Sunteți pe pagina 1din 6

Aldo Ferrer : El Capitalismo Argentino, Bs.As., F.C.E.

, 1997

LA ECONOMÍA PRIMARIO-EXPORTADORA (1860-1930)

2º mitad S. XIX : * incorporación de Argentina al mercado mundial como exportador de


productos agropecuarios
* Crecimiento económico importante

Atracción para la potencia hegemónica de la época : Gran Bretaña

Las condiciones socio-políticas

1) Marco institucional y político : considerable estabilidad institucional y política


2) Las élites : tierra como principal recurso : mayor fuente de poder

Concentrada en latifundios (explotados por arrendatarios en gran parte)

Postura industrialista: derrotada. Acumulación de riqueza y poder asociada con el modelo


Agro - exportador y la relación con Gran Bretaña.

Inversión extranjera: 1/3 en ferrocarriles e infraestructura: 1/3 en industria (frigoríficos) y red


comercial y financiera; 1/3 eran títulos emitidos por el Estado
3) Las ideas económicas: librecambio como ideología oficial del sistema. Ni siquiera los
opositores a los conservadores (radicales y socialistas) propusieron un modelo económico
distinto, sino sólo demandas sobre la distribución del ingreso y la legislación social
4) El Estado: hacia el 80, la seguridad interior y la unidad territorial de la Nación estaban
consolidadas. Reglas de juego : política de educación pública ; frecuentes privilegios para el
capital extranjero ; tendencia de la élite al derroche ; vulnerabilidad de la economía nacional
5) Derecho de propiedad y costos de transacción: plena garantía a la propiedad y costos de
transacción muy bajos.
6) Integración social: casi toda la población se incorporó a la economía de mercado; no existía
desempleo estructural de largo alcance.

Las variables económicas

1) Ahorro e inversión: tasas de ahorro e inversión considerables que contribuyeron para una
tasa de crecimiento también importante, con la consiguiente expansión del empleo e
incorporación a la fuerza de trabajo de los contingentes inmigratorios.
2) Ventajas competitivas: expansión de la frontera productiva y penetración del cambio técnico
(mecanización, rotación de cultivos, uso de fertilizantes, etc.) También modernización en las
industrias transformadoras (frigoríficos) y los recursos humanos (educación y capacitación).
Pero no se transformó la estructura productiva del país porque los equipos eran importados, y
también las manufacturas. Por lo tanto, incapacidad de generar ventajas competitivas más
allá de la producción primaria.
3) Balance de pagos : excepto crisis o depresiones cíclicas, el balance se sostuvo de manera
positiva (se podían pagar los servicios de la deuda externa y las utilidades de inversiones
privadas directas)
4) Precios: prevaleció la estabilidad de precios y del tipo de cambio del peso.
PAZ Y ADMINISTRACIÓN

El acceso de Julio A. Roca a la presidencia en 1880 inauguró un período de gran estabilidad


