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LA PISCINA DE TUS
SUEÑOS
¡ Finanzas no aptas para daltónicos !
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Un refrescante chapuzón
en las cuentas financieras,
para aquellos que sueñan
con encontrarlas
lógicas y emocionantes.
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© 2010, Ignacio Pradera.
http://www.lapiscinadetussueños.es
A mis particulares Prudencio y Angustias,
a mis queridas Fe, Esperanza y Caridad,
a los valiosos Scarlett y Justo,
to Many People!
y, por supuesto, a Bárbara,
mi mejor socia y con la que comparto
mis tres principales activos.
Epílogo
La fiesta de puertas abiertas .................................................................... 327
Angustias Idar ......................................................................................... 333
Prudencio Igap......................................................................................... 339
Introducción
Las cuentas financieras no son lo más importante que hay en esta vida, pero
sí útiles herramientas que nos ayudan a gestionarla mejor, a sacarle un mayor
partido. Las Finanzas utilizan números para hablar de dinero y de periodos de
tiempo. Por eso, suelen ser consideradas aburridas por todas las personas a
las que no nos apasiona operar con números ni hablar demasiado de dinero.
Cuando me aproximé por primera vez a las finanzas, lo hice con la
misma prevención y con los mismos prejuicios que tenemos la mayoría.
Estaba convencido de que se trataba de algo complejo y especializado; de
cuyo conocimiento se podía prescindir, basándome en la creencia de que era
suficiente con que se encargaran de ello los “fríos y calculadores”
profesionales del departamento administrativo-financiero. Posteriormente,
me demostraron que el área financiera no podía ser considerada como una
insensible zona estanca, aislada del resto. No tardé en descubrir que las
finanzas se integran —formando un todo único— con el resto de las unidades
funcionales de la organización. Asimismo, fui evidenciando que esa misma
realidad está presente en la totalidad de los proyectos —tanto empresariales
como personales— que emprendemos. Me di cuenta de que la cuantificación
monetaria de lo que tenemos y de lo que hacemos es una parte indivisible de
nuestras vidas. Consecuentemente, incorporar sencillas rutinas de análisis
financiero en nuestros hábitos cotidianos nos puede ayudar a sentirnos más
seguros y, consecuentemente, a ser más felices.
La oportunidad que me ha dado la vida de ejercer como médico y como
directivo me ha permitido descubrir muchas analogías entre la actividad
médica y la gestión empresarial. Las organizaciones son como los pacientes
crónicos: siempre tienen algún dolor o queja, alguna disfunción o algún área
susceptible de mejora. Lo que hacen los médicos generales con este tipo de
pacientes es visitarlos con una frecuencia programada. Les solicitan análisis y
otras pruebas diagnósticas que les ayudan a ajustar las dosis de los
medicamentos que les prescriben. Durante el curso de su seguimiento
periódico, si ven que el paciente precisa la actuación de un especialista, le
recomiendan que lo visite. El médico generalista gestiona la salud integral de
sus pacientes, sin perder la visión global o de conjunto.
La toma de decisiones empresarial exige al gestor que sepa interpretar
adecuadamente los análisis y las pruebas de diagnóstico que el sistema de
información de su organización genera. Este conocimiento no sólo le permite
ajustar correctamente la dosis de las medidas que pone en marcha, sino
también evaluar y cuantificar el resultado de las mismas. También le permite
identificar el momento en el que debe consultar un tema complejo al
especialista adecuado. Las Cuentas Financieras son imprescindibles
herramientas de diagnóstico del estado de salud de las organizaciones. Por
consiguiente, hay que estar familiarizado con ellas para poder gestionar
eficazmente cualquier actividad, incluso aquellas que no tienen ánimo de
lucro. No estamos diciendo que sea necesario tener un conocimiento muy
especializado —algo que sí debe reservarse para los profesionales del
departamento financiero—, sino únicamente de saber interpretar los estados
financieros básicos con naturalidad y lógica.
La buena noticia es que llegar a sentirse cómodo delante de los
informes financieros básicos es más fácil de lo que parece. Yo era el primero
que escuchaba este tipo de afirmaciones con escepticismo, pero la
experiencia me ha demostrado que son ciertas. Los múltiples términos
técnicos que utilizan los contables y financieros —muchos de ellos de
significado engañoso—, el miedo a los números o la falta de un modelo
conceptual simple suelen ser las causas por las que se acaba teniendo la falsa
creencia de que se trata de algo inasequible y aburrido. El único requisito
para convertir algo hostil y antipático en algo amigable y útil, es conseguir
exponerlas de manera sencilla, divertida y con razonamientos de “sentido
común”. No se trata de aprenderse los conceptos y los términos técnicos de
memoria, sino de aplicar razonamientos deductivos lógicos que nos permitan
ir integrándolos de forma natural.
Las cosas aparentemente difíciles se convierten en juegos de niños, si
averiguas los pequeños trucos. La dificultad radica en cómo descubrirlos o en
encontrar a las personas que te los revelan. Por ello, estoy enormemente
agradecido a todos “los magos” que me han ido explicando “los trucos” que
utilizan cotidianamente para hacer su trabajo mejor y su vida más sencilla.
Cuando llegas a “hacerte amigo” de la cuentas financieras y, de esta forma,
recibes útiles consejos de ellas, te das cuenta de que te ayudan mucho a
conseguir tus objetivos, tanto empresariales como personales. Cuando
adquieres la capacidad de interpretarlas sin esfuerzo, te resulta mucho más
sencillo conseguir que los recursos disponibles se traduzcan en creación de
valor y en generadores de felicidad. Una buena gestión financiera, por tanto,
puede ayudarnos a cumplir con la responsabilidad social que todos tenemos.
De todas formas, tampoco las Finanzas son lo único. No cabe duda de
que la valoración periódica del Balance y de la Cuenta de Resultados por
parte del manager, debe ser complementada por la interpretación de otras
pruebas de diagnóstico empresarial —de naturaleza no financiera— que el
buen gestor debe saber solicitar y analizar a tiempo. Además, por muy
sofisticado y preciso que sea el sistema de información de una organización,
jamás podrá sustituir al contacto directo y habitual con la realidad que se
quiere analizar y sobre la que se precisa tomar decisiones. Aislarse en un
despacho, desconectado de lo que sucede en el exterior, pensando que el
análisis de números y de informes es suficiente, suele conducir a
conclusiones erróneas y a medidas equivocadas.
Además, no hay que perder nunca de vista que el análisis y la
interpretación de los números no son el fin, sino únicamente el medio. Hay
que aspirar a añadir algo de poesía a la fría prosa financiera, si queremos
conseguir que nuestro trabajo se convierta en algo más satisfactorio y
emocionante. El artista no puede pintar cuadros sin haber conseguido el
dominio de los aspectos más técnicos previamente, pero, una vez ha
adquirido esas habilidades, siempre debe aspirar a añadir algo de emoción a
los aspectos más racionales de sus obras. La técnica del análisis de las
cuentas financiaras debe complementarse con el arte de aplicar políticas
adecuadas para conseguir que dichas cuentas reflejen realidades
empresariales y personales cada vez mejores. De hecho, es esa permanente
búsqueda del difícil equilibrio entre razón y emoción, entre técnica y arte,
entre prosa y poesía, entre eficiencia y equidad la que debe enmarcar —y
también diferenciar— cualquier actividad humana.
