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Argumento Consecuencialistas
Existen buenas razones para fundamentar que los jueces deben considerar y evaluar
las consecuencias de varios fallos alternativos abiertos a ellos en contenedores que implican
el ʿproblema de la relevanciaʾ o de ʿinterpretaciónʾ o de ʿclasificaciónʾ. El caso
Donoghue v. Stevenson como fue analizado en el último capítulo, da un ejemplo muy claro
en el cual los Lords de Apelaciones la ejercieron, y da alguna corroboración del reclamo
que los jueces, de hecho, reconocen que deben tener en cuenta semejantes cuestiones. El
reclamo no es, por supuesto, por ningún medio uno nuevo. En la 37ava de sus
Conferencias de Jurisprudencia1, John Austin señaló:
Un derecho elaborado judicialmente es realizado con ocasión a una decisión judicial. El propósito directo y
propio de su Autor inmediato es, la decisión de un caso específico al cual la regla le es aplicada, y no el
establecimiento de la regla. En la medida que los motivos de la decisión puedan servir como motivos de la
decisión en futuros y similares casos, su Autor legisla sustancialmente o en efecto: Y su decisión es
comúnmente determinada por una consideración del efecto que los motivos de su decisión puedan producir
como un derecho general o regla…
¿Está
Austin en lo correcto y yo también en pensar que las decisiones son
ʿcomúnmente determinadasʾ por semejantes consideraciones? La respuesta tiene que ser Si;
echar mano de los Reportes Jurídicos es ser confrontado cada vez con semejantes
argumentos. Es, sin embargo, correcto y propio que uno deba producir evidencia a manera
de ejemplos de esto; lo cual será la función del presente capítulo.
No existe quizá un ejemplo más llamativo hasta el presente del tipo de argumento
que el utilizado por Marshall C. J. en Marbury v. Madison ((1803) 1 Cranch 137) cuando él
y la Corte Suprema emitió su célebre y fundamentalmente importante fallo, respecto a que
la Corte Suprema de los Estados Unidos de América tiene que aplicar disposiciones legales
aún del Congreso de los Estados Unidos de América sólo si se satisface que no
contravengan las provisiones de la (hasta aquí p. 129) Constitución. Considérese sus
siguientes palabras:
Si… las Cortes están para considerar la Constitución, y la Constitución es superior a cualquier acto ordinario
de la legislatura y la Constitución y no semejantes actos ordinarios, deben gobernar los casos a los cuales
ambos aplican.
1
Op. cit. supra, Cap. III n. 10.
Aquellos, entonces, quienes controvierten el principio de que la Constitución debe ser considerada en
la Corte como un derecho permanente, son compelidos a la necesidad de sustentar que las Cortes deben cerrar
sus ojos a la Constitución, y observar únicamente la ley.
La doctrina subvertiría los mismos fundamentos de todas las Constituciones escritas. Declararía que
un acto que, de acuerdo con los principios y teoría de nuestro gobierno, es enteramente nulo, es aún, en la
práctica completamente obligatorio. Declararía que si la legislatura hiciera lo que está expresamente
prohibido, semejante acto, no obstante a la prohibición expresa, es en realidad efectivo. Se daría a la
legislatura una práctica y real omnipotencia, con los mismos aires con que profesa restringir sus poderes
dentro de límites estrechos. Se trata que prescribir límites y declarar esos límites podría pasar como un placer.
(Ibíd. en la p. 178)
Obsérvese particularmente las palabras ʿLa doctrina subvertiría los mismos
fundamentos de todas las Constituciones escritasʾ; en cualquier parte de su opinión,
desarrolla más completamente una doctrina de la ʿConstitución escritaʾ de los Estados
Unidos de América. La cuestión de la ʿsoberanía del puebloʾ que ha establecido una
Constitución y una legislatura cuyos poderes son definidos en consecuencia, es si esa
legislatura es capaz o no de derogar los términos de su establecimiento. Sería inaceptable
adoptar cualquier doctrina de la revisión judicial que implique que la Corte se confabule en
la subversión de la definición constitucional del rango de poderes legislativos.
