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Retorno y dispersión en La Chaskañawi

Entropía e información están tan íntimamente li­gadas


como las dos caras de una medalla. En un sistema dado, la
entropía da la medida, a la vez, del desorden y de nuestra
ignorancia sobre la es­tructura interna; la información,
aquella del orden y de nuestro conocimiento. Las dos se
evalúan de la misma manera. La una es el negativo de
la otra.
François Jacob: La Logique du vivant.

La Chaskañawi1 es una obra literaria. Esto es obvio, se dirá. Sin embar-


go, la novela no ha sido frecuentemente leída como obra de literatura;
más bien –el propio Medinaceli impulsó esta tendencia–, ha sido leída
como un documento sico-sociológico. De ahí que La Chaskañawi
sea una novela cuya lectura ha quedado congelada con el paulatino
congelamiento del realismo. Queda co­mo una buena muestra de un
género, un documento a con­sultar; ese tipo de obras que se “saca”
(del depósito cultural) para ilustrar un cierto movimiento, una cier­ta
teoría sociológica. Sin embargo, pese a sus irregularidades, pese a
sus caídas, La Chaskañawi es un trabajo literario: no es la “copia” de
un mundo, es el intento –limitado– por “hacer” otro.
En este trabajo, hemos de reparar en algunas diná­micas li-
terarias de la novela. Como toda obra literaria, no es un trabajo
“sobre” la realidad, sino un trabajo de lenguaje. Sus materiales
vienen codificados cultural y literariamente. Es cierto que la no-
vela no impone mu­cho su trabajo sobre los materiales culturales,
más bien, los va dejando tejerse y éstos imponen su forma casi a
despecho de la novela misma (que “quería” ser “costum­brista”,

1 Todas nuestras citas de la novela (LCH) provienen de la siguiente edi­ción:


Carlos Medinaceli, La Chaskañawi, La Paz-Cochabamba: Los Amigos del
Libro, 1971, 5.a ed.
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i.e. “realista”). Desde el punto de vista del aná­lisis, ésta es una


facilidad, ya que encontramos la ins­cripción de materiales litera-
rios (y culturales, en general) de manera “evidente”, circulando
libremente sin mediar complejas re-elaboraciones. Al reparar
en los gestos li­terarios de la novela, no intentaremos buscar
una estruc­tura, sino, como diría Barthes, se trata de destacar un
proceso de estructuración. Es decir, interesa destacar la diná­mica
de las operaciones literarias.
Textualmente, uno de los aspectos más notables de La Chaska-
ñawi es la circulación de las significaciones.2 Ninguna inscripción
es estática, todas ellas están en cons­tante movimiento, y el desplaza-
miento de unas incide sobre la situación de otras. En el trasfondo de
este mo­vimiento significativo, hay un proceso de reestructuración.
Un cierto texto “original” (virtual, veremos) –fa­miliar y social– se
ha alterado, la novela implica el pro­ceso de reconstitución de dicho
texto; mientras se logra esa reconstrucción –proceso que “dura”
toda la nove­la–, los diversos elementos del texto pueden circular
li­bremente. La novela sería la “historia” de la circulación de las
significaciones mientras se busca y se logra una re-estructuración.
La circulación se detiene cuando el texto “original” ha sido reconsti-
tuido. En el camino, se producen algunos cambios no previstos en el
“original”, pero que no afectan fundamentalmente su estructura. La
Chaskañawi podría entenderse como el juego de las significaciones
cuando se alteran las marcas fuertemente distintivas de la lengua.
Por supuesto, esta alteración só­lo juega al nivel del discurso; como
si la literatura fin­giera que las distinciones significativas de la lengua
no son determinantes y, mientras dura el proceso de escri­tura, el
juego de los discursos parece ignorar las distin­ciones de la lengua.
Ahora bien, puesto que se trabaja al nivel del discurso, no sólo
entran en juego los niveles “lingüísticos”, sino todo el ámbito de

2 En rigor, una “circulación de significaciones” se definiría só­lo en las rela-


ciones entre “signos”. Más libremente, nos intere­sa destacar “pasajes” más
o menos codificados que no sólo hacen referencia a aspectos del “lenguaje”,
sino implican un cierto conocimiento “enciclopédico” del mundo descrito
por Medinaceli. Pero, este requerimiento sólo sería problemá­tico para
lectores ajenos a la realidad latinoamericana.
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referencia sobre el que se apoya la novela (lo que Dan Sperber


llama la “enciclopedia”). La Chaskañawi está volcada no sólo
sobre el lenguaje (en su sentido lingüístico) sino, también, hacia
una cierta re­presentación de la naturaleza. La naturaleza viene
fil­trada por una serie de códigos culturales; Sarduy de­cía que para
Lezama Lima la naturaleza viene recupe­rada –siempre– a través
de la cultura: la cultura or­ganiza la naturaleza.3 Lo mismo podría
decirse de Medinaceli y, en general, de toda obra literaria. Así,
el jue­go de las significaciones deviene, también, un juego sobre
las distinciones naturales y, más precisamente, un juego sobre
los códigos culturales que “interpretan” la naturaleza. En La
Chaskañawi uno está tentado a imaginar dos “enrejados” (grille)
en interacción: un enrejado cultural volcado hacia la naturaleza
y otro, propiamente lingüís­tico, proyectado sobre el enrejado
cultural. El trabajo de la escritura –trabajo “parsimoniosamente
plural” en el caso de La Chaskañawi– permite la circulación de las
significaciones, circulación que incide sobre el enrejado cultural.
De todas maneras, en estas notas prologales, importa destacar
el juego de la circulación de sentidos, teniendo en cuenta que
La Chaskañawi opera suponiendo una cierta representación de
la naturaleza. Este último aspecto la contextualiza como una
novela realista.

UN VERSO Y UN CUADRO

El verso. La primera operación de la novela es una demarcación


topológica: la inscripción de un lugar, la inscripción de San Javier

3 Dice Sarduy a propósito de Lezama Lima: “La démarche lezamesca es, pues,
metafórica. Pero la metáfora, el doble devorador de la realidad, desplaza-
dor del origen, es siempre y ex­clusivamente cultural. Como en Góngora,
aquí es la cultura quien lee la naturaleza –la realidad– y no a la inversa; es
el saber quien codifica y estructura la sucesión desmesurada de los hechos.
Lo lingüístico arma con sus materiales un andamiaje, una geometría refleja
que define y reemplaza a lo lingüístico”. Severo Sarduy, Escrito sobre un
cuerpo, Buenos Aires: Su­damericana, 1969, p. 62.
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de Chirca, la aldea-escenario de la novela. Desde esta primera


inscripción, La Chaskañawi trasunta su naturaleza literaria. La pri-
mera ora­ción inscribe un verso que es un (el) lugar. El lugar-ver­so
nos da un juego de espacio-tiempo que abre la en­trada al lugar:
“tarde de sol, paz de aldea”. Esta inscrip­ción viene comandada
por un recurso quijotesco: el des­plazamiento. Así como Cervantes
declaraba no re­cordar el nombre del lugar manchego que abre El
Quijo­te, así los versos inaugurales de La Chaskañawi se recuer­dan
de no se sabe dónde, no se sabe cuándo:

Tarde de sol, paz de aldea. Se le vino en mientes este verso, leído


no recordaba dónde, no sabía cuando… Tarde de sol… (LCH 23)

San Javier de Chirca aparece, entonces, bajo el mar­co de un verso.


La primera inscripción de la novela ya es “literatura”.
Esta inscripción poética inaugural anuda y desplaza la novela
en relación a la tradición literaria. Como todo gesto inaugural en
literatura, este desplazamiento es, al mismo tiempo, un tributo a la
tradición y una ruptura con ella. El recurso de Medinaceli es efec-
tivo: tri­buta (cita) como quien no da mucha importancia (olvi­da).
Para localizar este tipo de mecanismos, conviene traer como
ilustración un recurso más evidente, pero del mismo orden. Nu-
merosas obras, entre ellas El Quijote, destacando el hecho que la
obra literaria no está jamás frente a la realidad, no se refieren di-
rectamente a ella, si­no que ponen –entre la realidad y la obra– un
testimonio, un manuscrito4 de los cuales la obra es repetición o
copia. Así, La Chaskañawi coloca, explícitamente, un verso entre
la obra y la realidad. Y, en este caso, si el verso está volcado hacia
la novela, el resto virtual (olvidado) del poema queda como filtro
entre la realidad y La Chaskañawi.

4 En El Quijote, el filtro entre la “realidad” y el libro es el “manus­crito de Cide


Hamete Benengeli” cuyo descubrimiento, traduc­ción y copia se narran en
el célebre Capítulo ix de la “Pri­mera Parte”.
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El Cuadro. Inmediatamente después, en función de espectador,


Adolfo mira –para nosotros– el pueblo, co­mo quien mira un cua-
dro. El pueblo se diseña, sobre to­do, como un juego de colores –una
de las característi­cas de la descripción de Medinaceli.5 Pero, esa
mira­da no es “neutra”; en La Chaskañawi, la descripción de paisajes
funciona como desarrollo de la “interioridad” de los personajes (cf.
infra). Así, la descripción viene valo­rada y se destaca, sobre todo,
un carácter sepulcral. (No olvidemos que Adolfo vuelve motivado
por la muerte de su padre). Este primer diseño del pueblo –colores,
“se­pulcro”– se teje, en un juego aliterativo, con el verso inaugural
(“Tarde de sol…”):

Silencio sepulcral. Ni un hálito de vida por ningu­na parte. El sol,


sólo el sol, cayendo sobre el enjalbegado de las paredes, iba dorándo-
las a fuego lento. (Nuestras cursivas, LCH 32)

Así, bajo la “función emotiva” del lenguaje (Jakobson), un código


literario y un código pictórico, se diseña el pueblo. Bajo este marco,
literalmente, la chaskañawi emerge de un cuadro.
Los verdes del follaje y el azul del río prefiguraban un matiz
alternativo al terroso dominante del pueblo. An­te los ojos de
Adolfo, aparece la chaskañawi, como un juego de colores que es
también un índice de “vida”:

Tampoco señales de vida. Sólo allá, calle abajo, cimbreante y do-


nairosa, iba una chola de pollera roja y manta celeste. (LCH 32)

Si el pueblo era colores, también la chaskañawi es primero colores.


Los comentarios a la novela, apresu­rados en un realismo ingenuo,
suelen alegorizar la “vi­talidad” de Claudina, descuidando el marco
literario y cultural donde se construye la figura de la chaskañawi.
Sale de una pintura, no sólo en el juego de los colores, sino, ex-
plícitamente, de un cuadro de Tiziano.