institucional, que se prolongó hasta 1916. Un mismo grupo dirigente, la élite, conservó en forma
exclusiva el poder y logró consolidar un Estado nacional que afirmó su supremacía frente a los
gobiernos provinciales y limitó la influencia de la Iglesia. La paz y el orden contribuyeron para
que se produjera una gran expansión económica y profundas transformaciones sociales y
culturales.
Durante la primera presidencia de Roca (1880/1886) se sancionaron leyes que afirmaron la
autoridad nacional de manera definitiva. Roca supo captar el clima que invadía la vida política
de entonces; en particular, la idea de que el desorden político perturbaba el desarrollo material
del país. Para entonces, la expansión económica que experimentaba la Argentina hacía pensar a
muchos que el progreso podía ser indefinido y que sólo hacía falta que el Estado brindara las
condiciones legales e institucionales para que pudiera desplegarse. Por eso, el lema que adoptó
su gobierno: “Paz y Administración”.
La ciudad de Buenos Aires fue declarada capital de la República. Además, se unificó la
legislación monetaria y se privó a las provincias del derecho de emitir dinero, como lo habían
hecho hasta entonces; las milicias provinciales fueron suprimidas y el ejército obtuvo el
monopolio de la fuerza, convirtiéndose en sostén del gobierno nacional. Al mismo tiempo, en
1880, se formó el Partido Autonomista Nacional (PAN), que aglutinó a dirigentes políticos de
las provincias argentinas y tuvo un papel decisivo en las elecciones del período. Según el
historiador Ezequiel Gallo, la estabilidad institucional descansó en una notoria supremacía del
Poder Ejecutivo Nacional, y en una correlativa disminución del poder de los gobernadores. El
gobierno central mantuvo el control sobre las situaciones provinciales a través de un juego de
premios y castigos, que tenía como fin asegurar el apoyo de los gobernadores y evitar las
rebeldías. En ocasiones, la lealtad de los funcionarios provinciales era premiada con
nombramientos en la administración central, con lo cual pasaban a formar parte del elenco
político nacional. Sin embargo, la fidelidad del los estados provinciales al gobierno nacional
dependió, en repetidas ocasiones, de la intervención federal, un recurso previsto en la
Constitución, que autorizaba al gobierno nacional a desplazar a las autoridades provinciales e
instalar en su lugar a un interventor. En general, las intervenciones federales fueron
consideradas como el mecanismo institucional que permitía derrocar gobiernos adversos e
instalar administraciones locales fieles al gobierno nacional.
Por otra parte, la política seguida por Roca y sus sucesores tendió a limitar la esfera de acción
de la Iglesia en la vida social y política. Con la ley de Registro Civil, el Estado Nacional asumió
el control de las personas por medio del registro de los nacimientos, los matrimonios y las
defunciones. En 1884, se promulgó la Ley 1420, que garantizó la enseñanza primaria laica,
gratuita y obligatoria. La política educacional tuvo efectos notables en las décadas que
siguieron: mientras que en 1869 casi el 78% de las personas no sabía leer y escribir, en 1914 ese
índice se redujo al 35%.
El debate sobre estas leyes (legislación laica) mostró que un nuevo clima de ideas invadía la
Argentina. El hecho de que el Estado nacional pasara a tener un papel preponderante en los
actos de la vida de miles de argentinos y argentinas supuso la ampliación de la esfera del poder
del Estado en la vida social, en detrimento del control casi exclusivo que había tenido la Iglesia:
proceso de secularización.
Los liberales no pusieron en duda los preceptos constitucionales por los cuales el Estado
sostenía el culto católico y establecía como requisito que el presidente perteneciera a esta
religión. Muchos políticos liberales provenían de familias católicas y su acción anticlerical no
suponía de ningún modo eliminar las prácticas religiosas, sino que buscaban robustecer o crear
la identificación de los habitantes (nativos y extranjeros) con el Estado nacional.
La élite y los administradores del Estado

Desde 1880 hasta 1916, el país estuvo gobernado por un grupo de dirigentes políticos que
ocupaban lugares significativos en la vida social y económica. Sus adversarios los calificaron
negativamente llamándolos la oligarquía, porque ejercieron el gobierno de manera exclusiva y
evitaron que las riendas del poder se les fuera de las manos y pasara a la oposición. En general,
compartieron los preceptos liberales y no pusieron en duda que el orden político y el poder del
Estado eran requisitos ineludibles para el desarrollo de la Nación. Imbuidos de las corrientes
ideológicas en boga –como el positivismo y el evolucionismo social- tuvieron una poderosa
confianza en el progreso, que se afirmaba en el avance espectacular experimentado por la
economía argentina desde 1870, y permitía imaginar un futuro promisorio. Ese optimismo se
combinaba con algunos temores sobre los límites de la transformación: el amplio espacio
geográfico, el legado del pasado y la “raza” aparecían –a su juicio- como los principales
obstáculos para conseguirlo.
Sin embargo, la uniformidad social, económica y cultural de la que hablaban sus opositores no
era tan cierta. Algunos dirigentes provenían de las viejas familias patricias que habían
protagonizado episodios significativos del país. Otros, en muchas ocasiones, provenían de
nuevas familias enriquecidas a lo largo del siglo XIX. Algunos eran hijos de inmigrantes que
habían obtenido notoriedad social y en consecuencia fueron reconocidos por los grupos criollos
estableciéndose importantes lazos entre ellos. Una buena parte llegó a ocupar cargos
importantes después de haber cumplido con una carrera política que se iniciaba –en muchas
oportunidades- desde muy abajo. A partir de la segunda mitad del siglo XIX, la política
comenzó a ser una actividad más y ciertas profesiones liberales eran importantes para ocupar
cargos públicos en el Poder Ejecutivo, Legislativo o Judicial: abogado o médico, por ejemplo.
En estos años el Estado creció considerablemente como resultado de la gran expansión, por lo
que aumentó el plantel de empleados públicos. Algo similar ocurrió en algunas provincias, que
conocieron un crecimiento económico y poblacional importante: debieron sumar nuevos
funcionarios y empleados para cumplir con diferentes tareas.

