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LA INTERPRETACIÓN DE LA CONSTITUCIÓN EN EL MARCO

DE LA TEORÍA DE LA INTERPRETACIÓN: LA ESPECIFICIDAD


DE LA INTERPRETACIÓN CONSTITUCIONAL Y LA
JURISPRUDENCIA DE VALORES

Francisco Serra Giménez


Profesor de Derecho Constitucional en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de
la Universidad Complutense de Madrid

Resumen:
La implantación en la mayoría de los países europeos del sistema de justicia
constitucional ha llevado a que se prestara cada vez mayor atención a las cuestiones que
se derivan de la interpretación de la Constitución, aunque en muy pocas ocasiones se
han puesto en conexión con la teoría general de la interpretación jurídica. Después de la
II Guerra Mundial, sobre todo en Alemania, se desarrolló una teoría de la interpretación
constitucional centrada en la “jurisprudencia de valores”. En los años siguientes se han
planteado diferentes métodos de interpretación constitucional que amplían esa
perspectiva, pero la continua “reinterpretación” de la norma constitucional puede llevar
a poner en crisis el propio concepto de Constitución.

Palabras clave:
Concepto de Constitución. Crisis de la Constitución. Hermenéutica jurídica.
Interpretación constitucional. Interpretación jurídica. Jurisprudencia de valores.
Métodos de interpretación constitucional.

Sumario:
Introducción.- I: Los problemas de la interpretación. Interpretación y hermenéutica. II.-
La evolución de la teoría de la interpretación jurídica durante el siglo XIX y comienzos
del siglo XX. III.-La teoría de la interpretación después de la Segunda Guerra Mundial.
IV.- La teoría general de la interpretación y la interpretación de la Constitución. V.- Los
métodos de interpretación constitucional y la jurisprudencia de valores. VI.-
Jurisprudencia constitucional y crisis de la Constitución.

Introducción

La implantación en la mayoría de los países europeos del sistema de justicia


constitucional después de la II Guerra Mundial (aunque ya existieran precedentes en el
período de entreguerras) ha llevado a que se plantee la “interpretación de la
Constitución” como uno de los problemas fundamentales del Derecho Constitucional y
la Filosofía jurídica. Sin embargo, los análisis hasta ahora realizados, aunque en algunos
casos revisten gran interés, no alcanzan a poner por completo en conexión el problema
de la interpretación de la Constitución con la teoría general de la interpretación. Existen

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por una parte, trabajos muy rigurosos encaminados a desgranar los aspectos esenciales
de la interpretación jurídica y, por otra, estudios que examinan las características
específicas de la interpretación de la Constitución. En alguna medida, el hecho de que
en España la creación de un Tribunal Constitucional sea reciente (aunque exista el
precedente del Tribunal de Garantías Constitucionales en la II República), como una
forma de dotar de pleno sentido jurídico a la Constitución de 1978, ha ocasionado que
se haya dado por zanjada la polémica que, sobre todo en la República Federal alemana,
tuvo lugar en torno al alcance de la “interpretación de la Constitución”.
Otra de las vías seguidas para intentar profundizar en la cuestión ha consistido
en acudir a las experiencias que han tenido lugar en los Estados Unidos de América,
donde ya desde antiguo se ha contado con un sistema efectivo de control de
constitucionalidad (y de este modo han aparecido sugestivos trabajos en torno a las
diferentes posibilidades y planteamientos teóricos que existen sobre la forma de llevar a
cabo esa labor).
Con todo, la afirmación (generalmente aceptada) de que la interpretación de la
Constitución debe llevarse a cabo con arreglo a técnicas propias exigiría un
replanteamiento de los problemas generales que se derivan de la interpretación de las
normas jurídicas y ponerla en relación con los nuevos enfoques de las ciencias humanas.
No parece casual el hecho de que la “interpretación” se haya situado en primer término
en todos los ámbitos y que el “giro lingüístico” que ha afectado, entre otras disciplinas,
a la filosofía, también haya afectado a la “teoría jurídica”.
Una de las grandes corrientes de pensamiento del siglo XX ha sido la
hermenéutica y la traslación de las ideas de GADAMER, quizás su principal
representante, al ámbito de la interpretación jurídica ha llevado a hablar de una
“hermenéutica jurídica” e, incluso, de una “hermenéutica constitucional”. En cierta
medida, ello ya venía anunciado por la forma de concebir la interpretación este autor
que, en su texto fundamental (Verdad y método), hacía referencia explícita a la obra de
EMILIO BETTI y consideraba, además, a la hermenéutica jurídica como una de las
formas paradigmáticas de hermenéutica.
Sin embargo, la exigencia de un método específico de interpretación de la
Constitución debe situarse en un momento anterior, pues ya SMEND (en su revelador
libro Constitución y Derecho Constitucional) buscaba enlazar su forma diferente de
entender la Constitución con las ciencias del espíritu (en concreto, con la filosofía de T.
LITT). Lo que se desprendía del libro de SMEND era la exigencia de desarrollar una

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nueva forma de interpretar la Constitución, aunque la Constitución de Weimar no
contara con un sistema efectivo de control de constitucionalidad.
La polémica que tuvo lugar en aquellos años entre KELSEN y SCHMITT es
buena muestra de que esa pretensión aún no se había desenvuelto por completo. Tal vez
por esa razón fue después de la II Guerra Mundial cuando se planteó, con todas sus
consecuencias, el debate en torno a la “especificidad” de la interpretación constitucional
y quien defendió en ese momento la inexistencia de una metodología propia para
llevarla a cabo fue un discípulo de SCHMITT, FORSTHOFF, que también le había
seguido en su camino desesperado de fundamentación del “Estado total”. El propio
SCHMITT salió de su silencio en materias político-constitucionales para escribir uno de
sus trabajos más interesantes (y a la vez más polémicos), el consagrado a describir el
imperio actual de la “tiranía de los valores”.
El trasfondo que estaba en cuestión era el papel que los “valores” debían
desempeñar en la interpretación de la Ley Fundamental de Bonn: intentando evitar la
posibilidad de un “derrumbe” del sistema constitucional, como el que tuvo lugar en la
época de la República de Weimar, se había tomado como punto de partida la “dignidad
humana”. El problema de la “jurisprudencia de valores” se situó entonces en el centro
de la mayoría de los debates y fue objeto tanto de ensalzamiento como de airada crítica.
Esa polémica no surgió en el vacío y de ella pudieron extraerse consecuencias
concretas sobre la “forma” de entender la Constitución, aunque es cierto que siempre
han existido cuestiones no resueltas.
De modo paradójico, la interpretación jurídica se volvió hacia el problema de los
“valores” cuando la ética se había dirigido ya hacia otros terrenos y las más importantes
obras de la teoría ética de la segunda mitad del siglo XX se centraron esencialmente en
los problemas del “uso” del lenguaje. La propia interpretación de la Constitución no ha
sido ajena a esas preocupaciones por el lenguaje.
Además, se plantea el problema de establecer en qué medida la existencia de
esos sistemas de control de constitucionalidad coincide con una cierta “crisis de la
Constitución” y si puede incluso llegar a profundizarla, al llevar a una desfiguración de
su sentido original. Ya hace tiempo que se ha señalado la posibilidad de que, si no se
realiza una constante actualización del texto constitucional por medio de la
interpretación, puede llegarse a una “petrificación” del texto original, pero también que
si se intenta llevar esta adecuación a sus últimas consecuencia se puede desvirtuar su
significado, por lo que el “activismo judicial” siempre ha sido observado con cautela.

