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Contexto Latinoamericano – Unidad y diversidad

Edmundo O´Gorman interpreta el descubrimiento de América como invención


necesaria para la cultura europea, como experiencia básica en el pensamiento
humanista del Renacimiento y como tierra del otro que se intenta conformar a
imagen y semejanza de su inventor.
Por otra parte, Roberto Fernández interpreta América como el laboratorio de los
diversos sistemas políticos y económicos, urbanos y estéticos, que se han ido
sucediendo. América como persistente lugar donde aplicar las utopías surgidas
en Europa, y como laboratorio en el que se hibridan la modernidad importada, y
la propia cultura precolombina, que siempre va resurgiendo. Un proceso que
desemboca en conflictos, pero también que ha potenciado una propia y peculiar
modernidad latinoamericana.
Desde Europa, América se ha visualizado históricamente como reserva de
naturaleza. A lo largo de todo el siglo, el paisaje ha sido determinante en una
buena parte de la arquitectura y del urbanismo americano. Representa la
pervivencia de una naturaleza que Europa sacrificó con la revolución industrial.
América, lugar de la búsqueda de utopías, se convierte, desde la mirada
europea, en el laboratorio americano. Es también el lugar de la excentricidad, del
descentramiento; es la periferia posible y deseada.
Cuando se analiza América Latina, se debe tener en cuenta que su realidad
implica aceptar contradicciones, discontinuidades, superposiciones y
alteraciones de un territorio donde coexisten multiplicidad de técnicas,
tecnologías y artesanías productos de su diversidad cultural.
La historia ha marcado profundamente el carácter de esos pueblos, y se revela
en rasgos estructurales como en comportamientos sociales. Del compartido
origen colonial han heredado cientos de caracteres comunes. En primer término,
la forma de ocupación del territorio y con ella la base de la distribución de la
población, que implica, además de determinado orden económico, la existencia
de dos tipos de cultura (o de subcultura), que se establecen desde un principio y
permanecen hasta el presente: la cultura urbana y la rural. El triunfo de las
formas urbanas explica en parte la acentuación del desequilibrio entre las
grandes ciudades y los inmensos territorios apenas poblados, y la persistencia
de los vacíos territoriales.
Los sucesivos encuentros entre las culturas nativas y las culturas inmigratorias
generan un juego dialéctico entre la tradición y la diversidad; entre las corrientes
internacionales y las fuerzas locales.
Continente donde coexisten restos urbanos de antiguas culturas con ciudades
modernas, primitivos modos de producción con industrias de avanzada y la
multiplicidad consiguiente de técnicas, artesanías y tecnologías; centros de
elevado nivel científico con núcleos de poblaciones analfabetas, sofisticadas
producciones literarias y artísticas con formas elementales del folclore rural y
urbano, religiones modernas con ancestrales cultos y ritos misteriosos.
Estos dilemas expresan el aflorar de ese debate que batalla en América Latina
en la búsqueda de su identidad, de su derecho a ser plenamente y de ocupar su
lugar estimable en el mundo.
Existe un proyecto cultural, auténticamente latinoamericano, que consiste en
descubrir, proponer, crear y consolidar para la región su propia identidad, su
propia adultez. Históricamente este proyecto aparece, ya a comienzos del siglo
XIX, desde las independencias nacionales, y va manifestándose en múltiples
planos de la actividad humana, cuyos desarrollos marcan una evolución hacia la
autoconciencia subcontinental.

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