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2/10/2018 PA-DDE-INE-01-18: Unidad 2.

Representación política y calidad de la democracia

Diplomado en Derecho Electoral INE 2018-A


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Unidad 2. Representación política y calidad de la democracia

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2.1 Cómo definir la democracia


Como viste en la unidad anterior, la democracia moderna o representativa posee una serie de elementos mínimos para
ser considerada como tal, a saber: el fomento al pluralismo, a la competencia, la selección de sus gobernantes mediante
elecciones y el respeto al principio de mayoría (Schmitter y Karl 1996). Sin embargo, es importante precisar que no existe
una definición de “democracia” aceptada en su totalidad, ya sea porque algunas son tan vagas que no suelen ser
utilizadas dadas sus propias limitaciones, o porque son tan específicas que resultan incompletas (Pickles 1970, 9). Además,
se deben tener en cuenta dos aspectos (Sartori 1988, 27; Schmitter y Karl 1996, 38):

El ideal democrático no define la realidad democrática y, viceversa, una democracia real no es y no puede ser una
democracia ideal ya que su desarrollo depende del contexto socioeconómico y de sus prácticas políticas.
La democracia resulta y está conformada por las interacciones entre sus ideales y su realidad, el empuje del deber
y la resistencia del ser.

Los componentes que caracterizan una democracia son necesariamente abstractos y pueden dar origen a una
considerable variedad de instituciones y subtipos de democracias. Sin embargo, para que la democracia prospere, se
deben conseguir normas específicas de procedimiento de elección de autoridades y toma de decisiones, así como el
respeto a los derechos cívicos y políticos (Schmitter y Karl 1996, 42). La democracia presupone la agencia de todos los
seres humanos y reconoce que todos ellos gozan de ciertos derechos. La agencia significa elección, y la elección requiere
de libertad para escoger entre todas las posibilidades que uno valore; por otro lado, la agencia conlleva la igualdad, ya
que los agentes, para poder relacionarse unos con otros, necesitan de un nivel mínimo de equidad.

Representación de la democracia

No existe una definición aceptada totalmente de “democracia” porque su desarrollo depende del
contexto socioeconómico y prácticas políticas de cada comunidad, pero para que un gobierno
pueda considerarse democrático debe: fomentar el pluralismo y la competencia, seleccionar a sus
gobernantes mediante elecciones, así como respetar los derechos humanos y el principio de
mayoría.

2.1.1 Una definición mínima de la democracia


Para los fines del análisis empírico de las democracias, es importante ofrecer una definición mínima, es decir, una noción
que indique cuáles son los aspectos más inmediatamente controlables y esenciales a nivel empírico, que permiten
establecer un umbral por debajo del cual un régimen no puede considerarse democrático (Morlino 2005, 42).

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Robert Dahl ha ofrecido la enumeración más aceptada de lo que él denomina las condiciones "de procedimiento
mínimas" que deben estar presentes para que exista la democracia política moderna (o como él dice, la "poliarquía")
(Dahl 1982, 11):

El control de las decisiones del gobierno sobre política está constitucionalmente investido en los funcionarios
electos.
Los funcionarios son elegidos mediante elecciones periódicas, conducidas con limpieza, en las que la coerción es
relativamente poco común.
Prácticamente todos los adultos tienen derecho a votar en la elección de los funcionarios.
Prácticamente todos los adultos tienen derecho a presentarse como candidatos para cargos electivos en el
gobierno.
Los ciudadanos tienen derecho a expresarse sobre asuntos políticos definidos ampliamente sin el peligro de algún
castigo.
Los ciudadanos tienen derecho a buscar fuentes alternativas de información, las cuales deben existir y estar
protegidas por la ley.
Los ciudadanos tienen derecho a formar asociaciones u organizaciones relativamente independientes, incluidos
partidos políticos y grupos de interés que sean independientes.

Estos procedimientos por sí solos no definen a la democracia, pero son indispensables para que persista. Básicamente son
condiciones necesarias, pero no suficientes para su existencia (Schmitter y Karl 1996, 42). En otras palabras, un aspecto
importante de tal definición es que si faltara uno de estos aspectos ya no se estaría en un régimen democrático, sino en
otro ordenamiento político-institucional, quizá intermedio y caracterizado por la incertidumbre y la ambigüedad,
acentuadas en distinto modo (Morlino 2005, 43).

Aunque las condiciones de Dahl son generalmente aceptadas, esto no significa que exista un acuerdo absoluto al
respecto. Schmitter y Karl, por ejemplo, sugieren agregar otras dos (1996, 43):

Los funcionarios de una elección popular deben ser capaces de ejercer sus poderes constitucionales sin estar
sometidos a una oposición avasalladora (si bien informal) de los funcionarios no electos.
La organización política debe ser autogobernada: debe ser capaz de actuar independientemente de
constreñimientos impuestos por algún otro sistema político que abarque demasiado.

En un sentido similar, Levitsky y Way plantean agregar la existencia de un campo de juego razonablemente igual entre los
gobernantes y la oposición como una condición adicional. Según ellos, el campo de juego es desigual cuando (2010, 6 y
10):

Se abusa ampliamente de las instituciones del Estado con fines partidistas.


Se favorecen sistemáticamente a los gobernantes a expensas de la oposición.
La capacidad de la oposición para organizar y competir en las elecciones es seriamente perjudicada.

Cabe destacar que las definiciones mínimas son útiles cuando se quiere distinguir entre los países democráticos y no
democráticos, pero no permiten explicar las diferencias entre los países clasificados como democráticos. Ello se relaciona
más con el concepto de calidad de la democracia, el cual estudiarás más adelante en esta misma unidad.

Ilustración 1. Elementos mínimos de la democracia

Fuente: Elaboración propia

Desde una perspectiva reduccionista, la democracia es un régimen político en el cual el gobierno


es designado mediante el voto popular en elecciones libres y competitivas, la regla de mayoría es
el mecanismo principal de toma de decisiones, y se garantizan las libertades y derechos políticos
de las personas.

2.1.2 Libertad e igualdad: fines y fundamentos de la democracia


La importancia de la libertad para la existencia de la democracia está reconocida desde los tiempos de los antiguos
griegos: Pericles consideraba la libertad, la apertura y la igualdad como fundamentos de la democracia ateniense;
Aristóteles reconocía en la libertad uno de los fines que la democracia debe perseguir (UCM s/f, 2-25).

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En el desarrollo de la filosofía moderna, Hans Kelsen sostenía que “una teoría científica de la democracia sólo puede
mantener que esta forma de gobierno trata de realizar conjuntamente la libertad y la igualdad de los individuos y que, si
éstos valores han de ser realizados, la democracia es el medio idóneo para ello” (2005, 260). También Burdeau reconocía
que "la libertad fundamental es aquella en que figuran las prerrogativas de la naturaleza humana: disposición de sí
mismo, elección de los propios actos, responsabilidad. Con relación a esta libertad, cuyo principio reside en la esencia del
ser humano, la democracia no aparece más que como un conjunto de mecanismos protectores, una fórmula de gobierno
que permite conciliar la libertad del hombre con las exigencias de un orden político" (1960, 25). Una visión similar de la
relación entre la democracia y la libertad podemos encontrarla en Sen (1999, 2004), Beetham (2004), Rawls (1971),
Dworkin (2003), Kelsen (2005) y en Post para quien "la democracia encarna un proyecto de realización de los valores de
autodeterminación" (2006, 24), concepto que expresa la idea de que todas las personas son intrínsecamente iguales, por
lo que sus intereses tienen la misma importancia.

De esta manera, la libertad de las personas es un fin que la democracia pretende realizar, aunque, al mismo tiempo, es
una condición necesaria para que un estado democrático se establezca y desarrolle.

En este sentido, para que puedan tener lugar elecciones democráticas, es necesario que ciertas libertades puedan
ejercerse plenamente. Para Dahl (1989 y 1999), tales libertades son las de: expresión, asociación y el acceso a las fuentes
alternativas de información. Esta lista es bastante limitada y, en realidad, no es suficiente para cumplir con la tarea de
asegurar la libertad de las elecciones. De acuerdo con O’Donnell, podríamos imaginarnos una situación en la que el
gobierno prohíbe a los candidatos de oposición viajar libremente en el territorio del país, o los somete a la persecución
policial por las razones teóricamente no relacionadas con su postulación (O’Donnell 2004, 17). En tal situación, las
elecciones no podrían ser reconocidas como libres y justas, a pesar de cumplir con la reducida lista de libertades
presentada por Dahl. El ejercicio pleno y real del derecho al voto y la existencia de la competencia libre y justa requieren
de un conjunto de libertades y garantías mucho más amplio como base fundamental de la existencia de la democracia. Si
la base funcional de la democracia es el poder de los ciudadanos de influir y controlar las decisiones de los gobernantes,
su ejercicio es imposible sin libertades amplias.