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No en vano el libro de WOLFE sobre la interpretación de la Constitución
norteamericana se titula La transformación de la interpretación constitucional y
pretende descubrir en la evolución de la labor del Tribunal Supremo norteamericano los
diferentes momentos que se pueden establecer en su actuación.
En este trabajo apenas van a aparecer referencias al sistema norteamericano de
control de constitucionalidad, porque presenta características propias y, en general, está
muy alejado del sistema europeo, a pesar de que su existencia, ya consolidada, haya
podido inspirar la implantación en Europa de los Tribunales Constitucionales. La propia
teoría de la interpretación en el mundo anglosajón es muy diferente y puntos de vista
como el defendido por DWORKIN, afirmando la existencia de una única solución
posible para la resolución de un caso (incluso alguno de los llamados “casos difíciles”),
que ha de ser descubierta, recurriendo, si es necesario, a todo el ordenamiento, no
pueden encontrar acomodo en la forma de entender el Derecho propia de los Estados de
la Europa continental.
El propio realismo jurídico, a pesar de que algunas de sus ideas puedan
aproximarse a las defendidas por la Escuela del Derecho libre, es difícilmente aplicable
en la cultura de los Códigos, que está construida sobre el “imperio de la ley” (que sigue
siendo el punto de partida, aunque se constate la “crisis” de la propia ley). Quizás solo
la idea de HART de que el Derecho tiene una “textura abierta” (y que existen “zonas de
penumbra” en las que es difícil determinar la solución aplicable a un caso concreto)
tiene más fácil traslación al sistema jurídico continental; ello puede deberse a la
influencia de KELSEN, defensor, por otra parte, de una teoría de la interpretación que
considera la norma como un “marco abierto” que admite varias posibilidades de
aplicación (y que se aproxima, en esta cuestión concreta, a la Escuela del Derecho libre
y, tal vez por esa razón, no ha tenido muchos seguidores). KELSEN ha sido el autor
más influyente en la teoría del Derecho del siglo XX, al intentar establecer un estudio
“científico” del Derecho, alejado de concepciones políticas, pero en su teoría de la
interpretación, como afirma SCHILD, desarrolla la “jurisprudencia” más política de
todas.
La cuestión que se plantea, en último término, es la del “futuro de la
Constitución” y se ha señalado, en reiteradas ocasiones, que el problema del concepto
de Constitución y el de la interpretación constitucional son “problemas relacionados,
pero diferentes”. Lo que sucede es que, en último extremo, la cuestión de la
interpretación constitucional puede poner en “crisis” el propio concepto de Constitución

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y lo que se debate entonces es en qué medida, en un mundo sometido a fuerzas y
poderes transnacionales, la Constitución sigue teniendo sentido o no es más que una
fórmula que sobrevive, como una coartada, como una “ficción”, lejos de aquellos
supuestos para los que fue concebida (como se plantea en un trabajo del autor publicado
hace apenas unos meses y que lleva por título: “La Constitución como ficción y la
imaginación constitucional”).

I.- Los problemas de la interpretación. Interpretación y hermenéutica

El siglo XX ha venido marcado por el redescubrimiento en las ciencias humanas


(y, en cierta media, también en las ciencias sociales) de los problemas del lenguaje. El
“giro lingüístico”, lo que FERRATER MORA llamó el “cambio de marcha” en la
filosofía, ha llegado a convertirse en un referente esencial en todos los ámbitos del
conocimiento. Ese “giro” hacia los problemas del lenguaje no sólo tiene que ver con el
desarrollo de la “filosofía analítica”, a partir de las ideas derivadas de la segunda etapa
de la filosofía de WITTGENSTEIN, sino también de una filosofía, la hermenéutica, que
se ha desarrollado sobre todo en Alemania (aunque cuente con importantes cultivadores
en Francia, como PAUL RICOEUR) por un filósofo (GADAMER) que, reconociendo
de modo explícito su relación con HEIDEGGER, entronca con la tradición de las
ciencias del espíritu desarrolladas en Alemania desde finales del siglo XIX.
El propio GADAMER ha reconocido la poca atención que se ha prestado al
hecho de que la hermenéutica actual tuvo sus orígenes en la obra de
SCHLEIERMACHER y fue luego desarrollada por DILTHEY (autor también de un
importante y extenso trabajo sobre SCHLEIERMACHER). En la obra de éste último, la
hermenéutica alcanzará su conformación moderna, pero no hay que olvidar que, en sus
primeros momentos, estaba relacionada con el análisis de los textos bíblicos; desde el
punto de vista del Derecho, no deja de ser interesante señalar esta conexión, en la
medida en que los juristas, con mucha frecuencia, han desempeñado su labor siguiendo
métodos que guardan un estrecho paralelismo con las formas de lectura de los textos
sagrados.
Al fin y al cabo, la gran escuela que surge en Francia al hilo de la aprobación del
Código civil francés fue denominada “Escuela de la Exégesis” y también hunde sus
raíces en una consideración cuasi “sagrada” del texto, que encarnaba de manera perfecta