Utilizando un estilo narrativo, se describe un modelo conceptual
didáctico, amigable y de “sentido común” —salpicado con pequeños trucos
nemotécnicos— que permite no sólo comprender las finanzas básicas de una
forma amena y divertida, sino también retener en la memoria los
conocimientos adquiridos. La repetición intencionada de los conceptos clave
y los resúmenes pretenden la memorización de todo lo que se expone, sin
necesidad de relecturas. Le propongo que acompañe a los personajes por un
entretenido camino que debe conducirle a conseguir este doble objetivo de
comprensión fácil y de retención duradera de los conocimientos básicos.
Durante el recorrido, la descripción de los aspectos más técnicos se integra —
formando un todo único— con la exposición de lo que les va ocurriendo a los
protagonistas de este relato novelado. El proceso de aprendizaje de cómo
interpretar las cuentas financieras y otros informes que proporcionan los
sistemas de información se mezcla y se relaciona con el resto de
acontecimientos de la vida de los personajes, de manera análoga a como nos
ocurre en nuestra vida real… ¡o en nuestros sueños! Observará cómo las
diferentes piezas de conocimiento las van encajando, paso a paso, en un
sencillo y colorido puzzle de una forma lógica, ¡pero también emocionante!
Deseo de corazón que el tiempo invertido en la lectura del libro le
termine proporcionando una altísima rentabilidad económica, ¡pero también
personal! Todas sus opiniones, sugerencias y críticas serán bienvenidas en la
dirección de correo electrónico ignacio@pradera.net.
Lunes 20 de mayo de 2010
Justo Igap
— Buenas tardes. Mi nombre es Justo Igap, y tengo una cita programada con
el señor Green a las cuatro —le digo a una de las dos mujeres que están
manteniendo una divertida conversación tras el mostrador, al que llego tras
cruzar una amplia y luminosa recepción.
— ¡Buenas tardes! —me responde la más joven de las dos, con una
amplia y bonita sonrisa—. ¿El apellido es…? —me pregunta, mientras se
inclina hacia delante y dirige su mirada hacia la pantalla del ordenador.
— Igap —le repito mi primer apellido justo antes de deletrearlo
utilizando el alfabeto de los aviadores: India, Golf, Alfa y Papa.
— No lo encuentro —me dice, mientras consulta la agenda—. ¡Hay
tantas citas en esta pantalla! ¿Qué día es hoy? —me pregunta segundos
después, demostrando muy poca profesionalidad—. ¿Estamos en mayo?
— ¡Así es! Hoy es lunes 20 de mayo —le respondo sorprendido.
— ¡Qué tonta: estoy mirando la agenda de otro día! —exclama,
mientras mueve el ratón del ordenador—. ¡Ahora sí! Aquí veo tu nombre,
efectivamente —me dice sonriendo, a la vez que hace girar su silla levemente
de lado a lado, con coquetería—. Su despacho está en la planta 3.
Tengo que hacer un verdadero esfuerzo para no desviar mi mirada de
sus ojos y dirigirla a su llamativo escote, el cual exhibe con un cierto descaro.
Se trata de una chica muy guapa con unos espectaculares ojos azules y un
cuidado cuerpo de modelo. Habla con un ligero acento extranjero, casi
imperceptible, que le aporta un atractivo adicional. La verdad es que su cara
me suena mucho, pero, por más que lo intento, ¡no consigo saber de qué!
Quizás la he visto en algún anuncio o en alguna revista de moda de esas que
compran mis hermanas y que, por eso, suelo ver por casa.
— Conociendo lo programado y ordenado que es nuestro jefe, el señor
Green —continúa ella—, debe estar esperándote. ¿Quieres que te acompañe?
Calculo que debe tener la misma edad que mis hermanas mayores, mes
arriba o abajo. Ellas cumplirán veinticinco años esta misma semana. No sé
muy bien si por esa razón o por las costumbres de su país de origen, me tutea.
Dudo si hacer lo mismo, pero, teniendo en mente los siempre acertados
consejos de mi padre, me decido por la opción más prudente:
— No es necesario que se moleste, gracias. Puedo subir solo, si es tan
amable de indicarme el camino —le contesto, sin poder impedir ponerme
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rojo como un tomate y lamentando, una vez más, las grandes limitaciones
que me genera mi maldita timidez.
— ¡Como quieras, tesoro! —exclama muy efusivamente—. Puedes ver
el ascensor desde aquí —añade, mientras lo señala con su dedo y clava su
mirada en mis ojos—. Está allí: justo en el vértice del fondo. El ascensor te
llevará a la última planta, la tercera, donde encontrarás al señor Green
esperando tu llegada. Ahora mismo le aviso de que subes.
— Muchas gracias —le digo, deseando que acabe de darme
instrucciones y que deje de seguir percibiendo lo sonrojado que estoy.
— Recuerda, ¡guapísimo! —me dice, disfrutando de la situación—, la
tercera planta. Ni la uno, ni la dos: ¡la tres! Si se lo dices a SIBI, él te
informará y te guiará hasta donde quieres llegar. Y por cierto, durante el
recorrido podrás observar que la planta 1 ¡tiene el mismo color que tu cara!
— Lo tengo claro, gracias —le digo asintiendo con la cabeza y
fingiendo serenidad, pero sin poder evitar que mis cuerdas vocales me
traicionen, emitiendo un sonoro gallo, que provoca la risa de las dos.
Decido darme la vuelta para dirigirme al ascensor. En ese mismo
momento, escucho como la chica rubia, con la que he estado manteniendo
esta incómoda conversación, le cuchichea a la mujer morena:
— ¡¿Has visto, Irene, qué guapo y qué alto es este chico?! Me recuerda
mucho a Paul Newman de joven, aunque su estatura es mayor.
Sonrío ruborizado y perplejo a la vez; permanezco de espaldas a ellas,
sintiéndome incapaz de darme la vuelta. ¡Me noto como paralizado! La
verdad es que no me cuadra que una persona del nivel y de la reputación del
señor Green confíe la recepción de su empresa en unas personas que
muestran una actitud tan poco formal. El hecho de que me haya llamado
tesoro, sin conocerme de nada, lo encuentro muy inadecuado. Me pregunto
acerca del tipo de política de recursos humanos que deben tener en esta
empresa. No sé si se tratará de algo anecdótico y excepcional, pero me temo
que, como esto siga así, quizás tenga que darle la razón a mi madre. Ella es
muy crítica con el estilo de vida y la forma de ser del amigo de mi padre, y
con el tipo de mujeres con las que le ha gustado relacionarse desde joven. De
todas formas, y como todo el mundo sabe, no es sencillo librarse de los
habituales reproches de mi madre. Parece ser que el hombre con el que estoy
citado hoy me visitó en la clínica tras mi cirugía de apendicitis, pero la
verdad es que no lo recuerdo bien. Quizás sea normal: además de que vino
mucha gente a verme, ¡yo tan sólo tenía 10 años!
— ¡Hasta luego, Justo! ¡Qué vaya todo bien! —me desean las dos al
unísono, interrumpiendo bruscamente mis pensamientos.
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Fortunato Green
— Planta 3, la isla del tesoro —me repite el humanoide, tras unos segundos.
