, coreanos o chilenos, por dar sólo tres ejemplos, si esta guerra fue tan fría
cuando ellos la vivieron muy caliente.
3
Sobre las figuras subjetivas en la filosofía de Alain Badiou cfr. de él mismo el capítulo “teoría formal del sujeto
(meta-física)” en su Lógicas de los mundos. El ser y el acontecimiento 2 (2008).

307
educativos y de salud públicos son solo algunas prerrogativas que el capital estaba dispuesto a
otorgar al trabajo.

Ya en los años setentas, no obstante, el modelo del socialismo real estaba estancado y no pa-
recía que pudiera cumplir con su proyecto: la abolición de la propiedad privada y del Estado.
La supuesta extinción del Estado de la que hablaba Lenin no había sino dado lugar, paradóji-
camente, a un Estado burocrático extremadamente poderoso que solamente sirvió, en Rusia y
en China, como un agente burgués que lideró un proceso, muy exitoso por cierto, de industria-
lización forzada en sus respectivos países. Mao tenía razón cuando, al grito de “¿Y dónde está
hoy la burguesía en China? En el seno del partido comunista”, comandaba a sus guardias ro-
jos a luchar contra la estatización y burocratización del proceso revolucionario en China.4 Sin
embargo, la tentativa maoísta fracasó y al morir el caudillo se estableció “la vía capitalista”
acometida por Den Xiao Ping. Era el momento ideal para que los capitalistas tomaran la ofen-
siva y aprovecharon la oportunidad.

También sabemos el final de la historia, Milton Friedman y sus Chicago boys reinventan el
liberalismo económico y de le pone el prefijo de “neo”. Se trata de un programa económico
que propone la desregulación total de los mercados a la manera de los antiguos fisiócratas del
laissez faire. El neoliberalismo, que clama defender la libertad y la democracia, inaugura su
era mediante un violento golpe de Estado a un presidente democráticamente electo cuando
Augusto Pinochet derroca a Salvador en Chile. La consolidación hegemónica de este movi-
miento de clase llego en los años 80’s cuando, bajo el liderazgo de Ronald Reagan y Margaret
Thatcher consolidaron este movimiento de clase bajo la bandera de la “libertad”. Si ha existi-
do algún movimiento teórico que supo leer bien su situación y supo cambiarla ha sido el neo-
liberalismo. Economistas y políticos neoliberales supieron abordar bien la crisis y ofrecieron
una manera de resolverla, al mismo tiempo que supieron interpretar los deseos de la gente
para usarlos para sus propios intereses. La demanda principal en los 70’s y 80’s en ambos
bloques de la entonces agonizante guerra fría era la de “libertad”. Los neoliberales supieron
aprovechar este ambiguo vocablo para moldear una libertad a sus intereses y poder cambiar el
poder. Tomaron un significante vacío como lo es la libertad y lo llenaron con un contenido
que favoreciera a los grupos que ellos representan: las empresas, las compañías multinaciona-
les y el capital financiero. La propiedad privada volvería disfrutar de un régimen casi sin res-
tricciones como lo seguimos sufriendo aún hoy en día (Harvey, 2007).

4
Sobre la revolución cultural en China veáse A. Badiou, “la dernière révolution?” (2009)

308
Los neoliberales lograrían en treinta años lo que los marxistas-leninistas no lograron en 70
años. Cambiar la naturaleza del Estado. Obviamente, la revolución neoliberal vino de parte de
la clase dominante y la propiedad privada volvió a tomar todo el poder. Se trataba de afirmar
la libertad sí, pero la libertad del empresario frente a la del obrero, la libertad del propietario
frente a la libertad del que alquila, la libertad del Capital frente a la del trabajo, la libertad de
los bancos frente a la del pueblo. El fascismo anterior se revelaba simplemente como el acto
fallido del fascismo actual que regresaba vencedor con la bandera de la libertad.

2. El Estado neoliberal y la producción de individuos.

¿Qué es lo que cambia en el Estado neoliberal? Definamos primero lo que entendemos por
Estado. De acuerdo con Alain Badiou:

Llamo “Estado” o “estado de la situación” al sistema de obligaciones que precisamente, limi-


tan la posibilidad de los posibles. Podrá decirse también que el Estado es aquello que prescribe
lo que, en una situación dada, es lo imposible propio de una situación, a partir de la prescrip-
ción formal de lo que es posible. El Estado es siempre la finitud de la posibilidad y el aconte-
cimiento es su infinitización (Badiou, 2009:191, traducción mía).
¿Qué es lo posible en el Estado neoliberal? El individuo. ¿Qué es lo imposible? La organiza-
ción de esos individuos en un cuerpo que los trascienda. Para el neoliberalismo, los individuos
son lo que existe. “Thatcher afirmó que no había «eso que se llama sociedad, sino únicamente
hombres y mujeres individuales»; seguidamente ella añadió, y sus familias.” (Harvey, 2007)
El soporte en los individuos le ha permitido al Estado neoliberal moldearlos a su imagen y
semejanza, de acuerdo con sus propios intereses. Así se consolidado una figura de “cuenta-
por-uno” en la que cada individuo está separado de los demás. No nos engañemos, si bien en
teoría el neoliberalismo defiende la utopía de la desaparición del Estado y de un mercado au-
torregulado, lo que sucede en el “neoliberalismo realmente existente” es que el Estado es usa-
do como aparato tanto de represión como ideológico para producir individuos obedientes y
dóciles al sistema, individuos prestos a ser explotados. En caso contrario, el Estado usará toda
su fuerza contra aquellos que opongan a su poder y que quieran cambiar las cosas.

El individualismo se logró descentralizando los lugares donde los seres humanos vivimos para
así perder la posibilidad de integrarnos y organizarnos. Todas nuestras principales actividades
han sido descentralizadas. En el siglo XX las revoluciones surgieron de las fábricas, las escue-
las y el campesinado. El Estado neoliberal, en su avanzada fascista, ha logrado desmantelar a
los tres. Ya no nos concentramos para trabajar, sino que el outsourcing se está convirtiendo en
la regla. El separar a los obreros y las obreras es la regla. Toda la estrategia patronal es de

309
división y de lograr la imposibilidad de la clase obrera. Que no se trabaje juntos es la divisa, y
si se trabaja juntos tenemos al racismo para separar. El campo ha sido despojado de los cam-
pesinos que se consideraban parte del paisaje en donde trabajaban para volverlo en una fábri-
ca rural al estilo de Bachoco o Pilgrim’spride. La escuela se ha convertido en una institución
privada que se dedica a uniformizar los individuos y a volverlos obedientes al poder del capi-
tal.

De hecho, en el capitalismo neoliberal se logró un hecho sin precedentes en la historia de la


humanidad: el que se considere que el ser explotado es un privilegio. El sistema produce, no
ya un “ejercito de reserva” como nombraba Marx al desempleo, sino la producción en masa
de hombres y mujeres desechables que funciones como espada de Damocles para aquellos que
son integrados en la masa laboral. Aquellos que pueden vender su fuerza de trabajo, lo hacen
de manera muy barata debido hay que hay millones detrás de ellos esperando tomar su lugar
en la línea de producción.

Como para el neoliberalismo solamente hay individuos que toman decisiones y son responsa-
bles de ellas y no un sistema que provoca que las personas estén en el lugar donde están se
trata de echarles la culpa a los pobres de su pobreza. El Estado neoliberal también ha triunfa-
do en responsabilizar a los ciudadanos de sus fallas. ¿No tuviste oportunidad de tener educa-
ción? La culpa fue tuya (o de tus padres, recuerden que Thatcher agrega que las familias tam-
bién existen) porque no ahorraste e invertiste para tu educación. ¿No tienes empleo? También
es culpa tuya por no haber invertido en la opción educacional correcta. ¿No tienes acceso a los
servicios de salud? Lo debiste haber pensado antes y gastado una parte de tu, ya de por sí ma-
gro, sueldo en un seguro médico. Si sueñas con un trabajo estable es que no corres riesgos y
tu propia mediocridad te hunde. El Estado se las ha arreglado para presentar su organización y
represión no sólo como lo “natural”, sino también como lo más justo posible. La defensa de la
libertad no ha funcionado más que como una estrategia ideológica para responsabilizar a las
víctimas de su propio infortunio.

En esta fase superior del capitalismo que es el neoliberalismo cada individuo se ha convertido
en un “empresario de sí mismo” que tiene que invertir su capital de la mejor manera posible,
dentro de las posibilidades que ofrece el mercado, competir. Incluso la fuerza de trabajo es
algo que debe hacerse crecer por medio de la educación, privada por supuesto. Todo es una
mercancía, incluida y sobre todo, nuestra vida, de nosotros depende el valor que le agregue-
mos, nos dice el super-yo neoliberal instalado en nuestro cerebro, como si fuera un chip, se-
gún el credo burgués.

310
El capitalismo neoliberal ha tenido éxito en implantar la idea de que el rendimiento laboral es
nuestro proyecto por lo que los individuos viven las coacciones no cómo externas, sino cómo
internas. De ese modo, aquel individuo que se cree libre por no seguir, en apariencia, a algún
liderazgo, no es otra cosa que el esclavo absoluto. La lucha de clases se internaliza y se sitúa
en el seno de nuestra propia individualidad y, como individuos, es casi imposible discernir
entre nuestras verdaderas necesidades y las necesidades del capital. Como dice Byung-Chul
Han: “En el régimen neoliberal de la autoexplotación, uno dirige la agresión hacia sí mismo.
Esta autoagresividad no convierte al explotado en revolucionario, sino en depresivo” (Byung-
Chul Han, 2013:161)

La depresión es el “castigo” que nos infligimos cuando sentimos que no acatamos el mandato
del capital. ¿Cuál es ese mandato? El super-yo del sistema nos responde: ¡Enriquécete y goza!
La promesa del capitalismo neoliberal, al tratarnos a todos como consumidores y olvidando
nuestra faceta como trabajadores, es que el gozo es infinito de la misma manera que la acumu-
lación de capital lo es. Y que si no gozamos es responsabilidad nuestra. El capitalismo neoli-
beral promueve una vida dedicada al placer, una vida de pasividad dedicada sólo a satisfacer
nuestros impulsos narcisistas que nos aíslan como individuos.

El consumidor pasivo es la individualidad o identidad que promueve el capitalismo neoliberal.


El propio sistema intenta reducirnos a la mera animalidad ya que propone dedicarnos sola-
mente al sentirse-bien del cuerpo. El capitalismo reduce a todos los individuos, a todos los
cuerpos aislados, a sus capacidades comerciales y a sus intereses particulares, a sus pequeños
deseos y fetichismos, entonces, produce una animalidad comercial generalizada.

El mundo debe estar regido por el mercado según los neoliberales y, en cierta forma, han lo-
grado que así sea. Esto significa que estamos condenados a producir para que los propietarios
se enriquezcan mientras estamos encerrados en nuestro goce privado ¡hay que recordar que
todo es privado hoy en día! El mundo es así una colmena en la que cada quien atiende su goce
mientras alimenta al capital, trabaja para su reproducción. De esta manera, el capitalismo es
una gigantesca máquina de indiferencia: la igualdad corporal abstracta y objetiva postulada
por el Mercado es que cada quien debe competir contra cada cual. Con esta producción mate-
rial de la indiferencia todos buscan equiparse como el mejor predador. Si todos vamos a ser
animales, más vale ser cazador que presa. Esto nos lleva a la más radical y material reducción
de lo humano a su subestructura animal y presenta una inmensa producción, organización y
administración de la indiferencia.

311
La “democracia” es por ello el emblema de este inmundo mundo regido por el mercado. Es
este sistema político, que Badiou llama capital-parlamentarismo, el que mejor conviene para
suscitar la apariencia de “libertad individual”. Las opciones políticas son siempre las mismas,
son lo que define lo “posible” y son tratadas como mercancías, como productos chatarra que
debemos comprar, tal como un refresco o una pasta de dientes. El parlamentarismo asegura la
continuidad de la reproducción del Capital, Es, en efecto, una forma política que excluye las
rupturas, que garantiza el mantenimiento del funcionamiento del mercado precisamente por-
que funciona bajo la lógica del mercado. Las elecciones son un asunto de teatralización mer-
cadológica de la vida política. La democracia es el custodio de una oligarquía conservadora
cuyo principal y violento quehacer es resguardar su propio territorio a la manera de los anima-
les.

La democracia implica lo posible y, por ello, conservar la situación cómo está, dejar intacta la
desigual asignación de lugares y roles dentro del propio sistema. Implica que los que mandan
sigan mandando y los que obedecen sigan obedeciendo. El cambio sólo puede presentarse
como una extensión de lo posible. Una característica esencial es la política neoliberal es la
condenar lo imposible, es decir, prohibir en política la experimentación. La búsqueda de nue-
vas formas de organización es vista como una idea criminal, algo que sólo tiene consecuen-
cias mortíferas o asesinas, algo que es necesariamente “totalitarismo”. El totalitarismo, nos
dicen los bien pensantes apoyadores del régimen no hace sino asesinar o exterminar a las per-
sonas ¡Como si el capital-parlamentarismo defendiera la vida y no persiguiera a los oposito-
res! Esto tiene como consecuencia que la meta suprema de nuestro aciago tiempo sea la con-
servación de la vida, por más falsa, mediocre y opresiva que esta pueda resultar. La supervi-
vencia, la simple conservación de la vida nos coloca en la posición de individuos pasivos que
buscan ciegamente el goce. Los votantes pasivos son, por ejemplo, considerados más impor-
tantes que el militante activo al que se le condena con severidad.

Ya que es la tapadera de capitalismo, el régimen parlamentario es, necesariamente corrupto.


No es una cuestión de honestidad personal. Si bien, existen casos de corrupción personal, si
bien algunas veces perseguidos y otras no, en México nunca por cierto, la corrupción sistémi-
ca del capitalismo manche necesariamente al sistema que la mayoría llama democrático.
Mientras no reactivemos la hipótesis comunista, la corrupción será intrínseca a nuestra vida.
Ya que el capitalismo sólo tiene un contrario: el comunismo.

312
3. La idea comunista o la superación de la animalidad

Los imperativos contemporáneos que profiere el capitalismo neoliberal de la actualidad y que


buscan regir sobre nuestra existencia son puramente corporales y puramente relativos a lo
posible. Temen al riesgo y conjuran cualquier intento novedoso en política. Se trata de vivir
sin riesgos y sin idea, vivir simplemente en pos de la pura satisfacción personal. Ello nos con-
fina a una vida puramente animal. La verdadera pregunta materialista es ¿hay vida en el más
acá? ¿Qué es vivir realmente? Pero, ¿qué es una idea? ¿Qué significa vivir de acuerdo a ella?
De acuerdo con Alain Badiou: “… una Idea es la posibilidad; para un individuo, de compren-
der que su participación en un proceso político singular (su entrada en un cuerpo-de-verdad)
es también, en un cierto sentido, una decisión histórica. Con la Idea, el individuo, en tanto que
elemento del nuevo Sujeto, elabora su pertenencia al movimiento de la historia” (Badiou,
2009:185). Vivir según una idea significa incorporarse a un procedimiento de Verdad. La ver-
dad es para Badiou un proceso que implica darle cuerpo a un proceso que tiene por fin cam-
biar la situación o mundo modificándolo para que se incorporen a él aquellos o aquellas que
han sido excluidos, que no tienen nombre, aquellos que Marx llamaba el proletariado. El pro-
letariado es aquello que no se presenta en la situación, que las reglas de aparición estatales
impiden que se presente. Por ejemplo, en México, el Estado organiza la situación de tal modo
que no pueden aparecer, es decir, ni verse ni escucharse las mujeres indígenas obreras. A pe-
sar de que se pueden contar por millones, ellas no aparecen por ningún, si acaso, lo hacen
como un número en las estadísticas o en los diarios cuando en las páginas centrales se habla
de “las desaparecidas” aquellas mujeres que en el camino de las fábricas maquiladoras a sus
casas en los miserables barrios de las ciudades simplemente se esfuman para aparecer, a ve-
ces, como cadáveres con restos de violación sin saber jamás acerca de su identidad. Un proce-
so de verdad busca que aparezcan aquellos que “no son nada” que tienen un mínimo de apari-
ción. Para ello, es necesario cambiar radicalmente, de tajo, la situación que las invisibiliza,
que las convierte en simple instrumentos sin voz. Casi el mismo caso que el de las mujeres
indígenas son los campesinos asesinados y que solamente son contabilizados como “víctimas
colaterales” de la llamada guerra contra el narcotráfico, cuando no se les acusa a ellos mismos
de narcos. Algunas veces, de manera imprevisible, estos invisibles, estas impresentables, se
asoman por el agujero de la historia, como sucedió en el levantamiento armado del Ejercito
Zapatista de Liberación Nacional el 1 de Enero de 1994. Es entonces que presenciamos lo que
Badiou llama un acontecimiento.

313
Un acontecimiento es una ruptura en la disposición normal de los cuerpos y los lenguajes tal
como existen en una situación particular. Es aquello que se escapa de las garras del Estado. Se
trata de la creación de nuevas posibilidades, de aquello que el Estado prescribía como imposi-
ble. El acontecimiento emerge de manera momentánea, para que perdure necesita de un Suje-
to que lo soporte, un Sujeto que lleve a cabo un procedimiento de Verdad. Dice Badiou:
“Llamo “procedimiento de verdad” o “verdad” a una organización continua, en una situación
(en un mundo), de las consecuencias de un acontecimiento. De inmediato se advertirá, que a
toda verdad le corresponde un azar esencial, el originarse en un acontecimiento.” (Badiou,
2009:192)

Badiou propone que la verdadera vida es vivir bajo la idea. Es decir, ser fieles a algún aconte-
cimiento de verdad política para poder instaurarlo en el mundo. Se trata de organizar las con-
secuencias para llevar a cabo la continuación de las consecuencias de un acontecimiento. ¿De
dónde nos vienen las ideas justas? Decía antiguamente Mao, respondiendo que vienen de la
práctica. La práctica es el nombre para lo real de las luchas de liberación. Organizarlas y man-
tenerlas es la fidelidad que mantiene viva la rebelión en nuestro mundo y que no deja que se
apague la llama de los movimientos de revuelta, al contrario, mantiene la lucha en guardia.

La idea comunista es la afirmación continua de que una nueva verdad política es posible, y
que el forzamiento de lo imposible en dirección a lo posible se logra por la sustracción al po-
der del Estado. La idea comunista afirma que este proceso sustractivo es infinito. Siempre es
formalmente posible que la línea de demarcación, asignada por el Estado, que separa lo posi-
ble de lo imposible sea, una vez más, desplazada. La idea comunista afirma que otro mundo
es posible si nosotros somos participantes y militantes del cambio y canjeamos nuestra exis-
tencia limitada de individuos por la construcción de un sujeto de verdad dedicado a la eman-
cipación de la humanidad entera.

La verdadera vida, así como la verdadera libertad, consiste en participar punto por punto en la
organización de un nuevo cuerpo, el cual soporta la creación excepcional de una verdad. Un
individuo se transforma en sujeto cuando apoya o soporta la posibilidad del advenimiento de
algo nuevo en un mundo viejo. Es un conjunto lógico de prácticas creativas. Es un nuevo
cuerpo que soporta un cambio real, no es un devenir, sino un corte, una pura discontinuidad,
una nueva multiplicidad que aparece inesperadamente en el mundo. La idea comunista no es
un ideal, es el proceso de cambio efectivo por el que se supera la injusta y desesperada situa-
ción del capital-parlamentarismo que nos condena a la pasividad de vivir encadenados a nues-
tra propia satisfacción animal.

314
El capitalismo neoliberal ha logrado que todos los individuos, a la par que sufrimos el poder,
seamos trasmisores del mismo. El poder es una red que atraviesa nuestros cuerpos debido a
que es el propio Estado el productor de nuestra individualidad. Al incorporarse a un cuerpo de
verdad el individuo se excede a sí mismo, Cada vez que un individuo decide formar parte de
un procedimiento de verdad, elige renunciar a su yo, a su identidad. Esto para abandonar los
lazos que lo vinculan con el poder y dedicar su vida o existencia al soporte la verdad que lo ha
seducido. El individuo, ahora devenido sujeto, abandona vivir de acuerdo a su goce, a su pro-
pia satisfacción para experimentar un cuerpo que lo excede, que lo trasciende y que hace his-
toria. Dice Badiou: “… la política es precisamente, cuando existe, una interrupción de la pul-
sión psíquica individual en beneficio del entusiasmo colectivo racional” (Badiou, 2012:15)

Al incorporarse a un proceso subjetivo, el individuo está rompiendo con sus propios límites,
está gozando del infinito. Lo que hemos llamado Sujeto es cuando algunos individuos o varios
individuos se suman a la realidad de lo infinito. Lo real es infinito, y las verdades en cuanto
tocan a lo real, en el sentido lacaniano de lo imposible, están relacionadas con lo infinito. El
ser humano supera su animalidad cuando se convierto en un goce finito de lo infinito. La polí-
tica de emancipación o el comunismo toca el infinito porque es aquella experiencia de organi-
zación que excede los límites que nos impone el Estado. El comunismo es la política de los
sin nombre, la victoria de las masas anónimas, de quienes el Estado mantiene en una ignomi-
niosa insignificancia. Para identificar los nuevos posibles que surgen de lo real, de lo imposi-
ble debemos de tener una Idea. Una Idea que incluya la novedad de lo posible-imposible y
que ponga al descubierto el procedimiento de verdad del que somos militantes. Para militar,
para incorporarnos a la Idea y experimentar el infinito necesitamos una disciplina. El goce de
lo infinito no es un goce espontaneo, es un goce que se alcanza mediante el esfuerzo y el tra-
bajo colectivo, en común. Como dice Badiou: “Necesitamos una disciplina popular. Diría
incluso… que ‘aquellos que nada tienen sólo tienen su disciplina’. Los pobres, los que no
cuentan con medios financieros ni militares, los que carecen de poder, lo único que tienen es
su disciplina, la capacidad de actuar en conjunto. Esa disciplina ya es una forma de organiza-
ción” (apud Zizek, 2007). Sin disciplina, nueva organización no es posible sustraernos a la
potencia del Estado. La verdadera libertad exige una elección radical que ponga en cuestión
nuestra existencia individual, trabajo, disciplina y estricta organización.

No es necesario que, como en la película del Capitán América, se construyan naves satelitales
para identificarnos y eliminarnos, cualquier oficinista con acceso a internet puede hacerlo y,
por ello mismo, estamos expuestos a sufrir todas las represalias que el poder del Estado puede

315
infringirnos. La disciplina comunista nos debe hacer inmunes a ellas. Al actuar diferente, po-
niendo el énfasis en lo común y no en lo privado, en lo colectivo y no en el individual, vamos
a ir conquistando nuevos espacios en los que el poder del Capital no tenga injerencia.

¿Cuáles son las tareas en el presente? Primero que nada no avergonzarnos de nuestra filiación
comunista. El neoliberalismo ha triunfado en hacernos creer que el comunismo es un proyecto
asesino. Tenemos que demostrar que el comunismo es seguridad social, pleno empleo, femi-
nismo, educación para todos, control de armas, vacaciones pagadas, servicios de salud univer-
sales, salario básico asegurado. Que el comunismo es el gobierno del Pueblo y que su misión
es suprimir al opresor. Es el “mandar obedeciendo” de los zapatistas. Es, esperamos que ahora
sí y vamos a intentarlo, la extinción del Estado. A partir de 2008, el discurso neoliberal se
resquebrajado, es una oportunidad de oro, para introducir nuevas prácticas organizativas que
tengan por objetico el desmantelamiento de la propiedad privada, si perdemos esta chance
tendremos que esperar hasta la siguiente crisis, si es que aún hay humanidad para soportarla.
En el siglo pasado se decía que la alternativa era “socialismo o barbarie”. En el siglo XXI la
alternativa es “comunismo o suicido colectivo” ya que el capitalismo neoliberal ya es la bar-
barie que está provocando la extinción de la vida en el planeta.

Considero que el neoliberalismo es en realidad “neofascismo” y que el hecho que se presente


con ese nombre y como defensor de la libertad sólo da cuenta de nuestra derrota como comu-
nistas. El nazismo es el “acto fallido” del neoliberalismo y sólo se explica de manera retros-
pectiva por este último. Creo que debemos considerar al “socialismo realmente existente”
como el acto fallido del comunismo. Los neoliberales hicieron obsoleto el viejo lenguaje del
materialismo dialéctico; urge crear una lengua comunista nueva con la que nos comunique-
mos los militantes de todo el mundo. Su construcción está en proceso.Va a ser un lenguaje en
el que el “yo” desaparece y el “nosotros” será el sujeto principal. Las victorias nos van a per-
mitir, por fin, hacer el duelo adecuado para el “socialismo realmente existente” y poder expli-
carlo al fin. Se trata de crear un nuevo movimiento mundial que le haga justicia a nuestro pa-
sado y que por ello explique sus errores, de otra manera, sus fantasmas nos seguirán rondan-
do.

Decía Sartre que “todo anticomunista es un perro”. Se refería a que si la hipótesis comunista
es impracticable, si no es realizable, los neoliberales tienen razón y nuestra existencia no vale
un comino ya que estaría regida por el libre mercado, la competencia y los pequeños placeres
y grandes penas que atraviesan nuestra existencia. Si simplemente somos como insectos con
un lugar predeterminado y fijo en la organización considero que la humanidad no vale la pe-

316
na. Si somos capaces de construir nuevas formas de organización social que afirmen la igual-
dad y la dignidad de todos los seres humanos habremos demostrado que no tenemos un cere-
bro por adorno y que el corazón siente también el dolor ajeno como propio y que tenemos la
capacidad de transformarlo en la dicha colectiva, en un proyecto común que trascienda el do-
lor de aquellos que ha olvidado el sistema en la capacidad de construir fraternidad. Yo le
apuesto al comunismo y, aunque haya resistencia por parte del poder estatal, prefiero ser un
hombre, experimentar el infinito, que vivir como un perro que clama por sus huesos en el “li-
bre” mercado.

Bibliografía

Badiou, A. (2004) La ética. Ensayo sobre la consciencia del mal, traducción de Raúl J. Cer-
deiras, México, Herder

Badiou, A. (2008) Lógicas de los mundos. El ser y el acontecimiento 2, traducción de María


del Carmen Rodríguez, Buenos Aires, Manantial

Badiou, A. (2009) “La dernière révolution?” en L’hypothese communiste, Paris, Lignes

Badiou, A. (2012) Sarkozy pire que prévu. Les autres prévoir le pire, Paris, Lignes

Byung-Chul H. (2013), Psicopolítica, traducción de Alfredo Bergés, México, Herder, Versión


Kindle

Harvey, D. (2007) Breve historia del neoliberalismo, España, AKAL.

Zizek, S. (2007) “La verdadera izquierda de Hollywood”, Perfil, 16/05/2007, disponible en:
http://www.perfil.com/cultura/La-verdadera-izquierda-de-Hollywood--20070516-0003.html

317
3. Sociedades de control, post-humanismo y
políticas tecnológicas

Camilo Rios Rozo

Desde que Deleuze introdujo la noción de ‘sociedades de control’, inspirada por Burroughs y
silenciosamente también por sus conversaciones con Guattari, ésta ha sido un campo abierto
para la investigación filosófica, política y en general de las ciencias sociales y humanas. El
reducido espacio que ocupa esta noción en el pensamiento de Deleuze no ha impedido que
pensadores contemporáneos como Lazzarato, Bifo, Negri, Agamben, Mattelart, Rose, Virilio,
o más recientemente Byung-Chul Han, entre muchos otros, tracen con ella sus propias refle-
xiones a propósito bien de la noción misma y de su relación con otras (foucaultianas, pero
también guattarianas o incluso del campo literario), o bien de la configuración de los disposi-
tivos de poder contemporáneos y de las posibilidades de resistencia o contrapoder que estos
suponen o potencian.

La apertura investigativa que sigue implicando el abordaje de las ‘sociedades de control’ ha


dado cabida a genealogías de los procesos de subjetivación, indagaciones de corte teológico a
propósito de la ampliación del campo de las creencias (nuevos procesos de secularización),
extensas investigaciones a propósito de los procesos cognitivos contemporáneos, estudios
sobre la racionalidad gubernamental neoliberal, re-elaboraciones acerca de la producción y
circulación del deseo, entre muchos otros; sin embargo, un espacio se ha hecho ‘recurrente’ o
común a la hora de referirse a esta noción: se trata, sin duda, del papel de la tecnología en la
vida cotidiana, las tecnologías de monitoreo y vigilancia, las prótesis y aditamentos tecnológi-
cos de y en el diario vivir, etc. En este sentido, encontramos como coordenadas los trabajos de
autores como Franco Berardi ‘Bifo’ acerca de la ‘mutación cognitiva’ o la ‘generación post-
alfabética’, los de Paula Sibilia acerca del ‘hombre post-orgánico’ o los de Francis Fukuyama
acerca del ‘fin del hombre’, o incluso los del mismo Peter Sloterdijk acerca del ‘parque hu-
mano’ y sus derivas éticas y políticas, así como los de Byung-Chun Han y la ‘sociedad de la
transparencia’, o los de Peter Wajcman y ‘el ojo absoluto’, los de Armand Mattelart acerca de
‘un mundo vigilado’, y el extenso repertorio de David Lyon acerca de la ‘vigilancia’, que han
llegado incluso a títulos como ‘vigilancia líquida’ (Lyon y Bauman). Y estas coordenadas
pueden abrir al menos tres áreas generales que nos interesan especialmente:
a) Las “sociedades de control” como noción y como diagrama filosófico y político de la con-
temporaneidad;

b) los límites entre lo humano y lo no-humano en términos de post-humanismo, sobre todo


pero no excluyentemente desde la relación tecnología-vida; y

c) las derivas políticas de la incursión de la tecnología en la vida cotidiana.

En ese sentido, el eje “Sociedades de control, Post-humanismo y políticas tecnológicas” se


propne como un espacio de debate para trabajos finalizados o en progreso, de corte teórico o
de análisis empírico, pero también de intuiciones académicas, hipótesis de lectura o giros pro-
blemáticos menos estructurados que dialoguen directamente con este nudo temático en cual-
quiera de sus áreas generales. Se trata de una invitación que promueve la innovación y la crea-
tividad en las propuestas, de modo que hipótesis arriesgadas, así como reflexiones que se vin-
culen con la literatura contemporánea (como el caso de Michell Houellebecq) o de ‘ciencia
ficción’ (Burroughs, Orwell, Huxley, etc…), así como con material audiovisual contrautópico
y/o futurista son más que bienvenidas.

**

Tras la convocatoria realizada, se recibieron trabajos que, en diferente registro, dialogaban y


debatían nutridamente alrededor de las propuestas que la invitación bosqueja. A continuación
apenas una muestra de ellos. Los demás proponían ejercicios en formatos de discusión que no
seguían la forma de un artículo o ponencia, y por eso los recordamos especialmente como
parte del acontencimiento que fue el encuentro en el eje. De ellos, en todo caso, se nutrieron
importantes debates a propósito de las políticas públicas locales y globales acerca del acceso y
del ejercicio de poder que rodea el ‘espectro digital’, pero además acerca de el papel de las
diferentes generaciones en momentos como el presente: de plena innovación tecnológica. De-
bates que pendularon entre la urgencia de una acción concreta que pudiera visibilizar y modu-
lar los efectos de las nuevas tecnologías en nuestras vidas cotidianas, y las implicaciones filo-
sóficas de pensar una suerte de ontología renovata técnicamente, a partir de la cual el mundo
se nos exige como algo totalmente diferente, y donde las fronteras entre lo ‘natural’ y lo ‘arti-
ficial’, entre lo ‘humano’ y lo ‘no-humano’ se desdibujan al poner en cuestión sus términos.

320
En ese ‘clima’ de discusión, entonces, ofrecemos acá cuatro bellos textos. Incitaciones e invi-
taciones al debate, con diferentes puntos de vista pero una grilla analítica compartida. El pri-
mero, de Brian Goldman, propone una lectura de las sociedades de control y de la emergencia
de las diversas tecnologías de comunicación a partir de la noción de red, planteada por Caste-
lls; lectura que encuentra su despliegue en formas concretas de articulación y utilización de
las tecnologías en el capitalismo ‘informacional’. Más adelante, un texto de Facundo Carmo-
na, que apuesta por una lectura entrecruzada que, desde una reflexión disparada por su propia
biografía, revisa retrospectiva y prospectivamente el debate que que inaugura Peter Sloterdijk
a propósito del Humanismo y la técnica, y lo contrasta con el ‘post-humanismo’ de la obra
literaria de Michel Houellebecq. Un ejercicio que se anima a poner en diálogo una de las filo-
sofías más osadas de nuestros tiempos, con una de las literaturas contemporáneas más inten-
sas. Seguidamente, el texto de Martina Lassalle, que propone una lectura foucaulteana de Fa-
cebook, que entiende como dispositivo, para poner en cuestión las prácticas de vigilancia que
éste propone soterradamente, así como los efectos de esta operación en términos de constitu-
ción subjetiva contemporánea. Estos tres textos, lejos de pretender cerrar cuestiones, invitan a
la reflexión teórica, política y coyuntural a propósito de las múltiples entradas e interpretacio-
nes que esta ‘caja de herramientas’ nos permite en términos de diagnóstico del presente y de
analítica de lo que Foucault llamó ‘ontología crítica de nosotros mismos’.

Finalmente, nuestro amigo, colega y maestro, Pablo Esteban Rodríguez –“Manolo”, para los
más cercanos–, a quien invitamos especialmente a participar en este ejercicio de intercambio,
lectura y discusión colectiva, cierra esta sección con broche de oro: un texto cantera, una visi-
ta a un ‘clásico’. Con la agudeza que le es característica, recorre con agilidad aquella ‘posda-
ta’ deleuziana, esta vez para insertar en una nueva lectura de la misma diez preguntas que
abren de manera novedosa cuestiones que usualmente se dan por sentadas en ese texto inau-
gural de Deleuze. Diez preguntas que dan cuenta de la multiplicidad de niveles que la posdata
tiene, sobre todo a partir de lo que contiene entre líneas; diez preguntas que nos obligan a vol-
ver una y otra vez sobre nuestras propias reflexiones; diez preguntas que arrojan luz sobre
nuevos terrenos de investigación y que dan cuenta del estado realmente inexplorado que sique
teniendo aquella posdata. Una invitación y una exigencia a volver, una y otra vez, sobre nues-
tros pasos…

**

321
A todos los participantes que en esa potente jornada de diálogo y debate que fue el eje “So-
ciedades de control, post-humanismo y políticas tecnológicas” de las VI Jornadas Debates
Actuales de la Teoría Política Contemporánea, y que duró dos días en el invierno de 2015 en
Buenos Aires, queremos agradecerles profundamente y reiterar nuestro compromiso con la
investigación en teoría política y filosófica contemporánea. También queremos ofrecer enton-
ces, al lector de estos textos, nuestra disposición, nuestra complicidad y nuestra invitación a la
construcción colectiva de conocimiento, al debate y al acontecimiento filosófico.

322
El control tecnológico de la información digital en el marco del
capitalismo informacional
Brian Leonel Goldman (UBA – FSOC)

El capitalismo informacional

A partir de la década de 1970, con eje en los países centrales de Europa y Norteamérica, co-
mienzan a producirse una serie de transformaciones sociales y tecnológicas que condicionarán
el devenir político, productivo y cultural hasta nuestros días. La progresiva fragmentación del
modelo productivo industrial y la desarticulación del Estado de Bienestar comienza a dar lu-
gar a un nuevo modelo de producción capitalista centrada en la tecnología y la información, lo
que diversas corrientes del pensamiento han llamado “capitalismo informacional” (Castells,
2001) y otras “capitalismo cognitivo” (Boutang, 1999; Rullani, 2000; Blondeau, 1999) que
comprende un cambio en el modo de desarrollo (Castells, 1995) dentro del capitalismo, al
pasar a ser el conocimiento/información el principal insumo de la producción de bienes por
sobre la materia y energía lo que conlleva a diversos sectores de poder a replantear las legisla-
ciones y estrategias de acumulación vigentes. A su vez, comienza a gestarse un proceso de
reconfiguración de los lazos sociales y de solidaridad que imperan en los diversos colectivos
humanos, generando un proceso de cambio en las relaciones sociales “típicas” del capitalismo
industrial.

Esta transformación coloca a los conocimientos y la información en el papel central de los


circuitos de valorización del capital, lo que provoca una serie de “cercamientos” (o privatiza-
ciones) sobre los flujos de información:

“El valor de cambio del conocimiento está entonces enteramente ligado a la capacidad práctica
de limitar su difusión libre, es decir, de limitar con medios jurídicos – patentes, derechos de
autor, licencias, contratos – o monopolistas la posibilidad de copiar, de imitar, de “reinventar”,
de aprender conocimientos de otros. En otros términos: el valor del conocimiento no es el fru-
to de su escasez – natural -, sino que se desprende únicamente de limitaciones estables, institu-
cionalmente o de hecho, del acceso al conocimiento” (Rullani, 2004: 102).
Esta metamorfosis traduce la tentativa capitalista de subsumir realmente la economía de lo
inmaterial y su gigantesco potencial de coordinación y de interacción de la acción humana.
Esta operación se torna verosímil gracias a la digitalización de la información y del conoci-
miento, por medio de su tratamiento informático, en beneficio de las capacidades casi ilimita-
das de acumulación (Boutang, 2004: 109).
La propiedad intelectual

La valorización del capital no podría realizarse sin la presencia de la categoría jurídica y polí-
tica de la propiedad privada, sea esta propiedad privada física o propiedad privada intelectual.
La propiedad privada física se estructura entonces para garantizar la apropiación de valor en
relación a los procesos productivos centrados en la materia y la energía, mientras que la pro-
piedad privada intelectual se estructura para garantizar la apropiación del valor en relación a
los procesos productivos con mayor peso en el conocimiento1 (Yansen, 2012: 11). Este desa-
rrollo de la propiedad intelectual estuvo caracterizado por dos procesos simultáneos: por un
lado una “propertización”, a través de la cual lo que antes era entendido como un monopolio
sobre determinados entes pasó a ser incluido dentro de la institución de la propiedad, por el
otro una “unificación”, que consistió en la combinación de los derechos de autor y de la pro-
piedad industrial en la categoría única de la propiedad intelectual (Yansen, 2012). De esta
manera, puede ampliarse la conceptualización sobre la apropiación de valor a través de la ca-
tegoría de acceso, pudiendo entonces diferenciarse tres tipos de acceso: a) el acceso excluyen-
te, a través de la cual el poseedor de un recurso puede excluir a terceros de su uso con el pro-
pósito de obtener una ganancia, b) acceso no excluyente, que considera la posibilidad de ac-
ceder y de utilizar un recurso productivo sin tener la titularidad del mismo, y c) sin acceso,
donde el sujeto no tiene acceso (y por lo tanto no puede usufructuar) el recurso productivo o
en cuestión2.

La apropiación incluyente

Entre las diversas estrategias que las empresas capitalistas pueden desarrollar en el marco de
desarrollo de las tecnologías digitales, la apropiación incluyente aparece como una de las más
importantes. Esta modalidad regulatoria busca incorporar los bienes informacionales origina-
dos en la producción colaborativa en el proceso de acumulación capitalista, a través de la in-
troducción de la propiedad intelectual en alguna etapa del proceso de producción que se da
online (Zukerfeld, 2010). Esto implica un proceso de mercantilización que no obstante permi-
te el acceso libre, aprovechando la producción impaga de conocimientos, ya sean estos datos
de los usuarios, software, contenido, etc. Esta modalidad de apropiación tiene entonces a tener

1
Los derechos de propiedad intelectual son históricamente previos a la emergencia del capitalismo
informacional, pero será a partir de los años setenta del siglo pasado que la propiedad intelectual comenzará a
atravesar un proceso de ampliación y extensión.
2
Es así que la categoría de propiedad en el sentido tradicional del término queda subsumida dentro de la noción
de acceso, en tanto caso particular del acceso excluyente.

324
un costo nulo de insumos (ya que éstos fueron generados por los usuarios y no por la empre-
sa), obteniendo la ganancia a través de la publicidad, la venta de bases de datos o el patenta-
miento de productos que incluyen conocimiento generado a través de la producción colabora-
tiva. Claramente, la apropiación incluyente necesita de la conformación de redes digitales
para poder realizarse, siendo la mayor o menor capacidad de apropiación de la empresa (y por
lo tanto la capacidad de obtener ganancias) dependiente de la extensión de las redes y de su
capacidad de transmisión de información, de la capacidad de interactividad, etc3.

La sociedad de control

Pero estas transformaciones de las últimas décadas no sólo se dieron en el plano económico
de la producción y la acumulación, sino que también tuvieron lugar en relación a la construc-
ción y mantenimiento de relaciones de poder, fenómeno que fue analizado por muy diversos
autores. El primer referente que debemos mencionar es Gilles Deleuze, quien recurrió a la
expresión "sociedades de control" para designar a las nuevas formas que adquiría el manteni-
miento del orden social. Ya hace varias décadas, el filósofo francés describió un régimen apo-
yado en las tecnologías electrónicas y digitales: una organización social basada en el capita-
lismo más desarrollado de la actualidad, donde rigen la sobreproducción y el consumo exa-
cerbado, el marketing y la publicidad, los servicios y los flujos financieros globales. Y tam-
bién la creatividad alegremente estimulada, "democratizada" y recompensada en términos
monetarios (Sibila, 2008: 21-22).

Otro pensador que resulta clave para entender este proceso es Armand Mattelart, quien ha
analizado a lo largo de su obra cómo el desarrollo progresivo de los mecanismos de control
(en muchos casos de forma desapercibida y en otros como una demanda generalizada de segu-
ridad o de reducción de riesgos), atentan sobre las posibilidades de desarrollo de la democra-
cia política, económica y social. Según este pensador, puede considerarse que la sociedad de
la información es también la sociedad donde ocurre la multiplicación de los dispositivos de
intrusión en la vida personal de los ciudadanos. Es importante, según Mattelart, vincular la
reflexión sobre el avance de los sistemas y dispositivos de seguridad a la noción de crisis. A
cada crisis, ya sea económica o política, le sigue la ampliación de la definición de la excep-
ción al Estado de Derecho. Esto lleva a una idea de arquitectura de la seguridad, una idea que
3
Lo cual explicaría por qué la apropiación incluyente solo fue una estrategia viable para la acumulación de
capital a partir de cierto momento histórico en que la extensión e interactividad de las redes digitales que se
sostienen en Internet alcanzó un nivel de capacidad técnica suficiente para permitir la producción colaborativa, y
no antes.

325
se identifica con la aplicación foucaultiana del panóptico de Jeremy Bentham, donde los me-
canismos de control son interiorizados por la sociedad en contraste con mecanismos más ex-
plícitos y visibles. Hoy en día la idea de seguridad está interiorizada, entra en la normalidad
de una sociedad flexible. Así, nos encontramos en un escenario en el que hay elementos que
producen en ciertos sectores de la población una mayor consciencia de los mecanismos de
control, pero el avance de la conciencia cívica frente al avance de los dispositivos de seguri-
dad resulta ser demasiado lenta. La gente vive la inserción de la técnica de la seguridad como
ha vivido la inserción de los medios y de las nuevas tecnologías, cree todavía en la tecnología
como progreso (Mattelart, 2009).

Los mecanismos de control

El desarrollo de los mecanismos de control se da en un contexto en el que la seguridad se ha


convertido en un formidable negocio promovido por gestores de la seguridad (empresas o
Estados), apoyado en dispositivos vigilantes para controlar aquello que pasa y pasará, usando
para ello técnicas digitales y la lógica estadística. Zygmunt Bauman sostiene que la expansión
de la vigilancia no es sólo un fenómeno asociado a la tecnología y al control social sino tam-
bién a la expansión de ciertas ideologías que la promueven.

El panóptico clásico foucaultiano actualmente se observa en los márgenes sociales, especial-


mente en las áreas urbanas donde los pobres están segregados. Hemos pasado de una sociedad
fundamentalmente panóptica a otra de corte sinóptico: se han invertido los roles y ahora son
muchos los que se dedican a observar a unos pocos. Dicho de otro modo, el sinóptico contras-
ta la manera del panóptico, puesto que a partir de los medios de comunicación de masas ac-
tuales son millones quienes efectivamente registran el comportamiento de unos pocos. Así, la
obediencia al estándar tiende a lograrse por medio de la seducción, no de la coerción, y apare-
ce bajo el disfraz de la libre voluntad, en vez de revelarse como una fuerza externa. Otra va-
riante de la vigilancia actual se expresa a través del banóptico 4 y se aplica precisamente a los
marginados globales, mediante tecnologías de elaboración de perfiles que se utilizan respecto
de quienes se considera que deben ser objeto de una vigilancia estricta. En otras palabras, la
tecnología de vigilancia actual se desarrolla en dos frentes y sirve a dos objetivos estratégica-
mente opuestos: el confinamiento y la exclusión. La expansión de estos mecanismos conlleva
4
El banóptico (del inglés “ban”: exclusión) es un modo de practicar la vigilancia mediante instrumentos que se
dedican a "mantener lejos" en vez de "mantener adentro", como hacía el panóptico, que crece y se nutre del im-
parable aumento de las preocupaciones securitarias y no de la necesidad de disciplinar, como era el caso del
diseño panóptico.

326
la conformación de un dispositivo de vigilancia continua, en donde la dependencia oscila en-
tre la vigilancia obvia y otra más sutil que la subyace invisible (Bauman, 2007).

El desarrollo de nuevos mecanismos de control se da también en relación a la identidad per-


sonal y subjetiva, impulsada por el desarrollo de las tecnologías de la comunicación digital y
su progresiva personalización. A lo largo de la última década, la red mundial de computadoras
viene albergando un amplio espectro de prácticas que Paula Sibila denomina "confesionales".

“Millones de usuarios de todo el planeta se apropian de las diversas herramientas disponibles


on-line, que no cesan de surgir y expandirse, y las utilizan para exponer públicamente su inti-
midad. Así es como se ha desencadenado un verdadero festival de "vidas privadas", que se
ofrecen impúdicamente ante los ojos del mundo entero. Las confesiones diarias están ahí, en
palabras e imágenes, a disposición de quien quiera husmear; basta apenas con hacer clic, y, de
hecho, todos nosotros solemos dar ese clic” (Sibila, 2008: 32).
En medio de los vertiginosos procesos de globalización de los mercados, en el seno de una
sociedad altamente mediatizada, fascinada por la incitación a la visibilidad y por el imperio de
las celebridades, se percibe un desplazamiento de aquella subjetividad "interiorizada", propia
del siglo XX, hacia nuevas formas de autoconstrucción (personalidades alterdirigidas y ya no
introdirigidas, en términos de la autora). E incluso surge el fenómeno de las bioidentidades,
desdoblamientos de un tipo de subjetividad que se apuntala en los rasgos biológicos o en el
aspecto físico de cada individuo (Sibila, 2008: 27-28).

Pero si hay un espacio donde estos mecanismos de control alcanzan su faceta más desarrolla-
da, es en el ciberespacio. La arquitectura del espacio cibernético es poder en el sentido de que
la programación de los códigos informáticos condiciona las posibilidades y los límites de la
comunicación, así como de la transmisión, producción y acumulación de información. Si el
código (el software) es ley, entonces el control sobre el código es poder5. Los códigos codifi-
can valores, y sin embargo, extrañamente, la mayor parte de la gente habla como si el código
fuera solamente una cuestión de ingeniería (Lessig, 1999: 68- 69).

Las fuerzas del mercado alientan arquitecturas de identidad dentro del ciberespacio para faci-
litar el comercio online y para capturar y almacenar la mayor cantidad de datos posibles (co-
mo veremos más adelante). El gobierno necesita hacer muy poco –en realidad, nada– para
inducir este tipo de desarrollo, pues las fuerzas del mercado son las que detentan la dirección
del diseño de las tecnologías que soportan el ciberespacio. De esta forma, el control en el
mundo digital se da a partir de la manipulación y el control del código, brindando medios de

5
Esto vuelve a los productores de código, tanto los programadores como también aquellos que deciden las
arquitecturas digitales, en detentadores de poder que imprimen sus propios valores en la arquitectura del
ciberespacio.

327
regulabilidad6 a los que detenten esta capacidad. En el ciberespacio hay regulación de la con-
ducta, pero la regulación se impone primariamente a través del código. Lo que distingue dife-
rentes partes del ciberespacio son las diferencias en las regulaciones efectuadas a través del
código. En algunas regiones la actividad de los usuarios es bastante libre y plausible de ser
reestructurada, mientras que en otras regiones existe una más o menos sutil arquitectura del
control.

Control y disciplina

En la intersubjetividad organizacional, donde el capitalismo industrial hubo de hacer un es-


fuerzo doloroso para sembrar una cierta noción del tiempo, un conjunto de pautas asociadas a
la regularidad, a la jerarquía, a la rigidez, al tamaño y a la estabilidad, ahora el capitalismo
informacional se afana en arrancar de raíz esas nociones y reemplazarlas por unas nuevas 7. Y
así como la disciplina era el mecanismo de poder prototípico para estimular la internalización
de las pautas organizacionales del capitalismo industrial, aceptamos la idea de que el control
es la herramienta paradigmática del capitalismo informacional.

La idea de control puede definirse como un mecanismo basado en regular la diferencia, con el
objetivo de capturar el potencial de lo múltiple y ponerlo al servicio del orden vigente. No se
trata entonces, de reducir lo diverso a una unicidad férrea ni de aplastar la pluralidad, sino de
gestionarla y, manteniéndola domesticada, canalizar sus saberes productivos. Por eso, quizás
el aspecto más notable del control sea que actúa bajo la apariencia de dar libertad a los sujetos
que domina: deja hacer, incentiva la iniciativa personal, rechaza las rigideces.

Consiguientemente, el control en su forma más pura da de baja las limitaciones espaciales:


invita al libre movimiento, desplazamiento y circulación de las palabras, las cosas y las perso-
nas8. Y esto, en realidad, es una consecuencia de dos características centrales de este meca-
nismo: no se ejerce sobre los cuerpos ni evalúa procedimientos. Por el contrario, su campo de

6
La regulabilidad se refiere a la capacidad de un agente de regular la conducta dentro del límite apropiado. En el
ámbito de Internet, significa la facultad de regular la conducta de los ciudadanos (y tal vez también otras
personas) en la Red. Una arquitectura del ciberespacio abierta, basada en software de código abierto, por
ejemplo, hace que se dificulte la conducta reguladora, porque aquellos a quienes se trata de controlar pueden
modificar el código mismo.
7
El sector de la economía dedicado al conocimiento y la información, en particular, requiere una cierta
naturalización de la configuración y reconfiguración de proyectos, de la maleabilidad de los equipos de trabajo,
de la orientación múltiple de los flujos de información digital, en fin de la flexibilidad reticular en general.
8
Algo similar ocurre con el tiempo: éste no tiene por qué ser administrado de una única forma, ya que se induce
a los sujetos a elegir qué uso darán a sus horas, cómo organizarán sus tiempos de ocio, trabajo y estudio, cómo
estructurarán cronológicamente sus vidas.

328
aplicación lo construyen la memoria y la atención, y su vara de medida está sólo en los resul-
tados. Así el control reticular tenderá a operar exclusivamente sobre capacidades cognitivas,
sobre la cooptación de las mentes9. Naturalmente, esto se desprende de la configuración mate-
rial cognitiva de la etapa, de la menor importancia que la producción de bienes físicos (basa-
dos en flujos de materias y fuentes de energías) tiene en los circuitos de valorización del capi-
tal, en comparación a la apropiación de los flujos de información (digital).

De todas formas, los mecanismos disciplinarios no desaparecen de los procesos productivos,


sino que se reconvierten y mezclan con los mecanismos de control en proporciones variables.
La novedad es el desdoblamiento de la disciplina entre un panoptismo físico y uno digital. De
manera genérica, en los procesos productivos del capitalismo informacional –con algunas
excepciones– el ascenso del control conspira contra el panoptismo físico (espacios cerrados y
clausurados), pero no contra el digital. En efecto, la vigilancia de los cuerpos, de los movi-
mientos, de los gestos pierde, en buena medida, relevancia. Pero no la vigilancia de los cono-
cimientos. Particularmente, la vigilancia de la objetivación de los saberes de los trabajadores
como información digital es el blanco de lo que aquí denominamos “panóptico digital”.

La red: capitalismo y control

Para poder analizar de manera integrar estos dos fenómenos (la emergencia del capitalismo
informacional y la expansión de los mecanismos de control), creemos pertinente recurrir al
concepto de red postulado por Manuel Castells. Según este autor, una red es una compleja
estructura de comunicación formada por nodos interconectados que se establece alrededor de
una serie de objetivos, los cuales garantizan la coordinación de los nodos entre sí y la capaci-
dad de la red de adaptarse en mayor o menor medida a su entorno operativo. La forma en que
se estructuran los objetivos y la organización de la red dependen de un programa. 10 Las redes
se encargan entonces de procesar flujos (de bienes, de materias primas, de conocimientos, de
personas, de información, de dinero) en base a una serie de objetivos y de acuerdo a un pro-
grama específico.

9
Por supuesto, la disciplina también terminaba actuando sobre las facultades cognitivas y afectivas, y de hecho
también se basaba en algo que podría describirse como la “captura de cerebros”. Pero su objeto primario, el
blanco en la mira, eran los cuerpos, los movimientos y los gestos. En cambio, lo propio del control es que la
subsunción de esas facultades se ejerce evitando la mediación corporal o, mejor, esquivando en todo lo posible la
acción sobre la materia y la energía, operando directamente los conocimientos de los sujetos.
10
Brevemente, el programa de una red son los códigos que establecen una valoración del funcionamiento y una
serie de criterios para determinar el éxito o el fracaso de la misma.

329
El concepto de red permite destacar cómo las diferentes sociedades desarrollan sus propias
relaciones de poder según el éxito o el fracaso al momento de conectarse e integrarse a las
redes mundiales de producción, de comunicación, de información, etc. Cada una de estas re-
des tiene su propia lógica de funcionamiento y presenta sus propias estructuras. El gran pro-
blema se encuentra entonces en el nivel de las transformaciones de las estructuras de la socie-
dad a partir de las lógicas de las redes a las que se integran los sujetos (Mattelart, 2009).

Las tecnologías digitales en red

Si consideramos que la tecnología implica una convergencia de tres componentes, como son
el sujeto, la máquina y el saber que media entre ellos, podemos considerar que toda tecnología
tiene cierto grado de ambigüedad en su diseño y en su aplicación, ya que una misma tecnolo-
gía pueda utilizarse de diferentes maneras en un mismo orden técnico, además de que cada
tecnología en particular implica la potencial implementación de diferentes valores sociales en
su diseño o aplicación concreto (Feenberg, 1991: 14). La misma cultura puede inducir trayec-
torias tecnológicas muy diferentes según el modelo de relación entre Estado y sociedad (Cas-
tells, 1997). Otro elemento importante a tener en cuenta es que, una vez desarrollada, la tecno-
logía no es simplemente adoptada, sino que es adaptada a las necesidades y valores de los
usuarios, lo que se conoce como la elasticidad de una tecnología (Castells, 1997, 33).

El proceso de transformación tecnológica de las últimas décadas, en particular, se expande


exponencialmente por su habilidad para crear una interfaz entre los campos tecnológicos a
través de un lenguaje digital común en el que la información es generada, almacenada, recu-
perada, procesada y retransmitida, es decir, por su inmensa elasticidad y capacidad de innova-
ción.

Siguiendo los planteos de Mariano Zukerfeld, el conjunto de tecnologías que conforman In-
ternet pueden pensarse como una arquitectura tecnológica ambigua y elástica que se desarro-
lla tanto en un plano horizontal como vertical. Desde una dimensión horizontal, se suele pen-
sar Internet como una red (de redes) cuyos nodos se distribuyen de manera desigual a nivel
global, según el grado de acceso e inclusión digital que exista en cada país, cada clase social,
etc. Pero en una dimensión vertical, Internet está formada por una serie de capas estratifica-
das, cada una de las cuales tiene su propio desarrollo y sobre las cuales se sostienen diferentes
regímenes de propiedad, relaciones de producción, mecanismos de control, etc. Es sobre esta

330
gran red de redes que se desarrollan diversas tecnologías que permiten visualizar las formas
concretas que adoptan los mecanismos de control en el marco del capitalismo informacional.

El crowdsourcing

El crowdsourcing es una tecnología relativamente reciente, de amplio alcance y gran potencial


comunicativo y productivo, que puede ser definido de manera general como:

“(…) un tipo de actividad participativa en línea en la que un individuo, una institución, una
organización sin fines de lucro, o una compañía propone a un grupo de individuos de conoci-
mientos, la heterogeneidad y número variables, a través de una convocatoria abierta y flexible,
el desarrollo voluntario de una tarea. La realización de la tarea, de complejidad y modularidad
variable, y en la que la multitud debe participar aportando su trabajo (…) y/o su experiencia,
siempre conlleva un beneficio mutuo. El usuario recibirá (…) reconocimiento social, autoes-
tima o el desarrollo de las capacidades individuales, mientras que el crowdsourcer obtendrá y
utilizará en su beneficio lo que el usuario ha aportado al proyecto, cuya forma dependerá del
tipo de actividad que se realice” (Estellés Arolas y González Ladrón de Guevara, 2012: 9-
10)11.
Por otro lado, el crowdsourcing se caracteriza por estar organizado en base a una convocatoria
abierta a un grupo indefinido, lo cual implica una cierta organización jerarquizada del proyec-
to: los “programadores” del crowdsourcing tienen un papel central en la configuración del
proyecto. Estos programadores determinarán los objetivos del proyecto del cual luego partici-
parán voluntariamente los usuarios. Estos objetivos pueden cubrir desde el desarrollo de una
nueva tecnología, el diseño de material audiovisual (logos, videos publicitarios, música, etc.)
o de software12, desarrollo informático de algoritmos, el análisis de grandes cantidades de
datos producidos en algún centro de investigación, la traducción de textos, etc. Nótese que la
variabilidad en los aspectos de la complejidad y modularidad del proyecto implican diferentes
formas de dividir el trabajo colectivamente, según el tipo de tareas que se les incentive a reali-
zar a los usuarios13.

Estos proyectos de crowdsourcing encuentran en Internet un terreno propicio de desarrollo, ya


que la comunicación mediada por computadoras (CMC) permite no sólo aumentar exponen-
cialmente el número de miembros del grupo participante, sino que permite una mayor apertu-
11
Por un lado, debemos diferenciar el crowdsourcing de: a) la contratación externa (outsourcing), donde la tarea
a realizar está orientada a un grupo específico de personas previamente definido y localizado, y b) la producción
de código abierto, que es una actividad formulada e iniciada por los miembros de la multitud que serán los que
desarrollen la tarea. Debe también tenerse en cuenta que las plataformas de crowdsourcing no suelen utilizar
software libre, es decir, no ponen a disposición de los usuarios el código fuente utilizado para que sea estudiado,
copiado, distribuido y modificado (Vidal, 2000).
12
Una modalidad es el diseño participativo a través de Internet.
13
La emergencia de los proyectos de crowdsourcing tienen en la expansión global de la Web 2.0 una de sus
condiciones más importantes, que permite reunir en un proyecto común interactivo a personas con diferentes
aptitudes e ideas que serían difícil (sino imposible) de organizar cooperativamente de otra manera (Howe, 2006).

331
ra por parte de los usuarios debido a la sensación de no estar siendo controlados o juzgados
mientras se realiza la tarea (Devun, 2009), y a la posibilidad de abandonar y retomar el trabajo
a voluntad, lo que redunda en que se le brinde mayor importancia al proyecto que a la comu-
nicación interpersonal. Además, el carácter gratuito de la participación en el proyecto suele
ser un gran incentivo por parte de los usuarios.

Como ya analizamos en un trabajo anterior (Goldman, 2014), el crowdsourcing aparece como


una estrategia eficaz por parte de las empresas red para lograr una apropiación incluyente del
valor generado por la producción colaborativa de los usuarios, ya sea de manera directa o in-
directa. En algunos casos, puede encontrarse incluso un proceso de transición hacia la “priva-
tización del crowdsourcing”, a medida que las empresas privadas avanzan sobre las etapas del
proceso. En el resto de los casos (como por ejemplo el caso emblemático de Wikipedia), el
crowdsourcing no está vinculado a los procesos de valorización de capital, lo cual demuestra
también que el crowdsourcing puede ser también una potente herramienta de trabajo colectivo
y un novedoso mecanismo tecnológico para socializar los frutos del trabajo humano.

En el caso del crowdsourcing, es la misma tecnología la que implica establecer redes con el
mayor alcance posible, para coordinar el trabajo de miles o millones de personas. Sin embar-
go, alrededor de estas redes se generan estrategias de control de los flujos de información ge-
nerados por los usuarios, que les permiten a las empresas apropiarse de los resultados de la
colaboración para potenciar sus circuitos de acumulación (mediante el uso de la propiedad
intelectual). En algunos casos se da que existe una red de producción y de información pre-
existente, en la cual las empresas buscan apropiarse de sus resultados mediante la apropiación
incluyente de los contenidos generados, mientras que otras ocasiones son las mismas empre-
sas las que construyen las plataformas de crowdsourcing, permitiendo una arquitectura de
control mucho más profunda (Lessig, 1999).

El Big Data

Se denomina como Big Data a la gestión y análisis de enormes volúmenes de datos que no
pueden ser tratados de manera convencional, ya que superan los límites y capacidades de las
herramientas de software habitualmente utilizadas para la captura, gestión y procesamiento de
datos. La noción de Big Data engloba infraestructuras, tecnologías y servicios que han sido
creados para dar solución al procesamiento de enormes conjuntos de datos estructurados, no
estructurados o semi-estructurados (mensajes en redes sociales, señales de móvil, archivos de

332
audio, sensores, imágenes digitales, datos de formularios, emails, datos de encuestas, etc.) que
pueden provenir de sensores, micrófonos, cámaras, escáneres médicos, imágenes o dispositi-
vos de otra clase. El objetivo de Big Data, es convertir grandes cantidades de datos crudos en
información que facilite la toma de decisiones, incluso en tiempo real14.

Las empresas ya están utilizando Big Data para entender el perfil, las necesidades y el sentir
de sus clientes respecto a los productos y/o servicios vendidos. Esto adquiere especial rele-
vancia ya que permite adecuar la forma en la que interactúa la empresa con sus clientes y en
cómo les prestan servicio. La masificación de Internet y de los dispositivos móviles le da a
esta tecnología un papel cada vez más importante en los procesos de acumulación capitalistas,
ya que los paquetes de datos generados tienden a crecer exponencialmente15.

Todos estos datos son generados diariamente por los usuarios de Internet de manera continua.
La cantidad de datos generados por persona y por unidad de tiempo es inmensa, razón por la
que los técnicos de Big Data catalogan los datos según si son generados por las personas (por
los buscadores de Internet, las redes sociales como Facebook y Twitter o aplicaciones de co-
municación como WhatsApp); son originados en transacciones de datos (llamadas, factura-
ción, operaciones bancarias); si se generan por la simple navegación a través de páginas web
(mediante el uso de cookies); si son generadas en las comunicaciones entre computadoras
(magnitudes físicas trasformadas en datos digitales); o si surgen de dispositivos biométricos
(escáner de retina, de huellas digitales, lectores de ADN).

El caso del Big Data es el mejor ejemplo de las nuevas formas en que los mecanismos de con-
trol se expanden simultáneamente con el desarrollo de nuevas formas de acumulación del ca-
pital. La tecnología del Big Data permite utilizar flujos de información masivos (mucho más
grandes que los de cualquier otra tecnología) que se generan en prácticamente la totalidad de
las redes digitales existentes. De hecho, la potencialidad casi ilimitada de ésta tecnología para
generar información de alta precisión en tiempo real, ha llevado a que los agentes interesados
en controlarla (empresas, y en menor medida, Estados) busquen masificar los mecanismos de
control a lo largo de toda la Internet, permitiendo así generar un control continuo de toda la
actividad que los usuarios de Internet realizan (y consecuentemente, apropiándose de todos
los datos que generan con su actividad). El ejemplo de las cookies en los sitios web es el
ejemplo más claro: un pequeño programa que rastrea la actividad del usuario y que transmite

14
El Big Data tiene además una importantísima aplicación en campos tales como la meteorología, la genética, la
biología, las finanzas, la informática, etc.
15
Sólo a modo de ejemplo, en 2012 cada día fueron creados cerca de 2,5 trillones de bytes de datos.

333
a la fuente un flujo constante de información, a los que la gran mayoría de los usuarios co-
rrientes de Internet del mundo se han acostumbrado a tolerar.

El Software Libre

Si bien el software libre no es un fenómeno nuevo ya que existe desde los orígenes de la in-
formática, sí es relativamente reciente su modelo cooperativo de producción en red –el llama-
do modelo bazar– y el movimiento social que lo avala –la comunidad del software libre. El
software libre consiste en el derecho de los programadores y de los hackers de disponer de las
fuentes del código, así como en tener la libertad de copiar y redistribuir esos programas
(Vidal, 2000).

Pueden contraponerse dos modelos de producción de software. Por un lado, encontramos el


llamado “modelo catedral”, basado en la necesidad de un arquitecto al mando de un staff rígi-
damente estructurado y jerarquizado y el estricto control de errores previo a la publicación.
Este modelo predomina en la industria del software (especialmente entre las grandes empre-
sas) y entre algunos desarrolladores menores. El modelo bazar de producción de software, por
el contrario, se basa en distribuir las tareas y responsabilidades entre los programadores todo
lo posible, en liberar el código producido lo más rápidamente posible, en estimular al máximo
la cooperación permitiendo una organización abierta, y tratando de evitar toda forma de orga-
nización jerárquica en la medida de lo posible.

El modelo bazar del software libre parece desafiar la lógica interesada y mercantilista propia
del régimen de acumulación capitalista, ya que los proyectos de software libre no están orga-
nizados en base a la búsqueda de ganancia privada: el código es producido por el interés de la
comunidad y es liberado de forma libre y gratuita. El modelo bazar plantea así un modelo de
cooperación sin mando, sin intereses empresariales ni gubernamentales directos, una forma de
general intellect16 puro, ingobernable y libre de mando, que se opone a la cooperación sujeta-
da del capitalismo industrial, orientada únicamente a la extracción del beneficio económico, y
en ningún caso autodeterminada.

16
Siguiendo a los Grundisse de Karl Marx, entendemos el general intellect como el conjunto de los
conocimientos abstractos que, al mismo tiempo, constituyen el epicentro de la producción social y organizan
todo el contexto de la vida. Un intelecto general, basado en la cooperación y el saber abstracto, incluyendo el
saber científico, que tiende a volverse, en virtud precisamente de su autonomía en relación a la producción, ni
más ni menos que la principal fuerza productiva, relegando a una posición marginal al trabajo parcelizado y
repetitivo de la producción industrial.

334
El caso del software libre es un caso paradigmático de resistencia a los mecanismos de control
expuestos previamente, ya que, si bien muchas de las grandes compañías productoras de soft-
ware tienden a buscar apropiarse de diversas maneras de las producciones de las comunidades
de software libre, estas se encuentran permanentemente en búsqueda de encontrar nuevas
formas de producir código que no pueda ser apropiado de manera privado ni que pueda res-
tringirse su circulación (lo que de hecho desafía la lógica misma de la propiedad intelectual).
El modelo bazar representa una forma de producción colaborativa que por sus propias caracte-
rísticas estructurales rechaza toda forma de control, y se enfrenta con las formas centralizadas
y vigilantes (panópticas) de producción de código informático.

Conclusión

Lo que intentamos exponer en este breve trabajo, es la importancia de pensar la emergencia


de la llamada sociedad de control y el desarrollo del capitalismo informacional como dos pro-
cesos convergentes: ambos surgieron de un mismo proceso de cambio social, y cada uno de
ellos se desarrolla a partir del otro: la acumulación de capital requiere en muchos casos de
tecnologías de control para poder realizarse (especialmente en el ámbito del ciberespacio),
mientras que las formas de control son desarrolladas y financiadas a partir de las estrategias
empresariales o gubernamentales relacionadas a la necesidad de crear, acumular o resguardar
riqueza17.

Con este fin, el concepto teórico de red es, creemos, una herramienta ideal, ya que permite
visualizar en los casos concretos como las estrategias de acumulación y las formas de control
se construyen e integran a redes de información, mercancías o personas preexistentes (con el
fin de extraer riqueza o controlar los flujos, o ambas cosas), o bien cómo se utilizan para cons-
truir nuevas redes que permitan expandir las zonas de influencia del capital o de los Estados
(caso que no analizamos aquí). El control, entonces, no se construye en cualquier zona del
espacio social, ni en relación a cualquier problema que deba ser controlado, sino que los me-
canismos de control son especialmente prolíficos en aquellos puntos de las redes de produc-
ción, circulación, transmisión o acumulación donde existe algo que debe ser protegido, asegu-
rado o bien, apropiado.

17
No obstante, no pretendemos decir que ambos fenómenos son equivalentes ni que uno sea causa del otro. No
olvidemos que las disciplinas existieron tanto en las sociedades capitalistas como en los regímenes comunistas y
fascistas.

335
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vos rasgos del hombre en las sociedades postliterarias
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A la humanidad y no al individuo

es a quien se le puede asegurar la duración.

Arthur Schopenhauer; El amor, las mujeres y la muerte

La técnica transforma el estrés en soberanía.

Peter Sloterdijk; Sin salvación.

Introducción
Mariana Arias es eterna: el torso desnudo, los jeans gastados, el cuerpo recostado sobre una
cama de hierro con la mirada fija en el espectador. Su figura adolescente ilumina los bastido-
res de un local de ropa con la misma lozanía que hace 20 años. Al socaire del domo del centro
comercial, atravesar su rostro cobrizo es perderse en las posibilidades del tiempo y adquirir
por un instante la dimensión de la juventud y belleza imperecederas. No obstante, un observar
atento despliega detalles cismáticos que una búsqueda en Google despeja: aquella es Paloma
Cepeda, la hija de la veterana modelo. El azar biológico y el outfit publicitario pueden jugar-
nos una mala pasada.

Belleza, juventud y perdurabilidad son temas centrales en la obra de Houellebecq, autor de


Las partículas elementales, La posibilidad de una isla y, de reciente publicación, Sumisión.
En una sociedad que enarbola los estandartes del consumo y el gozo constante, en la cual el
amor se abandona al laissez faire del mercado; los nuevos excluidos son aquellos que no en-
frentan el liberalismo sexual y ven decrecer el valor sensual de ser sí mismos por vejez o inep-
titud. En esta sociedad, lo joven es el modelo sobre el que se diseña el consumo social. Frente
a esto, Houellebecq vislumbra un futuro hiperbólico en el que la clonación conquista la mora-
toria social definitiva: la prolongación del goce por medio de la juvenilia genética (Las partí-
culas elementales) y juventud autoreplicante (La posibilidad de una isla). Al hombre houelle-
becquiano las certezas provistas por la religión y las utopías sociales, que daban sentido y
estructura a la existencia, lo tienen sin cuidado, pues perdieron la propiedad de abrigo semán-
tico. Tampoco la liberación de lo reprimido, tal como era entendida por el pensamiento de
fines del siglo XIX y principios del XX, pareciera mantener el estatus de alternativa. La ima-
ginación, el deseo, lo bajo, lo maldito –otrora objeto de control, de regulación y también de
narrativas redentoras, transgresoras, portadoras de la buena nueva libertad futura– se han
puesto al servicio del capitalismo avanzado. Por eso, más que mentar sobre la liberación,
Houellebecq se inclina por problematizar la liberalización de esas prácticas y sus consecuen-
cias. Sobre este horizonte, que deduce con destreza en La posibilidad de una isla, se recorta
una generación de kids definitivos como nueva raza biológica. Mientras tanto, en Las partícu-
las elementales la salida implica intervenir en los rasgos violentos de la especie –para Houe-
llebecq de carácter netamente masculino– mediante la creación de una nueva raza hermafro-
dita.

Resulta claro que en el terreno sobre el que Houellebecq trabaja –y que Deleuze llamó socie-
dad de control– los muros de las viejas instituciones disciplinarias, los encierros, bajo su for-
ma de moldeo de cuerpos (rígido/analógico), ceden terreno frente a la modulación del cerebro
(plástico/digital) de los controles. El centro de este dispositivo de modulación señala un punto
de quiebre donde lo social, para su correcto funcionamiento, no necesita fundarse en un sujeto
de derecho ni en la opresión de las pulsiones. Por el contrario, el flujo del deseo y la comuni-
cación es estimulado en el juego lúdico que establecemos con el mercado. De esta forma nos
damos un tipo de organización social en que la función de instancia ética del superyó –para
expresarlo en términos de Zizek– se reemplaza por un reclamo constante de exigencia al goce.
Como plantea Esther Díaz, el capitalismo, como organización social de la producción desean-
te, se define, por una parte, por la destrucción de los códigos de grupos, propios de las socie-
dades pre-modernas (alianzas, tradiciones, creencias). Y, por otra, por la abstracción de la
intensidad deseante. Todo deseo es subsumido bajo la categoría abstracta de la mercancía y el
dinero (Díaz 1999).

En este mismo sentido observa Houellebecq que el resultado de este desplazamiento es la


desensibilización y hastío que se ciñe sobre un individuo abandonado a la satisfacción narci-
sista de un deseo planificado en laboratorios publicitarios: “Al negar cualquier noción de eter-
nidad, al definirse a sí misma como proceso de renovación permanente, la publicidad intenta
hacer que el sujeto se volatice, se transforme en fantasma obediente del devenir” (Houelle-
becq 2011c: 39).

El ejercicio narrativo de Houellebecq describe con tino y vocación forense la sordidez, cinis-
mo y crueldad de nuestro tiempo. Su empresa no fue gratuita, aún le vale el mote de reaccio-
nario, misógino y nihilista en el plano de las ideas, mientras que en la dimensión estético-

340
literaria se critica su lenguaje técnico y vocación pseudocientífica. Básicamente, tal como
señaló Bernard Henry Levy, no se perdona su falta de confianza en el género humano, el
compromiso político y la rebelión social. Se condena que sospeche de las ideas acerca de
aquello que debe ser el hombre moderno: un ciudadano ilustrado avezado en el republicanis-
mo y la trascendencia civil. Un individuo de coloraciones kantianas al cual se le exige que no
actúe únicamente como un miembro útil de su sociedad nacional, sino que demuestre su valía
sobre todo de la especie racional (Sloterdijk 2010: 67), que dedique su vida al imperio de la
razón. Una vez que Houellebecq delimita el problema del humanismo ¿hasta qué punto se
arriesga en su propuesta?

La sociedad organizada bajo la lógica de supermercado, se expande a territorios novedosos de


la vida que desbordan la propia acción transaccional. Tanto a nivel erótico, como amoroso o
profesional, la despersonalización, la variabilidad, la flexibilización intelectual y emocional es
requerida y valorada. La lógica de supermercado se torna principio hermenéutico y organiza-
dor de la cotidianeidad actual, tal como lo explica la investigadora argentina Paula Sibilia:

“En el nuevo capitalismo de superproducción y marketing, afianzado más fuertemente en el


consumo y en los flujos financieros que en la producción propiamente industrial, saberes y po-
deres se entrelazan íntimamente con toda una serie de prácticas, discursos y placeres que re-
fuerzan tanto su eficacia como su legitimidad sociopolítica” (Sibilia 2013: 158).
Frente a esta disposición del capitalismo moderno Houellebecq antepone la literatura y, de
modo más excelso, la poesía. La literatura puede absorber los peligros del mundo:

“Mucho más relacionados con la aceleración de las percepciones y de las sensaciones que ca-
racteriza a la lógica del hipermercado. (…) La literatura se opone con todas sus fuerzas (que
eran grandes) a la noción de actualidad permanente, de presente continuo. Los libros piden
lectores; pero estos lectores deben tener una existencia individual y estable: no pueden ser me-
ros consumidores, meros fantasmas; deben ser también, de alguna manera, sujetos” (Houelle-
becq 2011c: 37).
En Poesía, el libro que compila sus cuatro poemarios (Sobrevivir, El sentido de la lucha, La
búsqueda de la felicidad y Renacimiento), Houellebecq se deja intoxicar por los mismos ma-
les que su obra literaria, y arriba a las mismas resoluciones respecto de la interioridad: “Creed
en la estructura. Creed también en la métrica antigua. La versificación es una poderosa herra-
mienta de liberación de la vida interior” (Houellebecq 2012: 17).

El mundo como supermercado


El mundo como supermercado encuadra dentro de lo que ‘Bifo’ denomina semiocapitalismo,
Sloterdijk sociedades postliterarias, y Deleuze sociedades de control. Si la anatomopolítica y
la biopolítica foucaultiana componen el cuerpo en tanto individuo y en tanto especie; las so-

341
ciedades de control articulan una noopolítica. Para pensar la modulación en las sociedades de
control –este término deleuziano, aunque también foucaultiano, tal como lo desarrolla en el
segundo volumen de Historia de la sexualidad– el filósofo italiano Maurizio Lazzarato inclu-
ye dos conceptos desarrollados por el sociólogo Gabriel Tarde en el siglo XIX: público y ac-
ción a distancia.

Tarde, ante el desarrollo de los medios masivos de comunicación, vaticina que el grupo social
del futuro no sería la masa, la clase o la población sino el público; “el público es una masa
dispersa donde la influencia de los espíritus de unos donde otros se convierte en una acción a
distancia” (Lazzarato 2006: 92). Así como las técnicas biopolíticas se dirigían a la vida bioló-
gica, las técnicas de control se dirigen a la vida mnemónica. Aquí virtualidad y tiempo son los
campos de acción de las técnicas de control. Memoria y atención son las fuerzas movilizadas
por la cooperación de los cerebros y capturadas por las nuevas instituciones: opinión pública,
percepción colectiva e inteligencia colectiva, entre otras.

Si la anatomopolítica y la biopolítica foucaultiana componen el cuerpo en tanto individuo y en


tanto especie; las sociedades de control articulan una noopolítica. Lazzarato denomina noopo-
lítica a las nuevas relaciones de poder que toman como objeto las fuerzas movilizadas por la
cooperación de los cerebros y capturadas por las nuevas instituciones: memoria y atención.
Con matices, cada uno de estos autores da cuenta de una forma de mundo, en expansión desde
mediados del siglo XX, que desafía el concepto de hombre tal como fuera concebido por bue-
na parte de los saberes y prácticas dominantes hasta ese momento.

No obstante, a diferencia de sus contemporáneos más innovadores del campo académico eu-
ropeo, y frente al ascenso de una valoración posthumana, fraguada al calor de la revolución
informática y sus implicaciones en los campos de saber y de poder, Houellebecq recrea –de
un modo particular que desarrollaremos– postulados del humanismo en dos sentidos. Por un
lado, condensa su confianza en el hombre a partir de valores coligados a lo femenino1, y por
otro, piensa la inmortalidad genética como una salida posible para este atolladero existencial
(Las partículas elementales, Lanzarote y La posibilidad de una isla2). Sin embargo, frente a
la intervención técnica antepone la fe en las posibilidades formativas del canon cultural y su-

1
Los valores femeninos clásicos (están) impregnados de altruismo, amor, compasión, fidelidad y dulzura.
Aunque ahora nos reímos de esos valores, hay que decir claramente que son valores civilizados superiores, y que
su desaparición total sería una tragedia (Houellebecq, 2000, 105).
2
La posibilidad de una isla es la historia de Daniel, famoso por sus monólogos cáusticos en los que mezcla la
provocación con una visión fría y cruel de la existencia. El protagonista narra los últimos años de su vida, sus
relaciones sexuales y amorosas con Isabelle y con Esther, y su contacto con una secta cuyos miembros aseguran
que el ser humano alcanzará la inmortalidad.

342
pedita la conformación identitaria de los clones a procesos psicológicos superiores (lecto-
escritura).

Aquí interesa la lectura de las biotecnologías ligadas al modelo literario de transmisión cultu-
ral pues renueva los títulos “sujeto” y “objeto” de la metafísica occidental y obtura indagar en
el nuevo estado de agregación del lenguaje y la escritura que la cultura tecnológica está pro-
duciendo y que poco tiene en común con las interpretaciones tradicionales de la religión, la
metafísica y el humanismo (Sloterdijk 2001: 20). El estudio del relato de vida como dispositi-
vo de conformación identitaria reintroduce la necesidad de transmisión de la cultura epistolar
del humanismo y emparenta a Houellebecq con el ideario de la educación moderna “emer-
giendo una vez más el espejismo de que son los hermeneutas y no los ingenieros los que en
última instancia hacen la historia” (Sloterdijk 2004: 54).

Houellebecq alerta que en la construcción de la identidad del clon hay algo del orden de lo
humano que se escamotea, que necesita constituirse de un modo que excede a la información
informada e informante. A partir de La posibilidad, en donde desarrolla lo bosquejado en
Lanzarote y Las partículas elementales, Houellebecq advierte que no se puede instituir la
“personalidad” del clon mediante transferencia del contenido de la memoria a un soporte
intermedio y luego ser reinyectado en el cerebro de un nuevo clon. Desmarca a la mente hu-
mana de la pura información por medio de referencias a los teoremas de incompletitud de
Kart Gödel y a la concepción triádica del signo en C. S. Pierce. Lo principal es que, para sub-
jetivar al clon, Houellebecq instituye como principal prótesis de rememoración el relato de
vida. El estudio de esta autobiografía por parte del clon funda una identidad propia, un sí-
mismo diferente del original, a la vez que tiende un puente diacrónico con su historia. De esta
forma se genera una relación en el tiempo entre Daniel y sus reencarnaciones, una tradición
que selecciona y denomina, que transmite y preserva.

En estas tensiones reside el interés en Houellebecq, pues acreditan los límites de nuestro
tiempo para pensar fenómenos culturales híbridos compuestos por un componente espiritual y
otro material –en que el principio de información transita entre pensamiento y cosas, como un
tercer valor entre el polo de la reflexión y el polo de la cosa, entre el espíritu y la materia– sin
el instrumental del humanismo. La indagación propuesta para las siguientes páginas abordará
la variaciones de lo humano en las sociedades contemporáneas desde la perspectiva provista
por Houellebecq, pero atentos a la invitación de Sloterdijk de realizar una ontoantropología
que tenga la urgencia de “contar la historia de la hominización en un estilo polivalente, supe-
rior a las primitivas antítesis” (Sloterdijk 2011: 101).

343
Sociedad postliteraria
En Reglas para el parque humano, Sloterdijk (1999) historiza la constitución hermenéutica y
epistolográfica del humanismo, al tiempo que alerta sobre las imposibilidades explicativas del
pensamiento político y filosófico moderno. El fracaso del proceso de crianza de sujetos ilus-
trados, la crisis de la razón como forma de entender el mundo, se vincula con la puesta en
discusión del proyecto humanista. En un sentido amplio, Sloterdijk da cuenta de que la capa-
cidad del humanismo para hacer amigos a través del texto mediante un circuito de envío,
recepción y descifrado de mensajes escritos, era el principal procedimiento (antropotécnico)
para hacer emerger al hombre. Este humanismo, esta inmensa sociedad literaria, que se re-
monta a los intercambios entre griegos y romanos en la Antigüedad, con el advenimiento de
los Estados nacionales se vuelve pragmático y programático, y el modelo literario se amplía
hasta convertirse en la norma de la sociedad política (Sloterdijk 1999). Como señala Margari-
ta Martínez (2010: 27) Reglas para el parque humano cuestiona las intenciones del humanis-
mo, y coloca en el centro el canon y la domesticación; los relaciona, y de dicha relación, teji-
da a través del Sócrates de El político, asume la actualidad de la noción de rebaño en la cons-
titución político-social moderna.

Una de las polémicas que desató esta conferencia, fue la aversión contra el concepto de crian-
za cuando se aplica a la esfera humana. Pero resulta evidente que conceptos de este tenor –
sobre todo la tríada educar, domesticar, criar– forman parte de una tradición filosófica o di-
dáctica desde Platón hasta Nietzsche. A la vista de la situación actual de la biotécnica, Sloter-
dijk reintroduce esta tendencia heterodoxa, sepultada mayormente por un humanismo de
orientación literaria (Sloterdijk 2004: 53). En diálogo con Carta sobre el humanismo, piensa
la noción de hombre y sus nuevos rasgos al amparo de la intervención en sus rasgos biológi-
cos y coincide con Heidegger en que hay que realizar un diagnóstico más profundo respecto
del mundo del hombre moderno: que mostró su rostro más terrible en los multiples genocidios
del siglo XX. Reglas más que fantasear sobre la crianza humana, intenta reflexionar sobre la
posibilidad explicativa del humanismo. La tesis es clara: la evolución del Homo sapiens cons-
tituye un camino biológico singular que desemboca en un ser vivo cultural. Un ser vivo en el
que también “acontecen, dentro de una situación cultural, determinaciones biológicas ininte-
rrumpidas: un suceso determinado de modo natural e inconsciente en su mayor parte que, en
el futuro, contará con la posibilidad de contribuciones realizadas de forma consciente” (Slo-
terdijk 2004: 61).

344
Las creencias compartidas, el pasado en común, la lengua, la religión, aquello que conforma
el canon cultural, son puestas en jaque en la sociedad de consumo, donde no hay lugar para el
moldeado a través de lecturas formadoras. Las sociedades modernas no pueden ser entendidas
bajo el punto de vista de una síntesis conformada mediante información o a la luz de comuni-
dades de valor y estructuras de sentido distribuidas por canales políticos y morales. La socie-
dad política pasa a vertebrarse a través del sistema de medios masivos de comunicación como
conjuntos dispuestos a autoestresarse. Toda posibilidad comunitaria pasa por el ecosistema de
los medios masivos de comunicación que modificó la forma de ser con el otro. Sloterdijk sos-
tiene que tal es la potencia educativa indirecta de los mass media y las nuevas tecnologías de
la información como medios desinhibitorios y que la escuela poco tiene que hacer frente a
ellos. Sólo marginalmente “las síntesis políticas y culturales de las modernas sociedades de
masas pueden ser producidas hoy (…) a través de medios literarios, epistolares y humanísti-
cos” (Sloterdijk 1999).

Frente a fenómenos que no se dejan clasificar por la distinción metafísica, el humanismo se


torna en el fundamentalismo de nuestra cultura, la religión política del hombre occidental glo-
balizado, una actitud que se jacta tanto de su bondad y perspicacia que se deleita al verse imi-
tada por doquier (Sloterdijk 2004: 115). Cuando Heidegger muestra que el hombre tiene a su
cargo el espacio del ente donde se siembre la pregunta por el Ser, se convierte en un ontólogo
de la inhospitalidad del hombre en su propia casa. Esto es lo que “lamenta” Heidegger, que el
hombre olvide que la pregunta por el Ser implica que la errancia [Irre] histórica no ha alcan-
zado su fin, sino que se ha transformado en una época definida por tensiones y amenazas aún
más violentas: a partir del hombre se dan acontecimientos tan explosivos como la Guerra
Mundial y la explotación total de la tierra y lo viviente en aras de la producción, el comercio y
el consumo. Los hombres continúan una dinámica orientada a incrementar el poder y reforzar
el engranaje técnico [Ge-stell] con otros medios. Esta antropología oscura y escéptica respec-
to del hombre, para Sloterdijk (2004: 116), va a contrapelo de los hombres modernos por
cuanto la Modernidad se presenta a sí misma como un proyecto de la razón científica y técni-
ca que sólo tiene sentido si el hombre puede hacer uso de su propia fuerza de manera benigna
e inteligente. Recusación heideggeriana al humanismo: no es el hombre el elemento esencial;
es el ser, más bien, la dimensión extática de la ex-sistencia humana.

Metafísica clásica
En El hombre operable, Sloterdijk muestra cómo en el humanismo se despliega una metafísi-
ca clásica basada en la combinación de una ontología monovalente (el Ser es/el no-Ser no es)

345
y una lógica bivalente (verdadero/falso) (Sloterdijk 2001: 22). Esta metafísica, volcada sobre
los dualismos de la Antigüedad retomados por el humanismo (cuerpo/alma, forma/materia,
res cogitans/res extensa) se encuentra inhibida de dar cuenta de fenómenos culturales híbri-
dos conformados por un componente espiritual y otro material, como la industria genética y
las nuevas tecnologías. Con el ascenso de la frase “hay información” el humanismo encontra-
ría su límite en la falta de alternativas para problematizar un mundo en el cual lo natural en
oposición a lo artificial se encuentra desplazado. Ante la noción de materia informada, con
transferencia del principio de información a la esfera de la naturaleza, se barren estas oposi-
ciones binarias. Ya no es posible encontrar nada del orden de la cosa en la materia. En la es-
tructura de lo viviente, representada por los genes, se encuentra “la forma pura de la informa-
ción informada e informante: los genes no son más que órdenes para la síntesis de moléculas
proteicas” (Sloterdijk 2001: 23).

La dote de voz propia de la naturaleza torna innecesaria la figura de un amo, de una alotecno-
logía que la provoque a decir algo diverso a la información que porta. La homeotecnología,
neologismo creado por Sloterdijk, sería la técnica acorde al actual desarrollo de las ciencias,
donde las “tecnologías inteligentes producen la forma de operatividad no-dominante” produ-
ciendo un quiebre en las nociones de interioridad y exterioridad. Esta tecnología abriría la
posibilidad de los hombres a cambiarse a sí mismos autotecnológicamente, liberando a la hu-
manidad de aquella “realeza experta (en) seleccionar y cruzar a los hombres” (Sloterdijk
1999) en pos del control de sus impulsos desinhibitorios y terciando hombre con naturaleza –
esa hipermáquina que se construye a sí misma– desde la intensificación de una intervención
técnica. Un nuevo ecosistema que habilita una vez más la posibilidad de preguntarse por el
hombre, ese producto que sólo puede ser entendido examinando analíticamente sus métodos y
relaciones de producción (Sloterdijk 2011: 100).

Es por ello que Sloterdijk dialoga con las figuras implementadas por Heidegger de casa
[Haus], pastor [Hirt] y claro [Lichtung], y, con los conceptos de técnica, verdad y errancia.
La divergencia de Sloterdijk con el gran maestro de la filosofía del siglo XX, es la necesidad
de –tal como lo desarrolla en Sin salvación, Tras las huellas de Heidegger– poner entre pa-
réntesis el rechazo heideggeriano de la antropología y su creencia en el divorcio total entre
ciencia y filosofía. De esta forma rescata la reinterpretación que Heidegger hace de la existen-
cia en una ontoantropología.

Es pertinente señalar brevemente el problema de la verdad y la técnica en relación con el (la)


errar (errancia) en Heidegger, pues se filtran en el pensamiento de Sloterdijk y resultan claves

346
para entender la configuración entre ontología y antropología propuesta por este último. Co-
mo es sabido, el problema de la verdad cursa gran parte de la producción filosófica de Hei-
degger, pero se intensifica en el pensamiento posterior a la finalización de la Segunda Guerra.
En De la esencia de la verdad y El origen de la obra de arte, Heidegger diferencia la idea de
verdad de las concepciones corrientes (platónicas) asociadas a lo real. En ellas lo irreal es
tenido en cuenta como lo contrario de lo real. Sin embargo, Heidegger problematiza el olvido
del hombre de la esencia de la verdad3 e invita preguntarnos por ella. Este preguntar se des-
embaraza de concebirla como experiencia práctica de la vida, como reflexión técnica o políti-
ca. Al preguntar por la esencia de la verdad desprende el concepto de verdad del conocimien-
to científico –en la actualidad único método valorado socialmente para hablar en términos
verdaderos– y lo reintroduce como propiedad del Ser –dentro del campo ontológico de la ver-
dad– y no sólo como un componente lógico, científico/racional. Hay que pensar la verdad en
el sentido de la esencia de lo verdadero, señala Heidegger (2002: 63). Para ello introduce el
vocablo griego ἀλήθεια (alétehia), como desocultación (desvelamiento) del ente, mientras que
el ocultamiento del ente en su totalidad nunca se implanta posteriormente como consecuencia
del conocimiento del ente, que es siempre fragmentario.

Heidegger ve en el desocultar no una propiedad de las cosas ni de las proposiciones sino un


acontecimiento. La desocultación implica una fuga, un ocultarse; por ello la verdad que acon-
tece en el claro del bosque es también no-verdad en la medida en que apunta hacia aquello
que se escamotea. La verdad heideggeriana no implica falsedad, sino que lleva la marca in-
trínseca de su contrario. La alétheia como Lichtung (iluminación, claro) no referencia a la
cosa, ni a sus propiedades, sino que alude al espacio discursivo y extradiscursivo en el que las
cosas pueden llegar a ser las cosas que son, con sus propiedades y características o modos de
ser (Casado 2013: 10).

Aquí se torna importante volver sobre la visión que Heidegger tenía del desarrollo técnico de
su época, y que se resume en el olvido del misterio que insume el desvelamiento; mientas que
en contraposición se arraigaba la primacía de una provocación destinada a exponer a la natu-
raleza y al hombre mismo como un constante: el crecimiento de los medios artificiales, el
ascenso de una técnica provocante destinada a imponer un develamiento que hostiga a la natu-
raleza. Lo que Heidegger designa con el nombre de Ge-Stell (engranaje técnico, armazón,
estructura de emplazamiento) es lo que Ernst Jünger entendía por ‘movilización total’ [totale

3
Como ha olvidado la pregunta por el Ser. Ser y verdad por ahora cuentan con estatutos ontológicos diferentes.
Aunque el Ser puede ser entendido como la parte velada del Ser.

347
Mobilmachung], este proceso por el cual el ente es sometido en su totalidad a la voluntad del
hombre por medio de la técnica. Esto es una especie de contracara de una técnica poética des-
tinada a develar la esencia de las cosas, a una forma de acceder a los fenómenos, de abrir el
mundo, donde “verdad significa un cobijar que despeja [lichtendes Bergen], como rasgo fun-
damental del Ser (…) esto significa que deja que cobre presencia [wessen] la coincidencia
entre conocimiento y ente. La proposición no es dialéctica” (Heidegger 1968: 82). La huma-
nidad no deja que impere la ocultación de lo oculto, “y completa su ‘mundo’ a partir de sus
necesidades y lo llena con sus proyectos y planes” (Heidegger 1968: 77). El hombre se toma a
sí mismo como medida para todo ente, lo cual torna equivocada la medida.

En este punto, Reglas para el parque humano es una discusión acerca del sentido del claro
[Lichtung]; Sloterdijk busca pensar contra Heidegger –apoyándose en Nietzsche y Platón– en
qué medida en el claro tiene lugar algo más que un mero y quieto descubrimiento del mundo
como mundo. Y si es factible la propuesta heideggeriana de que los hombres se contengan y
recojan más de lo que hayan hecho jamás. Frente a las metáforas pastorales de Heidegger –en
las cuales el hombre se encuentra en el claro con sus manos vacías, un pastor alerta desarma-
do junto al rebaño– Sloterdijk rescata en múltiples textos que el hombre siempre tiene piedras
y las sucesoras de las piedras en sus manos. Este discurso de los pastores es predominante-
mente ético desde el momento en que pide, exige, una forma particular de contención, reco-
gimiento, modestia, escucha, preparación… exige virtudes ontológicas.

¿Qué hacen los pastores heideggerianos? se pregunta Sloterdijk en El sol y la muerte. Están
despiertos, contribuyen a que el mundo pueda ser mundo, y nada más. A estas indicaciones
procedentes de la sabiduría, Sloterdijk añade una observación que modifica su imagen idílica
de vigilancia: en el claro no moran sólo pastores silenciosos y vigilantes, sino también los
pastores inquietantes vinculados al nomadismo ganadero. Mientras que Heidegger permanece
ligado a la semántica campesina y cristiana del buen pastor, Sloterdijk se permite recordar la
imagen del pastor nómada y de los pastores malos e inquietantes: carnívoros criadores de ga-
nado que no sólo guardan sus rebaños, sino que también los vigilan y dirigen su reproducción
a gran escala.

El incremento de la tecnificación de la vida humana contemporánea es evidente; sin embargo,


no es una novedad, pues lo artificial está presente en lo humano desde el comienzo. De hecho,
es un artificio aquello que posibilitó lo humano. El claro y la hominización son dos expresio-
nes de lo mismo. El claro es para Sloterdijk el resultado de la historia del lanzar, golpear y
cortar con piedras más que un descubrimiento del lenguaje; y por ello, no cabe pensarlo medi-

348
tativamente a la manera heideggeriana. La “casa del Ser” en la que el hombre sería invitado a
vivir no sólo se construyó merced a la fuerza clarificadora de los signos. Antes de aparecer el
lenguaje fueron los gestos distanciadores del circunmundo de tipo contundente (litotécnicas)
los que produjeron y aseguraron la incubadora humana (Sloterdijk 2011: 123).

Para Sloterdijk, perspectiva que desarrolla puntillosamente en su proyecto Esferas, el hombre


no puede darse en la mera naturaleza, sino que se ha constituido en prototécnicas espontáneas
y en convivencia con cosas y animales. A diferencia de la propuesta heideggeriana, en que el
hombre está arrojado en el mundo, Sloterdijk ubica al hombre que emergió de un proceso de
hominización prehumano en una situación de arrojo tecnógena. El claro es histórico (historia
de la técnica) y no simplemente esencial (el lenguaje es una casa entre otras casas). Heidegger
–tal como entiende Sloterdijk– hace emerger lo humano de lo animal por medio de una “al-
quimia ontológica” mediante la cual los primates se segregaron y acercaron a los dioses, ale-
jando al hombre de los animales, pobres en mundo, reducidos a sus mundos circundantes y sin
lenguaje (Sloterdijk 2011: 105). La doctrina de Heidegger del ser-en-el-mundo, advierte Slo-
terdijk, continúa arraigada en una metafísica tradicional que traslada la posición de Dios al
hombre: es el hombre, o el ser-ahí, del que se dice que en torno a él todo se convierte en mun-
do. Todo se convierte en mundo en torno al hombre no por una disposición divina –sentencia
literariamente Sloterdijk– no porque él mismo sea un dios empírico, como sugieren los idea-
listas, sino “porque su posicionalidad es monstruosa y porque la capacidad del hombre para la
verdad se revela como su dote más inquietante y peligrosa. Lo ontológicamente monstruoso
consiste en que, en torno a un ser no divino, todo se convierte en mundo” (Sloterdijk 2011:
108). Los hombres no pueden esquivar lo monstruoso, pues se han vuelto técnicos de lo
monstruoso.

Entonces acontece que el humano es el cooperador del claro en tanto técnico, en tanto produc-
tor. Si para Heidegger la técnica es entendida en un sentido netamente ontológico –analiza y
describe las relaciones entre el Ser y la técnica, la verdad y la técnica–, para Sloterdijk es cru-
cial reflexionar sobre las relaciones entre el hombre y la técnica, la historia, la cultura y la
técnica en el proceso de hominización. Por ello se sirve de los conocimientos de la antropolo-
gía y las ciencias biológicas en un sentido amplio. Lo cual le permite pensar las tecnologías
inteligentes contemporáneas sin la plomada humanista y señalar la emergencia de una forma
de operatividad no-dominante que no puede desear nada totalmente diferente de lo que “las
cosas mismas” son o pueden llegar a ser de propio acuerdo (Sloterdijk 2001: 26). La materia
entendida como materia comunicante deja de ser “materia prima” (materia basta).

349
El pensamiento de Peter Sloterdijk construye esta imagen de las homeotecnologías y su víncu-
lo con la materia informada e informante como una posibilidad de superación de cualquier
añoranza esclavista sobre la materia y los hombres: “sólo se puede encontrar materias primas
allí donde sujetos bastos –los humanistas y otros egoístas, digámoslo claramente– les aplican
tecnologías bastas” (2001: 26). Sloterdijk discute la idea de errancia de Heidegger, no en tér-
minos de falsedad ideológica, sino que alerta que el crecimiento del conocimiento y de la téc-
nica no puede ser interpretado en las sociedades actuales en los términos agrarios (¿metafísi-
cos?) impulsados por Heidegger:

“Mientras que en el mundo alotecnológico, sujetos-amos podían todavía controlar a las mate-
rias primas, dentro del mundo homeotecnológico se está volviendo gradualmente imposible
para los amos bastos ejercer poder sobre los materiales más refinados. Asimismo, los contex-
tos enormemente condensados del mundored no reciben ya favorablemente los in-puts del
amo: aquí tan sólo puede expandirse exitosamente aquello que convierte a otros innumerables
en beneficiarios de innovaciones. Si estos potenciales de civilización se establecieran por sí
mismos, entonces la era homeotecnológica se caracterizaría por una reducción del espacio de
la errancia, mientras que crecería el espacio para la satisfacción y vínculos positivos. Las bio-
tecnologías y las nootecnologías nutren, por su propia naturaleza, a un sujeto refinado, coope-
rativo, y con tendencia a jugar consigo mismo” (Sloterdijk 2001: 27).
Si se sigue a Sloterdijk, se puede entender que el pensamiento del Ser no da espacio para
comprender el acto constitutivo de la modernidad y que es el nuevo reparto de la subjetividad
entre hombres y cosas. Si la cultura clásica occidental se basaba en la diferencia entre suje-
to/objeto, alma/cosa, la modernidad cimbró (definitivamente) estas delimitaciones. Según
plantea Sloterdijk en La época (criminal) de lo monstruoso, el caso Heidegger es útil para
avizorar una actitud respecto de la técnica (y el arte) –donde sus obras son hijas de la nada, y
a lo sumo hermanastras de lo verdaderamente ente– que representa gran parte del pensamiento
clásico que pervive en las sociedades actuales:

“…quien quiera leer la historia del arte y de la técnica como historia del ser sólo puede obser-
var por doquier (…) perecimientos: olvido del ser, fin de la historia del arte concebido como
sustancia, caída de la humanidad en lo imposible, formas multimediales para almas muertas”
(Sloterdijk 2011: 252).

Naturaleza humana
Tanto Normas para el parque humano, con la lectura de la educación como técnica domesti-
cadora y la preconización del concepto de cría, así como también El hombre operable –y su
puesta en suspenso de lo humano con el ascenso de la materia informada e informante– gene-
raron en Alemania (por motivos históricos evidentes) un caluroso debate sobre el avance de la
técnica genética. Peter Sloterdijk encontró su principal antagonista en la figura de Jürguen

350
Habermas, quien frente al avance de la técnica genética elaboró una defensa de los argumen-
tos morales como resguarda de la autocomprensión de la especie humana.

En El futuro de la naturaleza humana despliega un pensamiento circunscripto por Kierke-


gaard y la ética de ser sí mismo, la idea de dignidad humana en Kant y su propia teoría de la
acción comunicativa con el objetivo de alertar sobre el avance de la genética, pues desvanece
la frontera de lo que somos y la dotación orgánica que nos damos. Frente a esta evanescencia
entre lo “crecido” y lo “hecho” técnicamente, entre lo orgánico y lo sintético, señala que “urge
preguntarse si la tecnificación de la naturaleza humana modificará la autocomprensión ética
de la especie de manera que ya no podamos vernos como seres vivos éticamente libres y mo-
ralmente iguales, orientados a normas y razones” (Habermas 2002: 59-60). La respuesta tiene
para él un claro sentido afirmativo.

Al ponerse a disposición un proceso contingente de fecundación cuya consecuencia es una


combinación imprevisible de dos secuencias cromosómicas se interrumpe el azar de la gesta-
ción para dar lugar al diseño de lo humano. Habermas ve en el posible dominio sobre lo con-
tingente de la gestación un quiebre, un atentado contra la autocomprensión de la especie, pues
el sometimiento del individuo manipulado a “cosa” rompe con la plena autoría de la propia
biografía. En los clones y/o neohumanos, genéticamente diseñados, se daría una disminución
de la autonomía personal respecto de los humanos que se reconocen mutuamente.

La apuesta habermasiana es el diálogo por sobre el monólogo genetista que determina la es-
pecie. Y por la adecuación de la propia voluntad a lo deseable como ley general. En este pun-
to, y en relación con el diseño genético de la humanidad, la persona programada no se en-
cuentra en una posición diferente de la engendrada naturalmente, los reparos morales se cier-
nen sobre la coartación de la libertad para elegir una vida propia. Pues, si bien existirán jóve-
nes que acepten el diseño brindado, también habrá quienes lo rechacen.

Aquí Habermas señala la necesidad de una argumentación moral, ya que ve en esos niños
futuros una imposibilidad de revelarse, pues cuando se provoca una fijación genética no se
abre el espacio comunicativo, a diferencia de lo que sucede en los destinos por socialización,
en que “los procesos de socialización sólo se dan en la acción comunicativa y despliegan su
fuerza formativa en un medio de procesos de entendimiento y decisiones” (2002: 85). El niño
siempre puede impugnar la intención socializante del padre, señala Habermas, los adolescen-
tes conservan una oportunidad de responder y liberarse retroactivamente de ella: “equilibrar
retrospectivamente la asimetría de la dependencia infantil y liberarse, mediante un repaso crí-

351
tico de su génesis, de los procesos de socialización que limitan su libertad” (Habermas 2002:
85-86).

El diseño genético imposibilita al adolescente, que examina retrospectivamente la interven-


ción prenatal, un proceso de aprendizaje revisionario:

“la dependencia del destino de socialización es sin duda de otro tipo a la del destino genético:
la persona en crecimiento puede, llegado el caso, «alejarse» de la casa paterna y «romper» con
estas tradiciones, mientras que no deja de estar sometido en cierta manera a sus genes” (Ha-
bermas 2006: 10).

Conclusiones
Houellebecq despliega una mirada ampulosa y lineal de la sociedad de la información. La isla
de Houellebecq, ese espacio donde clones y terriers moran apaciblemente, es la apoteosis de
una sociedad en que las posibilidades de ser con el otro se tornan insostenibles. En este senti-
do, La posibilidad es un trabajo de indagación sobre la conformación identitaria al interior de
una sociedad que no se conforma necesariamente bajo el modelo político de la modernidad. El
contrapunto entre el relato autobiográfico de los últimos años de vida del personaje Daniel1 y
el estudio de este relato de vida son el sustrato material que habilita la identidad de los clones
futuros.

Los Daniel del futuro no necesitan más que sales minerales y mensajes binarios para reprodu-
cirse o sustentarse. Salvo por un pequeño detalle. La posibilidad de transmisión de la memoria
queda fuera de cualquier upload mnémico o posibilidad antropotécnica. El estudio del relato
de vida se instituye como principal prótesis de rememoración. Funda así una identidad, un sí-
mismo diferente del original, a la vez que tiende un puente diacrónico con la historia personal.
De esta forma se genera una relación en el tiempo entre Daniel y sus reencarnaciones, una
tradición que selecciona y denomina, que transmite y preserva. El relato de vida, esta autobio-
grafía que atraviesa el tiempo y relaciona a Daniel con cada una de sus actualizaciones, pone
en juego la transmisión de una herencia, de un pasado cultural que habilita la familiaridad y la
posibilidad de rebeldía (que Daniel25 salga de su espacio acondicionado). Pues, en un sentido
que recuerda Arendt, implica la libertad del donatario de hacer con ella algo distinto. En La
posibilidad de una isla, y tal como sostiene Habermas, las nuevas generaciones equilibran
retrospectivamente la asimetría de la dependencia infantil y se liberan, mediante un repaso
crítico de su génesis, de los procesos de socialización que limitan su libertad. Bajo la lógica
de la transmisión, que en el clon se subsume a duplicación genética, meditación sobre el rela-
to de vida del predecesor y redacción del comentario, se articula el pasado con el presente y
se proyecta futuro.

352
Hasta aquí la ficción de una existencia indolente sostiene la ilusión identitaria de los clones,
quienes para constituir un-si-mismo, necesitan fundar un afuera. Para ello se valen de lo hu-
mano de manera doble: por un lado, como oposición a los salvajes que vagan en las inmedia-
ciones y, por el otro, mediante el estudio de la autobiografía del primigenio Daniel, de su “re-
lato de vida”. La exclusión de lo humano, en el desprecio a los salvajes, y la inclusión, en el
estudio del “relato de vida”, opera como síntoma, como señal de un desequilibrio que lejos de
dar cuenta de elementos que pueden ser superados en una síntesis posterior, funciona como su
elemento constitutivo. Así se conjura el peligro de lo social. Pero, otra vez, el humanismo que
se echa por la puerta se cuela por la ventana, cerrándose la chance para la autocomprensión
por medio de la intervención genética.

La obra literaria de Houellebecq pone en evidencia el malestar que produce el retroceso de la


narrativa humanista en las sociedades actuales y elabora un acertado diagnóstico de la angus-
tia imperante. Aunque como en todas las formas de pensamiento tradicionales coincide en
abrigar una especie de sospecha de nihilismo contra los artefactos. Los productos de la técnica
y de la imagen son considerados formas de ser deficientes. Dentro de la tradición del pensa-
miento del ser, representado por las formas elevadas de la metafísica occidental, el malestar
que causa lo artificial es una sólida constante:

“Expresa la circunstancia de que un lenguaje del ser no puede enunciar lo que son las máqui-
nas, los sistemas de signos y las obras de arte “en su naturaleza”. Pues su naturaleza parece
consistir en romper con aquello que típicamente es naturaleza. Porque todo lo que es obra pre-
tende negar el ser sustancial mediante la representación y complementarlo con invenciones
añadidas” (Sloterdijk 2011: 250).
Como los hombres motivados por la metafísica, Houellebecq se relaciona con lo extenso im-
poniendo una división entre subjetivo y objetivo: colocan el alma, lo propiamente humano de
un lado, y la cosa, el mecanismo y lo inhumano, en el otro. Bajo este mecanismo lo artificial y
lo humano quedan enfrentados. Esta confrontación es producto de una clasificación que erige
a la persona como lo verdadero por sobre lo técnico artificioso. La “histeria antitecnológica”
que denuncia Sloterdijk en El hombre operable es la reacción del humanismo frente al mundo
de la técnica. Servicio, sumisión, esclavitud, son las palabras que circunscriben los discursos
que alertan sobre el peligro que sucinta el desvanecimiento de la frontera entre lo que somos y
la dotación orgánica que nos damos. Como si lo que fuésemos fuera otra cosa que aquello que
nos damos técnicamente. La existencia se da en mundos tecnologizados en los que las máqui-
nas clásicas y cibernéticas son determinantes para moldear nuestra existencia. Somos en la
técnica y por medio de una técnica, “los resentimientos antitécnicos –sentencia Sloterdijk– no
alcanzan más allá de la formación de subculturas, que los superados pueblan con sus típicas

353
mistificaciones; éstos padecen la doble moral, que ninguna terapia puede tratar, consistente en
pensar pretécnicamente y vivir técnicamente” (Sloterdijk 2011: 238).