Las reglas políticas del régimen conservador

En 1880, Julio A. Roca triunfó en las elecciones con el apoyo de la Liga de Gobernadores; esta
situación puso en evidencia una vez más que el acceso al poder dependía de una política de
alianzas entre las élites provinciales y el gobierno nacional. Además, ese año se creó el PAN, la
primera agrupación política de alcance nacional, que controló el gobierno hasta 1916. El partido
reunía las adhesiones de destacadas figuras políticas de las provincias y de dirigentes o líderes
de menor peso. Era una verdadera maquinaria que alcanzaba dinamismo en tiempo de
elecciones, cuando cada dirigente ponía disposición del candidato oficial sus propias bases
electorales en distritos rurales o barrios urbanos. Una serie de recursos, que incluían asados con
cuero, reuniones o bailes, servían para movilizar a los votantes los días previos a los comicios y
durante la jornada electoral.
Por entonces, para votar bastaba tener 17 o 18 años e inscribirse en los registros electorales. El
voto no era obligatorio ni secreto, por el contrario, era cantado y optativo. En general, los
comicios estaban plagados de vicios y de trampas, por lo que mucha gente no se presentaba a
votar. En algunas ocasiones se llegaba al uso de la violencia física; en otra, la compra de votos
era una práctica muy habitual. Por lo general, los que votaban estaban vinculados a algún
caudillo local, que a su vez estaba conectado con dirigentes provinciales y nacionales
destacados. Toda una red de políticos funcionaba como engranaje de una poderosa maquinaria
electoral en cuyo interior circulaban dinero, influencias, presiones, favores y cargos políticos.
De este modo, a partir de 1880 se agudizó la tendencia a la escasa participación electoral.
La mayoría de la población se mostraba indiferente a los comicios. Sin embargo, la prensa de la
época tuvo un protagonismo inusual en la política. Como formadora de una opinión pública que
crecía poderosamente a través de numerosas ediciones, la prensa vigilaba con atención los actos
del gobierno. En este sentido, tanto las publicaciones nacionales como los diarios editados por
las colectividades de inmigrantes imprimieron rasgos diversos a la vida política. La
participación de los extranjeros también fue importante en otros ámbitos políticos. Aunque la
mayoría se mostró indiferente a la hora de adoptar la ciudadanía argentina, que los habilitaba
para participar en las elecciones presidenciales o provinciales, la participación de los
inmigrantes en las elecciones municipales, en la ciudad y en el campo, demostró que su
inclusión en el ámbito político local era relativamente importante, a diferencia de una sostenida
opinión de la época.

La oposición a la República conservadora

Mientras las libertades civiles se ampliaban en la vida social y económica, el régimen político
ideado por Roca mostraba síntomas de agotamiento, y las críticas se agudizaron a fines de la
década de 1880. Hasta entonces, la oposición al régimen estuvo dirigida por grupos e individuos
que habían sido desplazados del gobierno. El clima político se sacudió en julio de 1890, cuando
estalló una revolución en Buenos Aires bajo el liderazgo de Leandro N. Alem, uno de los
fundadores de la Unión Cívica de la juventud, luego Unión Cívica. El año anterior había
propuesto “cooperar con el restablecimiento de las prácticas constitucionales en el país y
combatir el orden de cosas existente”. El “orden existente” era la presidencia de Miguel Juárez
Celman, que sucedió a Roca en 1886; encarnaba el gobierno autoritario, reconocido por sus
adversarios como unicato, porque el presidente era el jefe único del único partido que existía y
que controlaba el gobierno. La revolución puso en jaque al gobierno, y el Congreso obligó al
presidente a renunciar, en el marco de una crisis económica importante. En su reemplazo, el
vicepresidente Carlos Pellegrini ocupó la primera magistratura del país (1890/1892), lo que
muestra la relativa estabilidad institucional de aquellos años.
Sin embargo, el descontento no concluyó. Al año siguiente, una división de la Unión Cívica dio
origen a una agrupación política diferente: la Unión Cívica Radical (UCR). El nuevo partido se
formó con viejos integrantes del autonomismo porteño y de las provincias, y comenzó a
disputarle a los políticos del PAN la adhesión de la ciudadanía, convirtiéndose en poco tiempo
en el principal partido de la oposición. El programa del radicalismo, la Causa, planteó la plena
vigencia de la Constitución, la limpieza del sufragio en contra del fraude electoral y una crítica
moral al ejercicio de la función pública. Otra agrupación política, el Partido Socialista (PS) fue
creada en 1896 por Juan B. Justo y otros intelectuales, con el propósito de introducir reformas
sucesivas a través del parlamento; sus propuestas ganaron amplia adhesión en los sectores
urbanos de Buenos Aires.
Los radicales se opusieron al gobierno con el objetivo de conseguir garantías constitucionales a
la hora de votar. Para ello, adoptaron la estrategia de la abstención electoral, con la cual
buscaban reducir aún más la escasa participación de los ciudadanos en los comicios, para
deslegitimarlos; y propiciaron la revolución armada como forma de acceso al poder. En 1892 y
1893 encararon revueltas en Buenos Aires y en algunos distritos de Santa Fe, donde ocuparon el
gobierno por poco tiempo. Algo similar ocurrió en 1905, cuando los radicales se rebelaron en
Buenos Aires y en Mendoza. En todos estos casos, la respuesta oficial fue aleccionadora y
declaró el Estado de sitio en todo el territorio. Sin embargo, algunos de los principales
conductores del régimen conservador comenzaron a advertir la necesidad de encarar urgentes
reformas que ampliaran la legitimidad del sistema político.

