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448 Septiembre 2018 N.

o 448 / 8 euros

POPULISMOS
¿CUÁNDO, DÓNDE, POR QUÉ?
JUAN FRANCISCO FUENTES

DIOS Y LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS


CÉSAR ANTONIO MOLINA

EL SILENCIO TIENE UN PRECIO


Septiembre 2018

WéSTERN Y LEYENDA NEGRA


MARÍA ELVIRA ROCA BAREA

Viñeta: Miki Leal


LA OBRA CCOMPLETA
OMPLETA DE
JOSÉ ORTEGA
JOSÉ OR GASSET
TEGA Y GASSET
TOMOS
EN DIEZ TOMOS

DEFINITIVA
LA EDICIÓN DEFINITIVVA
A
MAYOR
Y LA MA
AY
YOR CCOMPILACIÓN
OMPILACIÓN DE
LOS
L TEXTOS
OS TEXT FILÓSOFO
OS DEL FILÓSOFO

Cortés. Retrato de Dámaso Alonso, 1984. Colección Real Academia Española

Cortés.
Retrato y estructura «Magnífico trabajo, cuidadoso cotejo con otras ediciones, índices, apéndices
Del 13 de julio y anexos, publicación separada de textos que el autor no dio a la im
mp
prenta.
al 10 de octubre de 2018 Todo, en fin, como debe hacerse.»
Espacio Fundación Telefónica Santos Juliá
C/ Fuencarral 3, Madrid. Entrada libre.
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Septiembre 2018 N. º 448

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SUMARIO

Populismos. ¿Cuándo, dónde, por qué? Juan Francisco Fuentes 5


Dios y las nuevas tecnologías. César Antonio Molina 27
El silencio tiene un precio: el wéstern y la leyenda negra.
María Elvira Roca Barea 35
Transparencia: un concepto mágico de la modernidad.
Emmanuel Alloa 55
La pandemia de gripe de 1918-1919. El enemigo temido
cien años después. María Isabel Porras Gallo 95

Q ENTREVISTA
José Enrique Ruiz Doménec: «Hay un despertar de lo español».
Manuel Lucena Giraldo 107

Q NOTA
Oportunidades de empleo y renta en España 2007-2016. F. R. A. 115

Q CREACIÓN LITERARIA
Ley de las semillas. Jon Obeso 119

Q ÓPERA
Soldados y soldaderas. Blas Matamoro 127

Q CINE
Caos y humanidad. Iván Cerdán Bermúdez 133

Q LIBROS
Con permiso de Pujol. Miguel Escudero 137
El anti-fascismo, movimiento sin fronteras. Alessio Piras 140
La primera víctima de ETA. Miguel Saralegui 143
La vida del poema. Manuel González de Ávila 146
Marichalar, entre Londres y Buenos Aires. Margarita Garbisu 150

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Máster Universitario en Cultura Contemporánea:
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Directores: Dr. Fernando R. Lafuente y Dr. Epicteto Díaz Navarro

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del Máster pretende potenciar los conocimientos teóricos y habilidades técnicas de los
participantes, para formar culturalmente y encauzar con eficacia el ejercicio profesional
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Populismos
¿Cuándo, dónde, por qué?
Juan Francisco Fuentes

«U n fantasma recorre el mundo: el populismo». Parece escri-


ta hoy mismo, pero esta versión de la célebre frase con la
que Marx y Engels empezaban El manifiesto comunista –«un fantas-
ma recorre Europa: el fantasma del comunismo»– data de 1967,
cuando el filósofo y antropólogo Ernest Gellner la utilizó para ex-
presar un estado de opinión, según él, cada vez más extendido.
Fue en un coloquio sobre el populismo celebrado en la London
School of Economics, cuyas actas, publicadas en 1969 con el título
Populism: Its Meaning and National Characteristics, habrían de con-
vertirse en el texto canónico sobre la materia, según afirmó treinta
años después Paolo Pombeni. Ya se ve que el libro, coordinado por
Ernest Gellner y Ghiță Ionescu, no ha perdido actualidad desde
entonces, sino todo lo contrario. La perplejidad de Gellner por la
magnitud del fenómeno en los años sesenta se parece a la nuestra
cincuenta años después. A pesar del tiempo transcurrido y de lo
mucho que se ha escrito sobre el tema, seguimos fascinados e im-

[5]

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potentes ante el «desorden semántico» y el «espejismo conceptual»


que, como dice Pierre-André Taguieff, se esconden tras la voz po-
pulismo.
Recorrer su trayectoria desde sus orígenes a finales del si-
glo XIX puede ayudar a clarificar su significado y a descubrir las
constantes históricas que se observan en su variada tipología.
Aunque el fenómeno tiene lejanos antecedentes que se remon-
tan a la Roma clásica, cuando la facción de los populares oponía
sus métodos asamblearios a la política elitista de los optimates,
en su acepción moderna aparece en el siglo XIX al calor de luchas
sociales muy complejas que escapaban a interpretaciones reduc-
cionistas del tipo clase contra clase. A los naródniki (populistas)
rusos, surgidos en 1860, se les suele considerar pioneros de lo que
más tarde se conocerá como populismo. Se trata, sin embargo, de
un fenómeno genuinamente ruso con escasa proyección fuera del
Imperio zarista, aunque comparta algunos rasgos con otros movi-
mientos de esta naturaleza, como la idealización de la vida
campesina, el papel dirigente desempeñado por una minoría de
activistas de origen mesocrático y la consideración del pueblo
como destinatario de un mensaje de redención social. También el
boulangisme francés anticipa algunos de sus ingredientes esenciales,
principalmente el antiparlamentarismo y un nacionalismo con tin-
tes xenófobos. Nacido tras la derrota de Francia en la Guerra
Franco-prusiana y seguidor del general Georges Boulanger, consi-
guió arraigar en sectores sociales y políticos muy diversos, desde la
extrema derecha hasta la extrema izquierda, gracias a un discurso
ambivalente e interclasista que lo aproxima a los partidos «atrápa-
lotodo» característicos del siglo XX. Si se busca una analogía entre
el boulangisme y el populismo actual, podría añadirse su apelación
al referéndum como alternativa al sistema representativo y su per-
sonificación del espíritu popular en un líder carismático a menudo
calificado de «viril» y «honesto». El hecho es que ni el boulangisme

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POPULISMOS. ¿CUÁNDO, DÓNDE, POR QUÉ? 7

francés, pese a sus múltiples concomitancias con el populismo del


último siglo, ni los naródniki rusos pueden considerarse decisivos
en el origen del concepto.
Su nacimiento se produjo en Estados Unidos a finales del si-
glo XIX, en circunstancias que hoy en día nos resultan familiares.
El fuerte incremento del comercio mundial a partir de 1870, en lo
que los economistas han llamado «la primera globalización», pro-
vocó graves problemas a los pequeños agricultores norteameri-
canos para hacer frente a la caída de los precios. El impacto
económico y social de la crisis, sobre todo en los estados agrarios
del Sur y del Medio Oeste, llevó a una movilización política sin
precedentes de los sectores afectados, que se tradujo en la creación
de la Farmers’ Alliance y en 1892 del Populist o People’s Party.
Todo fue muy deprisa. Ese mismo año, el candidato del People’s
Party, James W. Weaver, conseguía más de un millón de votos en
las elecciones presidenciales y ganaba en estados como Kansas,
Colorado, Idaho, Nevada y Wisconsin. También en 1892, el tér-
mino populism aparecía por primera vez en un artículo del New York
Times y un año después en el Washington Post. En 1895, se publi-
caba el opúsculo What is Populism, de T. C. Jory –tal vez el primer
libro que incluye el término en su título–, y en las siguientes elec-
ciones presidenciales, el candidato demócrata-populista William
Bryan, apoyado por el People’s Party, obtenía 6.500.000 de votos,
frente a los 7.100.000 del vencedor, el republicano William Mc-
Kinley. El resultado fue mucho más reñido de lo esperado. El po-
pulismo se había puesto de moda.
El año 1896 marcó un antes y un después en la historia del
concepto, y no sólo en Estados Unidos. El mismo día de las elec-
ciones norteamericanas, el London Daily News dedicaba un artículo
titulado «What is Populism?» a explicar su rápido crecimiento en
los últimos años y a ofrecer a sus lectores una definición de urgencia,
que ha resistido bastante bien el paso del tiempo: «La idea central

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del populismo es un paternalismo concentrado» (3.11.1896). Al


día siguiente de las elecciones, nada más conocerse los resultados,
el periódico español La Época se felicitaba por la victoria «de la
tendencia conservadora», representada por McKinley, «frente a
las aspiraciones socialistas del populismo y de las masas democráti-
cas aliadas o confundidas con él» (4.11.1896). El hecho de que la
palabra se escribiera en cursiva parece una advertencia al lector
sobre su novedad en nuestra lengua y lo incierto de su significado.
La voz, sin embargo, se generalizó enseguida, incluso en la prensa
de provincias. El Adelanto de Salamanca, por ejemplo, informaba
en septiembre de 1897 de la influencia que «las exageraciones del
populismo» podían tener en las próximas elecciones municipales
en Nueva York (3.9.1897). La prensa francesa venía utilizándola
también a propósito de las batallas electorales que se estaban li-
brando en Estados Unidos. «Le populisme américain»: así titulaba
el Gil Blas una columna dedicada a las próximas presidenciales
norteamericanas (10.8.1896). El populismo equivaldría en aquel
país, afirma el autor, a lo que el socialismo y el comunismo signifi-
caban en Europa. Es una interpretación interesante –parecida a la
de La Época–, que veía el fenómeno como un sucedáneo ameri-
cano de la izquierda obrera europea. Pero, a diferencia de esta
última, su base social estaba formada mayoritariamente por cam-
pesinos y su radicalismo político en modo alguno se podría califi-
car de revolucionario.
El artículo del Gil Blas, como otros de la prensa francesa del
momento, anticipa en más de tres lustros la fecha comúnmente
aceptada de la aparición del término en francés. Sus primeros usos
se produjeron a finales del siglo XIX, como en España, y no en 1912,
según una cronología que se repite con frecuencia y da por buena
el Centre National de Ressources Textuelles et Lexicales, que re-
mite al libro de Grégoire Alexinsky La Russie Moderne, aparecido
aquel año, como primer uso conocido al traducir como «popu-

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POPULISMOS. ¿CUÁNDO, DÓNDE, POR QUÉ? 9

lisme» la voz rusa «narodnichestvo». La datación correcta (1896


en vez de 1912) tiene su importancia, porque indica la rápida
adopción del concepto a este lado del Atlántico como consecuencia
de la oleada globalizadora que se estaba produciendo entre los dos
siglos y que permitía a todo tipo de mercancías, personas, ideas,
noticias y palabras circular por el mundo a gran velocidad. El
mismo proceso que hundió los precios de los productos agrícolas y
arruinó a miles de granjeros en Estados Unidos trajo a Europa la
voz populismo.
Las coordenadas geográficas y temporales de aquella pri-
mera manifestación del fenómeno deben tenerse muy presentes
para entender su evolución posterior. La crisis de la agricultura
norteamericana se produjo justo después del llamado «land boom»
de la década de los ochenta, que llevó a la compra masiva de tierras
por parte de agricultores sin recursos, animados por un mercado
en expansión y por el deseo de mejorar su estatus, aunque fuera
hipotecando sus propiedades para poder endeudarse. Pero el cam-
bio de ciclo en la década siguiente los abocó al doble reto de dar
salida a sus productos y hacer frente al pago de sus deudas so pena
de ser despojados de sus tierras por sus acreedores. Esta es una
situación que se repetirá con frecuencia en el origen de los movi-
mientos populistas: el drama del desahucio y la responsabilidad de
la banca. No se trata exactamente de un conflicto entre clases so-
ciales, sino de algo aún peor, porque lo que está en frente no se
percibe como una clase explotadora, sino como un engranaje fi-
nanciero invisible e implacable. A un lado, la gente; al otro, el
dinero. Este fue el caldo de cultivo del People’s Party en sus es-
tados originarios, Kansas y Nebraska, y de él surgirá un discurso
económico fuertemente proteccionista con ribetes comunitaristas
y anticapitalistas, patentes en su denuncia de la especulación y del
patrón oro, que facilitaba y abarataba el comercio internacional, y
en su campaña por la nacionalización de los ferrocarriles, a los que

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se hacía responsables de la crisis agraria. Esta es la razón por la


que algunos contemporáneos, sobre todo en la prensa europea,
le atribuyeron inicialmente un carácter socialista. En otro orden de
cosas, el People’s Party abogó por la elección directa del presi-
dente y del vicepresidente de Estados Unidos, por el sufragio fe-
menino y por el recurso al referéndum como forma de dirimir
cuestiones sustanciales de la vida pública. Era más difícil en cam-
bio que los populistas del norte y del sur se pusieran de acuerdo en
la cuestión racial, centrada en facilitar o no el voto de los negros.

La retórica del populismo

Se ha señalado a menudo la importancia de la retórica en la


naturaleza del populismo, imbatible, junto al nacionalismo –su
hermano gemelo–, en su facilidad para crear un lenguaje propio,
de especial plasticidad y emotividad, formado de palabras, mitos e
imágenes que representan el martirologio y los afanes del pueblo.
Como dice Rogers Hollingsworth al estudiar el movimiento popu-
lista surgido en Kansas a finales del siglo XIX, su particular retórica
«proporcionaba confort a aquellos que se sentían alineados por su
nuevo entorno y daba un nuevo sentido a la vida de quienes in-
tentaban desesperadamente reafirmar su individualidad en sus
valores tradicionales». Pero, con ser esto importante, el fin de la
retórica populista no es sólo confortar a sus seguidores y combatir
a sus adversarios. Debe servir sobre todo para unir grupos e inte-
reses que pueden llegar a ser muy heterogéneos y hasta contra-
puestos, creando una poderosa ilusión de unidad y seguridad que
expulse fuera de ese núcleo unitario cualquier división o conflicto.
De ahí que para contrarrestar sus propias contradicciones y sim-
plificar situaciones muy complejas el populismo recurra a un ma-
niqueísmo estructural –no sólo a una «división dicotómica de la

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POPULISMOS. ¿CUÁNDO, DÓNDE, POR QUÉ? 11

sociedad», como afirma Laclau– capaz de convertir un males-


tar social intenso, pero de origen incierto, en un conflicto entre
nosotros y ellos.
Esa capacidad de encantamiento y esa especial ductilidad
explican su rápida internacionalización y su adaptación a mo-
mentos, circunstancias y países muy diversos. El Parlamento, los
partidos políticos, la plutocracia y las corporaciones, más que el
capitalismo, estarán siempre entre sus bestias negras. A la sombra
del populismo de principios del siglo XX proliferaron los movimien-
tos «antipartido» y las «ligas» de toda índole en pie de guerra contra
un sistema acusado de dividir artificialmente a la población. «¡No
más partidos!», exclamó en 1908 el dirigente de una de las ligas
creadas en la Alemania guillermina. Ese mismo año, la discusión
del presupuesto en Gran Bretaña, al que Lloyd George había dado
un fuerte carácter social, desencadenaba una larga batalla parla-
mentaria con los lores, que, viéndose perjudicados por la nueva
política fiscal, pretendieron apelar al pueblo en un referéndum que
permitiera soslayar el poder del Parlamento. La iniciativa no llegó
a prosperar, pero muestra el potencial del populismo como una
ideología a la carta que puede servir para cualquier cosa. La op-
ción plebiscitaria frente al Parlamento y los partidos se consagraba
como una fórmula consustancial al populismo de cualquier signo.
A ella recurrirá con frecuencia el nazismo en los años treinta en su
afán por restaurar el derecho a decidir del pueblo alemán.
La Gran Depresión potenciará el papel del populismo y diver-
sificará su respuesta a la crisis del liberalismo político y económico.
La desesperación de los más vulnerables, sobre todo de aquellos
que perdieron su empleo, se tradujo en un apoyo electoral cre-
ciente a las fuerzas más extremistas, como el Partido Nacional-
Socialista alemán, que en tan sólo dos años, entre 1928 y 1930,
pasó de 12 a 107 diputados. Su propaganda aunaba todos los in-
gredientes de la retórica populista, siempre propicia a interpre-

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taciones conspirativas y xenófobas del origen de los grandes


cataclismos sociales, a la apelación directa al pueblo, vía referén-
dum, y a la búsqueda de un hombre providencial que lo redima de
sus penalidades. Aunque el incremento exponencial del paro, que
dejó sin trabajo a más de seis millones de alemanes, tuvo efectos
letales para la República de Weimar, no debe subestimarse la im-
portancia del problema de la vivienda en la deslegitimación de la
democracia, a la que se hacía responsable de los desahucios sufri-
dos por los inquilinos morosos y los pequeños propietarios hipote-
cados con los bancos. No es casualidad que las dos principales
fuerzas antisistema, el Partido Comunista y el Partido Nacional-
Socialista, coincidieran en su apoyo a la «huelga de alquileres»
convocada en Berlín en septiembre de 1932. Una foto tomada por
aquellos días en un callejón de una barriada obrera nos muestra, al
fondo, escrito en la pared, el lema de la huelga: «Primero la co-
mida, luego el alquiler» («Erst Essen, dann Miete»). A uno y otro
lado del callejón, banderas nazis y comunistas cuelgan de algunas
ventanas.
Ya se ve que el populismo no conocía fronteras ideológicas o
geográficas. En Francia, el Frente Popular lo integró en su imagi-
nario interclasista y en su estrategia para conseguir todo tipo de
apoyos electorales. Cancelada por la III Internacional la política
de clase contra clase, el pueblo emergía como instancia salvadora
a la que apelar en un momento en que la humanidad se jugaba el
todo por el todo frente al fascismo. De ahí la llamada de Maurice
Thorez, secretario general del Partido Comunista, a la reconcilia-
ción de todos los hijos del pueblo, el obrero, el empleado, el cam-
pesino, incluso el católico –«eres nuestro hermano [...], sufres
como nosotros»–. De todas formas, a pesar de esta retórica rebo-
sante de emotividad y sentimentalismo, la aceptación del marco
institucional por parte del Frente Popular lo alejaba un tanto del
canon populista, mucho más reconocible en la extrema derecha

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POPULISMOS. ¿CUÁNDO, DÓNDE, POR QUÉ? 13

antiparlamentaria. Se ha estudiado a fondo también la importancia


del populismo y la xenofobia en el nacionalismo catalán de los años
treinta, sobre todo en Estat Català, en cuya órbita se movían orga-
nizaciones y grupúsculos de nombre inequívoco, como el Movi-
ment Nacionalista Totalitari o Nosaltres Sols! El primero
constituye una auténtica rareza en la historia mundial de los tota-
litarismos, porque tal vez ningún otro, ni siquiera entre aquellos
que se proclamaban abiertamente totalitarios, haya osado llevar la
propia palabra en su nombre. Por su parte, Nosaltres Sols! buscó
el apoyo del Tercer Reich a la causa del separatismo catalán y
mantuvo contactos con la embajada alemana en Madrid y con el
consulado en Barcelona, a través del cual presentó al gobierno de
Hitler una detallada propuesta de colaboración en vísperas de la
Guerra Civil española.
No menos compleja resulta la evolución del populismo en Es-
tados Unidos durante los años treinta. La disolución del People’s
Party en 1908 no impidió que su ideario impregnara la vida pú-
blica del país a través del Partido Demócrata –su aliado natural–,
del Progressive Party de Robert La Follete e incluso de la adminis-
tración republicana presidida por Herbert Hoover entre 1929 y
1933. Fue tal su influencia en las reformas emprendidas desde fi-
nales del siglo XIX, según John D. Hicks, que podría decirse que
el populismo murió de éxito al haber conseguido incorporar la
mayoría de sus ideales a la legislación positiva y a los propios fun-
damentos de la democracia americana. «Gracias al triunfo de los
principios populistas», escribía Hicks en 1931, «casi se puede decir
[...] que hoy manda el pueblo». La lucha contra la recesión exigió,
sin embargo, redoblar la intervención del Estado frente a injusti-
cias y desigualdades que la crisis había agravado hasta niveles in-
soportables. En el New Deal de Roosevelt y en particular en sus
actuaciones en las regiones agrarias más deprimidas, como el valle
del Tennessee, se reconocen fácilmente algunas de las propuestas

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del People’s Party a caballo entre los dos siglos. Lo mismo se


puede decir de la regulación del capitalismo financiero y de las
medidas a favor de los campesinos morosos en riesgo de desahu-
cio. El sentimentalismo populista inspiró asimismo algunas de las
obras emblemáticas del cine y la literatura de la época, desde Las
uvas de la ira hasta ¡Qué bello es vivir!, expresión insuperable, aunque
algo tardía (1946), de los principales estereotipos sociales del po-
pulismo americano, como el sentido comunitario de la vida o el
apego a la pequeña propiedad, amenazada por la codicia de los
plutócratas, enemigos naturales del pueblo.
Aunque se ha considerado el macartismo como un populismo
de extrema derecha, cuando no fascista, la Guerra Fría supuso un
significativo declive del fenómeno, al desaparecer las condiciones
históricas que impulsaron su crecimiento en las décadas anterio-
res. Tanto el progreso económico y social como la consolidación de
la democracia parlamentaria le dejaron escaso margen como alter-
nativa a un sistema que parecía haber resuelto los problemas del
viejo liberalismo. Al menos en el Primer Mundo, porque el popu-
lismo latinoamericano conoció en la posguerra mundial una etapa
dorada, hasta el punto de convertirse, para algunos autores, en su
principal modelo: el verdadero populismo sería el latinoamericano;
el ruso y el estadounidense habrían sido la excepción. Eso era mu-
cho decir, pero es indudable que América Latina reforzó algunos
de sus rasgos esenciales, como el caudillismo y la tendencia al me-
lodrama, patente en la vida y la muerte de Eva Perón. Su base
urbana, frente al carácter rural de los naródniki, del People’s Party
y hasta cierto punto del boulangisme francés, anticipa asimismo el
giro del populismo hacia una izquierda posmarxista que habría de
tener un notable predicamento entre las clases medias urbanas.
Ese cambio de paradigma, de rural a urbano, de premarxista a
posmarxista, favoreció su resurgir en los años sesenta y la refor-
mulación de su significado por parte de la llamada Nueva Iz-

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POPULISMOS. ¿CUÁNDO, DÓNDE, POR QUÉ? 15

quierda, contraria al oportunismo de la izquierda oficial e


incómoda con la Realpolitik soviética en la nueva fase de disten-
sión iniciada en 1962 con la crisis de los misiles. Hubo otros
factores en ese regreso al pueblo como sujeto histórico de la revo-
lución pendiente. Influyó, sin duda, la impronta juvenil de la
Nueva Izquierda, atraída por una concepción utópica y carnava-
lesca de la revolución que conectaba mucho más con el pueblo de
Michelet –tal vez el primer populista de la historia moderna– que
con una clase obrera cada vez más domesticada y propensa al re-
formismo. Había que recuperar la pureza perdida de los viejos
principios, alejarse de los mandarines de la revolución y abra-
zar sin reservas la causa del pueblo. La Cause du Peuple será
precisamente el título del periódico fundado en París en mayo de
1968 bajo el patrocinio de Sartre y el poderoso magnetismo
de la China de Mao, principal referente exterior de la izquierda
más intransigente, fascinada con la Revolución Cultural, su
sentido purificador de la violencia y el uso de las comunas cam-
pesinas como antídoto frente a las tentaciones de la vida ur-
bana, burguesa por definición. Mientras tanto, se iba
desvaneciendo la fe en la voluntad revolucionaria de la clase
obrera industrial, mucho más dispuesta a aprovecharse del sis-
tema que a destruirlo, como se puso de manifiesto con la firma
de los acuerdos de Grenelle por los sindicatos franceses y el
gobierno de Pompidou, que acabó con la efímera alianza entre
obreros y estudiantes en Mayo del 68. Hacía falta una solución
de recambio, que podía intuirse en la retórica premarxista, de
regusto decimonónico, de la Nueva Izquierda, en la que las
nociones de pueblo y guerrilla se daban la mano.
Todo ello explica la aparición a partir de finales de los se-
senta de un buen número de grupos terroristas que, como el
anarquismo y el viejo populismo ruso, pretendían hacer de la
violencia una forma de justicia exprés y redención social. Había

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16 JUAN FRANCISCO FUENTES

en ellos, además, como un trasfondo nihilista provocado por la


frustrante experiencia de la «década prodigiosa» al compro-
barse la fortaleza de la decadente sociedad occidental –«escan-
dalizar al burgués», se lamentaba en 1969 el historiador
marxista Eric Hobsbawm, «es más fácil que acabar con él»–.
No es casualidad que la palabra populismo viera notablemente
aumentada su presencia en las principales lenguas occidenta-
les. Según el buscador online Google Books Ngram Viewer, en-
tre 1960 y 1970 el uso del término en el lenguaje escrito se
multiplicó por 2,4 en inglés y en francés, por 3,1 en italiano y por
8,8 en español, debido a la creciente importancia del concepto
en el vocabulario político latinoamericano. No le faltaba razón,
como se ve, a Ernest Gellner al evocar en 1967 el famoso fantasma
que, según el Manifiesto comunista, tenía atemorizada a la burguesía
europea a mediados del siglo XIX y que reaparecía ahora en forma
de populismo. Se trata más bien de una versión tercermundista del
fenómeno, que venía a dar respuesta a la pregunta que, según Er-
nest Gellner y Ghiță Ionescu, se había hecho todo el mundo a fina-
les de los años cincuenta: ¿cuántos de los nuevos estados surgidos
de la descolonización optarían por un sistema comunista? La res-
puesta diez años después estaba tan clara, que la propia pregunta
parecía «out of date»: el populismo le había ganado la partida al
comunismo como alternativa al capitalismo. Y no sólo en el Tercer
Mundo. En opinión de estos autores, algunos regímenes comunis-
tas estaban evolucionando en esa misma dirección. No llegan a
decirnos a qué países se refieren, pero cabe imaginar que se tra-
taba de aquellos que se habían alejado de la órbita soviética, como
China y Yugoslavia, o que pretendían representar, como Cuba,
una versión romántica y combativa del comunismo, con mucho
pueblo, mucho «¡Patria o muerte!» y muy poca clase obrera.
La crisis económica iniciada en 1973 y el fin de los llamados
«treinta años gloriosos» del capitalismo no impulsaron al popu-

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POPULISMOS. ¿CUÁNDO, DÓNDE, POR QUÉ? 17

lismo ni en la calle ni en las urnas, a diferencia de lo ocurrido en


tiempos de la Gran Depresión. El efecto amortiguador del estado
del bienestar y la solidez de la democracia parlamentaria neutrali-
zaron el impacto de la crisis e impidieron el ascenso de las fuerzas
antisistema. Si alguien sacó partido de ella fue la derecha tradicio-
nal, favorecida por el creciente descontento de las clases medias
con la socialdemocracia, al menos en la Europa del Norte. Si acaso
se pueden reconocer resabios populistas en la «revolución conser-
vadora» encabezada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, con
su anti-intelectualismo, su retórica nacionalista y su cruzada anti-
fiscal. También en la creación en 1972 del Frente Nacional francés
por el político ultraderechista Jean-Marie Le Pen, procedente del
poujadisme de los años cincuenta y heraldo de un nacionalismo que
se alimentaba de una xenofobia todavía marginal. Su estilo tribu-
nicio empezará a ganar adeptos en los ochenta y a señalar el ca-
mino a otros populismos, no sólo de derechas: «Nosotros somos el
pueblo», dirá Le Pen; «los de abajo» frente a «los de arriba».
Poca cosa, de momento, al lado de lo que fue el populismo en
sus buenos tiempos. Sin embargo, contra lo que cabía esperar, la
caída del Muro de Berlín en 1989 y la desaparición del comunismo
en el Este de Europa le abrieron una formidable «ventana de opor-
tunidad», por utilizar una expresión grata al populismo posmo-
derno. Sorprende que la victoria del liberalismo en la Guerra Fría
se tradujera en tal proliferación de partidos, líderes y gobiernos
populistas, dentro y fuera de Europa. En buena lógica, la caída del
Muro debería haber significado la apoteosis de la democracia libe-
ral, que en medio siglo había derrotado a dos enemigos formida-
bles: al fascismo en la Segunda Guerra Mundial y al comunismo
en un conflicto, la Guerra Fría, del que nadie esperaba tal desen-
lace. Cinco años después, la euforia de aquel momento se había
desvanecido por completo para dar paso, en palabras de Charles
Maier, a un anticlímax parecido al que sucedió a la alegría por la

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18 JUAN FRANCISCO FUENTES

victoria en 1918. ¿Sería 1989, se preguntaba este profesor de Har-


vard, una «victoria históricamente tóxica», como las que pusieron
fin a la Primera Guerra Mundial o a la Guerra Franco-prusiana,
capaces de engendrar nuevos resentimientos en vez de acabar con
ellos? Para Charles Maier, ese «anticlímax» post-Guerra Fría era el
resultado de una crisis moral de la democracia que estaría dejando
un largo rastro de cinismo político y descrédito institucional y ali-
mentando una peligrosa alternativa, que él denomina «populismo
territorial». Volveremos sobre este concepto.

