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TRABAJO EN GRUPOS
-Dejamos unas ideas para el coordinador, para que pueda armar su propia reflexión
El pasaje de Getsemaní es uno de los pasajes más intensos sobre la naturaleza de la relación
entre el Padre y el Hijo; y si nos habla del Padre y el Hijo, necesariamente nos habla de
nuestra relación con ellos. Nos habla de nosotros mismos. Es uno de los relatos donde la
figura de Jesucristo se hace muy cercana a la propia realidad humana. Me atrevo a decir
que es el momento en el que podemos percibir de una manera clara, casi tangible, la
humanidad de Jesucristo; verdadero Dios y verdadero hombre.
Getsemaní nos habla de la oscuridad del alma cuando enfrenta la prueba, lo incierto.
Cuando la fe se pone a prueba y las fuerzas flaquean. Getsemaní es el pasaje que nos
recuerda que el mismo Dios vivió en carne propia esas experiencias que nosotros a veces
creemos no podría entender porque Dios es ¡Dios! y no hombre. Si solo nos detuviéramos a
reflexionar lo que Getsemaní le dice a nuestra propia fragilidad, no solo entenderemos un
poco más de nosotros mismos, sino también de la grandeza del amor de Dios por nosotros
(si quieres profundizar sobre este tema, te queremos invitar a hacer click aquí). Una
grandeza que quiso acercarse a los más pequeños, y amarnos hasta dar la última gota no
solo de sangre sino de dolor y oscuridad. Jesús hasta en esa hora tan amarga nos abre una
luz para poder ir entendiendo mejor nuestra fragilidad y la necesidad honda de permanecer
a Su lado.
1. La tristeza y la angustia: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí
y velad conmigo» (Mateo 26, 37). Cuando atravesamos eventos en los que pareciera que el
corazón se nos parte, cuando la angustia se apodera de nosotros y no vemos la salida, el
recuerdo de un Jesús, quebrado hasta el punto de morir, no solo podría significarnos un
consuelo, sino ayudarnos a entender que ese sufrimiento que atravesamos por enfrentar lo
inenfrentable es natural al hombre. Esa fragilidad de sentirse no solo indefenso sino
también incapaz y que empuja a levantar los ojos al cielo y pedir por misericordia.
3. La rebeldía frente a la voluntad del Padre: «Padre mío, si es posible, que pase de
mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú» (Mateo 26, 36-39). Jesús,
que amorosamente siempre aceptó la voluntad del Padre llega al punto de rebelarse contra
ella, de no querer hacerla, agacha la cabeza y es honesto con su Padre. ¡Es honesto! «Padre
no quiero hacerlo», «Dios mío, por favor no», «No te lleves a mi hija», «Ahora no, Dios
mío», «Apiádate de mí, Señor». Así nosotros también nos rebelamos a la voluntad del Padre
al punto de reclamarle: «¿Por qué, Señor?, ¡por qué!». El Padre escucha, incluso cuando
pareciera que no. Así como no le retiró el cáliz a su Hijo, pero le envió un ángel para
consolarlo y luego le dio la gloria de la Resurrección, así con la misma ternura nos envía su
consuelo, a través del otro, a través de una mirada, un abrazo, de una compañía silente y
nos recuerda que la vida que viene es eterna.
5. El peso del propio pecado y la culpa: «Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una
hora?» (Marcos 14, 37). Simón, duerme, mientras su mejor amigo lo necesita. ¿Duermes tú
también? La culpa de despertar sabiéndote débil, incapaz de ser recíproco con ese amor
tan grande que te han dado y que aún te dan. Ese pesar que quieres tapar con excusas, que
quisieras borrar, deshacer y reescribir la historia. Simón nos lo recuerda. Pedro lo ama, pero
es incapaz de retornar en la misma magnitud un amor tan grande y el maestro entiende.
¿Entiendes tú también?