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POR QUÉ NO ACEPTAMOS LOS LIBROS APÓCRIFOS

Papiro del Evangelio de Judas

Roberto Lloyd

En este apéndice queremos ampliar lo expresado antes en este libro en relación con los libros
apócrifos porque circulará en una región donde predomina el catolicismo romano. Es por ello que
nos es menester tener un conocimiento más profundo de este tema.

Mucho se podría escribir sobre asuntos técnicos de la historia y texto de esos libros, pero
queremos ser más prácticos. Por eso, nos proponemos contestar brevemente la pregunta: ¿Por
qué los evangélicos no aceptamos los apócrifos?

Antes de entrar de lleno en la respuesta, es pertinente hacer dos aclaraciones. La primera tiene
que ver con la terminología. En círculos evangélicos se habla de dos clases de libros: canónicos y
apócrifos (no canónicos). Los católicoromanos llaman a los primeros protocanónicos y a los
segundos deuterocanónicos. Así que, para ellos existen en teoría dos grados de canonicidad.
Todos sus 46 libros del Antiguo Testamento son canónicos, pero los 39 que tienen en común con
los evangélicos son de primer grado (proto) y los 7 apócrifos son de segundo grado (deutero).
Cuando se habla con un católicoromano acerca de ellos, es mejor referirse a ellos como libros
deuterocanónicos.

En segundo lugar, hay que reconocer que los apócrifos se tienen que considerar como una unidad.
Lo que se dice de uno de los libros se hace extensivo a todo el conjunto. Si hay equivocaciones en
uno, entonces se puede hablar de toda la colección como falible. Si uno de ellos es útil, se puede
aplicar esa cualidad al conjunto. Siempre se reconoce que unos libros son más útiles o falibles que
otros y viceversa. La colección se acepta o se rechaza como unidad. Los evangélicos la rechazamos
y es necesario saber por qué.
A continuación desarrollaremos cinco razones por las cuales no aceptamos como canónicos esos
libros.

No son inspirados

Cuando uno lee los 39 libros canónicos del Antiguo Testamento de inmediato resaltan frases que
se usan con mucha frecuencia, tales como: “Así dice Jehová”, “Habló Jehová a…”, “Vino a mí
palabra de Jehová” y “Jehová el Señor ha dicho así”. Estas y otras expresan la convicción del autor
humano de que su mensaje no es de él, sino que lo recibió directamente de Dios. Lo que el autor
dijo o escribió no se originó en su mente, sino que fue una comunicación divina.

El hecho irrebatible es que esas frases se hallan por lo menos 3,800 veces. Estas declaraciones
forman una de las bases que apoyan la doctrina de la inspiración del Antiguo Testamento. Solo los
libros inspirados son canónicos. Por eso los primeros padres de la iglesia al hacer la evaluación de
un libro siempre buscaban tales enunciados. Si no se encontraban se dudaba de la inspiración y,
por ende, de su canonicidad.

¿Qué de los libros apócrifos? ¿Se encuentra en ellos esta evidencia divina? Contestamos estas
preguntas con una negativa absoluta. Uno busca en vano encontrar semejantes declaraciones en
ellos. Ninguno de sus autores asevera que escribe bajo inspiración divina. Esta evidencia interna
brilla por su ausencia.

Por otro lado, encontramos por lo menos dos porciones en que los libros indican que son producto
del genio humano. En el Epílogo al libro de 2 Macabeos el autor se expresa como sigue: “Yo
también terminaré aquí mismo mi relato. Si ha quedado bello y logrado en su composición, eso es
lo que yo pretendía; si imperfecto y mediocre, he hecho cuanto me era posible” (15:37b-38)1.

El libro de Eclesiástico fue compuesto en hebreo alrededor del año 180 a.C. Su autor fue “Jesús
hijo de Sirá” (51:30). Alrededor del año 130 a.C., su nieto tradujo el libro al griego. En su Prólogo
(7-14) afirma:

“Mi abuelo Jesús, después de haberse dado intensamente a la lectura de la Ley, los Profetas y
otros libros de los antepasados y haber adquirido un gran dominio de ellos, se propuso también él
escribir algo en lo tocante a la instrucción y sabiduría, con ánimo de que los amigos del saber lo
aceptaran y progresaran más todavía en la vida según la Ley”.