El regreso del populismo a la actualidad

Varias circunstancias ayudan a entender el regreso del populis-


mo al primer plano de la actualidad. El fin del comunismo en el
Este de Europa, en países de escasa o nula tradición democrática,
creó un vacío político que fue aprovechado por un nacionalismo de
corte populista y a menudo autoritario. En esa metamorfosis tuvo
mucho que ver la antigua nomenklatura comunista, que vio en el
populismo una forma de sobrevivir a la desaparición de su antiguo
modo de vida. La nueva ola no tardó en llegar también a las demo-
cracias occidentales. La superación de la política de bloques aca-
bó afectando al sistema de partidos establecido tras la Segunda
Guerra Mundial, fuertemente condicionado por la bipolaridad in-
ternacional en aquellos años. De ahí la crisis del bipartidismo en
países como Francia y sobre todo Italia, una de las avanzadillas del
mundo occidental frente al comunismo y escenario en los noventa
de un desguace sin precedentes de los partidos tradicionales.
Ejemplo de ello fue lo ocurrido con la Democracia Cristiana, el
Partido Socialista y el Partido Comunista, situados durante dé-
cadas a uno y otro lado de un imaginario telón de acero cuya desa-
parición los convirtió de repente en obsoletos. El resultado fue la

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POPULISMOS. ¿CUÁNDO, DÓNDE, POR QUÉ? 19

formación de nuevos partidos dispuestos a recoger electoralmente


los restos del naufragio. Dos de ellos tenían una clara vena popu-
lista: la Liga Norte (Lega Nord per l’Indipendenza della Padania),
puro populismo territorial y xenófobo, y la conservadora Forza
Italia, liderada por el empresario Silvio Berlusconi, que en abril de
1994 alcanzó por primera vez la jefatura del gobierno gracias a una
coalición de varios partidos, entre ellos la Liga Norte. Funda-
da como Alleanza Nord en diciembre de 1989, apenas un mes
después de la caída del Muro de Berlín, la Liga Norte sería el fruto
más temprano de una relación causa-efecto entre el fin de la Gue-
rra Fría y la crisis del sistema de partidos ligado a ella.
Los años noventa fueron también la década de la globalización,
un término no del todo nuevo, pero que alcanzó al final del mile-
nio una preeminencia inusitada como expresión de una nueva
realidad, determinada por la capacidad de las tecnologías de la in-
formación, en particular, Internet –otra palabra en alza–, para
configurar un mundo sin fronteras. ¿Fue la globalización la causa
de lo que Klaus von Beyme llamó la tercera ola populista? La cues-
tión ha provocado un debate interminable, en el que parecen im-
ponerse las tesis de quienes consideran que el populismo recoge la
frustración de los «perdedores de la globalización» y da forma po-
lítica a su deseo de cambio. Esta interpretación cuenta con varios
factores a favor. Por un lado, concuerda con los orígenes del fenó-
meno a finales del siglo XIX, cuando la internacionalización de la
economía y el hundimiento de los precios agrícolas provocaron
la aparición del People’s Party americano entre los damnificados
de aquel proceso, agricultores hipotecados con los bancos y acu-
ciados por el pago de sus deudas. Por otro, permite explicar los
fuertes lazos históricos que unen al populismo con el nacionalismo,
ideología reactiva de eficacia probada en tiempos de crisis. El po-
pulismo territorial sería la confluencia de esa doble respuesta iden-
titaria a los costes sociales de la economía global y al malestar

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20 JUAN FRANCISCO FUENTES

derivado de la última recesión: la nación como constructo inexpug-


nable y refugio de un pueblo amenazado. Frente a la incertidum-
bre que viene de fuera, esta concepción fetichista del territorio
reivindicaría el espacio propio como un lugar seguro y sagrado que
debe preservarse de toda forma de expolio económico o cultural.
La crisis económica iniciada en 2008 confirma sólo en parte,
sin embargo, la teoría que atribuye el auge actual del populismo a
los llamados «perdedores de la globalización», movilizados contra
el sistema en cumplimiento del viejo síndrome populista: un estado
emocional capaz, como dice Torcuato di Tella, de poner en contacto
a unas elites incongruentes –desclasadas, oportunistas– con unas
masas dispuestas a la acción. En realidad, las advertencias sobre
la magnitud de la ola populista que se cernía sobre el mundo son
anteriores a la última crisis y obligan a matizar una posible rela-
ción entre la una y la otra. «En el siglo XXI existen mejores con-
diciones que nunca para la aparición y el éxito del populismo»,
afirmaron Albertazzi y McDonnell antes de que la recesión se tra-
dujera en recortes sociales, desempleo y desahucios. La cronología
de la última ola populista no es tan fácil de establecer, por tanto,
como podría deducirse del caso español.
Puede que la búsqueda de distintos modelos geográficos nos
ayude a entender por qué una determinada etiología funciona en
unos casos y no en otros. Por centrarnos en Europa, donde se lo-
calizan no menos de cuarenta partidos de este cariz, cabría dife-
renciar tres grandes espacios con características propias: la Europa
Central y del Este, la Europa del Norte y la Europa mediterránea.
En cada uno de ellos se observa una cronología, una etiología y
una morfología relativamente distintas. En la antigua Europa co-
munista, el populismo se encontraba ya en su apogeo al empezar la
recesión. Michael Shafir lo calificó de «trendy topic» en 2008 al
estudiar su rápido crecimiento en Europa Central y del Este. Las
causas se remontaban, como se ha visto, al colapso del comunismo

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POPULISMOS. ¿CUÁNDO, DÓNDE, POR QUÉ? 21

y a la dificultad de consolidar una economía de mercado y una


democracia estable con amplio respaldo social. Los cambios fron-
terizos y demográficos experimentados en los años noventa provo-
caron asimismo, como ocurrió en el periodo de entreguerras,
irredentismos territoriales y conflictos étnicos fácilmente manipu-
lables. Las circunstancias no podían ser más favorables para el
desarrollo de un nacionalismo populista que contaba con numero-
sos antecedentes en la región.
No faltan razones, como se ve, para considerar el populismo
una patología política recurrente, cuya capacidad de contagio se
ha visto incrementada gracias a las nuevas tecnologías, que han
facilitado la propagación del virus entre los grupos sociales y gene-
racionales más expuestos. La cepa populista de los países del
Norte de Europa responde al patrón típico de la globalización:
miedo a la inmigración y a la competencia de los países emergentes
y rechazo a una instancia supranacional, como la Unión Europea,
que se percibe como ajena, lejana y onerosa. Es difícil encontrar en
estos países movimientos políticos que puedan identificarse con un
populismo de izquierdas, a diferencia de lo que sucede en la Eu-
ropa mediterránea, donde cuenta con una nutrida presencia, re-
presentada por Podemos en España, el Movimiento 5 Estrellas en
Italia, Syriza en Grecia y el partido creado en Francia por Jean-
Luc Mélenchon en 2016 –La Francia Insumisa– con vistas a las
elecciones presidenciales del año siguiente. Aunque esta izquierda
populista guarde un lejano parentesco con la New Left de los se-
senta, hay algo en ella de ese «paternalismo concentrado» que el
London Daily News vislumbró en el populismo allá por 1896.
El caso español es un compendio de los factores fundamentales
que han jalonado su historia desde que se reconoce como tal y lleva
ese nombre. Mientras en Estados Unidos el «land boom» de finales
del siglo XIX dio paso a la crisis hipotecaria que condenó a la preca-
riedad a miles de campesinos del Medio Oeste, en España el boom

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22 JUAN FRANCISCO FUENTES

de la vivienda de principios del siglo XXI fue el prólogo y en parte el


origen de la oleada de morosidad y desahucios provocada por la
recesión. La razón de fondo en ambos casos fue la globalización y
sus efectos impredecibles sobre el empleo, el crédito y los precios,
y la consecuencia final, una movilización, primero social y luego
política, de los sectores más perjudicados: de la Farmers’ Alliance al
People’s Party, de los Indignados a Podemos. Sin negar la impor-
tancia de otras causas, como el rechazo a la inmigración o el desem-
pleo, conviene recordar el papel que la defensa de la vivienda y la
pequeña propiedad y la lucha contra el capitalismo financiero han
tenido como detonante de estos movimientos. En general, no res-
ponden, por tanto, a una ideología colectivista y socializante, a pesar
de su apariencia comunitarista y de la existencia de un viejo equí-
voco al respecto, como se aprecia en la recepción del fenómeno por
la prensa europea de finales del siglo XIX. Bien al contrario, son ar-
dientes defensores de la propiedad individual frente al poder de la
banca y de las corporaciones. En ese sentido, se los puede conside-
rar un ejemplo de lo que Crawford Macpherson llamó «individua-
lismo posesivo», que suele derivar en un radicalismo político
hiperdemocrático o antidemocrático, sin que a veces sea fácil distin-
guir lo uno de lo otro. Su actuación se dirige contra el bipartidismo,
las elites políticas y financieras, las instituciones representativas y
los efectos de la globalización, y plantea formas genéricas de demo-
cracia directa de tipo asambleario y plebiscitario. La cruzada contra
el patrón oro lanzada en su día por el People’s Party americano
presenta asimismo coincidencias sustanciales con el furor antieuro-
peísta de la mayoría de los populismos europeos. No es el caso de
Podemos, que intenta llevar con discreción su euroescepticismo
antropológico, aunque la principal diferencia entre el People’s Party
y Podemos radica en la base rural del primero y el carácter urbano
del segundo –no tanto de algunas de sus «confluencias». Con estas
salvedades, la analogía entre ambos se sostiene bastante bien.

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POPULISMOS. ¿CUÁNDO, DÓNDE, POR QUÉ? 23

El canon populista se cumple, si cabe, en mayor grado en el


actual independentismo catalán, tanto en el de tipo völkisch, de ori-
gen nacionalcatólico, como en el republicano y ultraizquierdista.
Pese a sus diferencias históricas y programáticas, coinciden en su
fuerte arraigo en el medio rural y en su pulsión totalitaria, que re-
cuerda la explícita reivindicación del totalitarismo por parte de uno
de los grupúsculos nacionalistas que pululaban por la Cataluña de
los años treinta: el Moviment Nacionalista Totalitari. El árbol
genealógico del independentismo incluye también, y de forma
muy destacada –al menos así lo ha declarado Quim Torra, ac-
tual presidente de la Generalitat–, al grupo Nosaltres Sols!, que
en 1936 dirigió un memorándum al gobierno de Hitler solicitando
su apoyo a la independencia de Cataluña. Como en su día el Tercer
Reich y su aspiración a construir la «Gran Alemania», el proyecto
independentista, especialmente en su programa máximo –los Paí-
ses Catalanes–, constituye un buen exponente de ese «populismo
territorial» que, según Charles Maier, busca siempre un aval ple-
biscitario a su política de «salvación nacional». La ruptura con
España y la recuperación de los antiguos territorios de la Corona
de Aragón mediante un Anschluss previamente plebiscitado –como
en Austria en 1938– culminarían un largo proceso histórico en pos
de una plenitud nacional finalmente reencontrada.
Es el populismo territorial en su máxima expresión, como pa-
nacea frente a la crisis económica y realización de un supuesto
sueño colectivo de emancipación a la vez social y nacional: Cata-
luña como «un sol poble», sin elementos indeseables que cuestio-
nen su unidad territorial o lingüística. En ello radica la lógica del
populismo, antipluralista por naturaleza, como afirma Jan-Werner
Müller: no acepta otra cosa que la total representación del pueblo,
que él mismo se arroga, y rechaza como un cuerpo extraño y peli-
groso a cualquiera que se la discuta. Esta facilidad para crear co-
munidades a su imagen y semejanza y convertirlas en fuente de

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24 Juan Francisco Fuentes

legitimidad y seguridad, sobre todo en momentos de crisis, es una


de las posibles respuestas a la pregunta con la que Albertazzi y
McDonnell titulaban hace años uno de los epígrafes de su libro:
¿por qué tiene tanto éxito el populismo?

J. F. F.

Este artículo forma parte del proyecto New Populisms in post-Cold War Europe:
A Symbolic Map. Iconography, Rituals, Leaderships, en el que he trabajado durante mi
estancia como Visiting Senior Fellow en el Ideas Centre de la London School of
Economics. Agradezco a Ideas Lse y en particular al profesor Michael Cox y a la
doctora Emilia Knight, director y mánager de ideas, su hospitalidad y amabilidad
durante mi estancia.

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Dios y las nuevas tecnologías
César Antonio Molina

E l autor del libro, Juan José Sebreli, y quien esto escribe son
agnósticos. No hay pruebas suficientes y certeras ni para el
teísmo ni para el ateísmo, ni tampoco para términos medios ecléc-
ticos como el deísmo o el panteísmo. El ateísmo es incluso una
ateología, está demasiado imbuido de religiosidad, vive sin cesar
ocupándose de atacar la idea de Dios y logra un efecto contrario al
que busca: reconoce la importancia del enemigo. Dios es posible
en tanto no hay pruebas contundentes en su contra. La ciencia, a
lo largo de los siglos logró, y ahora aún más lo pretenden las nue-
vas tecnologías, desvelar muchos interrogantes. Pero todas ellas,
ciencia y nuevas tecnologías, no han conseguido responder a
las preguntas últimas sobre el ser y la nada, o sobre el surgimiento
de la conciencia. ¿De dónde venimos y a dónde vamos? ¿A dónde
nos conduce todo esto? ¿Por qué he nacido sin consentimiento y
debo morir de la misma manera? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Qué
hay más allá si ese más allá existe y a él va a parar el alma? Y el

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28 CÉSAR ANTONIO MOLINA

tiempo ¿es reversible o irreversible? ¿Es concebible un ser incon-


dicionado, infinito y absoluto? En el inconmensurable universo
¿qué papel ocupa el ser humano? Mientras no se den respuestas a
todas estas preguntas, para muchos millones de personas, Dios
será el origen y el fin de todo.
El agnosticismo no es fácil de explicar porque no es una reli-
gión, tampoco una ciencia ni una filosofía, sino una actitud del
pensamiento que se plantea preguntas sin poder dar respuestas
certeras. Ni doctrina, ni ideología, sino una postura que tuvieron
muchos mortales antes de darle ese nombre en el siglo XIX. Tho-
mas Henry Huxley, un paleontólogo controvertido, fue el primero
que pronunció la palabra agnóstico en el año 1869. Intentar saber
lo que no se sabe pero insistir en las respuestas es lo que diferencia
al agnosticismo del escepticismo que no espera nada. Entre el
teísmo y el ateísmo, se encuentra el agnosticismo. Ni es deísmo que
se confunde muchas veces con el primero, ni ateísmo que se con-
funde muchas veces con el segundo. Entre unos y otros, existe este
tercer camino. Esta forma de pensamiento existió, de una u otra
manera, a lo largo de la historia. Al menos desde Sócrates (aunque
el interés de este filósofo ágrafo estaba en la moral y no en la meta-
física), los epicúreos, los estoicos (que junto con el neoplatonismo
formaron el cristianismo primitivo), y el aristotelismo o el cristia-
nismo medieval. Protágoras, discípulo de Heráclito, afirmó:

De los dioses no sabré decir si los hay o no los hay, pues son
muchas las cosas que prohíben el saberlo, tanto la oscuridad del
asunto, como la brevedad de la vida humana.

El gobierno ateniense de aquellos tiempos que no admitía la


duda, lo acusó de ateísmo y murió al intentar huir de la ciudad. Por
ejemplo, los cínicos han sido reivindicados por filósofos contempo-
ráneos como Foucault. En este grupo detectaron las huellas
precursoras del humanismo racionalista moderno, incluido el ag-

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DIOS Y LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS 29

nosticismo. Después, ya en la antigua Roma, estuvo Séneca, con


sus grandes contradicciones interiores y, luego, Montaigne, Des-
cartes y Hume quien escribió:

¿En qué difieren ustedes, los místicos, que sostienen la absoluta


incomprensibilidad de Dios, de los escépticos y los ateos que
afirman que la primera causa de todas las cosas es desconocida e
ininteligible? (Diálogos sobre la religión natural, 1779).

Precisamente el filósofo inglés David Hume introdujo el agnos-


ticismo en el idealismo alemán, sobre todo en Kant. La famosa
página en la Crítica de la razón pura, dividida en dos columnas, es
una prueba de ello: en una, están las pruebas de la existencia de
Dios y la inmortalidad, y en la otra las refutaciones sobre la misma.
Y así hasta nuestros días. El agnosticismo, el sociólogo Sebreli lo
ejemplifica en la figura de Hans Küng, desautorizado por la Iglesia
católica, pero del que el autor de este libro afirma que era lo más
creyente que puede ser un agnóstico y lo más agnóstico que puede
ser un creyente.
Dios en el laberinto está escrito desde el agnosticismo y la razón,
no desde la fe por la cual él siente un gran respeto espiritual. El
agnosticismo está mostrado como una autodesignación limitada a
intelectuales. El conocimiento racional no es inmutable y eterno,
sino que varía de acuerdo con la época y con las condiciones histó-
ricas. Este libro descomunal, crítico y no complaciente, estudia la
religión desde el punto de vista filosófico e histórico. La historia se
orienta a una filosofía de la historia, a una historia universal de raíz
hegeliana; y el autor dirige su filosofía hacia una cosmovisión. La
teología está convencida de que las preguntas últimas le pertene-
cen en exclusiva. El cientificismo y el positivismo limitan la ciencia
sólo al mundo material, menospreciando las ciencias humanas que
no ofrecen un conocimiento duro, exacto. No todos los científicos
pensaron así: Galileo, Newton en el pasado, y más tarde Einstein o

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30 CÉSAR ANTONIO MOLINA

Shrödinger, se preocuparon por la fundamentación filosófica de


sus teorías científicas. No hay que ver una contradicción entre el
espiritualismo y el materialismo, sino unas fuentes semejantes de
conocimiento. Einstein escribió:

El miedo a la metafísica es una enfermedad de la actual filosofía


empírica, contrapeso a aquel anterior filosofar en las nubes que
creía poder deshacerse de lo dado a los sentidos y poder prescin-
dir de él.

Y en este apartado Sebreli le hace un homenaje al jesuita


Teilhard de Chardin no muy bien visto por el Vaticano hasta que
Juan Pablo II le agradeció el esfuerzo que había llevado a cabo por
acercar el mundo científico al cristianismo. Incluso Planck llegó a
admitir el predominio de la fe sobre el conocimiento científico:

... encima de la entrada de las puertas del templo de la ciencia


están escritas estas palabras: «Debes tener fe». Es una cualidad
de la cual el científico no debe prescindir.

En este ensayo Sebreli destaca las múltiples interpretaciones


multidisciplinarias de la religión que se suman a los métodos teoló-
gicos: las históricas, las sociológicas, psicológicas, arqueológicas,
antropológicas, cosmológicas, filosóficas, geográficas, lingüísti-
cas, literarias, científicas que someten las viejas explicaciones dog-
máticas a una severa y actualizada crítica. Los fundadores de la
disciplina sociológica, Emile Durkhein y Max Weber, fueron a
la vez los creadores de la sociología de la religión.
Aunque el autor se refiere a todas las grandes religiones cono-
cidas, la presencia del cristianismo, en especial del catolicismo,
ocupa el mayor número de páginas y las más profundas reflexio-
nes. En otros tiempos el surgimiento del cristianismo, la evangeli-
zación, las disputas teológicas, las guerras, la creación de las

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DIOS Y LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS 31

órdenes religiosas, la teocracia, fueron ejes sobre los que giró du-
rante siglos la vida cotidiana. En nuestros días Dios está más
ausente que presente en lo cotidiano. De Él apenas ya dependen
nuestros dolores y alegrías. Es como una compañía ausente. La
ciencia, por su propia razón de ser, trató en vano de sustituirlo
pero no lo consiguió. Es más, yo diría que ciencia y metafísica con-
fluyeron en su silencio ante el no saber. Pero el mundo digital,
menos respetuoso y cooperador, está emboscando a esta construc-
ción cultural ofreciendo a los potenciales feligreses, ahora conver-
tidos en meros clientes, respuestas falsas, inventadas, quiméricas a
aquellas preguntas que nos hacíamos al comienzo de este texto. En
el mundo digital (y de esto no se ocupa este libro), según nos vie-
nen contando, muy pronto hasta la muerte será una reliquia del
pasado. Y sin la muerte, simplemente en el cristianismo sin irnos a
las otras religiones, no habrá alma, resurrección, ni más allá con
Dios. ¿Para qué entonces esta creencia? Por lo tanto ni las religio-
nes, ni Dios, tienen en este sentido futuro, y, por supuesto, tam-
poco los agnósticos lo tendríamos. ¿Dispondríamos entonces de
un Dios emérito (esta es una idea mía, no de Sebreli)? Tampoco en
el mundo digital a este paso existirá el libre albedrío, es decir, la
libertad de elegir, pues está siendo sustituida por los algoritmos.
Todas las bases de la religión están en duda y es más, desalojadas
por estas empresas materialistas que lo ofrecen ya todo en la tierra:
unas agencias de viaje estáticas. Por ejemplo la criogenización. Un
cuerpo conservado cientos de años esperando volver a la tierra en
un tiempo ya ajeno a él. ¿Dónde el alma? ¿Se puede congelar el
alma?
La desaparición de la imposición religiosa en las sociedades
modernas no ofreció un nuevo sentido de la vida, más bien fue
sustituido por la «anomia», la ausencia de valores, la superficiali-
dad, el vacío, la desilusión, la desesperanza... ¿La era digital viene
a redimirnos de todo esto? Antes las respuestas para gran parte de

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32 CÉSAR ANTONIO MOLINA

la población estaban en los libros sagrados, en los dogmas, en las


autoridades eclesiásticas, en la literatura y el arte en general. Hoy,
sin embargo, lo están en las pantallas de los ordenadores donde la
pornografía y la violencia supera en millones de visitas cualquier
otro asunto, entre ellos, el religioso, incluso en las zonas más secta-
rias y fanatizadas. El mundo informático de hoy no es afecto al más
allá y a la inmortalidad del alma o al conocimiento sino al aquí y
ahora de sus clientes a quienes les ofrecen todo tipo de servicios.
La inmortalidad individual fue ignorada en el Antiguo Testamento
«... los muertos nada saben...» (Eclesiastés), pero San Agustín rati-
ficó que la resurrección de los muertos era la fe fundamental de los
cristianos. O aquello de Unamuno, «hambre de inmortalidad». En
la nube antes estaba sólo Dios que tenía la memoria y la informa-
ción de todas las cosas para juzgarnos. Hoy Dios ha sido exiliado
de esa nube, por no decir expulsado. Allí la memoria es ya de otros
sin rostro, sin piedad, sin sentimientos. ¿Dios emérito o Dios exi-
liado? Así les pasó a los dioses de la mitología que aún rondan es-
condidos entre nosotros. ¿Pero dónde su lugar? En las mentes y en
los corazones de los nativos digitales ya no queda espacio. Todavía
no se ha creado una aplicación en la cual un mortal pueda conectar
directamente con Él. Como la memoria de Funes, el personaje
borgiano, la memoria es inútil cuando no va acompañada del ol-
vido. El olvido ya es la incapacidad de utilizar semejante cantidad
de información y seleccionarla. Quizás en el futuro más inmediato
lo hagan los robots semejantes o incluso superiores a los seres hu-
manos. ¿Robots con alma, con creencias, con materia metafísica,
con juicio para optar? Borges dijo que Dios era una biblio-
teca. Ahora acaso será la pantalla del ordenador. Entonces dónde
los teístas, dónde los ateos, dónde los agnósticos. ¡Todos al exilio
con Dios! ¿Pero a dónde? Todo está ya ocupado, inscrito en los
departamentos de las patentes. ¿Dios ha muerto? Se preguntaba el
Time en el mes de abril de 1966, hace cincuenta y dos años. Y esa

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DIOS Y LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS 33

portada hoy tendría incluso un significado mayor. Hasta hoy


mismo nunca ha existido una sociedad sin religión, porque la reli-
gión es una construcción cultural humana fundamental para dar
una razón de vivir y una esperanza al ser humano. Me refiero a una
religión pacífica y espiritual. Los creyentes probablemente supe-
ran a ateos y agnósticos juntos, pero sus creencias son más supers-
ticiosas que metafísicas. El ser humano vive tanto de emociones
como de razonamientos y carece del interés por el saber del espí-
ritu crítico. Los conocimientos científicos y filosóficos son todavía
difíciles de comprender, las religiones, en cambio, explotan esas
carencias y atraen a la gente común, no con sus doctrinas también
complicadas y reservadas a los teólogos, sino con las explicaciones
elementales del catecismo y las historias sagradas. A las nuevas
tecnologías no les hacen falta ni los unos ni los otros. Dios es para
ellos ya un videojuego. El mundo digital también es un sucedáneo
de la religión. En el panorama caótico en el que vivimos, donde las
redes sociales intervienen en nuestras vidas y representan un papel
ambiguo de individualización y masificación a la vez, nos conectan
y nos aíslan. Las religiones como una parte de la cultura que todos
creamos sufren igualmente la inestabilidad y el peligro de desin-
tegración más allá del ateísmo. ¿Es posible la muerte de las reli-
giones a manos de las tecnologías? ¿Sería mejor el mundo así
entregado a la teocracia y al totalitarismo digital? La religión,
como ya comenté tiene su origen en una etapa avanzada de la evo-
lución humana, surge como una respuesta cultural ante lo desco-
nocido. Se sabe la fecha de aparición: la mitad del primer milenio
antes de Cristo, entre los años ochocientos y doscientos, llamada
por Jaspers la «era axial». ¿Acaso no desapareció la mitología o se
metamorfoseó en parte en el propio cristianismo? ¿Cuál es hoy y
ha sido siempre su peor enemigo? Sebreli nos recuerda que antes
de que las religiones aparecieran ya existía el dinero. El culto pa-
gano al mismo se transformó en odio contra él por el cristianismo.

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34 CÉSAR ANTONIO MOLINA

El ídolo, el becerro de oro, fue combatido por los profetas judíos


hasta el actual Papa Francisco que lo llamó «estiércol del diablo».
Ese ídolo pagano son hoy las nuevas tecnologías (con sus muchos
y reconocidos beneficios) y el mundo digital, superador del ma-
terialismo histórico marxista y de los ateísmos de cualquier clase.
Quizás ya sea tarde para aplicar aquello que defendió Hans Küng,
una ética mundial con bases espirituales para lograr la paz entre
los pueblos.

1
C. A. M.

* Sobre el libro Dios en el laberinto, de Juan José Sebreli. Barcelona: Editorial


Debate, 2017.

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El silencio tiene un precio:
el wéstern y la leyenda negra
María Elvira Roca Barea

Los indios son gente como cualquier otra.


ANTONIO DE MENDOZA
Primer virrey de México

E l género cinematográfico que llamamos wéstern ha producido,


sin exagerar, miles de películas y ha enseñado, no sólo al públi-
co estadounidense sino también al mundo entero, un modo particu-
lar de contar el nacimiento de los Estados Unidos que está
universalmente difundido. En él vemos a los blancos –pero sólo un
tipo de blanco: el protestante– avanzando desde el Este hacia el
Pacífico en dura pugna con distintas tribus indias que parecen no
haber tenido nunca contacto con el hombre blanco. Esta composi-
ción está fuertemente mediatizada por prejuicios, o mejor dicho,
por el empeño de negar la presencia de otros blancos no anglosajo-
nes en territorio estadounidense, y que aquellos llevaban en no
pocas ocasiones siglos tratándose con los indios sin exterminarlos
y hasta mezclándose con ellos.
Quiere decirse que las imágenes del wéstern, fuertemente icó-
nicas, han educado a los cinco continentes y han sido cruciales en

[35]

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36 MARÍA ELVIRA ROCA BAREA

la configuración de la idea que de los Estados Unidos se tiene


dentro y fuera del Imperio. Hay, por lo tanto, un universo de sig-
nificados en torno al wéstern y es de todo punto imposible dar
cuenta de él siquiera mínimamente en el espacio de esta breve ex-
posición. Lo que sigue debería servir para una investigación más
amplia, como mínimo, una de esas tesis doctorales que ando propo-
niendo a troche y moche hasta ahora sin mucho éxito. Del amplio y
frondoso árbol semántico de las películas del Oeste es forzoso elegir
un par de ramas y concentrarse en ellas y tendrán que ser éstas
necesariamente las más cercanas a nosotros. ¿Quiénes somos noso-
tros? El mundo que habla español.

El caballo
Un primer detalle choca con la puesta en escena arriba descrita
y es el caballo. El indio de las películas es un señor que se adorna
con plumas, dispara con flechas y cabalga, como un centauro por
cierto, sobre briosos corceles. Es más, nos cuesta imaginar a esos
indios desplazándose o combatiendo a pie. El caballo no existía en
América antes de la llegada de los españoles, de manera que el
consumado arte ecuestre que demuestran los indígenas tuvo que
ser adquirido con posterioridad a 1492.
Los caballos llegan a América en el segundo viaje de Colón.
Son una veintena de animales que aparecen descritos en la crónica
como «matalones», que quiere decir que no eran de mucha calidad.
A mediados del siglo XVI la cría y el comercio de caballos estaba ya
bien asentada en el área de Santa Fe y Taos, como León Guerrero
y Díaz Díaz explican. Fueron probablemente los apaches y los
navajos las primeras tribus que asimilaron el caballo a su modo de
vida. Comanches y utes vinieron después.
La incorporación del caballo a la vida de los nativos supuso el
mayor cambio que estos pueblos experimentaron desde la agricul-

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EL SILENCIO TIENE UN PRECIO: EL WÉSTERN Y LA LEYENDA NEGRA 37

tura, y entre quienes desconocían la agricultura, desde el fuego.


Son mudanzas que van desde el transporte, obviamente, a la ali-
mentación, los modos de hacer la guerra y de cazar bisontes y
otros animales, y hasta el comercio o la manera de medir la riqueza
y el prestigio social, pues la posesión del caballo pronto se trans-
forma no sólo en un modo de vida nuevo sino también en un signo
de distinción. Esta revolución en la manera de vivir de muchos pue-
blos indígenas en el territorio de lo que hoy es Estados Unidos se
ha verificado en poco tiempo, pero es un cambio radical que deter-
mina, por ejemplo, los desplazamientos de las tribus indias, si bien
hay que tener muy presente que no todos son nómadas. Nada de
esto se refleja en las películas. Los indios parecen haber sido siem-
pre como el wéstern los presenta y no se menciona la vida anterior,
la que sigue a la llegada de los españoles, cuyas consecuencias es-
tán todavía bien presentes en la memoria de las distintas tribus con
las que guerrea John Wayne. Digamos que el indio ofrece una foto
fija, no evolutiva, que es casi siempre idéntica a sí misma. Pero el
hecho es que la mayor parte de los indios de las películas habían
tenido ya contacto con el hombre blanco y que este contacto era
en muchos casos ya secular cuando avanzan las carretas de los
blancos protestantes hacia el oeste y que este hecho había llevado
consigo muchos cambios. Entre ellos hemos destacado el caballo,
como Frank G. Roe y Orland N. Eddins han estudiado con deta-
lle, pero podemos mencionar también el idioma y mejoras técni-
cas importantes, señaladamente las agrícolas. El indio de las
películas nunca es agricultor. Es siempre cazador y nómada,
acorde con la visión autocomplaciente y profundamente racista del
blanco protestante de que lo que tiene en frente es un salvaje ina-
similable. Pero sucede que muchos de estos salvajes hablaban es-
pañol, eran sedentarios y agricultores.
Más de un tercio de lo que hoy es Estados Unidos de América
fue en algún momento de su historia parte del Imperio español. Es

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38 MARÍA ELVIRA ROCA BAREA

necesario recordar que el Tratado de Guadalupe Hidalgo puso fin


en 1848 a la guerra entre Estados Unidos y México. Es siempre
llamado acuerdo de paz, pero en realidad es el tratado de rendición
de México. Por eso lleva el fantástico nombre de Tratado de Paz,
Amistad, Límites y Arreglo Definitivo entre los Estados Unidos Mexicanos
y los Estados Unidos de América. México cede enteros los Estados de
California, Nevada, Utah, Nuevo México y Texas y parcialmente
Arizona, Oklahoma, Colorado, Wyoming y Kansas. El 52 por
ciento de su territorio.
La presencia de la cultura hispana, no sólo en el wéstern sino
también en la vida toda de los Estados Unidos, ha vivido y vive aún
rodeada por un muro de silencio tan denso que la mayor parte de
los hispanohablantes han asimilado la composición de lugar que
cuenta el wéstern y creen que el indio montado en un caballo
que hostiga al Séptimo de Caballería es en realidad un ser preexis-
tente y atemporal con el que tropieza el blanco protestante hacia el
Oeste.
Es más, muchos de los hispano-indígenas o mestizos que viven
en los antiguos territorios del Imperio español ocupado por esta-
dounidenses creen que ellos han venido de algún lugar del sur.
Como me explicaba con mucha gracia una profesora de Cádiz
(Texas) durante un intercambio en Cádiz (España) entre centros
de enseñanza media en el que participaba mi instituto, el IES
Drago, en 2001, «me paso el tiempo explicando que yo no he emi-
grado a los Estados Unidos, que los Estados Unidos vinieron a mi
casa». Trabajo inútil. La mayor parte de sus alumnos, tan hispano-
indígenas como ella, estaban convencidos de que sus familias ha-
bían venido en algún momento del otro lado del río Grande,
porque hablaban español. Eso podrá parecer una anécdota simpá-
tica, pero no lo es. Borrar del mapa a esos indios que hablaban y
hablan todavía español y que no son emigrantes es absolutamente
necesario para que no quede rastro de una cultura anterior que

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EL SILENCIO TIENE UN PRECIO: EL WÉSTERN Y LA LEYENDA NEGRA 39

guerreó con los indios pero también los hizo sus aliados. En defini-
tiva que pudo y supo convivir con ellos sin necesidad de exterminar-
los. Esto ha dejado huellas visibles, algunas de ellas lingüísticas,
estudiadas con maestría por Francisco Marcos Marín. Y en se-
gunda instancia, es un efecto necesario en la buscada aculturación
de los hispanos, de tal forma que estos rechazan ser así llamados y
prefieren la denominación «latinos» porque hispano evoca dema-
siado a España.
Lo que el wéstern muestra en su versión clásica hasta la sacie-
dad es cómo, con trabajos y peligros, los blancos anglosajones van
ganando terreno desde el Este en medio de grandes fatigas, en
dura pugna con tribus bastante salvajes que no parecen haber te-
nido contacto con la civilización. Posiblemente esto responde al
hecho de que para la mentalidad protestante aquella cultura, con
la que el indio que va a caballo se relacionó mucho antes de que los
WASP (White Anglo-Saxon Protestant) aparecieran por el territo-
rio, no era la civilización. El Imperio español era lo más bajo en
calidad moral en su esquema de valores.
El caballo, sin embargo, insistimos, estorba esta puesta en es-
cena. Hay que detenerse un poco en este animal porque su aclima-
tación en la mayoría de las tribus indias demuestra hasta qué
punto el intercambio cultural con el mundo hispano fue intenso.
Esto provocó no sólo mestizaje sino también en algunos casos muy
notables, asimilación política e integración en los territorios del
Imperio español.
Después de la expedición de Juan de Oñate, estudiada por
Marc Simmons, el caballo se va expandiendo en dos direcciones.
Hacia el norte con los shoshones o shoshonis, nezperce, flatheads
y los crow y hacia el noreste con los kiowa, pawnee y arikara.
Los shoshones hablaban una lengua uto-azteca. Estaban divi-
didos en cuatro tribus grandes, una de las cuales, los comanches,
emigró hacia el sur en oleadas. A comienzos del siglo XIX las tribus

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40 MARÍA ELVIRA ROCA BAREA

shoshoni sobrepasaban los 20.000 individuos, si hemos de creer a


la Agencia India. En 1909 apenas sumaban 3.200 personas. Los
nezperce o nez percés (del francés, nariz agujereada) habitaban en
tiempos históricos en una región central entre Washington, Ore-
gón y Idaho, mientras que los flatheads vivían al oeste de Mon-
tana. El territorio de los crow o indios cuervo se extendía a lo largo
del valle del río Yellowstone.
Los kiowa parece que eran originarios de la zona norte del río
Misuri pero emigraron hacia el sur a mediados del siglo XVII. Las
tribus pawnee vivían en las actuales Nebraska y Kansas. A co-
mienzos del siglo XIX eran unos 10.000. Un siglo después sólo
quedaban 649 individuos. Los arikara, como los pawnee, hablaban
una lengua caddoana, de la misma familia que los sioux. A comien-
zos del siglo XVIII eran unos 7.000. En 1860, sólo quedaban 700.
Estas escuetas informaciones proceden de la Encyclopaedia of Native
American Tribes.
Sabemos que los shoshones comienzan a adquirir caballos en la
primera mitad del siglo XVII y que los crow y los pies negros tienen
caballos desde la primera mitad del siglo XVIII. Y no sólo tienen ca-
ballos. De tratar, comerciar y guerrear con los españoles los indios
han aprendido también a criar estos animales, a alimentarlos, cu-
rarlos y cruzarlos para mejorar las razas y a usar los arreos que el
manejo del animal requiere. Algunas de las razas hoy protegidas
en EE UU son fruto del esfuerzo indio por mejorar sus animales. Es
asunto delicado el de la cría caballar y no se aprende mirando
desde lejos o por ciencia infusa.
Hasta la denominación usamericana del caballo salvaje, mus-
tang, delata el origen español. La palabra procede del español
mesteño o mestengo, que significa sin dueño conocido y, por tanto,
según las leyes de Castilla, propiedad de las mestas o concejos ga-
naderos. La expansión del caballo ha sido bien explicada por Ed-
ward Steiger y también por Borja Cardelús.

