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EDUCACIÓN Y MODERNIDAD LÍQUIDA EN LA OBRA DE

ZYGMUNT BAUMAN

Arturo Manrique Guzmán

En 1982, Marshall Berman publicó su más celebre ensayo en el que se


definía la experiencia de la modernidad a partir de sus orígenes y los
cambios que se habían producido en los dos últimos siglos. Berman define
la modernidad en base a la experiencia del tiempo y del espacio que
caracteriza a esta época y la forma cómo se organiza la vida –individual
y colectiva- en torno a ella. “Hay una forma de experiencia vital —la
experiencia del tiempo y el espacio, de uno mismo y de los demás, de las
posibilidades y los peligros de la vida— que comparten los hombres y las
mujeres de todo el mundo de hoy. Llamaré a ese conjunto de
experiencias la ‘modernidad’. Ser modernos es encontrarnos en un
entorno que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento,
transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo,
amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo
lo que somos. Los entornos y las experiencias modernos atraviesan todas
las fronteras de la geografía y la etnia, de la clase y la nacionalidad, de
la religión y la ideología: se puede decir que en este sentido la
modernidad une a toda la humanidad. Pero es una unidad paradójica,
la unidad de la desunión: nos arroja a todos en una vorágine de perpetua
desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de ambigüedad
y angustia. Ser modernos es formar parte de un universo en el que, como
dijo Marx, “todo lo sólido se desvanece en el aire” (Berman: 2000, p. 1).
Esta frase, esbozada por Marx en el “Manifiesto comunista”, para aludir a
la disolución de los vínculos tradicionales y de las estructuras feudales que
abrieron paso al capitalismo, aparece como distintiva de la época
moderna.

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Berman distingue entre “modernidad”, “modernismo” y “modernización”.
La modernización tiene que ver con la industrialización, los procesos de
urbanización, en el norte y en el sur, los cambios asociados al desarrollo
de la ciencia y la tecnología, la expansión de los sistemas de
comunicación de masas, el crecimiento de las estructuras burocráticas y
del Estado, en general, los movimientos sociales de personas y colectivos,
las migraciones masivas al interior y entre países del norte y del sur, el
desarrollo de la empresa transnacional, entre otros cambios que crean
nuevos entornos de vida, destruye los antiguos y aceleran el ritmo de vida
de las personas. “En el siglo XX, los procesos sociales que dan origen a
esta vorágine, manteniéndola en una estado de permanente devenir,
han recibido el nombre de ‘modernización’” (Ibíd., p. 2). El modernismo,
por su parte, tiene que ver con las ideas, valores y visiones del mundo
“que pretenden hacer de los hombres y mujeres los sujetos tanto como
los objetos de la modernización, darles el poder de cambiar el mundo
que está cambiándoles, abrirse paso a través de la vorágine y hacerla
suya” (Ibíd., p. 2). Para Berman, la modernidad ha pasado por tres fases
en su historia. La primera, que va desde inicios del siglo XVI hasta finales
del siglo XVIII, las personas comienzan a experimentar la vida moderna,
sin tener una idea clara de lo que estaban viviendo. La segunda época,
que tiene como punto de inflexión la Revolución francesa, dio origen al
surgimiento abrupto y espectacular del gran público moderno, que se
esfuerza en distinguir entre los que es moderno y lo que no lo es y “de esta
sensación de vivir simultáneamente en dos mundos emergen y se
despliegan las ideas de modernización y modernismo” (Ibíd., p. 3).
Finalmente, en el mundo actual, vivimos en una época “que ha perdido
el contacto con las raíces de su propia modernidad” (p. 3). Bajo estos
términos es que se produjo el debate entre modernidad y
postmodernidad, en la década de los ochenta y noventa, en el que la
obra de Berman fue un referente central.