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354
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355
Notas sobre la vigilancia en Facebook1
Martina Lassalle (UBA – IDAES)

Introducción

Una mutación en las tecnologías del poder y, en efecto, una nueva economía general del po-
der. Cambios en la esfera de la producción, también cambios culturales muy profundos.
Transformaciones en el mercado laboral, y además en el modo de concebir el trabajo. Un
nuevo proceso de valorización del capital. Una explosión tecnológica con el ascenso especta-
cular de Internet y de las tecnologías digitales como su manifestación exponencial. Nuevos
espacios para la comunicación que adquieren masividad: redes sociales, blogs, foros… Estos,
y tantos otros cambios, son los que comienzan a delinear una nueva etapa en el capitalismo
que se abre hacia finales de la década del ’70. Una reestructuración profunda, una mutación
en el modo de producción capitalista. Dejamos atrás las sociedades disciplinarias que prota-
gonizaron casi la totalidad del siglo XX para entrar en la era de la seguridad, en la era del con-
trol. Las tecnologías disciplinarias ceden su lugar central a las tecnologías biopolíticas que se
constituirán como la configuración dominante del presente. Un nuevo tipo de poder, nuevos
dispositivos, nuevos objetos, nuevos procesos de subjetivación, pero también nuevas posibili-
dades y nuevas formas de resistencia.

En este marco, la presente ponencia intentará re-pensar la cuestión de la vigilancia en uno de


los tantos dispositivos de poder que operan en nuestras actuales sociedades de control: la red
social Facebook.

Hacia una sociedad de los controlados

Sociedad de Control es el nombre que, recuperando los aportes foucaultianos, Deleuze (1999)
asigna a este nuevo período que comienza a re-estructurarse hacia mediados de los años ’70
luego de una mutación en el sistema capitalista. La sociedad de control se caracterizará por la
prevalencia de una tecnología del poder que ya no será la disciplinaria, aquella tecnología que
predominó en nuestras sociedades durante la mayor parte del siglo XX. Será la tecnología
biopolítica la que se volverá dominante en la actualidad. Según Foucault (2006), esta tecnolo-
gía de poder data de fines del siglo XVIII, y no tendrá como correlato un poder, o mejor va-

1
La presente ponencia es parte del avance de un trabajo que vengo realizando como becaria CIN bajo la
dirección de Emilio Cafassi. Éste se propone analizar la red social Facebook como un dispositivo de seguridad
propio de las actuales sociedades de control.
rios poderes, que se ejerzan disciplinariamente de manera minuciosa sobre los cuerpos indivi-
duales, encerrandos, concentrandos, aislando un determinado espacio y controlando de mane-
ra sistemática el tiempo, preocupación central de la tecnología anátomo-política surgida hacia
finales del siglo XVII y predominante hasta hace sólo algunas décadas. Tampoco tendrá como
correlato un poder que actúe sobre el detalle, descomponiendo de manera analítica cada acto
para luego componerlo de modo tal que esa nueva fuerza sea más que la simple suma de sus
partes (Foucault, 2012).

En cambio, será un poder que ya no tendrá el cuerpo individual como blanco, y con ello como
objeto de saber, sino que se ejercerá sobre el conjunto de la población, más específicamente,
se encargará de gestionar las poblaciones2 en espacios abiertos y ya no más en espacios com-
pletamente cerrados. El problema no será ya el de la distribución en un espacio cerrado, sino
el de organizar la circulación de esas poblaciones en espacios abiertos para que así puedan
maximizarse los efectos positivos y minimizarse lo más posible los riegos o las consecuencias
no deseadas (Foucault, 2006). Ese será entonces el problema central de la biopolítica: el de
actuar sobre el medio, sobre ese espacio fabricado y organizado por los distintos dispositivos
biopolíticos o de seguridad, espacio en el cual se despliegan una serie de acontecimientos
(Foucault, 2006). Entonces, como ya se mencionó, la población, el cuerpo colectivo, emergerá
como objeto de conocimiento y blanco de poder, y se constituirá, en ese mismo movimiento,
como sujeto político sobre el cual se deberá intervenir.

La técnica biopolítica procurará así actuar sobre la vida de las poblaciones, tanto sobre sus
procesos biológicos, así como sobre sus procesos espirituales. Y en esta gestión, control e
intervención, lo que se buscará no será prohibir, anular o suprimir, sino que por el contrario la
lógica de la seguridad, de la biopolítica, estará vinculada al dejar pasar, dejar fluir, dejar que
las cosas pasen, claro que siempre dentro de ciertos márgenes que se suponen como tolera-
bles. Claramente, esto último comporta una gran ligazón con la doctrina del liberalismo.3 La
tecnología biopolítica, el gobierno de las poblaciones, trabaja de manera probabilística, la
estadística es su herramienta por excelencia puesto que pretende actuar fundamentalmente
sobre el futuro. Todo lo anterior cobra sentido siempre que recordemos que para Foucault,
pero también para Tarde (2011), para Deleuze y Guattari (1997) y para Lazzarato (2006), el
porvenir no puede ser jamás controlable completamente. No se trata ya de suprimir aquellos

2
Aquí, la población no es entendida por Foucault como un conjunto de sujetos de derecho, es decir desde un
punto de vista jurídico. La población será un conjunto de procesos, tanto biológicos como espirituales, que es
preciso controlar.
3
Para ampliar sobre el liberalismo como marco general de la tecnología biopolítica se recomienda ver Botta, F. y
Yannoulas, M. (2011). Algunos apuntes sobre la biopolítica. Hipertextos, 1(1), pp. 91-114.

358
efectos no deseados, ni tampoco de aislarlos. En cambio, se trabajará siempre entre márgenes
que van desde máximos a mínimos, desde el grado de lo tolerable al de lo no tolerable; el cero
absoluto no tiene lugar en el marco del ejercicio de estos poderes reguladores de las poblacio-
nes.

De este modo, las tecnologías biopolíticas, con todas las características que ya fueron resalta-
das, y cuya emergencia es detectada por Foucault hacia finales del siglo XVIII, se generaliza-
rán, se volverán la matriz dominante, junto con la reestructuración del capitalismo a la que
asistimos hacia finales del siglo XX. Deleuze (1999), y también Hardt y Negri (2002), reco-
gen los desarrollos foucaultianos y sostienen que las sociedades gobernadas disciplinariamen-
te están siendo reemplazadas por las sociedades de los controlados donde la biopolítica, la
seguridad, es la tecnología de ejercicio del poder que se vuelve dominante. Entonces, siguien-
do los desarrollos precedentes, llamaremos sociedades de control o de seguridad a las actuales
sociedades que comenzaron a reconfigurarse hacia finales del siglo XX. Y diremos también
que en ellas operan una serie de dispositivos de poder que llamaremos dispositivos de seguri-
dad o de control, para así diferenciarlos de otros dispositivos de poder característicos de, por
ejemplo, las sociedades disciplinarias.

Ahora bien, una aclaración es importante. Si bien es la tecnología biopolítica la que se vuelve
predominante, de ningún modo podríamos afirmar que las técnicas disciplinarias desaparez-
can por completo; son, por el contrario, incorporadas, rearticuladas, absorbidas en las emer-
gentes sociedades de control. Sociedades en las que, según Hardt y Negri, los mecanismos de
comando se vuelven completamente inmanentes al campo social, distribuyéndose a través de
los cuerpos y de las mentes de los sujetos. Si durante la mayor parte del siglo XX, durante la
modernidad, las disciplinas operaban en lugares cerrados y fabricados artificialmente, ahora,
en la era posmoderna, en las sociedades de control, estos poderes reguladores operarán por
fuera de esas instituciones cerradas; lo harán a través de redes flexibles y continuamente fluc-
tuantes (Hardt y Negri, 2002). Entonces, si bien la tecnología biopolítica surge hacia finales
del siglo XVIII, será recién hacia finales del siglo XX que se volverá predominante. La biopo-
lítica podrá desarrollarse con plenitud en las sociedades de control donde podrá invadir por
completo el conjunto del cuerpo social desarrollado en su virtualidad (Hardt y Negri, 2002).

Y es durante la posmodernidad, durante la era del Imperio, del control biopolítico, en térmi-
nos de Hardt y Negri, o en las sociedades de seguridad para utilizar un término foucaultiano,
que el poder adquiere una singularidad que lo diferenciará del poder disciplinario, poder que
operaba fundamentalmente en espacios cerrados y creados artificialmente. Estos espacios es-

359
tán en crisis desde mediados de la década del ’70 nos dirá Deleuze; la biopolítica penetrará
ahora cada surco del cuerpo social, cada grieta que se creía inasequible. Son ahora esos espa-
cios hacia donde el poder se dirige; un poder que fluye sin cesar por todos lados y todo el
tiempo. De ahí esa inmanencia creciente que lo caracteriza. Ahora bien, muchas veces se fes-
teja la crisis de la sociedad disciplinaria en favor de una sociedad más libre, con mayores po-
sibilidades. Subjetividades que ahora pueden circular libremente por todo el espacio, subjeti-
vidades bastante alejadas de esos espacios cerrados y poco flexibles. Un régimen aparente-
mente más dócil y más tolerable respecto de un pasado no tan lejano. Sin embargo, estamos
seguros de que:

“[…] no cabe comparar para decidir cuál de los dos regímenes es más duro o más tolerable, ya
que tanto las liberaciones como las sumisiones han de ser afrontadas en cada uno de ellos a su
modo. […] No hay lugar para el temor ni para la esperanza, sólo cabe buscar nuevas armas.”
(Deleuze, 1999: 277, 278).
Estamos frente a una mutación en la economía general del poder, frente a la emergencia de
una economía general del poder sustancialmente distinta a la que predominó en nuestras so-
ciedades durante el siglo XX. Más flexible, más permisiva, pero de ningún modo menos efi-
caz.

Facebook (FB) como dispositivo de seguridad.

Referirnos a Facebook (desde ahora FB) como dispositivo de seguridad implica una serie de
cuestiones que es necesario precisar. En primer lugar, y aunque resulte obvio, que funciona
como un dispositivo de poder entre tantos otros que operan en nuestras sociedades de control.
Y la noción de poder a la que aquí aludimos es central para comprender qué es lo que efecti-
vamente implica decir que FB es un dispositivo de poder. No aludimos a aquella tan difundida
concepción jurídica o formal del poder. En cambio, y tal como Foucault (1982) lo desarrolló,
el poder no es para nosotros algo que se pueda poseer, ya sea que hablemos de una clase so-
cial en particular o incluso del Estado mismo.

Tampoco hablaremos de un Poder supremo localizado en un lugar específico, sino que, por el
contrario, sostendremos que el campo social estará minado de múltiples poderes, de múltiples
formas de sujeción, formas locales y regionales de poder que son siempre heterogéneas y que
operan según su propia lógica de funcionamiento, a través de mecanismos y de técnicas (Fou-
cault, 1982). Y esos poderes serán concebidos en su dimensión positiva. Esto es: apartándo-
nos de la visión que circula normalmente y que asocia el poder a la prohibición, a la represión,

360
sostendremos, junto con Foucault (1982), que el poder es siempre productivo, produce más de
lo que prohíbe; produce subjetividades, produce discursos de verdad, saberes, prácticas. Si
omitiéramos la dimensión productiva del poder, no podríamos explicar múltiples fenómenos
de la realidad social; ciertamente, sería imposible pensar FB como un dispositivo de poder
puesto que, como veremos más adelante, la prohibición o la represión no es precisamente su
característica distintiva. Entonces, al hablar de poder hacemos referencia a una multiplicidad
de relaciones de fuerza que invaden el campo social en su totalidad, que involucran luchas y
resistencias una y cada vez. Una proliferación continua de poderes en todo el campo social en
el cual se ejercen en el mismo momento en que lo van constituyendo, y no una superestructura
por sobre el resto de las relaciones que serían las relaciones materiales o reales; omnipresen-
cia del poder dirá Foucault, no porque pueda agruparlo todo, volverse invencible, sino porque
se produce a cada instante, en cada relación de un punto a otro, viene de todas partes (Fou-
cault, 2014).

La clave está en ver cómo se ejerce, mediante qué técnicas y bajo qué estrategias está operan-
do en cada momento histórico particular. Y puesto que para Foucault el poder es algo que se
ejerce, algo que se expresa en un complejo juego de relaciones, y no una propiedad, no es
posible pensar al poder como omniabarcador, como totalizador; esto es, el poder implica
siempre una serie de resistencias que existen en el campo mismo de las relaciones de poder.4

La segunda cuestión a precisar cuando afirmamos que FB es un dispositivo de seguridad es


que es un dispositivo que funciona en nuestras sociedades, en las llamadas sociedades de con-
trol, y no, por ejemplo, en las sociedades disciplinarias del siglo XX. Y esto no sólo porque
FB no existía en ese entonces. Podría ocurrir que cualquier otro dispositivo existiese tiempo
antes pero que funcionara de manera disciplinaria, siguiendo otra lógica y una estrategia de
poder distinta a la que caracteriza las sociedades de control. 5 Es siempre importante remarcar
la estrategia de poder bajo la que está funcionando un dispositivo, cualquiera sea. Aquí bus-

4
Es preciso remarcar que existen múltiples debates en torno al lugar que Foucault le asigna a la resistencia. Si
bien es cierto que en el primer tomo de Historia de la Sexualidad afirma que todo poder implica siempre una
serie de resistencias, lo cierto es que el papel de éstas no ocupa en su obra un lugar de gran centralidad. Para
ampliar, véase Deleuze, G. (1995). Deseo y Placer. Barcelona: Archipiélago. Cuadernos de crítica de la Cultura,
y Cacciari, M.; Contesta, V.; Fine, B.; Lecourt, D.; y otros. (1993). Disparen sobre Foucault. Buenos Aires: El
cielo por asalto.
5
Cabe hacer referencia a “Vigilar y Castigar” donde Foucault (2012) explica que la prisión había existido en
Francia algún tiempo antes a su generalización como método de castigo en el siglo XVIII. Sin embargo, cuando
se propone estudiarla como el dispositivo disciplinario por excelencia, reconoce que allí está funcionando dentro
de una estrategia de poder distinta a la etapa anterior, en el marco de una nueva economía general de poder: la
disciplina.

361
camos resaltar que FB funciona como dispositivo de poder en las actuales sociedades de con-
trol, y por ello, bajo una estrategia de poder particular.

‘Circulación’ es un concepto clave para pensar el dispositivo de seguridad. Lejos de encerrar,


o de procurar arquitecturar un espacio, éste opera en un espacio abierto donde lo central será
regular, organizar la circulación. Se trata entonces de que tanto las cosas como las personas
circulen, fluyan, se muevan, hagan, creen, deseen… Todo este movimiento, este fluir constan-
te, es central para comprender el modo en que funcionan los dispositivos de seguridad en
nuestras sociedades. Como afirma Foucault (2006), la libertad, en el sentido moderno del tér-
mino, es el correlato para la introducción del dispositivo de seguridad. ¿Existe actualmente
algún lugar donde nos sintamos más libres que cuando navegamos la red, que cuando pode-
mos expresar todo lo que sentimos o mostrar lo que deseamos en FB?

FB, y también otras de las llamadas Web 2.0, se presentan como espacios democráticos y,
fundamentalmente participativos e interactivos. FB se constituye como una red horizontal de
comunicación interactiva que permite una conexión entre lo local y lo global en cualquier
circunstancia (Castels, 2009). Los contenidos son autogenerados, la emisión es autodirigida y
la recepción autoseleccionada por aquellos que se comunican en ese espacio. Como afirma
Petersen (2008), los productores son a la vez consumidores en este tipo de redes, son prosu-
midores que efectivamente están dispersos por todo el mundo.

Cada uno de los usuarios, esa gran comunidad de usuarios de FB, no lo utiliza de manera pa-
siva en absoluto. Por el contrario, son los grandes protagonistas de esta red social quienes
mueven, hacen circular el contenido por distintas plataformas. Simultáneamente, van deli-
neando sus propios perfiles, sus propias identidades: sus preferencias en cuanto a la música,
sus amigos, los lugares que les gusta visitar, los libros que leen, la ropa que usan. Y así po-
dríamos enumerar tanta más información y contenidos que los usuarios comparten en FB. Es
que efectivamente, lo que allí se promueve es la libre circulación de las ideas, de las opinio-
nes, de los miedos, las angustias, logros y fracasos personales. La Declaración de Derechos y
Responsabilidades de FB, la que puede encontrarse en su página principal, tiene su origen en
una serie de principios que rigen FB, principios que ellos mismos declaran como propios y
fundantes.6 Varios de ellos hacen hincapié tanto en la libertad de los usuarios para realizar
diversas tareas así como en la fluidez de información y de contenidos. El primero de estos
principios refiere a la libertad de los usuarios para compartir y conectarse: “Las personas de-

6
Recuperado de https://www.facebook.com/principles.php

362
ben disfrutar de la libertad de compartir cualquier información que deseen, a través de cual-
quier medio y formato, y tener el derecho de poder conectarse en línea con otros (personas,
organizaciones o servicios)” (Facebook, Principios de Facebook). Otros de ellos refieren al
libre flujo de información:

“Las personas deben tener libertad de acceso a toda la información que otros pongan a su dis-
posición. Las personas también deben disponer de las herramientas prácticas para que compar-
tir la información y acceder a ella resulte más fácil, rápido y eficaz” (Facebook, Principios de
Facebook).
Como puede verse, FB propicia que la información, los contenidos, e incluso las personas
circulen libremente, proporcionando herramientas que resulten prácticas y simples de usar.
‘Un mundo’ se denomina el último, pero no menos importante, de los principios de FB: “El
servicio de Facebook debe traspasar las barreras nacionales y geográficas y estar disponible
para todo el mundo” (Facebook, Principios de Facebook). Circulación, desplazamiento, flui-
dez a través de una red que se extiende cada vez más, una red que se hace cada vez más global
y que utiliza como escudo la diversidad que afirma fomentar.

Ahora bien, como explicó Foucault (2006) en ‘Seguridad, Territorio, Población’, los despla-
zamientos, intercambios y contactos que estos dispositivos propician, y de hecho incitan a que
ocurran, no tienen que ver con una lógica irracional que permite que las cosas y las personas
se muevan para cualquier sitio. Si bien estamos frente a una tecnología de poder más permisi-
va que la disciplinaria, que no encierra ni intenta ajustar cada acto a una norma estricta e ina-
movible, lo cierto es que estos flujos –tanto de información, como de cosas y personas– están
regulados, controlados, y lo que se busca es maximizar los efectos positivos y reducir los ries-
gos lo más posible, siempre sabiendo que será imposible su supresión total (Foucault, 2006).

“[…] no se trata de un puro nomadismo errático. En el reverso del dejar hacer hay todo un
juego de las probabilidades y los límites, un abanico de saberes, con índices y estadísticas, que
establecen puntos deseables, límites tolerables y barreras más allá de las cuales ya no se podrá
pasar” (Botta y Yannoulas, 2011: 103).
En FB ocurre precisamente esto: si bien las herramientas que se nos proveen como usuarios
son múltiples y variadas, eficaces y fáciles de usar, no sería posible afirmar que podemos ha-
cer cualquier cosa. En las Condiciones de Servicio que presenta FB en su página principal7, se
encuentran ciertas aclaraciones acerca de los límites de los que no se podrá pasar. Allí puede
verse que hay cierto contenido que es aceptable, y otro que no será tolerado.

7
Recuperado de https://www.facebook.com/legal/terms

363
Por ejemplo, no serán toleradas las conductas que intenten subir virus o códigos maliciosos a
FB, tampoco aquellos contenidos con un lenguaje que incite a la violencia ni que lleve a con-
ductas autodestructivas. No se admitirán imágenes que exhiban desnudos ni tampoco la circu-
lación de pornografía. Es llamativo que al lado de cada conducta que se explicita como no
aceptada, se encuentran frases tales como ‘Permitimos que nuestros usuarios se expresen li-
bremente, siempre que…’ o ‘Respetamos el derecho a compartir contenido personal, pero…’.
Un juego constante entre la permisividad, la libertad de la que los usuarios gozan, y los lími-
tes de los que ya no se podrá pasar. Y el espacio de esta permisividad es amplio, se presenta
como un espacio entre máximos y mínimos donde lo aceptable se puede encontrar en todo ese
espectro. Es decir, no hay sólo una conducta aceptable, sino múltiples dentro de un rango de-
finido. Las Normas Comunitarias que presenta FB muestran con claridad a lo que referimos:

“Nuestra comunidad de usuarios es muy diversa; por ello, es posible que algo que te resulte
desagradable no infrinja ninguna de nuestras normas y no pueda ser eliminado ni bloqueado.
Por esta razón ofrecemos a los usuarios la posibilidad de controlar qué ven en Facebook. Si
quieres, puedes ocultar a las personas, páginas o aplicaciones que te parecen ofensivas o rom-
per tu conexión con ellas sin que se les notifique”8 (Facebook, Normas Comunitarias).
Sin embargo, que efectivamente existan límites, barreras que determinen lo tolerable, no sig-
nifica que el dispositivo de seguridad reglamente todo e intente ajustar las conductas a una
norma, tal como ocurría con el dispositivo disciplinario. Claro que se pretende regular y con-
trolar, pero de un modo muy distinto a como lo hacía la disciplina. Ni control hasta el más
mínimo detalle que ajuste cada acto a una norma, ni tampoco anarquía absoluta de los usua-
rios. La seguridad busca que la circulación, que el desplazamiento, se dé de un modo determi-
nado; como vimos, desde FB se determina, por ejemplo, qué contenidos y qué información
puede circular y de qué manera.

En relación a la centralidad que adquiere el constante movimiento, el fluir, el desplazamiento


en estos dispositivos, y en FB en particular tal como ya hemos mencionado, la cuestión en
torno a la vigilancia se vuelve un problema relevante.

¿Un Panóptico Digital?

La problemática en torno a la ‘vigilancia’ en FB ocupa un lugar importante tanto en diversos


análisis académicos como en el sentido común. Se habla en general de un Panóptico Digital
que funciona a través de la Web, y en las redes sociales particularmente. Ahora bien, afirmar

8
Recuperado de https://www.facebook.com/communitystandards

364
que a través de FB nos vigilan pareciera no ser muy cuestionable en principio, sin embargo, es
preciso problematizar dicha afirmación.

Como explicó con tanta claridad y consistencia Foucault (2012) en ‘Vigilar y Castigar’, la
vigilancia fue uno de los tres instrumentos centrales de los que se sirvió la disciplina para en-
cauzar la conducta de los individuos, para fabricar sujetos útiles y dóciles. 9 Esta vigilancia se
ejerce como una maquinaria, como un aparato de observación, de registro y encauzamiento de
la conducta; es una mirada calculada que busca captar hasta el mínimo detalle de la conducta
de cada individuo para lograr, junto con el resto de los instrumentos disciplinarios, ajustar la
conducta del individuo a una norma.10

Es la figura arquitectónica del panóptico ideada por Bentham en el siglo XVIII, y generaliza-
da como modelo de ejercicio del poder en las sociedades disciplinarias, la que permite que esa
mirada detallada, exhaustiva, se efectúe con plenitud. Panóptico, vigilancia, disciplinas, indi-
viduos útiles y dóciles (y podríamos seguir) no pueden pensarse de manera aislada; ellos se
presentan como un conjunto dentro de una tecnología de poder específica. Ahora bien, en una
sociedad que está atravesada predominantemente por relaciones de poder biopolíticas, donde
el poder se ejerce fundamentalmente a través de dispositivos de seguridad, hablar de vigilan-
cia y de panóptico, aunque digital, puede resultar un tanto problemático.

Si aceptamos que a través de FB se ejerce efectivamente una vigilancia, será ésta una vigilan-
cia distinta a aquella característica de las sociedades disciplinarias. Tal como afirma Lyon
(1995), nuestras sociedades se caracterizan por una vigilancia electrónica, por una nueva vigi-
lancia que se vuelve más profunda y más extensiva que la vigilancia analizada por Foucault
(2012) para las sociedades disciplinarias. Claro que las transformaciones no son meramente
cuantitativas, sino que existe un cambio cualitativo muy importante. Aunque refiriéndose a la
nueva manera de vigilancia policial en Norte América, Marx G. (1988) sostiene que se dan
nuevos mecanismos de control social que trascienden la oscuridad, la distancia y las barreras
físicas. Es una vigilancia sustancialmente diferente puesto que se ejerce a través de otros dis-
positivos.

9
Los otros dos corresponden a la denominada sanción normalizadora que pone a la norma como centro del
pequeño mecanismo penal que funciona en los sistemas disciplinarios, y el examen, combinatoria de la
vigilancia y la sanción que normaliza (Foucault, 2012).
10
Podrían pensarse en los numerosos ejemplos que da Foucault (2012) para mostrar el modo a través del cual la
vigilancia observa y registra hasta el detalle más ínfimo de la conducta de los individuos. Por ejemplo, el niño en
la escuela es vigilado para que su puño se apoye de un modo determinado y que así su caligrafía se ajuste a los
parámetros normales. Entonces, el poder que se ejerce a través de la vigilancia es netamente físico, efectuado de
acuerdo a las leyes de la óptica y de la mecánica. Se sugiere ver Foucault, M. (2012). Los medios del buen
encauzamiento. En Vigilar y Castigar. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

365
Lo que ocurre en FB particularmente, no es una vigilancia exhaustiva de los individuos, de
hecho, y como ya veremos, el poder no se posa sobre individuos sino más bien sobre una de-
terminada población, sobre comunidades de usuarios. Lo que hay allí efectivamente es con-
trol, o, si se quiere, un tipo de vigilancia singular, y diferente a la disciplinaria; una vigilancia
que se ejerce ya no sobre individuos sino sobre un determinado público. La vigilancia en tér-
minos foucaultianos remite a un ejercicio disciplinario del poder; nuestras sociedades ya no lo
son, y los dispositivos que en ella operan funcionan bajo una estrategia de poder distinta.
Quienes utilizan FB no son vigilados para la imposición de un patrón uniforme de conducta,
son, en cambio, controlados, y, a diferencia de la vigilancia disciplinaria, el control no anula
la libertad de los movimientos, los incentiva, los propicia.

Las sociedades de seguridad no buscan imponer patrones de conducta universales, promue-


ven, como ya hemos visto, el movimiento, la creación, la diferencia. Entonces, de hablar de
vigilancia a través de FB, debemos tomar el recaudo de explicitar que es un nuevo tipo de
vigilancia respecto de aquella que minaba los espacios cerrados en las sociedades disciplina-
rias. Por su parte, Lyon habla de una datavigilancia que se encuentra difundida en nuestras
sociedades, incluso antes de la aparición de las tecnologías de la información.11 Sin duda, po-
dría afirmarse que en FB se ejerce una profunda datavigilancia. Ya veremos más adelante que
FB se atribuye el derecho de recopilar una gran cantidad de información sobre las comunida-
des de usuarios, información que se ordena en enormes bases de datos 12 que luego son vendi-
das a las empresas o incluso ofrecidas a los estados nacionales.

Ahora bien, lo que ocurre en FB no es sólo una datavigilancia, sino que también hay un con-
trol singular de los contenidos que allí circulan. Estos contenidos serán centrales puesto que
son la expresión de lo que el poder busca modular: los deseos, creencias, pensamientos, y
opiniones de las comunidades de usuarios. En este sentido, aquí optaremos por hablar de con-
trol en lugar de hablar de vigilancia; creemos que esta categoría da cuenta de un poder que

11
Lyon (1995) reconoce que las tecnologías de las información introducen importantes cambios en lo que a la
vigilancia respecta, sin embargo, sostiene que la vigilancia más exhaustiva de los datos y la construcción de
enormes bases de datos forma parte de un proceso que se venía gestando desde fines de los años ’70, aún antes
del ascenso de estas tecnologías. Los ficheros utilizados por el sistema penal en EE.UU. son un ejemplo de esta
tendencia que Lyon identifica ya hacia los ’70. Para ampliar, se sugiere ver Lyon, D. (1995). Nuevas tecnologías
de vigilancia. En El ojo electrónico. El auge de la sociedad de vigilancia. Madrid: Alianza Editorial.
12
Para un análisis de lo que ocurre con la construcción de bases de datos a partir de Facebook y otros sitios web,
y la manera en que operan, se sugiere la lectura de Bauman, Z. (1999). Guerras por el espacio: informe de una
carrera. En La globalización. Consecuencias humanas. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

366
efectivamente busca modular flujos más que vigilar conductas, de un poder que propicia el
desplazamiento, de un poder que controla pero dejando hacer.

Del mismo modo en que el concepto de vigilancia no puede ser traspolado directamente y sin
mediaciones para explicar lo que ocurre en FB, tampoco sería correcto afirmar sin previo aná-
lisis que éste funciona como un panóptico digital. Ya hemos mencionado más arriba que el
panóptico es la figura arquitectónica generalizada del modo de ejercicio del poder propio de
las sociedades disciplinarias. Esto es: este concepto excede ampliamente los distintos aspectos
que lo componen, tal como la certidumbre en la vigilancia, el funcionamiento automático del
poder o los regímenes de visibilidad. Todos estos aspectos, y tantos otros, funcionan dentro
del panóptico como modelo de ejercicio del poder; el panóptico es mucho más que un conjun-
to de características. Como dijimos, es un modo de ejercer el poder que difiere de la modali-
dad de ejercicio del poder actual.

El modelo panóptico sujeta los individuos, no propicia en absoluto el movimiento, el despla-


zamiento, como sí lo hacen los dispositivos de seguridad. Por el contrario, y como ya se men-
cionó, bajo el predominio de la lógica de seguridad, más que individuos vigilados, hay fun-
damentalmente poblaciones controladas. Más que vigilancia de conductas para la descompo-
sición más ínfima del acto y su posterior reconstrucción, hay predominantemente control de
los flujos de atención, modulación de las potencias creativas de las poblaciones. El soporte
del panóptico es siempre en última instancia el individuo, el individuo vigilado hasta el más
mínimo detalle en cada una de sus conductas. Como ya hemos comenzado a esbozar, ya no
estamos frente a individuos vigilados.

Por otro lado, es preciso mencionar que en un panóptico tanto la vigilancia como la mirada
son unidireccionales, del vigilante sobre los vigilados. En FB, sin duda, los usuarios son con-
trolados de manera unidireccional, de ningún modo podríamos sostener que la red social fun-
ciona completamente de forma horizontal, siempre hay un nodo central que posibilita ese con-
trol. Sin embargo, éste ya no es ejercido por un vigilante, ni tampoco por una multiplicidad de
vigilantes, de maestros, médicos u oficiales. Serán los Estados Nacionales, y más fuertemente
las grandes corporaciones las que controlarán de manera continua estas poblaciones.

Entonces, si bien en FB el control es ejercido efectivamente de manera unidireccional, la mi-


rada se constituirá como una mirada multidimensional. Ahora serán también las comunidades
de usuarios quienes podrán mirar, quienes podrán observar de manera continua. Aquí, la no-
ción de sinóptico que Bauman (1999) retoma de Mathiesen (1997) puede resultar muy intere-
sante siempre que pongamos en suspenso la idea de que los controlados se conviertan en vigi-
367
lantes.13 No lo desarrollaremos con exhaustividad aquí, pero lo cierto es que las comunidades
de usuarios se convierten en observadores de determinados grupos de ‘famosos’, tal como lo
explica Bauman. Es ésta la sociedad del espectáculo en la que FB no sólo está inserto, sino
que también en la que se constituye como un pilar fundamental; ¿quién no quiere ser amigo
de alguna persona conocida para así poder mirar todo, todo lo que sube a la red social? Desde
fotos, hasta videos, salidas con amigos e incluso opiniones sobre temas de actualidad y expre-
siones de deseo.

Sin embargo, no sería atinado afirmar que al convertirnos en observadores, nos convertimos,
en el mismo movimiento, en vigilantes o, mejor, en controladores. Lo que sí es cierto, y la
idea de sinóptico es útil para ello, es que el ejercicio del poder adquiere una dimensión de
globalidad que antes no tenía. Si bien el panóptico como modelo de ejercicio del poder disci-
plinario fue difundido en toda la sociedad, el panóptico funcionaba localmente, era un esta-
blecimiento local (Bauman, 1999). Ahora, el control a través de FB, y de toda la Web en ge-
neral, puede ser ejercido de manera global y no sólo localmente como sí ocurría con el panóp-
tico. A través de este dispositivo, y de tantos otros, el poder puede llegar a los surcos más pro-
fundos del cuerpo social, y logra también extenderse cada vez en mayor magnitud, trascen-
diendo todo tipo de fronteras.

Reflexiones finales

Hacia finales del siglo XX el capitalismo sufre una mutación, reconfigurándose de manera
profunda. Recuperando los aportes de Foucault (2006) y de Deleuze (1999), y con el objeto de
resaltar una transformación central que sufre el capitalismo, aquella que concierne al ejercicio
del poder, nos hemos referido a las sociedades actuales como Sociedades de Control o de Se-
guridad. Así, sostuvimos que en la presente etapa la tecnología biopolítica, surgida hacia fina-
les del siglo XVIII, se constituirá como la matriz dominante de ejercicio del poder. Ya no
estamos frente a un poder disciplinario que moldea cuerpos disciplinariamente, que fabrica
cuerpos útiles y dóciles, que ajusta individuos a una norma. Es un poder cuyo propósito es el
control, la regulación de las poblaciones consideradas tanto desde el punto de vista de sus
procesos biológicos así como en su dimensión de público, es decir, desde el punto de vista de
sus deseos, creencias, maneras de ser y de hacer, y de sus hábitos. Como en las sociedades
disciplinarias, el poder se ejercerá a través de diversos dispositivos.

13
Véase Bauman, Z. (1999). Guerras por el espacio: informe de una carrera. En La globalización.
Consecuencias humanas.. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

368
Hemos esbozado brevemente algunas características de la red social Facebook como uno de
esos dispositivos de poder propios de la actual etapa. Hemos visto también cómo la problema-
tización de los nexos que muchas veces parecen evidentes entre las sociedades disciplinarias y
las actuales sociedades de control se vuelve necesaria. El complejo vigilancia-panóptico es un
claro ejemplo de ello. Consideramos que en las actuales sociedades no podemos seguir ha-
blando de vigilancia, en el sentido foucaultiano del término, pero tampoco de panóptico. Op-
tamos por afirmar, en cambio, que FB controla las comunidades de usuarios, intentando in-
cluir en esta categoría la datavigilancia de la que Lyon habla, pero también el control y la
modulación de los flujos de deseos, creencias, y de atención expresados en parte en los conte-
nidos que allí circulan.

Lo mismo ocurre con la idea de panóptico digital, una idea muy seductora para pensar las
redes sociales a primera vista. Sin embargo, es claro que FB no funciona del mismo modo en
que lo hace la prisión, ni tampoco la escuela ni la fábrica. Hay allí una modalidad de ejercicio
del poder que difiere del poder disciplinario que se ejerce minuciosamente sobre los indivi-
duos. Panóptico y vigilancia no pueden ser pensados por fuera del ejercicio del poder discipli-
nario, son intrínsecas a su funcionamiento. Ahora bien, si el panóptico es la figura arquitectó-
nica por excelencia de las sociedades disciplinarias, podríamos preguntarnos cuál es la arqui-
tectura, si es que hay una, propia de las sociedades de seguridad.

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370
Diez preguntas a una posdata misteriosa. Sobre las sociedades de
control de Gilles Deleuze
Pablo Esteban Rodríguez (UBA – CONICET)

Asumimos que conocemos los contenidos mínimos de un texto por cierto mínimo como
“Posdata a las sociedades de control”, publicado por Gilles Deleuze hace 25 años en la revista
L’Autre Journal. Se trata de retratar la crisis de instituciones disciplinarias como “la instala-
ción progresiva y dispersa de un nuevo régimen de dominación” (Deleuze, 1999: 110; en ade-
lante PSC) a partir de algunos ejes: (1) la crisis del encierro como tecnología de poder; (2) el
ascenso irrefrenable del control electrónico y al aire libre; (3) la emergencia de nuevos proce-
sos de extracción de saber-poder como el marketing; (4) una nueva organización del trabajo
en la industria concomitante con el ascenso de la llamada “economía de los servicios”; (5) el
despliegue de una nueva etapa del capitalismo. En todo ello hay que ver la necesidad de ac-
tualizar el diagnóstico foucaultiano sobre las sociedades disciplinarias y su prolongación de
acuerdo a la teoría marxista: un nuevo proceso de extracción de plusvalía que correspondería
a un nuevo subpoder, empleando las palabras de Foucault en La verdad y las formas jurídicas.

1) ¿Por qué Gilles Deleuze habla de “sociedades de control”?

1.a) Deleuze toma el término control de las novelas de William Burroughs, en especial de la
trilogía conformada por la conocida Naked lunch, Nova Express y The Ticket that Explode.
Control no quiere decir, en esta atmósfera, lo que quiere decir para el propio Foucault al que
Deleuze quiere prolongar o directamente reescribir. Se refiere más bien a una situación en la
que la sujeción se produce por medio de drogas. Como dice el gran filósofo catalán Miguel
Morey, entre otras muchas cosas traductor de Foucault y de Deleuze:

“La mirada moral de Burroughs es la de un adicto lúcido. Y lo que ve a su alrededor es una


sociedad de adultos adictos al consumo, socializados tan sólo por el mercado y cuya energía
explosiva precisa de ser controlada con artefactos técnicos y estrategias político-mediáticas
cada vez más sofisticados. A ello alude el nombre de sociedad de control, a esa enajenación
fundamental” (Morey, 2005: s/p).
1.b) Deleuze afirma que Foucault había entrevisto la crisis de las sociedades disciplinarias.
Efectivamente, en una entrevista realizada en Japón en 1978, Foucault plantea que la anato-
mopolítica disciplinaria estaba en crisis, a tal punto que “estamos obligados a pensar el desa-
rrollo de una sociedad sin disciplina” (Foucault, 2001: 532-533, traducción nuestra). Por otro
lado, en una intervención en la Universidad de Vincennes, Foucault especificó cómo sería esa
sociedad con una precisión encomiable. Habría un “nuevo orden interior”, diferente al disci-
plinario, que sería expresión de una nueva forma de “control social” que contaría, entre sus
características, con la creación de “un sistema de información general” de extensiones inéditas
y con la constitución de “una serie de controles, coerciones e incitaciones que se realizan a
través de los mass media”. Esto permitiría “una cierta regulación espontánea que va a hacer
que el orden social se autoengendre” (Foucault, 1991: 165-166).

1.c) Sin embargo, y al mismo tiempo, una de las razones por las que Foucault veía una crisis
de la disciplina era su propio cambio de eje en cuanto al análisis de las relaciones de poder.
Así fue como concibió en sus cursos Seguridad, territorio y población (en adelante, STP) y en
Nacimiento de la biopolítica, entre 1977 y 1979, la figura de las sociedades de seguridad, que
se solaparían con las disciplinarias. Se trata, como se dijo antes, de un problema de objeto
pues la disciplina no parecía explicar el rumbo de poderes y cuerpos en las sociedades con-
temporáneas. Pero también es un problema de método: quizás tampoco haya servido para ex-
plicar cabalmente lo que ocurría antes, a la luz de los nuevos estudios de Foucault sobre la
biopolítica. En STP Foucault opone disciplina y seguridad. Primero, la disciplina es centrípe-
ta, porque “funciona aislando un espacio, determinando un segmento”, mientras que la segu-
ridad es centrífuga, dado que tiene “una tendencia constante a ampliarse”, a integrar sin cesar
nuevos elementos: “la producción, la psicología, los comportamientos, las maneras de actuar
de los productores, los compradores, los consumidores”, etc. Segundo, mientras la disciplina
reglamenta hasta los más mínimos detalles, la seguridad los utiliza para conocer mejor el ob-
jeto principal de la biopolítica, la población, y para ello necesita que los procesos se desarro-
llen sin restricciones, buscando la “ley natural” que los regula. Tercero, la consecuencia de
estas maneras de concebir al detalle es que la disciplina prescribe, pero la seguridad busca
regular, limitar, estimular o interrumpir los procesos sociales de acuerdo al principio de “dejar
hacer” (Foucault, 2006: 66-69). Si en Vigilar y castigar se puede leer que las luces de la Ilus-
tración “han descubierto las libertades” pero “inventaron también las disciplinas” (Foucault,
1996: 225), en Seguridad, territorio, población se escucha que la libertad no es algo denegado
en los hechos, sino producida por “las mutaciones y transformaciones de las tecnologías de
poder” (Foucault, 2006: 71), en la cual el par libertad-seguridad distribuye las formas de con-
ducta de los individuos.

372
1.d) Si la seguridad (Foucault) y el control (Deleuze) son diferentes de la disciplina es porque
tienen algunas cosas en común. Efectivamente, las sociedades de control se despliegan en
espacios abiertos a través de tendencias estadísticas y de flujos de información, que permiten
regular conductas, esto, estimularlas y limitarlas cuando sea necesario según un saber de tipo
naturalista respecto de lo social. Y es evidente que Deleuze no parece tener en mente ese Fou-
cault de los ’70, porque de lo contrario se hubiera referido a la cuestión de la seguridad y su
conexión con la biopolítica, la otra pata que la disciplina, como anatomopolítica, no cubre.
Hay sin embargo una diferencia considerable entre seguridad y control, con el riesgo (la fa-
mosa sociedad del riesgo de Ulrich Beck) como intermediario: la presencia de la información.
Foucault analiza discursos del siglo XVIII que conforman una tecnología liberal de gobierno
que culmina en el neoliberalismo. Deleuze le toma el pulso a la más estricta actualidad, y
comprueba allí que está presente el neoliberalismo. Pero lo que realmente impulsa a las socie-
dades de control, según los ejes descriptos al inicio, es la centralidad de la información, y co-
mo plantea en nuestro país Pablo de Marinis (1999: 6), hay que ver en el vocablo control una
inspiración claramente cibernética. De hecho, ya en el anexo de su libro sobre Foucault, De-
leuze sugiere que la información está en la base de una nueva episteme diferente de la moder-
na. Así, la fórmula podría ser: control=seguridad + información.

2) ¿Cuál es el lugar de la información en las sociedades de control?

2.a) En alguna medida lo que Deleuze plantea como sociedades de control se asemeja a lo que
en los ’70 y ’80 se denominaba sociedades posindustriales, con su conocido sanbenito: la in-
formación como insumo de una nueva matriz productiva, el reemplazo de una economía de
bienes por otra de servicios y la configuración de nuevos conflictos sociales y culturales a
partir de una crisis de los valores asociados, por ejemplo, al trabajo como esencia supuesta de
la actividad humana (ver al respecto las dos obras clásicas sobre el tema: las de Alain Tourai-
ne y Daniel Bell). Es más: los principales estudios sobre la sociedad de la información, por
ejemplo la trilogía de La era de la información de Manuel Castells, asumen como base a la
sociedad posindustrial. Nueva fórmula, pues: sociedades de control= sociedades posindustria-
les + información (aunque la información ya estaba presente, como se puede ver en Bell).
Deleuze aquí puede traer como un efecto de arrastre alguna tendencia al determinismo tecno-
lógico predominante en estos discursos, pero logra salir de ello gracias a mantenerse en la
senda foucaultiana. La pregunta es qué relaciones de poder se instauran, no qué nuevo modelo
emerge a partir de transformaciones estructurales. El capitalismo no es sólo un producto de

373
las leyes de la historia, sino también y sobre todo de las luchas que ocurren en ella. La des-
cripción de ciertos tipos sociales (la empresa que tiene un alma, los jóvenes que piden moti-
vación, los ministros que presentan reformas, los trabajadores que se flexibilizan íntimamen-
te) coloca a la era de la información en un plano estrictamente político, esto es, abierto a los
trasiegos de la historia. Si hay un programa en el texto de Deleuze, como dice su último pará-
grafo, si él mismo habla de “buscar nuevas armas”, se puede aceptar que la información cum-
ple un papel fundamental en las sociedades de control a condición de que será, al mismo
tiempo, uno de los terrenos en disputa, como ocurre con las batallas por los códigos abiertos
tanto en el software informático como en las investigaciones biomoleculares.

2.b) Por otro lado, el lector de la “Posdata” podrá hallar algunos términos curiosos como mo-
dulación y metaestabilidad. Ambos son conceptos tomados del filósofo francés Gilbert Si-
mondon (2015, 2013), muy influyente en Deleuze, quien además lo emplea en gran parte de
su obra. Modulación y transducción son para Simondon formas de concebir la noción de in-
formación, mientras que metaestabilidad es un tipo de estabilidad que se opone a lo que en-
tiende por ella el sentido común: lo que es estable es aquello que cambia bajo ciertas condi-
ciones pero que está en constante transformación, aún cuando sea imperceptible. Para Simon-
don todo es metaestable, y la constitución de las ciencias y tecnologías de la información por
parte de la cibernética representa la aparición de una teoría que lleva adelante esta afirmación.
Sin embargo, al mismo tiempo, información es para Simondon proceso de donación de forma,
in-formar, que es el paradigma de la actividad técnica desde Aristóteles. La oposición entre
moldeado (disciplina) y modulación (control) abre la obra principal de Simondon, La indivi-
duación. En el moldeado hay información a la vieja usanza; en la modulación ya hay infor-
mación “cibernética”, y es el mundo en el que nos movemos. Es un mundo metaestable pero
modulado, esto es, cuyo cambio está controlado en un punto de transformación que “regula”
los cambios de las estructuras dentro de ciertos regímenes. En el mundo de los moldes, por el
contrario, existe un cambio fundamental en el momento en que la materia adquiere la forma
del molde, pero luego queda así, moldeado. No cuesta ver, entonces, por qué Deleuze emplea
tantas imágenes de las formas (formación permanente, molde autodeformante) para distinguir
al control de la disciplina. En cierto sentido Simondon ayuda a entender la crítica que se reali-
za a sí mismo Foucault en STP respecto de la noción de norma: la disciplina podía normar,
esto es, hacer adaptar a alguien a una norma (moldeado); pero la seguridad (o el control)
mueve la norma, marca umbrales donde se despliega la actividad del sujeto, define rangos de
libertad para garantizar la seguridad (modulación). Aquí, una vez más, se puede entender que

374
el control sería seguridad más información. Pero también es posible comprender, como lo
hizo Simondon entre 1958 y 1962, esto es, justo cuando Foucault se está volviendo un autor
conocido, que en sí el problema de la información es ontológico y político y que debe ser pro-
blematizado y criticado. Es de notar que tan temprano como en 1953 Simondon le ofreció a
Foucault y a Althusser, entre otros, constituir un grupo de estudio sobre cibernética en la Éco-
le Normale Supérieure, pero sin éxito. Una pena, porque la cibernética alude al gobierno (ku-
bernetes, piloto) y bien podría haber constituido para Foucault, unos años más tarde, la base
de su análisis de la gubernamentalidad.

3) ¿Qué es lo dividual?

3.a) De la problemática de la información se deriva la conformación de lo que Deleuze deno-


mina lo dividual: “El lenguaje digital del control está hecho de cifras, que marcan el acceso a
la información, o el rechazo. Ya no nos encontramos ante el par masa-individuo. Los indivi-
duos se han convertido en “dividuales”, y las masas, en muestras, datos, mercados o bancos”
(PSC: 108). Según esta definición, lo dividual correspondería a la parte del individuo que
compone el mundo digital que se relaciona, a su vez, con los datos a nivel global, el rostro
digital de las masas. Alguna literatura especializada (Williams, 2005; Muir, 2012) sostiene
que lo dividual alude a la división de cada individuo dentro de sí mismo y de modo infinito
como información. El propio Deleuze juega con la oposición entre la fábrica que “constituía a
los individuos en cuerpos” y la empresa que a través de la motivación “opone a los individuos
entre ellos y atraviesa a cada uno, dividiéndolo en sí mismo” (PSC: 107).

3.b) Ahora bien, el término dividual había sido utilizado por Deleuze en otros escritos de una
manera algo diferente. En La imagen movimiento: “El afecto es indivisible y sin partes; pero
las combinaciones singulares que integra con otros afectos forman a su vez una cualidad indi-
visible, que no se dividirá más que cambiando de naturaleza («dividual»)” (Deleuze, 1984:
146). Un poco antes: en relación con la imagen en el cine de Serguei Eisenstein, se refiere a
“una nueva realidad que podríamos llamar lo dividual, uniendo directamente una reflexión
colectiva inmensa con las emociones particulares de cada individuo, expresando finalmente la
unidad de la potencia y la cualidad” (Deleuze, 1984, 137). Por último, en la meseta 11 sobre
el ritornelo de Mil mesetas (con Félix Guattari): “hace falta que una multitud esté plenamente
individuada, pero por individuaciones de grupo, que no se reducen a la individualidad de los
sujetos que la componen”, en donde estas individuaciones componen “lo Uno-Muchedumbre

375
o lo Dividual” en la medida en que se constituyen “no según las personas, sino según los afec-
tos que simultánea y sucesivamente experimenta(n)” (Deleuze, Guattari. 1994, p.345).

3.c) Siguiendo a la “Posdata”, entonces, lo dividual tiene una doble faz que bien podrían cons-
tituir una única moneda: por un lado, se trata del “lado digital” de los individuos; y por el otro
una figura propia de los modos de subjetivación que no pasa tanto por el cuerpo, sino por una
división interna del individuo. Siguiendo, en cambio, a sus otras obras, resulta que lo dividual
se opone tanto a lo individual como a colectivo en un nivel de existencia donde una división
provoca un cambio de naturaleza. ¿De eso se tratará lo digital? ¿Se pueden relacionar lo digi-
tal con la cuestión de los afectos, que también aparecen jugando un rol decisivo? Lo dividual
sería todo aquello que constituye a los individuos pero no en tanto que tales, sino en tanto que
suerte de dobles, o en todo caso partes de sí mismo que son compartidas por otras regiones
dividuales, relacionadas con individuos, y que a la vez son el resultado de una división en el
interior mismo de los individuos. Esto, sin dudas, requiere un desarrollo mayor, porque cons-
tituye un interrogante fundamental.

3.d) Por lo pronto, lo dividual, como modo de subjetivación del control, es el nombre de lo
que Deleuze denomina “una crisis de los interiores”. Las instituciones como la familia, las
instituciones de encierro, los sujetos, sufren un colapso de sus interiores y una apertura a sus
exteriores. Se trata sin dudas de un tema tratado con profundidad por el propio Simondon en
su teoría de la individuación, no en referencia a un proceso sociohistórico concreto como en
Deleuze, sino en relación con lo que la física, la biología y las ciencias sociales y humanas
consideran que es el nexo entre un interior y un exterior. De allí que se pueda decir que lo
dividual en Deleuze, a través de esta convergencia con Simondon, es el régimen de los indivi-
duos que dejan de serlo por expansión hacia el exterior: extimidad. Michael Hardt, en uno de
los primeros textos críticos sobre la “Posdata” deleuziana, llega a decir:

“El control es así una intensificación y una generalización de la disciplina, donde las fronteras
entre las instituciones han sido violadas, vueltas permeables, de tal suerte que ya no se distin-
gue el afuera del adentro. Se debe reconocer que los Aparatos ideológicos del Estado operan
así en la sociedad de control, y quizás más intensidad y flexibilidad de lo que jamás imaginó
Althusser” (Hardt, 2002: 159).
Es dudoso que el borramiento de los límites de adentro y afuera pueda ser homologado a una
extensión de la disciplina porque ella estaba consagrada a la creación de interiores: el encie-
rro. Y de haber aparatos ideológicos, algo más dudoso aún en la perspectiva de Foucault o
Deleuze, tampoco serán exclusivamente del Estado. De hecho, Deleuze señala que el Estado

376
se autodeforma para permitir la entrada de la empresa y el marketing como nuevos modos de
dominación.

4) ¿Cuál es el lugar del cuerpo en las sociedades de control?

4.a) De acuerdo a la cita anterior de la posdata, pareciera que lo dividual y lo corporal están
en veredas diferentes. Cuando propone en el final de la “Postdata” que habría que buscar
ejemplos del paso de la disciplina al control, se refiere entre otras cosas a:

“…la nueva medicina ‘sin médico ni enfermo’ que diferencia a los enfermos potenciales y las
personas de riesgo, que no muestra, como se suele decir, un progreso hacia la individualiza-
ción, sino que sustituye el cuerpo individual o digital por la cifra de una materia ‘dividual’ que
debe ser controlada” (p.110).
Esto es retomado por Paula Sibilia en el conocido El hombre post-orgánico, donde vincula la
lógica de las sociedades de control con la emergencia de un nuevo tipo de biopolítica respecto
de la clásicamente retratada por Foucault. Se trata de una biopolítica que ya no se centra ni en
la sangre, ni en la raza ni en el sexo, sino en el gen. El dispositivo genético se extiende hacia
una nueva forma de subjetivación centrada en los riesgos, en la posibilidad de una enfermedad
que no padecemos pero tenemos que actuar como si la tuviéramos, una curiosa gestión de lo
virtual cayendo ominosamente sobre lo real.

4.b) Igualmente, antes de que la anatomopolítica se deslice hacia una biopolítica y obligue así
a consideraciones adicionales que vendrán más adelante, cabría señalar que en las sociedades
de control los cuerpos siguen ahí, dividuales, pero ahí, más allá del terreno de la vida y de la
salud. En todo caso, la pregunta sería de qué modo los cuerpos son dividualizados, divididos y
cambiados de naturaleza, sobre todo si se pretende seguir la senda de Foucault, para quien el
cuerpo es una base fundamental de la teoría del poder. La disciplina había organizado una
microfísica de los cuerpos, de los soldados a los obreros, pasando por los estudiantes y los
locos. Esa microfísica procedía a una codificación con vistas a generar docilidad y sujeción a
la vez: el mejor ejemplo de ello es la organización científica del trabajo, primero taylorista y
después fordista. Ahora bien, si las sociedades de control consisten en el ascenso de la eco-
nomía de los servicios, si el propio Deleuze en el anexo de su Foucault plantea que el trabajo
industrial en sí ha sido transferido a las máquinas vía la información, lo que habría que estu-
diar es qué mecanismos de codificación informacionales se activan y en qué condiciones. La
cibernética, en efecto, experimentó exitosamente la transferencia de percepciones, inteleccio-
nes y quizás afecciones a las máquinas de información, mientras un conjunto de saberes an-

377
tropológicos y sociológicos cercanos a la cibernética (proxémica, kinésica, terapia sistémica,
interaccionismo simbólico) pretendían codificar los sentimientos en los espacios y los cuer-
pos: qué significa rascarse la nariz, cruzarse los brazos, un escritorio puesto contra una venta-
na o contra una pared, qué efecto genera tal color o tal otro en las personas en un espacio de-
terminado, cómo se sientan a la mesa un birmano y un español, cuál es la distancia mínima
entre los cuerpos que aceptan cada cultura, etc. Esta enumeración algo disparatada forma par-
te de los manuales de atención al cliente de cualquier empresa de servicios, que tratan de ven-
der y comprar sensaciones. Es también lo más evidente que se halla en cualquier café que nos
ofrece “experiencias” cuando se trata, lisa y llanamente, de un café. Para resumir, se trata de
una nueva organización científica del trabajo basada en la codificación de la expresión, y el
cuerpo es descompuesto y recompuesto según esquemas de comunicación así como antes lo
era en términos de producción.

4.c) Para resumir, entonces, el cuerpo y el espacio en las sociedades de control se encuentran
en varias líneas de tensión y quizás puntos de fuga. Lo dividual es una forma de pensar otro
cuerpo, ya no el material clásico, ordenado según el modelo del cuerpo-máquina, sino
dividido en sí mismo, doblado en algún dispositivo informacional. Y al mismo tiempo el
cuerpo material clásico es recodificado en términos de comunicación. Se trata de nuevos
procesos de abstracción que operan según un movimiento doble: desligar al cuerpo de la
ubicación o dirección “física” y volver a ligarlo en otra dirección o ubicación en un espacio
donde, esté donde esté, siempre está en el mismo lugar porque es localizado a través de
dispositivos móviles (celulares, GPS, etc.). Se podría decir, y echando de menos que no fuera
Deleuze el que pusiera esto en blanco sobre negro, que en las sociedades disciplinarias, el
cuerpo era la sede de la extracción de la energía para producir y de saber para vigilar y
también mejorar la producción. En las sociedades de control, el cuerpo pasa a ser la sede de
una emisión permanente de señales; no hay extracción sino modulación, y todo esto es posible
en la medida en que el eje ya no es la producción sino el consumo. Lo que está ocurriendo, de
a poco, es el paso de la anatomopolítica del cuerpo-máquina a la anatomopolítica del cuerpo-
señal, o del cuerpo-información.

5) ¿Cuál es el lugar de la empresa y del marketing en los procesos de dominación?

5.a)

“El servicio de venta se ha convertido en el centro o el “alma” de la empresa. Se nos enseña


que las empresas tienen un alma, lo cual es sin duda la noticia más terrorífica del mundo. El

378
marketing es ahora el instrumento del control social, y forma la raza impúdica de nuestros
amos. El control es a corto plazo y de rotación rápida, pero también continuo e ilimitado,
mientras que la disciplina era de larga duración, infinita y discontinua. El hombre ya no es el
hombre encerrado, sino el hombre endeudado”.
Maurizio Lazzarato ha escrito recientemente sobre el hombre endeudado, y más importante
aún es que logró retomar ciertos hilos dispersos en las sociedades de control. Por lo pronto,
resituar su fecha de nacimiento: no el día después de la Segunda Guerra Mundial, como plan-
tea Deleuze, sino un poco antes, década del ’30, o más atrás, cuando a fines del siglo XIX
Gabriel Tarde cae en la cuenta de que los grupos sociales del futuro serán unidos con “tecno-
logías de acción a distancia”. Una vez más aparece el tema de la comunicación, primero los
medios masivos y hoy los digitales. Ahora bien, las empresas con almas y las delicias del
marketing tienen una historia común. Entre los años ’20 y ’30 nacieron el marketing, la socio-
logía de la empresa y la teoría de la innovación. Una “vende humo”, sensaciones, experien-
cias, mundos posibles a partir de hechos de consumo, logra presentarse “como el concepto
mismo”, picoteándole el terreno a la filosofía (Deleuze, Guattari, 1997: 148); la otra busca
cuál es la mejor manera “cultural” de que los trabajadores rindan: los colores, los sonidos, los
ambientes, y ahí está la convergencia con los saberes de la interacción antes mencionados; la
tercera surgió en buena medida de la mano de Joseph Schumpeter para tratar de explicar cómo
generar novedades de manera controlada. Son tres haces de un mismo fenómeno, que es el de
crear la atmósfera de signos en los cuales se desarrollará la producción y el consumo sin los
esquemas disciplinarios. “Si las disciplinas moldeaban los cuerpos constituyendo hábitos
principalmente en la memoria corporal, las sociedades de control modulan los cerebros y
constituyen hábitos principalmente en la memoria espiritual” (Lazzarato, 2006: 100). Lazzara-
to propone, entonces, situar las sociedades de control bajo el término de noopolítica (conjunto
de las técnicas de control), que bien podría reemplazar al término anatomopolítica, a condi-
ción de no olvidar que esto no significa que los cuerpos hayan sido descartados como blanco
de los poderes.

5.b) Así como las empresas tienen un alma, las almas de las personas tienden a comprenderse
como empresas. Esto es lo que analizó Foucault en Nacimiento de la biopolítica cuando em-
prendió la arqueología del pensamiento neoliberal y de la teoría del capital humano. Quienes
más consistentemente han seguido esta vía de análisis han sido los llamados anglofoucaultia-
nos, bajo el paraguas de los tempranos estudios sobre la gubernamentalidad (De Marinis,
1999), y entre ellos, especialmente, Nikolas Rose (2012). Retomando las reflexiones de Fou-
cault sobre la relación entre biopolítica e imperativo de la salud, Rose observa que son los
individuos, o los dividuales, quienes se comportan como pequeñas empresas del cuidado de

379
sí. Este es uno de los rostros más evidentes de las sociedades de control: por un lado, la evi-
dente composición con un nuevo tipo de biopolítica, como se ha esbozado anteriormente; y
por otro, como lo señala repetidamente Deleuze, la emergencia de nuevos modos de subjeti-
vación que ya no confían en la tarea paciente y discontinua de las instituciones disciplinarias,
sino que hacen surfear a los individuos por olas cambiantes que ellos deben saber surcar con
elasticidad. Por lo tanto, no se trata simplemente de que la empresa reemplace a la fábrica en
las relaciones de producción, sino que emerge como parte de una nueva condición subjetiva.
La promoción contemporánea del emprendedorismo es un ejemplo de ello.

6) ¿Cómo sería hoy el “estudio sociotécnico” que pedía Deleuze y qué el apenas esboza-
ba?

6.a) ¿Cómo será vigilar y castigar hoy? Deleuze habla de un ordenador que construye una
“modulación universal”, de las tarjetas de crédito y poco más. Podía imaginar las cámaras de
seguridad, que ya comenzaban a instalarse. Pero sin dudas para dar cuenta de las fabulosas
novedades que trajeron estos 25 años, una vez más, habrá que recurrir en gran medida a auto-
res en inglés.: David Lyon, Mark Poster, Reg Whitaker, Gary Marx, Frank Webster y Kevin
Robbins. En ellos subyace la pregunta acerca de si la vigilancia contemporánea constituye una
intensificación, un quiebre o una simple continuación de lo que desarrolló Foucault. En la
medida en que el fenómeno de la vigilancia más palpable hoy en día es el de su multiplicación
tecnológica, se corre el riesgo de confundir el aspecto técnico con el aspecto social de la cues-
tión. Conviene recordar que la vigilancia para Foucault es un fenómeno a la vez individuali-
zador y masificante, omnes et singulatim, un aparato institucional dedicado a lograr el auto-
dominio del sujeto, y su sujeción, mientras se recaba todos los datos posibles que puedan ha-
cerlo entrar en otro régimen de visibilidad, el biopolítico. La gran novedad, tecnológica y sub-
jetiva, es que si lo dividual constituye un elemento central de los nuevos modos de subjetiva-
ción, se amplía considerablemente el espectro de la vigilancia. El caso de Facebook es el más
evidente. La exteriorización de todo aquello que constituía imaginariamente un interior ínti-
mo, privado, a través de un imperativo comunicacional donde se juegan afectos que se hallan
entre lo individual y lo colectivo –precisamente porque lo que se comparte no es algo indivi-
dual, o es individual sólo para ser compartido–, se realiza por medios digitales, las redes so-
ciales. Esto significa que además de ser compartido, todo queda registrado, y por lo tanto pa-
sible de ser vigilado. Esta doble faz de lo dividual en Deleuze se vincula con una transforma-
ción que la investigadora brasileña Fernanda Bruno denomina “la vigilancia distribuida e in-

380
manente”. Este nuevo tipo de vigilancia, invisibilizada como tal porque lo que los sujetos
quieren hoy es precisamente ser visibles (lo que significa sin dudas una significativa vuelta de
tuerca respecto de Foucault), encuentra un particular punto de contacto en los perfiles. Efecti-
vamente, el perfil es algo que gerencia cada individuo, o más bien cada punto dividual de la
red, y al mismo tiempo es la construcción estadística realizada por la reunión de datos de
cualquier dispositivo explícito o implícito de vigilancia: una cámara de seguridad y también el
Page Rank de Google. Como dice Bruno, el perfil:

“…es un conjunto de trazos que no concierne a un individuo específico, sino que expresa las
relaciones entre individuos, siendo más interpersonal que intrapersonal. Su principal objetivo
no es producir un saber sobre un individuo identificable, sino usar un conjunto de informacio-
nes personales para actuar sobre similares (…) [buscando] (…) la probabilidad de manifesta-
ción de un factor (comportamiento, interés, trazo psicológico) en un cuadro de variables”
(Bruno, 2013: 161).
Aquí se puede ver cómo la desligazón entre encierro y vigilancia se vincula, a su vez, con
nuevos modos de subjetivación y ellos mismos son también el producto de nuevos procesos
de extracción de saber-poder erigidos a partir de la información y la comunicación.

6.b) ¿Qué ocurre con los castigos? Deleuze habla de las pulseras electrónicas, de las penas de
sustitución (probation) y poco más. Y allí mismo, en el último párrafo del texto, advierte que
“puede ser que viejos medios, tomados de las sociedades de soberanía, vuelvan a la escena,
pero con las adaptaciones necesarias” (PSC: 110). Efectivamente, hoy el castigo ya no es
ocultado, sino reafirmado, exaltado, utilizado bajo la condición de situación ejemplar que
apacigua la sensación de inseguridad (Rodríguez, 2001). La diferencia es que el papel espec-
tacular del castigo no es cumplido por un verdugo frente a una muchedumbre, sino por una
interacción marcada por los medios de comunicación; después de todo, se trata de una “sensa-
ción”. Existe hoy una justicia mediática (Rodríguez, 2000) o una “justicia expresiva”, si-
guiendo los términos de David Garland en su libro que justamente se llama La cultura del
control, en la que “el lenguaje de la condena y el castigo ha retornado al discurso oficial”
(Garland, 2005: 44) y en la que se despliega una victimología por la que “sólo la visión del
sufrimiento de ‘individuos como nosotros’ puede provocar las respuestas apasionadas que se
necesitan para suministrar energía emocional a las políticas punitivas y la guerra contra el
delito” (Garland, 2005: 324). Por un lado, entonces, pedidos mediáticos de linchamiento por
exacerbación del miedo, cadalsos mediáticos y digitales; pero, por el otro, lo que Loïc Wac-
quant en su clásico Las cárceles de la miseria denomina la “extensión horizontal de la red
penal” por medio de las penas intermedias que exigen nuevos lugares de encierro, tal como
los calabozos imaginados a partir de las lettres de cachet estudiadas por Foucault, y también

381
la inflación de las cárceles (Razac, 2008). En todo este proceso, lo interesante es que la pri-
sión misma ya no es tomada como modelo para otros regímenes de socialización porque el
castigo ha sido espectacularizado al mismo ritmo que se desarma el encierro como tecnología.

6.c) La última estación de este viaje muy provisorio e incompleto para prolongar el “estudio
sociotécnico” concierne a la educación. Una vez más, Deleuze apenas pudo ver el ascenso de
la formación permanente, “el medio más seguro para librar la escuela a la empresa” (PSC:
107). Aquí, en el ámbito educativo, es donde más claramente se puede ver el papel fundamen-
tal de la información en la doble acepción dada por Simondon. Cuando Deleuze hace equiva-
ler moldeado con formación disciplinaria y modulación con formación permanente, muestra
de qué modo se alteran las posiciones del molde y de la materia a moldear. La formación
permanente afecta a los estudiantes y a los maestros, desde el jardín de infantes a la universi-
dad, porque se desconfía de la propia actividad formadora: una crisis que es, entonces, ante
todo interna del aparato disciplinario educativo. Se desconfía de la idea de que el conocimien-
to se transmite y que el maestro moldea al alumno. Y esto ocurre por la presencia de la otra
cara de la información, que es su manifestación digital. Es la transmisión de información la
que lleva a una crisis de la transmisión de conocimiento. Saber, conocimiento e información
han sido puestos en un nuevo régimen de saber-poder, que se manifiesta en nuevos conjuntos
tecnológicos que expresan –no que determinan ni que se subordinan—la caducidad relativa de
la idea moderna de educación. El ejemplo que no pudo ver Deleuze es el programa one laptop
per child de Nicholas Negroponte y sus manifestaciones regionales, como el Conectar Igual-
dad. Son los propios Estados los que asumen una digitalización de la cual no conocen entera-
mente su lógica, pero saben que “hay que hacerlo”. Como decía una docente de secundaria,
“nos tiraron las computadoras por la cabeza”. O sea: vienen de arriba, no sabemos qué hacer
con ellas en lo educacional pero sí utilizamos, estudiantes y docentes por igual, esas mismas
tecnologías, participamos de los mismos grupos de Facebook, somos iguales ante la ley digi-
tal, conocemos lo mismo, por lo tanto: ¿qué hacemos juntos en un aula? Aquí yace con parti-
cular fuerza la pregnancia del problema político y ontológico de la información.

7) ¿Hay algo más sobre el control que no esté en la posdata?

7.a) En Conversaciones, la edición española de la “Posdata” viene acompañada de la entrevis-


ta “Control y devenir”, entre Deleuze y Toni Negri. Y allí Deleuze razona:

“Frente a las formas próximas de control incesante en un medio abierto, es posible que los más
duros encierros nos parezcan pertenecer a un pasado delicioso y amable. La investigación so-

382
bre los ‘universos de la comunicación’ tienen algo que nos hace temblar (...) Quizás la palabra,
la comunicación, estén podridas. Están completamente penetradas por el dinero: no por acci-
dente, sino por naturaleza. Es necesaria una desviación de la palabra. Crear siempre fue otra
cosa que comunicar. Quizás lo importante sea crear vacuolas de no comunicación, de interrup-
tores, para escapar del control” (Deleuze, 1990: 237-238, traducción nuestra).
Por otro lado, en su conocida conferencia “¿Qué es un acto de creación?”, Deleuze habla del
control para oponer creación, como acto de resistencia, y comunicación, equiparada con la
información en tanto cumplimiento de una consigna; se trata de una definición que sin dudas
merece ser muy discutida porque aquí, desentrañando las relaciones entre información y co-
municación, se halla toda la complejidad del control. Lo que Deleuze, ahora con Guattari,
observa es el ascenso de las ciencias y las tecnologías de comunicación a través de la infor-
mación y las asocia, rápidamente, a nuevos mecanismos de poder, lo cual, a la luz de todo lo
visto hasta aquí, se revela cierto. La información y la comunicación permean varios puntos
del recorrido realizado, pero también y sobre todo necesitan de una teoría sólida que la mayo-
ría de estos autores no poseen. Hace falta un vistazo a las teorías de la comunicación, a la ci-
bernética, a los estudios sobre los mass media, sobre los actuales medios, para poder continuar
estas sendas sin caer en viejos esquemas que se parecen demasiado a las teorías de la ideolo-
gía de los años ’60 y ’70.

7.b) Otro de los problemas fundamentales de las sociedades de control es, como se ha visto,
sus zonas de contacto con la biopolítica. En efecto, la “Posdata”, aunque hable brevemente de
la “medicina sin enfermos”, se acomoda mucho mejor a una reinterpretación de la anatomo-
política disciplinaria. Sin embargo, está claro que en la medida en que la noción de informa-
ción afecta a la idea misma de vida, o en la medida en que haya un modo de subjetivación en
ciernes centrado en los riesgos y las probabilidades, la relación con la biopolítica es inevita-
ble. Se trata de establecer un criterio de demarcación, para el cual hay varias opciones. La
primera es plantear la similitud entre las sociedades de seguridad foucaultianas y las de con-
trol deleuzianas y asumir sus consecuencias, esto es, que al momento de hacer girar sus análi-
sis sobre la biopolítica para volverlos en contra de la lógica disciplinaria, el propio Foucault
dejó en ascuas la cuestión de si es más importante estudiar la secuencia histórica (soberanía,
disciplina, biopolítica y luego seguridad, esbozada en el siglo XVIII pero realizada plenamen-
te en la actualidad neoliberal) o concentrarse en diferentes grillas de análisis (donde disciplina
y seguridad serían alternativamente el eje de tecnologías dominantes o subalternas). Esta es la
opción que elige Deleuze, por ejemplo, en el final de su curso consagrado al poder en Fou-
cault. Allí distingue soberanía, disciplina y control, donde la lógica del control es exactamente
la de la seguridad, y una vez más sin nombrar ese término: “Lo que ha reemplazado los lími-

383
tes asignables del encierro son las escalas probabilísticas, es decir las zonas de probabilida-
des” (Deleuze, 2014: 367). Esto supondría, además, que Deleuze elige claramente el camino
de la secuencia histórica. La segunda opción, por el contrario, y aunque acuerda en sostener la
secuencia histórica antes que la grilla de análisis, pretende distinguir las sociedades de control
como una caracterización posdisciplinaria de las transformaciones de la biopolítica en el siglo
XX; no para decir que no tienen nada que ver, sino para relacionarlas de un modo más consis-
tente. Siguiendo la fórmula esbozada al principio, el plus que tiene el control sobre la seguri-
dad es la información. Las ciencias y las tecnologías de información son las grandes respon-
sables de que las escalas probabilísticas se extiendan mucho más allá del cuerpo-especie como
blanco de poder; a través de la cibernética, además, logra constituirse como un elemento cen-
tral de la gubernamentalidad contemporánea no analizado por Foucault. Pero, por si esto fuera
poco, la información es la gran responsable de que haya mutado la noción de vida, de que ésta
pase a las moléculas en lugar de permanecer en la escala de los cuerpos, y lo que permite,
según Rose y otros anglofoucaultianos como Paul Rabinow, que haya nuevos modos de subje-
tivación ligados al cuidado empresarial de sí que el mismo Foucault estudiara en Nacimiento
de la biopolítica. Una vez que se distingue el nivel anatomopolítico del biopolítico, que se
diferencia, por ejemplo, un código de expresividad de un cuerpo sentado del código genético
que conlleva enfermedades que aún no están en ningún cuerpo, es posible establecer las posi-
bles conexiones entre disciplina y biopolítica.

8) ¿Existen otras interpretaciones que puedan iluminar otros aspectos de la posdata?

8.a) De hecho, continuando con lo anterior, en el famoso libro Imperio, Hardt y Toni Negri
hablan de un proceso de “acumulación primitiva de información”. La acumulación material,
aquella que sirvió según Marx para alimentar la maquinaria de la naciente Revolución Indus-
trial, provino de las colonias de las potencias europeas. Desde la década del ’60, dicen, “la
producción capitalista necesita contar con cierta acumulación de información antes de ponerse
en marcha”. Esta acumulación “echa por tierra las concepciones previas de interior y exterior,
pero además reduce la progresión temporal que antes había definido la acumulación primiti-
va” en un doble movimiento: primero “desbarata o al menos desestructura los procesos pro-
ductivos que existían antes” y al mismo tiempo “integra inmediatamente tales procesos pro-
ductivos en sus propias redes y genera los más elevados niveles de productividad en los diver-
sos terrenos de producción” (Hardt, Negri, 2002: 240-241). Esta inserción de una cuña mar-
xista en los aspectos no dilucidados por Foucault y Deleuze es fundamental para una teoría

384
sólida de las sociedades de control, no sólo porque ambos utilizaron directa o indirectamente a
Marx para caracterizar tanto a la disciplina como al control, sino también para integrar el pro-
blema de la información en un plano político, económico y cultural que le da más realce a las
novedades explicadas por Deleuze.

8.b) ¿En qué tipo de elementos empíricos se manifiesta el resultado de la “acumulación primi-
tiva de información”? En el trabajo inmaterial afectivo, donde se unen varias corrientes de
varias industrias y servicios. El trabajo inmaterial puede ser como aquel “que produce un bien
inmaterial, tal como un servicio, un producto cultural, conocimiento o comunicación”. Quizás
inmaterial sea un término inadecuado, pues no parece tomar nota de que la definición de ma-
teria no tiene ya que ver con las nociones de masa y energía desde que hiciera su aparición la
teoría de los quanta; y esto ocurrió hace ya un siglo, y cualquiera que se declare marxista, por
lo tanto materialista, debería saberlo. Pero lo que interesa es que el trabajo “inmaterial” se
subdivide en tres tipos: el de la industria, donde se informatiza la producción y la actividad
con las máquinas consiste en la manipulación de símbolos y de información a través de las
computadoras; el de los servicios, donde crecen las actividades analíticas y simbólicas, que se
dividen “en labores de manipulación creativa e inteligente, por un lado, y en labores simbóli-
cas de rutina, por el otro”; y el trabajo corporal “que implica producción y manipulación de
afectos y que requiere el contacto humano (virtual o real)”. Se trata del “trabajo afectivo de la
interacción y el contacto humanos”. Todos los sectores de servicio en la industria (servicios
post-venta), en las oficinas (la atención personalizada), en los lugares públicos (los servicios
de salud) están atravesados por cuerpos y almas cuyas tareas consisten en “la creación y ma-
nipulación de afecto” (Hardt y Negri, 2002: 269-273). Estos elementos del trabajo que se po-
dría llamar “infocomunicacional” –en estrecha conexión con el notable planteo de Paolo
Virno sobre el virtuosismo en Gramática de la multitud– atraviesan las aristas más problemá-
ticas del control para Deleuze: la modulación, la preeminencia de la comunicación, la motiva-
ción, la ondulación subjetivante, etc.

8.c) La acumulación primitiva de información está en la base del trabajo infocomunicacional


que necesita, a su vez, de un tipo de subjetividad donde, como dice Deleuze, nunca se termina
nada y siempre se está modulando. “Subjetividades híbridas”, las llaman Hardt y Negri, que
acumulan funciones (alumno, docente, enfermo, etcétera) y que al abandonar unas incorporan
otras, sin que sea necesario que haya una institución identificable (escuela, hospital) que sos-
tengan estas nuevas incorporaciones. Por ello el modo de subjetivación, lo dividual, el cuida-
do y responsabilización de sí mismo se vuelve el terreno del poder de manera mucho más

385
íntima que en los tiempos disciplinarios, confiados más en las instituciones, convencidos de la
eficacia del encierro. Pero también, como señalan Virno, Lazzarato y Franco Berardi, esta
mudanza supone la exacerbación de algunos aspectos en detrimento de otros. La rutina cele-
brada en la disciplina es fustigada en el control, que pide a gritos creatividad para encontrar
nuevos contenidos para su aparato codificador. De eso se nutre lo que esta literatura marxista
o posmarxista italiana denomina “cognitariado”, pero también, gracias a la hiperexpresión
contemporánea, la acumulación de datos explotables a través de la vigilancia distribuida e
inmanente. Existe, según Matteo Pasquinelli:

“…una sociedad de los metadatos, que aparece como una evolución de aquella ‘sociedad del
control’ presentada por Deleuze, en cuanto se basa en el datastream (flujos de datos) que son
activa y ya no pasivamente producidos por los usuarios en el curso de su actividad cotidiana”
(Pasquinelli, 2011: 25, subrayado en el texto, traducción nuestra).
La cotidianeidad puesta a trabajar, la indistinción entre trabajo y no trabajo, la plusvalía ex-
traída del mero vivir: en todo ello se puede observar la crisis del adentro y del afuera que es
empujada por una nueva etapa del capitalismo y que origina procesos de lucha de un tipo dife-
rente al del pasado, al de las masas, al de las clases.

9) ¿En qué medida la conceptualización de las sociedades de control ayuda a despejar


cuestiones fundamentales de las teorías políticas de Foucault y de Deleuze/Guattari?

9.a) Es sabido que Foucault y Deleuze se alejaron en los ’70, y no sería del todo erróneo decir
que parte de las distinciones que Deleuze no tiene tan en claro de ese Foucault, el de los cur-
sos sobre seguridad y biopolítica, provengan de esas distancias. El punto central parecía ser la
polémica entre deseo y placer, y el telón de fondo los posicionamientos sobre la definición del
terrorismo a partir de las acciones de las Brigadas Rojas italianas y la Baader-Meinhof alema-
na. Ahora bien, en todo ello se pone en juego concepciones algo diferentes de poder y de sa-
ber, aún cuando frente a otras teorías (por ejemplo, la Teoría Crítica frankfurtiana) puedan
estar en la misma trinchera.

9.b) Hay que decirlo con claridad: Foucault es un pensador del siglo XIX y esencialmente
francés. Él mismo lo admite en algunas entrevistas –por ejemplo, cuando admite haber leído
demasiado tarde justamente a la Escuela de Frankfurt– y esto no va en desmedro de que haya
intervenido y transformado muchos debates de su época, como los relativos al estructuralis-
mo, o de que haya anticipado la crítica al neoliberalismo, con un análisis aún hoy insuperable
y por cierto visionario. Fue también decisivo para preparar una teoría de izquierda no marxis-

386
ta. Pero todos sus grandes libros y casi todos sus cursos antes de STP diseccionan la constitu-
ción del saber y poder clásicos y modernos, ese mismo que se hallaba ya en transición hacia
otra cosa. Más allá de la anécdota de Simondon desoído por Foucault en sus estudios sobre
cibernética, el mismo Foucault fue amigo de un genetista célebre como François Jacob y en
algunas entrevistas habla esporádicamente de genética, pero a la hora de pensar la biopolítica
no se refirió en ningún momento a la biopolítica molecular. Más adelante, disconforme con el
curso de sus investigaciones, remonta la historia de la gubernamentalidad a los griegos, los
romanos y los padres de la Iglesia, cuando la cibernética misma era bien explícitamente un
saber del gobierno. Foucault hizo demasiado por nosotros, por entender nuestro presente, por
hacernos notar cuánto de él viene de lejos, y entendió sobre todo que la filosofía es efectiva-
mente la ontología del presente; no le podemos pedir más. Sin embargo, ¿no era posible esbo-
zar, con los elementos que tenía, una arqueología y una genealogía del futuro inmediato?

9.c) Mientras Foucault brindaba su curso sobre el poder psiquiátrico, Deleuze estaba embar-
cado en la antipsiquiatría. Es notable cómo en su curso sobre Foucault termina admitiendo
que este movimiento de resistencia a lo disciplinario traía elementos que sería aprovechado
por nuevas formas de poder, las que él está describiendo. Fue con Guattari cuando Deleuze
realiza su conversión política, y de pronto toda su filosofía comienza a girar sobre formula-
ciones de transformación social, algunas muy exitosas como la abusada figura del rizoma,
justo allí donde Foucault estaba rotando a su vez hacia otros lados desconocidos tratando de
encontrar, como escribe en El uso de los placeres, “la vertical de nosotros mismos”. Y aunque
la búsqueda de ambos no era tan diferente, Deleuze echaba mano de elementos contemporá-
neos (el problema de la técnica, los saberes de la información, la teoría misma de Simondon,
la estética del siglo XX) con mucha más asiduidad que Foucault. Deleuze insiste en que su
amigo había quedado atrapado del mismo lado del poder, siempre con la imposibilidad de
franquear el paso, cambiar el lado del mostrador. Exuberante y arborescente, con muchos más
intersticios por donde colar múltiples modos de concebir los procesos políticos y los de subje-
tivación, frente a la agresividad conceptual y la meticulosidad de historiógrafo de Foucault,
Deleuze echó de menos que este amigo, más que su otro amigo Félix, no pudiera ya ayudarlo
a ganar precisión en medio de la velocidad de su pensamiento: un poco porque estaba em-
prendiendo otro viaje, y otro poco porque la temprana muerte lo interrumpió. Entonces De-
leuze no tuvo otro remedio que observar a su alrededor y anotar rápidamente qué es lo que
había cambiado respecto del retrato de Foucault. Nosotros, ahora, echamos de menos que en
los tiempos de su “Posdata”, Deleuze estuviera ya no en otro viaje, sino añorando una retirada

387
filosófica con vientos de sabiduría, como se puede ver en el abecedario con Claire Parnet o en
¿Qué es la filosofía?, cuándo no, con el inefable Guattari. Nos queda combinar el enojo de
Foucault con la alegría de Deleuze.

10) ¿Por qué se trata de una posdata? ¿Alguien sabe cuál es la carta principal?

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390
4. Topologías del poder: perspectivas y
abordajes sobre la relación política y espa-
cio
Adrián Velázquez Ramírez

Han pasado ya algunas décadas desde que la categoría de “espacio” irrumpió como un objeto
de reflexión teórica y análisis novedoso. Si en un principio la importancia de esta categoría
fue justificada a partir de una crítica a la hegemonía de la temporalidad como fuente exclusiva
del fenómeno político frente al carácter estático y apolítico del espacio, hoy la reflexión en
torno a la dimensión espacial de la actividad humana goza de una buena salud. Surge así la
necesidad de una revisión crítica de los diversos abordajes que dan fuente del carácter político
del espacio, así como del carácter espacial del fenómeno político. El presente eje convoca a
presentar trabajos tanto de naturaleza teórica y empírica que participen en este diálogo que
tiene como objetivo rastrear las diversas estrategias argumentativas a las que se recurren para
dar cuenta de la relación entre espacio y lo político.

Para fines orientativos se proponen dos líneas de discusión generales. La primera gira en torno
a interrogantes sobre a la particular naturaleza del espacio como objeto teórico y analítico: ¿es
el espacio una estructura autónoma, con sus rasgos y lógicas propias, o tan sólo una dimen-
sión residual de la actividad humana? ¿Es el espacio parte constitutiva de lo social o simple-
mente refiere a la superficie de inscripción de esta? Esto es: ¿ocupa el espacio una relación
subordinada respecto a lo político o, por el contrario, ofrece una vía de acceso relevante para
los fenómenos de estructuración del orden social? ¿Cómo definimos el espacio como objeto
de reflexión teórica? La segunda línea de investigación refiere a las posibilidades de abordar
la relación entre política y espacio: ¿cuáles son los instrumentos analíticos que nos permiten
asir ésta relación? ¿Cuál es el vínculo entre cambio histórico y cambio espacial? ¿Cuáles son
las oportunidades, pero también las limitantes y riesgos de los enfoques que parten de una
centralidad del espacio respecto a lo político? ¿Cuáles son las arquitecturas del poder, los dis-
positivos espaciales que definen nuestra contemporaneidad?
La categoría espacio social: posibles herramientas para analizar
procesos de institucionalización de movimientos sociales en Amé-
rica Latina, a través de la lectura de H. Lefebvre.
Fernanda Valeria Torres (UNLP-IdIHCS-CONICET)

Henri Lefebvre: espacio social. ¿Territorio y lugar?

“(…) la práctica espacial consiste en una proyección sobre un campo (espacial) de todos los
aspectos, elementos y momentos de la práctica social. En el proceso, estos se separaron el uno
del otro, aunque esto no significa que el control general se abandonó ni por un momento (…)”
(Lefebvre, 1991:8, traducción propia1)
Lefebvre señala su búsqueda de una teoría única del espacio físico, mental y social, esos espa-
cios que se pretenden desde la teoría y desde la propia representación social como espacios
distinguibles y separados, pero que desde la perspectiva del autor debe defenderse una con-
cepción del espacio como una integralidad multidimensional.

Parte, entonces, de la consideración del espacio social como un producto social y de allí, in-
volucra los niveles analíticos necesarios para dar cuenta justamente del proceso de producción
de dicho espacio social:

“Si el espacio encarna las relaciones sociales, ¿cómo y por qué lo hace? ¿Y cuáles son esas re-
laciones? (...) Esto debe implicar la introducción de nuevas ideas -en primer lugar la idea de
una diversidad o multiplicidad de espacios bastante distinta de la multiplicidad que resulta de
la segmentación y el seccionamiento del espacio ad infinitum (...) El espacio social se revela
en su particularidad en la medida en que deja de ser indistinguible del espacio mental (según
lo definen filósofos y matemáticos), por un lado, y del espacio físico (según la definición de la
actividad práctico-sensorial y la percepción de la ‘naturaleza’), por el otro”. Lefebvre,
1991:27, traducción propia2.
El concepto de práctica espacial nos permite concebir el espacio en tanto espacio social, es
decir, como aquél en el cual se conjugan los diversos procesos y elementos de las relaciones
sociales, aún cuando la relación de dominación pretenda presentarlos como elementos separa-
dos y autónomos. Las relaciones de poder tienen en el espacio un vehículo fundamental de
naturalización del proceso de dominación que acompaña necesariamente al modo primordial

1
“Spatial practice consists in a projection onto a (spatial) field of all aspects, elements and moments of social
practice. In the process these are separated from one another, though this does not mean that overall control is
relinquished even for a moment: society as a whole continues in subjection to political practice –that is, to state
power” Lefebvre, 1991:8
2
“If space embodies social relationships, how and why does it do so? And what relationships are they? (…) This
must involve the introduction of new ideas –in the first place the idea of a diversity or multiplicity of spaces
quite distinct from that multiplicity which result from segmenting and cross-sectioning space and infinitum (…)
social space will be revealed in its particularity to the extent that it cease to be indistinguishable from mental
space (as defined by the philosophers and mathematicians) on the one hand, and physical space (as defined by
practico-sensory activity and the perception of “nature”) on the other.” (Lefebvre, 1991:27)
de producción. El autor manifiesta con suma claridad cómo se relaciona el ejercicio de la he-
gemonía con el espacio:

“¿Es concebible que el ejercicio de la hegemonía podría dejar el espacio sin tocar? ¿Podría el
espacio no ser más que el locus pasivo de las relaciones sociales, el medio en el que su combi-
nación adquiere lugar, o la suma de los procedimientos empleados en su eliminación? La res-
puesta es no. Más adelante voy a demostrar el activo rol -operativo o instrumental- del espa-
cio, como conocimiento y como acción, en el modo de producción existente. Voy a mostrar
cómo sirve el espacio y cómo la hegemonía hace uso del mismo, en el establecimiento, sobre
la base de una lógica subyacente y con la ayuda de los conocimientos y la experiencia técnica,
de un ‘sistema’” (Lefebvre, 1991:11, traducción propia)3
Luego el autor aclara que este uso hegemónico del espacio no implica que se esté frente a un
espacio libre de contradicciones, por el contrario, el espacio es un terreno de disputas constan-
tes por su definición, su uso y su control.

Toda sociedad produce su propio espacio. Más específicamente podemos decir que cualquier
modo de producción, junto con sus específicas relaciones de producción, necesitan de un es-
pacio. Lefebvre incluso postula que es a través del espacio como se distinguen dos relaciones
fundamentales en la sociedad, asignándoles un lugar determinado, localizándolas en forma
separada y, en dicha separación, definiéndolas: las relaciones de reproducción y las relaciones
de producción. Esta situación se complejiza aún más con el advenimiento del capitalismo,
cuando deben distinguirse tres relaciones fundamentales: la reproducción biológica (la fami-
lia); la reproducción de la fuerza laboral (fundamentalmente la clase trabajadora) y la repro-
ducción de las relaciones sociales de producción.

En este punto, para comprender el mencionado proceso de producción del espacio, Lefebvre
introduce una “tríada conceptual” que será estructurante de toda su obra:

1- Prácticas espaciales (el espacio percibido): abarca la producción y la reproducción, los lu-
gares concretos y las características de los conjuntos espaciales de cada formación social.
Aseguran la continuidad y cierto grado de cohesión. En términos de espacio social, y de cada
miembro de la relación de una sociedad dada a ese espacio, esta cohesión implica un nivel
garantizado de competencia y un nivel específico de rendimiento.

2- Representaciones del espacio (el espacio concebido): están vinculadas a las relaciones de
producción y al "orden" que imponen esas relaciones y, por lo tanto, al conocimiento, a los

3
“Is it conceivable that the exercise of hegemony might leave space untouched? Could space be nothing more
than the passive locus or social relations, the milieu in which their combination takes on body, or the aggregate
of the procedures employed in their removal? The answer must be no. Later on I shall demonstrate the active –
the operational or instrumental –role of space, as knowledge and action, in the existing mode of production. I
shall show how space serves and how hegemony makes use of it, in the establishment, on the basis of an
underlying logic and with the help of knowledge and technical expertise, of a ‘system’”. Lefebvre, 1991:11

394
signos, a los códigos y a las relaciones "frontales". “Espacio conceptualizado, el espacio de
los científicos, de los planificadores, urbanistas, técnicos e ingenieros sociales (…) quienes
identifican lo que es vivido y percibido con lo que es concebido” (Lefebvre, 1991:38). Se trata
del espacio dominante en cualquier sociedad (o modo de producción) y es fundamental su
influencia en el proceso de producción del espacio y en la actividad productiva de la sociedad.

3- Espacios de representación (el espacio vivido): incorporan simbolismos complejos, a veces


codificados, a veces no, vinculados al costado clandestino o marginal de la vida social, como
también al arte. Los espacios de representación producen, generalmente, resultados simbóli-
cos.

El espacio social, que es la conjugación de todas estas dimensiones, es una herramienta para
el análisis de la sociedad. Las prácticas espaciales, representaciones del espacio y espacios de
representación contribuyen en diferentes formas a la producción del espacio de acuerdo a sus
cualidades y atributos, de acuerdo a la sociedad o el modo de producción en cuestión y de
acuerdo al período histórico. De esta manera el autor caracteriza el espacio construido en la
sociedad de la edad media, en la sociedad capitalista y en una posible sociedad socialista.

Una revolución que no produzca un nuevo espacio no podrá realizarse en todo su potencial;
de hecho, fracasaría al no poder cambiar la vida misma, sino meramente superestructuras
ideológicas, instituciones o aparatos políticos.

Es clara la centralidad del espacio para desarrollar procesos de cambio estructurales, y la ne-
cesidad de identificar la lucha de clases en y por el espacio, por su definición, por sus usos, es
decir, la lucha de clases que interviene en la producción del espacio, como aquella que puede
vencer al espacio indiferenciado construido por el modo de producción capitalista, al espacio
dominante en dicha sociedad: el espacio abstracto:

“Hoy más que nunca, la lucha de clases se inscribe en el espacio. De hecho, es esta lucha la
que impide que el espacio abstracto se apodere de todo el planeta y tape todas las diferencias.
Sólo la lucha de clases tiene la capacidad de diferenciar, de generar diferencias que no son in-
trínsecas al crecimiento económico qua estrategia, "lógica" o "sistema" -es decir, diferencias
que no son inducidas por, ni aceptables para dicho crecimiento. Las formas de la lucha de cla-
ses son ahora mucho más variadas que antes. Naturalmente, incluyen la acción política de las
minorías.” (Lefebvre, 1991:55, traducción propia)4

4
“Today more than ever, the class struggle is inscribed in space. Indeed, it is that struggle alone which prevents
abstract space from taking over the whole planet and papering over all differences. only the class struggle has the
capacity to differentiate, to generate differences which are not intrinsic to economic growth qua strategy, 'logic'
or 'system' -that is to say, differences which are neither induced by nor acceptable to that growth. The forms of
the class struggle are now far more varied than formerly. Naturally, they include the political action of
minorities.” Lefebvre, 1991:55

395
Nos proponemos traducir la propuesta de Lefebvre en torno al espacio social en dos conceptos
de un nivel de generalidad menor que son, por supuesto, distinguibles analíticamente pero que
conviven entramados y superpuestos en la vida real: territorio y lugar, siendo nuestro particu-
lar interés en este trabajo resaltar la importancia del primero para poder comprender las ac-
ciones políticas.

La especificidad del territorio proviene de su asociación con las relaciones de poder, es decir,
permite introducir la variable política al pensar el espacio construido en tanto territorio como
producto de relaciones de poder, de dominación y resistencia (Raffestin, 1993; Sack, 1986;
Santos, 2000, entre otros). Bajo esta definición puede haber varios territorios en un mismo
espacio, porque para que haya territorio, el límite debe ser usado para controlar su acceso; en
términos generales podemos decir que tiene que existir una relación de poder, una relación de
dominación actuando tras la delimitación y ejercicio de un territorio.

Lo que distingue al concepto de lugar, por otra parte, es el proceso de identificación con un
determinado espacio a través de diversos instrumentos simbólicos y experienciales: nos refe-
rimos a los sentimientos de pertenencia o extrañamiento, de apego o rechazo frente a un espa-
cio definido de acuerdo a la carga de experiencias, emociones, representaciones que ofrecen la
posibilidad de una relación identitaria, o no, con el mismo.

Lefebvre distingue dos formulaciones que pueden abonar este mismo sentido:

-los espacios apropiados, utilizados para servir las necesidades y posibilidades de una comu-
nidad, espacios que posibilitarían una “apropiación” simbólica y de identidad además de fun-
cional, apropiación que sólo puede tener inicio en el “lugar”, en tanto lo local, lo cotidiano de
cada individuo, y

-los espacios dominados, espacios transformados y dominados que son habitualmente cerra-
dos, utilitarios y funcionales: pensados para controlar procesos naturales y sociales para la
producción.

Podemos afirmar que el concepto de territorio supone un espacio determinado y controlado


socialmente, supone la construcción de un espacio en el cual se ejerzan relaciones de poder
que permitan su control, la definición de quienes tienen acceso a él y quienes no, la determi-
nación de sus usos posibles. El territorio, entonces, puede entenderse como dimensión consti-
tutiva de la dominación y, en última instancia, del atributo de lo político; se involucra en el
ejercicio y la reproducción de la dominación. El espacio territorializado tiene una capacidad
operativa peculiar para abonar la constitución del modo de producción en tanto sistema de

396
dominación, al operacionalizar espacialmente las relaciones de poder. Si nos referimos y ana-
lizamos las instituciones políticas imperantes en una sociedad, entendemos que debemos refe-
rirnos y analizar la producción de un espacio territorial que involucra la posibilidad de dichas
instituciones.

Instituciones e institucionalización de movimientos sociales en América Latina

El particularismo o clientelismo que señala O’Donnell en su trabajo ya clásico denominado


“Otra institucionalización”, coexiste en incómoda tensión con y dentro de las instituciones
formales de lo que el autor denomina el complejo institucional de la poliarquía, es decir, de la
democracia. Por eso habla de las democracias “institucionalizadas informalmente”
(O’Donnell, 1997: 307), aludiendo a ciertas prácticas fuertemente arraigadas en las prácticas
políticas de varios de los países de Latinoamérica, que pueden entenderse como instituciones
no formales (aludiendo con el término formal al complejo institucional poliárquico).

Esta misma idea es la que proponemos retomar para analizar las formas institucionales que
adoptan los movimientos sociales, sobre todo, en contextos en los cuales el Estado es excedi-
do por demandas, expectativas e interrogantes a los que no puede hacer frente de manera exi-
tosa.

Apartándonos de los enfoques más habituales para analizar los movimientos sociales, propo-
nemos en este trabajo pensar la emergencia en Argentina de diversos movimientos sociales
teniendo en cuenta el contexto de profunda crisis social, económica y cultural que supusieron
las grandes transformaciones neoliberales operadas en nuestro país, pero sin acordar con que
dicha emergencia supone una alternativa representativa frente a la crisis de actores considera-
dos clásicos en esa temática…sindicatos y partidos. Por el contrario, asumimos que los mo-
vimientos sociales son aquellos sectores organizados de la sociedad que emergen dando cuen-
ta de nuevas expectativas, interviniendo y reformulando el espacio de mediaciones clásicas
entre la sociedad civil y el estado, distinguiéndose de las ideas más tradicionales en torno a la
figura del ciudadano y de los trabajadores, conjugando de diversos y divergentes modos el
lazo de representación social y, en ocasiones, político que, las más de las veces no presentan
una alternativa (en el sentido de esto o lo otro) sino que comprenden solapamientos y super-
posiciones con las formas consideradas más tradicionales de representación.

Las acciones desarrolladas por estos movimientos no solo corrieron el eje de ciertas demandas
culturales, ideológicas y simbólicas sino que, varios años mediante, muchos de dichos movi-

397
mientos lograron operar transformaciones concretas en los vínculos entre el Estado, el espacio
público y la institucionalización de prácticas colectivas.

Volviendo al concepto de institución y a O’Donnell, el autor nos brinda una definición:

“Por institución entiendo una pauta regularizada de interacción conocida, practicada y acepta-
da (si bien no necesariamente aprobada) por actores cuya expectativa es seguir actuando de
acuerdo con las reglas sancionadas y sostenidas por ella. (…)Las instituciones “están allí”, re-
gulando expectativas y comportamientos que no cuestionan su existencia socialmente deter-
minada.” (O’Donnell, 1997: 310).
Cuando las reglas informales están generalizadas, son ampliamente compartidas y determinan
las expectativas de acción, estas son las que deben considerarse altamente institucionalizadas,
no las formales.

Por eso, analizando el recorrido protagonizado por algunos movimientos sociales en Argenti-
na en la última década podemos identificar ciertas prácticas y sentidos que han ido cobrando
un profundo carácter institucional (informal): la movilización social y los procesos de reterri-
torialización protagonizados por parte de algunos movimientos sociales se cuentan entre ellos,
de acuerdo a nuestro análisis. De estos dos procesos, nos ocuparemos solo del segundo en el
siguiente apartado, pero antes deberemos especificar el enfoque propuesto.

La primera aclaración necesaria es nuestra posición crítica respecto a asociar el análisis de


procesos de institucionalización de movimientos sociales como cooptación de una fracción o
partido político ni como sumisión/integración al gobierno. Por el contrario, tal como nos en-
seña O´Donnell las instituciones deben considerarse como una mediación entre la sociedad
civil y el régimen político, de tal modo que puedan ser redefinidas las formas de participación
y los dispositivos de legitimación que conforman una comunidad política (O‘Donnell, 1993;
1997). El interrogante por la institucionalización supone atender a los efectos de un ciclo de
movilización sobre el funcionamiento de ese régimen político.

Respecto a la caracterización del ciclo de movilización abierto en nuestro país hacia finales de
la década del noventa y que puede darse como un segundo momento de clausura promedian-
do el gobierno kirchnerista, podemos señalar que el mismo representa la apertura hacia el es-
pacio público de voces hasta ese momento marginadas: sectores recientemente desocupados,
trabajadores precarizados, colectivos identitarios marginados (étnicos, culturales, de género,
etc.) y podríamos seguir enumerando otros. Dicho ciclo de movilización, junto con la trans-
formación de los tipos de protesta ejercidos, las demandas motorizadas y, como acabamos de
nombrar, los sujetos protagonistas; supuso el ejercicio de la influencia sobre los temas de
agenda pública que debían comenzar a ser atendidos. Así, las demandas por trabajo digno, por

398
espacios culturales legítimos, por el amparo de actividades audiovisuales alternativas, por el
reconocimiento social y legal a la diversidad sexual, a la diversidad étnica, entre otros, co-
menzaron a formar parte, con un lugar protagónico, de los debates sociales y políticos en di-
versos ámbitos de la sociedad argentina.

Nos encontramos hablando de ciclos de movilización social que suponen la apertura de espa-
cios para la intervención política mediante mecanismos y herramientas que exceden, por mu-
cho, la participación electoral, factor determinante desde el punto de vista de la acción de los
ciudadanos en los enfoques poliárquicos sobre la democracia.

Luis Tapia postula que en las sociedades modernas se eligió al Estado como el lugar privile-
giado para la política; sin embargo las complejidades que fueron transformando a la sociedad
han ampliado esos lugares predilectos para la política, sobre todo de la mano de los procesos
de ciudadanización, de los procesos de ampliación de la condición y el contenido del rol de la
ciudadanía. En esta dirección, la sociedad civil es tal como expresa el autor “otro lugar de la
política”; es decir es un espacio no estatal, que se rige con otras pautas, pero un espacio para
la política al fin.

Al ampliar la perspectiva, la institucionalización no queda reducida al espacio de lo estatal,


sino que es posible pensarla como estabilización o como establecimiento de ciertas regulari-
dades, pautas comunes en escenarios propios de la sociedad civil, que se hallan politizados.
Tapia agrega que los movimientos sociales no tienen un lugar específico donde hacer política,
por ello pueden transitar la sociedad civil e incluso el estado politizando los espacios sociales
“con sus críticas, demandas, discursos, prácticas y proyectos” (Tapia, 2008:56).

Podemos analizar el comportamiento de algunos movimientos sociales que entienden a la


sociedad civil como otro espacio legítimo de la política a través del cual poder regularizar y
establecer pautas comunes de acción no estatales, trascendiendo no sólo el estadocentrismo de
la política, sino también el estatuto destituyente e instituyente, bajo la forma de una nueva
propuesta de institucionalización.
“La constitución de los movimientos sociales es un desplazamiento de la política, de los luga-
res institucionalizados de la misma, al campo de tránsito entre ellos y al de la fluidez. También
es un modo de politización de lugares sociales o conjunto de estructuras y relaciones sociales
que habían sido neutralizadas o despolitizadas y, por tanto, legitimadas en su forma de organi-
zación de algunas desigualdades.” (Tapia, 2008:56)
Esta perspectiva de pensamiento, nos habilita a realizar el último giro conceptual para hilar el
concepto territorio y su fuerte ligazón con las relaciones de poder y el atributo de lo político,
con el análisis de los mencionados procesos de institucionalización informales desarrollados
por algunos movimientos sociales en nuestro país durante los últimos años.

399
Movimientos sociales: territorios e instituciones. Vinculaciones y tensiones

Retomando lo ya expresado en torno al enfoque analítico que nos propone Lefebvre para de-
finir el espacio social como una categoría fundamental para comprender el entramado de rela-
ciones y disputas que supone la vida social, podremos ahora focalizarnos en el territorio. Se
establece su delimitación a partir de relaciones de conflicto y confrontación, las cuales defi-
nen los sujetos que dominan el territorio y controlan el acceso al mismo. Podemos identificar
en un mismo espacio diversas clases y relaciones sociales que producen diferentes espacios y
territorios, y que se reproducen en permanente conflictualidad.

Nos dice Fernandes: “A disputa territorial acorre de dois modos: pela desterritorialização ou
pelo controle das formas de uso e de acesso aos territórios; ou seja, controlando as suas terri-
torialidades.”5 Fernandes, 2009:208.

Pueden encontrarse diversos estudios realizados por geógrafos y sociólogos que examinan
esas disputas y conflictualidades. Indígenas, campesinos y movimientos urbanos sin techo, en
el bosque, en el campo y en la ciudad disputando territorios a fin de garantizar su existencia a
partir de sus identidades. Puede observarse aquí, desde otro ángulo, como opera la condición
ya señalada de la integralidad del espacio social: una integralidad y multidimensionalidad que
supone su entendimiento en tanto lugar, y de allí se construyen identidades colectivas, y en
tanto territorio, y de allí la necesidad de imprimir sobre él una relación de poder en pos de su
defensa o reproducción.

La expansión y/ o creación de territorios son acciones en las que se explicita la conflictualidad


y las contradicciones de las relaciones socioespaciales y socioterritoriales, estas relaciones
permiten distinguir, a su vez, los movimientos socioespaciales de los movimientos socioterri-
toriales. Algunos movimientos sociales transforman el espacio en territorio a través de la con-
flictualidad entre las fuerzas políticas que intentan crear, conquistar y controlar sus territorios.
Los movimientos sociales también forman parte de los proceso geográficos de T-D-R: se te-
rritorializan y son desterritorializados y se reterritorializan. Todos los movimientos, de acuer-
do a esta perspectiva, son socioespaciales porque producen espacios pero no todos los movi-
mientos son socioterritoriales. Los movimientos socioterritoriales para alcanzar sus objetivos

5
“La disputa territorial se produce de dos maneras: por la desterritorialización o por el control de las formas de
uso y de acceso a los territorios, o sea, controlando a sus territorialidades.” Versión en castellano traducida por el
mismo autor, disponible en http://web.ua.es/es/giecryal/documentos/documentos839/docs/bernardo-tipologia-de-
territorios-espanol.pdf

400
políticos construyen espacios políticos, se espacializan y promueven otro tipo de territorio
(procesos de Territorialización-Desterritorialización). Tienen el territorio no solamente como
objeto sino que éste es esencial para su existencia: luchan para conquistar el territorio o como
ha sido expresado en el título de algunos libros y artículos, para estos movimientos “el territo-
rio es la vida”.

Los procesos de territorialización – desterritorialización – reterritorialización (T-D-R), que se


constituyen a partir de la expansión y la destrucción; la creación y el reflujo que describen
entre otros Fernandes (2005 y 2009); Haesbaert (2004); Hiernaux y Lindón (2004) ayudan a
echar luz sobre lo que aquí se quiere identificar.

Nos referimos a los espacios sociales que fueron abandonados por el Estado a lo largo de dé-
cadas y que, no obstante la transformación innegable que supone la parcial recuperación del
Estado como herramienta de acción e intervención durante los últimos gobiernos nacionales
de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, aun en la actualidad permanecen espa-
cios en los que no se halla sino ausencia y desidia estatal, espacios desterritorializados desde
el punto de vista de las relaciones políticas que operan en su definición y en el anclaje posible
de los sujetos que lo habitan, lo producen y lo viven.

Pero, ¿A través de qué mecanismos se espacializa el propio Estado? Este interrogante fue
formulado hace ya varios años por dos autores James Ferguson (americano) y Akhil Gupta
(indio-americano), quienes responden con el uso de dos dispositivos de espacialización del
Estado, anclados en prácticas del Estado metafóricas y simbólicas de mucha potencia en su
devenir cotidiano: la verticalidad (verticality) y el abarcamiento (encompassment). Mientras
que a través de la primera metáfora se construye la noción del Estado como una entidad “por
arriba” de la sociedad, la comunidad, la familia, etc., a través de la segunda se contienen las
diversas escalas en una suerte de círculos contenedores: lo local, lo regional, lo nacional, lo
global. Estas dos metáforas trabajan de forma combinada para producir la noción espacial y
escalar del Estado situado “por encima” pero que, a su vez, contiene sus localidades, regiones
y comunidades. El Estado se muestra más elevado que la sociedad civil (en términos de uni-
versalidad y racionalidad vs particularismos e irracionalidad) y es, además, abarcadora de ella.
La Sociedad Civil aparece como un “entre”, una suerte de entidad de mediación entre el Esta-
do (arriba) y las comunidades, las familias, los grupos de interés, los mundos de la vida (aba-
jo). Esta misma imagen topográfíca es también muy habitual para analizar los procesos políti-
cos, así pueden registrarse fácilmente entre los análisis académicos e informacionales frases

401
metafóricas del tipo: “las luchas nacidas desde abajo”, “el Estado interviniendo desde arriba
para manipular y planificar las fuerzas sociales”.

Los autores llaman la atención sobre los procesos rituales, mundanos, cotidianos que efecti-
vamente alimentan, en términos de experiencias y de dispositivos burocráticos, dicha metáfo-
ra y la consolida. ¿Cuáles son estos? Para el caso de la implementación de políticas de ayuda
social señalan, por ejemplo, los dispositivos de supervisiones sorpresivas y registros obligato-
rios por parte de los operadores de dichas políticas, ambos instalados como mecanismos de
control que espacializan el Estado en este sentido verticalista, jerárquico y abarcador.

Podríamos preguntarnos, ¿Qué sucede cuando los mecanismos de espacialización del Estado
no pueden generalizarse en todo su territorio? Consideramos que se producen los procesos de
desterritorialización que dan cuenta del debilitamiento de la estatalidad, tanto desde el punto
de vista de su estructura institucional, como desde el punto de vista de las prácticas cotidianas
del Estado y su poder organizador.

En este “escenario” es en el cual operan los movimientos sociales y sus prácticas espaciales
de reterritorialización, es decir, de nuevas vinculaciones con el territorio que permiten nuevas
definiciones de sus límites, su acceso, formas y posibilidades de su uso y su control.