La democracia y la libertad son conceptos intrínsecamente vinculados también desde la perspectiva de Berlin, quien
distinguía entre la libertad negativa (libertad de) y la libertad positiva (libertad para). La primera es la ausencia de las
restricciones impuestas por otros, es decir, “no estar sujetos a la inconstante, incierta, desconocida, arbitraria voluntad de
otro hombre" (Locke 1990, 9); tiene cabida en la democracia porque busca la protección del individuo contra el poder
arbitrario y sin límites, además de que permite a los gobernados oponerse de forma efectiva al posible abuso del poder
por parte de los gobernantes (Sartori 1987, 372). La libertad negativa puede ser pre-jurídica o jurídica, una libertad
negativa pre-jurídica no se encuentra regulada, es decir, el derecho no la toma en cuenta; mientras que una libertad
negativa jurídica le asegura a una persona poder actuar de determinada forma sin interferencias o constricciones
(Carbonell 2008, 51).

Por otra parte, la libertad positiva es “la situación en la que un sujeto tiene la posibilidad de orientar su voluntad hacia un
objetivo, de tomar decisiones, sin verse determinado por la voluntad de otros” (Bobbio en Carbonell 2008, 55). La libertad
positiva implica la posibilidad de actuar de tal manera que permite tomar control sobre la vida propia y realizar sus metas
principales; busca crear y mantener “el ambiente en el cual el hombre tiene la oportunidad de ser su mejor versión
posible" (Laski 1934, 142). Al igual que la negativa, la libertad positiva funciona mejor asegurada bajo un régimen
democrático. En ese orden de ideas, la democracia debe proteger y promover los derechos individuales a la vida, a la
libertad, la propiedad y la búsqueda de la felicidad (o el derecho de autodeterminación), que son al mismo tiempo su
fruto y elemento constitutivo.

Para Sartori, "[c]ualesquiera que sean nuestras ideas normativas sobre qué debiera ser la democracia, lo que efectiva e
indiscutiblemente llega a ser —en la teoría y en la práctica occidental— es un [sistema protector] de la libertad individual.
[…] Y cualesquiera sean los demás elementos o atributos de la democracia que más apreciemos, éste es el elemento
irrenunciable, el sine qua non de la democracia, su elemento característico"(1984, 326). Así, la democracia, en la medida
en que asegura la libertad, enriquece las vidas de los individuos y crea mejores posibilidades para la autorrealización de
los seres humanos (Sen 1999). La libertad, por otro lado, trasciende y llena de sentido a la democracia.

Ilustración 2. Tipos de libertad

Fuente: Elaboración propia

Además de la libertad, la democracia requiere trato igual de todos los individuos. Una democracia debe asegurar que
"todos los ciudadanos y grupos [obtengan los] mismos derechos e igual protección legal, así mismo como posibilidades
reales del acceso a la justicia y al poder" (Diamond y Morlino 2004, 27). Debe también proteger a sus ciudadanos de
cualquier tipo de discriminación con independencia del género, raza, etnia, religión, creencias políticas, etcétera. Esta
concepción de la igualdad se denomina igualdad abstracta, o igualdad frente a la ley, e implica que todas las personas
son iguales en el marco normativo.

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Tradicionalmente, igualdad y libertad son consideradas como doctrinas antagonistas y alternativas. El pensamiento liberal
solía ver la igualdad como un peligro para la libertad individual y la equiparaban con la uniformidad, nivelación impuesta
y aplastamiento de las aspiraciones. Por otro lado, el igualitarismo acusaba al liberalismo de crear un régimen basado en
la desigualdad económica. Sin embargo, los grandes pensadores lograron encontrar un punto de encuentro entre ambas
corrientes del pensamiento. Para Bobbio “la única forma de igualdad que no sólo es compatible con la libertad tal y como
es entendida por la doctrina liberal, sino que incluso es exigida por ella, es la igualdad en la libertad: lo que significa que
cada cual debe gozar de tanta libertad cuanto sea compatible con la libertad ajena y puede hacer todo aquello que no
daña la libertad de los demás” (1994, 41). Kelsen afirmaba que la igualdad democrática “consiste en que no se atribuye la
libertad a éste o aquél por valer más que el otro, sino que se busca hacer libres al mayor número posible de hombres”
(2005, 27). La democracia no busca una igualdad total, ni eliminar todas las diferencias y desigualdades que hay entre los
individuos; lo que busca es aminorar solo las desigualdades que socavan su legitimidad (Post 2006, 33).

De acuerdo con Ferrajoli, para que una democracia pueda desarrollarse plenamente y ofrecer a las personas garantías
para el ejercicio de sus derechos de autodeterminación, se necesita la igualdad civil (en los derechos civiles), la igualdad
política (en los derechos políticos), la igualdad liberal (en los derechos de libertad) y la igualdad social (en los derechos
sociales) (2006, 332), a esta igualdad también se le conoce como igualdad formal, en el entendido de que todas las
personas son jurídicamente iguales. Sin embargo, también existe la igualdad sustantiva, que se refiere a la obligación de
un gobierno democrático de implementar medidas para que “las necesidades básicas de un ciudadano sean satisfechas,
cuando menos en la medida en que su satisfacción es necesaria para que los ciudadanos entiendan y puedan ejercer
fructíferamente esos derechos y esas libertades [fundamentales]” (Rawls 2004, I, 1). Las desigualdades en riqueza y
estatus, aunque naturales en cada sociedad, ponen en peligro la democracia si se vuelven demasiado extremas. Su
existencia, por un lado, permite a los individuos y grupos con mejor educación, mayor acceso a la información y recursos
tener más poder para influir en las decisiones políticas y en la opinión pública, y para determinar la elección de los líderes
y de las políticas (Rueschemeyer 2004). Por otro lado, priva a los grupos desfavorecidos de la posibilidad de participar no
solo en la vida política, sino también en la vida económica y social: "por debajo de cierto nivel de bienestar material y
social, y de adiestramiento y educación, las personas simplemente no pueden participar en la sociedad como ciudadanos,
y mucho menos como ciudadanos en pie de igualdad" (Rawls 2004, IV, 7). Lo expresó todavía más determinantemente
Henry Shue: "nadie […] puede gozar plenamente de ningún derecho que debe tener si le falta lo esencial para llevar una
vida razonablemente sana y activa" (1996, 7).

La democracia debe proteger y promover los derechos individuales a la vida, la libertad, la


propiedad y la búsqueda de la felicidad (o el derecho de autodeterminación), que son al mismo
tiempo su fruto y elemento constitutivo. Por ello, uno de sus fines es garantizar la igualdad
sustantiva entre las personas (no una igualdad total) para asegurar su participación en la vida
política y desarrollo pleno.

2.1.3 Igualdad e inclusión en las sociedades contemporáneas


Las sociedades contemporáneas se enfrentan a un reto importante: construir una ciudadanía incluyente en la que puedan
participar, en igualdad de condiciones, todos sus miembros. En particular, los pueblos y comunidades indígenas o
minorías nacionales, los inmigrantes y las mujeres (Kymlicka 1996; Morales 2008, 13).

Desde la perspectiva de Kymlicka, los derechos de grupo no son más que una prolongación o extensión de los derechos
individuales de las personas que conforman el grupo en cuestión (1996, 57). En ese sentido, puede ser que la pertenencia
a un grupo en particular afecte las posibilidades de ejercer de manera efectiva los derechos de las personas
pertenecientes a este. Esa desventaja justifica el reconocimiento y las medidas especiales que un Estado debe emplear
para eliminar las barreras existentes y lograr la ciudadanía plena para todas las personas, incluyendo los miembros del
grupo vulnerable. De esta manera, el reconocimiento de los derechos del grupo y el trato diferenciado hacia sus
integrantes se convierten en un mecanismo que permite llegar a construir un universalismo verdaderamente incluyente,
es decir, una igualdad sustantiva.

