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Rojas cristina, Stermbach Susana. Una lectura psicoanalítica de la posmodernidad. Cap.

5:
patologías de fin de milenio.

Psicopatología y espíritu de época.

En los últimos tiempos numerosas consultas por problemáticas denominadas pre-neuróticas o


de borde, plantean cuestiones a la teoría y a la practica con que trabajamos, interrogando los
límites del psicoanálisis.
Las epidemias de anorexia y bulimias, las adicciones, consultas por pacientes infectados con
HIV, algunas formas de violencia, así como las enfermedades psicosomáticas y ciertos tipos de
depresiones, dan cuenta de problemáticas que exceden otras épocas.
También en el terreno vinculas, parejas homosexuales, familias ensambladas, problemáticas
en la niñez o adolescencia.
El icc y los avatares de Edipo forman parte de una división subjetiva que subsisten más allá de
los cambios históricos, el síntoma es una formación de compromiso universal. Sin embargo, los
modos de despliegue de esas formaciones subjetivas no son ajenas a los códigos de cada
cultura.

El prototipo sano

Toda época histórica favorece el surgimiento de patologías vinculadas a la sobre adaptación, la


adecuación a los modelos culturales predominantes. Dichas patologías pueden no ser
visualizadas como tales, ya que responden a lo esperable en esa época y lugar.
Cada momento histórico formula un “prototipo sano”. Dicho prototipo incluye una amplia
gama de rasgos favorecidos por la cultura, entre los cuales cada sujeto podrá “optar”;
incorporar aluno de ellos en distintas gradaciones y dejará de lado otros.
El espíritu burgués, por ejemplo, tendía a postergar el placer hasta algún momento futuro, la
sobre estimación del orden, el ahorro y la disciplina del trabajo. Hoy los ideales promueven un
ritmo hipomaniaco ligado a la abolición de todo conflicto, al éxito y a la eficacia. Pragmático y
veloz, poco sujetado a lasos y limitaciones de cualquier índole, se caracteriza por la búsqueda
de la fama y el poder.
La mostración directa y constante de la violencia, favorece al acostumbramiento y a la
reiteración de la misma, a través de la banalización, hasta confundirse con lo “natural”.
Los medios de difusión confrontaran al espectador con la muerte, sangre y destrucción
permanentes, disminuyen en su insistencia la sensibilidad y posibilidad de reacción del sujeto
frente a lo que otrora fuera causa de rechazo y dolor.
El prototipo podrá optar también por mostrarse casi indiferente ante su vida y la de los otros;
atenuará sentimientos solidarios, al tiempo que podrá permanecer casi insensible ante la
muerte misma. En cuanto a las relaciones humanas que establezca, se validan vínculos cada
vez más leves, implicando menos compromiso y obligaciones.
Hay un predominio de las formas narcisistas. Lipovetsky destaca un “neonarcisismo”
colocando al ego como protagonista de la cultura.
Kohut habla de trastornos narcisistas de la personalidad, estos presentan síntomas transitorios
como: sentimiento de vacío, depresión muy sutil, embotamiento o incapacidad, tendencia
perversa o incapacidad para formar y conservar relaciones significativas.
No llama la atención que el prototipo sano padezca de estrés o trastornos de el sueño. Se
buscan rápidas soluciones a través de la ingesta de sedantes, analgésicos, u otros
medicamentos. Los medios favorecen la automedicación. Estos fenómenos lindan con la
adicción y las enfermedades psicosomáticas.
El imperativo de juventud conduce también a extremos patológicos, y con esto el mostrarse
bello, superficial y sobretodo divertido.
Hoy el mandato es el placer casi obligatorio. El imperativo de goce es el que hace oír su voz. El
Superyó ordena el goce disfrazado bajo la forma de placer y de libre elección acorde a las
expectativas de la cultura actual.
Por otra parte, la sociedad actual tolera, y promueve, diversos grados y tipos de adicciones no
calificadas como enfermedad. Así la adicción a la imagen televisiva o a la música, el consumo e
ingesta de alcohol en el denominado bebedor social, tanto como la toma constante de
sedantes, psicofármacos y anorexigenos.
Se considera que las adicciones, las anorexias y las enfermedades psicosomáticas, son
exponentes de formas de malestar que se fortalecen con el espíritu de la época.

Las adicciones: la sociedad de consumo estimula a la convicción de que adquirir y poseer


objetos otorga plenitud, al saturar ilusoriamente lo imposible del deseo humano. Al mismo
tiempo las adicciones representan la posibilidad tanática de escape de sentimientos de fracaso
e impotencia, como así también, la tendencia a la evitación del dolor psíquico propia del
mundo de hoy.
La publicidad será la encargada permanente de promover un paraíso ligado al cigarrillo, el
alcohol, el chocolate, u otros objetos de consumo, como la droga implícita. Dichos objetos
ofrecerían al consumidor un goce a la vez impuesto y soñado, y constituirán las vías para “ser”.
Es decir, para encarar la identidad siempre gozosa y feliz que los medios proporcionan.