Jesús hijo de Sirá escribió su libro después del estudio intensivo de los libros canónicos y lo
compuso no siendo inspirado por Dios sino por su propia determinación. En Eclesiástico
encontramos la sabiduría de Jesús hijo de Sirá, la cual se basa en la Palabra inspirada de Dios.

Alguien ha escrito que “existe una falta de convicción de autoridad divina en los apócrifos. Cuando
uno pasa de los libros canónicos a los apócrifos, es como dar un paso de la luz del sol de la
inspiración divina a la luz artificial de la vela de la sabiduría humana que a veces es muy tenue”
(Geisler y Nix, A General Introduction to the Bible,Introducción General de la Biblia, p. 175).

Dios ha puesto su sello de autoridad sobre los libros que él ha inspirado tan patente como la
diferencia entre la luz solar y la de una vela. El libro que contiene esa confirmación es inspirado
por Dios y en consecuencia pertenece al canon. El que no, es producto de la creatividad humana.
Este es el caso con los libros apócrifos. Esta es la primera razón por la cual no los aceptamos.
No son proféticos

Hay una segunda razón, y es que no fueron escritos por profetas o portavoces de Dios. Para ser
canónico, un libro tenía que haber sido escrito por un profeta reconocido por el pueblo de Dios.
Todos los eruditos reconocen que los apócrifos fueron escritos después de la época de Esdras y
Malaquías, aproximadamente de 200 a.C. – 30 a.C. Así que todos ellos se compusieron en la época
en que no existían profetas. Josefo, erudito judío del primer siglo cristiano, enseñó (Contra Apión
I.8) que el período profético duró desde Moisés hasta Artajerjes (Rey persa 465-523 a.C.) En el
mismo contexto y refiriéndose específicamente a los apócrifos escribió:

Cierto es que nuestra historia ha sido escrita desde tiempos de Artajerjes, pero lo que se ha escrito
desde entonces no tiene igual autoridad que los primeros escritos antes mencionados [los 22
libros del canon hebreo]. Esto es así porque no ha habido una exacta continuidad de profetas
desde aquellos días… de ahí que, desde entonces, nadie se atreve a añadir nada ni a quitar nada…

Otro testimonio que respalda el hecho de que no hubo profetas después de Malaquías se
encuentra en el Talmud Babilónico. En su sección sobre el Sanedrín enseña que “después de los
profetas posteriores Hageo, Zacarías y Malaquías, el Espíritu Santo se apartó de Israel”, indicando
que el agente de inspiración dejó de ejercer su función.

Aun el mismo libro apócrifo de 1 Macabeos reconoce que en su época no existían profetas. En
3:48 encontramos al pueblo judío en una situación en que querían averiguar la voluntad divina. En
vez de buscar un profeta “desenrollaron el libro de la Ley para buscar en él lo que los gentiles
consultan a las imágenes de los ídolos”. En una nota explicativa, La Biblia de Jerusalén interpreta
correctamente: “como ya no hay profetas, se abre al azar el libro de la Ley para encontrar en él
una respuesta divina…”

El testimonio de 1 Macabeos 9:27 es aun más claro. “Tribulación tan grande no sufrió Israel desde
los tiempos en que dejaron de aparecer profetas”. Según Josefo y el Talmud, los profetas dejaron
de aparecer en la época de Artajerjes y Malaquías. Así que cuando los libros apócrifos se
escribieron, Dios no hablaba por profetas sino por la Escritura ya inspirada y aceptada. Los
apócrifos no fueron escritos por profetas, por ende, no son canónicos y no los aceptamos.

No son inerrantes

Una de las características de las Escrituras inspiradas es la inerrancia. Esto significa que están
exentas de todo error. Dios es el autor de ellas (2 Timoteo 3:16, 2 Pedro 1:21) y él no miente (Tito
1:2, Números 23:19). Por esto sabemos que en la Biblia encontramos solamente la verdad (Juan
17:17, Salmos 12:6). Todas las declaraciones de la Palabra de Dios son verdaderas y dignas de toda
nuestra confianza. La Biblia es completamente veraz.