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aquel jurista que afirmaba, sin rubor, que él no conocía el Derecho Civil, sino el Código
de Napoleón.
El paralelismo entre las categorías jurídicas y las categorías teológicas ha sido
puesto de relieve de forma reiterada y la construcción del Estado-persona tiene una
conocida raíz teológica, sin que haga falta acudir a los conocidos trabajos de KELSEN o
SCHMITT que, desde supuestos radicalmente diferentes, han hecho mención expresa a
ese origen teológico de las categorías jurídicas.
La evolución de la Escuela de la Exégesis supuso que su forma de estudio del
texto de la ley fuera cada vez más complejo y el “culto a la ley” pudo abrirse a la
consideración también del espíritu, para, en un momento posterior, recibir su ataque
definitivo en la decisiva obra de GÉNY.
La hermenéutica suponía, en principio, algo diferente, aunque GADAMER
siempre puso de relieve el carácter paradigmático de la interpretación jurídica y destacó
la importancia de la monumental empresa que pretendió llevar a cabo EMILIO BETTI,
desenvolviendo una “teoría general de la interpretación” (que ha quedado con el hálito
que solo poseen las obras inacabadas).
La hermenéutica en el sentido moderno se desligó con SCHLEIERMACHER de
la dogmática y condujo a intentar una fundamentación del carácter científico de la
teología, aunque en el trasfondo de su teoría no estaba solo ese interés teológico, sino la
idea (propia del romanticismo) de la fe en la conversación como fuente de verdad, no
dogmática. A partir de ahí, en DILTHEY se convirtió en la base para la refundación
sistemática de las ciencias del espíritu.
Respecto de la hermenéutica jurídica, señala GADAMER, cómo nada más pudo
desempeñar una pobre función dentro de la dogmática, aunque serviría para colmar el
hiato existente entre la generalidad del Derecho establecido y la concreción del caso
individual. En el momento de la recepción del Derecho Romano se planteó la cuestión
de la interpretación comprensiva en relación con el problema de la aplicación: “No solo
había que entender a los juristas romanos, sino también aplicar la dogmática del
Derecho Romano” al mundo cultural de entonces.
Con la creación de las codificaciones modernas la tarea capital clásica, la
interpretación del Derecho Romano, perdió interés a nivel práctico y se convirtió en un
eslabón de una problemática de historia del Derecho, ya que la hermenéutica jurídica
quedó asignada, como disciplina subsidiaria de la dogmática de nuevo estilo, a la
periferia de la jurisprudencia. Sin embargo, permanecía como un problema fundamental

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el de la concreción del Derecho y, por eso, por instructiva que puedan ser
hermenéuticamente la ilustración histórica sobre las circunstancias y las consideraciones
del legislador antes o en la promulgación del texto legal, la ratio legis no se diluye en
ellas y es una instancia hermenéutica imprescindible para cualquier jurisprudencia. Es el
carácter propio del Derecho, la necesidad de “interpretación” para su aplicación, el que
lleva a que esa hermenéutica jurídica se considere como un elemento imprescindible.

II.- La evolución de la teoría de la interpretación jurídica durante el siglo XIX y


comienzos del XX

La teoría de la interpretación se ha desarrollado a partir sobre todo de las


categorías del Derecho Privado. Es una circunstancia comúnmente reconocida que la
dogmática jurídica, que se desarrolla a partir de SAVIGNY, se construye desde la
reestructuración del Derecho Privado; la reelaboración de esas categorías por parte de la
escuela alemana de Derecho Público (en la obra de GERBER, LABAND y JELLINEK)
no supuso más que la traslación a un ámbito diferente de construcciones que habían
alcanzado su conformación en el Derecho Privado. En el siglo XIX la interpretación de
la Constitución no planteaba los mismos problemas que se desarrollarían a partir de la
existencia de Constituciones normativas, cuando se pone de relieve la posibilidad de
que sea preciso un “método” específico para llevar a cabo esa labor.
La teoría de la interpretación tomaba como modelo el examen de los diferentes
elementos de la interpretación que SAVIGNY desarrollara al redactar su gigantesca
obra, Sistema de Derecho Romano actual. El punto de partida de su estudio se
encontraba en la idea de que “la interpretación es un arte” y su enseñanza puede
facilitarse mediante los magníficos ejemplos de la época antigua y moderna. Pero lo que
constataba SAVIGNY es que la hasta entonces llamada teoría de la interpretación era
mucho más defectuosa y el empeño al que se dirigía era el de construir verdaderamente
esa teoría.
La actividad de la interpretación, para SAVIGNY, puede ser determinada como
“la reconstrucción del pensamiento ínsito de la ley”, pero lo característico de la
interpretación de las leyes frente a cualquier otro pensamiento expresado precisa, para
ser advertido, de descomponer sus elementos: gramatical (tiene por objeto la palabra,
que constituye el medio para que el pensamiento del legislador se comunique con el

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nuestro y necesita, por tanto, “de la exposición de las leyes lingüísticas aplicadas por el
legislador”); lógico (tiende hacia la estructuración del pensamiento, es decir, hacia la
relación lógica en la que se hallan sus diversas partes); histórico (tiene por objeto la
situación de la regulación jurídica regulada por las reglas jurídicas en el momento de la
promulgación de la ley); sistemático, por último, que se refiere a la conexión interna que
enlaza a todas las instituciones y reglas jurídicas dentro de una unidad.
Esta construcción de SAVIGNY de los “elementos de la interpretación” es una
reformulación de lo que ya planteara en su Metodología jurídica y se ha convertido en
el eje de la teoría más extendida de la interpretación. Sin embargo, ya desde mediados
del siglo XIX, uno de los herederos de la Escuela Histórica y, probablemente, el más
perfecto representante de la “jurisprudencia de conceptos”, “en broma y en serio”,
IHERING, puso en cuestión los supuestos metodológicos de la Escuela y, abandonando
“el cielo de los conceptos jurídicos”, intentó devolver el Derecho a la realidad. De los
dos elementos que SAVIGNY intentaba conjugar, la historia y el sistema, la Escuela se
había orientado hacia el “sistema”, hacia la elaboración de un entramado lógico por el
que se desplegaba la “pirámide de los conceptos”.
Pero lo que pretendía ahora IHERING era socavar los cimientos de la pirámide y
en su primera gran obra, El espíritu del Derecho Romano, se apreciaban ya las
indecisiones y cavilaciones que fueron ganando terreno en su espíritu; si en el tomo
primero y en el tercero se articulaban las formas más perfectas de la “teoría de la
construcción jurídica”, en el cuarto tomo ya se avanzaba lo que pasó a ser su
preocupación fundamental: el Derecho no es una idea lógica, sino una “idea de
experiencia” y por ello esa gran construcción debía permanecer inacabada.
IHERING emprendería entonces la redacción de una obra que fuera acorde con
su nueva orientación (y que también quedó sin terminar): El fin en el Derecho, donde el
Derecho ya era observado como una idea de fin, como una idea de lucha y pocas obras
hay quizás más hermosas que La lucha por el derecho, en la que las figuras de aquellos
que “luchan” por su derecho quedan realzadas (Michael Kohlhaas o el judío Shylock),
porque solo quien lucha por su derecho es merecedor de la libertad.
A raíz de la obra del segundo IHERING se desarrollará una jurisprudencia
finalista, que acabará cobrando reconocimiento en todas las teorías de la interpretación
posteriores. Eso no supondrá necesariamente que queden eliminados los “elementos”
que estableciera SAVIGNY, sino solo que deben ser complementados por el análisis de
la “finalidad” de las leyes.