Consideramos, entonces, que uno de los dispositivos de institucionalización no formal de los


movimientos sociales, entendiéndolos como sujetos políticos es el que se desarrolla a través
de los procesos de reterritorialización.

“Un movimiento social exige un reordenamiento pequeño o grande de la sociedad y del esta-
do, y empieza haciéndolo a través del desbaratamiento de las relaciones políticas de poder
establecidas para la reproducción de las desigualdades existentes” (Tapia, 2008: 60) En el
desbaratamiento de las relaciones políticas de poder territoriales que, por supuesto, implican
relaciones de desigualdad y dominación, ubicamos el caso que nos ocupa.

Proponemos pensar el proceso de desterritorialización protagonizado por el Estado en sus


diversas escalas como la experiencia que, durante la década neoliberal, marco una forma de
llevar adelante una nueva configuración de la dominación social: fortaleciendo a sectores
económicos poderosos, quienes llevaron adelante un fuerte proceso de reterritorialización a
través de formas de intervención económica con un sesgo marcadamente extractivista y
desindustrializante, y abandonando en términos de gestión y de recursos a todas las expresio-
nes económicas consideradas improductivas o poco rentables, ineficientes y dependientes.
Esta nueva configuración territorial traerá consigo una nueva configuración de la desigualdad,

402
donde la escala local y regional se verá especialmente afectada por la “retirada tendenciosa”6
del Estado.

Dicha experiencia, será la plataforma de constitución de procesos de reterritorialización por


parte de movimientos sociales que suponen claramente la emergencia de “una pauta regulari-
zada de interacción conocida, practicada y aceptada (si bien no necesariamente aprobada) por
actores cuya expectativa es seguir actuando de acuerdo con las reglas sancionadas y sosteni-
das por ella”, es decir, la emergencia de otras instituciones para atender la resolución de di-
versos problemas y necesidades sociales: trabajo, vivienda, salud, educación, etc. Y dicha
institucionalización informal será vectorizada a partir de procesos de reterritorialización pro-
tagonizados por las organizaciones sociales y políticas que componen los Movimientos.

Palabras finales

Sostenemos que algunos de los dispositivos institucionales que desarrollan ciertos movimien-
tos sociales tienen un carácter territorial porque es en la disputa y/o solapamiento territorial
con el Estado (sea ésta resuelta luego bajo el signo de la colaboración o la confrontación)
donde dichos dispositivos pueden sancionarse y aplicarse. Nos resulta muy sugerente la for-
mulación de Pablo Stefanoni, para analizar el proceso de transformación en Bolivia:

“Frente a las polarizadas visiones actuales acerca de cómo “cambiar el mundo” el MAS-IPSP
plantea sin fisuras la necesidad de transformar el poder conquistado por las organizaciones so-
ciales en poder estatal. En un “devenir Estado” cuyas bases materiales pueden visualizarse en
las funciones paraestatales que corrientemente los sindicatos campesinos –y las instituciones
tradicionales (ayllus, etc.)– cumplen en las áreas rurales bolivianas desde los años cincuenta.”
Stefanoni 2008:370-371.
Los autores antes citados, Ferguson y Gupta, realizan un señalamiento similar al referirse a
las organizaciones de la sociedad civil en Africa, presentadas por diversos estudios como
organizaciones de base autónomas y locales, mientras que usualmente son gestionadas por
organismos internacionales y poseen un poder que excede por mucho la escala local. Ellos
las denominan organizaciones que realizan funciones “statelike”, es decir, de tipo estatal o
como si fueran Estado. (Ferguson y Gupta, 2002: 994).

6
Retirada tendenciosa porque el Estado no siempre dejara el espacio “vacante” sino que en muchas ocasiones su
corrimiento es originado por el facilitamiento de incorporación de otros agentes de poder e influencia. Uno de
los ejemplos más claros está dado por los procesos de privatizaciones de empresas estatales, las cuales se
realizan con compradores previamente acordados y bajo condiciones absolutamente favorables a sus intereses.
Otro ejemplo paradigmático es la adecuación de la legislación de tierras para la implantación de empresas
extractivas, en el rubro de la minería y los hidrocarburos fundamentalmente (ver Svampa, 2012 y Machado
Aráoz, 2012).

403
Estas “otras” institucionalizaciones que pueden responder a diversos intereses y actores (mo-
vimientos sociales, organizaciones internacionales y transnacionales, etc.) “devienen Estado”
a pesar de no poseer sanción legal-republicana y no asentarse necesariamente en un funda-
mento universal, lo que las distancia de las instituciones propias de la construcción ciudadana
del Estado liberal occidental. Sin embargo, desde el particularismo que define la necesidad,
ciertas organizaciones sociales territoriales funcionan “reemplazando” o compitiendo con el
Estado en sus funciones sociales. Proponemos entonces comprender la noción de éstos proce-
sos de institucionalización social a partir de un dispositivo territorial que se transforma en el
único posible, en ciertos contextos.

Coincidimos con Tapia, cuando habla de “la política del desborde” para describir el proceso
mediante el cual ante una demanda no cubierta por parte de los órganos institucionalizados de
la política, fundamentalmente el Estado, se resuelve por otras vías: “Las formas de vida polí-
tica que no se organizan como parte del gobierno, se organizan para disputarle y controlar ese
ejercicio del poder político.” (Tapia, 2008:3) Sin embargo, nos distanciamos del análisis del
autor boliviano cuando sostiene que

“En tanto hay movilización de fuerzas, demandas y proyectos, se ocupan lugares, hay un reco-
rrido de las acciones, pero éstas tienden a no estabilizarse e identificarse con un lugar delimi-
tado e institucionalizado de la política; cuando ocurre esto se vuelven simple sociedad civil.
En este sentido, el campo de fuerzas configurado por los movimientos sociales es un no lugar
político; es una zona de tránsito del conflicto social…”.
Como intentamos demostrar a lo largo de este trabajo, hay procesos de institucionalización de
la política, aún cuando esta institucionalización sea considerada informal, que permiten pensar
en un ‘otro’ lugar de la política y ‘otra’ institucionalización y, sobre todo, permite discutir la
división tajante entre sociedad civil y Estado, fundamentalmente atendiendo a los mecanismos
de espacialización jerárquica, que permiten su sostenimiento metafórico pero que en ocasio-
nes es claramente falaz.

Consideramos que esta otra institucionalización, es posibilitada por procesos de reterritoriali-


zación y es válida para pensar algunas de las formas de intervención política que desarrollan
algunos movimientos sociales en América Latina.

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406
Territorios en sesgo. Espacio, tiempo, violencia
Mariflor Aguilar Rivero (UNAM)

Antes que nada quiero felicitar a los organizadores de este encuentro por proponer un formato
tan atractivo y por incluir una mesa como la de “Topologías del poder” en la que se puede
hablar de lo que se está viviendo en la región que se ha llamado ‘la segunda ola’ de ajustes del
espacio que consiste en la “reestructuración profunda” de los espacios transnacionales “parti-
cularmente en sus regiones menos desarrolladas, reconstruyéndolas en conformidad con las
exigencias de la ‘competitividad global’, para venderlas a inversionistas nacionales y transna-
cionales”1, señala el investigador de Manchester, Japhy Wilson, en su estudio sobre el antes
llamado Plan Puebla Panamá, analizado desde la perspectiva de la política pública de las ciu-
dades rurales en Chiapas

En esta presentación me voy a referir a situaciones particulares relacionadas con esta “segun-
da ola”; más en concreto, a formas como ésta se vive y se percibe desde la perspectiva de lo
que ocurre en México, que no es muy diferente de lo que ocurre en regiones de todo el mun-
do.

Me interesa hablar de tres instancias: territorio, movilidad y violencia. Del territorio, mi inte-
rés está puesto en dos tipos: los espacios vividos, digamos así, transformados en espacio abs-
tracto o, dicho de otra manera, los territorios devastados por algún desastre “natural” o “hu-
mano” - sabiendo que casi siempre son políticos. En relación con la movilidad y la violencia,
me interesan, en particular, los territorios donde se instala con toda su potencia devastadora
alguna política pública o algún macroproyecto, dentro de la lógica de la acumulación de capi-
tal, lo que obliga a que la gente abandone su espacio o a que tenga que vivir en uno transfor-
mado en tormento.

El marco teórico que nos ha ayudado a comprender lo que se vive en el territorio mexicano, y
desde el cual vamos a plantear nuestras observaciones es el de la economía política clásica
aggiornada por el pensamiento social contemporáneo, desde donde se plantean algunas reali-
dades que pueden ser obviedades o lugares comunes para algunos pero que a muchos no deja
de sorprendernos la terrible actualidad de los clásicos para dar cuenta de nuestro presente,

1
Cfr. Wilson, Japhy, “La Nueva Fase del Plan Puebla Panamá en Chiapas” (Primera de tres partes), Cuadernos
de Ciepac (Centro de Investigaciones Económicas y Políticas de Acción Comunitaria), num.560, 22 de mayo del
2008.
sobre todo en lo relacionado con los territorios que están en la mira de macroproyectos de
desarrollo.2

Uno de los puntos que vale la pena mencionar de este enfoque teórico es su vigencia cuando
trata la naturaleza de la acumulación detectada y analizada desde el siglo antepasado y que
hoy se ve y se percibe de manera contundente. Me refiero a lo que vio Rosa Luxemburgo
acerca del avance destructivo del imperialismo de final del siglo XIX y comienzos del XX
sobre las economías naturales, a las que describió “como la continuidad de la violencia y el
despojo en tanto métodos constantes y aspectos esenciales del proceso”3. La violencia y des-
pojo agobiantes de entonces hoy se actualiza. Es interesante que hoy se retoma este concepto
añadiéndole la idea de ser “un proceso en constante constitución”4, y más interesante aún es
que, frente al concepto ortodoxo de acumulación originaria, David Harvey prefiere sustituirlo
por el de “acumulación por desposesión” para referirse al mismo proceso pero suprimiendo la
palabra que sugiere que se trata de un modo de producción que sólo tuvo lugar en el pasado y
que no está vigente5.

Otro punto de la teoría clásica que define nuestro presente, es que el despojo y la violencia no
sólo van dirigidos, antes y ahora, a transformar el campo en territorio del capital, sino también
a incorporar a nuevos trabajadores al “ejército del capital”. O como antes se decía: “multitud
de pequeños propietarios... que tienen poca necesidad de comprar medios de subsistencia..., se
ve obligada a ir al mercado para buscar todo lo que necesita...6.

Y para decirlo pronto, estas referencias se complementan con todas aquéllas que se refieren al
modelo productivo actual como a un modelo “colonial” utilizando términos diferentes como
el de “recolonización del mundo” en referencia a los procesos de privatización actuales del
capitalismo7, o como “colonialismo interno” que se refiere a la “pervivencia de relaciones
coloniales al interior de una misma nación” después de su independencia8, o bien como “neo-

2
Composto Claudia y Mina Lorena Navarro (Comps.), Territorios en disputa. Despojo capitalista, luchas en
defensa de los bienes comunes naturales y alternativas emancipatorias para América Latina, 1ª ed., México, D.
F: Bajo Tierra Ediciones, 2014, p.52.
3
Ibid., p.34
4
Idea aportada por John Holloway. Cfr. Composto C. y Mina Navarro L. (Comps.), op. cit., p.45.
5
Ibid., p.48
6
K. Marx, El capital, capítulo 24, Tomo I, cit. de Dr. R. Price, "Observations on Reversionary Payments", vol.
II, pp. 155, 156. http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital1/24.htm
7
González Casanova, Pablo, “Otra política muy otra: los zapatistas del siglo XXI”, La jornada, 26 de enero de
2013. http://www.jornada.unam.mx/2013/01/26/politica/002n1pol
8
Cfr. González Casanova, Pablo , “La conquista de América Latina”, en Tareas, Nº83,1993 y “Colonialismo
interno [una redefinición]”, en Atilio Borón, Javier Amadeo y Sabrina González (comps.) La teoría marxista
hoy. Problemas y perspectivas, Buenos Aires, Clacso. 2006, cit. en Composto C. y Mina Navarro L. (Comps.),
op. cit., p.42.

408
colonialismo”, relacionado con el “control indirecto que ejercen las antiguas potencias colo-
niales sobre sus antiguas colonias” o […] “los Estados hegemónicos, las empresas transnacio-
nales y los organismos internacionales de crédito […] sobre los países periféricos en la actua-
lidad”9.

¿Qué pensar de esta terrible actualidad del pasado? ¿Es el pasado lo que está vigente? ¿Habrá
que decir que la historia nos persigue y hablar de “cuando el pasado nos alcance”? ¿O son
éstas preguntas ociosas ya que el tiempo sólo es un “juego de distribución de elementos en el
espacio”10?

Por lo pronto, dejo abiertas estas preguntas. En relación al territorio y, derivado de lo anterior,
se puede afirmar que “los territorios y bienes naturales de América Latina adquieren renovado
protagonismo como uno de los núcleos centrales del desarrollo capitalista”.11

El problema de esto no es de carácter abstracto. Recurro ahora a algunos teóricos espacialis-


tas. El problema es que en esos territorios viven pueblos o comunidades, y que ellas viven y
quieren vivir en espacios de la vida cotidiana, que quizá pueden ajustarse, antes de ser inter-
venidos, a la brillante descripción que de ellos hace Foucault como el espacio “por el cual
somos atraídos fuera de nosotros mismos, en el cual [...] se desarrolla la erosión de nuestra
vida, de nuestro tiempo y de nuestra historia”. Son espacios “totalmente cargados de cualida-
des” y que están “tal vez también frecuentado[s] de fantasía”12. Pueden ser ligeros u oscuros,
“corrientes como el agua viva” o “petrificados como la piedra”, pero son al final “un espacio
de vida” como dice Mançano.13

El problema es que “no vivimos [o al menos no queremos vivir en] un espacio homogéneo y
vacío”14. Queremos vivir, morir, amar (Foucault otra vez) en espacios no vacíos sino abiga-
rrados, “con zonas claras y oscuras, diferencia de niveles, escalones, [...], regiones duras y
otras desmenuzables, penetrables, porosas”15. No queremos vivir tampoco en un espacio “ins-

9
Cfr. Seoane, José, Emilio Taddei y Clara Algranati, “Las nuevas configuraciones de los
movimientos populares en América Latina”, en Atilo Borón y Gladys Lechini (comp.)
Política y movimientos sociales en un mundo hegemónico. Lecciones desde África, Asia
y América Latina, Buenos Aires, Clacso, 2006, cit. en Composto C. y Mina Navarro L. (Comps.), loc.cit.
10
M. Foucault, El cuerpo utópico. Las heterotopías, Nueva Visión, Buenos Aires, 2010, p.66
11
Composto C. y Mina Navarro L. (Comps.), op.cit., p.50.
12
Foucault, Michel, El cuerpo utópico..., Nueva Visión, Buenos Aires, 2010, p.67.
14
Mançano, Bernardo, “Territorios: teoría y disputas por el desarrollo rural, Rnps: 2106 • issn: 1817- 4078 •
no.17 • enero-junio, 2013, pp. 116-133. p.4 y15. Mançano también concibe al ‘territorio’ como “una
construcción a partir del espacio geográfico”, y al ‘espacio’ como anterior al territorio.
http://www.cedem.uh.cu/revista
14
Ibid.
15
Foucault, op.cit., p.20

409
trumental” o “abstracto”16 que es el que, como se sabe, va tomando posesión sobre la vida
humana. Esa ‘segunda ola’ de ajustes del espacio del que hablamos, consiste, precisamente,
en transformar el territorio de las comunidades “en ‘espacio abstracto’, el cual está regido
‘esencialmente por las leyes de la geometría y de la racionalidad productiva de la acumula-
ción’17. Lefebvre dice que éste es un espacio cuantitativo, geométrico y matemático18 y que se
impone al ‘espacio vivido’ que se rige por la calidad y por su dimensión identitaria19.

Esto es relevante porque, como se dijo, los territorios y bienes naturales de América Latina se
han vuelto protagónicos; pero los que ocupan el primer plano en este protagonismo no son los
que pueden transformarse en ‘espacios de vida’, ni en ‘territorios culturales’ “tejido[s] con
representaciones, concepciones y creencias"20, sino que son lo territorios que, al revés, que
transforman los “espacios de vida” en espacio abstracto porque son vistos solamente como
botín por sus recursos naturales que, a la vez, son fuente generadora de una enorme acumula-
ción.

Otro ángulo para enfocar estos objetos es el de los “diagramas de poder” que estudia Adrián
Velázquez, quien aclara que Foucault distingue dos niveles de análisis: uno local, y otro glo-
bal. “Cada una de estas escalas opera bajo una lógica radicalmente diferente. “A nivel local, el
poder funciona como fuerza centrípeta aislando, encerrando, distinguiendo”, [... y] en la esca-
la global, por el contrario, el poder se comporta como una fuerza centrífuga” que conecta y
expande.21

¿Cómo comprender desde estos niveles de análisis los territorios y movilidades que nos in-
teresan? ¿Cómo operan estas fuerzas en estos territorios?

Aunque después Adrián Velázquez se refiere a la tesis de Foucault que dice que lo “local”
nunca es global,22 creo que si se toma lo global como relacionado con la globalización en las
singularidades que nos interesan, la fuerza centrífuga puede actuar en dos direcciones. Una es
la que expande y conecta esos lugares con los

bancos de los inversionistas; otra es la que actúa cuando expulsa a los habitantes que tienen

16
Lefebvre, Henry, La construcción del espacio, Captain Swing, Madrid, 2013.
https://marxismocritico.files.wordpress.com/2011/10/la_produccion_del_espacio.pdf Consultado en agosto de
2013.
17
Wilson,Japhy, “La Nueva Fase del Plan Puebla Panamá en Chiapas” (Primera de tres partes), op. cit.
18
Lefebvre, op. cit.,
19
Cfr. Wilson, Japhy, op.cit.
20
Barabas, 2003: 23
21
Adrián Velázquez Ramírez. “Lucha política y configuraciones de poder: una mirada desde el giro especial”,
Papeles de Trabajo, Año 6, N° 10, noviembre de 2012, pp. 238-248.
22
Ibid.

410
que emigrar si no quieren sucumbir a la invasión “del progreso”.

¿Cómo llamar a estos lugares? ¿Cómo llamar sobre todo a los espacios producidos por la in-
tervención de una modernidad aplastante? ¿Cómo llamar al “paisaje después de la tragedia”?
El concepto foucaultiano de heterotopías y la distinción entre ellas, puede sernos útil para
responder estas preguntas ya que ese concepto fue construido precisamente para pensar la
diversidad de los lugares. Algunas de ellas pueden corresponder a los lugares a los que llegan
los expulsados de sus territorios: el nombre de la llamada ‘heterotopía de crisis’ se ajusta más
o menos a esa situación porque son lugares “reservados a los individuos que se hallan, respec-
to de la sociedad, y del medio humano en cuyo interior viven, en estado de crisis”23. Y es cier-
tamente un verdadero y terrible estado de crisis ser expulsado del lugar dónde se vive y tener
que buscar otro sitio o ir a uno nuevo previamente asignado.

Quiero decir brevemente qué se entiende por “heterotopía”, por si alguien no conoce el tér-
mino. En primera instancia, son lugares-otros, lugares diferentes. No son los lugares donde se
“desarrolla la erosión de nuestra vida, de nuestro tiempo y de nuestra historia”24; son lugares
reales, efectivos y localizables, pero que a la vez son un reflejo de las “topías” o emplaza-
mientos en los que se vive con cierta normalidad. En las heterotopías se viven “situaciones de
excepción”, valga el préstamo teórico.

Decía que se puede llamar ‘heterotopía de crisis’ a los lugares que operan como alternativa
forzada para vivir. Pero dice el inventor de este concepto que las ‘de crisis’ están desapare-
ciendo porque hay más ‘tolerancia’ a ciertos ‘estados’ biológicos a los que se refieren, como
el embarazo o la vejez. En lugar de ellas se proponen las heterotopías ‘de desviación’ que se
acercan un poco a las situaciones que tratamos, pues son lugares donde “se instala a los indi-
viduos cuyo comportamiento es marginal respecto de la media o de la norma exigida” 25 como
los psiquiátricos, las prisiones y los asilos de ancianos que tienen en común ser lugares donde
se aloja a grupos que requieren cuidados o vigilancia especial, que no es exactamente el caso
de quienes viven en los lugares intervenidos a los que me refiero. Ellos son ciudadanos mexi-
canos con derechos y obligaciones, en general campesinos y en muchos casos indígenas, tam-
bién con derechos y obligaciones. Estos grupos no son, en principio, de los “desviados”, o
sea, de los que tienen un comportamiento marginal, a menos que ...y aquí entran otras temáti-
cas de exclusión y racismo que, aunque complementarias, no podemos tratar con amplitud

23
Foucault, El cuerpo utópico..., ed.cit., p. 72.
24
Ibid., p. 68.
25
Ibid., pp.71-2.

411
pues nos desviarían del punto que hoy quiero ver. Sólo quisiera decir al respecto que es una
expresión con la que se describen las heterotopías ‘de desviación’ la que me hace pensar que
pueden ajustarse a los desplazados internos y forzados; es la que dice que esas heterotopías
son lugares donde “se instala a los individuos”, como si fueran cortinas o tuberías. Es una
expresión adecuada para describir las políticas hacia los desplazados internos en México pues
lo que habitualmente se dice es que se trata de “reubicados” y de “reubicaciones”, con la
misma carga semántica objetual. Quiénes son, cómo viven, qué hacen, no importa; sólo im-
porta que son pobres y que por eso pueden ser movidos, colocados, y sujetos de programas de
reubicación26 en los que no se contempla que este tipo de desplazamientos fractura de manera
irreparable las formas básicas de relación dentro de los grupos y de éstos con la naturaleza,
desarticulando así el tejido social que los constituye.

Es cierto que según estudios diversos no toda migración deja huella traumática, pero sí puede
inferirse que si el territorio juega un rol de importancia crucial en la conformación de la subje-
tividad, y si los individuos se ven obligados a desplazarse dejando atrás puntos de referencia
que los constituyen en esa singularidad y también en su generalidad, entonces debe afirmarse
que toda migración forzada o no deseada, incluyendo los desplazamientos internos, con segu-
ridad dejará una huella traumática27.

Esta situación de ‘ser desplazado’ en el marco de los macroproyectos productivos es la que


me lleva a articular al territorio y al espacio con el tiempo. Es verdad que vivimos una re-
emergencia espacial y también es verdad que no se trata de negar el tiempo28. Desplazarse de
un lugar a otro, de un emplazamiento a otro es también cuestión de tiempo, de emplazamien-
tos y desplazamientos. Como recordé antes, Foucault dice que “el tiempo no aparece proba-
blemente sino como uno de los juegos de distribución posibles entre los elementos que se re-
parten en el espacio”?29. Creo que así como con el espacio, pasa con el tiempo: nos han im-
puesto el tiempo del intercambio mercantil que está en lucha perenne por la hegemonía de
temporalidades, y el capital financiero por su parte impone sus coordenadas espacio-
temporales. Kosellek y Marramao han planteado la relación íntima que hay entre la concep-
ción del poder que una sociedad tiene y su concepción del tiempo y se ha visto que las más
resistentes relaciones de dominación son las que están basadas en jerarquías de temporalida-
26
Cfr. Berlanga, Benjamín, “¿Una Ciudad Rural en San Miguel Tenextatiloyan? La mirada distorsionada del
progreso que se mueve entre el “ninguneo” y el olvido de los campesinos y las campesinas”, en Aguilar, Mari-
flor, Carlos Aguirre y Valeria Avilés, Depredación. Ciudades rurales, comunidades intervenidas y espacios en
conflicto, Facultad de Filosofía y Letras – Juan Pablos Editores, México, 2013.
27
Duarte Rolando y Teresa Coello, La decisión…,.op.cit., Cfr. sobre todo el Capítulo VII.
28
M. Foucault, El cuerpo utópico. Las heterotopías, Nueva Visión, Buenos Aires, 2010.
29
Ibid., p.66

412
des30. Esto es lo que los espacialistas ya no consideran vigente. Yo creo que se ha descentrado
el lugar del tiempo pero que sigue atravesando a las socieades con su aguijón; se ha modifica-
do su centralidad pero no deja de tener vigencia, sobre todo pensando en los casos de los que
hablamos en los que, después de la intervención extractivista u otra equivalente, la gente afec-
tada tiene que empezar de cero” y este cero es espacial y temporal. No sólo la construcción
de relaciones y de infrestructura, sino también la construcción del sentido se lleva su tiempo.

Queda pendiente darle un nombre a los espacios devastados que no son abandonados por su
habitantes. Si repasamos de nuevo la ‘heterotopología’, se podrá ver que algunos de sus prin-
cipios operan al menos parcialmente en estas situaciones. El segundo principio se refiere a
que las heterotopías pueden cambiar de función: “una sociedad (dice el principio) puede hacer
funcionar de una manera diferente una heterotopía que existe y que no ha dejado de existir”31.
Éste no es exactamente el caso de los territorios comunitarios que se transforman en “espacio
abstracto”, porque por definición los espacios transformados no son heterotopías sino son los
espacios de todos los días, los que tienen desniveles y escalones y que unas veces son oscuros
y otras luminosos, son los “espacios vividos”. Pero en lo que sí aplica el principio es en que se
hace funcionar de manera diferente un lugar transformándolo de lugar vivible en lugar invivi-
ble y de “espacio vivido” en “espacio abstracto”. Lo que queda después de las intervenciones
sí son espacios-otros, “muy-otros” se diría, diferentes de los de la vida cotidiana o, al menos,
de la vida que se tenía antes en el cotidiano.

Me refiero solamente a un caso, el de la mina Cananea del Grupo México, ubicada en Cana-
nea, Sonora, en el norte de México. El 7 de agosto del 2014 se derramaron en Cananea 40 mil
metros cúbicos de ácido sulfúrico; se contaminaron seis municipios causando lo que los mine-
ros llaman el “peor desastre ecológico en la minería mexicana”. También dicen que Germán
Larrea, el dueño del Grupo México, “es un hombre sin escrúpulos, que arrasa con todo lo que
encuentra a su paso y que devora parte de la sierra sonorense en total impunidad” 32, más allá
de este derrame específico que puso un plus a la devastación

Cananea sí padece diariamente de las actividades en la mina Buenavista del Cobre. Todos los
días se despierta con el ruido de la maquinaria y con el olor de la lluvia ácida. El óxido se ha
impregnado en cada casa, árbol y automóvil. Está en el aire. Se respira. Larrea no llevó pro-
greso a la ciudad que le abrió las puertas, aseguran sus habitantes, pero el tajo de la mina se

30
Cfr., Boaventura de Sousa Santos, “The World Social Forum. Towards a Counter-hegemonic Globalisation”,
Reader Fellows' Meeting, May 2003, web.
31
Foucault, El cuerpo utópico..., ed.cit., p.73.
32
“Aquí Grupo México no trajo progreso”; habitantes de Cananea sobreviven a la lluvia ácida de la minería
(Segunda parte). Reportaje de Shaila Rosagel, septiembre 5, 2014. Los mineros son de la Sección 65 del
Sindicato Minero. Consultado el 30 de abril. http://www.sinembargo.mx/05-09-2014/1107203

413
impone y domina el paisaje. El resto, las viviendas, los hombres, mujeres y niños viven a los
pies de ese cerro de lixiviados y residuos33.
En medio de la noche por la carretera que lleva de Bacoachi a Cananea, en Sonora, el tajo de
la mina Buenavista del Cobre parece un valle de niebla espesa entre los cerros. Aparece y des-
aparece dependiendo de las pendientes del camino; en algunos momentos se confunde con cie-
lo nocturno.
Ese tajo a cielo abierto, con sus piletas y terreros de lixiviados regados con ácido sulfúrico,
domina por completo la vista de Cananea. En la noche, las luces del perímetro de la mina di-
bujan un contorno de kilómetros iluminados que vigilan el sueño de los habitantes. Ahí, a las
faldas del tajo, amanece el caserío de la ciudad, con sus pobladores.
A las 5:30 de la mañana en la mina ya hay movimiento y aún no se pone [sic] el sol por com-
pleto. El aroma a esa hora no es común, ni se parece a ningún otro olor. Es ácido. [...] Ahí, en
esa colonia, todos los vehículos tienen la carrocería oxidada y cubierta por un polvo gris que
emana la mina. En toda Cananea, el óxido es común.
Aquí se cumple parcialmente otro principio de las heterotopías: el tercero, que dice que éstas
tienen “el poder de yuxtaponer en un solo lugar real varios espacios, varios emplazamientos
que son en sí mismos incompatibles”34; los ejemplos de estos espacios que se mencionan son
el cine y el teatro y los jardines, sobre todo los jardines antiguos que eran espacios sagrados.
Las situaciones como Cananea se alejan de eso; lo que ahí ocurre es que un mismo espacio es
tres cosas a la vez, un emplazamiento, y dos heterotopías; emplazamiento porque es el lugar
donde algunas personas vivían antes y donde se quedaron viviendo “después del diluvio”; una
heterotopía porque lo que quedó de ese lugar es sólo un vago reflejo de lo que era, debido a la
transformación radical que sufrieron el entorno y la vida de quienes se quedaron; y la otra
heterotopía es más bien heterocronía porque éstas son, según se establece, “recortes del tiem-
po”, que están ligadas al tiempo en lo que tiene de más pasajero, y así son algunas labores del
extractivismo y otros macroproyectos: llegan, invaden, destruyen, extraen y se van: las hete-
rocronías “son heterotopías no ya eternizantes sino absolutamente crónicas”.35

Después de repasar Cananea y su situación, una entre decenas de miles en el territorio nacio-
nal, se podría decir que no son tres cosas sino cuatro las que están en un mismo espacio: la
cuarta es otra forma de heterotopía heterocrónica, de las que también se habla en ese breve
ensayo, que es el cementerio, ya que Cananea y todos sus equivalentes son, como se dice de
los cementerios, “’la otra ciudad’, donde cada familia posee su negra morada”36.

Siguiendo por esta línea, hablaremos expresamente de la violencia comenzando con un dictum
de Lefebre que dice que “la reproducción de las relaciones sociales de producción, asegurada

33
Ibid.
34
Foucault, El cuerpo utópico..., ed.cit., p.75.
35
Ibid., pp.76-7.
36
Ibid., p.75.

414
por el espacio y en el espacio, implica, a pesar de todo, un uso perpetuo de la violencia. Espa-
cio abstracto y violencia van juntos”37.

El punto es de qué violencia se trata.

Quizá hay consenso de que en la actualidad se percibe un cambio en las formas de violencia;
lo que se cuestiona es si se trata de un cambio cuantitativo o cualitativo. Yo sigo a autores que
piensan que se trata de lo primero, de un cambio cualitativo según el cual las condiciones de
vida de mucha gente es la de muertos vivientes38, o donde las masacres se han vuelto vitales39;
se trata de la forma de violencia presente en “la lógica contemporánea del mercado [que] es
una lógica de exterminio indirecto y delegado”40.

Estas frases que pueden parecer exageradas, se vuelven simplemente descriptivas a la luz de
algunas cifras como las referidas de Cananea o de cualquier otro cálculo que hagamos de cos-
to/beneficio, del costo humano por la destrucción causada, contra quién obtiene el beneficio.
Estas frases duras hacen mancuerna con otra expresión más fuerte aún que circula ya desde
hace tiempo para designar a un producto característico de esta época; el de las “personas
desechables”, en referencia a personas que no tienen utilidad alguna para el capital 41 por lo
que se las deja a su suerte o a las que se les quiere barrer, ‘quitarlas de en medio’.

En un número reciente de la Revista Proceso (de la ciudad de México) Javier Sicilia comentó
algo en este sentido señalando que: “La maquinaria estatal de México...se revela cada día más
compatible con una violencia extrema de nuevo cuño que día con día borra los logros del pro-
ceso civllizatorio y nos va convirtiendo en materia esclava o en animales de rastro”42.

Lo que ha arrojado la mirada en sesgo del territorio, el espacio, el tiempo y la violencia son
dos cosas: muchas vidas lloradas, muchos cuerpos dañados; pero si alejamos el lente, y se
amplía y enfoca la visión, veremos que hay emplazamientos y heterotopías que son también
espacios de resistencia, de las que no se habla mucho porque a veces es mejor ocultarlas por-
que son precisamente la respuesta a las incesantes preguntas que nos hacemos: ¿qué hacer?
¿qué sigue? La respuesta, desde muchos puntos de vista, es resistir. No son pocas las comuni-
dades organizadas que han logrado oponerse a la voluntad del Estado empresarial y han fre-
nado los avances de algunos macroproyectos. Con ellas no se cambia el mundo pero sí se

37
Lefebvre, H., op.cit.
38
Mbembe, Achille, “Necropolitics”, Public Culture 15 (1): 11–40, Duke University Press, 2003.
Translated by Libby Meintjes.
39
Foucault, Michel, Defender la sociedad,
40
Ogilvie, Bertrand, El hombre desechable, Nueva Visión, Argentina, 2013, p.72.
41
Ibid.
42
Sicilia, Javier, Proceso, Semanario de información y análisis, No. 1978, 28 de septiembre de 2014.

415
cambian muchas heterotopías que comienzan a ser ya sin darnos cuenta también utopías.

La participación en el encuentro de Debates Actuales 2015 se hizo gracias al apoyo del Pro-
grama de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica (PAPIIT) de la
UNAM.

416
Economía política de la “ciudad” desde la microsociología de
Georg Simmel
Fabiola Moreno Lima (FCPyS-UNAM)

La mirada microsociológica hacia la ciudad como espacio central de historia, cultura, econo-
mía y poder político puede darnos importantes elementos para ampliar el juicio de valor gene-
ralizado de que históricamente, la ciudad es un espacio de oportunidades para la cultura, el
progreso y movilidad social, cuando lo que se identifica es la concentración de desigualdades
y exclusión social, por un lado, y limitaciones y contradicciones entre la postura política de
los gobiernos locales frente a la federación y la dinámica económica global.

Para fundamentar lo anterior desarrollaremos los siguientes objetivos:

1. La caracterización del espacio social y la perspectiva trágica de la modernidad en el cor-


pus simmeliano para dimensionar a la ciudad como “espacio social” propio de la econo-
mía global y conflictos socio-políticos.
2. Ubicar los elementos de la “ciudad global” que son abordados en economía política con-
temporánea para problematizar la relación entre política local y economía global, y los
efectos sociales que ésta conlleva.
3. Relacionar las ideas simmelianas presentadas con diagnósticos y críticas que encontramos
en estudios económicos y sociológicos sobre las dinámicas económicas en la ciudad de
México, en las que rastreamos los efectos de la economía global, la participación del go-
bierno local y el desfase en desarrollo social.

Espacio en la microsociología vitalista de Georg Simmel


La epistemología moderna reconoce la vinculación mutua de sujeto y objeto, que destaca que
al ser la ciencia moderna resultado de la razón humana, esta razón delimita y construye su
objeto de estudio, pero la naturaleza del objeto pondrá límites a lo que la razón humana pueda
conocer. Y para el caso de cómo consideramos que esta relación sujeto y objeto está presente
en la caracterización del espacio social, podemos destacar que “La acción recíproca convierte
el espacio, antes vacío, en algo, en un lleno para nosotros, ya que hace posible dicha rela-
ción.”(Simmel, 1908/1986:646) Por tanto, así como los fenómenos de la naturaleza existen y
no son significativos hasta que el sujeto los hace objeto de conocimiento, el espacio físico
“vacío” se torna espacio social con la acción recíproca de sujetos que conocen, piensan y
quieren. Y es por ello que “lo que tiene importancia social no es el espacio, sino el eslabona-
miento y conexión de las partes del espacio, producidos por factores espirituales” (Simmel,
1908/1986:644)

Microsociología del espacio social


La microsicología vitalista1 de Simmel distingue en la “sociedad” dos niveles de relaciones:
las acciones colectivas y las acciones recíprocas que dependen de la espontaneidad y libertad
propia del individuo, por medio de una distinción analítica entre forma y contenido. Y cuando
la microsociología se enfoca en el espacio se atiende a la influencia del espacio en formas de
acción recíproca, y viceversa.

Las cualidades sociales que provienen de la influencia del espacio son la “exclusividad”, “di-
visión de grupos, actividades y creencias”, “límites y grados de incorporación en la organiza-
ción“, “proximidad de individuos y distancia espiritual”, “localismo y migración”.

Y para el caso de la influencia de formas de acción recíproca en la determinación del espacio,


Simmel considera “relaciones sociales que dependen de principios construidos culturalmente
que requieren de espacios específicos para reconocerse; “cualidades adscritas a las relaciones
entre personas que se extienden al territorio”; “posesión parcial de territorios que vincula en
una unidad y espacio mayor a sus propietarios”, y relaciones positivas o negativas que se ubi-
can por “espacios vacíos”.

Simmel considera la exclusividad del espacio en el sentido físico, para después “trasladar esa
cualidad del espacio” que determina y diferencia a objetos estructuralmente iguales a las ac-
ciones recíprocas singulares.

El “traslado de la exclusividad del espacio” a los objetos (acciones sociales) tiene lugar como
representación: “este carácter único del espacio se traslada a los objetos en cuanto nos los
representamos como llenando un espacio” (Simmel, 1908/1986:646)

La división de un espacio tiene efectos prácticos para las acciones recíprocas, pues implica
límites en la asociación, reconocimiento externo y conciencia de la delimitación.

1
El vitalismo de Simmel parte de considerar la aportación de Nietzsche para la superación de perspectivas sobre
el fin y sentido humano en el cristianismo y no en un humanismo y el pesimismo de Schopenhauer, e incorporar
el principio evolucionista para considerar en las formas sociales y culturales un contenido inagotable más allá de
la forma y tiempo en que se manifiestan y superan por el individuo. “La filosofía de Schopenhauer es la
expresión absoluta, filosófica, de este estado íntimo del hombre moderno [...] Y este mundo impulsado por la
voluntad de fines y carente de ellos, es el punto de partida de Nietzsche. Pero entre Schopenhauer y él
[Nietzsche] se encuentra Darwin. Mientras que Schopenhauer se detiene en la negación de la voluntad del fin
último, y, por tanto, no puede sacar como consecuencia necesaria de ello más que la negación de la voluntad de
vivir, Nietzsche encuentra en el hecho de la evolución del género humano la posibilidad de un fin que permite a
la vida afirmarse.” (Simmel, 1907/1944:18-19).

418
Por otra parte, estos límites del espacio a las acciones recíprocas también son considerados en
relación a la situación psicológica de sus agentes y encontramos que: “los límites psicológi-
cos hallan alivio y acentuación cuando coinciden con los naturales; el espacio adquiere mu-
chas veces por la estructura de su superficie, divisiones que colorean de un modo particular
las relaciones de los habitantes entre sí y con los de afuera.” (Simmel, 1908/1986:651)

Los límites en la socialización también van a tener un matiz normativo importante que impli-
ca una división de funciones, responsabilidades correlativas a grados de inclusión en la aso-
ciación.

El último aspecto sociológico del límite espacial está relacionado con su “estrechez o ampli-
tud” del espacio y sus consecuencias en relación a la congregación de una muchedumbre.

La mayor amplitud del espacio es el aire libre en relación a una construcción fija, porque
aquel “da al hombre un sentimiento de libertad, de posibilidades indeterminadas de fines leja-
nos, que difícilmente pueden surgir en habitaciones reducidas” (Simmel, 1908/1986:659)

En suma, el espacio como límite de la asociación atiende lo mismo a una división de dere-
chos y obligaciones que determinan una inclusión diferenciada en la asociación o exclusión de
ésta y del territorio donde tiene lugar, que a los límites y conciencia del comportamiento indi-
vidual que se puede tornar instintivo precisamente por la indeterminación de los límites.

En cuanto a la fijación de contenidos sociales en relación al espacio, Simmel indica que la


pertenencia a la asociación es el principal contenido vinculado a la presencia en un espacio
determinado. Esta pertenencia es correlativa a deberes y reconocimientos, inamovibles en una
sociedad con conciencia primitiva, y flexibles, con la división del trabajo que ha impuesto la
economía monetaria, ya que “se establece una representación de las prestaciones inmediatas,
cada vez más amplia, que hace innecesaria, en muy alto grado, la presencia del individuo”
(Simmel, 1908/1986:661)

La proximidad y distancia social da pie a plantear ¿Qué tipo de relaciones sociales son posi-
ble en la distancia?, ¿cómo decir que hay socialización sin proximidad física en un espacio?
Simmel es positivo respecto a estos aspectos, pero los condiciona, sólo para cierto tipo de
relaciones sociales (económicas, religiosas y de amistad) y con cierto grado de “intelectuali-
dad, pues “Cuanto más primitiva sea la conciencia, más incapaz será de representarse como
perteneciente a la comunidad a los individuos separados de ella por el espacio, o como ajenos
a la comunidad a los que hallasen, espacialmente próximos.”(Simmel, 1908/1986:671-672)

419
Coexistencia estática del espacio
La capacidad de movimiento y la realidad de movilidad poblacional son referidas por la fija-
ción de espacios a partir de los cuales se identifica el “nomadismo” o “fenómenos migrato-
rios”. El interés sociológico de estas acciones sociales radica para Simmel en que los grupos
fijos serán homogéneos y, en consecuencia, no requerirán de una organización política am-
plia, pueden conservarse con una monarquía. La migración genera intercambio, conflictos que
requieren de mediaciones externas, sea una ley de segregación o de mecanismos objetivos de
participación democrática.

La organización del Estado, al no ser tan exclusiva como la organización por parentesco re-
quiere de espacio en común para relacionar a un número indeterminado de individuos por
medio de derechos generales, por lo que Simmel considera que “El espacio como fundamento
de organización, posee aquella imparcialidad y uniformidad que le hacen correlativo del poder
del Estado, el cual tiene las mismas cualidades, en su comportamiento frente a los súbditos.”
(Simmel, 1908/1986:723)

En consecuencia de la formación de la organización social que se torna organización política


se sigue el ejercicio de la soberanía, que se extiende al territorio donde se ubica la organiza-
ción política. Ahora bien, Simmel presenta una relevante consideración, que nos proporciona
una adaptación de su formalismo sociológico:

Soberanía territorial es una abstracción, una formulación, a posteriori o anticipada, de la so-


beranía sobre las personas. Esta fórmula, además de indicar la soberanía sobre la persona de
que se trate, en el lugar en que pueda encontrarse, dice: en cualquier lugar de este territorio en
que se encuentre esta u otra persona, estarán todas sometidas de la misma manera. (Simmel,
1908/1986:727)

Simmel considera para este caso de relaciones sociales que se identifican por la posesión
parcial de territorios, relaciones sociales amplias cuyos involucrados difícilmente pueden
referir un espacio común, pero en lo particular sí tienen un “domicilio fijo” a partir del cual se
representa su unión. El ejército, la familia y la iglesia son las formas de asociación que ilus-
tran esta cualidad con el espacio: “El ejército se compone de unidades, cada una de las cuales
tiene su cuartel [concentración segmentada en un espacio]. La iglesia es la unión de todos los
fieles, que se dividen en parroquias. [Y] la familia, en el sentido amplio, es una unión de di-
versas casas particulares.” (Simmel, 1908/1986:730)

420
Los espacios vacíos que son resultado de relaciones sociológicas son dos: Vacío con locali-
zación interterritorial (fronteras) y Vacío normativo (lagunas legislativas).

Para el primer caso, Simmel destaca que a lo largo de la historia ha sido común convenciones
respecto a conservar un espacio vacío entre los pueblos, que representa la renuncia a la ofen-
siva, es decir, se considera un acuerdo de paz que al transgredirse justifica el inicio de ofensi-
vas.

El caso de vacío ideal se identifica en el hecho de que las leyes y sus posibilidades de coac-
ción son insuficientes para regular todas las conductas de los individuos, y es el residuo moral
el que autoregula la conducta de los individuos frente a situaciones atípicas jurídicamente o
que existe la ausencia del instrumento preventivo y judicial para que obligue el cumplimiento
de las que sí está tipificada su legalidad. “El hombre honrado está rodeado de una esfera de
reservas, de renuncias a acciones egoístas, a [las] que los poco escrupulosos se lanzan sin
más, porque sólo pueden ser impedidas por un impulso moral interno.” (Simmel,
1908/1906:737-738)

Resulta importante que las fronteras significan la conservación o rompimiento de acuerdos de


paz entre organismos sociales, mientras que el vacío legal tiene significado por los actos más
individuales donde tiene lugar la moral. En términos de la microsociología de Simmel, los
primeros son comportamientos comunes resultado de convenciones previas, y los segundos, la
primera manifestación de acción recíproca que depende por completo de la voluntad indivi-
dual que configura y se reconfigura con la moral.

Consideraciones simmelianas sobre la ciudad


La idea que pretendemos desarrollar en esta sección consiste en indagar ¿qué tiene el espacio
urbano para el ámbito de la economía global? y ¿qué para el desarrollo individual y relaciones
sociales vinculadas con la economía? La respuesta a la primera pregunta contiene la caracteri-
zación del espacio físico restringido que genera innumerables relaciones más allá de este es-
pacio y la regulación de las actividades económicas que regula el Estado. Y para el caso del
desarrollo individual, efectivamente la ciudad proporciona condiciones con las que se poten-
cializan las cualidades personales, al mismo tiempo que la concentración exacerbada de po-
blación que está incorporada a un orden homogéneo en sus actividades no es indiferente a la
formación de dinámicas colectivas y a efectos psicológicos que caracterizan la impersonalidad
de la convivencia. Es decir, el conocimiento mutuo de los integrantes de una comunidad rural

421
es impensable cuando se incrementa la cantidad de individuos con los que “se tiene contacto”,
pero no “acción recíproca”.

La ciudad es referente por excelencia del estilo de vida moderno y tragedia de la cultura 2. Lo
que nos permite considerar reflexivamente los alcances y potencialidades de las ideas simme-
lianas, pues nada más contrario a los principios de la microsociología simmeliana que los fe-
nómenos sólo tengan un sentido. Sobre todo cuando su perspectiva vitalista permite conside-
rar la coexistencia de relaciones asociativas: armónicas-conflictivas, espaciales-inespaciales,
lo mismo será para considerar a la ciudad tanto una realidad de la tragedia de la cultura, como
una esfera de posibilidades para el desarrollo de la individualidad.

En lo siguiente pretendemos vincular consideraciones de Simmel sobre la ciudad que presenta


en “El espacio y la sociedad” con los argumentos de “Las grandes urbes y la vida del espíritu”
textos con los que Simmel caracteriza la vida moderna en la metrópoli, para identificar no
sólo el aspecto sociológico moderno, sino el económico político.

La característica de exclusividad en las relaciones sociales vinculadas al espacio “ciudad” es


indicada por Simmel en “El espacio y la sociedad” de este modo:

La esfera de acción de una ciudad que está dentro de un Estado, no acaba en sus límites geo-
gráficos, sino que se extiende de un modo más o menos perceptible, por ondas espirituales,
económicas, políticas, a través de todo el país, encargándose la administración general del
Estado de combinar las energías e intereses de cada parte con las del todo. (Simmel,
1908/1986:647)

La exclusividad refiere a la función administrativa del Estado que se focaliza en la ciudad


pero se extiende a los límites territoriales del Estado.

Esta cualidad de exclusividad para la relación ciudad-Estado se identifica en el ámbito global,


incluso este segundo aspecto de exclusividad es considerado por Simmel como la esencia
más significativa de la gran ciudad en el texto póstumo “Las grandes urbes y la vida del
espíritu”:

2
En Filosofía del dinero (1900/1986) y Shopenhauer y Nietzsche (1907/1944) Simmel desarrolla su perspectiva
trágica sobre la sociedad moderna, en relación con las potencialidades y limitaciones técnicas que impone la
cultura moderna al individuo y absorben su teleología humanista, por lo que resulta una ironía sangrienta la
oferta universal de bienestar y confort que se vislumbra con el incremento y especialización tecnológica: “La
aparente igualdad con que toda materia de enseñanza se ofrece a cualquiera que desee aprehenderlas, es en
realidad, una ironía sangrienta, como todas las libertades del liberalismo que no impiden al individuo
beneficiarse de los bienes de todo tipo, pero olvidan que solamente quien tiene ventaja por alguna circunstancia
podrá apropiárselos. (Simmel, 1900/1986:551)

422
La esencia más significativa de la gran ciudad reside en este tamaño funcional más allá de sus
fronteras físicas; y esta virtualidad ejerce de nuevo un efecto retroactivo y da a su vida peso,
importancia, responsabilidad. Así como un hombre no finaliza con las fronteras de su cuerpo
o del ámbito al que hace frente inmediatamente con su actividad, sino con la suma de efectos
que se extienden espacial y temporalmente a partir de él, así también una ciudad existe ante
todo a partir de la globalidad de los efectos que alcanzan desde su interior más allá de su in-
mediatez. Éste es su contorno real, en el que se expresa su ser. (Simmel, 1957/1998:257)

En “El espacio y sociedad” como ejemplo de exclusividad social vinculada al espacio Simmel
da cuenta del conservadurismo propio de los habitantes de ámbitos rurales. En contraparte en
“Las grandes urbes y la vida del espíritu” caracteriza al urbanita con espíritu libre de prejui-
cios.

Cabe indicar que sociológicamente el conservadurismo es un signo de homogeneidad entre


individuos, que implica en términos del individualismo y vitalismo de Simmel una superación
vía diferenciación que permite la incorporación de cultura objetiva en la cultura subjetiva,
siendo las condiciones del estilo de vida moderno las que hacen posible esta asimilación y la
ciudad el espacio donde se concentran estas condiciones. Es por ello que identificamos la li-
bertad que tiene el individuo en la ciudad con el desarrollo intelectual que permite y en algu-
nos casos exige la vida en la ciudad.

La gran urbe produce una profunda oposición frente a la pequeña ciudad y la vida del campo,
con el ritmo de su imagen sensoespiritual de la vida que fluye más lenta, más habitual y más
regular. A partir de aquí se torna conceptualmente el carácter intelectualista de la vida anímica
urbana, frente al de la pequeña ciudad que se sitúa más bien en el sentimiento y en las relacio-
nes conforme a la sensibilidad. (Simmel, 1957/1998:248)

En este punto Simmel plantea una distinción entre principios que orientan la vida en la gran
ciudad a diferencia de la vida ciudad pequeña: intelectualidad frente a sensibilidad. Esta sen-
sibilidad tiene un papel relevante para conformación y conservación de la individualidad fren-
te a las conglomeraciones habituales en la gran ciudad. Es decir, a pesar de que el individuo
en la gran ciudad esté en contacto con una multitud, no implica que el alcance de sus acciones
recíprocas se extienda a dicha multitud, y es la sensibilidad la que contribuye a la conciencia
de distancia y proximidad social.

423
En suma, la intelectualidad a la que se incorpora el individuo por medio de la dinámica urba-
na, no incluye la extensión de las acciones recíprocas, pues las actividades resultan ordenadas
a ritmos y criterios impersonales.

En la segunda perspectiva para analizar el espacio social (la evolución de la organización de-
termina el espacio) que desarrolla Simmel, ubica en primer lugar los tipos de organización
social que configuran espacios específicos, siendo la organización política la que se representa
y limita en su territorio. Esta cualidad la ubicará también en la economía monetaria y la divi-
sión del trabajo, como relaciones sociales que son posibles en el espacio urbano.

Las grandes ciudades han sido desde tiempos inmemoriales la sede de la economía monetaria,
puesto que la multiplicidad y aglomeración del intercambio económico proporciona al medio
de cambio una importancia a la que no hubiera llegado en la escasez del trueque campesino.
[…] economía monetaria y dominio del entendimiento están en la más profunda conexión.
(Simmel, 1957/1998:249)
Esta relación que agrega Simmel entre entendimiento y economía monetaria es preámbulo
para retomar el criterio de objetividad en las relaciones humanas por medio de las convencio-
nes económicas sintetizadas en el dinero.

A la economía monetaria y el dominio del entendimiento:

Les es común la pura objetividad en el trato con hombres y cosas, en el que se empareja a me-
nudo una justicia formal con una dureza despiadada. El hombre puramente racional es indife-
rente frente a todo lo auténticamente individual, pues a partir de esto resultan relaciones y
reacciones que no se agotan con el entendimiento lógico (precisamente como en el principio
del dinero no se presenta la individualidad de los fenómenos). Pues el dinero sólo pregunta por
aquello que les es común a todos, por el valor de cambio que nivela toda cualidad y toda pecu-
liaridad sobre la base de la pregunta por el mero cuánto. (Simmel, 1957/1998:249)
La producción de mercado focalizada en la ciudad implica en este sentido que en las relacio-
nes entre productor y consumidor, no tenga lugar una acción recíproca directa, prevalece el
desconocimiento entre sí. En suma, sólo hay relación por el medio de intercambio económico,
el dinero.

Economía y política
En la significación del espacio vacío por las relaciones económicas, Simmel ubica “el tráfico
económico” pero lo que considero relevante es el matiz de poder que identifica en la dinámica
económica, que trasciende a las organizaciones políticas: “El tráfico económico, como cambio
de valores objetivos, es ya de suyo un principio de neutralidad, que está por encima de todos
los partidos.” (Simmel, 1908/1986: 739)

En suma, aquí encontramos una aproximación al problema jerárquico entre poder político y
poder económico, siendo que éste está dominado por valores objetivos, da pie a importantes

424
indagaciones sobre los principios de la organización política moderna, tales como los plan-
teamientos de la siguiente sección: la relación economía, política y ciudad.

Discusiones contemporáneas sobre “economía, política y ciudad”


Para vincular los planteamientos de Simmel sobre el espacio social y en particular de la ciu-
dad, retomaremos a grandes rasgos la relevancia de la ciudad para la economía política inter-
nacional contemporánea.

Robert Kissack (2013) destaca aspectos que resultan importantes en términos políticos para
abordar el tema de las ciudades en el entorno económico global, tales como que: son las ciu-
dades donde se concentra más de la mitad de la población mundial, fue en un espacio urbano
donde tuvo lugar la primavera árabe, y en relación a las dinámicas económicas tienen el “ca-
rácter de doble movimiento”:

El papel cambiante de las ciudades en un mundo globalizado, en particular en lo referente al


doble movimiento mediante el cual las urbes, a medida que se alejan de los espacios territoria-
les nacionales, al mismo tiempo se vuelven actores cada vez más importantes por derecho
propio. En todo caso, sea para mejorar nuestra comprensión teórica acerca del mundo que nos
rodea, sea para mejorar la eficacia política en cuestiones tales como el desarrollo sostenible, la
reducción de la pobreza o la provisión de seguridad social a escala mundial, este es un buen
momento para estudiar las ciudades con la atención que merecen. (Kissack, 2013:10)

Saskia Sassen es referida ampliamente en distintos estudios como pionera en el estudio de la


dimensión global y política de las ciudades, a partir de las dinámicas económicas. Caracteriza
como “ciudades globales” a aquellas que integran estructuras de producción y administración
de empresas multinacionales, y que mostraron “mayor inserción en la economía mundial de
las finanzas y el sistema bancario internacional y la producción transnacional, así como menor
inserción en sus economías nacionales, un desfase que se produjo como resultado de la espe-
cialización para proveer servicios a clientes internacionales” (Kissack, 2013: 11)

Estas aportaciones de Saskia Sassen no son sólo descriptivas del curso de la economía mun-
dial y el protagonismo de las ciudades globales, ya que en 2006 publica una importante obra
Territorio, autoridad y derechos donde encontramos reflexiones sobre la relación entre la
lógica de la economía global en la transformación normativa de los estados nación por medio
de una lógica descentralizadora que organiza la vida social y política, que también va a ser
influenciada por una lógica desnacionalizadora por la agencia de actores empresariales “eli-
tes” que se benefician particularmente los acuerdos comerciales. Enfatiza que estas lógicas

425
exclusivas son los efectos de una lógica de la transformación en relación al poder y participa-
ción del estado en la regulación de los mercados, considerados como espacio libremente di-
reccionado “La lógica de la transformación consiste en que las formas de autoridad hasta en-
tonces exclusivas de la esfera pública empezaron a insertarse o a constituirse en la esfera pri-
vada de los mercados, con la correspondiente recodificación normativa” (Sassen,
2006/2010:254)

En la óptica simmeliana las “ciudades” globales resultan ser un espacio exclusivo de agencia
política al servicio de una lógica desnacionalizadora que no será incluyente de los ciudadanos,
lo que confirma la tragedia de la cultura moderna, los grandes avances en este caso la globali-
dad en las relaciones están orientados para fines y beneficios restringidos.

La zona metropolitana en México no está exenta de esta lógica es por ello que a continuación
tomaremos en cuenta tres fenómenos que caracterizaremos con las categorías simmelianas de
“exclusividad” “división y “límite” para analizar como los efectos sociales de las dinámicas
económicas son motivo de transformación del espacio y de contiendas y negociaciones entre
sociedad, gobierno local y capitalistas.

Dinámicas económicas en el espacio urbano


Estudios recientes sobre el empleo en el contexto urbano mexicano destacan consecuencias
que impactan las condiciones de vida de los ciudadanos: bajos salarios, distribución de vi-
vienda, transporte, empleo informal, principalmente.

División espacial del empleo

Los especialistas en estudios urbanos, Salazar y Sobrino, en su artículo “La ciudad central de
la Ciudad de México ¿espacio de oportunidad laboral para la metrópoli?” (2010), dan cuenta
de una dinámica intrametropolitana sobre la distribución de la demanda de fuerza laboral en el
periodo de 1980 a 2003, en relación con la ciudad de México, y considerando los factores de
ubicación de residencia de la fuerza laboral, la caída en los salarios y el tiempo de traslado,
determinan que en este punto el empleo no representa una oportunidad real, cuya consecuen-
cia es un ajuste intrametropolitano de vivienda y empleo hacia las periferias de la ciudad u
otros municipios de la zona metropolitana.

426
El análisis de la noción de “centralidad” para el caso de la ciudad de México nos proporciona
importantes elementos para abordar la relación de dinámicas sociales específicas que determi-
nan el espacio donde se localizan, de tal suerte que si la ciudad de México era considerada
central porque confluían en ella las dimensiones de recintos históricos nacionales, lugar pre-
ponderante de residencia y migración de población rural, y concentración de actividades eco-
nómicas; al sustituir la vivienda por espacios económicos que concentran “servicios” se tiene
el impacto en la precarización de condiciones de vida y su consecuencia en la aglomeración
de los espacios de residencia.

Otra destacada aportación de estos investigadores es que indagan qué representa la división
espacial del trabajo de la dinámica económica global y presentan tres explicaciones, la estra-
tegia de mover la producción a donde su costo sea menor y a economías emergentes, y la es-
pecialización de servicios en espacios centrales que excluye la actividad manufacturera.

Y para el caso de la desindustrialización en la ciudad de México el factor de carácter global lo


interrelacionan con cualidades específicas del territorio: el primero lo ubican en la relocaliza-
ción de las empresas automotrices hacia otros puntos del sistema urbano nacional, ante la
apertura comercial, y en cuanto a las condiciones nacionales consideran que:

[La] crisis económica de los ochenta provocó una drástica caída del ingreso real de la pobla-
ción y obligó a las familias a reestructurar su patrón de consumo, los bienes que se sacrificaron
fueron los de orden superior […] cuya producción ocurría mayoritariamente en la Ciudad de
México. Asimismo, la ZMCM acusó síntomas de amplias deseconomías de aglomeración,
como la congestión vial, la escasez del agua y la contaminación atmosférica. (Salazar & So-
brino, 2010: 619)

Empleo informal: dualismo económico

El empleo informal, no es sólo una variación del empleo como su división espacial, ni la mera
proliferación voluntaria de evasión de costos de las prestaciones sociales del empleo formal.
Una postura amplia al respecto es desarrollada por Alicia Puyana y José Romero (2012) para
su análisis de la economía mexicana de tipo dualista estructuralista, que caracterizan de este
modo:

El dualismo laboral comparte elementos del modelo “insider-outsider” según el cual los traba-
jadores y los empresarios formales son los “insiders” y los que se encuentran en el sector in-
formal los “outsider”, y los salarios de uno y otro segmento difieren siendo idénticos del em-
pleo y la potencialidad productiva. (Puyana & Romero, 2012:455)

427
El enfoque estructuralista que amplia estas distinciones “parte de la segmentación del merca-
do laboral urbano escindidos en dos fragmentos aislados por la calidad del empleo, que confi-
guran el dualismo, en el cual coexisten el sector moderno con salarios superiores y rígidos, y
el tradicional con salarios menores y flexibles y alta movilidad debido a la inexistencia de
barreras de entrada” (Puyana & Romero, 2012:456)

Para demostrar que la economía mexicana es comprendida por estas acepciones del dualismo-
estructuralista, los autores retoman el modelo de Arthur Lewis, quien considera el desarrollo
económico como un proceso por etapas hacia el crecimiento económico moderno en el que
participan el sector atrasado, no moderno, no capitalista (donde está el trabajo informal) y el
sector moderno urbano (donde hay inversión y productividad). La hipótesis respecto a la eco-
nomía mexicana en relación a estos puntos del modelo de desarrollo económico que retoman
Puyana y Romero es que “en la economía mexicana conviven el sector moderno y capitaliza-
do, y el sector no moderno con pocas posibilidades de capitalización.” (Puyana & Romero:
460) Y después de desarrollar la formalización del modelo de Lewis con los datos específicos
de variables económicas que se reportan en los censos y encuestas económicas de México, en
el diagnóstico de esos resultados suscriben que el dualismo estructural de la economía infor-
mal en México se confirma porque: 1)El empleo informal es el factor equilibrante del merca-
do laboral y no el desempleo; 2)se frenó el proceso de incorporación del empleo informal al
formal; 3) Es amplia la brecha de productividad del sector agrícola respecto al manufacturero
y entre éste y los servicios y la construcción, y 4)existe desigualdad en los salarios de los dife-
rentes sectores, aún entre los cotizados en el IMSS (salarios formales).

Disputa por el territorio urbano, informalidad y política

El espacio urbano es un elemento central en la contienda política, puesto que más que un es-
cenario donde las relaciones y los conflictos suceden es el elemento de disputa entre una serie
de actores sociales que se relacionan de manera contenciosa. (Sewell, 2001. -Citado en Silva
2010:200-)

Para finalizar esta introducción al estudio de los fenómenos económicos en el ámbito urbano,
tomaremos en cuenta la economía informal, que se ha localizado históricamente en el centro
histórico, el comercio ambulante. Los motivos de ubicar la atención en este fenómeno radican
en que además de tener las características propias de la economía informal (autoempleo, eva-
sión fiscal, ausencia de prestaciones sociales) focalizada en la centralidad de la ciudad, ha

428
sido también un factor de contienda y negociación con el gobierno local, cuyas medidas po-
demos relacionarlas con los criterios que confluyen en los factores que se incorporan en los
criterios de las ciudades globales.

Alejandra Silva (2010) describe los procesos de negociación entre el gobierno local y los gru-
pos de comerciantes ambulantes para que liberen el primer perímetro del centro histórico,
tanto en 1993 como en 2007. Ambos procesos apoyados por el ordenamiento “Bando para la
Ordenación y Regulación de Comercio en Vía Pública del Centro Histórico de la Ciudad de
México”3, en el contexto de conflictos entre las organizaciones al interior del conjunto de co-
merciantes que se disputaban “territorios” para desarrollar su trabajo.

El primer intento en 1993 a cargo de Camacho Solís (titular de la administración local) fue
fallido, ya que en un lapso no mayor de un año, en 1994, los comerciantes regresaron al pri-
mer perímetro del centro histórico. Las posibles causas de este retorno pudieron ser económi-
cas o culturales, ya que la crisis de ese año incrementó los créditos a los que se habían hecho
acreedores los comerciantes por los nuevos locales, lo que pudo haberles motivado a su aban-
dono, o que los consumidores no se habituaron a esta reubicación y eso hacía que se merma-
ran las ganancias esperadas. (Silva, 2010)

Marcelo Ebrard (jefe de gobierno en turno) orquestó el desalojo “oficial” el 12 de octubre de


2007. El proceso para que esta acción tuviera éxito da cuenta de las acciones que prepararon
el terreno, no sólo en la gestión de Ebrard como jefe de gobierno, sino en las medidas conjun-
tas del gobierno local que desde 2002 articularon la participación del sector público y privado
con la implementación de: “Programa Recuperación del Centro Histórico”, “Programa de
Seguridad Pública para el periodo de 2002-2006” y con el nacimiento de la Fundación Centro
Histórico, que es un organismo de carácter “civil” fundado y presidido por Carlos Slim. Pro-
ceso por demás evidente de la agencia del sector empresarial en una negociación del gobierno
con la sociedad. Y que no porque haya sido una “reubicación” convenida, aceptada y certifi-
cada ante notario público, se conservó; pues se fueron y llegaron otros más. No obstante,
cuando se rastrea si los espacios formales que el gobierno asignó a estos comerciantes en
2007 fueron una oportunidad real de “formalizar” su actividad y que dicho cambio redundara
en bienestar, se observa que estos espacios fueron vendidos a franquicias transnacionales,
quizá porque el costo de la formalidad fue una competencia que no pudieron superar los co-

3
Este ordenamiento indica que “queda prohibido el ejercicio del comercio en la vía pública en puestos fijos,
semifijos en las calles” y “se deberá aplicar inmediatamente el régimen de responsabilidades al servidor
público que permita o tolere su establecimiento “

429
merciantes. Queda pendiente confirmar si será Carlos Slim el beneficiado con la operación de
esas franquicias.

Conclusiones

La microsociología de Simmel permite caracterizar una pluralidad de formas en las que mani-
fiestan relaciones sociales, y que dependiendo del ámbito, las categorías adquieren distinto
significado. Aplicar la microsociología al tema del espacio es una prueba de ello, pues el es-
pacio como límite de las relaciones sociales puede referir a una determinación geográfica, a
una variación en la forma de incluir o excluir a individuos de una relación, al tiempo destina-
do para distintas actividades sociales o al grado de contenidos psicológicos que se expresan en
las interacciones. Además de estos sentidos posibles del “espacio social”, su posibilidad analí-
tica se potencia indeterminadamente cuando se observa la dirección de la influencia espacio-
sociedad, es decir, si el espacio influye en las relaciones sociales o si son las formas y ener-
gías sociales las que configuran el espacio, y en cada una de estas direcciones se presentan
variaciones, sin contar que también se distinguen por el ámbito de relación que se trate.

De la relación del estilo de vida moderno y tragedia de la cultura con las características del
espacio social, resulta que es la ciudad su referente por excelencia, de tal forma que las cuali-
dades del espacio son analizadas en la ciudad y se puede caracterizar a ésta como un espacio
en el que 1) exclusivamente se generan intercambios globales 2) se dividen las formas de vida
rural y moderna, 3) se acentúan las distancias entre los próximos y 4) es un punto fijo de con-
centraciones de tipo económico y político, y exclusión para vivienda y bienestar de la fuerza
laboral. Cualidades que corresponden a la distinción de las influencias del espacio en las re-
laciones sociales.

En la sección “Discusiones contemporáneas sobre economía, política y sociedad” desarrolla-


mos una primera aproximación a los estudios sobre economía política contemporáneos que
focalizan sus estudios en las dinámicas económicas de las ciudades. Considerar estos conteni-
dos a la luz de los planteamientos simmelianos nos da pauta para considerar que la “exclusi-
vidad” de la ciudad tiene su referente en la noción de “centralidad” de la ciudad para activida-
des económicas y contiendas entre la sociedad y gobierno que se derivan de la lógica de la
economía global.

La división sociológica tiene lugar en la especialización y cultura a la que incorpora el espacio


urbano al individuo en relación al espacio rural, y en la división espacial del trabajo que con-

430
siste en relocalizar trabajo industrial a las periferias, aglomerar dinámicas de servicios que
hacen del espacio central de la ciudad oportunidad real de trabajo sólo para aquellos que por
suerte cuenten con ventajas de formación en actividades de alta especialización tecnológica
cuyos salarios hacen posible sostener el costo de la vivienda cerca de este punto, lo cual con-
firma la ironía sangrienta del liberalismo. En consecuencia, esta división espacial del trabajo
da lugar a una exclusión de la vivienda cerca del espacio de trabajo. Lo cual explica también
que una condición de vida sean los largos trayectos en transportes cuyas condiciones son tam-
bién un factor de reducción de bienestar, por sus conglomeraciones y seguridad.

La economía informal, en su forma restringida de “comercio ambulante” en el centro de la


ciudad, resulta un ejemplo más de cómo el gobierno local pretende regular una actividad eco-
nómica “informal” que se torna conflicto, y que al comparar los instrumentos que intervinie-
ron para cumplir el ordenamiento de desalojar las calles centrales de ese comercio, resulta
evidente la incorporación del sector empresarial para la efectividad de dicha intervención. Por
lo que nuevamente supera en poder los proyectos privatizadores que los objetivos esenciales
de un gobierno, a pesar de que se identifique en su imagen como un gobierno de izquierda.

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433
La video vigilancia policial cordobesa. Espacio, poder y técnica
Lisandro Barrionuevo (CONICET – CIFFyH – UNC)

Introducción

En el presente trabajo pretendo presentar algunas reflexiones acerca de la relación entre po-
der, espacio y técnica. El mismo girará en torno a una investigación que hace poco he realiza-
do, titulada “Gobernar el medio. La video vigilancia policial en la ciudad de Córdoba (2007-
2013)”, en la que intenté abordar desde una perspectiva relacional del poder un dispositivo de
gobierno urbano.

Desde ese lugar me interesa compartir la experiencia organizando este escrito en tres partes.
Primero intentaré dar cuenta de la reconstrucción teórica bajo el nombre de “espacialidad in-
manente a las relaciones de poder”, para ello será fundamental recuperar la lectura deleuziana
de la obra de Foucault y analizar la captura entre régimen de visibilidad y régimen de enun-
ciación en torno a las relaciones de fuerzas. Otros conceptos que serán fundamentales a la
hora de esta conceptualización serán los de “racionalidad política”, “violencia” y “arquitectu-
ra visual”.

En una segunda instancia realizaré una pequeña sistematización de la metodología utilizada


para abordar la video vigilancia policial cordobesa. El problema principal se planteará en
torno a la inaccesibilidad del archivo cuando investigamos políticas de seguridad que se cons-
tituyen como “secretos de estado”. ¿Cómo abordamos desde la perspectiva foucaultiana un
ejercicio de poder-saber cuyo archivo es inaccesible? La respuesta a esta pregunta hace hinca-
pié en la posibilidad de reconstruir un archivo mediante el trabajo de campo.

En ese sentido por un lado analizaré el papel que tuvieron las entrevistas, el análisis de prensa,
la lectura de publicaciones teóricas pro-video vigilancia, la búsqueda de legislaciones y discu-
siones parlamentarias para el abordaje del régimen de enunciación que atraviesa a la video
vigilancia policial cordobesa. Por el otro, intentaré explicar el papel en el análisis del régimen
de visibilidad que tuvieron la fotografía, el análisis de videos, el análisis arquitectónico y la
elaboración de cartografía, y qué reflexiones posibilitaron estas herramientas.

La tercera parte del trabajo se centrará en un problema que se hizo cada vez más presente du-
rante el transcurso de la investigación: la relación entre técnica, espacio y poder. ¿Cómo
abordamos el problema de la técnica a la hora de pensar al espacio de una manera relacional?
¿Qué herramientas tenemos para analizar la técnica desde su funcionamiento político? ¿Cuál
podría ser un abordaje teórico de la co-implicación poder-espacio-técnica? ¿Cómo hacemos
para abordar tal co-implicación en casos concretos?

Espacialidad inmanente a las relaciones de poder

Rogério Haesbaert en su texto “Sociedades biopolíticas de in-segurança e des-controle dos


territorios” (2008) señala que “seguridad” señala el paso de una configuración del poder cen-
trada en la articulación “disciplina-individuo(cuerpo-máquina)-fijación(principalmente por el
trabajo)” a una focalizada en la tríada “seguridad-masa(cuerpo-especie)-circulación” (Haes-
baert, 2008: 2). Más adelante en ese mismo texto, el autor propone enriquecer las “cuestiones
de espacio” señaladas por Foucault (2006a) desde y para una geografía que piense los proce-
sos que están ocurriendo en contextos particulares latinoamericanos.
La investigación que realicé intenta ser un aporte al camino propuesto por Haesbaert, hacien-
do foco en un caso particular: la video vigilancia policial cordobesa. He partido del hecho
según el cual la video vigilancia policial se enmarca dentro de las nuevas tecnologías de poder
al aire libre, en el espacio abierto, características de las sociedades de control (Deleuze, 1999).
Desde ese lugar, gran parte del trabajo estuvo orientada a generar herramientas para analizar
desde la geografía el funcionamiento de lógicas de poder que podríamos considerar como
gobiernos de la circulación.

Teniendo esto en cuenta definí, a modo de hipótesis interpretativa, a la video-vigilancia poli-


cial cordobesa como un dispositivo de seguridad (Foucault, 2006), sosteniendo que se enmar-
ca dentro de las lógicas del criminalismo actuarial característico de las sociedades neolibera-
les (De Giorgi, 2005 y 2006).

Siendo lo que me interesa el funcionamiento del poder, tuve que buscar una forma de abordar
la espacialidad que nos permita decir, pensar y/o hacer algo respecto a las tácticas actuales de
gobierno urbano que se diseminan y transforman a lo largo y ancho del planeta (incluso más
allá de él).

El camino que consideré conveniente es aquel que anula las preguntas “¿qué hace el poder
con el espacio?” o “¿cómo influye el espacio en las relaciones de poder?”, y si bien pudiera
ser más cercana en sus intereses, tampoco es atinada aquella que se pregunta “¿qué espacios
produce el poder?”. El espacio fue en esta investigación más una categoría analítica que un
objeto de estudio. Es decir, intenté analizar un funcionamiento político desde una óptica espa-
cial. Y puesto que esta investigación fue abordada desde una perspectiva relacional, la defini-

436
ción de espacio fue útil en tanto designaba algo que no es anterior a las relaciones de poder, ni
algo que es su resultado. La definición de espacio adoptada sirvió en tanto herramienta meto-
dológica para analizar al poder, por lo cual debía hacer referencia a parte de su funcionamien-
to.

A la hora de pensar una construcción conceptual para abordar el trabajo, fue muy importante
la premisa según la cual “[t]oda investigación sobre las relaciones entre espacio y poder recae
así dentro de una fórmula que no conoce sólo los dos términos (espacio y poder), ni una rela-
ción entre ellos, sino la más estrecha coimplicación” (Cavalletti, 2010: 7). Y en ese sentido
“sólo una historia de los espacios que sea al mismo tiempo una historia de los poderes podría
abrirse un horizonte ya no reconducible a un concepto político-espacial” (Ibid.: 11). El intento
fue esbozar algunas definiciones que permitieran avanzar en este camino. Desde este lugar la
categoría analítica “espacio” hará siempre referencia a “una espacialidad inmanente a las rela-
ciones de poder” (Ibid.: 10).

Otro buen punto de partida fue la propuesta de Tirado y Mora (2002: 19 y 20):

“No basta con afirmar que el poder al articular visión y enunciado, se torna productivo. Hay
que esclarecer que su acción es generación de espacio. Éste se torna, por tanto, una zona bisa-
gra entre estas entidades, en las que ambas pierden sus límites y se vuelven indiscernibles.”
Fue (y es) un buen punto de partida puesto que en ella se encuentra una definición espacial
que hace referencia a un entrecruzamiento entre visión y enunciados, y estas dos categorías
son centrales para pensar al poder desde su funcionamiento. Régimen de enunciación y régi-
men de visibilidad son las dos instancias que conforman al saber, que a su vez guarda una
estrecha relación con lo que definiremos como poder. La visibilidad y la enunciabilidad “se
capturan” porque no son lo mismo, porque no se encuentran armónicamente. Se encuentran en
torno a una relación de fuerzas, en torno al poder (Deleuze, 2013).

Como señalé antes, es la relación entre poder y saber la que permitiría pensar en una espacia-
lidad inmanente a las relaciones de poder. En las relaciones de poder se utilizan estratégica-
mente saberes, a la vez que estos emergen de las mismas:

“[l]os individuos sobre los que se ejerce el poder pueden ser el lugar de donde se extrae el sa-
ber que ellos mismos forman y que será retranscrito y acumulado según nuevas formas; o bien
pueden ser objetos de un saber que permitirá a su vez nuevas formas de control” (Foucault,
2007: 143).
Así, el poder es “epistemológico”, puesto es “poder de extraer un saber de y sobre estos indi-
viduos ya sometidos a la observación y controlados por estos diferentes poderes” (Ibid.: 142).

437
Es acá donde entra la idea según la cual el saber se presenta como una estratificación respecto
a las relaciones de poder en una época determinada (Deleuze, 2014). Estos estratos están con-
formados por un régimen de enunciación y por un régimen de visibilidad. Esto quiere decir
que el saber está conformado por todo lo que puede decirse y todo lo que puede verse, que no
hay nada oculto en el saber, que una época dirá y verá todo lo que puede decir y ver (Deleuze,
2013).

Un régimen de enunciación está constituido por un conjunto de reglas de pasaje entre sistemas
de significados heterogéneos, y en ese sentido es un campo de vectores, “siendo los vectores
las flechas direccionales por las cuales un enunciado no cesa de pasar de un sistema a otro, de
otro a un tercero, o de volver al primero” (Ibid.: 123).

La familia de enunciados, es decir “el grupo de los enunciados entre los cuales hay regla de
pasaje” (Ibid.: 124), opera distribuyendo las relaciones entre distintos campos del saber. En el
caso que me interesa, la video vigilancia policial cordobesa, esas reglas de pasaje son las que
distribuyen las relaciones entre objetos como la ciudad, el delito, la prevención, la intimidad,
la libertad, las conductas, etc., funcionando como vectores entre campos heterogéneos como
lo son la criminología, las disciplinas que abordan la conducta humana, el derecho, el urba-
nismo, las telecomunicaciones y la planificación del tránsito.

Un régimen de visibilidad

“no se refiere a una luz en general que iluminara objetos preexistentes; está hecha de líneas de
luz que forman figuras variables e inseparables de este o aquel dispositivo. Cada dispositivo
tiene su régimen de luz, la manera en que ésta cae, se esfuma, se difunde, al distribuir lo visi-
ble y lo invisible, al hacer nacer o desaparecer un objeto que no existe sin ella. No es sólo la
pintura, sino que es también la arquitectura.” (Deleuze, 1990: 155)
La visibilidad es todo el conjunto de afectos y sensaciones que pueden sentirse en una época
dada.1

Es necesario aclarar a la hora de abordar los regímenes de enunciación y de visibilidad que


“estamos en el seno de una no-relación entre lo visible y lo enunciable”, puesto no se ve lo
que se dice, ni se dice lo que se ve (Ibid.: 193). “Lo cual quiere decir concretamente que, de
una forma a la otra, de lo visible a lo enunciable y de lo enunciable a lo visible, hay constan-
temente capturas mutuas” (Deleuze, 2013: 194). Hablar y ver son cosas distintas, pero se dan

1
Si bien respecto a la video vigilancia la visión es central, dado que se presenta ante todo como una “máquina de
ver”, los regímenes de luz no son reductibles a este sentido: “Pues si las visibilidades solo secundariamente están
relacionadas con la vista, no están relacionadas con ella sin serlo también con los demás sentidos, con el tacto,
con el oído, etc. De modo que las visibilidades, lejos de ser datos del órgano visual, son complejos
multisensoriales, ópticos, auditivos, táctiles… De hecho, son complejos de acciones y reacciones, complejos
multisensoriales de acciones y reacciones, de acciones y pasiones” (Deleuze, 2013: 99).

438
al mismo tiempo, y ese al mismo tiempo es posible en torno a las relaciones de poder (Ibid.:
205).

Tanto lo decible como lo visible se explican desde esta perspectiva como curvas integrales,
puesto trazan líneas entre series de multiplicidades. Y esas multiplicidades que son integradas
y regularizadas son las relaciones de poder. Si las relaciones de poder son tan locales como
difusas, lo que permite la aparición y sostenimiento en el tiempo de estrategias de conjunto o
efectos terminales (como puede ser un aparato estatal) es la integración de las mismas en el
saber (Deleuze, 2014: 115 y ss.). Esas líneas de integración que estabilizan a las relaciones de
fuerza están constituidas por los regímenes de enunciación y de visibilidad.

“En otros términos, el saber es la integración de las relaciones de fuerzas, en el sentido más
general que exista: relaciones de fuerzas entre cosas, entre personas, entre letras, entre luces,
entre sombra y luz, entre todo lo que quieran” (Deleuze, 2013: 243).
El saber emerge de las relaciones de poder, pero trazando curvas que integran y actualizan las
relaciones locales, opera dándoles sentido, utilidad y ductilidad, haciéndolas funcionar en un
sentido determinado.

Para poder abordar los ejercicios concretos del poder, allí donde ver y hablar se capturan, se
transforman y se potencian, hay un concepto que nos parece central y es el de dispositivo. Es
en el dispositivo, o agenciamiento concreto, que no podemos distinguir entre saber y poder,
entre estrategia y estrato (Deleuze, 2014: 169).

El dispositivo, señala Deleuze, hace funcionar las relaciones de poder, y para ello “forma u
organiza materias” (2005: 60), es decir que crea y da sentido a lo que es la materia del poder:
la posibilidad de una fuerza de ser afectada por otras (Ibid.: 100 y 101). Pero a la vez “forma o
finaliza funciones, les da sentido” (Ibid.:60), es decir que crea, orienta y garantiza la posibili-
dad de una fuerza de afectar a otras (Ibid.: 100 y 101).

En resumen, podemos pensar a la espacialidad como la instancia en que las líneas de enuncia-
ción y las líneas de visibilidad se capturan mutuamente en torno a las relaciones de fuerza. En
la captura, la luz cae sobre los objetos que no le preceden generando un plano de visibilidad, y
las enunciaciones se espacializan organizando los objetos (Tirado y Mora, 2002: 19 y 20). Esa
captura en la que ver y hablar se enlazan, es el agenciamiento concreto de las relaciones de
poder, pero es también la posibilidad del funcionamiento de los dispositivos.

Esta espacialidad es entonces el agenciamiento de las formas del saber en un ejercicio de po-
der. En esta espacialidad inmanente está implicado el proceso que opera dando forma a la
materia (capacidad de ser afectadas) y la función (capacidad de afectar) de las fuerzas en jue-

439
go. Es decir que el espacio es una organización estratificada de la capacidad de las fuerzas de
afectar y ser afectadas.

Desde ese lugar, en el trabajo mencionado, intenté dar cuenta de la espacialidad inmanente
que está operando en el dispositivo de video vigilancia policial en la ciudad de Córdoba. Para
producir un acercamiento a tal espacialidad la estrategia fue dar cuenta de las enunciaciones y
las visibilidades que atraviesan a, y emergen de, este ejercicio de poder, capturándose en una
particular configuración de la violencia implicada en esta táctica de gobierno urbano.

Método

No suele resultar fácil encontrar metodologías acordes a las perspectivas relacionales para
abordar casos concretos de ejercicios de poder. En este pequeño apartado intentaré dar cuenta
de algunos caminos que sirvieron para abordar la espacialidad inmanente a un dispositivo
como la video vigilancia policial cordobesa.

Lo primero que es importante retomar es que habíamos definido a la espacialidad como la


captura del régimen de enunciación y el régimen de visibilidad en torno a una relación de
fuerzas. Por eso, los ejes de análisis fueron lo que se dice y lo que se ve y la captura entre am-
bas instancias.

Ahora bien, la lógica para analizar el ejercicio concreto de poder es opuesta. Nunca encon-
tramos a la visibilidad y a los enunciados, es decir las dos instancias del saber, en estado puro
por un lado y por el otro las relaciones de fuerza despojadas de formalidad en torno a las cua-
les ver y hablar se capturarían. Al contrario, “en la experiencia nos encontramos siempre ante
mixtos saber-poder” (Deleuze, 2014: 169), por lo que las formas visibles y decibles ya se en-
cuentran capturándose entre sí y en torno a las fuerzas. La metodología entonces se basó en
desanudar y analizar las dos instancias del saber para dar cuenta de qué elementos conforman
la espacialidad. Así, partiendo de un dispositivo concreto me propuse reconstruir lo visible y
lo enunciable.

Para abordar lo decible, me pareció interesante articular las ideas de racionalidad política y
régimen de enunciación. Esto implicó tomar una serie de precauciones metodológicas que
provienen del amplio y heterogéneo campo de los estudios de la gubernamentalidad (Rose,
O´Malley y Valverde, 2012). La más importante es aquella según el cual la voluntad de go-
bierno no busca soluciones a problemas que le preceden, sino que se construyen mutuamente
la conducta a conducir y la racionalidad que la problematiza y la “prepara” (la dispone) para

440
ser intervenida (Miller y Rose; 2008). Según Rose y Miller “[s]i la conducta de los individuos
o colectividades parecen requerir ser conducidas, es porque algo en ellas resultó problemático
para alguien” (Ibid.: 14). Una racionalidad política, entonces, es un proceso de problematiza-
ción de ciertos aspectos que no le preceden, a la vez que la emergencia (al menos discursiva)
de tácticas de intervención: “esto sugiere que los problemas no son pre-dados, esperando por
ser revelados. Deben ser construidos y visibilizados…” (Ibid.)

Todo “arte de gobierno incorpora, explícita o implícitamente, una respuesta a las siguientes
preguntas: ¿quién o qué debe ser gobernado? ¿Por qué deberían ser gobernados? ¿Cómo debe-
rían ser gobernados? ¿Con qué fines deberían ser gobernados?” (Rose, O´Malley y Valverde,
2012: 116 y 117). Entonces, las respuestas que debemos buscar en los enunciados para dar
cuenta de la racionalidad política en juego se relacionan a “¿quién gobierna qué? ¿Según qué
lógicas? ¿Con qué técnica? ¿Con qué fines?” (Ibid.)

La propuesta de este abordaje busca dar cuenta de un régimen de enunciación, es decir, la


forma en que el lenguaje se organiza en una época, la forma en que se agrupa alrededor de
relaciones de poder. No se trata de un análisis hermenéutico, ni una búsqueda de los sentidos
de los discursos, sino que se trata de buscar la distribución y organización de enunciados, de
las líneas que unen palabras, frases y proposiciones. Líneas que atraviesan distintos campos
del saber, agrupaciones heterogéneas del lenguaje.

Se trató de dar cuenta, justamente, de esas líneas que se trazan entre distintos objetos discursi-
vos y los acomodan en un régimen que atraviesa los campos de saber de la economía, la esta-
dística, la criminología, los estudios de las conductas, el urbanismo, etc.

Este agrupamiento de lenguaje sobre los ejercicios de poder es profundamente epocal, es de-
cir, responde a un a priori histórico, a una racionalidad política de una época, a la forma en
que el lenguaje se agrupa en torno a relaciones de poder. Sin embargo, también se considera
que el lenguaje emerge de esas relaciones de poder, como sedimentación de las líneas de fuer-
za, como herramienta útil de una voluntad política. Por ello, intenté abordar al lenguaje en
relación a “los focos de poder que son los productores de dichas frases, los focos de poder en
torno a los cuales se organizan las palabras, las frases y las proposiciones.” (Deleuze, 2013:
74)

Las relaciones de fuerza que me interesan son las políticas de gobierno urbano que utilizan a
la video vigilancia policial como herramienta fundamental en Córdoba. Por ello busqué pala-
bras, frases y proposiciones en aquellos lugares donde se discute y propone a la video vigilan-

441
cia como herramienta para el gobierno de la ciudad. Esta elección implicó dejar de lado los
grandes discursos sobre el gobierno urbano y buscar en los ejercicios concretos de poder,
puesto que

“la racionalidad del poder es la de las tácticas a menudo muy explícitas en el nivel en el que se
inscriben –cinismo local del poder-, que encadenándose unas con otras, solicitándose mutua-
mente y propagándose, encontrando en otras partes sus apoyos y su condición, dibujan final-
mente dispositivos de conjunto: ahí, la lógica es aún perfectamente clara, las miras descifra-
bles, sin embargo, sucede que no hay nadie para concebirlas y muy pocos para formularlas: ca-
rácter implícito de las grandes estrategias anónimas, casi mudas, que coordinan tácticas locua-
ces cuyos ‘inventores’ o responsables frecuentemente carecen de hipocresía.” (Foucault, 2008:
91)
Este principio metodológico implicó entender que el corpus “se forma con enunciados sin
referencia, es decir que no remiten a un autor determinado y que no poseen necesariamente un
sujeto unívoco” (Deleuze, 2013: 73), pero que sí está atravesado por “una serie de miras y
objetivos” (Foucault, 2008: 91).

En el análisis concreto esto quiso decir que los textos consultados y las entrevistas realizadas
no interesan de acuerdo a quién los pronunció y el sentido que esa persona le otorga a lo que
dijo, sino como corpus de enunciados que importa por el lugar estratégico desde el que fueron
dichas las palabras, frases y proposiciones que lo conforman.

De lo que se trata es de mapear la dispersión de los objetos discursivos (ciudad, delito, indivi-
duo, situación, medio-ambiente, etc.) y analizar los vectores que los distribuyen trazando las
líneas de enunciación (Deleuze, 2013: 68). Para dar con esta distribución, con las líneas de
enunciación que atraviesan al dispositivo concreto de la video vigilancia, recurrí a análisis que
han realizado distintos autores (De Giorgi, 2005 y 2006; O´Malley, 2006; Miller y Rose,
2008) de lo que se considera el régimen de enunciación que atraviesa a las políticas de seguri-
dad urbana actuales.

Así, hice entrevistas a personal policial, a representantes empresariales vinculados a las políti-
cas de video vigilancia policial, revisé la discusión parlamentaria en la que se discutió la re-
glamentación de este dispositivo, colecté notas periodísticas y publicaciones teóricas pro-
vigilancia. Toda esa información conformó el corpus de enunciados que se analizó organizan-
do los siguientes ejes de agrupamiento del lenguaje: qué es una política de seguridad, qué es
la racionalidad medio ambiental de prevención del delito, quiénes delinquen, el costo del deli-
to, la relación entre intimidación, intervención y prueba y la relación entre libertad, intimidad
y seguridad.

442
Para el análisis del régimen de visibilidad seguí un camino parecido: construir un corpus si-
guiendo la idea de que las cualidades sensibles se agrupan en torno a las relaciones de poder.
Así, el análisis de lo visible tuvo tres ejes: la arquitectura visual, por un lado, por otro un aná-
lisis pictórico de lo que esa arquitectura visual hace ver, y por último lo que la policía hace
ver a la población respecto al funcionamiento de la video vigilancia.

Para llevar adelante el primer eje me puse en contacto con organizaciones que abordan la te-
mática antirrepresiva, y a partir de ese vínculo fueron se generó un rico y constante intercam-
bio de información sobre las cámaras de video vigilancia en la ciudad. También realicé entre-
vistas en el Centro de Control Video Operativo Provincial a personal policial, quienes fueron
planteando algunas cuestiones de la lógica de la video vigilancia, lo mismo con la Cámara de
Comerciantes e Industriales Mayoristas y Caminos de las Sierras.

A partir de toda esta información, comencé a notar cierta regularidad en la colocación de cá-
maras, y a visitar lugares de la ciudad que se correspondían con las características de los em-
plazamientos conocidos. Las ubicaciones de las cámaras fueron sistematizadas mediante he-
rramientas de cartografía digital, la cual también sirvió para trazar el área de visibilidad de
cada una2.

Esto me permitió sistematizar los objetivos de la mirada y analizarlos en distintos ejes: la re-
lación de la vigilancia con la gestión del tránsito, con las plazas y rotondas, con los puentes de
la ciudad, con los peajes, con el micro-centro y un proyecto de shopping a cielo abierto, y con
la vigilancia en escuelas y hospitales.

Respecto al análisis pictórico, al análisis de lo que esa arquitectura visual permite ver, comen-
cé entrevistando a las personas que monitorean las cámaras. El problema del merodeo fue lo
primero en aparecer3: las cámaras permiten ver el merodeo. Otra cuestión interesante fue que
las cámaras no respetan la distinción legal entre espacios públicos y privados, sino que captan
toda la luz que pueden captar. El otro elemento que analicé en esta sección del trabajo fue el
lugar de la protesta social en la visualidad policial: obviamente la información es muy poca,
pero justo mi visita se vio interrumpida por el comienzo de un operativo especial por una
marcha del Sindicato de Empleados Públicos.

2
Esa sistematización cartográfica puede consultarse en un mapa interactivo que realizamos con el colectivo
Cíclope – Cartografía sin patronxs: ciclopecartografia.comunis.com.ar
3
El merodeo es una figura controversial que se asienta en el artículo 98 del inconstitucional Código de Faltas,
uno de los principalmente utilizados como herramienta para llevar adelante detenciones arbitrarias por parte de la
Policía de Córdoba.

443
Respecto a lo que la policía hace ver del funcionamiento de la video vigilancia, fue crucial el
análisis de las visitas del ex-Ministro de Seguridad Alejo Paredes4 a ciertos programas matu-
tinos de la televisión cordobesa. Mediante el trabajo con estas imágenes fue posible dar con
algunas características de la captura entre los enunciados emitidos por Paredes y las imágenes
capturadas por las cámaras: los objetivos, las disposiciones, los recorridos y la final desapari-
ción del cuerpo del espacio público en manos de la policía se entrelazaban con un discurso
potente acerca de la guerra contra la inseguridad y la gestión urbana.

Dado que el análisis propuesto daba un lugar primordial tanto a los enunciados como a las
visibilidades, en el trabajo traté de utilizar elementos que excedan a las palabras como herra-
mientas. Así, la cartografía y la fotografía fueron elementos esenciales, no como apoyo de un
análisis discursivo o como ejemplificación de las palabras, sino como herramientas analíticas
centrales.

Técnica, poder y espacio

Al trabajar un tema como la video vigilancia policial, la cuestión técnica se fue haciendo cada
vez más presente. En un comienzo simplemente como la importancia que tenían los artefactos
cámaras para permitir a la policía mirar la ciudad. Pero luego de una serie de entrevistas, prin-
cipalmente las realizadas al técnico del área de telecomunicaciones de la Policía de Córdoba y
al encargado del área de explotación de Caminos de las Sierras, toda una economía de señales,
antenas, información, colores, retransmisores, protocolos, etc., comenzaron a tomar una im-
portancia enorme. Lo que había definido como una tecnología de gobierno urbano estaba pro-
fundamente entrelazada con una maquinaria técnica que inunda la ciudad.

Lo que se hacía evidente es que toda una logística de transmisión de datos era necesaria para
sostener esta forma de gobierno urbano, por lo que aquello que comúnmente llamamos técni-
ca era algo crucial para comprender el funcionamiento de esta máquina de gobernar. Sin em-
bargo, esas señales establecen una relación muy particular con el resto de la ciudad: al trans-
mitirse en señales de muy alta frecuencia es preciso un camino visual entre la instancia recep-
tora y la instancia emisora, ya que la señal no rebota en lo sólido sino que es absorbida. Inun-
dar la ciudad con cámaras que deben recibir señales con instrucciones de movimiento y enfo-
que, a la vez que transmitir señales con toda la información necesaria para reconstruir las
imágenes captadas, implica un diseño en el que la morfología urbana no es un dato menor.

4
Alejo Paredes renunció a su cargo tras el denominado “narco escándalo”.

444
Así fue como di con que el Faro del Bicentenario, un enorme monumento que se eleva 80
metros en una de las zonas más altas de la ciudad, funciona como una enorme antena retrans-
misora que permite el enlace entre el Centro de Control Video Operativo Provincial y cada
cámara de vigilancia.5

La arquitectura visual no puede ser comprendida sin un análisis técnico. El régimen de luz
que hace visible la circulación en la ciudad se materializa en una serie de artefactos y meca-
nismos que permiten el funcionamiento del poder.

Ahora bien, ¿qué es la técnica? ¿cómo la abordamos respecto al espacio y al poder desde una
perspectiva relacional? Seguramente esta cuestión ya fue abordada y sistematizada, pero no
estoy en contacto con tales planteos, así que lo que intento a continuación es tomar algunos
aportes que creo pueden servir para pensar la tríada poder-espacio-técnica.

Si habíamos dicho que el poder es el conjunto de fuerzas y su capacidad de afectarse mutua-


mente, es interesante partir de la definición de Deleuze y Guattari según la cual “la máquina
técnica es el medio entre dos sujetos” (2010: 463), por lo cual

“una máquina técnica nunca es simplemente técnica. Por el contrario, es técnica sólo como
máquina social cuando apresa a los hombres y a las mujeres en sus engranajes, o más bien
cuando incluye hombres y mujeres como engranajes suyos, así como incluye también cosas,
estructuras, metales, materias.” (Deleuze y Guattari, 1978: 117)
Esto hace partir de un lugar muy particular a la hora de pensar la relación entre poder y técni-
ca:

“la tecnología permanece incomprensible en sí misma, es decir que la historia de las herra-
mientas y de las máquinas no existe por sí misma. ¿Por qué? Porque así como (…) toda época
ve todo lo que puede ver y dice todo lo que puede decir según sus medios, cada época tiene
exactamente todos los instrumentos y todas las máquinas que sus dispositivos y su diagrama –
siendo los dispositivos actualizaciones del diagrama- exigen y soportan. ¿Qué quiere decir es-
to? Que toda técnica material presupone una técnica social.” (Deleuze, 2014: 164 y 165)
Estas reflexiones sobre la técnica sostenidas por Deleuze y Guattari están profundamente
preocupadas por el poder, y creo que es posible extenderse hacia lo espacial estos planteos.
Creo que un buen punto para comenzar con ese enlace es el planteo según el cual se puede
entender a la arquitectura en tanto arma (Lambert, 2013). ¿Qué es un arma? Un arma es, para
Lambert, un objeto que tiene la capacidad de actuar violentamente sobre los cuerpos, no sólo
por una capacidad física inherente, sino también por la red de relaciones en la que se encuen-
tra inserto (Lambert, 2014).
5
El Faro del Bicentenario es uno de los retransmisores de señales que conocemos, el otro es el edificio donde se
encuentra la sede de la Cámara de Comerciales e Industriales Mayoristas de Córdoba, quienes han participado de
un convenio con el Ministerio de Seguridad y la Policía de Córdoba para la colocación de 36 cámaras en la zona
del micro centro.

445
En la lectura deleuziana de la obra de Foucault existe una clara distinción entre poder y vio-
lencia:

“Sin duda la violencia está en relación con la fuerza. Se dirá incluso que la violencia es el
efecto de una fuerza sobre algo o alguien. De cierta manera, eso quiere decir que sólo hay vio-
lencia molar. Es el efecto de una fuerza sobre algo o alguien, pero nosotros no buscamos el
efecto de la fuerza sobre algo o alguien, buscamos la relación de la fuerza con la fuerza. La
violencia no enuncia nada de la relación de la fuerza con la fuerza.” (Deleuze, 2014: 68)
Tal vez la interpretación que hago de esta idea es sesgada, y sólo tiene sentido en tanto intento
relacionar a la técnica con una espacialidad inmanente a las relaciones de poder, pero podría-
mos decir que la violencia se da en el plano formal (en la relación entre las formas enuncia-
bles y visibles) y las fuerzas en el plano informal. Si esto es así, podemos seguir la lógica de
Deleuze según la cual las instancias formales, el saber, está constituido por líneas de integra-
ción que estabilizan a las relaciones de poder. Es decir, la violencia es el juego de afectos en-
tre poder y formas. Es el contacto entre el poder y los cuerpos, las cosas, las almas o cualquier
otra materia formada.

Como sostiene Foucault (2005: 31):

“Aprehendido en sus ramificaciones últimas, en su nivel capilar, donde afecta al propio indivi-
duo, el poder es físico y, por eso mismo, violento, en cuanto es perfectamente irregular; no en
el sentido de ser desatado sino, al contrario, de obedecer a todas las disposiciones de una espe-
cie de microfísica de los cuerpos.”
Propongo en este punto retomar la idea de Lambert para extensiva la idea de la arquitectura
como arma a todas las máquinas técnicas. Desde este conjunto de nociones podemos pensar
que la técnica es entonces la organización de materias formadas que orientan, disponen, orga-
nizan y estabilizan la violencia, es decir, el contacto entre el poder y cosas, objetos, almas,
cuerpos, etc.

Si el espacio es la captura entre lo que se ve y lo que se dice, que son instancias formales, en
torno a las relaciones de fuerzas, podemos decir que la técnica es un aspecto esencial del
mismo en tanto organiza y garantiza la relación entre fuerzas y formas.

Considero que pensar al espacio y la técnica son cuestiones fundamentales a la hora de pensar
a las relaciones de poder. Este conjunto de ideas que presenté es muy preliminar. Me interesa
seguir trabajando en esta línea, por eso comparto aquí estas reflexiones dispuesto a escuchar
críticas, sugerencias y aportes.

Bibliografía

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crítica de la historia, Espiral, vol. IX, núm. 25, Santiago de Chile.

448
As contribuições de Doreen Massey para a Geografia Escolar
Ana Angelita da Rocha (UFRJ/NUREG/UFF)

Introdução

O contexto mais amplo em que este texto está inserido considera uma pequena parcela da
leitura do espaço para subsidiar o que tenho chamado de “aprendizado espacial”. Este texto
integra nossa preocupação central na tese de doutorado (defendida em 2013) que foi a análise
do aprendizado espacial eleito pelo Exame Nacional do Ensino Médio, uma política
educacional que certifica e avalia anualmente cerca 9 milhões de estudantes (de acordo com
os dados oficias da edição de 2014), ao final da Educação Básica no Brasil. Por esta razão,
nos parece valiosa a denúncia (ou a aposta) de Massey (2004, 2008) em contrapor a ideia
(talvez hegemônica) do espaço como fechamento, ao favorecer a sua possibilidade de
abertura, a partir do conceito defendido pela autora como “multiplicidade”. Esse embate está
no cerne deste artigo, pois quando falamos de Ensino de Geografia, falamos de política de
conhecimento que imprime discursos que organizam nossas formas de conceber e de se
apropriar do espaço.

Para a argumentação aqui defendida, estruturo o artigo em duas seções. Na primeira intitulada
de “Laclau fala de espaço e Massey fala de Laclau: algumas notas breves e necessárias para
esta argumentação”, contextualizo a pesquisa à luz do diálogo entre a teoria do Discurso de
Laclau e Mouffe (2005; 2006) com a concepção de espaço em Massey (2000, 2008).
Reconheço na teoria do discurso uma revisão de outras matrizes de inteligibilidade do social
que sustentam, então, uma escolha de categorias de análise a favor de “fundamentos
contingentes” (BUTLER, 1998). Isto significa que a presente argumentação não traduzirá os
conflitos em torno do ENEM, tampouco identificará qual a Geografia predominante nesta
política curricular, mas busca compreender como alguns conflitos são construídos, nos
terrentos contingentes. Estamos cientes do contínuo exercício exigido para reposicionar esta
pesquisa à luz das contribuições da teoria do discurso que certamente coadunam com a lógica
da multiplicidade, defendida na abordagem espacial de Massey (2008).

Essas breves considerações de pressupor o espaço como conceito político, convergindo com
uma agenda da teoria do discurso, identificada por Marchat (2009) como pós-fundacional1,

1 Pós-fundacionalismo, de acordo com Marchart (2009), pode ser compreendido como perspectiva teórica que
defende a constituição da contingência e das disputas de sentidos na interpretação do fenômeno político. Em
permite explorar a conexão entre o ENEM e o ensino de geografia, a partir da relação política
de escala e política de conhecimento, tendo em vista que muitas interpretações espaciais (ou
imaginações geográficas) estarão fora das avaliações. Este argumento será desenvolvido na
segunda seção do artigo intitulada de “O aprendizado espacial como política de conhecimento
da multiplicidade” que buscará refletir sobre a potencialidade da “multiplicidade” para
conceber uma agenda do aprendizado espacial, que vem a ser uma concepção antagônica à
abordagem de fechamento do espaço, presente fortemente nas práticas curriculares do ensino
da Geografia no Brasil, como o ENEM.

Portanto, com o foco no aprendizado espacial, compreendemos que o Ensino de Geografia


pode adotar um entendimento de espaço que confia na radicalidade da democracia como
horizonte de política educacional. E, por isso, compreendemos que na elaboração de avaliação
aplicada em todo o território nacional, há marcas hegemônicas que subalternizam outras
imaginações espaciais. Isto significa que a concepção do Ensino de Geografia como politica
de conhecimento considera que se faz necessária a inspiração no horizonte da multiplicidade,
como nos informa Massey (2008), para impedir subalternizações, ao produzir sentidos de
território nacional, por exemplo, como conteúdo escolar. Desta forma, ao considerar a
potência do trabalho de Massey para investigação da Geografia Escolar, este trabalho procura
em concepções como “coetaneidade” (2008), que no nosso entender é um conceito que
analisa o encontro/conflito, a finalidade de desconstruir os fechamentos de significações do
espaço, tais como ocorrem em muitas questões adotadas pelo ENEM.

1. Laclau fala de espaço e Massey fala de Laclau: algumas notas breves e necessárias
para esta argumentação

Penso que o que é necessário é arrancar o “espaço” daquela constelação de conceitos em que
ele tem sido, tão indiscutivelmente, tão frequentemente, envolvido (estase, fechamento,
representação) e estabelecê-lo dentro de outro conjunto de ideias (heterogeneidade,
coetaneidade...caráter vivido, sem dúvida) onde seja liberada uma paisagem política mais
desafiadora. (Doreen Massey, 2008, 35).
A citação acima nos remete à questão do estruturalismo - reconhecida por Massey como o
paradigma que favoreceu a construção epistemológica e a identificação da disciplina
Geografia - bem como à contribuição do Pós-estruturalismo, para tornar o político uma
referência do espaço. Esta citação procura ilustrar o desafio de se pensar o espaço e também

suma, o pensamento pós-fundacional contesta o fundamento, mas não o nega, reforçando assim a luta pela
duração, pela contingência do fundamento.

450
compartilho o entendimento de que qualquer exploração sobre o espaço na escola carrega o
compromisso de problematizar o que Massey denomina de “paisagem política”.

Nessa direção, o principal intuito desta seção é apresentar a interpretação de Massey (2008)
do trabalho de Laclau (2006, 2000), mas particularmente no que diz respeito à interpretação
deste último sobre o espaço, tendo em vista o recorte privilegiado nesta pesquisa, que temos
desenvolvido desde de 2009, conta com a contribuição desses dois autores. Trata-se, pois, de
um exercício que leva em consideração uma pequena parcela da leitura do espaço para
subsidiar o que tenho chamado de “aprendizado espacial”. Por esta razão, me parece valiosa,
sobretudo, sua crítica ao estruturalismo, pois, segundo Massey (2008), seria um arranjo de
ideias que ancorou o espaço à superfície, ao fechamento e à representação.

Léo Peixoto Rodrigues informa uma definição de estruturalismo com a afirmação do livro
“Estruturalismo” de Piaget (1979), como “sistema que comporta leis”. A respeito disso,
aquele autor mostra a forte associação entre sistema e estrutura:

As suas capacidades em dar carne a esqueletos teóricos (vice- versa) também não respeitam -
pelo menos não têm respeitado- às fronteiras da divisão disciplinar do conhecimento
científico. Sistema e estrutura chegaram a ser utilizados, sem qualquer constrangimento ou
crítica, como sinônimos. (RODRIGUES: 2006, p. 36).
Começo por estes apontamentos sobre a função da estrutura como modelo explicativo
vigoroso, justamente porque Massey (assim como Laclau) reposicionam suas ideias
destacando o desgaste e paradoxalmente a vitalidade deste desenho teórico-metodológico2 ao
apresentarem uma proposição teórica que, para eles, assumiria primordialmente a crítica aos
mesmos modelos. No caso de Massey, ela compreende que a organização ou a identificação
disciplinar é tributária dos serviços metodológicos e epistemológicos da estrutura. Com isso,
ela enumera algumas linhas de interpretação do espaço – tempo que valorizam a dicotomia ou
uma profunda clivagem entre essas dimensões, o que, para ela, impediria o pensamento
político do espaço ao retirá-lo da multiplicidade.

Para Massey, a escola do estruturalismo francês influenciou a conversão do espaço em tempo,


particularmente na construção de classificações, ou tipologias da antropologia, cuja utilidade

2 Nesta redação, emprego a expressão “desenho teórico-metodológico” em referência ao estruturalismo. Embora,


como sublinha Rodrigues (idem), há interrogações se estruturalismo se definiria como tradição filosófica ou
movimento, uma vez que não haveria unidade entre os autores para legitimarem o que seria uma identificação
em torno da definição de estrutura. Contrária a esta visão que impede o sufixo “ismo”, Deleuze afirmou que é
possível abordar o estruturalismo como domínio do pensamento, a despeito da diversidade teórico-metodológico.
Em suas palavras: “Cada um encontra problemas, métodos, soluções que têm relações de analogia, como que
participando de um ar livre do tempo, de um espírito do tempo, mas que se mede com as descobertas e criações
singulares de cada um desses domínios. As palavras em -ismos, neste sentido, são perfeitamente fundadas.”
(DELEUZE, apud. RODRIGUES, 2006, 41).

451
dos modelos explicativos se fundava em pares adjetivos como “primitivos/civilizados”. E, de
acordo com a autora, o prodígio do estruturalismo teria sido promover estruturas atemporais
como espacialidade, consagrando o divórcio entre o espaço e o tempo (2004:14).

O pressuposto subentendido era o de que o tempo e espaço eram opostos um ao outro, e que o
espaço representava uma falta de temporalidade. Tal como em Bergson3, assim os
estruturalistas estabeleceram tempo e espaço em oposição um ao outro (Bergson defendendo o
tempo, estruturalistas o espaço) e, tal como em Bergson, o espacial era entendido como esfera
da estase e da fixidez. (2004:14)
Massey segue argumentando que usualmente as Ciências Sociais consagram o discurso
temporal do espaço, uma conversão que mais provocou a cisão do que a indissociabilidade no
emprego dos conceitos de espaço e tempo. Para ela, as diferenças geográficas foram
concebidas (e têm sido concebidas, não raras vezes) como sequências históricas, encarnando o
discurso do “progresso” ou em suas palavras: as diferenças entre os lugares residiriam “no
lugar em que ocupam na fila da história” (Op.cit). De modo que, a dicotomia entre espaço e
tempo se funda numa redução desses conceitos a partir de metáforas como “modernização”,
“desenvolvimento”, “atraso”, “periferia”, etc.