Pueblos y comunidades indígenas o minorías nacionales, e inmigrantes


Un Estado puede ser multinacional o poliétnico, dependiendo de la población que lo conforma. El término “nación” se
relaciona con el “pueblo” o “cultura” de una comunidad, por lo que, cuando en un Estado hay una cultura dominante que
convive con minorías nacionales —que suelen no compartir la misma raíz lingüística y tienen una aprehensión distinta de
la realidad— se habla de un Estado multinacional; mientras que un Estado es poliétnico cuando cuenta con comunidades
que tienen sus orígenes en la inmigración (Kymlicka 1996, 26 y 31). Así, en tanto las minorías nacionales viven y se
desarrollan en una realidad paralela a la cultura dominante, los grupos étnicos en la polietnicidad buscan participar en la
vida pública adecuándose a las instituciones, lengua, tradiciones, entre otras, del país destino.

Dos ejemplos claros de las minorías nacionales y las polietnicidad son los pueblos y comunidades indígenas, y los
inmigrantes, respectivamente. Los primeros tienen interés por preservar su cultura y sus instituciones sociales y políticas,
por lo que necesitan de la protección del Estado para garantizar su reproducción (Morales 2008).

Por su parte, de los inmigrantes se espera asimilación de los valores fundamentales y adhesión a las normas de las
instituciones del país que los alberga. En la primera mitad del siglo XX era común solicitar a los inmigrantes la separación
de su religión, nacionalidad, costumbres, etcétera, para poder vivir en un país nuevo; sin embargo, actualmente el Estado
debe generar mecanismos que favorezcan su incorporación y protejan su identidad al mismo tiempo (Morales 2008).
Aunque existen políticas de inmigración en algunos países donde se le niega la entrada a quienes se considera que
podrían tener dificultad en asimilar adecuadamente la cultura del nuevo país (Kymlicka 1996, 30).

Existe la posibilidad de que los inmigrantes hayan sido minorías nacionales del algún Estado y al migrar se establezcan en
una misma zona con la posibilidad de conseguir autogobernarse; así como también puede haber Estados que son
multinacionales y poliétnicos, como Estados Unidos que cuenta con tribus nativas y comunidades de inmigrantes
(hispanos, chinos, musulmanes, árabes, etcétera) (Kymlicka 1996, 31).

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Finalmente, hay tres tipos de derechos diferenciados en función de la pertenencia a un grupo social con el propósito de
asegurar su inclusión (Kymlicka 1996, 47-54 y 61):

De autogobierno. En los Estados multinacionales es importante que todas las minorías nacionales cuenten con
autonomía política o jurisdicción territorial mediante un sistema que permita la autoorganización y administración
de cada una para evitar que sean desestimadas por la mayoría.
Poliétnicos. Establecimiento de medidas de protección de prácticas culturales o religiosas de los grupos étnicos
que les permiten expresar sus particularidades, sin discriminación y sin detrimento de su éxito en la adhesión a las
instituciones sociales, económicas y políticas del país destino.
Especiales de representación. Implementación de cuotas para minorías nacionales o grupos étnicos con el
propósito de asegurar su representación en la toma de decisiones de interés público.

Kymlicka sostiene que es erróneo pensar que los derechos de minorías son inherentemente injustos. Considerando que
en un Estado multinacional los derechos universales muchas veces privilegian de manera sistemática el grupo mayoritario,
opina que los Estados deben implementar derechos diferenciados ya que pueden promover la igualdad entre la minoría y
la mayoría (1996, 37, 51 y 67).

Pueblos y comunidades indígenas por regiones de México

Mujeres
A pesar de que Kymlicka elaboró su teoría para el caso de las minorías étnicas o culturales, esta puede aplicarse también a
las mujeres porque, a pesar de no ser una minoría ni un grupo homogéneo, pueden ser consideradas como un grupo
vulnerable al no contar con el mismo acceso a los espacios públicos que los hombres (el grupo dominante).

Históricamente las mujeres han sido relegadas de la esfera pública; su integración paulatina se ha dado, en gran medida,
gracias a las tres olas del feminismo (Gilas 2015):

Primera ola. Comienza a finales del siglo XIX y continúa en la primera mitad del siglo XX, buscó la igualdad jurídica y
política entre mujeres y hombres a partir del reconocimiento del derecho al sufragio, las reformas de las leyes que
regían las relaciones en la familia y el mejoramiento de su situación económica.
Segunda ola. Desarrollada en las décadas de 1960 y 1970, se relacionó con la relación entre las esferas privada y
pública y en su impacto en el desarrollo de las mujeres, por ejemplo, pugnó por el derecho a la educación,
condiciones laborales igualitarias entre hombres y mujeres, y por el respeto de sus derechos sexuales.
Tercera ola. Inició en 1980 y continúa, ha acogido a múltiples movimientos, incluso disonantes, como el feminismo
social, cultural, corporal, multicultural, homosexual o el ecofeminismo; por lo que suele recibir críticas. Sin embargo,
significó la internalización de la lucha por los derechos de las mujeres.

Representación de las tres olas del feminismo: derecho al voto, derechos sexuales y diversos movimientos y feminismos,
como el multicultural

La dominación y control de las mujeres a partir de la fuerza y del poder ha perpetuado la dependencia económica y
violación continua de sus derechos humanos.

Las mujeres enfrentan diversos obstáculos en el desarrollo de su vida profesional, lo que ha llevado a la construcción de
conceptos para describir fenómenos ligados a esa condición de desventaja, como es el caso del llamado techo de cristal y
del piso pegajoso. El primero se refiere a las barreras o mecanismos de discriminación que le impiden a las mujeres llegar
a los cargos más altos en la jerarquía de su actividad profesional, mientras que el segundo apunta a la situación de las
mujeres en los estadios más bajos de las jerarquías, con salarios paupérrimos, empleos informales y de baja calidad, y que

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cuentan con pocas oportunidades de progreso, por lo que a quienes se encuentran en esta situación les es complicado
salir de ella, principalmente por la inexistencia de apoyos y por la falta de oportunidades de capacitación en el trabajo,
como si una fuerza invisible las mantuviera pegadas al piso (Gilas 2015).

El papel del Estado, en este sentido, es fundamental para crear pisos parejos e igualdad de oportunidades para mujeres y
hombres, es decir, para lograr la igualdad sustantiva que se planteaba en el primer apartado de esta unidad. En materia
de derechos políticos, algunos países han adoptado acciones afirmativas que tienen como fin promover la participación
de mujeres a partir de programas de apoyo directo o de cuotas de género. Existen detractores de las acciones afirmativas
que argumentan que se trata de prácticas que están en contra de la igualdad, mientras que sus defensores aseguran que
son medidas especiales con tratos acordes a las condiciones de cada género y que en virtud de ello son necesarias para
acortar y eliminar la brecha entre mujeres y hombres.

Representación de la diferencia entre las igualdades formal y sustantiva

En ese orden de ideas, las cuotas de género surgieron ante la necesidad de elevar la representación de las mujeres en los
parlamentos o congresos. Las cuotas implican la reserva de cierto número de escaños o de candidaturas para mujeres,
con lo cual se asegura la participación de este sector en la política y la administración pública; por esta razón funcionan
mejor en sistemas de representación proporcional.

Existen dos tipos de cuotas de género: las dirigidas, que establecen una cantidad mínima de mujeres, y las neutrales, que
establecen porcentajes mínimos y máximos para representantes de cualquier género. De acuerdo con Karolina Gilas
(2015), existen dos variables para comprenderlas:

Los instrumentos en los que se establecen: en legislación del Estado o en los estatutos de los partidos políticos.
El momento en el que se pretende cambiar las proporciones: en las precandidaturas, candidaturas o en el
porcentaje de personas electas.

Finalmente, las cuotas de género suelen tener un mejor efecto cuando se combinan con políticas de transversalidad de la
perspectiva de género, como la implementación de programas públicos que generen o incentiven la igualdad sustantiva;
a este proceso se le denomina estrategia de doble vía.

Las democracias contemporáneas, con el propósito de construir una ciudadanía incluyente,


brindan un trato diferenciado para garantizar el desarrollo y participación política de las personas
en condiciones de igualdad. Por ello es importante asegurar: el autogobierno, que es la autonomía
política; los derechos poliétnicos, que protegen las diversas expresiones religiosas o culturales; y
los especiales de representación, para asegurar su participación en la toma de decisiones.