5 Cf. Reinaldo Alcázar V., Paisaje y novela en Bolivia, La Paz: Di­fusión, 1973,
p. 76.
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En la límpida transparencia de la atmósfera y la fatal soledad de la


calleja, la visión de aquella moza garrida, robusta como una Mado-
na del Tiziano y vital como un vaso de leche, le impre­sionó. ¡Tanta
vida en medio de tanta quietud! (Nuestras cursivas, LCH 32)

El criterio de “vida” queda implicado en la valora­ción. Más adelan-


te, Adolfo volverá de manera explíci­ta sobre los códigos pictóricos
que sirven para construir la figura de Claudina:

Al contemplarla en esa actitud, el busto erguido que le hacía resal-


tar la eurítmica comba de los se­nos, las mejillas encendidas, enso-
ñadores los al­mendrados ojos negros, le pareció una madona del
Renacimiento, una mujer del Tiziano o del Corre­ggio. La encon-
tró más bella que nunca. (LCH 177)

Así, la primera aparición de la chaskañawi (“Era morena, de anchos


ojos negros” [LCH 32]) es la aparición de un cuadro renacentista que
se superpone a otro, di­gamos, nativista. La pintura, en literatura,
no es un len­guaje directo, es un metalenguaje a “segundo grado”,
la distancia con la “realidad” es mayor. La Chaskañawi se arma,
entre otros, por medio de este metalenguaje que se vincula con el
“código emotivo” que va diseñando la “interioridad” del personaje.
Luego de esta fugaz apari­ción “vital” vuelve el carácter sepulcral
del pueblo, siem­pre bajo los marcos del verso inaugural:

El sol, sólo el sol, un sol de aldea y de tarde, can­sino y lento, iba


languideciendo con sus rayos de oro pálido sobre la materialidad
inerte de las co­sas sumergidas en qué cósmica somnolencia. Adolfo
se repitió el acre estribillo: –Tarde de sol… Paz de aldea… (LCH 33)

del retorno

Como en un “fundido” cinematográfico, junto a es­tas inscripcio-


nes culturales, se implica uno de los códi­gos más venerables de la
literatura: el código del retor­no. Adolfo vuelve a San Javier. No se
trata de la temá­tica del retorno (contextual) sino de la sintaxis del
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re­torno (intertextual). Adolfo vuelve a San Javier, su lu­gar natal.


Este código se encuentra en las puertas de la literatura (Homero:
La Odisea) y sus variaciones, versio­nes, perversiones incluyen, entre
otros, a Hölderlin y Rulfo.
El “código del retorno” está gobernado por una de las figuras
“maestras” de la retórica: la repetición. La repe­tición-retornante
implica un rodeo, una diferencia. Esta diferencia permitiría –se
cree– distinguir entre el “ori­ginal” repetido y la “versión” repitente,
entre el “lugar natal” y el “retorno al lugar natal”. Al retornar se
repi­te… con variaciones. Todo retorno es una versión.6
En La Chaskañawi, la diferencia que gobierna el retorno es
la muerte-del-padre. Adolfo vuelve a San Ja­vier porque su padre,
Don Ventura, ha muerto. Uno de los aspectos más interesantes
de la novela se cifra en este hecho: el retorno está motivado por
una “ausencia”, la muerte-del-padre.
Para localizar un poco esta dinámica del retorno, nos podemos
servir de los conceptos de “original” y “versión” ya adelantados.
La “versión” repite el “original”, pero con divergencias, diferen-
cias. Estos conceptos (“ori­ginal”, “versión” o “copia”) son propios
al análisis de los discursos y, entre otros, fueron diseñados por
Foucault en su El orden del discurso.7
Consideremos La Chaskañawi como un texto repeti­tivo. Es
la “versión” de un “original”. Leyendo la nove­la –a través de las
diferencias–, podemos, en cierta for­ma, re-constituir el “original”
que la motiva. De ahí que es importante localizar la motivación
del retorno de Adol­fo: la ausencia del padre que permite, en cierta
forma, la novela. Por cierto, la reconstitución del “original” es
puramente virtual. En rigor, se re-constituiría un texto “tácito”
alterado por la muerte del padre y que sólo te­nemos a través de
la repetición-retornante.

6 En rigor, no existe repetición en identidad. Toda repetición im­plica, siempre,


una diferencia. Dicho muy sencillamente, si A repite A –sea “idénticamen-
te”–, por lo menos en el “orden” de la sucesión, la repetición, digamos,
ocurre “después”, ésta ya es una diferencia. Borges explicitó este hecho de
mane­ra maestra en su “Pierre Ménard, autor del Quijote”, en Fic­ciones.
7 Michel Foucault: L’ordre du discours, Paris: Gallimard, 1971.
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En el diseño de este “original” habría que tener en cuenta la


presencia del padre. Esta presencia es, por su­puesto, en primer
lugar, familiar. Toda la estructura fa­miliar de La Chaskañawi
se desplaza en torno a la ausen­cia del padre. Por otra parte, la
presencia del padre im­plica una cierta extensión social. Don
Ventura se rela­ciona genealógicamente con los fundadores de
San Ja­vier y las tradiciones del pueblo. Este hecho será recor­dado
a Adolfo varias veces, notablemente en las diversas e insisten-
tes referencias a su “alcurnia”, en los argumen­tos de Fernando
(LCH 132-133), cuando se busca su com­plicidad política (LCH
233 y ss.). La figura de don Ventura se extiende de lo familiar a
lo social y, en la repetición, es­tas condiciones del “original” se
marcarán en relación a Adolfo. Una relación muy directa entre
lo familiar y lo social es, por ejemplo, el luto de Adolfo. Este luto
(fa­miliar) implica un cierto código social: no se le hace una fiesta
de bienvenida por esa razón, ni tampoco él podría participar en
los bailes. Entonces, de manera muy breve, el “original” implica
un elemento estructural: la pre­sencia del padre. Elemento que
juega en lo familiar y, extensivamente, en lo social.
El “original” se desquicia con la muerte-del-padre y así se
motiva la novela, o sea, la repetición-retornante del “original”.
Por otra parte, este “original” –en su extensión– puede recons-
tituirse con las múltiples instancias iterati­vas de la novela. Es decir,
La Chaskañawi –en su as­pecto más repetitivo– insiste en una serie
de secuencias fuertemente codificadas (ritos, fiestas, costumbres)
que, podemos suponer, repiten –casi literalmente– el “ori­ginal”,
y, más aún, un “proto-original” que se pierde en la memoria del
pueblo y que se remonta a la época de los fundadores. El ciclo de
las fiestas, la organización de las comparsas, las distancias entre
“clases”, la distribución de entrada y salida en la iglesia, etc., pode-
mos suponer, son repeticiones de repeticiones. De esta manera, se
pue­de reconstituir el “original”. Por supuesto, esta recons­titución
es virtual (hipotética), porque las repeticiones (una de ellas sería La
Chaskañawi) jamás repiten el ori­ginal en identidad. Es en este con-
texto que don Pascual puede añorar carnavales pasados como más
“verdade­ros” (LCH 58-59). El “original” nos viene en la ­“versión”
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y sólo podemos suponerlo, ya que juega textualmente, pero, no


afincado en un criterio de verdad.
Ahora bien, en la novela (“versión”) hemos de ob­servar el
juego de las divergencias. Las divergencias más notables giran en
torno a la ausencia del padre. En el nivel familiar y, por extensión,
en el nivel social, la no­vela entra en un proceso desatado por la
muerte del pa­dre. La “versión” –que leemos– tiende a volver al
“ori­ginal”, con breves desplazamientos propios a la “natura­leza”
de toda repetición. Estos desplazamientos, rodeos, divergencias,
diferencias son la novela que, finalmente, retorna a un “original”.
Podemos imaginar La Chaskañawi como un mecanismo que se
pone en marcha al fal­tar un elemento estructural (el padre), esto
motiva la construcción de una versión que re-organice el origi-
nal. Mientras dura la corrección, los elementos del texto es­tán, si
se puede decir, libres de sus determinaciones y ahí se cifran los
desplazamientos propios a la novela. A la larga, el “original” se re-
construye. Hay variaciones, pe­ro las condiciones fundamentales
del original se han lo­grado –directa o indirectamente– y la novela
puede acabar, esperando otro quiebre estructural para dar lu­gar
a un nuevo proceso.

El proyecto original. El “original” –antes de su quie­bre– estaba


proyectado hacia un “futuro”. El hijo (Adol­fo) debía educarse en
Chuquisaca: “fuera” de San Javier. Este movimiento hacia afuera
es constitutivo de la sin­taxis del retorno, para volver, primero, hay
que partir. En cierta forma, el proyecto del “original” condiciona
la posibilidad del retorno. Este movimiento hacia fuera ha de jugar
a lo largo de toda la novela como parte de la inercia del “original”.
La hermenéutica de la novela –en el sentido de Barthes– se
apoya fuertemente en este proyecto. ¿Vol­verá Adolfo a Chuquisaca
a continuar sus estudios? Esta pregunta se puede encontrar tácita
en varios de los “sus­pensos” de la novela. Todas las reconven-
ciones familia­res a Adolfo, que se “pierde”, insisten en su vuelta
a Chu­quisaca. Su amor con Julia juega a varios niveles con esta
posibilidad: antes del matrimonio, Julia no quiere que vuelva,
después del matrimonio cambia de parecer; Adolfo mismo invoca
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sus estudios, que se verían perjudi­cados, para evitar su compro-


miso con Julia. Hasta el fi­nal de la novela, hasta la “precipitación”
que motiva Claudina, la posibilidad de volver a Sucre implica el
proyecto original.
Bien visto, sin embargo, Adolfo no puede vol­ver a Chuquisaca.
El proyecto del “original” se quiebra en el momento mismo que
muere don Ventura. Chuquisaca es parte del “original”. La intriga
o suspen­so en torno a la posibilidad es una intriga sobredeterminada.8
Es decir, obedece a varias determinaciones con­vergentes. En primer
lugar, es parte del “original”, de ahí su inercia. El proyecto sigue
funcionando en tanto que la familia (y a ratos el propio Adolfo)
están dispues­tos a realizar el “original”. En segundo lugar, la nove­la
utiliza esta cobertura como un “código hermenéutico”, destinado
a no soltar toda la novela, sino mantenerla en su desarrollo con un
cierto grado de “intriga” para el lector. De estas determinaciones
prima, por supuesto, la primera. Muerto el padre, desquiciada la
estructura “original”, el proyecto se ve profundamente alterado.
En ri­gor, a priori, Adolfo nunca podrá volver a Chuquisaca. Si la
novela juega con esta posibilidad es porque el “ori­ginal” nunca está
del todo ausente, queda como huella, co­mo recuerdo, una esquiva
forma de presencia. Pero, el re­cuerdo no es suficiente como para
sustentar la estructu­ra “original”, aunque sí es suficiente para que
el proyec­to siga sirviendo como mecanismo de suspenso. En ri­gor,
repetimos, Adolfo no puede volver a Chuquisaca, Chuquisaca es
pertinente a la presencia del padre, es parte del proyecto “original”.
En un cierto sentido, este “fracaso” del proyecto “original”
es la mayor divergencia entre el “original” y la “versión”. Adolfo
no realizará el proyecto del padre, ni siquiera lo desplazará, por
ejemplo, en otro persona­je. Pero, esta divergencia apenas si incide
en la totali­dad textual. En rigor, cuando Adolfo sea a su vez pa­dre,
también tendrá un proyecto para sus hijos, aunque será concebido

8 La sobredeterminación es un concepto sicoanalítico. Implica, en el uso que


le damos, que un elemento cualquiera no se define por una sola serie de
relaciones, sino que implica varias convergentes. Dicho de otra manera, un
elemento sobredeterminado cumple varias funciones.
Retorno y dispersión en La Chaskañawi 55

en oposición al proyecto “original”. Los hijos de Adolfo estarán


destinados a ser labriegos y no, como él, intelectuales (LCH 326).
Siempre hay un proyec­to en los textos, la variación es un matiz
de contenido.

Transgresión y orden: lo familiar

El “original” es una forma del orden, las “versiones”, en cam-


bio, toman la forma de transgresiones. En La Chaskañawi, las
transgresiones se hacen posibles por la ausencia del padre. A
nivel familiar, la muerte del pa­dre posibilita una transgresión
incestuosa. A nivel so­cial, la muerte del padre significa el aban-
dono del pro­yecto “original” y el cambio de estatuto social. La
transgresión familiar es indirecta y se vincula con la trans­gresión
social. Adolfo cumple un incesto indirecto (cf. infra) reemplazando
a la madre por Claudina y así tam­bién cambia el estatuto social.
Lo familiar lleva a lo so­cial. Muerto el padre, deviene posible
el acercamiento entre el hijo y la madre, es “todo el Edipo”.9
Pero, la “prohibición del incesto” es una ley social muy fuerte
y condiciona el movimiento de las transgresiones. Recor­demos
a este propósito que, para Lévi-Strauss, la “pro­hibición del in-
cesto” tiene dos caras: una interna y otra externa. Internamente
prohíbe el matrimonio consanguí­neo; externamente, promueve,
entonces, la exogamia. Es decir, vedado el matrimonio consan-
guíneo, el matrimo­nio se busca en otras familias;10 en el caso de
La Chaskañawi, en otro nivel social. Así, brevemente, en torno a
la muerte del padre podemos señalar la posibilidad abier­ta a las
transgresiones, familiares y sociales.

