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Los científicos deben escribir

Victoriano Garza Almanza

El conocimiento sobre el quehacer científico ofrece a los ciudadanos un panorama


más amplio sobre diversos aspectos y es así como empresas, instituciones e
individuos pueden tener alternativas para tomar una mejor decisión en cualquier
ámbito de sus vidas, se trate de negocios, salud, economía o sociedad.

La escritura académica y científica son factores clave para el desarrollo de cualquier


universitario, máxime si se pretende hacer una carrera científica, pues de dicha
habilidad depende la difusión del conocimiento. Sin embargo, las autoridades de las
instituciones de educación superior en México han pasado este asunto por alto
durante años, pues todavía en el siglo XXI suelen pensar que la labor de escribir sólo
corresponde a un escritor o a un periodista, y no comprenden que un científico es
también autor de muchos textos.

Desafortunadamente, en forma sistemática se ha omitido dicho aspecto en la


formación de los estudiantes de las carreras de ciencias, lo que se advierte en el bajo
índice de titulación por tesis en las universidades públicas. Luego, cuando alguien
continúa al posgrado e inicia una carrera en la investigación, ya lleva consigo una
deficiencia que le pesará a la hora de escribir su disertación doctoral y sus primeros
artículos científicos.

Concluir, escribir y publicar

El trabajo de un científico no termina en el instante en que, después de un largo


periodo de investigación, obtiene sus resultados y llega a una conclusión. En ese
momento, es quizá la única persona que posee una pizca de conocimiento sobre el
problema que escudriñó y resolvió. En apariencia ya todo está hecho, pero nada está
dicho.

Ya sea que el científico trabaje en equipo o de manera individual, por el tipo de labor
que desempeña, ha pasado a formar parte de una estructura social denominada
comunidad científica, caracterizada –además de la especialización que distingue a
sus miembros–, porque todos comparten la labor de producir constantemente nuevo
conocimiento, así como la difusión del mismo a través de diversos medios.
Cuando se termina una investigación, los resultados obtenidos por el científico no
marcan el punto final, sino el comienzo de una nueva etapa de trabajo que tiene como
propósito dar a conocer a la comunidad científica y al público en general, lo que realizó
a partir de ciertos supuestos y condiciones. Esto tiene que hacerse en fases cíclicas:
primero, escribir con cuidado lo que hizo, cómo lo hizo, qué resultó y a qué
conclusiones llegó y, segundo, publicar sus hallazgos en revistas científicas (figura 1).

Acto seguido, el documento se imprime y distribuye; el conocimiento generado pasa


al dominio público. Esto ocurre porque la escritura se integró en el sistema de
comunicación usado por los científicos para construir, describir, defender y presentar
sus ideas. Aunque el discurso oral es necesario para compartir ideas y estimular el
pensamiento, no es suficiente para hacer ciencia.

La investigación es una de las dos actividades más importantes del científico, la otra
es la escritura. “Un científico —dice John Ziman— es un hombre de pluma; escribir
libros es su vocación”. La escritura interactiva es tan importante para el investigador
que no puede prescindir de ella, pues, además de los usuales artículos científicos que
son la esencia pura de su labor, también redacta notas sobre ideas, apuntes de
lecturas, cartas a colegas, comentarios, mensajes y otras cosas que retroalimentan
su oficio (cuadro 1).
Robert Day, autor de uno de los libros de escritura científica más socorridos por
quienes buscan aprender a escribir artículos, conferencias, reseñas o tratados, refiere
que “el objetivo de la investigación científica es la publicación. Los hombres y mujeres
de ciencia, cuando comienzan como estudiantes graduados, no son juzgados
principalmente por su habilidad en los trabajos de laboratorio, ni por su conocimiento
innato de temas científicos amplios o restringidos, ni desde luego, por su ingenio o su
encanto personal: se les juzga y se les conoce (o se les desconoce) por sus
publicaciones”.
Publicar o morir

Esta costumbre obedece a una regla no escrita, de origen desconocido que ni Eugene
Garfield, fundador y director del Institute for Scientific Information, ha podido trazar, y
que la comunidad científica internacional sigue, aunque enuncia escuetamente:
publica o perece. Tan breve sentencia ha marcado el desarrollo de la ciencia mundial
comprometiendo a los científicos a exponer su trabajo ante sus pares. Así, la obra
bien o mal hecha, queda a la vista de todos y lo que se publica se somete a escrutinio,
eso es lo que marca a sus autores; en cambio, la investigación no publicada es como
si nunca se hubiera hecho, sus realizadores no existen ante la comunidad.

