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Miércoles, 9 de noviembre de 2016 | Hoy

LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACION

Abrir a las palabras acalladas


María Cristina Mata y Eduardo Rivera López presentan dos perspectivas sobre los medios
públicos, su función social y política, la diversidad, la imparcialidad y el pluralismo.

Por María C. Mata*

Es usual afirmar que los medios públicos deben ser instrumentos de democratización de la
comunicación: deben garantizar el acceso a la información para toda la población; fomentar su
participación en debates; contribuir a su desarrollo cultural; respetar y promover el pluralismo
político, étnico, religioso, cultural; brindar contenidos adecuados a sectores desatendidos por el
sistema de medios con fines de lucro. En esas obligaciones planteadas en muchas normativas –
incluida nuestra Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual– implícitamente se asume la
existencia de un daño que los medios públicos deben contribuir a reparar: la apropiación, la
monopolización de la palabra por unos pocos sectores.

Pero también es usual –y a nuestro juicio contradictorio– que en muchos discursos académicos y
políticos se afirme que esos medios deben actuar de manera universal e imparcial, lo que supone
pensarlos como espacios de variedad y armonía donde todo cabe y convive en igualdad; medios
que por ciertos mecanismos institucionales –su régimen de propiedad y gestión, por ejemplo–
deben alejarse de intereses y luchas sectoriales y de cualquier posicionamiento excepto el del bien
común que nunca se explicita por quién es definido. En suma, medios extraídos de las condiciones
económicas, sociales y políticas propias de nuestras desiguales sociedades y más aún, extraídos
de las luchas por el poder.

Pero democratizar la comunicación no es tender lechos de rosas. Es, por el contrario, construir las
condiciones para que todos los derechos –no sólo los derechos a la información y la libre
expresión– puedan ejercerse. Y ejercer derechos requiere, entre otras cosas, demandarlos en la
esfera pública ante los poderes que los niegan y también poner en cuestión el orden social que los
coarta o impide ampliarlos.

Tal como se puso de manifiesto a lo largo y ancho del país en las audiencias públicas realizadas
durante 2015 por la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual, la
emergencia en el espacio público de voces que demandan y proponen desde situaciones de
exclusión y desigualdad, o desde perspectivas innovadoras y emancipatorias, enfrentan los
condicionamientos y manipulaciones que el sistema de medios concentrado les impone: desde la
fragmentariedad con que aparecen hasta su banalización, estereotipia o estigmatización.

Por eso hay que pensar de otro modo los medios públicos si honesta y seriamente se los considera
vectores de democratización: no como espacios de una ideal pero inexistente convivencia
armónica, sino como instituciones donde la sociedad pueda reconocer los conflictos que la
constituyen y como instancias de reparación de las desigualdades expresivas que impiden una
participación equitativa de diferentes actores en esos conflictos en términos discursivos. En ese
sentido, la pluralidad no puede confundirse con el “pluralismo liberal” propio –según el reconocido
teórico de la comunicación Armand Mattelart– de las tantas veces admiradas televisiones públicas
europeas que, a su entender, eran “una forma de organización del consenso”, es decir, eran más
un espejo de las “opiniones admitidas” que lugar de expresión de contradicciones e innovadoras
búsquedas políticas y sociales.

En la perspectiva de la construcción de un poder democrático, el igualitarismo suele provocar


inequidad. La redistribución de los bienes materiales y simbólicos sólo repara exclusiones e
injusticias si es desproporcional a los bienes con que cuentan los distintos actores. Por ello, si los
medios públicos se piensan vinculados con las luchas por derechos, deberían permitir reconocer la
diversidad de opresiones que se sufren en nuestras sociedades y la variedad de estrategias con
que ellas se enfrentan. Deberían dar cabida a todas las voces y miradas ausentes o condicionadas
en los medios concentrados para que con sus particulares lenguajes y perspectivas puedan
presentarse ante el conjunto de la sociedad. Deberían asumirse como puentes para reconocer
parentescos y establecer convergencias, pero también para que se expresen las contradicciones y
hasta los antagonismos irreductibles. Y para que eso sea posible, contra la idea de polifonía (y por
tanto de armonía) con que suele asociarse la escena pública plural, deberíamos asumir la
necesidad y el riesgo de dejar entrar en ella los instrumentos precarios o innovadores, los ruidos y
sonidos discordantes. Contra la idea de independencia de los medios públicos como garantía de su
pluralidad deberíamos imaginarlos y diseñarlos dependientes de quienes requieren poder decir sus
palabras acalladas o distorsionadas. Para que efectivamente lo público pueda ser lo de todos y
todas.

* Docente e investigadora Univ. Nacional de Córdoba.

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