9 Si los personajes son, sobre todo, “sistemas de signos”, no son sicologizables,


ni sicoanalizables. El uso de la hermenéutica freudiana en literatura no
tiende, por supuesto, a realizar una cura; se trata de un aparato conceptual
que nos permite re­parar en un cierto tipo de movimiento significativo.
10 Esta tesis la desarrolla, por ejemplo, en su estudio del “avunculato”, cf.
Claude Lévi-Strauss, Antropología estructu­ral, Buenos Aires: eudeba, 1976,
6.a ed., pp. 43-50.
56 ENSAYOS ESCOGIDOS

Antes de entrar en detalles, conviene notar que el texto “ori-


ginal” es muy fuerte, fuertemente codificado pero también muy
amplio. Es decir, una serie de trans­gresiones son sólo aparentes,
en rigor, están comprendi­das como parte del juego “original”. En
este sentido, las transgresiones “mayores” de la novela (incesto
indi­recto, cambio social) han sido ya previstas en el texto origi­nal,
sólo se repiten con variaciones. Este juego en­tre la transgresión y el
orden, donde las transgresiones están, en cierta manera, previstas
dentro del orden, pue­de ser caracterizado por un cierto tipo de
discurso histó­ricamente desarrollado: el “discurso carnavalesco”,
co­mo lo llamó Kristeva.11 Este “discurso carnavalesco” es­taría
íntimamente ligado con el desarrollo del texto novelístico. El
texto novelístico es un sistema de transgre­siones dentro de un
orden dado. El “discurso carnavales­co”, cuyo modelo es la fiesta
religioso-profana del Car­naval, es un “discurso” que tiene lugar
cuando –bajo las condiciones del Carnaval– se levantan una serie
de prohibiciones, permitiendo un juego de transgresiones. Por
supuesto, terminado el Carnaval, todo “vuelve a su lugar”. Volve-
remos más adelante sobre otras precisio­nes de Kristeva pertinentes
a La Chaskañawi (cf. infra), ahora, destaquemos simplemente que
las transgre­siones de la novela no alcanzan nunca un grado “viru­
lento”, porque éstas vienen previstas –en el “original”.
Una manera de mostrar este hecho es señalando que las diver-
gencias de la “versión” son, finalmente, repe­ticiones del “original”.
Así, por ejemplo, dos de las “no­vedades” de La Chaskañawi, el matri-
monio de Adolfo y su “encholamiento” con Claudina, inscripciones
que ocu­pan el “grueso” de la novela, sólo afectan el proyecto “origi-
nal”, por otra parte imposibilitado, de partida, con la muerte de don
Ventura. En rigor, Adolfo no hace otra cosa que repetir instancias
del texto “original”. Su ma­trimonio con Julia viene marcado, breve-
mente, por tres notas mayores: la violación de Julia, el matrimonio
de “caballero” y el hastío matrimonial. De hecho, Adolfo repite
una pre-inscripción “original”: el matrimonio de Gregorio (LCH

11 Julia Kristeva estudió este “discurso carnavalesco” y lo asoció a la textualidad


novelística en su Texto de la novela, Barcelona: Lumen, 1974.
Retorno y dispersión en La Chaskañawi 57

96). Por otra parte, su “encholamiento” con Claudina repite –y con


repeticiones de detalle– el “en­cholamiento” de su primo Aniceto
(LCH 40 y 330). En este sentido, Adolfo repite y su repetición sólo
tiene el matiz de ser sobredeterminada: la “versión” concentra en
una figura el movimiento de dos figuras del “original”.
Brevemente, conviene tener en cuenta la fuerza y la amplitud
de las determinaciones “originales” ya que la novela –como “dis-
curso carnavalesco”– logra su es­pecificidad –digamos– no en las
transgresiones que pro­duce, sino en la circulación que imprime a
las significa­ciones dentro de los límites del “original”.

El incesto indirecto. La muerte del padre permite o posibilita


una transgresión incestuosa. Dijimos que Adol­fo no lo realiza di-
rectamente: reemplaza a la madre en Claudina. Hay varias notas
textuales que contextualizan este desarrollo. Las iremos tejiendo
sin ningún or­den “académico”, sino, más bien, siguiendo el juego
de las connotaciones.
La más importante de estas relaciones es, quizá, el nombre
mismo de la novela: La Chaskañawi. Por las mo­tivaciones y ex-
plicitaciones múltiples de la novela, los “ojos grandes y negros”
serían la marca exclusiva, casi simbólica, de Claudina. Tan impor-
tante es esta nota que da el nombre de la novela. Pues bien, esta
caracterís­tica no sólo es exclusiva de Claudina, sino también de
doña Eufemia, madre de Adolfo (Adolfo contempla a su madre; en
la página precedente, había contemplado a Claudina [?] al entrar
al pueblo): “¡Qué arruinada estaba! sus ojos, negros, grandes, se le
habían hundido…” (nuestras cursivas, LCH 33).
O sea, doña Eufemia es también una (la) “chaskañawi”. Si la
madre es una “chaskañawi”, también la “chaskañawi” es maternal. Ya
notamos que su aparición inaugural venía marcada pictóricamente:
era una madona del Tiziano y, además, era vital como “un vaso de
leche” (LCH 32). Más adelante, sin que la meditación pueda ser
atribuida al narrador o a Adolfo taxativamente, la marca distintiva
de Claudina se enuncia así: “… su alma era maternal, no ascética”
(LCH 270). Repitiendo, la madre es “chaskañawi” y la “chaskañawi”
es maternal. Esta relación textual establece una homología, por eso
58 ENSAYOS ESCOGIDOS

es po­sible asumir un incesto realizado indirectamente. Ade­más, al


final de la novela, cuando Mariscal comenta el destino de Adolfo,
señala que “necesitaba una mujer así”, porque “Adolfo es como una
guagua”, “necesitaba una mujer como la Claudina, que lo envuelva,
que lo waltte”, o sea, una “mujer-madre”, donde él pueda ser –en
las condiciones del incesto– “esposo e hijo” (LCH 330).
El incesto indirecto de La Chaskañawi no es una de­ducción, está
textualmente connotado. Destacado el nú­cleo, sigamos reparando
en el tejido de connotaciones afines. La marca de los “grandes
ojos negros” circula por toda la novela y varias mujeres comparten
esta ca­racterística: Claudina, doña Eufemia, como ya notamos en
la homología, pero también, doña Justina, tía de Fer­nando (“Lo
único que vivía en ella eran los ojos, grandes negros, ardientes, de
pestañas enruladas, llenos de amar­gura”, [LCH 222]) y, de manera
velada –como una alucina­ción–, Elena, la enamorada de Fernando,
“… se le pre­sentó nítidamente en la conciencia la imagen de una
mu­jer morena, de ojos grandes, negros y dolientes…” (LCH 218). O
sea, la marca distintiva del personaje “central” se ha­lla diseminada
en una serie de otros personajes femeninos; así, los “grandes ojos
negros” son un nudo de connotaciones, un nudo donde los sentidos
co­munican y se superponen. Notablemente, implica rela­ciones amo-
rosas y familiares en Adolfo y Fernando. Fer­nando será el vehículo
de una clara contextualización del incesto en la novela.
Los vínculos entre Fernando y Adolfo son, textual­mente,
fuertes. Son parientes, ambos vuelven a San Ja­vier casi al mismo
tiempo, son amigos (“Más que por pa­rientes, eran con Adolfo,
por afinidad electiva, amigos”, [LCH 44]). Pero éstas son inscrip-
ciones complementarias; más importante es su relación con las
“chaskañawis”. Am­bos tienen parientes femeninos con tal marca
(Adolfo, su madre; Fernando, su tía); ambos tienen amores con
“chaskañawis” (Adolfo, Claudina; Fernando, Elena). Ca­si tenemos
una figura alternativa. No es arbitrario que, frente al “enchola-
miento”, repitan, casi, las mismas pa­labras. Adolfo dice de Aniceto:
“¡Pobre Aniceto!. ¡Ha­ber caído en poder de semejante chola” (LCH
40). Repite Fer­nando: “¡Pobre Adolfo!… Haber caído en poder
de seme­jante chola!” (LCH 330). Fernando y Adolfo forman una
Retorno y dispersión en La Chaskañawi 59

figu­ra, por el lado de Fernando se contextualiza el incesto; con-


textualización que luego se connota relativa a Adol­fo.
Fernando es caracterizado como incestuoso por Clau­dina, en
relación a sus amores con Amalia, su prima (“Jiña canastero puní
kanqui ari kancka…” [LCH 51]). En el cumpleaños de doña Vir-
ginia, los requiebros amorosos de Fernando a su tía, doña Judith
viuda de Bustillos, son directos y, pese a las distancias de la tía,
juguetona­mente “correspondidos” (LCH 76-77). En el juego de
sobre­entendidos, la tía sugiere una comparación (auto-referencial)
entre las bebidas agrias y las mujeres. Casi al final de la novela,
cuando Adolfo y Claudina están re­conciliados, vuelve la misma
comparación: las mujeres son como las bebidas y, las mejores,
son las bebidas amar­gas, dice Adolfo: “Por eso me gustas vos: eres
amarga y enloquecedora como el ajenjo” (LCH 283). Este juego
de paralelismos contextualiza las relaciones de Adolfo y Claudina
dentro de un “velado” juego incestuoso. Estas notas para mostrar
que el incesto no es una deducción sino que explícitamente está
inscrito en La Chaskañawi.
Por supuesto poco importa “probar” un incesto en la novela,
lo importante es reparar cómo circulan las sig­nificaciones puestas
en marcha con la muerte del padre. Es muy interesante señalar, por
ejemplo, cómo una de las distinciones más fuertes al interior de
la novela mis­ma, los “grandes ojos negros”, circula de tal manera
que se disemina por muchos personajes femeninos mezclan­do, en
cierto sentido, las fáciles identificaciones. Así, por esta marca, se
desplazan y diseminan varias homo­logías que tejen figuras mucho
más múltiples, más tex­tuales, que las simples proyecciones antropo-
mórficas. El incesto indirecto, en rigor, es sólo un nivel de lectu­ra
que nos muestra cómo las inscripciones se desvían del “original”
y, sin embargo, realizan condiciones del “ori­ginal”. La estructura
familiar se reconstituye, aunque el lugar social no sea el mismo (y
esto no es tan evidente tampoco, como veremos).

El nombre de la madre. La novela “calla” el incesto indirecto,


lo teje a través de un juego de connotaciones. Podemos leer lo
que la novela “calla” en el nombre de la madre. En el retorno
60 ENSAYOS ESCOGIDOS

Adolfo vuelve a su madre, reemplazada en Claudina. La novela es


ese rodeo. Lo que se calla en todo esto es el incesto tácito de ese
retorno. No es entonces arbitrario que la madre se llame Eufemia.
El eufemismo consiste en decir de manera velada, indi­recta, “algo”
que –por prohibición o escrúpulo– no se puede decir directamen-
te. La Chaskañawi dice el nom­bre de la madre de manera velada,
indirecta. Un título alternativo para la novela sería Eufemia. La
Chaskañawi desarrolla un eufemismo en 330 páginas.