La puerta sigue sin abrirse, por lo que interpreto que se trata, asimismo,
del acceso al interior de la planta y que, por tanto, se requiere que la orden de
apertura sea dada desde el otro lado. Cuando me dispongo a buscar la forma
de notificar mi llegada, las dos enormes hojas de vidrio que forman la puerta
corredera se desplazan lateralmente, invitándome a salir del interior del
ascensor. En ese momento, aparece un hombre que, sin ningún género de
dudas, se trata de la persona con la que estoy citado. Su apariencia física es,
exactamente, ¡tal como me la habían descrito!
— ¡Buenas tardes, Justo! —me dice. Soy Fortunato Green. Llegas a la
hora exacta. Celebro esta puntualidad.
— Buenas tardes, señor Green —le respondo, manteniéndome a la
espera de que me tienda su mano y notando “mariposas en el estómago”, con
una sensación a caballo entre el temor y el respeto.
Me encuentro frente a un hombre que ronda los cincuenta años y que
tiene un aspecto realmente especial. Si tuviera que describir su aspecto físico,
con lo primero que pasa por mi cabeza, diría que se trata de una extraña
mezcla entre ¡el detective Sherlock Holmes y el artista Salvador Dalí!
Noto como sus ojos, increíblemente abiertos y de un color marrón claro
—casi miel—, se me clavan con una mirada aguda y penetrante. Percibo que
su vista me recorre, como si me estuviera haciendo un rápido escáner
corporal y cerebral para emitir, posteriormente, un rápido y preciso informe
diagnóstico. Estando frente a él, la vista se me desvía hacia unas llamativas
gafas de sol, con una montura multicolor, que lleva colocadas sobre la cabeza
a modo de diadema. También veo un auricular inalámbrico, en su oreja
derecha, parecido a los pinganillos que utilizan los locutores de televisión.
Tiene un pelo castaño oscuro sin una sola cana, pero con marcadas entradas
laterales. Un peculiar bigote de extremos arqueados hacia arriba, bajo una
fina nariz aguileña, y una sonrisa irónica de pícaro seductor son otras
facciones destacadas de su cara.
Se trata de un tipo con una altura cercana al metro ochenta y que
conserva una complexión fuerte y atlética. Juega con una pipa apagada y
lleva puesta una bata blanca que no sé decir si es más propia de un médico o
de un pintor. Una llamativa corbata verde, con un gran nudo, hace juego con
una camisa de rayas del mismo color, ¡y con su apellido! No cabe duda de
que me encuentro, tal como me lo describió mi padre, ante una persona
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tengo ahora. Me pronosticó que usted me explicaría las cosas de una forma
tan sencilla y creativa, que me quedaría asombrado. Dice que no conoce a
nadie con su habilidad para transformar una cosa compleja y aburrida en algo
simple y divertido, ¡en algo lógico y emocionante!
— ¡Caramba, qué bien suena todo esto que dice tu padre acerca de mí!
—exclama, confirmando que le encanta ver satisfecha su vanidad.
— Él repite con frecuencia que usted actúa como si fuera un detective
con capacidad para resolver casos complejos utilizando la lógica deductiva,
pero que, además, lo hace con un arte especial que lo diferencia de los demás.
Dice que su capacidad para combinar técnica y arte, buscando un equilibrio
adecuado en las proporciones, constituye la clave diferencial de su trabajo.
— ¡Qué espectacular es lo de tu padre! —exclama riendo el señor
Green, mostrando una perfecta dentadura, cuyo color blanco intenso destaca
en una cara con la piel muy bronceada—. Tu padre sí que es una persona
verdaderamente equilibrada. Es el mejor especialista en finanzas que
conozco; y no sólo por sus conocimientos, sino también por su integridad.
— Me agrada mucho oír todo eso, señor Green.
— Tu padre suele enviarme a los becarios y a los estudiantes en
prácticas que pasan por su empresa, para que pasen unos días conmigo. Les
dice que van a aprender todo lo esencial de una forma casi mágica.
— ¿Y lo hacen? —le pregunto rápidamente, como un acto reflejo.
— Veo que, a pesar de los comentarios tan positivos de tu padre, has
venido aquí poco convencido de que te será muy útil.
— ¡No, señor, en absoluto! —balbuceo, sintiéndome la persona más
torpe del mundo—. ¡No era mi intención hacer esa pregunta tan estúpida!
Estoy seguro de que será de las mejores cosas que habré hecho en mi vida.
— ¡Tampoco hace falta que te pases, amigo Justo! —exclama riendo.
En ese preciso momento, oigo como su teléfono móvil emite un sonido
de aviso, el cual recibo con la misma alegría que demuestra un boxeador
grogui cuando suena el gong que anuncia la finalización de un asalto,
después de haber recibido una avalancha de golpes.
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— Lo que usted dice sobre sus preferencias por el sexo femenino tiene
toda su lógica —le digo—. Por eso, me temo que yo no voy a ser su tipo —
añado, como si me tuviera que disculpar por el hecho de ser varón.
— Tú eres hijo de Don Prudencio, joven. ¡Y eso tiene muchísimo valor
en esta casa! —me dice, dándome un sonoro manotazo en la espalda.
— Lo celebro —le digo tímidamente.
— Supongo que esto de generar excesivas expectativas sobre mí, lo
inició tu padre como estrategia para intentar quedarse él con la chica más
guapa de la clase —continúa, adoptando un tono de broma, que no impide
poner de manifiesto algo de falsa modestia.
— ¡¿Cómo?! —le pregunto, sintiéndome algo aturdido tras la nueva
ráfaga de rápidos comentarios, que vuelvo a encajar como puñetazos.
— Yo creo que tu padre, con esa estrategia de hablar tan bien de mí,
buscaba que la gente se quedara decepcionada posteriormente. Algo parecido
a cuando te hablan demasiado bien de una película de cine, ya sabes...
— Sé a qué se refiere, señor Green; pero estoy seguro de que a mí no
me defraudará —le digo desconcertado tras su último comentario.
Salta a la vista que a este hombre le han gustado siempre mucho las
mujeres, quizás incluso más que el dinero. Se le ve muy impulsivo y
provocador, pero también ocurrente, irónico, ambicioso e intelectualmente
inquieto. Ahora recuerdo que mi padre también me avisó de que le gusta
poner a prueba a su interlocutor y mantenerle con un alto grado de atención.
Me dijo que utiliza, para ello, repentinos cambios de ritmo o de expresión
facial y, asimismo, introduce en su discurso elementos chocantes o
aparentemente contradictorios. Pienso que mi padre, aunque todo el mundo
coincide en que era muy guapo de joven, lo debía tener “muy crudo”, durante
su época universitaria, compitiendo por las chicas con un tipo como éste. A
su edad, todavía conserva un gran atractivo personal. Imagino que con
veinticinco años menos, ¡su capacidad de seducción debía ser tremenda!
— Haré todo lo posible para no defraudarte —me dice, al hilo de mi
último comentario e interrumpiendo mis pensamientos—, pero si tú no
quieres hacerlo conmigo, debes dejar de tratarme de usted. Tu padre, a tu
edad, me llamaba Fortu; y me resulta extraño ver como “su clon” no lo hace.
— Muchas gracias —le respondo, poniendo cara de aceptación y de
agradecimiento a la vez—. Lo intentaré, Fortu, pero no me resulta fácil tutear
a personas que me inspiran un gran respeto, como usted.
— ¡¿Cómo?! —exclama con tono de voz muy alto.