La obra de Zygmunt Bauman también se desarrolló en medio de este


debate y sus trabajos y conceptos centrales, como “Ética posmoderna”
(2005a), “Modernidad líquida” (2003), “Vida liquida” (2006), “Amor
líquido” (2005b), “tiempos líquidos”, “moral privada – riesgos públicos”,
entre otros, se inscriben claramente dentro del posmodernismo. Su obra,
sin embargo, trasciende esta corriente de pensamiento y en las últimas
dos décadas que precedieron a su partida –Bauman falleció en enero

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de 2017- ha estado vinculada a debates teóricos con Anthony Giddens,
Ulrich Beck, Niklas Luhmann, Scott Lash, entre otros, en torno a conceptos
como “modernización reflexiva” y “sociedad del riesgo”, en los que este
autor ha realizado importante aportes. En “Modernidad líquida”, una de
sus principales obras, se analiza las transformaciones que se han
producido en la “modernidad sólida”, a partir de los conceptos
modulares de trabajo, emancipación, comunidad, individualidad y
espacio - tiempo. El punto de partida de Bauman es muy similar al de
Berman. Para él también lo distintivo de la modernidad es su falta de
solidez o, para decirlo en sus términos, la “liquidez” que caracteriza a la
vida moderna. “Los líquidos, a diferencia de los sólidos, no conservan
fácilmente su forma. Los fluidos, por así decirlo, no se fijan al espacio ni se
atan al tiempo… Los fluidos no conservan una forma durante mucho
tiempo y están constantemente dispuestos (y proclives) a cambiarla; por
consiguiente, para ellos lo que cuenta es el flujo del tiempo más que el
espacio que puedan ocupar: ese espacio que, después de todo, solo
llenan ‘por un momento’” (Bauman: 2003, p. 8). Lo que caracteriza a la
vida moderna es la fluidez de las formas sociales, que tienen una
existencia efímera, y la precariedad, la incertidumbre en que transcurren
las experiencias biográficas.

Entre los cambios que dieron origen a la vida moderna sobresale la


separación entre espacio y tiempo y la dinámica que este último impone
a las formas de vida y existencias biográficas. “La modernidad empieza
cuando el espacio y el tiempo se separan de la práctica vital y entre sí, y
pueden ser teorizados como categorías de estrategia y acción
mutuamente independientes, cuando dejan de ser –corno solían serIo en
los siglos premodernos- aspectos entrelazados y apenas discernibles de la
experiencia viva, unidos por una relación de correspondencia estable y
aparentemente invulnerable” (Ibíd., p. 14). En este contexto, el tiempo
adquiere historia, tiene historia, gracias a su “capacidad de contención”,
que se amplía permanentemente, alcanza diversos países y se hace
universal. Esta historia transcurre con la “velocidad del movimiento” en el
espacio. La idea de velocidad supone variabilidad, cambio, movimiento
constante, acelerado, que no deja nada en su sitio, nada permanece
estable. En la modernidad liquida la vida también se torna liquida. “La
vida líquida es una vida precaria y vivida en condiciones de
incertidumbre constante” (Bauman: 2006, p. 10). El individuo no puede
escapar a esta realidad que lo envuelve y lo fragiliza.

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La vida líquida y la modernidad líquida se refuerzan mutuamente y
constituyen las dos caras de la misma moneda en el mundo actual. “La
«vida líquida» y la «modernidad líquida» están estrechamente ligadas. La
primera es la clase de vida que tendemos a vivir en una sociedad
moderna líquida. La sociedad «moderna líquida» es aquella en que las
condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las
formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en una rutinas
determinadas. La liquidez de la vida y la de la sociedad se alimentan y se
refuerzan mutuamente. La vida líquida, como la sociedad moderna
líquida, no puede mantener su forma ni su rumbo durante mucho tiempo”
(Ibíd., p. 9). La viva liquida es cambiante, incierta, frágil y continuamente
impone nuevos desafíos a las personas. “La vida líquida es una sucesión
de nuevos comienzos, pero, precisamente por ello, son los breves e
indoloros finales —sin los que esos nuevos comienzos serían imposibles de
concebir— los que suelen constituir sus momentos de mayor desafío y
ocasionan nuestros más irritantes dolores de cabeza” (Ibíd., p. 10). La
liquidez, en Bauman, es una incertidumbre constante, que desafía al
individuo a lo largo de toda su existencia.