Transgresión y orden: lo social

El incesto indirecto nos diseña las variaciones “fa­miliares”, mo-


tivadas por la muerte-del-padre. Ahora he­mos de considerar las
variaciones “sociales”. Las varia­ciones “sociales” operan en un ám-
bito extenso, cuyo mar­co iremos fijando luego, pero que podemos
seguir en la deriva de Adolfo. En lo “social”, Adolfo es un elemento
nomádico, sujeto a una serie de estímulos y determina­ciones que,
casi independientemente de él, lo mueven por la novela. Siguiendo
sus movimientos se puede tejer el juego de las variaciones “sociales”.
Señalábamos que el “discurso carnavalesco” (cf. supra), ha sido
tentativamente acercado para caracterizar las transgresiones im-
plícitas en el texto novelístico. Co­mo todas las transgresiones de
la novela, el “discurso car­navalesco” está perfectamente codificado
–como trans­gresión permitida– en los fuertes códigos sociales. Sin
embargo, esta transgresión mitigada permite una circu­lación de
significaciones “inusitada” fuera del ámbito del Carnaval –que es
modelo del “discurso carnavalesco”. Dice Kristeva:

El carnaval –fiesta del alimento y del excre­mento– simboliza el


mundo moderno; lo fantás­tico desencadenado multiplica la lógica
del sueño. La transgresión queda “permitida”, es (sólo) el re­verso
de la Ley, y nadie se siente amenazado: el carnaval siempre tiene
lugar bajo el frontis de la iglesia.12

12 Julia Kristeva, “Une poétique ruinée”, prólogo a La Poétique de Dostoievski


de Mikhail Bakhtine, Paris: Du Seuil, 1970, p. 20.
Retorno y dispersión en La Chaskañawi 61

Dos figuras dominan la organización del “discurso carnavalesco”:


la fiesta y la máscara, siempre en el mo­delo del carnaval. La fiesta
es aquella escena amplia que “sale a la calle”; por eso, el “discurso
carnavalesco” se opone al “discurso representativo”, cuya escena
no es la calle, sino el salón y se modela en el teatro clásico: teatro
interior, no popular. La escena del Carnaval, re­petimos, es la calle.
Notablemente, la plaza. En el ám­bito de la fiesta, los órdenes tra-
dicionales se alteran, cir­culan y se confunden los diversos niveles
sociales; el bai­le y la borrachera abren puertas hacia otros “ámbitos”
normalmente reprimidos, consciente o inconscientemente. Otro
de los elementos del “discurso carnavalesco” es la máscara. Gracias
a la máscara, las “personas” también cambian sus papeles, juegan
a ser otros y, mientras du­ra la fiesta, son otros. De estos dos ele-
mentos mayores, La Chaskañawi insiste, notablemente, en la fiesta.
El juego de máscaras es un proceso más sutil, menos evi­dente,
pero reparable, por ejemplo, en los juegos de “per­sonalidad” de
Adolfo: frente a Julia, frente a Claudina y, sobre todo, en el per-
manente juego de auto-análisis. En la superficie de La Chaskañawi,
entonces, domina la cir­culación de significaciones pasablemente
transgresivas de la fiesta.
En las fiestas de La Chaskañawi convendría recono­cer dos
“ciclos”: uno grande y otro pequeño. Como el águila y la ser-
piente de Zaratustra, donde el águila sim­boliza el “gran anillo”
y la serpiente enroscada en el águila el “pequeño anillo” (del
eterno retorno), así las fiestas, en esta novela, tienen dos nive-
les de generalidad. El gran ciclo son las fiestas anuales abiertas
a to­dos, notablemente el Carnaval y el Año Nuevo (también
conviene considerar las “elecciones” como parte de es­te gran
ciclo, cf. infra). El modelo es callejero y aquí pri­ma claramente
el “discurso carnavalesco”. En otro ni­vel, una serie de pequeñas
fiestas (diachicus, farras, invi­taciones) multiplican la lógica de la
fiesta a lo largo y ancho de la novela. El ámbito de estas fiestas
es más restringido y nos inclinamos a leer una superposición del
“discurso representativo”, con su modelo de teatro “in­terior”, de
salón. Sin embargo, estas pequeñas fiestas, repetimos, prolongan
la lógica de las fiestas “grandes”. Parte del ritmo de la novela, su
62 ENSAYOS ESCOGIDOS

“prosodia”, se podría de­cir, está ajustado a este desplazamiento


permanente de fiestas, grandes y pequeñas. Los dos “ciclos”
forman una cadena sucesiva ininterrumpida: la gran fiesta se
“cura” con una pequeña fiesta que, a su vez, debe ser “curada”
por otra fiesta… así sucesivamente. Como una “pues­ta en abis-
mo”, la novela encasilla “escenas-dentro-de-escenas”, “fiestas
dentro-de-fiestas”. El modelo de esta su­cesión podría ser el juego
metonímico de la “obra-dentro-de-la-obra”. Esta cadena festiva
multiplica una misma ló­gica transgresiva a lo largo (y ancho) del
texto novelís­tico. Casi no hay “lugar”, en La Chaskañawi, que no
sea, al mismo tiempo, una fiesta. En el marco de la fiesta “carnava-
lesca” se propicia la circulación de signifi­caciones; “socialmente”,
diríamos, se propicia el despla­zamiento social: clases o grupos
sociales, separados nor­malmente, se entretejen en el Carnaval.
Así, la fiesta es la condición de circulación de significaciones,
que dentro de ella pierden o confunden sus marcas distintivas.
Si tenemos en cuenta que la fiesta –en general– es la condi-
ción de circulación de significaciones entre ór­denes normalmente
disyuntivos, habrá que notar que la novela establece un orden
muy determinado que limita, notablemente, esta circulación.
Matizaremos lue­go este aserto, pero importa radicalizarlo en su
presenta­ción. De manera evidente, pues, así se explicita (LCH
153), las “señoritas” de la alta “sociedad” quedan marginadas de la
escena y deben permanecer como espectadoras. En este sentido,
para ellas, el Carnaval es sólo parte de la “representación”. Los
“señoritos” deben esperar un tiem­po (hasta el martes) pero luego
se integran normalmen­te. Por otra parte, apenas mencionados,
los “cholos” apenas participan en la circulación significativa de la
fiesta, su emergencia es notable en lo político, en la épo­ca de las
elecciones. En cierta forma, en el marco de La Chaskañawi, no
todas las significaciones entran en la escena festiva y, algunas de
las que entran (los “cho­los”), no siempre circulan más allá de las
distinciones tra­dicionales. Se trata de un “discurso carnavalesco”
res­tringido por la escritura de la novela. Dicho de otra ma­nera, la
novela acomoda de tal manera los elementos en juego que, de los
cuatro más marcados (chola: :cholo; chola: :señorito; señorita:
Retorno y dispersión en La Chaskañawi 63

:señorito; señorita: :cholo), sólo dos (chola: :señorito y señorita: :se-


ñorito) alternan en la novela. De estas dos posibilidades, en el “ciclo
grande” de la fiesta, sólo se da como posibilidad transgresiva un
solo par: señorito: :chola. Conviene añadir que también se extiende
la transgresión, levemente –aunque quizá con mayor virulencia
tácita–, a un par marginal: seño­rito: :imilla, en la terminología de
la novela (LCH 103, 172). Como se puede inferir fácilmente, la ve-
rosimilitud rea­lista queda fuertemente restringida; pero no se trata
de un “reproche”: La Chaskañawi, como toda novela, no re­fleja sus
materiales, los asimila y los organiza interiormen­te para sus fines
narrativos; qué importa que no hayan cholos en las casas de las
cholas, qué importa que las fiestas sólo pongan en juego cholitas
con madre o tía viu­da, o cholitas solas… importa lo que funciona
en la no­vela. Así, el amplio espectro social pasa a una novela pero
sólo en aquellos aspectos que sirven literariamente. Así, cuando
la “escena política” viene a la novela, el na­rrador no tiene ningún
reparo en hacer aparecer, para fines narrativos, una multitud de
cholos hasta ese mo­mento “escondidos”.
Una otra restricción es observable al nivel de las “pe­queñas”
fiestas. Esta dispersión de la lógica de la fiesta puede agruparse
en dos ámbitos mayores. Un ámbito reducido a las “buenas”
familias de San Javier (p.e., el cumpleaños de doña Virginia). En
estas fiestas, quedan marginadas las cholas. El juego de relacio-
nes sólo vale al nivel del par señorito: :señorita y, por ejemplo,
en el jugueteo incestuoso de Fernando, señorito: :señora, o, en
el explícito juego de adulterio de Mariscal, señor: :señorita. O
sea, pese a sus restricciones, estas fiestas vehiculan una serie de
transgresiones posibles, unas más aceptadas que otras. Un segundo
ámbito son las fies­tas en las casas de cholas. En este ámbito, es
sumamen­te significativa la ausencia de los cholos. Las relaciones
sólo se vehiculan a través de un solo par: cholas: :seño­ritos. O
sea, los elementos móviles de la novela son los “señoritos”, privi-
legiados en todo ámbito de desplazamien­tos. Sólo al final, en el
cumpleaños de doña Clara, hay un ámbito excepcional donde se
mezclan señoritas y cho­las. Esta fiesta, en una especie de “tierra
de nadie”, ha sido muy fuertemente trabajada por la novela, y, bien
64 ENSAYOS ESCOGIDOS

visto, Claudina no está en ella como chola, sino como so­brina de


doña Clara, su heredera, en rigor de verdad to­da una señorita de
la más rancia alcurnia (LCH 225 y ss.).
Como se ve, La Chaskañawi condiciona el “discurso carnava-
lesco” –y sus posibles transgresiones– dentro de ámbitos perfecta-
mente determinados. En cierta for­ma, las transgresiones “sociales”
de la novela están per­fectamente condicionadas por la narración y,
dadas es­tas condiciones, se podría decir que son irremediables, en
el sentido que se aíslan de tal manera que devienen las “únicas” po-
sibles. Este sistema de “restricciones”, inte­rior a la novela, permite
poner en evidencia el trabajo im­plícito en la escritura: no se trata
de ninguna manera de una copia a, un reflejo de la “naturaleza”,
las diversas partes de la novela están en función del texto y sólo
son utilizados aquellos elementos pertinentes al desarrollo o for-
mación de la obra. En este sentido una lectura “un poco atenta” a
los elementos textuales puede encontrar, en La Chaskañawi, varias
dimensiones del trabajo tex­tual.
Veamos ahora el matiz anunciado. El “discurso car­navalesco”,
en un sentido amplio, atraviesa toda la no­vela y la circulación de
significaciones incluye los ele­mentos marginados explícitamente.
Esta inclusión ope­ra cuando el “discurso carnavalesco” se hace
extensivo al tratamiento novelístico –más allá de su modelo fes­
tivo. Así, las “murmuraciones”, los “chismes”, van crean­do co-
municaciones complejas, que pueden ser desecha­das como falsas
con un criterio monológico, pero que, en el texto, diseñan un
tácito sistema de “posibles”. Es de­cir, los “posibles” son parte de
la lógica textual, ocurren verbalmente. Los “chismes”, las “mur-
muraciones”, igual que cualquier otra inscripción son comienzos
(o conti­nuación) de otras inscripciones. Los posibles amores de
Julia con sacristanes (LCH 70), o los posibles múltiples amo­res de
Claudina inciden sobre el desarrollo o formación de la novela. Este
juego de “murmuraciones”, que ima­gina transgresiones –diremos,
realísticamente–, introdu­ce un juego de luz-y-sombra en la novela:
apunta hacia zonas oscuras de la circulación de significaciones,
o explicita escenas no narradas directamente. Un juego de és­
tos –entre otros–, muy importante pese a su “puntillis­mo”, son
Retorno y dispersión en La Chaskañawi 65