— ¡Perdón!, quiero decir ¡como tú! —le respondo inmediatamente.
— Además —se apresura a advertirme—, antes estaba bromeando.
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Finanzas en USA
— ¿Te reconoces en esta foto, Justo? —me pregunta, mientras señala a una
gran pantalla de plasma situada junto a su mesa de despacho.
— Bueno, diría que yo no aparezco en ella. Supongo que ese chico de
allí —le digo, mientras apunto con mi dedo índice— se trata de mi padre. Sé
que no soy yo, ¡porque puedo combinar mucho mejor los colores de mi ropa!
— ¡Efectivamente! —me dice complacido—. Aquí me puedes ver,
junto a tu padre, en el año que yo cumplía veinticuatro y él veintitrés. Tu
padre es un año menor. ¡Fíjate en la preciosa melena que lucía yo entonces!
— Ya veo —le digo, poniendo cara de circunstancias.
— Nos matriculamos en un curso sobre Finanzas en la Universidad de
Harvard. Decidimos aprovechar la última semana del mes de agosto de ese
año para mejorar nuestros conocimientos en ese prestigioso centro de Boston.
Como ves —me dice, mientras realiza movimientos circulares con su pipa
por delante de la pantalla—, aparecemos todos los alumnos matriculados.
— ¡No se puede negar que nos parecemos! —le reconozco asombrado.
— De esta foto hace ya…., déjame calcular… ¡veintiséis años! ¡Qué
barbaridad, cómo pasa el tiempo! La verdad es que es un gran error
complicarnos la vida, con lo rápido que pasa. La edad me ha demostrado que
no vale la pena perder el tiempo con algo que sea complejo o que no se
entienda fácilmente —me dice con un semblante serio y reflexivo.
— Mi padre me ha hablado de su viaje de fin de curso a New York,
durante el mes de agosto del año que acabó la carrera, pero no recuerdo que
mencionara su asistencia a ese curso de finanzas en Boston.
— ¿Ah, no? Supongo que prefiere evitar discusiones con tu madre.
— Me pregunto cómo se las ingenió para financiarlo —le digo,
evitando profundizar sobre su último comentario—. Siempre me recuerda
que procedía de una familia de ocho hermanos en la que no sobraba el dinero.
— Tu padre, como era un empollón tremendo con disciplina militar,
obtuvo una beca —me explica. Yo tuve que recurrir a financiación paterna —
añade, encogiéndose de hombros y haciendo una simpática mueca.
— Observo que mi madre no es ninguna de las dos chicas que están
junto a mi padre, con una actitud realmente cariñosa. ¿Me equivoco? —le
pregunto, tras dirigir mi atención hacia la pantalla de nuevo—. Parece un
ciclista que acaba de ganar una etapa, ¡con una chica guapa a cada lado!
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— ¡Estás aquí para que responda a todas tus dudas, amigo Justo! —me
autoriza sonriente—. Soy consciente de que he metido la pata enseñándote
esa fotografía, y no me queda otra que dar la cara y asumir las consecuencias.
— Ya sé por qué tú no sales en las fotos del viaje de fin de curso en
Nueva York —le digo para introducir mi pregunta posterior—, pero, ¿por qué
mi madre no aparece en la fotografía de los asistentes al curso de Boston?
— ¡Porque tus abuelos no la dejaron quedarse! —me responde
categóricamente—. Ya hubo grandes dificultades para que accedieran a que
su protegidísima hija única viajara tan lejos para celebrar su fin de carrera.
— Los hijos únicos acaparan toda la atención de sus padres —opino.
— Por eso —me informa—, mi propuesta de prolongar una semana la
estancia de tu padre en USA le pareció muy mala idea a tu madre. De hecho,
el tema supuso la primera discusión seria de pareja que tuvieron. Tu padre
pasó la tercera semana de agosto con tu madre en New York, junto con el
resto de compañeros de promoción, y la cuarta conmigo en Boston. Tu madre
y yo no coincidimos ni en el espacio ni en el tiempo, ¡afortunadamente!
— ¿Por qué dices eso, Fortunato? —le pregunto algo predecible.
— ¡Porque si me hubiera visto, me habría matado! —exclama
divertido. Tu madre afirmaba que yo era una pésima compañía para tu padre.
— Supongo que no quería reconocer su carácter celoso.
— ¿Eso crees, Justo? —me pregunta--. Lo cierto es que tu madre
empezó mostrando mucha atracción por la inteligencia de tu padre —
continúa—, pero ¡terminó surgiendo el cariño luego! Cuando se hicieron
novios, ¡formaban la pareja perfecta! Tu madre, con sus precisos ojos
violetas era clavada a ¡Liz Taylor! Cuando iban juntos, llamaban la atención.
Decían que parecían los protagonistas de “La gata sobre el tejado de zinc”.
— ¡Ahora entiendo el porqué ninguno de los dos nos ha hablado jamás
a los hermanos de ese curso de finanzas americano! —exclamo
espontáneamente—. Todos sabemos que nuestros padres se hicieron novios
en el segundo año de la carrera, que mantuvieron su relación durante toda ella
y que, por esas circunstancias, se casaron tan pronto como la acabaron.
— ¡Efectivamente, así fue! —me confirma—. Dos meses después de
ver a tu padre estudiar finanzas en manga corta, tuve la oportunidad de verlo
en la iglesia, junto a tu madre, ¡impecablemente vestido!
— ¡Supongo que las chicas del curso que aparecen besando a mi padre
en la foto no formaban parte de los invitados a la boda! —le digo con ironía.
— ¡Veo que te vas relajando, amigo! —exclama Fortu riendo—.
¡Quizás no ha sido tan mala idea lo de enseñarte la foto, después de todo!
— Lamento, Fortu, mi comportamiento inadecuado.
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— Te diré, Justo, que una de ellas ¡sí que estaba invitada! —me dice
riendo—. La de la derecha es mi hermana Scarlett.
— ¡¿Es esa tu hermana?! —exclamo nuevamente—. ¿Es la misma
persona que está ahora de viaje de negocios, formando parte de un grupo de
trabajo en el que participa mi padre también? —le pregunto curioso.
— ¡Exacto: la misma! Como puedes ver, era una chica muy guapa y
elegante que decidió estudiar Business Administration en la Harvard
University —me dice con un impecable acento británico.
— Es muy atractiva, efectivamente. Tengo muchas ganas de conocerla.
Mi padre me ha hablado de su gran competencia profesional.
— La conocerás en la fiesta del sábado de la semana que viene, en la
que conmemoraremos el decimoquinto aniversario de esta empresa.
— Me gusta mucho como le queda el vestido rojo-escarlata que lleva
puesto. ¡Muy adecuado para su nombre, por cierto! Además —continúo con
mis opiniones sobre ella—, tiene aspecto de ser una persona muy inteligente.
— Puedo decirte que Scarlett destaca ahora por su responsabilidad y,
también, por su gran capacidad intelectual y de trabajo. No obstante, a la
edad que tenía en esa foto, se comportaba de una manera bastante caprichosa
e impulsiva. Era muy pasional, y tardó algunos años en madurar. Por su físico
y por sus reacciones viscerales, mi padre la llamaba Scarlett O’Hara.
— ¡Es verdad que se parece físicamente a Vivien Leigh! —le digo.
— Me llama la atención que conozcas a una actriz de esa época, Justo.