Com esta argumentação, avalio como oportuna, ainda que breve, uma discussão sobre a
concepção de representação do espaço a partir do diálogo entre Massey e Laclau. Com
Massey, aprendi que o ato político de imaginar o espaço e logo, de toda manifestação que
produza sentidos de espaço, procura generalizar ou repercutir um projeto de captura do
espaço. O que de fato é uma compreensão crítica da representação do espaço que de certa
forma converge com a concepção de hegemonia laclauniana.

O que desenvolveu dentro do projeto de modernidade, em outras palavras, foi o


estabelecimento e a (tentativa de) universalização de uma maneira de imaginar o espaço (e a
relação sociedade/espaço) que afirmou o constrangimento material de certas formas de
organizar a relação entre sociedade e espaço. E que ainda permanece hoje em dia. (2008:103)
O projeto de revisão da concepção do espaço, de acordo com Massey, passa pela recusa do
fundamento último e da cisão espaço – tempo. Massey procura, assim, enaltecer a
multiplicidade, a contingência e não por acaso questiona as perspectivas que concebem o
espaço como absoluto (em especial as que compreendem a totalidade com fenômeno
encerrado) e com isso, as que procuram a definição de representação do espaço como
apreensão objetiva do real. Entendo que o projeto de concepção de espaço em Massey prioriza
o debate político-discursivo, e logo, seria possível caraterizá-lo aqui como abordagem pós-

3 Massey reviu criticamente a discussão de espaço nos trabalhos de Bergson e sua argumentação sobre a
centralidade do tempo para compor a proposição sobre a relação entre política, espaço e multiplicidade (ver
Massey 1992, 2004, 2008).

452
fundacional do espaço.

Tanto nos ensaios e artigos da década de 1990/2000 quanto na sua obra traduzida como “Pelo
espaço – uma nova política da espacialidade”, é possível identificar uma proposição
substantivamente política na abordagem do espaço/espacialidade, termos empregados e
definidos por ela como “intercambiáveis” (1992, 2004, 2008). Ou seja, textualmente como
substantivo e verbo, espaço/espacialidade/espacializar são concepções que ritualizam a
coetaneidade e a irrepresentativadade da vida. Podemos ler aqui que há uma forte sugestão
para compreender os efeitos de sentido de espaço que por sua vez escapariam a qualquer
tentativa ou estratégia de representação, de captura, de imobilidade. Nas palavras da autora:

O espaço é a esfera da possibilidade da multiplicidade na qual distintas trajetórias coexistem, é


a esfera da possibilidade da existência de mais de uma voz. Sem espaço não há multiplicidade,
sem multiplicidade não há espaço. Se o espaço é indiscutivelmente produto de inter-relações,
então, isto deve implicar na existência da pluralidade. Multiplicidade e espaço são co-
constitutivos. (MASSEY, 2004: 8).
A afirmativa acima é colocada por Massey como proposição, reconhecida por ela inclusive
como concepção alternativa de espaço (2004). Se, de fato, consideramos este como projeto
pós-fundacional, é válido aqui propor um exercício de aproximação e divergência entre
Massey e Laclau, autores que estão também presentes na reflexão de ambos, no tratamento da
política no espaço. Massey, com efeito, valoriza a multiplicidade como pauta de interpretação
do espaço que incorpora a contingência, se afastando do modelo explicativo de autorização da
dicotomia espaço e tempo, o que, de certo, está a favor da pauta da democracia radical
(MASSEY, 1992). A garantia de que não há multiplicidade sem espacialidade, vice-versa,
absorve uma qualidade de crítica às formas essencialistas que propõem o esvaziamento de
uma abordagem da justaposição, de rizomas e de incompletudes presentes em abordagens
teórico-metodológicas “mais próximas” ao pós-estruturalismo.

Emprego o termo “próximo” uma vez que ela não nega a contribuição da abordagens
estruturalistas do pensamento social, em especial, no que diz ao modelo explicativo de
interpretação geográfica, pautada profundamente em estruturas de classificação. No capítulo
ironicamente intitulado “A morada-prisão da sincronia”, Massey considerou que a união entre
estruturas e pensamento social, conferiu status à Geografia. Citando Soja, informou que o
estruturalismo havia sido: “uma das vias mais importantes do século XX para a reafirmação
do espaço na teoria social crítica”. (SOJA, 1989 Apud. MASSEY, 2008, P. 18). Nessa
direção, o legado da abordagem estruturalista do espaço favoreceu a construção de modelos
determinados (positivados), condicionados pela variável do tempo. A exemplo disso, Massey

453
destacou os estudos de Lévi-Strauss, cujas análises permitiram uma leitura do espaço
dominado pela fixidez, ou seja, que desistia do espaço em detrimento do tempo (2008:67).

Em “Pelo espaço”, Massey se dedicou em compreender o legado da abordagem estrutural de


explicar o mundo que promoveu a consolidação da Geografia como identidade disciplinar.
Não por acaso, Massey com esta discussão produziu reflexões acerca da permanência deste
modus operandi de promover sentidos espaciais, nas teorias que valorizam a sinonímia entre
espaço e representação. Num exercício de avaliação desta permanência, ela enumerou os
estudos de Laclau, De Certeau e inclusive de Michel Foucault, como interlocutores de um
pensamento social que converteriam o espaço em representação, o divorciando do tempo
(2004:13). Tal argumento é sugerido, por exemplo, na seguinte afirmação:

É conceituação de espaço que, uma vez mais, é realmente uma residualização e deriva do
pressuposto de que espaço se opõe a tempo e não tem temporalidade. Pensado desta maneira,
“espaço” realmente seria domínio do fechamento, e esse, por sua vez o transformaria no
domínio da impossibilidade do novo e, portanto, do político (2008:66)
O compromisso com o anti-essencialismo, como afirma Massey, é dependente de uma
imaginação espacial política e que, por esta razão, interroga a centralidade do sujeito ou o
mesmo que identidades plenamente constituídas4. Ou conforme suas palavras: “(…) devemos
ser prudentes a respeito de reivindicações de autenticidade baseadas em noções de identidade
imutável (2004: 9, grifo nosso)”. Mais a frente, também concordando com Laclau (apud.
Massey), afirma que uma abordagem alternativa5 do espaço procura concebê-lo como
“aberto, não finalizado, sempre em devir” ou seja, como um pré-requisito para a história ser
aberta e, assim, após os argumentos de Laclau6, um pré- requisito para a possibilidade da
política.” (2004 : 11).

É importante destacar, contudo, que em outros trabalhos, como o de 1992, Massey denuncia a
interpretação de espaço como antônimo da política em Laclau. Todavia, reconhece, no mesmo

4 Massey, ao discorrer sobre a incompletude da política da identidade , citou os estudos de Mouffe, em espacial,
sua discussão sobre constituição de subjetividades políticas. Massey, concordando com Mouffe, considerou que
há um modo paralelo de conceber identidades/entidades políticas e o espaço e enfatizou que o espaço participa
da constituição de subjetividades políticas (idem:9).
5 Ao nomear a concepção de Massey como projeto alternativo de significar o espaço, sinalizo uma comparação
já apresentada pela autora em ensaio de 2004 e no livro de 2008, onde ela questiona os limites da concepção do
espaço em teorias sociais ou mesmo na história da ciência (2008). Uma das contraposições destacadas por
Massey (2004, 2008) trata dos estudos de Bergson, cuja leitura baseou-se na rígida abordagem do espaço,
destituído de abertura ou de multiplicidade, ao delimitá-lo pela “dimensão da representação, da fixidez, do
prender das coisas” (2004:12).
6 Massey, naquela citação, se referiu aos trabalhos de Laclau (1990), onde se discute a democracia radical, a
partir da negação teleológica do pensamento, marcada em perspectivas fundacionalistas da inteligibilidade da
política. Em outras palavras, para Laclau seria necessária uma versão aberta do futuro para conceber a
democracia radical. Concordando com esta radicalidade, o espaço/espacialidade de Massey dialoga com a
teorização político-discursiva de Laclau, favorecendo a “abertura”.

454
artigo, que Laclau não seria o único a despolitizar o espaço. Ainda que a autora considere o
debate político proposto pelo autor, é possível perceber que aqui reside uma leitura de espaço
inteiramente oposta a defendida por Massey.

But if spatial organization makes difference to how society works and how it changes,then far
from being the realm of stasis, space and the spatial are also implicated (contra Laclau) in the
production of history, and thus, potentially, in politics. (MASSEY: 1992, P.70)
Massey, todavia, concorda com a proposta de Mouffe de pensar subjetividades políticas, pois
reconhece que conceituar o espaço não seria apenas um paralelo à discussão sobre identidade
política, mas como a mesma discussão dependeria da concepção do espaço. Ou em suas
palavras: “o espaço é desde o início parcela integrante das constituições daquelas
subjetividades políticas”(2004:9).

No mesmo artigo, Massey fortalece a ideia da multiplicidade e estando de acordo com o


debate da democracia radical, recusa o espaço absoluto, encarnado como mera superfície.
Para Massey, a imaginação espacial como sistema aberto é estratégico para um pensamento
político do espaço. De acordo com a autora, a concepção do espaço como “aberto, não
finalizado, sempre em devir”, o favorece como pré-requisito essencial para a história ser
aberta e, assim, após os argumentos de Laclau, um pré-requisito para possibilidade da política
(2004: 11).

Com efeito, os argumentos acima evidenciam que a apreensão política a partir do espaço
depende de modelos que questionam a fundação última, presente em imaginações geográficas
de classificação do mundo, a partir da metáfora do “desenvolvimento”, por exemplo. Por esta
razão, os argumentos desse exercício se justificam porque ambos autores projetam modelos
explicativos que apresentam mais tangências do que afastamentos e ambos são interlocutores
das reflexões aqui defendidas. Começo a fortalecer a ideia de que pensar a abertura do espaço,
retirá-lo da constelação de conceitos fixos não seria uma estratégia exclusiva da interpretação
da ciência geográfica, mas também da produção de sentidos na escola. Logo, o projeto de
rever imaginações geográficas de Massey é encarado aqui com terreno teórico que
potencializa as análises dos saberes espaciais validados. Esta afirmação pode ser tomada
como primeiro pressuposto para o desenho teórico – metodológico desta investigação.

Tal pressuposto vem somado a outro. Todo exercício, assim como todo enunciado, questão ou
item, cuja função primordial é avaliar imaginações geográficas, carrega a vontade de verdade.
À luz da interseção entre teoria Laclauniana e do projeto de pensar o espaço de Massey, essa
vontade de verdade pode ser resumida como vontade de produzir totalizações do espaço.

455
Em outras palavras, com estes pressupostos, o exercício priorizado nas nossas análises não
reside na averiguação de como um conceito é aplicado ou a quem é tributário, fiel. A proposta
aqui é interpretar como são construídas algumas totalizações que organizam sentidos
espaciais. Esta parece-me uma tática de desenhar e compartilhar teórica e metodologicamente
nossa leitura do ENEM e da Geografia escolar. Isto porque o diálogo com esses autores exige
a coerência, a vigilância quanto à produção de reflexões que estejam atentas à vontade de um
ponto final.

Mas, como hegemonizar o aprendizado espacial que não projete a violência? Aposto na
multiplicidade como política de conhecimento, isto é, no espaço como “encontro de
trajetórias” (MASSEY, 2008) para impedir homogeneizações de imaginações geográficas.
Com essa perspectiva, a seção seguinte argumentará sobre os limites democráticos em alguns
itens na prova do ENEM ao universalizar uma interpretação espacial que exclui outras
imaginações geográficas. Logo, nossas análises tomam a “multiplicidade” como princípio
para agenda política educacional.

2. O aprendizado espacial como multiplicidade

A paisagem é um escape para toda a Terra, uma janela sobre as possibilidades ilimitadas: um
horizonte. Não uma linha fixa, mas um movimento, um impulso. (DARDEL, 2011: 31)
Este texto é tributário/tributo da/à empreitada de Dardel de fazer da paisagem um texto que
estrutura a interpretação (ilimitada, aberta) do espaço. Do seu livro “O homem e a Terra: a
natureza e a realidade geográfica”, me aproximo de uma abordagem do conhecimento
geográfico que sublinha o espacial, sem a interdição da materialidade e tampouco a
abandonando. Este movimento de dialogar e me inspirar na literatura geográfica, como
anunciado na minha identificação com a escrita de Doreen Massey, participa da construção da
argumentação da Geografia Escolar e do que defendo como aprendizado espacial. Tais
afirmativas me permitem apreender, por exemplo, o aprendizado espacial como a relação de
contiguidade da paisagem em direção à pintura, à estética, à fotografia, à imagem.

O problema do espaço como representação - crítica primordial de Massey (2008) - contribui


para nossa interpretação de paisagem como “imaginação geográfica” que, de fato, aproxima
paisagem à pintura, à imagem e todavia não se limita à abordagem estética. Com meu
interesse na crítica de Massey (id.), aproximo-me da paisagem significada por Besse, como
“atormentada pelo infinito” que supera o visível, ao mesmo tempo que emoldura ou insinua as
margens (ou as suturas) do espaço-tempo (2006:3).

456
O caráter de limite que carrega a paisagem pode ser percebido também como promessa de
encerrar os horizontes. Como flagrante da fotografia, a paisagem é contingente e, mantida
como singularidade, é produto da constrição de outros sentidos. Dardel (id.) compreendeu a
natureza paradoxal da paisagem e reconheceu nela o inventário do material e do imaterial que,
no meu entender, pode ser aproximado ao que Massey chamaria posteriormente de
coetaneidade, da coexistência contemporânea, da heterogeneidade positiva (2004, 2006,
2008).

Aliás, foi Dardel quem também sugeriu desconstruir o sentido de localização ao defini-la
como resultado de relações “recíprocas entre lugares-acontecimentos” (2011:39). Em resumo:
Dardel surpreendeu seu leitor ao “corromper” a posição-localização, a fundando no sentido da
instabilidade e mudança.

Muito mais que uma justaposição de detalhes pitorescos, a paisagem é um conjunto de


convergência, um momento vivido, uma ligação interna, uma “impressão”, que une todos os
elementos. (DARDEL: 2011, 30)
Estas sentenças procuram resumidamente anunciar o potencial teórico da paisagem e minha
aproximação desta leitura está comprometida em empreender a interpretação do espaço como
ação pedagógica. Sem dúvida, o ENEM é popularmente reconhecido como “prova” que
valoriza a interpretação das “imagens que se informam”(Editora Abril7) e uma gama
significativa de produtos do mercado de ensino vem se especializando em vender o que seria
o padrão de decifrá-las “para se dar bem na hora da prova” (id.). Portanto, cabe esclarecer que
minha ambição não está em decifrar imagens, ou estabelecer um modelo de interpretar a
paisagem no ENEM. Longe desta postura neopositivista, pretendo favorecer o debate de como
a paisagem possa ser um ângulo (ou como defendo aqui, metáfora) para analisar imaginações
geográficas como ações pedagógicas em uma prova nacional.

Trabalho aqui com a suspeita de que a paisagem estrutura os itens não somente quando neles
estão imagens, mas principalmente quando a literatura, o relato do viajante ou gráfico, por
exemplo, qualificam o espaço-tempo, ou direcionam (porque excluem) outros sentidos
espaciais. Enfim, questiono se o emprego de diferentes unidades textuais no item (como
recursos pedagógicos) estariam estreitamente associadas à interpretação da paisagem, que é
percebida aqui como produção de sentidos espaciais.

A paisagem nos itens abaixo são identificadas como “transfigurada”, “mudada”, “maculada”,
como se houvesse um sentido original de paisagem. Na nossa opinião, essas metonímias são

7 Guia do Estudante, Editora Abril, 2012.

457
convocadas nas provas do ENEM com o fim de pedagogizar um sentido de transformação do
espaço-tempo. Ainda assim, noto outros exemplos de emprego da concepção de paisagem
todavia pouco desenvolvidos nas edições da Prova. Sugiro, neste instante, ilustrar como o
conceito de paisagem fora adotado em duas edições (2009 e 2012, respectivamente).

I.68, edição 2009.

Na análise que aqui proponho do item de 2009 (I.68, caderno azul), vejo uma significação da
paisagem rural antagonizada pela paisagem “industrial”. Tal ação pedagógica organiza um
sistema de sentido que alimenta a diferenciação a partir do emprego “atividades
rudimentares” em contraposição ao “avanço tecnológico”, por exemplo. Esta composição
metonímica em torno do par rural e industrial sedimenta o aprendizado da técnica como
sujeito da produção espaço-tempo, uma interpretação de mundo tributária da organização do
discurso da modernidade. Trata-se, portanto, de um exemplo cujo enunciado induz a
indicação de uma definição do conceito de paisagem.

Por outro lado, no item da edição de 2012, o texto-base da questão é um fragmento do livro de
Paul Claval, importante geógrafo francês, que propõe uma definição de paisagem como
entitidade que “ajuda a construir atmosfera de pertencimentos”. Sua afirmativa é seguida de
enunciado cujo imperativo sugere uma outra “dimensão” de paisagem que deve ser
identificada pelo candidato (gabarito “c”, prova amarela).

458
Enquanto o primeiro item qualifica o espaço como visível do “rural” e o antagoniza com o
“industrial”, a partir da centralidade da técnica como organizadora dos seus sentidos, a
“paisagem” extraída de Claval é mobilizada como o aprendizado do conceito, como
significação da identidade. Nesta última definição da “categoria”, a paisagem ordena a
experiência espacial, sem a objetividade da técnica. Esta interpretação, por sua vez, é
recorrente nas edições do ENEM. Com efeito, a razão técnica é sujeito preponderante na
organização das imaginações de transformação do espaço. Logo, convém mais uma ilustração
que coincide com as nossas análises referentes ao item 68.

459
I.85, edição 2009.

No enunciado, a qualidade de natural da paisagem está metonimicamente relacionada à


determinação do clima, o que, por sua vez, é definida como antagônica da técnica. O
enunciado sugere a análise da paisagem a partir da fotografia, distribuída em todas as
alternativas.

Caberia ao candidato analisar as fotos e identificar aquela em que predomina a tecnologia ou,
nas palavras do enunciado, o uso da tecnologia articulada “à restrição climática”. No meu ver,
em todas há transformação da paisagem (nomeada como “natural”) a partir da técnica e
revertendo uma certa “determinação” da natureza. Além desta ponderação, que expõe uma
vulnerabilidade do enunciado, entendo que neste item há uma redução da paisagem à técnica.

O jogo político que exclui “as outras paisagens” tende a expor uma hierarquia da
tecnicociência, desvalorizando as particulares relações de transformação da paisagem,
constrangendo as técnicas produzidas por sociedades não-hegemônicas (como agricultura
produzida na região andina). Entendo que o modelo de item (cuja resposta certa é a “d”) é
passível de produzir violência epistêmica, ao autorizar a centralidade da técnica para
comparar, classificar e hierarquizar a transformação do espaço. O que identifico como
colonização da interpretação espacial.

Em outras palavras, a análise das provas me permite refletir tanto sobre a descrição quanto
sobre a comparação como ações pedagógicas que significam o espaço-tempo. Por isso,

460
recupero a expressão em documento curricular (MEC/SEB, 2006) – a “paisagem estruturante”
- para questionar os sentidos de espaço fixados nas provas. Encaro a paisagem estruturante
como sistema significativo do espaço e trabalho com a suspeita de se o item responderia à
ambição de universalizar a significação espacial. Para tanto, entendo que a investida na leitura
(de cunho) geográfico contribui substantivamente para interpretar o sentido espacial no
ENEM.

Logo, essa reivindicação pelo aprendizado espacial é praticar uma Geografia escolar que seja
uma política do conhecimento da multiplicidade. Com esta plataforma política, valorizo a
paisagem como estruturante afirmada aqui como fundamento do aprendizado espacial. Isto
significa que ações pedagógicas, como por exemplo as questões do ENEM, que atualmente
podem ser percebidas como validade nacional da Geografia Escolar, devem ser interrogadas
pela pauta da multiplicidade.

Considerações finais

Em resumo, se percebida com categoria totalizadora (na leitura laclauniana), a paisagem


organiza o sentido ou o que seria o “visível” de Besse (op.cit., p.38), na medida que seja uma
espécie de ordenamento explicativo (pedagógico) do espaço. Além disso, na valorização do
projeto de multiplicidade em Massey (2008), posso perceber a paisagem como arte de
inventariar o espaço, uma prática precária e incompleta, justamente por ser o espaço o porta-
voz do encontro-conflito. Feitas as considerações políticas da potente ideia de Massey sobre a
multiplicidade, a incorporo nesta argumentação como política do conhecimento. Para tanto,
aqui coube brevemente ilustrar algumas características do ENEM que pedagogizam uma
concepção fechada do espaço, ou do espaço como representação.

Ainda considerando a indeterminação imanente às quaisquer apreensões do espacial, a


problemática da paisagem, nos itens destacados, sinaliza a função pedagógica da descrição e
da comparação entre espaços, que no ENEM autoriza o estatuto de verdade da Geografia em
escala nacional. Importa aqui principalmente a tarefa de questionar o “status” do verdadeiro
do espaço ou, noutras palavras, a “realidade geográfica” definida pela prova. Em
contrapartida, se o item for considerado como pleno, determinado, a paisagem do item for
totalidade fechada, não valeria a pauta da multiplicidade como política do conhecimento.

Por esta razão, como “arte de inventariar” (Besse, 2006:82), a paisagem interrompe os fluxos
de sentidos de espaço, no item do ENEM. Com base nesta apreensão da paisagem, me

461
permito a compreendê-la como ação pedagógica, uma vez que procura intencionalmente
constranger a interpretação do espaço, o que resultaria numa objetividade da paisagem, na
validade da interpretação espacial.

Com efeito, a inspiração na “arte de inventariar” está diretamente atrelada ao serviço da


paisagem em outros domínios de inteligibilidade do mundo. Aliás, a tarefa de problematizar o
item a partir da paisagem como metáfora é reconhecê-la como estruturante de autorização (de
uma certa ordem) da imaginação geográfica. O que reposiciona esta apropriação da paisagem
na pauta política do espaço.

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463
5. Discurso e identidades políticas
Ricardo Esteves

El campo del discurso y las identidades establecieron un próspero espacio para la discusión en
torno a la ideología, las articulaciones colectivas, el establecimiento de sujetos políticos y las
luchas sociales. El “giro lingüístico” brindó una nueva relevancia teórica al discurso, así cómo
un renovado papel para la acción política. El discurso, cómo espacio de articulación y estable-
cimiento de identidades colectivas, se ha convertido en una poderosa herramienta (para anali-
zar la) de constitución de sujetos políticos, nuevas formas de lucha social y soberanía popular.

En la era del “fin de los grandes relatos” han proliferado las voces y demandas políticas que
pujan estableciendo las luchas emancipatorias de nuestro tiempo. En un momento de disloca-
ción del relato de la historia comienza una disputa por hegemonizar ciertos discursos, como el
de la política, la democracia, los derechos humanos, la soberanía popular, el derecho a la iden-
tidad de género, el reconocimiento de la subalternidad, entre otros, han dado lugar a movi-
mientos identitarios que encabezan las luchas sociales actuales.

Proponemos el discurso y las identidades tanto como categorías fundamentales del pensa-
miento político contemporáneo, como importantes herramientas de acción y lucha política y
social. Esto es plantear el discurso como fuerza ilocucionaria, más que como contenido lin-
güístico; como efecto pragmático, más que como disposición formal; como verdadero disposi-
tivo político, más que como modalidad enunciativa.

El objetivo de este eje temático es abordar las teorías del discurso y prácticas identitarias que
configuran las luchas políticas de nuestro tiempo. Tanto las perspectivas que nos brindan las
teorías del discurso para entender estas luchas, como los estudios y análisis concretos de los
sujetos políticos e identidades colectivas que protagonizan estos procesos. Proponemos con-
tribuir con propuestas originales que brinden miradas nuevas y planteen problemas actuales
en torno a estas temáticas. Nos interesa abrir discusiones que amplíen los horizontes de lo
establecido sobre estos temas que nos permita pensar grupalmente más allá de los lugares
comunes de estos debates.

Concretamentamente nos interesa pensar cuestiones sobre cómo opera el discurso político en
la constitución de identidades; qué dispositivos identitarios despliega el discurso; la relación
entre las identidades colectivas y acción política. Dentro de los debates actuales en torno al
tema, discutir el pueblo (y la lógica hegemónica), y las multitudes (espontáneas y descentrali-
zadas) como figuras de un sujeto de soberanía popular (El debate Laclau-Negri, por mencio-
nar uno); plantear enfoques tanto teóricos como políticos a partir del análisis de discursos
como del neoliberalismo, el populismo, la democracia, la política, la racionalización y efi-
ciencia, el conocimiento y la tecnología, entre tantos otros posibles; reflexionar sobre los efec-
tos, afectaciones, articulaciones, despliegues, conflictos y órdenes identitarios que pueden
movilizar los discursos que circulan hoy en día. También buscamos estudios de campo que
puedan revelar aspectos del funcionamiento y dinámica de movimientos sociales, como cual-
quier identidad colectiva que posea una demanda política particular y participe activamente en
luchas sociales.

466
Derechos humanos y la tensión individualismo-multiculturalismo.
Debate entre universalismo moral y relativismo cultural
Martín Agudelo Ramírez (Universidad Autónoma Latinoamericana)

1. El paso del objeto al sujeto, en la modernidad, representó una apuesta por el reconocimien-
to de la libertad en un sentido individual. Se transita hacia una noción que permite compren-
der cómo puede darse el disfrute de los derechos en el ámbito de lo público1, encontrando en
el discurso liberal de los derechos humanos un espacio idóneo para su desarrollo. En esta
apuesta se advierte una pretensión igualitarista de un proyecto en el que fue decisivo el aporte
del iusnaturalismo racionalista, a partir de la identificación de unos rasgos comunes atribuidos
a unos seres que comparten su condición de ser personas.2

Ese núcleo ideológico, decisivamente moral, fue el que inspiró la Declaración Universal de
Derechos Humanos de 10 de diciembre de 1948. La dignidad inherente a todo ser humano se
consagra como punto de partida del mencionado documento, con independencia de su origen
étnico, racial, religioso o cultural. Sin embargo, desde ese momento los contenidos corres-
pondientes al discurso fundador han sido positivados significativamente en el ordenamiento
internacional3, considerando un universalismo jurídico que, en principio, se vinculó con es-
tándares mínimos de moralidad definidos en la tradición liberal.4

La colisión con el relativismo cultural es inevitable5. De una, resulta manifiesta la resistencia


de ciertos colectivos a que su identidad cultural sea sacrificada por perspectivas prioritaria-

1
Así lo entendió Benjamin Constant al considerar que la libertad no puede entenderse como colectiva, esto es,
sujeción del individuo a una multitud (Constant, 2002: 67-68). La libertad moderna impulsa la idea del indivi-
duo. Según Constant, “Los antiguos, como dice Condorcet, no tenían noción alguna de los derechos individuales.
Los hombres no eran (…) sino máquinas, cuyos resortes y ruedas regulaba y dirigía la ley.” (Constant, 2002: 69).
2
En este contexto se evalúa su universalidad. El profesor Rodríguez-Toubes considera que este rasgo que
caracteriza a los derechos “(…) no debe entenderse en el sentido estricto de pertenencia actual a todos y sólo a
todos.” Se trata de considerar “la pertenencia a cualquier ser humano que reúna las condiciones de titularidad,
sin excepciones posibles”. (Rodríguez-Toubes Muñiz, 1995: 68-69).
3
Se destacan los registros positivos de derecho internacional humanitario en las Conferencias de La Haya de
1899 y 1907 sobre límites en casos de conflictos armados.
4
El titular de los derechos humanos ha sido el individuo. Sin embargo, el proceso de positivación en el ámbito
internacional ha mostrado una inflación, a partir del reconocimiento de nuevas titularidades como ha sucedido
con los grupos o colectivos. Ya en los Pactos de 1966 se reconoce que pueden ser titulares los colectivos como
es en el caso de la autodeterminación de los pueblos bajo dominación colonial.
5
Sobre este aspecto, se confronta una tensión no sólo cuando se cuestiona la existencia de una naturaleza huma-
na común; también podría generarse conflicto cuando se considera que la moralidad depende de cada cultura, y
que no resulta viable que una instancia cultural como la europea pueda juzgar a otra, cuando todas ellas tienen
igual valor (De Lora, 2006: 109-111).
mente eurocentristas, reclamándose respeto frente a intromisiones externas. De otra, no puede
soslayarse el riesgo de que al interior de los grupos étnico-culturales se desconozcan, sin ra-
zones de peso, los intereses de sus miembros individualmente considerados. De esta manera,
se pregunta sobre las posibilidades de apostar por una concepción multicultural sobre los de-
rechos humanos, pretensión que resulta problemática de cara a la pureza del discurso liberal
que ha cimentado la doctrina de esos derechos.

Latinoamérica es un espacio propicio para pensar sobre el asunto. Las tensiones entre grupos
étnico-culturales y sociedad hegemónica, permiten considerar una posible radicalidad de des-
encuentros. En nombre de una concepción personalista integrada al ideario liberal podría de-
fenderse la individualidad, mientras que el argumento multiculturalista buscaría la inclusión
de prerrogativas a favor de esos grupos.

La confección de documentos internacionales, en los últimos años, evidencia conflictos entre


la pretensión de reconocer parámetros universales a favor de los individuos y la defensa de las
identidades culturales de los grupos. Además, el nivel de tensión se acrecienta cuando se con-
sideran determinadas posibilidades de protección y garantía, desde las que podría justificarse,
en nombre del universalismo, un intervencionismo humanitarista para resguardar al individuo,
aspecto en el que radica buena parte de la crítica presentada por los promotores del argumento
multicultural o desde la postmodernidad6.

2. No resulta fácil discernir sobre las posibilidades de “globalizar”7 sin comprometer la super-
vivencia de las identidades culturales8, máxime cuando esas pautas son confeccionadas por el

6
Los cuestionamientos que ofrece De Sousa Santos son significativos para pensar sobre el estado de la cuestión.
Según el autor: “Si miramos a la historia de los derechos humanos a partir de la Segunda Guerra Mundial, no es
difícil concluir que las políticas de derechos humanos han estado en gran parte al servicio de los intereses eco-
nómicos y geopolíticos de los Estados capitalistas hegemónicos. El generoso y seductor discurso acerca de los
derechos humanos ha consentido atrocidades indecibles, evaluando y enfrentando dichas atrocidades con repug-
nantes dobles raseros”.
“(…) Pero el sesgo occidental y, aún más, liberal occidental, del discurso dominante acerca de los derechos
humanos se puede observar en muchas otras instancias: en la Declaración Universal de Derechos Humanos de
1948, que fue redactada sin la participación de la mayoría de pueblos del mundo; en el reconocimiento
exclusivamente de derechos individuales, con la única excepción del derecho colectivo a la autodeterminación
que, sin embargo, ha estado restringido a los pueblos sujetos al colonialismo europeo; en la prioridad otorgada a
los derechos civiles y políticos sobre los derechos económicos, sociales y culturales, y en el reconocimiento del
derecho de propiedad como el primero y, durante muchos años, el único derecho económico.” (De Sousa Santos,
2004: 104-105).
7
De Sousa Santos presenta la siguiente definición sobre globalización: “(…) es el proceso mediante el cual una
determinada condición o entidad local logra extender su influencia a nivel planetario y, al hacerlo, desarrolla la
capacidad de designar a una condición social o entidad rivales como locales.” (De Sousa Santos, 2004: p. 99).
8
En la Conferencia de Viena de 1993, a modo de ejemplo, se insistió en que hay un núcleo esencial mínimo de
derechos, evaluados en clave de dignidad humana, frente al que no podría considerarse su relativización. Podría
pensarse en los casos de ablación de clítoris y lapidación de mujeres. De otro lado se matizó la consideración de
universalidad de los derechos en relación con la diversidad cultural.

468
discurso liberal dentro de unas fronteras occidentales, lo que en sentir de autores como De
Sousa Santos, confirma la expansión de un cierto “localismo globalizado”9. Se cuestiona, de
esta manera, una concepción sobre la universalidad de los derechos distinguible significati-
vamente de las visiones que sobre dignidad ofrecen otras culturas.10

Frente al mundo del Islam, el asunto tiene unas connotaciones dramáticas; baste confrontar el
tratamiento político-jurídico dado en ciertos países occidentales al tema del burka11, o las de-
cisiones polémicas generadas al interior del Tribunal de Estrasburgo12, con las restricciones
contenidas en la Declaración de El Cairo de 199013 y que se amparan en una postura radical
por la que se pretende subordinar los derechos humanos a las normas religiosas de la Sharia
islámica, como sucede con las reglas de exclusión de las mujeres y de quienes no son musul-
manes del ámbito de lo público.

3. El hombre es un ser cultural. Las culturas son los espacios en los que se realoja el ser hu-
mano para comunicarse simbólicamente consigo mismo, con su entorno y con los demás seres
que le rodean; justamente las culturas son, como lo explica María José Fariñas, son “entida-
des históricas, sistemas vivos y procesos dinámicos, que necesitan el intercambio y la comu-
nicación para poder existir.” (Fariñas, 2014: 38).

La inmersión de la persona en una cultura contribuye a forjar su propia identidad y a proyec-


tar su sentido en medio de los otros, En este espacio se comienza a evaluar el alcance del de-
recho de cada individuo a una identidad cultural, lo que no resulta problemático cuando se

9
Según De Sousa Santos: “Mi tesis es que en la medida en que los derechos humanos sean concebidos como
derechos universales, tendrán tendencia a actuar como un localismo globalizado, una forma de globalización
desde arriba. Para ser capaces de operar como un tipo de cosmopolitanismo, o como una forma contrahegemóni-
ca de globalización, los derechos humanos deben ser reconceptualizados como multiculturales. Si son concebi-
dos, tal y como ha ocurrido hasta ahora, como universales, los derechos humanos siempre serán un instrumento
del «choque de civilizaciones» de Samuel Huntington, es decir, de la lucha de Occidente contra todos los demás.
Su alcance global se obtendrá a costa de su legitimidad local.” (De Sousa Santos, 2004: p. 103)
10
De Sousa Santos destaca: “El concepto de derechos humanos descansa en un conjunto bien conocido de
presupuestos, todos ellos claramente occidentales, como son: existe una naturaleza humana universal que puede
ser conocida por medios racionales; la naturaleza humana es esencialmente diferente y está en una posición de
superioridad respecto del resto de la realidad; el individuo tiene una dignidad absoluta e irreductible que tiene
que ser defendida en contra de la sociedad y del Estado; la autonomía del individuo exige que la sociedad sea
organizada de una manera no jerarquizada, como una suma de individuos libres (…)” (De Sousa Santos, 2004:
104).
11
Son ejemplos de ese marco normativo: la ley 2010-1192 de 11 de octubre de 2010 (Ley de prohibición de
ocultación del rostro en espacios públicos), en el caso francés, y la ley aprobada por el Parlamento belga el 1
de junio de 2011 sobre prohibición del velo integral en espacios públicos.
12
Véase: Dahlab c. Suiza, decisión sobre la admisibilidad de la solicitud n. 42393/98, 15 febrero 2001 Leyla y
Şahin c. Turquía (Grand Chamber), 10 noviembre 2005.
13
Aprobada en la 19ª Conferencia Islámica de Ministros de Asuntos Exteriores (sesión de Paz, Desarrollo y
Solidaridad) celebrada en el Cairo, Egipto, del 31 de julio al 5 agosto de 1990.

469
apela a los postulados liberales sobre el pluralismo y el respeto por la diferencia; pero la con-
trariedad se hace manifiesta cuando el referido derecho se piensa en función del grupo.

Hay, de todas formas, una tensión que sitúa a la cultura en el centro del debate. El dilema se
intensifica cuando se abre espacio al argumento multicultural relativista, reconociendo un
“igual valor” a las distintas culturas (De Lora, 2006: 111). La cultura sólo puede ser un ele-
mento más para afirmar el sustrato personal de los miembros de un colectivo; no puede sacri-
ficar sus partes integrantes14.

Altos tribunales, nacionales, regionales e internacionales, han venido configurando el perfil


propio del derecho a la identidad cultural. Esa confección se viene realizando en dos dimen-
siones, grupal e individual, además de considerar sus formas de protección jurídica. Se pre-
tende no sólo el reconocimiento de la comunidad como “sujeto de derechos”, sino también
de sus diversas “manifestaciones individuales”15.

Sin embargo, la opción por los colectivos, desde instancias judiciales, puede revelar una
apuesta por determinado argumento multicultural que colisiona con la perspectiva liberal. No
puede evitarse ese choque, máxime cuando se piensa el derecho a la identidad cultural en
función de aspectos vinculados estrechamente con la tradición, el patrimonio intangible y las
costumbres de determinados grupos étnico-culturales, como sucede con los pueblos indíge-
nas16.

14
Se destaca la propuesta de Taylor sobre el rechazo a la reducción de las expresiones culturales a un modelo
único. Las diferencias no pueden ser negadas, imponiéndose su reconocimiento. El pensador canadiense destaca:
“El reconocimiento debido no sólo es una cortesía que debemos a los demás: es una necesidad humana vital”.
Asimismo expone que debe aceptarse “(...) que todas las sociedades se tornan cada vez más multiculturales y a la
vez se vuelven más porosas.”. (Taylor, 1993: 45, 93).
15
A propósito, la Corte Constitucional colombiana estimó que la comunidad tiene la titularidad para reclamar la
protección del derecho a la identidad colectiva, En sentencia T-778/05, señaló expresamente: “(…) el derecho a
la identidad cultural se proyecta en dos dimensiones una colectiva y otra individual. La primera se trata de la
protección constitucional que se le otorga a la comunidad como sujeto de derechos y la segunda la protección
que se le otorga al individuo para poder preservar el derecho de esa colectividad. Lo anterior comprende dos
tipos de protección a la identidad cultural una directa que ampara a la comunidad como sujeto del derecho y
otra indirecta que ampara al individuo para proteger la identidad de la comunidad. La protección a la identidad
cultural de la comunidad como sujeto de derechos no supone que no se deban garantizar las manifestaciones
individuales de dicha identidad ya que la protección del individuo puede ser necesaria para la materialización
del derecho colectivo del pueblo indígena al cual pertenece.”
16
En sentencia C-882/11 la Corte Constitucional expuso: “El derecho a la identidad cultural otorga a las comu-
nidades indígenas prerrogativas como las siguientes: (i) tener su propia vida cultural, (ii) profesar y practicar
su propia religión como manifestación cultural, (iii) preservar, practicar, difundir y reforzar otros valores y
tradiciones sociales, culturales, religiosas y espirituales, así como sus instituciones políticas, jurídicas, sociales,
culturales, etc. (iv) emplear y preservar su propio idioma, (v) no ser objeto de asimilaciones forzadas; (vi) con-
servar, acceder privadamente y exigir la protección de los lugares de importancia cultural, religiosa, política,
etc. para la comunidad; (vii) conservar y exigir protección a su patrimonio cultural material e inmaterial; (viii)
utilizar y controlar sus objetos de culto; (ix) revitalizar, fomentar y transmitir a las generaciones presentes y
futuras sus historias, tradiciones orales (…); (x) emplear y producir sus medicinas tradicionales y conservar sus
plantas, animales y minerales medicinales; (xi) participar en la vida cultural de la Nación; (xii) seguir un modo

470
4. La doctrina liberal no se reduce a una sola interpretación, aunque el individualismo moral
esté presente en sus diversas expresiones17. Lo que sí resulta decisivo en el discurso liberal es
la defensa de la elección del propio plan de vida de las personas; como lo expone Will Kymli-
cka: “El liberalismo permite que la gente elija una concepción de la vida buena, y le permite
reconsiderar esta decisión y adoptar un nuevo y esperanzador plan de vida mejor.” (Kymlicka,
1996: 117).

En la perspectiva liberal es posible reconocer ciertas posturas libertarias, forjadoras de los


Estados mínimos, como lo sostiene Sandel, al estimar que “la justicia consiste en respetar y
validar lo que los adultos elijan voluntariamente” y al definir el derecho a la libertad como
“derecho a hacer lo que se quiera con las cosas que se posea con tal de que se respeten los
derechos de otros a hacer lo mismo” (Sandel, 2008: 30, 73). Este es un espacio óptimo para
forjar un individualismo ciertamente provocador, en el que resulta imposible generar dialogar
con quienes apuestan por concepciones organicistas sobre el hombre y la sociedad.

A propósito, la película The Fountainhead (1949) dirigida por King Vidor, en su imagen y
narrativa, ilustra muy bien esta oda sobre el individualismo, lo que podría configurar un
egoísmo racional, como se revela en el discurso final. La guionista y escritora Ayn Rand pre-
senta un individuo que reivindica el santuario de su propia conciencia. “Ningún hombre puede
tener el derecho de imponer a otro hombre una obligación no escogida, un deber no recom-
pensado o un servicio involuntario.” A partir de la película, en nombre de las libertades nega-
tivas, podría pensarse en una expansión inflacionaria de derechos humanos18.

de vida según su cosmovisión y relación con los recursos naturales; (xiii) preservar y desarrollar su modos de
producción y formas económicas tradicionales; y (xiv) exigir protección de su propiedad intelectual relacionada
con obras, creaciones culturales y de otra índole.”
17
Según Sandel: “La doctrina del individualismo moral no es dar por sentado el egoísmo de los individuos, sino
una formulación de lo que significa ser libre. Para el individualista moral, ser libre es estar sujeto solo a las
obligaciones que voluntariamente hago mías; lo que les deba a otros, se lo debo en virtud de un acto de
consentimiento: haber optado por algo, una promesa o un acuerdo que he hecho, tácita o explícitamente.
La idea de que mis responsabilidades se limitan a las que yo mismo me impongo es liberadora. Presupone la
libertad e independencia, en cuanto agente moral, de lo que cada uno es en sí mismo, su carencia de lazos
morales previos, su capacidad de escoger sus propios fines. Ni la costumbre ni la tradición ni la condición social
que se hereda: la fuente de las únicas obligaciones morales que nos ligan es la libre elección de cada individuo”
(Sandel, 2011: 241-242).
18
El problema de la individualidad y sobre las relaciones conflictivas que pueden generarse con la comunidad es
puesta en escena con gran esplendor, como puede confrontarse en la extensa defensa emprendida por Howard
Roark en la fase final del juicio. El alegato es un tributo a la creación individual, sin altruismos, al margen de los
vínculos sociales que los hombres configuren. El arquitecto, interpretado por Gary Cooper, expone magistral-
mente: “A lo largo de los siglos, hubo hombres que abrieron nuevos caminos armados únicamente con su pro-
pia visión. Los grandes creadores, pensadores, artistas, científicos, inventores, estuvieron solos contra los hom-
bres de su época. Cada nueva idea fue rechazada, cada nuevo invento fue denunciado, pero los hombres con
visión de futuro siguieron adelante. Lucharon, sufrieron y pagaron, pero vencieron. A ningún creador le impulsó
un deseo de satisfacer a sus hermanos. Sus hermanos odiaban el regalo que él ofrecía. Su verdad era su único
motivo. Su trabajo era su único objetivo. Él sostenía su verdad contra todo y contra todos. Con su integridad

471
A su vez, el comunitarismo insiste en la comprensión del hombre en su dimensión colectiva,
dando prioridad a las identidades culturales de los pueblos. Desarrolla un modelo organicista
aristotélico. Es la comunidad, no la universal, sino la del entorno, la que forja la identidad
personal y cultural del ser humano. En este escenario se entiende al hombre en el ámbito de lo
grupal y de las instituciones creadas en este nivel, rechazándose la idea de un “individuo ple-
namente autónomo”19 Se cuestiona la neutralidad axiológica pretendida desde el liberalismo,
ya que la moralidad se construye en la tradición.

La doctrina liberal acusa a los comunitaristas de premodernos, rechazando la apuesta por vi-
siones organicistas de grupos que forjen la identidad cultural de sus miembros integrantes. En
sentir de los liberales, los derechos de grupo, cuando son considerados por encima de los de-
rechos de la persona, conducen a la configuración de guetos en los que resulta inviable apelar
a una instancia que pueda juzgar la violación de derechos universales; además, rechazan cual-
quier tipo de intromisión indebida en espacios en los que debe respetarse la autonomía indivi-
dual, como sucede con los sentimientos sexuales. Se busca redimir al hombre de su postración
frente a una moralidad acusada de ser marcadamente colectivista y de negar las pasiones hu-
manas.

5. El pluralismo cultural, entendido como “realidad en la que conviven y/o coexisten simultá-
neamente varios sistemas o modelos culturales”, (Fariñas, 2014: 33), ha sido pieza clave para
asegurar la convivencia que debe existir al interior de sociedades que se conciban liberales;
sin embargo la globalización y los fenómenos migratorios suscitan crisis inevitables. En este
contexto, puede considerarse la tensión inevitable entre identidad cultural occidental, básica-
mente europea, y otras comprensiones grupales que se resisten a través de sus prácticas cultu-
rales y creencias a ser asimiladas. Lo que está en juego es el propio concepto de pluralismo
que, siguiendo a la profesora Fariñas, “(…) no se debe contraponer a la existencia de concep-
tos universales, ya que cada cultura o cosmovisión tiene sus propios fundamentos o cimientos
universales o, incluso, cada universo cultural es una imagen del mundo en su totalidad, in-
comprensible para otros.” (Fariñas, 2014: 35).

como única bandera. Vivía para sí mismo, y sólo al vivir para sí mismo fue capaz de lograr las cosas que son la
gloria de la humanidad.”
19
Según Megía Quirós: “El individuo plenamente autónomo que concibieron los iusnaturalistas ilustrados no
existe, dirán los comunitaristas, es una abstracción sin fundamento en la realidad. De ahí la denuncia contra ese
individualismo asocial presente en el liberalismo, que no llega a entender la relación entre el individuo y la so-
ciedad o comunidad en la que él se inserta. Por el contrario el comunitarismo sitúa el fundamento de los dere-
chos humanos en la identidad homogénea, comunitaria, en contraposición al universalismo abstracto del raciona-
lismo moderno. Por tanto, la visión de unos derechos sin referencia a la comunidad en que han surgido y que los
reconoce, son entidades ideales y abstractas, porque es la comunidad la que dota de unos perfiles específicos y
concretos a los derechos de cada persona.” (Megías y otros, 2006: 151).

472
El florecimiento de los nacionalismos ideológicos y la radicalidad del relativismo cultural
pueden sacrificar la vigencia de las libertades individuales. Pareciera que la metáfora bíblica
de Babel resurgiera en los tiempos actuales, debido al caos proveniente de la pretensión mul-
ticulturalista de postular etnicismos incompatibles con el ejercicio de las libertades individua-
les. La torre multicultural se enfrenta con el liberalismo, abanderado de la unidad y de un dis-
curso universal, que a la manera de Dios, una vez siente amenazados sus dominios, podría
emprender la tarea de aniquilar esa construcción babélica.

Cualquier restricción de las libertades individuales, en nombre de la superioridad de la comu-


nidad y de los derechos colectivos, supone un riesgo para mantener la coherencia al interior
de una sociedad liberal. En estas condiciones puede debatirse sobre la posibilidad de mantener
una ciudadanía multicultural, conciliando los derechos defendidos por los liberales con los
derechos de las minorías diferenciadas20.

La construcción de una aldea global no puede obstaculizar que los pueblos mantengan sus
mitologías y sus tradiciones. Pero cabe preguntar por los límites que tienen los colectivos para
mantener su expresión cultural, sin comprometer la dignidad propia del ser personal. A propó-
sito, eventos como los de ablación del clítoris, el derecho de pernada y los matrimonios forza-
dos, entre otros, son ejemplos de prácticas arraigadas al interior de algunas culturas, que no
pueden aceptarse cuando se promociona el concepto de persona.

De esta manera, tendrá que hacerse un análisis detenido sobre tensiones y posible conciliación
entre los derechos de los pueblos y los derechos humanos de la persona. Por esto, deberá re-
plantearse tanto la tendencia individualista que ha primado en el discurso liberal de los dere-
chos humanos, como los riesgos propios de ciertas propuestas comunitaristas que favorezcan
un multiculturalismo radical. Según Douzinas:

El individualismo de los principios universales olvida que cada persona es un mundo y existe
junto con los otros para formar una comunidad. El Ser en común es una parte integral del ser
“yo”: el yo se expone al otro, se exterioriza, el otro es parte de la intimidad del yo (…) Sin
embargo, el ser en comunidad con los otros es lo opuesto del Ser común o del pertenecer a una
comunidad esencial. Por otro lado, la mayoría de los comunitaristas definen la comunidad a
través de la comunidad de la tradición, la historia y la cultura, la diversidad de cristalizaciones
pasadas cuyo peso ineludible determina las posibilidades presentes. La esencia de la sociedad
comunitaria, frecuentemente obliga o “permite” a la gente hallar su “esencia”; su éxito es
medido por su contribución a la realización de una “humanidad” común. No obstante, esta
inmanencia del yo a sí mismo es nada más que la presión de ser lo que el espíritu de la nación,
de los ciudadanos o el líder exige, o seguir los valores tradicionales y excluir lo que es extraño
20
Se destaca, a propósito, la formulación de propuestas como las de Will Kymlicka, por las que se busca una
conciliación, sin retroceder frente a la conquista realizada por las sociedades liberales en lo referente a los
derechos de libertad, no siendo viable, en principio, aceptar las restricciones internas individuales al interior de
los grupos (Kymlicka, 1996:122,149).

473
entre nosotros. Esta clase de comunitarismo destruye la comunidad en un delirio febril por en-
carnar la comunión misma (…) La comunidad como comunión acepta los derechos humanos
sólo hasta el punto en que ayudan a sumergir el “yo” en el “nosotros”, sin desmayo hasta la
muerte, hasta el punto de “comunión absoluta” con la tradición extinta. (Douzinas, 2008: 256-
257).
La persona no se concibe de manera insular; está inmersa en un colectivo, pero éste no puede
sacrificar la individualidad en nombre de la solidaridad del grupo o de la pureza cultural. En
este contexto, propuestas como la de Kymlicka son relevantes, como cuando se piensa en las
minorías nacionales y los pueblos indígenas, grupos étnico-culturales que buscan una auto-
nomía significativa frente a una cultura mayoritaria; se pretende la inserción del ser humano
en una sociedad que no puede desconocer el pluralismo cultural (Kymlicka, 1996: 25-26).

6. La interculturalidad y el respeto por la diversidad cultural han de ser aspectos básicos en la


apuesta por los “otros” y por la diferencia que se confecciona al interior de una determinada
comunidad. En este sentido, no puede aceptarse el aislamiento en el desarrollo de los diversos
procesos culturales, dejando en riesgo al individuo. Pero, también debe tenerse cuidado con la
pretensión de hibridar diversas identidades culturales, porque valores como los liberales y
democráticos pueden estar amenazados.

Las dinámicas propias de los encuentros culturales han acentuado la crisis de la concepción
unitaria de la historia, como sucede con los grupos inmigrantes. Giovanni Sartori21, a propósi-
to, expresa sus temores sobre los riesgos de compartir valores culturales disímiles. Sin embar-
go, combatir esos peligros, al interior de las sociedades liberales, no evita la porosidad pre-
sentada en la interacción con los “otros”. Se trata, más bien, de defender los intereses de una
sociedad pluralista en la que se respete la diversidad.

El hombre deberá buscar su sentido en el mundo reconociendo la existencia de diversas aper-


turas históricas y de senderos hermenéuticos que no pueden ser excluyentes. Este es un ámbi-
to bien polémico. Por ejemplo, la resolución de los problemas presentados en las instancias
jurídicas, en los casos difíciles, ha reclamado de las técnicas de ponderación de principios o
de derechos22.

21
El multiculturalismo, según el pensador italiano, permitiría el ingreso de “enemigos culturales”, como ocurre
con quienes provienen de culturas teocráticas que jamás aceptarán la escisión entre política y religión. Así, si
bien podría darse una apertura hacia la interculturalidad, debe rechazarse la propuesta multicultural dirigida a
resquebrajar las bases de las sociedades liberales basadas en la tolerancia, y en las que el pluralismo es norma
entre sus miembros. (Cfr. Sartori, 2001).
22
Los mayores problemas se presentan en el campo de la libertad religiosa individual cuando entra en conflicto
con la identidad cultural grupal. Se destacan decisiones judiciales como las contenidas en sentencias SU-510 de
1998 y T-1022 de 2001, de la Corte Constitucional colombiana, en las que se considera que la supervivencia
cultural del grupo está por encima de los derechos de los miembros de una comunidad indígena.

474
En lo que corresponde a América Latina, se impone reivindicar el legado cultural prehispáni-
co. En este ámbito existe un gran tesoro, sin que pueda negarse el testimonio europeo que ha
marcado significativamente su identidad. Nuestro mestizaje reclama el rescate de las tradicio-
nes ancestrales que, al combinarse entre sí, forjan unas costumbres de gran belleza y armo-
nía.23 Por esto, ha de propiciarse un diálogo fecundo que no implique el sacrificio de numero-
sas expresiones culturales, varias de ellas menospreciadas por la cultura hegemónica occiden-
tal. Según William Ospina:

Hoy tiende a hablarse de globalización en términos de un modelo de vida compartido, de unas


expectativas comerciales y culturales para las cuales no debe haber fronteras. Es bueno que la
humanidad quiera parecerse en eso a las águilas migratorias, a los colibríes henchidos de miel,
a las ballenas que cantan su amor de un mar a otro, y a los vientos cargados de polen. Pero si
los derechos sobre el mundo deben ser compartidos, la responsabilidad debe ser compartida
también, a riesgo de que la globalización se convierta en un eufemismo para enmascarar la
mera condición de los mercados y la mera voracidad sobre los recursos. La aventura del globo
tiene que procurar un modelo de civilización que consulte las necesidades de todos y las ex-
pectativas de todos, que intente un poco de justicia, de generosidad y de sensatez. (Ospina, 36-
37).
Es imprescindible potenciar todas las condiciones necesarias para mantener sociedades abier-
tas y plurales, sin sacrificar al individuo, a quien deben respetársele sus libertades y su opción
de integrarse o no a una determinada cultura; y esto podría promoverse desde ciertas políticas
de diferenciación que permitan emprender acciones afirmativas en pro de la diversidad.

La globalización no puede ser un proceso de imperialismo ideológico, de mera homogeniza-


ción, por el que se desarraigue al ser humano de la identidad cultural que le ha forjado. Tam-
poco las culturas pueden convertirse en las instancias morales definitivas que impidan el desa-
rrollo cabal de sus correspondientes individuos y sacrifiquen las libertades ya conquistadas24.
La interculturalidad, precisamente, concebida como “aceptación de la transversalidad de la
diferencia cultural” (Fariñas, 2014: 45), ha de facilitar encuentros armoniosos, pese a los di-
sensos culturales. Es la única posibilidad para dar continuidad a la condición mestiza en Lati-
noamérica. Como bien Fariñas lo destaca, “(l)a interculturalidad afronta la relación entre las

23
De forma clara lo ha expresado el literato colombiano William Ospina al sostener: ”(...) porque Iberoamérica
empieza a tener respuestas para el mundo, y las tendrá cada vez más en la medida en que asuma toda su riqueza:
la sabiduría y la suma de conocimientos de sus pueblos indígenas; el vigor, la alegría y el sentido del ritmo de
sus pueblos afroamericanos; la honda huella de civilización de su pasado ibérico y latino, y el creciente aporte de
las culturas que han llegado a nosotros para quedarse.” (Ospina, 2001: 84-85).
24
Según De Sousa Santos: “Teniendo en cuenta la incompletud de cada cultura, se requiere una concepción
mestiza, intercultural, de los derechos humanos, lo que implica que todas las culturas son consideradas proble-
máticas frente a los derechos humanos. De una forma u otra, en mayor o menor medida, todas las culturas sufren
de una cierta debilidad fundamental frente a una política cosmopolita de los derechos humanos.” (De Sousa
Santos, 1998: 199).

475
culturas sobre una base de igualdad y no de superioridad jerárquica” (Fariñas, 2014: 45). Por
esto, debe rescatarse lo individual frente a los modelos colectivos culturales fundamentalistas,
pero igualmente debe evitarse el rostro oscuro del individualismo25.

El compromiso por la convivencia entre lo uno y lo diverso es una herramienta definitiva para
huir del individualismo insolidario. Las culturas deben resistir al embate de la tecnología y del
capitalismo salvaje que se difunde vorazmente a escala mundial, estableciendo entre ellas
diálogos interculturales. Para esto se requiere apelar a la responsabilidad adquirida al interior
de la comunidad, sin que la ciudadanía sea desplazada. Debe impedirse la usurpación de sus
riquezas y que bajo una supuesta cultura global se obstruya toda posibilidad de intercambio,
de diálogo y de crecimiento mutuo, en medio de la “familia” humana.

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25
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sabilidad. Pero también posee una cara sombría, cuya sombra se acrecienta en nosotros: la atomización, la sole-
dad, la angustia” (Morin, 1998: 55).

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477
Pensar la interculturalidad posible en nuestro entorno: el caso del
“Barrio Intercultural” en San Martín de los Andes.
Laura Araya, Prof. en Historia, U.N.Co., FaHum
Paulina Kittl, Prof. en Historia, U.N.Co., FaHum

Introducción

El presente trabajo pretende ser un ejercicio de reflexión y análisis respecto a lo que acontece
en la región nord- patagónica en relación a la lucha del pueblo mapuce por el reconocimiento
de sus derechos, del papel y las políticas desarrolladas por el estado sobre el tema, ejercicio
de reflexión realizado tomando como punto de partida la propuesta filosófica, política y pe-
dagógica de la decolonialidad1. Nos interesa reflexionar sobre las posibilidades, problemas y
alcances de lo “Intercultural” dentro de un estado y una sociedad que se constituyeron si-
guiendo el patrón de los estados modernos europeos, patrón de conformación que, por ser
monocultural, excluye la diversidad y la otredad propias de lo intercultural.

Este trabajo intenta pensar la interculturalidad y sus posibilidades, por eso no nos podemos
quedar en una mera descripción de la realidad o en un “estudio de caso”, tratando que el mis-
mo encaje en los conceptos con los cuales pretendemos leerla. Por eso, en una primera instan-
cia, se realizará una presentación de la historia, origen y desarrollo del Barrio Intercultural,
exponiéndose los conceptos que andamiarán nuestro ejercicio de análisis y reflexión para lle-
gar, en una segunda instancia, a revisar el (o los) sentidos en los cuales se comprende, ejecuta
y encorseta la propuesta intercultural, por parte de las diferentes instancias estatales de nues-
tro país.

Desarrollo

La ciudad de San Martín de los Andes2 pertenece a la región de los lagos de la provincia del
Neuquén. Es uno de los centros más exclusivos de turismo de la zona, situación privilegiada
que comparte con las ciudades de Villa la Angostura y Villa Pehuenia: en conjunto represen-
tan los lugares que reúnen la mayor concurrencia de turistas provenientes de la región patagó-

1
Este trabajo se realizó antes de que pudiéramos acceder a las críticas y cometarios que sobre esta perspectiva
teórica realiza la socióloga Silvia Rivera Cusicanqui (2014). Si bien acordamos con ella en cuanto a puntos que
nos parecen esenciales , consideramos que dichas críticas no invalidan nuestro ejercicio reflexivo, sino que, por
el contrario, pueden servirnos para potenciar y profundizar nuestras reflexiones que, de alguna manera,
caminaban sin saberlo por la misma línea.
2
A partir de ahora abreviaremos SMA.
nica, así como del resto del país y de países limítrofes. El turismo es la principal fuente de
recursos económicos de la zona por lo que, de la mano de la creación de centros recreativos y
de acogimiento de turistas en SMA, se ha desarrollado una importante especulación inmobi-
liaria, pues todo territorio es potencial espacio para desarrollar lugares de alojamiento o de
proyectos urbanísticos, con venta de lotes a altos precios, con el fin de realizar inmuebles para
descanso y relax de sus propietarios o inquilinos.

Como puede desprenderse de lo expuesto el acceso a la tierra en SMA se ha transformado en


un problema social. Éste “paraíso”, tal como lo cataloga la página oficial del municipio, era
conocido desde hace varios siglos, pues formaba parte de los territorios en los cuales las co-
munidades originarias de la región desarrollaban sus vidas, por tal razón en la región de los
lagos se encuentran comunidades mapuces que a lo largo de la historia de la provincia han ido
reclamando sus derechos, entre ellos el del reconocimiento territorial de las tierras que ocupa-
ban sus ancestros, tal es el caso de las comunidades de SMA.

Desde la década del 70´viene haciéndose sentir la voz de los pueblos originarios del conti-
nente para obtener el reconocimiento legal para poder recuperar o conservar sus territorios, su
cultura y su lengua, reclamos que no son únicos ni nuevos, aunque si han cobrado más fuerza
u obtenido mejores resultados. De hecho en países como México, Ecuador y Bolivia tales
reclamos decantaron en reconocimientos territoriales y en profundas transformaciones del
estado, mientras que en la Argentina se creó la Asociación Indígena de la República Argenti-
na en 1975 y la Confederación Indígena Neuquina en 1971. En este contexto la reforma de la
Constitución Nacional del año 1994, sancionó el artículo 75, inciso 17 que como tarea del
Congreso indica:

“Reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos. Garantizar


el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural; reconocer la
personería jurídica de sus comunidades, y la posesión y propiedad comunitarias de las tierras
que tradicionalmente ocupan; y regular la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo
humano; ninguna de ellas será enajenable, transmisible ni susceptible de gravámenes o embar-
gos. Asegurar su participación en la gestión referida a sus recursos naturales y a los demás in-
tereses que los afecten. Las provincias pueden ejercer concurrentemente estas atribuciones”.
Así mismo el estado provincial neuquino sancionó en febrero de 2006, en la reforma de su
Constitución, que:

“La Provincia reconoce la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas neuquinos
como parte inescindible de la identidad e idiosincrasia provincial. Garantiza el respeto a su
identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural.

480
La Provincia reconocerá la personería jurídica de sus comunidades, y la posesión y propiedad
comunitaria de las tierras que tradicionalmente ocupan, y regulará la entrega de otras aptas y
suficientes para el desarrollo humano; ninguna de ellas será enajenable, ni transmisible, ni sus-
ceptible de gravámenes o embargos. Asegurará su participación en la gestión de sus recursos
naturales y demás intereses que los afecten, y promoverá acciones positivas a su favor”.
Ambas reformas, como se observa, abogan por el reconocimiento por parte del estado de los
derechos de las comunidades originarias, reconocimiento que se traduce en la promoción de
la educación bilingüe e intercultural, así como en el aval a la propiedad comunal. Como pue-
de imaginarse tales reformas también se plasman en la Carta Orgánica del municipio de SMA
sancionada en el año 2010. Así en el artículo 8, inciso 12, donde declara su voluntad de:

“Reconocer la preexistencia étnica y cultural del Pueblo Mapuche, respetando la conservación


de sus valores tradicionales, apoyando su desarrollo y garantizando sus derechos conforme a
lo dispuesto por el Artículo 75 Inciso 17 de la Constitución Nacional y el Artículo 53 Capítulo
II de la Constitución Provincial y reconociéndose como Municipio intercultural”.
Es quizás una de las declaraciones más llamativas, pues reconocerse como municipio intercul-
tural, aviva las esperanzas de la posibilidad de reformas disruptivas en el estado municipal, o
al menos la promoción de prácticas otras que colaboren con el reconocimiento y puesta en
práctica de las demandas de los pueblos originarios.

En este contexto no es de extrañarse que en esta ciudad se desarrolle el proyecto de la crea-


ción de un “Barrio Intercultural”, el mismo comenzó a pensarse a partir de la crisis del 2001.
El 21 de Mayo del año 2004 se sanciona en San Martín de los Andes la “Emergencia habita-
cional” (la cual es ratificada en el año 2008) a partir del registro de demanda habitacional que
elaboró la “Asociación Vecinos sin Techo y por una Vivienda Digna” junto con el Municipio.
De este registro se desprendía que para los años 2007/2008, había “aproximadamente 2.500
las familias sin acceso a una vivienda digna” (Ameghino, 2011). En pos de buscar una solu-
ción habitacional se aprobó el uso del lote 27, con 400 hectáreas del Parque Nacional Lanín
que se emplearán en los siguientes usos: 340 hectáreas se restituyen a la Comunidad Mapuce
Curruhuinca, quien cede 77 hectáreas a la Asociación Vecinos Sin Techo y Por Una Vivienda
Digna, para la concreción de un Barrio Intercultural y Medioambientalmente Sustentable, que
albergara a 250 familias; 31 hectáreas serán usadas por el municipio con el objetivo de crear
espacios de recreación, 13,5 hectáreas se destinarán a la conservación de bosques. La concre-
ción del proyecto intercultural se encuentra en constante revisión y discusión por parte de la
Mesa Política del mismo, en la cual se encuentran representantes del municipio, de Parque
Nacionales, de la asociación de Vecinos sin Techo y por una Vivienda Digna y de la Confede-
ración Mapuce Neuquén. Esta representatividad en la Mesa Política busca dar cuenta del ca-
rácter intercultural del proyecto, que busca la convivencia entre vecinos/as que responden a

481
distintas identidades “nacionales”, quienes se consideran argentinos/as y quienes se conside-
ran mapuces.

Como puede entenderse a través de este recorrido, el barrio “intercultural” es una experiencia
que está y se está haciendo en la actualidad. Esta característica es prometedora en cuanto
permite pensar a medida que los acontecimientos transcurren, pero también hace que los aná-
lisis puedan moverse en algunas ocasiones sobre arenas movedizas. Nuestra reflexión tratará
de avanzar sobre lo que conocemos hasta el momento con respecto al carácter que este pro-
yecto va desarrollando. En este sentido, ya que nos pronunciamos desde una lectura decolo-
nial, debemos pensar en qué sentido el barrio se desarrollará como “intercultural”. Siguiendo
a Catherine Walsh entendemos por interculturalidad un proceso en constante transformación y
acción, la misma “debiera ser pensada menos como un sustantivo y más como un verbo de
acción, tarea de toda la sociedad y no solamente de sectores indígenas y afro descendientes”
(Walsh, 2008, 41). Entendida como acción consideramos que la interculturalidad tiene como
objetivo crear y propiciar respeto mutuo, el desarrollo pleno de las capacidades de y con to-
dos/as los/as otros/as desde un pie de igualdad, donde el sometimiento no tiene lugar; en éste
sentido vale aclarar que la interculturalidad como proyecto se plantea desde la necesidad de
reconocer, construir y valorar las distintas identidades y diferencias posibles dentro de cual-
quier sociedad, sean éstas identidades de género/sexualidades, culturales/étnicas, regionales,
lingüísticas, religiosas.

Para pensar el barrio “intercultural”3 debemos reconocer que el mismo se sumerge en la inter-
relación de las identidades de quienes se ponen en contacto en él. Estas identidades pueden
pensarse con la ayuda del concepto de nación. Partiendo de suponer que nación es un concep-
to sociológico, por lo que se puede definir por características objetivas y/o subjetivas- como
lugar de nacimiento o naturalización a la identidad de un estado nación; así como la nación
que se elige por un pasado o un futuro en común, o por afinidades entre un grupo de personas
que crean un grupo de pertenencia, entre otras- consideramos que estamos ante la interacción
en un espacio concreto de dos identidades nacionales, la mapuce y la argentina (criolla). Al
considerar la interacción entre estas dos identidades, se hace necesario pensar cómo ambas se
han constituido históricamente, y en este sentido comprender el carácter de cada una de ella y
la forma (o formas) en la que se encuentran al momento de cristalizarse en el proyecto del BI.

3
En adelante BI.

482
Por un lado tenemos la identidad nacional “criolla-argentina”, que es la que se ha impuesto
históricamente, respondiendo a las necesidades del modelo o patrón de los estados nacionales
modernos europeos. Este modelo es, como bien sabemos, el de una identidad, una historia,
una tradición, un único poder y, de ser posible, un único idioma. Se homogeniza la identidad
y al sujeto porque el accionar de los estados, su dominio, sus prácticas para el control racional
de la vida humana a través de las instituciones burocrático-administrativas-educativas, solo
puede funcionar con eficacia sobre lo claramente, unívocamente, establecido. (Castro Gómez,
2011, 165-167).

Para Oscar Oszlack la capacidad de ejercer el dominio ideológico es uno de los atributos del
estado nacional que le permiten imponer su control sobre la población, ajustándose a pautas
soberanas que exigen y promueven la legitimidad de sus políticas, organizando un poder he-
gemónico sobre su área de influencia y obteniendo, además, el reconocimiento de otros esta-
dos, también fundados sobre la lógica moderna. En el proceso de internalización de una iden-
tidad colectiva que sirva al estado para ejercer este dominio, la formación de las identidades
nacionales ha sido uno de los mayores logros, ya que la construcción de identidades colecti-
vas permite y colabora con la cohesión social, tan necesaria para llevar a cabo la empresa de
imponer el orden y el progreso (Oszlack, 1982). La homogeneización cultural e identitaria por
medio de la argentinización de la población es heredera de la construcción de identidades tras
la desestructuración del orden colonial, el devenir de los procesos “independentistas” y la
construcción de los estados nacionales: “una vez declarada la independencia, los criollos se
encontraron con el poder, libres del yugo de las élites coloniales españolas. Entonces se con-
virtieron en la élite postcolonial” (Dussel, 1966, 67). Así los criollos blancos vivieron la fan-
tasía de ser europeos, emularon la intelectualidad europea, se identificaron con la latinidad
francesa y sus teóricos republicanos, para así diferenciarse de aquellos sectores de la pobla-
ción que no eran considerados personas: los pueblos originarios y afro descendientes. Estos
otros/as que fueron, siguiendo la reflexión de Dussel, primeramente negados, luego excluidos
y finalmente oprimidos por el proyecto moderno español/criollo debían ser incluidos en el
proyecto nacional por medio de la homogeneización cultural escolar; esto significaba lograr
borrar aquello que los hiciera “ser” otro/a diferente. De eso se trataba: se podía ser de una
forma, siempre según la perspectiva estatal y moderna. El ethos moderno se impone mediante
la argentinización, una creación que desconoce y deslegitima aquello que provenga de las
identidades culturales anteriores a la conquista y que al mismo tiempo, emule la sociedad y el
ethos moderno europeo. Sobre esta base de negación a las culturas originarias se andamió la

483
construcción de la identidad del estado nacional, que hoy en SMA demuestra su hegemonía y
deja a la vista sus supuestos de homogeneidad.

Si bien el proyecto estatal nacional puede indicarse como hegemónico y homogeneizador, la


existencia de una identidad otra nos permite reconocer la “supervivencia” de la identidad na-
cional mapuce. Es de destacar que la nación mapuce ha resistido múltiples embates a lo largo
de los últimos siglos, como las embestidas desde las ciudades modernas de Buenos Aires y de
Santiago de Chile, que aplicaron una estrategia de pinza sobre las tierras patagónicas para
asegurarse la expansión de la frontera ganadera. Esta expansión se tradujo en la ocupación
militar de los territorios, la introducción mediante la violencia y la explotación de los habitan-
tes de los pueblos originarios al proyecto criollo, fuera éste argentino o chileno. Para el caso
que nos ocupa debe recordarse que el estado Argentino durante largos años promovió la caza
de los indígenas, comprobada mediante la presentación de pares de orejas por “indio muerto”;
también el estado se encargó de apropiarse de los territorios a través de la judicialización de
los pueblos originarios, juzgando sus concepciones de los grupos familiares bajo la lupa mo-
derna. La disgregación de las comunidades se tradujo en su incorporación al mercado laboral
y a la economía monetaria. Esta situación, junto a la pérdida de sus territorios, reconfiguraba
sus organizaciones parentales y comunitarias, conllevando también el hecho de que han que-
dado en una posición de desigualdad respecto a la identidad nacional argentina. Es en ésta
relación reconocida de desigualdad que se inscribe el proyecto “intercultural”.

Dentro de esta relación de reconocida desigualdad hay que considerar las perspectivas o crite-
rios jurídicos que el estado ha adoptado en relación a estos pueblos, y el tipo de acciones que
ha realizado a partir ellos. Al respecto la autora Gorosito Kramer (Gorosito Kramer, 2008,
51-65) sostiene la tesis de que luego de una etapa de rechazo absoluto de las poblaciones ori-
ginarias, en las que predominaba la política de exterminio y la “pacificación” (1880-1945), el
estado argentino adoptó una postura de reconocimiento de los mismos, reconocimiento for-
mal pero limitado, durante el cual creó y votó leyes, reglamentaciones (realización del primer
censo indígena, ley 23302, entre otras), se adhirió a las propuestas de organismos internacio-
nales e institutos (OIT, Instituto Indigenista Interamericano),etc., hasta llegar a la incorpora-
ción y reconocimiento de los derechos de los mismos en la constituciones nacional y provin-
cial (artículos ya citados en este trabajo) pero que, más allá de la correcta retórica que se pue-
da presentar en términos legales y de reconocimiento de derechos, el estado tiene una retórica
correcta pero una práctica que se encuentra realmente vacía. ¿Qué quiere decir esto? Quiere
decir que nos encontramos frente a un discurso detrás del cual no hay acciones concretas que

484
tiendan a la realización de ese reconocimiento de la diversidad, de la diferencia o de lo múlti-
ple propio de cada pueblo. En una política estatal vacía no hay un real reconocimiento del
otro. O dicho de otra forma: que realmente no ha existido ningún cambio en la perspectiva,
de manera real y de fondo, desde el estado, sino solamente se han agiornado al lenguaje de la
época, al reclamo de derechos humanos, diversidad o reivindicaciones territoriales y cultura-
les de los diferentes pueblos, pero esto ha ocurrido más que nada discursivamente y que por
lo tanto, las políticas del estado han sido limitadas, fraccionarias, tanto en los objetivos que se
proponían alcanzar como en sus resultados en el conjunto de la sociedad y, podríamos agregar
nosotras, orientadas a resolver problemas emergentes, reclamos puntuales, ya sea de los pue-
blos originarios argentinos o de instituciones y organismos internacionales.

Un ejemplo de esta retórica correcta y vacía, dice la autora es la forma que “adoptan las mo-
dalidades jurídicas de reconocimiento e inscripción de las comunidades” (Gorosito
Kramer,2008, 56). Para ser mapuce, por ejemplo, y tener derecho al territorio, se debe ser
miembro de una comunidad, estar inscripto en un registro, ser reconocido como mapuce por
el estado. Recordemos que la propiedad de la tierra es, en todos los casos, comunitaria, no
individual. Para acceder a sus derechos como mapuce, entonces, una persona debe estar en la
comunidad. Remarcamos aquí algo que nos parece fundamental, y es que no se puede ser por
fuera del ámbito reconocido y estipulado por el estado. El estado establece los criterios de la
identidad permitida, legalmente. El control y dominio sobre los mapuces que no consiguió el
estado con la violencia, lo consigue con la ley que para “ser” los adscribe al territorio.

La propuesta del BI se inscribe entonces en el marco de estas “políticas de inclusión” del


estado, políticas pensadas desde estos criterios jurídicos, políticas que ya indicamos deben
analizarse cuidadosamente en cuanto a su enunciación, carácter e intención. Bien podría seña-
larse que estas medidas se encuentran dentro de la norma y la legalidad, pues las políticas
interculturales se inscriben en las constituciones tanto nacional como provincial, además de la
declaración del municipio de SMA de reconocerse como “intercultural”. El problema aquí se
plantea respecto al carácter, a la connotación, o incluso a ciertas contradicciones o perplejida-
des que se producen respecto de la interculturalidad, cuando el concepto y la realidad se cru-
zan.

Cuando se contrasta la conceptualización de la interculturalidad desde la teoría decolonial con


lo que puede observarse en el barrio, la concepción del mismo no parece ajustarse. En primer
lugar, como se indicaba al inicio del escrito, el BI surge a partir de la emergencia habitacional,
emergencia resultado de las desigualdades socio económicas que existen en la comunidad

485
andina, desigualdades que impactan directamente con la (im) posibilidad del acceso a la tierra.
Así, en este caso, el reconocimiento del derecho a la propiedad de la tierra de los pueblos ori-
ginarios se enlaza con una política de estado para dar solución, en realidad, a dos problemas:
la emergencia habitacional y los reclamos de los pueblos originarios.

Es a partir de todos estos elementos y conceptos que consideramos que puede pensarse el ca-
rácter desde el cual el estado aborda sus políticas interculturales en el caso del BI, las cuales
parecen tener un carácter pluricultural y no tanto un carácter intercultural. La

“pluriculturalidad indica una convivencia de culturas en el mismo espacio territorial, aunque


sin una profunda interrelación equitativa entre ellas. De esta manera, se limita a describir una
realidad; no promueve cambios o intervenciones en ella, ni cuestiona la manera en que la co-
lonialidad sigue operando dentro de sí, racializando y subalterizando seres, saberes, lógicas,
prácticas y sistemas de vida” ( Walsh, 2009, 44)
Desde éste punto el carácter de las políticas puede leerse en clave del uso e intención, por
parte del estado, al promocionar y promover sus políticas como interculturales, aunque no lo
sean. Cuando se piensa desde los usos del estado respecto a reconocer derechos de los pueblos
originarios, así como de la promoción de políticas “interculturales”, debe tenerse presente la
permeabilidad de los gobiernos a buscar mostrarse como transformadores en pos de reflejar la
capacidad de dar respuestas a las demandas sociales, aunque en verdad sus acciones se rela-
cionen más con llevar a cabo políticas “parche”, o que contengan y limiten situaciones que
podrían desbordarse, más que políticas verdaderamente transformadoras.

Como expusimos, las dos identidades que interaccionan en el barrio intercultural lo hacen a
partir de la desigualdad fruto de la herida colonial. La herida colonial se compone de los as-
pectos identitarios que se han heredado del orden colonial y de los aspectos identitarios pro-
pios de la configuración de los estados criollos, que se han encargado de valorar rasgos de los
distintos grupos que componen la sociedad a partir de la racialización, estigmatizando y des-
valorizando todo aquel saber, costumbre, idioma, u otro rasgo que no se desprenda de la ma-
triz colonial eurocéntrica. Esta situación de asimetría entre lo mapuce y respecto de la identi-
dad nacional que se presenta con un carácter hegemónico y homogeneizador, nos llevan a
plantear que la propuesta del barrio dista de ser intercultural, pues las características que asu-
me se condicen con la interacción pluricultural, característica de un tiempo en el que la “acep-
tación” de los/as otros/as tiene más relación con integrarlos/as en pos de la cohesión social,
fundamental para la perpetuación del poder, que con la transformación de las relaciones exis-
tentes, relaciones reproductoras de las herencias de la herida colonial.

486
Si bien hay autores que afirman que el barrio intercultural puede pensarse como un proceso de
“interculturalidad pasiva” o desde abajo (Ameghino, 2011), sostenemos que ésta experiencia
se puede entender mejor desde la pluriculturalidad, en tanto es una práctica que tiende a me-
jorar o solucionar reclamos y reivindicaciones de la comunidad mapuce y de los vecinos sin
techo, pero que no transforma las relaciones derivadas de la colonialidad. Hay una conviven-
cia en el mismo territorio, pero no hay una transformación e interrelación equitativa entre las
diversas culturas. Es así que el barrio corre el riesgo de convertirse en parte del proyecto mo-
derno, que pretende “incluir” las subjetividades otras, pero manteniendo su papel de dominio
y control. No podemos olvidarnos aquí, al hablar de la convivencia en el mismo territorio,
que el BI se encuentra inserto en un territorio mayor, el de la comunidad de SMA, y que es
parte de múltiples relaciones e interacciones sociales, históricas, económicas, políticas y cul-
turales que se dan dentro de dicha comunidad, como en toda comunidad, por otra parte. Es ese
contexto amplio dentro del cual debemos anclar, también, nuestra reflexión.

Por otro lado creemos que se puede observar interseccionalidad (Muñoz Cabrera, 2001) de la
identidad de los pueblos originarios, interseccionalidad que está en el cruce de dos identida-
des, no necesariamente reconocidas por los actores. Por un lado la racialización y desvalori-
zación de sus culturas, parte de la herida colonial, y por el otro, la pobreza, se relaciona con la
imposibilidad del acceso a la tierra, un bien preciado en un espacio con un importante merca-
do inmobiliario. La herencia racial influye en los accesos y la posibilidad de mejorar las con-
diciones de vida de las personas: se es indígena y pobre.

Puede agregarse otro elemento, que pretende respaldar la interculturalidad del proyecto, pero
que para nuestro análisis solo vuelve a mostrar con más fuerza su pluriculturalidad, y es que el
estado –a partir de lo que se indica en las constituciones citadas- en tren de reconocimiento de
derechos, entre ellos el de la educación, preservación del idioma y la cultura mapuce, conside-
ra que la educación bilingüe sería la respuesta educativa a las necesidades de la comunidad
mapuce Curruhuinca, proyectándose una escuela dentro del BI. Se dejan fuera de toda discu-
sión las concepciones eurocéntricas y modernas sobre el saber y el conocimiento desde las
cuales es impartida esa educación bilingüe que se pretende intercultural (Quijano, 2011).

Debe pensarse entonces cuál es esa concepción de educación intercultural en la que se está
pensando desde el estado. Si bien se manifiesta como derecho en las constituciones, ésta se
confunde, como ya dijimos, con la educación bilingüe, impartida en mapuce y español. La
lengua es un punto fundamental para lograr interacciones interculturales, desde ella se crean y
comparten los modos de ser y comprender en el mundo, desde cuya interacción e interrelación

487
creemos que se puede practicar la interculturalidad, pero entendemos, por un lado, que plan-
tear la educación bilingüe en espacios donde habitan los pueblos originarios sólo puede en-
tenderse como una política focalizada. No se va a enseñar mapuce en todas las escuelas de la
provincia de Neuquén, a pesar del alto porcentaje de población con raíces mapuces. Ni siquie-
ra se va a enseñar en todas las escuelas de la localidad de SMA. Con lo cual no hay interac-
ción o interrelación posible con una alteridad u otredad, una diversidad que interpele, confron-
te y permita ese reconocimiento y crecimiento mutuo, implícito por definición en un proyecto
intercultural. Por otra parte también consideramos que la incorporación de la lengua mapuce,
se plantea desde la concepción moderna y europea del saber, quedando los saberes mapuces-
o corriendo el peligro de quedar- relegados a un ámbito de mera curiosidad, de anécdota cul-
tural, pero no de verdadero conocimiento. Es decir no se discute “el saber” que se imparte,
así, por ejemplo, los modelos interpretativos, la concepción de la naturaleza como “objeto”
salvaje y externo, la conceptualización y jerarquización de qué es considerado conocimiento
científico o socialmente relevante, sigue siendo de matriz moderna. La educación bilingüe se
disfraza de intercultural, cuando en esencia es política inclusiva focalizada del estado mo-
derno de raíz eurocentrista.

Es un buen ejercicio de pensamiento observar cómo ciertos sectores de la comunidad de


SMA se opusieron al izamiento de la bandera de la nación mapuce junto a la de la nación
criolla-argentina, generándose violentos rechazos que tomaron estado público en los medios
locales; ya que nos permite reflexionar acerca de la valoración que sobre los derechos de los
pueblos originarios tienen quienes no pertenecen a dicho colectivo, además de repensar el
alcance de las iniciativas “interculturales” del estado. Si bien la carta orgánica del municipio
de SMA4 se reconoce como “municipio intercultural”, consideramos que esa intención dista
mucho de reflejar la realidad y nos permite pensar sobre el objetivo y accionar del estado en
pos de éstas políticas, ya que la proclama por sí sola no transforma a una sociedad enfrentada
durante años por la tierra, los recursos y el reconocimiento de derechos, en una sociedad que
se proponga conjuntamente crear subjetividades otras.

4
Y así como decimos la Carta orgánica del municipio de SMA también podríamos decirlo con respeto a las
constituciones Nacional y Provincial: la proclama y el reconocimiento de los derechos no transforma la práctica
y la convicción de la sociedad, por lo menos no sin haber atravesado un largo proceso.

488
Comentarios finales

La experiencia del BI en SMA puede pensarse como una búsqueda para mejorar las interrela-
ciones entre los grupos que conforman la sociedad. Es, al día de hoy, una experiencia en desa-
rrollo, se encuentra siendo. Esto no nos permite cerrar el análisis –y no es nuestra intención
hacerlo, pues desde las ciencias sociales sabemos que nada está cerrado ni acabado-, obligán-
donos a seguir pensando y comprendiendo al BI en su devenir.

Lograr discutir el concepto y reconceptualizar el barrio de intercultural a pluricultural nos


ayuda a no caer en significantes vacíos, intentando colaborar con una conceptualización per-
tinente, a partir de una propuesta teórica que estudia y problematiza para construir epistémi-
ca, pedagógica y políticamente la interculturalidad.

Consideramos que reconocer la pluriculturalidad colabora con el reconocimiento de la no


transformación de las estructuras heredadas de la herida colonial, marcando el lugar de per-
manencia de esas estructuras, aunque ahora reconfiguradas: pueden esconderse detrás de la
idea de “ampliar” derechos a los pueblos originarios, en reconocerlos, pero ello sólo demues-
tra aun con mayor claridad la relación de desigualdad entre las partes que intervienen. La pro-
puesta del barrio pluricultural es una muestra de la continuidad del lugar de poder que ocupan
en la actualidad los grupos sociales que se identifican en torno a la identidad nacional criolla y
que aún ocupa esa subjetividad. Espacio de poder que se evidencia cuando el estado plantea la
educación intercultural a partir de la creación de una escuela bilingüe, que no pone en discu-
sión los saberes modernos eurocéntricos y que se presenta como política focalizada. Así mis-
mo el acontecimiento de rechazo al izamiento de la bandera mapuce permite ver que, de parte
ciertos (y amplios) sectores de la sociedad, no hay una apertura ni reconocimiento ante la pro-
puesta de ser un municipio intercultural. El municipio está atravesado de relaciones sociales,
de formas de ser con; si las formas de ser con los/as otros/as no se transforman, la intercultu-
ralidad no puede llevarse a cabo. También podría apuntarse que con la creación del barrio se
busca, por parte del estado, dar respuesta a dos problemas: la emergencia habitacional y los
reclamos de los pueblos originarios; que nos muestra la interseccionalidad entendida como la
multiplicidad de opresiones que los mapuces vivencian en SMA, opresiones constitutivas de
su identidad.

El caso del barrio nos permite abrir un debate respecto a las formas, a las medidas, que deben
o no deben tomarse en pos de construir una sociedad intercultural; así como nos puede llamar
la atención respecto al vaciamiento de sentido que la interculturalidad sufre en nuestros días.
Como muchos conceptos usados para analizar nuestras realidades, corre el riesgo de sufrir
489
apropiaciones y resignificaciones, que permitan una inclusión discursiva que aleja de su sen-
tido originario. Se puede convertir una posibilidad teórica tan rica para construir sociedades
otras en un significante vacío, en una maniobra para mantener las relaciones de opresión por
parte de los que siempre han oprimido -o se han beneficiado de ello- sobre grupos que históri-
camente han sido oprimidos. Consideramos que apropiarse de los discursos y de las reivindi-
caciones de quienes esperan (y necesitan) cambios, mejoras, reconocimiento, cambiando de
esta forma su contenido, responde a una propuesta de políticas focalizadas, cuyo objetivo es el
de encapsular las subjetividades e identidades otras, encapsular el “problema”, controlar la
situación para lograr perpetuar la identidad hegemónica y homogénea criolla. Bien podría
pensarse como política promovida por el estado para difundir la lengua y cultura mapuce, los
modos de ser y existir de su subjetividad,5 que la educación bilingüe, por ejemplo, se extienda
a todas las instituciones educativas de la provincia, en todos niveles y modalidades; si bien
ello no sería per se intercultural, colaboraría con una construcción más realista hacia socieda-
des otras.

Mientras las políticas del estado continúen teniendo un carácter focalizado, estaremos sola-
mente frente a un reacomodamiento de las relaciones de opresión y poder. O sea en las antí-
podas de la interculturalidad. Bien sabemos que la aceptación de la diversidad, de lo intercul-
tural, de la diferencia, de la otredad, dentro de un estado conformado según la lógica de cons-
titución de los estados modernos, tienen un límite: el límite está dado por aquello que puede
poner en cuestión la propia lógica y fundamento del estado, sus identidades y principios origi-
narios, en definitiva, su orden y funcionamiento.

La interculturalidad se presenta aquí, entonces, como anhelo, como meta u objetivo, proyecto
deseado de transformación u horizonte. Espacio de reflexión inconcluso, proyecto que deberá
ser siendo.

Bibliografía

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algunas aproximaciones teóricas” En: Debates Latinoamericanos. Año 9, volumen3/2011
(noviembre), Nº 18 ISSN 1853-211X.

5
También podría darse la implementación real respecto a la Ley de Educación Sexual Integral, como una
medida en pos de respetar la otredad y desde allí construir, seguir construyendo.

490
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491
¿El pueblo dónde está? Ernesto Laclau y la concepción del pueblo
como sujeto mítico
María José Cisneros Torres (UNT)

“Si este no es el pueblo, ¿el pueblo dónde está?” reza el cántico que, cual mantra, repiten
quienes irrumpen en el espacio público autoproclamándose la encarnación misma del pueblo.
Autoproclamación cuya forma de enunciación resulta bastante curiosa, porque no apela a un
juicio afirmativo del tipo: “acá está el pueblo”. Por el contrario, lo que hace es apelar a la in-
terpelación, pues quienes la pronuncian lo que buscan es que los otros reconozcan que ellos
son el pueblo, el verdadero pueblo. Semejante demanda o, como diría Hegel, lucha por el re-
conocimiento, lo que pone de manifiesto es que si de hecho existiera el pueblo como entidad
claramente definible e identificable, entonces no sería necesaria la pregunta por: “¿dónde está
el pueblo?”.

En el presente trabajo nos proponemos mostrar una posible respuesta a esta inquietante cues-
tión, a partir de analizar la” concepción del pueblo como sujeto mítico” que, a nuestro enten-
der, postula Ernesto Laclau. Para avalar nuestra hipótesis comenzaremos, primero, analizando
la tesis que desarrolla en Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo, según la
cual: “Todo sujeto es un sujeto mítico”. (Laclau, 1993: 77). Luego, nos abocaremos de lleno a
mostrar por qué en La Razón Populista considera que ese sujeto mítico, sólo en tanto se cons-
tituye como pueblo, puede ser considerado como sujeto político, es decir como un sujeto ca-
paz de transformar el orden social.

Todo sujeto es sujeto mítico

Que "todo sujeto es un sujeto mítico" implica afirmar siguiendo a Laclau: 1) que todo sujeto
es sujeto de la falta, pues está siempre dislocado; 2) que lejos de poseer una identidad deter-
minada, el sujeto sólo puede construirse una identidad a través de actos de identificación; 3)
que esos actos de identificación, o lo que es lo mismo, de construcción de la subjetividad,
requieren de mitos sociales1.

1
Más allá de cierto uso ambiguo que Laclau sigue haciendo en Nuevas reflexiones…de la noción de sujeto, en
tanto a veces la misma remite a la concepción del “sujeto como falta” y en otras a la “posición de sujeto”, lo que
Por mitos sociales Laclau entiende las representaciones sociales que no guardan ninguna rela-
ción con la objetividad dominante, es decir que emergen en el espacio social sólo cuando su
estructura se encuentra dislocada, está en crisis:

La condición “objetiva” de emergencia del mito es por ello una dislocación estructural. El
trabajo” del mito consiste en suturar ese espacio dislocado, a través de un nuevo espacio de
representación. La eficacia del mito es así esencialmente hegemónica: consiste en construir
una nueva objetividad a través de la rearticulación de los elementos dislocados. Toda objeti-
vidad no es, por lo tanto, sino un mito cristalizado. (Laclau, 1993: 77)

Lejos, por consiguiente, de entender la irrupción de los mitos sociales en nuestro mundo con-
temporáneo como un rebrote del irracionalismo que caracteriza a las sociedades primitivas,
para Laclau el mito es constitutivo de toda sociedad posible. Esto es así, porque lo social en
tanto estructura siempre dislocada, necesita de esos espacios de reordenamiento de los ele-
mentos dislocados, que son los mitos sociales. “El Estado de bienestar, por ejemplo, fue un
mito que intentó reconstruir el funcionamiento de las sociedades capitalistas posteriores a la
Gran Depresión” (Laclau, 1996: 83). Una sociedad, por ende, en la que los mitos estuvieran
excluidos sería: o bien una sociedad cementerio (enteramente objetiva, sin lugar a la disloca-
ción, el modelo de la máquina perfecta), o bien una sociedad manicomio (en la que las dislo-
caciones carecerían de todo espacio de representación y superación).

En consecuencia, no sólo todo sujeto es un sujeto mítico, sino también, todo orden social lo
es, desde la perspectiva de Laclau. Esto se debe a que de acuerdo con su ontología: ni los ob-
jetos ni los sujetos poseen plenitud por sí mismos, pues están siempre dislocados. Por eso,
sólo a través del mito pueden ambos adquirir realidad2. De allí, entonces, que la eficacia del
mito sea esencialmente hegemónica -es decir de constitución de una nueva objetividad- y su
función doble: expresar, por un lado, un “contenido literal””, ligado a la sutura de una dislo-
cación específica, “representar metafóricamente”, por otro, a la plenitud:

Toda frustración, toda reivindicación insatisfecha, encontrará su compensación o su contrapar-


tida en el mito de una plenitud alcanzada. Esta indeterminación del mito respecto de las dislo-
caciones específicas que expresarán a través de él la posibilidad de su superación, es una con-
secuencia directa de su carácter metafórico, de la posibilidad que él abre de dar un modo de

queda claro es que en tanto el sujeto es el lugar del vacío -de la falta de la estructura simbólica-, las identidades -
las distintas posiciones de sujeto- que esté va adoptando son siempre contingentes, efecto de los procesos de
identificación.
2
En contra de la epistemología clásica, Laclau agrega:”El problema clásico del conocimiento en tanto
adecuación conocimiento/ser desaparece en la medida en que el mito constituye a la vez al sujeto y al ser de los
objetos” (Laclau, 1993: 83)

494
expresión a la forma misma de la plenitud más allá de toda dislocación concreta. (Laclau,
1993: 79)
Esto significa que el mito al funcionar como superficie de inscripción de las dislocaciones y
reivindicaciones sociales, posee siempre un carácter incompleto, pues su contenido se recons-
tituye y se desplaza constantemente. Lo que posibilita, según Laclau, que algunos mitos pue-
dan ampliar su carácter de representación metafórica de la plenitud al punto de llegar a consti-
tuirse en imaginarios sociales, es decir "en el horizonte ilimitado de inscripción de toda
reivindicación y de toda dislocación posibles" (Laclau, 1993: 79). Para que esto acontezca es
necesario que el mito, que ese espacio de representación desde el que se articula una determi-
nada identidad social, logre ir más allá de su contenido literal, de la particularidad a la que
representa y se torne universal. Es decir, pase de la fase corporativa a la hegemónica, a partir
de radicalizar el momento metafórico de la representación y adicionar a su horizonte imagina-
rio las demandas y reivindicaciones de amplios sectores de la sociedad: “El milenio cristiano,
la concepción iluminista/positivista del progreso, la sociedad comunista, son en tal sentido
imaginarios: en tanto representación de la forma misma de plenitud, se ubican más allá de la
precariedad y las dislocaciones propias del mundo de los objetos”. (Laclau, 1993:80)

Ahora bien, esta capacidad del mito para transformarse en imaginario, resulta posible porque
todo espacio mítico es externo a la dislocación específica que pretende suturar, dado que: "en-
tre la estructura dislocada y el discurso que intenta introducir un nuevo orden y una nueva
articulación no hay, pues, ninguna medida común"” (Laclau,1993 :81). Para ilustrar este ca-
rácter no necesario de la representación mítica, Laclau toma como ejemplo la crisis orgánica
que sufrió Alemania en los años 20 y afirma: “Que la crisis se resolviera en la dirección del
nazismo es algo que no puede deducirse de los términos de la crisis en cuanto tales””(Laclau,
1993:81). Antes bien, que el discurso nazi fuera el único que se dirigiera a los problemas de
los sectores medios y les propusiera un principio de inteligibilidad frente a los mismos, fue lo
que a su entender hizo que éste se convirtiera en discurso hegemónico y se constituyera como
imaginario social:

En muchas ocasiones el discurso de un “nuevo orden” es aceptado por numerosos sectores, no


porque ellos se sienten particularmente atraídos por su contenido concreto, sino porque es el
discurso de un orden, de algo que se presenta como alternativa creíble frente a la crisis y a la
dislocación generalizadas. (Laclau, 1993: 82)
Esto, desde luego, no implica que para Laclau cualquier discurso que se presente como encar-
nación de la plenitud será siempre aceptado. Por el contrario, a su juicio, en general cuando un
nuevo mito emerge en una sociedad debe, para poder tener credibilidad, lograr que las nuevas
representaciones que propone no choquen con los principios básicos que la articulan. Sólo en

495
casos extremos, en los que las dislocaciones son más profundas, es decir cuando lo que acon-
tece es una crisis orgánica (como fue lo que sucedió en la Alemania previa al nazismo3), se
dan las condiciones para que un nuevo mito pueda transformarse a la vez en un nuevo imagi-
nario social.

Todo imaginario social posee, por tanto, un carácter “radicalmente contingente”. Esto se debe
a que no sólo las condiciones de su emergencia, sino también las de su vigencia, están sujetas
a la capacidad de éste para representar toda demanda y toda reivindicación social. Pero cuan-
do esto comienza a no suceder, cuando lo que aumentan son las dislocaciones sociales no in-
tegrables a ese espacio de representación, entonces el imaginario pierde su condición de hori-
zonte de sentido, y por consiguiente, su eficacia hegemónica. Las circunstancias para su diso-
lución se tornan, entonces, evidentes: nuevos mitos sociales comienzan a emerger, buscando
hegemonizar el espacio social dislocado. Un espacio que hace visible, de este modo, los actos
de poder a partir de los cuales se instituye:

Esto significa que el poder no es sino la huella de la contingencia, el punto en el cual la objeti-
vidad muestra la radical alienación que la define. La objetividad- el ser de los objetos no es
otra cosa que la forma sedimentada del poder- es decir, un poder que ha borrado sus huellas
(Laclau, 1993: 76)
En nuestras sociedades actuales esas huellas del poder se hacen cada vez más evidentes, por-
que las estructuras sociales se encuentran sujetas a la proliferación continua de dislocaciones.
Esto se debe, según Laclau, a que en la etapa del “capitalismo desorganizado”, procesos como
la mercantilización, la burocratización y el dominio de la división del trabajo, vuelven a las
sociedades cada vez más inestables A tal punto esto es así, que en éstas la reproducción social
depende cada vez menos de prácticas repetitivas. “El mundo es menos “dado” y tiene, de mo-
do creciente, que ser construido" (Laclau, 1996: 57).

Que el mundo tenga que ser cada vez más construido, muestra que el mito no sólo “no está
excluido de las sociedades contemporáneas, sino que la dinámica propia de éstas requiere que
ellas se tornen míticas de más en más”(Laclau, 1993: 83). Esto -como ya advertimos- nada
tiene que ver para Laclau con un rebrote de irracionalismo, sino antes bien, con la necesidad
cada vez más recurrentes de nuevas representaciones sociales o mitos que suturen la dislocada
estructura social. Dislocación que en la actualidad se expresa, muy especialmente, en el ám-
bito de constitución de identidades colectivas, pues éstas ya no se encuentran nucleadas en
torno al gran mito de un sujeto de alcance universal. La pluralidad de agentes sociales y de

3
El colapso de las convicciones racionales y liberales en vastos sectores de la población que aconteció en
Europa a comienzos del siglo XX, constituye para Laclau un ejemplo de crisis orgánica, en tanto fueron los
principios básicos que articulaban a esas sociedades demoliberales los que fueron puestos en cuestión.

496
sus luchas hace que las identidades colectivas se articulen mediante una lógica de tipo dife-
rencial o democrática, es decir a partir de demandas y reivindicaciones sociales particulares.

Situación que si bien lleva a la fragmentación del sujeto político, no debe constituir motivo
alguno de nostalgia para la izquierda según Laclau. La ausencia de una voluntad o identidad
colectiva universal, no supone la desaparición de las luchas políticas emancipadoras. Por el
contrario, cuanto más heterogéneo es el campo de las identidades colectivas, es decir cuando
lo que predomina es la articulación democrática de las identidades, entonces mayor es el po-
der contra-hegemónico que éstas tienen; dado que de lo que se trata es “de constituir históri-
camente al sujeto que ha de ser emancipado- en realidad emancipación y constitución son
parte del mismo proceso”.(Laclau, 1996: 98)

El pueblo como sujeto mítico

En lo que fuera su más reconocida obra La Razón Populista, Laclau no desarrolla de modo
explícito una teoría del mito político como en Nuevas reflexiones... Sin embargo, en tanto
considera al populismo4 como la lógica de articulación constitutiva de los sujetos políticos5, lo
que hace es recuperar de manera implícita y, al mismo tiempo, deconstructiva un mito políti-
co, históricamente, recurrente: el mito del pueblo”.

Calificamos de deconstructiva la recuperación de este mito, porque en las antípodas de toda


concepción esencialista6, para el pensador argentino el pueblo es la heterogeneidad social in-
domesticable que irrumpe y se constituye como tal en la contingencia de las luchas políticas.
Es decir, el sujeto que deviene a partir de un resquebrajamiento del orden social vigente, en
tanto éste se muestra incapaz de absorber una a una, de manera diferencial o institucional, las
crecientes demandas democráticas que diversos sectores llevan a cabo. De modo tal que, pa-
sado un tiempo, tales demandas al no ser satisfechas, comienzan a relacionarse entre sí a tra-
vés de una lógica de tipo equivalencial o popular y a dar lugar a la constitución de una fronte-

4
La tesis principal de La Razón populista afirma que el populismo en tanto es una categoría ontológica y no
óntica, no se identifica ni con un régimen de gobierno ni con determinados contenidos ideológicos, sino antes
bien, con una lógica de articulación política de tipo equivalencial, a partir la cual se constituyen las identidades
populares o el pueblo.
5
Mientras en Hegemonía…y en Nuevas reflexiones …Laclau apuesta por una democracia que articule, de modo
diferencial o democrático, a las identidades colectivas; en La Razón Populista cambia de perspectiva y aboga por
una articulación de tipo equivalencial o popular. Esto se debe a que a partir de esta obra considera que “la
operación política por excelencia va a ser siempre la construcción de un pueblo” (Laclau: 2005, 192).
6
En general las teorías políticas que postulan al pueblo como el sujeto de la política, lo conciben a éste de modo
esencialista, es decir como un conjunto social homogéneo y siempre idéntico a si mismo, depositario de valores
positivos y permanentes que deben ser preservados.

497
ra interna, de una ruptura radical del campo social en dos bloques antagónicos. Un bloque
constituido por la institucionalidad excluyente, por los sectores dominantes que defienden el
status quo. El otro por los de abajo, por los sectores subalternos, que al irrumpir en el espacio
social con sus demandas, no sólo ponen en cuestión al orden establecido, sino además, co-
mienzan a constituirse como una identidad popular, como un sujeto político al reconocerse
como un nosotros” (el pueblo) frente a un “ellos” (los enemigos del pueblo).

No basta, sin embargo, la constitución de una cadena equivalencial y la ruptura del espacio
social en dos bloques antagónicos para que el pueblo se constituya como sujeto político. Para
que esto suceda es fundamental, además, la cristalización de esa cadena equivalencial en una
identidad discursiva, que ya no represente a las demandas democráticas como equivalentes,
sino al “lazo equivalencial” como tal. Tal constitución es siempre “radical” en tanto no ex-
presa a una identidad previamente dada, sino antes bien, a un proceso por el cual de una plu-
ralidad de demandas surge una demanda, que sin dejar de ser totalmente particular, asume la
representación de la totalidad de la cadena, es decir se transforma en universal. A este tipo de
operación por la que una particularidad adquiere una significación universal inconmensurable
consigo misma, Laclau la denomina hegemonía:

No existe ninguna plenitud social alcanzable excepto a través de la hegemonía; y la hegemonía


no es otra cosa que la investidura, en un objeto parcial, de una plenitud que siempre nos va a
evadir porque es puramente mítica” (Laclau, 2005: 1148)
Agrega, además, que precisamente es en la doble acepción que tiene la palabra pueblo en la-
tín, en tanto plebs y en tanto populus, donde se expresa con toda claridad esa
significación hegemónica, que es de tipo metonímica. Esto es así, porque la plebs, si bien
representa a una parte de la comunidad (a los de abajo, a lo menos privilegiados), al irrumpir
en el espacio social, lo hace reclamando ser el único populus, es decir la encarnación de la
comunidad como un todo. Esta aspiración por encarnar la totalidad de la comunidad, no hace
sino poner de manifiesto que la constitución de una identidad popular o pueblo posee siempre
un carácter mítico, en tanto: “expresa/ constituye- a través de la equivalencia de una plurali-
dad de demandas insatisfechas- la plenitud de la comunidad que es negada y, como tal perma-
nece inalcanzable; una plenitud vacía si se quiere”7(Laclau, 2005: 137)

7
Recordemos que en Nuevas reflexiones Laclau afirma que el mito es “la metáfora de una plenitud ausente”
(Laclau; 1996: 78)

498
Esa plenitud vacía o mítica, si bien es un ideal irrealizable, resulta imprescindible para la
constitución del pueblo, pues la vacuidad8 es –de acuerdo con Laclau- la condición de posibi-
lidad para que una particularidad se universalice, es decir se vuelva hegemónica:

En otras palabras: la identidad popular se vuelve cada vez más plena desde un punto de vista
extensivo, ya que representa una cadena siempre mayor de demandas; pero se vuelve intensi-
vamente más pobre, porque debe despojarse de contenidos particulares a fin de abarcar de-
mandas sociales que son totalmente heterogéneas entre sí. Esto es: una identidad popular fun-
ciona como un significante tendencialmente vacío (Laclau, 2005: 125)
Tanto es así que la lógica misma del proceso de construcción de esta identidad popular o pue-
blo, lleva a una situación en la cual, finalmente, el significante vacío, ese puro nombre, es el
nombre de una persona, el nombre del líder. Esta tendencia a la centralidad del nombre de un
líder es para Laclau una de las características distintivas del populismo, porque considera que
la identificación con éste es inherente a la formación de un pueblo. Apelando al análisis de
Freud en Psicología de masas y análisis del yo, entiende que dicha identificación no se pro-
duce por el arrasador poder de sugestión que tiene el líder sobre la masa, sino por la relación
libidinal, de “afecto” que se establece entre estos. “Todo depende del grado de separación
entre el yo y el yo ideal” sostiene el pensador argentino siguiendo a Freud y agrega:

Si esa distancia aumenta (¿por qué?: esto es algo que debemos preguntarnos), encontraremos
la situación centralmente descripta por Freud: la identificación entre los pares como miembros
del grupo y la transferencia del rol del yo ideal al líder. En ese caso, el principio fundamental
del orden comunitario trascendería a este último y, con respecto a ese principio, la identifica-
ción de equivalencia entre los miembros del grupo se incrementaría. Si, por el contrario, la dis-
tancia entre el yo y el ideal de yo es menor, tendrá lugar el proceso que describimos antes: el
líder será el objeto elegido por los miembros del grupo, pero también será parte de estos últi-
mos, participando en el proceso general de identificación mutua” (Laclau, 2005: 87)
El segundo de los casos es, precisamente, lo que acontece en la constitución del pueblo del
populismo, dado que al ser esta una constitución radical, que no se funda en una unidad pre-
via, necesita de un objeto con el cual identificarse, de modo tal de poder formar su identidad
a partir de éste. El nombre del líder es ese objeto de “investidura radical” o, dicho de otro mo-
do, “de encarnación de una plenitud mítica”, a partir del cual la equivalencia entre demandas
logra ir más allá de un vago sentimiento de solidaridad y constituirse como una identidad.

8
Laclau distingue con toda claridad la vacuidad, es decir el carácter vacío de un significante del carácter
abstracto de un concepto. Mientras lo abstracto alude a una operación de tipo conceptual que lo que busca es
definir, por ejemplo, la justicia a partir encontrar un rasgo común subyacente en todos los actos que clasificamos
como justos; un significante vacío se constituye como tal a partir de renunciar a su significado diferencial y
particular. De allí que la función de un significante vacío no sea la de expresar contenido positivo alguno, sino
antes bien, nominar la imposible plenitud. Su vacuidad, por tanto, no es sinónimo de un “significante sin
significado”, dado que “es un vacío que puede ser significado porque es un vacío dentro de la significación”
(Laclau, 2005: 136)

499
Ahora bien, en tanto la unidad en la que se articula el pueblo como sujeto político, no está
dada, sino antes bien, se constituye a un nivel meramente nominal y contingente (mítico),
entonces para Laclau los límites de las demandas que una identidad popular puede incluir o
excluir son siempre ambiguos. Esto se debe a que “de hecho”9 la frontera que divide al espa-
cio social en dos grande bloques nunca es estable. La lucha política entre proyectos hegemó-
nicos antagónicos supone la disputa por el sentido de ciertos significantes. Laclau denomina a
dichos significantes: “significantes flotantes”. Los distingue teóricamente10 de los “significan-
tes vacíos”, pues mientras estos se vinculan con la construcción de una identidad popular una
vez que una frontera estable se da por sentada; los “significantes flotantes”, al ser objeto de
disputa, poseen un carácter polisémico y contribuyen a que la frontera de los espacios antagó-
nicos se desplace.