El camino a la reforma política

El itinerario de la política entre 1880 y 1910 reveló los límites de la república conservadora en
cuanto a la posibilidad de que evolucionara de manera gradual y espontánea hacia formas de
participación más amplias y legítimas. Algunos dirigentes políticos se hicieron eco del
problema, y desde las filas del oficialismo comenzaron a pensar en reformas políticas que
ampliaran las bases sociales y dieran legitimidad a un régimen cuestionado tanto por la
oposición radical y socialista como por los sindicatos y las asociaciones de obreros.
Unos de los problemas más importantes residían en la escasa participación política de los que
tenían derechos electorales, quienes a su vez eran minoría con respecto a la enorme cantidad de
extranjeros que poblaban las ciudades y zonas rurales. El censo nacional de 1914 dio como
resultado que la población del país reunía unos 8 millones de habitantes, y los extranjeros
representaban la tercera parte. El problema se agudizaba porque la mayoría de ellos no tenía la
carta de ciudadanía.
Además, el panorama política difería de los años de hegemonía de Roca. Desde 1890, con los
nuevos partidos, la competencia electoral adquirió otro carácter, complicando la acción de los
gobiernos para la sucesión en los cargos electivos. Por ejemplo, en Capital Federal, provincia de
Buenos Aires y las colonias agrícolas de Santa Fe, los radicales y socialistas obtuvieron algunos
éxitos, situación que puso en evidencia que la presión sobre los votantes empezaba a ser
insuficiente para asegurar el triunfo en los comicios, y que era necesaria la adhesión de los
habilitados para votar.
Hacia 1910 existía un importante consenso sobre la necesidad de ponerle fin al sistema electoral
vigente. Muchos dirigentes conservadores hacían oír su voz en el Congreso, al prensa lo exigía
periódicamente, los radicales no desistían de sus reclamos y una buena parte de la ciudadanía
estaba de acuerdo con una reforma. En esos años, muchos hijos de inmigrantes nacidos en el
país habían ampliado el número de potenciales votantes, y éste fue un hecho que los políticos no
dejaron de advertir. Por esta razón, el presidente Roque Sáenz Peña –el heredero político de
Carlos Pellegrini- y su ministro del Interior enviaron al Congreso una serie de proyectos que
fueron aprobados entre 1911 y 1912. De este modo, una nueva Ley Electoral comenzó a regir la
vida política del país. La llamada Ley Sáenz Peña estableció el sufragio universal masculino
para los mayores de 18 años. Además, dispuso que el voto fuera secreto y obligatorio. Las
garantías electorales estaban contempladas en la confección y el control de los padrones, que se
regirían por el padrón militar. Asimismo, la ley establecía el sistema de representación por
mayoría y minoría. Así, el grupo dirigente, que había controlado la política nacional y los
destinos de varias provincias, ponía fin a un viejo conflicto, y muchos creyeron que solucionada
la cuestión electoral, el poder político continuaría en las mismas manos, pero con más apoyo.
Sin embargo, en las elecciones provinciales de 1914, los radicales se impusieron en las urnas. A
pesar de esta derrota del oficialismo, prevaleció la idea de que sólo era un traspié pasajero. En
1916, el triunfo del radicalismo demostró que no era así.