2.2 Elecciones y representación


Aunque la democracia representativa cuenta con diversas características, como la división de poderes o el reconocimiento
de los derechos civiles con usos políticos, tiene como fundamento las elecciones, que permiten a los ciudadanos elegir a
sus gobernantes y representantes mediante el voto. Estos representantes deben actuar en el mejor interés de sus
electores y, en términos generales, del país.

2.2.1 Elecciones
Un sistema que dé cabida a la pluralidad, con numerosas formas de expresión y articulación, es fundamental en un
régimen democrático para que las diversas problemáticas de la sociedad civil sean atendidas.

El principio de las elecciones es poner en competencia a distintos aspirantes a un cargo público, por lo que, deben
convencer a la ciudadanía para que los elijan a partir de la promoción de sus planes o estrategias de gobierno y de sus
temas de interés político, entre otros elementos que le permitan al electorado canalizar sus inquietudes y demandas
mediante dichos representantes a las esferas de toma de decisión. En este sentido, las elecciones, también conocidas
como comicios o procesos electorales, consisten en una técnica de designación de representantes, cuyas reglas —que son
establecidas por cada régimen— deben garantizar el ejercicio pleno de los derechos políticos de los ciudadanos
(Fernández y Nohlen 2015).

Las elecciones democráticas son decisivas, pues las preferencias políticas que expresan los ciudadanos al votar
determinan quién ocupará los respectivos puestos gubernamentales y tomará las decisiones. Asimismo, las elecciones son
inclusivas, ya que todos los adultos que satisfacen el criterio de nacionalidad tienen derecho de participar en ellas

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(O’Donnell 2015, 23 y 25). Finalmente, cabe destacar que las elecciones no solo implican el derecho a votar, sino también
incluyen el derecho a ser elegido para un cargo. En otras palabras, las elecciones permiten a los ciudadanos votar y ser
votados.

Funciones de las elecciones


Las elecciones tienen un papel fundamental en las democracias modernas, ya que cumplen con dos funciones específicas:
la renovación periódica del poder de forma pacífica y la legitimación de los representantes electos.

Sobre su primera función, las elecciones promueven la sucesión del poder de manera pacífica y ordenada a partir de la
competencia de representantes de diversos intereses. Debido a que cuentan con reglas específicas que garantizan la
constante renovación de los representantes, los grupos de poder suelen abandonar la idea del uso de la violencia para
acceder al poder político y, con ello, evitar la inestabilidad. De esta forma las elecciones “constituyen uno de los
instrumentos clave en la designación de los gobernantes, la participación política de la ciudadanía, el control del gobierno
por ella y la interacción entre partidos o grupos políticos. La democracia moderna no podría funcionar sin los procesos
electorales” (Crespo 2013, 9).

La renovación periódica de los gobernantes y representantes permite limitar su poder, además de que establecer
vigilantes ayuda a resolver el conflicto que existe entre la necesidad de dotar de poder a un individuo para la toma de
decisiones y la posibilidad de que este sobreponga sus intereses a los de la mayoría (Crespo 2013).

A la capacidad de las instituciones políticas para solicitar una rendición de cuentas a los gobernantes y representantes
sobre sus decisiones, particularmente sobre aquellas supuestamente inadecuadas se le conoce como responsabilidad
pública, y existen dos tipos: legal y política. La responsabilidad pública legal impone penas acordes a las violaciones del
gobernante; mientras que la responsabilidad pública política se relaciona con los costos ante la opinión pública de haber
tomado decisiones negligentes y donde es posible la remoción del cargo. La importancia de la responsabilidad pública en
los procesos electorales radica en que los electores tienen la capacidad de castigar a un candidato o partido debido a sus
acciones durante su periodo de gobierno; capacidad que —según José Antonio Crespo (2001, 15)— funge como control
del ejercicio del poder.

Al respecto de su segunda función, las elecciones son fuente de legitimación de los representantes electos. La
legitimación puede entenderse como la aceptación mayoritaria de quienes detentan el poder, la cual es subjetiva, en
tanto que depende de la percepción que cada ciudadano tenga de sus representantes.

La legitimidad, al asociarse con la aceptación de la ciudadanía, facilita la gobernanza: “La legitimidad de los gobernantes
electos directamente por los ciudadanos contribuye, además, a mantener la estabilidad política, pues la conformidad de
los individuos suele ser mayor” (Crespo 2013, 19). Es decir, a mayor legitimidad, mejor relación entre gobernante-
gobernado.

Para que una elección se realice en condiciones de equidad y se brinde mayor legitimidad política (Crespo 2013, 22-27):

Todos los cargos públicos deben ser susceptibles de renovación periódica a través de las elecciones y no solo
aquellos de bajo rango, para que los electores se sientan más implicados en la toma de decisiones.
Las elecciones deben realizarse en condiciones de equidad, transparencia e imparcialidad.
El derecho al voto no debe coartarse arbitrariamente, pues, en la medida en que se les da voz y voto a los grupos
minoritarios, se solucionan conflictos de forma pacífica y se fortalece la confianza en las instituciones y, por tanto,
en las autoridades.
Los ciudadanos deben poder emitir su voto de forma libre y secreta, además de que su voluntad debe respetarse.

Representación de un voto

Además de la renovación periódica y de la legitimidad, las elecciones también cumplen con funciones adicionales como
(Fernández y Nohlen 2015):

La movilización del electorado en torno a valores sociales e intereses políticos y partidistas y, por lo tanto, la
creación de vínculos y confianza entre personas y partidos.
La creación de una ciudadanía mejor informada mediante la explicación de problemas y exposición de
alternativas.
La integración de instituciones políticas representativas de las preferencias de los diversos grupos de un Estado.
El establecimiento de una oposición capaz de ejercer control, lo cual implica la oportunidad de cambio de
gobierno.

El principio de las elecciones es poner en competencia a distintos aspirantes a un cargo público y


tienen entre sus principales funciones: la renovación del poder de forma pacífica y la legitimación
de sus representantes, lo que les facilita la gobernanza dada la aceptación mayoritaria de quienes

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detentan el poder por parte de los gobernados.

Principios rectores y características de las elecciones


Para ser consideradas democráticas, las elecciones deben respetar tres principios rectores: ser libres, auténticas y
periódicas. Se considera que las elecciones son libres cuando el elector puede:

Votar sin la influencia de alguien, sin ser intimidado o sobornado. Es decir, cuando no recibe castigo, ni
recompensa por su voto individual.
Votar en un ambiente donde se respeten sus libertades públicas.
Votar con pleno conocimiento de las propuestas políticas, derivado de una equitativa posibilidad de difusión de
las propuestas de los partidos políticos.

De acuerdo con José Antonio Crespo, para que las elecciones sean consideradas auténticas, debe existir una estructura
legal e institucional que conduzca a que su resultado coincida con la voluntad de los electores y sea transparente para
que todos los participantes tengan la certeza de que el proceso se llevó a cabo de forma adecuada. Aunque en algunos
países no existen materiales electorales especiales, en las democracias en desarrollo la desconfianza en las elecciones
suele ser mayor, por lo que existen algunos elementos mínimos que dotan de confiabilidad a los procesos: (Crespo 2013,
38-42):

Un padrón electoral confiable. Es indispensable tener un listado actualizado que contenga a todos los
ciudadanos en condiciones para votar, y que no incluya a personas sin derecho a ello o registros inexistentes.
Credencialización. En algunos países se emiten credenciales especiales a los ciudadanos para votar, cuya
información puede variar, pero en general garantizan su adecuada identificación.
Autonomía de las autoridades electorales. Tanto las autoridades responsables de la organización de las
elecciones, como las encargadas de calificar el proceso electoral, deben actuar con imparcialidad en todo
momento.
Vigilancia del proceso. Garantiza que no se presenten irregularidades que pudieran alterar las preferencias
electorales y, con ello, los resultados.
Información oportuna del resultado de la elección. Con el propósito de disminuir la posibilidad de que los
resultados electorales sean alterados, se suelen usar sistemas de conteo rápido que permiten conocer la tendencia
de los resultados.
Tipificación y persecución de los delitos electorales. La tipificación, penalización y persecución de los delitos
electorales es una práctica que tiene el fin de inhibir la comisión de irregularidades o fraudes en los procesos
electorales.

Por otra parte, como se mencionó con anterioridad, la celebración periódica de las elecciones incentiva que los
gobernantes y representantes se desempeñen con mayor apego a los intereses de los electores para poder mantenerse
en el poder como opción política.

