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Nacimiento de la Modernidad
Nuestro siglo no tendrá que hacer trampas para llevarse, dentro del palmarés de
la historia, el gran premio del horror. Sería inútil buscar: ninguna época ha visto
perpetrar tantos crímenes a escala planetaria. Crímenes en masa, organizados
racionalmente y a sangre fría.
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sobre el fundamento de las ciencias, así como en la constitución de disciplinas centradas
en el “análisis de la representación”.
Las matemáticas son las primeras en ser alcanzadas por ese proceso de
refundición que se inicia en los años 1880, cuando Dedekind y Cantor, entre otros,
constatan que sus conceptos de base carecen de rigor (los de la aritmética en particular)
emprendiendo una aguda reflexión sobre su propio lenguaje; reflexión vinculada a un
desarrollo sin precedentes de la Lógica.
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¿Qué entendía Kant por “criticismo”? Una teoría relativa al fundamento y a los
límites de nuestra “facultad de conocimiento” que se apoya, en su base, en una
descripción y una clasificación (discutibles) de los juicios.
Todas las proposiciones de la física, en cambio, así como las de las ciencias de
la naturaleza en general, constituyen juicios sintéticos “a posteriori”. En calidad de
tales, resultan indefinidamente revisables.
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encuentro de un concepto con una intuición: “Los pensamientos sin contenido serían
vacíos; las intenciones sin concepto, ciegas”.
Estas dos tesis son complementarias. La primera nos salva del dogmatismo, en
el cual no podría sino caer una razón librada a sí misma (Leibniz). La segunda, del
escepticismo, en el cual nos precipitaría un empirismo generalizado (Hume). Así,
habiendo puesto el conocimiento al abrigo de los dos peligros que lo acechaban, Kant
puede considerarse satisfecho. Ha conseguido arrancar la filosofía del “campo de
batalla” donde la retenían las metafísicas antagonistas, para hacerla ingresar en la vía
segura de la ciencia. En lo sucesivo, la misión del filósofo ya no consistirá en construir
teorías especulativas, tan estériles como arbitrarias, sino en acompañar el trabajo de la
ciencia ocupándose de clarificar sus conceptos. Dicho de otro modo, en verificar que
ese trabajo se inscriba adecuadamente en el marco propuesto por la “Crítica”.
Hoy en día sabemos que estas dos últimas creencias son en parte ilusorias. Pero
ningún filósofo lo afirmará claramente antes de que Wittgenstein y Heidegger lo hagan
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en la década de 1920. Pues el movimiento antikantiano que eclosiona a partir de 1880
está dirigido menos contra estas grandes ideas que contra la manera en que Kant las
aplicó. Dicho de otro modo, contra el papel que su teoría confiere a la intuición.
Entre 1880 y 1914 los dos críticos más importantes son Frege y Husserl. El
primero rechaza globalmente la intuición, mientras que el segundo la conserva dándole
un sentido y un papel diferentes.
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o empirista. Estos lógicos, después de la Primera Guerra Mundial, constituyen la
Escuela de Varsovia, cuyas investigaciones alimentaron las de Carnap, Popper y Quine.
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LA VÍA SEGURA DE LA CIENCIA
1. Progreso de la Lógica
La segunda parte de la obra, que intenta deducir por el mismo proceso las
reglas de la inducción (es decir las leyes fundamentales del cálculo de probabilidades)
se atasca en formidables problemas. Al permanecer prisionero de la idea de que basta
con observar el fundamento del pensamiento para conocer sus leyes “naturales”, Boole
no consigue separar el cálculo lógico de la introspección psicológica.
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en desembarazarnos de falsos problemas engendrados por una metafísica demasiado
lejana del sentido común.
Gran lector de Kant pero crítico del kantismo (al que reprocha, como Bolzano,
haber otorgado un papel demasiado importante a la intuición), Pierce inscribe sus
investigaciones lógicas sobre la base del álgebra booleana. Se esfuerza en perfeccionar
la notación simplificándola; y, por otra parte, introduciendo los cuantificadores:
cuantificador universal (“todos los…”) y existencial (“algunos…”). Pero más que por
las técnica del cálculo, Pierce se interesa por la Filosofía de la Lógica; en particular por
la descripción de los principales tipos de signos (que clasifica en tres familias: símbolos,
índices e iconos) y que hace de él el creador de una disciplina nueva, la “Semiótica” o
“Ciencia de los Signos” (y uno de los antecesores de la Lingüística moderna).