No así los apócrifos. En ellos se descubren errores doctrinales, morales, históricos y geográficos. La
presencia de estas equivocaciones hace imposible que sean inspirados por Dios y si no son
inspirados por él no los podemos aceptar como canónicos.

He aquí, una breve tabulación de algunos de los errores más obvios.

Tobías 5:6 “Hay dos jornadas de camino entre Ecbátana y Ragués, pues Ragués está en la montaña
y Ecbátana en el llano.” La introducción general al libro explica: “En realidad Ecbátana se hallaba
mucho más alta que Ragués, (a 2,000 m. de altura) y los kilómetros que separaban a ambas
ciudades eran 300”. (Biblia de Jerusalén p.499)

6:5-9, 17 El ángel recomienda el uso de métodos paganos de adivinación.

12:9 Enseña salvación por obras, a través de las limosnas.

Judith 1:1, 7,

11, 2:1-4 Aseveran que Nabucodonosor era rey de Asiria

9:13, 10 Pide que Dios le asista en formular una buena mentira para engañar al enemigo.

Sabiduría 10:1-4 Asegura que el diluvio divino vino por culpa de Caín.

11:17 Enseña que la creación fue realizada por Dios usando la materia ya existente en vez de ser
formada de la nada.

Eclesiástico 12:6,

7 y 25:26 Prohíben la caridad a los malos.

Baruc 1:1 Asevera que el autor, secretario de Jeremías, escribió su libro desde Babilonia cuando en
realidad se encontraba en Egipto (Jeremías 43:1-7).

2 Macabeos

12:41-46 Aprueba las oraciones y sacrificios expiatorios por los muertos.

14:37-46 Alaba el suicidio.

15:12-16 Da su aprobación a la intercesión de los santos muertos a favor de los vivos.

Adiciones a

Daniel 3:38 Afirma que “ya no hay, en esta hora, príncipe y profeta ni caudillo”. En realidad, vivían
y ejercían su ministerio profético Daniel, Jeremías y Ezequiel.

La tercera razón es que no son inerrantes, más bien se distinguen por los errores y equivocaciones
que contienen.

No son creíbles

En los 39 libros aceptados por todos como canónicos se encuentran muchas narraciones históricas
y relatos biográficos. Todos ellos se caracterizan por su sobriedad y falta de elementos
espectaculares (excepto los milagros). Todos los relatos son creíbles. Sus eventos bien pudieron
haber sucedido. No hay nada fantástico o irreal acerca de ellos. Son obras no ficticias. Dios, al
relatarlos, no se vale de la ficción.

Cuando uno analiza la literatura apócrifa encuentra que hay varios libros obviamente ficticios. En
vez de ser relatos serios de eventos históricos narran sucesos increíbles que se acercan a la
fantasía. Nadie cree que lo relatado en realidad haya sucedido. Estos libros se clasifican bajo el
género literario de “ficción religiosa”. Cabe recalcar que este género no se usa en los 39 libros
canónicos. Los libros apócrifos Tobías, Judit, las Adiciones a Ester y las Adiciones a Daniel (El
cántico de los tres jóvenes, Susana y Bel y el Dragón) pueden clasificarse como novelas religiosas.

El Señor sí se vale de figuras literarias como la parábola y la alegoría, pero ellas se reconocen como
figuras basadas en la realidad. Dios no recurre a lo ficticio para revelar la verdad. Es el hombre
quien utiliza lo irreal para comunicar ideas. Los apócrifos, siendo de origen humano, usan este
género literario y por eso no los aprobamos.

No fueron aceptados por los judíos y los primeros cristianos

Se puede afirmar con toda seguridad que los 39 libros canónicos fueron unánimemente
recibidos. Como vimos en el texto principal de este libro, 5 de ellos fueron discutidos por el
Concilio de Jamnia para determinar si debían quedar dentro del canon o no. Todos salieron
aprobados. Judíos y cristianos, católicorromanos y protestantes, todos aceptan los 39 libros.

Cuando consideramos los deuterocanónicos encontramos que hasta el año 1546


fueronuniformemente rechazados por judíos y cristianos.

En Romanos 3:2 se halla una declaración muy importante para nuestro estudio. Hablando acerca
de los judíos, Pablo declara “que les ha sido confiada la Palabra de Dios (el Antiguo Testamento)”.
Todos los autores del Antiguo Testamento eran judíos y el canon fue establecido por ellos bajo el
liderazgo de Esdras. Todo judío sabía cuáles libros venían de Dios y cuales no.