La modernidad liquida es una “sociedad de consumo”. La sociedad


moderna, en su etapa industrial, era una “sociedad de producción”.
“Pero en su actual etapa moderna tardía (Giddens), moderna segunda
(Beck), sobremoderna (Balandier) o posmoderna, ya no necesita ejércitos
industriales y militares de masas; en cambio, debe comprometer a sus
miembros como consumidores. La formación que brinda la sociedad
contemporánea a sus miembros está dictada, ante todo, por el deber de
cumplir la función de consumidor” (Bauman: 2001, p. 106). En este marco,
los individuos no solo deben ser capaces de cumplir con este mandato,
sino que además tienen que hacerlo de buena gana. En la modernidad
liquida todo se reduce a objeto de consumo. “La vida líquida es una vida
devoradora. Asigna al mundo y a todos sus fragmentos animados e
inanimados el papel de objetos de consumo, es decir, de objetos que
pierden su utilidad y, por consiguiente, su lustre, su atracción, su poder
seductivo y su valor, en el transcurso mismo del acto de ser usados”
(Bauman: 2006, pp. 18 y 19). El ser humano en la modernidad liquida
queda relegado a su rol de homo consumens. “La vida del consumidor
invita a la liviandad y a la velocidad, así como a la novedad y variedad
que se espera que estas alimenten y proporcionen. La medida del éxito

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en la vida del homo consumens no es el volumen de compras, sino el
balance final” (Bauman: 2005b, p. 72). La vida útil de los bienes, por lo
general, rebasa la utilidad que tienen para el consumidor. Prima en éste,
sin embargo, el sentido de la novedad y la búsqueda de la variedad, por
lo que con frecuencia debe deshacerse pronto de los bienes que
adquiere. Y los “consumidores fallidos” que, por pobreza o escasez de
recursos, no pueden hacerlo, quedan relegados y son excluidos de la
“sociedad de consumidores”, siendo tildados como inadaptados,
incompetentes o fracasados.

En la modernidad liquida prima el olvido sobre la memoria y el


aprendizaje. El homo consumens olvida y, luego, olvida que olvida. “La
cultura de la sociedad de consumo no es de aprendizaje sino
principalmente de olvido. Cuando se despoja el deseo de la demora y la
demora del deseo, la capacidad de consumo se puede extender mucho
más allá de los límites impuestos por las necesidades naturales o
adquiridas del consumidor; asimismo, la perdurabilidad física de los
objetos de deseo deja de ser necesaria. Se invierte la relación tradicional
entre la necesidad y la satisfacción: la promesa y la esperanza de
satisfacción preceden a la necesidad que se ha de satisfacer, y siempre
será más intensa y seductora que las necesidades persistentes” (Bauman:
2001, p. 109). El homo consumens es, entonces, un ser atrapado y
alienado en la vorágine perpetua de la satisfacción de los deseos y de
los deseos de deseos, independientemente de las necesidades que
atienden los bienes que se adquieren. “El consumismo no gira en torno a
la satisfacción de deseos, sino a la incitación del deseo de deseos
siempre nuevos (con preferencia, de aquellos que, en principio, sean
imposibles de saciar)” (Bauman: 2006, p. 124). La alienación, entonces, ya
no descansa en el trabajo, como ocurría en la “modernidad pesada /
sólida / condensada / sistémica”. En la “modernidad liviana”, el
trabajador, sin dejar de estar enajenado del producto de su trabajo,
muta a consumidor y se aliena como homo consumens.

En la modernidad liquida, al igual que en la modernidad pesada, la


individualización es un destino al que, sin excepción, son empujados
todos los miembros de la sociedad. En la modernidad pesada eran
mayormente los hombres los empujados a la individualización. En la
modernidad liquida, hombres y mujeres, tienen como destino la
individualización. “Ahora, como antes -en la modernidad tanto en su

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etapa líquida y fluida como en su etapa sólida y pesada-, la
individualización es un destino, no una elección. En la tierra de la libertad
individual de elección, la opción de escapar a la individualización y de
rehusarse a tomar parte de ese juego es algo enfáticamente no
contemplado. La autocontención y la autosuficiencia del individuo
pueden ser también otra ilusión: que los hombres y mujeres no tengan a
quien culpar de sus frustraciones y preocupaciones no implica, hoy más
que ayer, que puedan defenderse de sus frustraciones utilizando sus
electrodomésticos o que puedan escapar de sus problemas, al estilo
barón Munchausen, sirviéndose de los cordones de sus zapatos. Y
además, si se enferman, se presupone que es porque no han sido lo
suficientemente constantes y voluntariosos en su programa de salud; si no
consiguen trabajo, es porque no han sabido aprender las técnicas para
pasar las entrevistas con éxito, o porque les ha faltado resolución o
porque son, lisa y llanamente, vagos; si se sienten inseguros respecto del
horizonte de sus carreras y los atormenta su futuro, es porque no saben
ganarse amigos e influencias y han fracasado en el arte de seducir e
impresionar a los otros. Esto es, en todo caso, lo que se les dice en estos
días y lo que han llegado a creer, de forma tal que se comportan como
si fuera de hecho así” (Bauman: 2003, p. 39). La individualización, al igual
que en Beck (Beck y Beck-Gernsheim: 2003) y en Byung – Chul Han (2012,
2013 y 2014), opera por coacción, más que por elección. El sistema
educativo es el que funcionalmente cumple con el mandato de empujar
a los nuevos miembros de la sociedad a la individualización.