— Se trata de la favorita de mi padre —le explico—. Tiene la colección
de las mejores películas de la historia del cine. En las noches de agosto, nos
encanta verlas todos juntos en familia. En nuestro jardín, ponemos la pantalla
y el proyector que utiliza para sus presentaciones financieras.
— ¡Me podríais invitar algún día a una sesión de cine de verano, Justo!
—exclama sonriente—. Pero volviendo al tema —continúa sin pausa—, y tal
como te iba diciendo, al comunicarnos mi hermana su intención de asistir a
un curso sobre finanzas con su novio, tras finalizar su último año de estudios,
mis padres me pidieron que la acompañara y les informara de todo.
— Pues tampoco recuerdo haber visto a tu hermana en el álbum de
fotos de la boda de mis padres. Sí recuerdo haberte visto a ti, pero no a ella.
— Mi hermana estaba invitada, pero no pudo asistir —me explica—.
Se encontraba de viaje de novios ¡con el idiota perdido de su marido!
— ¡Observo que los informes que generaste para tus padres sobre tu
futuro cuñado no fueron muy favorables! —le digo sonriendo.
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— Sí, eso he dicho. Por eso, en este armario de allí, tengo dos equipos
completos de buceo. Los utilizo con cierta frecuencia.
— ¡Qué curioso! —le digo, absolutamente perplejo de que alguien
pudiera tener dos trajes de buzo en el armario de su despacho.
— Fíjate en la dedicatoria de la caricatura —me dice Fortu, intentando
recuperar mi atención—: “Para Fortu Green, con cariño y admiración”.
— ¿Por qué Fortu? —le pregunto intrigado por el origen del nombre.
— Sí, sí, Fortu. Se trata de la abreviatura de Fortunato. A mi padre,
aunque era británico, siempre le gustó ese nombre italiano.
— ¡Curioso! —exclamo, temiendo haber sonado algo impertinente.
— Ja, ja, ja —se carcajea—. Te pones rojo igual que lo hacía tu padre.
Me encojo de hombros, sin saber qué decir. Fortunato sigue hablando:
— No cabe duda de que mis padres deseaban intensamente que mi
hermana y yo fuéramos capaces de incrementar el patrimonio familiar.
— Bueno, a juzgar por lo que veo y por lo que me ha explicado mi
padre, el nombre le encaja de maravilla, señor Green. Usted tiene…
— ¡¿Cómo dices?!
— ¡Rectifico! —exclamo—. Quería decir que ¡te encaja de maravilla!
— ¡Ah, bueno! —me dice con una simpática mueca.
— Ya te advertí que no me sería fácil tutearte.
— ¿Qué querías decirme, Justo? —me pregunta inmediatamente.
— Decía, Fortu, que tienes fama de ser un “crack” como emprendedor
y como generador de beneficios y de dinero con tus empresas.
— Llevamos mucho tiempo hablando de pie, al principio junto a la
salida del ascensor y luego ante la pantalla; y mis vértebras lumbares han
empezado a recordarme que se rompieron en el desgraciado accidente de
coche que tuve hace veinte años y también ¡que casi me dejan paralítico! Un
desagradable dolor crónico me obliga a tomar analgésicos continuamente,
como le pasa a ese médico antipático que sale en televisión.
— ¡¿Ah, si?! —le pregunto, como reacción instintiva desencadenada
por la extrema curiosidad que me ha generado su última intervención.
— ¿Qué te parece, Justo, si nos sentamos y te respondo a tu comentario
relacionado con mi nombre, mientras nos tomamos algo tranquilamente? —
me propone, a la vez que me señala la mesa de reuniones de su despacho.
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la empresa. Unas veces por exceso de terminología, otras por miedo a los
números y otras por carecer de un modelo conceptual simplificado.
— Todo esto es muy reconfortante, pero debo confesarte que sigo un
poco escéptico. Tú lo ves todo muy fácil gracias a tu gran capacidad.
— Tengo que decirte que discrepo totalmente con lo que acabas de
decir. Si nos midieran la inteligencia ahora mismo, apuesto a que me ganabas
de paliza. ¡Recuerda que eres el clon de tu padre! Además, seguro que me
superas en memoria y en capacidad para mantener la atención.
— ¿Estás completamente seguro de ello, Fortu?
— Veo que tu padre no te ha explicado mucho acerca de mis problemas
de aprendizaje, derivados de mi hiperactividad.
— Este es un problema que vivo muy de cerca —le explico—. Mi
hermana pequeña Caridad, que en septiembre cumplirá nueve años, tiene un
retraso escolar del cual estamos buscando su causa, aunque hay gente que
opina que podría ser consecuencia de un trastorno por déficit de atención.
— ¡Lo sé, Justo! Tu padre está muy preocupado y me ha pedido que les
asesore sobre qué hacer. Cuando tengo un problema empresarial complicado,
le llamo yo; pero si él tiene un asunto médico que le preocupa, me pide
ayuda. ¡Siempre nos ha funcionado nuestra complementariedad!
— Recuerdo que un cirujano amigo tuyo me quitó el apéndice, ¡y todo
fue perfectamente! ¿Qué les has recomendado sobre el tema de mi hermana?
— Les he dicho que, al igual que ocurre en la empresa, lo primordial es
tener un diagnóstico acertado para no equivocarse en el tratamiento posterior.
Las decisiones deben basarse en un análisis correcto de la información.
— Estoy de acuerdo con la reflexión genérica, pero…
— No todos los problemas de aprendizaje están causados por una
hiperactividad —puntualiza, al ver le que solicito más concreción—. Hay
varias enfermedades que cursan con retraso escolar manifiesto. No soy
experto en el tema, pero estoy prácticamente seguro de que tu hermana no
tiene el mismo déficit de atención que tengo yo. Mi opinión es que la niña
tiene otro tipo de problema que explica su trastorno de aprendizaje. Se trata
de un caso ¡que tenemos que resolver urgentemente!
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Ahora bien, si quieres crear obras que emocionen, debes añadir sentimiento a
tu trabajo. Ser un buen técnico es condición absolutamente necesaria, pero
creo que no suficiente. Eso es aplicable a todas las disciplinas de esta vida,
¡incluido el baloncesto que practicas!
— Debo confesar que no me esperaba una primera sesión como ésta.
No recuerdo ningún libro de finanzas en cuyos capítulos introductorios se
hable de la importancia de las personas, de sus emociones y de su felicidad.
— Lamentablemente, lo tenemos que dejar aquí, Justo —me dice
mirando su reloj—. Hasta mañana, y recuerdos a tu familia.
— De tu parte. Adiós —le digo, ya desde el interior del ascensor.
Pasan unos segundos sin que la puerta del ascensor se cierre.
— No le has indicado a SIBI a dónde quieres ir, chico —me dice Fortu.
— ¡Ah, claro! Planta baja, por favor.
El ascensor sigue sin moverse.
— ¿Puede repetir, por favor? —me pregunta el humanoide.
— ¿Planta baja? —me pregunta Fortunato, mirándome por encima del
borde superior de sus gafas y señalándome con el extremo de su pipa.
— Estamos en la planta 3 y quiero ir a la planta baja, ¿no es cierto? —
le pregunto frustrado, por no verme capaz de hacer una cosa tan básica.
— ¿Seguro que se llama planta baja, Justo? —me pregunta muy serio.