los posibles amores de Claudina y Arraya. Es­tos posibles amores


quedan al nivel de “murmullo”, pero son definitivos en relación a
las acciones de Adolfo. Las repetidas dudas y peleas de Adolfo en
torno a los amo­res de Claudina y Arraya constituyen un mecanis-
mo au­tomático que podríamos resumir así, (input) “mención de
Arraya”: (output) “Adolfo se enajena”. Este automa­tismo es muy
bien utilizado al final de la novela, en ri­gor, es el mecanismo de
desenlace de la novela: la súbita aparición de Claudina acompa-
ñada de Arraya echa por tierra todas las decisiones de Adolfo de
irse a Chuquisaca (LCH 304-308). Esta nota, creemos, ilustra bien
que ciertos pasajes transgresivos de la novela, que sólo se dan en
las “murmuraciones”, tienen un efectivo funcionamiento tex­tual.
De esta manera, el juego restringido arriba ano­tado, se acompaña
lateralmente con un juego –tácito– que abre las transgresiones del
“discurso carnavalesco” más allá del inmediato modelo festivo. Por
supuesto, no hay que perder de vista que el matiz aquí comentado
se refiere al “discurso carnavalesco” en su sentido amplio.
En este diseño conviene añadir “lo político”. Lo político de la
novela es otra dimensión de la fiesta. Su lu­gar contextual es muy
especial, pero es también un siste­ma de transgresiones permitidas.
Igual que las fiestas, las elecciones tienen por marco límite la bo-
rrachera. Un vínculo muy evidente entre la fiesta y las elecciones
es que las comparsas carnavalescas se distinguen “política­mente”
(LCH 153). Más aún, en una página ejemplar, lo po­lítico y lo fes-
tivo se suceden de tal manera que devienen “dos partes” de un
mismo espectáculo callejero (lo polí­tico, en La Chaskañawi, es
fundamentalmente callejero). La narración organiza esa página
de tal manera que los espectadores se encuentran en “tertulia”
en la plaza: en primer lugar pasa un desfile relativo a un nombra-
miento de alcalde, luego comienzan a pasar las comparsas de los
grupos ribereños que festejan “la chacra”. La escena así armada
(espectadores-espectáculo), vincula en una misma continuidad
escénica lo político y lo festivo (LCH 114-115).
En la primera parte de la novela, domina la fiesta del Carna-
val, en la segunda domina la fiesta de las elecciones. Como todas
las transgresiones de la novela, las elecciones permiten un juego,
66 ENSAYOS ESCOGIDOS

perfectamente pre-determinado (LCH 280). Si lo festivo abre


las puertas a la “mez­cla” social, lo político abre las puertas a una
serie de violencias contenidas en la normalidad. En ambos casos,
el gran mediador es la bebida. Las violencias permiten un cierto
renacimiento –mitigado– de las tradicionales (y perdidas) actitudes
heroicas propias al pueblo (cf. p.e., LCH 31, 63, 93-94, 271-275),
hasta los disparos, como en el tea­tro, se hacen con balas de fogueo
(LCH 276). El narrador mi­ra lo-político como quien leyera una
“historia de la Re­volución Francesa”, apenas transitada por algunas
refe­rencias de la política local: se trata, pues, de teatro his­tórico,
donde diferentes actores encarnan (repiten) personajes de una
antigua obra, cuyo desenlace es conoci­do por todos.13 Luego de las
elecciones, los participantes irán a “curarse” en la fiesta de doña
Clara, con la misma continuidad con que curan su ch'aqui después
de otra fies­ta.
Un grupo de personajes, apenas diseñado en lo festivo, hace
su entrada en la escena política: los cholos. Este grupo está va-
lorado negativamente por la narra­ción. No se trata solamente
de la mirada antagónica de sus opositores, sino que la narración
misma –basta leer las adjetivaciones y los símiles– valora negati-
vamente a los cholos.14 La narración, pese a su distancia locutiva,
se pone en contra de los cholos. En esto difiere fun­damentalmente
de su valoración de las cholas, donde hay cierta objetividad con
un grado de complicidad. Así, la narración establece una de las

13 Irónicamente, Medinaceli termina así el proceso electoral: “Poco tiempo


después llegó la noticia de que las elecciones por las cuales había sido pro-
clamado Presidente Constitucio­nal de la República el doctor don Gabino
Villanueva, habían sido anuladas. Política altoperuana” (LCH 280).
14 He aquí algunos ejemplos de la adjetivación y de la contextualización de la
novela respecto a los “cholos”, la “malaintención” del narrador es evidente:
“Dirigidos por el cura Pérez, que los tenía en un puño, los cholos seguíanle con
la docilidad de un paria a su pastor” (nuestras cursivas, LCH 243). “Eran como
cincuenta los obreros, carpinteros que hacían una mesa al año, zapateros
remendones, herreros, sastres y pollereros, greñudos, rotosos y malolien­tes”
(nuestras cursivas, LCH 244). “—Sí –agregó el pollerero Ro­dríguez, un cholo
calvo y de mirada torva, que tenía fama de matón y negociaba con su hija”
(LCH 249).
Retorno y dispersión en La Chaskañawi 67

discontinuidades más fuertes de la novela, el verdadero nudo de


contradicciones; la oposición más fuerte de la novela, irreconcilia­
ble en su transcurso, es la de señores/cholos. Esta distin­ción social
tiene una contrapartida muy interesante. En La Chaskañawi no
hay transgresión “social” propiamen­te dicha, hay un enfrenta-
miento, cuyas consecuencias ve­remos (cf. infra). Las transgresiones
se inclinan más fuer­temente al “complejo” social-sexual. Como
dice Adol­fo: “… Ascendencia histórica, prestigio del abolengo,
in­terés del pueblo… ¡macanas! ¡Pamplinas! Lo efectivo son los
ojos de la “Chaskañawi” y todo lo demás… ¡so­ciología! Salud,
tomaremos, mejor…” (LCH 133). Así, en lo político, conviene
destacar dos aspectos dominantes: la disyunción fuerte entre
señores/cholos que se tradu­ce en “liberales”/”republicanos”, y la
complicidad narra­tiva que se establece entre los “señoritos” y las
“cholas”. Estas notas claras en el marco de lo-político permiten
asumir con un alto grado de credibilidad que, en La Chaskañawi,
las transgresiones “sociales” son menos impor­tantes que las trans-
gresiones, digamos, “sexuales”. La no­vela –como en las palabras
de Adolfo– se inclina más a lo erótico que a lo sociológico. O,
habría que entender la “sociología” en el sentido criollo de la
novela: las cho­las se dicen “socias”.
En lo político resalta el juego de más­caras relativo al “discurso
carnavalesco”. No sólo los actores van representando un papel,
copiado por la na­rración de la Revolución Francesa, sino que
también re­salta notablemente en todo el “armado”, por parte de
li­berales y republicanos, en su campaña. Hay un juego de máscaras
que toca, casi, casi, el funcionamiento de la narración, reparable
en otras instancias de la novela,15 pero muy notable en torno a las

15 Para destacar cómo el narrador se desplaza en sus “másca­ras”, un ejemplo


privilegiado es la entrada del narrador en los –supuestos– pensamientos de
los personajes. Así, cuando Adolfo observa a su madre, el narrador entra
en el monólogo de Adolfo, quien “piensa” de SU madre, en vez de pensar
en mi madre. El su es, evidentemente, instancia del narrador. He aquí la
operación (estaría hablando el narrador): “Recibió agradecido el café. La
contempló a su madre: “Qué arruinada es­taba! Sus ojos, negros, grandes,
se le habían hundido; la piel de las sienes, arrugada; el cabello encanecido.
68 ENSAYOS ESCOGIDOS

elecciones. Si los anta­gonistas se visten de máscaras, el narrador,


más bien, se quita la suya y entra en el juego, apenas disfrazado
por su narración pero claramente reconocible en sus adjeti­vaciones
y motivaciones. Se diría que el narrador “toma partido”. En este
caso, es quitarse la máscara de la na­rración, que es una máscara del
“perfecto espectador” (lo ve todo en la novela) y pasa a ser actor.
Este despla­zamiento es típicamente “carnavalesco” –en el sentido
discursivo– : el narrador se vuelve personaje; el espec­tador, actor.
Por otra parte, la escena política tiene, en­tre bambalinas narrativas,
se podría decir, una escena más “secreta”: la reconciliación amorosa
entre Adolfo y Claudina. Lo político es, en este nivel, una escena
que “oculta” una otra escena. Tiende a velar –sobre todo pa­ra la
familia de Adolfo– sus relaciones con Claudina.
Hasta aquí un diseño del “discurso carnavalesco” en sus líneas
generales. Por un lado, la fiesta, en su sentido amplio: la escena
que invade las calles. En la primera parte, domina la fiesta del
Carnaval, en la segunda, la fiesta de las elecciones. Todo un sistema
de encuentros y transgresiones perfectamente codificados por el
“ori­ginal” se vehiculan dentro de estos marcos. Si las fies­tas del
Carnaval nos dan el paradigma de la circulación de sentidos en su
forma no-disyuntiva, las elecciones nos dan su forma más radical:
la disyunción como violencia. Por supuesto, todo esto en un marco
bien delimitado de posibilidades. Por otra parte, ambos aspectos
del “ci­clo grande”, digamos, se desplazan al “ciclo pequeño”,
donde domina el carácter festivo sobre el carácter polí­tico. Así, en
general, el “discurso carnavalesco” va relacionando significaciones,
excluyendo otras, diseñando campos transgresivos; pero –ahora
veremos–, bajo el marco interno de la borrachera común a lo festivo
y a lo político, estos procesos tienden a una cierta acumula­ción
de sentido.

En los labios se acentuaba esa expresión de vencimiento y amargura como


de quien está próximo a llorar. A llorar con un gesto de venci­miento. ¡Qué
arruinada estaba Su madre!” (nuestras mayúsculas, LCH 33).
Retorno y dispersión en La Chaskañawi 69