En el mundo actual, tanto en los países del norte como en el sur, la


sociedad empuja a sus miembros a la individualización. No solo el sistema
educativo, sino que todas las instituciones se orientan en ese sentido. “En
una sociedad de individuos —nuestra «sociedad individualizada»—, todos
estamos obligados a ser eso, individuos (y, de hecho, es algo en lo que
ponemos un gran esfuerzo y que ansiamos de verdad). Dado que ser un
individuo se traduce habitualmente por «ser distinto a los demás» y dado
que es a un «yo», a mí mismo, a quien se apela y de quien se espera que
destaque por separado y por su cuenta, la tarea se antoja
intrínsecamente autorreferencial” (Bauman: 2006, p. 29). Las instituciones
inducen a la individualización, pero la responsabilidad de hacerse
individuos recae en las personas. “La individualidad es una tarea que la
propia sociedad de individuos fija para sus miembros, pero en forma de
tarea individual, que, por consecuencia, ha de ser llevada a cabo

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individualmente (por individuos en uso de sus recursos individuales). Se
trata, sin embargo, de una tarea contradictoria y contraproducente: en
el fondo, imposible de realizar” (Ibíd., p. 31). En este contexto, “se
ensancha la brecha entre la individualidad como algo predestinado y la
individualidad como la capacidad práctica y realista de autoafirmarse”
(Bauman: 2003, p. 40). La individualización es un proceso cuya realización
recae en los propios individuos; pero la mayoría no lo logra y tiene que
cargar sobres sus hombros con la culpa de no haberlo logrado o de vivir
con importantes déficit de individuación. “La capacidad autoafirmativa
de los hombres y mujeres individualizados en general no alcanza los
requerimientos de una genuina autoconstitución” (Ibíd., p. 40). El
problema es que el individuo tiene que asumir la responsabilidad de los
resultados de un proceso de transformación social que se elude a sí
mismo y no se hace responsable de nada. “En tanto tarea, la
individualidad es el producto final de una transformación social
disfrazada de descubrimiento personal” (Bauman: 2006, p. 32). La
modernidad liquida, como dice Bauman, ofrece una “solución biográfica
a contradicciones sistémicas”, que son problemas estructurales que
requieren de otro tipo de soluciones. En un escenario así no sólo se tiende
a perpetuar estos problemas sino que las personas experimentan diversos
padecimientos psíquicos que los conducen a la depresión, los
desórdenes alimenticios, el estrés, la ansiedad, el uso de drogas, la
violencia, entre otros problemas de salud física y mental que se
encuentran muy extendidos en nuestra sociedad.

La inseguridad y la incertidumbre son dos dimensiones cruciales de la


existencia actual que, a escala global, vienen acompañados de una
mayor segregación espacial y exclusión social. “Los procesos
globalizadores incluyen un segregación, separación y marginación social
progresiva. Las tendencias neotribales y fundamentalistas, que reflejan y
articulan las vivencias de los beneficiarios de la globalización, son hijos
tan legítimos de ésta como la tan festejada ‘hibridación’ de la cultura
superior, es decir, la cultura de la cima globalizada” (Bauman: 2001, p. 9).
En el mundo actual, todos estamos en movimiento, ya sea por acción o
por omisión, aunque físicamente estemos en reposo. La inmovilidad no es
una opción realista en un mundo que está en permanente cambio. Todos
vivimos en movimiento, ya sea porque cambiamos de lugar o porque nos
movemos en el mundo a través de la red. “Uno no puede ‘quedarse
quieto’ en la arena movediza” (Ibíd., p. 104). La gente viaja, migra, se

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mueve por el mundo. Unos lo hacen como turistas. Otros como
vagabundos. “No hay turistas sin vagabundos y aquellos no pueden
desplazarse en libertad sin sujetar a éstos…” (Ibíd., p. 123). Los sueños y
deseos de los turistas tienen cono efecto colateral la transformación de
muchos más en vagabundos. “El vagabundo es el otro yo del turista”
(Ibíd., p. 123). La globalización impone una nueva dinámica a nivel
mundial que tiene al turista y al vagabundo como sus principales
protagonistas.