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EL SILENCIO TIENE UN PRECIO: EL WÉSTERN Y LA LEYENDA NEGRA 41

Etapas del wéstern

Esta enorme realidad no tiene reflejo en el wéstern que repite


como un mantra la misma puesta en escena de la conquista del
Oeste. Desde La diligencia hasta Django unchained. Y cuando hay
alguna variación, como vamos a explicar, el indio hispano o mes-
tizo sigue siendo invisible. ¿Por qué?
En 1992 Clint Eastwood rueda Sin perdón y consigue no sólo
varios Oscar sino también un gran éxito. Pero el wéstern ya está
muerto como género cinematográfico. Sin perdón es un homenaje y,
por lo tanto, una forma de arqueología creativa. El gran Eastwood
venía de haber producido y dirigido en 1985 El jinete pálido. Otro
film magnífico y epigonal de esa reedición del cine clásico, vigo-
roso e impecablemente narrativo, que es el trabajo del californiano
en las últimas décadas de su vida. Sin embargo, la época clásica del
wéstern está ya muy lejos.
En los años setenta el género vivió un florecimiento otoñal que
produjo, por ejemplo, el spaghetti wéstern, pero el gran wéstern, el
de aliento épico y conquista, se ha terminado ya. A partir de los
años ochenta la producción de este tipo de películas comienza a
escasear, pero hasta esa década y desde el comienzo del cine, ha
sido ininterrumpidamente uno de los géneros más productivos.
El wéstern tiene fundamentalmente dos ramas: las películas que
tienen como eje temático las luchas con los indios y aquellas otras
que giran en torno al Oeste como territorio fuera de la ley, y a la
confrontación entre good boys y bad boys. Hasta los años setenta las
dos ramas comparten un ángulo común: en pantalla sólo aparecen
un tipo de hombre blanco, el protestante. No hay, al parecer, en los
anchos y extensísimos territorios del wéstern otra presencia occi-
dental ni otras razas, como no sean las puramente aborígenes, que
parecen también desconocer el mestizaje. Ni chinos ni negros ni
hispanos.

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Sin embargo, a finales de los años sesenta y claramente en los


setenta, el wéstern comienza a acoger otros tipos humanos distin-
tos del WASP. El espectacular éxito de la serie de televisión Kung-
Fu (1972-1975) nos enseñará un paisaje mucho más variado del
Oeste. Por lo pronto, hay negros y hay chinos. Repárese en que
hemos atravesado varias décadas sin que tengan derecho a la visi-
bilidad estas razas pero por fin han conseguido penetrar en la
imagen cinematográfica o televisiva.
Un inciso: en lo que sigue usaremos la palabra «raza». El tér-
mino está mal visto desde los horrores nazis. Quizás hacen bien en
evitarla quienes tejieron ideologías perversas en torno a ella, pero
no se entiende qué tiene esto que ver con nuestra lengua y nuestra
cultura que, cuando celebra el Día de la Raza, lo que festeja es
precisamente su realidad pluriracial.
Como intentábamos explicar, hemos ingresado holgada-
mente en el siglo XXI sin que el wéstern, ni siquiera en su ver-
tiente marginal o posclásica, haya sido capaz de dar acogida a
otras gentes que también habitaban esos territorios y desde
mucho antes de que llegaran los WASP, los negros o los chinos.
Es la gran ausencia del wéstern, la de las razas que hablan espa-
ñol: indios, mestizos o españoles de origen europeo. Sin em-
bargo, están ahí desde el principio y son el decorado fantasmal o
invisible de las películas del Oeste, aunque no se sabe lo que
hablan ni se conoce su condición de antiguos súbditos del rey de
España.

Los apaches

Ya en el primer gran wéstern de la historia del cine La diligencia,


dirigida por John Ford en 1939, aparecen los apaches chiricaguas
y la imagen clásica del indio cabalgando airoso a lomos de un ca-

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EL SILENCIO TIENE UN PRECIO: EL WÉSTERN Y LA LEYENDA NEGRA 43

ballo y hostigando sin cesar, como auténticos depredadores, al


hombre blanco.
Los chiricahuas eran un pueblo apache cuya denominación
procede del náhuatl. La palabra significa «pocos» o «los que
son pocos». Es el nombre que los tlacaltecas les dieron cuando en
alianza con los españoles comenzaron a desplazarse hacia las zo-
nas del suroeste de Nuevo México, sureste de Arizona (hoy terri-
torio de EE UU) y hacia el norte de Sonora y Chihuahua (México).
El nombre «apache» con el que genéricamente se conoce a estos
pueblos procede de las lenguas atabascanas y, en concreto, de
los zuñis, y significa «los enemigos», porque los apaches los expul-
saron de sus territorios como hicieron con otras tribus sedentarias,
como los jumanos y los sumas, según explica Haley. Como se ve, el
paraíso indígena previo a la llegada del hombre blanco no ha exis-
tido jamás y no es más que una creación cultural, arrogante y ra-
cista, de la intelectualidad europea, para la que todo lo que no es
europeo constituye una suerte de magma uniforme sólo porque no
puede penetrar en las diferencias. Como no las ve, no existen.
Para entender la historia de los apaches es inevitable referirse
a los comanches. El término deriva de «kumantsi», término adop-
tado por los españoles que procede de los utes y que significa «los
enemigos» o más literalmente «los que luchan contra mí». Los utes
también los llamaban «pies grandes», debido a la costumbre de
llevar grandes mocasines. Hablaban una lengua emparentada con
la familia uto-azteca y debieron comenzar su descenso hacia el sur
dos o tres siglos antes de la llegada de los españoles. Pekka
Hämäläinen ha estudiado la expansión comanche de manera con-
vincente y quizás un tanto hagiográfica. A finales del siglo XVII
aparecen los primeros registros históricos de estas tribus que si-
guen bajando hacia el sur, ahora en oleadas más rápidas y numero-
sas, probablemente en busca de caballos y también de alimentos,
más fáciles de conseguir en zonas donde se practica la agricultura.

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La primera mención directa es de 1706 cuando los habitantes de


Taos envían al gobernador español de Nuevo México noticia de un
ataque inminente y demanda de auxilio. A lo largo del siglo XVIII el
dominio del caballo y las nuevas tecnologías adquiridas en el co-
mercio de frontera con otros pueblos nativos dentro del territorio
del Imperio español hicieron que los comanches pudieran expan-
dirse al sur de las Grandes Llanuras por territorios que estaban
ocupados por los apaches, la mayoría de los cuales ya se habían he-
cho sedentarios y practicaban con éxito la agricultura en zonas fér-
tiles y cercanas a los ríos.
La situación en el territorio es enormemente conflictiva a co-
mienzos del siglo XVIII. Hablamos fundamentalmente de la franja
que está al norte del Río Grande y que ahora pertenece a Estados
Unidos pero fue antes territorio mexicano. Son muchos los pue-
blos distintos que tienen que coexistir y aceptar leyes y normas
comunes dentro del Imperio español. Unos estaban ya allí cuando
llegaron los españoles, como por ejemplo, los indios pueblo; otros
acaban de instalarse en el territorio, como los apaches, y otros es-
tán incursionando en la zona en este momento, los comanches.
Los apaches habían aprendido la agricultura en su contacto
con los españoles y los indios pueblo. Incapaces de resistir la pre-
sión de los comanches, que vienen del norte y quieren también
no sólo caballos sino también otras muchas mejoras que la vida en
el sur hispano ofrece, comienzan a refugiarse en masa en Nuevo
México. En 1720 llega a Taos una embajada apache solicitando
protección a cambio de convertirse al cristianismo. Las autorida-
des españolas aceptan la oferta y comienza un periodo complejí-
simo de negociaciones. Señala Malcolm Ebright que:

There was an accomodation between the dominant and indige-


nous narratives; times when the help of advocates for both sides,
Hispanos, Genizaros, and Native Americans were able to coe-
xists in relative peace.

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EL SILENCIO TIENE UN PRECIO: EL WÉSTERN Y LA LEYENDA NEGRA 45

Ebright por cierto usa una terminología muy peculiar, fiel al


principio protestante de que las palabras crean la realidad. «Geníza-
ros» es un vocablo empleado por Ebright para designar «hispaniced
nomadic Indians». Obsérvese que Ebright distingue de manera ab-
solutamente artificial entre estos «hispaniced nomadic Indians» y
«Native Americans» para mantener la separación entre los indios de
Estados Unidos y los que hablan español, de tal forma que resulte
invisible la línea de continuidad y el hecho de que esos indios esta-
ban bastante integrados en las estructuras virreinales y sólo después
se produjo el desarraigo y la marginación. O la desaparición.
El hecho es que los apaches son incorporados al Imperio espa-
ñol con bastante éxito. El gobernador Tomás Vélez Cachopin fue
uno de los más hábiles en pilotar aquel complicado proceso de in-
tegración. Como señala Ebright:

Governor Vélez Cachupin also has some control over the land
grant system he was administering. He could which land grants
it make and could adjudicates disputes about boundaries and
encroachments.

Gerónimo

En una publicación reciente Manuel Rojas da cuenta del acta


bautismal del famoso Gerónimo que fue cristianado en Arizpe el
1 de junio de 1821 y era hijo de Hermenegildo Moteso y Catalina
Chagori. Vivió como prisionero de guerra hasta 1909. Arizpe fue
fundada por el jesuita Jerónimo del Canal y por eso el nombre
era frecuente en la región. La investigación de Rojas pone de ma-
nifiesto muchas verdades incómodas. La más evidente de todas es
que Gerónimo, nacido en las Montañas Azules de la Sierra Ma-
dre, no ha sido nunca reconocido como parte de la historia de
México.

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46 MARÍA ELVIRA ROCA BAREA

No es de extrañar, como explica Rojas:

En el siglo XIX, de las siete matanzas más grandes, sólo dos fue-
ron perpetradas por anglosajones. Las otras cinco, para ver-
güenza nuestra, fueron encabezadas por mexicanos.

Los antepasados de Gerónimo llevan ya varias generacio-


nes cristianizados y sedentarizados. Los problemas empiezan des-
pués de la independencia, cuando las Leyes de Indias ya no tienen
vigencia. La propiedad comunal protegida deja de estarlo y las
tierras son ahora del gobierno mexicano que tiene una deuda infi-
nita. La venta de aquellas, ahora propiedad del Estado, al mejor
postor será unos de los sistemas para conseguir efectivo. Esto
genera una enorme conflictividad con estos pueblos y explica los le-
vantamientos y las operaciones de castigo o exterminio a que nos
hemos referido. Las autoridades mexicanas pagan 250 pesos por
cabellera apache, según Rojas.
Los conflictos con Gerónimo y los apaches bendoke, su tribu
de origen, comienzan en 1851 con la operación de castigo llevada a
cabo por el coronel Carrasco en la reserva de Junos. Muere toda
su familia, esposa e hijos. Pero los levantamientos apaches vienen
de antes. Se inician tras la independencia de México y se transfor-
man en una insurrección general, una especie de guerra sin cuartel
tras el tratado de Guadalupe Hidalgo. Recordemos que los Esta-
dos Unidos de América se han independizado de Inglaterra en
1776 y que tienen entonces una superficie inferior a media España.
Tras la independencia comienza el proceso de expansión territo-
rial, la mayor parte del cual se verifica sobre territorio hispano.
Con meridiana claridad lo explican Aguirre y Montes:

En 1776 las trece colonias sumaban 160.000 kilómetros cua-


drados [...] En 1947 el territorio de Estados Unidos abarcaba
9.393.053 kilómetros cuadrados. A esta cifra Hispanoamérica

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EL SILENCIO TIENE UN PRECIO: EL WÉSTERN Y LA LEYENDA NEGRA 47

aportó más de 2 millones de kilómetros cuadrados, en 1845 y


1848, concretamente de México...

Resumiendo, y repárese en el contraste: unos 100 años después


de independizarse Estados Unidos está en condiciones de arreba-
tar más de la mitad de lo que había sido territorio de los Estados
Unidos de México, que a los 20 años de su independencia, en
1821, se demuestra incapaz de defender su integridad territorial.
Quién era el caballo ganador en aquella carrera lo dice sin pudor
el lenguaje y la triste imitación del nombre, con que comienzan su
andadura independiente los novohispanos.
Los jefes indios de lo que se conoce en Estados Unidos como las
guerras apaches son bastante significativos: Irigoyen, Posito Mo-
raga, Trigueño, Delgadito, Ponce... Oficialmente las guerras apaches
son una serie de conflictos sucedidos entre el ejército de los Estados
Unidos y los apaches entre 1861 y 1886. Han sido muy poco estudia-
das porque aquello que se estudia existe y tiene visibilidad y la fun-
ción de los apaches no ha sido otra que proporcionar argumentos al
wéstern dentro del cuadro WASP que ya hemos explicado: blancos
civilizados con carretas hacia el Oeste e indígenas salvajes y depreda-
dores. En realidad los levantamientos apaches habían empezado al
menos en 1848, no contra los Estados Unidos de América, sino con-
tra los Estados Unidos de México, como ya hemos señalado.

De John Ford a Tarantino

El wéstern naturalmente no refleja esta situación. Y este silencio


no es gratuito porque sirve para construir una versión muy concreta
de la conquista del Oeste, según la cual el blanco protestante tiene
que abrirse camino luchando duramente contra poblaciones indíge-
nas agresivas y salvajes y, en consecuencia, inasimilables. Por lo
tanto no hay esfuerzo de integración simplemente porque no se

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48 MARÍA ELVIRA ROCA BAREA

puede hacer otra cosa. Es el planteamiento de John Elliott en Impe-


rios del mundo atlántico. España y Gran Bretaña en América (1492-1830).
Obsérvese cómo, genialmente, el título da por supuesto que Gran
Bretaña estuvo en América desde 1492, al mismo tiempo que crea
un paralelismo entre España y Gran Bretaña absolutamente dispa-
ratado históricamente. Los ingleses tardaron más de un siglo en ser
capaces de poner un pie al otro lado del Atlántico, y cuando lo hicie-
ron sólo fueron capaces de eso, de poner un pie. Para entonces el
Imperio español había construido ya grandes y hermosas ciudades,
articulado un sistema administrativo eficaz y generado un cuerpo
legal adecuado a la nueva situación.
En consecuencia, hay sólo una historia posible que anula todas
las demás, la WASP, y está organizada en varios niveles de penetra-
ción, que van desde el estamento intelectual más ilustre que suele
producirse en los departamentos universitarios normalmente, a la
creación de opinión pública con el concurso de medios populares
de entretenimiento, como el cine. El WASP hizo sólo lo que, dadas
las circunstancias podía hacer y no tiene culpa ni responsabilidad
ninguna en la desaparición de las poblaciones indígenas en territo-
rio estadounidense. Esto explica el último desarrollo del tema indí-
gena, con la leyenda negra de fondo, a que estamos asistiendo en
vivo y en directo en los últimos años con la decapitación de esta-
tuas de Colón y fray Junípero Serra o la desaparición de los Co-
lumbus Days en Estados Unidos. El indigenismo se ha puesto de
moda últimamente en los departamentos universitarios de Estados
Unidos, pero frente al hecho evidente de que no hay apenas indí-
genas (y eso que es considerado indígena quien pueda atestiguarse
un octavo de sangre india) se va a buscar los culpables de la desa-
parición en la llegada de los españoles, no en los que directamente
provocaron la desaparición de los indios. Así el concejal Mitch
O’Farrel propuso y consiguió que quitaran el Columbus Day
como día festivo en Los Ángeles en 2017, con el argumento de que

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EL SILENCIO TIENE UN PRECIO: EL WÉSTERN Y LA LEYENDA NEGRA 49

no deben celebrarse las masacres. O’Farrel, sin embargo, no va a


pedir responsabilidades a quienes son directamente responsables
de la extinción de la tribu winandota, a la que él dice pertenecer.
Podría, por ejemplo, exigir la condena moral por el genocidio de los
native americans al Séptimo de Caballería o la Agencia India, pero no
va a hacerlo. Si lo hiciera, molestaría y mucho al grupo dominante
WASP, así que va a conseguir popularidad como defensor de los
pobres indios a otro sitio. Salta por encima de la causa verdadera y
real para irse a buscar culpables donde sabe que puede hacerlo
gratis. El viejo Demonio español tiene soluciones para todos.
Hay sin embargo de cuando en cuando algún desliz en el wés-
tern. Los más notables se deben a la batuta incomparable de John
Ford. Hay varias películas suyas en que, como telón de fondo, se
transparenta el mundo hispano sobre el que se construye una parte
importante del imaginario de la conquista del Oeste. Es muy nota-
ble la llamada trilogía de la caballería: Ford Apache (1948), La legión
invencible (1949) y Río Grande (1950). Estamos en plena construc-
ción de la gran épica cinematográfica de la conquista del Oeste,
magistralmente narrada por Ford y hay en ella una evolución cla-
rísima en el modo de representar a los indios. En la primera, los
indios son gente bastante razonable, empujados por las injusticias
que con ellos se comete (Agencia India, reservas semejantes a
campos de concentración, etcétera) y la incomprensión del hom-
bre blanco a reaccionar con violencia para sobrevivir. Eso no gustó
mucho. Y Ford conocía el negocio. Así que en las siguientes pe-
lículas los indios se van transformando en unos seres brutales y
agresivos con los que es imposible tratar. En La legión invencible
y Río Grande los indios ya no son seres humanos; son bestias san-
guinarias. Pero en Ford Apache todavía no. La historia transcurre
unos 10 años después de la Guerra de Secesión en las regiones de
frontera de Arizona. Owen Thursday (Henry Fonda), un coronel
ambicioso e inflexible es destinado al fuerte Apache. Con él viene su

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50 MARÍA ELVIRA ROCA BAREA

hija, una joven casadera encarnada por Shirley Temple. Owen tiene
un plan para acabar con la rebelión de los apaches y su jefe Cochise,
el cual consiste básicamente en una trampa que le permitirá masa-
crarlos. Sin embargo, el capitán Kirby York (John Wayne) en-
tiende que antes hay que intentar hablar con los apaches y pactar
con ellos si es posible. Todo el mundo indio en la película habla es-
pañol. La cocinera india, Guadalupe, se dirige a la hija del coronel
Thursday en estos términos en la versión original: «Señorita, su
padre sabe que está Vd. aquí y viene muy enojado». Con dificul-
tades, John Wayne convence al duro e inflexible Owen de que
antes de iniciar la operación de castigo hay que escuchar a los indios
y que tiene al hombre adecuado para esa conversación, el sargento
Boford (Pedro Armendáriz) porque «he speaks Spanish». Final-
mente la reunión con los jefes indios se desarrolla toda en español:

Sargento Boford: Buenas tardes, ilustre jefe.


Cochise: Buenas tardes...
Kirby York: Buenas tardes, jefe.

Lo extraño de esto es que dichas conversaciones en español es-


tán en la versión original en inglés y que en la versión en español
se ha doblado a los indios para que hablen una lengua exótica,
pero no español. Habría que preguntar a los responsables del do-
blaje las razones que los llevaron a tomar esta decisión. Es posible
que les resultara tan extraño, por pura ignorancia, el hecho de que
los indios de las películas del oeste hablaran español que deci-
dieran eliminarlo. O creyeron que los espectadores españoles no
iban a entenderlo y quizás tenían razón. ¿Cómo explicar al público
de los años cuarenta en España que los indios de las películas de
Hollywood hablaran español? Al público de los años cuarenta y al
de hoy día, por idénticas razones. A tales extremos de aculturación
e ignorancia hemos llegado a ambos lados del Átlántico, y segui-
mos profundizando en ello con verdadero entusiasmo.

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EL SILENCIO TIENE UN PRECIO: EL WÉSTERN Y LA LEYENDA NEGRA 51

Lamentables conclusiones
Las décadas del glorioso wéstern pasaron. Estados Unidos ya
no produce épica en celuloide. Vinieron luego el flower power y la
posmodernidad, y el wéstern, como género narrativo bien consoli-
dado que era, cumplió con su obligación y reflejó estas mudanzas
de los tiempos. Las pelis del Oeste se llenaron de chinos, de negros
y hasta se rindió culto a los native americans en Bailando con lobos
(Kevin Costner, 1990), pero por mucho cambio y mucho culto que
haya a la minoría y las víctimas de la marginación WASP, que son
muchas, los indios hispanos en territorio USA no tienen ni tendrán
jamás derecho a ser visibles. Ni siquiera para ellos mismos. Porque
su presencia molesta la puesta en escena de la superioridad moral
protestante más que ninguna otra.
El director Quentin Tarantino declaró a propósito de Django
Unchained (2013) uno de los últimos éxitos posclásicos del wéstern:

Quiero explorar el horrible pasado de América, con la esclavitud


y todas esas cosas, pero quiero hacerlo de forma divertida, como
un spaghetti wéstern, sin echar sermones.

La pretensión de Tarantino es poner de manifiesto feos asun-


tos «que nadie aborda, porque resultan vergonzosos». Añade que
«los directores de los otros países no se atreven, porque piensan
que no tienen derecho, pero yo sí lo tengo y no me asusta». Esta
originalidad y rebeldía autoproclamada tiene ya algunas décadas y
no asusta en los ámbitos que quedaron abiertos a partir de los años
sesenta tras la luchas por los derechos civiles de los negros, pero
desde luego no llegará tan lejos como para contar la verdadera
historia de Gerónimo y los apaches. Tarantino también conoce el
negocio y los muros invisibles de la tolerancia WASP.
El precio de este silencio es alto, muy alto, en forma de pérdida
de la autoestima, de aculturación cuando no desprecio de la propia

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52 MARÍA ELVIRA ROCA BAREA

cultura y del pasado, de culpas infinitas que nunca terminan de


pagarse... Es una trampa mortal para las naciones hispanas consi-
derar que proceden de un mundo moralmente inferior y que lo
mejor que pueden hacer es echar pestes de ese lastre. Y lo es por-
que tiran piedras contra su propio tejado y cultivan la vergüenza
de lo que irremediablemente son. Por mucho que imiten al blanco
protestante, nunca lo serán. La mayor parte de los hispanos han
asumido la versión anglosajona y no quieren ser llamados hispa-
nos. Les ofende y prefieren el apelativo latino donde lo hispano,
que les molesta, queda eliminado. Y les molesta porque han apren-
dido que lo hispano incorpora una parte importantísima de lo es-
pañol y que lo español es sinónimo de barbarie, atraso, pobreza,
incultura, violencia. No quieren ser... lo que son. El 9 de mayo de
2018 Santiago Pozo, productor de cine español afincado en Los
Ángeles, me cuenta una conversación que ha tenido con un taxista
mexicano, cuyos rasgos físicos delatan su sangre indígena. El ta-
xista le dice que fue una desgracia para los mexicanos que los
conquistaran los españoles y que si los hubieran conquistado
los ingleses hoy serían ricos y prósperos. El productor le contesta
que si los hubieran conquistado los ingleses «usted no estaría vivo»
y que «esos españoles a que Vd. se refiere son sus antepasados, no
los míos».
La puesta en escena que el wéstern refleja es destructiva para
quienes hablan español hasta un punto que difícilmente puede
exagerarse. Cuando el ayuntamiento de Los Ángeles suprime el
Columbus Day o cuando le cortan la cabeza a fray Junípero,
los hispanos no se sienten ofendidos, porque no se reconocen en
esos símbolos. Ningún símbolo que tenga que ver con el Imperio
español es suyo. Y así están: deshabitados de simbología y ausen-
tes en su propio pasado.

M. E. R. B.

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EL SILENCIO TIENE UN PRECIO: EL WÉSTERN Y LA LEYENDA NEGRA 53

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Transparencia: un concepto
mágico de la modernidad
Emmanuel Alloa

E n marzo de 2015, un artículo publicado en la Scientific Ameri-


can atrajo mucha atención. En «Our Transparent Future», los
neurofilósofos Daniel C. Dennett y Rob Roy, director del Labora-
torio de Máquinas Sociales del MIT, estipularon que actualmente
estamos presenciando una «explosión de transparencia» (Dennett/
Roy, 2015). Esta explosión, sugieren Dennett y Roy, que debería
ser entendida en sus verdaderas implicaciones, lo que significa
leerla en escala de eones geológicos. Por así decirlo, la transparen-
cia no equivaldría solamente a una demanda social actualmente
expresada en contextos públicos y corporativos, sino a un umbral
importante en el desarrollo de formas de vida colectivas, y como
tal, afirman los autores, debería compararse con la revolución
cámbrica. Hace más de medio millón de años, tuvo lugar el mayor
acontecimiento en cuanto a la historia geológica. La era Cámbrica
representa un espectacular estallido evolutivo, posiblemente el
más importante de la vida en la Tierra. En un breve «instante»

[55]

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56 EMMANUEL ALLOA

emergieron todas las formas importantes de vida, con nuevas for-


mas corporales, órganos y estrategias de caza. Una explicación
influyente para este estallido evolutivo, que ha determinado la
biosfera para siempre, es que en este lapso relativamente corto de
tiempo se produjo una «explosión de transparencia». Según la hi-
pótesis de Parker, hace unos 543 millones de años, la química de
los océanos y la atmósfera sufrieron un cambio repentino a fin
de volverse mucho más transparentes. En un santiamén, los isóto-
pos de carbono más ligeros reemplazaron a los más pesados, la luz
inundó los ambientes acuosos y la visión se hizo posible por prime-
ra vez. Inmediatamente, adquirió utilidad tener órganos visuales,
con los cuales ver las presas o los depredadores a la vista y los
animales equipados con ojos sobrepasaron a los otros organis-
mos. El rango de percepción recientemente disponible privilegió
los sentidos distales sobre los proximales, y se produjo un drástico
proceso de selección natural. De la línea de la hipótesis de Parker,
la transparencia repentina de los océanos provocó la aparición de
retinas tipo cámara, que propulsaban nuevas partes defensivas del
cuerpo, mientras que por otro lado los sistemas nerviosos evolu-
cionaron paralelamente al desarrollo de nuevos comportamientos
predatorios conduciendo a su vez a nuevos métodos de evasión,
mimetismo y camuflaje. Las viejas tácticas de obtener informa-
ción (o desinformación) ya no funcionaban, y los organismos que
no se rediseñaron rápidamente estaban destinados a la extinción
en la nueva era de entornos completamente iluminados y visibles.

¿El nuevo Transparéntico?

En «Our Transparent Future» Dennett y Roy sugieren que al


borde del siglo XXI estamos presenciando una explosión de trans-
parencia que podría ser tan importante, en la escala de la vida

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TRANSPARENCIA: UN CONCEPTO MÁGICO DE LA MODERNIDAD 57

geológica, como lo fue el Cámbrico. Las viejas formas, sostienen,


ya no funcionan en un mundo de transparencia generalizada y
universal: los individuos y entidades corporativas están ahora ex-
puestos a la mirada general, para bien o para mal, mientras que
la transparencia de la información generada por la tecnología elec-
trónica modifica drásticamente los entornos epistemológicos en los
que vivimos, impactando nociones como el conocimiento, la creen-
cia, la ilusión o la confianza. Dennett y Roy ofrecen una lectura
radicalmente darwiniana de estos cambios:

El tremendo cambio en nuestro mundo, provocado por esta


inundación mediática, se puede resumir en una palabra: transpa-
rencia. Ahora podemos ver más lejos, más rápido, más barato y
más fácil que nunca; y podemos ser vistos. Usted y yo podemos
ver que todos pueden ver lo que vemos, en una sala recursiva de
espejos de conocimiento mutuo que favorece y afecta. El viejo
juego de las escondidas que ha dado forma a toda la vida en el
planeta ha cambiado repentinamente su campo de juego, su
equipamiento y sus reglas. Los jugadores que no pueden adap-
tarse no durarán mucho (Dennet/Roy, 2015).

Si todavía no se hubiera hecho un reclamo similar para la edad


del Cámbrico, se convencería uno de que Dennett y Roy de hecho
estaban sugiriendo volver a bautizar nuestra era actual en térmi-
nos de «edad del transparentoceno». La transparencia, que había
sido una demanda normativa por mucho tiempo, ahora represen-
taría un nuevo estado de cosas incontestable, como la nueva caracte-
rística general de toda una era, la era de la exposición recíproca y
sin restricciones. En tal época los secretos, si no se disuelven por
completo, al menos se reducirán drásticamente con respecto a su
valor de medio tiempo. Como declaró el ex consejero senior de la
NSA, Joel Brenner:

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Las cosas que se mantienen en secreto no permanecerán en se-


creto por mucho tiempo... El verdadero objetivo en materia de
seguridad, ahora, es retrasar la degradación de las semividas
de los secretos.

De hecho, los documentos de Snowden así como las revelacio-


nes de Wikileaks han tenido ese efecto al divulgar no sólo el grado
de vigilancia masiva a la que los ciudadanos están expuestos en
todo el mundo –el programa PRISM es sólo uno entre muchos– sino
también al mostrar cómo en algunos casos la propia tecnología de
vigilancia dejó rastros que podrían ser utilizados y divulgados por
los agentes de contravigilancia. Quis custodiet ipsos custodes, puede
ser la pregunta de nuestro tiempo: ¿Quién vigilará a los vigilantes?
Más allá del alcance clásico del «Right to know»1, se alzan muchas
voces para exigir un «derecho a la información sobre aquellos que
saben». Las iniciativas de transparencia florecen en los contextos
más diversos sobre el marco legal de prácticas de vigilancia, pero
también en otros ámbitos como la gobernanza pública, las transac-
ciones financieras, las industrias extractivas, las cadenas alimenta-
rias, las farmacéuticas, las competencias mundiales deportivas, etc.
Significativamente, algunos de ellos se enfocan en alzar el protago-
nismo de la percepción, por ejemplo, cuando el Global Witness
reporta cosas «vistas» por informantes locales o cuando Trans-
parency International publica su «Índice de Percepción de Corrup-
ción» anual: en lugar de usar datos auditables y objetivos, que
están fuera de alcance cuando se trata de corrupción, el énfasis
radica en la «percepción», que a su vez debe compartirse con la
audiencia internacional. Hacer las percepciones perceptibles, am-
plificar su disponibilidad, parece ser el mecanismo interno de estas
iniciativas que a veces también se conocen como «técnicas de civi-
lización». Al poner las cosas a disposición del público, el objetivo
es obligar a las instituciones a practicar la autocontención. Sin

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TRANSPARENCIA: UN CONCEPTO MÁGICO DE LA MODERNIDAD 59

embargo, sería erróneo limitar las iniciativas de transparencia a la


sociedad civil y las organizaciones no gubernamentales –ya que
hasta ahora Roy y Dennett parecen estar en lo cierto–, los gobier-
nos y las entidades corporativas están cada vez más presionados
para implementar estándares y publicar informes de transparen-
cia. Desde normas integrales, como la Directiva de Transparencia
(TD, por sus siglas en inglés) de la UE, hasta las decisiones indivi-
duales de las empresas para publicar informes anuales de transpa-
rencia para el público. Todo indica que al apogeo del secretismo
esta por detrás. Tal demanda general no deja de lado a las agencias
de inteligencia desde 2016, incluso la NSA ha comenzado a publicar
su informe de transparencia en virtud de la Ley de Libertad de
los EE.UU.
Si una agencia, cuya acción debe ser secreta por definición, se
ve repentinamente obligada a revelar detalles sobre sus acciones,
concluimos que Dennett y Roy tienen razón. En lugar de seguir
debatiendo los contenidos normativos de la declaración de transpa-
rencia, se debe aceptar que se nombra una situación descriptiva; de
un valor hemos pasado a un hecho. Defender que las reglas de los
juegos han cambiado sería tan inútil como cuestionar la realidad de
la biología evolutiva: es decir, en esencia el punto de vista natura-
lizado adoptado por los dos autores. Sin embargo, tal confianza
está fuera de lugar y queda por ver a qué nos referimos precisa-
mente cuando afirmamos que la modernidad sobrellevó una «ex-
plosión de transparencia». Sin lugar a dudas, esta forma de narrar
la historia no hace justicia a la ambivalencia del concepto. Así
como algunos podrían decir que nunca hemos sido modernos (La-
tour, 1993), desde otro punto de vista, se puede suponer que nunca
hemos sido transparentes. Así como la modernidad oscila entre el
estado de una época histórica lograda y el de un proyecto en curso,
la transparencia oscila permanentemente entre un requisito de es-
tado y futuro, una impresión óptica y una promesa metafórica, lo

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60 EMMANUEL ALLOA

que lo convierte en un «concepto denso» que no puede separarse


en su desarrollo de un concepto descriptivo o prescriptivo. Si
este fuera el caso, tendría poco sentido hablar de una explosión
de transparencia dentro de la modernidad, más bien la moder-
nidad es sólo un nombre para esta explosión. En este sentido el
estudio de los efectos discursivos de la transparencia puede arro-
jar luz sobre el mismo proyecto inherente a la modernidad.