Textos del alcohol

La borrachera tiene dos dimensiones, ambas tien­den a la anula-


ción del sentido. Los sentidos nacen de las distinciones; cuando
las distinciones (significativas y sociales) son claras, el sentido
es posible. El orden es sentido. En la fiesta, y como mediador el
alcohol, las distinciones tienden a perderse, se transgreden las
dis­tinciones tradicionales; la circulación de significaciones es
amplia y posible en todas las direcciones, en estas condiciones
las distinciones se mezclan, se confunden. El sentido no llega a
la anulación, pero las distinciones que lo fundaban no son más
seguras y, si se puede decir, el sentido entra en un estado de
duda: las fronteras son in­seguras, muchos pasajes son posibles.
En la fiesta, la anulación de sentido opera por “confusión”.
Además, el marco de la fiesta quiebra, notablemente, los tabúes
sociales; más aún, el concepto mismo de “sociedad” tien­de a ser
“reemplazado” por el concepto de “naturaleza”. En La Chaska-
ñawi, la transgresión de la fiesta se diseña como una “vuelta”
(un retorno a una cierta inocencia natural, cf. infra). Así, en el
marco de la borrachera se “borran” las distinciones y se anulan
sentidos represen­tativos del “orden” social, pero, este movimiento
no es puramente destructivo, sino, tiende a retornar hacia un
sentido más primitivo, más “original”. Por otra parte, al nivel
de lo político, las distinciones sociales se radicali­zan y tienden
al enfrentamiento violento. El alcohol per­mite un movimiento
transgresivo y agresivo, las barre­ras que normalmente impiden el
acercamiento de los opuestos se ignoran y los distintos tienden
al “encuen­tro” agresivo. Este enfrentamiento posibilita la anula­
ción de sentido de una manera total; no se trata de la anulación
de sentido por “confusión”, como en el caso de lo festivo, sino
de una anulación de sentido por “eli­minación del otro”. En el
caso de las elecciones, diría­mos, no domina el juego significativo
donde se despla­zan y “confunden” los sentidos, más bien, domina
un orden retórico con la más fuerte de las figuras: la antí­tesis. La
antítesis es una figura donde los opuestos, co­mo dos purezas ar-
quetípicas, transitan imperturbable­mente; pero cuando la fuerte
70 ENSAYOS ESCOGIDOS

distinción que los separa se rompe y los opuestos se combaten,


la antítesis corre el riesgo de desplazarse en el paralogismo, que
es una anulación radical de este sentido.16
Entonces ambos extremos límites, propios a la bo­rrachera,
implican la anulación del sentido distinti­vo. En el primer caso, en lo
festivo, el sentido que nace de las distinciones tiende a la “confu-
sión”, y se anula y reemplaza –programáticamente– por un ­supuesto
sentido “original”, más primitivo, previo a las distinciones de “la
sociedad. En el segundo caso, en lo político, el enfren­tamiento
de las distinciones tendría por fin la victoria to­tal de uno de los
términos de una antítesis, por la elimi­nación del otro; en este caso,
también desaparece el sen­tido distintivo, y, un nuevo sentido es
impensable. Estas dos posibilidades extremas ocurren en la novela
en el juego del “discurso carnavalesco” llevado a los límites de su
lógica mediando el alcohol. Pero, puesto que este discurso es una
de las transgresiones “permitidas”, los extremos se vislumbran, se
sospechan, pero no se logran: las fiestas se acaban, las elecciones se
acaban, todo vuel­ve a su “lugar” bien determinado, el “lugar” previo
a la fiesta. Hay algunas variaciones que se escapan al “original”,
son el resto del juego: la plus-valía de la escritu­ra, se podría decir.
En La Chaskañawi, la gran fiesta se continúa en la serie de
pequeñas fiestas, lo político también se prolonga en este ciclo
interior y disperso; por esta razón, los límites de la borrachera que
tienden a la anulación de sentido por “confusión”, digamos, están
más desarrollados que la anulación de sentido por “eliminación”.
Podríamos ima­ginar una novela política en la que la “fiesta grande”
se con­tinuara en las “fiestas chicas”, en un ciclo político de “fies­
tas chicas”, entonces quizá se examinarían mejor las po­sibilidades
abiertas hacia la anulación de sentidos como “eliminación”.
Así, nos limitaremos a lo más desarrollado, o sea, la pérdida
de sentidos distintivos por la no-disyunción. Es­te es el aspecto
dominante del “discurso carnavalesco” en La Chaskañawi. El tex-
to dominante, en este sentido, es el que vehicula la anulación de
sentidos hacia un sen­tido más primitivo, más “original”.

16 Cf. Roland Barthes, S/Z, Paris: Du Seuil, 1970, pp. 33-35, 71-72, 191-192.
Retorno y dispersión en La Chaskañawi 71

Las fiestas tienen un ritmo interno que asciende, llega a una


cúspide y luego desciende. En la cúspide se abren las posibilidades
hacia otros textos, hacia otros sentidos. Uno de estos textos es
un “texto arquetípico”, “original”, previo a la “sociedad”. Este
texto, por su­puesto, se diseña culturalmente –no costumbrísti-
camente–. En su armado, Medinaceli implica los nombres de
Rousseau y Nietzsche. De Rousseau se rescata la posibi­lidad de
que, anulando el sistema social, los hombres po­drían abrirse (re-
tornar) a una inocencia edénica. De Nietzsche se rescata aquella
dimensión de la fiesta y la borrachera que “abre” al individuo
hacia lo comunitario, hacia lo vital. El modelo nietzscheano es el
más desarro­llado, pues se explicitan todos los términos relativos
a la fiesta diseñados en El origen de la tragedia. Para Nietzsche,
la fiesta implica varias dimensiones, todas ellas presentes en La
Chaskañawi: el modelo sicológico, la borrachera (passim), el mo-
delo religioso, Dyonisio (LCH 72) y el modelo artístico, la música
(passim).17 Una aparente paradoja se desprende de la conjunción
de Nietzsche y Rousseau; para el primero, lo “social” es una
suerte de liberación del “yo”; para Rousseau, por el contrario,
lo “social” es una suerte de corrupción de la inocencia ori­ginal
del hombre. Pero, bien visto, Medinaceli inscribe un “texto
arquetípico” en el que la reunión social no impli­ca la sociedad
sino, más bien, una especie de inocencia social, donde prima lo
“natural”, y no es otra cosa que una dimensión erótica. Así, en
el “texto arquetípico” (edénico) habrá que tener en cuenta una
de las tenden­cias dominantes de la novela: la inscripción absor-
bente de lo erótico y, sobre todo, de lo femenino y maternal (cf.
infra). La construcción de este “texto arquetípico” de convivencia
social-natural queda muy clara, por ejem­plo, conjugando estas
dos citas relativas a Nietzsche y Rousseau:

17 En torno a la fiesta, sin duda alguna, el inter-texto dominante puede ser


tejido en torno a esta obra nietzscheana. No hay que olvidar que, también,
una de las oposiciones claves de El origen de la tragedia es la oposición en-
tre Sócrates y Dioni­sio, entre el “hombre teórico” y el “dios vital”, que se
entre­teje en los autoanálisis de Adolfo.
72 ENSAYOS ESCOGIDOS

[Nietzsche]: La gente estaba poseída de un ale­gre sacudimiento


erótico. Era la dionisíaca expan­sión de los instintos vitales. Las jó-
venes sudoro­sas olían a sementera. Reían a boca llena. Los mo­zos
las apretujaban sin cuidarse de miramientos. Aquellas buenas gen-
tes habían vuelto a áureos tiempos arcádicos cuando para la ven-
dimia se sa­crificaba un macho cabrío al todopoderoso Dyonisos,
Dios del amor y el vino. (LCH 72)

[Rousseau]: Adolfo pensó en Julia, en Claudina, en todas. Ellas


también como el maíz y el du­razno, la vaca y el caballo, eran pro-
ducto ópti­mo de ese ambiente luminoso, de agresividad ge­nésica;
tanto derecho como ellos tenían ellas tam­bién al jocundo disfrute
de la vida plena, como el animal y la planta. ¿Por qué no lo hacían?
¿Por qué no satisfacían con plenitud de goce las impe­riosas exi-
gencias de sus más legítimas necesida­des? ¡Los malditos prejuicios
sociales!
—¡Qué hermosa sería la vida sin las tonterías de los hombres! ¡De
estos hombres miopes que quieren torcer las leyes inexorables de
la natura­leza! Sí, Juan Jacobo tenía razón: la naturaleza es buena y
el hombre también es bueno, pero la so­ciedad le ha corrompido.
(LCH 108)

Este texto arquetípico se concretiza, en cierta ma­nera, como una


lengua se concretiza en un habla, en el encuentro –al final– de
Adolfo y Claudina:

Se encontraban solos, lejos del mundo, frente a la naturaleza; eran


el hombre y la mujer casi vueltos a la edad primitiva, edénica. Clau-
dina con­tinuó lavando la ropa. Adolfo tornó a sentarse jun­to a ella
y contemplaba lleno de paz la paz del pai­saje. No pensaba en nada.
Sumido como en un cósmico olvido, quiso disfrutar plenamente
de ese “supremo olvido” de los vanos trajines de la vida civil y de
las inquietudes de su espíritu que ahora le concedía el destino. Con
cuántos dolores, con qué amarguras, a trueque de qué contratiem-
pos y malandanzas pagaría después ese minuto de re­poso en el re-
gazo de Claudina y del paisaje. (LCH 270)

La entrada del narrador, previendo el futuro (“Con cuántos…”),


permite señalar que, como todas las trans­gresiones de la novela,
Retorno y dispersión en La Chaskañawi 73

esta realización de un “texto arquetípico” deberá volver normal-


mente al fuerte sistema de determinaciones “sociales”.18 Este “texto
arquetípico”, diseñado en los marcos intertextuales de Nietzsche
y Rousseau, es una de las posibilidades abiertas por la fiesta y la
anulación de los sentidos; aquí, en un sentido muy extenso, se
implica la anulación de la “sociedad” y la vuelta a lo primitivo.
Como se puede inferir rápida­mente, este texto edénico está en
directa relación con la sintaxis del retorno (cf. supra), es parte de
la vuelta al “original”, a lo natal.
En torno a este texto, abierto en las condiciones transgresivas
de la fiesta, hemos de diseñar brevemente el orden de lo erótico
implícito en él (como vimos en los fragmentos arriba citados), pero
que, en rigor, atraviesan toda la novela, posibilitando, quizá, el más
extenso “sistema” de dispersión significativa de La Cha­skañawi, ya
que la novela, como implica el título, “trata” de la mujer, de una
mujer.
La novela es un “discurso carnavalesco”, es decir, más allá de las
restricciones de su modelo (el Carnaval), la novela misma es un pro-
ceso de dispersión de signifi­caciones. Uno de los signos mayores es
lo que los se­mánticos llamarían el semema:19 lo femenino. La novela
imprime una extensa dispersión a este semema, de mane­ra que lo
femenino permea toda la novela. Un amplio espectro de distinciones
se funde en torno a esta marca, que articula fuertemente la erótica
de la novela. Al circu­lar este semema, se borran las distinciones y la
opera­ción, en su sentido amplio, puede imaginarse como la conver-
sión de todos los signos en un amplio texto feme­nino.
Así como en el juego de transgresiones “sociales” la novela
introduce una serie de determinaciones (limi­taciones), así, en lo

18 Una ironía de Fernando, que alcanza el valor de símbolo, es cuando Adolfo


acaba su “elogio a la vida primitiva según Rousseau”, dice Fernando: “–Si
–observó Fernando–, así es, pero nosotros también, como Juan Jacobo,
volvamos a la ciu­dad: hasta más tarde puede sorprendernos un aguacero”
(LCH 108). Aún el “texto arquetípico”, como señalamos, debe, finalmente,
someterse a las condiciones pre-establecidas en el “original”.
19 Esta definición reproduce, a nivel semántico, el tipo de unida­des que ope-
rarían a nivel sintáctico, semema implica morfema.
74 ENSAYOS ESCOGIDOS

erótico, el deseo tiene una flecha do­minante: el texto se mueve


hacia lo femenino. Son esca­sas, en rigor ausentes, las inscripcio-
nes de un deseo de lo femenino a lo masculino, que son los dos
límites más notables de la novela. El enamoramiento se da en
co­rrespondencia (LCH 53), pero, en general, la flecha del de­seo,
repetimos, va de lo masculino a lo femenino. Este movimiento
tiene su contexto en la transgresión inces­tuosa: el hijo tiende a
la madre, pues es el padre el que está ausente. O sea, la ausencia
del padre confiere un movimiento del hijo hacia la madre, que
se traduce –en otros niveles– en un movimiento textual hacia lo
femenino. Una de las extensiones más notables es la identi­ficación
entre el cuerpo femenino y el paisaje; dicho de otra manera, la
conversión del paisaje en un cuerpo fe­menino.
El paisaje de la novela, a nuestro entender, desarro­lla en sus
diversos matices la “conciencia” atribuida a los personajes. Las
descripciones de paisajes siempre es­tán en relación al “estado de
ánimo” de los personajes, el paisaje parece una prolongación de
su “conciencia”. Pero en rigor, el paisaje es una de las dimensio-
nes de su conciencia. Los personajes no son “personas”, care­cen
de un interior sicológico-conciencial. Este interior se construye
de múltiples maneras: referencias a un saber literario, científico,
popular, etc., y, notablemente, por me­dio de la descripción de
paisajes. Los altibajos de la con­ciencia de los personajes toman,
en grueso, las siguien­tes formas exteriores de construcción: o la
novela entra en una “corriente de conciencia” (monólogos), o los
per­sonajes se “confiesan” mutuamente, o el narrador explicita si
“piensa”, “siente”, etc., o/y la descripción pai­sajística representa
esos estados de conciencia. En La Chaskañawi, “el alma es un es-
tado de paisaje”. Hay múltiples ejemplos a lo largo de la novela de
cómo la “con­ciencia” del personaje se funde en el paisaje. Hemos
de señalar –a manera de ilustración– dos instancias: una, donde
la conciencia busca un paisaje proporcional a su estado, y otra,
donde un juego dialógico mezcla un reta­zo de paisaje, una idea
y un verso literario. Estos dos ejemplos sirven simplemente para
contextualizar las relaciones entre la “conciencia” de los personajes
y la descripción de paisajes:
Retorno y dispersión en La Chaskañawi 75