La otra cara de la globalización es la localización. “La globalización y la


localización pueden ser las dos caras inseparables de la misma medalla,
pero las dos partes de la población mundial viven en lados distintos y ven
solo un lado –así como vemos y observamos desde la Tierra un solo lado
de la Luna-. Los unos son los auténticos moradores del globo; los otros
están simplemente condenados a su puesto…” (Bauman, citado por
Beck: 1998b, p. 88). En este marco, asistimos a “una nueva polarización y
estratificación de la población mundial en ricos globalizados y pobres
localizados” (Ibíd., p. 88). El nexo global – local o “glocalización” genera
una nueva estratificación a nivel mundial. “La glocalización es,
fundamentalmente, un nuevo reparto de, a la vez, privilegios y ausencia
de derechos, riqueza y pobreza, posibilidades de triunfo y falta de
perspectivas, poder e impotencia, libertad y falta de libertad” (Ibíd., p.
88). En este escenario, “los centros de producción de significados y
valores son extraterritoriales, están emancipados de las restricciones
locales” (Bauman: 2001, p. 9). La elite global tiene la posibilidad de
moverse a voluntad por el mundo. Los guardianes del orden local, por el
contrario, subordinan sus intereses a los intereses translocales o
transnacionales. “La nueva elite global goza de una ventaja enorme
frente a los guardianes del orden: los órdenes son locales, mientras la élite
y la ley del mercado libre son translocales. Si lo encargados de un orden
local se vuelven demasiado entrometidos y molestos, siempre se puede
apelar a las leyes globales para cambiar los conceptos del orden y las
reglas del juego locales. Y, desde luego, si el ambiente en la localidad se
agita demasiado, siempre existe la opción de partir; la ‘globalidad’ de la
élite es movilidad, y ésta entraña la ventaja capacidad de escapar,
evadirse. No faltará un lugar donde los guardianes locales del orden
estén dispuestos a hacer la vista gorda ante una violación” (Ibíd., pp. 162
- 163). Este es el escenario en el que se desarrolla la vida de la mayoría
de los habitantes del planeta en el mundo actual.

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El análisis de Bauman no se limita al ámbito global y local, sino que
alcanza a la vida íntima de las personas. La modernidad líquida no solo
ha alterado la vida pública, sino que también ha transformado las
relaciones personales, la intimidad entre hombres y mujeres. En la
modernidad pesada prevalecían los lazos duraderos, reflejados en el
amor “hasta que la muerte nos separe”, la aceptación de “ser un rehén
del destino”, entre otras frases ampliamente difundidas en el imaginario
popular, que daban cuenta de los “compromisos sin retorno” en las
relaciones entre hombres y mujeres, que se vivían con resignación. El
amor, el deseo de procrear, de formar una familia junto a la pareja y los
hijos, eran los compañeros inseparables de la racionalidad del homo
faber en la modernidad pesada, lo que conducía a uniones duraderas,
que ese amor ayudaba a crear. Esta situación cambia radicalmente en
la modernidad líquida que, con el homo consumens, trae de la mano al
homo sexualis. “Las agonías actuales del homo sexualis son las mismas del
homo consumens. Nacieron juntas. Y si alguna vez desaparecen, lo harán
marchando codo a codo” (Bauman: 2005b: p. 71). El homo sexualis es el
“huérfano del eros”, que vive una vida plagada de angustias, que existe
en la sospecha de estar viviendo siempre en la mentira y el error, de que
algo no va bien en su vida, lo que lo lleva a romper el vínculo de pareja,
en la búsqueda de la “felicidad desconocida” y de una vida diferente a
la experimentada hasta entonces. “El homo sexualis está condenado a
permanecer en la incompletud y la insatisfacción, incluso a una edad en
la que en otros tiempos el fuego sexual se habría apagado rápidamente
pero que hoy es posible azuzar con la ayuda conjunta de milagrosos
regímenes para estar en forma y drogas maravillosas. Este viaje no tiene
fin, el itinerario es modificado en cada estación, y el destino final es una
incógnita a lo largo de todo el recorrido” (Ibíd., p. 79). El homo sexualis
vive en permanente movimiento, bajo el “efecto combinado de veneno
y antídoto”, que lo lleva a emprender nuevos “viajes de descubrimiento
y hallazgos ocasionales, salpicado de incontables traspiés” (Ibíd., p. 80).
En la modernidad líquida esta búsqueda se hace interminable y solo
concluye con el ocaso de la existencia.