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Señalaba ESSER que no era causalidad que el único jurista continental que había
despertado interés en los países anglosajones durante la segunda mitad del siglo XIX
fuera precisamente IHERING, ya que su forma de entender el derecho lo acercaba a las
consideraciones mucho más “prácticas” que son propias de los autores de esos países.
ALEJANDRO NIETO ha utilizado la teoría de los paradigmas de KUHN para
intentar una reelaboración de los modelos de entender la figura del juez y es a juristas
como IHERING o GÉNY a los que parece tomar como eje, como autores de los que
habría que arrancar para reelaborar la historia del pensamiento jurídico y esa nueva
consideración del Derecho que, en la práctica, ya habría tenido lugar, aunque aún falta
que se asuma en la teoría, que “se tome conciencia para convertirla en realidad”.
La senda iniciada por IHERING (y el juez FRANK puso de relieve su similitud
con algunas de las afirmaciones del juez HOLMES) fue transitada por muchos autores:
la “jurisprudencia de intereses” pretendía indagar más allá de una consideración
puramente “formal”, descubriendo cuáles eran los intereses subyacentes a las normas.
Algunos autores llegaron más lejos y la Escuela del Derecho libre ensanchó quizás en
exceso el papel del juez.
Uno de los más hermosos textos nunca escritos sobre el papel del jurista es el
que con seudónimo publicara un juvenil HERMANN KANTOROWICZ. Al iniciar el
escrito que, de manera significativa, lleva por título “La lucha por la ciencia del
Derecho”, nos presenta el autor el modelo actual del jurista: un hombre rodeado de
libros y sobre todo de un Código, que es casi entendido como un “libro sagrado”. Lo
que pretende KANTOROWICZ es volver a entroncar el Derecho con la vida, partiendo
de la idea de que los Códigos han quedado muy alejados de la realidad y que es preciso
que se vuelva a producir el engarce con lo real.
Naturalmente, las consecuencias de llevar al extremo las ideas de la Escuela del
Derecho libre pueden ser peligrosas y autores no sospechosos de apología del logicismo
como F. NEUMANN pusieron de relieve que el vaciamiento de categorías clásicas
(como “la ley”), a resultas de las modernas teorías, podía conllevar manifiesto peligro,
pero pocos escritos como el de KANTOROWICZ han destacado la insuficiencia del
puro formalismo en el estudio y, sobre todo, en la aplicación del Derecho.

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III.- La teoría de la interpretación después de la Segunda Guerra Mundial

El derrumbe del nacionalsocialismo y su secuela de muerte y destrucción tuvo


consecuencias inmediatas en la forma de entender el Derecho y los procedimientos
adecuados para llevarlo a la práctica. Uno de los máximos defensores del “relativismo”
axiológico, RADBRUCH, ya desde los primeros momentos en que se emprendió la
“refundación” de Alemania, tomó partido decidido por la idea de que era necesaria una
nueva concepción del Derecho, que entroncara con cierta idea de justicia, que en la
época de desarrollo del positivismo jurídico, durante el siglo XIX y comienzos del siglo
XX, parecía haberse perdido. La pretensión de que el jurista, “como el soldado”, debía
guardar silencio ante planteamientos extremadamente positivistas, ahora empezará a
resquebrajarse. El resultado de esta evolución, en la obra del propio RADBRUCH, será
evidente: hay una idea del Derecho por encima de las leyes y hay leyes que, pese a su
“forma” (el procedimiento por el que son aprobadas), no constituyen auténtico Derecho,
hay leyes que no son Derecho y un Derecho por encima de las leyes. En la escueta
mención de estos elementos condensará RADBRUCH su formulación: puede
haber”arbitrariedad legal” y hay también un “Derecho supralegal”.
Pero si esta hubiera sido solo una polémica doctrinal apenas habría tenido
trascendencia. El giro hacia el Derecho natural, concretado ahora en la doctrina de la
“naturaleza de la cosa”, no fue solo el resultado de la mala conciencia de los profesores,
sino que afectó de forma especial a los jueces. La época del nacionalsocialismo había
forjado un tipo de juez que se consideraba “al servicio del pueblo alemán”, cuya misión
era intentar “comprender” en qué forma el Führer interpretaba los dictados de la
“comunidad popular”. Ese modelo de juez no había surgido de las directrices de la
nueva política, pues ya bajo la República de Weimar los jueces se habían caracterizado
por su modo desigual de tratar la delincuencia política, como señalara NEUMANN en
Behemoth, su temprano análisis del nazismo. El juez, en la época de la dictadura, solo
necesitaba explicitar algunos de esos supuestos implícitos para convertirse en un “juez
político”.
Después de Auschwitz, por utilizar la expresión de ADORNO para caracterizar
la situación alemana de la posguerra, se requería una nueva “teoría de la interpretación”,
que vino otra vez de la mano de un cierto Derecho natural: la jurisprudencia del
Tribunal Supremo Federal se adhirió a la concepción teológico-católica del Derecho
natural. La cuestión de si una norma es o no Derecho fue contestada según el que fuese

