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EL “EMILIO” DE ROSSEAU

Libro I. La Infancia: Educación de los sentidos. — En este libro se estudian los


primeros años de la vida de Emilio, cuando todavía está confiado a su madre.
Rousseau recomienda amamantarlo personalmente, no fajarlo sino envolverlo con
paños que permitan extender sus miembros y moverse con entera libertad. Sus
primeras sensaciones son las de placer y dolor. Si quiere tocarlo todo es por una
disposición providencial de la naturaleza, que le permite conocer directamente las
cualidades sensibles de los objetos: el calor, el frío, la dureza, etcétera. La experiencia
le enseñará muchas cosas.
Libro II. La infancia: Educación física. Acción del preceptor. Terminada la lactancia,
en la cual ha aprendido Emilio a comer, caminar y hablar, es bueno confiar el niño a un
educador ideal que se ocupe totalmente de él y que lo acompañe hasta la edad viril.
Este preceptor debe abstenerse de practicar acción positiva alguna; no dará órdenes;
no ejercerá compulsión; su actitud será negativa; se reducirá a cuidar que Emilio tome
contacto directo con la naturaleza al vivir libremente en el campo, iniciando con ello la
conquista experimental del mundo externo.
Hasta los seis años la libertad de movimiento y el empleo activo de los sentidos, serán
sus verdaderos, maestros. Pero aún más tarde, cuando de la infancia pase a la
adolescencia, vale decir, de los seis a los doce años, el ejercicio espontáneo de las
actividades físicas y psíquicas serán las únicas fuentes de la instrucción y la
educación.

En todo este tiempo no conocerá libros y se evitará contarle las fábulas de La


Fontaine, mitos, leyendas o novelas. Es mucho mejor hacerle sentir que su libertad
depende de las cosas y que cualquier acción mala sufrirá el castigo inflexible de la
misma naturaleza. Nada de prohibiciones. Nada de preceptos. No debe saber lo que
es la obediencia. Se espera así que con el tiempo aprenda a razonar solo, porque la
naturaleza quiere que los niños sean niños antes de ser hombres La advertencia más
importante que hay que tener en cuenta en este período es que “no se debe ganar el
tiempo, sino perderlo”. El ideal del perfecto educador a esta edad es “no hacer nada”:
sólo tendrá que mantener al alumno sano.

El niño debe ser robusto e ingenioso como un salvaje, en el cual la fuerza natural y la
inteligencia nativa crecen paralelamente en su estado de libertad. Esto no significa que
el niño crezca como un perfecto ignorante. Por el contrario, ignorará solamente el
saber libresco y sin haberlo advertido poseerá una verdadera sabiduría, pues
conocerá lo que puede hacer con sus fuerzas y con su experiencia; que endurezca el
cuerpo, que se habitúe al dolor, que sepa sufrir, que camine descalzo, que corra, que
no emplee medicina ni se vacune… El médico sólo será llamado cuando el niño se
halle en peligro de muerte. A los doce años deberá ser un niño robusto y sano, ún
hermoso animal.

Libro III. La adolescencia: Educación de la inteligencia. — De los doce a los quince


años se abre un nuevo período en la vida de . Emilio. Es un período muy breve.
Todavía no se han despertado las pasiones y sus fuerzas no exceden a las infantiles.
En las edades anteriores tiene preeminencia la actividad corporal: ahora predominan
las actividades intelectuales.
Se puede permitir que Emilio aprenda a leer, pero no se le debe obligar: “la lectura es
el flagelo de la infancia”. Es necesario que Emilio tenga el deseo de aprender a leer.
Así recibe por escrito una invitación de un amigo para un paseo, tendrá que encontrar
a alguien que se la lea. Un día recibe, efectivamente, la invitación y no puede asistir,
porque no hay quien se la lea. ¡ Si hubiese sabido leer!
¡Emilio deberá aprender sólo lo útil» como ser el estudio de la naturaleza, los
principios de la astronomía, de la geografía, de la física y de la química..Será una
enseñanza activa, no libresca,0sin discursos, experimental, que implique una
conquista por parte del alumno. “Que no aprenda ciencia; que la invente.” Hagámosle
ver la salida del sol, que conozca en geografía la ciudad donde habita y luego sus
alrededores. Si se equivoca, dejémosle. La única guía será su curiosidad. Hacia donde
el niño se oriente, allí se orientará la enseñanza.
El educador debe permanecer inactivo, pero su oficio es excitar el interés del alumno,
el cual a los doce años se encuentra sano y fuerte de cuerpo, alegre y sincero de
sentimientos, capaz de sentir, de observar y de razonar lo suficiente para bastarse a sí
mismo. Si Emilio debiere morir, diríamos: “Por lo menos ha gozado su infancia, no le
hemos hecho perder nada de aquella que la naturaleza le ha dado”.

