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Transmitir el tesoro del Evangelio a los demás como encargo del Señor, requiere
prioritariamente la vivencia de la gracia de su intimidad, de ella brota la fortaleza para
tener el honor de seguir a Cristo hacia el Calvario, con hidalguía, con nobleza. De esta
manera, configurándose con Él podamos ser apóstoles de su doctrina. Es decir: Intimidad,
seguimiento, apostolado, son los tres pasos que se reclaman, no solo para la fundación de
un instituto, sino para la vivencia cotidiana y a posteridad; dejarse hacer por Dios, que
sea Él quien predique en nosotras, especialmente a los que más sufren no solo por la falta
de bienes materiales, sino por la falta de fe, esperanza y caridad, sea Él quien nos descubra
la Cruz como un tesoro, no como un peso, sino como el lugar donde nos encontramos con
Dios quien también sufrió, que comprende nuestra fragilidad y no nos abandona, no
estamos solos; por ello, la alegría como fruto de la confianza en Dios, de la certeza que
el espíritu de sencillez concede, porque ve a Dios en todo, vivir lo esencial ayuda a lograr
nuestra Misión.
Las Canonesas de la Cruz, somos en la Iglesia una Congregación de vida apostólica, los
principales destinatarios de nuestra predicación son los más pobres en espíritu, los que
más sufren, asumimos como especial campo de evangelización la Parroquia porque ahí
está el foco de la vida de la Iglesia. A través de los sacramentos la Gracia de Dios santifica
al alma y le concede la fortaleza para poder enfrentar y vencer las tentaciones, llegando
así a la santidad. Por ello la vida litúrgica es otra expresión de particular interés para la
Congregación, ser y hacer de la propia vida una alabanza agradable al Padre, ¿cómo?
Aprendiendo a amar y a aceptar el propio sufrimiento, la propia cruz y la ajena, pero con
esperanza, con optimismo y confianza de que toda cruz con Cristo comprende
humillación, desamparo, muerte, pero encierran amor triunfante, resurrección y gloria.