Desde que el Reino Unido de Gran Bretaña fue, como los Estados Unidos de
América, el primero que lo estableció por la adopción de un grupo particular de provisiones
constituyentes (los Artículos de la Unión de 1707, adoptada por la legislación habilitada de
cada uno de los Parlamentos separados Escoceses e Ingleses) no debe ser sorpresivo que
cuestiones similares hayan surgido aquí como los poderes del Parlamento del Reino Unido
respecto a estas provisiones constituyentes. En ese punto, en el caso McCormick v. Lord
Advocate (1953 S.C. 396) Lord Cooper realizó las siguientes observaciones:
El principio de la soberanía ilimitada del Parlamento es un distintivo principio Inglés que no tiene su
contraparte en el Derecho Constitucional Escocés. Deriva su origen de Coke y Blackstone, y fue ampliamente
popularizado durante el siglo diecinueve por Bagehot (hasta aquí p. 130) y Dicey, este último quien hubo
establecido la doctrina en su forma clásica en su Derecho de la Constitución. Considerando que la legislación
de la Unión, extinguió los Parlamentos de Escocia e Inglaterra y los remplazó por un nuevo Parlamento, tengo
dificultad en ver por qué debe haber sido supuesto que el nuevo Parlamento de la Gran Bretaña, tiene que
heredar todas las características peculiares del Parlamento Inglés, pero no del Parlamento Escocés, como si
todo lo sucedido en 1707, fue que los representante escoceses, fueran admitidos en el Parlamento Inglés. Ello
no fue lo que sucedió. Más allá, el Tratado y la legislación asociada, por la cual el Parlamento de Gran
Bretaña fue constituido como el sucesor de los Parlamentos separados de Escocia e Inglaterra, contienen
algunas cláusulas que expresamente reservan al Parlamento de Gran Bretaña, poderes respecto a sus
subsecuentes modificaciones, y otras cláusulas que por su parte no contienen semejantes poderes o
enfáticamente excluyen subsecuentes alteraciones por la declaración que la provisión debe ser fundamental e
inalterable en todo el tiempo por venir, o declaraciones con efecto similar. Yo nunca he sido capaz de entender
cómo es posible reconciliar con los cánones elementales de la construcción, la adopción por los teóricos
constitucionales Ingleses, de la misma actitud hacia estos tipos de provisiones marcadamente diferentes
(Ibíd. en la p. 411)
El elemento particular en el caso es si la adscripción a la Reina Isabel del estilo y
título ʿIsabel IIʾ implica una violación del primero de los Artículos de la Unión, pues no
hubo previamente monarca del Reino Unido (como distinto de Inglaterra) que llevara el
nombre Isabel; en cuanto ello fue autorizado por la Ley de Estilos Reales y Títulos de 1953,
¿Fue esa Ley válida como derecho? La Primera División sostuvo que la Ley no autorizaba
el ʿnumeralʾ, pero que la elección del nombre del monarca y el numeral no necesitaba
autoridad del estatuto en ningún evento, por ello, la cuestión de la validez de la Ley, no fue
relevante en el elemento del caso.
Además, Lord Cooper dudó si un elemento justiciable podía surgir ante las Cortes
Escocesas sobre la cuestión de los derechos pretendidos que conciernan al ʿderecho
públicoʾ como distinto a los asuntos de ʿderecho privadoʾ o garantizadas por la continuidad
de la Corte de Sesiones por sí misma. Finalmente, respecto al título de la pretensión, realizó
el siguiente comentario significativo:
Estoy de acuerdo con el Lord Ordinario en el título de pedir… Es verdadero que nosotros en Escocia
reconocemos dentro de ciertos límites la actio popularis, por la cual cualquier miembro del público está
legitimado como tal para reivindicar ciertas formas de derecho público. Pero el mecanismo nunca ha sido
extendido a un caso semejante a este. No puedo ver cómo pudiéramos admitir el título e interés de los
presentes peticionarios para elevar el punto en discusión ante la Corte de Sesiones, sin conceder un derecho
similar a casi cualquier oponente (hasta aquí p. 131) de casi cualquier acción política de la cual ha surgido
la oposición pública. (Ibíd. en la p. 413, cursivas añadidas)
2
R. Sartorius, ʿEl concepto de derecho de Hartʾ. (1966) 51 ARSP 161; ver también en Más ensayos en
filosofía del derecho, ed. R.S. Summers (Oxford, 1971), p. 131.