— ¡Ah, claro! ¡Ya recuerdo! —le respondo, recordando la palabra
clave que el ascensorista electrónico espera que diga—: ¡planta tripe!
El ascensor cierra sus puertas y veo, a través de sus cristales
transparentes, como Fortu me dice adiós con la mano.
¡Menudo día! Estoy deseando llegar a casa para explicarlo. Lamento
que mi padre esté de viaje hasta el viernes de la semana que viene. De todas
formas, no debo olvidar omitir algunos temas, si no quiero que mi madre se
moleste y se niegue a que siga viniendo. Sé que no tengo que hacer
comentarios sobre la foto en la que aparecen los participantes en el curso de
finanzas americano. Creo que tampoco debo mencionar la, para mí inédita,
imagen de mis hermanas gemelas recién nacidas. ¡Qué triste que la habitual
actitud fría, distante y crítica de mi madre haga que nuestra relación sea tan
difícil! Espero ir descubriendo si sus opiniones sobre Fortunato tienen bases
sólidas, o si se trata de otra de sus víctimas con las que se ensaña. También
espero acabar sabiendo el porqué la animadversión no me parece que sea
recíproca. Desde luego, mi padre me describió perfectamente al personaje,
cosa que no es de extrañar, dada su habilidad para describir la realidad de un
modo tan objetivo, razonable y detallado. Me pregunto qué me tendrá este
hombre ¡preparado para mañana!
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— Supongo que porque todo queda mejor, si cada cosa está en su sitio.
Ella siempre está pensando en aquello del “¿qué dirán los demás?”.
— Estoy de acuerdo, pero no únicamente por razones estéticas, el orden
es clave. El proceso de ordenación —añade— te obliga a eliminar cosas que
no sirven, generando espacio disponible para situar objetos realmente útiles.
— ¡Es verdad! Si tu habitación no está ordenada, siempre te falta
espacio para guardarlo todo. Entonces, vas amontonando las cosas.
— También existe, mi querido amigo, una tercera consecuencia
positiva del orden. Quizás, la más importante. ¿Me la podrías decir?
— Bueno —le contesto dubitativo—, supongo que si las cosas están en
su sitio, las encuentras con mayor facilidad en el momento que las necesitas.
— ¡Bingo! Precisamente por eso —añade—, tienes que hacer con tu
cabeza lo mismo que has hecho con tu dormitorio esta mañana.
— ¿Con mi cabeza? —le pregunto, a pesar de creer saber por dónde va.
— Sí. Eso he dicho. Debes estar constantemente ordenando los
conocimientos en tu mente. Si lo haces, conseguirás que te quepan muchos
más y, posteriormente, los podrás localizar muy rápidamente al precisarlos.
— Supongo que esto tiene que ver con aquello de tener las ideas claras
y con la expresión coloquial de tener ¡”la cabeza bien amueblada”!
Fortu asiente, a la vez que sonríe y se toca su bigote.
— Te puedo confirmar que, esta mañana, he ordenado absolutamente
todo, incluyendo mis cuadros y objetos de pintura.
— Estoy informado de que eres aficionado al dibujo y la pintura —me
dice—. ¿Haces caricaturas, como la que me hizo tu padre hace quince años?
— ¡Alguna que otra! —le respondo—. Efectivamente, tengo algunas
inquietudes artísticas que intento satisfacer con un lienzo y una paleta llena
de colores. Afortunadamente, yo no he heredado los problemas para la visión
de los colores que tiene mi padre. Pero además, y sobre todo, soy muy
aficionado a escribir historias y pequeñas novelas de detectives. Aprendo y
me inspiro leyendo todo lo que cae en mis manos. ¡Me apasiona la lectura!
— He observado que te expresas muy bien para tu edad y que tienes
una cultura muy superior a la que percibo en personas de tu generación.
— ¡Y no sabes la cantidad de mofas que eso me genera en la clase y en
el equipo!: dicen que sueno como un niño repelente muchas veces. Lo que si
es verdad, es que me considero una persona más de letras que de números.
Como sabes, fue mi madre la que se empeñó en que me matriculara en la
facultad de Económicas. Está obsesionada con que llegue a ser como mi
padre; pero, para mi, todo este sueño se está convirtiendo en ¡una pesadilla!
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— Pues volveré a tomar agua, al igual que hice ayer, porque si tomo
alguna bebida alcohólica, me dirías que estoy más borracho que tu ex-cuñado
en tu fiesta de celebración de los cuarenta años.
— ¿Por qué dices eso, Justo? —me pregunta sonriente.
— Porque me da la impresión de que el techo de este despacho está
más alto que ayer. Es como si las columnas de este piso se hubieran alargado.
Te prometo que no he bebido ni un solo gramo de alcohol y que no he
tomado ninguna sustancia alucinógena.
Fortunato inclina su cuerpo hacia atrás empujando el respaldo de su
silla, aprovechando el sistema de balancín, a la vez que cruza los dedos de
sus manos sobre su nuca. Sonríe con cara de satisfacción, consciente de que
estaba causando un gran impacto en el hijo de su amigo, exactamente lo que
creo que éste le pidió que hiciera.
— ¿Estás seguro de lo que afirmas? —me pregunta lentamente.
— ¡Estoy completamente seguro! —le respondo categóricamente.
— ¿Y dices que te da la impresión de que ha aumentado la altura de
esta planta? —me pregunta con mucha parsimonia, escuchándose con placer.
— Sí, sí. Y, además, ¡bastante! —le ratifico.
— Levántate, por favor, ¡si te lo permite tu nivel de alcohol en sangre!,
y acompáñame a mi mesa —me dice muy serio—. Te mostraré algo.
Tras desplazarnos desde la mesa de reuniones, nos sentamos junto a su
mesa de despacho y nos volvemos a fijar en la pantalla de plasma. Me
muestra las páginas web de algunas entidades financieras.
— Estás familiarizado con la operativa de la banca on-line, ¿verdad?
— Sí, sí, claro. Es de gran ayuda. De hecho, yo siempre gestiono mi
cuenta corriente personal a través de Internet.
— ¿Cuenta corriente, dices?
— ¿No se llama así? —le pregunto desconcertado.
— Sí, sí. Así se llama. Simplemente quisiera destacar el adjetivo
“corriente”, ya que lo iremos utilizando con frecuencia en lo sucesivo.
— Vale. Lo tendré presente. Supongo que se trata de otra palabra clave.
— Precisamente —continúa hablando—, ahora tengo la intención de
generar un movimiento en una de las cuentas corrientes de esta empresa.
— Me parece muy bien. Adelante. Estoy muy atento a lo que haces.
— Como veo que estás de acuerdo con mis intenciones, vamos a dar
una orden de transferencia para pagar las facturas de proveedores que vencen
hoy. Para ello, le pido al sistema que me muestre el listado de cartera de
proveedores ordenado por fecha de vencimiento de las facturas —me explica
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lo que hace, a la vez que actúa— y, a continuación, hago clic en este icono
para ejecutar la orden. Introduzco los números de mi tarjeta de claves
personal, ¡y listo!... ¿Notas que ha ocurrido algo, amigo Justo?
— ¡¿Cómo puede ser?! —exclamo, sin dar crédito a lo que veo.
— ¿Qué ha pasado, Justo? —me pregunta, disfrutando al ver mi cara.
— ¡Las columnas se han encogido y la altura de la planta se ha
reducido! ¿Se trata de un truco de magia? —le pregunto perplejo.