Además de libres, auténticas y periódicas, las elecciones deben ser competitivas, es decir, debe existir una oposición
política con posibilidades reales de obtener un cargo de elección popular a través del voto; plurales, en el sentido de
permitir la representación de los diversos intereses de una comunidad política; y universales, lo que se traduce en el
hecho de que cualquier persona que cumpla con los requisitos establecidos en las leyes respectivas —edad mínima, salud
mental o derechos políticos vigentes, sin distinción por sexo, raza, religión, clase social, educación u otros— debe poder
participar.

Las elecciones deben ser periódicas, libres, auténticas, competitivas, plurales y universales

Las elecciones deben ser libres, auténticas, periódicas, competitivas, plurales y universales. Estas
características permiten que sean transparentes y se favorezca que los resultados sean aceptados
de forma pacífica al considerarlos confiables, tanto por parte de los ciudadanos como de los
actores políticos que no resulten electos.

Tipos de elecciones
Las elecciones pueden clasificarse de acuerdo con su ámbito o nivel, con los cargos públicos que se eligen, con la forma
en la que se elige, con el momento en que se elige y con el sistema político (ACE Project 2017; Fernández y Nohlen 2015).

Al respecto del ámbito o nivel de las elecciones, estas pueden ser de tipo nacional, local o municipal. En relación con los
cargos que se eligen, la división se relaciona con el poder público (Ejecutivo o Legislativo o, en algunos casos, Judicial) y,
por tanto, si es de carácter unipersonal (presidente o gobernador) o si es pluripersonal (Congreso o Asamblea).

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Cuando la clasificación tiene que ver con la forma en la que se elige, existen dos tipos de elecciones: las directas y las
indirectas. En las elecciones directas los ciudadanos que emiten su voto lo hacen por uno de varios candidatos a
determinado cargo de elección y, tras el cómputo de dichos votos, el candidato con la votación más alta gana. Por otra
parte, en las elecciones indirectas, los ciudadanos eligen a personas —representantes o compromisarios— que serán los
encargados de seleccionar a quien ocupe el cargo público. Es decir, en este tipo de elecciones existe una mediación en la
toma de decisión. México es un ejemplo de elecciones directas, mientras que Estados Unidos lo es de elecciones
indirectas.

Por lo que se refiere al momento en que se elige, los procesos electorales pueden ser simultáneos/concurrentes o no
simultáneos. Es fácil inferir que son simultáneos o concurrentes cuando dos o más procesos electorales se organizan de
forma paralela y su jornada electoral se lleva a cabo el mismo día, en tanto que, cuando los procesos no tienen fechas
coincidentes, simplemente no son simultáneos. Por ejemplo, en México son frecuentes las elecciones concurrentes
nacionales y locales, es decir que en una misma fecha se vota para elegir presidente y gobernador, diputados federales y
locales, ayuntamientos y senadores, etcétera.

Por último, las elecciones pueden ser competitivas, cuando el elector elige de forma libre entre múltiples opciones
políticas; semi-competitivas, cuando los participantes y los electores tienen dificultades para participar; o no competitivas,
cuando el sistema está cerrado a la competencia entre varias opciones o las condiciones dificultan que una ajena a la
vigente pueda obtener un cargo. Las elecciones competitivas se asocian con los sistemas democráticos, las semi-
competitivas con los autoritarios y las no competitivas con los totalitarios (Fernández y Nohlen 2015).

Ilustración 3. Tipos de elecciones

Fuente: Elaboración propia con base en ACE Project 2017; Fernández y Nohlen 2015

Las elecciones pueden clasificarse con base en su ámbito o nivel (nacional, local o municipal), con
los cargos públicos que se eligen (relacionados con el Poder Ejecutivo o Legislativo), con la forma
en la que se elige (directas o indirectas) y con el momento en que se elige
(simultáneas/concurrentes o no simultáneas).

2.2.2 Representación política y formación de la voluntad popular


La representación política es un requisito indispensable de las democracias modernas ya que, de acuerdo con
Schumpeter, "el método democrático es el instrumento institucional para llegar a decisiones políticas, con base en el cual
los individuos particulares obtienen el poder de decidir a través de una competencia que tiene por objetivo el voto
popular" (1964, 257).

Los representantes, elegidos directa o indirectamente, son quienes toman las decisiones a nombre de la sociedad. La
mayoría de ellos son políticos profesionales que orientan sus carreras en torno al deseo de ocupar cargos clave. Es
dudoso que alguna democracia pueda sobrevivir sin este tipo de personas. Por lo tanto, la pregunta central no es si debe
haber o no una élite política, o incluso una clase política profesional, sino cómo se eligen esos representantes y, después,
cómo son responsabilizados por sus acciones (Schmitter y Karl 1996, 41).

Ahora bien, si las decisiones políticas no pueden ser tomadas directamente por el pueblo y son tomadas por los
representantes populares impulsados por los partidos que obtienen el triunfo, surgen las preguntas: ¿De qué manera el
diseño democrático representativo considera las preferencias políticas del electorado? ¿Cómo se forma la voluntad
popular? Para responder a estas interrogantes se estudiarán los principios fundamentales de la representación política de
acuerdo con Manin (1998):

Autonomía parcial de los representantes.


Libertad de opinión pública.
Periodicidad de las elecciones.
Debate de las decisiones públicas.

Autonomía parcial de los representantes


La realización de la democracia representativa no ha significado que los representantes tengan que llevar a cabo todos los
deseos del electorado. El desarrollo de esta ha implicado algún grado de independencia para que los representantes
puedan tomar decisiones. Esta independencia de los representantes es muy importante porque les permite negociar y
buscar el bienestar de la sociedad en general y no solo el de un grupo reducido que haya votado por ellos. Por ejemplo,
al ser elegido para representar a la ciudad de Bristol ante el parlamento inglés en 1774, Edmund Burke explicaba su deber
en los siguientes términos (1942, 312-313):

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El Parlamento no es un congreso de embajadores que defiendan intereses distintos y hostiles, intereses que cada
uno de sus miembros debe sostener, como agente y abogado, contra otros agentes y abogados, sino una
asamblea deliberante de una nación, con un interés: el de la totalidad; donde deben guiar no los intereses y
prejuicios locales, sino el bien general que resulta de la razón general del todo. La independencia de los
representantes es sus acciones y decisiones no significa que las preferencias del electorado o que la voluntad
popular no importen en la toma de decisiones públicas.

La selección de los representantes —por la vía que cada democracia determine— implica que los electores identifican
cualidades en ellos que les permitirán gobernar y representar sus intereses de forma adecuada, por lo que reconocen que
tienen las capacidades necesarias para tomar decisiones con cierta libertad; aunque estas cualidades se asocien con los
intereses particulares de los electores, lo que puede no ser necesariamente adecuado para el bien común; es decir, se
elige a partir de una superioridad percibida (Manin 1998, 99). En este sentido, la democracia representativa cuenta con un
diseño institucional que permite que exista un vínculo entre la adopción de las decisiones públicas y la voluntad del
electorado, gracias a elementos como la libertad de opinión pública y la periodicidad de las elecciones.

Libertad de opinión pública


Durante los intervalos entre las elecciones, los ciudadanos pueden tratar de influir en la política pública a través de una
amplia variedad de otros intermediarios: asociaciones de interés, movimientos sociales, agrupaciones locales, acuerdos
clientelistas y así sucesivamente. Es decir, “la democracia moderna ofrece una variedad de procesos competitivos y
canales para la expresión de los intereses y valores, tanto asociativos como partidarios, funcionales y también territoriales,
colectivos e individuales” (Schmitter y Karl 1996, 40).

La libertad de opinión requiere dos condiciones:

Que el proceso de toma de decisiones gubernamental sea público. Si no se conoce cuáles fueron los elementos
que determinaron la conducta de las autoridades, la ciudadanía no puede tener una opinión informada sobre las
causas y consecuencias de esa conducta.
Que exista la posibilidad de expresar opiniones políticas en todo momento y no solo cuando se vota en las
elecciones. Por lo tanto, el gobierno debe garantizar que los representados puedan expresarse libremente y sin
ningún tipo de represalia. Es decir, la libertad de la opinión depende de otras de las libertades fundamentales de
la democracia, como con la de expresión, asociación y el acceso a las fuentes alternativas de información.

La importancia del desarrollo de una opinión pública es que este mecanismo permite que la ciudadanía influya en las
decisiones de sus gobernantes. Como lo explica: si bien los representantes no pueden actuar según los deseos de los
gobernados, tampoco pueden ignorar sus demandas Manin (1998, 210).