El primer ejemplo en el cual (al menos argumentativamente) la Casa ejerció sus
poderes de reafirmación, para revisar sus propias decisiones previas concernientes a los
poderes judiciales, en esa oportunidad el poder vis a vis del Ejecutivo. El caso ilustraba la
posibilidad que la experiencia en la operación de una regla, inicialmente justificada por
motivos de utilidad, pudiese aportar buena evidencia como para la falsación del argumento
justificativo original. En Conway v. Rimmer ([1968] A.C. 910), la Casa de los Lords estaba
llamada a reglar la cuestión de si las Cortes tenían poder de ordenar la exhibición de
documentos en el litigio, si un ministro de la Corona certificaba en una declaración jurada
que eran documentos de la clase cuya apertura sería injuriosa al interés público y adverso al
trabajo eficiente del servicio público. Lord Simon L.C., sentó en el discurso único del caso
Duncan v. Cammell Laird ([1942] A.C. 624) que en los casos de seguridad nacional o de
semejante clase de documentos, la declaración jurada del Ministro era conclusiva de la
cuestión, y no podía ser anulada por las Cortes. El caso Duncan por sí mismo vino en torno
a la rúbrica de la ʿseguridad nacionalʾ, siendo que los documentos denegados eran los
planos de un nuevo tipo de submarino, cuyo prototipo se había perdido con toda la
tripulación en los experimentos. Las consideraciones consecuencialistas que hablan a favor
de semejante fallo, especialmente en tiempo de guerra, necesitan fuertemente presupuesto o
considerandos.
En el periodo de la post-guerra, sin embargo, la más regular aplicación de fallos fue
en casos de ʿclaseʾ, muchos de los cuales dieron lugar a interés judicial serio y crítica 3. En
el caso Conway (hasta aquí p. 134), Lord Reid, proponiendo la afirmación de una regla en
el derecho inglés, equivalente a aquella que prevalece en el derecho escocés 4, aprobó el
siguiente comentario:
A mi juicio, considerando lo que es ʿpropioʾ que una Corte haga, tenemos que considerar la necesidad
mostrada por la experiencia de veinticinco años desde el caso Duncan, que las cortes deberían balancear el
interés público en la propia administración de justicia contra el interés público en denegar cualquier evidencia
que un Ministro considere que debe ser denegada. Propondría, en consecuencia, que la Casa debería ahora
decidir que las Cortes tienen el poder y el deber de mantener [ese balance] (Ibid. en las pp. 951-2)
Parte de los ʿveinticinco años de experienciaʾ fue de fuerte insatisfacción expresada
por los abogados sobre la no apertura de documentos esperados por la defensa en casos
3
Críticamente discutido y revisado en S.A. de Smith, Derecho Constitucional y Administrativo (2da Ed.,
Harmondsworth, 1973), pp. 618-23.
4
Corporación Glasgow v. Junta Central de Tierra 1956 S.C. (H.L.) 1.
penales, en respuesta a lo cual Lord Kilmuir (entonces Lord Canciller), realizó una
declaración Ministerial el 6 de junio de 1956, sentando una nueva política referente a que
ʿsi documentos médicos o, de hecho, otros documentos son relevantes a la defensa en
procedimientos penales, el privilegio de la Corona no debería ser reclamadoʾ. Pero como
Lord Reid lo señaló, en efecto esto destruyó completamente la justificación de la política
original de la regla del caso Duncan: ʿ[Nosotros] tenemos el resultado curioso que “la
libertad y el candor de las comunicaciones” se supone que no debe ser inhibido por el
conocimiento del escritor de que su informe podría ser aperturado en un caso penal, pero
todavía se supondría que sería inhibido si piensa que su informe pudiese ser aperturado en
un caso civilʾ (ibid. en la p. 942).
Aquí hemos visto un claro ejemplo del conflicto de las evaluaciones basadas en la
justicia y evaluaciones de ʿoportunidadʾ o ʿinterés públicoʾ. También vemos que el proceso
de evaluar un fallo en derecho es tan apropiado, quizá incluso más apropiado, para la
reevaluación de un fallo precedente como la prueba justificatoria de un fallo en una primera
impresión. El defecto, pudiese decirse bien, de un sistema que trata incluso un único
precedente como irremoviblemente vinculante, es que excluye la posibilidad de usar la
experiencia para confirmar o no motivaciones consecuencialistas de la justificación de
decisiones previas.