Y entonces le vino (a Fernando) tal consterna­ción por dejar su tie-


rra que, por contraste, evocó el paisaje austero y pétreo, ascético y
hosco como el alma de un trapense, de Potosí –cerrijones gri­ses,
frío viento, piedra y dolos–, un páramo para él, para su espíritu,
donde su vida era un vacío gé­lido, porque allá, descentrado, fuera
de su “medio ambiente natural”, “deraciné”, se sentía solo y sentía
su vida como un yermo, como un erial. (LCH 210)

…Pero, ¡vaya! Parece que la luna nos ha puesto románticos. Por


eso estamos regresando como en presentación de Viernes Santo.
—Aunque el amor sea triste y nos haga sufrir –manifestó Elena–
peor es vivir sin amor.
­—¿No digo…? Si la luna obra milagros. Ahora acabas de decir la
frase más inteligente de tu vida: casi llegar a hacer de nuevo el
verso de Campoamor: “Todo en amor es triste; más triste y todo,
es lo mejor que existe”.
Era una noche de luna. Entre cuatro gentes. En una triste capital
de provincia… (LCH 216)

(Es interesante volver hacia atrás, a la página 212, y ver cómo el


paisaje se describe en forma “gloriosa” y luego cambia, al final,
en el fragmento citado, hacia ese tono “triste”: el paisaje cambia
junto con los personajes).
Teniendo en cuenta este aspecto de la descripción de paisajes
en La Chaskañawi, hemos de ver la feminiza­ción que se opera sobre
el paisaje. Esta feminización del paisaje explicita una dimensión
de deseo, donde, ciertamente, el narrador se complica con los
personajes. Una de las notas más importantes de este proceso
es la ten­dencia a anular una distancia de sentido, fuertemente
co­dificada en el lenguaje y en los hábitos ideológicos. Se trata
de una ruptura entre la división clásica del “suje­to” y “objeto”.
Esta ruptura se acompaña de otra, no menos determinante, la
ruptura de la separación de los cuerpos. El deseo por el cuerpo
femenino –antropomórficamente diseñado– se extiende al deseo
por un “cuerpo” –en general– que sería “el cuerpo de la tierra”.
En la fe­minización del paisaje, el acercamiento al cuerpo-del-otro
implica –novelísticamente– el acercamiento al gran “cuerpo de la
76 ENSAYOS ESCOGIDOS

tierra”. El contexto de este acercamiento erótico puede ser el “texto


arquetípico”, primitivo y edé­nico que diseñaremos arriba (cf. supra).
Veamos algunos ejemplos de explícita feminización del paisaje:

El ambiente saturado por todos los aromas de la huerta: el aroma


carnal y capitoso de las ma­dreselvas que escalaban por los muros
del tapial, de las clavelinas, de las violetas rastreras y el per­fume
ingenuo y simple como el alma de una al­deana, de las malvas y
albahacas. (LCH 67)

Entraron en la huerta. Respiraba ella ese olor tan sugestivo, casi


voluptuoso, como de mujer con­vertida en naturaleza, que tiene
la tierra recién llovida. Olor rememorativo. Tal vez de qué aflo-
ranzas ultratelúricas de cuando fuimos tierra tam­bién. […] Las ma-
dreselvas, agarradas a las ta­pias difundían ese su típico y penetrante
aroma tan capitoso, como de mujer en celo. (LCH 111)

…hacia el noroeste, avizoró ahora las colinitas petisas, redondas y


rosadas como los senos de una tierna doncella; todo aquel paisaje
de su tierra, tierra de olvido y ensueño, tenía algo de fe­menino, que
atraía como una mujer, con ternura de novia o efusiones de madre,
ensoñador como canción de cuna, caliente como un nido. (LCH 210)

El paisaje feminizado, entonces, explicita el sustra­to erótico de la


novela. En este sentido, circulan sin con­tinuidad lo interior con
lo exterior a los personajes y la narración y se “confunden” las
distinciones entre “suje­to” y “objeto”, bajo el marco de la imagen
del cuerpo fe­menino. Así en una repetición muy demostrativa, la
po­sesión del cuerpo femenino (de Claudina) repite connota­ciones
relativas al paisaje:

(Paisaje): … ese olor tan sugestivo, casi vo­luptuoso, como de mujer


convertida en naturaleza, que tiene la tierra recién llovida. (Nuestras
cursivas, LCH 111)

(Claudina): … Estaba sofocada, sudorosa y sedienta aun de calmar


esa sed que la hostigaba, más luego sintió la sensación fresca de la
lluvia sobre la tierra reseca. (Nuestras cursivas, LCH 296)
Retorno y dispersión en La Chaskañawi 77

El deseo se explicita, entonces, en la feminización del paisaje;


cuando este deseo se realiza (en las represen­taciones coitales), la
anulación de distinciones (mujer: :paisaje) es tal que las inscrip-
ciones –con el ejemplo citado– circulan como en una homología.
En rigor la novela establece una rigurosa homología entre el
cuerpo femenino y el cuerpo de la tierra. Así, en el caso de Adol­
fo, su proximidad con Claudina es, también, proximidad con la
tierra; si en la dinámica del incesto deviene “es­poso e hijo”, en
esta dinámica erótica deviene “esposo y labriego” (LCH 325). En
esta fuerte homología, cuando Adolfo se descubre “pater familias”
(LCH 320), la narración es cómplice de la preñez de Claudina e
inscribe al final de la escena: “La mañana, cálida y dorada, radioso
el sol de primave­ra desde un cielo azul de zafiro sobre el campo
fecun­do” (LCH 321). Aquí circulan libremente el “estado de áni­mo”
del personaje, la descripción del paisaje y el cuerpo-de-mujer-
cuerpo-de-la-tierra, todo “confundido” en un estricto juego de
connotaciones desarrolladas a lo largo de la novela.
Las relaciones amorosas de Adolfo y Julia dan un matiz más
a esta circulación de significaciones. En sus marcas más notables,
esta “historia” repite aquellas del matrimonio de Gregorio, como
el “encholamiento” con Claudina repite las de Aniceto (cf. supra). A
priori, nada en el “original” se opone a las relaciones entre Adolfo y
Julia, su aspectos transgresivo le viene de la sobre-determinación.
Es la superposición de matrimonio y enchola­miento que inscribe
la transgresión en los amores de Adolfo y Julia. Se trata de una
figura de retórica tras­puesta a un “tema” social: la transgresión
radica en la inversión, en un desplazamiento sintáctico. Mientras
Adolfo cultiva el encholamiento festivo, la sociedad (y Julia) pueden
soportar la transgresión: “He dejado que te diviertas a tu gusto
en los días de Carnaval –dice Julia a Adolfo– con esa chola, pero
ahora ha llegado el mo­mento en que pienses seriamente” (LCH
186). El orden del encholamiento está perfectamente prescrito:
“debe prece­der al matrimonio”. La transgresión de la novela radica,
pues, en la inversión: el matrimonio precede al encholamiento. Esta
inversión retórica se traduce en una cate­goría “social”: adulterio,
que Mariscal reprocha a Claudina (LCH 308-311). Esta es una de
78 ENSAYOS ESCOGIDOS

las dimensiones de la trans­gresión implicada en las relaciones de


Adolfo y Julia y la inversión de la educación tradicional: “encho-
lamiento”, luego matrimonio.
Esta inversión conjuga una serie de textos. La inver­sión
se presenta como un acto casi-voluntario, casi-pensado por
Claudina. Claudina provocaría la inversión. Dos son las razones
mayores de este su deseo: (a) buscar una prueba de amor radical
por parte de Adolfo (LCH 192 y 260) y (b) vengarse, en Julia, del
desprecio de las señoritas (LCH 260). Desde esta perspectiva, los
jugueteos de Claudi­na con Adolfo tienen esa función: empujarlo
al matri­monio para luego provocar la inversión. Sería en este
sentido que rechaza el matrimonio con Adolfo (LCH 189-194).
Pero, estos aspectos voluntarios y prefijados necesitan una serie
de condiciones textuales que conviene tener en cuenta, tal la
directa complicidad que existe entre el narrador y los personajes.
La narración produce las condiciones pa­ra que Claudina, a su vez,
produzca la inversión. La na­rración, sobre todo, produce la serie:
violación, prome­sa de matrimonio y, finalmente, matrimonio.
Esta serie, señalamos, repite la serie ya inscrita por Gregorio. O
sea, aquí juegan el “texto original” y su repetición. En esta serie,
la violación de Julia se contextualiza como un explícito rechazo
de Claudina que se reemplaza en Ju­lia (LCH 128-139). Reem-
plazo que es una consecuencia de la fiesta, de la borrachera. Así,
la inversión (matrimonio, luego encholamiento) necesita de un
múltiple trans­fondo textual que no sólo vehicula una “verosimili-
tud”, sino, además, permite el tejido de las series de acciones. Por
otra parte, el narrador “complica” tempranamente a Claudina y
Adolfo (LCH 53) en un mutuo fatalismo –que se­rá ratificado al
final de la novela. El encholamiento, como inversión, implica,
entonces, un complejo textual que “retarda” la novela hasta que
las condiciones “sin­tácticas” estén dadas.
Dicho sea de paso, La Chakañawi parece combinar técnicas de
la “novela moderna”, técnicas de retardamiento, de “suspenso”, con
técnicas del relato clásico (homérico), donde todo está prefijado
de antemano y el lector, que ya conoce el desenlace, “disfruta”
en la retó­rica de la narración. Esta observación lateral permite
Retorno y dispersión en La Chaskañawi 79