Al fijarse el canon, ninguno de los libros apócrifos había sido escrito. En el año 90, fecha del
Concilio de Jamnia, todos circulaban. En ese concilio estos escritos fueron excluidos
definitivamente por los judíos. Los cristianos siguieron la pauta establecida ya que el Señor
encargó a su pueblo su palabra.

Además del Concilio de Jamnia podemos agregar el testimonio de dos judíos del primer siglo.
Filón, filósofo judío de Alejandría (20 a.C.-40 d.C.), citó textualmente el Antiguo Testamento con
mucha frecuencia pero jamás lo hizo con un libro apócrifo. Lo mismo se puede decir de Josefo (30-
100 d.C.) historiador judío. El, además excluyó explícitamente esos libros del canon cuando
escribió en Contra Apión I:8.

Nosotros no tenemos una multitud de libros contradictorios y discordes entre sí, sino solamente
22, los cuales contienen una relación de todos los tiempos pasados, y que con justicia creemos
divinos; de estos, cinco pertenecen a Moisés, y contienen sus leyendas y tradiciones del origen del
género humano hasta su muerte; los profetas que existieron después de Moisés escribieron lo que
se hizo después de sus tiempos, en trece libros, hasta el reinado de Artajerjes, rey de Persia; los
cuatro libros restantes contienen himnos a Dios y preceptos para la conducta.

Concluimos que los judíos del primer siglo cristiano rechazaban los libros Deuterocanónicos.

¿Qué de Cristo y los apóstoles? ¿Usaron algún libro apócrifo como base para dar alguna
enseñanza? Definitivamente no. Esto es muy significativo cuando tomamos en cuenta el hecho de
que el Antiguo Testamento que usaban y citaban era la versión griega de los Setenta. Esta es
precisamente la versión en que los libros apócrifos se encuentran. Recalcamos que no se
encuentran en ningún manuscrito hebreo.
En el Nuevo Testamento hay 280 citas directas del Antiguo. La gran mayoría de ellas fueron
tomadas de la versión de los Setenta en vez del texto hebreo. En ninguna ocasión los autores citan
un libro apócrifo. Jamás las usan como Escritura inspirada y autoritativa. Cierto es que hay
alusiones a esas obras; se usan en forma ilustrativa en la misma manera en que Pablo en tres
ocasiones citó autores paganos (Hechos 17:28, 1 Corintios 15:35; Tito 1:12). El hecho de que los
cite no significa que sus escritos sean canónicos. Archer tiene razón cuando escribe:

La mera cita no establece necesariamente la canonicidad, con todo, es inconcebible que los
autores del Nuevo Testamento hubieran considerado canónicos los catorce libros aceptados por la
Iglesia Católica Romana y no hayan citado, ni siquiera hecho referencia a ninguno de ellos. (Reseña
Crítica de una Introducción al Antiguo Testamento, p. 81).

En cuanto a su uso en los primeros siglos de la iglesia cristiana se puede decir que por un lado se
aceptaban y por otro se rechazaban. Algunos padres, como Ireneo, Tertuliano y Clemente de
Alejandría los utilizaron con frecuencia. Otros se opusieron vigorosamente a su uso (por ejemplo,
Orígenes, Cirilo de Jerusalén y Atanasio). El Concilio de Laodicea, 363 d.C. prohibió su lectura en las
iglesias. Los concilios de Hipona, 393 d.C., y Cartago, 397 d.C. (ambos concilios pequeños,
regionales y dominados por Agustín) fueron los primeros que aprobaron su uso.

La actitud de la iglesia primitiva se puede resumir en las posturas de Jerónimo y Agustín. Ambos
ejercieron sus ministerios a fines del cuarto siglo y principios del quinto. El primero era erudito
bíblico y el segundo perito teológico.

