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Son dos las obras donde la abadesa de Bingen trata acerca del
Anticristo, a saber: en Scivias (“Conoce los caminos”), y en El Libro de
las Obras Divinas (en la primera de ellas que se dedica más
específicamente al tema). La obra compuesta entre los años 1141 y
1151, está dividida en tres partes cuyos temas son la Creación, la
Redención y la Santificación (la obra de cada una de las personas de la
Santísima Trinidad), e incluye en total veintiséis visiones, cuya
descripción y glosa, en la que se alternan como sujeto del discurso la
propia abadesa y la Luz Viviente —Dios—, está acompañada por las
pinturas que no son meramente decorativas sino que corresponden e
ilustran el contenido de las visiones.
“Pero, desde donde se hallaba esa cabeza hasta sus rodillas era la
imagen blanca y roja, como magullada por mucha golpiza; y desde las
rodillas hasta dos franjas blancas horizontales que tenía
inmediatamente por encima de sus talones estaba llena de sangre”.
Con una muy perversa manipulación del ser humano y del desorden de
sus apetencias —secuela del pecado original—, el Anticristo propone a
quienes lo escuchan una forma de vida que se ubica en las antípodas de
la doctrina de Cristo y de su Iglesia: ahora será posible servir a Dios y a
Mamón (el dinero, Mt 6, 24), transitar por el camino ancho desechando
el estrecho (Mt 7, 13-14), vivir la condescendencia de un engañoso amor
que abandona al hombre a sí mismo y a ¿sus propias fuerzas?, en lugar
del amor exigente que lo urge a realizarse como lo que verdaderamente
es. En el libro de Las Obras Divinas 3, 5, 30 aparece muy clara la
seductora argumentación del Hijo de la Perdición sobre el tema.