De allí, pues, que para Laclau lo que de impreciso y fluctuante tiene el lenguaje del discurso
populista no responda a una falta cognitiva, a la incapacidad de éste para ser preciso concep-
tualmente. Por el contrario, a su entender, tal carácter se debe a la necesidad de éste de operar
performativamente, es decir de lograr que una heterogeneidad de demandas insatisfechas se
incorpore a una cadena equivalencial y se constituya como identidad popular. Sin embargo,
puede suceder que existan demandas que no sólo no encuentren representación en el espacio
social hegemónico, sino tampoco en la identidad popular que emerge a partir del antagonismo
con éste:

La ruptura implicada en este tipo de exclusión es más radical que la inherente en la exclusión
antagonística: mientras que el antagonismo aún presupone alguna clase de inscripción discur-
siva, el tipo de exterioridad al que nos estamos refiriendo ahora presupone no sólo una exterio-
ridad a algo dentro de un espacio de representación, sino respecto del espacio de representa-
ción como tal. Este tipo de exterioridad es lo que vamos a denominar heterogeneidad social
(Laclau, 2005: 176)
Esta heterogeneidad posee para Laclau un rol constitutivo de lo social, es decir primordial e
irreductible en última instancia a toda homogenización dialéctica. Por ello, considera que el
pueblo siempre es más que lo opuesto al puro poder, pues existe un real del pueblo que resiste
toda integración simbólica. Tal indomesticabilidad se expresa, sobremanera, en la tensión

9
Al final del capítulo tres, Laclau admite que por razones heurísticas incurrió en dos supuestos simplificadores
que se deben complejizar: 1) que existe una frontera dicotómica estable dentro de la sociedad; 2) que cualquier
demanda anti -sistema puede ser incorporada a la cadena equivalencial. Para salirse de tales simplificaciones
apela, respectivamente, a dos categorías que a continuación analizaremos: la de “significantes flotantes” y la de
“heterogeneidad social”
10
En la práctica para Laclau la distinción no es tan clara, porque estos conceptos aluden a operaciones
hegemónicas que en gran medida se superponen. “Por lo tanto, significantes vacíos y flotantes deben ser
concebidos como dimensiones parciales – y por lo tanto analíticamente delimitables- en cualquier proceso de
construcción hegemónica del “pueblo”” (Laclau, 2205: 168)

500
inerradicable de la relación entre la plebs y el populus, es decir entre la particularidad hetero-
génea que quiere ser el todo y el todo que quiere absorber homogéneamente a la parte. Es esa
tensión, ese juego indecible entre lo particular y lo universal, entre lo heterogéneo y lo homo-
géneo, que pone en cuestión a las racionalidades que anuncian el fin de la política11, lo que
caracteriza a “la razón populista”, la razón política tout court según Laclau.

Entonces... ¿el pueblo dónde está?

Conforme su perspectiva post-estructuralista, vimos como para Laclau todo sujeto está dislo-
cado y por tanto no posee ninguna identidad previa, sino antes bien, ésta se constituye siempre
a través de procesos de identificación. En tales procesos de identificación, los mitos son fun-
damentales, pues poseen un rol esencialmente hegemónico. Frente a las dislocaciones de una
determinada estructura social, éstos funcionan como espacios de inscripción de las reivindi-
caciones y demandas sociales que empiezan a emerger. Dos son las lógicas a partir de las cua-
les los mitos pueden llegar a articular esas reivindicaciones y demandas que dislocan la es-
tructura: la lógica de la diferencia o democrática y la lógica de la equivalencia o popular. En
Nuevas reflexiones…Laclau exalta la lógica diferencial como la lógica que debe primar en la
formación de identidades colectivas, en tanto considera que lo deseable en un sistema demo-
crático es que las demandas sean absorbidas institucionalmente, es decir una por una, de mo-
do particular. A partir de La Razón Populista la apuesta es muy distinta, porque al concebir a
la lógica equivalencial o popular como la lógica política por antonomasia, afirma que son las
identidades populares o, lo que es lo mismo, el pueblo el sujeto de la política.

Esto si bien supone todo un cambio en relación a cómo se articula para Laclau la subjetividad
política, no implica que deje de concebir a esta subjetividad como una subjetividad mítica. De
hecho, aún cuando no alude de modo explícito a su concepción del mito en La Razón Populis-
ta es claro que las identidades populares se constituyen en torno a una representación mítica
del pueblo. Tal representación resulta, a nuestro juicio, novedosa porque históricamente la
apelación al mito del pueblo implicó una concepción esencialista de éste. En Laclau, por el
contrario, el pueblo no remite a ninguna esencia popular que haya que develar, tampoco se
identifica con un grupo determinado por la estructura social, sino antes bien, alude: “a un acto

11
Las dos racionalidades que para Laclau anuncian el fin de la política son las que postulan: “un evento
revolucionario total que, al provocar la reconciliación plena de la sociedad consigo misma volvería superfluo el
momento político, como una mera práctica gradualista que reduzca la política a mera gestión.” (Laclau, 2005:
279)

501
de institución que crea un nuevo actor a partir de una pluralidad de elementos heterogéneos”
(Laclau, 2005: 278).

De allí que para Laclau el pueblo está o, mejor dicho, irrumpe en el espacio social cuando,
como dice Rancière, los incontados de la sociedad reclaman ser contados y demandan que se
vea lo que antes entonces no era visibilizado y se escuche como discurso lo que antes era es-
cuchado como ruido (Rancière, 1996). Sin embargo, a diferencia del pensador francés, para
quien el pueblo está allí y sólo allí donde los sectores subalternos manifiestan su desacuerdo
respecto de los modos en el que el orden instituido organiza las relaciones de poder; para el
argentino no hay pueblo sin mito o, dicho de otro modo, sin construcción hegemónica.

Bibliografía

Laclau, Ernesto. Nuevas reflexiones sobre la revolución en nuestro tiempo. Nueva Visión,
Buenos Aires, 1993

Laclau, Ernesto (2005) La Razón Populista. FCE, Buenos Aires

Rancière, Jacques. (1996) El desacuerdo. Política y filosofía. Ediciones Nueva Visión, Bue-
nos Aires

502
La intuición del instante y el tiempo de la revuelta, categorías pa-
ra una historia de las ciencias sociales argentinas.
Alejandra Gabriele (FCE - FD - UNCuyo)

“Y pues vida es movimiento,

y sin moverse no hay vida,

que pare todo, en seguida,

incluso el entendimiento."

La huelga general

López Montenegro (1909)

A partir de una inquietud epistemológica en un trabajo más amplio sobre la emergencia de las
ciencias sociales en Argentina, buscamos desentrañar las condiciones que hacen posible pro-
ducir conocimiento científico, centrando nuestro foco de atención en la trama ciencia, vida y
política, en la que se singularizan los discursos y las prácticas científicas sociales. Se trata de
una historia de las ciencias epistemológica que historiza los conocimientos establecidos, no
los perimidos. En este sentido, realizar una historia de las ciencias sociales en Argentina pre-
tende deconstruir el discurso científico social que legitima un orden vigente, dirigiendo la
mirada a acontecimientos del pasado en el que se establecieron y fortalecieron ciertas prácti-
cas y ciertos discursos presentes en nuestras actuales identidades políticas y científicas.

En esta ocasión proponemos construir categorías epistemológicas que nos permitan observar
las tensiones en un momento específico de la constitución de las ciencias sociales en Argenti-
na, íntimamente vinculado con el establecimiento de principios de orden para organizar la
Nación. Nos detendremos en las tensiones generadas por la huelga de inquilinos de 1907, lle-
vada adelante en su mayoría por mujeres y niños anarquistas y la reacción de la élite intelec-
tual dirigente a través de las argumentaciones científicas que pretendían legitimar reformas
legales (Ley de Defensa Social, 1910) para contener lo que interpretaban como un caos social.

Las categorías que proponemos para el abordaje de esas tensiones son las de instante (Bache-
lard, 2002) y revuelta (Jesi, 2014) en tanto nos permiten ingresar a zonas de ruptura en la his-
toria de las ciencias sociales. Buscamos ese instante de la revuelta que suspende el tiempo del
proyecto científico y político que el positivismo argentino está desarrollando. Se trata de pro-
vocar un corte en el tiempo común que transcurre horizontalmente a través de la visión1 (Can-
guilhem, 1976) de un tiempo vertical que no sigue el ritmo de la duración. Bachelard identifi-
ca el tiempo horizontal con el discurrir del pensamiento explicado y el tiempo vertical con la
irrupción del instante poético (Cfr. Bachelard, 2002, 93-94). A partir de estas lógicas busca-
mos interrumpir el discurrir horizontal de una historia de la ciencia que busca explicar el pre-
sente mediante el pasado, para realizar un corte vertical en un presente determinado en el que
se producen revueltas que detuvieron en un instante el tiempo continuo de la duración y del
proyecto político.

El instante:

En La intuición del instante (1932), Bachelard desarrolla una serie de reflexiones en torno de
los problemas del tiempo y del instante, de la costumbre y de la vida (Cfr. Bachelard, 2002,
8), a partir de la lectura de la novela Siloé de Gaston Roupnel. Aparecen aquí inquietantes
nociones como intuición, instante y experiencia, que permiten acceder a un marco epistemo-
lógico y ontológico para abordar diferentes dimensiones en las producciones científicas del
pasado. La clave para ingresar a este territorio epistemológico está en estas palabras: “Una
intuición no se demuestra, sino que se experimenta. Y se experimenta multiplicando o incluso
modificando las condiciones de su uso.” (Bachelard, 2002, 9-10).

Bachelard comienza sus reflexiones sobre el instante con la que considera la idea metafísica
decisiva de la novela de Roupnel: “El tiempo sólo tiene una realidad, la del instante. En otras
palabras, el tiempo es una realidad afianzada en el instante y suspendida entre dos nadas”
(Bachelard, 2002, 11), a partir de la cual se irán derivando elementos que configuran su con-
cepción discontinua del tiempo y el carácter de ruptura del instante.

La realidad del instante, en la que se funda la evidencia de discontinuidad, es dramática en


tanto es el único terreno en el que se pone a prueba la realidad. Desde nosotros mismos, sos-
tiene Bachelard, podemos demostrar el ser a partir de la conciencia del instante presente y de
la experiencia de sentir cómo se desvanece a continuación: “lo sentiremos borrarse sin cesar
con el instante que pasa, sin ningún recuerdo para lo que nos acaba de abandonar, ni tampoco

1
Canguilhem sostiene que las formas vivientes sólo pueden captarse en una visión y no mediante la división que
supone el conocimiento analítico. Es esta ocasión, atendemos a las condiciones vitales que hacen posible la
producción de conocimientos científicos, es este sentido nos interesa el acercamiento a través de una estrategia
que no destruya la experiencia social vital que pretendemos hacer visible.

504
esperanza, ya que estamos inconscientes, para lo que el instante que viene nos entregará.”
(Bachelard, 2002, 12). Es en ese instante presente en el que “mi ser” toma conciencia de sí
(Cfr. Bachelard, 2002, 12). El instante presente es la realidad. Es decir, que en tanto el instan-
te supone una ruptura del ser nos permite presentir la realidad entre dos muertes, entre dos
nadas, entre el olvido que destruye el instante pasado y la incertidumbre que no puede antici-
par el porvenir.

Y en segundo lugar, ese carácter dramático del instante como ruptura, en tanto es lo que per-
mite la conciencia y el sentido de la realidad entre la nada, la muerte, el olvido (que destruye
el pasado más cercano) y la incertidumbre (que se sitúa en el eje del pensamiento por venir),
evidencia la discontinuidad esencial del tiempo, “en esa ruptura del ser, la idea de lo disconti-
nuo se impone sin la menor sombra de duda.” (Bachelard, 2002, 13).

Es importante destacar el argumento de Bachelard sobre la discontinuidad frente a la dura-


ción. Sostiene que lo que solemos identificar como duración en tanto percibimos una cierta
monotonía y regularidad en toda evolución, es sólo producto de un examen desapasionado:
“si nuestro corazón fuera suficientemente vasto para amar la vida en el detalle, veríamos que
todos los instantes son a la vez dadores y expoliadores, y que una novedad joven o trágica,
repentina siempre, no deja de ejemplificar la discontinuidad del Tiempo.” (Bachelard, 2002,
13).

Para profundizar en la realidad del instante Bachelard enfrenta la duración tal como es traba-
jada por Bergson con el instante de Roupnel, la filosofía de la duración y la filosofía del ins-
tante confrontadas en torno de la cuestión por la conciencia más directa del tiempo. Se trata de
la batalla entre continuidad y discontinuidad, entre la dimensión formal del tiempo y la reali-
dad del tiempo. Entre la regularidad del tiempo y el dramatismo instantáneo del tiempo, entre
la generalidad de la vida y el detalle de la experiencia vital.

Bergson concibe a la duración como la experiencia íntima y directa del tiempo, antecedente
inmediato de la conciencia. Lo expresa de esta manera:

La aparente discontinuidad de la vida psicológica de debe a que nuestra atención se fija en ella
en una serie de actos discontinuos: donde sólo hay una suave pendiente, creemos distinguir,
siguiendo la línea quebrada de nuestros actos de atención, los peldaños de una escalera […]
Mas la discontinuidad de sus apariciones se destaca de la continuidad de un fondo en el cual se
dibujan y al cual deben los intervalos mismos que los separan; son los golpes de timbal que
suenan de tarde en tarde en la sinfonía. Nuestra atención se fija en ellos porque le interesan
más, aunque todos ellos están implicados en la masa fluida de toda nuestra existencia psicoló-
gica entera. (Bergson, 1985, 16-17).

505
Claramente Bergson pone el foco en esa totalidad en la que se inscriben los instantes disconti-
nuos, mientras que Bachelard no sólo descentra el fenómeno de la duración en los instantes
sino que radicaliza la discontinuidad de lo existente.

Un claro ejemplo de duración es la de los físicos haciendo de sus abstracciones un tiempo


uniforme y sin vida, que los matemáticos luego transformarán en una simple variable alge-
braica más apropiada para el análisis de lo posible (en tanto posibilidad pura) que de lo real
(Cfr. Bachelard, 2002, 15). De esta manera, en la filosofía de la duración, el instante es un
mero artificio del pensamiento esquemático del geómetra: “en su falta de aptitud para seguir
lo vital, la inteligencia inmoviliza el tiempo en un presente fáctico.” (Bachelard, 2002, 15). Y
esa misma inmovilidad no separa en términos reales el pasado del porvenir, creando la ilu-
sión de la continuidad necesaria entre pasado y porvenir: “parecería que el pasado llevara sus
fuerzas al porvenir, y también parecería que el porvenir fuera necesario para dar salida a las
fuerzas del pasado y que un solo y único impulso vital solidarizara la duración” (Bachelard,
2002, 15). Y la consecuencia de esta ilusión es que el tiempo se toma en bloque para tomarlo
en su realidad.

La duración bergsoniana, como experiencia íntima del tiempo anterior a la conciencia, abs-
tracta, uniforme, deshumanizada, inmóvil, continua, desapasionada, se opone a la vida. “Co-
mo fragmento de la vida, la duración no debe dictar sus reglas a la vida. Entregada por entero
a su contemplación del ser estático, del ser espacial, la inteligencia debe cuidarse de descono-
cer la realidad del devenir.” (Bachelard, 2002, 15). Así, la filosofía de la duración pretende
explicar la vida misma sosteniendo que “en cada uno de nuestros actos, en el menor de nues-
tros ademanes se podría aprehender entonces el carácter acabado de lo que se esboza, el fin en
el principio, el ser y todo su devenir en el aliento del germen.” (Bachelard, 2002, 16). Pasado
y porvenir son términos referenciales de una función panorámica y retrospectiva que desdibu-
ja el presente (Cfr. Bachelard, 2002, 31). Es decir, desde esta concepción del tiempo y de la
vida, el instante es inexistente.

Pero, ¿cuál es el problema de concebir la vida y el tiempo de maneras continuas, en un movi-


miento que encadena armoniosamente pasado y porvenir en el despliegue de un mismo tiem-
po? El problema está en que la duración oculta el “terreno de los cambios bruscos, en que el
acto creador se inscribe abruptamente” (Bachelard, 2002, 16). En consecuencia, la tarea del
historiador de las ciencias, que por supuesto, es también un epistemólogo, es “mantener activo
y vivo ese instante del conocimiento naciente, de hacer de él la fuente sin cesar brotante de

506
nuestra intuición y de trazar con la historia subjetiva de nuestros errores y de nuestras faltas,
el modelo objetivo de una vida mejor y más luminosa.” (Bachelard, 2002, 8).

De esta manera, asistimos en la crítica que Bachelard realiza a la filosofía de la duración a


diferentes concepciones de vida en las que se juegan diferentes concepciones de investiga-
ción, de tiempo y por lo tanto de historia de las ciencias. El anclaje de esta historia en el pasa-
do o en el presente es lo que permite acceder a la concepción de tiempo que está supuesta.
Bachelard toma posición a partir de unas líneas de Siloé en las que Roupnel reconoce una
identidad entre el sentimiento del presente y el sentimiento de la vida, en tanto se trata de
ideas que se sienten con una plenitud y evidencia positiva singulares, que a la vez se conectan
con la sensación de existir. Desde el punto de vista de la vida misma, atenta a los detalles, será
preciso tratar de comprender el pasado mediante el presente (Cfr., Bachelard, 2002, 18). Por
otro lado, el otro anclaje posible desde una concepción continuista del tiempo y de la vida,
está en la insistencia por explicar el presente mediante el pasado, sólo posible desde una pers-
pectiva de la duración desde un examen macroscópico que concibe la vida en general (Cfr.
Bachelard, 2002, 40).

Una mirada entiende a los instantes como momentos del tiempo, la otra, la de Bachelard, pro-
pone pensar “la construcción real del tiempo a partir de los instantes en vez de su división aún
facticia a partir de la duración.” (Bachelard, 2002, 40). La mirada desde la duración divide,
por lo tanto supone análisis del tiempo, en cambio desde la perspectiva de la discontinuidad
del tiempo, los instantes se multiplican impredeciblemente, imposibles de captar mediante un
conocimiento analítico, sólo perceptibles en una visión.

Otro de los tópicos crítico es el de la identificación de la filosofía de la duración con una filo-
sofía de la acción y a la filosofía del instante como una filosofía del acto. La acción supone un
desarrollo continuo entre la decisión y la finalidad mientras que el acto es una decisión instan-
tánea. Bachelard lo ejemplifica, acudiendo a la física, de la siguiente manera: “una percusión
se explica por una fuerza infinitamente grande que se desarrolla en un tiempo infinitamente
breve” (Bachelard, 2002, 20), es decir, en un acto. Mientras que la acción es semejante a un
movimiento variado que continúa los mismos principios que lo hacen empezar. El acto con-
siste en una decisión instantánea. Pero la precepción del acto, en cuanto fenómeno disconti-
nuo implica un problema: “la observación de las discontinuidades del desarrollo es cada vez
más difícil a medida que la acción que sigue al acto se confía a automatismos orgánicos me-
nos conscientes. Por eso, para sentir el instante, nos es preciso volver a los actos claros de
conciencia.” (Bachelard, 2002, 20), volver insistentemente a “una concepción actual y activa

507
de la experiencia del instante” (Bachelard, 2002, 20). Por lo tanto, captar el instante vital su-
pone un acto, la vida no puede contemplarse de manera pasiva, “la vida es lo discontinuo de
los actos” (Bachelard, 2002, 21). La continuidad pertenece a la dimensión de lo infinito, a la
vastedad de las cosas vacías – dice Bachelard encadenando la reflexión de Roupnel con las de
Bacon – para concluir “que en verdad no existe sino la nada que sea continua” (Bachelard,
2002, 36).

Es en la reflexión sobre el tiempo en donde se fundan las nociones de ruptura y discontinui-


dad y en tal sentido es preliminar a toda reflexión filosófica. El “acto de razón” es algo acon-
tecido en un instante, el momento sintético de una vida, el espíritu emerge desde un fondo de
ignorancia en el que se cobra conciencia de lo irracional, descubre lo reglado y lo libre de la
propia vida. Por lo tanto, “el tiempo sólo se observa por los instantes; la duración […] sólo se
siente por los instantes. Es un polvo de instantes, mejor aún, un grupo de puntos en que un
fenómeno de perspectiva solidariza de manera más o menos estrecha.” (Bachelard, 2002, 31).

La metáfora a la que acude Bachelard sintetiza lo que hemos pretendido reseñar sobre este
inquietante texto, dice así:

En la orquesta del Mundo hay instrumentos que callan con frecuencia, pero es falso decir que
haya siempre un instrumento que toca. El Mundo está regido de acuerdo con una medida mu-
sical impuesta por la cadencia2 de los instantes. Si pudiéramos oir todos los instantes de la
realidad, comprenderíamos que la corchea no está hecha de trozos de blanca sino que, antes
bien, la palabra repite la corchea. De esa repetición nace la impresión de continuidad. (Bache-
lard, 2002, 43).
De esta manera, la realidad es el ritmo marcado por los instantes, la repetición de instantes de
la impresión de continuidad:

Un ritmo que continúa inmutable es un presente con duración. Ese presente que dura está he-
cho de instantes múltiples que, desde un punto de vista particular, tienen la seguridad de una
perfecta monotonía. Con esas monotonías se hacen los sentimientos perdurables que determi-
nan la individualidad de un alma particular. Por lo demás, la unificación se puede establecer en
medio de circunstancias diversas. (Bachelard, 2002, 47).
Por lo tanto es importante volver la conciencia a los instantes que de alguna manera provoca-
ron, al desdibujarse tras la sucesión de instantes, la sensación de un tiempo continuo. Se trata
entonces de ir a contrapelo de la noción misma de continuidad histórica para acceder a esas
circunstancias diversas que la hicieron posible.

Tanto la historia como los individuos son un complejo que suponen una simultaneidad de
actos instantáneos que dan lugar a una cierta unidad y continuidad de lo discontinuo: “el ser
2
Cadencia: serie de sonidos o movimientos que se suceden de un modo regular o medido/ Proporcionada distri-
bución de los acentos y de las pausas, así en la prosa como en el verso/Ritmo que caracteriza una pieza musical.

508
se continúa mediante el hábito, tanto como el tiempo dura mediante la densidad regular de los
instantes sin duración.” (Bachelard, 2002, 63). Es decir que el hábito es el que logra la síntesis
de la sucesión de los instantes, ligando los instantes discontinuos:

Es un haz de hábitos lo que nos permite seguir siendo dentro de la multiplicidad de


nuestros atributos, dejándonos la impresión de haber sido, incluso cuando, como raíz sustan-
cial, sólo pudiéramos encontrar en nosotros la realidad que nos entrega el instante presente. De
manera análoga, por ser el hábito una perspectiva de actos, fijamos metas y fines a nuestro
porvenir. (Bachelard, 2002, 70).
La cuestión de la permanencia y el progreso, incluso de la historia misma están ligados a par-
tir de la noción de hábito entendida como “un acto restituido en su novedad” (Bachelard,
2002, 60) que es al mismo principio y repetición al mismo tiempo, “es la voluntad de empezar
a repetirse a sí mismo” (Bachelard, 2002, 71).

El tiempo es instante discontinuo. Por lo tanto, en la Historia de las ciencias hay que distin-
guir el instante que implicó la superación de los obstáculos epistemológicos, una ruptura. Y
en la historia de la emergencia de las ciencias sociales en Argentina nos interesa ese instante
de la revuelta que suspende el discurrir del proyecto científico y político que el positivismo
argentino está desarrollando. Se trata de provocar una ruptura en el discurrir del tiempo co-
mún que transcurre horizontalmente. Ruptura que supone un corte a través de un tiempo verti-
cal que no sigue el compás de la duración. Bachelard identifica el tiempo horizontal con el
discurrir del pensamiento explicado y el tiempo vertical con la irrupción de instante poético
(Cfr. Bachelard, 2002, 93-94). En este sentido buscamos interrumpir el discurrir horizontal de
una historia de la ciencia que busca explicar el presente mediante el pasado, para realizar un
corte vertical en un presente determinado en el que se producen revueltas, que por ese instante
detuvieron el tiempo continuo de la duración y el proyecto político.

La revuelta:

La noción de revuelta la encontramos en un trabajo de Furio Jesi titulado Spartakus. Simbolo-


gía de la revuelta, y si bien en un primer momento parecía aportarnos algunos epígrafes po-
sibles para esta investigación, en la medida en que la lectura fue desplegándose encontramos
elementos que nos permitían fortalecer la noción de instante bachelardeana para abordar la
resistencia anarquista frente a los intentos de organización tanto de la nación como de las
ciencias sociales por parte de la elite positivista en la Argentina de comienzos del siglo XX.
Jesi distingue entre revuelta y revolución, no desde sus fines dado que ambas acciones políti-
cas pueden buscar tomar el poder, sino a partir de su experiencia del tiempo: mientras la re-

509
vuelta es un foco insurreccional que no implica necesariamente una estrategia a largo plazo, la
revolución supone una serie de movimientos insurreccionales articulados de manera tal que
permiten alcanzar unos fines previamente establecidos al largo plazo. De esta manera,

la revuelta suspende el tiempo histórico e instaura de golpe un tiempo en el cual todo lo que se
cumple vale por sí mismo, independientemente de sus consecuencias y de sus relaciones con el
complejo de transitoriedad o de perennidad en el que consiste la historia. La revolución esta-
ría, al contrario, entera y deliberadamente inmersa en el tiempo histórico. (Jesi, 2014, 63)
En esta suspensión del tiempo histórico, agrega Andrea Cavalletti en la introducción al libro
de Jesi, es donde se libera la verdadera experiencia colectiva. (Cfr. Cavalletti, en Jesi, 2014,
21). En este sentido, la revolución como estrategia a largo plazo podemos entenderla desde lo
que Bachelard denomina una concepción del tiempo que dura y una concepción de la vida
general y macroscópica. En cambio la revuelta es un fenómeno que supone un acto singular e
instantáneo, en un presente que implica ruptura, que evidencia la discontinuidad histórica bajo
el lema “¡Ahora o nunca!”, actuar de una vez por todas (Cfr. Jesi, 2014, 64). Los actos revol-
tosos pueden pensarse como una especie de percusión que marca un ritmo, una cadencia que
imprime cierta particularidad al movimiento revolucionario de la duración. En este sentido
consideramos que el acto instantáneo de “la revuelta es un instante de fulgurante conocimien-
to” (Jesi, 2014, 104), revitaliza los procesos revolucionarios cualesquiera que ellos sean en
tanto quienes participan y provocan la revuelta se comprometen por su libre elección y no
cohesionados por un orden forzado. Como los obstáculos epistemológicos, obligan a repensar
el curso de las acciones frente a los actos disrruptores.

La experiencia colectiva de la revuelta sólo es posible en un estado de vigilia que implica la


suspensión del sueño de la duración, del vacío de la continuidad de aspectos formales alejados
de la vida de las comunidades. Ese estado de vigilia, en tanto instante vital, supone la con-
ciencia de la vida de una comunidad. Pero esa conciencia inmediata y visceral se disuelve en
el desarrollo del tiempo continuo de la revolución. Sin embargo ese instante fue condición de
posibilidad de la construcción de la duración de un proyecto social y político, duración que
será avalada y legitimada por la construcción de un conocimiento científico que la valide po-
niendo a funcionar el dispositivo normalizador.

En el relato histórico, el instante presente queda desdibujado entre el pasado y el porvenir:


“Toda revuelta está circunscripta por los límites precisos en el tiempo histórico y en el espacio
histórico. Antes y después de ella se extienden la tierra de nadie y la duración de la vida de
cada uno, en las que se dan ininterrumpidas batallas individuales.” (Jesi, 2014, 71). Pero co-
mo instante presente en la revuelta también brotan las contradicciones internas del tiempo

510
pasado y en este sentido no es una continuidad sino una fractura respecto del pasado, que sólo
puede exorcizarse en la epifanía del “pasado mañana”3. No se trata de una preparación para el
futuro ni de una estrategia a largo plazo, sino de provocar la manifestación en otro tiempo.
Mientras la revuelta implica suspensión del discurrir histórico, ruptura con el pasado, también
supone romper con el futuro programado generando la posibilidad de otro futuro “pasado ma-
ñana”, que escapa a toda estrategia y proyecto político y que está signado por la incertidumbre
frente al porvenir (Bachelard, 2002).

Por lo tanto, en esta dimensión de la historia de las ciencias en la que estamos trabajando,
realizamos un esfuerzo teórico en el campo de las experiencias intelectuales con el objeto de
provocar la visión de ese instante, intervalo, revuelta, que en tanto suspensión del proyecto
político, social y científico, significó una resistencia que de alguna manera ha dejado una
marca, como una vieja cicatriz en el esfuerzo teórico que implicó producir conocimiento cien-
tífico que fundara y legitimara el orden previsto para el cuerpo social de la Nación. Pero una
cicatriz que no sólo remite al pasado de la lucha sino que configura el cuerpo presente, lo sin-
gulariza, lo identifica (¿hoy es pasado mañana?).

De este modo, en la búsqueda que hemos iniciado en este trabajo, se han podido conectar las
nociones de intuición del instante con el tiempo de la revuelta, desde la preocupación por pro-
ducir estrategias metodológicas que permitan captar un instante discontinuo en la historia a
través de una experiencia epistemológica. Probaremos ahora, poner estas categorías en acción,
procurando ver un ese instante de la revuelta en una de las tramas históricas que funcionan
como condición de posibilidad de la configuración del conocimiento científico social en Ar-
gentina.

Instante y revuelta: la Huelga de inquilinos en 1907.

La huelga de inquilinos fue protagonizada en gran medida por mujeres y niños anarquistas,
por tal motivo comenzaremos a explorar este momento histórico para comenzar a acercarnos
al instante de la revuelta.4 El periodo de mayor despliegue del movimiento anarquista en Ar-
gentina se comprende entre 1890 y 1910, coincide con el momento en que se están configu-

3
Aquí Jesi trae aquella cita de Nietzsche en Más allá del bien y el mal, en la que refiriéndose al “Preludio de los
maestros cantores” dice: “esta música es la que mejor expresa lo que pienso de los alemanes: son de antes de
ayer y de pasado mañana, todavía no tienen un hoy.” (Nietzsche, citado por Jesi, 2014, 165).
4
En este momento del trabajo comienza un esbozo, un proceso que no tendrá resultados en este momento. Es el
comienzo de la experiencia intelectual que nos hemos propuesto que tendrá una forma tal vez más clara al
momento del encuentro en las Jornadas a mediados de julio.

511
rando las ciencias sociales en Argentina como una producción de conocimientos destinada a
disciplinar el espacio social, e identificamos en el movimiento anarquista una de las resisten-
cias que nos permite acceder a las tensiones y conflictos que están presentes en las condicio-
nes que hacen posible la trama del discurso científico.

La historia del movimiento anarquista en Argentina, no podemos pensarla sin su íntima rela-
ción con el movimiento inmigratorio de fines del siglo XIX. Osvaldo Bayer considera que las
presencias de los italianos anarquistas Errico Malatesta y de Pietro Gori entre fines del siglo
XIX y principios del siglo XX fueron decisivas para la formación y consolidación del movi-
miento anarquista en territorio rioplatense. Sin ellos “es muy posible que el movimiento no
hubiera crecido tan aceleradamente ni hubiera cohesionado, cayendo en nuevas divisiones y
en discusiones destructivas, características en el movimiento socialista libertario.” (Bayer,
2013, 129).

Estas características del movimiento libertario que señala Bayer es uno de los puntos que nos
permiten pensar al anarquismo como la resistencia desde otra lógica diferente a la que subya-
ce al movimiento positivista organizador de la Nación. Ese movimiento constante que puede
verse como sucesivas divisiones del movimiento anarquista, pueden ser una clave para una
visión vital del mismo. Es decir, leer estas prácticas anarquistas desde la lógica de la vida que
resiste, muta, es patológicas (en el sentido en que Canguilhem se refiere a la vida como pato-
lógica en El conocimiento de la vida).

Aquellos de inmigrantes que habían sido convocados desde la década del ochenta con la pre-
tensión de ingresar elementos “civilizatorios” y de incorporar mano de obra para el desenvol-
vimiento de las fuerzas productivas, no coincidieron con el imaginario que las clases dirigen-
tes tenían sobre el ingreso de europeos al país: “no son sólo cuerpos para el trabajo sino que
llega una multiplicidad cultural tan amplia y tan grande en su número que provoca el descon-
cierto y un sentimiento de amenaza en quienes gobiernan el país” (Varela, 2010, 14). Se trans-
forma el espacio urbano y su circulación, como lo muestra Gustavo Varela en un estudio so-
bre los orígenes del tango:

La ciudad comienza a ser otra de la que era, ya no una única madera criolla sino un
aglomerado de razas, de culturas, una reunión cosmopolita de intereses y afectos. La inmigra-
ción multiplica las necesidades, las viviendas, los bautismos, los negocios; la vida en Buenos
Aires crece en 30 años lo que por naturaleza tal vez le hubiera llevado un siglo. Es alma de ni-
ño en cuerpo de gigante; entonces es exceso y torpeza, y a la vez candidez e ingenuidad. Des-
mesura que se hace conventillo, hacinamiento, pobreza sobre pobreza y deambular callejero.
Pero también encuentro e intercambio, una confluencia que inventa para sí una cultura nueva y
que se expande por todos los rincones y por cada estrato de la vida política y social argentina.
(Varela, 2010, 12).

512
La circulación de nuevas necesidades y prácticas van configurando espacios geográficos in-
sospechables, habitables e inhabitables, de arraigos y desarraigos. En las orillas de la urbe se
condensa un nuevo hábitat:

El conventillo es el gheto cosmopolita de puertas abiertas, de patio compartido y preo-


cupaciones comunes. El arrabal y el margen de la ciudad es su geografía ampliada: San Telmo,
Barracas, La Boca, las zonas están cerca del río. Son los lugares donde es establecen aquellos
inmigrantes pobres. Cerca del puerto, porque es a donde llegaron; y cerca del puerto, porque
es de donde esperan partir algún día.” (Varela, 2010, 14)
En una de las dimensiones de este nuevo marco demográfico y productivo podemos observar
cómo un sector de la sociedad argentina vinculado a la élite dirigente, a partir de la percepción
de un malestar amenazante, comienzan producir y entramar saberes, conocimientos, institu-
ciones, normativas, para la constitución de la sociedad que finalmente excluya el desconcier-
to, el desorden y el peligro latente. El dispositivo que permite el contacto y la articulación
entre esta estructura de conocimientos e instituciones y el fenómeno social será la mirada mé-
dica-psiquiátrica. Desde aquí, los fenómenos sociales se clasifican en el espectro que va de lo
normal hacia lo patológico con el objeto de identificar los factores que provocan la crisis so-
cial. En el entrecruzamiento de los campos sociológico y psicopatológico se define el espacio
de irrupción de las formaciones sociales mórbidas que amenazan la estabilidad del sistema
programado y que exigen la formación de una nueva disciplina que se ocupe de la marginali-
dad social: la criminología. En esta dinámica de prácticas y saberes para conjurar un peligro
interior al cuerpo social, las ideas positivistas sirven de amalgama del proyecto científico so-
cial.

Otros sectores de la sociedad porteña, el que es objeto de estudio y medidas de normalización,


transcurre entre otras prácticas, produciendo otros fenómenos culturales. Nos detendremos en
los cruces entre anarquistas y positivistas, porque consideramos que el anarquismo representó
una postura alternativa a la que está llevando adelante la organización de la Nación en un pro-
ceso de modernización, y al mismo tiempo fue un "actor social radical en la sociedad porteña
de comienzo de siglo" (Suriano, 2008, 28) como en los diferentes centros urbanos del país,
capaz de producir prácticas e ideas desde una horma anómala. No ya una norma sino una
horma anómala, algo que escapa a la norma imperante que sin lugar a dudas podemos identi-
ficar con un orden jerárquico. La horma anómala es antijerárquica, se trata de ideas que sur-
gen desde el afuera del orden establecido por los sectores dirigentes y positivistas.

Juan Suriano en su libro Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires 1890-
1910, se ocupa del movimiento anarquista en sus dimensiones cultural, política, ideológica y

513
social, dejando en un segundo plano la relación entren anarquismo y movimiento obrero. Por
esta razón tomaremos este trabajo como eje sobre el movimiento anarquista argentino. Nos
interesan precisamente sus prácticas culturales porque allí buscamos la resistencia desde otro
orden. En 1890 comienza a evidenciarse el proceso de modernización, y es en este contexto
en que crece y se intensifican las protestas y acciones políticas libertarias. Sobre todo en los
primeros años del siglo XX por el impacto causado por las sucesivas huelgas que alcanzan su
punto culminante en la huelga general del 1902.

Hay algo que señala Suriano que es fundamental para justificar la necesidad de este apartado.
Los discursos positivistas y los de los legisladores ponen el acento en la violencia anarquista
como responsable de la violencia política que amenaza la paz social. Si en estas miradas al
pasado nos quedáramos sólo con estas voces parecería que efectivamente el movimiento
anarquista y los inmigrantes que lo conforman son los responsables de semejante inestabilidad
y conflicto. Sin embargo en la sociedad argentina de los últimos años del siglo XIX y princi-
pios del Siglo XX la violencia social y política es provocada por diversos partidos políticos.
No obstante, las medidas que el Congreso toma están dirigidas a los que consideran los ele-
mentos patógenos de la sociedad argentina, para que una vez expulsados, los "argentinos"
puedan seguir tranquilos con sus dinámicas violentas.

Pero, ¿qué características tuvo el movimiento anarquista en Argentina para ser considerado
patógeno? Siguiendo el abordaje de Suriano, decir que surge como una protoizquierda que
inaugura una serie de prácticas e ideas inexistentes en territorio rioplatense hasta el momento,
como

la noción de un mundo alternativo, las ideas de insurrección y rebelión social, la adhesión a


ciertos ritos y símbolos característicos del mundo del trabajo (la bandera roja, el día del traba-
jo), la manifestación callejera, la difusión de la prensa obrera y contestataria, las formas de
compromiso militante, las movilizaciones por la libertad de los presos sociales (políticos) y las
distintas formas de confrontación, e incluso negociación, con los grupos gobernantes. (Su-
riano, 2008, 26-27).
Más que un movimiento contracultural, se trató de un movimiento que presentó alternativas
culturales a las establecidas. Lo discursos alternativos anarquistas tuvieron que ver con temas
que iban desde la educación, el arte, el cuerpo y la enfermedad, la mujer, el matrimonio, la
religión. Muchos de los militantes libertarios que arribaron al país en las últimas décadas del
siglo XIX, habían participado del levantamiento de la Comuna de París o de la Primera Inter-
nacional de los Trabajadores, entre ellos unos cuantos italianos que contribuyeron a perfilar el
movimiento en Argentina como Héctor Mattei y Enrique Malatesta.

514
En este contexto de emergencia cultural, el periódico anarquista La Protesta Humana no sólo
informa sobre las diferentes huelgas en los diferentes lugares del mundo, mostrando una lucha
articulada y colectiva por la liberación, sino que hay columnas en las que se explicita el fun-
damento de estas prácticas de esta manera:

Para destruir a la burguesía, con toda su ciencia y poderes no necesita el proletariado verter su
generosa sangre, al exponerse á derrotas: no necesita armas, talentos, conspiraciones, ni asesi-
natos. Con su voluntad posee lo suficiente. Con decir ¡quiero!, comunicándolo á sus camara-
das, está todo hecho [...] Dado el primer impulso, la nueva sociedad caminará rápidamente, á
la verdadera civilización.
Ni siquiera suponemos que la burguesía extreme su resistencia y desafueros ante el serio con-
flicto de la huelga general; porque realizándolo, se expondría, toda ella, á morir de hambre, en
lugar de transformarse, con el mundo del trabajador, en la sociedad justa y feliz, cumplidora
de los lemas: Libertad, Igualdad y Fraternidad. (López Montenegro, José. "La Huelga Gene-
ral", en La protesta humana, Buenos Aires, 2 de marzo de 1901, Núm. 113)
La actividad huelguística constituía un centro neurálgico de la militancia anarquista argentina
en tanto suponía ser el desarticulador de todo el andamiaje burgués: "destruir a la burguesía,
con toda su ciencia y poderes". Y sin lugar a dudas tuvo su efecto al constituirse en la concen-
tración de los miedos sociales y la amenaza al sistema. Las prácticas anarquistas pasaron a
concentrar toda posible amenaza violenta contra el orden instituido, incluso invisibilizando la
violencia generada por otros sectores políticos. Las huelgas en argentina mostraron ese poten-
cial desarticulador de los fundamentos burgueses, no sólo con huelgas de trabajadores de los
diferentes sectores que llegaron a organizar una huelga general, sino con las huelga de inqui-
linos en 1907 en la que mujeres y niños evidenciaron condiciones indignas de vida. Es decir,
que no sólo las huelgas estuvieron dirigidas a reclamos sobre las condiciones laborales, sino
también sobre las condiciones de reproducción y despliegue de la vida cotidiana y cultural.

Muy diferente es el concepto de huelga que circula en los principales medios de comunica-
ción masiva, que queda reducida a un simple reclamo salarial y que es constantemente desle-
gitimada con argumentos que giran en torno de la inutilidad de las prácticas huelguistas por
tratarse de algo importado que no se corresponde con las condiciones políticas y laborales
argentinas: “lo que más se repite es ‘Eso tiene sentido en España o Italia; aquí no, porque no
hay clases y cualquiera puede llegar a ser patrón’. O ‘la huelga se comprende en un país po-
bre, no en una patria tan joven y rica como la Argentina’.” (Viñas, 2014, 107).

En el periódico La Vanguardia, se publican comentarios descalificadores acerca de la huelga


de inquilinos por parte de los socialistas afines al movimiento positivista, sobre todo en lo que
tiene que ver con considerar al pueblo una masa informe que puede ser capacitada e ilustrada
para su conducción. El 24 de noviembre del 1907 La Vanguardia (Año XIV, Nº618, p.1) pu-

515
blicaba lo siguiente: “Una huelga de consumidores es un contra sentido y un absurdo. Los
inquilinos son consumidores. Hagan acción cooperativa y política con la extensión ye inten-
ción con que han hecho ‘huelga’ y verán los resultados de tan fecunda obra. Nos dicen que el
pueblo es aun incapaz para esta acción inteligentemente superior. Sabido. Lo único que pue-
den y deben hacer sus amigos y defensores es ‘capacitarlo’ para tal obra.” (Reinoso, 1985,
61).

Pero quienes llevaron adelante aquella protesta de tres meses (iniciada en agosto a de 1907)
mostraron con su acción los vacíos del discurso positivista y su proyecto de Nación. Este tipo
de huelgas iban más allá de reclamos laborales, significaban una protesta contra el orden bur-
gués capitalista. En este sentido, podemos pensar la Huelga de inquilinos desde la noción de
revuelta de Furio Jesi en la que esta, a diferencia de la revolución provoca la suspensión del
tiempo histórico, la suspensión de la continuidad y regularidad histórica.

Puede amarse una ciudad, pueden reconocerse sus casas y sus calles en los recuerdos más re-
motos y secretos; pero sólo a la hora de la revuelta la ciudad se siente verdaderamente como la
propia ciudad: propia, por ser del yo y al mismo tiempo de los “otros”; propia, por ser el cam-
po de una batalla elegida y que la comunidad ha elegido; propia, por ser el espacio circunscrip-
to en el cual el tiempo histórico está suspendido y en el cual cada acto vale por sí solo, en sus
consecuencias absolutamente inmediatas. Nos apropiamos de una ciudad huyendo o avanzan-
do en la alternancia de los ataques, mucho más que jugando, de niños, en sus calles, o pasean-
do luego por los mismos lugares con una muchacha. A la hora de la revuelta, dejamos de estar
solos en la ciudad. (Jesi, 2014, 70).
Al grito de "Barramos con las escobas las injusticias de este mundo" en boca de un joven de
quince años llamado Miguel Pepe (quién fue brutalemente reprimido por las fuerzas al mando
del comisario Falcón), tomaron la calle miles de inquilinos, con miles de escobas, pacífica-
mente, quebrando los supuestos acerca de las masas, la violencia, las posibilidades activistas
de las mujeres, etc. Rompiendo incluso, sus propios tiempos cotidianos:

Hasta un instante antes del enfrentamiento o de la acción programada, cualquiera que


esta sea, con la que se inicia la revuelta, el revoltoso potencial vive en su casa o quizás en su
refugio, muchas veces con sus familiares; y, por más provisorios y precarios que esa residen-
cia y ese ambiente puedan ser, condicionados por la revuelta inminente, hasta tanto esta no
comience, esos lugares son la sede de una batalla individual, más o menos solitaria, que sigue
siendo la misma de los días en los que la revuelta no se pronunciaba como inminente: la bata-
lla individual entre el bien y el mal, supervivencia y muerte, éxito y fracaso. (Jesi, 2014, 71-
72).
Entre el tiempo de la vida cotidiana y el instante de la revuelta se juega una transmutación
ontológica: “La mayor parte de aquellos que participan en una revuelta eligen comprometer su
propia individualidad en una acción cuyas consecuencias no conocen ni pueden prever.” (Jesi,
2014, 70). Se trata del “refugio respecto del tiempo histórico donde toda una comunidad en-
cuentra una escapatoria.” (Jesi, 2014, 71).

516
Mientras en el transcurrir de la vida cotidiana se libran las solitarias tensiones de los indivi-
duos, en el momento en el que estalla la revuelta se disuelve el límite del individuo dando
lugar a un sujeto comunitario que se extiende a un cuerpo más amplio (yo-otro-ciudad): la
comunidad, en la que aparece la dimensión de otro orden con la suficiente fuerza como para
remover los límites del tiempo continuo, pero en tensión con la lógica organizativa del cuerpo
social que sólo ha mutado pero que su inercia permite que luego de ese instante se retorne a la
normalización de los individuos, sus espacios respectivos y en su tiempo horizontal (Bache-
lard).

Cuando la revuelta ha pasado, independientemente del resultado, cada uno vuelve a


ser un individuo en una sociedad mejor, peor o igual a la de antes. Cuando termina el enfren-
tamiento - se puede estar en la cárcel, en un escondite o en la tranquilidad de la propia casa - ,
vuelven a comenzar las batallas cotidianas individuales. Si el tiempo histórico no es suspendi-
do ulteriormente en circunstancias y por razones que pueden incluso no ser las de la revuelta,
se vuelve a evaluar cada acontecimiento y cada acción a partir de sus consecuencias ciertas o
supuestas. (Jesi, 2014, 72-73).

A modo de cierre provisorio:

Lo que hemos querido ensayar, de manera provisoria y en construcción, es una forma de mirar
que hace foco en las tensiones, mostrando que las posiciones que aparentemente han triunfa-
do, en el sentido de haberse convertido en la voz oficial y visible, no significa que haya ven-
cido o eliminado a las posiciones opuestas sino que se ha constituido como tal como resultado
de esa lucha. Entonces, las ideas positivistas que están tan claramente presentes en el discurso
de las leyes e instituciones que proyectaron y organizaron la Nación Argentina son el resulta-
do de las luchas libradas con otras prácticas y otros discursos, entre los que podemos encon-
trar los acontecimientos anarquistas que hemos traído a este trabajo.

De esta manera, la resistencia anarquista desde las huelgas, alternativas cotidianas y discursos
científicos, es una de las condiciones de posibilidad de la emergencia y configuración de las
ciencias sociales en Argentina. Se trata de las condiciones que ejercen la resistencia desde el
instante presente, radicalizando la dimensión ontológica de la lucha través de la revuelta como
suspensión del tiempo histórico y por lo tanto de todo proyecto histórico y político. Ese carác-
ter de ruptura de las revueltas anarquistas fortaleció la impronta del proyecto positivista.

Tener en cuenta como clave de estudio al instante como ruptura nos despierta del sueño de la
duración y de la continuidad. “El sueño antes de la revuelta, ¡puesto que la revuelta comienza
al alba!” (Jesi, 2014, 72), en el momento de mayor claridad, el de la vigilia, la vivencia que

517
sólo puede captarse en una visión. En el caso de la historia de las ciencias, en una visión epis-
temológica.

Bibliografía

Bachelard, Gaston. 2002. La intuición del instante. México, Fondo de Cultura Económica.

Bayer, Osvaldo. 2013. Los anarquistas expropiadores y otros ensayos. Buenos Aires, Booket.

Canguilhem, George. 1976. El conocimiento de la vida. Barcelona, Anagrama.

Costanzo, Gabriela. 2009. Los indeseables. Las Leyes de Residencia y Defensa Social. Buenos
Aires, Madreselva.

Jesi, Furio. 2014. Spartakus. Simbología de la revuelta. Buenos Aires, Adriana Hidalgo edito-
ra.

Suriano, Juan. 2008. Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires 1890-1910.
Buenos Aires, Manantial.

Varela, Gustavo. 2010. Tango. Una pasión ilustrada. Buenos Aires, Ediciones Lea.

Viñas, David. 2014. De los montoneros a los anarquistas. Buenos Aires, Santiago Arcos edi-
tor.

518
En el nombre del otro. Reflexiones en torno a los discursos y las
identidades no hegemónicas.
Luciana Victoria Almada (ECI-UNC / CEA-UNC)
Constanza Pastor (FFYH-UNC / CEA-UNC)

1. Introducción
A partir de la propuesta que este eje nos invita a pensar, nos interesa indagar la relación entre
las identidades que adquieren visibilidad en nuestra contemporaneidad -problematizando las
categorías de diversidad/disidencia sexual y explotación de mujeres- y los efectos pragmáticos
de algunas discursividades que determinados “colectivos políticos” han apropiado para sí en
reclamos, consignas y/o demandas.

Tomando como eje articulador la teoría de la discursividad social, pretendemos esbozar algu-
nas líneas de análisis de dichos efectos pragmáticos que podemos ver en consignas asociadas
a identidades disidentes y/o no-normativas, en relación al caso de La Pepa Gaitán y a los de-
bates actuales respecto de prostitución/trabajo sexual; debates que continúan vigentes y que se
complejizan con el correr del tiempo1.

Lo que tienen en común ambos casos es el “uso” particular de la consigna “Todxs somos...”,
en el sentido enunciativo del sintagma, pero también en lo empírico y material de los efectos
que produce. Y, además, una consecuencia similar en su constitución como hegemónicos:
clausuran “otras voces”, anulan las diferencias y se constituyen como la única voz autorizada
para hablar de eso. Uno y otro oscilan permanentemente entre la visibilización y la invisibili-
zación, volviendo este par tan indispensable como conflictivo. La paradoja constitutiva sobre
la que nos parece necesario reflexionar a esta altura del análisis es que en estos dos registros
discursivos, es la desaparición (la muerte física) la condición misma de posibilidad del discur-
so del colectivo (del colectivo LGBT o del feminismo abolicionista, según cada caso). Es
porque ese “otro” no está, que es posible articular un discurso en su defen-
sa/protección/conmemoración/recuerdo.

En los debates de la teoría política contemporánea, ¿cuáles son los alcances y las limitaciones
de este tipo de identificaciones?

1
Debates que han sido fruto del largo proceso de dos tesinas de grado de la Universidad Nacional de Córdoba, y
que pretendemos poder desarticular, compartir y discutir para expandir los contenidos más allá del papel.
2. Aspectos conceptuales

El lugar teórico desde donde nos situamos, a partir del giro lingüístico, considera al lenguaje
como un aparato semiótico y supone que si re-presentar es “volver a presentar”, traer de nue-
vo algo que ya era conocido, la operación del lenguaje no es la de ser representativo del mun-
do, sino eficaz sobre el mundo y sobre los sujetos. Es por ello que sostenemos que los lengua-
jes -también en un sentido amplio- son una forma de acceder e interpretar la realidad, que no
le preexiste: es a través del lenguaje que el mundo se nos hace perceptible e inteligible.

En la sociedad contemporánea, los discursos que circulan en los diferentes medios de comu-
nicación -en un sentido amplio- no sólo “presentan” los hechos del mundo sino que los hacen
inteligibles. En ese sentido, sostenemos que estos discursos no representan al mundo “tal y
como es” sino que producen sentidos en el mismo momento en que nombran. Esto es: los dis-
cursos codifican y hacen inteligible la realidad, y para ello necesariamente la median, la tra-
ducen, la interpretan.

La opción por los estudios del discurso se relaciona con esta toma de postura, y claramente
implica un recorte y una apuesta específica. Es por eso que consideraremos, desde la perspec-
tiva sociosemiótica que adoptamos, que los discursos son hechos sociales y pueden ser anali-
zados en tanto tales.

Discurso social y hegemonía

Es a partir de lo explicitado anteriormente que entendemos el discurso social (tal y como lo


propone Angenot, 2010) como un sistema que regula géneros discursivos, tópicas y modos de
agrupamiento de enunciados, y que organiza aquello que puede ser dicho y pensado en un
determinado contexto histórico. Nuestra propuesta apunta a dar cuenta de la producción social
de sentidos en la discursividad social argentina en relación con la constitución de identidades
(sexualidades no-normativas, en este caso), partiendo de dos dispositivos de enunciación con-
cretos: el rechazo de la prostitución (abolicionismo) en el blog de la Campaña abolicionista:
ni una mujer más víctima de las redes de prostitución; y la cobertura de prensa del caso La
Pepa Gaitán.

520
Cuando hablamos de dispositivo de enunciación, lo hacemos en los términos propuestos por
Agamben (2006) retomando a Foucault. El dispositivo de enunciación del caso permite esta-
blecer una red de relaciones entre elementos heterogéneos (actores institucionales y mediáti-
cos diversos, condiciones de producción disímiles, criterios editoriales variados). Todos ellos
son componentes, en nuestro recorte, de una misma formación histórica que tiene una función
estratégica concreta y se inscribe en relaciones desiguales de poder.

La hegemonía -otro de los conceptos fundamentales para este abordaje- es, para nuestro análi-
sis, aquello que produce lo social como discurso y establece la dominancia de un orden de lo
decible en estrecho contacto con las jerarquías sociales. Podemos decir que “la hegemonía es
social: produce discursivamente a la sociedad como totalidad” (Angenot, 2010:37). Esta he-
gemonía oculta las marcas de sus propios mecanismos de funcionamiento, y es por su misma
lógica que, al tiempo que valida unos discursos, logra volver insatisfactorios, inadecuados,
problemáticos y hasta ridículos a los lenguajes de la periferia. (Angenot, 2010:43). De esta
manera, la circulación de discursos periféricos -aquellos que no cumplen cabalmente con los
criterios de aceptabilidad de su época- se ve afectada por la misma hegemonía que dota de
existencia a esos discursos.

Podríamos pensar, teniendo en cuenta los aportes de la Historia de la Sexualidad (Foucault,


2008), que esto es aplicable no sólo para pensar las restricciones del discurso, sino también la
proliferación de discursos2. Los mecanismos de control, aunque multiplican los textos posi-
bles, siguen ejerciendo el poder de legitimación: de saberes, de sujetos, de prácticas. En esta
línea de pensamiento nos ubicaremos para plantear que el género es performativo, y que la
norma que restringe a los sujetos, es también la que los hace posibles.

Género, performatividad e identidad

Teniendo en cuenta la polisemia de la palabra género y la multiplicidad de formas en las que


funciona discursivamente en nuestra contemporaneidad, consideramos necesario hacer algu-
nas observaciones respecto de ella, fundamentalmente porque es un concepto que atraviesa de

2
Es necesario hacer una aclaración aquí: hay una diferencia entre las nociones de poder que Foucault plantea en
El orden del discurso y en la Historia de la sexualidad. En el primer texto, el poder es un mecanismo
esencialmente jurídico, y tiene un valor marcadamente negativo (de restricción, prohibición, censura); en el
segundo, el poder aparece conceptualizado de una forma múltiple, actuando en todas las direcciones, y
produciendo positivamente: cuerpos, sujetos, saberes. Consideramos que la noción previa (negativa) del poder,
puede incorporarse a la segunda (más abarcadora), en tanto que la prohibición también puede pensarse como una
forma de producción.

521
principio a fin nuestro análisis. En primer lugar, para delimitar el alcance de nuestro planteo y
su valor para el análisis del corpus y, en segundo lugar, para especificar los usos que le asig-
namos en tanto categoría.

En este sentido, y como primera gran delimitación (atendiendo a que admite, también, una
lectura emancipatoria en términos políticos más restringidos), consideramos que el género es
una categoría analítica, y su valor reside en que es central en la constitución de subjetividad y
parámetros de persona. En consonancia con Foucault, consideramos, además, que la generiza-
ción no es un proceso paralelo o separado de la constitución de la subjetividad, sino que para
ser considerado humano es necesario tener un género reconocible.

La perspectiva que adoptamos, parte de la idea de que el género es performativo. Esta aseve-
ración resulta de la relectura crítica que Judith Butler realiza sobre algunos postulados del
feminismo3, ya sedimentados en el sentido común de “género” y que circulan en la discursivi-
dad social como sentidos sociales comunes. El gesto propositivo de Butler se relaciona con
una nueva manera de conceptualizar el género, considerando que la categoría “no debía cano-
nizar las formas tradicionales de concebir la masculinidad o la feminidad sino más bien evi-
denciar la inestabilidad intrínseca de tales expresiones” (Mattio, 2012:90). En su teoría, el
lugar de los procesos de significación (lo que hemos llamado lenguajes en sentido amplio) es
fundamental, ya que “las categorías nos dicen más sobre la necesidad de categorizar que sobre
los cuerpos mismos” (Butler, 2011:70, en Mattio, 2012:103).

De este modo, Butler propone un recorrido por los textos fundacionales del feminismo para
demostrar, precisamente, la contingencia de esta correlación entre sexo y género, a la que
agregará un tercer elemento: el deseo. La crítica que Butler realiza sobre lo que ella denomina
“fundamentalismo de la diferencia sexual” (Butler, 2007:9) parte de la pregunta sobre la nece-
sidad de sostener el binarismo de género como único modo posible de conceptualizar el géne-
ro, y sobre las posibilidades teóricas de su disolución. Esta serie de discusiones, particular-
mente hacia adentro del feminismo, se vinculaban (lo siguen haciendo en la actualidad) con la
necesidad política y estratégica de constituir un sujeto para el feminismo, y a su vez entraban
(entran) en tensión con las reivindicaciones políticas, pero también de teorización, de las “mi-
norías sexuales y de género”.

3
Cuando decimos “feminismo” hacemos referencia a un conjunto muy amplio y heterogéneo de corrientes de
pensamiento teórico que problematiza la cuestión de “la mujer” o de “las mujeres”. Un recorrido posible podría
hacerse a partir de la publicación en tres volúmenes que compilan Ana de Miguel y Celia Amorós: Teoría
feminista: de la ilustración a la globalización. España, Editorial Minerva, 2005.

522
Por este motivo, traeremos a colación algunas de las críticas que Butler realiza al feminismo
que la precede, en relación a tres aspectos, con el objeto de comprender las operaciones con-
ceptuales que supone la propuesta de la autora:

a) La categoría “mujeres” como representación de una identidad: ¿existe una identidad co-
mún? Butler sostiene que es imposible separar la definición de “género” de las intersecciones
políticas y culturales en las que se produce y a través de la cuales se mantiene. Uno de los
puntos clave para comprender la crítica a la definición de género que propone el feminismo se
basa en las identidades que permite conceptualizar, y en la necesidad-contingencia, o natura-
lidad-estructuralidad de las mismas: “aparte de las ficciones fundacionistas que respaldan la
noción del sujeto, está el problema político con el que se enfrenta el feminismo en la presun-
ción de que el término «mujeres» indica una identidad común” (Butler, 2007: 48).

b) Sexo y género, lo natural y lo cultural. El binarismo de género supone, según Butler, un


orden mimético entre sexo y género donde el género refleja al sexo, o está limitado por él. Si
sostenemos que las identidades subjetivas se producen de manera contingente, la definición
del género en los términos de esta mímesis resulta demasiado limitante, ya que el sexo tam-
bién ha sido producido como efecto del género y, en este sentido, la distinción sexo-género es
irrelevante:

“El género no es a la cultura lo que el sexo es a la naturaleza; el género también es el medio


discursivo/cultural a través del cual la «naturaleza sexuada» o «un sexo natural» se forma y es-
tablece como «prediscursivo», anterior a la cultura, una superficie políticamente neutral sobre
la cual actúa la cultura”. (Butler, 2007:55-56)
Según esta definición, entonces, el sexo siempre es género. Butler insiste en que situar la dua-
lidad del sexo en el lugar de lo prediscursivo es una manera de garantizar la estabilidad inter-
na del sistema sexo-género y del marco binario de interpretación de los sujetos. Esta coheren-
cia está estrechamente relacionada con la idea de que la identidad es un ideal normativo que
unifica y hace inteligibles a los sujetos: “los géneros «inteligibles» son los que de alguna ma-
nera instauran y mantienen relaciones de coherencia y continuidad entre sexo, género, prácti-
ca sexual y deseo” (Butler, 2007:72).

c) La matriz de inteligibilidad heterosexual. La consecuencia que podemos desprender de la


crítica a la articulación entre sexo, género y deseo como correlato de la coherencia identitaria,
es que aquellas identidades que no cumplan con los parámetros de coherencia planteados no
podrán ser inteligibles, y por lo tanto su acceso al estatus del “sujeto” no será pleno. Es a esto
a lo que nos referíamos cuando planteábamos que tener una vida con género significa ser so-

523
cialmente inteligible, y lo que Butler hace explícito con la noción de matriz de inteligibilidad
heterosexual:

“Utilizo la expresión matriz heterosexual a lo largo de todo el texto para designar la rejilla de
inteligibilidad cultural a través de la cual se naturalizan cuerpos, géneros y deseos. [...] un mo-
delo discursivo/epistémico hegemónico de inteligibilidad de género, el cual da por sentado que
para que los cuerpos sean coherentes y tengan sentido debe haber un sexo estable expresado
mediante un género estable (masculino expresa hombre, femenino expresa mujer) que se defi-
ne históricamente y por oposición mediante la práctica obligatoria de la heterosexualidad”.
(Butler, 2007:292)
Aquello que en la matriz no es posible de inteligir, y que constituye su exterior, es también la
condición necesaria para su existencia: “esta matriz excluyente mediante la cual se forman los
sujetos requiere pues la producción simultánea de una esfera de seres abyectos, de aquellos
que no son «sujetos», pero que forman el exterior constitutivo del campo de los sujetos”
(Butler, 2002:19, la cursiva es nuestra). La performatividad se encuentra directamente ligada a
la producción de los sujetos reconocibles, sujetos cuyas vidas vale la pena proteger. Para que
existan, para ser inteligibles, necesitan de ese exterior constitutivo, de unas vidas precarias
que “no están cualificadas como reconocibles, legibles o dignas de despertar sentimiento.”
(Butler, 2009:335)

Respecto de la performatividad, Butler sostiene que cuando se actúa un género, se cita una
serie de normas: “la performance4 hace explícitas las leyes sociales” (Butler, 1998:307), y en
la escena del drama social, algunas performances pueden volverse peligrosas o violentas para
aquellos sujetos que no entran en el marco de inteligibilidad del que venimos hablando. Las
normas que producen (y excluyen) la identidad en los actos performativos a los que alude la
autora, no tienen una existencia más que como horizontes de inteligibilidad. Es en este sentido
que el género resulta ser performativo y es siempre un hacer que “conforma la identidad que
se supone que es” (Butler 2007:84). Dentro de esta matriz, toda la vida se encuentra generiza-
da, y es por medio de la misma práctica reiterativa y referencial de los actos, que puede pro-
ducirse un desplazamiento, ya que en la apelación a una norma que no preexiste, la repetición
siempre falla5.

4
Butler toma el término “performance” de Víctor Turner, Dramas [1974], pero lo usa fuera de su contexto
explícitamente teatral. Por performance se refiere a actuaciones sociales, públicas y colectivas, e incluye todos
los actos por los cuales un género es reconocido como tal.
5 Aquí, la noción de iteración performativa por medio de la cual se constituye el género se asocia tanto con la
repetición como con el desplazamiento: es la repetición de un acto que nunca es el mismo. En ese mismo
sentido, esta noción de performatividad como apelación a una cita no requiere de la decisión voluntaria de un
sujeto en tanto individuo. Butler sostiene que en la performatividad no hay agente sino agencia.

524
La subversión o desplazamiento de la identidad tiene lugar en este mismo procedimiento,
pues frente a la demanda de una identidad coherente (fundamentalmente sexual, tal como
Foucault ya lo había adelantado) y producida, en gran parte, por la violencia de las normas
sociales impuestas, lo que encontramos son identidades inestables, que parten de la desnatura-
lización y movilización de las reglas de género a partir de la imitación siempre fallida de esas
reglas: “las ficciones reglamentadoras de sexo y género son de por sí sitios de significados
muy refutados, entonces la multiplicidad misma de su construcción posibilita que se derribe
su planteamiento unívoco” (Butler, 2007:97).

De este mismo modo, la identidad no es algo estable, sino un efecto de la misma inestabilidad
que la hace posible como ficción: que la identidad sea un efecto no hace más que reforzar la
idea de su carácter constituido. La demanda de coherencia que implica “ser de un género con-
creto” (Butler, 2007:282) obligatoriamente genera fracasos, ya que no es posible satisfacer
acabadamente las exigencias que supone tal afirmación.

3. Dispositivos

Los discursos que forman parte de nuestro corpus funcionan “cristalizando” un conjunto de
elementos heterogéneos, fragmentos inconexos y hasta incompatibles, pero conforman un
todo en el discurso de los medios que analizaremos. Estos discursos muestran, además, cómo
la temáticas abordadas toman la escena mediática e ingresan en el discurso contemporáneo de
la prensa argentina.

En los textos que componen el corpus es posible reconocer no sólo su carácter hegemónico -
observable mediante la repetición de algunos núcleos dóxicos que son, actualmente, sentidos
comunes para el discurso sobre el feminismo y el activismo LGBTTTIQ6- sino también las
contradicciones y discordancias que revelan las disputas por los significados y la presencia de
otros interlocutores, indicadores de que la temática que abordan corresponde a un debate que
continúa vigente.

6
Esta sigla se utiliza para nombrar las identidades sexuales no normativas: lesbianas, gays, bisexuales, travestis,
transexuales, transgénero, intersex, queer.

525
La campaña abolicionista

En el contexto del feminismo argentino de los últimos años, el debate que opone antagónica-
mente los términos prostitución y trabajo sexual ha mostrado una altísima productividad dis-
cursiva, que se incrementa a partir de la promulgación, en 2011, del decreto nacional de
prohibición de avisos de oferta sexual.7

La Campaña abolicionista es, en este panorama, una de las voces hegemónicas del debate y su
discurso cristaliza múltiples enunciados relacionados con el rechazo de la prostitución. Surge
como colectivo “autofinanciado y autogestivo” (CA, Perfil) en el año 2007, y se compone de
numerosas organizaciones de mujeres que integran espacios políticos, académicos y culturales
de reivindicaciones feministas en Argentina. La Campaña abolicionista elabora, en 2008, una
publicación breve (de algo más de 30 páginas) compilando textos que ya circulaban impresos
de manera individual -a modo de folletines- en espacios de debate feminista. Esta publicación,
desde nuestra perspectiva, es un texto fundante, pues en ella se asientan los puntos centrales
de su reclamo, y se explicita la visión de mundo desde la cual el abolicionismo piensa el re-
chazo a la prostitución.

Desde 2010, la Campaña abolicionista sostiene como principal órgano de comunicación un


blog que funciona como voz institucional de la misma, y donde coexisten declaraciones polí-
ticas, comunicados de prensa, trabajos académicos y debates legislativos. Todos ellos temati-
zan el rechazo a la prostitución, y además de estar disponibles en el blog, circulan por nume-
rosos espacios virtuales, en su mayoría feministas. A su vez, el blog cita, retoma y reelabora
gran parte de los textos publicados en 2008. La Campaña abolicionista lanza en 2012, e inte-
gra desde entonces, el Frente abolicionista Nacional (FAN). La constitución del FAN puede
asociarse con el surgimiento y visibilización de movimientos que reivindican una postura di-
ferente: el reglamentarismo (y su derivado, el enfoque laborista), como AMMAR (Asociación
de Mujeres Meretrices de Argentina), 8 sindicada en la Central de Trabajadores de Argentina y
que funciona como sindicato de trabajadoras sexuales desde 1995 y la Red por el reconoci-
miento del trabajo sexual, un colectivo integrado por trabajadores sexuales, grupos de investi-

7 Decreto N°936/2011. El texto del decreto puede consultarse en:


http://www.infoleg.gob.ar/infolegInternet/anexos/180000-184999/184133/norma.htm.
8
Esta organización sindical tiene el mismo nombre que una de las integrantes de la Campaña abolicionista. El
motivo es que ambas constituían una sola organización, y la que integra la Campaña se separó del sindicato y
ahora se denomina AMMAR Capital o AMADH (Asociación de Mujeres Argentinas por los Derechos
Humanos).

526
gación, activistas y artistas, y que surge en el año 2012. Nuestra propuesta, parte del análisis
de las publicaciones de este blog, desde su inicio en 2010 y hasta agosto de 2014.

Consideramos que en este dispositivo de enunciación, en el que aparecen sujetos denomina-


dos “víctimas”, se ponen en escena cuestiones relacionadas con ese estatuto. En primer lugar,
en relación con la reproducción de la diferencia sexual como forma estructurante de las rela-
ciones entre sujetos. Y, en segundo lugar, en relación con los lugares desde los cuales se
nombra a las víctimas y a los enunciadores autorizados para nombrarlas. Además, nos interesa
indagar las relaciones entre los modos de nombrar a las víctimas y la constitución de identida-
des subjetivas.

Su objetivo como colectivo es la abolición del sistema prostituyente, es decir, la eliminación


de todas las formas consideradas explotación sexual de mujeres: tráfico de mujeres con fines
de explotación sexual y prostitución. En sus propias palabras, la Campaña abolicionista tiene
una “filiación directa” con todas las formas de lucha contra la explotación sexual de mujeres.
La Campaña Abolicionista entiende que la prostitución y la trata con fines de explotación
sexual son fenómenos inescindibles, y que no puede, bajo ningún concepto, ser considerada
trabajo. Del mismo modo, sostiene que las personas que ejercen la prostitución no deben ser
perseguidas ni criminalizadas.

El análisis del corpus que dio lugar a la tesis nombrada, se realizó reconstruyendo las domi-
nancias discursivas y los principales ideologemas en torno a tres tópicas:

las mujeres (como lugar de identificación);

las víctimas de explotación sexual;

el consentimiento.

Estas tópicas recorren todo el corpus y muchas veces presentan elementos contradictorios o
inconsistentes en sus formulaciones. Las inconsistencias nos interesan particularmente ya que,
junto con las recurrencias -que dan cuenta de los núcleos dóxicos sobre los que se asienta la
hegemonía discursiva-, son espacios de conflicto discursivo. Atendiendo a que el corpus se
compone de una serie de comunicados institucionales, y porque partimos de la premisa de que
las identidades subjetivas necesitan ser coherentes para ser inteligidas, pero paradójicamente
se constituyen performativamente como efecto de esa coherencia a la que supuestamente ape-
lan, las faltas de consistencia nos indican las zonas donde el acuerdo es menos estricto, y don-
de el enunciador textual revela sus contradicciones.

527
El caso La Pepa Gaitán

Los discursos en torno a los derechos humanos, la justicia y las luchas que el colectivo LGBT
llevó adelante en nuestro país (la Ley de Matrimonio Igualitario, la Ley de Identidad de Géne-
ro, la incorporación de la figura del Femicidio en el Código Penal, entre otras), luchas enten-
didas como ampliación de ciudadanía y un avance hacia una sociedad más democrática, pue-
den ser leídos a partir de/a través de este hecho (el crimen de La Pepa9), debido al impacto y
el contexto social en el que se desarrolló: un momento donde la representación y la participa-
ción política apuntaron a transformaciones institucionales/normativas. Los medios, operando
en este contexto como “traductores” de la opinión popular, no estuvieron ajenos a dicho pro-
ceso. La posibilidad de analizar qué se dijo -y qué quedó por fuera de ese discurso-, cómo fue
que ese cuerpo se constituyó en persona (Espósito, 2008), en un sujetx, en una subjetividad
capaz de reclamar derechos a la justicia, nos invita a reflexionar los cruces entre las categorías
de mujer, género, sexualidad, discriminación y violencia para reformular(nos) ese concepto de
lo humano universal.

En el análisis del corpus que se utilizó para esta tesina (101 artículos de la prensa gráfica, dis-
ponibles actualmente en su formato web, de los diarios: La voz del Interior, Día a Día, La
mañana de Córdoba, Página 12, Clarín, Tiempo Argentino, Comercio y Justicia, PrensaRed y
RIMA (Red informativa de mujeres de Argentina); la totalidad de lo publicado en estos me-
dios en el periodo comprendido entre marzo de 2010 y agosto de 2011), podemos ver cómo en
el juicio una y otra vez, y a partir de los rasgos físicos de la víctima -en un análisis de tipo
lombrosiano-, se concluye que el asesino se sentía amenazado por la presencia de alguien con
las características de La Pepa. Este literal borramiento, el exterminio como un destino alec-
cionador, pone nuevamente en evidencia la estrategia biopolítica de representación lésbica por
excelencia: la in-visibilización.

Las claves para entender el proceso judicial y el impacto del mismo estarían dadas por la con-
fluencia de una serie de elementos que hacen de este hecho “policial”, el caso La Pepa Gai-
tán. Su fusilamiento evidenció que los índices de discriminación y de homo/lesbo/transfobia
no sólo en la Argentina, sino también en Córdoba Capital, continúan siendo brutales. En pleno
año del debate por el Matrimonio Igualitario, La Pepa (Natalia) Gaitán era asesinada de un
escopetazo por el padrastro de quien era su novia, en los límites de Córdoba, en Barrio Parque

9
“lesbiana masculina fusilada de un escopetazo por el padrastro de su novia”, como lo explicita valeria flores
(2013) en “Masculinidades de niñas: entre ‘mal de archivo’ y ‘archivo del mal’”: Chonguitas: masculinidades de
niñas. La Mondonga Dark. Neuquén, Argentina.

528
Liceo. Ese 6 de marzo se produjo un quiebre en las demandas de los colectivos LGBTTTIQ, y
por un lapso de más de un año, La Pepa y la extraña “lesbianidad” que encarnaba, entraron en
la agenda activista. Entraron en los medios. Las derivas del mismo aún continúan siendo mu-
chísimas, desde publicaciones y producciones hasta actividades artísticas que cada 7 de marzo
recuerdan a La Pepa en el Día Municipal de Lucha contra la Discriminación por Orientación
Sexual e Identidad de Género.

El material con el que se trabajó para el análisis fue ordenado y subdividido en distintas sec-
ciones. Los cruces que se producen entre sección y sección evidencian que la homogeneidad
con la que pretenden ser presentados los hechos no es más que una estrategia narrativa; de allí
que veremos la repetición, la constancia, la contradicción de discursos y relatos. La pregunta
nodal que articula el abordaje es: ¿Qué se dice de La Pepa?, y la propuesta apunta a recons-
truir las dominancias discursivas y los principales ideologemas en torno a tres grandes tópi-
cas:

el hecho: el caso Natalia Gaitán.

el ícono LGBT: la lesbiana de/para los movimientos.

el juicio: ¿Todos somos Natalia Gaitán?

En las tres partes del corpus, las preguntas que recorren el análisis, y que completan nuestra
pregunta central, pueden resumirse en: ¿Cómo se nombra a la víctima?; ¿Cómo se presentan
los hechos?; ¿Qué voces aparecen?; ¿Qué valoraciones se juegan en los discursos?; ¿Qué ca-
tegorías de la teoría ingresan en el relato periodístico?; ¿Cómo se construye la coherencia
mediática?

La construcción discursiva de un hecho concreto, los imaginarios que produce ese discurso
social que circula y las voces que legitima constituyen un dispositivo que deja por fuera otros
relatos. Es así que en esta operación podemos dar cuenta de los mecanismos de funcionamien-
to del discurso al que aludíamos en los apartados anteriores: hegemonía, normas de inteligibi-
lidad, producción de subjetividad y diferencias de poder.

4. Convergencias

La propuesta inicial de este proceso parte de realizar un abordaje interdisciplinar que conside-
re los aportes de dos vertientes teórico-metodológicas: los estudios del discurso (Foucault) y
la teoría de la discursividad social (Angenot); y los estudios de género, a partir de la constitu-

529
ción performativa del género (Butler), del dispositivo de la sexualidad (Foucault) y de las re-
laciones entre sexualidad, lenguaje y discurso (Foucault, Butler).

La articulación entre estas zonas disciplinares es posible a partir de la noción de hegemonía,


entendida como un sistema regulador (Angenot), que se vale de la existencia de “marcos” o
“normas de inteligibilidad” (Butler) tanto para aquello que se produce socialmente como dis-
curso como para aquello que se dice sobre la sexualidad y el género. Junto con Foucault, con-
sideramos que los discursos sobre la sexualidad son el espacio donde se produce gran parte de
la subjetividad; un espacio de codificación de saberes-poderes en relación a la constitución de
las identidades.

Las conexiones entre las dos vertientes teóricas de las que partimos (sociosemiótica y estudios
de género) pueden explicitarse a partir de dos cruces conceptuales. Estos cruces tienen por
objeto abordar los corpus antes mencionados, intentando responder los interrogantes que ex-
plicitábamos en el apartado anterior:

a) La hegemonía discursiva, definida en términos de sistema regulador, o canon de reglas, que


produce aceptabilidad de los discursos, puede relacionarse con la matriz de inteligibilidad
heterosexual -muchas veces definida con el término “hegemonía”-, que produce la aceptabili-
dad de los sujetos en relación a su género. Ambas regulan y producen parámetros de aceptabi-
lidad (de los discursos, de los sujetos sexuados) según normas que no tienen un fundamento
pre-social sino que se autolegitiman a partir de su misma lógica de funcionamiento: “Esta
explicación tiene como objeto entender la producción discursiva que hace aceptable esa rela-
ción binaria y demostrar que algunas configuraciones culturales del género ocupan el lugar de
“lo real” y refuerzan e incrementan su hegemonía a través de esa feliz autonaturalización”.
(Butler, 2007:97)

b) Tanto en la noción de discurso social de Angenot como en la perspectiva de Butler, la vo-


luntad de los actores empíricos tiene un lugar secundario respecto de los mecanismos: en el
discurso social, los sujetos empíricos no pueden controlar las interpretaciones, relaciones o
ámbitos de circulación que tendrán los enunciados que profieren; y en la matriz heterosexual,
la citación repetida de la norma y sus posibilidades de subversión no se relacionan con las
voluntades individuales. A esto nos referimos cuando decimos que los enunciados en Angenot
y la performatividad en Butler son espacios de agencia.

530
5. Consideraciones finales

Lejos de suponer que categorías como mujer, género, lesbiana, deberían abandonarse porque
su contenido “se agota” o “se supera”, pensamos que las categorías son espacios problemáti-
cos que en sus dificultades de delimitación, en su mutación y en las contradicciones que a
veces traen aparejadas, señalan zonas de conflictos (que a veces son sociales, otras económi-
cos, políticos, culturales; de significaciones, de poder).

Uno de los elementos en la reflexión sobre los lenguajes es la consideración respecto de aque-
llo que las categorías producen, re-producen, nombran e impiden nombrar. En relación al te-
ma que nos ocupa, consideramos que es la vacilación en las definiciones categoriales lo que
permite visibilizar las disputas y las inscripciones de poder, y lo que da cuenta de lo abierto
del debate, lo contradictorio, lo contingente.

Esperamos que los recorridos analíticos que propusimos puedan ser pensados como puntos de
partida para enriquecer un debate que, en nuestra actualidad, tiene la forma de un verdadero
diálogo de sordos.10 Una pregunta como: ¿entonces, todo es lenguaje...? es, desde nuestra
perspectiva, una pregunta tramposa. Iniciamos este trabajo con la aseveración de que el len-
guaje es eficaz sobre el mundo y sobre los sujetos, en tanto y en cuanto es lo que los (nos)
hace inteligibles. Poner en tensión los modos de nombrar (se/nos) puede ser, también, una
pregunta sobre los modos de comprender el mundo.

Los procesos de producción en tanto investigadorxs, nos invitan a esta reflexión y nos advier-
ten sobre el peligro de no ser conscientes de las consecuencias de esos modos de nombrar
(nos) que elegimos, de olvidarnos del sentido “social” de nuestro accionar, de olvidarnos del
lugar desde dónde enunciamos. Olvidarnos de la potencia teórica y política de las categorías
mismas.

6. Referencias

AGAMBEN, Giorgio (2006): Che cos’è un dispositivo? Roma, nottempo.

10
La expresión intenta representar un contexto argumentativo en el cual los interlocutores se basan en lógicas
divergentes y, por ese motivo, perciben los argumentos del otro como si fueran irracionales. Esta idea se
desarrolla en el tratado de retórica de Marc Angenot: Dialogue des sourds. Traité de rhétorique antilogique.
Paris, Mille et une Nuits, 2008. La reseña de Roberto Marafiotti ejemplifica con claridad esta situación, y
propone una pregunta: “¿Cómo describir un contexto en el que los seres humanos no quieren saber nada uno
respecto del otro?” (Marafiotti, 2011:231).

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534
“Por el Chori y la Torta”. Tras Cooptación y Construcción de
Identidades. Posturas Divergentes en torno a la Irrupción del
Kichnerismo en el Movimiento LGBT
Franco Bonino, (UNVM)
Introducción

La siguiente línea de investigación se inserta dentro del proyecto institucional “Políticas de las
sexualidad. Una década de cambios en Argentina”, dirigido por la Dra. Raquel Drovetta y
financiado por el Instituto de Investigación de la IAP de Ciencias Sociales de la UNVM.

Esta investigación presenta un análisis de la relación del Movimiento LBGTTTIQ y el primer


Gobierno de Cristina Fernández. Indagaremos qué permitió la conformación de identidades
nacionales y populares entre el colectivo de Diversidad Sexual Argentino y el Gobierno de
Cristina Fernández de Kirchner durante el periodo 2007-2011.

Se propone explorar la conjetura que la irrupción del Kirchnerismo en su lógicas populistas,


posibilito la construcción de identidades en común, mediantes un conjunto de articulaciones
entre demandas sociales, en un contexto políticas hegemónicas, a partir de cadenas equivalen-
ciales en torno a la representación de vacios significantes, en la que se destaca la “Igualdad”
sirviendo como cohesionador de dichas identidades.

Una de las alternativas para explicar la relación entre movimientos sociales y gobiernos es la
propuesta de Laclau (2005). Este propone la lógica del populismo como instrumento para
explicar la constitución de identidades sociales. Para exponer esta especificidad ofrece una
teoría de las demandas sociales, para el autor existen dos tipos de demandas, las demandas
democráticas (peticiones de inclusión al sistema,) en principio permanecen aisladas. Mientras
que cuando un grupo social particular encuentra una articulación equivalencial, logra que la
demanda se transforme como popular.

La pluralidad de antagonismos articulados configuran un espacio compuesto por aquellos que


se encuentran en posición de subordinación y han elaborado demandas no satisfechas. Allí
opera un recurso retórico que introduce una distinción en el espacio social que lo divide en
dos campos: “nosotros–pueblo” frente a un “ellos–poder”. Esta es, para Laclau (2006), la base
del populismo, el cual se constituye como tal con la elaboración de un sistema estable de sen-
tidos colectivos capaces de movilizar a los grupos demandantes. Esto supone la construcción
de una identidad popular generada por las exclusiones sociales que el sistema produce en su
propia configuración. En estas identidades es fundamental la producción de ciertos sig-
nificados densos que permiten anclar el sentido en la formación de la cadena discursiva.E

El teorema de hegemonía que desarrolla Ernesto Laclau no se puede separar del proceso de
constitución de las identidades sociales y del proceso de configuración del poder social. Esto
conlleva que la creación de la identidades sociales y la constitución de la hegemonía política
transitan un camino común. Para comprender este paralelismo es menester tener en cuenta
que la identidad de los grupos o movimientos sociales atraviesa tres etapas o momentos cen-
trales:

El primer momento es aquel que está determinado por un sistema de diferencias. Esta etapa se
corresponde con la fijación de posiciones, roles o expectativas de conductas, las cuales mar-
can las pautas de comportamiento de los distintos grupos o agentes en cuestión. Estas diferen-
cias entre los grupos se reconocen como formando parte de un orden estable (campesinos,
terratenientes, comerciantes, artesanos, padre o madre, hijos).

El segundo momento es el de la dislocación. Para Laclau, la dislocación significa la incapaci-


dad de establecer con éxito una fijación definitiva de la identidad y del orden social, en la
medida que existe siempre un exterior constitutivo, un Otro que pone en peligro la conforma-
ción de tal identidad fija o estable. Por ende, el proceso de dislocación se refiere a algo propio
de todo orden social, porque siempre las identidades están sujetas a la situación de desestabi-
lización y cambio radical.

El tercer momento corresponde a la composición de la cadena de equivalencias frente a un


enemigo en común. Como señalamos anteriormente, esta etapa consiste en la definición de un
campo de lucha y de un ‘nosotros’ colectivo frente a un ‘ellos’. La línea divisoria entre estas
dos instancias traza una separación y forja una identidad nueva que es de naturaleza política.
Este tercer momento es central para comprender la constitución del poder social, pues confi-
gura la etapa en la que la política se transforma en el principio de la organización social. (Ga-
dea:2010,1) Las equivalencias niegan el sistema de diferencias previo (momento primero) y
ensayan una reorganización del tejido social. El ‘enemigo’ es el principio que unifica los dis-
tintos eslabones a través de los significantes vacíos, formando un ‘nosotros’. Este proceso de
configuración de la identidad es idéntico al proceso de configuración del poder político y no
es ni más ni menos que la articulación ‘hegemónica del poder’. Por lo tanto, la identidad y la
hegemonía participan de una lógica en común que consiste en la instauración de un principio
organizador.

536
El movimiento LGBT históricamente no fue contenido dentro de los marcos ideológicos de
los partidos politicos, creando dentro de este un abstencionismo frente al estado y las dirigen-
cias políticas. El FLH en 1973 participo en el acto de bienvenida de Perón llevando un es-
tandarte con el lema “Para que Reine en el Pueblo el Amor y la Igualdad”, haciendo alusión a
unos fragmentos de la marcha peronista, hito del ritual movimiento peronista (Lechner: 2006).
La igualdad comienza a aparecer como un significante en la búsqueda de la disputa del senti-
do

A mediados de la década de 1980, luego del retorno de la democracia, el Movimiento Homo-


sexual resurge con gran fuerza. La aparición del VIH-Sida, determinará en gran medida el
nuevo estilo de organización del mismo. Los nuevos tipos de grupos que surgirán son las
ONG/Gay y la ONG/Aids, estimulados y prohijados por las políticas de financiamiento para
el combate y prevención del virus desplegado por las organizaciones de cooperación interna-
cional o del propio Estado (Figari, 2010).

Con la recuperación de la democracia en 1983, se abraza la idea de defender los derechos ci-
viles individuales en el marco de la defensa de los derechos humanos. Así surgen nuevos ac-
tores como la CHA (Comunidad Homosexual Argentina) y Gays DC (Gays por los Derechos
Civiles). En esos tiempos la lucha fue contra la represión en "democracia", y se centró contra
los códigos contravencionales y la represión policial y sus edictos policiales.

Los 90' se caracterizaron por una discontinuidad conflictiva con las esferas estatales,1 sur-
giendo además una multiplicidad de asociaciones, grupos de reunión como tambien alianzas
internacionales2. Al mismo tiempo se sanciona la Ley Nacional de Sida, y se desarrolla por
primera vez en Buenos Aires la Marcha del Orgullo Gay.

Luego de la profunda crisis socio-económica del 2001, con la asunción de Néstor Kirchner
marcó un quiebre con el pasado reciente que reconfiguró casi todos los espacios políticos y la
relación entre estado, gobierno y los movimientos sociales A partir de que el Kirchnerismo
promoviera demandas vinculadas al movimiento de diversidad sexual, se comenzó un proceso
de (Des)-articulaciones/(Des)-Identificatorios dentro del Movimiento de Diversidad Sexual

1
La Sala I de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil confirma la resolución de la Inspección General de
Justicia que deniega la personería jurídica a la CHA, posteriormente llega el caso a la corte suprema donde en
primera instancia les denegado la personería y posteriormente por intervención del Presidente Menem, se le es
concedida.
2
Tales como la ILGA (Internacional Lesbian and Gay Asociation) a nivel mundial, la ILGALAC en
Latinoamérica.

537
Construcción del Pueblo

A unos meses de asumir la presidencia Néstor Kirchner, se pueden observar desde los prime-
ros discurso como se entabló una división dicotómica del espacio social. Estos procesos tu-
vieron una particular importancia en algunos de los activistas entrevistados, en la cual se evi-
dencia en primera instancia, un escepticismo frente la figura del presidente, en los primeros
meses de gobierno, que posteriormente son transformada en apoyo a su figura debido primor-
dialmente a las políticas vinculas a los juicios de las Juntas Militares.

"En mi caso ya en los primeros meses de gestión de Nestor, empecé a sentir cambios y modi-
ficaciones que a mi me hacían sentir por fin en una democracia, con la revision de la politica
de crímenes de Lesa Humanidad. Me agrada que sea un gobierno que no teme a enfrentarse a
las corporaciones cosa en otros periodos históricos y de gobierno no pasaban. (Activista de
LesMadres)
"Desde los movimiento sociales en 2003 no se le creía a nestor, cuando venia con estas pro-
puesta de la reivindicación de los DDHH, veníamos en una situación de crisis en la cual era
muy difícil decir vamos a confiar en tal político, los mov. sociales no queríamos saber nada
con los politicos osea la política y mov sociales no iban de la mano (. . ) y empezamos a ver
en los hecho que la banderas estaban el alto, había juicio y castigo · (Entrevista a militante de
la Mesa Nacional de la Igualdad 31 de julio de 2011) ·
"Yo me recuerdo que la noticia de la asunción de nestor era una noticia poco esperada, lo mi-
rábamos con desconfianza y de a poco lo fuimos queriendo y yo si me acuerdo de esa frase de
no pienso dejar mis ideales en la puerta de la casa rosada" (Entrevista Activista de 100% Di-
versos)
Diversos estudios (Biglieri, 2007; Retamozo, 2006; Retamozo y Muñoz, 2008) muestran co-
mo en los discursos de Kirchner fueron construyendo un campo antagónico. Los enemigos
fueron las grandes corporaciones, la cúpula de las Fuerzas Armadas, las empresas concesiona-
rias de los servicios públicos privatizados, la Corte Suprema de Justicia, el FMI y una posi-
ción latinoamericanista en política exterior.

De esta manera, la nominación de los enemigos implicó también la de los amigos. Si las cor-
poraciones, los militares acusados de crímenes en la última dictadura, las empresas de servi-
cios públicos privatizados, la Corte Suprema y el FMI fueron señalados como los “enemigos
del Pueblo Argentino”, necesariamente quedaron dentro del campo de los “amigos” quienes
estaban de acuerdo con el presidente. Así, la construcción de la figura del pueblo argentino"
dio nacimiento y quedó ligada a un nuevo sujeto popular "el kirchnerismo" . (Biglieri,/Perello
,2008)

538
Mujeres son las nuestras

El 10 diciembre de 2007 marcó un antes y después en la vida política Argentina, fue electa
por voto popular la primera mujer como presidenta del país. Este acontecimiento trajo apare-
jado un sin números opiniones de diversos sectores de la sociedad sobre el rol que debe tomar
la mujer en la vida pública. La flamante presidenta ya en su primer discurso advertía que “Las
cosas no le iban a ser fácil por ser mujer” con estas declaraciones reconocía que en la tradi-
ción machista del modus operandi de la política cotidiana le iba a dificultar su rol de primera
mandataria.

En el mismo acto de asunción se muestra vestida de blanco, escoltada por su hija, acompaña-
da por su madre y por las Madres de Plaza de Mayo.

Su figura “femenina”se ve también rectificada por su performativad de genero (Butler,


1990) en este caso una dicha performatividad es heteronormativa, e implica la repetición
compulsiva de la norma genérica social.(Grandis.2010,27). Judith Butler desarrolla una teoría
del poder como performatividad, que aplica a las relaciones entre sexos y géneros en Gender
Trouble y Bodies That Matter (1993), a Inspirada por la lingüística y distinguiendo esta no-
ción de la de “representación” (performance) (Butler 2005) la filósofa considera que el poder
ejerce a menudo sus efectos a través de mecanismos de iteración (Derrida) o de citación, es
decir, de la repetición de normas surgidas de un proceso de sedimentación.

Repetición en sentido derrideano al que adscribe Butler entendida como interacción, es decir
repetición no idéntica sino aproximativa, que da lugar a la posibilidad de resignificación de la
norma. la feminidad determinada mediante los actos performativos de CFK posibilitan una re
significación a debido a que esta alude de un valor de lo femenino en una función pública
como es la política

Así, hacia el final de su primer discurso presidencial CFK habla desde su posición de género,
no sólo en el sentido de alteridad y diferencia, sino enfatizando una condición de desigualdad:

“Sé que tal vez me cueste más porque soy mujer, porque siempre se puede ser obrera, se puede
ser profesional o empresaria, pero siempre nos va a costar más. Estoy absolutamente conven-
cida”. (Discurso de la Presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, en el acto de
asunción del mando en el congreso de la nación ante la asamblea legislativa, 10/12/07)
Lo que podemos interpretar de las palabras de la presidenta, es que las mujeres en cualquier
ámbito social o especialmente en el campo político deben esforzarse más haciendo una decla-

539
ración sobre su propia posición de desigualdad, en lo que el Feminismo también conceptuali-
zo como "techo de cristal" 3.

Luego de las luchas del "Feminismo Sufragista" desde el principio del siglo XX. Con el pri-
mer gobierno Peronista e impulsado desde la figura de Eva Perón, la mujer adquiere el dere-
cho al voto, derecho por el cual la mujer se incorpora a la esfera pública de la vida política.

Siguiendo con lo planteado Cristina Fernández de Kirchner, ubica a la imagen de Eva dentro
de un papel maternal, familiar y transgresora para posteriormente también resignificar el rol
los movimientos de DDHH como el de las Madres de Plaza de Mayo, En el marco de estos
antecedentes históricos que caracterizan los rasgos de la idiosincrasia política nacional, Cris-
tina Fernández de Kirchner vuelve a reinterpretar el lugar de la mujer, estableciendo su propio
linaje de las mujeres en las historias contemporáneas. En el discurso que analizamos, segui-
damente:

"Pero creo tener la fuerza para poder hacerlo y además el ejemplo, el ejemplo no solamente de
Eva que no pudo, no pudo, tal vez ella lo merecía más que yo, el ejemplo de unas mujeres que
con pañuelo blanco se atrevieron donde nadie se atrevía y lo hicieron. Ese era el ejemplo de
ellas, de las Madres y de las Abuelas, de las Madres y de las Abuelas de la Patria". (Discurso
de la Presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, en el acto de asunción del man-
do en el congreso de la nación ante la asamblea legislativa, 10/12/07)
La mandataria reconoce que como mujer se requiere un esfuerzo mayor, pero que a la vez
tiene el valor y la fuerza de los ejemplos a seguir: Eva y las Madres y Abuelas de Plaza de
Mayo. Con respecto a Eva, afirma que no pudo, y enfáticamente haciéndole honor (“tal vez
ella lo merecía más que yo”),

CFK en primer lugar realiza con línea histórica de la que considera sus antecesoras en segun-
do lugar construye cierto perfil de estas mujeres como un sujeta combativas ante las de-
sigualdades en primer lugar la pobreza y marginalización en sistema político (Eva), en se-
gundo las demandas de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo durante la Dictadura Argentina
y en última instancia la mujeres que resistían al Neoliberalismo en los 90 realizando ollas po-
pulares en tercer lugar plantea a estas como "Mujeres Madres de la Patria".

Por otra parte durante los años cumplidos del mandato de CFK su gobierno recibió fuertes
cuestionamientos y críticas que se centraron en la incapacidad dirgiencial de la Mandataria,

3
En los estudios de género, se denomina techo de cristal a la limitación velada del ascenso laboral de las mujeres
al interior de las organizaciones. Se trata de un techo que limita sus carreras profesionales, difícil de traspasar y
que les impide seguir avanzando. Es invisible porque no existen leyes o dispositivos sociales establecidos y
oficiales que impongan una limitación explícita en la carrera laboral a las mujeres.

540
El descrédito de su gestión surge de la puesta en disputa del valor político de su posición co-
mo mujer al mando, al considerar a CFK incapaz de un pensamiento político propios, inde-
pendientes de los de su esposo. a media que estas criticas recurrentes delimitaron un enemigo
simbolico en común, con el activismo LGBT "el Machismo"

Exclusión radical del campo social

El “conflicto del campo” se originó en marzo de 2008 con la sanción de la Resolución 125 del
Ministerio de Economía, que estableció un sistema de retenciones móviles, variando según
precio internacional, para cereales y oleaginosas, con un aumento para soja y girasol (y una
leve merma para trigo y maíz)

Entonces, por un lado, para comprender el “conflicto del campo”, hay que analizar sus com-
ponentes específicamente políticos, viendo las disputas en el plano de la construcción de he-
gemonía, entendida como dirección política, ideológica y cultural de un grupo social sobre
otros.

La hegemonía se abre paso a través de una concepción del mundo que encarna la visión gene-
ral y expresa los intereses del grupo dirigente, y logra construir consensos articulando intere-
ses de los grupos subordinados. Aparece así como la fuerza motriz de una expansión univer-
sal, de un desarrollo de todas las “energías nacionales", que en su momento más desarrollado
llega a fundar un tipo particular de Estado (Gramsci, 2003; 2008).

El oficialismo desplegó durante el conflicto, en todo su esplendor, la propia fórmula de cons-


trucción de hegemonía con que se había forjado y que se expresaba bajo una lógica del popu-
lismo: por un lado articulaba demandas delineando su propia identidad en tanto delimitaba un
campo de antagonismo en el que conformaba a diversas figuras ligadas al neoliberalismo co-
mo adversario procuraba forjar un pacto social articulando intereses y agentes de las clases
dominantes y las clases subalternas, dirigidos desde el Estado, en emulación del peronismo
clásico.

En este sentido resulta paradigmáticamente relevante el análisis de Activistas en LGBT en


relación con el conflicto de la 125

“A la 125 la viví como parte de la lucha global de nuestro Pueblo.” (Entrevista a Militante de
Putos Peronistas)
“Creo que Importante revelar que en la Historia Argentina los sectores oligarquicos del Cam-
pos estuvieron en alianza con la Iglesia, los sectores dominantes y siendo cómplices de la
dictadura militar que quisieron a patir del 24 de marzo de 1976 no solo instaurar un modelo

541
económico y político sino también un modelo moral social Heteronormativo y aniquilamiento
de la comunidad LGBT. y no es coincidencia que unos de los principales opositores de nues-
tras leyes tenga relación con la sociedad rural como fue el Dip. Olmedo alias el católico soje-
ro o Negre de Alonso”. (entrevista a activista de ATTTA)
Es importante recalcar como la exclusión radical, sirve como fundamento de la constitución
de un nosotros, articulando y ordenado los espacios sociales. En caso del conflicto del campo
como también en el conflicto del la Ley de Servicios Audiovisuales son un ejemplo de como
sectores del colectivo LGBTIQ comienzan a desplazar e identificar a las corporaciones Me-
diáticas y la Mesa de Enlace, dentro de los "enemigos del pueblo" y demostrando como exis-
te una relación en la oposición de dichas leyes con la oposición a las leyes de la agenda
LGBT, por otra parte comienzan articular demandas, incorporándose dentro de la figura del
"pueblo"

Es decir según Laclau, la totalidad podrá tomar consistencia, en tanto y en cuanto, cada una de
las identidades diferenciales que alberga se reconozca como parte de una identidad mayor
representada por un significante vacío (en el discurso peronista: justicia social, íntimamente
vinculada a la noción de patria, nación y pueblo argentino), que hegemoniza el sistema po-
niéndose en franca oposición al elemento excluido . Es decir, es en ese doble movimiento de
articulación y exclusión, que ocurre a un mismo tiempo y en una misma gestualidad política,
donde reconocemos el carácter hegemónico del discurso peronista en la etapa kirchnerista.

De manera tal que el Peronismo, se presenta como un andamiaje de prácticas articulatorias


de demandas, que permiten hegemonizarlas, a partir de la producción de sentidos colectivos
que permitan anclar dichas articulaciones y construir identidades.

El Matrimonio Igualitario: de lo Democrático a lo Popular

El 15 de julio de 2010 el Senado de la Nación de la República Argentina aprobó, por 33 votos


a favor y 27 en contra, la ley conocida popularmente como “matrimonio igualitario” la Fede-
ración Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (FLGBT), a se posiciono favor del
matrimonio porque consideraba que era necesario un tratamiento de igualdad ante la ley de su
demanda (Bimbi: 2010) desde allí que se adoptó la estrategia de debatir la ley en término de
“Igualdad”4.

4
Como sostiene Biglieri (2013) unos de los grandes aciertos de la Comunidad LGBTTTIQ es haber reconocido
al estado como espacio legítima de demandas socio sexual. Y reclamar al estado en el caso del matrimonio

542
Para Laclau, los modos en que se desarrollan estas acciones–lógicas políticas- operan como
racionalidades que obedecen a determinadas reglas y principios e instituyen campos de repre-
sentación determinados. La lógica política que se ha generalizado en las sociedades contem-
poráneas es la que el autor denomina hegemonía (Laclau, 2003). Según esta tesis, el vínculo
hegemónico es la relación “por la cual una cierta particularidad asume la representación de
una universalidad totalmente inconmensurable con ella” (Laclau y Mouffe, 2004: 10), o, la
“relación por la que un contenido particular pasa a ser el significante de la plenitud comunita-
ria ausente” (Laclau, 1996:82). Desde este enfoque, el juego político entre particularidad(es) y
universalidad constituye el vínculo político por excelencia que posibilita la construcción de lo
político. La victoria hegemónica de algún sector social será viable en la medida en que un
sector social particular “pueda presentar sus objetivos propios como aquellos que hacen posi-
ble la realización de los objetivos universales de la comunidad” (Laclau, 2003: 55).

La potencia reivindicativa del lema “los mismos derechos con los mismos nombres” como el
lema de los flyer y afiches a favor de dicha ley “Sí a la ley de igualdad”, plantó los términos
en tanto verificación de la igualdad y lo llevó al terreno del Estado y la sociedad (Rancière:
1996 ).

Una de las estrategias significativas fue traspolación discursiva de denominar la ley como
“matrimonio homosexual “ a matrimonio igualitario en término de Laclau (2005) cuando la
demanda inicial que era enunciada como “matrimonio homosexual” y pasó a llamarse “ma-
trimonio igualitario”, allí pasó a competer al pueblo en cuanto tal. Entonces, el debate dejó de
ser una discusión encerrada en un grupo subalterno para pasar a estar diseminado por todo el
campo social general.

En el siguiente discurso se evidencia como el “kirchnerismo” ha ido afianzándose como una


articulación populista en la medida en que se hizo del nombre del pueblo. El pueblo como
figura política está identificado con el “kirchnerismo” y viceversa (Biglieri, 2013).

igualitario un demanda afirmativa, en diferencia de Movimiento LGBTTTIQ Brasilero y Ecuatoriano que luchan
por la penalización del Homofobia (Bimbi, 2014).

543
“Hoy expresamos una nueva batalla por una sociedad más inclusiva y más igualitaria. Porque
el estado de todos y todas no puede quedar sometido al poder de la jerarquía eclesiástica. Co-
mo en la 125 y en la ley de medios, el dilema vuelve a ser “democracia o corporaciones”.
Porque en este momento histórico los putos, travas y tortas que siempre estuvimos y hemos si-
do parte del pueblo nos organizamos y luchamos junto con las organizaciones del campo po-
pular por una patria libre justa soberana y diversa." (Discurso de Putos Peronistas en la Plaza
de los Dos Congresos, vigilia por el Matrimonio Igualitario)
Además ha generado una dicotomización del espacio social, un nosotros ‘el pueblo’ y un
ellos ‘el no pueblo’, en donde en este segundo lugar de enunciación –‘el no pueblo’ o ‘los
enemigos del pueblo’– condensa una serie de grandes corporaciones económicas y financie-
ras, los medios de comunicación dominantes y, en el caso de la lucha por el matrimonio igua-
litario, la iglesia católica y las evangélicas;

El pueblo del populismo viene a señalar la plenitud ausente de la comunidad porque da cuen-
ta de “la imposibilidad de la sociedad” (Laclau/Mouffe, 2000: 160). El pueblo del populismo
tiene lugar justamente por la imposibilidad de todo orden (objetividad, identidad, etc.) de ce-
rrarse como una mismitud completamente coherente y unificada. El pueblo aparece allí en la
búsqueda, siempre inalcanzable, de la plenitud de la comunidad. De allí que implique una
frontera radical, ya que su propia presencia es efecto del antagonismo constitutivo de lo so-
cial. Así, “sin esta ruptura inicial de algo en el orden social, no hay posibilidad de antagonis-
mo, de frontera o, en última instancia de «pueblo»” (Laclau, 2005: 113).

" Nosotros no somos una minoría sexual, entendemos que la única minoría es la maldita oli-
garquía y que el pueblo es uno solo, (...)”El proceso de transformación que la argentina encaró
desde el dos mil tres nos tiene, también, a los Putos como emergentes de un pueblo que ha
vuelto a mirar a la política con esperanza" . (Documento Presentado por la Agrupación Na-
cional Putos Peronistas en la Marcha del Orgullo 2011.)
Laclau presenta al pueblo como: una plebs que reclama ser el único populus legítimo
(Laclau, 2005: 108). Esto es una parcialidad (la plebs, los menos privilegiados) que quiere
funcionar como totalidad de la comunidad (el populus, el pueblo como nombre de la comuni-
dad). De este modo, tenemos populismo cuando una parte se identifica con el todo y se pro-
duce una exclusión radical dentro del espacio comunitario. En anterior fragmento se puede
analizar como la organización niega ser identificada en términos de minorías sexual y reclama
ser parte de una totalidad social, mediante la exclusión.

Identificaciones en disputa: Si Evita Viviera Seria Tortillera .

En este recorte del discurso de la promulgación del Matrimonio Igualitario, Cristina Fernán-
dez de Kirchner utiliza nuevamente retóricamente el concepto de “Eva” como aquella perso-

544
na que gracias a su lucha fue posible la aprobación del voto femenino, y como a partir de ese
proceso político, las mujeres logran estar en el poder ejecutivo. Desde otra perspectiva incluye
el concepto “luchas del movimiento LGBTTTIQ”, dentro de “luchas por la igualdad género”,
generando una analogía de la ley del sufragio femenino con la del matrimonio igualitario.

“yo no sé cómo se sentiría ella - y cuando digo ella es Eva Perón - cuando presenció la sanción
de los derechos políticos de la mujer, hace 58 años no podíamos votar y acá estamos, miren
donde estamos además” (Acto de promulgación Ley de Matrimonio Igualitario. 21/07/10)
Siguiendo con lo planteado, Cristina Fernández de Kirchner en el discurso se localiza en la
continuación del proyecto político de Eva Perón, en cuanto a los derechos de "igualdad de
género", asociando la ley de Matrimonio Igualitario con la continuación de su lucha. En su
caracterización de que dentro de la tradición política del Peronismo, uno de los hitos funda-
mentales es la lucha por la igualdad radica la aspiracion de un discurso hegemónico que inten-
ta a dispustar por el sentido de los mismos. Además define Eva como un sujeto padeciente de
la desigualdad, como aquellas personas del LGBTTTIQ que no podían acceder a la institución
matrimonial, localizando a estos dentro la figura de la vulnerabilidad

“Evita ha vuelto en los argentinos y argentinas que han recuperado su identidad con el matri-
monio igualitario”. (…) “ella era la amazona de la igualdad y de la libertad, por sobre todas las
cosas, porque había sufrido en carne propia la desigualdad, la injusticia y los prejuicios de la
sociedad”.
Es importante recalcar que la "desigualdad social" planteada por la mandataria en el discurso
lo desarrolla bajo el concepto bulteriano de vulnerabilidad, es decir no desde la victimiza-
ción sino de la vulnerabilidad como potencia, como fuerza, como empoderamiento so-
cial.(Bulter:2004.60)

La estrategia discursiva se dirigió entonces, a generar una la analogía al" matrimonio politi-
co" Juan Peron - Eva Duarte = NK - CFK, La persuasión de que las leyes tales como el ma-
trimonio igualitario son las mismas por las cuales Eva Perón había luchado, configuró un
nuevo ideario colectivo en el seno de sectores del activismo . Con agregado históricamente la
figura de Eva había sido admirada, en un arco que va desde María Elena Walsh a Néstor Per-
longher, pasando por Copi, Paco Jamandreu o Juan José Sebreli, la imagen de Eva aparece
enaltecida o rebajada pero siempre como objeto de fascinación de los colectivos feministas y
de diversidad sexual.

"Porque nosotros no tenemos ninguna duda de que la compañera Evita estaría hoy en esta pla-
za en este momento en que la argentina está dando un paso más para que reine en el pueblo el
amor y la igualdad.” (Fragmento leído en Plaza Congreso, la noche de la vigilia por el matri-
monio igualitario por Putos Peronistas)"

545
Eva Peron vuelve a aparecer en la centralidad discursiva, siguiendo con lo planteado se la
posiciona a favor de la ley, y al mismo tiempo se resignifica el fragmento de la marcha Pero-
nista, tomando de esta, conceptos como Amor e Igualdad que adquieren una particular signifi-
cación en la estrategia del Movimiento de Diversidad Sexual a momento de debatir dicha ley.

A la luz de los debates del Matrimonio Igualitario, múltiples sectores del activismo empeza-
ban a identificarse con el gobierno de CFK, comenzaban a surgir múltiples organizaciones
cercanas al Kirchnerismo5 Es importante recalcar como por primera vez el estado comenzaba
a poner sus agencias a disposición a las demandas del colectivo, como es el caso del INADI
que durante la presidencia de Lubertino apoyo institucionalmente6 y fue un factor decisivo
en el debate de lkça ley de Matrimonio Igualitario como tambien la creacion del Plan Nacio-
nal contra la Discriminación7 como así también en agosto de 2008 un decreto del Poder Eje-
cutivo obligó a la Administración Nacional de Seguridad Social –ANSES– a contemplar en
las pensiones por viudez a las parejas gay-lésbicas,

Si bien la presunción compartida entre Michel Foucault y Ernesto Laclau que el discurso es
una práctica productora de sentido se ve diferenciada cuando Foucault considera que es nece-
sario distinguir entre prácticas discursivas y no discursivas; mientras que en la perspectiva
laclauniana se amplía la categoría de discurso hasta abarcar sus propios límites, "Nuestro aná-
lisis rechaza la distinción entre prácticas discursivas y no discursivas y afirma: a) que todo
objeto se constituye como objeto de discurso y b) que toda distinción entre lo que usualmente
se denominan aspectos lingüísticos y prácticas; o bien son diferenciaciones incorrectas, o bien
deben tener lugar como diferenciaciones internas a la producción social de sentido. Foucault
por ejemplo, que ha mantenido una distinción —incorrecta en nuestra opinión— entre prácti-
cas discursivas y no discursivas, cuando intenta determinar la totalidad relacional que funda la
regularidad de las dispersiones de una formación discursiva, solo puede hacerlo en términos
de una práctica discursiva (Laclau y Mouffe, ([1986] 2004, pp. 144-145). Es decir estos dis-
cursos estatales, son perfomativos y por ende instituyen sentidos, subjetividades e identidades

Desde sectores del feminismo lésbico, la figura de Cristina Kirchner comenzaba a tomar rele-
vancia de la apropiación de la consigna de Montoneros, "Si Evita viviera seria montonera"

5
A partir del 2009 surge el Frente Nacional de Diversidad Sexual, y posteriormente la Mesa Nacional por la
Igualdad
6
Es importante recordar que dicha institución había quedado paralizada después de la salida de Eugenio
Zaffaroni.
7
En dicho Plan Nacional, se plantea como objetivo una ley para el acceso al matrimonio de personas del mismo
sexo

546
surgió "Si evita viviera seria tortillera-" y fue el inicio de un conjuntos de practicas de signifi-
cación y identificación con Eva Peron y CFK.