— No es magia, Justo, ¡es tecnología! Ya te dije que tengo poca
paciencia y que me gusta verlo todo a simple vista. Diseñé este edificio para
que tuviera sistemas que me proporcionaran información visual actualizada y
fiable de todo lo que está pasando en cada momento.
— ¿Quieres decir que la altura de esta planta disminuye cada vez que
realizáis una orden de pago? —le pregunto exagerando la entonación.
— ¡Así es! Y cada vez que tenemos un cobro, la altura aumenta.
Recuerda que te advertí ayer, cuando hablábamos de tu estatura, que no
tardarías en descubrir como relacionamos altura con dinero.
— Ayer, no observé ningún cambio en la altura de las columnas.
— Eso quiere decir que, durante la hora que estuvimos juntos, no se
produjo ningún movimiento de entrada o de salida de dinero efectivo, ni en la
caja ni en las cuentas corrientes de la empresa. Esta mañana, mientras
recogías tu habitación, hemos cobrado varias facturas de clientes. Por eso,
has notado el techo más alto que ayer, cuando has entrado en la planta.
— ¡Fascinante! —le digo, abriendo los ojos como platos.
— En esta planta, no sólo tenemos el control de los movimientos de las
cuentas corrientes bancarias, también seguimos el dinero de la caja.
— ¿De qué caja? —le pregunto.
— En uno de esos armarios —me dice señalándolos—, tenemos una
pequeña caja fuerte que contiene algo de dinero. No hay mucho, tan sólo el
necesario para los pequeños pagos que hacemos de caja. El resto del dinero lo
ingresamos en el banco, para poder realizar los pagos importantes: las
nóminas, las facturas de proveedores, el alquiler del local, las cuotas de los
préstamos, los consumos de energía o teléfono, la limpieza, etc.
— Por lo que veo, Fortu, reserváis la totalidad de la planta 3 de este
edificio para lo que mis libros llaman “Caja y Bancos”.
— ¡Exacto! Pero dime, amigo Justo, ¿qué nombre utilizan tus libros
para englobar ambos términos? —me dice, mientras acerca su cara a la mía
hasta quedarse a escasos centímetros, abre los ojos y arquea sus cejas.
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los productos que tiene en existencias o, también, los importes que tiene
pendientes de cobrar de sus clientes son otros activos de la empresa.
— ¿Te das cuenta, Justo, como estamos construyendo a partir de
conocimientos que ya tienes? Como te avancé, simplemente los estamos
ordenando, clasificando y relacionando. En otras palabras, los estamos
estructurando. ¡Tu cabeza pronto estará lista para recibir invitados!
— Creo que tienes razón. ¡Es curioso! —le admito esperanzado.
— Conseguiremos sacar ¡al gran financiero que llevas dentro!
— ¡Me temo que está muy escondido! —exclamo convencido.
— Estamos ordenando tu mente de forma análoga a lo que has hecho tú
con tu habitación esta mañana. Aunque no te lo creas, es únicamente ésta la
ayuda que necesitas de mí. Descubrirás que sabes más de lo que crees.
— Esto que me estás diciendo me anima mucho, sin duda.
— Después de que te enseñe algunos pequeños trucos, que sólo desvelo
a gente muy especial, la gente pensará que eres ¡un mago de las finanzas!
— ¡Estoy fascinado e ilusionado a la vez! —le transmito.
— Querido Justo, como bien has anticipado, la tesorería es el activo de
mayor liquidez. La liquidez de un activo, como la propia palabra indica, es la
facilidad con la que podemos “hacerlo líquido”, es decir, convertirlo en
dinero efectivo. Como los importes en caja y bancos son ya dinero líquido,
no podría haber ningún otro activo con mayor liquidez, ¡obviamente! Pero,
retomando la importancia del orden en las finanzas y en la vida, ¿qué dice tu
libro sobre su criterio de ordenación de los activos?
— Pues dice que el criterio financiero básico para situar los activos en
orden es su grado de liquidez —contesto con seguridad en esta ocasión.
— Pues siguiendo ese ranking, me pareció una buena idea reservar la
planta más alta del edificio para el activo que tiene ¡la liquidez más alta!
— Desde luego, ¡es una excelente forma de recordarlo! Cuando cobras
las facturas de clientes, aumenta la tesorería; y cuando pagas las facturas de
proveedores, las nóminas, el alquiler del inmueble u otras cosas habituales,
disminuye la tesorería —intervengo, recapitulando un poco.
— Muy bien, Justo. Has enumerado los eventos más frecuentes que se
producen en la operativa cotidiana de la empresa. Pero, ¡atención!, estoy
seguro de que tu libro también debe explicar que los cobros y los pagos
generados por la operativa mercantil habitual son los movimientos de
tesorería más frecuentes, ¡pero no los únicos!
— Claro, claro —le digo—. Puede haber otras entradas de dinero que
no se derivan de las ventas, es decir, del cobro de las facturas a clientes.
— ¿Me citas algunas de esas entradas alternativas de dinero efectivo?
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Las gafas 3D
— ¿Cómo es posible; Fortu, que no estés siempre deseando que el nivel de la
tesorería sea muy alto? —le pregunto intrigado.
— Nunca olvides, querido amigo, que en los informes financieros, al
igual que pasa en tus dibujos, las proporciones son básicas. Las dimensiones
deben ser las adecuadas. Las cosas deben tener el tamaño de tu nombre…
— ¡El justo! —le digo rápidamente, para demostrarle que estoy muy
atento a sus explicaciones y que mi intención es no ahorrar en elogios.
— Efectivamente, señor artista-financiero. La tesorería de una empresa
debe mantenerse siempre dentro de unos límites determinados. Su nivel no
deber ser nunca demasiado bajo, ¡pero tampoco excesivo! El dinero líquido
debe tener un importe proporcionado con el resto de los activos, de la misma
forma que la cabeza de las personas que dibujas en tus cuadros debe estar
proporcionada con el resto del cuerpo. Si las dibujaras con un tamaño
excesivo, ¡convertirías a tus figuras en cabezonas!
— Lo lamento, Fortu, pero me temo que este paralelismo no me ayuda
a ver por qué un exceso de tesorería no es siempre deseable. De manera
intuitiva, diría que cuanto más dinero tengamos en efectivo, mejor.
— Si tuviéramos un exceso de dinero en caja y bancos, la altura de la
planta 3 aumentaría tanto, que el edificio rebasaría la altura máxima
permitida y, por tanto, incumpliría la normativa urbanística.
— ¡¿Cómo?! —exclamo, poniendo cara de desconcierto.
— ¡No, hombre, no! ¡Es una broma! —me dice carcajeándose.
— Veo que disfrutas tomándome el pelo.
— No es mi intención hacerlo. ¡Nunca me río de nadie, y menos de un
alumno! Simplemente busco que te entretengas, mientras aprendes.
— Estoy seguro de ello. ¿Me podrías hablar en serio ahora?
— De acuerdo. Recuerda, Justo, que el dinero es un medio y no un fin;
es un recurso empresarial al servicio de su actividad y de sus objetivos. No se
trata de acumularlo y de disfrutar bañándose en él, como le gusta hacer al tío
Gilito; hecho que nos recuerda la caricatura que me regaló tu padre.
— ¿De qué se trata, entonces?
