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DE LA INTUICIÓN
Nuestros estudiantes, sin importar el centro educativo en el que estudien deben ser
beneficiados de los avances pedagógicos, para ello el profesorado debe trabajar unido,
teniendo un objetivo en común: la mejor formación del estudiante.
Confesemos una decepción: La matemática es uno de los problemas con el que empieza
la niñez y la juventud que pasa por nuestras manos. Y esperamos al menos no haber
dejado sentimientos de odio hacia ella, ya que si le preguntas a los hombres de mi
generación, te responderán sin duda alguna que las matemáticas fueron para la mayoría
de ellos un conjunto de enunciados y razonamientos confusos que tuvieron que
memorizárselos por obligación al margen de todo interés y comprensión. Por tanto la
convicción que adquirieron fue la de su incapacidad para las matemáticas. ”No sirvo” es
la impresión que dejaban en la generación de nuevo siglo; pues bien eso es falso, no
existe nadie en el mundo que pueda declararse negado para las matemáticas. Existen sí
diferencias en el ritmo de aprendizaje; mas no una incapacidad plena. El error y horror
está tan solo en la consecuencia de un pésimo sistema educativo: error de programación,
inadaptación del método e ineficacia del modo.
Inoperante el modo por descuidar la falta de atracción natural del niño hacia el objeto de
estudio con el único recurso de estímulos oscilantes entre la ñoñería y la crueldad:
espejuelo de premios, amenaza de castigos.
Si quisiéramos sintetizar en términos esquemáticos las cuestiones que determinan el
proceso de aprendizaje del niño, podríamos centrarlos alrededor de estos tres
interrogantes:
Las necesidades sociales de cada momento histórico nos marcarán lo que el niño debe
aprender. La evolución psicológica de su inteligencia nos dirá lo que el niño puede
aprender. Pero tan importante como todo ello es que el niño quiera. Solo así el
aprendizaje será auténtico, por ser natural y no forzado. Hay que atraer su afecto al
objeto del conocimiento.
Pero esto no basta, es preciso que el niño, además, quiera. Nos encontramos pues, ante
un problema de mejora de modos.
Este es nuestro principal problema, problema para cuya solución se necesita la ayuda de
todos porque es necesario un amplísimo repertorio de recursos. Les puedo asegurar que
la solución no es una utopía ya que llevo mucho tiempo experimentando y viviendo
personalmente en la conducción heurística de la enseñanza matemática.
Diles, en cambio, que escriban un número cualquiera, de muchas cifras; que cambien el
orden de ellas y resten los dos números así formados; que tachen de la diferencia
obtenida una cifra, y adivinadles esta cifra tachada, conociendo la suma de las restantes,
y verás cómo el deseo de descubrir el truco mueve el interés de toda la clase y enciende
luz en las pupilas apagadas. El truco no tarda en ser descubierto, con general alegría;
pregúntales entonces si les basta con este descubrimiento, y te sorprenderá ver
espontánea en algún niño la curiosidad racional del ¿por qué? Un tímido "quisiera saber
por qué" hace prender inmediatamente la curiosidad en los demás, de tal modo que ya
nadie quiere marcharse hasta satisfacerla. Entonces los razonamientos que hagas para
satisfacer esta necesidad provocada a través de una adivinación estimulante,
razonamientos que son los del criterio de divisibilidad por 9, serán acogidos con la
auténtica atención que el propio interés despierta, y que antes faltaba en absoluto.
Ahora, no hay nada, por excelente que sea, que no tenga ninguna contrapartida de
reparos. Tan es así que quiero hacer yo mismo un análisis de las objeciones más
frecuentes que se me han formulado.