Cuadro" Bicentenario diverso" de la organización"encuentro por la diversidad" de Córdoba


Capital, Mayo 2010

Mural C.A.B.A Setiembre 2011

"Evita vive, en cada torta y tortita chonga o fem de todos los barrios, en cada cooperativa para
la inclusión laboral travesti y trans, con el espíritu de su lengua y el lenguaje que nos enseñó
rebalsado de perón y de ella misma, nos proponemos debatir sobre lesbianismos, peronismos,
feminismos, heterosexualidad obligatoria, Wittig afirmo que las lesbianas no somos mujeres,
Cristina y Eva tampoco lo son han puesto en jaque su asignación Biopolitica," (Entrevista a
Lesbianas y Feministas por la Discriminalizacion del Aborto)
Según Laclau es posible encontrar tres formas principales de identificación en Freud la prime-
ra, con el padre; la segunda, con el objeto de elección amorosa; y la tercera, a raíz de la per-
cepción de una cualidad común compartida con otras personas que no son objeto de las pul-
siones sexuales. En La razón populista, el autor sostiene que es este tipo de identificación la
que se da principalmente entre los miembros de un grupo y que descansa en la naturaleza del
lazo con el líder. La identificación entre los miembros de un grupo de estas características está

547
signada por la manera en que cada uno de ellos inviste libidinalmente la figura del líder y lo
ubica en el lugar del ideal del yo. En otras palabras, “el lazo social es un lazo libidinal”

Por otra parte, va a tomar la idea que Freud desarrolla especialmente en “Un grado en el inte-
rior del yo” y en el “Epílogo”, acerca de que la ligazón con el líder no es exclusivamente de
enamoramiento, sino que también hay identificación con el conductor. El vínculo identificato-
rio que se establece con el conductor significa que los liderados se encuentran en pari materia
con el líder. O lo que es lo mismo, que el líder sería un primus inter pares.

Para Laclau el doble vínculo con el conductor -enamoramiento e identificación adquiere una
dimensión fundamental para la política porque anula la posibilidad de un líder puramente nar-
cisista. El líder no puede ser meramente el padre despótico narcisista , ya que su derecho a
dirigir estará siempre fundado en un rasgo compartido por los miembros del grupo, que en él
reconocen de un modo particularmente pronunciado. En razón de lo cual el líder es, en gran
medida, responsable ante la comunidad . De este modo Laclau (2005) se enfrenta con objeti-
vo, de incorporar la dimensión del afecto e identificación al análisis político

En la anterior entrevista como también en las dos expresiones artísticas, es claro como se
intenta narrar ficcionalmente el perfil de Eva y Cristina, es decir las nociones de masculini-
dad-feminidad, hombre-mujer, heterosexualidad-homosexualidad, son ficciones políticas, con
capacidad de resignificacion, tal como la idea de dos mujeres en el espacio político siguiendo
con premisa de Perlogher erotizar de la política y politizar las sexualidades.Para Laclau el
carácter perfomativo de los discursos no reconoce ninguna objetividad de las identidades,
sino que éstos dependen de la formación discursivo-ideológica en que se inscriben. No existe
ningún atributo previo a su constitución, sino que éstos se materializan en sus prácticas, en
cada situación o posición de sujeto es por ello que la construcción de una Eva chongo besán-
dose con CFK configura una funcionalidad identificación libidinal constituyendo de identi-
dades en común.

La Fuerza de la Igualdad- La fuerza de un Pueblo

Durante la campaña presidencial de 2011, Cristina Fernandez, junto a sus publicistas desarro-
llaron varios spot bajo el lema "Cristina 2011 La Fuerza de un Pueblo," dentro de este conjun-
to de productos audiovisuales, podemos ver que Cristina Fernández no solo trabajó sobre un
amplio espectro de problemáticas (la inclusión, la verdad, la ciencia, la producción, el futuro,
etc.) sino también de a distintos sectores particulares. En el caso del colectivo LGBT, fue

548
abordado bajo el Spot La Fuerza de la igualdad, en el mismo, se puede observar fragmentos
de la promulgación de la Ley Matrimonio Igualitario, sumado a registro filmográficos de un
gran caudal de gente en la Plaza de los Dos Congresos presenciando el debate de dicha ley .

Donde podemos apreciar que en el segundo 0:22 aparece la imagen de una multitud reunida
en dicha plaza bajo el cantando "Igualdad Igualdad" y posteriormente comienzan a aparecer
carteles con la insignia Fuerza Cristina terminado en el segundo 0:35 con la frase "Fuerza
Argentina, Cristina 2011 La Fuerza de un Pueblo".

En conjuntos de Spots se dirijo, a apelar en la centralidad del pueblo, en el conjunto de la po-


blación, la Presidenta al presentarse, y al mismo tiempo en proyectarse desde la humildad a la
fortaleza y la sabiduría que le permiten diseñar y llevar adelante un proyecto concreto, que se
ve en la realidad en la vida cotidiana del país y de sus habitantes’. Desde la centralidad en el
pueblo que tiene una conducción en la Presidenta porque lo interpreta y lo escucha, plantea
avanzar y construir desde la fuerza que ese pueblo tiene. Al apelar a los saberes y las expe-
riencias, la traducción del mensaje es que se cree en el pueblo y el voto se traduce en recono-
cimiento

La Igualdad en el spot aparece en primera instancia como demanda particular, satisfecha por
una líder, en segundo lugar aparece como significante flotante que permite generar una reci-
procidad de demandas encarnadas en la figura del "pueblo" bajo la investidura de una líder
política.

Sin la formación de un pueblo, tal como Laclau define esta categoría, no sería posible abordar
el tema de lo democrático y, por lo tanto, de lo político en su relación con el devenir social, y
ya no únicamente como concepto partidario institucionalizado o como administración pública,
sino también desde las instancias de la sociedad civil, sus demandas y movimientos. Laclau se
refiere a la relación entre la política y la construcción de la subjetividad popular como ele-
mentos ligados intrínsecamente, y lo expresa del siguiente modo: " Afirmar que lo político
consiste en un juego indecidible entre lo “vacío” y lo “flotante” equivale, entonces, a decir
que la operación política por excelencia va a ser siempre la construcción de un “pueblo"(
Laclau 2005 p.192).

549
Reflexiones Finales

Podemos concluir que desde el ascenso del Néstor Kirchner se reconfigura las relaciones
entre gobierno y organizaciones sociales en argentina, tales como piqueteros, madres de plaza
de mayo, movimiento obrero etc. que se vio plasmado en numerosos trabajos, en el marco del
análisis de los intentos de “cooptación” desplegados por el kirchnerismo (Campione & Raj-
land, 2006; Borón, 2007; Battistini, 2007; Masetti, Svampa & Torres, 2006) comparten la
limitación de ver un actor pasivo en los movimientos sociales insertos en el kirchnerismo. De
esta forma o fueron cooptados o fueron manipulados e inducidos por el Estado. Además de la
pasividad que supone este enfoque también basado en una mirada “desde arriba” del proceso
político, no posibilita comprender la heterogeneidad del campo nacional popular que, no es un
espacio político homogéneo sino más bien diverso en tradiciones, trayectorias, interpretacio-
nes y posicionamientos Creemos que esta hipótesis de “cooptación” niega la producción polí-
tica de los actores y, por lo tanto, aparece como insuficiente y simplificadora para dar cuenta
del posicionamiento y acción colectiva de un número importante de organizaciones.

Podemos observar que el significante vacío que hace a la articulación del “kirchnerismo” y
el movimiento LGBTTTIQ es la igualdad.. Existen también otros elementos fundamentales en
esta articulación, pero de alguna manera son los que ligan al “kirchnerismo” con el peronis-
mo.

La igualdad aparece un como significante vacío, utilizado tanto en el Peronismo como el Mo-
vimiento LGBT, sin bien es posible reconocer otros, significantes en la practicas discursivas
en dicho movimiento tales como Diversidad Libertad y Autonomía dentro del activismo, la
igualdad, cobro una especial importancia en la estrategia para la aprobación del Matrimonio
Igualitario.

550
En dicha retorica fue fundamental la construcción de cadenas de equivalencias frente a un
enemigo en común. Es decir, esta seria la tercera etapa, que consiste en la definición de un
campo de lucha y de un ‘nosotros’ colectivo frente a un ‘ellos’ Por otra parte el Peronismo en
su lógica populista se presenta como un entramado de articulaciones socio-políticas que facili-
to la composición de cadenas equivalenciales8. La línea divisoria entre estas dos instancias
traza una separación y forja una identidad nueva que es de naturaleza política (Gadea, 2009).
Este proceso es central para comprender la constitución del poder social, pues configura la
etapa en la que la política se transforma en el principio de la organización socia según. El
“enemigo” es el principio que unifica los distintos eslabones a través de los significantes va-
cíos, formando un “nosotros” (Laclau, 2005). Es tipo de conformación ontológica de identi-
dades es característico del populismo.

La conflictividad existente entre el Kirchnerismo, y la Iglesia Católica compartida con el Mo-


vimiento LGBT, marco los términos que posibilito la constitución de identidades mediante la
exclusión radical facilitando la construcción de un nosotros frente a un ellos (las iglesias), .
En segundo lugar las criticas provenientes desde" machismo " (Grandis/ Patrouilleau:2010)
marco un enemigo en común entre los dos movimientos.

El Matrimonio Igualitario fue un proceso bisagra que posibilito la articulación entre los dos
movimientos en un contexto de políticas hegemónicas, en donde la demanda inicial (particu-
lar) se transforma en demanda popular, De manera tal siguiendo a Laclau que “pueda presen-
tar sus objetivos propios como aquellos que hacen posible la realización de los objetivos uni-
versales de la comunidad” (Laclau, 2003: 55).

La constitución de identidades Nacionales y Populares dentro del Movimiento LGBTTTIQ,


se evidencian a partir de la aparición en la arena política de múltiples organizaciones tales
como Movimiento por la Igualdad, La Colectiva, Diverso 100%, Agrupación Nacional Putos
Peronistas, Campora Diversia, Mesa Nacional por la Igualdad y al mismo tiempo se evidencia
una nueva configuración en el “ser peronista” (Hiller, 2010)

8
En este aspecto, es relevante como por ejemplo el vínculo de apoyo explícito en la aprobación de la ley de
matrimonio igualitario y participación directa de los organismos de derechos humanos en la articulación
“kirchnerista” (Abuelas de Plaza de Mayo, Madres de Plaza de Mayo) lo ha enlazado además con la tradición de
las luchas políticas recientes de los argentinos, centradas en el retorno y defensa de la democracia (Biglieri,
2013) .

551
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553
Consolidación de identidades políticas durante los festejos oficia-
les del Bicentenario
Ailén Alejandra Longhi (UNR)

El objeto de nuestra ponencia radica en poder vislumbrar la constitución de una nueva identi-
dad sociopolítica a la que denominaremos “kirchnerista”, considerando que nuestra hipótesis
principal reside en que durante la coyuntura de los festejos del Bicentenario argentino, encon-
tramos a esta identidad definitivamente consolidada. En este sentido, nos proponemos desple-
gar las características constitutivas del discurso kirchnerista, sus dispositivos de enunciación
sus puntos nodales de construcción identitaria y de alteridad, haciendo particular hincapié en
la tipología del discurso conmemorativo, cuyas particularidades ofrecen un marco especial
para el despliegue de cierta “artillería" en el momento constitutivo identitario.

Siguiendo el marco teórico de Aboy Carlés, trabajaremos la conformación identitaria a partir


de tres criterios o dimensiones con los cuales estaríamos en condiciones de poder afirmar
nuestra hipótesis principal. Todas estas dimensiones, suponen la conformación de una alteri-
dad, susceptible claro está de ser caracterizada absolutamente de forma antagónica y con una
carga negativa frente a los planteos ofrecidos a partir de la configuración de la dimensión re-
presentativa. La misma comprende una especie de sistema reglado y compartido por un grupo
humano que lo va definiendo en un proceso engorroso desarrollando un conjunto de caracte-
rísticas referenciales propias. Una especie de dispositivo en red. Estas premisas a desarrollar
se encuentran acompañadas por otra dimensión, una especie de sostén estructural si se quiere,
una tradición. La dimensión de mayor estabilidad dado que ofrece un legado mucho más con-
tundente en el proceso constitutivo. Esta tradición de alguna manera brinda una especie de
estructura, cuya nueva identidad puede rechazar o tomar, mediante un proceso de reapropia-
ción que implica cierta reelaboración de esa herencia.

La constitución de una identidad sociopolítica a su vez, va conformando lo que dicho autor


denomina “frontera política” es decir, un planteo que implica una escisión temporal que con-
trasta situaciones diferentes, un pasado y un presente visible, que logra plasmar una clara rup-
tura entre ambas situaciones.

Antes de analizar nuestro estudio de caso, necesitamos explorar los géneros de los distintos
planos discursivos. El género determina necesariamente algunas de las figuras retóricas y
estrategias discursivas que son aplicadas. La retórica clásica distingue tres clases de oratorias
o tipos de géneros; el judicial, el deliberativo y el epidíctico. De acuerdo con el esquema de
clasificación, la oratoria judicial se centra temporalmente en el pasado y temáticamente en la
justicia o injusticia y su función es acusar o defender. El género deliberativo está asociado
con el futuro, temáticamente con lo conveniente o perjudicial y funcionalmente, con exhortar
o disuadir. Finalmente, la oratoria epidíctica, está asociada con el presente y su temática vin-
culada al honor y a la vergüenza, cuya función reside en elogiar o en condenar. Si bien los
discursos conmemorativos pueden ser incluidos dentro de la oratoria epidíctica, ninguna de
las tres clases mencionadas anteriormente se produce en forma pura. La diversidad de temas
y referencias temporales por lo general están presentes en forma simultánea con elementos
de las tres categorías de oratoria en el mismo discurso.

Los discursos conmemorativos son normalmente expresados en actos públicos valga la re-
dundancia, “actos conmemorativos”, que activan la reelaboración permanente de la memoria
colectiva. De esta manera, poseen una función “memorística”: se sirven del pasado princi-
palmente porque recuperan del mismo, acciones, personajes, etc, para legitimar su presente.
Según Wodak y De Cilia, “los discursos conmemorativos suelen ser epidícticos por naturale-
za, es decir, que le asignan a algunos momentos del pasado, cierto agasajo, responsabilidad o
culpabilidad, de situaciones del presente de una Nación”1. Según estos autores, la oratoria
epidíctica de los discursos conmemorativos, no sirve únicamente como un vehículo para la
autopromoción o propaganda del orador, sino también posee una función pedagógica. Busca
transmitir ciertos valores y creencias que otorgan una identidad aglutinante a la comunidad
en pos de generar consensos en determinadas acciones futuras.

Si bien el corpus documental con el cual trabajaremos abunda en elementos que podríamos
encuadrar en un marco claramente epidíctico- principalmente porque se vislumbra con clari-
dad la doble funcionalidad de los mismos (“memorística” y pedagógica) en los discursos
krichneristas alusivos al Bicentenario- también tenemos en cuenta, que los discursos conme-
morativos suelen estar habitados por elementos y argumentos del género deliberativo o in-
cluso de la retórica judicial.

En el modelo enunciativo del kirchnerismo – sólo serán utilizados los discursos conmemora-
tivos de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner- podremos vislumbrar la posición del
enunciador, las características de sus destinatarios, el rol que ocupan los adversarios políti-

1
WODAK,R Y R.de Cillia, “Commemorating the past;the discursie construction of oficial narratives about the
Rebirth of the second austrian republic”. Discourse and communication, vol. 1(3) (2007). En
http://www.ling.lancs.ac.uk/staff/wodak/papers/commemorating_the_past_dcm.pdf traducción propia, A. L.

556
cos, etc. Es decir, cuál es “la propuesta” discursiva y cuál es el lugar que se atribuye el enun-
ciador a sí mismo y a sus destinatarios –entre ellos a sus adversarios-. Según Eliseo Verón,
hablar de “enunciador” implica una modelización abstracta que permite el “anclaje” de las
operaciones discursivas a través de las cuales se construye, en el discurso, la “imagen” del que
habla2.

De esta manera se fue configurando un modelo de enunciación que puede desdoblarse en dos
posturas bastante definidas. Por un lado, hay una idea de conformación de un colectivo de
identificación, donde encontramos un “nosotros” inclusivo, que parece compartir cierto saber
preexistente. “Nosotros decíamos déjennos crecer, déjennos trabajar, déjennos ahorrar para
poder pagar la deuda. Porque si uno se achica o si pierde el trabajo o si en lugar de ganar
cien pasa a ganar uno, es evidente que no va a poder pagar lo que debe a la deuda interna ni
a los que se le debe afuera” ( 20 de mayo de 20103). Por el otro lado, existe cierta caracteriza-
ción de ese colectivo como víctima de un pasado reciente -colocado en una zona de oscuridad
en la economía del discurso kirchnerista-. Dentro de esta narración claramente crítica del pa-
sado cercano, existe un acompañamiento de ese colectivo cuya participación o complicidad en
ese pretérito necesita dejar atrás. “Nos habían convencido de que era imposible desarrollar
un modelo de país … Nos decían que no se podían hacer esas cosas; nos decían que era im-
posible plantear alternativas al endeudamiento permanente y la subordinación cultural y has-
ta ideológica a los grandes centros económicos desde afuera” (25 de mayo de 2009). Ese
“nos” -pronombre en donde el enunciador se incluye y se pierde de a momentos- es un colec-
tivo donde se consiente la disolución de cualquier tipo de participación o responsabilidad al-
guna en ese pasado. Proceso necesario para la inclusión de los mismos en un período transi-
cional que se pretende reparador pero principalmente rupturista.

Lo interesante de este dispositivo de enunciación, es que el enunciador –de aquí en más CFK-
parece desaparecer en la conjunción de un “nosotros”, siempre y cuando éste sea referido a
un criterio vinculado con la despenalización o la falta de responsabilidad de algún accionar,
como lo hemos visto en el párrafo anterior. Sin embargo, cuando en el discurso aparece al-
gún componente descriptivo, es donde nuestro enunciador empieza a manifestar algún tipo de
distancia donde lo dicho claramente, no parece ser compartido. CFK, se distancia del destina-
tario a partir del ejercicio de la constatación de los hechos que intenta describir. El componen-

2
VERÓN, Eliseo, en “La palabra adversativa. Observaciones sobre la enunciación política” en “El discurso
político. Lenguajes y acontecimientos”, Buenos Aires, editorial HACHETE, 1987.
3
Todos los discursos utilizados en este trabajo fueron extraídos de la página oficial de la Presidencia de la
Nación Argentina en http://www.casarosada.gob.ar/informacion/discursos

557
te didáctico o pedagógico que parece revelar siempre se despliega como verdad universal e
incuestionable. El liderazgo aparece aquí como marca del ejercicio del poder, que ejerce jus-
tamente a partir de la constatación de estos saberes que “comparte”. Ese liderazgo es fuente
de ratificación y de legitimación a partir del lugar que ocupa en la esfera estatal. La enuncia-
ción por lo tanto plantea una relación asimétrica, de constatación y compartimiento, como
también un vínculo de cercanía cuando se funde en un “nosotros”.

Hablamos al principio de la importancia que tiene en el estudio de una identidad política la


forma en que se va configurando el modelo enunciativo de un discurso político dado. En este
caso, “las marcas” del discurso kirchnerista nos permiten entender cómo se va elaborando el
imaginario común de una identidad política , es decir, cómo se posiciona el enunciador, cómo
son pensados los destinatarios, entre otras cosas, que veremos más adelante. Con respecto al
discurso político como género, Eliseo Verón nos habla de un discurso habitado por distintos
destinatarios y por ende, con diferentes funcionalidades. Es decir, encontramos por lo menos
tres tipos de destinatarios: el prodestinatario, persona a quien el discurso intenta permanente-
mente de volver a convencer y reafirmar su apoyo. La finalidad entonces del discurso en rela-
ción a ese prodestinatario -convertido en el “nosotros” antes descripto- es reforzar permanen-
temente esa creencia, mediante un discurso plagado de fuerza más que de argumentos. Es un
discurso con intención de demostrar, plagado de “convicciones” y de novedades que deslum-
bren y vuelvan a ratificar su apoyo. El paradestinatario, es encarnado por aquellos sectores
que parecen mantenerse “fuera de juego”, “indecisos”, cuyo componente ligado a la persua-
sión dentro de un discurso le es correspondido. Por último y nos detendremos aquí, encontra-
mos al contradestinatario, como indica su palabra, es un destino identificado por la negativa.
Viene a encarnar la contracara del prodestinatario y la inversión de la creencia de buena fe del
mismo.

El contradestinatario viene a representar el lugar del “otro” en el discurso político. En este


caso, el discurso kirchnerista tiene como particularidad la abundancia de dicha presencia. Es
un discurso inmensamente habitado por la figura del adversario, generando un claro juego de
oposiciones que van delimitando las fronteras políticas de dicha identidad. El discurso kirch-
nerista tiene una lectura absolutamente destructiva de cierto pasado, buscando legitimar el
cambio en el contexto de la conmemoración del Bicentenario. Uno de los momentos históri-
cos que evoca el discurso conmemorativo, es el Centenario argentino, principalmente como
excusa , como un juego de números y de comparaciones, a partir del cual se inicia la lógica
misma de enunciación del relato kirchnerista. “Hace cien años no existían los derechos so-

558
ciales; hace cien años estaba prohibida y era casi un delito la actividad sindical; hace cien
años, por lo menos aquí, no podíamos elegir libre y democráticamente a nuestros gobernan-
tes que recién lo pudimos hacer a partir de la Ley Sáenz Peña donde se instauró el sufragio
obligatorio, universal y secreto.”(25 de mayo de 2010). Ya hemos mencionado al Centenario
como lugar obligado a visitar del pasado por parte del gobierno, haciendo hincapié en las dife-
rencias con el Bicentenario de la fecha. La operación es bastante transparente; hay un juego
de opuestos, una especie de espejo en el cual se mira al festejo pasado. Un Centenario que se
lo describe a partir de características excluyentes y elitistas, mientras que la coyuntura festiva
actual esta signado bajo la premisa igualitaria. Esa marca de desigualdad que lleva el pasado,
expuesta a partir del uso de criterios políticos y sociales actuales como punto de referencia
de validación, son manifiestas a partir del uso reiterado de ejemplos. Verbigracia, en el siste-
ma político – el sufragio limitado- , en los niveles de seguridad o protección social – con nive-
les de pobreza, de exclusión y de desprotección laboral- y también en los niveles de libertad
política – incluyendo los niveles de represión política y de discriminación principalmente a
los inmigrantes-. La “Argentina diferente”, la del Bicentenario, tiene el reconocimiento de la
historia, de su pueblo: “vamos a vivir un Bicentenario diferente... Hace cien años había esta-
do de sitio, represión, gente muerte, gente presa, gente en las calles sin trabajo, con hambre,
sin ningún tipo de protección social” (20 de mayo de 2010).

Tengamos en cuenta que la construcción de la dimensión de alteridad en la identidad kirch-


nerista no remite simplemente a hechos del pasado para utilizar como espejo- este es el caso
del Centenario, de la última dictadura militar, y de “los noventa” entre otros-. El adversario al
kirchnerismo, no solamente es esa otredad distante a la cual mirar para diferenciarse, sino que
es aquél sujeto, ese “otro” que habita el presente y abunda en el discurso. Esos opositores, no
suelen ser vinculados necesariamente con una lógica partidaria, es decir, el discurso nunca los
menciona como opositores netamente políticos dentro de una lógica competencia electoral, ni
mucho menos logra identificarlos con nombre y apellido. Por el contrario, el adversario al
kirchnerismo, -además de ese pasado que es un lugar de memoria permanente- es expulsado
hacia una zona de la deslegitimación y caracterizado a partir de connotaciones morales: son
conspiradores, traidores, han callado, se han equivocado, son negadores, mienten. “Por eso,
cuando uno escucha algunas voces, algunos argumentos que planteaban que se venía el mun-
do abajo si hacíamos esto, las mismas voces que plantearon lo mismo cuando Kirchner deci-
dió pagar al Fondo Monetario.” (20 de mayo de 2010). Siempre existe la idea de la equivo-
cación del adversario y del ocultamiento de intereses por fuera de los intereses del pueblo, son

559
aquellos que encarnan los perjuicios principales para el mismo, que suelen estar identificados
con la cuestión económica: el poder adquisitivo de la población, los puestos de trabajo, el ni-
vel de endeudamiento del país, entre otros. .

Otro de los momentos históricos que forman parte del “archivo” kirchnerista tiene que ver con
el proceso que se abriría a partir de la última dictadura militar, continuado en la ya nombrada
“década del 90” cuya trágica consecuencia sería la crisis del 2001, “aquél lugar donde no
queremos volver”. El kirchnerismo logra una operación de identificación entre las políticas
implementadas en 1976, década del noventa y crisis del 2001, intentando saltear al gobierno
alfonsinista. Cabe aclarar, que el gobierno que se inicia en 1983, es tenido en cuenta por el
kirchnerismo a partir de dos lecturas valorativas; una positiva, ligada al proceso de apertura
democrática y a la normalización del sistema político, con la respectiva celebración de con-
gresos partidarios- fue habitual las menciones a favor del ex presidente Alfonsin, de hecho la
presidenta CFK ha inaugurado personalmente la colocación de su busto en la sala correspon-
diente en la Casa Rosada- y otra negativa, vinculado a la merma de los juicios contra las vio-
laciones de derechos humanos de la última dictadura luego del famoso Juicio a las Juntas.

Este período 1976-2001, es el momento en que se gesta la crisis económica-social más impor-
tante de la Argentina, caracterizada por oposición al “proyecto nacional actual”; como un mo-
delo neoliberal, con falta de presencia estatal en materia de protección social, avance de la
lógica del mercado por sobre la regulación estatal y los puestos de trabajo, la disminución del
llamado “gasto social”, privatización de las empresas del Estado, entre otras. Uno de los úl-
timos actores añadidos por el kirchnerismo a la esfera de la zona adversativa tiene que ver con
los medios de comunicación de grupos empresariales monopólicos, ligados a la puja que exis-
tió a partir de la renombrada Ley de Comunicación Audiovisual. Los diarios, principalmente
los del Grupo Clarín – Clarín, La Nación, La Voz, Perfil, por mencionar algunos-, son men-
cionados a partir de una lógica de conspiración y de connivencia con este período considerado
oscuro por el kirchnerismo. Su vinculación no sólo se ha logrado manifestar a partir de su
involucramiento en negocios considerados ilegales por el Grupo Clarín en el último período
dictatorial, sino que también se le incorpora una lógica conspirativa, de responsabilidad y de
involucramiento de los mismos en las decisiones del ámbito estatal. Sin embargo, en este con-
texto de festejo y conmemoración del Bicentenario, el papel que tuvieron los medios de co-
municación en el pasado reciente argentino no es mencionado en absoluto. Solamente se los
incorpora a la zona de la dimensión adversativa a partir de su lógica de encubrimiento de un
mundo que parece estar atravesado por una crisis sin precedentes. “Y esto en un mundo donde

560
no hace falta que les cuente nada porque ustedes deben leer los diarios, aunque los diarios
no cuentan tantas cosas de las que pasan afuera, será para que los argentinos no nos entere-
mos de las ventajas de vivir en la Argentina.”(21 de mayo de 2010).

En la misma lógica de intereses ocultos y claramente incluidos dentro de la zona adversativa,


brillan por su ausencia en este contexto conmemorativo, las patronales agropecuarias que han
sido parte de una serie de conflictos recientes. En marzo del año 2008, la medida de las re-
tenciones móviles sobre las exportaciones agropecuarias, desató el conflicto de mayor enver-
gadura que tuvo que atravesar el gobierno recién comenzado de CFK. El litigio por la llamada
“Resolución 125”, si bien generó una crisis institucional provocada en parte por las medidas
de fuerza de estas entidades agropecuarias, que produjeron el desabastecimiento de mercade-
rías a partir de los cortes de ruta – “piquetes de la abundancia” los denominó CFK- lograron
conformar un paisaje susceptible de ser “acomodado” o “utilizado” por parte del gobierno.
Claro está, que en esa coyuntura –año 2008- el gobierno no logró salir victorioso de dicho
pleito. Sin embargo, la pérdida “política” del momento no invalidó al gobierno en el proceso
de identificación de esos sectores con intereses “destituyentes”. Asi es como, el kirchnerismo
logra apropiarse del conflicto en el plano imaginario y “acomodar” los actores implicados
hacia un escenario mucho más profundo que el de un mero litigio de interés económico co-
yuntural. La Sociedad Rural, la Federación Agraria, el Grupo Clarín, los partidos políticos
opositores, etc, quedan implicados en esta lógica de complicidad en la formulación de cierto
“golpe blando”, pergeñado por una “oligarquía destituyente”. De esta forma el kirchnerismo
pudo incluso, sacar rédito dentro de ese “fracaso político”, a partir de poder incluir y apropiar-
se del litigio para incorporarlo en un sistema de identificación más complejo. Donde aparece
esa idea de “lo destituyente” contra lo claramente “instituido”, ligando a la democracia con la
idea del “gobierno del pueblo” o la “democracia de las mayorías”. Las medidas del gobierno
“nacional y popular” suelen ser clasificadas en esa coyuntura, como medidas propuestas para
generar la “redistribución de la riqueza” frente a la concentración y acaparamiento de la mis-
ma por ciertos “sectores oligárquicos”.

Además de la creación de un adversario “destituyente”, el conflicto de la 125, logró darle al


kirchnerismo una matriz de raigambre más populista -con una necesaria movilización de gen-
te como demostración de fuerza y con una retórica que tiende a pensar al mundo de manera
dicotómica, etc- , y consolidó a partir de un juego de opuestos, una unificación de ciertas
premisas, contenidos y valores “nacionales y populares” con el gobierno.

561
Frente al Bicentenario, las partes, las características o mejor dicho los componentes del dis-
curso conmemorativo, suelen verse atravesado por intereses distintos a los habituales. Y como
ya hemos explicado anteriormente, los discursos del género epidíctico -que tienden a elogiar o
condenar sucesos del pasado vinculados o que repercuten en el presente, entre otras cosas-
suelen estar habitados por innovaciones, algunas de ellas, simplemente pueden ser grandes
ausencias. Ratificando la hipótesis de nuestro estudio, donde los elementos que constituyen la
identidad kirchnerista ya están absolutamente consolidados en esta coyuntura conmemorativa,
podemos plantear una serie de presunciones al respecto. Por un lado, podemos sostener que
existe una marcada ausencia de algunos de los elementos, dado que la ya consolidación hace
innecesaria la repetición excesiva de los mismos. Por otro lado, las puestas en escena o repre-
sentaciones callejeras que fueron el centro de la celebración, muestran de alguna manera el
"poder de la imagen" a la hora de representar, validar o invalidar situaciones del pasado, que
pueden reemplazar sin problemas a la Palabra en un discurso - dado el grado de importancia a
la hora de conmover que posee lo representado y lo explícito-. Por último, también podemos
tener en cuenta, que las características que forman parte de los rasgos consolidados de una
identidad, son las mismas que generan una diferencia, es decir una alteridad. En el caso del
kirchnerismo donde su discurso fue construido originariamente desde el año 2003 por orado-
res -Néstor Kirchner y CFK- que se presentan a sí mismos como "outsiders", como exentos
de responsabilidades frente a la crisis reinante, como ajenos a la clase dirigente que fue caída
en desgracia, ese discurso fue fundado como un discurso militante. Como consecuencia- y
ésta es la hipótesis que más nos gusta- en un contexto conmemorativo donde la repercusión de
los actos gubernamentales es de mayor relevancia por el grado de emotividad, de repercusión
y de cobertura por los medios de comunicación, vemos que los elementos que generan esa
diferenciación identitaria característica de la matriz discursiva del kirchnerismo se ausentan.
Esta ausencia puede ser comprendida como el efecto del cálculo político: la posibilidad de
que el discurso apele al "gran público", al "pueblo", a la "Nación", es el motivo de las ausen-
cias discursivas constituyentes de la identidad kirchnerista. Si bien hemos desarrollado ante-
riormente la dimensión de alteridad, hemos visto que la misma está compuesta por adversa-
rios no tangibles. En este caso, los grandes grupos monopólicos de medios de comunicación
apenas se mencionan, no hay una mínima alusión a las patronales agropecuarias -"el campo"-
, no existe sugerencia alguna sobre personajes opositores actuales. El discurso kirchnerista
conmemorativo, está atravesado por la gran ausencia de su alteridad constitutiva. El eje de la
alteridad al kirchnerismo en la coyuntura del Bicentenario lo conforma única y exclusivamen-

562
te el pasado. Ese fantasma que constituye el espejo en el cual se mira el kirchnerismo; el pe-
ríodo entre 1976 y 2001 y el Centenario.

Siguiendo la línea de las “ausencias”, éstas pueden observarse no sólo en la dimensión de


alteridad como vimos, sino también en la “representativa”. La dimensión representativa po-
dría entenderse como un sistema de referencias comunes, que ligan a ciertos sujetos con una
experiencia compartida. En este caso, las ausencias predominantes de lo representativo tienen
que ver con aquellas banderas que suelen asociarse con el “peronismo de izquierda”, con la
supuesta militancia a la cual adscribe la presidenta. Una especie de relato legitimador del ac-
cionar del gobierno, ligado a los años setenta, como momento de iniciación política de los
oradores (CFK y NK). Haciendo hincapié en los valores de resistencia y compromiso por lo
público que tenían los jóvenes de aquella generación. Sin embargo, en este contexto, aquella
prédica fue omitida y el centro de la escena en materia del pasado reciente a reivindicar, fue-
ron las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Estas organizaciones de mujeres, son valoradas
discursivamente a partir de su lema de búsqueda de verdad y justicia y su labor en el presente
– como la restitución identitaria de nietos apropiados por ejemplo-. La reivindicación del pa-
pel que jugaron estas mujeres organizadas en ese pasado oscuro, tiene que ver con caracterís-
ticas ligadas a la acción ejemplar casi heroica; la valentía, la resistencia, la perseverancia. Hay
una especie de reconocimiento de aquella “luz en el infierno” – justamente así fueron repre-
sentadas las Madres de Plaza de Mayo en las carrozas de Fuerza Bruta- que conlleva al reco-
nocimiento permanente y público de las mismas sin hablar explícitamente del tema de “los
desaparecidos”. Podemos decir que desde el año 2003 en adelante, con la derogación de las
leyes de punto final y obediencia de vida y el juzgamiento de militares vinculados a crímenes
de lesa humanidad en tribunales federales, con las políticas vinculadas a la propagación de
“la memoria, verdad y justicia” – como por ejemplo la reapropiación de la ex ESMA- y a su
vez, la ley aprobada en el Congreso en el año 2006 para declarar como feriado no laborable al
24 de marzo por ser el “Día Nacional de la Memoria, por la Verdad y la Justicia”, nos habla
de que aquella “memoria privada” producto de la lucha de los organismos que resistieron al
avasallamiento de las “leyes de impunidad”, forman parte ahora de una “memoria estatal”.
Esta presencia permanente, habla de un reconocimiento por primera vez en la historia argenti-
na, de un Estado responsable y a la vez reparador de ese daño cometido. Este reconocimiento
estatal podemos encontrarlo por ejemplo, en actos enunciativos de poca trascendencia, pero
que a partir de cierta cotidianeidad con la cual el gobierno presenta a estos organismos en

563
actos públicos, podemos ver cómo imprime en los mismos un reconocimiento de tipo enun-
ciativo.

A continuación, siguiendo en la dimensión representativa de la identidad kirchnerista, pode-


mos describir una serie de elementos que son constitutivos. Empezaremos por el de mayor
relevancia en tanto adquiere la función de aglutinar al resto. Este es el caso del “año 2003”-
origen del kirchnerismo- lugar de enunciación sobre el cual se coloca el discurso para darle
sentido al resto de los componentes que constituyen su sistema de referencia. Se habla del por
entonces 25 de mayo de 2003 como el origen de un proyecto de país que se lo caracteriza a
partir de una gestión que advierte ser rupturista, innovadora, reconstructora, fundante. Es de-
cir, se entiende a la gestión iniciada por NK y continuada por CFK, a partir de la noción del
cambio. A la vez que se destaca la premisa de cambio, se le adjunta la idea de la salvación y
de reparación, elaborada originariamente desde y por el dispositivo enunciativo del ex presi-
dente NK. El mismo, se caracterizaba por la idea de conservación de principios frente a la
adversidad propuesta por el mundo real, lo que manifiestaba cierta valentía, compromiso y
entrega a la patria. Este componente “mesiánico” si puede ser definirlo de tal manera - parece
ser comparable a la propuesta de “modelo de llegada” de Eliseo Verón y Silvia Sigal con el
advenimiento de Perón-, puede ser encontrado también sin problemas en el caso de la confi-
guración enunciativa del menemismo en las elecciones de 1989. La figura del “mesías” con
el inicio de una etapa nueva, es una operación que genera un campo de asociación posible.
“Todavía recuerdo las palabras que dije en el Congreso… que no me iba a sentar en el sillón
para claudicar los principios por los que había luchado toda mi vida” (25 de mayo de 2007).

Esa etapa nueva que se abre, no es sólo al parecer un “nuevo período” de la reiterada historia
cíclica argentina, sino que es un primer “nuevo comienzo”, que suele ser manifiesto una y otra
vez, como en un relato bíblico, en la enumeración incansable de los actos discursivos de CFK.
La descripción habla de los alcances en materia de promoción industrial, de recuperación de
puestos de trabajo, de convenciones colectivas de trabajo, de los planes de obra e infraestruc-
tura, de las políticas de inclusión social como las jubilaciones y las asignaciones universales
por hijo, escuelas, casas, etc. No haremos hincapié en las mismas, solo dejar en claro que es
una enumeración constante de las virtudes del gobierno a partir de la intervención estatal.
Dentro de la lógica del discurso, esta puntillosa y reiterada descripción sirve para poder seña-
lar que este “proyecto de país”, es el único posible y el único válido. ¿Quién en su sano juicio
podría estar en contra de la construcción de escuelas, hospitales, rutas, etc? Esta forma de
organización de la discursividad kirchnerista, conlleva a la anulación de la posibilidad de una

564
alteridad viable y legítima y a la persistencia de una otredad absolutamente inútil e inválida,
donde subyace una ideología totalizante. “Nosotros sabemos que no va a poder ser ni en uno
ni en dos ni en tres gobiernos, porque en realidad esto tendría que ser un proyecto estructu-
ral de cualquiera de los partidos democráticos en la República Argentina”( 20 de mayo de
2010).

Este proyecto de país parece ser legitimado - llamativamente no a partir del voto, cuestión que
el gobierno no tiene en cuenta a la hora de presumir, salvo en momentos electorales de coyun-
tura- a partir de lo “expuesto”, es decir, de “lo enumerado” como forma evidente del estado
de cosas. “En realidad uno no va con el ánimo de dar consejos ni dar cátedra, simplemente
relatar lo que hemos hecho y la lógica del sentido común que hemos aplicado para hacerlo”.
(20 de mayo de 2010).

Otra de las operaciones legitimadoras tiene que ver con “la mirada del Otro”, la contempla-
ción del adversario, de aquél que no coincide con el gobierno ni con su proyecto, pero que
dentro del discurso parece encontrarse asombrado a partir de los resultados que se encuentran
“a la vista”. “… la verdad que en otras épocas donde me miraban con cara rara cuando yo
decía algunas cosas, ahora me miran, me escuchan y por ahí preguntan también… es bueno
por lo menos haber comprobado que el camino que nosotros iniciamos en el año 20003… no
estábamos equivocados” (21 de mayo de 2010)

Volviendo al género epidíctico que nos convoca, en el discurso conmemorativo el Bicentena-


rio, no logra ser la estrella de la escena. Si bien es la excusa enunciativa, no se logra esbozar
ideas claras vinculadas netamente. Una de las pocas, pero sí de mucha envergadura, tiene que
ver con la idea de poseer proyectos vinculantes a un pasado. De esta forma el kirchnerismo
adquiere otra característica además de la “innovación”. La reconstrucción de algo que existió
en un pasado remoto, que se ha perdido o torpedeado y que el kirchnerismo pretende reelabo-
rar. Esta continuidad se vislumbra a partir de la idea de la “patria grande”, que nunca se llega
a describir su contenido claramente pero, sí es tenida en cuenta en los discursos asociados al
bicentenario. “Este va a ser un Bicentenario con un sesgo de pertenencia y de identidad a
nuestra región, a la América del Sur, a Latinoamérica” (21 de mayo de 2010).

El pasado no es sólo tenido en cuenta, como referencia en tanto continuidad de programas


formulados en ese pretérito - como es el caso de la unión con otros países latinoamericanos o
sudamericanos- sino también, es evocado como forma de persuasión y de comparación. Los
ejemplos históricos suelen estar acompañados de juicios de valores positivos, de coraje, en-
trega. Vuelve a estar la idea de aquellos hombres “que hicieron Mayo”, donde se aprende de
565
los mismos en tanto supieron valorar los intereses de la patria por sobre los suyos. Y ese “ha-
cer Mayo”, parece hablar de una construcción ardua, se intenta expresar, que aquellos hom-
bres en su lucha, pudieron encontrar más dificultades que reconocimientos a sus labores.
“Cuántas cosas se habrán dicho de El Chacho, de Felipe Varela, de Facundo Quiroga, hasta
se lo trató de bárbaro, pero sin embargo, está en el corazón de su pueblo y definitivamente
ingresado en la historia”. (20 de mayo de 2010). En la enumeración de estos ejemplos histó-
ricos se inscribe la operación comparativa a las supuestas posibles adversidades por las cual
atraviesa o atravesó el gobierno. Tengamos en cuenta que el único criterio lícito en relación a
la legitimidad o no de cierta medida, programa o proyecto, parece estar vinculado al recono-
cimiento por parte del “pueblo”. Ese “pueblo” -término que no define un “colectivo” específi-
co, suponemos por el tipo de celebración que impone restricciones a la situación enunciativa -
constituyó la fuente de legitimación de todo proyecto a lo largo de la historia argentina. Los
grupos sociales entonces, legitiman o no modos o accionares políticos, sociales y económicos
que constituyen la Historia del país. Esa es la Historia, reconocida y recordada por el “pue-
blo”. De esta manera, la Historia narrada por el kirchnerismo, es aquella que se encuentra
“certificada” por el mismo pueblo. En la celebración del Bicentenario, el kirchnerismo pudo
esbozar más nítidamente la idea de que existen ciertas representaciones históricas falsas, atri-
buidas a una “historia elitista”. Una historia claramente antagónica a la historia garantida por
el pueblo. “Nos cuentan visiones muchas veces e historias edulcoradas… pero yo creo que lo
importante es el reconocimiento de los pueblos y lo importante es el reconocimiento de la
historia. Porque, en definitiva, es el saldo histórico el que cuenta luego de cada gestión” (20
de mayo de 2010).

El esquema discursivo característico de la operación kirchnerista, tiene que ver con la “excusa
enunciativa” por así decirlo, de la celebración del Bicentenario, que nos abre un abanico de
contenidos susceptibles a ser materia de asimilación por medio del mecanismo comparativo.
Si, como venimos sosteniendo, los componentes característicos de la identidad kirchnerista ya
se encuentran absolutamente consolidados en esta coyuntura, sólo reconocemos la posibilidad
de incorporar elementos nuevos ligados a referencias adscriptas a un pasado. Tanto en mate-
ria adversativa como representativa.

Entonces, en el ámbito de ese pasado a homenajear, “La Revolución de 1810”, el kirchne-


rismo se inscribe en una línea de continuidad con ese pretérito remoto. Es 1810 quién ilumi-
na el presente kirchnerista, es un pasado referencial para el gobierno, es el comienzo de la
gesta patriótica que vuelve a recuperarse: “yo quiero convocar en estos 200 años a todos los

566
argentinos a construir un país en el cual todos podamos sentirnos parte de él, porque hemos
sabido superar diferencias y construir un proyecto estratégico que nos guíe como fue este
proyecto estratégico que tuvieron los patriotas ese 25 de mayo de 1810” (25 de mayo de
2010). Es un mismo proyecto histórico que ha superado las contrariedades, enfrentamientos,
divisiones que le ha sorteado la Historia tal como sucedió en 1810. “La historia no se escribe
muchas veces sobre el renglón prolijamente y con letra clara, muchas veces la letra es torci-
da y hay que escribirla igual” (25 de mayo de 2010). Esa profunda vinculación que sostiene
el kirchnerismo con “Mayo de 1810” es esbozada incluso en la forma en que la Historia pa-
radójicamente logra unirlos, a partir de ser gestados ambos en la misma fecha; un 25 de ma-
yo. Son ambos dos, proyectos destinados a cumplir con el llamado de la Patria: “jamás toma-
ríamos una medida, una sola decisión en contra de los intereses de la Nación y del pueblo,
que son la misma cosa” (25 de mayo de 2010).

Por último, nos detendremos en la dimensión de la “tradición” que erige toda identidad que
se constituye como tal. En este caso, por una cuestión de necesidad que hace al marco teórico-
es pertinente corrernos de nuestro período de estudio, dado que dicha perspectiva se erige a
partir de apropiaciones de determinados acontecimientos históricos, personajes, que van con-
formándose a partir de una reelaboración y logrando de esta forma, “su” propio relato; una
tradición.

Como sostiene Maristella Svampa, la/s tradición/es – en palabras de la autora, la “matriz”-


son “aquellas líneas directrices que organizan el modo de pensar la política y el poder, así
como la concepción del cambio social. Cada matriz político-ideológica posee una configura-
ción determinada, los diferentes contextos nacionales, así como las tensiones internas, las van
dotando, para cada caso, de un dinamismo y una historicidad particulares”4. Si bien hemos
sostenido que toda identidad política se encuentra en permanente reelaboración y desdibuja-
miento de sus propias fronteras, también reconocemos que existen sin lugar a dudas, algún
tipo de ejes o repertorio que permiten hablar de ‘lugares propios’, de aquellas referencias que
hemos visto en detalle en la anterior perspectiva analizada , como es el caso de la dimensión
representativa.

De esta manera, encontramos que el período bisagra de la consolidación de dicha identidad,


fue en el primer gobierno del ex presidente NK, donde rastreamos la primera voluntad de ads-
cripción dentro de una tradición o legado si quiere, en este caso dentro del peronismo, hacien-

4
SVAMPA, Maristella en Argentina, una década después. Del que se vayan todos a la exacerbación de lo
nacional-popular. En Nueva Sociedad, nro 235. Septiembre-octubre. Buenos aires, pág 18.

567
do referencia a cierto ‘setentismo’, o bien reconocido como ‘peronismo de izquierda’. Si bien
hemos reiterado el carácter rupturista que asume el kirchnerismo, en este caso observamos
que ya en el año 2006, el presidente de la República inicia un proceso de incorporación de su
gobierno a una tradición de raigambre histórica y nacional. “… y al final un día volvimos….
Hace 33 años yo estaba allí abajo, el 25 de mayo de 1973, como hoy, creyendo y jugándome
por mis convicciones. Venimos a esta plaza que es de los trabajadores, que es de Eva pe-
rón”(25 de mayo de 2006).

Vemos de esta forma como el kirchenrismo se va apropiando del peronismo como legado, y
mediante distintos actos de elaboraciones discursivas y gubernamentales, logra ir incorporán-
dose a una tradición histórica y de referencia común. A partir de este momento, donde el kir-
chnerismo empieza a ser “mostrado” por así decirlo, como parte de una tradición – al margen
de que sus máximos representantes hayan sido militantes reconocidos y candidatos de la es-
tructura partidaria- comienza a ser entendido como “uno de los peronismos posibles”, y en su
defecto, como populismo. Según la famosa obra de Ernesto Laclau, “Hacia una teoría del
populismo”, donde el autor caracteriza y describe los rasgos del populismo, hace hincapié en
la dimensión rupturista del mismo y en la dicotomización del campo político que se manifies-
ta en las interpelaciones popular –democráticas como antagónicas a la ideología imperante.
Dos características que hemos de encontrar en la identidad estudiada. Ahora bien, si hablamos
de una identidad política, no sólo de una identidad que se entienda como populista, que aspire
a crecer en cualquier tipo de contexto sociopolítico dado, atraviesa siempre el problema que
supone todo intento de crecimiento. Cómo hacer para lo que originariamente fue la “parte” -
es decir, aquél pueblo legítimo que abre en el campo de lo simbólico una demanda-, se consti-
tuya en el “todo” -es decir, una identidad que representa a la comunidad en su totalidad-.
Aboy carlés sostiene que “el populismo constituye una forma particular de negociar esa ten-
sión entre la afirmación de la propia identidad diferencial y la pretensión de una representa-
ción global de la comunidad política”. De esta manera, las identidades populistas emergen
como una impugnación al orden vigente, una especie de encarnación del supuesto “país real”
frente a un panorama irrepresentativo e injusto. Es durante el período aproximado entre los
años 2008 y 2010, donde se va gestando el proceso de dicotomización en el campo de las re-
presentaciones y se reactualiza el esquema de carácter binario de clara tradición popular. “…
nunca había visto en tan corto tiempo tantos ataques a un gobierno surgido del voto popular,
nunca tantas ofensas, nunca tantos insultos ¿y por qué? parece que sólo he cometido un pe-
cado: haber sido votado por la mayoría de los argentinos en elecciones libres, populares y

568
democrática… he visto nuevamente el rostro de un pasado, que pareciera querer volver, tal
vez muchos no lo recuerda, pero un 24 de febrero de 1976 también hubo un lock out patro-
nal…Esta vez no han venido acompañados de tanques, esta vez han sido acompañados por
algunos generales multimediáticos”(1 de abril de 2008).

El populismo se construye como un mecanismo sobre cómo lidiar con esa pretensión de re-
presentar al todo y al mismo tiempo ser parte. Y para lograrlo, lo hace a través de la inestabi-
lidad constante de lo que sería el “demos legítimo”. Como consecuencia de ese juego de legi-
timidad-ilegitimidad, se despliega lógicamente su contracara; el adversario. El “otro” es a
veces un adversario legítimo y a veces es lo anti-nacional, lo repudiable, lo que debe ser ex-
pulsado. El adversario, que en un tiempo fue encarnado a partir de la no coincidencia de los
principios básicos de un proyecto de país nuevo frente al caos del pasado reciente que sigue
acechando, se convierte ahora en un adversario reducido a los criterios de “lo popular”. Este
desplazamiento fue radical en el período del conflicto mencionado. La forma virulenta que
adquirió dan muestra clara de la construcción binaria entre el kirchnerismo/antikirchnerismo a
partir de la idea de los “piquetes de la abundancia”, invalidando cualquier tipo de proclama
en el campo de lo simbólico. Sumándose al conflicto, la construcción de representaciones
“destituyentes” a cargo de grupos de intelectuales reconocidos bajo el nombre de “Carta
abierta”. Maristella Svampa sugiere caracterizar este proceso “como el de la exacerbación de
lo nacional-popular y la tentativa de construcción de una hegemonía”5.

Para indagar respecto a la postura de Svampa sobre una posible tentativa de hegemonía du-
rante el último momento kirchnerista visto, volvemos a retomar el planteo principal de
Laclau donde encontramos que el populismo puede ser entendido a partir de sus dos dimen-
siones constituyentes: el fundacionalismo y el hegemonismo. El hegemonismo, como preten-
sión hegemonista de representar a la comunidad política como un todo. En este caso, estaría-
mos frente a una visión unanimista que se le adjudicó por ejemplo al peronismo tradicional,
opuesto al pluralismo político. Con respecto al fundacionalismo, la existencia de una ruptura
fundacional en la que el “pueblo” como parte se constituye antagónicamente respecto a un
bloque de poder, donde éste último suele ser entendido como un orden natural injusto o una
institucionalidad ilegítima por ejemplo. El kirchnerismo inaugura su ruptura fundacional en la
crisis del 2001, donde logra recuperar ese proceso conflictivo a partir de otorgarle un sentido
a dicha revuelta. Ese sentido, lo incorpora a partir de ser uno de los espejos –la contracara- en
donde se mira y se construye el krichnerismo como tal. También encontramos un sujeto co-

5
Svampa. Op.cit. pág.19.

569
lectivo denominado “pueblo” que se define de modo conflicto, con un lenguaje belicoso, tanto
en el caso del NK como con CFK, por oposición a un enemigo. Es decir, descubrimos las ope-
raciones de distinción y exclusión del discurso krichnerista dicotómico que le asigna Laclau a
los procesos populistas.

Emilio de Ipola y Juan Carlos Portantiero , en “Lo nacional popular y los populismos real-
mente existentes”- además de criticar la idea de la continuidad entre populismo y socialismo
a la que el autor anteriormente señalado parece adscribir- tratan de menguar la dimensión rup-
turista que Laclau tanto enfatiza, para presentar su idea ligada a que si bien los populismos
comienzan con una dimensión rupturista respecto al orden existente, acaban por cerrar y coar-
tar su propia potencialidad disruptiva derivando en la integración de un nuevo orden de tipo
organicista. Este planteo parece adecuarse al caso kirchnerista, donde la salida de la crisis del
2001, es entendida claro está, -a partir de un programa disruptivo-, pero también es com-
prendida desde las referencias a la construcción de un “orden” y de una “normalidad”. No
olvidemos que los primeros gestos de Kirchner contribuyeron a reconfigurar el ámbito políti-
co desde lo institucional: los cambios en la Corte Suprema de Justicia, la reivindicación de la
autonomía política respecto de la economía, etc. Su mensaje era “por un país en serio, por un
país normal”. De esta manera, si queremos analizar un caso por ejemplo, el del tratamiento de
los Derechos Humanos, vemos que el kirchnerismo irrumpe frente a un “estado natural” de las
cosas, es decir que hace suya la demanda del pueblo/parte a partir del reclamo de justicia y
verdad. Encontramos esta faceta disruptiva en muchas otras de las características que conlleva
la construcción de la salida a la crisis del 2001. El kirchnerismo irrumpe –siguiendo el ejem-
plo en materia de DDHH- contra la “justicia del pasado” (de 1983 a la fecha), de los 20 años
“de democracia”, terminando con la idea de un “orden natural” que estructuraba el discurso
estatal sobre el tratamiento en dicha materia. Se rompe con un Estado “neutral”, que claro está
era un Estado cuyo relato oficial, avalaba la “Teoría de los dos demonios”. El kirchnerismo
retoma la problemática de los DDHH desde el “discurso militante”, dando lugar a la irrupción
de “lo excluído”, de los “sin voz” del pasado, imprimiendo una ruptura con la institucionali-
dad por el entonces vigente.

Esta “ruptura” podría ser entendida bajo los criterios de Portantiero y de Ipola, como una rup-
tura de tipo populista, en el sentido de que allí en más, el carácter disruptivo va mermando,
dejando lugar a un nuevo tipo de organicidad ligado a la idea de “orden” y “normalidad”, que
en reiteradas ocasiones podemos encontrar en el discurso del primer gobierno de NK. Enton-

570
ces podemos afirmar, tanto a partir del planteo de Laclau como de los de Portantiero y de Ipo-
la, que el kirchenrismo tuvo una ruptura claramente fundacional al “estilo populista”.

Retomando el eje de las dimensiones que trabaja Laclau para entender la constitución de los
populismos como tal, nos falta analizar la perspectiva hegemonista. Si bien hemos revisado al
kirchnerismo en su articulación si se quiere populista- dimensión rupturista, visión dicotómica
y beligerante del mundo-, en tanto intenta convivir en una tensión constitutiva entre ser la
parte e intentar representar la totalidad de la comunidad política, nos preguntamos si sería
suficiente para entenderlo bajo una perspectiva hegemónica. La configuración de un “relato”
y de una política cultural importante no constituye para nosotros una postura hegemónica
agresiva como sugiere la autora Svampa. A partir del regreso de la democracia en el país, la
impronta fundacional de ruptura del alfonsinismo con su pasado, es importantísima. Todas las
identidades políticas que surgieron a posteriori han marcado una fuerte ruptura; este fue el
caso del alfonsinismo –con la idea de un pluralismo republicano contra el pasado reciente
autoritario-, del menemismo- cuanto a la idea de un orden y estabilidad contra el desorden
anterior-, y del kirchnerismo - frente al neoliberalismo y la crisis del 2001-.
de esta manera, el krichenrismo logró tener una ruptura fundacional, pero no pudo constituir-
se hegemónicamente. El año 1983 constituye una frontera afín a todas las identidades que
hemos marcado en el párrafo anterior, a todas aquellas identidades que se afirman como tal en
el trascurso de la democracia argentina: el afianzamiento del componente liberal que actúa
como un límite a las posiciones con tentativas reales de representación total o autoritaria. De
igual forma, existen elementos ligados a una tradición populista como los hemos reconocido
en el kirchnerismo, principalmente la idea de construir fronteras abruptas y fundaciones dis-
ruptivas con respecto al pasado. Tal como sugiere Aboy Carlés, “la experiencia democrática
iniciada en 1983 ha supuesto la hibridación de componentes democráticos liberales y elemen-
tos que sobrevivieron a la caída de la antigua matriz populista6”. Con este escenario plantea-
do, corresponde bajo nuestra perspectiva, considerar al krichnerismo como un híbrido, de cla-
ros componentes populistas y democráticos-liberales.

6
CARLES, Aboy en “Populismo y democracia en la argentina contemporánea. Entre el hegemonismo y la
refundación” en http://bibliotecavirtual.unl.edu.ar/ojs/index.php/EstudiosSociales/article/view/2553

571
Bibliografía

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Entre el hegemonismo y la refundación” en
http://bibliotecavirtual.unl.edu.ar/ojs/index.php/EstudiosSociales/article/view/2553
ABOY CARLÈS, Gerardo, “Las dos fronteras de la democracia argentina. La reformulación
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realmente existentes”, revista Nueva Sociedad N°54, mayo-junio de 1981, ISSN: 0251-3552,
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LACLAU, Ernesto, “Política e ideología en la teoría marxista. Capitalismo, fascismo,
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“El discurso político. Lenguajes y acontecimientos”, Buenos Aires, editorial HACHETE,
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narratives about the Rebirth of the second austrian republic”. Discourse and communication,
vol. 1(3) (2007). En
http://www.ling.lancs.ac.uk/staff/wodak/papers/commemorating_the_past_dcm.pdf
traducción propia, A. L.

572
La construcción de un ethos juvenil en los discursos de La Cám-
pora
Rocío Flax (UBA/CONICET)

1. Una aproximación al concepto Juventud

Según Bourdieu (2002), la juventud no puede limitarse a una clasificación etaria. En princi-
pio, las divisiones entre edades son arbitrarias. La frontera entre juventud y vejez constituye
un objeto de lucha en todas las sociedades. En la división entre jóvenes y viejos se encuentra
la cuestión del poder, de la repartición de los ámbitos de incumbencia y responsabilidad. Las
clasificaciones por edad –al igual que otras clasificaciones sociales- vienen a ser siempre una
forma de imponer límites, de producir un orden en el cual cada sujeto debe mantenerse en un
determinado lugar que se supone le corresponde. Cada campo (los intelectuales, los empresa-
rios, los políticos, etc.) tiene sus leyes específicas de envejecimiento. Para saber cómo se de-
finen las generaciones, hay que conocer las leyes específicas de funcionamiento del campo,
las apuestas de la lucha y cuáles son las divisiones que esa lucha crea. Todo esto puede pare-
cer muy trivial, pero muestra que la edad es un dato biológico manipulado y manipulable. En
ese sentido, hablar de los jóvenes como de una unidad social, de un grupo constituido, que
posee intereses comunes, y de referir estos intereses a una edad definida biológicamente,
constituye en sí una manipulación evidente.

El autor utiliza el concepto de moratoria social para referirse al plus de tiempo no productivo
que tiene un grupo etario. Los jóvenes pueden no producir económicamente, no formar fami-
lia, no procrear, dedicarse a estudiar, perder el tiempo, experimentar. Se refiere al tiempo libre
socialmente legitimado y constituye la etapa entre la madurez física y la madurez social: dedi-
cado a la capacitación, posterga la madurez social en el sentido económico, laboral y repro-
ductivo.

En las últimas décadas, con la prolongación del sistema escolar (ampliación de los años de
escolarización obligatoria, acceso cada vez más mayor a la universidad, desvalorización de
títulos de grado e imposición de maestrías y doctorado), los jóvenes se encuentran cada más
calificados para la realización de las mismas tareas. Es decir, los jóvenes obtendrán menos por
sus títulos que lo que hubiera obtenido la generación anterior. Incluso en la burguesía, parte
de los conflictos actuales puede explicarse de esa manera, por el hecho de que el plazo de
sucesión se va alargando y la edad en la cual se transmiten el patrimonio o los puestos es cada
vez más avanzada. Existen periodos en que los “jóvenes” empujan con mayor intensidad a los
“viejos” hacia la muerte social y, por lo tanto, aumenta la intensidad de las luchas entre las
generaciones; son los momentos en que chocan las trayectorias de los más jóvenes con las de
los más viejos, en que los jóvenes aspiran demasiado pronto a la sucesión. Estos conflictos se
evitan mientras los viejos consigan regular el ritmo de ascenso de los más jóvenes, regular las
carreras y los planes de estudio, controlar la rapidez con que se hace carrera, frenar a los am-
biciosos.

Por otra parte, siguiendo a Vommaro (2011), consideramos que es erróneo partir de ideas pre-
concebidas que sitúan a la juventud como un grupo homogéneo que posee, según el caso,
mayor predisposición a la acción y a la participación o al desencanto con la política y a la
retracción de los compromisos públicos. Según Urresti (2000), para comprender a los jóvenes
es preciso “más que pedirles o juzgarlos por aquello que hacen o no hacen respecto de los
jóvenes de generaciones anteriores, comprenderlos en su relación con la situación histórica y
social que les toca vivir” (Urresti, 2000: 178). Es decir, es necesario ver a los jóvenes, y a los
grupos juveniles, como construcciones que forman parte de un proceso socio-histórico más
amplio. Esto favorece el cuestionamiento de posiciones normativas, como por ejemplo las
adultocéntricas. Este término se utiliza para hacer alusión a la manera en que los adultos
ejercen relaciones de control y poder, es decir, cómo los adultos hablan o se refieren, desde su
punto de vista, al mundo joven (Vommaro, 2011).

Coincidimos con Kriger (2011) en la hipótesis de que la juventud en América Latina no dejó
de tener participación política durante de la década de los 90, pero sí que las formas de orga-
nizar esa participación se modificaron junto con su masividad. Kriger propone dos puntos de
partida para reflexionar sobre las prácticas políticas juveniles actuales. Primero, asumir que la
despolitización, impolitización o politización de las sociedades -de las cuales la invisibiliza-
ción o el protagonismo de los jóvenes son un efecto- deberían ser pensadas como fases de un
mismo proceso histórico, de escala mundial, pero con expresiones locales específicas. Segun-
do, se puede situar este proceso aún no concluido entre fines de los años 80 y la actualidad y
vincularlo con la sintomática muerte de las naciones y su reciente resurrección, o -en términos
menos metafóricos- entre la desarticulación y la rearticulación crítica de los estados naciona-
les.

El concepto de generación es inseparable de la problemática acerca de qué es la juventud. Ya


Mannheim (1928), con anterioridad a los trabajos hasta aquí señalados, se había ocupado de
los vínculos generacionales. Para este autor existe una posición generacional que, al igual que

574
otras posiciones sociales como la de clase, limitan a los sujetos a determinado terreno de jue-
go dentro del acontecer posible y les sugieren así una modalidad específica de vivencia y pen-
samiento, una modalidad específica de inserción en el proceso histórico. Por lo tanto, una po-
sición de ese tipo elimina, de entrada, un gran número de las modalidades y formas de viven-
cia, pensamiento, sentimiento y acción que son posibles en general, y delimita determinadas
posibilidades circunscritas como terreno de juego de las realizaciones de la individualidad.
Pero además, en sentido positivo, esa posición constituye una tendencia hacia determinados
modos de conducta, sentimiento y pensamiento.

Lo que constituye la posición común en el ámbito social no es el hecho de que el nacimiento


tenga lugar cronológicamente al mismo tiempo, sino la posibilidad de participar en los mis-
mos sucesos, en los mismos contenidos vitales, más aún, la posibilidad de hacerlo a partir de
la misma modalidad de estratificación de la conciencia. Entonces, sólo se podrá hablar de
generación en la medida que un grupo - en nuestro caso, de jóvenes - posea una afinidad de
posiciones en un mismo periodo de tiempo. Se trata de una potencialidad de participación en
sucesos con vivencias comunes. Sólo un ámbito de vida histórico-social común posibilita que
la coincidencia en el tiempo cronológico por causa del momento de nacimiento se haga socio-
lógicamente relevante.

2. La Cámpora

La Cámpora es la agrupación política juvenil con más exposición mediática y aquella que se
consolidó como la articuladora del resto de las corrientes de militancia kirchnerista nucleadas
bajo la denominación “Unidos y Organizados”. Su creación puede fecharse tentativamente en
el año 2006, aunque su primera aparición pública como tal fue en el transcurso del 2008, en
apoyo al gobierno durante el denominado “conflicto del campo”1. A partir de entonces, co-
menzó un proceso de organización y consolidación que llega hasta el año 2011.

Según la periodista Laura Di Marco (2012:40-43) esta organización juvenil está compuesta
por tres vertientes:

1) Hijos de desaparecidos pertenecientes a agrupaciones de derechos humanos, sobre todo de


H.I.J.O.S, que el kirchnerismo irá cooptando al principio de su gobierno.

1
Conflicto suscitado por la resolución 125/08 del ministerio de economía y producción (texto completo:
http://infoleg.mecon.gov.ar/infolegInternet/anexos/135000-139999/138567/texact.htm) que imponía una suba a
las retenciones agrarias.

575
2) Dirigentes universitarios surgidos en la década del noventa en la Universidad de Buenos
Aires. Se trata de líderes de agrupaciones de izquierda independiente, que se convirtieron en
cuadros técnico-profesionales dentro del gobierno. Este sector cobra relevancia en tanto mu-
chos de los militantes rasos pertenecen a una clase media con nivel universitario, otorgándole
un perfil particular -dentro de la Juventud Peronista (JP)- a esta agrupación.

3) Militantes tradicionales y contestatarios de movimientos sociales o de política tradicional.


Es el caso del secretario general de la agrupación, Andrés Larroque, quien en los 90 militaba
en villas y luego, en 2001, lo haría en el Movimiento Barrial 19 de diciembre.

Además, hay que destacar que algunos miembros de La Cámpora provienen de la JP tradicio-
nal y de la Juventud Radical, quienes se suman al kirchnerismo “con un experimento político
que Kirchner llamó transversalidad, y que, en los papeles, se convirtió en un método eficaz
para cooptar dirigentes, adultos y jóvenes de distintos partidos políticos.” (Di Marco,
2012:126). Sin embargo, podemos considerar que las tres vertientes mencionadas dan cuenta
del núcleo original de la Cámpora, ya que hoy en día se sumaron muchos jóvenes, incluso
estudiantes de colegios secundarios, sin experiencia previa en ningún tipo de militancia.

En la actualidad, La Cámpora cuenta con diputados nacionales, legisladores en la Ciudad Au-


tónoma de Buenos Aires, gerentes en empresas estatales o mixtas, funcionarios con altos car-
gos dentro de distintos organismos de gobierno y cada vez más militantes que ingresan dentro
del aparato estatal como funcionarios públicos de carrera. No solo se encuentra fuertemente
insertada en diversas instancias del poder gubernamental, sino que se asume como una agru-
pación ideada por el mismo Néstor Kirchner y guiada hoy en día por Cristina Fernández (Rus-
so, 2014, Rosso, 2013)

Con respecto a su composición etaria, aunque se identifican como jóvenes, algunos de sus
dirigentes -como es el caso Mariano Recalde y Axel Kicillof- superan los cuarenta años. Entre
sus militantes se puede contar tanto con sujetos que rondan esa misma edad hasta estudiantes
de colegio secundario (Russo, 2014).

La cuestión de la juventud se encuentra tematizada en los discursos de La Cámpora. Efecti-


vamente, en muchos casos, se autodenominan jóvenes e interpelan a otros actores políticos
(políticos de la oposición, multimedios, agropecuarios) desde ese lugar. En este trabajo, va-
mos a analizar la construcción, por parte de La Cámpora, del sujeto político juvenil a través
de dos ejes de análisis diferenciados, pero que nos permiten perfilar una caracterización de su
identidad en tanto que jóvenes:

576
1) La construcción de un ethos juvenil centrándonos no en las conceptualizaciones que
elaboran explícitamente de sí mismos, sino en ciertos rasgos de su discurso que de al-
guna forma corporalizan al enunciador, “incorporando” esquemas que definen una
manera específica de habitar el mundo y la sociedad (Mainguenau, 1987).
2) Las representaciones sociales que aparecen en su discurso con respecto al devenir
del sujeto histórico “nosotros, los jóvenes” en sujetos políticos, en particular en mili-
tantes K.
El corpus de análisis está compuesto por editoriales de la página web de la agrupación, 2 pu-
blicados entre los años 2008 y 2011.

3. Ethos juvenil

Con respecto al ethos juvenil, consideramos que La Cámpora construye una identidad juve-
nilizada,3 basada en referencias culturales provenientes de la música y el fútbol. Este tipo de
referencias dentro del discurso político suponen un alto grado de informalidad y también una
exposición de los gustos personales y privados de sus dirigentes (Fairclough, 1992). A su
vez, constituye una forma de generar complicidad con el enunciatario, en tanto las referencias
presentan, en su mayoría, la forma de la heterogeneidad constitutiva (Authier-Revuz 1984).
Es decir, no presentan marcas explícitas de cita de las canciones o los relatos de futbol, sino
que queda en la competencia del lector poder identificar las voces que habitan el discurso de
La Cámpora. En este sentido, aquel que las detecte y las considere pertinentes sentirá proxi-
midad e identificación con los miembros de la agrupación. Sin embargo, esas voces o referen-
cias musicales y futbolísticas corresponden a fines de la década del 80 y principios de los 90.
Con lo cual, cabe preguntarse si los miembros de la agrupación La Cámpora, que se presentan
como actualmente jóvenes, no están, al mismo tiempo, activando representaciones que los
construyen como una generación de jóvenes de los años 90.

A continuación, ejemplificamos con dos referencias musicales presentes en los discursos de


La Cámpora, correspondientes a la banda denominada Patricio Rey y sus redonditos de rico-

2
www.lacampora.org
3
Concepto que acuñan Margulis y Urresti (1996) para referirse a la utilización de signos que representan la
imagen hegemónica de lo que es ser joven, con independencia de si quien los porta pertenece o no a esa
categoría social.

577
ta4. Se encuentran en los títulos de los editoriales de la página web de la agrupación del 12 de
mayo de 2010 (referido a una serie de temáticas que conciernen a la oposición: conflictos con
el presidente del BCRA y con el vicepresidente, críticas a la ley de medios, etc.) y del 2 de
noviembre de 2010 (en homenaje a de Néstor Kirchner):

12 de mayo de 2010: “Asusta un poco verte así”

2 de noviembre de 2010: “Mi único héroe en este lío”

Consideramos que ambos títulos son casos de heterogeneidad constitutiva ya que no poseen
ninguna marca tipográfica que indique que se trata de una cita, y tampoco son retomados o
explicados en el cuerpo del texto. Para un lector que no esté familiarizado con las letras de las
canciones del grupo al cual pertenecen no hay ningún indicio que le permita considerar que se
trata de una voz diferente a la de La Cámpora.

Ambos títulos son frases que pertenecen a canciones de la banda musical conocida como Pa-
tricio Rey y sus redonditos de ricota. La primera forma parte de “Juguetes perdidos”, canción
incluida en el álbum Luzbelito, de 1996; mientras que la segunda pertenece a “Esa estrella era
mi lujo”, canción aparecida en 1989 en el álbum ¡Bang! ¡Bang!...Estás liquidado. “Los re-
donditos de ricota” era un grupo de rock under que se formó a fines de los años 70 y que au-
mentó su popularidad durante los años 80. Sin embargo, su mayor notoriedad se dio durante
los años 90, cuando se consagra como una de las bandas más importantes del rock nacional,
constituyéndose no solo en un fenómeno musical sino también en un emblema cultural. En
efecto, una parte de la cultura juvenil estaba centrada, en esa década, en torno a este grupo, a
partir de lo que se dio a conocer como el joven “ricotero”. En ese momento, la categoría de
“ricotero” llegó a exceder la idea de fan de la banda musical, para pasar a funcionar como una
tribu urbana (Feixa, 1998). Las canciones de la banda siempre se caracterizaron por tener un
alto contenido contestatario, mostrando muchas veces la inconformidad juvenil, los vínculos
entre juventud y política, la desilusión y la falta de perspectivas de un futuro diferente.

Consideramos que es en este sentido que se puede hablar de un ethos juvenil a partir de la
utilización, en discursos políticos, de frases de una banda de rock con las características men-
cionadas. Ethos juvenil porque se moldea a partir de la referencia a temáticas ajenas a la polí-
tica tradicional y que podrían considerarse poco serias o graves, propias de la cultura de los
jóvenes. Sin embargo, las canciones en cuestión sí forman parte de lo político -entendido no

4
Las referencias a esta banda son recurrentes entre los jóvenes K, por ejemplo, en la máxima que hicieron
circular a través de diferentes formatos durante su campaña contra el Grupo Clarín: “Violencia es mentir”.

578
como la política institucional, sino como el espacio más amplio de confrontaciones vincula-
das con el mantenimiento o impugnación del orden social vigente- en tanto constituían una de
las formas de compromiso propias de la década de los 90, cuando los jóvenes se alejaron de
las formas más tradicionales de participación política (Vommaro, 2011; Kriger, 2011).

Si consideramos las fechas de emisión de las canciones o incluso la historia del grupo musical
-y teniendo en cuenta que la heterogeneidad constitutiva, por no poseer ninguna marca, supo-
ne un grado de profundidad mayor en la forma en que las voces de otros interpelan a los
enunciatarios- podemos considerar que, más allá de la informalidad que introducen en la polí-
tica actual las citas provenientes del rock, son referencias apropiadas para personas que fueron
jóvenes durante principios de los años 90. De cualquier forma, esta afirmación debe tomarse
con cuidado ya que si bien el boom ricotero pasó junto con los años 90, sigue siendo conside-
rada una banda fundamental del rock nacional y, por lo tanto, las generaciones más jóvenes
pueden estar más o menos familiarizadas con sus letras.

Con respecto a las referencias de futbol, ejemplificamos con el editorial del 21 de agosto de
2009 de la página web de La Cámpora. En primer lugar, se puede hablar de un campo semán-
tico futbolístico que tiñe todo el discurso y que contribuye al ethos informal y juvenil. Al
igual que en el caso de la música rock, se traen referencias ajenas a la política, que podrían ser
consideradas como poco graves, serias o incluso inmaduras. Este campo semántico se utiliza
para hablar metafóricamente de política en términos de deporte (Lakoff y Johnson, 2003).
Más específicamente se puede decir que la política es un campeonato de futbol y el peronis-
mo/kirchnerismo se conceptualiza como un equipo. Algunos ejemplos de este sistema concep-
tual futbolístico referido a la política son:

1) “El 20 de agosto del 2009 se produjo una jugada que es al fútbol argentino, lo que aquella
corrida del Pelusa fue al fútbol mundial.”
2) “Esa pelota que nos escondieron, esa pelota que no nos dieron como pueblo durante tantos
años, estaba a punto de ser democratizada.”
3) “De aquella jugada nació el movimiento de todos los tiempos que algunos pretendieron
privatizar en los noventa y que un guapo de pierna fuerte recuperó, haciendo pata ancha allá
por el 2003, para que volviéramos al partido que teníamos que jugar: el de la Patria.
Hoy la 10 la lleva la Compañera Coraje y al lado estamos todos, corriendo y sudando, jugan-
do contra los ingleses de adentro.”

4) “Si perdimos algún partido, que sepan que lo que importa es el campeonato. Le pese a
quien le pese, seguimos gritando goles, goles del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.”
579
Por supuesto, estas citas requieren de un enunciatario que tenga mínimos conocimientos de
futbol y que comprenda términos como “pelota”, “jugada”, “correr”, “sudar”. Por lo tanto, la
identificación, en estos casos, no se da por un conocimiento especializado del ámbito de refe-
rencia sino porque el enunciatario debe considerar la comparación apropiada y significativa.
Ese es el rasgo indispensable para que se identifique con el enunciador, para que sienta que
“hablan el mismo lenguaje”, el lenguaje futbolero. Así, quien reciba el discurso de La Cámpo-
ra no debe sentir que se está produciendo una banalización de la política, sino por el contrario
que se están poniendo en relación dos esferas importantes de su existencia. Incluso, se lo pue-
de considerar una forma de mostrar a “jóvenes desinteresados” la relevancia de la política,
hablando de ella en términos comprensibles para el lector. Si bien el futbol no necesariamente
remite a una determinada edad o condición sociológica (la juventud), en tanto constituye una
parte trascendental de la cultura popular argentina, consideramos que supone otra forma de
“juvenilización” (Margulis y Urresti, 1996) mezclar el ámbito de la política, donde reina la
prudencia, la seriedad, el protocolo, con el futbol, ámbito de lo lúdico, de la diversión, de la
informalidad.

Más allá de las referencias al sistema conceptual deportivo -que se podría resumir como “la
política es como el futbol”- que por supuesto ya supone voces de la cultura popular, en este
discurso, aparecen referencias a voces más delimitadas, vinculadas con el mismo deporte.
Estas voces son básicamente tres: Diego Maradona, Víctor Hugo Morales y un cantico de
cancha:5

5) “El proyecto no se mancha”

6) “Gracias Dios por el futbol. Con esa frase, el 22 de junio de 1986, Víctor Hugo Morales
remataba la descripción de la jugada de los tiempos.”

7) “Su profecía [del Pelusa] se hacia [sic] realidad: ‘La pelota no se mancha’”

8) “‘Para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina’ como señalara el poeta
oriental”

9) “Como rezan las banderas, es un sentimiento inexplicable”

10) “Nosotros hemos elegido hace tiempo la ruta de los barriletes cósmicos”

11) “Aquella mujer, que había venido de otro planeta”

5
La frase “es un sentimiento inexplicable, que lo llevo adentro, no puedo parar” forma parte de canticos de
cancha de diferentes clubes, e incluso referido a la selección argentina. También se lo utiliza, cambiando la
referencia, para hablar de bandas de música.

580
12) “De aquella jugada nació el movimiento de todos los tiempos”

13) “Por eso el proyecto no se mancha”

En todos los ejemplos citados, hay información que reponer, por ejemplo, quién es el poeta
oriental o el Pelusa. Hay tres referencias a frases que forman parte del relato que el periodista
deportivo Víctor Hugo Morales realizó del segundo gol de Maradona en la final del Campeo-
nato Mundial de Futbol de 1986. En cada uno de ellos, se compara, respectivamente, a los
jóvenes militantes, a Eva Perón y a Juan Domingo Perón con Maradona y una de las jugadas
más famosas del futbol argentino6.

Si bien, efectivamente, esa jugada es una de las más reconocidas de la historia del deporte
argentino, eso no necesariamente significa que todos conocen o tienen presente o activo en la
memoria el relato de Morales. Recordemos las palabras de Mannheim:

“Lo que constituye la posición común en el ámbito social no es el hecho de que el nacimiento
tenga lugar cronológicamente al mismo tiempo —el hecho de ser joven, adulto o viejo en el
mismo período que otros—, sino que lo que la constituye primariamente es la posibilidad, que
en ese período se adquiere, de participar en los mismos sucesos, en los mismos contenidos vi-
tales; más aún, la posibilidad de hacerlo a partir de la misma modalidad de estratificación de
la conciencia.” (Mannheim, 1928: 216) (Cursivas mías)
En este sentido, incluso considerando que personas que no vivenciaron el mundial en el año
86 reconocieran algunas de las referencias, estas probablemente se encontrarían mucho menos
ancladas en su conciencia7.

Siguiendo la propuesta de Fairclough (1992), consideramos que -como parte de un proceso de


aparente democratización del discurso público- en los últimos años se puede presenciar un
fenómeno de creciente conversacionalización, en el sentido de que se utilizan cada vez más
características propias de la charla informal/casual en ámbitos institucionales. Un elemento
central de la manifestación de una creciente informalidad es la forma en que el discurso con-
versacional se proyecta desde su dominio primario -en las interacciones personales de la esfe-
ra privada- hacia la esfera pública. Esto forma parte de una reestructuración mayor de los lí-
mites entre la esfera pública y la esfera privada (Fairclough, 1992: 204). Así, los políticos
introducen en sus discursos cuestiones referidas a su vida familiar y doméstica, gustos y pre-
ferencias personales. En el marco de este proceso, La Cámpora incorpora en sus textos refe-
rencias al ámbito del futbol y de la música. Sin embargo, no solo las tematiza sino que las

6
El relato original de Morales dice lo siguiente: “Maradona, en una corrida memorable, en la jugada de todos los
tiempos... barrilete cósmico... ¿de qué planeta viniste?”
7
Sin olvidar que ese relato, con y sin imágenes, ha sido retransmitido muchas veces, sobre todo en época de
mundiales y/o cuando juega la selección.

581
utiliza como referencias para hablar de otras cosas, contribuyendo a la formación de un ethos
determinado. Consideramos que se trata de un ethos juvenil en tanto no solo introduce en po-
lítica elementos informales -como podría ser el caso de otros políticos que hablan de su fami-
lia u otros aspectos de su vida privada-, sino elementos que se encuentran ligados, en nuestra
cultura, a la juventud.

Si bien las voces que La Cámpora incorpora en sus discursos remiten a las décadas del 80 y el
90, queda dar cuenta si eso significa que no se trataría de jóvenes actuales -sino que su juven-
tud corresponde a décadas pasadas- o si, siguiendo a Bourdieu, la juventud es una categoría
sociológica manipulable que permite estrechar o estirar sus límites de acuerdo a distintas ne-
cesidades sociales e institucionales.

4. Los jóvenes como sujeto político

Para analizar la forma en que La Cámpora representa el devenir del sujeto histórico “Noso-
tros, los jóvenes” en actores políticos, debemos realizarnos la siguiente pregunta: ¿cómo ex-
plica esta agrupación la aparición de una militancia juvenil kirchnerista en los últimos años?
La hipótesis que presentamos es que los dirigentes camporistas reproducen las representacio-
nes hegemónicas que postulan una inactividad política juvenil durante la década del 90 y una
irrupción en los últimos años. La condición para esa irrupción en la militancia fue la resignifi-
cación de la política desarrollada por el kirchnerismo, proyecto que representa valores opues-
tos a los poderes político-económicos de los años 90. El gobierno logró desplazar estos pode-
res, pero constituyen una amenaza latente. A pesar de esta construcción discursiva, debemos
recordar que muchos de estos jóvenes ya militaban en movimientos universitarios, militancia
de barrio o agrupaciones de derechos humanos durante la década del 90.

Para justificar la hipótesis planteada en el párrafo anterior, presentamos dos de los editoriales
de su página web que tematizan la irrupción de los jóvenes en política.

Para Oscurín un Rivotril

De la hecatombe del 2001, hay un elemento que el poder económico añora y pretende revivir
constantemente: la antipolítica. Aquél impulso de la sociedad frente a una partidocracia servil,
hasta tenía su lógica. A partir del 25 de mayo del 2003, el entonces presidente de la Na-
ción, Néstor Kirchner, comenzó a devolverle significado a la política.
De este modo, la política fue recuperando su lugar y su sentido. La economía, los gurúes, tec-
nócratas y demás verdades reveladas del mercado, se fueron transformando en piezas de mu-

582
seo. Un proyecto político claro que establecía la soberanía política y la independencia
económica como pilares básicos para recuperar la justicia social, devolvió su lugar a la
otra palabra estigmatizada y condenada a los márgenes en la noche de los ’90: la militancia.
Así, miles de militantes nos vimos convocados por este Proyecto. Y entre esos miles, mu-
chísimos éramos y somos jóvenes. Sí Oscurín, muchos jóvenes argentinos que crecimos vien-
do tu ficción, que te vimos brindar con Videla, mientras hoy llamás a Alfonsín Padre de la
Democracia… Miles de jóvenes que no escuchamos tu denuncia frente al saqueo de la Patria
durante la década neoliberal, que te vimos sostener el gobierno de la Alianza hasta llevar a la
Argentina, no a las puertas sino al corazón del abismo… En definitiva, miles de jóvenes
que vemos en este proyecto la oportunidad histórica de devolverle al Pueblo la dignidad
que se merece y que vos le negaste con tus socios de turno.
Y no te gusta… ¿Qué esperás? ¿Que nos sentemos a ver como te apropias de la palabra mono-
polizándola? ¿Que desperdiciemos otros 30 años por tu capricho? Nosotros queremos una
Argentina Grande y un Pueblo Feliz. A eso no renunciamos y parece que vos no estás de
acuerdo.
¿Qué te pasa querido?

Hace un tiempo, un grupo de militantes de ese campo nacional y popular que recuperó la polí-
tica, decidió comenzar a trabajar en la organización de esa fuerza nacida en el 2003, de ese
impulso juvenil, de ese dato nuevo de la política que no te gusta: militantes por convic-
ción y, además, jóvenes. Vos que despojás a la política para arrodillarla, no te bancás no
poder cooptarla.
Con este grupo de compañeros decidimos, en honor a la Historia, tomar el nombre de Héctor J.
Cámpora, un símbolo de Lealtad. Sí, Lealtad… Sabemos que la palabra te duele. Sabemos
que los grupos económicos creían haberla erradicado cuando mercantilizaron la política con la
complicidad de muchos políticos. Sentíamos que ése era el nombre para refrendar aquello que
soñamos construir… (22 de abril de 2009) (destacado original)
Este editorial se refiere a la disputa en torno a la Ley de comunicación audiovisual y la postu-
ra del Grupo Clarín al respecto. La particularidad de este discurso es que define a la empresa
como destinatario directo. Se presenta como factor detonante del interés juvenil por la política
a un sujeto individual, Néstor Kirchner: “A partir del 25 de mayo del 2003, el entonces presi-
dente de la Nación, Néstor Kirchner, comenzó a devolverle significado a la política.” Luego,
se considera la incidencia del proyecto colectivo kirchnerista y la amenaza del retorno a la
política/negocio de los años 90. El “proyecto” no solo es agente de una serie de acciones ma-
teriales y verbales (Halliday, 1975, 1982) consideradas éticamente apropiadas,8 sino que se
presenta como aquel que hizo sentir a los jóvenes interpelados (“nos vimos convocados”) para
actuar en política.

8
La Teoría de la Valoración (Martin & White, 2005) describe y explica los sistemas de opciones
semánticas que ofrece el lenguaje para evaluar, adoptar posiciones, negociar relaciones y
construir personas textuales. En particular, se ocupa de la expresión lingüística de la actitud y
la emoción, así como de los recursos que permiten al hablante variar el grado de compromiso
que tiene con su emisión (Kaplan, 2004). Califica los comportamientos de las personas de la siguiente manera: 1)
normalidad (¿cuán excepcional?), capacidad (¿cuán capaz?), tenacidad (¿cuán resuelto?), veracidad (¿cuán ve-
raz?), propiedad ética (¿cuán ético?).

583
Hay dos verbos que se repiten en este fragmento y que son recurrentes en los discursos de La
Cámpora: “devolver” –también representando la acción de Kirchner- y “recuperar”. Ambos
activan una misma área de sentido: se recupera o se devuelve aquello que fue robado (o per-
dido). La idea de robo aparece en este discurso y, si bien no se indican los participantes agen-
tivos del acto de robar, la temporalización alude a los posibles responsables: “frente al saqueo
de la Patria durante la década neoliberal”. Entonces, la idea de recuperación y devolución de
(el sentido de9) la política supone una pérdida anterior. Así, las representaciones de La Cám-
pora se encuentran en correlación con aquellas que presentan a la década del 90 como una
década de inactividad política sobre todo por parte de los jóvenes y de robo material pero
también simbólico hacia el pueblo por parte de empresas, políticos, etc.

La activación política de los jóvenes no solo se debe a las cualidades positivas del proyecto
kirchnerista, sino que surge como una reacción a los poderes de los años 90. En este sentido,
se puede plantear que el kirchnerismo se presenta como el actor social que se encargó de
combatir aquellos poderes injustos con los que los jóvenes crecieron. Algunos de ellos fueron
derrotados por “el proyecto”, pero otros resisten o intentan volver. Esto justificaría la voluntad
de los jóvenes de organizarse en una agrupación política, como defensores de los cambios
conseguidos: (“¿Qué esperás? ¿Que nos sentemos a ver como [sic] te apropias de la palabra
monopolizándola? ¿Que [sic] desperdiciemos otros 30 años por tu capricho?”).

Los vínculos entre política y medios en los años 90 son caracterizados a través de los siguien-
tes campos conceptuales:

Servidumbre/dominación “partidocracia servil”, “estigmatizada”,


“condenada”, “arrodillarla”

Robo “saqueo”, “te apropias”, “despojas”

Magia/religión “los gurúes”, “verdades reveladas”

Negocio “socios de turno”, “mercantilizaron la


política”

Bajo como negativo “llevar a la Argentina, no a las puertas


sino al corazón del abismo…”

9
La política kirchnerista es caracterizada por la militancia, la lealtad y además es construida como un signo,
como semiotizada (tiene sentido, significado).

584
En resumen, el kirchnerismo es presentado como el único partido político que convocó a la
juventud y quien los marca como actores sociales importantes, cuando otros políticos –sobre
todo en los 90- los ignoraban. Por otra parte, la frustración que les generaban a los jóvenes las
acciones de políticos y empresarios de esa década y la amenaza de su retorno constituyen otro
factor para la masificación de la militancia juvenil. Los jóvenes se presentan como percibien-
do todo esto: lo vieron, lo ven y lo sienten.

Dentro de las cláusulas relacionales (Halliday, 1975, 1982), la mayoría está compuesta por
cláusulas identificativas y, en menor medida, atributivas que insisten en la identidad de los
enunciadores como jóvenes (“Y entre esos miles, muchísimos éramos y somos jóvenes.”). Lo
primero que llama la atención es que aquellos que se consideran jóvenes durante los 90
(“eramos”) son los mismos que se postulan como jóvenes en el 2009.

199
Hoy nos encontramos frente a un momento maravilloso en el que todo es discutible en la Ar-
gentina. La voluntad política de este Proyecto, se lleva puestos uno a uno los tabúes que la
democracia condicionada nos impedía revisar. Renacen así, cada día, las utopías de todos los
tiempos.
En la vereda de enfrente hay poderosos intereses que acechan nuestra democracia, pero aquí
estaremos tratando de honrar aquello que dijera el Tío Cámpora el 25 de mayo de 1973: “en
los momentos decisivos, una juventud maravillosa supo oponerse, con la decisión y el coraje
de las más vibrantes epopeyas nacionales, a la pasión ciega y enfermiza de una oligarquía deli-
rante”.
En el año 199 después de la Revolución de Mayo, queda claro cuál es el camino que muchos
decidimos recorrer de cara al futuro, sabemos de las contradicciones y los contratiempos, pero
también sabemos de las convicciones de nuestra conducción. Sabemos de la voluntad de am-
plios sectores que se sienten redimidos, en una Patria que los había olvidado. Sabemos de la
inteligencia y lo voluntad que existen en muchos sectores de la sociedad. Y también sabemos
de nuestra militancia para enfrentar esta nueva UTE opositora que no es tan distinta a aquella
que en el Corpus Christi gritaba en contra de Eva y de Perón que se habían pagado el boleto y
que no habían ido por el decreto. (28 de diciembre de 2009)
En este discurso, la condición de posibilidad de la aparición de una juventud militante parece
radicar en la excepcionalidad del momento histórico. El contexto histórico favorable no es
otro que el kirchnerismo. Aunque este no aparece en ningún momento de manera explícita,
son las acciones que se le pueden adjudicar las que hacen de estas circunstancias históricas
algo diferente. Esta razón histórico-contextual es la misma que invoca Cristina Fernández en
sus discursos para convocar a la participación juvenil10. La agencia de los políticos responsa-
bles del cambio se diluye a través de procesos relacionales y existenciales:

10
“Y yo creo que este momento histórico que estamos viviendo, tal vez no tomemos conciencia exacta nosotros
de su importancia, pero la primera generación que en democracia tiene la oportunidad de vivir en un país donde,
vuelvo a repetir las cosas se deciden acá y donde volvemos a crecer, [volvemos] a generar empleo, valor agrega-

585
14) “Hoy nos encontramos frente a un momento maravilloso en el que todo es discutible en la
Argentina” (Resaltado nuestro)

15) “Renacen así, cada día, las utopías de todos los tiempos” (Resaltado nuestro)

O a través de procesos materiales que, en su forma pasiva, eliminan al agente de la acción:

16) “que se sienten redimidos, en una Patria que los había olvidado” (Resaltado nuestro)

Los políticos kirchneristas aparecen solo a través de una abstracción (la voluntad) y de una
objetivación (proyecto), que implican cualidades de capacidad y propiedad ética: “La volun-
tad política de este Proyecto, se lleva puestos uno a uno los tabúes que la democracia condi-
cionada nos impedía”. En este ejemplo, se ve el contrapunto que se establece entres las condi-
ciones actuales (que incitan a los jóvenes a participar en política) y las condiciones anteriores
(que, podemos deducir, alejaban a los jóvenes de la política en tanto constituían un impedi-
mento)11.

Al igual que en el discurso anterior, no solo el proyecto kirchnerista se constituye como razón
de la militancia juvenil, sino también la resistencia y oposición a un enemigo latente: “pode-
rosos intereses acechan”. Las valoraciones negativas se refieren tanto al pasado como al pre-
sente dando cuenta de que, si bien el kirchnerismo logró vencer la forma anterior de hacer
política (aquella que no interesaba/interpelaba a los jóvenes), esos enemigos siguen constitu-
yendo una amenaza (“acechan”), por lo cual los jóvenes deben constituirse en defensa del
proyecto actual (“aquí estaremos tratando de honrar aquello que dijera el Tío Cámpora el 25
de mayo de 1973”).

Cabe destacar la comparación entre los militantes actuales y la “Juventud Maravillosa”. Esta
analogía sirve para mostrar la excepcionalidad de los jóvenes actuales en tanto similares a los

do, universidades, científicos que retornan al país y que se habían ido definitivamente”. (09/03/2011). “Pero
quiero que sepan que ustedes tienen la inmensa oportunidad histórica de participar en la construcción de un país
diferente; de un país en el que no vienen a luchar contra alguien, sino que por algo; en un país donde es posible
volver a soñar y donde con alegría y no con dolor, en donde con amor y no con odio, queremos convocar a toda
la sociedad. (11/03/2011)
11
El contrapunto entre antes/ahora también se ve en la siguiente frase: “que se sienten redimidos, en una Patria
que los había olvidado”. A su vez, se ven las reminiscencias que funcionan como amenazas a las conquistas
logradas, que se mantienen en el presente: “esta nueva UTE opositora que no es tan distinta a aquella que en el
Corpus Christi gritaba en contra de Eva y de Perón que se habían pagado el boleto y que no habían ido por el
decreto”

586
jóvenes de los años 70, que alcanzaron gran relevancia histórica y cuya capacidad, tenacidad
y propiedad representadas en acciones concretas del pasado no quedan en la mera posibilidad.
Si la comparación se efectiviza, si los jóvenes actuales logran estar a la altura requerida por
“los momentos decisivos”, las cualidades descriptas para los jóvenes de los 70 se trasladarían
a los jóvenes de La Cámpora.

La evocación de la actuación de la Juventud Peronista de las décadas del 60 y el 70, el mo-


mento histórico excepcional y el planteo de una amenaza por parte de ciertos intereses políti-
cos y económicos activan, para la política, el campo conceptual de la lucha o batalla (“llevarse
puestos”, “enfrentar”). A esto se suma una serie de elementos propios del vocabulario épico
(muchos de ellos incluidos en la cita del ex presidente Cámpora)12 que tiñen de heroicidad el
rol de los jóvenes. Sin embargo, a pesar de este supuesto rol épico de la juventud, se represen-
tan realizando mayormente procesos mentales que dan cuenta de su capacidad para percibir
las características del momento histórico (y su oposición a los años previos al kirchnerismo) y
de su propio rol, pero no los muestra como agentes de cambios concretos. Se trata de poten-
cialidades, del futuro. La modalización también colabora a apuntar las acciones de los jóvenes
hacia el porvernir. Así:

- Los jóvenes no honran las palabras del Tío sino que “aquí estaremos tratando de honrar”

- Los jóvenes no recorren el camino sino que “muchos decidimos recorrer de cara al futuro”

- Los jóvenes no enfrentan a la UTE opositora sino que “sabemos de nuestra militancia para
enfrentar esta nueva UTE opositora” (Los destacados son nuestros).

Se puede considerar que la capacidad concreta/material radica principalmente en los políticos


(“adultos”), tanto los que llevan a cabo el proyecto kirchnerista como la oposición. Por su-
puesto, la diferencia radica en que los kirchneristas poseen propiedad ética y sus opositores,
no. Los jóvenes poseen capacidad pero siempre referida a lo mental (“saber”, “inteligencia”)
no referida al “hacer”. Su característica principal estaría en la tenacidad y en la normalidad
(su excepcionalidad) derivada de la particularidad del contexto histórico y de la comparación
con la juventud de los años 70.

12
“Renacen así, cada día, las utopías de todos los tiempos”, “decisión y coraje”, “vibrantes epopeyas
nacionales”, “pasión ciega y enfermiza de una oligarquía delirante” (referido al enemigo)

587
5. Observaciones finales

La Cámpora construye para sí un ethos juvenil que se ancla en algunos lugares comunes con
respecto a la visión de lo que es ser “joven”. En primer lugar, los jóvenes militantes activan
campos conceptuales vinculados con la música y el futbol y los utilizan para hablar de política
en términos más informales, haciendo alusión a intereses personales y estableciendo puntos de
afinidad y complicidad con los potenciales lectores.

En segundo lugar, aparece la cuestión de la “moratoria social”. Los agentes del presente son
los políticos “adultos”, mientras que el tiempo de los jóvenes es el futuro, su accionar se en-
cuentra desplazado a una potencialidad porvenir. En la actualidad, sus acciones son mayorita-
riamente perceptivas: pueden ver, sentir y reconocer lo que sucede a su alrededor.

Con respecto a las representaciones de los jóvenes en la Argentina, refuerzan la idea de una
inactividad política durante la década del 90, incluso cuando la mayoría de los dirigentes de la
agrupación participó en política de una u otra forma: militancia universitaria, territorial, mo-
vimientos sociales, etc.

Según estos discursos, los jóvenes entran en la política en defensa de las medidas originadas
por el kirchnerismo, frente a la amenaza que suponen los intereses políticos y económicos que
fueron o están siendo desplazados por el actual gobierno y quieren retrotraer la situación del
país. Recordemos que la situación política de los 90 es conceptualizada en términos de nego-
cios, saqueo, democracia condicionada, tecnocracia, relegación del pueblo y estigmatización
militancia. El kirchnerismo, junto con el acecho de los antiguos poderes, constituye una situa-
ción historia excepcional y decisiva comparable con la de 1973, que requiere de la participa-
ción política de la juventud. La política se plantea en términos de lucha o batalla y ellos se
valoran con la tenacidad apropiada para defender el proyecto. La comparación con la Juven-
tud Maravillosa y la tarea histórica que se arrogan otorga un matiz épico a su tarea.

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590
La estructura (estructuralista) está agujereada: acontecimiento,
política y reactivación en Badiou, Rancière y Laclau
Andrés Funes (UNR)
Introducción

A finales de la década de los sesenta y principios de la de los setenta surgió una corriente teó-
rica que orientó su crítica hacia los postulados fundamentales del estructuralismo marxista.
Sus ataques se dirigieron con preeminencia hacia la teoría desarrollada por Louis Althusser.
Entre la variedad de puntos y entonaciones con la que esos críticos –muchos de los cuales
fueron ex alumnos de Althusser- lanzaron sus ataques, un concepto caro a la estructura teórica
althusseriana fue su blanco principal: la noción de sujeto.

Esta puesta en cuestión se utilizará como punto de partida en este trabajo. Aquí se sustentará a
modo de hipótesis que esa puesta en cuestión del sujeto althusseriano como producto determi-
nado de la estructura política o económica, permitió la re-emergencia de la capacidad de ac-
ción política del sujeto. Al estar la estructura atravesada por una falla intrínseca, la praxis del
sujeto –contingente e indeterminada- será concebida como un acto instituyente que no puede
determinarse de las condiciones estructurales u objetivas; ésta acción disloca la estructura,
develando el momento específicamente político.

A los fines de comprobar esta hipótesis, en este trabajo se analizarán tres teóricos que no solo
han participado en las críticas a Althusser, sino más aún han construido sus teorías de los es-
combros del marxismo estructuralista: Alain Badiou, Jacques Rancière y Ernesto Laclau. Se
sopesará un conjunto de pares conceptuales –situación/acontecimiento en Badiou, poli-
cía/política en Rancière y sedimentación/reactivación en Laclau- que se acometen como dis-
positivos teóricos tendientes a reparar no sólo en el agrietamiento de la estructura, sino tam-
bién –y principalmente- a reconocer el elemento subjetivo –plenamente político, en tanto ele-
mento no racionalizable, predecible o predeterminado-, que genera dislocamientos, rupturas e
innovaciones en toda estructura.

La relevancia que presenta este análisis está dado por el recupero de la capacidad de agencia
de los sujetos políticos, que estos teóricos proponen. Esta recuperación resulta en una apuesta
fundamental por la construcción de sujetos políticos en el marco de la proliferación de voces,
demandas y luchas sociales que han acaecido a partir del acta de defunción de los “grandes
relatos”. Entender la política como una actividad indeterminada, innovadora y disruptiva per-
mite no sólo repensar tópicos recurrentes como son la democracia, los derechos humanos,
etc., sino también posibilita el análisis –y la erección- de movimientos identitarios de nuevo
tipo, principales protagonistas de las luchas políticas contemporáneas

Reaccionando contra la aprisionante situación del sujeto althusseriano

Se dijo más arriba que el objeto principal del ataque de los llamados posmarxistas hacia la
teoría althusseriana giró derredor de la demolición de los postulados de la historia como pro-
ceso sin sujeto y, correlativo con ésta, el de la noción de sujeto –autónomo y soberano- como
una máscara burguesa que escondía la realidad opresiva del régimen capitalista.

Sería útil, a modo simplemente de muestra, examinar las críticas puntuales que Badiou, Ran-
cière y Laclau vertieron sobre el estructuralismo, en general, y sobre el althusserismo, en par-
ticular. Esta pequeña muestra, que no tiene la intención de abarcar la totalidad de ellas, servi-
ría para reconocer el lugar desde donde estos teóricos parten en sus formulaciones. En otras
palabras, descubrir esos escombros de las paredes derruidas del althusserismo que servirán
para construir las suyas propias.

En su Compendio de metapolítica [1998], Badiou sintetiza brillantemente su crítica troncal al


althusserismo. Allí señaló que en la apuesta teórica desarrollada por Althusser no hay posibi-
lidad de una teoría sobre el sujeto, debido a los tópicos a los que recurre: I) una determinación
material de la economía; II) síntesis ficticias mediadas por los aparatos ideológicos estatales –
el lugar del “sujeto”-; y III) esporádicas sobredeterminaciones –catástrofes, revoluciones, etc.-
“devenir-principal de lo no-principal” que se erigen como “el lugar de lo político” (2009; 59).

Para Badiou de lo que se trata es de trabajar sobre estas sobrederteminaciones acontecimenta-


les, destacando el carácter subjetivo que involucra la puesta en cuestión de la objetividad es-
tructural (de la economía) y la ficción subjetiva de lo supraestructural (la ideología). Reparar,
en otras palabras, en el militante que toma partido, que decide e interviene, que apuesta por un
devenir no garantizado. De aquí saldrán los postulados teóricos fundamentales del trinomio
baudiano acontecimiento, verdad y sujeto.

Al igual que en el caso de Badiou, Rancière erigió su crítica fundamental hacia el concepto de
sujeto que el edificio teórico de Althusser tenía in mente. Reaccionando contra los postulados
troncales del althusserismo, Rancière esgrimió que el marxismo debía poner la lupa sobre las
facultades disruptivas del orden establecido de las masas. Como señaló en La lección de Al-
thusser [1974], la reticencia del teórico marxista a reparar en las capacidades políticas de las
masas estaba vinculada al temor a perder su lugar privilegiado de sujeto supuesto-saber –en

592
términos lacanianos- frente a ellas; “[L]a ‘crítica del sujeto’ y la teorización del ‘proceso sin
sujeto’ son trucos que permiten al dogmatismo hablar nuevamente en nombre del proletariado
universal, sin preguntarse absolutamente nada sobre quién y desde dónde se habla” (Rancière,
2011; 121 – traducción propia)1. Como se verá más adelante, la apuesta ranceriana partirá de
este lugar, orientándose ya no hacia el examen del sujeto, sino a los procesos de subjetivación
o, en otros términos, al inacabado proceso de hacer sujetos.

A grandes rasgos, puede decirse que la crítica de Laclau a Althusser se centró tanto en el
componente economicista –recuérdese que el teórico francés nunca pudo desembarazarse del
grillete de la “determinación en última instancia” por la economía-, como también en el hecho
de no haber explotado al máximo las implicancias teóricas que la lógica de la sobredetermina-
ción, como también lo notó Badiou.

Según Laclau y Mouffe, con la sobredeterminación [surdétermination] Althusser intentó


“romper con el esencialismo ortodoxo [a través] de la crítica a todo tipo de fijación, de la
afirmación del carácter incompleto, abierto y políticamente negociable de toda identidad”
(2010; 142). Desafortunadamente no condujo hasta el final sus consecuencias teóricas y prác-
ticas, que implicaba un desborde de literalidad que encorsetaba las relaciones sociales a una
ley última, que determinaba y condicionaba su desenvolvimiento, la Ley de la Historia.

La apuesta teórica de Laclau, como se verá más adelante, concibe a la sociedad y a los agentes
como entidades desencializadas, precarias e incompletas, entendiendo que el uso contemporá-
neo del marxismo supone tomar cierta distancia respecto de las categorías clásicas de la teoría
marxista –clase social, estructura, etc.-, que habían sido esencializadas y empobrecidas por el
dogmatismo del marxismo-leninismo. Por ello en la teoría laclauniana la estructura, la lucha
de clases y las clases sociales dejan su paso a la dislocación, el antagonismo y las identidades
populares.

El acontecimiento frente al sujeto: partero de su propia subjetividad

En la introducción a su libro Política y acontecimiento, Miguel Vatter y Miguel Ruiz Stull


argumentan que el interés reciente que ha mostrado la teoría política contemporánea por la

1
Detrás de la crítica al sujeto de Althusser –como lo muestra brillantemente Etienne Tassin (2012; 40)- se es-
condía un meta-sujeto, poseedor del saber científico, posición que le corresponde al propio Althusser y lo faculta
para interpelar los reales intereses de las masas, detrás de la mistificación de la ideología burguesa.

593
noción de acontecimiento está vinculada al giro posfundacionalista2, que puso el acento en “la
acción política como un momento de innovación de los poderes fácticos”, buscando “ocasio-
nar un cambio de situación imprevisto” que abriría espacios de libertad impensados (2011;
18).

Alain Badiou ciertamente pertenece a este grupo de teóricos posfundacionalista, más aún sí se
tiene en cuenta que una de las categorías fundantes de su pensamiento es el acontecimiento, a
partir de la cual otros conceptos caros al entramado teórico badiouano –ser, sujeto, verdad(es),
situación, etc.- encuentran “su razón de ser”.

El derrotero que tomó la empresa teórica baudiana –perceptible en sus tres textos capitales:
¿Se puede pensar la política? [1985], El ser y el acontecimiento [1988] y Lógica de los mun-
dos [2006]-, lo llevó a percatarse acerca del carácter abierto del sistema de relaciones sociales.
Éstas no serán más concebidas como un sistema cerrado y autocontenido; la estructura presen-
ta una imposibilidad inherente para cerrarse en sí misma, estando habitada por una fisura es-
tructural. Badiou observó que “la escisión subjetiva se producirá ahora […] desde dentro ha-
cia afuera [del ámbito estructural]” Elías José Palti (2005; 174); será el sujeto el que clamará
por ese exceso, lo que hará “acontecer” al acontecimiento.

Ahora bien, ¿qué es un acontecimiento [événement] para Badiou? Como se dijo más arriba,
para éste la estructura –o mecanismo de cuenta-por-uno a través del cual se concibe una situa-
ción [situation] como la única representable- se encuentra fisurada, siendo a partir de ella que
el acontecimiento encuentra su posibilidad. Dicho de otro modo, la fisura estructural genera
las posibilidades para que el acontecimiento sobrevenga. No obstante, éste solo devendrá a
partir de un tipo de intervención3 que “traiga” lo innombrable, lo indecible, a la situación4.

Por ello, el acontecimiento –siguiendo a Yannis Stravrakakis (2010; 176)- simbolizará una
ruptura que tiende a desestabilizar “una articulación discursiva determinada, un orden preexis-
tente” o la situación, en términos badiouanos; un “surgimiento estrictamente incalculable” –

2
Por posfundacionalismo –y sus derivados- se entenderá aquella corriente teórica que postula la “constante
interrogación por las figuras metafísicas fundacionales” –totalidad, universalidad, esencia- y hacia la existencia
de un fundamento último, poniendo el acento en la contingencia y en el –parcial y siempre fallido- momento de
fundar lo político (Oliver Marchart, 2009; 15).
3
Tal y como señaló en ¿Se puede pensar la política?, Badiou definió a la intervención como aquellos
“enunciados y hechos supernumerarios a través de los cuales se efectúa la interpretación que se desprende el
acontecimiento (1990; 52)
4
En su clásico San Pablo y la fundación del universalismo, el propio Badiou señala está indecibilidad cuando
argumenta que el acontecimiento “es como un punto de realidad que pone a la lengua en un punto muerto”
(1999; 50)

594
como el propio Badiou lo calificó (1999b; xiii)- que inaugura un régimen de verdades a partir
de la ruptura con un orden de lo esperable/posible5.