El incentivo que tienen los representantes para considerar a la opinión pública en la adopción de decisiones tiene que ver
con que esta es la manifestación de una expresión colectiva que, si bien no reúne a toda la sociedad, tampoco puede ser
ignorada sin grandes riesgos políticos para los representantes. Por lo tanto, la existencia de una opinión pública crea el
marco idóneo para que la voluntad popular sea considerada en la toma de decisiones, aun cuando los gobernantes
tomen las decisiones finales.

Periodicidad de las elecciones


La periodicidad de las elecciones es un incentivo clave para que los representantes tengan en cuenta a la opinión pública
debido a su función de control, es decir, la posibilidad de que el candidato o partido político sean reelegidos para un
siguiente periodo o sean removidos a través del voto como castigo por su desempeño.

Este principio permite que el electorado y la opinión pública influyan en los representantes no con la simple transmisión
de sus deseos o instrucciones, sino al juzgar su actuación mediante la emisión periódica del voto. En este sentido, el voto
popular periódico tiene dos funciones ya que, por una parte, actúa como incentivo para que los gobernantes ajusten su
comportamiento a sus promesas de campaña y, por otra, permite que el público evalúe a los gobernantes (Przeworski et
al., 2002: 19; Manin, 1995: 5).
Se trata de un juicio retrospectivo en que el electorado goza de verdadero poder soberano pues, llegado el momento de
la elección, presenta su veredicto (sin importar si este es correcto o erróneo) a favor o en contra de los que están en los
cargos (Manin 1998, 225).

Debate de las decisiones públicas


Dado el carácter heterogéneo de las personas, la toma de decisiones en una democracia representativa debe suponer su
discusión para conseguir una mayoría: "el gobierno representativo no es un sistema en el que la comunidad se
autogobierna, sino un sistema en el que las políticas y las decisiones públicas son sometidas al veredicto del pueblo"
(Manin 1998, 130).

En ese sentido, a los congresos, como depositarios de la voluntad popular, se le ha asignado un papel central. Aun
cuando los representantes no siguen las instrucciones del electorado, la discusión persuasiva en los congresos o
parlamentos tiene un carácter democrático que radica en lo siguiente (Manin 1998, 229):

Todo lo que se decide ha de justificarse y aprobarse en el debate, sin importar de dónde provienen las propuestas
(de los grupos de interés, de los movimientos sociales, de un grupo de expertos, etcétera).
La aprobación de las decisiones o convergencia de voluntades en torno a una propuesta ha de lograrse pese a la
diversidad de posiciones entre los representantes que discuten en igualdad de condiciones, sin importar su
posición social o económica. En el congreso ni los más poderosos, ni los más competentes, ni los más ricos tienen
el derecho a imponer su voluntad. Las decisiones deben ser aprobadas por una mayoría.

La representación política es un requisito indispensable de las democracias modernas porque las


decisiones no pueden ser tomadas directamente por el pueblo, pero es importante tomar en
cuenta los siguientes principios: independencia de los representantes, les permite negociar y
buscar el bienestar de la sociedad en general; libertad de la opinión pública, permite que la

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ciudadanía influya en las decisiones de sus representantes; periodicidad de las elecciones, tiene
una función de control sobre la actuación de los representantes; y la discusión de las decisiones
públicas, que permite llegar a acuerdos a través del principio de mayoría.

2.3 Derechos humanos y derechos políticos


Los derechos humanos son producto de una larga y lenta evolución histórica, aunque el término es de reciente creación,
data de la segunda mitad del siglo XVIII. Previamente, los derechos humanos eran concebidos como “derechos naturales”
o “derechos del hombre”, aunque estos últimos nunca fueron definidos claramente, a pesar de la popularidad que
adquirió el término. Sin embargo, para Hugo Grocio los derechos naturales eran derechos inherentes al hombre,
fundamentales para la vida social; pero estos no fueron considerados como humanos, sino hasta su universalización,
producto de las revoluciones inglesa (1688) y francesa (1789) (Hunt 2004, 50-51).

Aunque la universalidad implica el reconocimiento igualitario de los derechos que poseen las personas por el hecho de
serlo, lo cierto es que los derechos de algunos sectores de la población fueron reconocidos de forma tardía en relación
con otros; fue el caso de los esclavos, los niños, las mujeres, los enfermos mentales, etcétera. Además, cabe precisar que la
universalidad no significa, necesariamente, un trato igualitario —como se analizó en el apartado 2.1.3—, sino la
adecuación de las obligaciones del Estado en función de las características de cada grupo con el propósito de asegurar
que puedan ejercer sus derechos plenamente (Serrano y Vázquez 2013).

Actualmente, podemos definir los derechos humanos como: “aquellos derechos universales y, por ello, indispensables e
inalienables, que resultan atribuidos directamente por las normas jurídicas a todos en cuanto personas, ciudadanos
capaces de obrar” (Ferrajoli 2006, 30). Estos no dependen únicamente de la posesión, sino también del reconocimiento de
que los demás los poseen y son producto de las dinámicas sociales, las transformaciones de la cultura, las personas y el
pensamiento (Hunt 2004, 55).

Recurso 1. Video sobre los derechos humanos

Haz clic en la imagen para ver el video

Marshall distingue tres dimensiones de los derechos humanos que tienen el propósito de equiparar el estatus de las
personas para hacer efectiva la igualdad: los derechos civiles, que se relacionan con las libertades de pensamiento,
expresión, asociación, religión, etcétera; los derechos políticos, que permiten la participación de las personas en la toma
de decisiones de una comunidad política, y los derechos sociales, que tienen el fin de garantizar el bienestar de las
personas: seguridad, salud, sustento económico, etcétera (1949).

Con base en su reconocimiento, se pueden identificar tres generaciones de los derechos humanos: la primera, relacionada
con los derechos civiles y políticos, que tienen sus antecedentes en las teorías del contrato social y la Ilustración; la
segunda, con los derechos económicos, sociales y culturales, que tienen el fin de combatir las desigualdades entre las
personas producto de su condición social; y la tercera, producto de los movimientos sociales del siglo XX, como el
pacifismo, los derechos de las mujeres y el ecologismo, entre otros (Bustamante 2001).

Debido al desarrollo de las tecnologías de la información, se ha planteado que se podría hablar ya de derechos de la
cuarta generación para garantizar: el aprendizaje de las nuevas tecnologías, la capacidad de emitir opiniones de forma
libre, el derecho a la privacidad y seguridad en internet y la prohibición del espionaje en este medio, entre otros; por lo
que esta generación concibe al internet como “un espacio de encuentro e intercambio en libertad, sin fronteras ni límites,
abierto y universal” (Frías y Travieso 2003, 818; Gómez y García 2008). Al respecto, se han dado algunos intentos para
establecer tales derechos, como los de Robert B. Gelman y Emilio Suñe Llinás, quienes propusieron la “Declaración de los
Derechos Humanos en el Ciberespacio” y la “Declaración de los derechos del Ciberespacio” en 1997 y en 2008,
respectivamente (Bustamante 2001; Gómez y García 2008, 40).

En síntesis, mientras los derechos de la primera generación se relacionan con el reconocimiento del Estado de los
derechos de sus ciudadanos; los de la segunda generación le requieren su intervención para minimizar la desigualdad
social; los de la tercera generación, también llamados “derechos de solidaridad”, exigen el reconocimiento y respeto de
las minorías; y los de la cuarta generación se relacionan con la convivencia a partir de las nuevas tecnologías de la
información.

Ilustración 4. Generaciones de los Derechos Humanos

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Fuente: Elaboración propia con base en Bustamante 2001; Gómez y García 2008

Los derechos humanos son universales, irrenunciables e inalienables, que resultan atribuidos
directamente por las normas jurídicas a todas las personas por el hecho de serlo. Existen cuatro
generaciones, con base en su reconocimiento: la primera, relacionada con los derechos civiles y
políticos; la segunda, con los derechos económicos, sociales y culturales; la tercera, producto de los
movimientos sociales del siglo XX; y la cuarta, sobre derechos relacionados con las nuevas
tecnologías.