Agustín incluyó los apócrifos en su catálogo de libros canónicos y bajo su influencia, los concilios
de Hipona y Cartago lo hicieron. ¿Quiere decir esto que Agustín los aceptó todos en su canon
como igualmente inspirados y canónicos? De ninguna manera. En sus escritos hace una distinción
muy clara entre los protocanónicos y los deuterocanónicos. Refiriéndose a éstos dijo:

No se encuentran en el canon de los libros recibidos por el pueblo de Dios [los judíos], porque una
cosa es poder escribir como hombres con la diligencia de historiadores y muy otra cosa escribir
como profetas bajo inspiración divina; lo primero tiene que ver con el incremento de
conocimiento, lo último con la autoridad en la religión en la cual se mantiene el canon. (La Ciudad
de Dios, XVIII:36)

Limitó la palabra “canónico” en su sentido técnico, al canon hebreo de escritos inspirados y


rechazó los apócrifos en asuntos doctrinales. En una ocasión “cuando un antagonista apeló a un
pasaje de 2 Macabeos, para reforzar un argumento, Agustín le replicó que la causa que defendía
era sin duda débil si tenía que recurrir a un libro que no estaba en la misma categoría que los
libros recibidos y aceptados por los judíos” (Archer, p. 81).

Aunque no los consideraba inspirados por Dios, Agustín los aceptó como literatura devocional de
bastante valor. Podían usarse para la edificación personal y para la lectura pública en los cultos.

La postura de Agustín se puede resumir como sigue:

1. Los incluyó en su catálogo de libros canónicos.

2. Reconoció que no eran inspirados y por eso no eran canónicos en el sentido técnico.
3. No se debían usar para respaldar enseñanzas doctrinales.

4. Se podían usar para devocionales.

Jerónimo definitivamente los excluyó de su catálogo de libros canónicos. Para él, solamente el
canon hebreo tenía los libros inspirados divinamente. Como base para su traducción al latín del
Antiguo Testamento (La Vulgata) se valió del texto hebreo que no incluye los apócrifos. Después
de mucha discusión y bajo mucha presión accedió a traducir Tobías y Judit. Los demás libros
apócrifos fueron introducidos en la Vulgata Latina después de su muerte. En su prólogo a La
Vulgata hace muy claro que los libros de Sabiduría, Eclesiástico, Judit, Tobías, 1 y 2 Macabeos no
son libros canónicos por no encontrarse en el canon hebreo. Solo los libros aceptados por los
judíos fueron recibidos como canónicos en el sentido técnico.

Aunque los rechazó como canónicos no los desechó totalmente. Vio en ellos valor eclesiástico. Los
consideró “libros eclesiásticos” o sea, libros que la iglesia debía preservar, leer y usar pero no
como autoridad en asuntos doctrinales porque no son inspirados por Dios.

Agustín los incluyó en su catálogo y Jerónimo los excluyó del suyo pero en lo demás estos dos
padres están de acuerdo en que:

1. No se encontraban en el canon hebreo.

2. No eran inspirados y por ende, no eran canónicos en el sentido técnico.

3. No debían usarse para formular doctrina.

4. Sí tenían valor devocional y eclesiástico y por eso debían ser preservados y usados.

Los evangélicos de fines del siglo XX rechazamos la canonicidad de los libros apócrifos porque:

1. No son inspirados

2. No son proféticos

3. No son inerrantes

4. No son creíbles

5. No fueron aceptados por los judíos y primeros cristianos

Nos unimos en aprobar que:

“La evidencia histórica no es ambigua, concluimos de nuestra investigación histórica que los libros
apócrifos no merecen ser incluidos en las Escrituras si es que limitamos esa designación a los libros
que Jesús, los judíos y la iglesia primitiva usaron y aprobaron como Escritura” (Henry, La
Revelación y la Biblia, pp. 184-85).

En conclusión, el valor de los apócrifos estriba en que pueden usarse como documentos históricos
y literarios. Son indispensables en el estudio del judaísmo del período intertestamentario y del
trasfondo del Nuevo Testamento. En las palabras de José Grau:

…no estamos en contra de la publicación de la literatura apócrifa judía–como material útil para la
investigación histórica y literaria–siempre que se haga en volumen independiente. A lo que nos
oponemos, pues, no es a los apócrifos como tales, sino a su inclusión en un mismo volumen
juntamente con los libros inspirados”.

NOTAS

1. Todas las citas y referencias a los Libros Apócrifos están tomadas de la Biblia de
Jerusalén, Bruselas, Bélgica: Desclée de Brouwer, 1967.

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