La racionalidad liquida, a decir de Bauman, recomienda los “abrigos


livianos” y condena las “corazas de acero”. “La moderna razón líquida
ve opresión en los compromisos duraderos; los vínculos durables
despiertan su sospecha de una dependencia paralizante. Esa razón le

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niega sus derechos a las ataduras y los lazos, sean espaciales o
temporales. Para la moderna racionalidad liquida del consumo, no
existen ni necesidad ni uso que justifiquen su existencia. Las ataduras y los
lazos vuelven ‘impuras’ las relaciones humanas, tal y como sucedería con
cualquier acto de consumo que proporcione satisfacción instantánea así
como el vencimiento instantáneo del objeto consumido” (Ibíd., p. 70). En
el mundo actual prevalece el miedo a establecer relaciones duraderas,
más allá de las simples conexiones, de los contactos individuales. Todo
aquello que implique “ataduras” o un “compromiso a largo plazo” tiende
a ser rechazado. “El compromiso con otra persona u otras personas,
particularmente un compromiso incondicional, y más aún un compromiso
del tipo «hasta que la muerte nos separe», en las buenas y en las malas,
en la riqueza y en la pobreza, se parece cada vez más a una trampa que
debe evitarse a cualquier precio” (Ibíd., p. 120). Esta situación, además,
tiende a ser reforzada por la fragilidad de los vínculos laborales. La
presencia de hijos, en ocasiones, tiende a hacer más duraderas las
estructuras familiares; pero eso no cambia el hecho de que, en general,
las esperanza de vida de las familias sea mucha más corta que la
expectativa de vida individual de cualquiera de sus integrantes.

En este escenario, son varios los retos a los que tiene que hacer frente la
educación. La modernidad líquida pone a la educación ortodoxa en
desventaja frente a las nuevas generaciones. “En nuestros días, toda
demora, dilación o espera se ha transformado en un estigma de
inferioridad” (Bauman: 2007, p. 22). Y ese viene a ser el principal obstáculo
que tiene que afrontar la educación en el mundo actual. La educación
no puede renunciar a sus objetivos formativos, que necesariamente son
de largo plazo; pero, por otro lado, tiene que adaptarse a las condiciones
y responder a los retos que plantea la sociedad actual. En la modernidad
liquida, las posesiones duraderas, los productos que uno adquiere y ya no
reemplaza, que son concebidos para ser usados por única vez, han
perdido vigencia y no constituyen un activo importante, sino que, más
bien, se perciben como pasivos. Si antes eran “objeto de deseo”, ahora
son “objetos de resquemor”, que genera rechazo, incomodidad. En el
mundo actual, la solidez de las cosas, como ocurre con la solidez de los
vínculos, no es algo que se persiga o que se busque y, más bien, es
percibido como una amenaza y una carga que nadie quiere llevar. Y lo
mismo vale para el conocimiento y la educación.

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En la modernidad pesada el valor que se otorgaba al conocimiento y la
educación provenía de la vigencia que podían tener en el tiempo. “La
imagen del conocimiento reflejaba que el compromiso y la visión de la
educación eran una réplica de las tareas que ese compromiso fijó en la
agenda moderna. El conocimiento tenía valor puesto que se esperaba
que durara, así como la educación tenía valor en la medida en que
ofreciera conocimiento de valor duradero” (Ibíd., p. 26). El valor de la
educación, en este caso, dependía de los conocimientos duraderos que
adquirían los estudiantes en su proceso formativo. “La imagen del
conocimiento reflejaba que el compromiso y la visión de la educación
era una réplica de las tareas que ese compromiso fijó en la agenda
moderna. El conocimiento tenía valor puesto que se esperaba que
durara, así como la educación tenía valor en la media en que ofreciera
conocimientos de valor duradero. Ya fuera que se la juzgara como un
episodio aislado, o bien que se la considerara una empresa de toda una
vida, la educación debía encararse como la adquisición de un producto
que, como todas las demás posesiones, podía y debía atesorarse y
conservarse para siempre” (Ibíd., p. 26). En la medida en que los
conocimientos que los estudiantes adquirían en su proceso formativo
eran duraderos, la educación se legitimaba como un producto de largo
plazo que, además, era para toda la vida.