Un concepto mágico

En la década de 1920, durante la República de Weimar, Walter


Benjamin solía asociar la transparencia con la moderna arquitec-
tura del vidrio, que a diferencia del interior de la casa burguesa, es
un espacio donde los habitantes de la casa no dejan rastros de ellos
mismos. Un poco menos de un siglo después, la transparencia se
ha transformado por completo y representa una trazabilidad com-
pleta e integral. Más o menos al mismo tiempo, cuando Benjamin
predijo que «lo que está por venir estará dominado por la transpa-
rencia» (Benjamin, 1929), el maestro Bauhaus, diseñador y fotó-
grafo de Hajo Rose creó un autorretrato que ha sido leído como un
presagio oscuro de una era de exposición total y vigilancia tecno-
lógica. De hecho, con cada clic, con cada pulsación de tecla, con
cada deslizamiento sobre una tableta, con cada pago con tarjeta,
con cada búsqueda de Google, con un autoescaneado de super-
mercado o con cada «me gusta» en Facebook, gracias a la tecnolo-
gía RFID (identificación de radiofrecuencia) incluso con cada
movimiento, las vidas están siendo registradas. Las rutinas cotidia-
nas más triviales dejan huellas digitales: responder a una llamada
telefónica, retirar efectivo en el cajero automático, consultar Inter-
net, rebuscar en el supermercado, publicar fotos de Instagram,
tuitear, usar una biblioteca con una tarjeta de usuario, leer un

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TRANSPARENCIA: UN CONCEPTO MÁGICO DE LA MODERNIDAD 61

ebook en un tableta, ingresar a un área equipada con WIFI, hacer


un chequeo médico, ofrecer tarjetas de regalo, usar el transporte
público, tomar un ascensor, entrar en edificios con medidas de se-
guridad, aparecer en fotografías tomadas por amigos: el perfil
de nuestro yo digital puede ser más incómodo y más detallado que
el de nuestra apariencia física, y ya están siendo utilizados, ya sea
por los empleadores, agencias de calificación crediticia o compa-
ñías de seguros, para tener una mejor visión de con quién interac-
túan. La velocidad de escritura, el comportamiento de navegación
y los patrones de búsqueda se convierten en poderosos agregado-
res para predecir, con un nivel de precisión asombrosamente ele-
vado, elementos de nuestro género, nuestra edad, nuestro campo
profesional y nuestra orientación política. La forma en que nos
expresamos, las inquietudes que compartimos, las marchas de pro-
testa a las que nos unimos, tales acciones pueden ser de gran inte-
rés para los gobiernos. Motores de búsqueda, cookies de sitios
web, pasaportes biométricos, dispositivos conectados, cuentas de
música en línea, aplicaciones de ritmo cardíaco, pases de cine,
tarjetas de fidelización: cada uno de estos dispositivos genera datos
sobre nosotros mismos y permite, si se recompilan, visualizar un
perfil muy detallado de quiénes somos y lo que hacemos, de nues-
tras orientaciones y preferencias, nuestros disgustos, intereses
inconfesables y placeres culpables, nuestras aberraciones adoles-
centes, manifestaciones políticas o problemas de salud. Las inmen-
sas series de datos sobre nosotros mismos son alimentados y
almacenados incesantemente en servidores remotos, que pueden
ser de tanto interés para las agencias gubernamentales como para
los actores comerciales.
Las revelaciones sobre la dimensión del espionaje a los ciuda-
danos han creado en todo el mundo una gran preocupación. Por
otro lado, la principal respuesta a esta situación de exposición ge-
neral fue la homeopatía: debe hacerse transparente en la medida

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en que seamos transparentes, la (mala) transparencia sólo se


puede curar con mayor transparencia. Por ejemplo, la transparen-
cia es aún demasiado parcial porque es unilateral. Es revelador
que muy pocos pidieran una opacidad sin restricciones y que las
defensas de las estrategias de «ofuscación» estaban principalmente
dirigidas a reequilibrar una situación de asimetría en la que los
ciudadanos vigilados estaban claramente desfavorecidos. Con de-
mandas de mayor transparencia por ambas partes, el concepto de
transparencia casi nunca se ha cuestionado y este es un hecho que
debería merecer consideración. Parece que nadie se atrevería a po-
ner en cuestión la promesa misma de transparencia. Si bien uno
podría estar en contra de la mala transparencia, luchar contra ella
en general parece un esfuerzo que podría costar un apoyo. Las
nuevas tecnologías, como los pagos blockchain ideados por activis-
tas netos, pueden presentarse como criptográficos al principio; en
verdad, sin embargo, aspiran a crear una comunicación verdade-
ramente transparente, a través de conexiones de extremo a ex-
tremo: todos los usuarios examinan a fondo cada parte de la
cadena, sin necesidad de autoridades externas ni terceros. Con las
transacciones de blockchain la confianza se convierte en un valor
del pasado, de ahora en adelante, prometiendo transacciones entre
pares totalmente transparentes.
En general, la transparencia constituye hoy una norma incon-
testable como muchos observadores han destacado. Se ha conver-
tido en un «ideal dado por sentado y una explicación de cómo
deben funcionar la sociedad y sus organizaciones» (Christensen &
Cornelissen, 2015), o como Thierry Libaert dijo (2003) la transpa-
rencia se ha convertido en «ideología ineludible» de nuestro
tiempo. No por casualidad, en medio de un discurso público obse-
sionado con la resolución de problemas, se prefigura la superación
de conflictos a través de una «solución de transparencia» de talla
única (Fenster, 2017). De hecho, la transparencia parece compar-

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TRANSPARENCIA: UN CONCEPTO MÁGICO DE LA MODERNIDAD 63

tir características con los llamados «conceptos mágicos». Los poli-


tólogos Christopher Pollitt y Peter Hupe (Pollitt/Hupe, 2011) han
introducido esta etiqueta para calificar los conceptos que están im-
buidos de un aura mágica que promete resolver los principales dile-
mas encontrados por la sociedad. Anotemos algunos rasgos
característicos que definen tales «conceptos mágicos»:

Un alto grado de abstracción, una carga normativa fuertemente


positiva, una capacidad aparente para disolver dilemas previos y
una movilidad entre dominios, les da su carácter «mágico» (Po-
llitt/Hupe, 2011).

Lo que todos estos conceptos mágicos tienen en común es una


connotación extremadamente positiva, como resultado, se vuelve
extremadamente difícil estar «en contra» de ellos. Por otro lado,
los conceptos mágicos son tan poderosos como fragil es la base en
la que se asientan, de una cierta vaguedad semántica, y, como tales,
a menudo se utilizan con ligereza, como palabras clave que provo-
can un cortocircuito en la reflexión o el debate real. Entre los
ejemplos de «conceptos mágicos» se incluyen conceptos como go-
bernanza, redes, participación, responsabilidad, creatividad o in-
novación. Como explican Pollitt y Hupe, los conceptos mágicos
son atractivos tanto para académicos como para profesionales.
Ciertamente, ellos «no reconcilian los proverbios y doctrinas de
oposición que las generaciones previas de académicos de la admi-
nistración pública documentaron y discutieron minuciosamente.
Más bien, se elevan por encima de ellos –hasta un nivel más alto de
abstracción– o, si uno prefiere, los evitan» (2011).
Sin duda, la transparencia ha llegado a ser un concepto tan
mágico gracias a que cumple los siguientes requisitos principales:
presenta amplitud (que abarca dominios grandes y tiene definicio-
nes múltiples, superpuestas y, a veces, conflictivas), atractiva-
mente normativo (esto puede vincularse a su connotación positiva),

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64 EMMANUEL ALLOA

insinuación de consenso (diluir, oscurecer o incluso negar las preo-


cupaciones tradicionales de las ciencias sociales con intereses y
lógicas en conflicto), y por último, pero no por ello menos impor-
tante, la de ser universalmente vendible (es bien conocido como
concepto de moda entre las más diversas audiencias). En otras
palabras, es extremadamente difícil estar en contra de la transpa-
rencia. Las investigaciones de diversos contextos (política, finan-
zas, redes sociales y humanidades) tienden a confirmar que existe
un consenso general sobre los valores de la transparencia: la trans-
parencia no tiene un antónimo exacto, es decir, no tiene un contra-
concepto exacto que cubra negativamente todo su significado. Por
el contrario, parece como si la transparencia, con su apariencia
maleable, hubiera desviado cualquier forma de negatividad y la
hubiese absorbido por completo, como a través de una varita má-
gica.
Hoy, en general, la transparencia representa la optimización y
el futuro. Si la protesta por este impulso hacia la creación de «in-
dividuos vítreos» se ha mantenido en silencio, esto se debe a que
estas mismas tecnologías también hacen posible una vida pública
sobre la que el usuario cree que tiene control. Los Estados y las
empresas no son los únicos que publican informes de transparen-
cia. Los corredores de los domingos por la mañana con relojes
inteligentes que transmiten sus ritmos cardíacos a sus perfiles de
Facebook se enorgullecen de tener una comunidad en línea que
esencialmente actúa como su superego. El llamado movimiento
del «autocuantificada» representa la promesa de una relación más
lúcida y racional con uno mismo, para un sujeto que sabe cómo
sacar lo mejor de sí mismo. Mientras que Kant resistió la necesi-
dad de publicitar cada decisión antes de haber sido presentada al
tribunal de la razón, ahora las vidas se hacen públicas en su tota-
lidad, no tienen otra opción. En una era caracterizada por la ex-
presividad, por un flujo constante de datos en todas las escalas, un

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TRANSPARENCIA: UN CONCEPTO MÁGICO DE LA MODERNIDAD 65

equivalente liberal al Glasnost que Gorbachov había prometido,


el sujeto digital puede llamar la atención y, por lo tanto, una pro-
mesa de existencia. En consecuencia, la transparencia se ha con-
vertido en una garantía de moralidad tanto para las instituciones
como para los sujetos. Las connotaciones ligadas a este concepto
son casi exclusivamente positivas: se considera que la transparen-
cia es imparcial, neutral, democrática y progresiva. Como tal,
promete estabilidad.

Un campo emergente en busca de su teoría

El impulso y el amplio consenso en torno al concepto oculta el


hecho de que su significado está lejos de ser claro ¿La transparen-
cia es una cualidad? ¿Un estado? ¿Un proceso? ¿A qué nos refe-
rimos cuando usamos este término? Dada su omnipresencia, es
significativo destacar la escasa investigación que se ha desarro-
llado sobre este concepto, sobre sus raíces históricas, sus usos
reales y sus implicaciones más amplias. Es cierto que, cada vez
más los encargados de formular políticas públicas están recono-
ciendo la importancia de la pregunta, y la academia está cada vez
más volcada en las investigaciones sobre la transparencia. Más
allá de numerosas publicaciones académicas sobre cuestiones de
transparencia en los campos más destacados, como finanzas,
derecho europeo, gobernanza pública, políticas fiscales o tecno-
logía, la investigación incluso ha comenzado a organizarse en
antologías (Piotrowski, 2010), o congresos, como el primer Inter-
national Transparency and Secrecy Research Network (Ala’i/
Vaughn, 2014). La reciente creación de la International Transpa-
rency and Secrecy Research Network, de convocatotia anual,
sobre la Transparency Research, parecen confirmar que efectiva-
mente estamos en presencia de un «campo emergente» (Götz/

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Marklund, 2015). Aun así, se debe tener en cuenta que, a excep-


ción de un grupo de académicos que se reunieron bajo el epígrafe
general de Critical Transparency Studies (Birchall, 2014, Han-
sen/Christensen/Flyverbom, 2015), la investigación académica
apenas se relaciona críticamente con su concepto de federación.
Aunque todas estas publicaciones presentan la noción de «trans-
parencia» en el título, rara vez reflejan cuál es la lógica específica
de la transparencia. La investigación del tema, por así decirlo, es
a través de la transparencia y no acerca de ella. En términos gene-
rales, parece que la «transparencia» es más un concepto operativo
que un concepto que habría sido tematizado por derecho propio.
Como Mark Fenster recapituló acertadamente la situación, la
transparencia se encuentra «en la búsqueda de una teoría» (Fens-
ter, 2015).
La lucidez que promete el concepto es inversamente propor-
cional a su claridad semántica. Una explicación muy presente es
que la búsqueda de la transparencia ha sido «adoptada en una
gama extraordinariamente amplia de políticas y actores públicos
en un período de tiempo notablemente breve» (Fox, 2007). De
hecho, los análisis semánticos a gran escala confirman que la
mención de la noción de transparencia en los documentos públi-
cos se ha disparado en las últimas dos décadas. Esto no debería
llevar a pensar que la transparencia no tenía antes ramificaciones
históricas mucho más amplias. Christopher Hood ha dibujado un
primer esbozo de una historia del concepto político de transpa-
rencia, que vincula la noción contemporánea con sus fuentes en
la Ilustración e incluso con la filosofía griega (Hood, 2006). Tal
visión preliminar muestra que rastrear la genealogía del concepto
es una tarea ardua, ya que se difunde inmediatamente en una
variedad de significados diferentes que compiten, con implicacio-
nes a veces irreconciliables, en una oscilación incierta entre un
significado político y uno estético (Alloa/Guindani, 2011). De

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hecho, la estabilidad, la claridad y la confiabilidad del concepto


de transparencia contrastan llamativamente con sus turbios moti-
vos históricos.
La transparencia se ha asociado, en los contextos más variados,
con diferentes aspiraciones. De hecho, las esperanzas vinculadas a
la transparencia son multifacéticas:
— Transparencia como accesibilidad: garantizar el acceso infor-
mativo a todos los ciudadanos y la implementación de un «right
to know».
— Transparencia como equidad procesal: salvaguardar el debido
proceso a todas las partes involucradas.
— Transparencia como rendición de cuentas: al poner las decisio-
nes a disposición del público, se espera que las partes interesa-
das desarrollen un sentido de responsabilidad más elaborado y
una mejor rendición de cuentas.
— Transparencia como reducción de la asimetría: en contra de
las prácticas de secretismo, que otorgan a determinados acto-
res un poder excesivo sobre ciertos sectores, la revelación ge-
neralmente se realiza para restablecer un cierto equilibrio de
poder.
— Transparencia como bien público: cuando las acciones se so-
meten al escrutinio público se reducen (si no se eliminan por
completo) las acciones impulsadas por el interés propio.
— Transparencia como racionalización: obligar a los actores a dar
razones de sus acciones conduce a una mejora generalizada de
los estándares de conducta racional.
— Transparencia como fabricante de la verdad: al obligar a las
personas a hablar, se disipan el engaño, la falsedad y la dupli-
cidad.
— Transparencia como moralización: cuando todo está bajo ex-
posición permanente, los individuos se ven obligados a actuar
virtuosamente.

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— Transparencia como (auto) conocimiento: sólo una persona


que sabe de sí misma sabe en qué puede confiar y qué puede
explicar.
— Transparencia como autenticidad: sólo donde nada se retiene,
las cosas pueden ser genuinas y los sujetos son fieles a sí mis-
mos.
A medida que avanzamos en la lista, uno gradualmente aban-
dona el dominio propio de lo político y avanza hacia la moral indi-
vidual ¿Existe una conexión sustancial entre la demanda de
transparencia procesal en el ámbito político y la de la auto-trans-
parencia moral o epistémica en la del sujeto o simplemente nos
enfrentamos con un efecto homónimo? ¿No hay nada más que un
leve parecido familiar, como diría Wittgenstein? ¿Qué tipo de jue-
gos de lenguaje se desempeñan a través del discurso de la transpa-
rencia? La hipótesis que quiero defender es que en realidad existe
algo más que un vago parecido familiar, que vale la pena conectar
esas diversas líneas para mapear una constelación discursiva y
conceptual donde se negocian tantos asuntos decisivos de la mo-
dernidad.

De la transparencia a la diafanidad y su reverso

La transparencia política con la que a menudo se asocia hoy


es un fenómeno bastante tardío, ya que los orígenes de los térmi-
nos se encuentran en la óptica. La mayor parte de la literatura
moderna temprana sobre la transparencia se refiere exclusi-
vamente a las propiedades de la materia, la transmisión de la luz,
los índices de refracción y similares. En la Óptica Isaac Newton
(1704) comienza con la definición de sus objetos en los siguientes
términos:

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Refrangibilidad de los Rayos de Luz, es su Disposición para ser


refractada o desviada de su Camino al pasar de un Cuerpo o
Medio transparente a otro (Newton, 1704).

En la Óptica de Newton, la transparencia se considera el estado


mínimo de cualquier materia:

Las partes mínimas de casi todos los Cuerpos naturales son en


cierta medida transparentes. Y la opacidad de esos Cuerpos sur-
ge de la multitud de reflexiones causado en sus partes internas.

Sin embargo, no todos los científicos naturales creían que la


transparencia era un signo de autenticidad, ya que ver a través de
ella también implicaba el riesgo de faltarle el respeto a los límites
de las cosas. En su Micrographia de 1665, Robert Hooke se quejó de
la repentina transparencia de las cosas generadas por el microsco-
pio. La luz artificial debajo del vidrio crea una translucidez que no
corresponde a la condición natural, Hooke dice: «la transparencia
de la mayoría de los Objetos se vuelve mucho más difícil que
si fueran opacos» (1665). Durante mucho tiempo, la transparencia
fue pensada en un sentido estricto y literal de algo a través de lo
cual la mirada podía mirar libremente. Sin embargo, a partir de fi-
nales de la década de 1590 comienzan a atestiguarse las primeras
apariciones de un uso figurativo de «transparencia», y lentamente,
no sólo (sobre objetos) materiales, sino también las situaciones, los
esquemas, las argumentaciones o las personalidades podrían ser
«transparentes». En el siglo XVIII, la apertura se convertiría en una
característica de un personaje moralmente loable, de alguien que no
oculta intenciones secretas. Sin embargo, el uso metafórico y la mo-
ralización que permitió más tarde, fueron bastante lentos para
echar raíces en el inglés y en otros idiomas europeos modernos.
La palabra inglesa «transparent», que más tarde dio lugar a la
noción sustantivada de «transparencia», se basa en el equivalente

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francés medio («transparent»/«transparenz») que se atestigua por


primera vez alrededor de 1370 en la literatura teológica y cosmoló-
gica medieval. Se usa indistintamente con la palabra «diaphane»,
diáfano, y hace eco de la matriz semántica que se encuentra en los
tratados latinos de los siglos XII y XIII: transparens, transparentia,
diaphanum, dyaphonum. El acoplamiento de la transparencia con la
diafanidad ocurre por una buena razón, constituye el equivalente
literal en latín de la palabra griega original tó diaphanês. La palabra
griega consta de dos partes, dia y phainestai. Mientras que la segunda
es la voz media de phainô, «aparecer», «brillar»; la primera es una
preposición que corresponde a una amplia gama de funciones dife-
rentes: «a través de», «a causa de», «cruzado», «por» y «sobre». A la
luz de los conocimientos académicos actuales, el autor que acuñó el
término transparens es Burgundio de Pisa, en su traducción de 1165
de De natura hominis por Nemesius de Emesa (en el momento erró-
neamente considerado como un Tratado sobre el alma, Vasiliu, 1997),
y esta creación de palabras es legítima en una perspectiva medieval:
«trans» - «parens» es el mejor equivalente posible de dia-phanês, ya
que el prefijo latino «trans» cubre aproximadamente la mayoría de
las funciones del dia griego (en compuestos tales como transfiguratio,
traductio, transactio, transitus, etc., análogamente a la noción de perspi-
cuidad, que se refiere a «ver a través», per-spicere). Sólo gradualmente,
la noción de transparencia vino a alterar su valencia semántica.
En la filosofía griega clásica –y en los comentarios medievales
de la misma– el primer significado de diaphanêsis es el de una cua-
lidad translúcida y opalescente. En el Fedro de Platón, Sócrates y
sus seguidores hablan a lo largo de las aguas del río Ilisos en las
proximidades de Atenas, que se describe como «diaphanês», y en
el Cercano Oriente Cilicia, Pliny informa sobre un río claramente
llamado Diaphanês. En lugar de transparencia, diaphanês proba-
blemente se traduce mejor por translucidez. En otros contextos, se
refiere a algo que «resplandece», por ejemplo, cuando se dice que

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el talento de un escultor se mide por su capacidad de esculpir el


busto de una persona donde la personalidad interior «brillaría»
(diaphainei, Jenofonte, Memorabilia III). Tales pasajes ya enfatizan
la importancia del «por»: el prefijo dia no tiene solamente un signi-
ficado en sentido espacial, como un obstáculo que sería atravesado
por la mirada, sino también en un sentido causal como el instru-
mento del medio «a través» del que algo sale a la luz (La Antigüe-
dad tardía todavía era muy consciente de esta dimensión causal: a
principios del siglo VI d.C., cuando Boecio tuvo que encontrar un
equivalente para la ciencia de la óptica griega (optikê technê), acuñó
la expresión perspectiva, es decir, literalmente, el arte de «mirando a
través de», donde el prefijo por-ambos representa tanto el aspecto
espacial como el causal). Este doble aspecto de lo diáfano es algo
que Aristóteles explotará de manera crucial en su teoría de la per-
cepción, convirtiendo una expresión cotidiana en un concepto filo-
sófico.
Para comprender la accidentada historia de la transparencia y
sus fuentes premodernas, es necesario centrarse en el paso deci-
sivo emprendido por Aristóteles. Aristóteles es responsable de
haber transformado, a los fines de su teoría de la percepción de los
medios, un adjetivo comúnmente utilizado, hasta Platón, en una
idea conceptual, al sustantivar lo que era meramente un adjetivo
(diaphanês) en un sustantivo (to diaphanês). La elaborada teoría de
Aristóteles sólo puede redactarse brevemente aquí (para una re-
construcción detallada, así como también la historia de la recep-
ción del concepto de diáfano, ver Vasiliu, 1997 y Alloa, 2011). A
diferencia de las descripciones anteriores de la percepción, como
las doctrinas del atomista, Aristóteles no cree que la percepción
sea alguna vez un proceso no mediado. Como los contornos en su
Tratado sobre el alma (Peri psuchês, De anima), cualquier percepción
sensorial ocurre en un elemento como el aire o el agua y estos ele-
mentos poseen ciertas características que les permiten operar

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como intermediarios sensibles. Como tal, el aire puede servir como


un medio para la audición, el olfato y la visión. Mientras que el
agua es únicamente un medio para la visión. Ahora la sensación
ocurre no tanto en un medio como a través de él, dia. Todo lo que
aparece (phainestai) en la percepción sensorial aparece a través de
(dia) algo más, que tanto se muestra en sí mismo; más bien, aparece
algo más que aparece. En el caso de la visión, cualquier elemento
que produzca esta cualidad se denominará «diáfano», ya que, por
un lado, deja pasar la mirada (dia) y por el otro, genera (dia) lo
visible objeto para la mirada.
En resumen, la diafanidad abarca dos aspectos:
Translucidez: la calidad permeable de un medio que (espacial-
mente) deja pasar la visión.
Generatividad: la calidad productiva de un medio que (cau-
salmente) permite que algo salga a la luz.
Como se puede apreciar fácilmente, el aspecto de la generati-
vidad depende significativamente del aspecto de la translucidez:
para dejar que algo (lo demás) salga a primer plano, un medio diá-
fano debe desviar la atención de sí mismo, anestesiarse y retroceder
al fondo. Sin embargo, un medio tan discreto y neutralizado no
debe confundirse con una ausencia de mediación; si el medio está
en retirada, es porque desde esa posición cumplirá su tarea tanto
mejor. En todo caso, de vez en cuando brilla a través de la pantalla
de apariencias que ayuda a configurar. En estos casos, el medio
«aparece a través», del mismo modo que uno puede sentir la pre-
sencia del viento detrás de una bandera ondeando, aunque la masa
de aire nunca es perceptible si no es a través de los efectos que in-
duce. Siguiendo una distinción clásica hecha en fenomenología, se
puede decir que el medio diáfano es operativo, aunque no temático:
la operación consiste precisamente en establecer un sentido de in-
mediatez, en ponerse en contacto con la cosa misma, que así apa-
rece, por así decirlo, en el modo de una «inmediatez mediada».

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Cuando en el siglo XII, Burgundio de Pisa traduce to diaphanê-


sinto como transparens, ambos aspectos, el translúcido y el genera-
tivo, se conservan, al menos en principio. Sólo con el transcurso
del tiempo el concepto de transparencia se despojará del sentido
generativo y causal, para llegar a representar una inmediatez pura
e incorrupta. Tanto el trans –el movimiento, la transferencia, el
calvario–, y la parencia –la aparición– han sido descartadas en be-
neficio de la entrega inmediata, para un dato puro. Sin embargo,
esto significa olvidar que establecer una transparencia entre dos
cosas y establecer una congruencia entre ellas supone una distin-
ción inicial. Instituir una relación transparente consiste, para to-
mar prestada la expresión de Nietzsche, en la «identificación de lo
que no era idéntico» (Gleichsetzen des Nichtgleichen). La diafanidad
es una reminiscencia de este hecho a través de su prefijo dia,
que está relacionado con la raíz dis, es decir, la dosidad o la diver-
gencia. En otros términos, haciendo referencia a la historicidad del
requisito de transparencia, se establece cómo la transparencia
siempre es no idéntica y, por lo tanto, en desacuerdo consigo
misma. En consecuencia, la transparencia nunca se regala, tal sería
la lección de Aristóteles, sino que es el resultado de una operación
específica que tiene un precio. Sin embargo, esto es precisa-
mente lo que niegan los regímenes de transparencia: en tales re-
gímenes, lo que es del orden de los efectos se presenta como
hechos no construidos. Sin embargo, si la transparencia existe sólo
como se fabrica, sólo puede haber transparencia donde las ope-
raciones de fabricación se anulan o se hacen invisibles del mismo
modo que el cristal de la ventana sólo funciona si se ve a través del
vidrio y no del vidrio en sí. La transparencia simboliza un medio
sin cualidades, un significante cultural que representa la ausencia
de cualquier forma de intervención simbólica o no simbólica; es
sinónimo de una mise en scène cuyo espectáculo consiste en esceni-
ficar la ausencia de cualquier mise en scène.

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Hacia adentro y hacia afuera:


transparencia psicogenética y sociogenética

La modernidad tardía se define por un relajamiento de las


grandes narrativas y una ruptura de las ideologías vinculantes.
Después del final de la Guerra Fría, el mundo occidental se pre-
senta como fundamentalmente postideológico. Puede que no sea
inadvertidamente así, si entre todos los conceptos brillantes en el
panteón de la Ilustración se ha elegido la transparencia como la
menos controvertida y la más ampliamente aceptable. Sin em-
bargo, si la transparencia se ha convertido en el ideal dominante de
una época que se considera post-ideológica es esta misma afirma-
ción la que debe ser interrogada. Frente a la neutralidad autoafir-
mada hacia la ideología de la última modernidad, se vuelve cada
vez más importante analizar la transparencia por lo que pretende:
una ideología de neutralidad. En un primer paso, sin embargo, lo
que requiere atención es cómo, de todas las diversas demandas
normativas principales que la modernidad heredó de la Ilustra-
ción, la transparencia es la que sobrevivió, casi indemne, a todas
las autocríticas de la modernidad.
Lo que se puede observar, a la luz de la historia de la idea,
desde una traducción de la noción griega de lo diáfano a las teorías
modernas de la visión de los primeros tiempos, es cómo la metafo-
rización del concepto ha estado inmediatamente sujeta a una abne-
gación. El uso metafórico y derivado de la transparencia, que le
permitió principalmente desde el siglo XVIII ser utilizado como un
concepto normativo para intervenir en los campos de la moral y
en contra de las autoridades políticas, se basaba esencialmente en
un autoformador como literal y no metafórico: el trans fue reser-
vado para las parodias y las farsas, mientras que las apariencias
mismas comenzaron a sospechar. Contra el juego de máscaras y
roles, la transparencia llegó progresivamente a marcar una de-

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TRANSPARENCIA: UN CONCEPTO MÁGICO DE LA MODERNIDAD 75

manda de apertura e inmediatez. Dondequiera que intervengan


agentes o fuerzas externas, la objetividad del proceso queda bajo
sospecha. Al igual que el medio transparente tuvo que negar cual-
quier responsabilidad al medio operativo, el procedimiento ahora
se presenta como autodirección inherente ya que cualquier indicio
de una posible intervención estigmatizaría el procedimiento como
parcial.
Nadie representa mejor este cambio de paradigma que Jean-
Jacques Rousseau, cuya obsesión por la transparencia es bien co-
nocida, sobre todo debido al influyente libro Jean-Jacques Rousseau.
La transparencia y el obstáculo de Starobinski, de 1972. Sus escritos
están completamente impregnados, como demostró Starobinski,
por el ideal de la transparencia intersubjetiva e intrasubjetiva lo-
grada de la comunicación irrestricta de las almas liberadas de la
disimulación, concebida como el paraíso de la comunicación recí-
proca de corazón a corazón:

En todo el curso de mi vida, uno ha visto que mi corazón, trans-


parente como el cristal, nunca ha sido capaz de ocultar durante
un minuto un sentimiento ligeramente animado que se ha refu-
giado en él (Rousseau, 1995).

Sin embargo, paradójicamente, al tiempo que afirma que el


tema de la enunciación nunca fue más que transparente, las Confe-
siones de Rousseau crean que ese mismo tema sea transparente:

Me gustaría poder hacer que mi alma sea transparente a los ojos


del lector de alguna manera, y para hacerlo, trato de mostrárselo
bajo todos los puntos de vista, aclararlo con todas las luces, ac-
tuar de tal manera que no ocurra ningún movimiento en él que
no perciba para que él pueda juzgar por sí mismo sobre el prin-
cipio que los produce (Rousseau, 1995).

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Una vez más, la tensión entre la transparencia como estado


original reclamado y la transparencia como un telos que se alcan-
zará es palpable, como si la condición desenmascarada original
sólo pudiera ser alcanzada por una operación deliberada, por una
confesión, un confiteor, que performativamente produce lo qué eso
dice. Los ecos del rousseaunismo en la modernidad han sido nu-
merosos, sobre todo, bastante prominentemente en el existencia-
lismo. En una famosa entrevista, Jean-Paul Sartre profesó su
compromiso con la transparencia total como el único medio para
una sociedad auténtica:

Creo que la transparencia siempre debe ser sustituida por lo que es


secreto, y puedo imaginarme el día en que dos hombres ya no ten-
drán secretos entre sí porque nadie tendrá más secretos de nadie,
porque la vida subjetiva, también como vida objetiva, será comple-
tamente ofrecida, dada. Es imposible aceptar el hecho de que ren-
diríamos nuestros cuerpos como lo hacemos y mantendríamos
nuestros pensamientos ocultos, ya que para mí no hay una diferen-
cia básica entre el cuerpo y la conciencia (Sartre, 1975).

Más allá de este hilo individual sobre la transparencia como una


técnica psicogenética, tanto interna como externa, encontramos la
transparencia invocada en términos políticos como un instrumento
para lograr una sociedad mejor, más racional y justa. Aunque apa-
rece en el siglo XVIII, es principalmente en el siglo XIX cuando la
transparencia se muestra como una herramienta de los oprimidos
para forzar a los arcanos imperios y las relaciones ocultas a puertas
cerradas. En estrecha relación con la noción de publicidad (Öffent-
lichkeit) –la academia debate si son sinónimos o si deben ser aparta-
dos– gestos de transparencia hacia un tribunal público de la razón,
una idea central en Rousseau y en la Revolución Francesa, pero
también en la filosofía del siglo XIX, en autores como John Stuart
Mill, Madison y más agudamente en Jeremy Bentham.

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TRANSPARENCIA: UN CONCEPTO MÁGICO DE LA MODERNIDAD 77

El «ojo del público», afirma Bentham, «hace virtuoso al esta-


dista» (Bentham, 1843) y lo obliga a proporcionar razones para
todos y cada uno de sus actos. Aunque a Bentham a menudo se le
atribuye haber formulado explícitamente la demanda de transpa-
rencia por primera vez y, por lo tanto, la legitimidad de la demanda
de un Right to know, tal descripción sólo capta la mitad de la verdad
ya que Bentham no sólo defiende la idea del público de un «super-
intendente», sino también de una automoralización de la sociedad.
El famoso «efecto civilizador» de la publicidad (John Elster) se
puede ver en el trabajo del entorno pragmático. Bentham, quien
se presentó como el «Newton de la legislación», quiere imaginar
una concepción del derecho basada en la naturaleza misma, y la
transparencia, estudiada extensamente por el autor de la Óptica,
viene a representar un instrumento poderoso para dar forma a una
nueva comunidad. En su famoso Panóptico, la transparencia pre-
tende representar un «nuevo modo de obtener el poder de la mente
sobre la mente» sin precedentes (Bentham, 1995). Todos los ras-
tros de castigo deben borrarse, en beneficio de lo que Bentham
describe como legislación «indirecta». Mientras que la vieja
forma de legislación «vulgar» y punitiva «arrastra a los hombres a
sus propósitos encadenados», lo que eventualmente llevará a su
colapso, la legislación indirecta o «trascendental» guiará a los indi-
viduos «por hilos de seda, entrelazados alrededor de sus afectos, y
hacia ellos para siempre» (Essay on the Poor Laws, citado en Pitkin,
1990). Ya no debería la autoridad de la ley imponerse a sí misma a
través del poder coercitivo, más bien deberían las leyes «infundirse
a sí mismas, por así decirlo, en las mentes de las personas» y «la
obediencia a las leyes sería difícilmente distinguible del senti-
miento de libertad» (Promulgation of the Laws, citado en Pitkin,
1990) Tal «poder blando» delineado por Bentham se acerca no
sólo a las prácticas contemporáneas de “empujar” (también cono-
cido como paternalismo liberal) sino que también ejemplifica el

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paso de la coacción externa al autocontrol internalizado descrito


por Foucault. Cuando es probable que el comportamiento sea juz-
gado por otros, entonces el argumento, los sujetos adaptarán auto-
máticamente su conducta. En una conversación con David Collins,
quien en 1803 planeó implementar el modelo de panóptico de
Bentham en Australia, Bentham deja en claro que la transparencia
debe tener dos lados, uno interno y uno externo: una transparen-
cia interna, entre los internos y el director, y una exterior transpa-
rencia, ya que la arquitectura panóptica como un todo debe ser
entendida de un vistazo por el mundo externo. A menudo censu-
rado en los estudios de vigilancia, la unidireccionalidad dentro del
panóptico representaría, por lo tanto, sólo un primer paso en este
modelo social caracterizado por la descompartimentalización y la
permeabilidad.

Transparencia como apertura ¿Una contradicción?