A pesar de reconocer los méritos del álgebra booleana, Frege debe, pues,
empezar sustituyéndola por una verdadera “lingua characterística”. Los principios de
esta nueva “lengua formalizada del pensamiento” son expuestos en su obra “Escritura
de los conceptos” o “Ideografía”.
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El simbolismo propuesto en esta obra permite, efectivamente, a Frege empezar
a traducir de nuevo la aritmética con la ayuda de un número limitado de términos
lógicos. Pero la tarea se revela ardua. Así que Frege, tras la publicación de una primera
versión aún tributaria de la lengua alemana usual (“Fundamentos de la aritmética”)
experimenta la necesidad de modificarla generalizando el empleo de su Ideografía y
corrigiendo sus imperfecciones. Efectuada a lo largo de 20 años de ímproba labor, esta
modificación conduce a una nueva obra: “Las leyes fundamentales de la aritmética”. A
pesar de que su trabajo resulta en parte contradictorio, en su haber se contabilizarán,
sobre todo, ciertos progresos de orden lógico, lingüístico o matemático.
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a compartir con Frege el otro aspecto de la tesis logicista (es decir, la creencia platónica
y cantoriana en la existencia de un mundo inteligible, poblado de entidades lógico-
matemáticas). ¿Gozan los números de una realidad autónoma? ¿Preexisten desde
siempre al conocimiento que podamos adquirir de ellos? Defendida todavía por Russell
ésa doctrina resistirá mal, a partir de 1920, las críticas que le dirigirán Hilbert y
Brouwer.
Hasta estas críticas, la aritmética “logicizada” por Frege puede parecer que
constituye, en una escala más amplia, el ejemplo de un sistema simbólico en donde la
aplicación mecánica de reglas precisas permite encadenar una con otra las etapas
sucesivas de un razonamiento deductivo hasta su conclusión. Por otra parte, como la
significación de los conceptos puede ser fijada desde el principio de manera
convencional, se está tentado de creer que se dispone finalmente de un método general,
de un “cálculo raticionator” para resolver no importa qué problema. En suma, que lo
verdadero coincide adecuada y totalmente con lo demostrable.
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2. De la Lógica a la Fenomenología
Husserl manifiesta desde muy joven un parecido interés por las matemáticas y
por la Filosofía. Es en Viena, en compañía de Kasimir Twardowski, siguiendo los
cursos de Brentano, cuando orienta su actividad hacia la Filosofía, rehusando, como
Brentano, separar ésta de la ciencia. Comienza a trabajar en el problema del fundamento
de las matemáticas y edita, en 1891, un libro que se presenta como el primer volumen
de una “Filosofía de la Aritmética”.
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Husserl afirma en esas lecciones que, para fundar la filosofía sobre suelo firme, hay que
empezar por poner en duda toda otra fuente de conocimiento. La única realidad cuya
existencia se impone de manera absoluta resulta ser, entonces, la de nuestros
pensamientos (o, dicho de otro modo, los “fenómenos”) que aparecen en nuestra mente
siempre que, claro está, esta última sea definida no como un “yo” empírico, sino como
conciencia “pura” dotada de la capacidad de “ver” las esencias en ellas mismas,
independientemente de toda referencia a un mundo “puesto entre paréntesis”. Dentro de
este texto difícil es donde se produce, como señala más tarde Heidegger, el paso de la
“neutralidad” metafísica de las “investigaciones lógicas” a una nueva filosofía del
sujeto. Dicho de otro modo, a un nuevo idealismo trascendental.
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la escolástica medieval para hacer de ella un concepto central de la psicología
moderna: toda consciencia, en efecto, es consciencia de alguna cosa. Sin embargo, se
da la discrepancia de que la Psicología, tanto para Brentano como para Kant,
continúa siendo una ciencia natural, mientras que Husserl, por su parte, sitúa la
intencionalidad en una región “trascendental” (“independiente de” y “anterior a”
toda descripción psicológica) donde se introduce el concepto de “noema”, mediador
indispensable entre el actor mental (noesis) y su objeto real.