Ningún libro. A lo sumo, uno: el Robinson Crusoe (aventuras de un náufrago en una


isla desierta; el que, con la sola guía de sus instintos y sus recursos naturales debe
procurarse todos los medios para vivir). La lectura de Robinson lo llevará a
comprender el valor del trabajo manual. Emilio, aunque rico, aprenderá un oficio, por
dos motivos: para conservar la propia independencia frente a los cambios de la fortuna
y para restituir a la sociedad, de alguna manera, el costo de sus primeros años. “Rico
o pobre, poderoso o débil, todo ciudadano ocioso es un ladrón. El trabajo forma la
personalidad, obliga a la actividad y facilita la adquisición del conocimiento”.

Libro IV. La mocedad: Educación moral, sentimental y religiosa.— Emilio tiene


dieciséis años: la vida moral y sentimental despierta en él. Es un período delicadísimo
de crisis, una especie de “segundo nacimiento”, la edad de las más ardorosas
pasiones. El preceptor aprovecha de esta crisis para iniciar la educación moral y
religiosa de Emilio disponiéndolo para ingresar en lá sociedad.
Las pasiones son fuerzas naturales puestas por Dios para nuestra conservación, por lo
tanto, son útiles. Pero hay pasiones artificiales que ahogan a las naturales. Es
necesario, pues, defender a Emilio contra estas últimas. Las pasiones fundamentales
son dos: el amor de sí mismo y la piedad o conmiseración.

Por la primera, el hombre tiende a la conservación de sí mismo, al cuidado de lo


humano que vive en él (en esto difiere del amor propio, que es egoísmo, fruto de
competencia social). Por la segunda, por la piedad, su corazón padece las primeras
conmociones por la humanidad doliente. El joven educado por Rousseau se pondrá en
contacto con la sociedad comenzando por los pobres, por sus tribulaciones. Entonces,
su razón se perfeccionará por el sentimiento, que el educador cuidará de enderezar
hacia objetos nobles, tales como la amistad y la compasión hacia las miserias
humanas.

En todo, el educador, permaneciendo al margen y sin ponerse de manifiesto, puede


ayudarlo, transformando su acción negativa en acción positiva.

Así, por ejemplo, si se le quiere enseñar el valor del derecho de propiedad y si se le


hace para ello un largo discurso, se predica al viento. Lo mejor será provocar su
experiencia. Hagámosle plantar habas sobre el terreno de propiedad ajena. Cuando
haya que cosecharlas le parecerá vergonzoso arrebatarlas al legítimo propietario y al
propio tiempo verá malograda su propia fatiga. Como lección es suficiente. Resulta
inútil la pretensión de enseñar lo que es la virtud y la verdad.
El primer amigo que tendrá Emilio será su educador, quien deberá ganarse el ánimo
del alumno conviviendo sus aspiraciones. Si el joven pide una explicación se le dará,
pero brevemente, coii toda sinceridad, con algo de alegría y sin discursos. El educador
pondrá a Emilio en contacto con la sociedad, le enseñará a amar a cada individuo y a
despreciar la multitud.

Para el conocimiento de los hombres aprovecha mucho el estudio de la historia,


especialmente la de la antigüedad. En esto el maestro por excelencia es Plutarco,
autor de tantas biografías simples y atrayentes. Emilio, así guiado en el discernimiento
del bien y del mal, no creerá jamás que la ambición, la corrupción y la inmoralidad
lleven a la felicidad.
Este es el momento de hacer intervenir la religión para echar una base sólida a las
normas morales, Pero una idea cabal de Dios, de sus leyes, de sus misterios no la
tendrá hasta los dieciocho anos. El preceptor de Emilio finge un buen sacerdote —el
Vicario sabo-yano—, que en una hermosa mañana de primavera frente al espectáculo
de los Alpes, dorados por el sol naciente, le enseña los principios de la religión natural:
Dios debe hablar al corazón. Si Emilio desea una religión más positiva, quedará muy
libre de escogerla. Es una “estúpida inoportunidad” enseñar el catecismo a los niños
que no lo comprenden.

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