El ideal de un sujeto transparente caracterizado por el autoco-


nocimiento, la autonomía y la propiedad, se refleja en el ideal de
una sociedad transparente caracterizada por la apertura y el auto-
gobierno. Lo que está en juego es si la transparencia puede afirmar
que representa la apertura que pretende. Una apertura que puede
adoptar diversas formas, y en parte se superpone con algunas
de las variedades de transparencia enumeradas anteriormente: una
apertura en términos de accesibilidad de la información («verlo
todo»), una apertura en términos de sinceridad («decirlo todo»)
así como una apertura en términos de participación y transforma-
ción potenciales («hacerlo todo»). Estos requisitos, que surgen en
campos bastante diferentes (epistemología, filosofía moral, teoría
de la acción) se combinan significativamente en el ideal único de
transparencia, aunque su misma metáfora a menudo parece en

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TRANSPARENCIA: UN CONCEPTO MÁGICO DE LA MODERNIDAD 79

desacuerdo con la apertura que se le atribuye: la semántica vi-


sual de «ver a través de» no se puede conectar de inmediato con
la semántica verbal, sin mencionar la semántica de la acción: des-
pués de todo, las acciones que tienen lugar detrás de un cristal ví-
treo podrían estar a la vista de un espectador, pero este acceso
visual podría exacerbar la sensación de impotencia. Con frecuen-
cia, la retórica de la transparencia oculta la inaccesibilidad fáctica.
Más importante aún, sin embargo, la transparencia como aper-
tura enfrenta una contradicción ontológica ¿La transparencia
es constante o transformadora? ¿Registra un hecho o provoca un
cambio?
Una de las características definitorias de la publicidad como
Öffentlichkeit (del alemán offen, «abierto» que se traduce muy im-
perfectamente como «esfera pública») fue su énfasis en la apertura
de los procesos deliberativos. Desde la perspectiva de la Ilustra-
ción, los asuntos públicos necesitan decisiones sobre la base del
hecho de que no están prescriptos por ninguna autoridad externa,
sino que deben ser determinados por aquellos afectados por estas
decisiones. La apertura de Öffentlichkeit no sólo concierne a las mi-
radas externas, sino a la indeterminación de los procedimientos
cuyo resultado debe ser impredecible, si el procedimiento va a ser
algo más que un ritual escenificado. En otras palabras; la apertura
tiene que ver con la contingencia: el curso de los acontecimientos
es intrínsecamente indeterminado, las cosas podrían ser de otro modo.
Tal comprensión está directamente ligada a la comprensión de la
democracia como un proceso de deliberación infinito e irresuelto
como lo definió Habermas o como una «democracia por venir» en
el sentido de Derrida que no puede tener ningún fundamento an-
terior o definitivo aparte de la apertura muy futura a lo que está
por venir. En cualquier caso, tales conceptualizaciones ofrecen un
criterio para poner a prueba las concepciones actuales de la de-
manda de transparencia. ¿Puede un procedimiento ser «completa-

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mente transparente»? Ciertamente, no si aún está por venir dado


que el único procedimiento que puede hacerse completamente
transparente es un procedimiento cuyo resultado ya ha sido deci-
dido de antemano. Existe una contradicción inherente entre la
demanda simultánea de «procedimientos abiertos y transparen-
tes», ambos parámetros parecen contradecirse entre sí. Algunos
autores han argumentado que, si bien no puede haber transparen-
cia ex ante sin comprometer la apertura del proceso, lo que las
legislaciones deberían exigir es una transparencia ex post, que re-
vele retrospectivamente las razones que conducen a un determi-
nado resultado de toma de decisiones. Sin embargo, lo que debe
tenerse en cuenta es que dicha transparencia ex post es en sí misma
un acto de «justificación», una operación que a su vez puede modifi-
car otros procesos.
Un argumento similar se puede hacer para el debate sobre la
mejora de los mercados y los requisitos de transparencia del
mismo. Mucho antes de la crisis financiera de 2008, se plantearon
preguntas análogas, como las del economista austríaco Oskar
Morgenstern, quien después de la guerra escribió en coautoría con
John von Neumann, la Theory of Games and Economic Behaviour. Sin
embargo, una de sus suposiciones cruciales –que el compor-
tamiento del mercado nunca puede ser completamente transpa-
rente– ya fue presentada en 1928, en un artículo titulado
«Vollkommene Voraussicht und Wirtschaftliches Gleichgewicht».
En este artículo, Morgenstern afirmó que la expectativa transpa-
rente y el equilibrio balanceado son mutuamente excluyentes. En
el caso de un conocimiento completo de todos los parámetros, in-
cluido el de todo el comportamiento futuro de sus participantes, el
mercado en lugar de seguir una mejor justificación llegará a un
punto de completa paralización. La razón de esto es que, en el caso
de una previsibilidad total, los planes y las acciones futuras de un
participante en el mercado dependería de los planes y acciones

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TRANSPARENCIA: UN CONCEPTO MÁGICO DE LA MODERNIDAD 81

futuras de todos los demás. Dado que esta condición es válida para
todos los participantes del mercado, nos enfrentamos a la siguiente
paradoja, afirma Morgenstern: todas las acciones tendrían que
determinarse antes de que puedan predecirse. Morgenstern ilustró
su posición mediante el siguiente ejemplo, extraído de un famoso
episodio de Sherlock Holmes:

Sherlock Holmes, perseguido por su oponente, Moriarty, se va a


Dover. El tren se detiene en una estación en el camino, y él se
queda allí en lugar de viajar. Ha visto a Moriarty en la estación
de trenes, reconoce que es muy inteligente y espera que Moriar-
ty tome un tren especial más rápido para atraparlo en Dover. La
anticipación de Holmes resulta ser correcta. Pero ¿Si Moriarty
hubiera sido aún más inteligente, hubiera estimado las capacida-
des mentales de Holmes mejor y hubiera previsto sus acciones
en consecuencia? Entonces, obviamente, habría viajado a la es-
tación intermedia. Holmes, de nuevo, habría tenido que calcular
eso, y él mismo habría decidido ir a Dover. Con lo cual Moriarty
habría «reaccionado» de manera diferente. Debido a tantas re-
flexiones, es posible que no hayan podido actuar en absoluto o
que el intelectualmente más débil de los dos se haya rendido al
otro en la estación Victoria, ya que todo el vuelo se habría vuelto
innecesario (Morgenstern, 1928).

Si uno fuera a radicalizar la tesis de Morgenstern, esto implicaría


que la transparencia total del mercado no conduce a un compor-
tamiento más fluido, armonioso y racional, sino que más bien tiende
a inmovilizar todas las acciones potenciales y en última instancia
lleva a una situación de estancamiento completo. O en un tono lige-
ramente menos dramático, el ejemplo de Morgenstern ejemplifica
por qué la esperanza de una transparencia total del mercado se basa
en premisas equivocadas, en la medida en que no toma en cuenta lo
que la teoría social ha descrito como «doble contingencia».

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82 EMMANUEL ALLOA

Introducido por Talcott Parsons, el teorema de la doble contin-


gencia se ha extendido y generalizado especialmente por Niklas
Luhmann. La doble contingencia se refiere al hecho de que siem-
pre que tiene lugar la interacción comunicativa, el acto comunica-
tivo debe tener en cuenta la forma en que se recibirá, lo que agrega
un parámetro adicional de incertidumbre: no sólo es peligroso el
éxito del acto comunicativo, ya que el canal entre un emisor y un
receptor pueden ser perturbados, y mucho menos, el éxito debe
medirse de acuerdo con la reacción del receptor (Luhmann, 1995).
Más allá de una primera caja negra, hay una segunda y por un
cierto número de razones accidentales o no accidentales, estas dos
cajas negras tienen tratos entre sí. Tales gestos de contingencia
doble hacia una forma de dependencia recíproca, donde dos com-
portamientos están literalmente «engrapados». En casos extremos,
esto lleva a un estado paralítico dado que dos cajas negras hacen
que su propio comportamiento dependa del otro. El comporta-
miento del mercado en sí mismo se basa siempre en una cierta
asimetría de información, pero más allá del ámbito del mercado,
esta observación podría generalizarse, ya que, en un sentido freu-
diano, la civilización misma se basa en una cierta forma de auto-
control y ocultación y la civilización se derrumbaría si pudiéramos
leer las mentes de los demás. En resumen, parece poco probable
que, si bien la transparencia ha reemplazado en gran medida las
nociones de publicidad y Öffentlichkeit, el concepto anterior podría
abarcar todos los requisitos vinculados a estos últimos. Sin em-
bargo, esto es lo que sucedió, en gran medida.

¿La Ilustración con quién?

David Pozen (2017) reunió materiales instructivos que testifi-


can que en las últimas décadas de la historia legal estadounidense,

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TRANSPARENCIA: UN CONCEPTO MÁGICO DE LA MODERNIDAD 83

la transparencia se ha ido desvinculando cada vez más de valores


progresivos más amplios como el igualitarismo o la mejora social a
través de la acción estatal (Pozen describe esto como un cambio
ideológico). Aunque la transparencia todavía se anuncia como un
instrumento para mejorar los procedimientos y erradicar conduc-
tas indeseables, en muchos dominios de políticas el ideal de trans-
parencia se ha integrado cada vez más a las agendas que buscan
reducir el impacto de las regulaciones y aumentar la elección pri-
vada. Mientras tanto, las nociones de participación y espíritu pú-
blico disminuyen, la transparencia se convierte en un argumento
para las agendas libertarias con el fin de hacer que el gobierno sea
más delgado, mínimo y menos intrusivo. La evidencia de Pozen
sobre la situación en los Estados Unidos también puede generali-
zarse a otros contextos: incontestablemente, en los discursos con-
temporáneos, la transparencia se eleva al estado de una especie de
norma postideológica. Como sostuvo Byung-Chul Han, la trans-
parencia también podría verse como una «ideología» que «como
todas las ideologías [...] tiene un núcleo positivo que ha sido misti-
ficado y hecho absoluto» (Han, 2012). La Ilustración defendió
ampliamente el progreso epistémico, social y moral, el proyecto de
conocerse a uno mismo y arrojar luz plena sobre los propios moti-
vos y pulsiones más profundos, pero además para la promesa de
accesibilidad universal, para aclarar rumbos y tratos ocultos, y
más generalmente para la lucha contra todos los procesos que tie-
nen lugar a puerta cerrada que, por lo tanto, están bajo sospecha
de servir a intereses particulares. La transparencia parece ser prin-
cipalmente lo que queda hoy de la herencia de la Ilustración euro-
pea, después de sus cuestionamientos ambivalentes a lo largo del
siglo XX. «La luz del sol es el mejor desinfectante», dijo el famoso
juez Louis Brandeis, mientras que, más recientemente, el fundador
de Wikileaks, Julian Assange, lo puso aún más claro: «luces en-
cendidas, ratas afuera»2. Si bien pertenece a la lista de valores

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84 EMMANUEL ALLOA

como emancipación, autonomía, universalidad o tolerancia que


forman el catálogo básico de las solicitudes formuladas por la Ilus-
tración, la transparencia también ocupa una posición peculiar: por
un lado, de todas estas demandas, la transparencia es tal vez la que
está más íntimamente relacionada con el proyecto de la Ilustración
como tal (ya sea por su origen semántico, que tiene que ver con
la óptica y la claridad), por otro lado, es la única que probable-
mente nunca haya sido sometida a un interrogatorio exhaustivo
durante el siglo XX.
Adorno y Horkheimer tienen una reconocida argumentación
sobre la Ilustración que se caracteriza por una dialéctica intrínseca
pero no reconocida en su relación con el mito. En su Dialéctica de
la Ilustración (Adorno/Horkheimer, 1947), han descrito la Ilus-
tración como un proyecto de Entzauberung general o des-encanta-
miento, con el objetivo de volver a la realidad simple y a las cosas
tal como son, despojadas de proyecciones míticas, lo ruin de la
fantasía y la sustitución de la imaginación por el conocimiento.
Sin embargo, mientras todo trata de extirpar el mito, la Ilustración
misma establece un nuevo mito, el mito de la historia como un
progreso sin fin que se tensa violentamente. Escrita inmediata-
mente después de la Segunda Guerra Mundial, La Dialéctica de la
Ilustración expresa una profunda desilusión con respecto a los idea-
les reguladores de la Ilustración. El programa de una pacificación
general a través del libre uso de la razón, la Paz Perpetua, a la que
Kant dedicó un famoso ensayo, aparece como telón de fondo de la
violencia del siglo XX, como la máxima ingenuidad: firmado en
nombre del pacifismo, el tratado de Munich de 1938 no se centró
tanto en el final de la guerra como en proclamar su comienzo. Ade-
más, en el contexto del surgimiento del fascismo, las democracias
liberales alcanzan sus límites autoimpuestos cuando se trata de
determinar si la tolerancia debería ser aplicable también a las opi-
niones que buscan abolir su principio. Según una frase famosa

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TRANSPARENCIA: UN CONCEPTO MÁGICO DE LA MODERNIDAD 85

atribuida póstumamente a Voltaire, habría dicho supuestamente


que, aunque podría estar totalmente en desacuerdo con la posición
de su oponente, estaría listo para morir a fin de defender la posibi-
lidad de que se exprese. Lo mismo vale para la reivindicación de la
universalidad: este principio tan central para la racionalidad de
la Ilustración cayó en descrédito en el curso de los movimientos
de descolonización, cuando se hizo evidente que la universalidad
había funcionado como un eje en los discursos expansionistas de
las potencias coloniales europeas. Por último, pero no menos im-
portante, la idea de auto-legislación, inherente al concepto de indi-
viduo autónomo, parece muy ambivalente hoy en día, en los
tiempos de los «personalidad emprendedora» (Michael Foucault),
que se administran a sí mismos como recursos y como activos de
inversión.
En contraste con estos principios esenciales de la Ilustración
que han comenzado a brillar de forma ambivalente, la transparen-
cia surge de las experiencias pasadas casi intactas; más aún si pa-
rece haberse expandido infinitamente sobre la base de otros
principios que retroceden, ahora se presenta como el ideal que
debe hacerse cargo de las promesas incumplidas de los otros. Hoy
en día, la transparencia aparece como fundamentalmente no dia-
léctica, carente de cualquier exterior negativo y, como tal, como
irrestrictamente positivo. En una sociedad gobernada por el para-
digma de la transparencia, la transparencia misma representa el
punto ciego. Cuando la transparencia terminó por absorber otras
formas de crítica, ya no queda ninguna izquierda en donde la
transparencia podría ser cuestionada. Se recopilan muchas prue-
bas que confirman que los efectos de los regímenes de transparen-
cia a menudo generan lo contrario de lo que proclaman, como el
hecho de que estos a menudo favorecen las argumentaciones de-
magógicas para agradar y halagar a la audiencia, excluyendo argu-
mentos que podrían ser sinceros, pero es menos probable que sean

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86 EMMANUEL ALLOA

aceptables (Chambers, 2004). Además, casi nunca restauran la


confianza, como medida de construcción de confianza casi nunca
es eficiente. Experimentos recientes en países de Europa Occiden-
tal han demostrado que la transparencia es ante todo un «factor de
higiene», no contribuye a niveles más altos de confianza. En algu-
nos casos, eventualmente incluso disminuye los puntajes generales
de confianza como resultado de una decepción general después de
la divulgación de los procedimientos internos del gobierno (Grim-
melikhuijsen/Meijer, 2014). La sentencia atribuida a Bismarck si-
gue siendo de actualidad: «Las leyes, como las salchichas, dejan de
inspirar respeto en la medida en que sabemos cómo se hacen». Lo
más importante, sin embargo, es que los regímenes de transparen-
cia sugieren una neutralidad dudosa donde el procedimiento no
tendría relación con el contenido.

De la univocidad a la pluralidad: perspectivas cubistas

Se pueden sacar algunas conclusiones preliminares. En una era


supuestamente posideológica, es revelador que el valor más elevado
e incontrovertible es un principio que pretende regular sólo la
forma, y no el contenido de las interacciones sociales: un principio
que pretende ser neutral, todo mientras impone una moralidad tanto
a la vida pública como a la privada. Oficinas espaciales abiertas, las
transmisiones de telerrealidad, arquitecturas corporativas hechas de
vidrio, computadoras personales en fundas translúcidas, confesio-
nes en línea, cocinas de restaurantes donde se preparan los alimen-
tos a la vista, muchos indicios de que la transparencia es una gran
obsesión de nuestro tiempo. Sin embargo, en el contexto de un
análisis más detallado de la semántica histórica de la transparen-
cia, la proclamación de un nuevo transparentismo y el tipo de
«explosión de transparencia» concebida por Daniel C. Dennett y

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TRANSPARENCIA: UN CONCEPTO MÁGICO DE LA MODERNIDAD 87

Rob Roy parecen cuestionables: la variedad de cosas cubiertas por


la palabra clave apenas enmascara su polisemia. Cuando los líde-
res políticos, así como los disidentes, los CEO corporativos y los
hacktivistas por igual se encuentran defendiendo el valor de la
transparencia, los motivos sobre los que se produce esta fusión
consensuada comienzan a resquebrajarse y quienes sospechan las
prácticas continuas de «openwashing» pueden tener una razón.
Como un ideal irrestrictamente positivo es difícil criticar las políti-
cas de transparencia, a menos que se exponga a la sospecha de
defender objetivos regresivos. Si se produce alguna resistencia, es
principalmente en nombre de la «privacidad» y la defensa de
los derechos individuales. Tal perspectiva, donde el «derecho a ser
dejado solo» se derivaría de una prerrogativa personal inalienable
presupone, sin embargo que los límites entre lo público y lo pri-
vado se dibujan de una vez por todas, lo que muchas luchas po-
líticas han cuestionado (por ejemplo, la lucha contra la violación
matrimonial sería ilegítima), sin mencionar el hecho de que supone
que la identidad es una cuestión de propiedad personal, que pre-
cede a las interacciones sociales del individuo. En nombre de una
lucha contra la vigilancia y la exposición involuntaria, los defenso-
res de la privacidad a menudo caen en la trampa de un transparen-
tismo invertido, al convertir la identidad personal en un ámbito
completamente bajo la supervisión del individuo. Por un lado, las
afirmaciones de Facebook de que sería «inmoral» tener más de una
identidad, por el otro, la defensa de la privacidad se convierte en
un argumento para una inmunización contra la comunidad, las
identidades compartidas y las preocupaciones transversales. Como
resultado, los regímenes de transparencia a menudo conducen a
una mayor segmentación y compartimentación, donde detrás de la
parodia de la visibilidad total, las posibilidades de acción y las
perspectivas de cambio se reducen significativamente. Frente a
tales reduccionismos, que traicionan una obsesión por las identi-

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dades de los seres unívocas, estables e inamovibles, una investiga-


ción de las aspiraciones históricas asociadas a la transparencia
pone de manifiesto otros aspectos marginados.
Durante mucho tiempo, la insistencia en la transparencia tenía
que ver con un énfasis en las superposiciones, las intrusiones y la
permeabilidad. En lugar de colgar la perspectiva de una coinciden-
cia final con las cosas mismas, la transparencia equivalía a dar
cuenta de realidades disonantes, aunque superpuestas. Si muchas
expresiones artísticas vanguardistas han jugado con materia-
les transparentes, el énfasis está en las intersecciones plurales y las
interconexiones dinámicas. Pinturas cubistas de Braque, Gris o el
temprano experimento de Picasso con el principio de representar
puntos de vista simultáneos incomparables sobre un objeto en una
sola superficie. En el arte constructivista soviético de El Lissitzky
o Ródchenko, las líneas, planos y superficies crean un espacio vir-
tual de objetos en superposición y retroceso. En la Bauhaus, artis-
tas y arquitectos juegan con cualidades flotantes de materiales
permeables como el vidrio y el celofán. Entre otros, el artista hún-
garo László Moholy-Nagy realiza experimentos de color cruzado
con luz y espacio, modulando la translucidez de varias mane-
ras combinando proyectores de luz, móviles, fotogramas y es-
culturas tridimensionales de plexiglás. El mismo punto de la
transparencia, como explica el artista, no es fijar la mirada, sino,
por el contrario, poner la visión en movimiento, como lo expresa el
título de su libro epónimo (Moholy-Nagy, 1947). El artista final-
mente comienza no sólo a superponer los planos semitransparen-
tes, como en el constructivismo soviético, sino a distorsionar los
planos termoplásticos calentándolos, creando formas cóncavas y
convexas complejas con relaciones espaciales cambiantes, porque
las formas atraparon parcialmente la luz ambiental.
En su libro Space, Time and Architecture, Moholy-Nagy amigo
íntimo de Siegfried Giedion yuxtapuso el edificio Bauhaus en

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TRANSPARENCIA: UN CONCEPTO MÁGICO DE LA MODERNIDAD 89

Dessau con Arlésienne de Picasso (Giedion, 1941), sugiriendo que


el espectador estaba en presencia de efectos de transparencia que
simultáneamente enfatizaban las cualidades transparentes y el pa-
pel del medio de soporte. En otras palabras, tal cubismo analítico
cuestiona la disociación total del medio y el contenido, enfatiza la
pluralidad de puntos de vista. En su análisis clásico sobre «Trans-
parency, Literal and Phenomenal», los teóricos de la arquitectura
Rowe y Slutzky han puesto de manifiesto cómo, junto a la transpa-
rencia literal, hay una transparencia fenomenal que tiene que ver
con el contexto del objeto, visto uno superpuesto a otro. En lugar
de entidades completamente iluminadas, pero cerradas, los experi-
mentos con materiales pelúcidos, celofán, plexi y planos de color
hacen un gesto hacia identidades más ambiguas caracterizadas por
la interpenetración y una dialéctica de primeros planos y fondos
oscilantes. Se invoca la definición persuasiva de György Kepes
desde su Language of Vision:

Si uno ve dos o más figuras solapadas entre sí, y cada una de ellas
reclama por sí misma la parte común superpuesta, entonces uno
se enfrenta a una contradicción de dimensiones espaciales. Para
resolver esta contradicción, uno debe asumir la presencia de una
nueva calidad óptica. Las figuras están dotadas de transparencia;
es decir, que son capaces de interpenetrarse sin una destrucción
óptica entre sí. Sin embargo, la transparencia más que una carac-
terística óptica, implica un orden espacial más amplio. Transpa-
rencia significa: una percepción simultánea de diferentes
ubicaciones espaciales. El espacio no sólo retrocede, sino que
fluctúa en una actividad continua. La posición de las figuras
transparentes tiene un significado equívoco ya que ahora se ve
cada figura más cercana como la más lejana (Kepes, 1944).

En consecuencia, esta transparencia no se trata tanto de un


objeto único, genuino sobre situaciones de superposiciones parcia-

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les y penetraciones cruzadas, forzando a hacerse un lugar para al-


ternar ordenamientos y jerarquías en el espacio, significados
diversos y comprensiones plurales. Como explica Moholy-Nagy
en Vision in Motion:

Las superposiciones superan las fijaciones de espacio y tiempo...


Transponen insignificantes singularidades en complejidades sig-
nificativas; banalidades en vívida iluminación. La calidad trans-
parente de las superposiciones a menudo sugiere la transparencia
del contenido, revelando cualidades estructurales inadvertidas
en el objeto (Moholy-Nagy, 1947).

Vale la pena recordar esta otra sensación de transparencia, tal


como fue ideada por las vanguardias artísticas del arte moderno.
En lugar de sugerir una unidad falsa, la superposición de diferen-
tes planos deja emerger inconsistencias, superposiciones parciales
y congruencias, pero también permite que lo significativo y lo in-
significante penetren. En primer lugar, permite recuperar un sen-
tido de transparencia que no elimina la conflictividad. En lugar de
presentar la transparencia como un horizonte donde los conflictos
e intereses se superarían en última instancia, tales experimentos en
transparencia evidencian cómo la neutralidad es en sí misma el
resultado de una neutralización. A partir de aquí, se pueden ex-
traer inspiraciones para una comprensión crítica del devenir indi-
vidual y social, en la medida en que la polisemia y el doble sentido
no son sólo indicios de falsedad y disimulo, sino que indican entra-
das múltiples, así como pasajes donde no parecían existir. En con-
secuencia, la imagen con la que comenzó este artículo podría
recibir una nueva lectura: más allá de la perspectiva sorprendente
de un «yo vidrioso» en una era de vigilancia, como se suele en-
tender, el autorretrato de Hajo Rose de 1930 debería ser reempla-
zado en su contexto original, el de una experimentación fotográfica
con exposición múltiple. Si la estructura cuadriculada de la arqui-

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TRANSPARENCIA: UN CONCEPTO MÁGICO DE LA MODERNIDAD 91

tectura Dessau Bauhaus construida por Gropius y sus radiadores


característicos brillan a través del rostro del artista, podría enten-
derse como un acto de pertenencia y como un acto de fe en una
estética constructivista y su principio de diafanidad, es decir, que
en cada aspecto artístico, la construcción subyacente brilla «a tra-
vés de» como para negar cualquier transparencia máxima y total.

E. A.

Traducción: David Leal Olivares.

NOTAS
1
En latinoamérica el «Right to know» se entiende diferenciando el «derecho a
saber» del «derecho a la información», aunque en la mayoría de los casos se usa «de-
recho de acceso a la información», preferimos dejar el término en inglés (N. del T.).
2
Julian Assange, el documental de Alex Gibney, We Steal Secrets: The Story of
WikiLeaks (EE.UU., 2013).

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La pandemia de gripe
de 1918-1919
El enemigo temido cien años después
María Isabel Porras Gallo

H ace ahora cien años se produjo la crisis epidémica más im-


portante del siglo XX, hasta la aparición del sida, calificada
recientemente como la madre genética de todas las pandemias de
gripe (Taubenberger, Morens, 2006). Esta grave crisis sanitaria,
responsable de un número de muertes estimado actualmente entre
50 y 100 millones, ha pasado a la historia como la «gripe española».
Sin embargo, este calificativo, acuñado por la prensa europea, no
refleja el verdadero origen de dicha pandemia sino que fue fruto de
las circunstancias que la rodearon. Su coincidencia con el final
de la Primera Guerra Mundial y la censura militar existente en los
países que participaban en dicha contienda, facilitaron que fuera
silenciada cuando apareció en ellos, dos meses antes del inicio de
la epidemia en Madrid, coincidiendo con las fiestas de San Isidro
del 15 de mayo. América, China y Rusia han sido barajadas como
posibles orígenes de la pandemia, pero se acepta actualmente que
comenzó el 4 de marzo de 1918 en Funston, Kansas, en un campa-

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96 MARÍA ISABEL PORRAS GALLO

mento del ejército estadounidense (Crosby, 1976 y 1989). Debido


al movimiento continuo de tropas se produjo su rápida difusión
desde el Medio Oeste hacia la costa Este. Con el envío de soldados
en apoyo de los aliados se extendió rápidamente a Europa, en don-
de aparecieron los primeros casos de gripe el 1 de abril entre las
fuerzas americanas acuarteladas en las ciudades francesas de Brest
y Burdeos. A partir de ahí se difundió a los diferentes países a una
velocidad muy superior a la de las grandes pandemias de cólera del
siglo XIX, favorecido por el corto período de incubación de la gripe
y su transmisión respiratoria. Siguiendo las principales rutas de
transporte humano y de mercancías, rápidamente alcanzó una ex-
tensión superior a la lograda por la Peste Negra, siendo pocos los
lugares que no resultaron afectados como la Isla de Santa Helena.
La terrible experiencia de la gripe de 1918-1919, que curso en
tres brotes –el primero, en la primavera de 1918; el segundo, en el
otoño de ese mismo año, y el tercero, en los primeros meses de
1919– tuvo importantes consecuencias demográficas, científicas,
económicas y políticas y provocó un gran impacto a nivel social
produciendo un cambio de percepción del riesgo frente a esta en-
fermedad, que ha condicionado la respuesta de la sociedad a las
posteriores pandemias de gripe del siglo XX, ocurridas en 1957-
1958 y en 1968-1969, pero también a la primera del siglo XXI,
como hemos tenido oportunidad de comprobar con motivo de la
pandemia de 2009-2010.
A lo largo de las próximas páginas nos acercaremos a lo ocu-
rrido hace más de un siglo. Situando los hechos en el contexto en
el que se desarrolló esta pandemia, mostraremos las principales
reacciones contemporáneas y finalizaremos dando cuenta de sus
efectos e impacto a largo plazo. Todo ello nos ayudará a compren-
der mejor las reacciones ante una hipotética nueva pandemia de
gripe o de otra grave enfermedad infecciosa, sobre la que, ape-
lando a nuestras emociones, nos siguen alertando algunos cientí-

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LA PANDEMIA DE GRIPE DE 1918-1919 97

ficos y figuras de gran impacto social ajenas a las ciencias sanitarias


como el influyente Bill Gates, que le ha propuesto a Donald
Trump que EEUU encabece un programa para estar preparado ante
dicha hipotética situación (Loria, 2018).

Principales consecuencias de la pandemia de gripe de 1918-1919

Aunque el desarrollo y la gravedad de los tres brotes epidémicos


tuvieron importantes diferencias en los distintos puntos geográfi-
cos afectados, se atribuye mayor gravedad al segundo y se coincide
en que una de las notas características de esta pandemia fue su ele-
vada tasa de morbilidad y mortalidad. La falta de registro generali-
zado del número de casos de gripe ha provocado que la cuantificación
de su impacto demográfico se haya realizado en términos de morta-
lidad. En un primer momento se consideró que esta crisis sanitaria
había causado unos 20 millones de muertos, pero los estudios poste-
riores, que ampliaron el análisis a otros ámbitos geográficos, han
puesto de relieve que el impacto demográfico fue muy superior, ha-
blándose de un total de fallecidos de entre 50 y 100 millones (Patter-
son, Pyle, 1991) y ello a pesar de que aún son escasos los datos
referentes a Europa del Este, China, Oriente Medio y Sudeste
asiático. El número de víctimas por la gripe en el año que transcu-
rrió entre los tres brotes epidémicos fue superior al provocado por la
Primera Guerra Mundial en los cuatro años que duró. Según Bea-
triz Echeverri (1993), España contribuyó con alrededor de 270.000
vidas a esa cifra, siendo una cantidad superior a las víctimas por la
epidemia de cólera de 1853-1855 y no tan lejos de las 344.154 muer-
tes provocadas directamente por nuestra Guerra Civil en tres años.
Y una ciudad como Madrid, con 3.500 muertes (Porras Gallo, 1997).
A diferencia de lo que suele ser habitual, la mayor morbimorta-
lidad de esta pandemia correspondió a la población adulta-joven

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98 MARÍA ISABEL PORRAS GALLO

entre 20 y 45 años, en vez de a los mayores de 65 años. Otro grupo


de edad muy afectado fueron los menores de un año. Esta afecta-
ción preferente de la denominada población activa implicó no sólo
un gran impacto económico en un momento complicado, dada su
coincidencia con el término de la Primera Guerra Mundial, sino
también una grave conmoción social que dejó su impronta entre
las personas contemporáneas que sobrevivieron y que se ha trans-
mitido a las generaciones posteriores.
Otra nota característica de la gripe de 1918-1919 fue la mayor
gravedad que tuvo para las embarazadas y las puérperas, diezmán-
dose la población femenina joven que se dejó sentir en los años
posteriores a la pandemia y fue especialmente visible en las locali-
dades pequeñas. Consecuencia de lo anterior fue la disminución de
la natalidad que se sumó a la mayor vulnerabilidad de los nacidos
durante los años de la pandemia, y al aumento del número de huér-
fanos, que supusieron un problema para el que hubo que buscar
una solución. En lo que no existe unanimidad es en la distribución
de la mortalidad por sexos. Algunos autores han señalado una ma-
yor mortalidad global masculina y un predominio femenino en
ciertos grupos de edades.
La pandemia y las medidas tomadas tuvieron también un
fuerte impacto económico sobre la agricultura, la ganadería, la in-
dustria y la minería, el sector terciario, el comercio interior y exte-
rior, los transportes de viajeros, mercancías y animales o la
evolución de la bolsa, pero también sobre el abastecimiento y el
precio de distintas mercancías y, especialmente, de los productos
de primera necesidad y de los medicamentos. Esta situación re-
sultó aún más complicada por la coincidencia de la Primera Gue-
rra Mundial y sus efectos y, en nuestro país, por la grave crisis
socio-económica que se vivía. Además de los costes directos rela-
cionados con la puesta en marcha de las distintas medidas de pro-
filaxis pública y los relativos a la asistencia sanitaria y social de los

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LA PANDEMIA DE GRIPE DE 1918-1919 99

epidemiados y familiares, hubo importantes costes indirectos aso-


ciados a las pérdidas de productividad por las bajas laborales y las
defunciones de la población activa, que en esta pandemia fueron
superiores (Porras Gallo, 1996 y 1997). Para atender a los costes
directos, en un país como España, fue preciso establecer créditos
especiales a nivel nacional, pero también a nivel municipal y pro-
vincial. Junto a la intervención de las instituciones públicas, hubo
también una importante colaboración por parte de numerosas en-
tidades filantrópicas de carácter local, provincial, nacional e inter-
nacional. La Cruz Roja fue una de las entidades que colaboró no
sólo en nuestro país, sino en otros muchos, iniciando una nueva
tendencia en sus actuaciones ante el impacto de la pandemia
de gripe de 1918-1919 y el final de la Primera Guerra Mundial.
Este cambio supuso su implicación en la lucha contra los proble-
mas de salud pública, que mantuvo de manera generalizada a par-
tir de ese momento.
Otra de las consecuencias, habitual en las epidemias, fue la es-
timulación de la investigación científica tendente a identificar y
aislar, sin éxito, el germen específico de esta enfermedad y po-
niendo a punto sueros y vacunas que pudieran ser eficaces. A pe-
sar de los resultados negativos en el aislamiento del germen de la
gripe, que desde 1933 sabemos que es un virus del grupo de los
ortomixovirus, y de que los sueros y vacunas que prepararon ser-
vían únicamente contra las complicaciones pulmonares bacteria-
nas de la gripe, la experiencia de esta pandemia otorgó mayor
relevancia a los laboratorios y a la fabricación de sueros y vacunas,
proliferando este tipo de instituciones científicas fuera y dentro de
nuestro país, en donde se crearon nuevos laboratorios privados
de estas características, que desarrollaron un destacado papel tras
la Guerra Civil.
Además, la persistencia del gran impacto de esta pandemia
décadas después impulsó el establecimiento de un Programa Mun-

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100 MARÍA ISABEL PORRAS GALLO

dial Contra la Gripe por la OMS en 1947, inmediatamente después


de la creación de esta agencia internacional. Dicho programa se
articuló en torno a la creación del World Influenza Center (WIC)
en Londres, dirigido por Christopher H. Andrewes, uno de los
responsables del aislamiento del primer virus de la gripe, y al
establecimiento a su alrededor de una red mundial de laborato-
rios regionales para identificar y aislar los nuevos virus de gripe
que aparecieran en el mundo, y para ofrecer datos epidemioló-
gicos sobre esta enfermedad a la OMS. Nuestro país contó con un
laboratorio de dichas características a partir de 1951, año de
nuestra entrada en la OMS (Porras Gallo y Ramírez Ortega,
2017). Con ello se buscaba mejorar el conocimiento y el control
de dicha enfermedad, y poder evitar una catástrofe similar a la de
1918-1919.