Esta situación cambia en la modernidad liquida, en la que el


conocimiento se hace efímero y se vuelve objeto de consumo que pierde
valor en cuanto se alcanza. “Los conocimientos listos para el uso
instantáneo e instantáneamente desechables de ese estilo que
prometen los programas de software –que aparecen y desaparecen de
las estanterías de las tiendas en una sucesión cada vez más acelerada-
resultan mucho más atractivos” (Ibíd., pp. 29 - 30). En el mundo actual, el
conocimiento es una mercancía y, como toda mercancía, su destino es
perder valor en el mercado de manera acelerada y ser reemplazado por
versiones nuevas y mejoradas que, igualmente, están destinadas a tener
una existencia efímera. A lo anterior, hay que agregar la “naturaleza
errática y esencialmente impredecible del cambio contemporáneo”. En
todas las épocas el conocimiento fue valorado por ser una
representación fiel de la realidad; pero eso cambia en un mundo en que
“el aprendizajes está condenado a ser una búsqueda interminable de
objetos siempre esquivos que, para colmo, tienen la desagradable y
enloquecedora costumbre de evaporarse o perder su brillo en el

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momento en que se alcanzan” (Ibíd., p. 33). Estos cambios tienen
importantes repercusiones para la educación. “En nuestro volátil mundo
de cambio instantáneo y errático, las costumbres establecidas, los
marcos cognitivos sólidos y las preferencias por los valores estables,
aquellos objetivos últimos de la educación ortodoxa, se convierten en
desventajas” (Ibíd., p. 37). En este escenario, la educación tiene que
reinventarse, sin renunciar a sus objetivos formativos, que necesariamente
son de largo plazo.

En el mundo actual, el principal problema a resolver es la relación que


existe entre conocimiento y educación. “La masa de conocimiento
acumulado ha llegado a ser el epítome contemporáneo del desorden y
el caos” (Bauman: 2007, p. 44). La parcelación del conocimiento, con
fines comerciales, viene a ser un problema para la educación, que no
puede basarse en este modelo. “En la masa, la parcela de
conocimientos recortada para el consumo y el uso personal solo puede
evaluarse por su cantidad; no hay ninguna posibilidad de comparar su
calidad con el resto de la masa. Una porción de información es igual a
otra” (Bauman: 2007, p. 45). El conocimiento efímero, parcelado, no solo
es de corta duración, sino que carece de calidad y no necesariamente
es representativo de la ciencia actual. El conocimiento al que alude
Bauman refiere principalmente a la ciencia aplicada, al conocimiento
tecnológico, y los usos que tiene en el mundo actual. Su modelo es la
informática (ciencia aplicada), no la cibernética (ciencia básica), menos
aún la cibernética de segundo orden que, por ejemplo, es el modelo que
siguen Luhmann, Morin y Maturana, en el marco de la teoría de sistemas.
El conocimiento actual, ciertamente, se renueva permanentemente,
pero se produce en el marco de programas y proyectos de investigación
de largo plazo que, además, integran diversas disciplinas. El paradigma
clásico de la ciencia operaba a través de disciplinas especializadas que
parcelaban el conocimiento. La ciencia actual, por el contrario, es
contraria a la parcelación del conocimiento y prioriza la investigación
interdisciplinaria y el dialogo entre diversas disciplinas científicas. Este es
el modelo que debe seguir la educación y que, lamentablemente, está
ausente de nuestras escuelas y del discurso pedagógico actual.