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o no conforme a la ordenación de la creación. Esta postura, sin embargo, fue corregida
por el Tribunal Constitucional Federal, que puso término a muchas de las consecuencias
a que había llevado esa determinada forma de entender un cierto Derecho natural.
El recurso a elementos correctores del Derecho positivo se hará desde supuestos
diferentes, desde la apelación a la “existencia” de “principios” y la idea de que existe un
“orden de valores”, que convierte al “Estado formal de Derecho” en un “Estado material
de Derecho”. El punto de partida de esa “superación” del positivismo lo constituía la
“desvalorización” de la ley, que en tiempos pudo ser considerada como expresión de la
“voluntad general”, pero que cada vez más se convertía en las complejas sociedades
actuales “en un simple medio técnico de la organización burocrática”. La consecuencia
es que el sustrato mismo de la construcción positivista se había resquebrajado y para la
simple labor de integración de las leyes en el marco del sistema general del
ordenamiento se exigía “una apelación constante a los principios generales del
Derecho”.
Resulta un hecho curioso que el “camino a los principios” fuera dirigido, entre
otros, por algunos de los más fieles servidores del régimen anterior. LARENZ, por otra
parte uno de los grandes juristas del siglo XX, había escrito lamentables afirmaciones
sobre el Derecho como “expresión de la raza”, pero ahora, en un contexto histórico
distinto, se volvió hacia “los principios del Derecho justo” y los intentos de
fundamentar una “ética jurídica”. La referencia a los “principios” era en ese momento
obligada y algunas de las más importantes obras de esa segunda posguerra exploraron
su alcance: la obra de ESSER constituye una de las contribuciones esenciales al
“retorno” de los principios.
No fue ese el único camino emprendido. También se produjo una recuperación
de forma paralela, no del todo coincidente, de la manera de entender el papel de la
jurisprudencia, aunque tenía el importante punto de conexión que supone la búsqueda
de una consideración no estrictamente “positivista” de la ciencia. El libro de VIEHWEG
(Tópica y jurisprudencia) recuperaba el saber jurídico como saber “tópico”,
“problemático”, que intentaba bucear en los problemas más allá de las estrictas reglas
tradicionales. El propio VIEHWEG hacía referencia a un libro anterior de ESSER, en el
que este destacaba que “los conceptos que en apariencia son de pura técnica jurídica o
simples partes del edificio de la jurisprudencia, solo cobran su verdadero sentido desde
la cuestión de la justicia”. Lo que proponía VIEHWEG era una concepción más
“dinámica” de la jurisprudencia, capaz de afrontar los problemas por encima de las

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diferentes reglas técnicas (demasiado apegada a la lógica formal) a las que se recurre
habitualmente: “si la jurisprudencia concibe su tarea como una búsqueda de lo justo
dentro de una inabarcable plétora de situaciones, tiene que conservar una amplia
posibilidad de tomar posición respecto a la aporía fundamental, esto es, de ser móvil”.
La primacía del problema influye sobre la técnica a adoptar. Las consecuencias de este
“giro” se plasman en un renovado interés por la situación discursiva, pues en el discurso
“se halla la sede de la invención”, allí se lleva a cabo “la creación que permanentemente
procura producir un soporte social”.

IV.- La teoría general de la interpretación y la interpretación de la Constitución

La segunda posguerra mundial trajo otra importante novedad que habría de


afectar notablemente a la forma de entender los sistemas jurídicos, en la medida en que
la idea de KELSEN de crear un Tribunal especializado, un Tribunal Constitucional
encargado, entre otras posibles funciones, de examinar la constitucionalidad de las
demás normas del ordenamiento, se extiende ahora a la mayoría de los países europeos.
La interpretación de la Constitución se convierte en “problema” y lo primero que habrá
que señalar es que es, en primer término, “interpretación jurídica”, por mucho que
cuente con características propias. En segundo lugar, esa interpretación es interpretación
“jurisdiccional” de la Constitución, llevada a cabo por los Tribunales, aunque cualquier
otro sujeto, público o privado, pueda argumentar sus decisiones y opiniones jurídicas a
partir de la Constitución. Además, la interpretación de la Constitución presupone que se
hace referencia a un tipo determinado de Constitución, la del Estado constitucional-
democrático.
La interpretación de la Constitución, en consecuencia, debe ser entendida en
relación con las reglas generales de la interpretación jurídica y, en cuanto tal, debiera
partir de la necesidad de descubrir el sentido de la norma; en el momento actual, se
piensa que todas las normas precisan de cierta “interpretación” y que el principio clásico
que sostenía que en algunos casos, cuando la norma estaba clara, no era precisa la
interpretación, hoy carece de sentido. Pero en la labor de interpretación pueden
señalarse dos objetivos distintos, que tienen que ver con dos concepciones diferentes:
para la teoría objetiva, la norma es un “mandato del ordenamiento” que, una vez
promulgada, adquiere vida propia y se separa del legislador, tratando de encontrar la

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“voluntad de la ley”, su lugar dentro del sistema jurídico; en el momento actual, sin
embargo, la teoría subjetiva encuentra poco acomodo, dado que el juez es independiente
del legislador y las normas deben aplicarse en contextos diferentes a los que operaron en
el momento de su creación.
En el ordenamiento jurídico español el artículo 3 del Código Civil establece
diferentes criterios hermenéuticos que debieran tomarse en consideración al interpretar
todas las normas del Derecho español, con las obvias peculiaridades propias de cada
rama del sistema jurídico: “las normas se interpretarán según el sentido propio de las
palabras, en relación con el contexto, los antecedentes históricos y legislativos, y la
realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas, atendiendo fundamentalmente al
espíritu y finalidad de aquellas”.
Al llevar a cabo la interpretación de una norma jurídica tan peculiar como es la
Constitución, habrá que introducir algunas modulaciones en relación con lo establecido
por el Código Civil, teniendo en cuenta además que, aunque no se haya modificado ese
precepto, debe entenderse de manera distinta a partir de la propia existencia del texto
constitucional.
En primer lugar, habrá que considerar la forma en que se hace uso de los
criterios tradicionales (alguno de los cuales revestirá menos importancia, como los
antecedentes históricos o legislativos –aunque en ocasiones se deba acudir a los debates
parlamentarios para entender el “sentido” de los preceptos constitucionales-), la
finalidad -dado el carácter abstracto e incluso equívoco de algunos de los preceptos- o la
referencia a la realidad social.
Pero el problema realmente significativo que se plantea es el de la “función” que
desempeña la actividad de interpretación de la Constitución y que no puede ser más que
la “concretización” de la Constitución, integrarla, poniendo el precepto adecuado al
caso en relación con los demás, sobre todo con los más relevantes de la institución a que
se refieran, entendiéndolos a la luz de los principios generales del ordenamiento y sobre
todo de los propios de la institución o rama del ordenamiento del que formen parte.
Para determinar la forma en que se puede llevar a cabo esa “concretización” hay
dos posturas fundamentales: la primera, es la que entiende que la interpretación de la
Constitución debe seguir las pautas tradicionales de la interpretación, en la medida en
que la Constitución sigue siendo una “ley” y que la interpretación de cualquier norma
(también de la Constitución) no es más que un proceso de subsunción. De lo contrario,
se caería en una politización de la actividad jurisdiccional y en un “Estado de jueces”.

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La segunda considera que la especificidad de la interpretación de la Constitución se
encuentra en la “concretización de valores”.
Esta polémica, que ahora ha vuelto, en menor medida, a plantearse en España. ya
se produjo en Alemania a raíz de la interpretación de la Ley Fundamental de Bonn y
enfrentó a FORSTHOFF con la mayoría de los demás autores, que optaron por una
forma de entender la interpretación de la Constitución como “concretización de
valores”.