Algunas explicaciones sobre la magnitud de esta crisis sanitaria

Desde el mismo momento de su desarrollo y hasta nuestros


días se ha relacionado el gran impacto demográfico de esta pande-
mia con múltiples factores, sin que haya sido posible establecer un
único y claro responsable, ni siquiera tras la identificación com-
pleta del virus a través de los restos de tejidos humanos de algunas
víctimas de la gripe de 1918-1919, conservados en formol, parafina
o entre los hielos árticos (Taubenberger, Morens, 2006; Holmes,
2004). Es cierto que los médicos responsabilizaron a las infec-
ciones bacterianas de la excesiva mortalidad por la provocación de
neumonías, pero la pandemia de gripe de 1957-1958 puso de re-
lieve que también el virus de la gripe era capaz de provocar neu-
monías y la muerte y, por otro lado, que el hecho de contar con
antibióticos no impedía siempre las neumonías por las resistencias
de las bacterias a los antibióticos (Porras Gallo, 2011).

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LA PANDEMIA DE GRIPE DE 1918-1919 101

Ahora bien, si algunos médicos del momento culparon a la falta


de recursos terapéuticos (no había ni antivirales, ni antibióticos) y
profilácticos específicos (faltó una vacuna eficaz contra la gripe)
y a la ineficacia de los medios habitualmente utilizados contra las
epidemias, otros consideraron también las malas condiciones hi-
giénico-sanitarias, los factores sociales (viviendas insalubres,
hacinamiento, dificultad de acceso a las subsistencias, o a los medi-
camentos), una infraestructura asistencial insuficiente coyuntural
(recordemos, por ejemplo, el desplazamiento de sanitarios para
combatir en la Primera Guerra Mundial o atender a los comba-
tientes) y estructural. Esta última fue característica de nuestro
país, que tenía un importante retraso sanitario en recursos asisten-
ciales y en poseer un marco legal apropiado para luchar moder-
namente contra las enfermedades infecciosas, pero no fue de
nuestra exclusividad. De hecho, en los Estados Unidos, la gripe no
era enfermedad de declaración obligatoria. Junto a todo ello se
señaló también al retraso e insuficiencia de las medidas adoptadas
por las autoridades políticas.
La información con la que contamos hasta ahora obliga a se-
guir pensando que la gravedad de la pandemia de 1918-1919, que
colocó en una situación crítica tanto a los médicos como a los polí-
ticos de la época, y causó un gran impacto en la población que la
padeció y un temor constante a otra experiencia similar, se debió a
la concurrencia de varios factores (científico-sanitarios, económi-
cos, sociales, políticos...), y que las mejoras logradas en varios de
ellos, apoyadas sobre los programas anuales de inmunización con-
tra dicha enfermedad, están permitiendo un menor impacto de las
pandemias de gripe, aunque anualmente sea responsable de algu-
nas muertes y de importantes pérdidas por las bajas laborales que
provoca en cada epidemia.

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102 MARÍA ISABEL PORRAS GALLO

¿Una Medicina que no cumplió sus expectativas?

El resultado final de la mal denominada «gripe española» no


concuerda con las expectativas que tenía la Medicina de la época
cuando estalló la epidemia. Apoyados en la nueva Bacteriología,
los médicos esperaban que esta crisis sanitaria fuera una buena
oportunidad para mostrar el valor que poseía esa nueva Medi-
cina para luchar contra ella. En su opinión, las enfermedades in-
fecciosas eran «evitables» por cuanto consideraban viable disponer
de «medios seguros de prevenirlas»: los sueros y las vacunas espe-
cíficas contra cada una de ellas a partir del momento en que se ais-
lara su germen causante. Sin embargo, la pandemia de 1918-1919
puso de relieve que llevar a la práctica esa idea no era tan fácil.
De hecho, si la observación del cuadro clínico permitió a los
médicos considerar a la influenza como la enfermedad responsable
de la epidemia, sin embargo, no pudieron demostrarlo mediante el
aislamiento y la identificación de su microbio específico como exi-
gía la medicina bacteriológica del momento. El laboratorio no fue
capaz de corroborar el papel del bacilo de Pfeiffer, considerado
entonces el germen de la gripe, y tampoco encontraron otro al que
atribuir ese papel. Esta situación provocó dudas sobre la natura-
leza de la enfermedad y la postulación de varias hipótesis etiológi-
cas (el bacilo de Pfeiffer, una asociación bacteriana, una bacteria
distinta del B. de Pfeiffer, un virus filtrable, o un germen descono-
cido), que no pudieron ser comprobadas.
Sin el aislamiento del agente etiológico de la gripe no se podía
disponer del suero específico para ser usado como tratamiento ni
de la vacuna específica para prevenir la enfermedad. Sin em-
bargo, la gravedad de la epidemia exigía una respuesta inmediata,
razón por la que los médicos propusieron y recomendaron nume-
rosos recursos curativos y preventivos, algunos de dudosa efica-
cia. Como medios profilácticos se propusieron los cordones

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LA PANDEMIA DE GRIPE DE 1918-1919 103

sanitarios, el cierre de locales, las desinfecciones externas de indi-


viduos, mercancías, locales o vehículos, el uso de mascarillas, el
aislamiento, las tradicionales medidas de la higiene pública y ele-
mentos de carácter socio-sanitario (subsistencias buenas y bara-
tas, viviendas salubres, acceso a los medicamentos, mejoras
sanitarias legislativas y asistenciales, etc.). De igual forma fueron
también múltiples y poco eficaces los recursos terapéuticos pro-
puestos, entre ellos, la quina, el alcanfor, la adrenalina, la salipi-
rina, los purgantes, los baños generales o la sangría (Porras Gallo,
1996 y 1997). Junto a ellos se recomendaron sueros y vacunas,
que en el mejor de los casos podían ser eficaces únicamente contra
las complicaciones gripales y que, como aún sigue ocurriendo
hoy, llegaron tarde.
Las dudas y dificultades que la medicina tuvo para establecer
la etiología, el diagnóstico de la gripe y sus repercusiones en lo
relativo a su profilaxis y tratamiento, crearon confusión entre la
población y dudas acerca de la capacidad de los médicos y de
la medicina para controlar la epidemia. A su vez, los profesion les
sintieron también que habían fracasado. Sus expectativas no se
habían visto cumplidas. Este hecho es uno de los que se ha seña-
lado para justificar que esta terrible pandemia fuera práctica-
mente ignorada por los estudios históricos, médicos, e
histórico-médicos durante casi sesenta años. Sin duda, al olvido
también contribuyeron las circunstancias que la rodearon como
su coincidencia con el final de la Gran Guerra y el inicio de la
posguerra, el especial clima socio-político del momento en los
países beligerantes y en los que no participaron en la contienda,
como el nuestro, inmerso en una generalizada crisis política, eco-
nómico y social.

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104 MARÍA ISABEL PORRAS GALLO

Desconfianza de la ciudadanía
frente a las autoridades políticas y sanitarias

No nos debe extrañar que, con la colaboración de la prensa de


información general, la ciudadanía mostrara también su descon-
fianza frente a la respuesta dada por las autoridades políticas y
sanitarias, que no siempre tenían la preparación para enfrentarse a
una crisis sanitaria tan grave. La situación era muy difícil, tanto en
los países beligerantes como en los neutrales, y se complicó más
por la imposibilidad de que la ciencia médica proporcionara recur-
sos más eficaces. Ante las exigencias de la población, se tomaron
muy variadas medidas, combinándose los tradicionales cordones
sanitarios y resto de recursos de la higiene pública con los sueros y
las vacunas, y, en algunos lugares, como en nuestro país, con un
amplio uso de las desinfecciones de mercancías, espacios y perso-
nas, cuya eficacia era muy cuestionada por los médicos, atribuyén-
dose prácticamente como único valor que procuraba tranquilidad
de la población. Otras medidas adoptadas, que generalmente re-
sultaron insuficientes, estuvieron dirigidas a reforzar la asistencia
sanitaria –que ofreció mayor dificultad en los países beligerantes
durante la Gran Guerra, especialmente para atender a la población
civil–; mejorar la salubridad pública, y tratar de corregir la escasez
y carestía de las subsistencias y los medicamentos (Porras Gallo,
1996 y 1997). La situación fue tan complicada que requirió la co-
laboración de numerosas organizaciones filantrópicas, como la
Cruz Roja.

Un cambio de percepción frente a la gripe: de la broma al pánico

La experiencia de la gripe de 1918-1919 motivó un cambio en


la forma de ser percibida esta enfermedad por la sociedad. Si al

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La pandemia de gripe de 1918-1919 105

inicio fue tomada a broma, la gravedad alcanzada y, como he indi-


cado, su predilección por las personas adultas jóvenes, propició
que el miedo se fuera apoderando de la ciudadanía y se vivieran
escenas de pánico ante la cada vez más frecuente presencia de la
muerte. En estas circunstancias, además de verter sus críticas ha-
cia los médicos, las autoridades sanitarias y los políticos, la socie-
dad trató de combatir los efectos de la pandemia, elaborando un
discurso explicativo, que fue permeable a las ideas de la ciencia
médica, y utilizando muy diversos recursos para tratar de evitar la
enfermedad y la muerte, aunque con escaso éxito (Porras Gallo,
1996 y 1997). El horror vivido dejó una profunda huella entre los
y las supervivientes (Porras Gallo; Davis, 2014), que en algu-
nos casos se acompañó de un pacto de silencio sobre dicha expe-
riencia y, por ejemplo, en el caso del pintor noruego Edvard
Munch se trasladó a su pintura, como puede percibirse en el auto-
rretrato de 1919.
A modo de conclusión me parece importante aprender algunas
lecciones que se pueden extraer de esta terrible pandemia. No es
sólo importante contar con recursos médicos eficaces, sino tam-
bién con unas mínimas condiciones higiénico-sanitarias, económi-
cas y sociales, siendo además fundamental proporcionar una
buena información a la población por parte de las autoridades po-
líticas y sanitarias, pero también por los profesionales sanitarios
sobre la situación y los recursos para atajarla, sin olvidarnos de
combatir las desigualdades. De poco sirve tener medios terapéu-
ticos y profilácticos apropiados si la población –parcial o comple-
tamente– no tiene acceso a ellos o no confía en ellos, como la
pandemia de gripe de 2009-2010 mostró con respecto a la vacuna.

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M. I. P. G.
106 MARÍA ISABEL PORRAS GALLO

BIBLIOGRAFÍA

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ECHEVERRI DÁVILA, Beatriz. La gripe española. La pandemia de 1918-
19, Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas-Siglo XXI, 1993.
HOLMES, E. C. «1918 and All That», Science, 303, 2004, pp. 1787-1788.
LORIA, Kevin. «Bill Gates thinks a coming disease could kill 30 million
people within 6 months - and says we should prepare for it as we do
for war», Business Insider, 27-4-2018. Disponible en http://www.busi
nessinsider.com/bill-gates-warns-the-next-pandemic-disease-is-co
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the 1918 influenza pandemic», Bull. Hist. Med., 65, 1991, pp. 4-21.
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1918-19 en Madrid, Barcelona: ETD micropublicaciones, 1996.
— Un reto para la sociedad madrileña: la epidemia de gripe de 1918-19, Madrid:
Ed. Complutense-CAM, 1997.
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1918-1919 and 1957-58 respectively». En Ana Romero, Christoph
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fluenza: the mother of all pandemics», Emerging Infectious Diseases,
12(1), 2006, pp. 15-22.

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QENTREVISTA

José Enrique Ruiz Doménec


«Hay un despertar de lo español»
Manuel Lucena Giraldo

L a orfandad de los españoles respecto a su propia historia tiene muchas


causas. No es una de ellas la carencia de una oferta historiográfica de
excelencia. Sigue habiendo demasiadas novelas llamadas «históricas», que
ni son novela ni son historia, tremendismo de «veta brava» que glorifica
bandidos y criminales, exceso de guerracivilismo, drama y apogeo de lo
grotesco. Pero si se trata de verdadera historia –no existe otra– hay autores
y obras de referencia. José Enrique Ruiz Doménec, catedrático de la Univer-
sidad autónoma de Barcelona, editor de Historia. National Geographic
y representante español en el proyecto de una historia europea, es autor entre
otras de La ambición del amor. Historia del matrimonio en Europa
(2003); Europa, Las claves de su historia (2010); Cataluña, Espa-
ña: encuentro y desencuentros (2010); Escuchar el pasado. Ocho
siglos de música europea (2013); El gran capitán (2015); y España.
Una nueva historia (2017). Se trata de una interpretación de larga
duración, pues comienza con la llegada del general romano Publio Cornelio
Escipión a Tarragona en 211 A.C. y llega hasta nuestros días. Una primera

[107]

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108 MANUEL LUCENA GIRALDO

parte de cuatro capítulos, «El mundo clásico», comprende hasta el 711, con
la invasión árabe-bereber que liquidó el reino visigodo. La segunda, corres-
pondiente a la Edad Media, comprende ocho capítulos y se extiende hasta
1492. Formidable especialista del período, nos muestra lo que llama «la
oportunidad de los márgenes». De una parte, reinos cristianos como Astu-
rias, confiado hacia 850 en sus guerreros «que vemos en las miniaturas de
los beatos» y magistral en el arte sublime de levantar edificios de mampos-
tería y bóveda de cañón. De otra, Abderramán III, militar temible, creador
de la Córdoba califal, que proclama: «Mirad a esta pobre gente, ¿acaso no
nos han dado autoridad haciéndose nuestros sumisos servidores, para que les
defendamos y protejamos?» Los reyes católicos inauguran la Edad Moderna
española. Son diez capítulos que llegan hasta 1808 y explican el primer
imperio global. El pasaje al Estado nacional comprende desde 1688 hasta
1713, cuando los Borbones comenzaron a consolidar su proyecto de naciona-
lización de la monarquía compuesta austracista. La etapa contemporánea
comprende seis capítulos, desde la invasión napoleónica al pacto entre Fran-
co y Don Juan de 1948. Ruiz Doménec recoge el formidable cambio revisio-
nista de la historia del siglo XIX español, ignorado por tantos divulgadores.
Apunta los nuevos temas con precisión: ciencia, modernización, estereotipos.
La quinta parte, dedicada a la España actual, tiene tres capítulos: «Itine-
rarios del Franquismo, 1948-1978»; «La hechura democrática, 1978-2008»
y «Vivir en el desfiladero, 2008-2017». Todo un repaso a la razón histórica
de España.
—¿Por qué un relato de España? ¿Por qué puesto al día?
—Porque en el siglo XXI tenemos que recuperar la historia na-
rrativa o la disciplina será una retórica con nula incidencia. Es una
cuestión de responsabilidad. Además, antes de ejercer un juicio
sobre lo que es hoy España, conviene saber qué ocurrió y con qué
resultado. Invito al lector a que con mi obra lo intente en la medida
en que es muy transversal, lo mismo te encuentras un poeta que
una crisis económica. Todo es historia. Hasta hoy. La edición ante-
rior llegaba hasta la Guerra Civil.

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ENTREVISTA A JOSÉ ENRIQUE RUIZ DOMÉNEC 109

—¿Quizás fueron escrúpulos respecto a la validez de la historia del


tiempo presente, el famoso «necesitamos tiempo para contar con pers-
pectiva»?
—No, creo que se puede hacer historia del presente como de
Roma, la objetividad no la da la distancia del sujeto que analizas,
sino unos criterios de análisis técnico y una metodología. Pero
2017 será una inflexión poderosa en la historia de España. Hay un
hito, un antes y un después. España, claro, continuará, pero es una
nueva etapa la que ha emergido a lo largo de ese año. Tras la dé-
cada terrible de la reciente crisis económica, termina lo que para
unos iba a ser la tierra prometida y para otros un gran país. De
momento nos hemos encontrado un pedregal y ahora es la labor
del historiador determinar cómo salir de la mejor manera y lo más
rápidamente posible.
—No se podrá acusar a su libro de ser «castellano-céntrico» en su ver-
sión de la historia de España.
—No, al contrario, estoy convencido que España es una reali-
dad histórica para decirlo al modo de Américo Castro, con el que
comparto algunas ideas y discrepo en otras, configurada desde la
diversidad. No es la historia de Castilla extendida, sino la de diver-
sas concepciones del poder, culturales y de civilización, que se in-
tegraron desde la época romana hasta hoy.
—Expresa en su obra múltiples puntos de vista.
—He estado siempre en todas las fronteras culturales, me edu-
qué con Georges Duby en la historiografía francesa, luego en la
italiana y ello me ayudó a entender la ubicación de España, que es
el Mediterráneo. He estado, desde muy joven, atento a las terceras
vías, a la tercera línea, a la nueva historia.
—Desde mi última visita a Barcelona, el cambio mayor que veo es
que hay banderas españolas en los balcones. En el edificio vecino, los del
cuarto habían desplegado una enorme bandera española y los del quinto una
estelada independentista.

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110 MANUEL LUCENA GIRALDO

—Se ha producido un despertar de lo español. En todos los


sentidos, sentimental, una toma de conciencia política, social y
hasta económica. Desde los años sesenta España dio un vuelco
admirable, era un país atrasado, no teníamos buenas redes fe-
rroviarias, ni carreteras, muy pocos aeropuertos, y ahora todo eso
está a la altura de lo que puede ocurrir en los países vecinos.
Existe un tejido de producción, empresarial, de primer nivel. An-
tes de la crisis las preocupaciones eran típicas de la cultura euro-
pea, llegar a fin de mes y luego aventurarme en algo mejor,
aprender idiomas, ir más lejos de vacaciones, que mis hijos estudien
bien. Y de repente esa misma sociedad se despierta un buen día con
que le proponen otro argumento, con que le proponen desde una
parte de ella, Cataluña, que esa parte de ella ya no es ella, que
esa parte de España ya no es España. Por un juego exclusiva-
mente retórico, porque lo ha decidido un grupo humano impor-
tante, que es innegable, con gran capacidad de difusión de sus
ideas, no cabe duda, con grandes recursos, muchos de ellos públi-
cos. Ante esa sorpresa España responde al modo antiguo, ese
modo acomplejado, timorato, barroco, utiliza la incredulidad, eso
no va a pasar, la ironía, la broma fácil, un chiste, incluso un poco
el desprecio hacia quien está generando ese tipo de debate. Eu-
ropa no acepta la supuesta superioridad moral de la Cataluña
nacionalista hacia España. Pero el Estado español no ha estado a
la altura de lo que suponía este reto. Cuando pierdes la iniciativa,
vas siempre a remolque y a la defensiva.
—Entonces intervino el monarca.
—En esa orfandad, lo digo desde Barcelona, lo que corta el mal
es su discurso, porque se enfrenta a la deslealtad, una situación
que considera inaceptable, es el punto de vista de la jefatura le-
gítima del Estado constitucional, hay que decirlo en voz alta. Un
rey parlamentario como el que hay en Dinamarca, Reino Unido,
Noruega o Holanda. Expone su tesis sobre una parte de España

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ENTREVISTA A JOSÉ ENRIQUE RUIZ DOMÉNEC 111

desleal con el conjunto. Gente que formaba parte de esa parte de


España se despierta de repente, ve que lo que pensaba no era
equivocado, que alguien se lo está diciendo a las claras y, de re-
pente, toma la decisión de expresarse.
—Muchas empresas cambiaron la sede fuera de Cataluña.
—La economía, por primera vez, tomó la iniciativa en la histo-
ria reciente de España. Antes la estructura política había domi-
nado a la economía, siempre, ese es un rasgo muy característico y
sorprendente que probablemente a los hispanistas que venían de
países como por ejemplo Gran Bretaña o Estados Unidos les inte-
resaba. Aquí no, la política ha marcado siempre el paso a la econo-
mía, mercantilista o dirigista. Mas de repente empezamos a
preguntarnos no por qué un país es rico, sino también la causa de
que sea pobre: por la política.
—Pero la capacidad de convencimiento y adscripción de ese grupo de
personas a estrategias y doctrinas con elementos populistas radica en la
dejación del sistema educativo por parte del Estado unitario. ¿Qué están
aprendiendo esos jóvenes llenos de odio que aparecen en tantas imágenes?
—En Cataluña ha habido una demolición del pensamiento crí-
tico, una especialización que hizo de la historia un saber periférico,
con muchísimos impostores. No sólo se ha creado mala historia,
que la hay, sino que se ha creado, con dinero público, una histo-
ria basada en la neta y absoluta falsificación.
—En este punto su libro supone un cambio radical, pues desmonta la
identificación manipuladora del franquismo con lo español. Además, funda-
menta una nueva cronología.
—La cronología es la maestra de la historia. Lo que sucedió y
en qué orden sucedió. Sin cronología no hay historia. He luchado
toda mi vida contra esa tendencia, equivocada y a la francesa, de
convertir la historia en ciencias sociales, con comparaciones que
daban lo mismo, si explicabas la fórmula de gobierno de la ciudad,
ibas desde Pericles hasta la alcaldesa Carmena. Luego los estu-

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112 MANUEL LUCENA GIRALDO

diantes regresaban a su casa y contaban a sus padres que en el


gobierno de Madrid había un tal Pericles.
—¿Y la cuestión del relato en historia? Se ha descuidado mucho la na-
rrativa.
—El conocimiento de los detalles tampoco da garantía de saber
historia, ésta implica un relato basado en esos detalles sin forzar-
los, sin falsificarlos. Con el franquismo no se ha atendido a los de-
talles, se levantó una visión ideologizada. Pero hacer historia es
tratar de entender y resulta que el franquismo tuvo formación y
evolución. Por eso planteo que el régimen nacido en la Guerra
Civil termina en 1948 desde un punto de vista técnico y jurídico.
Entonces termina la Edad Contemporánea española y empieza la
actual. Franco firma la paz, la famosa frase de 1939 «la guerra
ha terminado», vamos a suponer que viniera incluso desde la jefa-
tura del Estado, era un acto volitivo pero la guerra seguía, con la
represión de un lado y los maquis del otro. No se sabía muy bien
qué papel tenía que jugar España en la inmediata posguerra mun-
dial. En 1948 Franco sometió a referéndum una programación,
España será un reino con leyes fundamentales, un reino en busca
de un rey. Tiene que pactar con el dueño de los derechos dinásti-
cos de la última dinastía que había reinado, Don Juan de Borbón.
Imaginamos la tensión. Allí se pactó la posibilidad de crear un ré-
gimen que permitiera, en un tiempo, el que fuera, la proclamación
del rey. Esa fase termina en 1978, con la Constitución. Ésta supone
continuidad y ruptura. Ni las empresas ni los funcionarios podían
desaparecer. Ese periodo fascinante tuvo un momento importante
con el plan de estabilización de 1959, vinculado por cierto a un
grupo de economistas catalanes.
—Asomaban los años sesenta.
—Tan importantes en la transformación de España, con aper-
tura de fronteras, llegada masiva de turistas, difusión de otros
modelos de convivencia, diversión, educación, movilidad. Fue una

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ENTREVISTA A JOSÉ ENRIQUE RUIZ DOMÉNEC 113

revolución silenciosa que creó las clases medias, soporte de la


Constitución de 1978.
—La historia posterior, finalmente, se vincula a la globalización de la
España actual, más allá de las tensiones internas que, como comentabas
antes, en el exterior, más allá de las apariencias y la ciberguerra resultan
imposibles de explicar.
—He intentado evitar un final melancólico. Pero me sorprende
que España, una potencia económica, con un Estado de derecho
impecable y un grado de libertad y de seguridad encomiable, se
halle en entredicho. Falta convertir la historia en una disciplina
que eduque la conciencia colectiva. Hemos permitido en los
medios de comunicación y en las universidades, la proliferación
de mentiras, de construcciones ideológicas del pasado que no se
atienen a la realidad. A los expertos extranjeros esto les provoca
risa, se ponen condescendientes, esa condescendencia es España.
No nos lo podemos permitir. Mire el caso de Francia. ¿Qué ha he-
cho Macron? Apelar al orgullo del francés que va de Lyon a París
y explicarle lo que estaba en juego. Francia tenía mucho que ganar
y mucho que perder porque es un país que se sabe, que se conoce,
pero España, también, tiene mucho que ganar en el futuro y mu-
cho que perder. Lo que me gustaría es que mi epílogo en positivo
fuera el prólogo a una historia de España con muchísima más ex-
pectativa.

M. L. G.

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QNOTA

Oportunidades de empleo y renta


en España 2007-2016
F. R. A.

E l crecimiento económico de los últimos años ha permitido re-


cuperar los niveles de renta per cápita previos a la crisis y ha
reducido sustancialmente los niveles de desempleo. Sin embargo,
la realidad económica actual es muy diferente a la del año 2007.
En general, para el conjunto de España, la crisis ha provocado
un efecto de desplazamiento de la población desde los grupos con
mayores rentas hacia los más desfavorecidos. La clase media alta
se ha reducido un 19 por ciento, mientras que el grupo de perso-
nas en situación de pobreza ha aumentado un 22 por ciento. Estas
cifras son todavía más alarmantes entre los jóvenes menores de 30
años, que han visto cómo se doblaba su peso en el segmento de po-
blación con menores recursos. El porcentaje de jóvenes incluidos
en el grupo de menor renta ha pasado del 21,31 por ciento en 2007
al 45,7 por ciento en 2016, mientras que la proporción de menores
de 30 años en la clase media alta ha caído del 16,5 por ciento al 4,8
por ciento, en ese mismo periodo.

[115]

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116 F. R. A.

La monografía Oportunidades de empleo y renta en España 2007-2016,


elaborada por la Fundación Ramón Areces y el Ivie, analiza el im-
pacto de la crisis en el empleo y la renta, así como la evolución durante
los primeros años de recuperación. Y lo hace desde una perspectiva
novedosa, tratando de estimar cómo han variado en estos ámbitos las
oportunidades de los distintos grupos sociales, según su edad y la
comunidad de residencia. Los autores del informe, los investigadores
Carmen Herrero y Antonio Villar, y el economista Ángel Soler, desta-
can las graves consecuencias que ha tenido la crisis entre los grupos
de población más joven, cuya recuperación se está produciendo mu-
cho más lentamente que en las personas de mayor edad.
La renta y el empleo son dos aspectos esenciales del bienestar
material de los ciudadanos y han evolucionado de forma diferente
durante el periodo considerado. La crisis ha supuesto una caída en
el empleo muy superior a la de la renta per cápita y el cambio de
tendencia también muestra un mejor comportamiento de la renta
media que del empleo. En particular, el desempleo de larga dura-
ción está manifestando una enorme resistencia a disminuir.
En este estudio se analizan los cambios experimentados en las
oportunidades de empleo y renta entre los distintos grupos de edad
(de 16 a 30 años, de 31 a 50 años y mayores de 50 años) y en las
diferentes comunidades autónomas, con el objeto de cuantificar el
impacto de la crisis y la magnitud de la recuperación. El estudio se
centra en tres momentos del tiempo de especial significado: 2007,
que es el año del comienzo de la crisis, 2013, que representa el
nivel más profundo de la misma, y 2016, que corresponde a los
últimos datos disponibles y supone una nueva fase del ciclo.
La pérdida de puestos de trabajo ha sido el aspecto más impor-
tante de la crisis económica, llegando a alcanzar a más de la cuarta
parte de la población activa en 2013, y sigue siendo uno de los ele-
mentos más preocupantes del panorama económico español. Para
analizar las consecuencias de la crisis sobre las oportunidades de

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OPORTUNIDADES DE EMPLEO Y RENTA EN ESPAÑA 2007-2016 117

empleo, el informe estudia la evolución del mercado de trabajo to-


mando en cuenta no sólo los niveles de empleo, sino también la dis-
tribución de los trabajadores empleados según el tipo de contrato
(indefinido o temporal) y la distribución de los trabajadores desem-
pleados según la duración del paro (corta, media, larga y muy larga).
A partir de esta información se obtiene una valoración comparativa
de la situación con la que se enfrentan los trabajadores por grupos de
edad y comunidad de residencia, tomando como base el año 2007
(2007=100). De acuerdo con esta valoración en el año 2016 las opor-
tunidades de empleo eran un 20 por ciento peores a las que había en
2007. En el caso de los jóvenes menores de 30 años ese deterioro de
las condiciones de empleo alcanza el 40 por ciento. En 2007 casi el
50 por ciento de los menores de 30 años tenía trabajo indefinido,
mientras que en 2016 este porcentaje no llegaba al 30 por ciento.
En cuanto al estudio sobre la evolución de la renta, el método
de análisis puede ilustrarse con el siguiente tipo de pregunta:
¿Cómo ha evolucionado la proporción de hogares con ingresos
mayores que la renta per cápita de 2007? Esa proporción nos da
una idea del cambio experimentado en las oportunidades de renta
del ciudadano medio.
El análisis que realiza el informe considera la sociedad dividida
en cuatro grupos sociales: dos grupos por encima de la renta per
cápita de España (clase media-alta y clase media) y dos por debajo
de la misma (clase media-baja y pobres).
El estudio revela que mientras las clases medias altas en Es-
paña se han reducido un 19 por ciento, el porcentaje de población
incluida en el grupo de las personas más pobres ha crecido un 22
por ciento. En general, para el conjunto de la sociedad, las oportu-
nidades de renta han caído 15 puntos porcentuales, según los re-
sultados del informe.

F. R. A.

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QCREACIÓN LITERARIA

Ley de las semillas


Jon Obeso

Primero la voz animal...


ITXIAR ROZAS

el habla

en vano viertes sobre tu espalda


la tierra evanescente

esa que se disipa en la materia incierta


de los domingos y los cielos

todo lo que abrazas es un animal sumergido

en la realidad celeste de cada día


imagina el cuerpo
secreto

un tiempo sin viaje al fin


la combustión del aire en el pulmón de las aves
la piedra ciega trasmutada en día
la venganza simple de los árboles

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120 JON OBESO

en una sola noche un hombre puede


segar las 400 áreas de la luz vertical en los campos

batir la fiebre del oro en la tierra septentrional

descifrar el ruido de fondo acaso


en el cómputo de las galaxias

alentar a los ríos que golpean y llaman por su nombre a las ciudades

encurtir el amor

nacer así

junto al hombre contigo


desde la noche del habla

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LEY DE LAS SEMILLAS 121

locus amoenus

la construcción de un jardín es la aventura del hombre en la tierra. en él verá crecer siempre


el mismo árbol; conocerá por la voracidad de sus frutos la piel de las estaciones, el tiempo y
la edad

durante el día, aprenderá a abrir la tierra y a vigilar la bien documentada historia de las
nubes y los vientos. ya en la noche, sabrá, por los cielos profundos, cómo dar la vuela a las
piedras para que ningún planeta permanezca oculto o inerte, hendido en la hierba

así, cuando le pregunten, simplemente contestará al dictado de la ley de las semillas

aquí, en mi jardín, observando «la conformación del globo, la naturaleza de los elementos,
el lugar de las estrellas, la violencia del viento, la vida de las raíces y la hierba», he
aprendido lo único que sé

«lo grande tiene por base el terror; que, cuando es modificado, causa aquella emoción en la
mente que he llamado asombro; lo bello se funda en el mero placer positivo, y excita en el
alma aquel sentimiento que llamamos amor»

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122 JON OBESO

lunes

del fondo
de los simulados trigos

quieres la domestica verdad

dices

es todo ya
el mundo que he imaginado

pulpa sobre la carne


de una fruta feroz

en el corazón del árbol


no está inscrito mi nombre

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LEY DE LAS SEMILLAS 123

domingo

vives dentro de ti

arrastras a tu dios hasta el inicio del solsticio


lo dejas caer después
como un cometa feroz
dentro de tu cabeza

hibernas bajo la piel


como las fieras

y los erizos de mar

con el deshielo
vuelves puntual
siempre junto a los hombres

entre dos lunas de tierra


todo el mundo
hiere
dices

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124 JON OBESO

plaga

son depredadores
devastan el suelo que pisas
ponen la tierra del revés

como todas las especies nómadas


aman las raíces

espigan
recolectan semillas
las hojas vivas
cualquier brizna de hierba
los cuerpos ciertos

sueñan con vivir del hambre

confinados en sus propios jardines


conocen el nombre de todas
las promesas perennes

lo saben todo
dicen
del amor en las granjas

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LEY DE LAS SEMILLAS 125

«los bancos de estrellas y peces»


te arrastran de la mano hasta la vida

cuando aparecen
cubren el cielo
como un rumor de cigarras

recuerdas entonces
ser un hombre para la historia
bajo la luz irreal de los eclipses

aseguran
que en ningún lugar
las quieren

y es cierto

acaso nada de cuanto se halla en sombra


debiera ser amado
el cepo

J. O.

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126 JON OBESO

Emoción estética a contracorriente

Jon Obeso Ruiz de Gordoa (San Sebastián, 1970) es uno de los autores
vascos que escriben en castellano más inquietante y contundente de los últi-
mos años. Su trayectoria literaria, diversificada en varios frentes, cuenta ya
en su haber con varios libros, tanto de poesía como de narrativa, reconocidos
con importantes premios como el Premio Lengua de Trapo 2012 por su no-
vela Alimento para moscas o el Premio de Poesía Blas de Otero Villa de Bilbao
2013 por Invención de la piel. Sin embargo, puede decirse que su calidad litera-
ria no se corresponde con su difusión, tal vez porque los autores vascos que
escriben en castellano, como les sucede a los de otros autonomías como Gali-
cia o Cataluña, siguen acusando en cierta medida una mayor dificultad a la
hora de insertarse con naturalidad en el canon literario tanto dentro como
fuera de sus autonomías, salvo contadas excepciones que suelen correspon-
derse con autores que ya no viven allí. Quizás para enmendar esa «injusticia
poética», Jon Obeso ha dedicado también los últimos años a recopilar las
voces de autores vascos en castellano en su proyecto ensayístico Poéticas de
Ixil, además de ser un puente imprescindible como gestor y dinamizador lite-
rario, tan necesario en una sociedad bilingüe. Tanto en su poesía como en su
narrativa tiene Jon Obeso una tensión intelectual, cuya exigencia parece de
otro tiempo y remite a autores de viejo cuño, clásicos en su concepto de la
literatura. Una estirpe de escritores cada vez más en peligro de extinción, a
contracorriente, para los que el lenguaje literario no es utilitarismo de la co-
municación, sino laboratorio de conocimiento. Una tensión poética predesti-
nada a abrir nuevos caminos más que a recorrer los ya trillados. Literatura
como un acto de rebelión y de revelación, no acomodaticia, sino alejada de
las zonas de confor, palabra que hurga en los conflictos, en los límites, en los
pensamientos incómodos, que problematiza el lenguaje para buscar nue-
vos significados en sus pliegues: «la palabra para imaginar la piel/ en los luga-
res en sombra/ de la ciudad». Juan Larrea y Gerardo Diego debatían en sus
cartas con frecuencia, sobre si la poesía podía generar una emoción estética
aunque no fuera denotativa, y llegaban a la conclusión de que sí, que el len-
guaje poético puede provocar esa emoción aunque no tenga un argumento
explícito. Algo de eso sucede en la poesía de Jon Obeso, en sus versos que a
veces son ofrendas destinadas a pronunciar «las ecuaciones del aire», las pa-
radojas de quien huye a una isla y busca y espera a quien habita mar adentro.