in­sistir que el encholamiento es mínimamente transgresivo, es


fundamentalmente “retórico”.
Dos textos afines a la borrachera abren la novela ha­cia ámbitos
“extraños”. Uno de ellos es, literalmente, la pérdida de concien-
cia, y el otro, aquel que como alucina­ción bordea la locura. Estos
dos textos son dos formas “extrañas” de la anulación del sentido
implícita en la fiesta y mediatizada por el alcohol.
La pérdida de conciencia va puntuando –en ritmo crecien-
te– la deriva de Adolfo (LCH 171). Esta zona incóg­nita corta la
cotidianidad y empuja a Adolfo a un ver­dadero “vacío” de sentido.
Estos vacíos son a veces res­catados por el discurso de otros (LCH
182-184) y Adolfo, pese a la pausa, se reintegra paulatinamente
en una serie de acciones. Este texto “vacío”, apenas mencionado
aquí y allá en la novela, permite un corte muy interesan­te en la
ritualísima vida de San Javier de Chirca. Lo co­tidiano recobra un
poco de su “sorpresa” cuando se vuel­ve a él después de un texto
vacío. Las causas se remi­ten a la bebida, los efectos a la pérdida de
conciencia o a una serie de acciones involuntarias, pero el “vacío”
mis­mo queda como una “tierra de nadie” donde la novela –tan llena
de alcohol– podría haberse aventurado en una puesta-en-abismo
de su lógica carnavalesca.
El otro texto es aquel que –motivado por el alco­hol– bordea la
locura. En este texto, no se trata de la pérdida de sentido por anu-
lación, por “vacío”, como en el anterior, aquí la “conciencia” entra
en “otros lengua­jes” cuyo orden de representación es la alucinación.
Adol­fo, Fernando y Mariscal ofrecen ejemplos de estos intra-textos
(LCH 82-84). Todos estos relatos inciden en el ca­rácter persecutorio
de la alucinación. El ejemplo privi­legiado es el de Adolfo, que se
repite (dos veces) y, en la primera narración a Matilde (LCH 78-79),
Adolfo intenta una explicación paralela: la alucinación con un verso
de Reynolds: “y el alejarse solo, y el paso por la acera, / fur­tivo,
de aquel alguien que nunca pudo ver” (LCH 79). Así, creemos –a
manera de hipótesis–, se puede establecer el nivel donde el “dis-
curso carnavalesco” motiva la cir­culación de significaciones con el
amplio inter-texto cul­tural al que hace referencia La Chaskañawi.
La borrache­ra abre los sentidos “realistas” de la novela hacia otros
80 ENSAYOS ESCOGIDOS

más “extraños”, tales las alucinaciones y, en cierta for­ma, éstas se


vinculan con la “extrañeza” de los textos –notablemente– literarios.
Tal vez no todos –otros son puramente narrativos–, pero sí algunos
textos lite­rarios (los versos de Reynolds, los versos de Tamayo, las
múltiples referencias que Adolfo usa para su análisis “in­terior”:
Pascal, Leopardi, Nietzsche, Kierkegaard, Baudelaire, Verlaine,
Schopenhauer, Flaubert, etc., [LCH 316 y ss.]) son ciertamente “otros
lenguajes” donde la pérdida de sentido se explicita notablemente.
O sea, en relación al texto alucinatorio, digamos, hay que tener en
cuenta la circulación de sentido –hasta su anulación– que impli­can
los diversos textos literarios manejados, o a nivel na­rrativo, o como
“contenidos” de conciencia de los perso­najes. No es arbitrario, en
este contexto, que los auto­análisis de Adolfo –y otros del narrador–
lleven a con­clusiones sobre diversas dimensiones (culturales, socia­les,
educativas, etc.) donde se destaca la “pérdida de sen­tido”.
El célebre contraste entre Adolfo y Claudina (el blanco
decadente y la mestiza emergente) se condiciona en este juego
de textos; la diferencia radica en que Adol­fo circula por un am-
plio texto cultural, por otros len­guajes, mientras que Claudina
se concentra en el juego del texto erótico. Esto no quiere decir
que el texto eró­tico esté desvinculado del inter-texto cultural,
simple­mente, la novela accede al inter-texto cultural por medio
de Adolfo y, si nuestra reconstrucción es válida, por medio del
texto alucinatorio.
A este propósito, es interesante contextualizar el al­ma “ena-
moradiza de Adolfo”. En las primeras páginas, su enamoramiento
se contextualiza culturalmente: Adol­fo había comenzado a enamo-
rarse de Julia de esa única manera que sabía enamorarse. “Lejos de
don Juan. Cerca de Werther” (LCH 46). Este enlace entre lo erótico
y lo literario, cuya condición es la fiesta en ambos casos, tie­ne una
inscripción muy significativa en la “declaración” de amor de Adolfo
a Julia. Medinaceli, con un explícito juego de desplazamientos,
coloca la escena desplazándola en el tiempo y ambientándola en
pleno romanticismo, tan­to que la escena, así construida, equivale
a abrir un libro-dentro-del libro, como quien hojea, al azar, una
no­vela romántica:
Retorno y dispersión en La Chaskañawi 81

Mas, Reyes, a quien el claro de la luna, el pa­seo nocturno y los ojos


lánguidos de Julia lo ha­bían puesto romántico, transportándolo a 1830,
decidor y audaz, la cogió de las manos… (Nuestras cursivas, LCH 68)

En La Chaskañawi, el inter-texto cultural juega tam­bién en la circula-


ción de sentidos, no es un mero adorno. En este nivel la circulación
del “discurso carnavalesco” comunica la novela con un sustrato de
lenguajes múltiples cuya marca dominante, creemos, es la inscripción
de una “pérdida de sentido” que, en el marco de la fiesta, es con­
dición de las operaciones no-disyuntivas del “discurso carnavalesco”.
En el último fragmento citado, la esce­na puede leerse como una
descripción “realista” o como un pastiche literario, por ejemplo.20
El inter-texto cultural, notablemente por el lado de Adolfo,
juega con entradas en la literatura; por el lado de Claudina, se
insiste, dominantemente, en un juego histórico-cultural. La figura
de Claudina adquiere, por esta vena, un cierto nivel simbólico: ella
resume la tradición española y evita su decadencia con un grano
de re­lación criolla y con la fuerza de la tierra. El narrador y Adolfo
coinciden en esta apreciación:

(Dice Adolfo): Tiene toda la “gracia” pican­te de una andaluza con


un grano de pimienta crio­lla. (LCH 285)

(Dice el narrador): …tenía la misma gracio­sa prestancia, ese do-


naire de aquellas mujeres de la Colonia, que aliaban lo señorial del
linaje con la gracia de lo criollo. (LCH 256)

A diversos niveles, que incluyen la descripción de paisajes (LCH


107 y 203) y las meditaciones culturales del narrador (LCH 224),
la novela contextualiza la decadencia de la tradición española y
su extensión colonial americana. Esta decadencia se acompaña
con una otra, más gene­ral, que sería el “sinsentido” de la cultura
occidental (LCH 315-319). Si Claudina implica algún tipo de

20 Precisamente, Amalia, que sorprende a Julia y Adolfo, comen­ta: “Me lo


llevo a tu “chico”, che, porque ustedes ya me dan envidia estando siempre
juntos y queriéndose más que Pablo y Virginia” (nuestras cursivas, LCH 73).
82 ENSAYOS ESCOGIDOS

“­ detención” de tal decadencia generalizada, no es de ninguna


manera por una novedad, por una emergencia cultural. Lo que se
rescata es la vitalidad de la mujer extendida hacia la tie­rra y vice-
versa: (“…fruto jugoso de la campiña, alberchigo rosado y sabroso
de la tierra virgen, era la afa­nosa germinación potente y cálida, el
estrépito creador y la euforia dionisíaca de la primavera…” [LCH
53]). Este es el “grano de pimienta criolla” que se teje por medio
de Claudina: una vitalidad anónima y creadora enmarcada (“dio-
nisíacamente”) en el ámbito de la fiesta y su circulación dispersa
de significaciones. En este sentido, el encholamiento de Adolfo
implica un movimiento ya destacado en los diversos textos: se trata
de una vuelta al “origen”, al “original”, en este caso, la vuelta hacia
una (la) mujer que se extiende en el amplio cuerpo de la tierra; o
más precisamente, que se extiende hacia la “madre-tierra”.
La transgresión “social” afín al encholamiento es­tá muy
matizada en La Chaskañawi y, textualmente, no es tal. En primer
lugar, sabemos en el caso de Aniceto que tal encholamiento ya
está textualmente codifica­do. O sea, se trata de una transgresión
“benigna”, per­mitida y conocida por el todo “social”. Pero, más
aún, un largo desarrollo genealógico (LCH 255 y ss.) elimina –en
rigor– los “restos” sociales de Claudina. La novela rela­ciona a
Claudina con doña Clara (es su sobrina) y, por este camino, Clau-
dina pertenece –como Adolfo– a una de las más antiguas familias
de San Javier; ella es tam­bién de la estirpe de los “fundadores”.
La distancia so­cial entre Claudina y Adolfo es “mínima”. Se trata
de otra cosa que una transgresión social y hay que examinar ese
“mínimo” que los separa.
Ese “mínimo” es, finalmente, algo muy superficial (i.e., que está
en la superficie): la pollera, un vestido. Pa­ra Claudina, el hábito hace
al monje. Su origen social está desplazado a su vestimenta social y el
enchola­miento no es una transgresión social sino, simplemente, una
vestimenta social. Y, este “mínimo” que separa a Adolfo y Claudi-
na –la pollera– motiva, por supuesto, las “venganzas” de Claudina
en las “señoritas” y, también, todos los lamentos y argumentos de
Claudina. Se trata sólo de la pollera, porque hasta los “ojos gran-
des y negros” son herencia de su estirpe española (LCH 256). No
Retorno y dispersión en La Chaskañawi 83

es arbitrario, en este diseño, que, finalmente, la polle­ra devenga


significante de la protección maternal que Claudina significa para
Adolfo: “…él es de esos hom­bres que no pueden vivir de otro modo
si no es abriga­dos bajo las polleras de una chola” (LCH 330).
Dicho sea de paso, en lo político, Julia motiva su odio par-
tidario explicitando que están representados por “pollerudos”,
(LCH 93), se refiere al “tata” Pérez que repre­senta a San Javier y
es líder de los cholos. Es sintomá­tico que, en La Chaskañawi, las
figuras “dominantes” ha­yan sido vestidas de pollera. Mucho de lo
“sociológico” de la novela es, simplemente, indumentario. Como
en esta descripción de uno de los rituales de vida aldeana:

Concluido el santo oficio, han ido saliendo los fieles. Primero las
indias, de burdas almillas de bayeta azul o parda y, otras, más mo-
dernizadas, el busto con rebozos de claros colores; luego las cholas
airosas y esbeltas, con polleras de colores vistosos. Al final, las se-
ñoras y señoritas. (LCH 41)

Dejamos esta digresión apuntando, simplemente, que La Chaska-


ñawi borra las “diferencias” socio-raciales de sus transgresiones
para inscribir las diferencias en la su­perficie, en la vestimenta.
La pollera y no la clase devie­ne el índice de diferenciación y de
posible transgresión.

Conclusión

Este somero recorrido por La Chaskañawi, que inci­de en destacar


algunas de las articulaciones textuales de la novela, es un trabajo,
como se dice, pre-crítico. Para encontrar las dimensiones más
amplias de la novela, ha­bría que tener en cuenta, por ejemplo,
el texto amplio de la obra de Medinaceli y, quizá, finalmente,
articularlo con el “discurso literario” tal como se da en nuestro
hori­zonte cultural.
Aquí al finalizar, quisiéramos volver al principio de estas
páginas y decir algo sobre el “epígrafe” que las precede. Así co-
piaremos un poco uno de los mecanismos fundamentales de la
84 ENSAYOS ESCOGIDOS

novela: el retorno al origen. La en­tropía es un concepto físico


(termodinámico) que pue­de ser interpretado desde la “teoría de la
información”. Este concepto nos dice que todo proceso tiende a la
má­xima dispersión, tiende al caos. Por otra parte, la infor­mación,
inversamente, nos da la medida del orden den­tro de un proceso.
Así se oponen, digamos, un proceso que tiende al caos y otro que
tiende a mantener un or­den (un cosmos) dentro de la tendencia
hacia el caos. En La Chaskañawi nos gustaría leer un movimiento
semejan­te: la circulación de significaciones, circulación posible
gracias a la “fiesta”, tendería al caos, a diversas “anula­ciones” de
sentido. Por otra parte, el rígido sistema del “original” rectifica
este proceso y lo enmarca dentro de un orden. La novela sería esta
tensión: las variaciones que se producen cuando se enfrentan el
“caos” y el “cos­mos”, la entropía y la información. Este comentario
es, por supuesto, un “juego” de sugerencia, no una interpre­tación.

[1977]

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