Otro aspecto que observa Bauman es el desplazamiento de la


enseñanza al aprendizaje que caracteriza a la educación actual. Este
desplazamiento, que se ha producido en las últimas décadas, inspirado

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en el constructivismo de Piaget, Vygotsky y otros, en su opinión, no ha
tenido el efecto esperado en los estudiantes, entre otras cosas, debido al
poco interés que tienen las nuevas generaciones de asumir compromisos
a largo plazo. En una larga entrevista que, hace algunos años, concedió
a Alba Porcheddu, Bauman reconoció que en la educación actual se
había hecho evidente el cambio de énfasis de la enseñanza al
aprendizaje; pero, seguidamente, manifestó que “cargar a los
estudiantes particulares la responsabilidad de determinar la trayectoria
de la enseñanza y el aprendizaje (y por ende, de sus consecuencias
pragmáticas) refleja la creciente falta de voluntad en los discípulos de
asumir los compromisos a largo plazo reduciendo así la ventaja de
opciones futuras y limitando el ámbito de acción. Otro efecto evidente
de las presiones desintitucionalizantes es la “privatización” y la
“individualización” de los procesos y de las situaciones de enseñanza y
aprendizaje, además la gradual e inexorable sustitución de la relación
ortodoxa profesor - estudiante por aquella proveedor-cliente, o por
aquella centro comercial - adquiriente” (Porcheddu: 2007, p. 11). Este es,
en opinión de este autor, el “contexto social en el que son obligados a
operar actualmente los educadores”. Por un lado, estudiantes que no se
encuentran motivados para aprender y, menos aún, para desarrollar
conocimientos duraderos en el largo plazo. Y, por otro, una escuela
sometida a presiones “privatizadoras” e “individualizadoras” que
desnaturalizan el vínculo docente – estudiante y lo subordinan a las
demandas del mercado.

En una conversación realizada con Riccardo Mazzeo, que dio origen al


libro “Sobre la educación en un mundo líquido”, Bauman señaló que
actualmente vivimos en “la primera generación de posguerra que se
enfrenta a la perspectiva de una movilidad descendiente” (Bauman:
2013, p. 76). Y eso es consecuencia de lo descolocada que está la
educación frente a los cambios que trae la modernidad líquida, lo que
afecta principalmente a las nuevas generaciones. “Nada los ha
preparado para los trabajos volátiles y el desempleo persistente, la
transitoriedad de las perspectivas y la perdurabilidad de los fracasos. Es
un nuevo mundo de proyectos que nacen muertos, de esperanzas
frustradas y de oportunidades que, debido a su ausencia, se hacen aún
más visibles” (Ibíd., p.77). Actualmente, vivimos en la época de los
“graduados sin empleo” y de los “graduados que tienen empleo muy por

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debajo de las expectativas generadas por sus títulos”, lo que constituye
un duro golpe para las nuevas generaciones.

En este contexto, son varios los retos que tiene que afrontar la educación.
“Por limitado que parezca el poder del sistema educativo actual –que se
halla él mismo sujeto, cada vez más, al juego del consumismo–, tiene aún
suficiente poder de transformación para que se pueda contar entre los
factores prometedores para esta revolución [cultural]” (Ibíd., pp. 49 - 50).
La educación tiene que adaptarse al mundo líquido moderno para
transformarlo desde dentro. “Aun debemos aprender el arte de vivir en
un mundo sobresaturado de información. Y también debemos aprender
el aún más difícil arte de preparar a las próximas generaciones para vivir
en semejante mundo” (Bauman: 2007, p. 46). El principal reto es lograr
una educación continua, que dure toda la vida, con estudiantes
motivados que asuman este reto como propio. “La educación y el
aprendizaje en el ambiente líquido-moderno, para ser útiles, deben ser
continuos y durar toda la vida. Ningún otro tipo de educación y/o
aprendizaje es concebible; la formación del propio yo, o de la
personalidad, es impensable de cualquier otro modo que no sea aquel
continuo y perpetuamente incompleto” (Porcheddu: 2007, p. 12). En el
mundo actual, el individuo no elige, sino que es empujado por la
individualización a vivir una existencia precaria. La educación tiene que
devolverles a las personas la oportunidad de elegir el tipo de vida que
desean llevar. “Necesitamos de una educación permanente para darnos
a nosotros mismos la posibilidad de elegir” (Ibíd., p. 16). Una educación
de este tipo, que esté al servicio de una autentica individuación de las
personas, requiere de una renovación profunda en el enfoque
pedagógico y las metodologías de trabajo, además de una posición
clara frete a la individualización y el consumismo, que son las principales
amenazas que tiene que hacer frente la escuela actual.

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