La decisión notoria de Lord Abinger en el caso Priestley v. Fowler ((1837) 3 M. y
W. 1) prevé una terrible advertencia (hasta aquí p. 135) sobre los desméritos de semejante
exclusión. La acción fue elevada por el sirviente en contra de su patrón por daños debido a
la negligencia del conductor de una van que hizo que colisionara y lesionara al accionante.
El conductor fue antiguo sirviente del mismo patrón.
Lord Abinger, no tenía duda que tipos de factores debería tomar en cuenta: ʿEs
admitido que no existe precedente para la presente acción de un sirviente contra su patrón.
Estamos, en consecuencia, en libertad de la cuestión sobre principios generales, y al hacerlo
estamos en libertad de ver a las consecuencias de la decisión en una manera o en la otraʾ
(ibid en la p. 5).
La acción fue rechazada, y la justificación de Lord Abinger del rechazo de la acción
del sirviente lesionado, es un buen ejemplo de un mal argumento consecuencialista.
Si el patrón es responsable para con el sirviente en esta acción, el principio de esa responsabilidad será
encontrado al llevarnos a un extremo alarmante… El criado que manejaba la van, pudiese tener una acción
contra su patrón por el defecto debido a la negligencia del constructor o por un defecto en los arneses debido a
la negligencia del fabricante de los arneses, o por borrachera negligente o falta de destreza del conductor; ni
existe alguna razón por la cual el principio no debería, si es aplicable en esta clase de casos, extenderse a
muchos otros. El patrón, por ejemplo, sería responsable para con el sirviente por la negligencia del [una larga
lista, incluidos ambos sirvientes anteriores y contratistas independientes, concluyendo con el] constructor, por
un defecto en la fundación de la casa que se cayó, y lesionó tanto al sirviente como al patrón por las ruinas.
La inconveniencia, no por decir la absurdidad de esas consecuencias, sustenta un argumento
suficiente contra la aplicación del principio en el presente caso.
8
Ver el Apéndice a este libro.
9
Hart, El Concepto del Derecho, pp. 55-6, 86-8, 96, 99-100, etc.
Un problema que ha agitado considerablemente las Cortes Británicas en los años
recientes, concierne a la extensión de responsabilidad por conducta negligente. Si por un
acto sin cuidado A, se crea una situación con la cual B sufre pérdida económica, sin
ninguna forma de lesión física a la persona o a la propiedad, ¿puede B demandar
competentemente a A por los daños de semejante pérdida? Por ejemplo, los hechos en
Dynamco Ltda. v. Holland &Hannen&Cubbits (Escocia) Ltda. (1971 S.C. 257) fueron que
a la fábrica del accionante se le cortó la electricidad en dos ocasiones en 1969, cuando los
empleados de la demandada (ilegalmente por falta y negligencia) cortó los cables
pertenecientes a la Junta de Electricidad del Sur de Escocia; y por ello, los accionantes
sufrieron pérdidas en la producción y en los beneficios. Accidentes similares han llevado a
litigios similares en Inglaterra. El extracto conclusivo de la opinión de Lord Kissen en
Dynamco (hasta aquí p. 140), captura un tema a ser hallado en todos los juicios sobre el
tópico:
Mi opinión es, para sintetizar, que por el derecho de Escocia, los accionantes no pueden competentemente
demandar por las pérdidas financieras, las cuales basan el caso, pues los daños físicos a la propiedad que les
pertenecía o poseían, no fueron la causa de la pérdida. Aunque el derecho debería extenderse a cubrir la
pérdida económica, en casos donde no ha habido ningún daño a la propiedad de una persona, reclamar esa
pérdida es otro asunto.
Existen muchas observaciones judiciales en los casos que he mencionado, incluyendo
Reavis v. Vaporizadores Clan Line (1925 S.C. 725), en la multiplicidad de litigios que pudieran seguir a un
acto de negligencia, si el derecho fuese que el accionante la formule, y en la necesidad práctica de
limitaciones… Si los accionantes estuviesen en lo cierto en sus alegatos, los resultados serían ʿalarmantesʾ
para usar una palabra del Lord Presidente Clyde en Reavis, en la p. 740. Cada compañía o persona que usa
electricidad para los negocios, podría tener un reclamo por pérdida de beneficio y otras pérdidas pecuniarias,
si un cable fuese dañado por negligencia y la electricidad fuese cortada. No puede haber distinción entre
dueños u ocupantes de fábricas con maquinaria, de tiendas, de oficinas, de hoteles, de restaurantes, de minas,
de canteras, y, en algunos casos, de casas… (Ibid. en la 263)
Previamente en su opinión, considerando el alcance de la ʿprevisibilidad razonableʾ
de un daño emanado de un acto negligente, Lord Kissen había concluido que los principios
jurídicamente existentes no fundamentaban el caso del accionante. ʿ No puede sustentarse
que un negligente malhechor esté obligado a haber presumido puramente una pérdida
financiera o económica de otros que no sean los dueños o poseedores de la propiedad
dañadaʾ (ibid. en la 261).