¿Qué lugar le cabe al sujeto dentro de este entramado? El sujeto no será otra cosa que el mili-
tante de una verdad acontecimental, aquel que, siendo convocado y afectado por el aconteci-
miento, dará un nombre al acontecer novedoso de éste. El sujeto “nombra en el vacío, el uni-
verso por-venir que se obtiene porque una verdad indiscernible suplementa la situación”
(Ibíd.; 440). En otras palabras, el sujeto será un efecto del aparecer azaroso del acontecimien-
to y su nominalización ex post, entre el aparecer acontecimental y el porvenir que se abre a
partir de esta irrupción de la situación; “un sujeto […] es el intervalo [¿un vacío?] entre un
acontecimiento a dilucidar y un acontecimiento dilucidador” (Badiou, 1990; 78).

La intempestiva “manifestación” del acontecimiento involucra, como instancia fundamental,


un tipo de intervención consistente en designar –nombrar- al sitio del “acontecer” como “lu-
gar de la Verdad” (Palti, 2005; 177). En otras palabras, este acto de nominación simboliza un
tipo de intervención –un trabajo militante “por el que la verdad (anteriormente bloqueada en
la situación) circula en la figura del acontecimiento”, como sostiene Badiou (1990; 79)- que
interrumpe normas y saberes establecidos, trasciende la Ley y hace un agujero en el Saber;
“una verdad acontecimental exige que esté [el acontecimiento] fuera de número, fuera de pre-
dicado, que se incontolable” (Badiou, 1999; 83), por tanto excéntrico e indedecible.

Lo expuesto hasta el momento resulta suficiente para arrojar algunas ideas respecto a las po-
sibilidades políticas que abre la empresa baudioana: ¿Qué implicancias prácticas tiene? Por
empezar, la noción de acontecimiento aporta, por un lado, una dimensión política rupturista y,
por el otro, contribuye a subrayar la capacidad de agencia de sujeto, ambas dos ausentes del
hardcore del estructuralismo. En otras palabras, el acontecimiento como concepto menta rup-
tura política, innovación, sujeto (de la praxis) fiel a las posibilidades abiertas por éste. Permi-
te, por ejemplo, pensar los devenires por los que atraviesa un sistema político, constantemente
asediado por crisis económicas y políticas, pero las cuales no siempre –por no decir muy po-
cas veces- dieron paso a la necesidad de recomenzar, de erigir el sistema, sí se quiere, sobre
postulados diferentes.

5
Raúl Cerdeiras en ¿Es el kirchnerismo un acontecimiento? señala como características intrínsecas al devenir
del acontecimiento: I) contingencia – el acontecimiento es “inesperado, no reductible directamente a la lógica
propia del lugar en donde acaece”; II) ruptura – si bien no llega escrito lo que él es, el acontecimiento quiebra el
orden de lo establecido, abriendo “la situación a posibilidades antes insospechadas”; y III) innovación – el
acontecimiento involucra la producción de algo nuevo, una invención, “producir en el lugar de que se trate […]
una existencia nueva” (2011; 1)

595
Ejemplos sobran. Desde las locales manifestaciones contra las reformas neoconservadoras de
los años noventa –con su clímax en las jornadas decembrinas de 2001-, hasta las internacio-
nalmente conocidas movilizaciones de 2010-2011 producidas en España y en los Estados
Unidos derivadas de la crisis económica de 2008, llámese Indignados y Occuppy Wall Street,
o aquellas otras vinculadas a lo que se denominó Primavera Árabe en 2010, por nombrar al-
gunos ejemplos témporo-históricamente cercanos.

Manteniéndose en la inmanencia del acontecimiento, estas irrupciones astillaron la situación,


abriendo el marco de posibilidades para edificar un sistema político y económico sobre prin-
cipios diferentes. En esta brecha que abre el acontecimiento el sujeto tiene un lugar priorita-
rio. Como se dijo, nombra lo sucedido y lo “encadena” con el devenir. Interviene y hace parir
su subjetividad manteniéndose fiel y militando (por) la verdad del acontecimiento.

La política y la emergencia de la subjetivación. Del huevo a la gallina

La hipótesis de la que parte Jacques Rancière en su libro El desacuerdo: política y filosofía


[1996] señala que existe una diferencia entre dos lógicas inconmensurables, la policía [police]
y la política [politique]. La primera de éstas es aquel “orden de los cuerpos que define las di-
visiones entre los modos del hacer, los modos del ser y los modos del decir” (Jacques Ranciè-
re, 1996; 44), asignando a cada uno de los cuerpos su lugar y actividad “natural”. En otras
palabras, la policía sería aquella lógica que se encarga de realiza la cuenta de las partes que
componen –legítima y naturalmente- un régimen (ciudad, Estado, etc.), además de ocuparse
de los procesos conjuntos vinculados a la distribución de poder y a sus modos de legitima-
ción.

La segunda de estas lógicas, la policía, será la encargada de quebrar las disposiciones estable-
cidas por el orden policial, atravesando las divisiones establecidas por éste. A partir de ella un
principio incompatible con la lógica policial será introducido, desestructurando las cuentas: el
de una parte de los sin-parte, que dota de carácter político a la comunidad, en tanto su irrup-
ción introduce, en el seno del orden policiaco, el litigio fundamental de la cuenta de las partes
que antes no eran tenidas-en-cuenta.

La política será esa actividad –pura acción6- que “desplaza a un cuerpo del lugar que le estaba
asignado o cambia el destino de un lugar; hace ver lo que no tenía razón de ser visto, hace

6
La política es “litigio por un mundo que no se deja ver” (Marina Garcés, 2004; 4) –y/o no se quiere ver-, que
irrumpe –más o menos violenta e inesperadamente- en el mundo visible permitido por el orden policial. No

596
escuchar un discurso allí donde sólo el ruido tenía lugar” (Ibíd., 45). Este desplazamiento
muestra la no-necesariedad, la contingencia pura y simple, del orden dispuesto como “natu-
ral”, con sus modos de ser, hacer y decir. Según Slavoj Žižek, el concepto de política que
menta Rancière involucra una especie de cortocircuito entre lo universal –el cuerpo social in
toto- y lo particular –la parte de los sin-parte que propugnaban un reconocimiento de su voz
en los asuntos públicos-, que dio origen a un singular universal, “singular que aparece como
sustituto del universal, desestabilizando el orden funcional ‘normal’ de las relaciones en el
cuerpo social” (2001; 202). Este (polémico) universal singular es el que permite la política.

La emergencia de la política precisa de un escenario en que dos procesos incompati-


bles/inconmensurables se encuentren. El primero de éstos se refiere a la distribución de los
cuerpos y la asignación de funciones, relacionado con la lógica policial, mientras el segundo
de ellos es el de la igualdad de los cuerpos con voz entre sí, y que –como no podría ser de otro
modo- deriva en la puesta en cuestión/disrupción del orden policial, con sus lugares y roles
establecidos. Es por medio de este encuentro que una cosa adquiere politicidad, la cual nunca
está dada de antemano, sino que es una construcción siempre posible aunque preca-
ria/contingente; en otras palabras, todo puede llegar a ser político, sí se dan las condiciones
necesarias: el encuentro entre la lógica policial y la igualitaria.

Este encuentro no sólo permite la emergencia de la política, sino también –e íntimamente vin-
culado a ella-, desencadena un proceso de subjetivación, que traducido a lenguaje rancieriano
mentaría la producción de una serie de enunciados –posibles gracias a la percepción de igual-
dad de voz entre los seres con palabra [logos]- que no eran factibles en el campo de experien-
cias anterior; el ruido –primigenio- da lugar al sonido articulado de las palabras. La subjetiva-
ción simboliza la reconfiguración de un espacio de experiencias dado que, arrancando las
identificaciones y los lugares establecidos por el orden policial, se abre a la emergencia –que
no debe leerse como ex nihilo- de un sujeto, a partir de la cuenta de los incontados.

Claramente es perceptible en el argumento desarrollado por Rancière la importancia que tiene


la praxis del sujeto en el momento político. El sujeto político, como producto del encuentro
entre la lógica policial y la igualitaria, pondrá en cuestión toda la distribución de lugares y los
usos de nombres “normales” y “naturales”. Ese mundo de las experiencias dadas, uniendo y
desuniendo “las regiones, las identidades, las funciones existentes” (1996; 58) en la configu-
ración establecida por el orden policiaco. Es un generador de escenarios polémicos, un deve-

puede ser concebida como un estado u orden de cosas. La política es la actualización del principio de
desestructuración del orden policial y cuenta de la parte incontable.

597
lador de las contradicciones a las que están condenadas la lógica policial y la igualitaria. Pro-
duciendo una herida en el corazón del orden policial, los sin-parte entre las partes contadas
pugnarán por ser reconocidos como sujetos con palabra, dentro de esa comunidad de la que no
tiene lugar.

Tómese a modo de ejemplo el proceso de la constitución del pueblo, en tanto significante de


la desestructuración de los modos de ser, hacer y decir establecidos por el orden policiaco, no
sólo develando la existencia de un sujeto político incontado, sino también trayendo a la pales-
tra la desunión constitutiva –o la incomplitud intrínseca- de la comunidad.

Es el caso de lo acontecido en Argentina con las tristemente célebres asonadas populares de


diciembre de 2001, cuando un sujeto popular se movilizó frente al gobierno de la Alianza.
Con su ecléctica conformación –que abarcó desde profesionales liberales hasta desempleados-
, la disputa política contra el orden dispuesto supuso una puesta en cuestión de los lugares
asignados, los modos de ejercer y pensar la política. Quizás el más simbólico de los reclamos
por los decembristas, que ejemplifica sobremanera esta irreverencia contra el orden “natural”
de las cosas, sea el “que se vayan todos”, que puso en cuestión el lugar de la política, lo polí-
tico y de los políticos.

Debajo de la alfombra, los fundamentos (traumáticos) del ordenamiento social

Entre los muchos libros y artículos escritos por Ernesto Laclau, en ninguno explicitó y explicó
con tanta claridad los pares dicotómicos sedimentación/reactivación como en Nuevas refle-
xiones sobre la revolución de nuestro tiempo [1990]. En la primera de las dos partes que
compone esta colección de artículos, Laclau se embarcó en el análisis de las características
constitutivas de las relaciones sociales, siempre en el marco de su apuesta teórica posfunda-
cionalista/antiesencialista. Las cuatro características que le asocia a relaciones sociales –
contingencia e historicidad, primacía del poder y de “lo político”- no sólo arrojan luz sobre las
nociones de sedimentación y reactivación, sino también sobre el lugar del sujeto (político) en
este entramado.

En primer lugar, la contingencia de las relaciones sociales está dada por la indecibilidad in-
trínseca de la propia estructura, a partir de la cual toda configuración política sólo será una
más entre otras posibilidades igualmente factibles. Luego, con la historicidad buscó abando-
nar la pretendida objetividad que envolverían a las identidades sociales –léase, “el sentido
(objetivo) de la Historia”-, subrayando, en contrapartida, el carácter histórico y contextual de

598
éstas. En tercer lugar, toda identidad está constantemente amenazada, donde la contingencia
intrínseca de ella abre las posibilidades para otro tipo de configuración. Es mediante meca-
nismo de poder que una identidad se afirma frente a otras posibilidades y logra parcialmente
objetivarse, en otras palabras, sobrevivir a la constante amenaza.

Y por último, la primacía de lo político sobre lo social. Para Laclau poner la lupa sobre el
momento de la institución originaria de lo social significa reparar tanto en el carácter contin-
gente que determina que sea esa y no otra la alternativa “elegida”, como también deve-
lar/deconstruir los orígenes violentos que instituyeron esa alternativa frente a otras igualmente
posibles. La sedimentación operaría como el borramiento de los orígenes traumático de toda
“objetividad” social, soterrando la radical contingencia que le es inherente y cercenando cual-
quier posibilidad alternativa a ese armado; en otras palabras, “[el sistema] es de este modo y
no hay posibilidad de transformarlo”. La reactivación vendría a significar el develamiento del
carácter contingente de esa objetividad, a partir de la emergencia de antagonismos de nuevo
tipo; excesos traumáticos que no pueden ser “asimilados” por la “objetividad” social, pasibles
de conducir hacia la puesta en cuestión de los fundamentos sobre los que ésta se erige.

Mientras las formas sedimentadas que adquiere la objetividad en cuanto tal conforman el te-
rreno de lo social, el antagonismo, que visibiliza “el carácter indecible de las alternativas y su
resolución a través de relaciones de poder”, configura el campo de lo político (Laclau, 1990;
51). Sí bien la distinción entre ambos campos es constitutiva de las relaciones sociales –toda
construcción política se erige sobre un conjunto de prácticas sedimentadas-, el límite acerca
de lo que es social y lo que es político en cada sociedad está siempre desplazándose, condi-
cionado por los avatares históricos.

Como lo muestra Marcelo Altomare (2007; 61) en el pensamiento laclauniano la sociedad, o


más precisamente el “orden social”, encarna un proceso incompleto, con conformaciones
identitarias contingentes y precarias, encontrándose siempre amenazado por la dislocación,
exceso traumático que frustra la fijación definitiva pero que es, a su vez, constitutivamente
necesario, que introduce el antagonismo. La dislocación permite la emergencia del sujeto,
siendo éste la forma que toma la dislocación estructural, “las formas de subversión de la obje-
tividad por la contingencia” (Laclau, 1990; 77). Sólo en los bordes dislocados de la estructu-
ra/orden social que hay sujeto. Sí la política es entendida –junto a Laclau- como la práctica de
subversión del orden social, todo sujeto –epítome de la desestructuración de toda objetividad-
es político.

599
No sólo esto. El sujeto, al ser una construcción mítica y metafórica7, las formas de identifica-
ción que adopte operarán como la representación de una plenitud que no se encuentra allí,
índice de dislocación estructural en cuanto tal. Ese sujeto, símbolo de la plenitud ausente, será
la encarnación de todo exceso que, sobrecargando el orden social, conduzca a reactivar el
carácter político de toda formación social. Aunque para ello tendrá que tornarse hegemónico,
es decir, convertirse en el significante de la plenitud de la comunidad ausente, abandonando
su contenido particular (Laclau; 1996). En otras palabras, sólo sí “la dicotomía universali-
dad/particularidad es superada; la universalidad sólo existe si se encarna –y subvierte- una
particularidad” (Judith Bluter, et. al, 2004; 61) pero ésta sólo será política si pudo universali-
zarse.

Por último, relacionado con la irrupción de la objetividad social que supone el antagonismo,
uno de los más grandes aportes que hizo la teoría laclauniana se centra en la renovación del
concepto de populismo, que sacudió los viejos y enmohecidos postulados sobre las que ésta
estuvo erigida. En ella, el pueblo adquirió un lugar primordial. Como relación real entre agen-
tes sociales tendiente a la construcción de la unidad del grupo, el surgimiento del pueblo re-
quiere “el pasaje –vía equivalencias– de demandas aisladas, heterogéneas, a una demanda
‘global’ que implica la formación de fronteras políticas y la construcción discursiva del poder
como fuerza antagónica” (Laclau, 2009; 142).

Las teorizaciones elaboradas por Laclau, desde la incomplitud e imposibilidad de cierre per-
petuo del orden social y del sujeto político, hasta la productividad política que adquiere la
equivalencia entre demandas democráticas, la reunión de ellas alrededor de símbolos comunes
y posibilita la emergencia de un líder a partir de cuya palabra logre articular una identidad
popular, permiten, aunque sea sólo uno de las posibilidades, ponderar la transformaciones
ocurridas en las identidades populares en Argentina en los albores de la reinstitucionalización
política de 2002-2003 posterior a la crisis.

Con mayor precisión, pensar la dirección y la forma que tomó la interpelación de Néstor Kir-
chner hacia los sectores populares. En un trabajo próximo a publicarse8, se sostiene que esta

7
Las posibilidades políticas abiertas por esta intuición laclauniana son de un tamaño tal, que merecerían un
examen particular. A modo simplemente indicativo, ya que aquí no es posible un análisis de ese tipo, se
explicaran esas dos características. En primer lugar, el carácter mítico del sujeto está dado por la sutura de la
dislocación estructural que realiza el sujeto, instituyendo un nuevo espacio representativo que no guarda relación
con la disposición objetiva del ordenamiento social “normal”. Y luego la condición metafórica, relacionada con
la función del mito, entendiendo que el sujeto se presenta como la superación de la incomplitud intrínseca de la
estructura; el lazo termina cerrado la dislocación.
8
El trabajo lleva por título ¿En el Nombre del Padre? Las rearticulaciones en la identidad del peronismo
durante el gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007). Allí se analizaron las rearticulaciones ocurridas en la

600
interpelación de dirigió hacia: I) ciudadanos víctimas del desapego y desazón hacia la política
y los políticos, resultante de la crisis socio-política de 2001; II) los desempleados y excluidos
sociales, a raíz de las reformas neoconservadoras de los años noventa; y III) los “hermanos
latinoamericanos”, en consonancia con los aires de cambio que los gobiernos izquierdistas
imprimieron en la región Sudamericana.

En definitiva, la propuesta de Laclau posibilita analizar fenómenos de este cariz, brindando


las herramientas conceptuales necesarias, reparando primordialmente en la productividad po-
lítica que tiene el antagonismo en la conformación de alternativas políticas alternativas. Frente
a un orden que intenta esconder sus fundamentos bajo la alfombra, la apuesta laclauniana se
orienta no solamente a develar esa operación, sino más a un a pensar un orden diferente; ope-
ración siempre inacabada y permanente, la política.

Conclusión

Este trabajo partió de la hipótesis de que el cuestionamiento del sujeto althusseriano como
producto determinado de la estructura política o económica, en la que se embarcaron Badiou,
Rancière y Laclau, permitió la re-emergencia de la capacidad de acción política del sujeto.
Estando la presunta estructura imposibilitada de cierre último, la praxis del sujeto será un acto
instituyente, no pudiendo determinarse de las condiciones objetivas de la estructura. En otras
palabras, la práctica del sujeto disloca la estructura, develando el momento específicamente
político.

Este momento eminentemente político toma distintos nombres en los tres autores analizados.

Por un lado, en Badiou se denominará acontecimiento. Este teórico partió observando que la
estructura –o situación, en la que prima el mecanismo de cuenta-por-uno- se encuentra aguje-
reada por la posibilidad acontecimental. El acontecimiento –azaroso, contingente e indeci-
ble/innombrable a priori- simbolizará una ruptura que desestabiliza el orden preexistente,
inaugurando un nuevo régimen de verdades a partir de la ruptura con un orden de lo espera-
ble/posible. Es la propia fisura estructural la que genera las posibilidades para que el aconte-
cimiento sobrevenga, invalidando el régimen del cuenta-por-uno y dejando un resto –
matemáticamente 1 no es más igual a 1, sino 1=1 + X-.

identidad peronista durante el gobierno de Néstor Kirchner. Una de las dimensiones estudiadas es la categoría de
pueblo que mentó Kirchner en sus discursos.

601
Luego, en Rancière será la política, aquella lógica tendiente a quebrar el ordenamiento y las
divisiones propuestas por el orden policial, a partir de la introducción de un principio incom-
patible con este orden, que desestructura la cuenta “normal” y “natural” de los cuerpos y las
divisiones entre los modos de hacer, ser y decir establecidos por la policía: la parte del sin-
parte, politizando a la comunidad a partir de la introducción de la cuenta de las parte que no
eran contadas anteriormente. La política será concebida por Rancière como la actividad que
desplaza a un cuerpo del lugar y el rol que le fue asignado primariamente, haciendo escuchar
su voz dentro del orden de lo que hasta ese momento no era más que un ruido.

Y por último con Laclau se llamará reactivación al fenómeno tendiente a develar el carácter
contingente de la objetividad social sedimentada. Es a partir de la emergencia de nuevos anta-
gonismos que la puesta en cuestión de los fundamentos del orden se produce, operando como
excesos traumáticos imposibles de ser asimilados por el ordenamiento social. Es el antago-
nismo, como visibilizador del carácter precario y contingente del orden, el que configura el
campo de lo político.

En definitiva, se tiene el acontecimiento, la política y la reactivación ¿Dónde y de qué manera


colocar al sujeto? Nuevamente las tres alternativas.

Para comenzar, en las teorizaciones de Badiou, el acontecimiento necesita como condición


sine qua non la intervención de un sujeto que nombre –en el vacío que éste hace en la Ley y
en el Saber- lo que fue y lo que vendrá. Por medio de esa intervención –que siempre es ex
post- el sujeto nombra al sitio del acontecimiento como el lugar de la Verdad, desbloqueando
–por así decirlo- la posibilidad que ésta circule, y no sea ya más la indecibili-
dad/innombrabilidad de la situación anterior. El sujeto será el encargado de indagar qué con-
secuencias se derivan de una verdad en el presente y de su devenir futuro.

Luego con Rancière, la ocurrencia de la política permite la emergencia de enunciados que no


eran posibles en el estado de cosas anterior, la subjetivación. Ésta simboliza una reconfigura-
ción del campo de experiencias dado que, desestructurando las identificaciones y lugares dis-
puestos por el ordenamiento policial, habilita la aparición de los incontados por el orden. El
sujeto político ranceriano es un generador de escenarios polémicos que, ocasionando una he-
rida en el corazón del orden policial, pondrá en cuestión la distribución de lugares y los usos
de nombres “normales” y “naturales” por parte de éste. A partir de ello, los sin-parte entre las
partes contadas pugnarán por ser reconocidos como sujetos con palabra, dentro de esa comu-
nidad en la que no tenían lugar.

602
Y por último, en Laclau la dislocación intrínseca de la estructura/orden social es la que permi-
te la emergencia del sujeto, entendido como la subversión contingente de la objetividad esta-
blecida. Al ser la política esa subversión contingente, el sujeto será político, subversor de la
objetividad social. A sí mismo, se convertirá en el símbolo de la imposibilidad de concretar la
plenitud del orden social, a partir del cual comenzará a funcionar como la encarnación todo
exceso que sobrecargue el tratamiento diferencial de las demandas por el orden social, lo que
conducirá a reactivar el carácter antagónico de la formación social en cuestión; siempre y
cuando logre convertirse en hegemónico, abandonando su particularidad y asumiendo un con-
tenido universal, el de la plenitud de la comunidad ausente.

La sociedad contemporánea asiste a una multiplicación de los antagonismos y de los procesos


de identificación, habiendo perdido eficacia la identificación de clase con la que el marxismo
pretendió explicar la totalidad social. Los autores analizados, consientes de esas transforma-
ciones, representan una vuelta de tuerca frente a una teoría marxista que se mostraba incapaz
de comprender las nuevas luchas políticas de finales del siglo XX. Manteniéndose en la inma-
nencia de la crisis del aparato conceptual marxista, Badiou, Rancière y Laclau liberaron las
posibilidades prácticas del sujeto de lo político, poniendo en tensión la pretendida complitud
inherente del todo social, la determinación del sistema económico y la dependencia de la lu-
cha política a la clase: de la hendidura que el acontecimiento, la política o la reactivación en la
situación, el ordenamiento policiaco o en lo sedimentado, se produciría la emergencia del su-
jeto político, militante de una verdad acontecimental, parte de los que anteriormente no-eran-
partes o la encarnación de la plenitud de la comunidad nunca alcanzada/alcanzable. Con la
estructura agujereada, las posibilidades para que la “ocurrencia” de un sujeto estarían allana-
das. No obstante, como premisa básica que los tres autores remarcan insistentemente: nothing
must be taken for granted.

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604
La dimensión de la representación en el populismo según la teoría
de la hegemonía
María Cecilia Ipar (Universidade de São Paulo)

El campo de la representación es un espejo turbio y roto, interrumpido


constantemente por un “real” heterogéneo al cual no puede dominar
simbólicamente. (Ernesto Laclau)
Si pudiéramos afirmar que la subjetividad política propia del populismo –el pueblo– es una
configuración identitaria discursiva que adquiere su estatuto en la propia experiencia política,
para aclarar esta tesis laclausiana fundamental, en lo que sigue en este artículo nos propone-
mos dilucidar lo que entendemos por “configuración del pueblo” según la teoría de la hege-
monía. De esta forma, y dejando para un futuro trabajo la elucidación de lo que entendemos
por “experiencia política”, a continuación nos propondremos básicamente elaborar un recorri-
do por la obra de Ernesto Laclau que dé cuenta de cómo piensa teóricamente el modo de con-
figuración de las identidades políticas en el populismo.

Quisiéramos comenzar realizando un comentario general acerca de la fundamentación filosó-


fica de la teoría política discursiva de Laclau, en especial, en lo que respecta a su adscripción
a la tradición del pensamiento filosófico-político que algunos autores denominan ‘posmarxis-
ta’, y otros, de manera más simple, ‘posmoderna’.

En un artículo titulado “Poder e representação”, publicado en Emancipação e diferença,


Laclau enumera lo que considera las cinco características que definen la forma moderna de
pensar la política. En primer lugar, sostiene que, para los cánones de la modernidad, la inter-
vención social que adquiere un sentido político propiamente dicho es aquella que se coloca (o
aspira a colocarse) en el nivel del fundamento de lo social, en el sentido de poder transformar
radicalmente las bases de conformación de la sociedad. En segundo lugar, para aprehender
conceptualmente tal intervención política, la modernidad habría apelado a la categoría de ‘to-
talidad social’ a partir de la invención de la concepción referencial de la realidad. En este sen-
tido, y en tercer lugar, dada la fundamentación social de lo político como condición de su in-
teligibilidad y teniendo en cuenta la visión teleológica de la historia, la representatividad de la
intervención política se torna perfectamente posible y autotransparente para la cosmovisión
moderna. En cuarto término, la potencia de esa noción de representación ilimitada debería
poder transferirse a los agentes de la transformación histórica. De esta manera, desde el pen-
samiento político moderno los agentes sociales y las tareas históricas a cumplir deberían po-
der encajarse en una yuxtaposición armónica. De no ser así; llegado el caso que un actor his-
tórico delimitado no pueda alcanzar la materialización plena de su tarea universal, entonces la
problematización que la racionalidad moderna lograba articular alrededor de dicho desfasaje
era el acceso deficitario del agente social al sentido mismo de su acción histórica concreta.

No entanto, como Hegel e Marx bem sabiam, uma totalidade social que não possui a imagem
de sua própria representação é incompleta e, consequentemente, de modo algum é uma totali-
dade social. Somente a plena reconciliação entre substância e sujeito, entre ser e saber, pode
cancelar a distância entre o racional e o real. Mas, nesse caso, a representação é um momento
necessário da autoconstituição da totalidade, e esta só será alcançada na medida em que a dis-
tinção entre ação e representação for abolida. Apenas um ator histórico ilimitado –uma “clas-
se universal”– pode efetuar tal abolição. (Laclau, 2011, pp.130-131. El destacado es nuestro.)

En quinto lugar, una vez que el fundamento último de la política –la transformación radical de
lo social, orientada por el principio de totalidad de carácter teleológico– deviniese enteramen-
te visible, el poder se tornaría un fenómeno aparente y superficial destinado a desvanecerse.
Es en contra de este horizonte de inteligibilidad moderno que, según Laclau, se ha levantado
la denominada posmodernidad. En este sentido, la característica principal del pensamiento
posmoderno es una persistente tendencia –igualmente equivocada, según Laclau– a sustituir
ese paradigma moderno que describiéramos anteriormente por una total ausencia o negación
de contenido alguno, llegando incluso a plasmarse en concepciones de la sociedad y la histo-
ria dignas de un nihilismo extremo.

Assim, a negação de que exista um fundamento a partir do qual todos os conteúdos do social
obtêm um sentido preciso pode ser facilmente transformada numa afirmação de que a socieda-
de é inteiramente desprovida de sentido; o questionamento da universalidade dos agentes da
transformação histórica leva frequentemente à proposição de que toda intervenção histórica é
igual e inevitavelmente limitada; e a demonstração da opacidade do processo de representação
é geralmente considerada equivalente à negação de que seja possível qualquer representação.
(Laclau, 2011, p.132).

Combatiendo igualmente la actitud nihilista característica del pensamiento posmoderno,


Laclau propone “superar” tanto el horizonte filosófico de inteligibilidad de la modernidad
como el de la posmodernidad en un más allá analítico que logre deconstruir tal dualidad pero
conservando las preguntas y preocupaciones fundamentales de la modernidad. Para compren-
der este movimiento, citemos al autor.

Contra esses movimentos de pensamento, que permanecem no terreno da modernidade pelas


simples inversão de seus postulados fundamentais, gostaria de sugerir uma estratégia alternati-
va: em vez de inverter os conteúdos da modernidade, desconstruir o terreno que torna possível

606
a alternativa modernidade/pós-modernidade [...] Isto implica, por um lado, uma nova atitude
frente à modernidade: não uma ruptura radical, mas uma nova modulação de seus temas; não
um abandono de seus princípios básicos, mas sua hegemonização a partir de uma perspectiva
diferente. Isso também implica, por outro lado, uma extensão do campo da política ao invés de
sua retração –um alargamento do campo da indecidibilidade estrutural que abre caminho para
um aumento do campo da decisão política. (Laclau, 2011, pp.133-134.)

Teniendo en cuenta el origen marxista de la indagación teórica del autor, y teniendo en cuenta
también la necesidad de superación del horizonte filosófico de la modernidad/posmodernidad
que él aduce, en la cita anterior encontramos los elementos con los que podemos explicar me-
jor el lugar teórico-epistemológico desde el cual Laclau se coloca, que nos permite circunscri-
birlo dentro de la tradición de la filosofía política contemporánea posmarxista. Pero lo que nos
interesa resaltar aquí es el distanciamiento crítico que Laclau asume abierta y muy temprana-
mente1 con relación al pensamiento moderno pero también frente al posmoderno. Esto requie-
re, a nuestro juicio, separar lo que sería un abordaje teórico de la política ‘posmarxista’ de uno
posmoderno sin más.

En lo que respecta a la noción de representación –y, al mismo tiempo, en contra de la visión


moderna de una representación plena y de la visión posmoderna de la imposibilidad de toda
representación– Laclau propone pensar la relación entre representantes y representados como
una relación de “mutua contaminación”, en donde, tanto la identidad del representante como
la del representado se configuran en el movimiento interno a la representación.

Se concluo –como farei adiante– que nenhuma relação de representação pura pode existir,
porque é da essência do processo de representação que o representante contribua para a identi-
dade do que é representado, isso não pode ser transformado sem inconsistência na proposição
de que “representação” é um conceito que deveria ser abandonado. (Laclau, 2011, p.134).

Con el propósito de contribuir para el establecimiento en la contemporaneidad de una nueva


matriz filosófica que permita comprehender la naturaleza estructuralmente abierta de la iden-
tidad política, y a la representación como un suplemento de la misma, Laclau hace un llama-
miento a superar el horizonte intelectual prescripto por el dualismo moderni-
dad/posmodernidad. Ahora bien, para comprender mejor la particularidad de su diagnóstico,
esta necesidad de superar la racionalidad moderna/posmoderna pero conservando sus pregun-
tas filosóficas fundamentales, pasemos a explicar lo que Laclau entiende por horizonte de
inteligibilidad.

1
El artículo que citamos tuvo su primera aparición en el año 1989, en una presentación del autor en el Crtitical
Theory Institute de la University of California.

607
Chamamos horizonte àquilo que estabelece simultaneamente os limites e o terreno de consti-
tuição de todo objeto possível –e, como resultado, impossibilita qualquer coisa além de si.
“Razão”, para o Iluminismo; “progresso”, para o positivismo; “sociedade comunista”, para o
marxismo: esses são os nomes não de objetos no contexto de certo horizonte, mas do próprio
horizonte (Laclau, 2011, p. 152).

En este contexto, ¿cuáles son las principales implicaciones que supone esta superación del
horizonte de inteligibilidad del dualismo moderno/posmoderno a la hora de articular una con-
cepción contemporánea de la política? Teniendo en cuenta las cinco características que de-
terminan la racionalidad moderna (y que definen, por oposición, al pensamiento posmoderno),
superar tal horizonte supondría: (I) entender que la política es fundamento no de la transfor-
mación de lo social sino de lo social propiamente dicho. Es decir que para Laclau no habría
más sociedad que aquella que puede establecerse a partir de una polarización política radical y
estructural, arraigada en la existencia de lo político propiamente dicho. La política no sería
entonces ese ordenamiento estable, superestructural, más o menos orgánico, exterior a la con-
vivencia social que el pensamiento moderno, en sus diversas vertientes, nos presenta, sino
aquello que permite que lo social mismo se organice como tal. (II) Por otra parte, superar el
paradigma de la modernidad/posmodernidad supone abandonar la idea de ‘totalidad’ como
siendo un fundamento positivo, para pasar a pensar dicha categoría como un horizonte ‘nega-
tivo’ en el sentido utilizado en la cita anterior. (III) En tercer lugar, se desprende de este paso
de la concepción de totalidad cerrada racionalista para totalidad fallida y abierta, de funda-
mento ontológico a horizonte inalcanzable, que la representación de las voluntades políticas
de los agentes sociales intervinientes en la esfera del poder es, a priori, siempre difusa e
inacabada. Porque no existen nunca perfectas condiciones de representación, ni del lado del
representado ni del representante, deberíamos pasar a concebir el proceso de representación
como un suplemento de la configuración misma de la voluntad o el interés del representado y,
por ende, de su propia identidad política. Para Laclau existiría siempre un lugar indetermina-
do, un vacío estructural a la voluntad política del agente que requeriría ser llenado por el pro-
ceso de representación, en el movimiento mismo de sustituir y encarnar el interés o pedido del
representado por parte del representante electo. “O papel constitutivo da representação na
constituição da vontade, parcialmente oculto em sociedades mais estáveis, faz-se agora perfei-
tamente perceptível”. (Laclau, 2011, p.149) (IV) De esta forma, la congruencia armónica en-
tre agentes sociales particulares y tareas históricas universales, producto de una visión teleo-
lógica y autotransparente de la historia en la concepción moderna, se ve desplazada para un
terreno de indecidibilidad radical donde las únicas condiciones objetivas para la emergencia

608
de la identidad política son las que propicia, en un tiempo suplementario, el fermento de una
representación que es siempre parcial y contingente. (V) Por último, superar el paradigma
moderno/posmoderno necesariamente supone abandonar la percepción de que existiría la po-
sibilidad de erradicar definitivamente el problema del poder. Para Laclau tal mudanza de ho-
rizonte teórico-filosófico debería descartar la idea de que una sociedad verdaderamente libe-
rada de cualquier dominación es una sociedad enteramente racional emancipada del poder en
cuanto tal. En la visión de Laclau el poder no sólo no es exterior como constitutivo de todo
proceso de emancipación posible.

Luego de elucidar el sentido por el cual, con justicia, podemos considerar el pensamiento po-
lítico de Laclau como posmarxista (no ya “posmoderno”), pasaremos, ahora sí, a desarrollar
los lineamientos teóricos fundamentales de la teoría de la hegemonía a partir de la cual el au-
tor piensa el concepto de populismo.

En primer lugar, y apoyándonos en la diferenciación conceptual de Chantal Mouffe entre lo


político y la política, podemos decir que para Ernesto Laclau la operación política fundamen-
tal que está en juego en el populismo es la constitución simbólica de un pueblo. Esta opera-
ción radical de cristalización de lo político, en contraposición con la mera administración que
la política supone dentro de un orden institucional estable, es el desafío principal para cual-
quiera proyecto de hegemonía popular. En este sentido, analizar el modo por el cual esa uni-
dad social es lograda –dado que se parte del presupuesto que la sociedad no existe por fuera
de las prácticas sociales sedimentadas en la letra muerta de su institucionalidad– supone la
imposibilidad de contemplar como unidad de análisis “un grupo ya constituido” (Laclau,
2005, p.97). En cambio, el autor propone considerar la unidad de análisis mínima del popu-
lismo a la “demanda social”. Es decir que para Laclau no existe populismo, ni momento popu-
lista de la política sin que puedan visibilizarse y diferenciarse demandas sociales concretas
que tiendan a desequilibrar el orden social vigente. El supuesto invariable del que parte, el
condicionamiento para la emergencia del populismo es que existan en la sociedad diversos
tipos de demandas sociales que perturben, de alguna manera, la continuidad “armoniosa” de la
sociedad, cuyo destinatario en el reclamo es siempre un poder central que, o bien las atenderá,
o bien seguirá ignorándolas. “A una demanda que, satisfecha o no, permanece aislada, la de-
nominaremos demanda democrática. A la pluralidad de demandas que, a través de su articu-
lación equivalencial, constituyen una subjetividad social más amplia, las denominaremos de-
mandas populares” (Laclau, 2005, p.99) ¿Qué significa articulación equivalencial? Pues bien,
siendo que las distintas demandas sociales –como podrían ser el reclamo por saneamiento

609
cloacal, aumento salarial, casamiento homosexual, concesión de tierras para pueblos origina-
rios, etc.– no encuentran satisfacción por parte del poder capaz de satisfacerlas, ellas empie-
zan a tornarse equivalentes entre sí. Esta articulación entre las distintas demandas sociales que
no encuentran canalización en el actual sistema institucional es lo que define una frontera
social interna de la cual resulta una sociedad políticamente dividida en dos campos antagóni-
cos: un adentro y un afuera de la representación institucional actual. La distancia irreductible
que separa la experiencia social de la disconformidad y el régimen de la representación legí-
tima ya institucionalizado –demandas populares insatisfechas “vs.” el poder hostil a ellas–
comienza a definir un antagonismo político en el cual “los responsables de que la plenitud de
la comunidad sea precisamente el reverso imaginario de una situación vivida como ser defi-
ciente, no pueden ser una parte legítima de la comunidad; la brecha con ellos es insalvable”
(Laclau, 2005, p.113). La definición del antagonismo político que polariza el campo social
presupone el privilegio de algunos significantes que condensan en torno de sí la identidad
popular, en tanto cadena equivalencial significativa totalizante, y al mismo tiempo determi-
nan, por expulsión, la identidad antagónica del adversario ¿Pero, por qué son necesarios estos
significantes privilegiados que condensan la unidad de la identidad política popular; en otras
palabras, por qué para conseguir la articulación recíproca las demandas sociales equivalentes
en lo tocante a su insatisfacción, precisan plasmarse en determinados significantes que las
representen como totalidad encadenada? Si bien las demandas sociales insatisfechas corpori-
zan lo que excede a la representación posible dentro del sistema institucional, no consiguen
unificarse espontáneamente puesto que sus especificidades pueden provenir de naturalezas
muy diversas. La operación de dislocación por la cual un significante representante de una
demanda particular, esto es, un elemento diferencial de la serie de demandas sociales hetero-
géneas pasa a asumir la representación de la totalidad de la cadena, homogeneizándola, es lo
que Laclau define como hegemonía. En otras palabras, para que lo social se unifique es nece-
sario de un desnivel, que se expresa cuando una particularidad asume la representación de esa
totalidad de demandas sociales insatisfechas imposible de representar directamente. Es decir,
cuando una plebe (particularidad) reclama ser el único pueblo (universalidad abstracta) legí-
timo (hegemónico) (Laclau, 2005, p.108; los paréntesis son agregados nuestros). De esta ma-
nera, si las demandas sociales alcanzan un cierto grado de articulación y movilización políti-
ca, esas demandas populares –que al comienzo no pasaran más allá de un sentimiento vago de
solidaridad– pueden llegar a unificarse en un sistema estable de significación.2 En este mo-

2
Sobre este eje, entendemos, se colocan las reflexiones más gramscianas de Laclau, donde más nítidamente
capturamos la importancia discursiva de su idea de hegemonía en sintonía con la importancia que Gramsci le

610
mento estaríamos asistiendo a la constitución de una identidad política popular que es algo
cualitativamente distinto a la suma de los lazos equivalenciales forjados en la coyuntura del
primer momento. Desde un punto de vista político “clásico”, la presencia de ciertos tensio-
namientos en la instalación de este nuevo sistema significante da cuenta de una oportunidad
histórica para el nacimiento de un proyecto político alternativo a la formación hegemónica
vigente hasta ese momento. Los significantes que privilegiadamente consiguen nombrar al
conjunto, representar al movimiento social reivindicatorio como totalidad hegemónica Laclau
los denomina significantes hegemónicos o vacíos. Antes de entrar en la descripción de la ope-
ratoria del concepto de significante vacío, repasemos lo desarrollado hasta aquí y detengámo-
nos, para avanzar, en la siguiente cuestión: ¿Por qué la homogeneización de las demandas
sociales particulares, el cerramiento de la identidad política popular, la unificación estable de
lo social originalmente disruptivo (que son tres formas de decir lo mismo) adquiere en el po-
pulismo una forma de totalización que es, siempre y necesariamente, fallida? ¿Qué significa
afirmar, como lo hace Laclau, que “la sociedad no existe”, que el único modo de universaliza-
ción posible para la comunidad es la hegemonía? La clave de todas las respuestas que poda-
mos encontrar para estos interrogantes, que interpelan la fundamentación filosófica de la teo-
ría política de Laclau, está, sin lugar a dudas, en su enfoque epistemológico discursivo. A los
efectos de poder superar el horizonte filosófico de la modernidad/posmodernidad del que ha-
bláramos con anterioridad, Laclau propone que la clave de tal pasaje está en incorporar de
manera radical a la filosofía política la premisa que afirma la naturaleza discursiva de toda
(id)entidad política3.

Laclau señala que las tres grandes matrices de pensamiento inauguradas en el siglo XX –la
filosofía analítica, la fenomenología y el estructuralismo– se habrían basado en tres ilusiones
de inmediatez, en el sentido de acreditar en la posibilidad efectiva de un acceso y trabajo di-
recto con el objeto de pensamiento en cuestión –respectivamente el referente, el fenómeno y
el signo. Acerca de la significación filosófica que adquiere el pasaje del estructuralismo inau-

asigna a la batalla cultural e intelectual en la sociedad civil, en tanto táctica y estrategia revolucionaria. Por otra
parte, más adelante tendremos que retomar esta tesis y ver hasta qué punto este “sistema estable de
significación” necesario para el advenimiento de una identidad política popular se puede conjugar, sin defraudar
el espíritu subversivo inicial, con la estandarización y normativización discursiva que supone todo proceso de
institucionalización.
3
Este nuestro neologismo sólo tiene sentido si tenemos en cuenta que este texto forma parte de uno de los
capítulos de mi tesis de maestría, escrita en portugués. Así, el paréntesis que utilizamos aquí para referirnos a la
(id)entidade nos permite jugar con un doble sentido movilizado por el mismo significante. Por un lado, (id) es la
traducción al portugués del ‘ello’ freudiano, fuente y causa de toda la teoría energética de las pulsiones. Por el
otro, el corte que el paréntesis establece nos permite ver que, para Laclau, los límites que permiten el
cerramiento de toda identidad política no son más que los límites fenomenológicos propios de la constitución de
toda y cualquier objetividad posible (entidad).

611
gurado con el pensamiento de Saussure al posestructuralismo lingüístico, Laclau afirma que lo
más relevante es el debilitamiento de la tesis que apela a establecer un límite claro y nítido
entre lo lingüístico (textual) y lo extralingüístico (contextual) para definir al objeto de la lin-
güística propiamente dicho, así como la deconstrucción de la univocidad entre significante y
significado. En referencia a la primera deconstrucción propuesta, la oposición entre elementos
lingüísticos y extralingüísticos, Laclau y Mouffe afirman:

Nuestro análisis rechaza la distinción entre prácticas discursivas y no discursivas y afirma: a)


que todo objeto se constituye como objeto de discurso, en la medida en que ningún objeto se
da al margen de toda superficie discursiva de emergencia; b) que toda distinción entre los que
usualmente se denominan aspectos lingüísticos y prácticos (de acción) de una práctica social,
o bien son distinciones incorrectas, o bien deben tener lugar como diferenciaciones internas a
la producción social de sentido, que se estructura bajo la forma de totalidades discursivas
(Laclau; Mouffe, 2004, p.144-145).

Sobre la segunda deconstrucción, acerca de la correspondencia inequívoca entre significante y


significado, Laclau sostiene que:

La crisis de inmediatez del signo aparece dominada por un doble movimiento: si por un lado
todo significado aparece cada vez menos cerrado en sí mismo y puede sólo definirse en fun-
ción de un contexto, por el otro los límites de ese contexto se presentan cada vez más desdibu-
jados –en realidad, la lógica misma del límite resulta cada vez menos precisable. [Con relación
a] las varias dimensiones que este carácter no fijo de la relación significante/ significado –es
decir, de toda identidad– presenta, [debemos destacar] su efecto polisémico: si una pluralidad
de significados se unen de una manera inestable a ciertos significantes, el resultado necesario
es la introducción de la equivocidad (en el sentido aristotélico) en estos últimos. Pero puede
también afirmarse que si esta inestabilidad no depende tanto de la equivocidad del significante
sino de los contextos mismos en los que este significante es empleado, en ese caso ya no se
trata de equivocidad sino de ambigüedad y no fijación en el estricto sentido del término.
(Laclau [1988] in Buenfil (org.), 1998, pp. 61-62.)

Si con anterioridad situamos a la teoría de la hegemonía dentro del denominado posmarxismo


(principalmente por combatir la categoría positiva de absoluto del pensamiento moderno, en
este caso, dentro del marxismo), es hora de destacar la herencia posestructuralista del abordaje
discursivo de la política del autor. En primer lugar, como vimos arriba, el análisis del discurso
no puede apoyarse en la escisión entre material lingüístico y extralingüístico para, de esta
forma, delimitar el auténtico objeto de estudio de la política. Para Laclau todos los eventos y
acciones sociales tienen un significado, y ese significado está siempre constituido de secuen-
cias discursivas que articulan elementos lingüísticos y extralingüísticos al mismo tiempo. En
segundo lugar, es el carácter eminentemente relacional del discurso lo que permite generalizar
el modelo lingüístico a las relaciones sociales en su conjunto. En tercer lugar, podríamos decir

612
que este relacionalismo radical de las identidades sociales aumenta la vulnerabilidad en cuan-
to a, por un lado, la articulación de relaciones nuevas, y, por el otro, los efectos de ambigüe-
dad que por su naturaleza la articulación significante misma produce. No obstante, el efecto
primario que este carácter relacional radical del discurso ejerce sobre toda constitución de las
identidades sociales y políticas no debe confundirse con la perspectiva de las “formaciones
discursivas” de raigambre foucaultiana o con el análisis de las ideologías de la tradición mar-
xista, en especial, después del trabajo de Althusser y la teoría crítica. Por lo dicho anterior-
mente, la salvaguarda que los autores toman frente al pensamiento de Foucault tiene que ver
fundamentalmente con la separación que éste establece entre prácticas discursivas y no dis-
cursivas. A pesar de ello, creemos que este distanciamiento no es tan tajante, sobre todo cuan-
do analizamos en detalle algunas elaboraciones teóricas iniciales de Laclau, en especial el
trabajo escrito en coautoría con Mouffe –aquí, por ejemplo, la conceptualización de subjetivi-
dad más acabada es la denominación foucaultiana de posiciones de sujeto. Por otra parte, en
comparación con el posestructuralismo de Foucault, la relación que Laclau establece con el
althusserianismo (incluyendo los propios trabajos de Louis Althusser y los de discípulos di-
rectos e indirectos como Alain Badiou o Slavov Žižek,) es algo más compleja. Más allá del
interés común por el psicoanálisis, hilvanado principalmente por la noción de sobredetermi-
nación, hay en los escritos de Laclau un empeño por establecer una distancia con el marxismo
althusseriano y con el análisis de las ideologías de modo general. Aun así, queda claro que
para establecer este distanciamiento crítico Laclau ha necesitado elaborar una argumentación
más extensa y compleja si la comparamos con la atención dedicada al pensamiento foucaul-
tiano. Si bien Laclau se acerca inicialmente al pensamiento de Althusser y a la forma por la
cual éste piensa la idea de sociedad como una totalidad sobredeterminada, el debate acerca de
la definición de lo exterior a la ideología lo alejará definitivamente de cualquier anclaje dentro
de la tradición “culturalista” del marxismo. Una oposición entre ciencia e ideología, como la
que sostiene Althusser, entendida en el sentido de punto de vista ideológico versus extra-
ideológico para Laclau es igual de equivocada que la oposición foucaultiana entre prácticas
discursivas y extra-discursivas. No obstante, en un artículo titulado “Muerte y resurrección de
la teoría de la ideología”, Laclau concuerda parcialmente con la crítica de la ideología elabo-
rada por Žižek, en la medida que ésta postula la imposibilidad de concebir un lugar de enun-
ciación extra-ideológico a partir del cual la realidad hablaría por sí misma o se presentaría tal
cual es, sin mediaciones discursivas. De esta manera, según Žižek la operación ideológica por
excelencia consistiría en asumir el subterfugio de que tal metalenguaje es realmente posible.

613
[La crítica de la ideología] comienza con la negación de un tal nivel metalingüístico, con el
mostrar que los movimientos retórico-discursivos de un texto son irreductibles y que, como
consecuencia, no hay fundamento extra-discursivo a partir del cual una crítica de la ideología
podría iniciarse. (Esto no significa, desde luego, que la crítica ideológica sea imposible, lo que
es imposible es una crítica de la ideología en cuanto tal; todas las críticas serán, necesariamen-
te, intra-ideológicas). (Laclau, 2014, p.24.)

Si bien tal punto extra-ideológico es inconcebible, ello no debería conducirnos a afirmar la


mera existencia de discursos inconmensurables; a abandonar sin más, como parece ser el caso
de la crítica a la ideología, la noción de distorsión. Para Ernesto Laclau las ideologías políti-
cas y sociales descansan sobre concepciones de la realidad que presentan, siempre y necesa-
riamente, una distorsión. La distorsión en la representación de la realidad social tiene que ver
con que un sentido particular tiende a cerrar la significación sobre sí mismo y de este modo
presentarse como una identidad cerrada y sin fisura: “Esta ilusión de cierre puede ser nego-
ciada en varias direcciones, pero nunca eliminada. La ideología es una dimensión que perte-
nece a toda experiencia posible” (Laclau, 2002, p. 36). Como dijimos anteriormente, la opera-
ción ideológica por excelencia consistiría en ocultar, opacar el hecho de que el cierre de la
significación efectuado sobre un contenido particular es una operación que, como tal, excede
la capacidad de representación posible para tal significante particular. La negociación en el
cierre de la significación es siempre una negociación, no se refiere al sentido originario, a una
correspondencia unívoca entre significante y significado, sino que depende de lo que venimos
describiendo para el caso de las demandas sociales en el populismo como el juego de las
“equivalencias” y las “diferencias”. El sentido sólo puede expresarse en un orden simbólico
estable a partir de encarnarse en un contenido particular que resulta inconmensurable con la
operación de cierre, entendido como cierre definitivo; pero a la vez es el cierre mismo el que
permite la estabilización del sentido, por establecer relaciones de equivalencia con otros sen-
tidos particulares y diferentes. Lo que permite esta negociación del sentido “en varias direc-
ciones” es lo que dota a los significantes de una condición que Laclau denomina “flotante”.
En el populismo, como vimos anteriormente, la relación que existe entre los distintos signifi-
cantes que intentan articular el conjunto de demandas populares insatisfechas es ya una rela-
ción discursivamente tensionada y de conflicto. Esto es así porque “la relación entre signifi-
cante y significado tiene ya que ser indefinida –si el significante estuviera adherido a un solo
significado, ningún flotamiento [y, por ende, ninguna fijación del sentido] tendría lugar”
(Laclau, 2002, p. 26). Puesto que la identidad política popular nunca tiene nada de auténtico,
ya-dado y aprehensible de modo directo sólo puede constituirse a partir de cierta dialéctica

614
entre flotamiento y apropiación (cercamiento) del sentido por parte de aquellos significantes
que aspiran a representar a las demandas sociales y a la unificación de las mismas en una arti-
culación hegemónica. Los significantes flotantes son aquellos a ser hegemonizados por el
discurso, los que están en disputa para distintos actores sociales y que adquieren su valor es-
pecífico en función de su articulación con otros significantes. 4 De esta manera, podemos de-
cir que el movimiento que va del completo flotamiento significante a la emergencia de un
nombre que condensa la unidad de la identidad política es lo que completaría el círculo de la
hegemonía populista. La identidad política popular resulta de una construcción discursiva que
supone, necesariamente, un marco de significación estable donde hacer variar los predicados
que significan a esa subjetivación histórica que es el pueblo. Siendo la función predicativa
“insuperable”, en tanto mantiene latente la tensión proveniente de la indeterminación a priori
entre significante y significado, en base a la cual las demandas populares inicialmente se for-
mulan y articulan entre sí. La creación de la política así definida –como ensayos de respuestas
institucionales a la emergencia de una problemática social determinada por la demanda, cuyo
modo de formularse es ya el inicio del problema– supone la perspicacia de toda renovación
hegemónica de saber moverse en el terreno del consenso de la coyuntura sin desentenderse de
la dimensión radical de lo político, de su capacidad de antagonizar con un otro. Hasta aquí
nos hemos dedicado a explicar con mayor detenimiento el funcionamiento de la lógica de la
equivalencia y la necesidad de lograr la articulación (significante, siempre) entre las deman-
das populares para alcanzar la configuración identitaria del pueblo (cuya antesala Laclau ca-
racteriza como “una subjetividad política más amplia” que va más allá de los contenidos dife-
renciales de sus demandas originales). Pasaremos ahora a explorar con más atención el eje del
antagonismo, la necesidad de establecer una distancia radical con un otro enemigo político
que anteriormente señaláramos con la expresión “alteridad interna”.

Así como dijimos que para alcanzar la configuración de una identidad popular es necesario
que exista un adentro, una serie de articulaciones de demandas equivalentes, es igualmente
importante que exista un afuera: esto es, un límite objetivo sobre el cual disipar una alteridad
que se expulsa de la propia identidad. Por lo que vimos arriba, ese límite objetivo para Laclau

4
Un ejemplo podría darse con el significante “seguridad”. Podemos imaginar una situación en la cual cierta
protesta social demande al Estado una política de mayor seguridad. En una articulación discursiva considerada
típicamente “de derecha”, esta demanda estará enlazada equivalencialmente con otros significantes que podrían
ser “bajar la edad de imputabilidad para los menores de edad”, “mano dura”, (cuando no) “vuelta del gobierno
militar”, etc. De esta forma, el sentido inicialmente flotante del significante “seguridad” (porque podría darse el
caso que otro sector de la sociedad demande lo mismo, pero asociando dicha demanda a otros significantes,
como ser “elevar el nivel de empleo”, “más cámaras de seguridad en la vía pública”, “renovación de la policía”,
etc.), si efectivamente logra fijarse a partir de la asociación con estos otros significantes, podemos decir que ha
sido colonizado, hegemonizado por un discurso político de derecha.

615
no es otra cosa que la nominación discursiva. ¿Pero qué se entiende por antagonismo en este
punto? ¿Cómo es posible que el efecto de nombrar al enemigo forme parte de la estructura-
ción política de la propia identidad? En Hegemonía y Estrategia Socialista los autores reto-
man la diferenciación entre contradicción lógica y oposición real trabajada por Lucio Colletti
en “Marxism and the dialectic”, para diferenciarlas del tipo de negatividad propia del antago-
nismo social que ellos proponen. Lo substancial de la noción de antagonismo social, a dife-
rencia de lo que sucedería con la oposición real y la contradicción lógica, es que toma al con-
flicto como el límite de toda objetivación (y universalización) posible. De esta manera, intro-
duciendo la alteridad en la propia identidad, la categoría de plenitud deja de ser un fundamen-
to y al mismo tiempo nos fuerza a abandonar la creencia en la posibilidad de una realización
futura (pero sin renunciar –y aquí una paradoja– a esa realización en el plano del anhelo ima-
ginario o de la utopía). Citemos, en extenso, a los autores:

Hay algo que [la oposición real y la contradicción lógica] comparten, y es que ambos son rela-
ciones objetivas –entre objetos conceptuales en el segundo caso y entre objetos reales en el
primero–. Pero en ambos casos, es algo que los objetos ya son lo que hace inteligible la rela-
ción. Es decir, que en los dos casos se trata de identidades plenas. En el caso de la contradic-
ción, es por el hecho de que A es plenamente A por lo que ser a la vez no-A es una contradic-
ción –y, por consiguiente, una imposibilidad–. En el caso de la oposición real, es porque A es
también plenamente A por lo que su relación con B produce un efecto objetivamente determi-
nable. Pero en el caso del antagonismo nos encontramos con una situación diferente, la pre-
sencia del Otro me impide ser totalmente yo mismo. La relación no surge de identidades ple-
nas, sino de la imposibilidad de constitución de las mismas […] La oposición real es una rela-
ción objetiva –es decir, precisable, definible, entre cosas–; la contradicción es una relación
igualmente definible entre conceptos; el antagonismo constituye los límites de toda objetividad
–que se revela como objetivación, parcial y precaria–. (Laclau; Mouffe, 2004, p. 168).

Lo substancial del antagonismo político es que es el otro el que me impide (y por eso, al mis-
mo tiempo, paradójicamente, me permite) ser ‘yo mismo’. Es decir, es la otredad, una instan-
cia exterior constitutiva la que establece el límite que cerca la propia identidad. Sin esta rela-
ción conflictiva con una alteridad interna no hay configuración identitaria posible. Por ejem-
plo, en uno de los populismos ampliamente comentados por Laclau, el peronismo, podemos
ver que ‘la oligarquía’ es el significante que en aquélla coyuntura histórica específica asume
el valor de representar “el otro que me impide ser yo mismo”, capaz de delimitar un enemigo
político para el movimiento peronista. Al mismo tiempo, esta designación del otro funciona
como cercamiento del imaginario social donde opera toda la potencia de la identificación polí-
tica con el ‘ser’ peronista.

En 1945, el general Perón adoptó una postura nacionalista y aseveró que la opción argentina
era la elección entre Braden (el embajador estadounidense) y Perón. Y, como es bien sabido,

616
esta alternativa tiene lugar en otros discursos mediante dicotomías como ser el pueblo vs. la
oligarquía, las masas trabajadoras vs. los explotadores, etc. […] Los males experimentados por
diferentes sectores del pueblo van a ser percibidos como equivalentes entre sí en su oposición
a la “oligarquía”; son todos análogos entre sí en su confrontación con el poder oligárquico.
(Laclau, 2005, pp. 33-34).

Recapitulemos lo que venimos desarrollando alrededor del proceso hegemónico de configura-


ción de las identidades políticas populares y volvamos sobre la definición de los significantes
vacíos que dejamos pendiente algunas páginas arriba. En primer lugar, dijimos que para
Laclau la operación política fundamental que está en juego en el populismo es la constitución
simbólica de un pueblo. En segundo lugar, afirmamos que esta constitución depende de la
operatoria de dos lógicas de configuración opuestas y complementarias, denominadas lógica
de la equivalencia y lógica de la diferencia. La ‘materia prima’ del populismo, sobre la que
operan estas lógicas son siempre y necesariamente demandas sociales específicas en cuanto a
su contenido particular, que poco a poco van articulándose y tornándose demandas populares
equivalentes enfrentadas a un poder central que no las atiende. Al mismo tiempo, la solidari-
dad política inicial entre éstas comienza a avanzar de forma tal que logra polarizar el tejido
social en una dicotomía política irreductible e irreconciliable, ‘encarnada’ en el nombre pro-
pio que asume la identidad popular y el del enemigo antagónico. Con relación a ello, dijimos
que lo que permite esta síntesis de las demandas populares insatisfechas en el significante que
condensa la identidad popular (que generalmente coincide con el nombre del líder del movi-
miento) y la del enemigo antagónico es una dislocación hegemónica. Esto es, el hecho de que
una demanda particular, un sentido específico pase a desempeñar el rol de encarnar la repre-
sentación de una pluralidad más amplia. En tercer lugar, dijimos que los significantes privile-
giados para desempeñar este papel de representación de la hegemonía son significantes va-
cíos. ¿Pero por qué según Laclau los significantes que logran nombrar a la identidad política
(y a la del adversario) son vacíos? La razón por la cual los significantes que nombran a la
identidad política son vacíos tiene que ver, en parte, con el abordaje discursivo del autor y con
lo que decíamos anteriormente acerca de la indeterminación a priori entre significante y signi-
ficado (lo que permite el flotamiento y la disputa por el sentido de los significantes a ser he-
gemonizados). En el caso del populismo específicamente, cuanto más amplia sea la represen-
tación que efectivamente el nombre del movimiento reivindicatorio consigue encarnar, cuanto
más extensa sea la cadena equivalencial de demandas; mayor pérdida de la especificidad ori-
ginal, del sentido particular de las demandas sociales. A este respecto, el autor señala:

617
En este proceso de condensación [la encarnación de las demandas populares en significantes
privilegiados que las representan en conjunto, como cadena] debemos diferenciar, sin embar-
go, dos aspectos: el rol ontológico de la construcción discursiva de la división social, y el con-
tenido óntico que, en ciertas circunstancias, juega ese rol. El punto importante es que, a cierta
altura, el contenido óntico puede agotar su capacidad para jugar ese rol, en tanto permanece,
sin embargo, la necesidad del rol como tal, y que –dada la indeterminación de la relación entre
contenido óntico y función ontológica– la función puede ser desempeñada por significantes de
signo político completamente opuesto. Ésta es la razón por la cual entre el populismo de iz-
quierda y el de derecha existe una nebulosa tierra de nadie que puede ser cruzada –y ha sido
cruzada– en muchas direcciones. (Laclau, 2005, p. 115. La explicación entre corchetes es
nuestra.)
Si los nombres del pueblo constituyen su propio objeto –es decir, dan unidad a un conjunto he-
terogéneo–, el movimiento inverso también opera: nunca pueden controlar completamente
cuáles son las demandas que encarnan y representan […] Una reagregación o un desplaza-
miento retórico tiene precisamente la función de emancipar un nombre de las referencias con-
ceptuales unívocas. (Laclau, 2005, p.140.)

Esta doble atribución del discurso –articular las demandas sociales a través de significantes
que las representan en conjunto y definir una frontera antagónica interna contra el otro enemi-
go– lleva a Laclau a considerar como tendencialmente vacíos los significantes que condensan
la identidad popular. Dado que para representar a la cadena de equivalencias como una totali-
dad hegemónica se van diluyendo los sentidos heterogéneos originales de las demandas socia-
les particulares. La identidad política popular se constituye, entonces, a través de significantes
que tienden al vacío: corren el peligro de cosificarse en una nada, al querer nombrar lo-todo.
¿Existiría otra manera de representar a un pueblo que demanda?

Para finalizar este desarrollo dejemos planteada la siguiente cuestión. Cuando Ernesto Laclau
describe la operatoria de los significantes vacíos en la hegemonía populista con el lenguaje de
la fenomenología (por ejemplo, cuando establece la diferencia entre el rol ontológico y el con-
tenido óntico), lo que anteriormente llamamos ‘lógica de la diferencia’ y ‘lógica de la equiva-
lencia’ es asimilado a las categorías de heterogeneidad y homogeneidad correspondientemen-
te. Basta revisar las citas anteriores sustituyendo éstos conceptos por aquéllos, para ver que el
sentido de lo que describe el autor se mantiene perfectamente el mismo. Sin embargo, nos
gustaría enfatizar una diferencia que consideramos crucial, y que tal vez sea lo que al final de
cuentas nos permita establecer un matiz teórico significativo entre la hegemonía y el populis-
mo. Creemos que para Laclau el par homogeneidad/heterogeneidad viene al lugar de la(s)
lógica(s) de la equivalencia/diferencia pero con la salvedad de que el proceso de nominación
que está en juego para el caso del primer par conceptual difiere del segundo en la medida que
la homogeneidad/heterogeneidad está atravesada por los efectos que produce la báscula y el
termómetro del afecto. Lo que queremos decir es que, si bien presentamos a la equivalencia y

618
la diferencia como las dos lógicas constitutivas de toda representación hegemónica (incluyen-
do a la populista), la diferencia entre lo que Laclau denomina homogeneidad y heterogeneidad
radical nos permite dar cuenta de cierta a-representación inmanente a toda representación, de
lo real (del goce) irreductible imposible de significatizar. Es decir, nos permite dar cuenta de
aquello que ni bajo la forma del Otro del antagonismo podríamos representar. Nos atrevemos
a establecer esta conjetura con base a cierta disconformidad del propio Laclau con la propia
categoría de antagonismo social desarrollada en HES, que puede notarse con claridad en el
siguiente fragmento de una entrevista que diera en el año 1995:

[A la pregunta sobre cuáles serían las nociones más productivas de su pensamiento, Laclau
responde:] Es la noción de antagonismo, que ya había sido una categoría central en HES; pero
a mi modo de ver esta noción tenía una dificultad en la forma en la que estaba pensada en
aquel texto. La idea básica es que el antagonismo no es parte de la objetividad social sino que
es el límite de toda objetividad […] Lo que no me convence totalmente de esta formulación,
aunque no la desecho enteramente, es que hoy diría que el antagonismo es una forma de orga-
nización de la dislocación más básica […] Es decir que ya hablar de antagonismo es hablar de
un principio de estructuración discursiva, es decir, algo más profundo es la falta. Ahora, ese
algo más profundo en otro texto –Nuevas reflexiones de la revolución de nuestro tiempo – lo
he llamado dislocación. La dislocación es el momento de lo real que no aparece subsumible
dentro del antagonismo. (Laclau [1995] in Buenfil [org.], 1998, p.201.)

Si bien en este trecho de la entrevista el autor propone la idea de dislocación (y no la de hete-


rogeneidad) para nombrar aquello que no lo convence de la definición de antagonismo en
HES, en la medida en que aquí parece haberse diluido un poco esta dimensión de a-
representación inmanente a toda representación de la que venimos hablando, sospechamos
que tanto la dislocación como la heterogeneidad son formulaciones parciales en el devenir de
su trabajo intelectual para dar cuenta de lo que, en términos lacanianos, llamamos un real que,
por estructura, es imposible significatizar (nombrar, representar, verbalizar, articular discursi-
vamente, identificar con el uso del lenguaje). De esta manera, el antagonismo social además
de ser el límite de toda objetividad por la indeterminación a priori entre significante y signifi-
cado, lo es también porque vendría a estructurarse en el lugar de y como un suplemento a la
falta constitutiva de toda subjetividad. De la misma forma que anteriormente dijimos que el
antagonismo social determina una frontera exterior constitutiva, una ‘alteridad interna’; po-
demos decir que la heterogeneidad supone propiamente el abismo, un ‘exterior radical’ ex-
cluido de la representación como tal (ya no, como era el caso del antagonismo, una expulsión
con relación a la representación posible dentro del campo discursivo que permite la hegemo-
nía). Otro trabajo en el que nos apoyamos para sostener lo que venimos argumentando es el
libro de Paula Biglieri y Gloria Perelló, Los usos del psicoanálisis en la teoría de la hegemo-

619
nía de Ernesto Laclau. Allí el análisis de las autoras va en la dirección que aquí sostenemos,
en cuanto a que plantea la noción de heterogeneidad social desarrollada para el caso de la
configuración de las identidades políticas en La razón populista como equivalente al real la-
caniano en la estructuración psíquica del sujeto.

El antagonismo que habita el discurso supone ya alguna forma de inscripción, contingente pe-
ro a la vez necesaria para la constitución del sistema. Lo heterogéneo en cambio no se inscri-
be; sería, desde nuestro punto de vista, lo real en tanto residuo que cae como desecho del pro-
ceso de significación. (Biglieri; Perelló, 2012, p.78.)

De esta manera, podemos concluir diciendo que la problemática teórica que Laclau abarcada
entre el establecimiento de significantes vacíos que encarnan la dicotomización política radi-
cal y la concepción de la dinámica social en términos de heterogeneidad/homogeneidad, nos
permite vislumbrar al populismo en un más allá de la hegemonía, de aquello que puede ser
representado y tramitado por medio de las reglas establecidas por el universo simbólico. Esta
dimensión de a-representación más allá del lenguaje es la otra dimensión radical del tipo de
representación que está en juego en el populismo, que futuramente tendrá que ser examinada a
la luz de la noción de “experiencia política”.

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621
El lugar del proyecto educativo rionegrino en el discurso alfonisi-
nista
Brian Richmond y Luciano Raggio (CURZA-UNCo)

Introducción

Desde los albores de la modernidad los proyectos educativos han respondido a la exigencia
política de crear ciudadanía, transmitiendo a las nuevas generaciones las conductas, las cos-
tumbres y los valores considerados socialmente válidos por el Estado. En este sentido, la es-
cuela fue pensada como tecnología para normalizar, mediante la retención de los iniciales en
esa comunidad en miniatura1 que simplifica, purifica y homogeneiza el medio social facili-
tando la transmisión. Por eso su orientación curricular debe corresponderse con el tipo de sub-
jetividad deseable por el poder para afirmar la cohesión social, inscribiéndose siempre en una
identidad nacional que se muestra como prefijada e inmutable y que se afianza a través de
actos patrios y símbolos generadores de pertenencia.

Pero esta función socializadora de la educación pública complota con los fines de aquellos
proyectos políticos que ocupan el Estado y que no solo tienden a cambiar sino que además
tienen al cambio como ideal. Resulta necesario entonces replantear la tradicional relación po-
lítica-educación para analizar aquellos proyectos pedagógicos estatales desplegados por gru-
pos con actitud hegemónica que, en pos de un nuevo ideal, promueven la remoción de los
valores y costumbres predominantes por considerarlos anticuados o nocivos. En estos casos
se impulsará la re-significación del rol del sistema educativo en general y del esquema escolar
en particular que, de seguir cumpliendo una mera función de reproducción del orden vigente,
no solo se tornarían obsoletos sino además se erigirían en resabios conspiradores en contra de
las nuevas aspiraciones2.

Es en este lugar que ubicamos al proyecto pedagógico democrático que intentó instalar el al-
fonsinismo en la agenda de la transición argentina y que tomó a la reforma educativa rione-
grina como modelo paradigmático en el que depositó sus anhelos de transformación. La Pata-
1
Expresión adoptada por John Dewey en su libro “Educación y Democracia”.
2
Según Gramsci el Estado no culmina con su dominación en la mera coerción, sino que a esa violencia la reviste
con un discurso pedagógico que predica a modo de proyecto de nación con una determinada “dirección
intelectual y moral”. Así, el Estado docente sostiene su dominación a partir “todo el conjunto de actividades
prácticas y teóricas con las cuales la clase dirigente no sólo justifica y mantiene su dominio, sino que llega a
obtener el consenso de los gobernados” (Gramsci, 2009).
gonia, Río Negro, su reforma educativa, constituían aquella tierra prometida del sueño de “La
Segunda República” que reavivó al menos por un momento los vientos idílicos de la primave-
ra democrática que habían amainado ante la dura realidad de una “economía de guerra”3.

En este trabajo analizaremos los objetivos provinciales que el gobierno de Álvarez Guerrero
demandó a la nueva gestión educativa y el lugar que el incipiente proyecto ocupó en las reno-
vadas aspiraciones refundacionales del alfonsinismo a partir de 1986. Dando cuenta de las
fluctuaciones en el escenario nacional y provincial, intentaremos ubicar las causas del fracaso
de esta innovación pedagógica más allá del déficit económico; en la vertiginosa caída de
aquel proyecto político que la llenaba de sentido.

El discurso alfonsinista en la primavera democrática.

El escaso margen de maniobra con que contaron los militares tras el colapso de su gobierno
luego de la guerra de Malvinas inauguró un excepcional escenario de posibilidades para la
transición argentina. La recuperación del espacio público por parte de una ciudadanía que se
fue viendo interpelada a participar actuó como forma de romper con tantos años de privatiza-
ción obligada de la vida y como necesidad casi histérica de correr hacia adelante para dejar
atrás un pasado con el que pocos se sentían cómodos.

Al anunciarse la salida electoral, hasta los sectores en los que se reconocía cierto grado de
complicidad con el régimen le fueron depositando sus demandas particulares (en muchos ca-
sos contradictorias) a una democracia que, de esta manera, comenzó a actuar como significan-
te catch all. Lo que otrora no había sido para la gran mayoría de los argentinos mucho más
que un simple método electivo, se cargó entonces de todos los anhelos que solo puede otorgar
una imaginación colectiva esperanzada y empezó a significar también una forma de vida, una
ideología, una actitud y hasta una moda. Un verdadero clima de época inundaba las calles de
anhelos que idealizaban la democracia por venir y que hacían olvidar por momentos la dura
realidad social y económica.

A partir del rechazo a toda forma de violencia fue emergiendo espontáneamente una frontera
con el pasado expresada en la antinomia autoritarismo o democracia, consigna que se dispu-
taban los diferentes espacios políticos. El candidato radical Raúl Alfonsín, portador de un
exclusivo capital simbólico por su oposición a la guerra de Malvinas y su lucha por los dere-
chos humanos, se mostró como el menos comprometido con aquél pasado y supo apropiarse

3
Expresión que manifestó Alfonsín en Abril de 1985 tras anunciar un ajuste para paliar el déficit fiscal.

624
del nuevo significante sobrecargado al que le adjudicó también la potestad sobre los derechos
sociales: “con la democracia no solo se vota, sino también se come, se cura y se educa” (Al-
fonsín, 1983).

La progresiva apropiación de la frontera a través de maniobras como la denuncia del pacto


militar-sindical le permitió a Alfonsín dejar del otro lado al peronismo y a los sectores corpo-
rativos (militares-sindicales-eclesiásticos) emparentados con ese pasado reciente que había
que dejar atrás. Se ubicaba entonces como el único candidato de la democracia por venir y
apelaba así a la racionalidad de una ciudadanía “independiente” con voluntad de cambio a la
que convocaba por fuera de sus identidades particulares, evitando toda referencia excluyente.
Esta estrategia discursiva sumada a la incorporación de modernas técnicas de marketing y a la
crisis interna que vivía el peronismo determinó su holgado triunfo en las elecciones de Octu-
bre.

Pero sostener la confrontación con aquel otro autoritario una vez en el gobierno implicaba
ciertos riesgos que ninguna otra transición democrática en el mundo se había atrevido a asu-
mir. Sucedía que la demanda que mayor solidez le otorgaba a la frontera era a su vez la más
difícil de efectivizar. Ningún gobierno había antes osado investigar los crímenes cometidos
por el régimen anterior y, mucho menos, llevar al banquillo a los militares acusados.

Por otro lado, una transición pactada y gradual contrastaba con el discurso alfonsinista que
había propuesto “ponerle una bisagra a la historia” (Alfonsín, 1983) y pulverizaría las iden-
tidades que la frontera con el autoritarismo contenía. El dilema de la transición se jugaba en-
tonces entre la opción de apoyarse en las mayorías civiles para democratizar a los poderes
concentrados, a riesgo de poner en peligro la continuidad institucional, o claudicar frente a las
corporaciones que había denunciado en la campaña para asegurar la gobernabilidad, resignán-
dose así a perder los apoyos de la ciudadanía.

Con la fe y la legitimidad que le otorgaba ese 52% de los votos Alfonsín apostaría en el inicio
de su gobierno por la primera y más arriesgada opción, sosteniendo la frontera con el autorita-
rismo a partir de la confrontación con aquel otro que persistía aún en democracia, amparado
en resabios culturales caudillistas y corporativistas que impedían la realización plena de un
nosotros democrático.

En este sentido, podemos descubrir en el discurso alfonsinista dos formas de encarar la lucha
contra el autoritarismo. Por un lado, se trataba del enfrentamiento con los poderes fácticos que
encarnaban ese pasado inmediato, ejecutores y cómplices de la última dictadura, para subor-

625
dinarlos al poder civil. La creación de la CONADEP, el proceso a las juntas militares y la ley
de reordenamiento sindical (conocida como “Ley Mucci”) fueron los primeros proyectos en-
viados al parlamento que pretendían materializar este discurso.

Pero como el autoritarismo se expresaba también en la apatía y el conformismo del ciudadano


promedio que eran el resultado de la eficacia pedagógica de más de cincuenta años de autori-
tarismo, la lucha también consistía en una reconversión cultural de toda la civilidad en pos del
nuevo ideal democrático. El nuevo presidente era consciente de que la reciente voluntad parti-
cipativa de la ciudadanía implicaba más una vía de escape del terror que una real convicción
democrática, y que siete años de la dictadura más represiva dejarían una ciudadanía deficitaria
en valores democráticos y en conocimiento de sus reglas de juego. Sin embargo, aprovechan-
do su perfil docente, desplegaba un ecléctico discurso pedagógico en el que predicaba esos
valores (participación, diálogo, tolerancia, pluralismo, derechos humanos) al mismo tiempo
en que apelaba a ellos como algo ya conquistado por esa voluntad civil supuestamente ya
concientizada que los declamaba como algo consagrado. Es que si el programa alfonsinista se
apoyaba en un discurso pedagógico duro, que resaltase las falencias democráticas y las actitu-
des autoritarias de la civilidad, atentaría contra esa insipiente identidad democrática que esta-
ba forjando y debilitaría la frontera con el otro autoritario. Ese otro parecía a los ojos de la
ciudadanía estar solamente expresado en las corporaciones militares, sindicales y eclesiásticas
que resistían las transformaciones democráticas e impedían la realización plena de aquella
teórica voluntad democrática. Estos sectores constituían la fuente del terror en la que el ciuda-
dano promedio lavaba las culpas de haber formado parte de aquél “algo habrán hecho”.

Pero es posible suponer que en jóvenes provincias que no percibían en su territorio la fuerza
de aquellos sectores como una gran amenaza, este discurso que expresaba la antinomia demo-
cracia o autoritarismo como forma de interpelar a una ciudadanía a enfrentar a las corpora-
ciones no haya operado de la misma manera.

Quizá por estas mismas razones el discurso del joven gobernador rionegrino Álvarez Guerrero
haya otorgado mayor centralidad a la cuestión de la desintegración como forma de explicar la
persistencia del autoritarismo en la provincia y haya optado de entrada por una salida pedagó-
gica. Su decisión de realizar una ambiciosa reforma educativa para remover la herencia cultu-
ral del autoritarismo y consolidar una identidad rionegrina transformarían a la provincia de
Rio Negro en vanguardia de la nación cuando hacia 1986 el presidente relaje la lucha anti
corporativa y comience a priorizar las soluciones pedagógicas a los problemas de la transi-
ción.

626
El discurso de Álvarez Guerrero y la reforma educativa rionegrina.

Al asumir como cuarto gobernador constitucional de Río Negro tras derrotar al peronismo por
trece puntos, el joven alfonsinista Álvarez Guerrero pondría el foco en la integración de la
provincia: “La integración política, social, cultural y económica de Río Negro constituye el
sello que identifica nuestro plan de gobierno” (Álvarez Guerrero, 1983).

Pretendía inscribirse así en las tradiciones inconclusas de las diferentes experiencias democrá-
ticas provinciales más allá de los signos partidarios; identificando a la democracia con su go-
bierno. Según esta lectura, en Río Negro la herencia del autoritarismo estaba presente sobre
todo en su desintegración, provocada por aquellas intervenciones militares enviadas por el
poder central que le impidieron superar la etapa de territorio nacional para constituirse en una
verdadera provincia. El mandatario refería así al autoritarismo y al centralismo de forma in-
distinta, depositando en la democracia el deber de concluir de una vez con aquella fundación
de la provincia tantas veces interrumpida por los gobiernos de facto.

Esta equivalencia democracia-provincia (y, por lo tanto, autoritarismo-territorio nacional) se


inscribía a su vez en las aspiraciones alfonsinistas de superar el pasado autoritario atacando el
centralismo para constituir un régimen verdaderamente federal en el que las provincias tengan
peso real. Es que la causa primera de la desintegración estructural de Río Negro era ubicada
por el discurso guerrerista justamente en el trazado arbitrario de sus fronteras “desde el minis-
terio del interior en Buenos Aires” (Álvarez Guerrero, 1987) durante el peronismo, con total
desconocimiento de las realidades regionales. Sin embargo, esta “defección genética” (Álva-
rez Guerrero, 1983), que había impedido a la provincia de Río Negro llegar a ser del todo una
provincia, brindaba en tiempos democráticos la excepcional posibilidad de proyección de una
provincia continente:

Estos límites geográficos políticos han encerrado en su dibujo una provincia trazada, aparen-
temente, de modo arbitrario. Pero esta arbitrariedad que configura un perímetro en cuyo inte-
rior se insertan regiones desintegradas, constituye, a mi juicio, un gran desafío, y no un mal
irreparable. Hace de nuestra provincia, precisamente, un proyecto más que una realidad: ¡Pero
qué proyecto, con qué potencialidad imaginable (Álvarez Guerrero, 1983)

Lejos de motivar el pesimismo, el discurso guerrerista presentaba entonces a la inconclusa


provincia como un proyecto más que como una realidad incorregible. Se trataba de una cons-

627
trucción a llevar a cabo en el largo plazo y su gobierno debía comenzar con la trascendente
tarea de diseñar los planos y colocar las primeras piezas4.

Si la provincia de Rio Negro más que una provincia era un proyecto, el tiempo sería su requi-
sito fundamental. De esta manera, los rionegrinos debían postergar sus reclamos mezquinos y
evitar sus críticas destructivas para comprometerse en el doble desafío de cuidar la democra-
cia y hacer de la provincia una potencia, aunque los resultados y los beneficios sean gozados
recién por las siguientes generaciones. El estilo austero de Alvarez Guerrero, fundamentado
en su moral Kraussista, pretendía demostrar que la clase política sería la primera en resignar
privilegios. Esto le valió una disputa con los legisladores, la mayoría de ellos de su propio
partido, cuando estos rechazaron un recorte en los haberes dispuesto por el gobernador.

Pero la verdadera garantía y condición de que ese proyecto prevalezca más allá de aquel go-
bierno era la permanencia democrática, pues la experiencia había demostrado que sin demo-
cracia la provincia de Rio Negro nunca podría ser una realidad. De esta manera, la estrategia
guerrerista radicaba en convencer a la opinión pública que el fracaso de su gobierno significa-
ría también el fracaso democrático, lo que implicaría a su vez el regreso a la prehistoria de la
provincia. Con estos argumentos llamaba a “cuidar la democracia” (Álvarez Guerrero, 1985),
reclamando a la prensa que evite las críticas destructivas y, ante cualquier contrariedad de su
gestión, denunciaba intentos desestabilizadores de los enemigos de la democracia y, por tanto,
de Río Negro.

Si bien la visión romántica e idílica de la democracia que caracterizaba los tiempos de la pri-
mavera estaba presente en el discurso guerrerista, este la refería más como una utopía por
alcanzar que como un acto ya consagrado. De esta manera, la democracia también era presen-
tada como un proyecto indisociable del proyecto de provincia, en el que la vigencia del Esta-
do de derecho sería su condición primera, pero solo el tramo inicial:

Empezamos recién a andar. Los mecanismos jurídicos, que son siempre formales, están en
marcha. Pero todo ello no es más que un medio, no es más que un camino, que un tránsito
para que la democracia se despliegue y se enraíce profundamente en todos los cuadros de la
sociedad (Álvarez Guerrero, 1985).

4
Cuando Gramsci analizaba la consolidación de los grupos dominantes en Inglaterra y Alemania había
descubierto que la clave de su construcción hegemónica radicaba justamente en esta idea de Estado como
proyecto, la que inhibe a muchos de rebelarse e intentar sustituirlo bajo la esperanza de que se concreten tales
anhelos: “Ese Estado sólo existe como modelo utópico, pero precisamente su naturaleza de espejismo es lo que
le da vigor” (Gramsci, 2009).

628
Para iniciar el proceso de democratización era necesario acabar con la estructura centralizada
y verticalista, herencia del autoritarismo centralista, que obstaculizaba la toma de decisiones
desde las bases. La reforma del Estado que proponía el nuevo gobierno de Álvarez Guerrero
preveía así la descentralización de sus instituciones, tomando a los municipios como órganos
centrales por su contacto directo con la ciudadanía y pretendía vigorizar las instituciones in-
termedias para constituir “una democracia que no se agote en lo formal” (Álvarez Guerrero,
1983). A su vez, la descentralización de los organismos y ministerios provinciales en las dife-
rentes regiones de acuerdo a sus competencias fomentaría la comunicación y cooperación
entre ellas y zanjaría las históricas disputas por el control de la administración pública. Estas
políticas eran coronadas con el lema “descentralizar es integrar” (Álvarez Guerrero, 1983).

Se trataba entonces de hacer del Estado una inmensa ágora en el que los mismos ciudadanos
vayan construyendo la provincia por medio del compromiso y la participación, mientras con-
solidan la democracia. Pese a este horizonte utópico, el gobernador no olvidaba el déficit de
una ciudadanía que había vivido tantos años de dictaduras y a la que la democracia le llegó
más por descalabro militar que por mérito propio. Para el gobernador, el autoritarismo había
logrado afianzarse en el tiempo gracias a la dominación subjetiva que logró por medio de la
educación:

Sin duda en la educación y la cultura se ha manifestado con mayor énfasis la acción nefasta
de las fuerzas antidemocráticas, mediante la censura, la discriminación ideológica y la repre-
sión, buscando de esta manera la formación de una sociedad sumisa, adocenada y predispues-
ta a la aceptación sin análisis previo de esquemas mentales y formas de vida importadas,
opuestas a los valores nacionales. Se ha educado para la antidemocracia, para el autoritarismo,
matando la creatividad, la solidaridad y la responsabilidad personal, frente a la idea de comu-
nidad. (Álvarez Guerrero, 1983)

El autoritarismo persistía entonces en sus formas culturales que no solo se manifestaban en


actitudes antidemocráticas de la civilidad sino también en una deformación de la identidad
nacional a partir de la inserción de valores foráneos. El discurso guerrerista tomaba de esta
manera tintes anti-imperialistas al denunciar una dependencia de los centros de poder que se
expresaba también a nivel nacional con la relación nación-provincia. Si en todo el país el dis-
curso pedagógico de la dictadura había promovido la desintegración debilitando los vínculos
identitarios nacionales, en Río Negro había profundizado la carencia de estos vínculos al inte-
rrumpir los proyectos pedagógicos de los distintos gobiernos democráticos que buscaban con-
solidar la identidad rionegrina.

629
Es que aquella desintegración genética territorial producto del arbitrario trazado de las fronte-
ras también se había ido expresando de forma económica y cultural a medida que cada zona
fue desarrollando o profundizando un determinado emprendimiento productivo sin relación ni
vinculación entre sí: el turismo en la zona andina, la fruticultura en el valle medio, la ganade-
ría en la línea sur, y la administración pública en la Zona atlántica. Estas formas de cohesión
social habrían generado una determinada identificación de sus pobladores que no trascendía lo
local y que, por lo tanto, impedía su reconocimiento como ciudadanos provinciales, como
rionegrinos. Las rencillias y recelos localistas por pujas económicas o políticas como la capi-
talidad habían potenciado rivalidades y muchos rionegrinos se sentían más cercanos con po-
bladores de ciudades comarcanas de otras provincias que de la propia. La balcanización cultu-
ral de Río Negro era entonces una de las grandes preocupaciones del gobernador:

Bariloche y Zona Andina, la línea Sur, la Costa y el Valle Inferior, Río Colorado con el Valle
Medio y el Alto Valle son como compartimentos estancos, cada una con sus propios intereses,
objetivos y dramas, perspectivas, hábitos e idiosincrasias, esperanzas y desesperanzas. (…)
Hay una especie de falta de curiosidad y de indiferencia por enriquecer nuestra vida local con
la vida de las demás localidades, nuestra vida individual con la del prójimo y con los proble-
mas y las inquietudes de los demás. (Álvarez Guerrero, 1983)
De esta manera, el esquema centralista autoritario no sólo había creado una provincia con
fragmentos disímiles a partir del trazado de fronteras insólitas sino que además, a través de
sus interventores, había atentado contra la identidad provincial potenciando las rivalidades
locales al transformar al Estado en un botín a disputar: “Durante el gobierno de facto se fo-
mentó el localismo, egoísta y excluyente, creando 37 islas, verdaderas fronteras entre muni-
cipios que por sus características zonales, culturales y socio-económicas deberían estar uni-
das férreamente” (Álvarez Guerrero, 1984).

De esta manera la herencia que el centralismo autoritario había dejado en la provincia era
fundamentalmente cultural y estaba manifestada no sólo en la ausencia de actitudes democrá-
ticas sino también en la ausencia de una identidad rionegrina.

Pero el principal defecto podía ser visto a su vez como una oportunidad única. Es que, a dife-
rencia de las provincias tradicionales con identidades conservadoras y costumbres condensa-
das, la joven Río Negro aún contaba con la argamasa cultural para ensayar un proceso refun-
dacional en el que los valores democráticos sean el sustento de su postergada identidad. Se
trataba entonces de iniciar un proceso pedagógico que constituya sujetos racionales creativos,
pluralistas, participativos, comprometidos y que esas características, sumadas al afianzamien-
to de las tradiciones provinciales, constituyan la identidad distintiva del rionegrino.

630
De esta manera, la verdadera solución al histórico problema de la integración era pedagógica
y el nuevo gobierno democrático, en un contexto de crisis fiscal, haría todos los esfuerzos
necesarios para priorizar la inversión educativa.

Por eso dentro de la Ley de Ministerios, que descentralizaba los viejos organismos y creaba
otros de acuerdo a los objetivos políticos del nuevo gobierno, se encontraba la creación del
Ministerio de Educación y Cultura5. Esta combinación de áreas dentro de un mismo ministe-
rio era innovadora y respondía justamente al desafío de “producir el cambio de orientación
que nos permita avisorar la posibilidad de una auténtica cultura popular rionegrina” (Álva-
rez Guerrero, 1984).

El nuevo Ministerio fue habilitado para la utilización del 30% de los recursos totales del Esta-
do provincial, ubicándose en el primer lugar dentro del orden de prioridades presupuestarias.
Para destrabar conflictos gremiales que se venían suscitando en el gobierno de facto la legisla-
tura declaró de interés público al docente de la provincia, lo que lo hacía merecedor de un
aumento de sueldo y de distintos beneficios sociales.

En su discurso ante la asamblea legislativa de 1984 el ejecutivo instruyó al Ministerio a partir


de once “propósitos inmediatos” para promover la gran transformación educativa: “El sector
educativo será, entonces, el instrumento al servicio de la promoción de aquellos aspectos
vitales de la provincia que pueden contribuir al desarrollo integral rionegrino y a la confor-
mación de su identidad cultural (…)” (Álvarez Guerrero, 1984)

Entre los objetivos encargados al ministerio en el mediano plazo se encontraban la redacción


de una nueva Ley Orgánica de Educación, la implementación de los Consejos Escolares y la
reforma de los diseños curriculares de todos los niveles. Del mismo comenzaban a ensayarse
los instrumentos que implementarían en toda la provincia el Plan Nacional de Alfabetización
para atacar el índice de analfabetos que superaba considerablemente el promedio nacional.

Para hacerse cargo de la cartera fue nombrado el reconocido profesor de historia Nilo Fulvi 6.
Las primeras dificultades que tuvo que sortear el nuevo ministro tenían que ver con la preocu-
pación social por la falta de cupos para el ingreso de miles de niños y adolescentes al sistema
al iniciarse el ciclo de 1984, a lo que respondió que “los vamos a ubicar buscando una solu-

5
El concejo provincial de Educación permanecería como brazo técnico del Ministerio y, dentro de su órbita, se
hallarían las direcciones de educación primaria, preprimaria, media y superior, las que junto con las direcciones
de Escuelas Hogares y Residencias Estudiantiles, Educación Rural, Educación Física y Educación artística
conformarían todo el esquema burocrático.
6
Una década atrás Fulvi había escrito un reconocido libro sobre la historia provincial que fue retirado de las
escuelas públicas por parte del gobierno de facto que lo consideró subversivo.

631
ción heróica” (Fulvi, entrevista al Diario Rio Negro, 1984). Del mismo modo, los primeros
esfuerzos de la gestión se concentraron en paliar la debacle edilicia, la falta de bancos y otros
materiales indispensables que constituían la herencia del desahucio militar.

Pero hacia mediados de 1984 el ministerio tendría listo un ambicioso y original “Documento
base para la Reforma Educativa Provincial” “sin precedentes a nivel nacional” (Documento
Base, 1984) que comenzaba a ponerse a consideración de la comunidad educativa y que se
implementaría al año siguiente. En él se configuraba un ideal de hombre nuevo portador de
múltiples virtudes7, se proponía la regionalización de los contenidos curriculares para arraigar
al sujeto a su medio y se definía sin eufemismos a la educación, como: “un acto político so-
cial” (Documento Base, 1984). En su discurso el ministro Fulvi rescataba el espíritu funda-
cionalista del proyecto, expresando que “ha comenzado una nueva etapa en la historia de la
política educativa provincial” (Documento Base, 1984). El lugar trascendente de la educación
en el romántico discurso del ministro estaba argumentado en la idea de que si la escuela lo-
graba crear verdaderos sujetos democráticos, el cambio sería inevitable y la utopía podría ser
alcanzable: “La educación será entonces la matriz que dará a luz a ese nuevo hombre de la
libertad, nacido del dolor de la patria avasallada, pero con la alegría y la esperanza de un
futuro de justicia e igualdad” (Documento Base, 1984).

La reforma ponía principal interés en el Nivel Medio, al que se lo consideraba en emergencia


por la obsolescencia y arbitrariedad de sus contenidos, la persistencia de prácticas autoritarias
y los altos niveles de desgranamiento, deserción y expulsión.

La nueva experiencia comenzaría a ensayarse en el ciclo de 1985, luego de la sistematización


de los aportes que habían realizado docentes, padres y alumnos en jornadas de debate. Las
primeras escuelas que se iniciaron en la transformación a modo de “pruebas piloto” desperta-
ron el inmediato interés de la comunidad por la originalidad de su estructura organizativa y
sus innovaciones didácticas. De esta manera, la reforma educativa rionegrina no tardaría en
trascender y ser motivo de debate en los círculos pedagógicos del orden nacional e internacio-
nal.

7
El documento decía que el hombre de la democracia debía ser “Transformador, armónico, creativo y creador,
solidario, capaz de amar, hacedor de cosas, para la paz, activo, dialógico, arraigado a su medio, alegre,
Latinoamericanista y abierto al mundo, partícipe, con el deseo permanente de ser más, protagonista de la
cultura, democrático, respetuoso, racional, pluralista, respetuoso de los DDHH, comprometido, formado
integralmente, humilde, científico, cooperativista, fraterno, sujeto de su vida, respetuoso del medio, crítico,
libre”. Documento base para la elaboración del plan educativo de la provincia de Río Negro. Viedma, Julio de
1984

632
El lugar de la reforma en el discurso alfonsinista de “La segunda República”.

En Mayo de 1984, un mes antes de la presentación del plan provincial rionegrino, el Ministe-
rio de Educación y Justicia de la Nación había reconstituido el Consejo Federal de Educación
con el objetivo de concertar políticas educativas entre los ministros de educación de las dife-
rentes provincias. La idea era empezar a delinear un proyecto integral de reforma democrática
con especial acento en el nivel medio, cuya mayoría de escuelas aún se encontraban en poder
de la Nación8.

La ventaja con la que contaba Río Negro radicaba en que, como joven provincia patagónica,
ya contaba con la mayoría de las escuelas secundarias en su dominio, lo que le permitía iniciar
un proceso de reforma sin tener que esperar una resolución del Consejo. Pero las provincias
gobernadas por el peronismo (que representaban la gran mayoría) se mostraron reticentes a
cualquier tipo de acuerdo pedagógico y terminaron paralizando la función del organismo. Si
bien se percibía en algunas provincias del norte la influencia de la iglesia católica en el recha-
zo a una posible reforma que pueda atentar contra la libertad de enseñanza, el principal obs-
táculo para la conciliación lo constituía el pasado antiperonista del ministro Carlos Alconada
Aramburu9.

El Ministerio se había presentado ante la sociedad en un gran acto organizado en el teatro


Nacional Cervantes con motivo del centenario de la sanción de la ley 1420 en el que el minis-
tro había expresado que “La ley de enseñanza común y la reforma universitaria, que coronan
el proceso institucionalizador iniciado en nuestros albores como nación independiente, son el
fundamento directo de nuestro programa de política educativa”. Tiempo atrás, al iniciar su
gobierno, el presidente había enviado al parlamento dos proyectos pedagógicos de gran en-
vergadura que pretendían materializar aquellos ideales: la Ley de autonomía universitaria y la
convocatoria a un Segundo Congreso Pedagógico Nacional. Ambas generarían la reacción de
los círculos católicos más conservadores que en algunas provincias mantenían relaciones de
conveniencia con el peronismo.

Al tiempo que pretendía desmantelar el esquema autoritario que persistía en el sistema, el


Ministerio comenzaba también a discutir la reforma curricular, en especial para el nivel se-
cundario. En noviembre de 1984 se realizaron las jornadas de debate “Hacia la transforma-
8
Como uno de los emblemas del nuevo gobierno era la descentralización de las instituciones (políticas en
general y educativas en particular), es posible que la idea de reforma de la secundaria apuntara a impulsar su
democratización antes de efectivizar dicha transferencia.
9
Se trataba de un histórico dirigente radical que era bien recordado en el ambiente pedagógico por sus méritos
como ministro durante el gobierno de Arturo Illia pero que, como previamente había sido funcionario de la
Revolución libertadora, sus relaciones con el peronismo eran ásperas

633
ción del nivel medio”, organizadas por el taller de educación del CPP10, en las que participa-
ron legisladores del área de educación junto a un panel de especialistas. Las referencias a las
reformas que comenzaba a impulsar Rio Negro aparecían una y otra vez en los debates y, en
muchos casos, eran señaladas como el nuevo paradigma que debía adoptar todo el sistema. Se
trataba de reformas tendientes a democratizar su estructura, lograr una mayor articulación con
el nivel primario, tender a la unificación de los contenidos en el ciclo básico (1°, 2° y 3° año)
y a una orientación laboral en el ciclo superior (4° y 5°) adaptada a las necesidades de cada
región. Las mayores innovaciones pedagógicas eran pensadas para el ciclo básico, al que con-
sideraban que debía tender a la obligatoriedad, para extender así la escolaridad asegurada de
siete a diez años. Su importancia en términos políticos radicaba en que comprendía el período
de la adolescencia; etapa central en la configuración de la personalidad del educando y donde
este define su rol en la sociedad, su carácter de ciudadano.

Era esta una de las discusiones que el gobierno nacional quería instalar en el Congreso Peda-
gógico, pero para ello sabía que debía enfrentar las resistencias de los sectores privados, en
especial la iglesia católica, que se había preparado técnica y políticamente para defender sus
posiciones.

Pero el fracaso legislativo de la Ley Mucci en el senado el 14 de Marzo había limitado el


margen de maniobra del nuevo gobierno, desgastando su poder de iniciativa. Esta derrota im-
plicó en términos simbólicos que el pasado hiciera valer su vigencia y que aquella bisagra de
la historia se oxidara e impidiera la rápida vuelta de página que el gobierno pretendía. Se tuvo
que reconocer a aquellos viejos líderes sindicales como interlocutores legítimos y en los suce-
sivos debates de ley se buscaría la negociación y el acuerdo con el peronismo, resignando en
contenidos para ganar en consensos.

Por estas razones, si bien la Ley de convocatoria a un Congreso Pedagógico Nacional lograría
ser aprobada un mes después, el oficialismo tuvo que realizar demasiadas concesiones para
obtener el apoyo del peronismo en el senado y evitar así una nueva derrota legislativa. Como
consecuencia se obtuvo una ley muy distinta al proyecto inicial que, entre otras concesiones,
perdería gran parte del control de la dirección del Congreso en manos de las provincias, la

10
El Centro de Participación Política (CPP) fundado por el Movimiento de Renovación y Cambio en Agosto de
1982 tenía el objetivo de discutir los principales temas de la agenda democrática y fomentar los valores cívicos,
en especial entre los jóvenes que se acercaban al partido. Si bien la institución era de por sí pedagógica, hacia
fines de 1982 comenzó a funcionar en su seno un taller específico sobre educación, dirigido por quien luego sería
secretario de educación, el joven Marcelo Stubrin. Allí se llevaban a cabo estudios de diagnóstico de todos y
cada uno de los niveles del sistema y la articulación entre ellos, se gestaban debates invitando a los diferentes
actores de la comunidad educativa y se elaboraron propuestas y programas de acción que fueron publicadas en el
libro precursor “Educación y Democracia”.

634
mayoría de ellas gobernadas por el peronismo y otras con gran influencia de la Iglesia Católi-
ca. De esta manera, la Ley con la que Alfonsín pretendía impulsar la gran reforma democráti-
ca del sistema educativo había perdido gran parte de sus armas y estaría prácticamente dos
años sin ser reglamentada. En un insólito entendimiento con los sindicatos la iglesia se erigiría
en oposición al gobierno y las cúpulas conservadoras volverían a apuntar contra la democra-
cia, a la que seguían viendo como la incubadora de “inmoralidades” tales como el consumis-
mo, la sexualidad libre, las drogas, la pornografía.

Como si esto fuera poco la estrategia de autodepuración de los militares preferida por Alfon-
sín para limitar el procesamiento también habría de fracasar a partir de que la justicia castren-
se considere inocentes a las juntas, dejando la causa en manos de la Justicia Federal, que ini-
ciaría un proceso judicial mucho más amplio que el que el mandatario considerara prudente
para la transición. Pero quizá el principal conspirador de esta endeble democracia haya sido
una economía indomable acuciada por la inflación, la deuda externa y un desprecio empresa-
rial hacia los intentos keynesianos del ministro Grinspun que hacia 1985 harían proliferar ru-
mores de un nuevo golpe.

Pero cuando el éxito del Plan Austral11 y las condenas ejemplares del juicio a las juntas le
otorguen una nueva legitimidad demostrada en las urnas en noviembre del 85, el gobierno se
lanzaría a la recuperación de la iniciativa con un discurso reconfigurado. La convocatoria a
una “convergencia democrática” en el plenario de la UCR en Parque Norte en Diciembre de
1985 y la cadena nacional del 16 de Abril siguiente en la que el presidente presentaba los pro-
yectos para una “Segunda República”, son los momentos que mejor expresan esta reconfigu-
ración discursiva.

En el discurso de Parque Norte Alfonsín planteará una frontera de más largo alcance que el
pasado inmediato y que ubica la raíz del problema del autoritarismo más allá de las corpora-
ciones, en una cultura maniquea que se ha manifestado en toda la historia a través de antino-
mias insalvables “entre unitarios y federes, entre la causa yrigoyenista y el régimen, entre el
conservadurismo restaurado y el radicalismo proscripto y entre el peronismo y el antipero-
nismo” (Alfonsín, 1986). Las pretensiones hegemonistas y totalizantes de estas manifestacio-
nes políticas habrían postergado indefinidamente la integración política y territorial de la na-

11
Plan lanzado en Junio de 1985 por el nuevo ministro de economía Juan Vital Sourrouille para atacar la
inflación con una política de “shock” hacia el mercado a partir de una moneda sustituta (el austral) y un
congelamiento conjunto de precios, salarios y tarifas.

635
ción, impidiendo en su seno el florecimiento de un régimen pluralista arraigado en valores
como la tolerancia, el respeto por las minorías, el diálogo y el consenso.

Esta “segunda ruptura” (como la llamaría Aboy Carlés) corría el blanco de las corporaciones
y apuntaba a la regeneración de todos los actores políticos (incluidos el propio radicalismo)
que debían reconocerse en sus componentes antidemocráticos para iniciar un proceso de
aprendizaje hacia la integración nacional. Desde esta nueva perspectiva alfonsinista, al autori-
tarismo “ya no se lo puede asociar de un modo excluyente con un partido en particular, un
sector en particular, una corporación en particular. Podría decirse que ha llegado a ser una
enfermedad de la conciencia nacional” (Alfonsín, 1986). Por estos motivos ya no bastaba con
la voluntad civil para la democratización, sino que era necesaria una “profunda reforma cultu-
ral que remueva el cúmulo de deformaciones asentadas en nuestra mentalidad colectiva”
(Alfonsín, 1986) y que haga surgir nuevos sujetos democráticos.

Fue así como la cuestión de la reforma cultural, que hasta entonces había quedado relegada
por la lucha anti-corporativa y el espejismo de la primavera democrática, tomó vigor y fue re-
significada por un nuevo escenario en el que se trataba de evitar la confrontación. En este
contexto, el Estado debía erigirse en un rol docente creando todos los dispositivos para “con-
solidar y acelerar este aprendizaje” (Alfonsín, 1986) cuyo destinatario sería toda la sociedad.

De esta manera, la convocatoria al Congreso Pedagógico Nacional será reinstalada en la


agenda y, en su acto inaugural, el presidente llamará a todos los actores a discutir el proyecto
educativo democrático para el próximo Siglo. En este proceso la reforma de Nivel Medio im-
pulsada en Río Negro, que a esa altura ya había sido reconocida por la Unesco, obtendrá un
rol protagónico.

Pero el renovado diagnóstico alfonsinista, en su inventario de causas de la desintegración na-


cional, referirá también a un sistema por demás presidencialista que relegaba el rol deliberati-
vo del parlamento y a un esquema territorial centralista que engendraba en sí otra antinomia
insalvable: porteños-provincianos. Ambos factores sumados a la cuestión cultural hacían pro-
clive a la Nación a recaer en regímenes autoritarios como un vicio recurrente.

En Viedma, desde los parques del ministerio de Economía rionegrino, Alfonsín impulsaría en
Abril de 1986 la “Segunda República” con el anuncio de la reforma constitucional12 y el tras-
lado de la capital a la comarca Viedma-Patagones. Se trataba de dar los primeros pasos para la
integración, la descentralización y la federalización del país.

12
Por medio de la cual se pasaría a un régimen semi-parlamentario.

636
La joven Provincia de Rio Negro, que ya había comenzado un proceso de integración interna,
se vería entonces como protagonista de un proyecto inesperado que tendría a su histórica capi-
tal como la capital Federal y a su reforma educativa como referencia insoslayable para el nue-
vo proyecto educativo democrático.

El relevo de Alconada Aramburu por el rionegrino Julio Rajneri como titular de la cartera de
educación nacional (tras desestimarse el nombramiento del propio Alvarez Guerrero) y la
asunción de Nilo Fulvi al frente de la subsecretaría nacional de educación, demuestran la in-
tención del presidente de que sean los mismos rionegrinos los que impulsen la reforma en
todo el país.

Del mismo modo, el anuncio del traslado de la capital a Viedma en el contexto del lanzamien-
to de “La Segunda República” evidencia el protagonismo que la provincia había adquirido y
actúa como nuevo insumo que llena de sentido al discurso guerrerista de la integración. En
1986, mientras el presidente convocaba a todos los argentinos a "crecer hacia el sur, hacia el
mar y hacia el frío" (Alfonsín, 1986), el gobernador rionegrino aseguraba frente a su legisla-
tura que “somos vanguardia en el país” (Álvarez Guerrero, 1986).

La caída del proyecto alfonsinista y el fracaso de la reforma educativa.

A comienzos de 1987, a menos de un año del lanzamiento de La Segunda República, el con-


texto político y económico en que aquella utopía se había gestado ya no era el mismo. A un
gran rebrote inflacionario que echó por tierra el auspicioso plan Austral se le sumaron las su-
cesivas claudicaciones del gobierno ante los militares (Ley de Obediencia Debida y Ley de
Punto Final) que terminarían por derrumbar la frontera con el autoritarismo que sostenía el
éxito del discurso alfonsinista. Río Negro y Córdoba serían las únicas provincias en las que el
radicalismo mantendría la gobernación luego de su derrota en las elecciones legislativas de
ese año frente al peronismo. La fuerza que el discurso refundacional le había otorgado al pro-
yecto rionegrino lo impulso más allá de su estrepitosa caída y trascendió a los primeros años
del nuevo gobierno provincial.

El flamante gobernador Horacio Massaccesi, que hasta entonces se había desempeñado como
ministro de gobierno, vendría a expresar un tipo de liderazgo carismático-decisionista que
contrastaba con el perfil de intelectual seco y austero de Álvarez Guerrero. Con 38 años, se
había convertido en el gobernador más joven de la historia de Río Negro y, en el primer año
de su gobierno, se llevaría a cabo nada menos que la reforma de la Constitución provincial, la

637
que le permitiría ser reelegido en 1991. En su primera gestión va a consolidarse aquella idea
de un “proyecto rionegrino” que concluya con la definitiva integración provincial y en el que
la educación sea su pilar esencial.

Sin embargo, Massaccesi pretendía autonomizar su discurso del guerrerista a partir de la pre-
sencia del significante “acción” que se veía expresado en su slogan “soñar y hacer”. A través
de esta consigna el nuevo gobernador parecía hacer de forma simultánea un reconocimiento y
una crítica de su antecesor. En primer término sostendría que la gestión de Álvarez Guerrero
fue correcta en cuanto al impulso de los valores democráticos y la apertura a los canales de
participación que representaron el “sueño” democrático. Pero por otro lado lo definiría como
un proceso estancado en el mero diagnóstico y que no estuvo acompañado por verdaderas
acciones estatales que efectivicen dichos anhelos:

La filosofía de la acción que pretendemos impregne este periodo constitucional ya está dando
sus frutos; nos pusimos en marcha desde el primer día imbuidos de este espíritu que anima no
solo al poder ejecutivo… sino también a los miembros de esta legislatura. Debemos profundi-
zar estas metodologías abandonando la tarea fácil e improductiva que se queda en el discurso y
olvida la respuesta concreta. Animado más por los hechos que por las palabras. ..Esta filosofía
de la acción sólo la concebimos con contenido social” (Massaccesi, 1988).
Aplicando esta tónica de la acción a la reforma educativa, el nuevo gobierno exigió concluir
de una vez con el diseño curricular para generalizar la transformación del secundario a toda la
provincia, dejando de lado el proceso gradualista y de evaluación permanente originalmente
establecido que llevaba a cabo la gestión anterior. Para satisfacer el nivel de infraestructura
que la extensión de la reforma demandaba impulsó el plan “una escuela cada 30 días”, que
más adelante se tornaría insostenible. A su vez, otorgaría un aumento al sector docente que lo
ubicaría con el mejor salario del país, el que se actualizaría cada tres meses según el ritmo
inflacionario. La “cláusula gatillo” (como se popularizó la medida) le permitió destrabar con-
flictos con el gremio UNTER, que venía manteniendo sucesivos paros y protestas desde el
final del mandato de Álvarez Guerrero.