3) En un tercer y último momento, finalmente, la conciencia redescubre ella misma,
más allá de las idealidades culturalmente producidas por el trabajo del pensamiento
científico (o conceptos), el mundo realmente experimentado o “vivido”,
necesariamente inter-subjetivo, que es uno con el “suelo” originario en el que los
idealistas se enraízan. Incluso las idealidades matemáticas proceden de él, puesto que
han sido intuiciones antes de ser conceptos.
¿Se trata por tanto, como Husserl ha afirmado muchas veces, de un proyecto
absolutamente original, cuya realización vendría a poner término definitivamente a las
andanzas históricas de la filosofía occidental? Nada es menos seguro. En efecto, visto
en perspectiva, difícilmente se puede negar que la empresa fenomenológica se situaba,
pese a su singularidad, como descendiente directa del kantismo y, más aún, del
cartesianismo. ¿No ha sido Descartes el primero en situar el fundamento de toda ciencia
en la experiencia de la conciencia como pensamiento puro (res cogitans)? ¿Y qué ha
hecho Kant, sino inscribir en las estructuras del sujeto trascendental las condiciones de
posibilidad de todo conocimiento, es decir, las formas de la sensibilidad y las categorías
del entendimiento?
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más “científica” que ellas mismas, cumpliendo así, a su manera, el programa director
del idealismo europeo.
Proclama que desde su primer momento la filosofía ha afirmado ser una ciencia
rigurosa y que no renunciará jamás a ese ideal, sean cuales sean los obstáculos que se
opongan a su realización. Estos obstáculos son, por una parte, los progresos más
recientes del saber, que parecen debidos más bien a los de la experimentación que a las
argucias de los filósofos. Y, por otra parte, la importancia dada desde Hegel a la noción
de Historia ha conducido a relativizar el valor del conocimiento; a no ver en él más que
un producto, entre otros, de la evolución. Primado de las ciencias de la naturaleza o
“naturalismo” por una parte; supremacía de la historia o “historicismo” por la otra.
Tales son, en 1911, las dos formas dominantes de un mismo “positivismo”, que tiene
por principal defecto vaciar de contenido la idea de verdad. Y, por lo mismo, de
escamotear todo papel propio a la filosofía.
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y solamente con él, la filosofía se convertirá en “ciencia rigurosa”. No una entre otras,
sino la primera y la más rigurosa de todas puesto que será la “teoría científica de la
razón” misma.
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3. De la Lógica a la Política
Los tres primeros libros que Russell publica revelan, de manera significativa, la
diversidad de sus centros de interés, que se explica, no obstante, por la constancia de un
pequeño número de preocupaciones fundamentales, en primera línea de las cuales
figuran la Verdad y la Justicia.
Russell hace suyo este método. Pero lo va a aplicar a un dominio diferente del
ético: el de la investigación sobre el fundamento de las matemáticas. Decide poner en
tela de juicio la doctrina de la “Estética Trascendental”. Así, bajo la influencia conjunta
de Moore y de Peano (a quien conoció en París en junio de 1900 en un congreso
internacional de filosofía), Russell pone en marcha su gran proyecto: fundar las
matemáticas sobre la base puramente lógica, la única capaz de garantizar su objetividad.
Proyecto cuya forma definitiva será desarrollada en los “Principia Mathemática”.
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Los “Principios de la Matemática” piden prestado a Moore tanto un método (la
atención a las estructuras de la lengua) como una filosofía (pluralismo y realismo de los
conceptos). Russell separa netamente la “proposición”, entidad lógica autónoma, de la
“frase” que la expresa mediante palabras. Afirma que siempre y cuando se evite mezclar
estos dos niveles, el análisis lingüístico de una frase puede servir de hilo conductor al
análisis lógico de la proposición correspondiente.
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Desgraciadamente, el “descubrimiento” de los fundamentos de las matemáticas
no tarda en mostrarse peligroso. Los griegos ya se habían interrogado sobre el crédito
que merecía la frase “todos los cretenses son mentirosos”, cuando es pronunciada por
un cretense (paradoja de Epiménides). Se ha visto que contradicciones del mismo
género habían sido señaladas, más cercanamente nosotros, por Cantor. Russell descubre
la existencia de esas dificultades leyendo en 1901 los trabajos de Kant. Es sólo cuando,
después de haber descubierto una nueva antinomia en el primer tomo de las “Leyes
Fundamentales de la Aritmética” de Frege, comprende la importancia de lo que estaba
en juego. Si se quiere salvar las matemáticas, es indispensable resolver esta “paradoja”.