V.- Los métodos de interpretación constitucional y la jurisprudencia de valores

En un célebre trabajo (“Los métodos de la interpretación constitucional.


Inventario y crítica”), BÖCKENFÖRDE ha abordado la difícil cuestión de intentar
examinar las diferentes posturas existentes en Alemania ante el problema de la
interpretación constitucional. El punto de partida lo constituye la constatación de que
“no se ha consolidado hasta el momento el método de interpretación constitucional”.
Este autor distingue cuatro posturas diferentes, que serían las siguientes:
(a) El método hermenéutico-clásico, defendido sobre todo por
FORSTHOFF y que entiende que la Constitución ha de ser interpretada conforme a los
mismos métodos que una ley y que, en consecuencia, debe de llevarse a cabo de
acuerdo con las reglas de la hermenéutica jurídica clásica, que tendría su máximo
exponente en SAVIGNY. Pero, señala BÖCKENFÖRDE, esta equiparación entre ley y
Constitución no es más que una “ficción”, pues cada ley singular se integra en un
conjunto de regulaciones ya existentes, en un ordenamiento jurídico en el que cada
nueva ley es de modo continuado determinada “materialmente”; por el contrario, la
Constitución es “fragmentaria y fraccionada”, muchas veces simples principios que
deben ser complementados y concretados, para ser realizables; también es un
ordenamiento-marco, que fija solo condiciones y reglas para la acción y, a diferencia de
la ley, no se integra en un conjunto, sino que se yergue “para sí y necesariamente sola”.
Además, las reglas de SAVIGNY se crearon para la interpretación de normas de
Derecho privado, sin que se planteara su traslación al Derecho del Estado. La única
solución posible, para BÖCKENFÖRDE, sería construir una teoría de la Constitución
ajustada a la aplicación de las reglas hermenéuticas-clásicas, “una teoría que sea
accesible, por un lado, al desarrollo hacia un sistema constitucional, y que por otro lado

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pueda también pretender la obligatoriedad más allá de la consideración o la
precomprensión subjetiva de la interpretación”.
(b) El método tópico orientado al problema parecería, como ha señalado
SCHEUNER, la específica hermenéutica jurídico-constitucional, en la medida en que el
carácter fragmentario e indeterminado de la Constitución convertiría a este método
tópico en el más adecuado. Sin embargo, desde este punto de vista, las decisiones
fundamentales y los principios de la Constitución, los bienes jurídicos protegidos por
ella y los principios rectores establecidos, no tienen ya el carácter de normas o
principios normativos, sino que en vez de eso se convierten en materia jurídico-
constitucional y con ello en simples puntos de vista de interpretación, cuya relevancia se
determina según su adecuación (en última instancia solo determinable por el intérprete)
al problema o al caso. Para garantizarse la coherencia de la interpretación en este
planteamiento sería necesario garantizar la precomprensión: la precomprensión del
problema y la precomprensión de la Constitución. BÖCKENFÖRDE critica también de
forma explícita la teoría de EHMKE, que presupone como elemento determinante el
consenso de los participantes (“el consenso de todos los pensantes racionales y justos,
para lo que cuenta en primer lugar con los teóricos del Derecho (¡) y jueces; luego, la
entera comunidad”). También KRIELE, para BÖCKENFÖRDE, se mueve dentro de
esta tendencia, aunque intenta evitar la indeterminación del método tópico en la
interpretación de la Constitución, partiendo de la obligatoriedad de las resoluciones
tomadas por el constituyente y reconociendo la presunta vinculación de los precedentes
y, por otra parte, extrayendo del margen de argumentación jurídico-política y jurídico-
constitucional que resta una determinada estructura de ponderación jurídico-racional,
pero seguiría moviéndose en ese mismo mundo de indeterminación del pensamiento
“problemático”. El problema de fondo de este método tópico, al ser aplicado a la
Constitución, deriva en último extremo de su carácter de indeterminación y en su
otorgamiento de primacía al caso sobre la norma. La Constitución, desde este punto de
vista, se convierte en un “recipiente abierto”, en el que (en consonancia con el
correspondiente consenso-precomprensión) pueden confluir muchas y heterogéneas
interpretaciones.
Un intento de democratización de este método sería el llevado a cabo por
HÄBERLE, que extiende la participación en la interpretación de la Constitución a todos
los ciudadanos y grupos y convierte a la Constitución misma en un “proceso público”,
en el que se explicita la búsqueda de un consenso (que, si no quiere dejarse en manos de

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una élite profesional de jueces y teóricos del Derecho, deberá ser un proceso en primer
término político, cuyos titulares son las fuerzas de hecho pública y políticamente
relevantes): “el Tribunal Constitucional se convierte en la instancia de la sanción y
legitimación de esa mutación constitucional que se efectúa conforme al correspondiente
consenso político”.
(c).- El método orientado a las ciencias de la realidad, tendría su origen
en la obra de SMEND y defendería que el sentido y la realidad de la Constitución, no el
texto literal y la abstracción dogmática es lo que ha de constituir el fundamento y
criterio de su interpretación. Lo esencial de esta teoría es la consideración de la función
integradora de la Constitución, comprendida como proceso continuo, “en permanente
reproducción”, como proceso de estabilización para la erección y renovación del
Estado. Para BÖCKENFÖRDE este no es más que un método de interpretación
“sociológica”, que se mueve en el campo de la indeterminación, en la medida en que “el
proceso de realización de la Constitución” (que siempre muestra quiebras frente al
contenido originario normativo) y la función de la Constitución en la realidad social y
política se convierten en el parámetro para la determinación del contenido de la
Constitución misma.
(d).- El método hermenéutico-concretizador de HESSE partiría, para
BÖCKENFÖRDE, de que los problemas de interpretación solo aparecen donde la
Constitución no contiene contenidos claros, donde ella misma aún no ha decidido. La
concretización se realizará fundamentalmente por medio del proceso tópico-orientado al
problema, pero siempre con el “límite” que supone la vinculación al texto de la norma.
Pero para BÖCKENFÖRDE el método de HESSE no aporta soluciones claras, en la
medida en que el problema de la interpretación de la Constitución deriva de la
multiplicidad, indeterminación y fragmentación de la “literalidad” de las normas
constitucionales. F. MÜLLER pretendería también analizar el proceso de concretización
y estructurarlo en relación con su vinculación normativa, pues la norma constitucional
solo se presentaría como “núcleo objetivamente circunscribible de una disposición
normativa” y para resultar aplicable deberá ser, previamente, concretizada, es decir,
predeterminada en una norma de decisión. En el procedimiento de concretización,
norma y circunstancias relevantes de la norma se forman mutua y recíprocamente y
entre los elementos de concretización se intenta establecer una jerarquía o, en su caso,
una preferencia. Con todo, el resultado al que se llega también desde esta perspectiva es