Parece obvio que esto no es simplemente una cuestión de lo que puede preverse en
el sentido de ʿcapaz de ser previstoʾ. Es obvio que el punto clave está en ʿno puede
sustentarse que pueda ser obligado…ʾ El rango catastrófico de pérdidas que puede emanar
de la falta de cuidado en cortar los cables de electricidad es tal que nadie tendría un riesgo
asegurable contra la responsabilidad por ello; sustentar incluso la responsabilidad de una
gran empresa en semejante cuenta, la llevaría simplemente a la bancarrota, para el beneficio
real de nadie. Aquellos que dependen del suministro de electricidad, deben asegurarse por
sí mismos contra pérdidas que emanen por pérdidas o potencia. Entonces, en cualquier
nivel, el punto ha sido argumentado por los jueces en los casos de ʿpérdidas económicasʾ.
Es característico del acercamiento de los abogados escoceses a semejantes
argumentos como los de Dynamco, que Lord Kissen adelantara el argumento citado sólo
después de dilucidar lo que adoptó como el (hasta aquí p. 141) principio relevante en el
derecho escocés, a manera de cotejo, o justificación adicional del argumento desde el
principio; aún incluso en esa tradición, sería difícil negar la considerable importancia de los
argumentos consecuencialistas. Un ejemplo adicional está disponible en, por ejemplo, el
juicio de Lord Hunter en el caso Henderson v. John Stuart (Granjas) Ltda. (1963 S.C. 245)
Los accionantes eran la viuda y la hija de un labrador quien había sido embestido
hasta la muerte por un toro frisón lechero, mientras limpiaba su caja suelta. Su reclamo
estuvo basado en la afirmación de que la muerte del señor Henderson fue causada por la
negligencia del demandado, especialmente su falla en proveer un sistema de trabajo seguro.
El demandado afirmó, sin embargo, que el toro en cuestión nunca había previamente dado
muestra de propensiones peligrosas, y según ello los accionantes fallaron en tener un caso
relevante, desde que no puede haber responsabilidad por daño hecho por animales
domésticos, a menos que sean conocidos por acciones previas en que tengan propensiones
viciosas, conforme a las líneas de la ʿacción de conocimiento de la maldadʾ.
Lord Hunter rechazó ese argumento; las autoridades con las que contaba, en parte
dependientes del derecho inglés de casos, en parte en la Estrella I ix. 5, él consideró como
relacionado con el deber de confinar efectivamente a los animales conocidos por ser
viciosos. Pero no vio ninguna razón de principio por la cual la existencia de ese deber debe
ser concebido como contradiciendo o principios generales de la responsabilidad en la
reparación de los daños, y adelantó argumentos consecuencialistas que a su modo de ver
demostraban la indeseabilidad de dar cualquier interpretación semejante al cuerpo
establecido del derecho de casos:
la proposición de que un patrón no puede ser responsable por reparaciones sobre ningún motivo, incluyendo
el de negligencia, por la pérdida o daño resultante de un acto de su sirviente, en ausencia de pruebas de que
era inaceptable y pernicioso que el sirviente fuera, para su real conocimiento previo, plenamente
desequilibrado. No veo ninguna razón en principio, por la cual esta proposición negativa se debe convertir en
capaz de ser establecida, cuando se relaciona a un monstruo. Entiendo que las observaciones anteriores tienen
alguna similitud con uno de los extractos en la opinión de Lord Cockburn, quien fue uno de la mayoría en el
caso Fleeming v. Orr (1853) 15 D. 486, cuya decisión fue más adelante anulada por la Casa de los Lords; pero
esa consideración no hacía, en mi respetuosa opinión, imposible que se sustentasen semejantes puntos de
vista. De otro modo, uno tendría que aceptar, entre otras cosas, la proposición de que un hombre pudiese
intencionalmente y con malicia azuzar su perro contra otro, y (hasta aquí p. 142) defenderse exitosamente por
mantener que no había atacado a alguien antes, o que un granjero puede con conocimiento darse cuenta que
un toro de raza notoriamente poco fiable, en un campo de damas llevando abrigos color escarlata, y, cuando
como resultado de este acto incauto, lo inevitable sucede, escuchar afirmar que el animal nunca ha
previamente embestido a una sola persona, hombre o mujer. En cualquier evento, soy de la opinión de que el
extracto de la Estrella (Inst. I ix 5) no tiene semejante significado o efecto… (Ibid. en la 249).