No se trata tanto de un simple juego mental como del porvenir de la ciencia.
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noción compleja deberá ser redescrita (o reconstruida) a partir de nociones más simples,
ellas mismas consideradas aceptables.
Cinco años más tarde, y fruto de esa nueva filosofía, comienzan a aparecer los
“Principia Mathemática”. La obra debe tanto a Whitehead como a Russell. Representa
sobre todo la realización más completa del programa logicista. Su superioridad reside,
ante todo, en el hecho de que consiguen reconstruir las fórmulas de la aritmética al
lenguaje de la lógica a partir de los únicos medios que ésta les ofrece. Y no solamente la
aritmética y el análisis se ven finalmente reducidos en su totalidad a las leyes de la
lógica, sino que estas últimas son ellas mismas reconstruidas, a partir de un pequeño
número de nociones primitivas, con un rigor implacable.
Ese momento del pensamiento puro no carece sin embargo de fisuras. Para
asentar los fundamentos de la aritmética tuvieron que recurrir a algunos postulados
discutibles entre los cuales, al menos uno (el de la existencia de un conjunto infinito)
parece imposible de justificar desde un estricto punto de vista lógico. En segundo lugar,
la obra permanece incompleta puesto que deja la geometría aparte. Y en tercer lugar, a
la cuestión de saber si la elección de las nociones primitivas efectuada es la correcta, la
única respuesta posible es que ésta se justifica “a posteriori”, por el hecho de que
permite la reconstrucción de la aritmética y del análisis (son las consecuencias las que
garantizan la validez de las premisas y no a la inversa, como sería normal).
Más grave todavía. Russell, considera las leyes lógicas como principios
categóricos. Cree en su universalidad y en su verdad absoluta (la verdad consiste para él
en la conformidad de un enunciado con una realidad objetiva, en este caso de orden
inteligible); ahora bien, esta concepción platónica de la verdad no resistirá la rápida
evolución de las investigaciones lógico-matemáticas. En 1920, por ejemplo, el lógico
polaco Lucasiewitz elabora un cálculo “trivalente” donde, entre lo verdadero y lo falso,
se introduce un tercer valor de verdad, “ni verdadero, ni falso”. Tan coherente como la
lógica “bivalente”, el cálculo así construido prueba que el sacrosanto “principio del
tercio excluso” no es de ningún modo intangible. Investigaciones como ésta tienen un
punto en común: ponen en tela de juicio el buen fundamento de la empresa logicista.
Para comprender mejor esta evolución hay que saber que la guerra de 1914 ha
modificado radicalmente el curso de la vida de Russell. Más que la investigación pura,
para él lo esencial desde entonces es el combate a favor de la razón (o más
sencillamente del sentido común) en el espacio social. Un combate que si, se le cree, no
tiene nada que ver con la filosofía en sentido estricto, puesto que ésta se reduce a la
reflexión sobre las ciencias, sino que debe inscribirse en las formas de acción aptas para
influir en la opinión pública (tales como el periodismo, los ciclos de conferencias,
etcétera). Como si entre la teoría y la práctica no fuera posible, en el fondo, ninguna
articulación estrecha.
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atómica. Por otro lado, su condena radical de la intervención norteamericana en
Vietnam le conduce a acercarse, en los años 60, a Sartre y a diferentes movimientos de
extrema izquierda, a cuyo programa político está muy lejos de pertenecer. Pero Russell
no teme las contradicciones. Tales mudanzas reflejan tanto su propia evolución como
las necesidades circunstanciales de los diferentes combates que afronta. Su existencia
parece, en todo caso, justificar la tesis russelliana según la cual la lucha por el progreso
social, incapaz de conformarse a las exigencias de la lógica, revela un tipo de actividad
que no debería confundirse con la filosofía.
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4. La disidencia de Wittgenstein
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nada, que solamente se puede mostrar. Esta distinción entre “decir” y “mostrar”
constituye el núcleo central del “Tractatus”.
Otro punto importante: precisa además, que si una proposición “bien formada”
equivale a la descripción correcta de un estado de cosas, comprender el sentido de una
proposición tal no es nada más que “saber lo que es el caso si es verdadera”.