2.3.1 Derechos políticos


Como estudiaste previamente, los derechos políticos fueron de los primeros en ser reconocidos por los Estados. Estos
derechos, también llamados “derechos del ciudadano”, parten de la necesidad de limitar el poder político para evitar la
arbitrariedad y el despotismo de los gobernantes y representantes, a partir de permitir a su titular participar en la vida
política de un país y, por lo tanto, en la formación de la voluntad popular. Se refieren a los derechos a elegir a los
gobernantes y representantes mediante el voto; a ser electo para cargos públicos, a acceder a las funciones públicas; y a
la posibilidad de asociarse para la toma de decisiones, por ejemplo, mediante la participación en un partido político.

Los derechos políticos están reconocidos por diversos instrumentos internacionales, como la Declaración Universal de
Derechos Humanos (1948), la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre (1948), el Pacto Internacional
de Derechos Civiles y Políticos (1966) y la Convención Americana de Derechos Humanos (1969). Sin embargo, los
derechos políticos no son totalmente universales, ya que para que una persona pueda ser considerada ciudadana de un
país, debe cumplir con ciertos requisitos, como tener una edad mínima: “La ciudadanía es un status que se otorga a los
que son miembros de pleno de una comunidad” (Marshall 1949, 312). Esto significa, de acuerdo con Rivero (2000), que el
acceso a la ciudadanía va de la mano de la exclusión de otros miembros de una comunidad política, aunque estas
delimitaciones se deben establecer de forma objetiva y razonable para no imponer distinciones por raza, sexo, religión,
opinión política, condición social o económica, etcétera; lo que permite que los ciudadanos ejerzan el voto activo y pasivo
en condiciones de igualdad.

En las democracias antiguas, la ciudadanía se asociaba con los miembros virtuosos de una comunidad: militares, filósofos,
sacerdotes, etcétera; de forma tal que los ciudadanos incentivaban el desarrollo de la comunidad a cambio de obtener
ciertos derechos y libertades (Rivero 2000, 31). En las democracias modernas existen dos corrientes ideológicas que
determinan la forma de participación de los ciudadanos, el liberalismo y el republicanismo. Mientras los liberales
consideran que la participación política se acota al voto y que el resto de las decisiones deben depositarse en los
gobernantes y representantes, el republicanismo concibe a la ciudadanía como activa en la vida política, lo cual implica su
involucramiento más allá de la emisión del voto: con discusión política cotidiana, el seguimiento de la vida política, la
constante vigilancia y evaluación del desempeño de los gobernantes y representantes e, incluso, la desobediencia civil
(Rivero en Hernández s/f, 8).

Los derechos político-electorales se pueden resumir en las opciones de votar y ser votado

Los derechos políticos fueron de los primeros en ser reconocidos; permiten a los miembros de una
comunidad política participar en la toma de decisiones y están protegidos por diversos
instrumentos internacionales: la Declaración Universal de Derechos Humanos, la Declaración
Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos y la Convención Americana de Derechos Humanos.

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Suspensión de los derechos políticos


De acuerdo con Daniel Tacher, los derechos políticos están vinculados con la ciudadanía desde dos aspectos: 1) el poder
político delimitado por un territorio y 2) por la capacidad de las personas de participar en las decisiones de ese poder
(2014, 27). Al respecto del segundo aspecto, si bien los ciudadanos deben cumplir con una serie de requisitos para poder
participar, ello no significa que esa condición una vez cumplida no pueda suspenderse. La suspensión de los derechos
políticos suele presentarse cuando el ciudadano se encuentra vinculado a un proceso judicial, por lo que sus derechos son
interrumpidos en tanto se resuelve su situación.

Existe un debate sobre la razonabilidad y proporcionalidad entre la suspensión de los derechos políticos y las faltas a la
ley cometidas; por una parte se sostiene que quien ha cometido una falta ha decidido alejarse del Estado de Derecho, por
lo que es justificable excluirles de la toma de decisiones del colectivo, mientras que autores como Gargarella apuntan que
la mayoría de las personas que violentan la ley han sufrido formas de exclusión sistemática previas a la comisión del
delito, por lo que este podría verse como una consecuencia y la suspensión de sus derechos políticos agrava su situación
(Gargarella en Tacher 2014, 28-29).

Con el propósito de asegurar que no se violenten otros derechos humanos de las personas con penas privativas, es
necesario que exista una regulación clara sobre los supuestos en los cuales les pueden ser suspendidos sus derechos
políticos, la temporalidad y las condiciones; debe existir una estructura institucional que permita la correcta investigación
de los hechos que se atribuyen a la persona y plantear controversias relacionadas con la aplicación de la suspensión,
además de que se debe asegurar que las condiciones para restringir los derechos políticos están basadas en criterios
objetivos y razonables (CDHNU 1996; Tacher 2014, 41). Esto, a la luz del artículo 11 de la Declaración Universal de
Derechos Humanos que dicta que toda persona es inocente mientras no se demuestre su culpabilidad (1948) y el artículo
XXVI de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre que a la letra establece: “se presume que todo
acusado es inocente mientras no se demuestre lo contrario” (1948).

La pena privativa de la libertad suele acompañarse de la suspensión de derechos políticos

Para ejercer plenamente los derechos políticos se debe cumplir con los requisitos para ser
considerado ciudadano de un Estado, los cuales pueden suspenderse de forma temporal a quien
violente la ley, respetando los principios de razonabilidad y proporcionalidad.

2.4 La calidad de la democracia


La democracia es, sin duda, un sistema muy complejo, definido por varias características. Igualmente, tanto la democracia,
como todas sus dimensiones pueden ser advertidas a partir de ciertas escalas; ello permite explicar por qué es posible
que en un país la maquinaria electoral funcione muy bien, pero el Estado de derecho no tanto; o que las desigualdades
extremas impidan la existencia de la sociedad civil, a pesar del correcto funcionamiento de las instituciones democráticas;
o quizás que todas las características funcionen razonablemente bien, o tal vez que existan sitios donde funcionen mejor
respecto a otras. Así, tenemos democracias con distintos grados de desarrollo democrático, diferentes entre ellas.

Para analizar las diferencias entre los países democráticos necesitamos un concepto que nos permitirá distinguir sus
diferentes niveles de desarrollo, el cual se refiere a: la calidad de la democracia.

Para Lijphart, “qué tan democrático es un país, refleja el grado en el cual se acerca a la democracia perfecta” (Lijphart
1999, 276). El objetivo de analizar la calidad de una democracia es establecer las dimensiones que estructuran el espacio
analítico que lleva hacia una democracia ideal, dando por descontado los aspectos empíricos requeridos por la definición
mínima. Por lo tanto, es necesario ver empíricamente cuánto se ha recorrido o se debe recorrer para alcanzar la plena
realización de los dos objetivos centrales de una democracia ideal: libertad e igualdad (Morlino 2005, 257).

Las listas de procesos, componentes y de normas de procedimiento nos ayudan a especificar qué es la democracia, pero
no nos dicen mucho sobre cómo funciona en realidad (Schmitter y Karl 1996, 43). Por consiguiente, se usará para el
estudio de este tema la definición de la poliarquía de Dahl como prerrequisito; además de emplear los requisitos de las
definiciones sustanciales, ya que “lo que hace posible a la democracia, no debe confundirse con lo que la hace más
democrática” (Sartori 1987, 203).

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Mediante mejoras de la calidad de la democracia podemos alcanzar una legitimidad más amplia y más profunda, que
lleva a una mayor consolidación. Esas mejoras son también una respuesta para los problemas de insatisfacción y
desilusión que sufren las democracias estables (Diamond y Morlino 2004, 22). Medir la calidad permite conocer los
avances que se logran y las fallas que se cometen en el camino hacia la democracia de alta calidad. Y conocerlos,
especialmente las fallas, dará la posibilidad de encontrar soluciones.

2.4.1 Distintas perspectivas de la calidad de la democracia


En los apartados anteriores hemos visto que el concepto de democracia es altamente complejo y que no existe consenso
acerca su definición. Lo mismo sucede con el concepto de la calidad de la democracia, ya que los autores especialistas en
el tema ofrecen perspectivas distintas, partiendo de diferentes definiciones de democracia, de los elementos mínimos
para considerarla como tal y de los mecanismos para su medición. A continuación estudiarás las propuestas analíticas de
Ferrajoli, Morlino y Diamond con Morlino al respecto.