Las anorexias: los medios conceden as estos cuadros trascendencia, y tienden a ponerlos en
relación con ideales de épocas que consideran a la belleza ligada a una delgadez extrema.
Estableciendo y determinando la marginalidad de la obesidad, considerada vergonzante.
La delgadez, como ideal actual, es un rasgo peculiar de los grupos sociales privilegiados, en
cambio antes, la ingesta abundante y la obesidad configuraban índice de riqueza.
Quien padece anorexia no solo se diferencia de los otros, sino que generan cierta admiración,
ya que supera tentaciones que a otros avergüenzan y descalifican.se crea así la ilusión de que
ella no necesita como los demás mortales la provisión exterior para subsistir
Erigida en objeto ideal de la era de consumo, es ella misma finalmente quien se va
consumiendo.

Enfermedades psicosomáticas: el prototipo sano se caracteriza por la relación distante con la


propia emocionalidad.
Conformismo, sobre adaptación y sometimiento a las reglas, caracterizan a sujetos
excesivamente “normales” en su funcionamiento aparente, donde la sintomatología corporal
surge a menudo como una ajenidad sorpresiva para el aparato psíquico “despojado de los
mensajes del cuerpo”
Pobreza emocional, como desafectación, o alexitimia. La primera implica la recurrencia a
mecanismos defensivos arcaicos para mantener una barrera desvitalizada, que disperse los
afectos lo más rápidamente posible. En estos casos, se propone para la expresión el cuerpo
sufriente. La segunda, alexitimia, es utilizada para referirse a aquellos cuadros en que los
pacientes no poseen palabras para nombrar sus emociones, esto es correlativo a un
empobrecimiento del lenguaje, que adquiere carácter formal y desafectivizado.
La predominancia de lo tanático en estas patologías se hace carne en la implosión corporal,
llegando en sus extremos a producir la muerte prematura.
Al mismo tiempo, la relación distante con la propia vida emocional –desafectación, alexitimia e
indiferencia- se ve favorecida en parte por ideales sociales fuertemente vigentes que,
enfatizan la levedad del ser y de la relación con los otros.
Acerca de los conceptos de salud y enfermedad. Lic. Susana Torres de Lugea.

Nada puede conocerse con certeza. Esta es la cultura de la pluralidad, de las narraciones
relativas. En el final del siglo XX el hombre aparece desarraigado. Perdió la posibilidad de
relación con un discurso solido sobre el mundo y navega en un mar de convicciones parciales
donde prisionero de sus deducciones pierde el contacto con el Ser.
El gran mal del siglo XX es lo llamado “Perdida del alma”. Cuando se la descuida el alma no se
va, se manifiesta en formas de adicciones, obsesiones, violencia, y perdida de sentido. Los
problemas emocionales de nuestra época se expresan hoy como vivencias de vacío, falta de
sentido, vaga depresión, desilusión respecto a la familia, matrimonio, relaciones
interpersonales, perdida de los valores y de los anhelos de realización personal.
Actualmente la realidad clínica rescata aspectos diferentes de la hipótesis que el terapeuta
dispone. Entre estos problemas clínicos que nos convocan a abrir interrogantes y la
articulación de la teoría con la realidad, se encuentran las adicciones, el autismo, las neurosis
traumáticas, los ataques de pánico, las afecciones psicosomáticas, la violencia familiar y social,
la promiscuidad, la traumatofilia, así como el desarrollo de liderazgo apocalíptico
comunitarios.
La salud es una tendencia al equilibrio dinámico. Esta tendencia a la autorregulación es
característico de las estructuras.
La definición de saluda de la OMS en 1978 es: estado de completo bienestar físico, psíquico y
social y no solo ausencia de enfermedad.
Una persona sana tendería, como lo plantea Kacero (1987), a la realización de ciertas
capacidades que requieren “un espacio mental con suficiente tridimensionalidad como para
contener la angustia, unificar experiencias y articular – según las oportunidades – las
emociones, las ideas, los significados y las acciones” como seria:
- Tener capacidad para pensar de manera lógica y también pode relajar los controles sin
que esto cause una desorganización masiva,
- Tener capacidad para desarrollar variadas calidades afectivas,
- Poder elaborar el potencial de agresión a través de mecanismos sublimatorios que se
traduzcan en conductas activas que se deriven al trabajo, al juego y a la creatividad,
- Poder profundizar en el conocimiento de sí mismo y de la realidad exterior
- Poder realizar un ejercicio vincular en un pasaje dialéctico de la mismidad a la
alteridad
- tener tolerancia a la incertidumbre y al conflicto pudiendo acercarse a nuevas
experiencias
Por otro lado, Acevedo entiende la salud como la posibilidad del hombre de construir un
proyecto personal, familiar y social, comprometiéndose y participando, tratando de “salir
de uno mismo sin dejar de ser uno mismo” lo cual le da un sentido a su vida

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