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es imposible. Lo mismo vale para la estética puesto que “ética y estética” son una y la
misma cosa, y ambas son “trascendentales” en la medida en que apuntan, a través del
bien y de lo bello, a “condiciones” del mundo situadas más allá de él.
La conclusión general del “Tractatus” es, pues, que la filosofía no tiene objeto
o método propio. Que “no es una doctrina, sino una actividad”. Que su única utilidad
podría ser la de “clarificar” nuestros pensamientos, la de ayudar a disipar, por análisis
de su “forma lógica”, las proposiciones metafísicas salidas de un uso aberrante de
lenguaje. Pero que por lo que respecta a todo lo demás, haría mejor en callarse.
A pesar de todo esto, no dice en ninguna parte que la metafísica, en tanto que
tal, carezca de interés. Afirma simplemente que no es posible como discurso. No niega
que tenga un sentido, sino que éste pueda ser elucidado “por el lenguaje”. El propósito
de Wittgenstein se limita a trazar las líneas de demarcación entre lo decible y lo
indecible, y a ponernos en guardia contra la tentación de perseguir un objetivo por
medios no aptos.
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“Tractatus” parecía condenar a la ética al silencio eterno, las conversaciones mantenidas
8 años más tarde atestiguan la intensificación de la preocupación moral en el filósofo.
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Su rechazo de la respuesta “formalista” es casi igual de categórico.
Desarrollada por Hilbert en los años 20, consiste en preservar la coherencia de las
matemáticas intentando establecer su carácter no contradictorio en el marco de una
teoría “metamatemática”, es decir de un “metalenguaje” que sea, él mismo, de
naturaleza matemática y no lógica. Para Wittgenstein, en la medida en que no hay un
“punto de vista exterior” sobre el discurso, no hay ningún “metalenguaje” posible:
jamás renunciará a esta tesis del “Tractatus”.
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nuestras prácticas lingüísticas concretas y, por tanto, para reforzar la eficacia terapéutica
que el “Tractatus” ya reivindicaba para la filosofía.
Pues todo es, finalmente, cuestión de reglas. Las que gobiernan el uso de una
palabra, o bien de una expresión, constituyen lo que Wittgenstein llama su
“Gramática”. Tanto si se trata de una palabra como de una lengua, la gramática no tiene
que ser “explicada”. Simplemente tiene que ser descrita, para ser comprendida por
quienes la utilizan.
La solicitud de una teoría “metalingüística” del lenguaje es, pues, una solicitud
vana. El único problema consiste en saber cómo debemos hablar, no en intentar adivinar
por qué hablamos así. Lógica y matemáticas, que no son sino formas particulares de
lenguaje, no dependen de un acceso diferente. Es inútil preguntarse sobre lo que
“quieren decir”. Importa únicamente saberse servir de ellas.
¿Se trata por tanto, al final de ese recorrido, de situar al filósofo en una
posición “neutralista”, prohibiéndole todo cuestionamiento reflexivo? La construcción
misma de esa larga obra sugiere que la realidad es más compleja. De hecho, dos
cuestiones reaparecen con insistencia a lo largo del texto, denotando la presencia en el
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pensamiento de Wittgenstein de inquietudes a las cuales la “gramática” (ella sola) está
muy lejos de poder responder.
Continúa por definir el alcance exacto de esa nueva práctica filosófica. “La
filosofía es una lucha contra el embrujo de nuestro entendimiento por medio de nuestro
lenguaje”. Toda la filosofía no es sino “un sueño de nuestro lenguaje”. En pocas
palabras, el papel del filósofo continúa siendo, como en el “Tractatus”, el de curar las
enfermedades que él mismo ha suscitado. El tratamiento preconizado por las
“Investigaciones” es de una radicalidad sin precedentes.
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LAS FILOSOFÍAS DEL FINAL
3. El final de la Metafísica
En Austria, a finales de los años 20, esa pregunta requiere una respuesta más
“positiva”. Para los sabios que reunieron sus afinidades en un “círculo” famoso, el
Círculo de Viena, es al conjunto de las ciencias existentes (matemáticas y
experimentales) al que corresponde tomar el relevo de la metafísica, y plantearse (en un
lenguaje que le sea propio) las cuestiones a las que la filosofía no podrá responder jamás
puesto que no puede convertirse en ciencia.