Los científicos tienen que escribir; sin embargo, a diferencia de los literatos,
historiadores y otros humanistas, sus habilidades no demandan la misma agudeza y
finura, pues las características estructurales de los artículos científicos son sencillas;
la prioridad es el contenido. A pesar de eso, el científico no puede dejar de cumplir
con las mínimas reglas gramaticales y de estilo, y si su redacción es pésima, los
trabajos que envíe a publicación se atorarán entre los revisores y hasta podrán ser
rechazados, sin importar la originalidad del trabajo. Esto le acarreará al investigador
pérdida de tiempo y de oportunidades de desarrollo.

Los métodos empleados por los científicos para dar a conocer su trabajo pueden ser
informales, como intercambiar de forma estrecha ideas y experiencias con un colega
cercano; o formales, en el marco de un riguroso protocolo como puede ser un
congreso internacional (cuadro 2). Además, las vías de comunicación para divulgar su
mensaje pueden ser tradicionales o modernas.

Los tipos de escritos, el modo de comunicación y las vías para la difusión de la


información aportan al científico una amplia libertad de movimiento para exteriorizar
sus ideas y el producto de su trabajo. Y aunque la escritura de artículos especializados
es la prioridad del científico, esto no le impide usar otras formas de comunicación y
acercarse a audiencias de otras disciplinas o al público en general.
En realidad, la escritura es una parte del trabajo que día a día realiza el científico,
aunque éste apenas lo advierta, pues se hace hábito. Desde un acrónimo hasta un
dibujo o una frase que engloba la raíz de una idea, le dicen algo a su autor. Esas
simples líneas forman parte de lo que más tarde podrá ser un discurso o proyecto, y
tanto las breves líneas disparadoras de ideas como el esbozo de un plan de
investigación se registran por escrito.

La escritura en la formación

En ciencia, como en otras actividades profesionales, jamás deben dejarse las cosas
a la memoria; el mejor recuerdo es el que queda inscrito en papel o grabado como
documento electrónico, y que se puede archivar para ser consultado cuando sea
necesario.

Los científicos no cuestionan la importancia de la escritura, pero ¿servirá a los


estudiantes de ciencias, entre los que surgirán los futuros científicos, aprender a
escribir a la par que aprenden a investigar? Sin duda, pues desde una etapa más
temprana comenzarán a observar, reflexionar, recordar, organizarse, planear y sobre
todo, a expresar sus pensamientos de distinta forma a como lo hacen a diario cuando
su único recurso de comunicación es la palabra oral.

Pero la verdadera importancia de la escritura científica estriba en que se ha convertido


en una herramienta imprescindible para la solución de problemas y el avance de la
ciencia. Esta es la relación fundamental entre los científicos y la escritura.

Bibliografía

Barrass, Robert. Scientists Must Write: A Guide to Better Writing for Scientists,
Engineers and Students. USA: Chapman and Hall Ltd.; 1983.

Day, Robert A. How to Write and Publish a Scientific Paper. Oryx Press: USA; 1993.

Garfield, Eugene. “What is the Primordial Reference for the Phrase “publish or
Perish”?”The Scientist. June, 1996.

Lederberg, Joshua. El lector científico. Excerpta. Universidad Autónoma de Ciudad


Juárez: Revista Cultura Científica y Tecnológica, año 2, núm. 6; 2005.
Traducción Victoriano Garza Almanza. pp 27–30.

National Academy of Sciences. On Being a Scientist: Responsible Conduct in


Research. Wash. D. C.: NAS; 1995.

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