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que una de las muchas soluciones posibles (que está cubierta por la Constitución), pese
a no estar prescrita forzosamente solo ella, “no obstante, es erigida en la adecuada”.
La crítica de BÖCKENFÖRDE a los diferentes métodos de interpretación
constitucional señala algunos de los problemas más importantes que se han planteado en
relación con esta cuestión, pero a la hora de intentar formular sus propias propuestas, el
autor es mucho más inconsistente: en relación con la interpretación de la Constitución
debería existir una determinada “teoría de la Constitución constitucionalmente
adecuada”, que tomaría su punto de partida de la Constitución misma, de sus decisiones
y principios fundamentales, pero la forma en que esta pudiera desarrollarse apenas
queda esbozado: atenerse al carácter normativamente vinculante de la Constitución,
pretender que la Constitución se limite a ser mero”ordenamiento-marco” para el proceso
político de decisión y de creación jurídica, delimitar la función de la jurisdicción
constitucional en la competencia atribuida y su inserción en el orden de competencias
articuladas de poderes de la Constitución… Todos ellos serían los rasgos básicos de esa
“teoría”, pero parece que poco pueden ayudar al problema “real” de la interpretación de
la Constitución, pues no suministra criterios definidos sobre el proceso de interpretación
constitucional.
Mayor interés reviste el establecimiento por K. HESSE de determinados
principios de interpretación constitucional (y que han tenido gran influencia en nuestra
cultura jurídica):
(a) El principio de unidad de la Constitución: la norma no debe ser
contemplada de forma aislada, sino siempre en el conjunto en el que
debe ser situada, de tal forma que todas las normas constitucionales
sean interpretadas evitando contradicciones entre ellas.
(b) El principio de concordancia práctica, que supone que los bienes
constitucionalmente protegidos deben ser coordinados de tal modo
que en la solución del problema todos ellos conserven su entidad.
(c) El principio de corrección funcional, de tal forma que si la
Constitución regula de una determinada manera el cometido
respectivo de los agentes de las funciones estatales, el órgano de
interpretación debe mantenerse en el marco de las funciones a él
encomendadas.
(d) El criterio de eficacia integradora de la relevancia de los puntos de
vista elaborados: si la Constitución se propone la creación y

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mantenimiento de la unidad política ello exige otorgar preferencia en
la solución de los problemas jurídico-constitucionales a aquellos
puntos de vista que ayuden a las normas de la Constitución a obtener
la máxima eficacia bajo las circunstancias de cada caso.

SCHNEIDER ha propuesto la utilización de un método jurídico-funcional en la


interpretación de la Constitución que, señala, tendría la ventaja de que pretende obtener
directamente de su objeto: de la estructura y función del Derecho Constitucional
material aplicable en cada caso, criterios racionales para saber si hay que intensificar o
reducir en el supuesto concreto los controles de la jurisdicción constitucional frente al
legislador o los tribunales ordinarios.
Pero el problema de fondo que subyace a estas diferentes caracterizaciones de
los “métodos” adecuados a la interpretación de la Constitución es el de cómo debe
concebirse la Constitución y las dos principales posturas que parecen enfrentarse tienen
una idea común: la idea de la concepción democrática. A partir de ahí se desplegarían
dos direcciones: la que la entiende como una norma “abierta”, capaz de asegurar todas
las alternativas y la que la entiende como un orden material de valores (libertad,
igualdad, dignidad de la persona), que debe ser garantizado. Este sería una especie de
“nuevo iusnaturalismo constitucional”, que se habría manifestado en la doctrina
norteamericana en la tesis de la concepción “valorativa” de la Constitución y en la
doctrina alemana (y en la jurisprudencia constitucional) a través de la idea de la más
fuerte pretensión de validez de los derechos fundamentales como “valores jurídicos
supraordenados”. Lo más corriente, señala el profesor ARAGÓN (en su libro
Constitución y control del poder), será que se circunscriba en esa jurisprudencia el
orden de valores a los derechos fundamentales o, todo lo más, a estos y a las decisiones
básicas conformadoras de la forma de Estado.
Frente a esa concepción sustancialista de la democracia se desarrollará una idea
“procedimental” defendida sobre todo por HÄBERLE y ELY. Desde este punto de
vista, se trataría de abandonar los valores materiales y sustituirlos por los valores
procedimentales, únicos que garantizan (a juicio de estos autores) una auténtica
democracia. HÄBERLE acepta como punto de partida el concepto de “sociedad abierta”
de POPPER y concibe la Constitución no tanto como un sistema de valores sustantivos
como de cláusulas procedimentales que garantizan el libre juego democrático.

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La extensión de la “jurisprudencia de valores” también a los “valores
procedimentales” puede llevar en la práctica a privarla de sentido. Cuando LARENZ
situaba a COING en el origen de una jurisprudencia de valoración, que ya no deriva de
la jurisprudencia de intereses, era a partir de la idea de que en el enlace entre supuesto
de hecho y consecuencia jurídica se halla una valoración, que realiza el que establece la
norma jurídica: el legislador, el juez.
La aplicación del Derecho no consistirá simplemente en un proceso de
subsunción, sino en un proceso de actuación de la voluntad dirigida a fines, en el cual
juegan un papel fundamental las valoraciones extraídas de la ley. En consonancia con
ello, la misión de la jurisprudencia consistiría en elaborar el contenido racional de los
valores que sirven de base a la ley, en un método que COING denominaría crítico-
valorativo. Al buscar un orden de valores positivizado, continúa LARENZ, el jurista
alemán de hoy piensa en primer lugar en la Ley Fundamental y aquí, a su vez, en la
parte de derechos fundamentales. El Tribunal Constitucional habría declarado que la
Ley Fundamental ha establecido un orden objetivo de valores que sirve como “decisión
jurídico-constitucional fundamental” para todos los ámbitos del Derecho. Sin embargo,
LARENZ (pese a rechazar los que considera infundados temores de FORSTHOFF a
una “disolución” de la Constitución) pone en duda, en último término, que esa
metodología sea realmente adecuada para la interpretación de la Constitución, ya que la
Ley Fundamental (y, sobre todo, la parte relativa a los derechos fundamentales) está
utilizando con frecuencia conceptos que precisan ser llenados de contenido y pautas
éticas, como la dignidad del hombre. Las circunstancias concretas pueden llegar a hacer
pensar que muchas de sus resoluciones están solo motivadas políticamente, pero
debería, concluye, permanecer hasta donde fuera posible en el terreno de la
argumentación puramente jurídica y por supuesto no abusar de ella para ocultar motivos
políticos, cuando estos han sido decisivos.
Si el concepto de “valor” se extiende a los procedimientos formales (valores
formales), valores “materiales”, “valores normativos”, “valores objetivos” y “valores
sociales”, como dice PAWLOWSKI, jurisprudencia de valores se convierte en sinónimo
de toda forma de entender la ciencia jurídica que no se corresponda con la estricta
derivación lógico-formal. FALZEA, al estudiar las principales concepciones del
Derecho, distingue entre las concepciones del valor jurídico como valor ideal (que
comprende al isunaturalismo y al iusformalismo) y las concepciones del valor jurídico
como valor real (subjetivo, que caracteriza al voluntarismo) u objetivo (que comprende