— Se trata de moverlo con criterio para ponerlo a financiar proyectos
de personas emprendedoras y obtener, de esta forma, mayor rentabilidad de la
que conseguimos teniéndolo parado. No olvides el adjetivo “corriente”.
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aunque sea inconscientemente, con otra cosa. Estoy seguro de que tú has
comparado el dinero que esta empresa tiene en tesorería hoy con el que tienes
en casa. Quizás lo has hecho involuntariamente, ¡pero lo has hecho!
— ¡Creo que tienes razón, Fortu! Precisamente por eso, ¡me pareció
muchísimo dinero! —le digo riendo, pensando en mis famélicos ahorros.
— Un error frecuente es justamente ese: comparar valores
empresariales con situaciones particulares o domésticas. Lo que debes hacer
es relativizar el importe que te han mostrado las gafas, comparándolo con
otros valores que puedes encontrar dentro de esta misma empresa o, también,
en otras empresas similares del mismo sector.
— Está claro —le doy la razón—. ¡No se me olvidará! Supongo que
tengo que comparar la altura de esta planta con la altura total del edificio; y
también con los niveles de altura medios de las plantas 3 de otras empresas.
— ¡Correcto! —me dice Fortu, abriendo mucho los ojos y
demostrándome, ahora sí, su satisfacción con mi acierto—. Por favor, Justo,
sigue mirando la columna central a través de las gafas y dime que ves justo al
lado del importe de 200.000 €. Se trata de un número que está entre
paréntesis, como si se tratara de una información aclaratoria adicional.
— Veo un número con el símbolo del porcentaje (%).
— Como has podido imaginar, se trata de un importantísimo indicador
del grado de proporcionalidad de la planta. Nos dice el porcentaje que
representa la altura de esta planta sobre la altura total del edificio. Verás que
pasará lo mismo en todas las plantas que visitemos: la columna central nos
informará acerca de los valores absoluto y relativo del contenido.
— ¡Increíble! —le reconozco.
— ¿Qué porcentaje puedes leer, chico? —me sigue preguntando.
— El cinco por ciento (5%).
— Pues si sabes que el valor absoluto del contenido de esta planta es de
200.000 €, y que ello representa el 5% del valor total, puedes calcular la
altura total del edificio expresada en unidades monetarias, ¿no es cierto?
—Bueno, Fortu, verás —le digo un poco avergonzado—: creo que
llega el momento de reconocer que, siempre que veo porcentajes, me pongo
un poco a la defensiva. Me cuesta calcularlos. Ya sabes que, a pesar de que
estudio Económicas por deseo de mi madre, ¡soy una persona de letras!
— Aunque no lo creas, Justo, compartimos esa poca habilidad natural
para los números. De todas formas, con el paso de los años, te acabas dando
cuenta de que con las cuatro operaciones matemáticas elementales —sumar,
restar, multiplicar y dividir— tienes suficiente para el análisis financiero.
— ¿No te olvidas del porcentaje, Fortunato?
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La izquierda y la derecha
— Qué bonito día hace hoy, ¿verdad? —me pregunta al acercarse a mí tras su
conversación telefónica, y al observar que estoy disfrutando de las vistas.
— Sí. El día es tan claro que todavía hace más espectacular la vista de
la ciudad que se tiene desde esta última planta del edificio —le digo, situado
junto al acristalamiento—. Desde esta altura, ¡se llega a ver el mar!
— Es otra de las razones por las que me pareció adecuado situar mi
despacho en esta planta —me dice riendo.
— La perspectiva global que se tiene desde aquí me encanta, pero
confieso que estoy deseando retomar el tema donde lo dejamos.
— Matarías por saber si 200.000 € de tesorería, formando parte de un
activo total de 4.000.000 €, es mucho o poco, ¿verdad, Justo?
— No sé si llegaría a tanto —le respondo—, pero sí te reconozco que
estoy francamente interesado en saberlo.
— Pues me temo que tendrás que esperar, lo siento.
— ¡¿De verdad que no me lo vas a explicar?! —le pregunto impaciente.
— No en este momento —me dice con cara risueña y moviendo
lateralmente la cabeza, como si estuviera diciendo que no—. Pensándolo
bien, encontrarás la respuesta tú mismo en una sesión de la próxima semana.
— Pues me quedaré con la incógnita de momento —le digo resignado.
— Escucha algo muy importante, Justo. Además de vigilar el nivel de
la tesorería casi a diario, SIBI hace una foto de la planta al final de cada mes.
Guardamos todas las fotografías de fin de mes y de fin de año, para poder
saber el dinero efectivo en caja y bancos al final de cada uno de los periodos.
— Ya veo —resumo—: control visual habitual y registro periódico.
— ¡Correcto! Veo que recuerdas la importancia que tiene el periodo de
tiempo en finanzas. El periodo de tiempo que hemos fijado para nuestros
análisis internos es de un mes, y el que nos piden los analistas externos es de
un año. Por ello, precisamos fotos que reflejen la situación al final de cada
uno de esos periodos de análisis y, así, poder comparar y seguir su evolución.
— ¡Me encanta lo que estoy viendo!
— Pues, para que sigas disfrutando, te propongo que mires, a través de
las gafas, en dirección a las columnas izquierda y derecha. ¿Qué puedes ver?
— Pues veo importes muy diferentes a los que pude leer en la columna
central. ¡Son importes muy superiores a los 200.000 €!
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tesorería al inicio del mismo. Por eso, el valor que has visto es muy superior
al saldo de hoy, el cual conoces gracias al dato que te da la columna central.
— Ya veo —le digo, con la intención de continuar yo mismo con la
explicación—. Y en la columna derecha, ¡que no sabemos por qué diablos le
llaman Haber! —sigo hablando, mientras sonrío—, aparece la cantidad
acumulada de todos los pagos realizados durante el año. Por eso, la diferencia
entre las cantidades de las columnas laterales coincide con el que aparece en
la central. ¡No se trata de ninguna casualidad, tal como sospechaba!
— Pues ya sabes el truco, amigo Justo. La cantidad que determina la
altura de cada una de las plantas del edificio es la que puedes leer en la
columna principal o central, la del ascensor. Se trata del saldo de las cuentas
que contiene la planta en el momento en que la visitamos. Ese saldo es la
diferencia entre el acumulado de todos los valores contabilizados en el Debe
(columna izquierda) y en el Haber (columna derecha) durante el año vigente.
— Es de una lógica aplastante: si analizo el extracto de mi cuenta
corriente y parto del valor que tenía mi tesorería personal al inicio del año
(saldo inicial), le sumo todos los cobros y le resto todos los pagos realizados,
obtengo el saldo que tengo hoy. Si tengo más dinero en cuenta del que tenía
al inicio del año, significa que he hecho más cobros que pagos, y viceversa.
— Sería lógica aplastante, ¡si se redujera mucho la altura del techo! —
me dice riendo, demostrando lo mucho que le gusta jugar con las palabras y
sentirse ocurrente e ingenioso, aunque tenga que recurrir al chiste fácil.
— Te tengo que decir, Fortu, que estoy disfrutando como un loco.
— ¡¿Como qué has dicho?! —me pregunta, poniendo cara de enfado,
sin que sea capaz de identificar si está ofendido realmente o lo finge.
— Se trata de una expresión, ya sabes…—le aclaro, sintiéndome muy
incómodo con la situación—. