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Significante, significado, referente

Si la semántica es la ciencia de los significados lingüísticos, suponiendo que estemos


seguros de entendernos con respecto al concepto de ciencia, queda por definir qué es un
significado en lingüística. Basta con cotejar en los diccionarios las definiciones de las
palabras significado, significar, sentido, para darse cuenta de que durante mucho tiempo la
-cosa no ha estado clara; y el estudio de las obras de semántica actuales prueba que sigue
sin estarlo totalmente. La semántica, a diferencia de la fonología y de la sintaxis, todavía
no ha alcanzado su mayoría de edad científica. Muchos lingüistas piensan que es la parte de
la lingüística en la que la aplicación de los principios estructuralistas encuentra mayores
dificultades, cuya naturaleza -propia, como se verá , no se ha aclarado completamente.
Sí Bloomfield, en El lenguaje, es uno de los pocos grandes lingüistas del siglo XX
que ha dedicado un capítulo de su obra al significado, ha sido esencialmente para mostrar
que el análisis de éste escapa a los métodos científicos propiamente lingüísticos. Obsérvese
que el mejor manual actual en Francia, los Elementos de lingüística general de Martinet, no
dedica un capítulo a la semántica. No obstante, el autor se niega a prescindir del sentido en
el análisis lingüístico. Recurre a él para describir los fonemas y los monemas en virtud del
axioma estructuralista de Bloomfield, de Hjelmslev, de Harris, según el cual «una distinción
es pertinente en un plano si basta para establecer una distinción en otro plano» : [ã] y [õ]
son dos fonemas en francés, porque blanc [blã] y blond [blõ] tienen dos significados
diferentes, que se distinguen únicamente por la oposición /ã/ ~ / õ /. A una distinción en el
plano de los significantes corresponde otra distinción en el de los significados.
Esto equivale a admitir, siguiendo a Saussure, que un signo lingüístico es una
entidad con dos caras. Por una parte, su cara significante, el significante del signo, es una
forma fónica constituida ella misma por unidades fónicas sucesivas (los fonemas), o no
sucesivas (el acento, la entonación), que generalmente se anotan entre corchetes para la
trascripción fonética de lo que realiza un hablante particular (así barbue [«barbuda»]
[bЯ∞bü:]), y después entre barras oblícuas para la transcripción fonolúgica (así /barbü/).
Por otra, parte, la cara significada, el significado del signo, que generalmente se anota
entre comillas («persona cuya barbilla a incluso la mayor parte de la cara está cubierta, o
incluso invadida, por una producción pilosa abundante»). La fonología, la morfología, la
sintaxis, han permitido hasta ahora una descripción científica cada vez más fina de las
propiedades formales de los significantes de los signos lingüísticos.
Para completar esta presentación sumaria del concepto saussureano de signo, añadamos que
el signo envía a algo diferente de él en la realidad no lingüística : a ese tercer término de
una relación triangular Saussure lo llama unas veces la cosa, otras veces el concepto. Los
lógicos y los lingüistas anglosajones, después de haberlo denominado la thing-meant, hoy
prefieren llamarlo el referente del signo y esta palabra ha pasado tal cual al español.
Saussure tuvo la idea de transcribir el referente con letras mayúsculas, lo que permite
distinguir siempre bien el plano en el que nos colocamos en el análisis del signo : el
referente francés MAISON tiene por significantes, transcritos fonéticamente [mεzõ] o
[mezõ] o bien [mε :zõ] o incluso [m zõ], y fonológicamente /mEzõ/, donde /E/ representa el
archifonema que abarca todas las pronunciaciones posibles del fonema que ocupa ese lugar
en la palabra, cuyo significado, más difícil de definir de to que se cree, sería «casa».
Todos los lingüistas actuales coinciden en admitir la regla que acabarmos de citar, que
Martinet formula de forma diferente cuando dice «que a cada diferencia de sentido
corresponde necesariamente una diferencia de formas», salvo el caso de los homónimos en
materia de léxico, y el de las estructuras ambiguas en materia de sintaxis, casos sobre los
cuales no se puede basar la propia teoría lingüística; o cuando dice : «Para que el significado
de un monema se manifieste, conviene que el enunciado sea fonológicamente diferente de lo
que sería sin él». Lo que servirá para alertar a cualquier hablante sobre el hecho de que las
palabras francesas bêche y cruche, o incluso bêche y bâche, deban tener significados
diferentes, es el hecho de que sus significantes, por semejantes que puedan parecer,
difieren en uno o dos puntos : /b/ - /kr/ o bien ε... «. Toda la fonología consiste
precisamente en analizar y describir esas diferencias de significantes que en francés son
pertinentes porque señalan -esa es su función distintiva- diferencias de significados.
Hjelmslev, quien, antes de Harris, intentó construir una axiomática lingüística que no
recurriese para nada, durante el mayor tiempo posible, al sentido (al que llamaba
«substancia del contenido»), describe, a pesar de todo, la operación antes citada de la
misma forma que Trubetzkoy o Martinet
«La conmutación, observa, solamente es posible si podemos poner en correlación una
diferencia de expresión [es decir, de unidades significantes] con una diferencia de
contenido». Y Harris, que ha llevado más lejos que nadie el intento de describir una lengua
sin recurrir al análisis de los sentidos de las unidades, debe hacer, a pesar de todo, la
enorme concesión siguiente : «Nótese», escribe, «que incluso cuando se toma en
consideración el significado de las dos formas lingüísticas para determinar la existencia de
fonemas, no es necesario en absoluto hacer una formulación detallada del significado de un
elemento y todavía menos de lo que el hablante quería significar cuando lo ha anunciado. Lo
único necesario es que encontremos una diferencia regular entre dos conjuntos de
situaciones» : /i/ y /ü/ son fonemas franceses, porque si digo : «Donne-moi la biche»,
(«dame la cierva»), no me traerán lo mismo que si digo : «Donne moi la bûche» («dame el
leño»); mientras que si los millares de hablantes franceses, con voces muy diferentes, dicen
: « Donne moi la bûche », siempre obtendrán la misma respuesta de comportamiento de
oyentes que posean el código de la lengua francesa. Este postulado fundamental, que
permite a - la vez la comunicación lingüística y el análisis científico de dicha comunicación,
Bloomfield lo formuló así : «En comunidades [lingüísticas] determinadas, hay enunciados
lingüísticos que son los mismos en cuanto a la forma y en cuanto al sentido».
Puede ser que el lector profano se extrañe de que los lingüistas necesiten tantos esfuerzos
para definir lo que a él le parece una evidencia : ningún lingüista, observa Martinet, ha
podido nunca describir, y ni siquiera lo ha intentado, una lengua «haciendo total abstracción
del sentido de las unidades significativas». Pero el mismo profano no se extrañará menos de
que en los tratados de dichos lingüistas no haya un capítulo titulado Semántica.
Hasta 1960 aproximadamente, esa ausencia era señal de prudencia. Desde 1933 Bloomfield
había demostrado sólidamente que «el significado de una forma lingüística [es] la situación
en que el hablante la enuncia, y la respuesta [lingüística y/o de comportamiento] que
obtiene del oyente». Si admitimos esta fórmula (y hay de admitirla : así es como el niño que
está aprendiendo a comunicar adquiere los significados de las unidades que oye utilizar a su
alrededor), acabamos reconociendo, con Bloomfield también, que «para dar una definición
científica del significado de cada forma de una lengua, necesitaríamos poseer un saber
científicamente exacto de todo lo que forma el universo del hablante. La extensión del
saber humano es muy pequeña en comparación». Lo que nos oculta la verdad científica
absoluta de dicha aserción son los casos, numerosos verdaderamente en francés, como los
de bâche o biche y bûche o bêche y cruche, en los que la situación permite grosso modo
delimitar el significado de un objeto por lo que los lógicos llaman una definición deíctica u
ostensiva : mostrándolo. Pero basta con pensar en los casos, no menos numerosos, en que los
caracteres que definen a un objeto -aun siendo muy concreto- no hacen referencia
solamente a sus rasgos formales (forma, dimensión, peso, color, estructura), sino a su
utilización o funcionamiento, para advertir que la definición ostensiva no lo arregla todo. En
este sentido Edward Sapir utilizaba el excelente ejemplo de la palabra garrote : no basta
con ver un garrote para emplear correctamente el término, sin confundirlo con bastón,
porra a incluso estaca. Y, desde el momento en que -entramos en el reino de los lexemas
que no tienen referente concreto, como concepto, idea, o incluso epistemalogía, definir,
etc., tomamos conciencia del hecho de que la prudencia de los lingüistas en materia de
semántica, entre 1930 y 1960, no era pusilanimidad, ni dogmatismo debido a la estrechez.
de una teoría superada históricamente.
«El estudio del significado es la parte más difícil de la lingüística», escribía Buyssens en
1960. Es, esa actitud espiritual la que se expresa todavía a través de las múltipIes
advertencias de Martinet, referentes a la semántica, en los Elementos o en La Lingüística
sincrónica. El sentido, dice, es un «dominio en que la experiencia muestra que no es fácil
ordenar [nosotros añadiríamos incluso : ni captar, ni describir] los hechos»: Hay que
«precaverse contra los peligros a que nos exponemos, cuando abordamos sin precaución el
dominio semántico». Para el lingüista, dichos peligros son esencialmente los que resultan del
hecho de que una costumbre inveterada nos conduce siempre a intentar delimitar el sentido
recurriendo a la introspección : ese fue el peligro que encontró Saussure cuando intentaba
aclarar su concepto de significado por los de «concepto» o «de imagen mental». Pero los
que hablan hoy tanto de «huellas» que habría en nuestro cerebro o, de forma más culta, de
«engramas», no dicen más, lingüísticamente hablando, que Saussure. No es cuestión del
lingüista, dice Martinet, resolver los problemas de si hay o no tales engramas o de donde se
deben localizar; y probablemente ello apenas le ayudaría a resolver los suyos. Finalmente,
como Bloomfield, Hjelmslev o Harris, Martinet se atiene, en cuanto al sentido, al mínimo de
aserciones indispensables : «Lo único que sé del sentido de la palabra casa, dice, es que
determinado tipo de experiencia va asociado en mí al significante /kasa/ o a su sustituto
gráfico casa, y que esa misma asociación existe en las demás personas de la misma lengua.
La prueba me la proporciona su comportamiento, incluido su comportamiento lingüístico,
según el cual la palabra casa figura exactamente en los contextos en que yo mismo podría
colocarla». O bien : «Las palabras silla y lámpara son en español muy distintas : el
comportamiento de un oyente no será el mismo, si digo : traiga la silla o traiga la lámpara, lo
que confirma mi impresión de que silla y lámpara no corresponden a los mismos hechos de
experiencia». Desde el momento en que queremos avanzar más, tropezamos, dice Martinet,
«con la dificultad que experimentamos al manipular la realidad semántica [los significados,
o los elementos más pequeños que construyen un significado] sin recurrir a una realidad
concreta correspondiente, fónica o gráfica».
Esa posición metodológica, claramente definida como provisional en todos los
autores citados más arriba, podía seguramente bastar para abordar y resolver, al menos en
un primer momento, los problemas de la descripción fonológica, morfológica y sintáctica de
las lenguas. Pero los progresos hechos en esos mismos dominios deberían incitar a los
investigadores a no resignarse a la impotencia con respecto a la semántica; y, por lo menos,
a investigar por qué la semántica se resistía y sigue quizás resistiéndose a los métodos de
análisis estructural que tantos resultados triunfales daban en otras partes de la lingüística.
En las páginas que siguen vamos a esbozar la historia y el inventario analítico y, si llega el
caso crítico, de dichos intentos y de dichas investigaciones.
Los problemas teóricos de la traducción.* Este libro incluye un inventario de las
teorías semánticas de Saussure, Bloomfield, Harris y Hjelmslev, en el sentido de que
subrayan los obstáculos al estudio del significado en lingüística. A continuación examina las
teorías de Humboldt y Whorf, quienes piensan que la substancia del contenido de la
experiencia no lingüística se analiza de forma diferente según las lenguas. A continuación,
las teorías ilustradas por Nida, que muestran que el contenido de la experiencia que las
lenguas han de nombrar varía con las civilizaciones y no únicamente con las lenguas dentro
de una misma civilización.

Cuatro hipótesis
a) Existen estructuraciones semánticas formales, conjuntos de significados organizables
sobre la base de. sus marcas formales: son toda la morfología, y la sintemática, que
estructuran bien, aunque de forma parcial, los significados de una lengua.
b) Existen estructuraciones conceptuales -que no se pueden descubrir por medio de marcas
formales, pero no hay duda de que organizan conjuntos de significados. El problema
residiría en encontrar criterios objetivos (si no formales), ya sean lingüísticos o no
lingüísticos, para justificar dichas organizaciones.
c) La única posibilidad de estructurar conjuntos de significados, es decir, de demostrar que
existen objetivamente relaciones semánticas entre dos o varios significados, consistiría en
descomponer dichos significados en unidades constitutivas más pequeñas, cuyas diferentes
combinaciones construirían el contenido semántico de cada significado («verraco» _
«cerdo» -1- «macho»; «marrana» _ «cerdo» -!- «hembra», etc.).
Al parecer, se proponen tres teorías pares construir dicha estructura del significado de un
monema aislado:
Una teoría a la que provisionalmente – Georges Mounin ( 1972: 21) en Claves para la
semántica- llama «lógica»; es la que intenta descubrir unidades semánticas mínimas, los
rasgos semánticamente pertinentes mediante los cuales estarían construidos todos los
significados de los monemas (cj.: «auto» .- «vehículo» + «de cuatro ruedas» + «con motor»,
etc.). Analiza el empleo de dicha técnica en la obra de Lounsbury; experimentando este tipo
de análisis sobre los campos semánticos de los animales domésticos y de la vivienda.
Una teoría contextual del significado del monema, que afirma que una unidad léxica no tiene
sentido por sí mismo, sino solamente en un contexto (ej.: cousin = ¿«primo» o «mosquito»?).
La fórmula de esta teoría, la de los filólogos, la dieron Meillet: «El sentido de una palabra
solamente se deja definir mediante una media entre [sus] empleos lingüísticos» y
Wittgenstein: «Don't look for the meaning, but for the use». Analiza el empleo hecho por
Jean Dubois de dicha técnica experimentando esta teoría en «El concepto de sistema en la
obra de Antoine Meillet». (Ver más adelante).
Una teoría situacional del significado del monema aislado, debida a Bloomfield : el meaning
[significado] de una unidad es «la situación en la cual el hablante la enuncia y la respuesta
que provoca en el oyente». En Hattori Shirô (en For Roman .Jakobson, 1956) y sobre todo
en Prieto (Messages y signaux) * encontramos ilustraciones de esa consideración de los
rasgos pertinentes situacionales o «circunstancias» del enunciado, pertinentes para la
descodificación del significado.
d) E1 análisis del monema aislado («manzana», «papá», «bárbaro», etc.) no parece completo
hasta que no se haya fijado el estatuto, con relación a dicho significado, de las franjas
individuales variables que son las
connotaciones
Cuatro teorías no antagonistas
Georges Mounin en sus Claves para la semántica ( 1972: 23) opina “…que esas teorías
diferentes no se oponen, sino que son complementarias
a) No se puede construir científicamente un campo léxico o semántico, ya sea formal o
conceptual, si previamente no se ha operado un análisis de los significados de los monemas
en sus rasgos semánticamente pertinentes (sea cual sea el nombre con que se los designe,
constituyen la definición lexicográfica ideal de dichos monemas).
b) Para efectuar este último análisis, seguramente hay que utilizar sucesivamente las tres
teorías. Un significado como «coche» probablemente se puede definir primero mediante los
rasgos pertinentes «lógicos» (independientes de cualquier contexto o situación); después
mediante rasgos pertinentes contextuales, muchas veces indicados en los diccionarios, ya
sean dichos rasgos paradigmáticos («coche de mano», «coche de primera clase», « coche de
carreras», etc.) o sintagmático («he vendido mi coche viejo, mi auto»); después, en caso
necesario, mediante rasgos pertinentes situacionales («Su habitación está en el sexto piso»
no significa lo mismo dicho, en Nueva York y dicho en París); y después, también en caso
necesario, mediante rasgos connotativos : «Es un rojo», dicho por un americano
maccarthysta, y por un maoísta.”

Uno de los problemas de importancia lo constituyen el de los criterios objetivos


para obtener los rasgos pertinentes lógicos y los rasgos pertinentes situacionales del
significado (por definición los rasgos contextuales siempre tendrán una prueba formal: la
distribución en los textos). Todas las técnicas empleadas para obtener dichos rasgos (salvo
la derivación mediante prefijos y sufijos, y el análisis distribucional) dejan todavía margen
para decisiones subjetivas : criterios de incompatibilidad (¿en qué es diferente
«doméstico» de «domesticado»?); o de antinomia (¿«doméstico» es solamente contrario de
«salvaje»?); o de sinonimia (¿es «barco» diferente de «navío», y en qué?); o de hiponimia
(tulipán ~ flor), de hiperonimia (flor ~ tulipán), de antecedencia-consecuencia (aprender~
saber), de relación inversa (comprar vender)'

LOS ANALISIS SEMANTICOS


El análisis del contenido
Sobre el análisis del contenido la lingüística americana desechaba todo estudio científico
de la semántica y la lingüística europea se limitaba a estudios sobre la historia de los
cambios de sentido de las palabras. Frente a ello los sociólogos prepararon un instrumento
de trabajo llamado , análisis del contenido. Es la descripción científica (es decir, objetiva,
sistemática, y, en caso posible, cuantitativa) del contenido de un texto.
Sin embargo su sociólogos utilizaban también unidades lingüísticas como instrumentos de
medida bastante pobres : la palabra, ya i.~ fuese mediante las frecuencias comparadas
entre sí de todas las palabras de un texto, ya fuese sobre todo mediante las frecuencias
de las palabras-clave escogidas por el analista en función de su problema; o la frase, para
delimitar la extensión de un tema; o incluso el párrafo, que ya no es una unidad lingüística,
sino simplemente tipográfica.

A pesar de todo, ese instrumento rudimentario ha proporcionado resultados a veces


impresionantes, pero al precio de largos recuentos, pesados y costosos, con respecto al
rendimiento de - los cuales pocas veces existe seguridad. Así, mediante los llamados índices
cuantificados, se pueden revelar hechos poco aparentes en la superficie, como el cambio de
orientación de una revista científica, relacionado bien con la propia actualidad científica,
bien con la personalidad del director o del redactor jefe. Por ejemplo, se ha podido evaluar
literalmente el progreso de las investigaciones biológicas entre 1926 y 1950 mediante el
retroceso en los textos de la antigua palabra «protoplasma» y la progresión de la palabra
«enzima». O bien, mediante el simple análisis de las emisiones radiofónicas y la ausencia de
correlación entre sus temas, probar el débil grado de colaboración entre Alemania a Italia
entre 1939 y 1942. O también, que en Estados Unidos en 1940, había correlación entre la
propaganda nazi y la de las agrupaciones germanoamericanas, pero no con la de los
periódicos y radios en lengua alemana.
Resultados importantes, sorprendentes incluso, pero sin comparación con las necesidades
crecientes de los sociólogos y los psicosociólogos, en cuanto a la sutileza de los análisis
necesarios. Por ejemplo, mediante el recuento de un cuestionario referente a la actitud de
los obreros con relación a una campaña para el aumento de la productividad,¿cómo captar
las expresiones del tema de la fatiga, es decir, cómo constituir el campo semántico del
concepto de fatiga? El recuento muestra que se pasa de indicios fáciles de identificar como
fatiga, fatigado, fatigante, harto, harta, reventado, a toda una gama de expresiones como :
no puedo más, ya no tengo fuerzas para hacer nada, ya no siento gusto por nada, tengo mi
casa abandonada, etc., que nada permite prever ni delimitar a priori para constituir las
consignas de recuento. Hay que analizar todo el texto para estar seguro de poder concluir
la lista, y nada autoriza a decir que dicha lista, establecida sobre' un cuestionario' en Aix
en 1959, sería operatoria en Lille en 1971. Por eso los sociólogos, hacia 1960, se volvían
hacia la lingüística, esperando de ella instrumentos más objetivos, más precisos y más
rápidos. El texto que sigue intentaba entonces dar una respuesta a aquellas preguntas,
sobre la base del estado de las, investigaciones semánticas propiamente lingüísticas.

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