Ilustración 5. Perspectivas sobre la democracia de calidad

Fuente: Elaboración propia con base en Ferrajoli 2005 y 2010; Morlino 2005; Diamond y Morlino 2004

Perspectiva de Ferrajoli
Según Ferrajoli, únicamente son las definiciones sustanciales las que nos permiten un análisis de diferentes grados de
democracia y la evaluación de su calidad. Estas definiciones deben tomar en cuenta:

las distintas dimensiones de la democracia constitucional: por un lado, la democracia formal, generada por los
derechos secundarios de autonomía y articulada en las dos formas, referidas al ‘quién’ y al ‘cómo’ de la decisión,
de la democracia civil y de la democracia política, fundada una sobre los derechos civiles, y la otra sobre los
derechos políticos; por otro lado, la democracia sustancial, determinada por los derechos primarios o sustanciales
y articulada en las dos dimensiones, relativas al ‘qué’ de las decisiones, de la democracia liberal (o liberal-
democracia) y de la democracia social (o social-democracia), basadas una en los derechos de libertad, y otra en
los derechos sociales (2005, 339-40).

De esta manera Ferrajoli construye una definición de la democracia en la cual el elemento procedimental es una
condición sine qua non de la misma, pero no suficiente para hablar de una democracia de calidad o sustancial. En su
óptica, el problema formal —centrado en los procedimientos democráticos— no es suficiente para legitimar cualquier
decisión. Para ello, es indispensable analizar el qué, del contenido de las mismas. Al respecto, sostiene que “para que un
sistema sea democrático se requiere al menos que a la mayoría le sea sustraído el poder de suprimir el poder de la
mayoría”, con lo que se crea una esfera de lo indecidible: “aquello que a cualquier mayoría le está, por un lado, prohibido
y, por otro, le es obligatorio decidir” (Ferrajoli 2010, 79). Esa esfera de lo indecidible abarca los derechos fundamentales
de las personas, que una democracia debe siempre proteger y fomentar, y los principios básicos de un gobierno
democrático, para prevenir que la democracia se aniquile a sí misma.

En síntesis, las dimensiones de la democracia que señala Ferrajoli y que permiten analizar su calidad son:

Formal. Es la condición mínima e indispensable, se refiere a los procedimientos de toma de decisiones.


Civil y política. Es la protección de los derechos fundamentales de las personas, a través de las cuales pueden
participar en la vida civil y política del Estado.
Sustancial. Es la protección de las libertades y de los derechos sociales de las personas, que imponen límites y
obligaciones a la actuación del Estado.

Perspectiva de Morlino
Morlino (2005, 260) considera como una buena democracia, o una democracia de calidad, al ordenamiento institucional
estable que mediante instituciones y mecanismos que funcionan correctamente garantiza la libertad y la igualdad de los
ciudadanos. De esta manera, una buena democracia cumple con los siguientes requisitos:

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Calidad con respecto al resultado. Es un régimen ampliamente legitimado y, por tanto, estable, que satisface
completamente a los ciudadanos.
Calidad con respecto al contenido. Los ciudadanos, las asociaciones y las comunidades que forman parte de
este tipo de democracia gozan de libertad e igualdad por encima de los mínimos.
Calidad con respecto al procedimiento. Los ciudadanos tienen el poder de controlar y evaluar si el gobierno
trabaja efectivamente por aquellos valores con pleno respeto a las normas vigentes (algo que se conoce como
rule of law); deben ser capaces de vigilar su aplicación eficiente, así como evaluar la eficacia decisional y la
responsabilidad política con respecto a las elecciones tomadas por el personal electo también en relación con las
demandas expresadas por la sociedad civil.

De acuerdo con esta definición, una buena democracia tiene al menos tres dimensiones de variación: procedimental, de
resultados y sustantiva, que a su vez se componen de otros elementos para su análisis empírico (Morlino 2005, 261-3):

Procedimental:
Respeto a la ley. Esto se traduce en eficiencia y eficacia decisional de las instituciones de gobierno y la
administración.
Rendición de cuentas. Garantiza a los ciudadanos y la sociedad civil en general un medio efectivo de
control sobre las instituciones políticas.
De resultados:
Reciprocidad. Esta dimensión concierne al resultado, es decir, a la capacidad de respuesta que encuentra la
satisfacción de los ciudadanos y la sociedad civil en general.
Sustantiva:
Respeto pleno de los derechos. Esto puede ampliarse en la realización de las diversas libertades.
Igualdad. Progresiva ampliación de una mayor igualdad política, social y económica.

Ilustración 6. Dimensiones de la democracia según Morlino

Fuente: Elaboración propia con base en Morlino 2005

Perspectiva de Diamond y Morlino


Diamond y Morlino (2004, 22) construyen su concepto de calidad de la democracia con base en la lógica industrial,
entendiéndola como un sistema que:

[C]oncede a sus ciudadanos amplias libertades, igualdad política y control sobre las políticas públicas y sobre los
decisores, mediante el legítimo y lícito funcionamiento de las instituciones. Este régimen satisfacería [sic]
expectaciones ciudadanas respecto a la gobernanza (calidad de resultados); permitirá a los ciudadanos,
asociaciones y comunidades gozar de libertades extensas e igualdad política (calidad de contenido); y proveerá un
contexto en el cual toda la ciudadanía podrá juzgar el funcionamiento/rendimiento del gobierno mediante
instituciones como elecciones, mientras las instituciones del gobierno y los funcionarios sean legal y
constitucionalmente responsables uno ante el otro (calidad procedimental).

Los autores mencionan ocho dimensiones de la calidad de la democracia: Estado democrático de derecho, participación,
competición, rendición de cuentas vertical y horizontal (dimensiones procedimentales), libertad, igualdad y capacidad de
respuesta (dimensiones sustantivas).

Ilustración 7. Dimensiones de la democracia según Diamond y Morlino

Fuente: Elaboración propia con base en Diamond y Morlino 2004

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2/10/2018 PA-DDE-INE-01-18: Unidad 2. Representación política y calidad de la democracia
Aquí cabe destacar que la inclusión de la dimensión de la calidad de los resultados, aunque parece acertada, puede
conllevar varios problemas en la interpretación de los casos particulares. Entre los gobiernos de distintos países
fácilmente se pueden encontrar algunos, cuyos esfuerzos lleven a los resultados considerados deficientes por muchos; sin
embargo, no dejarán, por ello, de ser democráticos.

El mundo de hoy es sumamente complejo y, al parecer, en el futuro lo será todavía más: prever consecuencias de las
acciones y diseñar las políticas de tal manera que lleven a los resultados deseados se están volviendo cada vez más difícil;
además, no hay que olvidar la influencia de los factores externos. Esto no significa que hay que dejar de pedir cuentas al
gobierno por los resultados de sus acciones y decisiones, pero sería difícil atribuir responsabilidades en algunos casos
particulares. Esas ambigüedades complican, o hasta cierto punto hacen imposible evaluar ese aspecto del funcionamiento
de la democracia con la debida objetividad.

Una perspectiva consolidada


Sobre la base de las perspectivas antes presentadas, se propone medir la calidad de una democracia usando cuatro
subíndices que reflejan las cuatro dimensiones de la democracia:

Democracia formal. La dimensión procedimental evalúa el funcionamiento de las instituciones básicas en una
democracia, relacionadas con las elecciones y la representación, reflejando los criterios básicos que corresponden
a la poliarquía de Dahl (1989).
Estado de derecho. Es la base de todas las demás dimensiones de la democracia: el sistema legal defiende los
derechos políticos y procedimientos democráticos, confirma los derechos ciudadanos, refuerza la autoridad de las
instituciones y asegura la legalidad e idoneidad de las acciones del gobierno (O’Donnell 2004).
Democracia civil y política. Refleja el funcionamiento del gobierno, su capacidad de resolver los conflictos y el
desarrollo de la ciudadanía.
Democracia sustancial. Esta dimensión evidencia la importancia de una ciudadanía consciente e informada para
el funcionamiento de la democracia.

Ilustración 8. La calidad de la democracia

Fuente: Elaboración propia

El concepto de la calidad de la democracia permite diferenciar entre los distintos tipos y grados de
desarrollo democrático.

Existen diferentes maneras de analizar y medir la calidad de la democracia, aunque todas


pretenden determinar en qué medida un régimen particular se acerca a un ideal democrático. A
partir de cualquiera de esas perspectivas se puede elaborar una herramienta que permita medir la
calidad de la democracia. Las cuatro dimensiones –democracia formal, Estado de derecho,
democracia civil y política, y democracia sustancial– son una propuesta que pretende integrar las
perspectivas de los autores analizados y puede servir para una evaluación equilibrada.

Actividades de la Unidad 2

 Cuestionario, Unidad 2

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