Amalia Iglesias Serna

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QÓPERA

Soldados y soldaderas

Die soldaten (los soldados): Ópera en cuatro actos. Música: Bernd Alois Zim-
mermann (1918-1970). Libreto: Bernd Alois Zimmermann, basado en la obra
homónima (1776) de Jakov Michael Reinhold Lenz. Esrrenada en el Opern-
haus de Colonia el 15 de febrero de 1965. Nueva producción del Teatro Real
de Madrid, (creada originalmente por la Opernhaus de Zúrich y la Komische
Oper de Berlín). Dirección de escena: Calixto Bieito. Dirección musical: Pablo
Heras-Casado. Escenografía: Rebecca Ringst. Figurines: Ingo Krügler. Ilumi-
nación: Franck Evin. Vídeo: Sarah Derendinger. Coreografía: Beate Vollack.
Dramaturgia: Beate Breidenbach. Dirección del coro: Andrés Máspero. Fecha:
Del 19 de mayo al 3 de junio.

C urioso es el destino de Jakob Lenz (1751-1792), poeta y dramatur-


go que conoció en vida el éxito teatral con El mayordomo, pero que
murió de frío, entre una crisis mental y otra, en una nevada calle de Mos-
cú. Niño grande, gracioso pero insoportable, vagabundo por tierras ale-
manas y rusas, fue ayudado con intermitencias por Goethe, Herder y
personajes de la corte de Weimar, pero sus extravagancias y su inestabi-
lidad en empleos de profesor, impidieron que se le diera un trabajo regu-
lar. Büchner lo rescató en el romanticismo con un texto llamado, justa-
mente, Lenz, que en alemán significa primavera. Muerte joven, locura,
olvido, sospecha de maldición: romanticismo.
El recuerdo de Büchner es pertinente porque sobre su Wozzeck Alban
Berg compuso una de las últimas obras maestras de la ópera. Y, a la
vuelta de los años, Bernd Alois Zimmermann (1918-1970) hizo con Los

[127]

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128 ÓPERA

soldados de Lenz una ópera que guarda con la anterior ciertos parecidos
llamativos. Su protagonista femenina es, en ambas, una María; el bueno
se vuelve asesino y suicida; la honesta y deshonrada doncella acaba de
soldadera; la soprano, el barítono y el tenor (ella, el bueno y el malo)
coinciden en las dos obras en tesituras vocales. De más está invocar la
familia atonal dodecafónica, aunque con los matices del caso. Y más ob-
vio resulta hablar de un neorromanticismo, enésimo y expresionista, una
fábula donde la honra de la pequeña burguesía se estrella y se despieza
contra la muralla del vicio, la prepotencia del más fuerte, la noche mental,
todo en la estrecha tiniebla de un sórdido callejón.
A Zimmermann le costó lo suyo componer y estrenar ésta, su única
ópera. El editor habitual de sus trabajos, Strecker, libretista asimismo
con el pseudónimo de Andersen, le desaconsejó, ya en 1958, que se va-
liera de Los soldados lencianos. Una sucesión de escenas muy breves valía
para un filme pero no para una ópera, ya que obligaba a cambios bruscos
de escenografía. Además, el tema, en una Alemania dividida y sometida
aún a una prolongada posguerra, resultaba anacrónico e inoportuno.
El músico sólo se obedeció a sí mismo y se las arregló para adaptar el
drama a libreto. Añadió la partitura y se previó el estreno en Colonia en
1960, pero el editor consideró impublicable aquel batiburrillo y los direc-
tores musicales, Wand y Sawallisch, imposible de ejecutar. Zimmermann
aceptó el consejo de revisar la obra, con lo cual acabó complicándola más
y, de suerte paradójica, convenciendo ahora al personal coloniense.
Primero en 1963, como Sinfonía vocal y luego, en 1965, como la ópera
que conocemos. A pesar de sus múltiples y complicadas exigencias, el tí-
tulo se ha vuelto normal en las grandes salas, hasta que, para España, la
ha programado el Real capitalino en calidad de estreno nacional y apro-
vechando, a la vez, el centenario del compositor. El resultado ha sido un
imponente ejemplo de lo que sólo puede hacer un teatro con la sólida lo-
gística y el destrísimo personal del madrileño. El público superó el duro
ejercicio de atención que demanda esta endiablada ópera gracias al nivel
de eficacia y de ajuste que tuvo la función a lo largo de dos horas y media,
que se dice pronto pero pasan minuto a minuto.
Difícil es situar a Zimmermann en el contexto histórico de la música
alemana. Quizá menos difícil sea ubicarlo en el panorama de las artes

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ÓPERA 129

visuales y espectaculares de la década pop, es decir del traslado fuera de


lugar de los medios y los objetos, de manera que se nos presente un fenó-
meno de música en vivo unido a proyecciones en tres dimensiones de la
sala y una suma de aderezos sonoros que enseguida detallaré.
En efecto, Alemania y, más anchamente, el mundo germánico, había
sido exhibidor de vanguardias tanto por el neoexpresionismo y el seria-
lismo como por la Nueva Objetividad, pero había llegado Hitler, que
mandó todo esto al barracón de la censura por ser arte degenerado. Con
la derrota y la liberación –vaya ironía histórica– se repuso el proceso de
avanzada. Volvió Hindemith y fue honrado como patriarca y maestro, o
sea como antigualla. Estaba Stockhausen, pero resultaba poco y nada
afecto a la ópera. Y estaba Henze, mas su vocabulario era armónicamente
delantero pero tradicional en cuanto al uso instrumental. Zimmermann
mezcló y agitó. El resultado fue Los soldados.
Hay una posible estética –¿filosofía? ¿por qué no?– que muy bien ha
definido Antonio Muñoz Molina acerca de esta obra: una estética del
exceso, de lo desmesurado, de querer –ingenuamente, anoto por mi
cuenta– decirlo todo, volcarlo todo y acumularlo todo, romper costuras,
rasgar texturas y tratar de que el desequilibrio no conduzca al derrumbe.
Si me refiero a Zimmermann como ingenuo es que apunto a que el arte
no lo puede todo porque el todo no cabe en ningún lenguaje, es un ina-
cabable itinerario virtual. El arte resuelve sus envites con la forma, o
sea con el límite y la medida. Lo desmesurado acaba siendo amorfo y, en
consecuencia, poniendo en peligro su propia calidad de arte. Es claro que
también se puede apelar a la muerte del arte, a la posestética, en esta
época en que todo es pop y post. Hoy no toca.
Más bien me inclinaría a aceptar Los soldados como una obra delibera-
damente descoyuntada. Una orquesta tan gigantesca no cabe en el foso y
debe o bien desparramarse por la sala o, como hizo el Real, instalarla en el
escenario, con dos directores de espaldas al público, uno para el instrumen-
tario y el otro para los cantantes. La sonoridad avasallante y belicosa de
casi toda la función, sonoridad de apocalipsis y catástrofe cósmica, está
descoyuntada del libreto, hecho de palabras cotidianas y despliegues sim-
plones, propios de gente muy elemental y corriente. La historia, al menos a
un espectador argentino, le resuena a un apólogo frecuente en las letras de

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130 ÓPERA

los tangos: una chica de barrio –bordadora, quizá, como la costurerita de


Carriego que dio aquel mal paso y, lo peor de todo, sin necesidad– es sedu-
cida por un chico bien que satisface sus sueños de vida mejor y acaba con-
virtiéndola en prostituta. El novio bueno y pardillo, alcanzado por el aura
del mal, mata al malo y se suicida. Hay un predicador que advierte sobre el
peligro de canjear el percal por la seda pero la ley de este condenado
mundo hace que el mal, más riguroso y eficaz que el bien, se imponga.
Desde luego, Zimmermann no ahorra medios vibrátiles y ópticos. Al
fondo de la escena hay una proyección de cine y en ambos costados, sendos
videos. A la musculosa orquesta convencional se le suma un combo de
jazz, sonidos electrónicos y grabaciones de voces y ruidos. Es muy posi-
ble que esta barahúnda resulte agresiva, hasta debe darse por propuesto,
y entonces cabe también hablar de una estética de la agresión, de un
atrevido nuevo vínculo con el público, al cual se zurra en vez de acariciar
por aquello de que porque te quiero, te aporreo. Es un artefacto propio
de las vanguardias históricas, acaso pedagógico pues el efecto sorpresivo,
si se repite con insistencia, fatalmente se convierte en costumbre, conven-
ción y retórica: en estilo. Lo que alguna vez nos abrumó, nos acaba gus-
tando. ¿No pasa lo mismo en el amor?
Otra cosa, desde luego, es el análisis musicológico. Ante todo, por ser
lo más cercano a la audición, las líneas del canto. Las exigencias son ex-
tremas. Todas las voces van a lo sobreagudo y tienen que resolver saltos
en forma de amplios intervalos. Caben el grito y el habla, siempre que
aparezcan señalados en la trama. Hay formas clásicas, aunque difíciles
de desbrozar en esta selva de voces y superposiciones disonantes pero
atendibles: tocata, ricercare, coral, la frase del Dies irae de las misas para los
difuntos y la marcha militar con que se abre y se cierra la partitura.
Poner en escena a estos soldados y a estas soldaderas requiere medios
y resoluciones que no siempre van de acuerdo. En el ejemplo, Calixto
Bieito optó por la frugalidad y la abstracción. El propio libreto y la an-
chura del escenario permitían soluciones cinematográficas en los momen-
tos de acciones simultáneas. El cine se inició con los montajes paralelos de
Griffith y de Eisenstein. Abel Gance, en su mudo Napoleón, llegó a dividir
la pantalla en un par de planos igualmente paralelos. Bieito renunció a
estas salidas porque, con el orquestón en escena resultaba imposible jugar

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ÓPERA 131

con escenografías cambiantes. Montó una estructura de mecano, con as-


censores y callejuelas incluidas, todo bajo la orquesta, y jugó con las luces.
De cara al público, los actores debieron valerse de su expresividad
para delinear lugares y atmósferas. Bieito recurrió a su habitual catálogo
de piruetas, gesticulaciones, empujones y encuentros sexuales que resul-
taron surrealizados porque todos se mostraron vestidos. El largo reparto,
incluido el coro y algunos bailarines y bailarinas, fue de altísima excelen-
cia. Sería agotador enumerarlo, por eso destaco dos nombres por su he-
roica performance: el director Pablo Heras-Casado, vestido de fajina como
un soldado más, que condujo a la tropa con una inverosímil claridad
y una contundencia imperial, y la soprano Susanne Elmark, colosal por
su despliegue vocal, su figura perfecta y una posesión corporal que le
permitió mostrar a Marie en todas sus facetas y situaciones con un grado
de tensión que desafió lo abrumador del resto.—BLAS MATAMORO

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Fundada en 1948 – Cooperación Española Suscripción: mcarmen.fernandez@aecid.es
Revista de Literatura y Pensamiento Publicación mensual

MENÉNDEZ PIDAL, MARTIN HEIDEGGER, OCTAVIO PAZ, JULIO CORTÁZAR, YVES BONNEFOY, CHARLES TOMLINSON,
GEORGE STEINER, ROBERTO JUARROZ, ALEJANDRO ROSSI, FERNANDO SAVATER, PERE GIMFERRER, OLGA OROZCO,
JOSÉ ÁNGEL VALENTE, JORGE EDWARDS, MARTA SANZ, ANDRÉS NEUMAN, JUAN VILLORO, ÁLVARO VALVERDE…

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QCINE

Caos y humanidad

El insulto. Director: Ziad Doueiri. Guion: Ziad Doueiri, Joelle Touma. Foto-
grafía: Tommaso Fiorilli. Reparto: Adel Karam, Kamel El Basha, Christine
Choueiri, Camille Salameh, Rita Hayek, Talal Jurdi, Diamand Bou Abboud,
Rifaat Torbey, Carlos Chahine, Julia Kassar. País: Líbano. Duración: 110
minutos. Año: 2017.

E l pasado como esa herida que jamás cicatrizará. El pasado como


arma condenatoria. El pasado para comprender la convivencia. El
conflicto entre Palestina e Israel ha tenido y tiene un poderoso reflejo
en la literatura. Las aproximaciones no han sido igual de exitosas, pero
sí han permitido que el tema se haya desarrollado con personalidad. Es
en la novela gráfica donde el mismo conflicto ha tenido un desarrollo muy
original y pueden destacarse Una judía americana perdida en Israel, de Sarah
Glidden, Jerusalén. Un retrato de familia, de Boaz Yakin y Nick Bertozzi,
Notas al pie de Gaza, de Joe Sacco o Crónicas de Jerusalén, de Guy Delisle.
En todas ellas se trata con frescura un tema que «nunca» se cerrará y que
siempre sucede en un momento límite. Las sensibilidades están en un
punto álgido y cualquier pequeña trifulca puede dar origen a un conflicto
mucho más grande.
El cine de Ziad Doueiri es inconformista y nunca busca establecerse
en una zona cómoda. Partiendo de un guion planificado hasta la extenua-
ción, El insulto se mueve por unos derroteros ya conocidos, pero por otros
senderos menos transitados. La libertad es la base de todo, al igual que la
dificultad para imponerse. Una historia en la que los elementos políticos

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134 CINE

podrían resultar demasiado complejos nunca se permite caer en lo farra-


goso.
Todo comienza de un modo extremadamente cotidiano. Un desagüe,
unas buenas intenciones, una mala decisión, un insulto y sus consecuen-
cias. Es entonces cuando el orgullo con mayúscula toma todo el protago-
nismo. Doueiri lleva al espectador por un terreno espinoso. Elementos de
la guerra del Líbano en 1982 vuelven a ponerse a la orden del día. De-
muestra inteligencia que algo que comienza con un canalón de agua
pueda llegar a abrir esa herida sangrante. Lo que se consideró la Opera-
ción Paz para Galilea, en la que ejército israelí invadió el sur del Líbano
para expulsar a la Organización para la Liberación de Palestina, está
muy presente en el desarrollo de una historia que no cae en un sentimen-
talismo facilón. Todo el recrudecimiento de la historia nunca se hace con
tintes demasiado dramáticos o asfixiantes. La habilidad del guion consi-
gue establecer vías de desahogo con elementos cómicos que son impres-
cindibles. El ya mencionado orgullo está perfectamente incrustado y
consigue que todo llegue demasiado lejos. Las consecuencias pueden ser
funestas. Los bombones, las disculpas, la cerrazón y el no pensar en
las funestas consecuencias. Los personajes masculinos son un fiel reflejo
de esa inmadurez muy propia en hombres. Por el contrario, las muje-
res de los implicados siempre demuestran mesura y madurez. Se convier-
ten casi más en madres que en parejas.
Las palabras son muy duras e hirientes. Exterminio como detonante.
Esas palabras que no se las lleva el viento. «Nadie tiene exclusividad so-
bre el sufrimiento» «Tal vez Sharon debió exterminarlos a todos». «Si les
damos trabajo a los palestinos no querrán volver más a su país». Se llega
hasta la agresión física. No parece que haya mediación posible. El primer
juicio tiene mucho ritmo. Ayuda la prodigiosa interpretación del juez
poniendo entre la espada y la pared a ambas partes. Ese primer juicio sólo
consigue que todo avance un paso más. La reconciliación no parece posi-
ble y el «afectado» contrata los servicios de un abogado sin miedo a cau-
sar el mayor daño posible. Es nuevamente el orgullo el que parece hablar.
El veneno ya ha iniciado su camino. Se trata de vencer a cualquier precio.
Curiosamente, y como punto cómico, la abogada de la parte contraria, no
puede ser otra más que la hija de ese abogado sin escrúpulos. Este detalle

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CINE 135

es muy divertido y la película vuelve a acertar en ese giro. Toda la parte


del segundo juicio se transforma en un circo mediático. Las heridas se
abren paso y en la calle comienzan a revivir una guerra que jamás con-
cluyó.
En este punto, Ziad Doueiri y Joelle Touma son hábiles y rescatan el
humanismo de una historia que por momentos parecía no tenerlo. Los
protagonistas no son en absoluto malas personas. Ambas son mostradas
con muchas virtudes, de ahí que resulte muy llamativo cómo no son capa-
ces de llegar a un acuerdo. Ni la mediación del presidente consigue que
todo se solucione. Sin embargo, instantes después, un motor que no fun-
ciona sirve para que el denunciante, de profesión mecánico, ayude a que
el coche de su «enemigo» palestino arranque. Ambos personajes se acer-
can continuamente. Esto se refleja muy bien en la planificación. Los pla-
nos muestran lo que son. Los propios personajes reflexionan con esas
miradas en silencio.
El dinamismo de la historia puede llevarse a cabo por una dirección
muy inteligente. Cada película de Ziad Doueiri es diferente. Esa habili-
dad que posee tiene su fundamentación en una formulación cristalina que
le sirve para que todo lo que plantea sea resuelto con claridad. El juicio
posee ecos de películas como Doce hombres sin piedad (1957) y Vencedores y
vencidos (1961).
El reparto entero es de una calidad superior. La pareja protagonista
es perfecta, pero no sólo ellos mantienen el tino. Todos los personajes
tienen su peso y los intérpretes consiguen sacar la historia adelante con
destreza. Pese a que hay instantes en los que podría creerse que se han
puesto en boca de los personajes libros enteros de historia, estos nunca
resultan pesados y eso se debe a una gran dirección de actores. La foto-
grafía es funcional y acompaña con entereza a lo escrito. Esto mismo se
aprecia en un montaje inteligente y una banda sonora empleada con inte-
ligencia y efectividad.
El cine libanés vuelve a dejar constancia de su soltura en un medio
que cada vez le otorga una mayor notoriedad a nivel internacional. Ziad
Doueri es un cineasta muy curioso. Lograr pasar de trabajar con Taran-
tino a hacer estas películas dice mucho de un director que es un artesano
cinematográfico con todas las letras.—IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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ESTA ES LA CLAVE:

La cosa del leer, y sobre todo su función social, se ha


trivializado. Ni leer es un fin, ni el placer es el fin de la
lectura. Se lee para formarse e informarse, para ver y saber.
Vender la lectura como obtención de placer es encaminarla
en una sola dirección, con frecuencia engañosa, y no
siempre la más saludable.
EMILIO PASCUAL, EDITOR Y ESCRITOR

E S TA Y O T R A S
C L AV E S E N

Dirigida por
Fernando
Savater

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Tel.: 902 10 11 46
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QLIBROS

Con permiso de Pujol

JORDI CANAL: Con permiso de Kafka. Barcelona: Península, 2018, 400 pp.

E l historiador español Jordi Canal es profesor de la École des Hautes


Études en Sciences Sociales, de París. Es un activo conferenciante
alrededor del mundo. Y es autor de numerosos trabajos, entre ellos citaré
su muy leída Historia mínima de Cataluña y una sesuda y muy bien documen-
tada obra como es El carlismo. Dos siglos de contrarrevolución en España. En esta
nueva entrega Jordi Canal analiza con detalle el proceso independentis-
ta en Cataluña, un trabajo que ha estructurado en tres capítulos: 1) Tiem-
pos de nacionalismo. 2) Anatomía del procés. 3) Historias, símbolos y colo-
res de la patria. Se dirige a un público amplio, curioso y cultivado, para el
que articula un excelente despliegue bibliográfico que alcanza a títulos de
reciente publicación. Opino que este libro es acaso el que hoy mejor orien-
ta a un buen lector acerca de lo que está pasando en la Cataluña del procés.
Como historiador responsable que es, Jordi Canal busca una pers-
pectiva adecuada que filtre y aísle las abundantes informaciones tóxicas
que se lanzan. Además de falsas, éstas son apremiantes: oprimen, crean
malestar y angustian a la ciudadanía para que se pronuncie junto a los
«buenos» y contra los «malos»; un burdo y eficaz método de alienación
social. Es básico, pues, mantener un sentido común vigoroso. Por esto,
entiende que «una combinación de miradas hacia el pasado resulta indis-
pensable para calibrar un presente extremadamente presentista». Esta-
mos, afirma, ante «una disputa entre catalanes, y entre modelos distintos

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138 LIBROS

de articulación de Cataluña en el mundo». Es imprescindible partir de


aquí, para hallar solución.
Para recomponer las serias fracturas, hay que comenzar por volver
a respetar el significado de las palabras, erosionado a fondo por una in-
tensa desvirtuación política. Hoy, lo racional está perdiendo la batalla
frente a lo emocional y estamos instalados en lo absurdo y lo grotesco.
Canal, buen aficionado a la literatura y al cine, fija aquí la metáfora kaf-
kiana a partir de la novela de Franz Kafka El proceso, versionada de forma
excepcional en el cine por Orson Welles.
¿Cómo surgió en el siglo XIX el nacionalismo catalán?:

De un triple patriotismo –nacional, regional o provincial, local–, estruc-


turado como si se tratase de capas de cebolla y vivido con una normali-
dad que acaso pueda parecer sorprendente vista desde hoy, se pasó a un
patriotismo identificado con una nación, que era Cataluña, mientras
que lo local era un complemento y España se convertía simplemente en
el Estado, artificial y, a corto o largo plazo, prescindible.

Jordi Canal alude a un serio descontento social con la ineficacia del


Estado y de los partidos de la Restauración, y a una idea desbocada de
superioridad con respecto a los «otros» españoles. Y al fin del imperio
español tras 1898, que dejó a España «sin pulso», cuestionada entre con-
tradicciones. Y refiere que años antes de esa fecha ya proliferaban los
atentados anarquistas que hicieron de Barcelona la ciudad de las bombas.
Prat de la Riba escribió en 1906 La nacionalitat catalana, una obra con
poco fondo y pocas ideas, dice el profesor Canal, que sigue siendo un hito del
pensamiento nacionalista: «No ha sido, me parece, superada. Quizás la
cosa no da para mucho más». Nuestro historiador, que se expresa con
desenfado y sin complejos, cuenta que se crió en un ambiente en que
Jordi Pujol era un modelo absoluto; toda crítica hacia él quedaba anu-
lada por la pasión y la fe. El nacional-populismo que lo tuvo aupado 23
años en el poder autonómico es todo un fenómeno político. Sus rivales
pasaron a ser catalogados como malos catalanes y sucursalistas. Tal y como
ha escrito el profesor Carlton J. H. Hayes (embajador en España del
presidente F. D. Roosevelt), el nacionalismo es una religión sectaria, «in-
tolerante con cualquier otra creencia que pueda rivalizar con ella».

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LIBROS 139

En junio de 2010 se hizo pública la sentencia del TC sobre el Estatut


de 2006 que desautorizó el resultado de un referéndum; injustificable
retraso y años de maniobras politiqueras. Un mantra repetido hasta la
saciedad, dice que originó el procés, por hartazgo y enojo social. Pero todo
estaba previsto a conciencia por sus promotores (el nuevo texto era mu-
cho más intervencionista que el de 1979 y mucho más prolijo, tenía 220
artículos frente a los 57; algunos de ellos inconstitucionales a sabiendas,
para que fueran rechazados). Canal detalla el papel de Òmnium Cultural
y la ANC, asociaciones subvencionadas a espuertas que organizaron movi-
lizaciones para modelar un clima tenso con desbordantes procesiones y
performances, explotando la grave crisis del paro y la disparada prima de
riesgo, prometiendo el paraíso con mentiras que salían gratuitas. El procés
ha sido una gran tapadera para los recortes y para la corrupción del 3 por
ciento. Se desplegó una asombrosa operación mediática en todos los fren-
tes, a la que el Gobierno de España respondió con indolencia, increduli-
dad y fatídica pasividad; Canal escribe que «las élites procesuales han
pilotado Cataluña como si fuera un gran videojuego», una supuesta revo-
lución de las sonrisas con una TV3 al servicio completo del golpe de Estado.
Así, se llegó a los plenos de la vergüenza del 6 y 7 de septiembre en el Parla-
ment y a la consulta abortada del 1 de octubre, una provocación calcu-
lada en que el Gobierno cayó de cuatro patas. Tras interminables dudas
se aplicó el artículo 155 de la Constitución, en forma muy liviana e insu-
ficiente. Nuestro autor advierte que la Cataluña del procés no quiere cam-
biar, pues «se gusta tal como es o como cree que es» y que los miedos a las
crisis de principios de este siglo han sido «reconvertidos en entusiasmos
por la independencia». Por otro lado, ¿qué políticos se quieren enterar de
que hay otras Cataluñas que nunca han contado nada, «atadas al miedo a
hablar, a la indiferencia y a una profunda e interiorizada espiral de silen-
cio». Y que salieron a la calle el 8 y el 29 de octubre? Hace 90 años Gaziel
advertía en El Sol que hay catalanidad sin catalanismo y que no todos los
catalanes son catalanistas, menos aún independentistas o separatistas.
Por supuesto, aquí también se trata de los rodeos al Parlament en
2011, y al Departamento de Economía –registrado por orden judicial
el 20 de septiembre de 2017; las fugas de empresas; las fáciles alusiones al
franquismo dirigidas a los incapaces de pensar; las mentiras e insultos

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140 LIBROS

como expresión de violencia; la manifestación contra el terrorismo yiha-


dista, que fue una profanación al respeto debido a las víctimas. Un «polí-
tico gris, mediocre como diputado y como alcalde», Puigdemont, ascendió
a caudillo. Quienes lo pusieron no contaron con que los superaría en ra-
dicalidad, temeridad y vocación martirial:

Para ir a Madrid en avión no utilizaba el puente aéreo, sino que prefería


otras combinaciones, aunque fueran más caras y largas –un Barcelona-
Bruselas-Madrid, pongamos por caso–, ya que esta treta le permitía en-
trar en la capital de España por la puerta de vuelos internacionales.

La industria indepe va viento en popa. La estrategia de ocupación vi-


sual del espacio público es palmaria. Hace años que no se hace caso de las
ordenanzas municipales sobre publicidad, «con la tolerancia, aquiescen-
cia o colaboración en muchas ocasiones de las autoridades, funcionarios
y policías locales». Las calles siempre serán nuestras es el lema de los ultras
de la CUP. Y algunos siguen sin tomar nota.—MIGUEL ESCUDERO

El anti-fascismo, movimiento sin fronteras

FRANCISCO AYALA y RENATO TREVES. Una doble experiencia política: España e


Italia (1944). Edición, notas e introducción de Giulia Quaggio. Granada:
Fundación Francisco Ayala, 2018, 312 pp.

U na doble experiencia política: España e Italia (1944) se propone como


objetivo la reedición del ensayo homónimo publicado por Francisco
Ayala y Renato Treves en 1944, cuando ambos estaban exiliados de sus
respectivos países en Argentina. Se trata de una doble perspectiva sobre
un mismo fenómeno político, que en aquella época puso en tela de juicio
los fundamentos del Estado liberal y democrático que gobernaba gran
parte de Europa: el fascismo.

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LIBROS 141

Aparentemente, por lo tanto, el libro que el lector tiene entre las ma-
nos es la reedición de un intercambio de ideas en torno al fascismo de dos
intelectuales procedentes de dos países distintos y en el exilio. Pero, es
menester de quien reseña este volumen avisar al lector de que no se deje
engañar por las apariencias.
Una doble experiencia política es una investigación de calidad excelente
y un esfuerzo intelectual notable. Es, a todo los efectos, una pieza miliar
en los estudios sobre los fascismos con un horizonte que desborda las
fronteras españolas, italianas y europeas.
El libro se abre con un prefacio firmado por Matteo Pasetti, historiador
de la Universidad de Bolonia. En su texto, el italiano proporciona unas
claves de lectura necesarias para la comprensión de los textos que siguen,
incluyendo el estudio de Giulia Quaggio. El foco de Pasetti es esencial-
mente la crisis del Estado liberal en el periodo de entreguerras y la con-
secuente internacionalización de una ideología antiliberal y burguesa, el
fascismo. La condición de «dictadura burguesa» que Pasetti subraya como
central a la hora de entender la confluencia que realizan Ayala y Treves
entre las ideas liberales y socialistas para la definición de un socialismo libe-
ral que es quizás la principal contribución del libro al pensamiento político
de su época y de la nuestra. Esta confluencia, de hecho, sería la única vía
para derrotar el fascismo y para prevenir su regeneración, incluso bajo for-
mas distintas e irreconocibles. De acuerdo con Pasetti el socialismo liberal
sería el marco político en el cual construir una nueva democracia de masa.
El estudio introductorio de Giulia Quaggio, que antecede Una doble
experiencia política, podría ser un libro aparte. De hecho, se extralimita en
su tarea introductoria y profundiza en una serie de temáticas que son el
trasfondo político, social y filosófico de los ensayos de Treves y Ayala. En
algunos momentos de la lectura, además, el ensayo a cuatro manos del
italiano y el español pasa en segundo plano; no es éste un defecto, ni una
falta, sino más bien un mérito, ya que la envergadura de las 160 páginas
del estudio de Quaggio es notable.
La investigadora italiana encara argumentos que tienen trascendencia
en la gestación y creación de Una doble experiencia política: el antifascismo
como fenómeno transnacional; el exilio como lugar de encuentro entre
antifascistas de distintos países; la Guerra Civil Española como ensayo y

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142 LIBROS

prólogo de la Segunda Guerra Mundial; la continuidad entre los dos con-


flictos como partes del mismo enfrentamiento entre fascismo y antifas-
cismo; la relevancia del pensamiento liberal en una contingencia de crisis.
De hecho, con el objetivo de reconstruir la trayectoria intelectual
y política que llevó a Ayala y Treves a la escritura de los ensayos que
componen la primera edición del libro, Quaggio lleva a cabo una investi-
gación de historia del pensamiento liberal que representa un hito en la
literatura académica sobre este argumento. La italiana saca de las tinie-
blas la compleja y retorcida relación que existe entre liberalismo y anti-
fascismo: entrecruzando nombres y fechas, tanto en Italia como en
España, Quaggio subraya la centralidad del concepto de libertad frente a
la retórica de la ideología fascista.
El aparato bibliográfico, las investigaciones de archivo y las informa-
ciones colaterales incluidas en un imponente corpus de notas confieren a
este estudio un estatus de obra independiente. De hecho, cabe pregun-
tarse por qué no se ha optado por una colocación más idónea para esta
larga investigación: los textos de Ayala y Treves ensombrecen el estudio
de Quaggio y, viceversa, el estudio de Quaggio resta trascendencia a los
ensayos de los dos exiliados. El lector llega al final del texto de la italiana
con la sensación de plenitud que se percibe al final de un libro. Y, sin
embargo, los textos que dan título a la obra todavía no han empezado.
Este desequilibrio no constituye una falta, el juicio sobre Una doble expe-
riencia política es positivo y es ésta una publicación de importancia capital.
La edición original de Una doble experiencia política se amplía con una
serie de textos recobrados de la década de los cuarenta, tanto por Ayala
como por Treves. Se trata de reseñas, artículos y conferencias que cons-
tituyen un buen adelanto de lo que será el ensayo que firman conjunta-
mente. A esta sección sigue un testimonio historiográfico importante: el
epistolario que da cuenta de la historia editorial de Una doble experiencia
política y que contiene la carta que es el primer paso hacia la escritura a
cuatro manos de la doble experiencia política del antifascismo en Italia,
España y en el exilio. En las cartas que siguen, el lector puede reconstruir
los pasajes que llevaron a la escritura, la corrección y la publicación del
texto en el volumen 25 de Jornadas. Cierran el libro una reseña del ensayo
de Dardo Cúneo, que representa un testimonio de la recepción del mismo

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LIBROS 143

en la época, y dos conferencias de Ayala y Treves de los años ochenta en


las que rememoran este debate.
Una doble experiencia política: España e Italia (1944) es un libro cuya
trascendencia y relevancia para la época actual es indudable. Cada una
de las partes que la componen representa una etapa de un recorrido en un
pensamiento liberal lúcido y despojado de toda ideología. Las páginas en
las que Pasetti y Quaggio reconstruyen la confluencia entre liberalismo y
socialismo muestran al lector el peso de las oportunidades que se perdie-
ron en la posguerra europea para dar a la historia una dirección diferente.
La lucidez que Ayala y Treves demuestran, y su capacidad de adelantar
el futuro inmediato, deberían dar al lector una clave de lectura nueva
para la tormentosa, confusa y borrosa época que estamos viviendo. La
insistencia de los dos intelectuales en separar el liberalismo político del
liberalismo económico y el principio de humanidad que guía esta separa-
ción son evidencia del hecho de que ambos tenían claras cuáles podían
ser las distorsiones a las que hemos llegado hoy en día.
El auspicio para la nueva edición de este libro es que se traduzca al
italiano y adquiera el lugar que le pertenece en la historia del pen-
samiento político europeo, que debería ser el mismo que ocupan textos
nacidos del antifascismo como Il manifesto di Ventotene, o sea obras que
ponen en su mismo centro Europa, su presente de crisis y su futuro de
esperanzas.—ALESSIO PIRAS

La primera víctima de ETA

GAIZKA FERNÁNDEZ SOLDEVILLA y FLORENCIO DOMÍNGUEZ IRIBARREN


(Coords.): Pardines. Cuando ETA empezó a matar Madrid: Tecnos, 2018, 378 pp.