El Unicato

La lucha por la sucesión presidencial en 1886 tenía como protagonistas a tres postulantes que
ocupaban posiciones centrales en la administración pública: Bernardo de Irigoyen como
Ministro del Interior, Dardo Rocha como gobernador de la provincia de Buenos Aires y Miguel
Juárez Celman como ex gobernador de Córdoba e influyente senador nacional. El candidato que
obtuvo el respaldo del presidente Roca, del partido oficial (el P.A.N.) y de la Liga de
Gobernadores fue este último. La fórmula triunfante fue, pues, Juárez Celman – Pellegrini.
Paulatinamente, Roca y Pellegrini quedaron cada vez más marginados de la escena política,
mientras la posición del presidente se consolidaba, y su autoridad aparecería como indisputada a
lo largo de la república. Esta fuerte concentración del poder político fue bautizada por sus
contemporáneos con el nombre de “Unicato”. Sin embargo, la coyuntura económica
excepcionalmente favorable que atravesaba el país provocó cambios en la estructura social,
trastocando completamente la escala de valores de la sociedad nativa, ahora localizados
fuertemente en la conquista del éxito económico. La lucha cívica, de todas maneras restringida a
grupos minoritarios de la población y ya desprestigiada, había pasado a ocupar un lugar muy
secundario en las preocupaciones diarias de los habitantes del Plata. Como el mismo Juárez
Celman señaló, lo político estaba subordinado a la actividad económica, y se negaban los
canales de participación política a sectores más amplios de la población. Eduardo Wilde
(Ministro del Interior) solía calificar al sufragio universal como el “triunfo de la ignorancia
universal”). En las filas del partido juarista se alineaban los más destacados miembros de la
llamada “generación del ‘80”. Hacia fines de 1889 el régimen parecía invencible; pero la
indiferencia y pasividad de gran parte de la población dependía de la continuidad del proceso de
expansión económica.
La Crisis de 1890

Acerca de las causas que provocaron la crisis de 1890, se coincide en general en que la
corrupción administrativa y un desmedido emisionismo habrían sido los propulsores de la
debacle. Hacia 1887 el gobierno se embarcó en una decidida política de atracción de fondos
externos, a la par que autorizaba nuevas emisiones por parte de los bancos Nacional y de la
Provincia. Esto se refuerza con la creación de los Bancos Garantidos, que extendieron el
derecho de emisión a 20 nuevas instituciones, muchas de ellas situadas en el interior del país. A
pesar de la política bancaria del gobierno el oro se mantuvo estable durante aquellos años; esta
estabilidad se debió fundamentalmente al ingreso masivo de divisas procedentes de los
préstamos externos. Pero en 1888 se comienza ya a vislumbrar un descenso en la entrada de
fondos externos, y en 1889 y 1890 la caída se hace dramática. Para equilibrar la balanza de
pagos, la política gubernamental tendió a lograr la expansión de las exportaciones; no obstante,
el ritmo era desigual, ya que los proyectos para lograrla eran, por su naturaleza técnica, de lenta
maduración. Mientras que el efecto de los préstamos sobre las importaciones se dejó sentir casi
de inmediato, se necesitaban cuatro o cinco años para que ocurriera lo mismo con las
exportaciones. Además, se produjo la caída de los precios internacionales de nuestros productos
exportables, y en 1889, por factores climáticos adversos, la cosecha de trigo fracasó. Enfrentado
a esta situación que provocaba quiebras comerciales a diario, el gobierno optó por repudiar la
deuda externa. La tensión creciente provocada por la crisis económica no se reflejó solamente
en la Bolsa de Comercio y demás centros financieros, sino también en el descontento de
sectores de la clase media y obrera. La oposición al gobierno comenzó a ganar confianza. Se
constituyó la Unión Cívica, cuyas dos tendencias más significativas estaban representadas por
Bartolomé Mitre y Leandro Alem. El presidente vacilaba, y en julio de 1890 estalló la
Revolución, que fue sofocada militarmente. Sin embargo, “la revolución está vencida pero el
gobierno ha muerto”. Juárez renunció, y asumió Pellegrini, quien contaba con el apoyo de Roca.
Pellegrini será llamado “piloto de tormentas”, porque debió ordenar la situación del país, hasta
1892.

S-ar putea să vă placă și