Dos características generales, comunes a todos los miembros del grupo, pueden
no obstante discernirse. La primera es su interés por la Lógica. La segunda su
empirismo radical.
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Partidario de un “sensacionalismo” radical, Mach es hostil a toda metafísica.
No ve, en los objetos de que hablan las ciencias, nada más que abstracciones
construidas por el investigador a partir de complejos de sensaciones. Abstracciones
peligrosas, además, puesto que la tarea del investigador consiste en describir el mundo,
no en pretender explicarlo. Para él la ciencia no es nada más que una “fenomenología”.
Instalado en Viena, Schlick formará, a partir de 1922, junto con Hans Hahn,
Friedrich Waismann, Kurt Godel, Philip Frank y Otto Neurath, el segundo Círculo de
Viena, que se reforzará en 1926 con la llegada de Rudolf Carnap.
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Carnap se da cuenta, junto con Hans Reichemback (a quien había conocido en
1923 y que acababa de publicar un trabajo de inspiración antikantiana “Teoría de la
Relatividad y conocimiento a priori”), de que ambos persiguen el mismo objetivo:
reemplazar la especulación filosófica por una forma científica de pensar fiel a las reglas
de la lógica y a las constricciones de la experiencia.
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“autopsicológicos” (que constituyen la subjetividad) y, en un segundo momento, los
objetos físicos, resultantes de la combinación lógica de los datos sensibles. En un tercer
momento, vienen los objetos “heteropsicológicos” (las otras personas, es decir, del
mundo intersubjetivo) y, en un cuarto momento, los objetos socioculturales (éticos,
estéticos, políticos, etcétera).
Ante aquél que afirme, por ejemplo, que “Dios existe”, el positivismo lógico
no respondería “lo que tú dices es falso”, sino “¿qué quieres decir con semejante
enunciado?”. Una demarcación muy nítida aparece, en efecto, entre dos tipos de frases:
las de la ciencia que, por el análisis, pueden ser reducidas a enunciados que conducen a
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un dato empírico, y los de la metafísica, la teología o la poesía que no descubriendo
ningún dato, no son “en cierto modo sino la expresión de un sentimiento de la vida”.
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constituye una declaración de guerra contra la metafísica, con la denuncia del empleo
(por los metafísicos) de palabras vacías de significación, incorrectas o engañosas.
Schlick juzga peligrosa esta deriva hacia lo que considera una forma de
“relativismo”. ¿Se debe aceptar no importa qué fábula, so pretexto de que su coherencia
interna no tiene fallo alguno?
En “La sintaxis lógica del lenguaje” Carnap intenta realizar la parte positiva
del programa esbozado en “La superación de la metafísica”. Después de haber
eliminado ésta, después de haberse desembarazado del término mismo de “Filosofía”,
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queda por construir la “lógica de la ciencia” destinada a reemplazarlo. Esa lógica no es
nada más que la sintaxis del lenguaje científico; se trata, por lo tanto, de elaborar esa
sintaxis permaneciendo en el interior del lenguaje de la ciencia. O de proceder de tal
manera que las proposiciones de la sintaxis sean, como las de la propia lógica,
rigurosamente analíticas. Al término de este recorrido Carnap se ve finalmente obligado
a reconocer que el ideal de analiticidad de la sintaxis debe sufrir ciertas limitaciones.
Para todo lenguaje S, de hecho, la sintaxis de S no puede ser formulada en S si el
vocabulario de S no es lo suficientemente rico para permitirlo. La formalización
requiere una serie infinita de lenguajes siempre más ricos.
Sin ser catastrófico para la propia lógica, este último resultado contribuye a
mostrar que las ambiciones iniciales del programa logicista son irrealizables en parte.
Popper condena por utópicas tanto la ambición de “La sintaxis lógica del
lenguaje” (es decir, la inclusión en la ciencia de la sintaxis de esta última) y, de una
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manera general, toda tentativa tendente a reconstruir en un lenguaje artificial el conjunto
de la ciencia unificada.
A partir de los años 30 el neopositivismo entra en una fase difícil. Pero si bien
a partir de ese año el Círculo, como tal, ha muerto, el espíritu del positivismo lógico
permanece vivo. Va a desplazarse, como consecuencia de la guerra, hacia los países de
lengua inglesa y a ejercer, hasta nuestros días, una influencia duradera.
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