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Ejercicio 2.1.

La primera dificultad estriba en el carácter universal y concreto de toda forma de


acción social reglada en que consiste la cultura. Por un lado la cultura se va tejiendo
en virtud de convenciones, pero, al mismo tiempo, estas son tejidas por personas, en
lugares y momentos concretos. Cada acto concreto contribuye a su momentánea
cristalización en una convención, la cual, a su vez, de regreso –más bien, en una
simultaneidad aplazada- condicionará cualquier acto concreto posterior relacionado.
La investigación sobre esta escurridiza conexión entre lo ¿espontáneo? y lo reglado es
de suma utilidad para esclarecer relaciones cuya ocultación, deliberada o no, está
detrás de la influencia sobre nuestras emociones, nuestro pensamiento y, en último
término, nuestra conducta. Los mercados, por ejemplo, son descritos a través de los
medios de transmisión como entes autónomos casi dotados de espontaneidad. En
realidad, son un instrumento cuyo fin es establecer un estado de cosas. Algo reglado
es disfrazado de espontáneo al destacarse el carácter circunstancial sobre el reglado.
La segunda y la tercera dificultades inciden en el carácter relacional de todo acto
cultural. La visión holística fundamenta su análisis en la constatación de la
construcción (acción) y estudio (descripción) de un entramado de actuaciones que
llevan en sí un germen relacional. La perspectiva opuesta –individualista- tiene como
fin tratar de justificar la explotación del hombre por el hombre despojando la acción
humana de su naturaleza relacional. El holismo trata de hacer ver que todo acto tiene
consecuencias, que deriva de y deriva en. El pensamiento relacional nos permite
advertir causas generales. Actuando sobre ellas podemos atajar problemas que ni
detectaríamos desde una óptica fragmentaria y especializada.
La cuarta dificultad radica en la vinculación entre forma y contenido y entre
estructura y proceso. Rescata lo planteado en la primera dificultad a través de la
noción de reificación. Al reificar desconectamos nuestras producciones culturales de
nosotros mismos y las dotamos interesadamente de una dinámica propia, ajena a sus
creadores. Manipulamos a conveniencia lo reglado o convencional como espontáneo o
viceversa. En realidad, lo que sucede es que nuestras acciones crean posibilidades de
estructuración, no estructuras. Se puede evitar así caer tanto en posturas esencialistas
como formalistas. Pero reconocer esto, especialmente la renuncia a la reificación,
supone una asunción incesante de responsabilidad. Eso resulta agotador para la
persona común y peligroso para quien dispone las condiciones materiales de vida de
aquella. Por otra parte, la ausencia de anclaje que el formalismo exagerado provoca
nos desorienta. Podriamos decir que este anclaje no debe consistir en contenidos
reificados que nos liberen de resposabilidades ineludibles, sino en la consciencia de
nuestras –¿Quién sabe si infinitas?- posibilidades estructuradoras de mundos.
La quinta dificultad plantea el carácter ubicuo de la cultura como heredero de su
condición relacional. Una vez más, se afirma que la acción social es la que determina
la cultura. La interpretación de las reglas de la acción genera cultura. La visión
holística de base relacional nos guía a la hora de detectar cultura. La sexta dificultad
conecta directamente con todo lo dicho anteriormente sobre la condición relacional de
la cultura y lo aplica al propio agente. El agente no es un individuo, sino una persona.
La palabra “individuo” alude a lo indivisible. Hace un buen servicio a la sociología, a la
economía y a demás disciplinas cuyo objetivo es separar para después poder operar.
Si somos instrumentos en manos de un sistema reificado, somos individuos. Si somos
seres de condición relacional, que actúan en relación con los demás, que son
responsables de sus acciones y sus productos, entonces somos personas.

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