Pero el nuevo gobernador no tuvo en cuenta que finalizando la década no solo había cambiado
el contexto económico, sino también el político.

Como podía anticiparse, la implementación fue llevada a cabo a medias y sin las previsiones
adecuadas dentro de un contexto nacional de privatizaciones y ajuste fiscal. Mientras los re-
cortes en las inversiones imprescindibles iban aumentando la comunidad educativa iba dejan-
do de creer en una reforma que, llegadas las elecciones de 1995, solo existía de forma legal.
Como lo explica Oyola:

638
La extensión de la Reforma, sin las correlativas previsiones de perfeccionamiento, capacita-
ción docente y mayor financiamiento, crea las condiciones para el inicio de un proceso de pér-
dida de legitimidad que irá erosionando su viabilidad y empobreciendo su potencial transfor-
mador (…) (Oyola, 1998)
En los primeros días de su gobierno el nuevo mandatario Pablo Verani decidió formalizar el
fin de la experiencia inscribiéndolo en una de las medidas de austeridad necesarias para paliar
el déficit fiscal. Esto se llevó a cabo prácticamente sin costos políticos, lo que demuestra el
nivel de desprestigio que la reforma tenía para esas alturas.

Sin embargo, más allá de la imprudente gestión de Massaccesi y de las limitaciones financie-
ras para solventar tamaño proyecto debemos ubicar entre las razones del fracaso de la reforma
educativa a la caída definitiva de aquel discurso refundacional que la había llenado de sentido.
Aquella vanguardia de un nuevo paradigma educativo para una nueva Nación que interpelaba
a todos los actores del sistema a comprometerse comenzó a ser vista en tiempos del consenso
neoliberal como un caro resabio del idealismo fútil de la primavera democrática.

Con la derogación de la reforma educativa diez años después de su implementación quedaría


definitivamente sepultado aquel “Proyecto Rionegrino” de integración de una provincia que,
hasta el día de hoy, sigue padeciendo las desavenencias entre sus diferentes regiones y la au-
sencia de una identidad integradora.

Sin embargo, cada vez que se discuten políticas educativas la referencia a aquel ambicioso
proyecto reaparece una y otra vez con la perseverancia de las deudas pendientes, quizá con la
misma nostalgia con la que se recuerda al proyecto de la Segunda República, que tendría a
Río Negro como protagonista y a su capital como la capital Federal.

Bibliografía

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Oyola, Carlos (director). Innovaciones educativas. Entre las políticas públicas y la práctica
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el 15/6/1979 al 15/6/89.

640
Nuevas identidades políticas en España: un análisis de Podemos
desde Laclau y Mouffe
María Soledad Palomino (UBA-FLACSO)

Introducción

Este trabajo intentará analizar los antecedentes; el discurso; y el contexto político, económico
y social de surgimiento del partido político español Podemos, utilizando las herramientas con-
ceptuales de la teoría del discurso planteadas por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe.

El ejercicio será doble. Por un lado, se buscará analizar desde la teoría del discurso las herra-
mientas que utilizó Podemos para construirse en uno de los principales actores políticos de
España en tan solo un año. Por el otro, se observará la influencia de los desarrollos conceptua-
les de Laclau y Mouffe en las definiciones político discursivas del incipiente partido español
en su búsqueda por la construcción de una nueva hegemonía.

Se buscará trabajar en cómo se pasó de lo que los autores plantean como demandas democrá-
ticas a demandas populares, es decir, cómo se logró que una pluralidad de demandas, a través
de una articulación equivalencial, constituyan una subjetividad social más amplia. Se estudia-
rá si Podemos logró constituir nuevas fronteras, construir nuevas voluntades colectivas y arti-
cular una nueva hegemonía.

El surgimiento de Podemos se da en el contexto de la crisis financiera global de 2008 que


tuvo un impacto muy profundo en algunos países de la Unión Europea. España fue uno de los
que más sufrió la crisis económica. Allí el gobierno del Partido Socialista Obrero Español
(PSOE) introdujo una política de ajuste económico y salvataje a los bancos que derivó en un
aumento de la desocupación, en una ola de desalojos (desahucios), y de recortes presupuesta-
rios en la salud y la educación pública. Esto generó una crisis del bipartidismo que existía en
España desde la transición democrática, ya que las políticas que llevaba adelante el PSOE no
se distinguían de las que impulsaba en Partido Popular (PP).

Frente a eso, a partir de 2011, se produjeron una serie de movilizaciones llamadas “las ma-
reas” (Marea Granate, de emigrados; Marea Verde, en defensa de la educación pública y Ma-
rea Blanca, en defensa de la sanidad) y el movimiento de los indignados que tomó las plazas
de las principales ciudades del país, con su epicentro en el acampe en Puerta del Sol en Ma-
drid. Sin embargo, fue en 2014 que esas demandas particulares comenzaron a condensar en
una nueva identidad política: el partido político español Podemos.

El corpus para analizar cómo operan los conceptos de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe en el
discurso de Podemos, estará constituido por el documento fundacional del partido (Mover
ficha: convertir la indignación en cambio político), y por una serie de entrevistas y discursos
de Pablo Iglesias, el secretario general de Podemos.

En un primer apartado encontraremos los conceptos centrales del marco teórico que plantean
Mouffe y Laclau a partir del cual se realizará el análisis del surgimiento y discurso de Pode-
mos. En un segundo apartado avanzaremos en los antecedentes y el contexto de surgimiento
de Podemos. Y en un tercer momento analizaremos si Podemos logró construir una nueva
mayoría social y crear una identidad popular.

Puntos claves de la teoría de Laclau y Mouffe

Antes de comenzar a analizar el surgimiento y el discurso de Podemos, es necesario repasar


los conceptos a partir de los cuáles lo haremos. Para eso retomaremos los planteos conceptua-
les de Chantal Mouffe y de Ernesto Laclau.

En diversas publicaciones, tanto Laclau como Mouffe hicieron un análisis crítico sobre cuál
debe ser la estrategia de la izquierda en Europa, a partir de la incorporación de complejidades
a las sociedad (pos)modernas. Aseguran que las izquierdas no pueden dejar de lado una nueva
agenda de reivindicaciones como son las de género o medio ambiente, entre otras. Pero ade-
más formulan un cuestionamiento a la estrategia de la socialdemocracia de plantearse como
“centroizquierda” y abandonar cualquier posibilidad de disputa hegemónica con la política
neoliberal preponderante desde la década del 701, estrategia que se profundizó con la caída del
muro de Berlín primero y de la Unión Soviética, después.

Ambos plantean la necesidad de una radicalización de la democracia, a la que Mouffe (2007)


denomina democracia agonista. Según señala la autora, para poder avanzar hacia una demo-
cracia plural y radicalizada en necesario comprender que el conflicto es el origen de lo políti-
co y encontrar las formas institucionales (según ella, es el parlamento) para que esa confron-
tación pueda tener lugar dentro de la democracia.

1
Laclau y Mouffe realizan esa crítica en diversas publicaciones. En este escrito trabajaremos con Hegemonía y
estrategia socialista (2004) en el que comparten autoría; con el libro la razón populista (2005), de Laclau; y con
el libro En torno a lo político, de Mouffe (2007).

642
Laclau y Mouffe (2004) indican que en las sociedades democráticas se generan una cantidad
de demandas a partir de la traslación del concepto de igualdad, y que muchas de ellas quedan
insatisfechas. Los autores denominan demandas democráticas a aquellas que permanecen ais-
ladas, que son particulares. En cambio, cuando una pluralidad de demandas a través de una
articulación equivalencial constituyen una subjetividad social más amplia, los autores las de-
nominan demandas populares. Es a partir de esta construcción equivalencial que comienza a
constituirse el pueblo como actor histórico potencial. Según los autores, esa es la base de la
construcción de la lógica populista.

Laclau cuestiona el desden con el que se analiza al populismo desde diferentes corrientes de
las ciencias sociales y asegura que el populismo es “un modo de construir lo político” (2005:
12), “un acto performativo dotado de una racionalidad propia” para “construir significados
políticos relevantes” (2005: 32).

El autor argentino plantea tres precondiciones necesarias para el surgimiento de un discurso


populista: la formación de una frontera interna antagónica separando al pueblo del poder; una
articulación equivalencial de demandas que hace posible el surgimiento del “pueblo” como
identidad; y, por último, cuando se ha alcanzado un alto grado de movilización política, la
unificación de las diversas demandas en un sistema estable de significación (cf 2005: 99).

Es a partir de la articulación por la que una particularidad asume una significación universal
inconmensurable consigo misma que surge lo que Laclau denomina hegemonía.

Pero para poder dar lugar a una hegemonía alternativa es necesario que las demandas popula-
res se condensen en un punto nodal o significante vacío. Se trata de una acción performativa
de institución radical por la cual una demanda particular cristaliza la identidad popular, y pasa
a estar internamente dividida: su propia particularidad comienza a significar algo muy dife-
rente de sí misma, pasa a significar la cadena total de demandas equivalenciales. Cuanto más
extendida sea la cadena de equivalencias menos ligados van a estar los significantes que con-
densan la identidad a las demandas particulares originales (2005: 125).

“Existe un punto –explica Laclau- dentro del sistema de significación, que es constitutivamen-
te irrepresentable; que en ese sentido, permanece vacío, pero es un vacío que puede ser signifi-
cado porque es un vacío dentro de la significación”(2005: 136).
El autor asegura que “la identidad popular expresa/constituye –a través de a equivalencia de
una pluralidad de demandas insatisfechas- la plenitud de una comunidad que es negada y,
como tal, permanece inalcanzable; una plenitud vacía, si se quiere” (2005:137).

643
Laclau explica que existe una tensión permanente entre la particularidad y la universalidad al
momento de constituirse ese punto nodal o significante vacío en torno al cual se constituirá la
identidad popular. Señala que esa “articulación entre la universalidad y la particularidad que
es constitutivamente inherente a la construcción de un ‘pueblo’, no es algo que sólo tiene lu-
gar en el nivel de las palabras y de las imágenes: también se sedimenta en prácticas e institu-
ciones” (2005:138)

El autor destaca la centralidad de la nominación en el populismo y explica que “la homoge-


neidad social es lo que constituye el marco simbólico de la sociedad que hemos denominado
la lógica de la diferencia. Podemos movernos de una institución a otra, de una categoría social
a otra no porque existe una conexión lógica entre ellas (...) sino porque todas las diferencias
requieren y refieren unas a otras dentro de un conjunto sistemático”.

Laclau indica que una primera forma de heterogeneidad surge cuando una demanda social
particular no puede ser satisfecha dentro del sistema, porque carece de ubicación diferencial
dentro de un orden simbólico. Pero asegura que existe otro tipo de heterogeneidad que deriva-
da de las relaciones mutuas entre demandas democráticas insatisfechas (cf 2005:139).

Sin embargo, las demandas no tienden a unirse espontáneamente, lo que otorga un vinculo
equivalencial inicial y débil es tan solo el hecho de que todas ellas reflejan un fracaso parcial
del sistema institucional. Esa cadena equivalencial reforzará su unidad al ser nominada, al ser
condensada en un significante vacío.

Al tratarse precisamente de significante vacío, éste es incapaz de determinar qué tipo de de-
mandas se pueden incorporar en la cadena equivalencial. El resultado es una ambigüedad
ideológica a la que Laclau ve como necesaria para que pueda incluir a las diferentes demandas
democráticas. Pero además, al discutir sobre la constitución de identidades populares nos
estamos refiriendo a una totalidad especial, en la que una parte funciona como todo.

Y esa es para Laclau, además, la definición de relación hegemónica: “Aquella relación por la
cual una determinada particularidad significa una universalidad inalcanzable” (2005; 143)

Cuando se establece una cadena equivalencial entre una serie de demandas democráticas y se
constituye una demanda popular se hace en contraposición con otro proyecto hegemónico, y
se traza una frontera política entre ambos proyectos hegemónicos rivales. Sin embargo esa
frontera es histórica, y puede cambiar, de lo contrario estaríamos hablando de un escenario
político inmóvil. Para explicar el dinamismo en las disputas hegemónicas es que Laclau plan-
tea la existencia de significantes flotantes. Se trata de demandas democráticas que están en

644
disputa entre proyectos hegemónicos rivales. El sentido de la demanda particular permanece
indeciso entre fronteras equivalenciales alternativas (cf 2005:163/7). El impulsor de la escuela
de Essex puntualiza que en las situaciones de crisis los significantes flotantes se multiplican
porque cambian las correlaciones hegemónicas.

Una vez repasados los conceptos centrales, es momento de avanzar en la aplicación del marco
teórico para reflexionar sobre el surgimiento del nuevo partido político español Podemos.

Antecedentes y contexto de surgimiento

En 2008 –con la quiebra de Lehman Brothers- comenzó la mayor crisis financiera y econó-
mica mundial desde el crack de 1929. La crisis financiera comenzó a impactar en la economía
real, y la actividad económica comenzó a caer. Uno de los países europeos que sintió el im-
pacto con mayor profundidad fue España. En ese momento el presidente del Gobierno era
José Luís Rodríguez Zapatero, del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). (Iglesias, 2015)

A pesar de pertenecer a una tendencia de centro izquierda, fue su gobierno el que destinó fon-
dos del Estado para salvar bancos, mientras simultáneamente comenzaba una política econó-
mica de ajuste hacia los ciudadanos españoles2. Ajuste que profundizó su sucesor del Partido
Popular (PP), Mariano Rajoy.

Simultáneamente a la crisis, salieron a la luz una gran cantidad de casos de corrupción que
alcanzaban por igual al PP y al PSOE. Entre los mayores escándalos estuvo la red de corrup-
ción en la obra pública llamada la Trama Gürtel que en 2009 implicó el desvío de 120 millo-
nes de euros; el caso el Bankia en 2012; la denuncia al Tesorero del PP, Luís Bárcenas, por
distribuir dinero negro entre los miembros de la cúpula del partido; y la Operación Púnica, en
la que se detuvo a 51 políticos, ediles, funcionarios y empresarios por la adjudicación de ser-
vicios públicos a cambio de comisiones ilegales. Los casos de corrupción alcanzaron también
a la Casa Real, y la infanta Cristina tuvo que comparecer ante la Justicia española y el Rey
abdicar en favor de su hijo.

Muchos de los casos de corrupción estuvieron vinculados al estallido de la burbuja inmobilia-


ria. Durante años los bancos españoles, en complicidad con sectores políticos, sobrevaluaron
la vivienda a la hora de otorgar créditos hipotecarios a 30 o 40 años. Los bancos hacían figu-

2
http://www.espanol.rfi.fr/europa/20100527-zapatero-salva-su-plan-de-austeridad-por-un-voto

645
rar en su capital los préstamos otorgados por viviendas sobrevaluadas, con lo que posiciona-
ban sus bonos y acciones en la bolsa con un mayor capital del que realmente poseían.

Al comenzar la crisis económica en España, creció la desocupación, hasta llegar en la actuali-


dad a superar el 23,9% según los datos oficiales de la Unión Europea. En un principio, quie-
nes se quedaban sin trabajo recibían durante un año un subsidio por desocupación al que se
denomina Paro. Al pasar el tiempo, dejaron de percibir el subsidio. Poco a poco, grupos fami-
liares dejaron de pagar primero la luz, luego el gas, y finalmente la cuota de la hipoteca.

Fue así que comenzaron los desahucios (desalojos), pero con un agravante. Si bien las tasa-
ciones habían sido sobrevaluadas en negociados que estaban siendo investigados por la Justi-
cia española, no se revisó los montos de los préstamos otorgados. Con una crisis económica
galopante, y el mercado inmobiliario parado, el precio de la vivienda se desplomó. Pero la
deuda de las personas siguió siendo la misma, con lo cual, las familias se quedaban sin casa y
aún endeudados con los bancos. Si quien había contraído el crédito consigue algún trabajo
registrado (en blanco) el banco le retiene parte para cubrir esa deuda, por lo que comenzó a
haber altos índices de trabajo informal. Esto último también fue favorecido por la aprobación
de leyes de flexibilización laboral y por reducciones en el salario mínimo.

A eso se le sumó que tanto el gobierno del PSOE como el del PP, realizaron modificaciones
en los sistemas de sanidad y de educación, imprimiendo fuertes recortes presupuestarios y,
por ejemplo, subas en los aranceles universitarios.

Estas medidas fueron abaladas por ambos partidos, que se venían turnando en el gobierno
desde la transición democrática, 40 años atrás. El descreimiento en ambos creció, pero princi-
palmente en el PSOE porque había abandonado su posición socialdemócrata para abrazar ple-
namente la agenda neoliberal.

Para ese momento, aun se trataban de demandas democráticas, es decir de demandas particu-
lares. Por un lado estaban quienes perdían su empleo, por el otro quienes perdían sus casas;
por otro los docentes que sufrían recortes en sus salarios, por otro los ciudadanos que ya no
tenían cobertura sanitaria.

Un primer paso hacia el pasaje de demandas particulares a demandas más generales sucedió el
15 de mayo (15M) de 2011 cuando se produjo una movilización en las principales ciudades de
España, y un acampe en la Puerta del Sol en Madrid, que formó parte del movimiento de In-

646
dignados que se dio en numerosos países del mundo3. Bajo la consigna de que un 1% se lle-
vaba la riqueza del 99% de la población, en esos acampes se reclamó por más democracia, y
por un cambio en el rumbo de las políticas del Estado.

Sin embargo, el movimiento de indignados no logró en ese momento transformarse ni en una


identidad política, ni en una alternativa electoral y ese año ganó las elecciones generales el
PP.

Para esa altura el descrédito sobre la dirigencia política era total. El viejo escenario en el que
el PP ocupaba el espacio de la centroderecha, mientras el PSOE ocupaba el espacio de cen-
troizquierda colapsó cuando tanto uno como el otro aplicaron políticas de ajuste y austeridad.

Si bien el acampe en las principales plazas del país fue poco a poco disipándose, continuaron
organizándose movilizaciones sociales sectoriales que expresaban su solidaridad unas con
otras. Se trata de las llamadas Mareas: marchas multitudinarias que adoptaron diferentes colo-
res según el sector, blanco en el caso de los trabajadores de la sanidad y verde en el caso de
los docentes y estudiantes que defendían la educación pública. También surgió la llamada
Marea Granate, de jóvenes profesionales que debieron marcharse de España porque no conse-
guían trabajo en su país pero que se organizaron en el extranjero. Una de sus principales
reivindicaciones es la derogación del voto rogado, ya que, esperando el voto castigo de los
exiliados económicos, el PP y PSOE modificaron las leyes electorales para que votar desde
otros puntos cardinales fuera cada vez más engorroso.

Mover Ficha: la indignación en cambio

En enero de 2014 un grupo de de intelectuales, personalidades de la cultura, del periodismo y


del activismo social y político, presentaron el documento “Mover ficha: convertir la indigna-
ción en cambio político”. Como podemos ver en el mismo título del documento fundacional
de Podemos, el partido busca recuperar la movilización de los indignados y constituirse en
una identidad política que los exprese.

Pero además allí se condensa la formación de un adversario común para que las demandas
particulares se agreguen en demandas populares. Allí se plantea la dicotomía entre los de arri-
ba y los de abajo. Los de arriba son “la casta”, los de abajo, la gente común que vio afectados

3
El movimiento de indignados se expresó en muchas ciudades del mundo y tuvo como influencia a las
movilizaciones en algunos países de medio oriente y el norte de África en lo que se conoció como “la primavera
árabe”. Su novedad el rol de las redes sociales y los celulares en la convocatoria.

647
sus derechos básicos a partir de “la política mezquina” de “unas poderosas minorías, sin otro
criterio que su propia supervivencia” y que “demuestran que el enriquecimiento es su bandera
y la impunidad su horizonte” (2014).

“¿Tiene sentido que el 90% de la población que está sufriendo estas políticas no se dote de
herramientas para crear un futuro más luminoso?” (2014), se pregunta el grupo de intelectua-
les en la carta fundacional y apuesta por discutir qué tipo de democracia es necesaria en Espa-
ña.

“Las leyes de seguridad ciudadana (que convierten en delito las formas de protesta inaugura-
das por el 15M), el regreso de la represión contra la libertad de las mujeres, el cercenamiento
de la democracia en los ámbitos políticos locales, el mayor control de los medios de comuni-
cación o el control de la judicatura quieren crear un escenario donde el miedo suspenda la
democracia. Formas que caminan hacia regímenes autoritarios envueltos en procesos electora-
les cada vez más vaciados de contenido”, indican en “mover ficha...” retomando lo que plan-
tea Chantal Mouffe en su libro En torno a lo político (cf 2007).

El documento traza además una línea, una frontera política, distinta a la que se veía hasta ese
momento en España. La división ya no es entre centroizquierda y centroderecha, entre rojo
(PSOE) y azul (PP), sino entre los de arriba, los corruptos, los ineficaces a los que denominan
casta, y los de abajo, los trabajadores, los sensatos, el pueblo, la gente común.

Y para nominar al partido recuperan el “Sí se puede” que fuera la consigna de las plazas ocu-
padas en 2011, pero lo transforman a la primera persona del plural: el nombre del partido será
entonces “Podemos”.

Podemos se propuso así “canalizar esa indignación a través de alguna opción electoral que
emocione y que, al tiempo, demuestre capacidad de representación de las mayorías golpeadas
y capacidad de gestión eficiente y comprometida que haga reales las mejores opciones posi-
bles”.

Para hacerlo puso como principal cara visible a un docente de la Universidad Complutense de
Madrid que conducía un programa de televisión llamado La Tuerka y que participaba en pro-
gramas de debate político (a los que España se les denomina tertulias). Se trata de Pablo Igle-
sias, de 35 años, un doctor en Ciencia Política, proveniente de la izquierda que tenía un tono
serio y tranquilo para dar los debates televisivos.

Fueron 30 los intelectuales que firmaron el documento al momento de la presentación de


“Mover ficha...”. Tan solo 24 horas después ya contaba con 50.000 adhesiones on line. En

648
marzo se inscribieron en el Ministerio del Interior para presentarse a las elecciones de parla-
mentarios europeos. El 25 de mayo de 2014, cinco meses después de haber nacido, Podemos
obtuvo 1.245.948 votos (el 7,98 por ciento) y cinco eurodiputados.

La figura de Pablo Iglesias era muy importante para ese momento. Tal es así que en la boleta
de las elecciones del 24 de mayo de 2014, además del logo del partido se colocó una versión
con estética de esténcil de la cara de Iglesias para que fuera más fácil reconocer a la forma-
ción.

El logo del partido fue siempre un círculo, nombre con el que se designo a los espacios de
organización de base. La campaña a partir de ese momento fue pueblo a pueblo, ciudad a ciu-
dad, y principalmente mediante las redes sociales. Se logró que personas que no asumían una
identidad política, lo hicieran a través de formas de participación telemáticas. En una confe-
rencia que brindó el secretario de cultura de Podemos, Germán Cano, en Buenos Aires expli-
có que trataron de transformar la debilidad de no contar con espacios en los grandes medios
de comunicación en una fortaleza al explotar al máximo el poder de las redes sociales (Cano:
2015).

Si bien los reclamos de los indignados no se trasladaron directamente a la identidad política


de Podemos, ese partido realizó dos operaciones fundamentales a la hora de construir una
hegemonía alternativa y en la constitución de un pueblo. Por un lado, nominó al movimiento
político en el que se condensaron diversos reclamos particulares transformándola en una de-
manda popular. Por el otro, trazó una nueva frontera política, una nueva dicotomización. En
una serie de entrevistas y discursos, Pablo Iglesias dejó en claro quién es el antagonista: la
casta.

En una entrevista que brindó a Telecinco, Pablo Iglesias definió a la casta en los siguientes
términos: “Hay dos tipos de políticos: los políticos que son carteros de los ciudadanos y los
políticos que son mayordomos de los ricos. Los que son mayordomos de los ricos, son casta.
Los que son carteros de los ciudadanos son gente honrada y gente honrada hay en muchos
sitios y en muchos partidos” (Iglesias: 2015, febrero).

“Una parte muy grande de los que ha gobernado nuestro país –continuó- han sido mayordo-
mos de los ricos, han utilizado al Estado para enriquecerse ellos y para enriquecer a sus ami-
gos. La palabra casta sirve para señalarles. Y si no fuera tan verdadera esa palabra no les mo-
lestaría tanto” (Iglesias: 2015, febrero).
Una de las características de la construcción de un significante vacío como explicamos algu-
nas líneas más arriba, es que una vez que se constituye en punto nodal es difícil que pueda

649
limitar las demandas particulares que se van a incorporar a la cadena equivalencial. Eso da un
grado de ambigüedad que permite redefinir los alineamientos políticos.

Al deconstruir la frontera política que era la de “centroizquierda-centroderecha” en España,


Podemos no se limita a convocar a quienes vienen de identidades cercanas a la izquierda tra-
dicional. Aprovecha este momento en el que juegan al mismo tiempo la existencia de signifi-
cantes flotantes en disputa entre los partidos tradicionales y los nuevos 4, y la ambigüedad del
estar conformándose en una identidad que condense un conjunto de demandas.

Para convocar a diferentes sectores dice Iglesias: “En Podemos cabe todo el mundo. Somos
ciudadanos convencidos de que las políticas de austeridad no han funcionado, y que en demo-
cracia cuando algo no funciona se puede cambiar. Todo aquel que esté por la defensa de la
soberanía y de los derechos sociales tiene espacio aquí. Mano tendida a la gente honesta, ven-
ga de donde venga” (Iglesias: 2015, febrero).

“En este momento lo fundamental es una mayoría social que quiere cambiar y que pueden
venir de muchos sitios. Nosotros estamos orgullosos de que Podemos sea un instrumento para
ese cambio”, dice Iglesias (Iglesias: 2015, febrero) y es a esa nueva mayoría social a la que
Podemos interpela.

Podemos planteó otros5 dos hechos fundacionales: la elecciones internas abiertas y la movili-
zación del 31 de Enero de 2015 (31E). La primera además de acentuar la movilización políti-
ca marcó una fuerte diferencia con las estructuras rígidas y poco transparentes de los partidos
tradicionales españoles (en este caso, además del PP y del PSOE, Podemos se diferencia de
Izquierda Unida, el frente que encabeza en Partido Comunista Español). Otra gran diferencia-
ción fue la política de cuentas claras. Mientras el PP estaba siendo investigado por la transfe-
rencia de fondos obtenidos con sobornos a los dirigentes de la organización nacional, Pode-
mos tiene como una de sus principales políticas el sistema de cuentas claras por le que publi-
can en su página Web hasta los gastos más pequeños si estos son afrontados por el partido.
Esta política de financiación de Podemos fue un eje muy importante. En las campañas electo-
rales que debieron afrontar en marzo y mayo de 20156, el financiamiento transparente fue uno
de sus ejes discursivos. “Mientras al PP y al PSOE lo financian los bancos, a nosotros nos
financia la gente común. Eso se nota después cuando se llega al gobierno. Ellos gobiernan
4
El nombre del trabajo es “nuevas identidades políticas en España” en plural, porque si bien aquí analizamos el
caso de Podemos, existe otra formación con pocos años de antigüedad que crece a la sobra del discurso de
cuestionamiento de la vieja forma de hacer política. Hablamos de Ciudadanos (C’s), y seguramente merece un
trabajo el análisis de su discurso y de su historia.
5
Los dos anteriores fueron el documento inicial y las elecciones de parlamentarios europeos.
6
Las elecciones en Andalucia fueron el 24 de marzo y en otras 13 autonomías el 24 de mayo.

650
para los bancos, y nosotros queremos gobernar para la gente común”, explicaron en el mo-
mento de lanzar el crowdfunding. Con la política de financiamiento fortalecieron esa línea
divisoria entre “la casta” y “la gente común” (Presentación lemas: 2015).

El otro momento fundacional fue “La Marcha del cambio”, una movilización que se realizó el
31 de enero de 2015, a un año de la creación del partido. La concentración fue en La Puerta
del Sol, en Madrid, en el que había sido el símbolo de los indignados en 2011. Al convocar
Iglesias dijo: “No es una movilización para pedir nada al gobierno, ni es una protesta. Enten-
demos que en España llevamos mucho tiempo protestando por lo evidente. Hemos tenido que
ver vecinos ayudando a algunos de sus vecinos a que no les desahuciaran. Hemos tenido que
ver a jubilados defender su pensión. Hemos tenido que ver a gente defender el derecho a una
sanidad pública y a una educación pública. Lo que toca ahora es una movilización para decir
que en 2015 va a haber un gobierno de la gente” (Iglesias: 2014, enero 12).

El secretario general de Podemos dijo también: “Queremos que dentro de muchos años, abue-
los les cuenten a sus nietos que el 31 de enero de 2015 estuvieron ahí, en la Marcha del cam-
bio, cambiando la historia del país” (Iglesias: 2014, enero 12).

Cientos de miles de personas7 colmaron las calles del centro de Madrid, y Podemos logró co-
menzar a articular a la significación con el afecto. La columna que se dirigió desde Cibeles a
Puerta del Sol llevaba una bandera que decía “Sí se puede”, y así la Marcha del Cambio con-
densó una dimensión simbólica (volver cuatro años después al lugar del acampe de los indig-
nados con una identidad política) y una dimensión afectiva. Dimensión, ésta última a la que
Ernesto Laclau plantea como necesaria en la constitución de una identidad política (cf2005).

A principios de febrero, los sondeos de opinión mostraban a Podemos con posibilidades de


ganar en las elecciones generales de fin de 2015. Los medios que habían comenzado a darles
espacio se los quitaron y desde el PP y el PSOE comenzaron una campaña fuerte de despres-
tigio y confrontación8. Si bien eso generó desgaste, también fortaleció el antagonismo.

Luego vinieron los desafíos electorales. El primer lugar las elecciones autonómicas que se
disputaron en Andalucía en marzo. Allí Podemos obtuvo más de 500 mil votos, el 14,8 por
ciento y 15 diputados regionales. En las de Mayo, el desempeño dependió de la región, pero

7
Según los datos de la Policía de España fueron alrededor de 300.000 personas. Según Podemos superaron los
500.000 asistentes.
8
La más importante fue la denuncia contra uno de los fundadores del Podemos, Juan Carlos Monedero, quien
había recibido pagos por 415.000 euros por servicios prestados como asesor de Venezuela. Tanto los diarios El
País y ABC como la televisión pública (RTVE) dijeron que con esa plata se había financiado a Podemos.
Monedero dio una conferencia de 45 minutos explicando punto por punto, mostrando que pagó impuestos por
esa cifra y desmintiendo que esos fondos hayan llegado a la nueva formación política.

651
en todas creció respecto de la elección de 2014. Donde mejor se desenvolvió fue en las áreas
urbanas, donde además obtuvo dos victorias simbólicamente muy importantes. En frentes
populares que realizó con organizaciones territoriales y de la sociedad civil obtuvo la alcaldía
de Barcelona, con la dirigentes anti-desahucios Ada Colau; y el segundo lugar, por muy poco
votos de distancia respecto de la lista ganadora, en la alcaldía de Madrid llevando como can-
didata a Manuela Carmena, ex jueza laboralista.

Conclusión

Podemos ha mostrado un crecimiento electoral sostenido. Pero aun no es claro que el impacto
que tuvo su discurso en la sociedad se vuelque en un triunfo electoral a fin de año. Gane o no
las elecciones generales, la intervención de Podemos parece tener un efecto duradero, y con-
tribuyó decisivamente a cimentar una nueva articulación en la que el antagonismo ya no es
centroizquierda/centroderecha. El PSOE y el PP pasaron de concentrar el 71% de los votos en
2008 al 52% en las elecciones autonómicas de mayo de 2015.

El partido político que dirige Pablo Iglesias logró articular así a dirigentes gremiales, docentes
universitarios, jóvenes desocupados, familias que estaban siendo desahuciadas (desalojadas),
artistas, deportistas e intelectuales que venían de diferentes tradiciones políticas, aunque con
una preponderancia en lo que tiene raíces ideológicas de izquierda. Recupera tanto la tradi-
ción republicana española9 como la lucha democrática antifranquista.

Podemos ha logrado poner en debate al concepto de democracia que nació del Pacto de la
Moncloa, con la transición. Marcó que esa fue la democracia posible en ese momento, pero
que ahora es necesaria una democracia más profunda que no signifique solo ir a votar. Iglesias
utilizó las siguientes palabras para definir democracia:

“La democracia tiene que ser eficaz. En democracia es imprescindible que haya servicios pú-
blicos eficaces. Una democracia es tal si cuenta con la mejor sanidad pública. Una democracia
es tal si cuenta con la mejor educación pública. Una democracia es tal si cuenta con las herra-
mientas para garantizar la igualdad ante la ley de hombres y mujeres. Una democracia es tal si
cuenta con los elementos para garantizar la soberanía. Aquellos que convierten lo público en
mercancía son enemigos de la democracia. Aquellos que privatizan la educación son enemigos
de la democracia. Los que entregan la soberanía del país a poderes extranjeros son enemigos
de la democracia. Y de repente resulta que los demócratas somos más. Somos una nueva ma-
yoría social, y el problema es que estamos gobernados por una minoría de defensores del tota-
litarismo. Eso es lo que significa disputar la democracia. La democracia es la permanente so-
cialización del poder” (2014, octubre).
9
Podemos comienza utilizando como color de la formación el verde, pero luego pasa al violeta que es el color
que distingue la bandera de España tradicional (roja y amarilla) de la bandera de la República (roja, amarilla y
violeta).

652
Podemos logró redibujar el mapa político de España al saber leer que existía una cantidad de
demandas democráticas que se estaban constituyendo en populares. De esa forma logró nomi-
nar al sujeto político con el que antagonizar para poder convocar a quienes desde diferentes
sectores querían un cambio. Así “la casta”, ya no es de izquierda o de derecha, es deshonesta,
es mezquina, es una forma de hacer política que es necesario cuestionar. A esa forma de hacer
y de concebir la política es a la que Podemos busca disputarle el poder, a la que busca dispu-
tarle la hegemonía. Llevan por nombre a un verbo, una acción, conjugada en tiempo presente
y en primera persona del plural. Es un nosotros inclusivo que imprime a la posibilidad de un
cambio en las relaciones hegemónicas actuales.

Al clarificar contra quién se lucha, y al reivindicar la acción política, Podemos logró hacer
legible la realidad, transformado lo que cada español vivía como experiencia cotidiana en un
discurso coherente, comprensible (Žižek 2012: 17). Para “la gente común”, “los de abajo”
cada situación pasó a tener un sujeto y un predicado. La desocupación, los desahucios, el exi-
lio económico, la caída de la calidad educativa, los recortes en sanidad, ahora tienen un res-
ponsable: la casta. Y aseguran que es logrando que “la gente común” alcance lugares de res-
ponsabilidad institucional que se va a lograr que “las instituciones estén al servicio de la gen-
te, y no de los bancos” (Rueda de prensa Errejón, 2015 marzo).

Ese es el discurso con el que Podemos logró redefinir los sujetos políticos, y las fronteras a
partir de la cual se construyen las identidades políticas en España. Puede que a fin de año ga-
ne las elecciones o puede que no, pero este ejercicio de nominación es una marca que tendrá
efectos duraderos en la articulación de diferentes identidades populares. Es pronto para definir
la profundidad de la huella, pero está allí.

Bibliografía

Libros:

Iglesias Turrión, Pablo (2015) Disputar la democracia. Política para tiempos de crisis. Buenos
Aires: Akal

Laclau, Ernesto (2005) La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Laclau, Ernesto, y Mouffe, Chantal (2004) Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una ra-
dicalización de la democracia. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Mouffe, Chantal (2007) En torno a lo político. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

653
Žižek, Slavoj (2012) En defensa de la intolerancia. Madrid: Sequitur

Fuentes electrónicas:

“Mover ficha: convertir la indignación en cambio político” http://tratarde.org/wp-


content/uploads/2014/01/Manifiesto-Mover-Ficha-enero-de-2014.pdf

Página oficial de Podemos: http://podemos.info/

Página oficial del 15M: http://www.movimiento15m.org/

Página oficial de Marea Granate: http://mareagranate.org/

Página oficial de Marea Verde: http://mareaverdemadrid.blogspot.com.ar/

Página oficial de Marea Blanca: http://mareablancasalud.blogspot.com.ar/

Riveiro, Aitor (2014, noviembre 14) Sobre las elecciones internas: “95.311 personas eligen a
Pablo Iglesias secretario general de Podemos” extraído de:

http://www.eldiario.es/politica/personas-Pablo-Iglesias-incontestable-
Podemos_0_324767662.html

Moreno Abad, Jesús (2010, mayo 27) “Zapatero salva su plan de austeridad por un voto” ex-
traído de http://www.espanol.rfi.fr/europa/20100527-zapatero-salva-su-plan-de-austeridad-
por-un-voto

Mount, Ian (2014, febreo 17) “España vive ‘boom’ de trabajo informal” extraído de

http://www.cnnexpansion.com/economia/2014/02/14/economia-informal-de-espana-en-auge

Página oficial de estadística de la Unión Europea (2015, junio 2) Desocupación en España


http://sdw.ecb.europa.eu/quickview.do?SERIES_KEY=132.STS.M.ES.S.UNEH.RTT000.4.0
00

Videos on line:

Presentación de PODEMOS. Intervención completa. 16-01-2014 (2014, enero 17) Video en


Youtube extraído el 01/06/2015 desde https://www.youtube.com/watch?v=vNOsg6KF3Ts

Pablo Iglesias en Cudillero (2014, mayo 6) Video en Youtube extraído el 01/06/2015 desde
https://www.youtube.com/watch?v=1N0QzRw-zc4

654
Spot PODEMOS a las Elecciones Europeas 2014 (2014, mayo15) Video en Youtube extraído
el 01/06/2015 desde https://www.youtube.com/watch?v=GowJXbvbSts

Presentación del libro: Disputar la democracia. Política para tiempos de crisis (2014, octubre
24) Video en Youtube extraído el 01/06/2015 desde
https://www.youtube.com/watch?v=JyF92rFFtgY

Rueda de prensa del Consejo de Coordinación de Podemos por parte de Pablo Iglesias (2015,
enero 12) Video en Youtube extraído el 01/06/2015 desde
https://www.youtube.com/watch?t=11&v=i-Zm8DXTYfQ

Discurso íntegro de Pablo Iglesias en la Puerta del Sol (2015, enero 31) Video en Youtube
extraído el 01/06/2015 desde https://www.youtube.com/watch?v=b4WoMdxJUwc

Pedro Piqueras entrevista al líder de Podemos en Telecinco (2015, febrero 15) en Telecinco.es
extraído el 01/06/2015 desde http://www.telecinco.es/informativos/nacional/Pablo_Iglesias-
Informativos_Telecinco-entrevista-Pedro_Piqueras_2_1945155182.html

Germán Cano en la UBA 2/2 (2015, marzo 15) Video en Youtube extraído el 01/06/2015 des-
de https://www.youtube.com/watch?v=2q1ENU-hPbQ

Rueda de Prensa: Presentación de lemas (2015, abril 17) Video en Youtube extraído el
01/06/2015 desde https://www.youtube.com/watch?v=--Xl9QS4b4Q

655
Violencia y lenguaje: el caso del spanglish
Laura Echavarría Canto1

1. Introducción
El siguiente texto forma parte de la tesis doctoral Ciudad global y sujetos migrantes. Recon-
figuraciones subjetivas como procesos educativos. En este trabajo me interesa particularizar
en la constitución de la identidad de la población mexicoamericana a partir de su apropiación
de un contradiscurso lingüístico: el spanglish.

2. Violencia y lenguaje

Son los estudios poscoloniales los que van a profundizar en la enunciación (Spivak, 1985;
Bhabha, 1996) como práctica social discursiva que determina quién habla y quién tiene el
derecho a hablar al considerar que el sujeto enunciador no sólo constituye al interlocutor sino
que además produce prácticas signadas por relaciones de poder-saber. Es desde aquí desde
donde, plantean estos teóricos, se posibilita la transmisión de una subordinación epistemoló-
gica al saber occidental, al posicionar al sujeto enunciador, en una relación jerárquica, como
sujeto ilustrado, que posee un lenguaje que legitima sus prácticas y saberes culturales, destitu-
yendo la postura epistemológica de aquel signado como el otro. Bhabha2 lo sintetiza magis-
tralmente en lo siguiente:

“El concepto de diferencia cultural ilumina el problema de la ambivalencia de la autoridad cul-


tural: el intento de dominar en nombre de una supremacía cultural que es en sí misma produci-
da tan solo en el momento de la diferenciación. Y es la autoridad misma de la cultura como un
saber de verdad referencial lo que está en juego en el momento y el concepto de enunciación”
Desde otra disciplina, esta misma postura, ya se había elaborado por el psicoanálisis lacania-
no, el cual concibe al significante amo3, como aquel que interpela exitosamente a un sujeto,
un imperativo que lo lleva a ser como el Otro, en este caso, este Otro se representa en la figura
occidental de la racionalidad, del hombre blanco, ilustrado, superior a los otros, tanto por raza
como por cultura.

1
Proyecto Violencia y territorio. Construcción de identidades (PAPIIT) de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad Nacional Autónoma de México.
2
Bhabha, Homi. On global memory: thougths on the barbaric transmission of culture, Conferencia dictada en
la Universidad de Berkeley el 18 de abril de 2008.
3
Es interesante el planteamiento de Zizek en torno a la pérdida de hegemonía de los significantes amo en el
mundo posmoderno, Zizek plantea: “Cada significante-amo que implique imponer algo de orden debe ser
reconstruido, dispersado”. Sin embargo,¿ no estaríamos perdiendo de vista que el significante amo actual, de
interpelación al individualismo competitivo responde plenamente al modelo de mercado? Zizek, Slavoj
Violencia. Seis Ensayos, Buenos Aires: Paidos, 2010. P. 49
Es en este contexto en el que podemos ubicar la transmisión de la exclusión a partir del len-
guaje, transmisión que como acto discursivo construye al sujeto; Zizek4 dota al lenguaje de
un carácter constitutivo de violencia, planteando “Es gracias al lenguaje como nosotros y
nuestro prójimo podemos vivir mundos diferentes incluso cuando compartimos la misma ca-
lle. Lo que esto significa es que la violencia verbal no es una distorsión secundaria, sino el
recurso final de toda violencia humana específica”.

Este aspecto, el intento de desposesión del lenguaje y por ende de la historia y la cultura, ha
sido sintetizado magistralmente por Benjamín5, quien plantea: “No hay documento de cultura
que no sea a la vez un documento de barbarie. Y así como éste no está libre de barbarie, tam-
poco lo está el proceso de transmisión a través del cual los unos lo heredan a otros”. En Mé-
xico, los documentos y argumentaciones de la diatriba colonialista y su posterior apropiación
por los gobiernos de la modernidad, con su énfasis discursivo en la necesidad de moderniza-
ción y desarrollo del país que justificó su salvajismo, son un claro ejemplo de lo anterior.
Dicha postura nos sitúa frente a la construcción de una nación compleja que ha silenciando
tanto la cultura como la lengua indígenas, renegando de sus orígenes, administrando lo indí-
gena y proponiendo una identidad nacional hegemonizada y legitimada por grupos de poder
cuyo proyecto de nación se refiere a un modelo occidental con su consecuente justificación
de la exclusión económica, política, social y racial de los pueblos autóctonos.

En este aspecto, los mexicanos hemos constituido nuestra identidad desde la marginalidad,
negando la identidad del grupo al que pertenecemos y en el que se fundamenta nuestra histo-
ria (no queremos ser indios), como una subcultura frente al poder hegemónico representado
primero por los conquistadores, después por las clases dominantes de nuestro país las que
acordes con su proyecto de modernidad proponen modelos identitarios (de estatus, de consu-
mo, etc.) que se fundamentan en modos de vida occidentales. De esta manera, nuestra identi-
dad incorpora fantasmas de exclusión en la medida en que vivimos con modos de vida simbó-
licos e imaginarios propuestos por el poder hegemónico6, olvidando no sólo formas de vida

4 Ibid, P. 85
5
Benjamín, Walter Tesis sobre Historia y otros fragmentos México, Itaca, 2008. P. 42
6
Laclau concibe a la hegemonía como “[…] Una primera dimensión de la relación hegemónica es que la de-
sigualdad de poder es constitutiva de ella; una segunda dimensión es que hay hegemonía sólo si la dicotomía
universal/particular es superada; la universalidad existe sólo si encarna –y subvierte- una particularidad, pero
ninguna particularidad puede tornarse política si no se ha convertido en el locus de efectos universalizantes; una
tercera dimensión muestra que requiere la producción de significantes tendencialmente vacíos que, mientras
mantienen la inconmensurabilidad entre universal y particulares, permite que los últimos tomen la representación
del primero, y una cuarta dimensión que es que el terreno en el cual se extiende es de la generalización de las
relaciones de representación como condición de la constitución de un orden social” Véase: Butler, J, E. Laclau y
S. Žižek (2003), Contingencia,Hegemonía, Universalidad, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica. P. 59

658
alternas como las que proponen las comunidades indígenas, sino además persiguiendo ideales
identitarios que de no cumplirse involucran identidades deterioradas, en este sentido acuerdo
con Butler7 en que “el funcionamiento psíquico de la norma ofrece al poder regulador un
camino más insidioso que la coerción explícita, cuyo éxito permite su funcionamiento tácito
dentro de lo social”, es decir, la interiorización de normas del poder regulador, su incorpora-
ción como algo propio y constitutivo del sujeto.

Esta complejidad del Estado-Nación mexicano que dota de ciudadanía por nacimiento dentro
de un territorio nacional pero que a la vez, la niega de hecho porque los indios son ciudadanos
de segunda que en la práctica ven socavados sus derechos ciudadanos es, de alguna manera,
reproducida por los migrantes que carecen de nación y de protección legal, de esta manera, en
la práctica viven como ciudadanos de segunda, sólo que esta carencia no es soterrada (como
en el caso de los indígenas) sino abiertamente discriminatoria: son ilegales. No por ello, los
migrantes dejan de presentar procesos de resistencia, el uso del spanglish, la lucha por la ob-
tención de la green card y por la ciudadanía son muestras evidentes de esto.

Butler8 plantea:

“El estado deriva su legitimidad de la nación, lo que significa que las minorías nacionales que
no califican para “pertenecer a la nación” son considerados como habitantes ilegítimos”…Así,
el estatus que confiere la condición de sin-estado a un grupo de personas, se vuelve el medio
por el cual los sin-estado son producidos discursivamente dentro de un campo de poder, a la
vez que son privados de sus derechos"
Destaca que aún y cuando los migrantes se apropian del inglés, se vuelve éste su marco cogni-
tivo y comunicativo, al no ser parte de un sujeto social hegemónico, su solo acento deriva en
exclusión. Es famoso el relato de la manifestación de migrantes ilegales hispanos, quienes
bajo la consigna “Nosotros también somos Norteamérica” cantaron el himno estadounidense
en español, a lo que el presidente Bush respondió que el himno solo se podía cantar en inglés.

De esta manera, nos encontramos con identidades migrantes de suyo marcadas por un triple
proceso de la subjetivación, primero, en tanto la aceptación de los llamados de la interpela-
ción (la ideología de la modernidad) los ha constituido como sujetos sujetados, históricamente
deteriorados, epistemológicamente subyugados; segundo, a través de la incorporación de me-
canismos psíquicos de control, como mandatos simbólicos constitutivos de un sujeto racial-
mente inferior que marcan nuestros procesos de identificación y devienen huellas que los su-
jetos migrantes han internalizado y que son refrendadas en su cruce y en su experiencia en

7
Butler, Judith Mecanismos psíquicos de poder, Madrid: Ediciones Cátedra, 1997.P. 32
8
Butler, Judith y Gayatri, Spivak. ¿Quién le canta al Estado-Nación? Buenos Aires, Paidós. 2009. P. 65

659
Estados Unidos; y tercero, como reproducción de ciudadanos de segunda, primero desde el
estado-nación de origen y después como habitantes sin-estado y por ende, sin derechos ciuda-
danos. No por ello o más bien, precisamente por ello, los migrantes resisten, se oponen a di-
cha subordinación.

3. La resistencia lingüística: el caso del spanglish

En la construcción de la resistencia de los pachucos y chicanos y de algunos migrantes estu-


diados en esta investigación, destaca la importancia de la hibridación del lenguaje, entre el
español y el inglés, este dialecto conocido como spanglish es hablado por más de ocho millo-
nes de chicanos, como forma de resistencia a la cultura norteamericana dominante y a las hue-
llas de sometimiento derivadas de la idea de una inferioridad lingüística y de la subalterniza-
ción cultural que acompaño a la expropiación de los territorios9. Anzaldúa10 narra: “I walk
through the elementary school I atended so long ago, that remained segregated until recently.
I remember how the white teachers used to punish us for being Mexican”.

En este sentido, el uso de este lenguaje de la resistencia ha sido significativo para unificar a la
población mexicoamericana y uno de sus orígenes puede rastrearse en la figura del pachuco y
sus motines de la década de 1940, el uso entre las pandillas de pachucos de la significativa
palabra: “ese”, que marcaba a “ese” como aquel que no forma parte del sueño americano: el
cholo, el pocho, el pachuco, el otro, a los cuales el poder los constituía como ámbito exterior,
como exterior constitutivo, producido dentro de y en los márgenes de la nación americana. En
este sentido es que Galarza11 en su autobiografía, Barrio Boy, relata: “concerning the pochos,
the chicanos suspected that they considered themselves too good for the barrio, but were not,
for some reason, good enough for americans”

En este contexto, la importancia de los pachucos como precursores del movimiento de resis-
tencia está fuera de duda, desde el origen etimológico de la palabra pachuco, proveniente del
náhuatl: pachoacan, lugar donde se gobierna, quizá queriendo connotar que el pachuco go-
bierna algo (un burdel, un casino, su barrio). Son los pachucos los que dieron origen al span-
glish como caló chicano, también llamado "pachuquismo”, argot único que fusionó palabras
y frases creativamente que aplican la terminología formal española, e imaginativamente adap-

9
Varios autores (Villanueva, 1985, García, 2007) relatan que la población mexicana que se quedó en los
territorios expropiados se reivindicaba como de linaje español, autodenominándose spanish americans.
10
Anzaldúa, Gloria Borderland. La Frontera. La Nueva Mestiza, Aunt Lute Books, 1989. P.111
11
Galarza, Ernesto, Barrio Boy, Nueva York, Ballantine Books, 1972. P. 202

660
tó palabras de préstamo inglesas. La imagen del pachuco es ampliamente conocida en México
por el retrato que de él hizo Octavio Paz en El laberinto de la soledad, escrito en parte en Los
Ángeles y publicado en 1950.

Ahora bien, si postulamos una noción de discurso12 como constelación significante, como
construcción social de la realidad a partir de elementos lingüísticos y extralingüístcos que dan
cuenta del carácter de lo social, los elementos extralingüísticos cobran verdadera relevancia,
por ejemplo, como todos saben, el movimiento de los pachucos o zoot-suiter se caracterizó
por atuendos que incluían una levita y unos pantalones abombados acompañados con una lar-
ga cadena de dos vueltas que caía de la cintura hasta más abajo de las rodillas.

Su modo de vestir era una rebeldía y un performance de procesos de resistencia pero a la vez
mostraba su necesidad de integración al modo de vida americano porque lo que el sujeto ve
en el espejo cuando usa determinadas modas es al gran Otro, al orden simbólico mismo que
le está proponiendo una identidad corporal vestida de signos de adscripción y prestigio social,
(en este caso, los trajes), de hecho por eso podemos ver en la moda un lenguaje que descubre
costumbres y estructuras de pensamiento de sociedades y épocas, una lengua del gran Otro en
su devenir histórico que nos permite dar cuenta de los simbólicos e imaginarios sociales.

El estilo pachuco dramatiza y caricaturiza la moda estadounidense y en este aspecto, acuerdo


con Lypovetsky13 “en que “… el gusto por la apariencia es menos alienado por la mirada del
Otro y es menos tributario del imperativo de subyugar”. En este caso, la moda pachuca mos-
traba, la resistencia al mundo simbólico estadounidense y el imaginario de una sociedad que
integrará a los mexicanos norteamericanos respetando sus diferencias. En gran parte, tanto la
vestimenta como el caló pachuco fueron sus manifestaciones principales y los últimos vesti-
gios de su supervivencia, la cual fue retomada posteriormente por los cholos y por los chica-
nos.

En este contexto, se explica el famoso motín de los pachucos de junio de 1943, en la ciudad
de Los Ángeles que significó un acto de violencia racial perpetrado por marinos de guerra
anglosajones (principalmente) contra jóvenes de origen mexicano, con la complacencia de las

12
Lo que Foucault conceptúa como dispositivo: “Lo que trato de situar bajo ese nombre es, en primer lugar, un
conjunto decididamente heterogéneo que comprende discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas,
decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas,
morales, filantrópicas, en resumen: los elementos del dispositivo pertenecen tanto a lo dicho como a lo no dicho.
El dispositivo es la red que puede establecerse entre estos elementos”. Cf. Foucault, Michel El juego de Michel
Foucault. Entrevista en: http://caosmosis.acracia.net
13
Lipovetsky, G. (1990) El imperio de lo efímero. La moda y su destino en las sociedades
modernas Barcelona: Anagrama. P. 167

661
autoridades locales de dicha ciudad. Fue un acto que contradecía el discurso de la buena ve-
cindad, lo cual fue notado por los comentaristas de la época: “los soldados y marinos que
obraron de esta guisa, no parecen paladines de la democracia, sino sicarios de los que em-
plea Hitler para martirizar a los judíos; y que los periódicos que aplaudieron estos excesos,
parecen dignos de la tutela oprobiosa de Goebbels”. La intervención de abogados democráti-
cos y de la prensa, cambiaron la perspectiva del acontecimiento: el semanario Time reveló la
inmovilidad de la policía de Los Ángeles para frenar la agresión de marinos y civiles anglo-
sajones que se metieron a cines, teatros o en la calle a golpear salvajemente a quien estuviera
vestido de zoot-suit, pero se terminó embistiendo de acuerdo al color de la piel y la policía
participo activamente del racismo al llevarse presos a los golpeados, acusados de “vagancia y
riña”14.

Por otra parte y como se sabe, en el ambiente militar de la segunda guerra mundial se decía
frecuentemente que a la infantería se enviaba exclusivamente a “mexicanos, negros, polacos y
oakies”. El último término se refería a campesinos pobres del estado de Oklahoma, y más
genéricamente a aquellos agricultores del medio oeste que vagaban por las carreteras, después
de haber perdido sus tierras o sus trabajos después de la Depresión de 1929. A los afroameri-
canos se procuraba tenerlos aislados, en unidades exclusivas para este importante grupo étni-
co. Por eso su experiencia en la guerra sería muy diferente a la de los mexicanos y la de otras
minorías, aunque la oportunidad de entrar a la universidad después de la guerra fue uno de los
principales motivos de participación de estas minorías15 y es hoy también uno de los principa-
les atractivos para entrar a la guerra de Irak.

Sin embargo, la discriminación y la segregación no se quitan con becas, acceso a créditos y


oportunidades de trabajo. Fue ampliamente publicitado, el altercado de 1949 cuando a los
familiares de un veterano, Félix Longoria, les fue negado el servicio de una funeraria en
Longview, Texas, a causa de su ascendencia mexicana. Este caso fue un escándalo, al grado
de que el senador Lyndon B. Johnson tuvo que intervenir para que el cuerpo de Longoria
fuera enterrado en el cementerio militar de Arlington, Virginia. Este caso hizo visible la se-
gregación de la que eran objeto los veteranos de ascendencia mexicana, y por añadidura todos
los mexicanos. También sirvió para incentivar el activismo chicano de varias asociaciones
que tenían una representación muy importante de veteranos. El American G.I Forum (Foro

14
Para profundizar en torno a los motines, puede verse la obra: Zoot Suit de Luis Valdez quien fue precursor del
teatro chicano y creador del teatro campesino de Aztlán.
15
Cosa muy distinta sería la guerra de Vietnam, época que vio grandes manifestaciones contra ella, por parte de
distintos sectores de la sociedad; entre ellos el movimiento que estalló en 1970, llamado “Moratoria Chicana”,
que buscaba acabar con el alto índice de reclutamiento entre los chicanos para enviarlos al sudeste asiático.

662
Americano de Reclutas) fue una de las más trascendentes junto con la Liga de Ciudadanos
Latinoamericanos Unidos (LULAC, por sus siglas en inglés) y la Organización de Servicios a
la Comunidad (CSO)16. Estas asociaciones lucharon política y jurídicamente contra casos
concretos de segregación, sobre todo en escuelas y ganaron casos fundamentales.

De hecho tanto el movimiento pachuco como la segunda guerra fueron determinantes en la


emergencia de la comunidad mexicoamericana chicana, su participación activa en la misma le
otorgaba también el derecho a exigir un trato más justo. Su participación bélica fue un ejem-
plo para su comunidad, pero no lo fue para todo el país, que seguía entregado a prejuicios
raciales que parecían ser el distintivo identitario estadounidense, por ejemplo, la reforma
constitucional que permite la doble nacionalidad no fue aprobada por el Congreso, sino hasta
1998.

En este sentido, el movimiento chicano es la muestra más representativa de este ámbito de la


resistencia y el papel del sueño americano como punto nodal de este tipo de resistencia es
notorio en sus luchas. Estas luchas que se dan en un campo de relaciones de poder asimétri-
cas y por ende, se establecen como un exterior constitutivo, en oposición a la figura hegemó-
nica, en claro y abierto antagonismo, se conforman como exterior constitutivo fijando las
fronteras de este proceso al criticar la perspectiva cultural norteamericana dominante y pre-
sentarse como la posibilidad de un proyecto alterno. Parafraseando a García17, la exclusión de
la población chicana del sueño americano, a pesar de su participación como estadounidenses
en la segunda guerra mundial, dio origen al movimiento chicano porque “…la situación de
postguerra en la cual los veteranos regresaron a la misma estructura de discriminación para-
institucional, fueron detonadores de la conciencia chicana”.

En suma, su marginación, su identidad bicultural/bilingüe y su inserción en una sociedad ra-


cialmente discriminatoria explican el surgimiento de estos movimientos sociales, con un
comportamiento social, un lenguaje y una indumentaria utilizados en el marco de las pandi-
llas de los barrios y aunque los términos cholo, pocho, chicano habían sido tradicionalmente
utilizados en un sentido despectivo, son posteriormente retomados por estos grupos interpela-
dos, quienes le otorgan un valor contestatario, como oposición y reafirmación, el apelativo se
vuelve divisa de orgullo y de coraje, como una especie de contienda psicológica hecha por el

16
La trayectoria de Edward Roybal, fundador de la CSO y uno de los líderes chicanos más importantes de la
época, fue muy similar a la de muchos jóvenes que fueron reclutados: creció en East LA y trabajó en los Cuerpos
Civiles creados por Roosevelt durante la depresión, y después participó en la guerra. Fue el primer chicano en
llegar a concejal en la ciudad de Los Ángeles, donde defendió por más de diez años a la comunidad hispana.
17
García, Esperanza El movimiento chicano en el paradigma del multiculturalismo en Estados Unidos, México,
CISAN-UNAM, 2007. P. 212

663
grupo excluido, como autodeterminación, orgullo de etnicidad y concientización política, en
suma y siguiendo a Butler18 como “posibilidad afirmativa de un contra-discurso como agen-
cia”.

De esta manera, la identidad de los chicanos se fue construyendo en el silenciamiento de su


lengua y al romper el silencio también se está dando cuenta de un espacio de resistencia lin-
güística al poder hegemónico, prueba de esto se ofrece en el estudio de Víctor Montejo19
quien afirma que en Florida hay poblaciones en que el idioma que se habla es el Tzotzil y hay
edificios de apartamentos que han sido reorganizados según las relaciones espaciales mesoa-
mericanas.

TMB20 narra que a su hijo, nacido ya en Nueva York y hablante de los dos idiomas, constan-
temente le refuerza su nacionalidad mexicana, a través del uso cotidiano del español porque
dice: “… los niños que nacen aquí, ya no quieren hablar español, les da vergüenza”, asimis-
mo usa constantemente la comida y las tradiciones culturales para afianzar su origen mexi-
cano aunque relata “…es difícil, por ejemplo, el día de muertos, yo pongo el altar y le cuento
de nuestras costumbres pero él es un niño y lo que más le importa es su disfraz de Ha-
lloween”.

El uso del español como lengua portadora de vergüenza, significa el borramiento del sujeto,
en tanto, como seres lingüísticos requerimos del lenguaje para existir, TMB21 relata:

“Y me la hacían, me la hacían hasta que aprendí inglés, por eso también me fui rápidamente a
la escuela de inglés, para poder pelearme y para poder exigir mis derechos, sobre todo cuando
no hablas el idioma creen que eres retrasado mental, porque no hablas inglés, como si ellos si
hablaran español, ¿no?, como si ellos fueran poliglotas y no lo son, en la mayoría, no lo son,
de hecho, el nivel cultural también entre los blancos es muy bajo”
Esta migrante mantiene una postura de resistencia muy importante, su cuestionamiento a la
primacía del inglés sobre el español: como si ellos fueran poliglotas y no lo son, en la mayo-
ría, no lo son, de hecho, el nivel cultural también entre los blancos es muy bajo

Por otro lado, acuerdo con Butler22 cuando plantea que el lenguaje tiene un papel fundamen-
tal en la constitución de sujetos que son interpelados desde la injuria pero que a la vez, “el
término insultante puede ser devuelto al hablante de una forma diferente, que puede citarse
contra sus propósitos originales y producir una inversión en sus efectos”

18
Butler, op. cit., p. 36
19
Citado en Pratt, Mary Louise “¿Por qué la virgen de Zapopan fue a los Ángeles?. Algunas reflexiones sobre la
movilidad y la globalidad” En: Contracorriente, Vol. 3, No. 2, 2006. P. 30
20
Entrevista realizada en julio de 2011 en la ciudad de Nueva York.
21
Entrevista del 31 de julio de 2009 en la ciudad de Nueva York.
22
Butler, Judith Lenguaje, poder e identidad, Madrid, Ed. Síntesis, 2004. P. 35

664
En este contexto, el hecho de que la comunidad mexicana hispanoparlante, utilice un lengua-
je propio como mecanismo de resistencia y de defensa es relevante, como podemos ver en el
siguiente poema, English con Salsa, de Gina Valdéz23:

“Bienvenidos al ESL 100, English Surely Latinized,

Ingles con chile y cilantro, English tan American,

Como Benito Juárez. Bienvenidos muchachos de Xochicalco,

Aprendan el idioma de dólares y dolores, de reyes,

Y reinas, del pato Donald y Batman. Holy Toluca¡

En cuatro meses estarán hablando como George Washington.

En cuatro semanas podrán pregunta: More coffe? En dos

Meses podrán decir: may I take your order? En un año

Podrán pedir un aumento, con la frescura del río Tuxpan”.

Asimismo, la obra de Anzaldúa que da cuenta de estas identidades situadas en una zona híbri-
da, muestra este contra-discurso, saca a la luz espacios llenos de posibilidades de resistencia,
como hace, por ejemplo, la narradora de Borderlands/La Frontera al negarse a aceptar los
códigos patriarcales de la cultura mexicana o las constreñidas franjas del feminismo tradicio-
nal en Estados Unidos. Anzaldúa24 plantea:

“It is imperative that mestizas support each other in changing the sexist elements in the Mexi-
can-Indian culture. As long as woman is put down, the Indian and the Black in all of us is put
down. The struggle of the mestiza is above all a feminist one. As long as los hombres think
they have to chingar mujeres and each other to be men, as long as men are thought that they
are superior and therefore culturally favored over la muje, as long as to be a vieja is a thing of
derision, there can no real healing of our psyches. We ´re halfway there –we have such love of
the mother, the good mother. The first step is to unlearn the puta/virgen dichotomy and to see
Catlalopeuh-Coaticlue in the Mother Guadalupe”.

23
Valdéz, Gina English con Salsa En: Joysmith, C. (ed.) Cantar de espejos. Poesía testimonial chicana de
mujeres, México, UNAM-CISAN-Universidad del Claustro de Sor Juana, 2012. P. 60
24
Anzaldúa, op. cit. 106

665
En este aspecto, las escritoras feministas chicanas, Gloria Anzaldúa, Noma Alarcón, Cherrie
Moraga, Sandra Cisneros, Norma Cantú, entre muchas otras, han hecho de la palabra un acto
25
subversivo que socava al discurso hegemónico de ambos lados de la frontera. Cantú escri-
be:

“Deja que las palabras vengan como vengan

Y, como neurocirujano,

Corta con precisión, aquellas palabras que oprimen,

Que controlan, palabras buenas y malas

Que esclavizan y obstaculizan:

Trabas de la mente colonizada.

Las mentes colonizadas no conocen más júbilo

Que el de sus colonizadores”.

De esta manera, estas literatas han construido un margen poético de resistencia, en palabras
de Joysmith,26 “las chicanas se apropiaron de la lengua del conquistador para apuntar hacia la
larga historia de opresión y procesos de borramiento de una lengua y una cultura”.

En suma, podemos plantear que la resistencia linguística construye contra-discursos que dotan
a la lengua de un ámbito de identidad cultural que permite no sólo una reocupamiento y una
dignificación de la lengua sino también códigos culturales que operan como espacios de iden-
tidad, lo anterior resulta en una resistencia a la violencia simbólica que opera sobre la lengua
de origen, el español, porque al no permitirse que el sujeto construya y explique su realidad a
partir de sus propios códigos culturales, se ejerce un hecho notablemente violento, ante el cual
pachucos y chicanos han respondido con un contra discurso por excelencia: el spanglish.

25
Cantú, Norma “descolonizando la mente” Joysmith, C. (ed.) Cantar de espejos. Poesía testimonial chicana de
mujeres, México, UNAM-CISAN-Universidad del Claustro de Sor Juana, 2012. P. 76.
26
Joysmith, C. (ed.) Cantar de espejos. Poesía testimonial chicana de mujeres, México, UNAM-CISAN-
Universidad del Claustro de Sor Juana, 2012. P. 23

666
Bibliografía

Anzaldúa, Gloria Borderland. La Frontera. La Nueva Mestiza, Aunt Lute Books, 1989.
Bhabha, Homi On global memory: thougths on the barbaric transmission of culture,
Conferencia dictada en la Universidad de Berkeley el 18 de abril de 2008.
Benjamín, Walter Tesis sobre Historia y otros fragmentos México, Itaca, 2008.

Butler, Judith Mecanismos psíquicos de poder, Madrid: Ediciones Cátedra, 1997.


Butler, Judith Lenguaje, poder e identidad, Madrid, Ed. Síntesis, 2004.
Butler, Judith y Gayatri, Spivak. ¿Quién le canta al Estado-Nación? Buenos Aires, Paidós.
2009.
Butler, J, E. Laclau y S. Žižek (2003), Contingencia, Hegemonía, Universalidad, Buenos Ai-
res, Fondo de Cultura Económica.

Cantú, Norma “descolonizando la mente” Joysmith, C. (ed.) Cantar de espejos. Poesía


testimonial chicana de mujeres, México, UNAM-CISAN-Universidad del Claustro de Sor
Juana, 2012.
Foucault, Michel El juego de Michel Foucault. Entrevista en: http://caosmosis.acracia.net
Galarza, Ernesto, Barrio Boy, Nueva York, Ballantine Books, 1972.
García, Esperanza El movimiento chicano en el paradigma del multiculturalismo en Estados
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Joysmith, C. (ed.) Cantar de espejos. Poesía testimonial chicana de mujeres, México,
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Lipovetsky, G. (1990) El imperio de lo efímero. La moda y su destino en las sociedades
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Pratt, Mary Louise “¿Por qué la virgen de Zapopan fue a los Ángeles?. Algunas reflexiones
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Valdéz, Gina English con Salsa En: Joysmith, C. (ed.) Cantar de espejos. Poesía testimonial
chicana de mujeres, México, UNAM-CISAN-Universidad del Claustro de Sor Juana, 2012.
Zizek, Slavoj Violencia. Seis Ensayos, Buenos Aires: Paidos, 2010.

667
Sobre los autores

> Matías Saidel: Dr. en Filosofía Teorética y Política por el Istituto Italiano di Scienze Uma-
ne, con una tesis sobre el pensamiento impolítico de lo común en Nancy, Agamben y Esposi-
to. Investigador Asistente de CONICET / Universidad Católica de Santa Fe. Docente de Filo-
sofía Política en la Universidad Nacional de Entre Ríos y colabora con un Seminario Optativo
en la Universidad Nacional de Rosario, donde es miembro fundador del Centro de Estudios
Problemáticas Filosófico-Políticas Contemporáneas. Ha publicado artículos en libros y revis-
tas científicas de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, España e Italia. Ha coeditado,
con G. Velasco, el libro Roberto Esposito. Dall’impolitico all’impersonale: conversazioni
filosofiche, Mimesis, Milán, Italia, 2012 y ha traducido artículos y libros de filósofos italianos
contemporáneos. Ha dictado cursos de posgrado, presenciales y virtuales. Es miembro del
comité editorial de la Revista Soft Power: Euro-American journal of historical and theoreti-
cal studies of politics. Participa del Colectivo Debates Actuales de la Teoría Política Contem-
poránea desde el 2013.

> Alicia Naput: Dra. en Ciencias de la Educación por la Universidad Nacional de Entre Ríos
(UNER), con una tesis sobre el cine de Chris Marker, la experiencia trágica y la sensibilidad
política. En dicha casa de estudios se desempeña como docente de Teoría Política, para la
Licenciatura en Comunicación; y de Historia del Pensamiento y Políticas de la Educación,
para la Licenciatura en Ciencias de la Educación, carrera de la que ha sido Coordinadora en
dos gestiones. Posee variadas publicaciones especialmente en el campo que vincula la teoría
política con el estudio de las imágenes y el cine. Lleva sistemáticamente adelante ciclos de
cine en la Facultad de Ciencias de la Educación desde hace ya muchos años, actualmente
coordina el ciclo vinculado al proyecto de extensión, “Experiencias cinematográficas, territo-
rios del cine”, y el que corresponde al departamento de la tercera edad de la Facultad. Ha for-
mado parte de muchos proyectos de investigación, y actualmente se encuentra a cargo del
proyecto “Cuerpos, géneros y sexualidades en la escuela. Prácticas y saberes en las interven-
ciones educativas y las políticas públicas de Entre Ríos – 2003/2013”.

> Camila Arbuet Osuna: Doctora en Ciencia Sociales y Humanidades por la Universidad Na-
cional de Quilmes (UNQ) –con una tesis sobre la tradición trágica en la teoría política moder-
na–; es Licenciada en Ciencia Política por la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER) y
Becaria Posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONI-
CET). Su actual investigación lleva el nombre de “La semiosis social de la propiedad en las
revoluciones burguesas”. Es docente de Teoría Política y de Filosofía Política en la Universi-
dad Autónoma de Entre Ríos (UADER), en las carreras de Ciencias Sociales y Filosofía res-
pectivamente; es parte de la cátedra Teoría Política I en la carrera de Ciencia Política de la
UNER. Ha publicado numerosos artículos, principalmente sobre el tema de su tesis doctoral,
y ha traducido y prologado el trabajo de Raymond Williams, Tragedia Moderna para Edhasa
(2014). Es miembro del Centro de Investigaciones Sociales y Política en el que se encarga del
área de Teoría Política, desde la cual se han organizado Jornadas y Seminarios. Dicta Semina-
rios Optativos en la UNER.
> Julia E. Expósito: Licencianda en ciencia política (UNR). Magister en Estudios Culturales
(CEI-UNR). Doctoranda del Doctorado en Ciencias Sociales (UBA). Integrante del Centro de
Investigación de Estudios en Teoría crítica (CETEC), y del Centro de Estudios de Problemáti-
cas Filosófico-Políticas Contemporáneas (CEPFPC). Becaria del CONICET.

> Andrea Fagioli: licenciado en Filosofía por la Università di Perugia (Italia) y es magister en
Periodismo por la Università di Sassari (Italia). Actualmente es alumno del doctorado en
Filosofía de la Universidad nacional de San Martín (UNSAM), en co-tutela con Paris 8, donde
desarrolla un proyecto de investigación titulado “Clase y multitud: la subjetividad política
desde la perspectiva del marxismo postobrerista”.

> Francisco González Granados: Licenciado en Filosofía con énfasis en lengua Castellana.
Universidad Santo Tomás. Tesis summa cum laude: Génesis de la ciencia civil de Thomas
Hobbes (2009). Maestría en Filosofía. Universidad Nacional de Colombia. Tesis: Hobbes y
Schmitt: la técnica y lo político (2014). Actualmente cursa los estudios de doctorado en filo-
sofía en la Universidad Nacional de Colombia. Línea de investigación filosofía política. Autor
del libro titulado Thomas Hobbes: historia y ciencia civil. (2012). Bogotá: Universidad Santo
Tomás.

> Nicolás Emanuel Olivares: Abogado (UNC); Profesor Universitario (UCC). Títulos de Pos-
grado en curso: Doctorando en Derecho y Cs. Sc. (UNC) con Beca Doctoral CONICET;
Maestrando en Derecho y Argumentación Jurídica (UNC). Mis temas centrales de investiga-
ción son los siguientes: formas de gobierno; presidencialismo; parlamentarismo; concepciones
normativas de la democracia; democracia deliberativa; neo-republicanismo; control judicial
de constitucionalidad. Dichos temas son trabajados desde las siguientes disciplinas teóricas:
filosofía política analítica; ciencia política empírica; y derecho constitucional. Labor docente:
Adscripto en las asignaturas Derecho Constitucional (UNC) y Ética (UNC). Lugar de Trabajo:
Centro de Investigaciones Jurídicas y Sociales, de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales,
de la Universidad Nacional de Córdoba (CIJS-UNC).

> Diego Paredes Goicochea: Doctor en Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia y


Doctor en Ciencias Políticas de la Universidad Paris Diderot – Paris 7, en calidad de becario
de Colciencias. Magíster en Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia. Filósofo de la
Universidad de los Andes. Ha sido profesor de Filosofía Política de la Facultad de Ciencias
Humanas de la Universidad Autónoma de Colombia y del Departamento de Filosofía de la
Universidad Nacional. Hace parte de los grupos de investigación “La hermenéutica en la dis-
cusión filosófica contemporánea” y “Estética y Política”. Es autor del libro La crítica de
Nietzsche a la democracia (Unal, 2009) y de varios artículos de filosofía política contemporá-
nea.

> Gabriel Riera: antiguo alumno de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA), es Doctor en
Literatura Comparada, por la Universidad de California, Irvine. Es el autor de Intrigues: From
Being to the Other in Levinas, Blanchot and Heidegger (2007); Littoral of the Letter (2006), y
es el editor de Alain Badiou: Philosophy and its Conditions (2005). Ha publicado numerosos
artículos en revistas académicas a ambos lados del Atlántico y en los campos de la filosofía y
los estudios literarios. Sus publicaciones más recientes son: “The Question of Art in Badiou
670
and Hegel”, en Calcagno, A. y Vernon J. (Eds.) Badiou and Hegel: Infinity, Dialectics, Sub-
jectivity (2015) y "For a 'True Life': a Few Remarks on Politics as One of Philosophy’s Condi-
tion”, incluído en Alain Badiou and Politics, número especial de Politics and Culture (2014).
Actualmente está terminando un libro titulado Sur-prises: Of the Event in Contemporary
Thinking. Ha enseñado literatura, teoría literaria y teoría crítica en New York University,
Princeton University, y en la actualidad se desempeña como profesor asociado en la Universi-
dad de Illinois, Chicago.

> Lorena Souyris Oportot: Pedagogía en filosofía, licenciada en educación y fotógrafa profe-
sional del Instituto Fotoforum. Máster investigación en estudios de género y cultura en Amé-
rica latina con mención filosofía y humanidades de la Universidad de Chile. Post-título en
historia del arte de la Universidad Católica de Valparaíso. Doctora en filosofía contemporá-
nea por la Universidad Paris 8, Vincennes. Actualmente, académica de la Universidad An-
drés Bello, Universidad Silva Henríquez y del Centro de género de la Universidad de Chile.
Investigadora al nivel de co-investigación y asistente de investigación sobre las problemáticas
de género y poder, psicoanálisis y deconstrucción, conflicto y violencia simbólica patrocina-
do por proyectos de investigación: FONDEF, FONDECYT y FONIS (CONICYT) de la Uni-
versidad de Chile. Participa en la coordinación de seminarios, conferencias, presentación de
comunicaciones nacionales e internacionales. Miembro del comité editorial de la revista No-
madias. (CEGECAL). Diversas publicaciones en revistas a nivel nacional e internacional.

> Liliana Spinella: Doctora en Filosofía, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educa-


ción, Universidad Nacional de La Plata. Actualmente, es Becaria Postdoctoral del CONICET
(Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), y Profesora a cargo del curso
en la Cátedra Introducción al Pensamiento Científico del CBC (Ciclo Básico Común). Uni-
versidad de Buenos Aires.

> Emiliano Sacchi: Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires y Licen-
ciado en Ciencia Política por la Universidad Nacional de Rosario. Actualmente es Becario
Posdoctoral y ha sido designado como Investigador Asistente del Consejo Nacional de Inves-
tigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) donde desarrolla una investigación sobre las
formas de gubernamentalidad contemporáneas. Ha obtenidos diferentes becas de investiga-
ción del CONICET y se ha desempeñado como Visiting Scholar en la University of North-
western (EEUU) y como Investigador Visitante en la Universita degli Studi di Padova (Italia).
Ha sido docente de Filosofía Política y Problemáticas del Conocimiento en las Ciencias So-
ciales en la Universidad Nacional de Rosario y actualmente es docente de Teoría Política en la
Universidad Nacional del Comahue. Participa de diferentes proyectos de investigación y cen-
tros de estudios.

> Silvana P. Vignale: Doctora en Filosofía, por la Universidad Nacional de Lanús, Buenos
Aires, Argentina, con la tesis: “Políticas de la subjetividad; subjetivación, actitud crítica y
ontología del presente en Michel Foucault”, cuya dirección se encontró a cargo de la Doctora
Esther Díaz. Becaria Posdoctoral de la Comisión Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas (CONICET). Profesora Titular de Filosofía y Profesora Adjunta de Antropología
Filosófica y Sociocultural, de la carrera de Licenciatura en Psicología en la Universidad del

671
Aconcagua. En el nivel de posgrado es profesora del curso “La ciencia como conocimiento
socialmente construido”, en la Maestría de Metodología de la Investigación en Ciencias
Sociales, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de San Juan. Su
línea de investigación se encuentra en el ámbito de la filosofía contemporánea, en aspectos
vinculados a los cruces entre subjetivación, poder y verdad. Actualmente es Directora del
Proyecto de Investigación “Políticas del cuerpo; lecturas foucaulteanas sobre vida, cuerpo y
subjetivación”, del Centro de Investigaciones de la Universidad del Aconcagua. Además, es
miembro del Centro de Investigaciones en Teorías y Prácticas Científicas de la Maestría en
Metodología de la Investigación, Universidad Nacional de Lanús y del Centro de
Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela, en la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad Nacional de Cuyo. Actualmente integra el equipo de investigación
“Vida y derecho a la vida: re-pensando la cuestión de la legitimidad”, en la Facultad de
Derecho, Universidad Nacional de Cuyo.

> Sandra Marcela Uicich: Doctora en Filosofía por la Universidad Nacional del Sur (Bahía
Blanca); su tesis versó sobre las concepciones de verdad y conocimiento en la perspectiva de
Nietzsche y Foucault. Es Licenciada y Profesora en Filosofía por la misma universidad, en la
que se desempeña como profesora adjunta de “Historia de la Filosofía Contemporánea II” y
docente auxiliar en la cátedra de “Sociología”. Ha participado en diversos proyectos de inves-
tigación en la Universidad Nacional del Sur donde integra el Centro de Estudios del Siglo XX,
y actualmente dirige el Proyecto de Investigación “Cuerpo y subjetivación: materialidad del
poder, potencia de la vida, singularización del sujeto”; y en la Universidad Nacional del Co-
mahue (Neuquén), donde integra el Centro de Estudios en Filosofía de la Cultura. Ha publi-
cado contribuciones en libros colectivos y artículos en publicaciones periódicas sobre temas y
pensadores de la filosofía contemporánea.

> Esteban Tocino: Profesor en filosofía egresado del ISP “Joaquín V. González”. Docente en
distintas instituciones de educación terciaria. Investigador en el proyecto UBACyT “La “na-
turaleza humana” como dispositivo biopolítico en el tecnocapitalismo contemporáneo” Facul-
tad de Ciencias Sociales, 2013-2016.) Coordinó seminarios en instituciones terciarias y uni-
versitarias sobre temáticas de filosofía política contemporánea. Investiga actualmente las im-
plicancias ético políticas de los regímenes de saber tecnocientíficos.

> Fernando Sánchez-Ávila Estébanez: graduado en filosofía por la Universidad Complutense


de Madrid, acaba de finalizar el Master en Philosophie et critique de la culture ofrecido por la
Université de Vincennes-Saint-Denis (Paris 8). Fruto del acontecimiento de resubjetivación
política que supuso el movimiento 15M (movimiento de los Indignados) en el Estado Español
durante los años 2011-2012, su proyecto de doctorado porta sobre el rol que juegan los Queer
Studies en la reevaluación y la subversión del ethos crítico contemporáneo. Intentando sobre-
pasar el concepto foucaultiano de gobierno de si, investiga los potenciales de la noción de
queeridad (queerness) para el diagnostico de las resistencias políticas que caracterizan las
luchas del presente. Esta voluntad de diagnostico tiene como objetivo prioritario la activación
de formas de oposición radical a los efectos de heteronormativización creciente de nuestras
existencias que las nuevas facetas del dispositivo de sexualidad moderno están revelando en
los albores del siglo XXI.

672
> Maira Melina: Graduada del Profesorado en Educación Media y Superior en Comunicación
Social y está emprendiendo el trabajo de tesis de la carrera de Comunicación en la Universi-
dad de Buenos Aires. Actualmente realiza tareas de investigación en temas de educación y
biopolítica como becaria CIN por el proyecto “El supuesto de lo humano en el actual discurso
de la inclusión educativa. Un análisis biopolítico del dialogo silenciado entre la inclusión y la
exclusión” y también como integrante del proyecto UBACyt “La naturaleza humana como
dispositivo biopolítico en el tecnocapitalismo contemporáneo” dirigido por Gabriela D’ Odo-
rico en la Facultad de Ciencias Sociales y en el Instituto Gino Germani.

> Gabriela Orlando: Licenciada y Profesora en Ciencias de la Educación (UNLU, 2006) y


Profesora de Educación Preescolar (Instituto Riglos, 1990). Es miembro del EPEC (Estudios
en Pedagogías Contemporáneas), que forma parte del CEDESI (Centro de Estudios en De-
sigualdades, sujetos e instituciones)/ Escuela de Humanidades/ UNSAM y Jefa de trabajos
prácticos en Investigación Educativa de la UNSAM. Se encuentra en proceso de elaboración
de su tesis magisterial correspondiente a la Maestría en Política y Gestión (UNLU). Sus temas
de investigación giran en torno de las políticas de escolarización, las condiciones instituciona-
les y las prácticas de los docentes, en las intersecciones de la escuela y el barrio, focalizando
especialmente en los contextos de pobreza urbana. Se desempeña, asimismo, como auxiliar
docente en el Área Metodología de la Investigación de la UNLU y como profesora en dos
ISFD de la Provincia de Buenos Aires.

> Jorge Eliécer Martínez Posada: Postdoctorado en Filosofía Universidad de Cádiz- España,
Doctor en Filosofía programa Historia de la Subjetividad. U. Barcelona Doctor en Ciencias
Sociales. Niñez y Juventud. CINDE-UM , Diploma de Estudios Avanzados (DEA) en Filoso-
fía U. Barcelona Magíster en Desarrollo Educativo y Social CINDE- UPN, . Licenciado en
Filosofía USB, Estudios Posdoctorales en Ciencias Sociales CINDE- CLACSO. Miembro del
grupo Intersubjetividad en la educación superior y del Grupo internacional CLACSO: Subje-
tivaciones, ciudadanías criticas y transformaciones sociales, Miembro de la red internacional
de investigadores en Subjetividades Políticas. Catedratico de la Universidad Jveriana en la
maestria en Eduacaión y en el doctorado de Ciencias Sociales y Humanas Profesosr titular de
la Universidad de la Salle- Colombia

> Luciana Noelia Ginga: Licenciada en Ciencia Política, Facultad de Ciencia Política y Rela-
ciones Internacional, Universidad Nacional de Rosario. Finalización diciembre de 2008. Be-
caria doctoral Conicet. Comienzo 2013 – actuaidad. Profesora de Grado Universitario en
Ciencia Política de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales y de la Facul-
tad de Humanidades y Arte de la Universidad Nacional de Rosario. Finalización diciembre de
2012. Doctoranda en Ciencia Política, Instituto de Investigaciones de la Facultad de Ciencia
Política y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Rosario. Maestranda en Cri-
minología, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad Nacional del Litoral.
Miembro permanente del Programa de Estudios sobre Gubernamentalidad y Estado (PE-
GUES). Líneas de investigación: gobierno y gubernamentalidad neoliberal, prevención del
delito, problematizaciones en torno a la (in) seguridad y a los procesos de subjetivación.

673
> Iván Gabriel Dalmau: Becario Doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas
y Técnicas (CONICET, Argentina), radicado en la Escuela de Humanidades de la Universidad
Nacional de San Martín (UNSAM, Argentina), bajo la dirección del Prof. Dr. Héctor A. Pal-
ma y el Prof. Dr. Claudio Martyniuk. Jefe de Trabajos Prácticos de Epistemología de las
Ciencias Sociales en la Escuela de Humanidades de la Universidad Nacional de San Martín
(UNSAM, Argentina). Ha realizado estancias de investigación como invitado en la Universi-
dad Autónoma de Madrid (UAM, España) y en la Universidad de Granada (UGR, España).
Doctorando en Ciencias Sociales – Área Temática: Filosofía, Facultad de Ciencias Sociales,
Universidad de Buenos Aires (FSOC – UBA). Se graduó como Profesor y Licenciado en So-
ciología en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (Diplomo de
Honor, FSOC – UBA), y actualmente se encuentra finalizando la carrera Profesorado y Li-
cenciatura en Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires
(FFyL – UBA).

> Eliana Bussi: Profesora de Nivel Inicial (ISFDyT Nº 39, 2004). Licenciada en Educación
(UNSAM, 2013). Doctoranda UBA (FFyL). Becaria doctoral Conicet 2014-2019. Forma par-
te del equipo Cedesi (Centro de estudios en Desigualdades Sujetos e Instituciones)- EPEC
(Programa Estudios en Pedagogías Contemporáneas) de la Escuela de Humanidades de la
Universidad Nacional de San Martín. Su línea de investigación refiere al estudio de los dispo-
sitivos pedagógicos en escuelas secundarias en contextos de extrema pobreza urbana y degra-
dación ambiental en el marco de las sociedades de gerenciamiento, con especial atención a las
formas en que las particularidades del medio atraviesan las prácticas escolares en la cotidea-
neidad escolar, en la intersección escuela-barrio.

> Sebastián Botticelli: Profesor en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la Uni-
versidad de Buenos Aires y Doctor en Ciencias Sociales por la Facultad de Ciencias Sociales
de la misma Universidad. Es docente de la Cátedra de Filosofía Social de esta última misma
Facultad. Sus principales áreas de trabajo son el pensamiento foucaultiano y los debates en
torno a la caracterización del liberalismo y de neoliberalismo en su articulación con las actua-
les dinámicas del funcionamiento del Estado. En su tesis doctoral titulada “A todos y a cada
uno: la gubernamentalidad neoliberal en la administración estatal”, el autor buscó mostrar las
implicancias y consecuencias de la presencia del pensamiento administrativo en la configura-
ción de las improntas liberal y neoliberal en las particularidades que esta impronta asume den-
tro de los diversos procesos de reforma de la órbita administrativo-estatal. Ha publicado capí-
tulos de libros entre los que se cuenta “Administración y vida humana”, en Digilio, P. (coor-
dinadora), Indistinciones. Tecnología, Naturaleza, Administración, Buenos Aires, Mnemosy-
ne, 2011, pp. 85-114; y “El trabajo en los Tiempos modernos de Charles Chaplin: actualidad
de un film, devenires de un concepto” en Mundt, C. (compilador), Ensayos sobre el mundo
contemporáneo, Buenos Aires, EDUNTREF, 2015, pp. 153-170. También ha publicado ar-
tículos académicos entre los que vale mencionar “Prácticas discursivas. El abordaje del dis-
curso en el Pensamiento de Michel Foucault”, en Revista Instantes y Azares. Escrituras
Nietzscheanas, Año XI, Nro. 9, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 2011, pp. 111-
126; y “Sobre las posibilidades de la crítica: Foucault y la flecha apuntada hacia el corazón de

674
la actualidad”, en Revista de Filosofía UIS. Volumen 13, Número 1, Bucaramanga, Universi-
dad Industrial de Santander, 2014, pp. 97-120.

> Juan José Abud Jaso: profesor en el Colegio de Filosofía en la licenciatura en “Desarrollo y
Gestión Intercultural” en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autó-
noma de México. Maestro en Filosofía por la misma Universidad y con estudios en la Univer-
sidad de Paris X Nanterre y de Lille III en Francia. Actualmente termina su tesis doctoral titu-
lada “Las revueltas lógicas: el sujeto de la verdad en los pensamientos de Alain Badiou y Jac-
ques Rancière. Actualmente forma parte del grupo “Subjetividad, Democracia y Territorio:
construcción de identidades” en donde se desarrolla un estudio de casos concretos en torno a
la desigualdad y la injusticia en México.

> Camilo Rios: Becario doctoral del CONICET, estudiante del Doctorado en Ciencias Socia-
les de la UBA. Sociólogo de la Universidad nacional de Colombia y Magister en Sociología
de la Cultura y el Análisis Cultural del IDAES-UNSAM.

> Brian Leonel Goldman: Licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires y
estudiante de Informática en la Universidad Nacional de Quilmes. Ha participado en diversos
proyectos de investigación de la Universidad de Buenos Aires y del Instituto Gino Germani
entre los años 2012 y 2015, vinculados a la acción colectiva, el control social y el discurso
político, y participó en el proyecto UBACyT “Políticas Públicas para la inclusión digital en
Argentina y el Cono Sur” (2014-2015). Además, es miembro del comité académico de la Re-
vista Unidad Sociología, publicada en versión digital. Algunos de sus artículos y trabajos rea-
lizados tratan sobre la ciencia 2.0 y su relación con la acumulación capitalista; el Big Data y
la Analítica de Negocios como nuevas estrategias empresariales; el crowdsourcing y su papel
en la producción colaborativa online y las transformaciones de las tecnologías digitales en la
estrategias militar. Actualmente es colaborador en la materia “Introducción a la Programa-
ción”, dictada en la Universidad Nacional de Quilmes, y sus principales líneas de investiga-
ción son el capitalismo informacional, las teorías de la acción colectiva, las tecnologías digita-
les en red y los lenguajes de programación.

> Facundo Carmona: Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Ai-


res y ejerció la docencia en la Unidad Penitenciara de Devoto. Se crio en el barrio Catalinas
Sur, en la Boca. Un complejo de viviendas construido entre 1962 y 1965, al que cada tanto
vuelve, con arbolados jardines y amplias calles que fueron el campo de entrenamiento de Fa-
cundo en su niñez. En la actualidad, Facundo es coordinador pedagógico de diversos proyec-
tos educativos en el sector estatal e investigador en el sector privado. Realiza actividades de
diagnóstico y mapeos comunicacionales, investigación y planificación de la comunicación;
talleres de escritura y periodismo. Influido por Nietzsche, Heidegger y Sloterdijk, su área de
estudio busca abrir el campo de lo enunciable respecto de los fenómenos técnico-culturales en
la sociedad de la información por fuera de tradiciones banales y no siempre confesas -por un
pensamiento que se quiere crítico y resulta más bien moral- del formalismo, el humanismo o
el lirismo.

> Martina Lassalle: Licenciada en Sociología por la Universidad de Buenos Aires. Actual-
mente se encuentra cursando la Maestría en Sociología de la Cultura y el Análisis Cultural en
675
el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín. Se desem-
peña como docente en la materia Teoría Sociológica “El Capital” en la carrera de Sociología
en la Universidad de Buenos Aires. Además, es miembro del Proyecto UBACyT “Violencia y
Cultura. Las prohibiciones fundamentales en Georges Bataille, Claude Lévi-strauss y Jac-
ques Lacan” y del proyecto PIP-CONICET “El problema de la prohibición, la transgresión y
el castigo. Hacia una criminología Cultural”. Participa también del Grupo de Estudios sobre
Estructuralismo y Postestructuralismo coordinado por Sergio Tonkonoff en el Instituto de
investigaciones Gino Germani, y es miembro del Consejo Editorial de la Revista “Hipertex-
tos. Capitalismo, Técnica y Sociedad en debate”.

> Pablo Esteban Rodríguez: Pablo Esteban Rodríguez (Buenos Aires, 1972) es Doctor en
Ciencias Sociales (Universidad de Buenos Aires, UBA), Master en Ciencias Políticas (Uni-
versité de Paris I – Panthéon-Sorbonne) e Investigador del Conicet. Es autor del libro Historia
de la información (Capital Intelectual, 2012) y coeditor de Amar a las máquinas. Cultura y
técnica en Gilbert Simondon (Prometeo, 2015) y de La salud inalcanzable. Biopolítica mole-
cular y medicalización de la vida cotidiana (Eudeba, 2016). Es miembro del comité editorial
de la revista Artefacto. Pensamientos sobre la técnica (Argentina). Ha publicado artículos en
libros y revistas científicas de Argentina, Brasil, Chile, México, Francia y España. Como po-
nente y conferencista, asistió a más de 50 congresos en esos mismos países. Ha traducido a
varios autores, entre ellos a Maurizio Lazzarato, Michel Foucault y Gilbert Simondon. Dirige
proyectos de investigación en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA desde 2008, donde
es docente de grado desde 1999. Ha dictado además cursos de posgrado en varias universida-
des argentinas y en la Universidad Autónoma Metropolitana (México D.F.). Sus temas de
investigación son la cibernética; las sociedades de control y la biopolítica contemporánea
(Michel Foucault, Gilles Deleuze); y la teoría de la individuación (Gilbert Simondon). Ac-
tualmente trabaja con biólogos moleculares acerca de la aplicación de la teoría de la informa-
ción a ese campo..

> Adrián Velázquez Ramírez: Licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Iberoame-
ricana (UIA) y Magister en Ciencias Sociales (FLACSO-México). Actualmente es becario
doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en el
Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (IDAES-
UNSAM) en donde participa en el Semanario de Estudios Políticos. Investigador y docente
del Centro de Investigaciones en Historia Conceptual (CEDHINCO) de la Escuela de Huma-
nidades de la UNSAM.

> Fernanda Valeria Torres: Licenciada en Sociología (UNLP), Magister en Ciencias Sociales
y Humanidades (UNQ), Doctora en Ciencias Sociales (UNLP). Investigadora Asistente CO-
NICET. Docente de grado en FaHCE-UNLP desde 2004: actualmente Profesora Adjunta de la
asignatura Sociología Política y en la UNMDP desde 2013, Profesora Adjunta de la asignatu-
ra Estructura y Cambio Social. Docente de posgrado en la FaHCE desde 2012: Profesora invi-
tada de la asignatura Territorio y Sociedad, Profesora del Seminario de Tesis y del Taller de
Tesis I del Doctorado en Ciencias Sociales y profesora de la asignatura Sociología Política en
la Maestría en Historia y Memoria. Participante en diversos proyectos de investigación desde
el año 2001, actualmente integrante del proyecto UNLP: “Identidades, discursos y prácticas

676
políticas de los sectores populares en la Argentina post 2003: perspectivas teóricas, enfoques
analíticos y estudios de caso.”, dirigido por el Dr. Aníbal Viguera y directora de proyectos de
extensión (UNLP), desde el año 2012. Becaria de Iniciación, Perfeccionamiento y Formación
Superior UNLP (2004-2010); Becaria Doctoral y Posdoctoral CONICET (2010-2012 y 2013-
2014). Coautora del libro “Agroindustria y empleo. El complejo citrícola del noreste entre-
rriano.” (Buenos Aires: La Colmena, 2006) y autora del libro “Todavía piqueteros. La CTD
Aníbal Verón.” (La Plata: Edulp, 2006). Autora de capítulos de libros, como por ejemplo:
“Territorios, lugares e identidades, una perspectiva de análisis espacial sobre la CTD Aníbal
Verón” en Retamozo, M., Schuttenberg, M. y Viguera, A. (comp.) Peronismos, izquierdas y
organizaciones populares. (La Plata: Edulp, 2013) y “Movimientos sociales: revisitando la
categoría identidad desde un enfoque espacial” en Tejerina, Benjamín & Ignacia Perugorría
(eds.), Global Movements, National Grievances. Mobilizing for ´Real Democracy´ and Social
Justice (Bilbao: Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco, 2012). Autora de artícu-
los en revistas científicas, como por ejemplo: “Territorio y lugar. Potencialidades para el aná-
lisis de la constitución de sujetos políticos. El caso de un movimiento de desocupados en Ar-
gentina”, Revista Geograficando. (La Plata: FaHCE, UNLP, Vol. 7, N° 7, 2011); “El territorio
de la democracia y la democratización del territorio”, Revista Cuestiones de Sociología (La
Plata: FaHCE, UNLP, N° 9, 2013) y “El barrio, la comunidad, la ciudad: identidades y dispu-
tas espaciales en la CTD Aníbal Verón”, Revista Astrolabio Nueva época. (Córdoba: CIECS-
CONICET-UNC, N° 12, 2014).

> Mariflor Aguilar Rivero: Doctora en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de
México. Especialidad y docencia en las áreas de filosofía de las ciencias sociales, Teoría Crí-
tica de la Subjetividad y Filosofía de la Cultura. Ha centrado su trabajo en el problema de la
‘construcción de la subjetividad’, el cual lo ha estudiado desde el marco de la teoría crítica, de
la hermenéutica, del psicoanálisis y del postestructuralismo. Recientemente lo ha tratado des-
de la perspectiva del ‘territorio’ y la ‘resistencia’. Ha coordinado 9 volúmenes colectivos y es
autora de cuatro libros: Teoría de la ideología (1985), Confrontación entre crítica y herme-
néutica (1995), Diálogo y alteridad (2005) y Resistir es construir. Movilidades y pertenen-
cias. (2013).

> Fabiola Moreno Lima: licenciada y maestra en Filosofía por la UNAM con Mención Hono-
rífica, especialista en Docencia por la Universidad Pedagógica Nacional. Cursa el doctorado
en Ciencia Política por la UNAM con el Dr. Francisco Gil Villegas Montiel como tutor prin-
cipal de la investigación: Perspectivas de economía política en la filosofía del dinero de
Georg Simmel. Ha sido profesora de filosofía en Colegio de Bachilleres e Instituto de Educa-
ción Media Superior del D.F. Desde 2009 ha sido invitada a participar como Dictaminadora
del Centro Nacional de Evaluación. Actualmente es docente en la Universidad de la Forma-
ción Estratégica Mexicana en la Licenciatura de Criminología. Sus líneas de investigación
son: teoría social, sociología del dinero, conflictos sociales en la modernidad, economía polí-
tica, delito urbano, y criminología pedagógica como prevención y sustitutivo penal.

> Lisandro Barrionuevo: Licenciado en Geografía por la Facultad de Filosofía y Humanidades


de la Universidad Nacional de Córdoba. Actualmente está realizando el Doctorado en Geogra-
fía dictado por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Su princi-

677
pal línea de investigación es la relación entre poder, espacialidad y técnica en torno al Sistema
Federal de Identificación Biométrica para la Seguridad (SIBIOS). Participa del grupo de in-
vestigación “Políticas sobre la monstruosidad. Tecnologías de vigilancia y control sobre el
espacio y los cuerpos” y forma parte de los colectivos políticos Construcción Tecnológica
Popular y Cíclope – Cartografía sin patronxs.

> Ana Angelita da Rocha: Licenciada en Geografía por la Universidad del Estado de Río de
Janeiro (2004),com Maestría y Doctorado en Educación por la Universidad Federal de Río de
Janeiro . En la actualidad es Profesora Adjunto II en el Departamento de la misma institución,
que también integra el Núcleo de Estudios Curriculares (NEC). Coordina el Curso Geografía
Conocimiento y Práctica de la Educación Básica (CESPEB/CFCH/UFRJ). Desde 2011, forma
parte del Grupo de Estudio sobre la regionalización y globalización (NUREG/IGEO / UFF )
.Desde 2014, coordina las investigaciones " Doreen Massey Lecciones de Geografía Escuelar
" y "Explorando el aprendizaje de la CHT en ENEM " con las áreas de interés en:
epistemología de la Geografía, la teoría del discurso, la política curricular.

> Ricardo Esteves: Licenciado en ciencia política y docente de metodología en la Facultad de


Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Realizó una maestría en análisis del
discurso en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y cursa otra en Crítica de Arte en la
Universidad Nacional de las Artes. Miembro fundador de Debates Actuales de la Teoría Polí-
tica Contemporánea.

> Martín Agudelo Ramírez: Abogado por la Universidad Autónoma Latinoamericana. Teólo-
go y Doctor en Filosofía por la Universidad Pontificia Bolivariana. Doctor por la Universidad
de Salamanca. Postdoctor por la Universidad Santo Tomás. Magistrado de la Sala Civil del
Tribunal Superior de Medellín y docente catedrático.

> Laura Araya: Prof. en Historia, U.N.Co., FaHum. Docente interina en el Profesorado de
Educación Primaria de Didáctica de las Ciencias Sociales II en el Instituto Superior de For-
mación Docente N°9 de Centenario.

> Paulina Kittl: Prof. en Historia, U.N.Co., FaHum. Integrante del proyecto de investigación,
desde el 2014 hasta la fecha, “La interpretación de las metáforas. Enfoques epistémicos y lin-
güísticos contemporáneos en su relación con los esquemas conceptuales”, FaHum., UNCo-
mahue, bajo la dirección de los profesores Dr. Carlos Gende y Mg. Elizabeth Padilla. Inte-
grante, desde el 2014 hasta la fecha, del “Centro de estudios en filosofía de las ciencias y
hermenéutica filosófica del Comahue”.

> María José Cisneros Torres: licenciada en Filosofía y especialista en Ciencias Políticas con
Proyección en América Latina y Argentina por la Universidad Nacional de Tucumán. Como
docente se desempeña como Auxiliar Docente con dedicación simple en Pensamiento Filosó-
fico y como Auxiliar Docente con Semi-dedicación en Filosofía Social y Política y en Cultura
y Comunicación con extensión a Historia de la Comunicación en la UNT. Inscripta en el Doc-
torado de Humanidades de la UNT, su tema de investigación de tesis doctoral es “El mito
político como modelo epistemológico: la constitución de la identidad peronista (1945-1955)”.
Es, además, miembro del proyecto de investigación “Cultura contemporánea: cambios en la

678
sociedad y en los procesos de subjetivación. Una mirada desde lo estético, mítico, político y
religioso”, dirigido por la Dra. Griselda Barale perteneciente a la Facultad de Filosofía y Le-
tras de la UNT. Entre sus actividades de extensión se destaca: la capacitación a docentes del
nivel medio en el marco del Proyecto de Olimpíada de Filosofía de la República Argentina
organizado por la UNT y auspiciado y financiado por el Ministerio de Educación de la Nación
y el dictado de cursos en la Escuela de Formación Política de la UNT.

> Alejandra Gabriele: FCE - FD - UNCuyo

> Luciana Victoria Almada: Lesbiana y feminista. Docente. Doctorand* en Estudios de Géne-
ro (CEA-FCS-UNC), Licenciad* en Comunicación Social, Investigador* (FCC-UNC). Beca-
ri* Doctoral de la Secretaría de Ciencia y Tecnología (SeCyT-UNC). Integrante desde 2012
delPrograma de Investigación de Estudios Interdisciplinarios de Género (CEA-FCS-UNC) y
del equipo de investigación “Pasiones y razones en lenguajes contemporáneos: género, sexua-
lidades e identidades” dirigidos ambos por la Dra. Adriana Boria en el (CEA-FCS-
UNC). Integrante del Programa "Culturas contemporáneas e identidades: transformaciones y
emergencias", avalado por SeCyT-UNC. Sus investigaciones giran en torno a género(s), se-
xualidad(es) y teoría queer, fundamentalmente diversidad y disidencia sexo-afectiva. Ha tra-
bajado en análisis de medios (de comunicación) desde una perspectiva sociodiscursiva, inda-
gando en el análisis de documentos de archivo, en la actualidad.

> Constanza Pastor: Lic. en Letras Modernas FFYH-UNC, integrante del Programa Interdis-
ciplinario de Estudios de Género CEA-UNC

> Franco Bonino: Trabaja en la Universidad Nacional de Villa María-

> Ailén Alejandra Longhi: Escuela de Historia, Facultad de Humanidades y Artes, UNR.

> Rocío Flax: licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. En la actualidad se
desempeña como docente de dicha institución en la materia de Introducción al Pensamiento
Científico del Ciclo Básico Común. Desarrolla su doctorado en el área de lingüística y en el
marco de una beca doctoral otorgada por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas. Sus áreas de investigación son la sociolingüística, el análisis del discurso político y
la epistemología. Forma parte del proyecto de investigación UBACyT “Ser joven no tiene
edad: representaciones sociales de los jóvenes en Argentina en los discursos sociales de las
últimas décadas: política, medios, publicidad, enseñanza”, dirigido por el Dr. Alejandro Rai-
ter. Entre sus publicaciones se destacan: “La caracterización de la juventud peronista en el
discurso de Cristina Fernández de Kirchner”, en Cadernos de Linguagem e Sociedade Nº 16
(1); “La representación de los militantes peronistas en la prensa argentina: la cobertura del
diario La Nación del acto organizado por la juventud peronista el 11 de marzo de 2011”, en
Revista Logos Vol. 24 Nº 1; y “Cristina Kirchner y los medios gráficos: el rol de los jóvenes
militantes”, en Lengua y Habla 17.

> Andrés Funes: Licenciado en Ciencia Política por la Facultad de Ciencia Política y Relacio-
nes Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario. Su tesis de grado estuvo relacio-
nada con las construcciones discursivas alrededor del fenómeno peronista durante el gobierno

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de Néstor Kirchner. Sus líneas de investigación se centran en los postulados teóricos de corte
posestructuralistas, haciendo principal hincapié en las teorías de Badiou, Rancière y Laclau,
así como también en las agrupaciones peronistas juveniles durante la década de los setenta.
Actualmente se encuentra preparando su proyecto de tesis para la admisión al Doctorado en
Ciencia Política en la Facultad Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universi-
dad Nacional de Rosario.

> María Cecilia Ipar: Licenciada en Sociología por la Universidad de Buenos Aires. Magister
en Ciencia Política por la Universidade de São Paulo, con la disertación titulada "Populismo:
uma leitura da psicanálise na teoria política de Ernesto Laclau". Becaria de CNPq (Conselho
Nacional de Desenvolvimento Científico e Tecnológico). Doctoranda por la misma institución
con el proyecto de tesis "O diagnóstico da modernidade de Max Weber revisitado desde uma
perspectiva discursiva pós-marxista e um horizonte político latino-americano", becaria
FAPESP (Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado de SP). Investigadora participante del
proyecto de investigación "Theorizing Transnational Populist Politics" dirigido por la profa.
Dra. Paula Biglieri de la Cátedra Libre Ernesto Laclau, Facultad de Filosofía y Letras, Uni-
versidad de Buenos Aires y por el prof. Dr. Mark Devenney del Centre for Applied Philosop-
hy, Politics and Ethics, College of Arts and Humanities, University of Brighton.

> Brian Richmond: Estudiante en etapa de tesis de la carrera Licenciatura en Ciencia Política,
de la Universidad Nacional del Comahue (UNCo) en el Centro Universitario Regional Zona
Atlántica (CURZA) de la ciudad de Viedma. Integrante del proyecto de investigación “Dis-
cursos, identidades y partidos políticos. Río Negro 1983-2011”, dirigido por Sebastián Barros
y co-dirigido por Hernán Pose.

> Luciano Raggio: Estudiante en etapa de tesis de la carrera Licenciatura en Ciencia Política,
de la Universidad Nacional del Comahue (UNCo) en el Centro Universitario Regional Zona
Atlántica (CURZA) de la ciudad de Viedma. Integrante del proyecto de investigación “Dis-
cursos, identidades y partidos políticos. Río Negro 1983-2011”, dirigido por Sebastián Barros
y co-dirigido por Hernán Pose.

> María Soledad Palomino: Licenciada de Ciencia Política (UBA) - Maestranda en Ciencia
Política y Sociología (FLACSO)

> Laura Echavarría Canto: Proyecto Violencia y territorio. Construcción de identidades (PA-
PIIT) de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de Méxi-
co. Doctora en Pedagogía (2014) Maestra en Pedagogía (2007) y Licenciada en Economía
(2000) por la Universidad Nacional Autónoma de México. Especialización en análisis de Polí-
ticas Educativas (UIA) y Especialización en Economía Laboral (UNAM).

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El presente volumen reúne una serie de textos que fueron presentados y de-
batidos en las VI Jornadas de Debates Actuales de la Teoría Política Con-
temporánea, que tuvieron lugar en la Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad de Buenos Aires, los días 17 y 18 de Julio de 2015. En ese marco,
los ejes temáticos que organizan este libro son:

 Perspectivas sobre lo común

 Nuevas formas de gubernamentalidad y procesos de subjetivación

 Sociedades de control, post-humanismo y políticas tecnológicas

 Topologías del poder. Perspectivas y abordajes sobre la relación políti-


ca y espacio

 Discurso e identidades políticas

Como se observa, todos los temas tratados en las jornadas remiten a pro-
blemáticas centrales de nuestro tiempo y a dimensiones particulares perti-
nentes para el pensamiento político. En este sentido, no entendemos a la
teoría política como una disciplina académica cerrada sobre sí misma, sino
como una conjunción teórico-política que puede ser problematizada desde
distintas perspectivas teóricas y marcos disciplinares. De allí la diversidad de
problemas y enfoques que el lector va a encontrar en los textos aquí reuni-
dos.

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