Estas consideraciones, en efecto, fueron resumidas por Lord Hunter, cuando hacia el
final de su opinión, señaló:
La representación judicial del demandado era constreñida más de una vez durante el debate, a conceder que
los resultados prácticos de su argumento, pudieran lucir en ciertos aspectos, como injustos o incluso
extraños… libremente confieso que no tengo ningún entusiasmo por llegar a resultados extraños,
particularmente cuando estos lucen que conflictúan con principios del derecho escocés bien conocidos. Pero
para aplicar un principio existente y aceptado a un nuevo conjunto de hechos no es usurpar la función de la
legislatura [contrariamente a la sugerencia de la representación judicial del demandado]. (Ibid. en la 255)
No debería pensarse que argumentos como estos, están solamente disponibles en
asuntos de common law. Eso está lejos de ser el caso del argumento que en términos muy
similares que pudiesen igualmente ser apropiados para interpretar una regla admitida del
derecho estatutario.
En el caso Anisminic v. Comisión de Compensación Extranjera ([1969] 2 A.C. 197),
las Cortes tenían que considerar el efecto de la s. 4 (4) de la Ley de Compensación
Extranjera de 1950: ʿLa determinación por parte de la Comisión de cualquier solicitud que
les sea realizada bajo esta Ley, no debe cuestionarse en cualquier Corte de Derechoʾ. A
pesar de esa provisión la Casa de los Lords declaró nula e inválida una decisión de la
F.C.C., en una cuestión emanada del asunto Suez. Uno de los factores justificatorios a los
que se apeló en la casa de los Lords para persuadir a la sesión de que se dejaran ilimitados
los poderes de las Cortes para dejar a un lado determinaciones pretendidas de ʿnulidadesʾ,
fue la consideración de que de otro modo la competencia limitada conferida por el
Parlamento a la Comisión, podría estar completamente excedida, sin la posibilidad de
corrección. Y que fracasaría la intención del Parlamento de que la Comisión deba apegarse
dentro de los vínculos de una jurisdicción expresamente limitada. El argumento para tratar
como fundamental el ʿerrorʾ particular realizado por la Comisión en aplicar una Orden
relevante en Consejo como para rechazar la solicitud de Anisminic, fue por sí mismo un
argumento de justicia y oportunidad. Para interpretar la Orden como la Comisión lo hizo,
era dar rédito al resultado de que un (hasta aquí p. 143) dueño original de una propiedad
egipcia privada, después del asunto Suez, no recibiera ninguna compensación si ha sido
exitoso en hacer suficiente presión para que el Gobierno Egipcio asuma la obtención de una
compensación parcial por su pérdida, una injusta e inoportuna consecuencia. La Casa de los
Lords argumentó que el proceso donde esto se haga, puede ser clasificado como que tomó
en cuenta una ʿconsideración irrelevanteʾ y, por lo tanto, un exceso de jurisdicción.
Conforme con las ʿpretendidas determinacionesʾ, puede justificadamente ponerse a un lado
sin perjuicio de la s. 4 (4) de la Ley de 1950. Por consiguiente, en un argumento de doble
vía de la evaluación de posibles interpretaciones en competencia de la Ley y la legislación
delegada hechas bajo estas, justifica la afirmación del poder de la Corte para revisar las
decisiones, y la existencia en realidad de ese poder.
Ello es, en términos de nuestra distinción actual, un caso que implica un ʿproblema
de interpretaciónʾ del derecho estatutario. Pero la interpretación de la doctrina del common
law también puede ser problemática, por ejemplo, en la doctrina del common law de la
frustración de contratos.