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al historicismo, el sociologismo y una jurisprudencia de intereses, que hace nacer casi
en los orígenes del mundo moderno). Desde esta perspectiva, jurisprudencia de valores
deja de ser una expresión significativa para convertirse, casi sin más, en equivalente a
“jurisprudencia”.
Pero, en realidad, la teoría de los valores tiene una significación diferente en la
interpretación de la Constitución. BALDASSARRE ha distinguido en el horizonte
actual tres formas diferentes de entender esta teoría de los valores constitucionales en el
origen de la Teoría de la Constitución:
(1) Una primera, sería la que se remonta a finales de los años veinte y
tendría como principal valedor a SMEND, que entiende ya la
Constitución como un proceso cultural de formación y desarrollo de
valores entendidos como factores de integración de una comunidad (y
en particular de esa comunidad nacional, que es el Estado), pero que
nada tiene que ver con una comprensión de la Constitución como
tabla normativa de valores fundamentales.
(2) Una segunda, introduciría la dimensión de los valores en el ámbito de
una aproximación institucionalista al Derecho. Sería la defendida por
HÄBERLE, para el que los valores son entidades culturales de
naturaleza objetiva que representan el centro de unificación de los
derechos y deberes, de la elección subjetiva y de los límites
normativos.
(3) Una tercera teoría, sería la que defiende la Constitución como una
tabla de valores, pero lo es, en tanto que expresión de un universo
cultural que se superpone a la Constitución, y que de algún modo
representa algo metaconstitucional, más sólido y más radicado en la
comunidad que las normas de la Constitución escrita en sí mismas
consideradas. De este modo, ordenar los valores constitucionales se
resume en una operación determinable por jueces y juristas según
paradigmas culturales que, siendo aplicables al conjunto de valores
expresado en la Constitución, conduce a una jerarquía comprensiva o
a una escala general de valores que, en abstracto, pueden resultar
asumibles como resolutorios de los conflictos que pueden ir
surgiendo.

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VI.- Jurisdicción constitucional y crisis de la Constitución

El momento en el que se produce la creación de los Tribunales Constitucionales


es, de modo paradójico, después de la II Guerra Mundial, cuando ya ha tenido lugar la
“crisis” del concepto de Constitución. En una situación dramática de crisis de la
democracia se propugna la instauración de un sistema de control de constitucionalidad
por parte de un tribunal especializado. En un trabajo con el mismo título que este
capítulo final, el profesor PEDRO DE VEGA ponía de relieve las circunstancias que
llevaron a la creación de la justicia constitucional, coincidiendo con el momento en que
se producía una “crisis” del concepto de Constitución: una crisis que era jurídica,
política e ideológica. Los Tribunales Constitucionales, como defensores de la
Constitución, intentaron de alguna forma hacer frente a esa situación aunque, al mismo
tiempo, también contribuyeron a agudizarla, pues la justicia constitucional aparece bajo
la dialéctica contradictoria de ser a la vez una institución corrosiva y constructora,
crítica y salvadora. La justicia constitucional asume la defensa de los valores supremos
contenidos en las Constituciones, pero eso no quiere decir, en ninguna manera, que sea
ella la encargada de crearlos. En consecuencia, concluye el profesor PEDRO DE
VEGA, solo tiene sentido hablar de justicia constitucional en aquellos países y en
aquellas situaciones donde la Constitución, aparte de ser un texto escrito, es ante todo
una vivencia colectiva, donde las contradicciones e incoherencias de la Constitución
formal tiene una vía de solución por la existencia de una Constitución material.
Al término de este trabajo podemos ver cómo se ha configurado una teoría de la
interpretación constitucional que, asentada sobre las reglas de la teoría de la
interpretación clásica, asume peculiaridades muy importantes. La propia evolución de la
teoría de la interpretación llevó a la configuración de una “jurisprudencia de valores”,
que entendía que el papel del intérprete de las normas era muy diferente de aquel que se
configuró en la teoría clásica. Sin embargo, en relación con la interpretación de la
Constitución el papel del Tribunal Constitucional, el “supremo intérprete de la
Constitución”, no es por completo equiparable, ya que las Constituciones son normas
muy singulares, fragmentarias y compuestas por un tipo de preceptos abiertos,
difícilmente determinables, que exigen un procedimiento especial para su
“concretización”. Con todo, la importancia de los Tribunales Constitucionales (con ese
carácter ambivalente, a la vez destructor y redentor) no lleva a pensar que puedan crear
los valores contenidos en la Constitución, sino defenderlos, convertirlos en elementos

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que transformen a la Constitución no en un mero texto escrito, sino en una realidad
vivida.
Pero la interpretación de la Constitución también puede ser, en muchas
ocasiones, una vía utilizada para privar de sentido a los valores y principios contenidos
en el texto constitucional y los Tribunales Constitucionales, hoy existentes en la
mayoría de los Estados, solo en pequeña medida se ajustan a la finalidad con que fueron
creados e incluso en ocasiones actúan con criterios escasamente jurídicos. La idea de
que lleven a cabo una eficaz “defensa” de la Constitución no puede ser considerada más
que de modo crítico y se ha convertido en una más de las “ficciones” que caracterizan la
vida jurídica y política actual, como ya ha señalado el autor de estas líneas en un trabajo
publicado en 2011 (“Las transformaciones del Derecho en el capitalismo actual”) y, con
más detalle, en el libro El Derecho en la época constitucional, Madrid, Dykinson, 2013.

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