R esulta difícil reseñar un libro colectivo dedicado a un tema tan sensi-


ble, desde un punto de vista histórico y moral, como la primera víc-
tima de ETA. Si la reseña no se convierte en una mini reseña de cada uno

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144 LIBROS

de los capítulos, el reseñista corre el riesgo, el cual tomará en este caso, de


atribuir alguna característica general al libro, la cual, sin embargo, pue-
de no ser respaldada por cada uno de los participantes en la obra colectiva.
Para la historiografía sobre el terrorismo, esta obra quiere distinguirse
por poner a las víctimas en el centro de la atención. La superioridad moral
de la víctima sobre el asesino parecería obligar a contar la historia del te-
rrorismo desde la primera víctima más que desde el primer asesino. Como
Raúl López Romo apunta en su estudio «Pardines (des)memoria de un
asesinato», la centralidad de la víctima sigue siendo excepcional tanto en
el discurso historiográfico como en el propio recuerdo que la sociedad
vasca conserva del terrorismo. En una encuesta realizada en octubre de
2017, sólo el uno con dos por ciento de los encuestados (siete de una mues-
tra de setecientos encuestados) pudo responder de modo correcto a la
pregunta: ¿quién fue la primera víctima mortal de ETA?
Me gustaría recordar que esta asimetría entre la atención prestada al
victimario y a la víctima se debe a muchos factores. De esta amnesia no
se puede extraer una preferencia moral y política por el etarra. En primer
lugar, la desmemoria parece ser la estrategia habitual de la sociedad con-
temporánea en la relación con el pasado, quizá no sólo ante el trauma.
Por este motivo, cada cierto tiempo aparece una noticia en la que los
diarios se asombran de que los escolares o los universitarios vascos no
saben quién fue Miguel Ángel Blanco.
Por otra parte, cuando se presta más atención al asesino que a la
víctima no se valida ni el discurso ni la acción del primero, sino que se
considera que los discursos y las acciones del grupo terrorista han tenido
una influencia mayor sobre el desenlace de la sociedad vasca. Si el com-
portamiento de asesino es perfectamente inmoral, por paradójico que
suene, su acción puede generar más realidad que la víctima. Esta asime-
tría depende exclusivamente de la eficacia histórica, lo cual en ningún
caso se puede identificar con la moralidad. Esta reflexión se puede conec-
tar con uno de sus principales ejes temáticos de la obra: la responsabili-
dad del terrorista, la consideración de que el terrorismo es una acción y
no un acontecimiento, una realidad que depende de una subjetividad li-
bre y no de una serie de factores externos condicionantes. Como la acción
del terrorista es libre, está sujeta a la responsabilidad, tal como José

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LIBROS 145

María Ruiz Soroa insiste en el artículo «Juicio y responsabilidad», el cual


cierra este volumen. Más allá de exámenes filosóficos del concepto de li-
bertad o determinismo que nos conducirían a resultados bastante incier-
tos –no tiene sentido apelar a la investigación reciente para asegurar un
concepto tan conflictivo como «libre arbitrio»–, desde una perspectiva
psicológica y sociológica, el terrorista tiene una identidad definida. El
terrorista no sólo posee una identidad social, sino que conforma un
grupo. Frente a esta definición, esta identidad cerrada y agente, la de
la víctima es una identidad plural y pasiva en la mayoría de los casos.
Esta mayor conciencia del comportamiento del terrorista conduce a la
razonable paradoja de que este libro, que quiere poner a la víctima en el
centro, dedique muchas más páginas a la identidad del primer asesino de
ETA Txabi Echebarrieta que al del asesinado guardia civil José Antonio
Pardines. Esta situación no es sorprendente, por dos motivos. En primer
lugar, el carácter anónimo de muchas de las víctimas del terrorismo, como
el mismo Pardines, ciudadanos que, como la mayoría, apenas deja docu-
mentos. En segundo lugar, la «hiperracionalidad» de la acción terrorista.
Dada la excepcionalidad de la muerte, el terrorista siempre necesita de
una enorme cantidad de discurso, de excitación psicológica (Echebarrieta
disparó bajo los efectos de las anfetaminas). Puesto que la vida política
implica un respeto casi universal de la vida (la comunidad siempre enten-
derá como excepciones la guerra, la legítima defensa, la misma pena de
muerte), el asesino necesita crear un mundo paralelo e hiperconsciente
para que su acción asesina no sea completamente discordante.
Más allá de estas consideraciones generales, el libro contribuye a es-
clarecer algunos puntos muy importantes desde un punto de vista fáctico.
En cierta medida, consigue lo máximo que un historiador puede conse-
guir: ofrecer, tras una revisión de los documentos históricos, una descrip-
ción más amplia y coherente. De modo generalizado, la historia había
aceptado que el guardia civil José Antonio Pardines fue asesinado de
modo exclusivo por Txabi Echavarrieta. Esta imagen dependía de la
versión de su compañero Sarasketa y de haber desestimado la validez de
la versión del consejo de guerra que condenó a este último. Tras repasar
los presupuestos que validaban esta versión en el artículo «A sangre fría.
El asesinato de José Antonio Pardines (y sus antecedentes)», Gaizka

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146 LIBROS

Fernández Soldevilla pone en duda la versión de la manipulación de las


pruebas defendida por Sarakesta:
Cabe preguntarse, si en pleno franquismo, era necesario poner en
marcha una operación de tal calibre para incriminar a un sospechoso que
había sido reconocido por el único testigo directo, había confesado perte-
necer a una organización clandestina, poseía un arma sin licencia y se
había enfrentado a una patrulla de la Guardia Civil.
Fernández Soldevilla insiste en que estos resultados «son provisiona-
les». Más que insistir en la provisionalidad de esta versión, el lector agra-
dece que, tras la revisión concienzuda de los documentos, el relato histórico
haya mejorado y haya progresado hacia el discurso, el cual, si nunca podrá
darse de modo completamente seguro, debe servir como ideal regulativo.
Por último, el lector se sorprende de que en un punto tan importante como
este –el primer asesinato de ETA– los historiadores hubieran confiado en
versiones de segunda mano. Se trata quizá de una consecuencia inde-
seada de una atención al pasado en forma de relato, donde nuestra mirada
queda saturada por elementos teóricos y políticos, quedando los aspectos
fácticos en los que todo discurso histórico debe construirse casi completa-
mente descuidados. Si un hecho tan importante como el primer asesinato
de ETA puede revisarse de modo tan completo y convincente como hace
Fernández Soldevilla, el lector se debe preguntar: ¿qué aspecto del relato
de la historia vasca reciente no necesita regresar a los documentos? Segu-
ramente habría sorpresas aún más impactantes.—MIGUEL SARALEGUI

La vida del poema

AMELIA GAMONEDA: Del animal poema. Olvido García-Valdés y la poética de lo vivo.


Oviedo: KRK, 2017, 172 pp.

¿P uede el animal ser poético, y el poema un animal? Este libro res-


ponde que sí, pero su interés no reside sólo en la respuesta que

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LIBROS 147

da, sino en el modo en que plantea la pregunta. Pues desde su misma


formulación, en efecto, convoca a las ciencias de la naturaleza (psicobio-
logía de las emociones, neurociencias, ciencias cognitivas) a una celebra-
ción de las humanidades, en lugar de aguardar de aquéllas que cosifiquen
a éstas en nombre de la eficiencia y de la objetividad. Tras su lectura, el
lector se encuentra un poco más cerca de pensar que ciencia, filosofía y
literatura comparten, como ya otros han dicho, un mismo mundo; que
por tanto se ocupan, en cada corte histórico, de unos mismos asuntos; y
que además las unas señalan las posibilidades de las otras y marcan a la
vez sus límites.
Animal: ser ensimismado y sin autoconciencia, según Heidegger,
como oportunamente trae a colación la ensayista. Poema: objeto de len-
guaje trascendente y auto-reflexivo, según algunas poéticas contemporá-
neas. El trecho que separa al ser y al objeto, al animal y al poema, parece
arduo de recorrer, y sin embargo esta obra se las arregla para franquearlo
a buen paso. Ya que no resultaría fácil, para una teórica, crítica y profe-
sora de literatura como Gamoneda, transformar sin más al animal en
texto poético (tentación tal vez de una etología o de una zoosemiótica
culturalistas), la autora procede ante todo a naturalizar el texto poético y
a atribuirle al menos una parte de animalidad verosímil. Para ello nos
recuerda que, en poesía, o al menos en cierto tipo de poesía, el represen-
tado en el campo literario español por la obra de Olvido García-Valdés,
lo que emerge entre las brumas de un lenguaje tentativo, intermitente, es
el cuerpo en contacto con el mundo, sus sensaciones y percepciones, an-
tes que sus actos judicativos o sus proposiciones lógicas; que ese cuerpo
está trenzado de tensiones y de pasiones, cuya transposición semiótica
son sus gestos y sus movimientos, su irrefrenable expresividad fenomé-
nica; y que tal constatación invita al teórico a escuchar en el poema, bajo
las exigencias de la conciencia secundaria del poeta y sus sofisticadas
elaboraciones verbales, la voz de su conciencia primaria, que no es otra
cosa que poesía desconociéndose en cuanto ejercicio cultural para reco-
nocerse como proferación vital. Salvando entonces la distancia entre el
animal y el poema se consigue renovar la ambición fenomenológica de
traducir la inteligencia en vivencia, de trocar el experimento estético en
experiencia estésica, y de transfigurar la escritura (el símbolo convencio-

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148 LIBROS

nal) en palabra (en índice encarnado), extrañándola de su marchita espi-


ritualidad y entrañándola en la materia animada, en el sustrato somático
sensitivo y afectivo del que da testimonio.
¿Es entonces la anterior una propuesta regresiva, que nos llevaría
desde la cultura a la naturaleza, desde la razón a la pulsión y desde la
madurez a la infancia? No cabe duda de que en ella, como en toda poética
sensible y en todo proyecto fenomenológico, se contestan algunas de las
pretensiones de la razón comunicativa y epistemológica. Sin embargo,
dicha deconstrucción es efectuada desde el interior de esta última y
sin desconocer ninguna de sus exigencias: la autora moviliza con gran
prudencia los saberes neurocientíficos y cognitivistas justamente para
mostrar a partir de los mismos que la presunta sinrazón del poema no es
tal, sino balbuceo originario de un logos que, casi inverosímilmente, no
se ha desgajado aún de la physis, y que por ello es capaz de restaurar,
durante el tiempo de una inspiración-expiración verbal, la mítica unidad
del ser, el vínculo originario del hombre con el mundo.
El ámbito natural de semejante palabra es, claro está, el de la subjeti-
vidad. El poema que dice el cuerpo, por mucho que también se desdoble
reflexivamente sobre sí y hable de las dificultades de su propia constitu-
ción como poema –lo cual sucede, sin pedantería metaliteraria, en la obra
de García-Valdés–, no aspira más que a enunciar la vida del sujeto y a
anunciar su muerte, puesto que si la poesía se encarna ha de ser, por ello
mismo, mortal. Ese saber anticipatorio de la muerte ya cae, a buen se-
guro, del lado de la conciencia secundaria del hombre, la misma que lo
aleja poco a poco de su condición animal, pero el poema sólo apela a él en
la medida en que confiere todo su valor a las sacudidas sensoriales,
perceptivas y emotivas de la conciencia primaria, a una experiencia del
cuerpo trágicamente acotada «entre dos inexistencias». La vital profe-
ración poética dice entonces paradójicamente, a la par que la exultación
del cuerpo, su des-dicha, su condena a una prevista fugacidad, y su dife-
rencia parcial respecto del animal que, si bien sufre y se duele, no siente
en cambio pena, porque la pena es el melancólico precio que el ser hu-
mano paga por haber extendido su campo de conciencia. El poema, bio-
logía que va cediendo, sin llegar a olvidar sus orígenes, a medida que se
objetiva en símbolo y cultura, se emplaza así pues entre la glorificación

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LIBROS 149

de la vida y la anticipación de la muerte; y desde ese lugar revela que,


además de reparar el vínculo primigenio del hombre con el ser, puede
igualmente educar a aquel para el bien morir, para dejar de ser con la
quieta dignidad de los animales. De donde la dimensión moral de un en-
sayo que, aunque articulado en torno a la poética, revisa el mito y hasta
permite anticipar un horizonte de pensamiento del cual no queda ex-
cluido en potencia ni siquiera el difícil trato de las humanidades con una
anunciada transhumanidad tecnológica decidida a negar la finitud del
hombre, y a acabar con su muerte; y, por tanto, también con la poesía.
El texto de Amelia Gamoneda –espléndidamente editado por KRK–
trenza como en una cinta de Moëbius los poemas y los ensayos de Olvido
García-Valdés y los hace reverberar con su mejor luz. Aun cuando no
agota la Poética ni las poéticas posibles, las especifica productivamente:
nada más oportuno que lanzar hoy un aviso sobre la insuficiencia de la
cultura cuando de dar cuenta de la vivencia se trata, recordando que aún
aletea un lenguaje, el de cierta poesía, que pretende decir la vida sin trai-
cionarla. Un lenguaje literal, embebido de realidad, ajeno al concepto y
despreocupado de la sintaxis, en el que se escucha el eco de la naturaleza
que todavía somos. Un lenguaje filtrado por los órganos del cuerpo, lim-
pio así en buena medida de sedimentos discursivos pero saturado de
pulsiones primitivas. Un lenguaje que, siendo lenguaje, y por tanto cul-
tura, aspira fervientemente a ser también algo menos, o quizá algo más:
animal entre los animales, plenamente justificado de existir como existe.
Y pocas cosas de tanta eficacia como defender la animalidad del verbo
poético, y proteger la memoria de su carnalidad, no desde la metafísica y
contra las ciencias, parte de nuestra cultura en cuestión, sino con ellas
y gracias a ellas. De esta suerte, la cultura se asigna límites a sí misma
frente a la naturaleza, y las humanidades se reconocen obligadas a dialo-
gar con unas disciplinas científicas que tal vez estén en condiciones de
explicarles por qué sigue habiendo un lenguaje vivo y mortal, inquieto y
sereno, y tan instintivamente opuesto al dominio universal del algoritmo
como el de la poesía. Un lenguaje admirablemente servido en nuestro
país por la obra, profunda y sin altisonancias, de Olvido García-Valdés.
—MANUEL GONZÁLEZ DE ÁVILA

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150 LIBROS

Marichalar, entre Londres y Buenos Aires *

ANTONIO MARICHALAR: Entre tiempos y espacios. Crónicas literarias en The Cri-


terion (1923-1938) y La Nación (1936-1943). Edición de Juan Herrero
Senés y Domingo Rodenas de Moya. Sevilla: Renacimiento (Biblioteca de
Rescate), 2017, 577 pp.

E n contra de lo que sugiere el título de esta reseña, Antonio Maricha-


lar, marqués de Montesa, no vivió ni en Londres ni en Buenos Aires,
pero sí escribió para dos medios de estas dos ciudades: para la revista
cultural The Criterion y para el periódico La Nación. Con la primera cola-
boró entre 1923 y 1938; con el segundo, entre 1936 y 1943. En este espa-
cio de tiempo, entre 1923 y 1943, el mundo pasó de la prosperidad al
horror, de la paz a la guerra, y Marichalar vivió dos contiendas, la civil
española y la mundial. A pesar de ello, en ambas publicaciones escribió
casi siempre sobre literatura, arte o teatro, no en vano Marichalar fue el
gran embajador de la cultura europea durante la Edad de Plata, el crítico de
la Generación del 27 que hizo posible que las letras españolas se leyeran
fuera de nuestro país y que las foráneas (Joyce, Rilke, Cocteau, Woolf)
se conocieran dentro. Sin embargo, ¿quién recuerda hoy a Marichalar?
Como su propio nombre indica, la Biblioteca de Rescate de la edito-
rial Renacimiento se dedica a recuperar obras valiosas, pero olvidadas,
de escritores españoles del primer tercio del siglo XX. En 2017 ha recor-
dado a Marichalar, al haber rescatado los textos de The Criterion y La
Nación en una magnifica edición a cargo de Juan Herrero Senés y Do-
mingo Ródenas de Moya. En realidad, este último lleva tiempo reivindi-
cando la figura del crítico, tanto que no es exagerado afirmar que casi
todo lo que sabemos de Marichalar, se debe a lo que Ródenas ha expuesto
sobre su persona y obra en artículos, colaboraciones y volúmenes. A ellos
se une el presente.

* Este trabajo se integra en el Proyecto de Investigación FFI2016-76891-


C2-1-P, financiado por MINECO/AEI/FEDER.

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LIBROS 151

Dividido en dos partes (los dos tiempos y espacios del título), el libro
viene introducido por un exhaustivo estudio en el que Herrero y Ródenas
explican la evolución, el contenido y las circunstancias de las contribucio-
nes marichalianas. Lógicamente, la parte inicial está dedicada a los textos
de The Criterion, revista lanzada en octubre de 1922 por el poeta T. S.
Eliot y desaparecida, casi diecisiete años después, en enero de 1939.
El primer contacto del español con la publicación británica fue casi
fruto del azar. Cuando The Criterion nació, un joven Marichalar estaba
intentando hacerse un hueco como crítico literario en el ambiente cultu-
ral del momento; colaboraba con la revista Índice de Juan Ramón Jimé-
nez y se había acercado a Valery Larbaud, para darle a conocer su
trabajo. Gracias a él, Marichalar contactó con Eliot e inició su colabora-
ción en el tercer ejemplar de The Criterion, de abril de 1923, con un largo
artículo titulado «Contemporary Spanish Literature» («Literatura Espa-
ñola contemporánea»), en el que mostraba al público inglés el panorama
de las letras hispánicas: la convivencia de dos generaciones de autores,
más o menos veteranos, y la promesa de una tercera, la de los jóvenes, de
la que advertía no poder decir demasiado: «Poco se sabe de ellos hoy,
pero mucho se espera, porque son el futuro», afirmaba casi al final del
texto.
El mismo año de la publicación de este artículo, nacía en Madrid Re-
vista de Occidente. Marichalar en seguida se convirtió en uno de sus más
asiduos colaboradores y en uno de sus más entusiastas difusores y, como
tal, remitió a Eliot el número de lanzamiento, que fue cumplidamente
reseñado en The Criterion. Desde ese momento comenzó una larga rela-
ción entre ambas cabeceras, al tiempo que el vínculo entre los dos intelec-
tuales se estrechaba. Eliot confiaba en Marichalar por su proximidad en
la forma de entender el arte y la vida (ambos, más clasicistas que román-
ticos; ambos, conservadores y religiosos) y, por ello, en 1926 le propuso
convertirse en cronista desde España para The Criterion. Marichalar
aceptó de inmediato y entre este año y 1938 remitió a Londres diez cró-
nicas sobre nuestra vida cultural: cuatro bajo el título «Madrid Chroni-
cle» («Crónica de Madrid»), entre 1926 y 1928, y seis más bajo el epígrafe
«Spanish Chronicle» («Crónica española»), entre 1931 y 1938, crónicas
que Marichalar escribía en español y que, después, una mano experta

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152 LIBROS

trasladaba al inglés. Se desconoce el paradero de los textos originales, por


lo que en Entre tiempo espacios se han presentado en una cuidada traduc-
ción inversa que ha sabido mantener el estilo del autor, preciso, elegante
y no exento de lirismo.
Herrero y Ródenas no han seguido un criterio cronológico en la ex-
posición de los textos, sino que se han decantado por un criterio temático,
en función de la actualidad del asunto tratado. Como cronista, Maricha-
lar no se alejaba del momento presente, pero a menudo echaba la vista
atrás, al amparo de la celebración de efemérides de grandes figuras del
arte y la literatura. De este modo, dedicó cinco crónicas a los centenarios
de Lope de Vega, Francisco de Goya, Garcilaso y Bécquer, y, por su-
puesto, Luis de Góngora, que los dos profesores han agrupado bajo el
título Presencia del pasado. Asimismo, bajo el título Crónica española han
agrupado, además del artículo de 1923, las otras cinco aportaciones ma-
richalianas, en las que el cronista recorre la vida literaria de nuestro país
entre las décadas de los veinte y los treinta: desde la lírica de sus compa-
ñeros de generación –esos jóvenes poetas sobre lo que no podía decir
demasiado en 1923, y a los que dedica la primera «Crónica de Madrid» en
abril de 1926– hasta la paulatina politización de la cultura española, ates-
tiguada en algunas de los contribuciones de los años republicanos, en las
que salen a relucir los nombres de Unamuno, Marañón, Azorín, Pérez de
Ayala, Antonio Espina y, sobre todo, uno reincidente, el de Ortega y
Gasset, parece que como abriendo camino a la última crónica, la titulada
«Ideas y creencias de José Ortega y Gasset». Escrita en tiempos de gue-
rra en San Juan de Luz, adonde el marqués había huido en el otoño de
1936, en ella se refiere a algunos de los principios del pensamiento orte-
guiano –el hombre masa, la razón histórica, la defensa de Europa– y a su
labor como editor en la Revista de Occidente. Se pudo leer en julio de 1938,
seis meses antes de la desaparición de Criterion, cuando el exilio de Mari-
chalar en Francia se acercaba a los dos años.
Dos años eran también los que llevaba colaborando con La Nación de
Buenos Aires, entonces ya como crítico con renombre. Su vínculo con
este medio fue más breve que el que mantuvo con la revista inglesa, y, sin
embargo, bastante más fructífero. Entre noviembre de 1936 y noviembre
de 1943 Marichalar publicó cuarenta y tres textos culturales sobre temas

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LIBROS 153

diversos. Como con las crónicas de Criterion, Herrero y Ródenas han


optado por agruparlos temáticamente en tres secciones: Un presente frágil,
que recoge doce artículos en los que «Marichalar dialoga con sus contem-
poráneos»; A hombros de gigantes, con trece aportaciones más en las que de
nuevo echa la vista al pasado; y Rapto de Europa, con otras dieciocho con-
tribuciones así tituladas (esta vez el epígrafe es original de Marichalar),
en las que el crítico se inmiscuye, de puntillas, en la actualidad.
En la primera sección Marichalar dialoga, fundamentalmente, con
autores de las letras inglesas, como Aldous Huxley, Virginia Woolf, G. K.
Chesterton o su querido George Santayana, con quien sostuvo una fluida
correspondencia. Algunos de los «gigantes» de la segunda sección fueron
de nuevo Goya y Garcilaso, y también Descartes, Malebranche o Cha-
teaubriand, en viaje esta vez al pensamiento y las letras galas. Y entre
unos y otros, Marichalar fue colando sus Raptos de Europa, artículos espe-
cialmente interesantes pues se alejan, en contenido y forma, de su prosa
habitual. Publicados entre septiembre de 1937 y septiembre de 1939, en
cada uno de ellos el autor congrega «unos diez a doce apuntes breves»
sobre la actualidad continental, que lo mismo se refieren a la edición «de
los últimos estudios sobre un pensador o artista», que a una discusión
sobre «vestimenta masculina» o a una declaración política, y que, en con-
junto, muestran una Europa a la deriva.
En fechas cercanas a la publicación del último «rapto», Marichalar
regresaba al Madrid franquista. Desde España reanudó su colaboración
con La Nación en 1941, sólo durante dos años más y sólo para escribir
sobre el pasado. Esta fue la tónica del marqués de Montesa desde enton-
ces: el autor se acabó refugiando en la historia y abandonó, en sus escri-
tos, el diálogo literario con sus contemporáneos. Por tanto, los artículos
de La Nación se pueden ver como la despedida del crítico Marichalar del
panorama cultural de Occidente; las crónicas de Criterion, en cambio,
habían sido su bienvenida. No es entonces un despropósito afirmar que
su trayectoria se compendia en los textos de este volumen, entre Londres
y Buenos Aires, entre la paz y la guerra. Ya sólo por esto, su recuperación
era necesaria. Y obligado, el reconocimiento a la editorial y a los edito-
res.—MARGARITA GARBISU

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Edición en papel de la más
prestigiosa revista española de libros
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QLIBROS SELECCIONADOS Q

Literatura
Miguel Albero. Mal. Alicante: Aguaclara, 2018, 207 pp.
Enrique Álvarez. Un viento raro. León: Eolas Ediciones, 2018, 234 pp.
Alberto Fuguet. VHS (Unas memorias). Barcelona: Literatura Random House,
2018, 425 pp.
Alejandro Gándara. La vida de H. Madrid: Salto de Página, 2018, 172 pp.
Vivian Gornick. La mujer singular y la ciudad. Traducción de Raquel Vicedo.
Madrid: Sexto Piso, 2018, 148 pp.
Ignacio Martínez de Pisón. Filek. Barcelona: Seix Barral, 2018, 280 pp.
Llucia Ramis. Las posesiones. Barcelona: Libros del Asteroide, 2018, 240 pp.
Iván Repila. Votos. Madrid: La Caja Books, 2018, 88 pp.
Jordi Soler. Usos rudimentarios de la selva. Barcelona: Alfaguara, 2018, 176 pp.
Juan Soto Ivars. Crímenes del futuro. Barcelona: Candaya, 2018, 233 pp.
Yoko Tawada. Memorias de una osa polar. Traducción de Belén Santana. Barce-
lona: Anagrama, 2018. 296 pp.
Pilar Tena. Luciana. Madrid: Tres hermanas, 2018, 248 pp.
Clara Usón. El asesino tímido. Barcelona: Seix Barral, 2018, 232 pp.

Pensamiento, ciencia, arte, documentos


Alfonso Armada. Por carreteras secundarias. Barcelona: Malpaso, 2018, 297 pp.
Tom Burns Marañón. Entre el ruido y la furia. El fracaso del bipartidismo en Espa-
ña. Barcelona: Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2018, 256 pp.
Fernando Castillo. La extraña vanguardia. Madrid: Fórcola Ediciones, 2018,
540 pp.
John Cheever. Cartas. Traducción de Miguel Temprano. Barcelona: Random
House, 2018, 429 pp.

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156 LIBROS SELECCIONADOS

Emil Cioran. Extravíos. Traducción de Christian Santacroce. Madrid: Hermi-


da Ediciones, 2018, 102 pp.
Manuel Hidalgo. Pensar en España. Madrid: Confluencias, 2018, 216 pp.
Michael Hudson. Matar al huésped. Cómo la deuda y los parásitos financieros destru-
yen la economía global. Traducción de Alvaro Ormaechea. Madrid: Capitán
Swing, 2018, 664 pp.
A. J. Liebling. La dulce ciencia. Traducción de Enrique Maldonado. Madrid:
Capitán Swing, 2018, 376 pp.
Juan Malpartida. Antonio Machado. Vida y pensamiento de un poeta. Madrid: Fór-
cola Ediciones, 2018, 200 pp.
Henri Michaux. Escritos sobre pintura. Edición de Chantal Maillard. Madrid:
Vaso Roto, 2018, 528 pp.
Antonio Manuel Moral Roncal. O´Donnell. En busca del centro político. Madrid:
Gota a Gota, 2018, 207 pp.
Antonio César Moreno. Checas. Miedo y odio en la España de la Guerra Civil. Gi-
jón: Trea, 2017, 304 pp.
Joanna Morhead. Leonora Carrington. Una vida surrealista. Traducción de Lau-
ra Vidal. Madrid: Turner, 2017, 240 pp.
Felipe Pereda. Crimen e ilusión. El arte de la verdad en el Siglo de Oro. Madrid: Mar-
cial Pons, 2018, 495 pp.
James Salter. El arte de la ficción. Traducción de Eugenia Vázquez. Barcelona:
Salamandra, 2018, 112 pp.
Diego Sánchez Meca. El itinerario intelectual de Nietszche. Madrid: Tecnos.
2018, 296 pp.
Julio de Toledo Jaúdenes. Toponimia de Valsaín. La Granja de San Ildefonso:
Farinelli, 2018, 398 pp.
Edward O. Wilson. Medio planeta. La lucha por las tierras salvajes en la era de la
sexta extinción. Traducción de Teresa Lanero Ladrón de Guevara. Madrid:
Errata Naturae, 2018, 320 pp.
Ludwig Wittgenstein. Investigaciones filosóficas. Traducción de Jesús Padilla.
Madrid: Trotta, 2018, 328 pp.
Gabriel Zaid. Mil palabras. Barcelona: Random House, 2018, 388 pp.

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QCOLABORAN EN ESTE NÚMERO Q

EMMANUEL ALLOA. Investigador Principal en Filosofía de la Universidad de


St. Gallen y docente de Estética en la Universidad Paris 8-Saint Denis.
Acaba de publicar Transparency, Society and Subjectivity. Critical Perspectives
en colaboración con D. Thomae.
JUAN FRANCISCO FUENTES. Historiador. Catedrático de Historia Contem-
poránea en la Universidad Complutense de Madrid e investigador del
Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset. Su último libro
lleva por título Con el Rey y contra el Rey. Los socialistas y la Monarquía.
MANUEL LUCENA GIRALDO. Historiador. Investigador del Consejo Superior
de Investigaciones Científicas de España (CSIC), profesor asociado del
Instituto de Empresa/IE University y OBS-Planeta Universidades. Miem-
bro correspondiente de la Academia colombiana de la Historia, Real Aca-
demia de Historia y Academia Europea.
CÉSAR ANTONIO MOLINA. Poeta, narrador y ensayista. Ha sido ministro de
Cultura y director del Instituto Cervantes. Acaba de publicar Tan poderoso
como el amor.
JON OBESO. Escritor. Autor de las novelas: Alimento para moscas (Premio
Lengua de Trapo, 2012) y Las edades del agua (2007). Entre sus libros de
poemas destacan: Compañía (1995) e Invención de la piel (Premio de Poesía
Blas de Otero, 2013).
MARÍA ISABEL PORRAS GALLO. Doctora en Medicina y Cirugía, profesora Ti-
tular de Historia de la Ciencia de la Facultad de Medicina de Ciudad
Real e investigadora del Centro Regional de Investigaciones Biomédicas
(CRIB) de la Universidad de Castilla-La Mancha. Autora junto con Ryan
A. Davis de The Spanish Influenza Pandemic of 1918-1919. Perspectives from the
Iberian Peninsula and the Americas.
MARÍA ELVIRA ROCA BAREA. Licenciada en Filología Clásica y Filología His-
pánica. Autora de Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y
el Imperio español, acaba de publicar 6 relatos ejemplares 6.

[157]

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158 COLABORAN EN ESTE NÚMERO

VIÑETA

MIKI LEAL (Sevilla, 1974). Licenciado en Bellas Artes por la Universidad de


Sevilla, vive y trabaja en Madrid. Ha recibido galardones como el Premio
BMW de pintura (2016) o el Premio Bienal de Artes Plásticas Rafael Botí
(2013) y durante el año 2017 ha disfrutado de la Beca de la Academia de
España en Roma. A lo largo de su carrera ha expuesto tanto en galerías
(F2 Galería, Galería Rafael Ortíz, Galería Fúcares, Galería Magda Be-
llotti...) y museos españoles (Centro Andaluz de Arte Contemporáneo,
MUSAC, Artium...); como en galerías internacionales (Track 16 Gallery,
Santa Mónica, USA; Galerie Maribel López, Berlín, Alemania...). Entre
sus últimas exposiciones: Na linha de fundo, 3+1 Arte Contemporânea, Lis-
boa (2018); En la línea de fondo, F|2 Galería, Madrid (2017); Processi 144,
Mostra finale, Real Academia de España en Roma (2017); La biblioteca de
Kandinsky, Galería Rafael Ortiz, Sevilla (2016), El público, comisariada
por Virginia Torrente, Centro Federico García Lorca, Granada (2015).
Sus obras forman parte de importantes colecciones nacionales e interna-
cionales como Colección Pilar Citoler, Madrid, España; Colección Gas
Natural Fenosa, España; European Central Bank; FRAC des Pays de la
Loire, Francia; Fundación María José Jove, A Coruña, España; Fun-
dación DKV, España; Fundación Yera, Madrid, España; Colección Arte
Contemporáneo, Patio Herreriano, Valladolid, España o ARTIUM, Centro-
Museo Vasco de Arte Contemporáneo, Vitoria, España.
La viñeta de portada así como las del interior se publican por cortesía del
artista y de la Galería F|2.

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cuantos originales inéditos le sean remitidos, pero no se compromete a su
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OMPLETA DE
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SÉ OR GASSET
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EN DIEZ TOMOS

DEFINITIVA
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A
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MA
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LOS
L TEXTOS
OS TEXT FILÓSOFO
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y anexos, publicación separada de textos que el autor no dio a la im
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Viñeta: Miki Leal

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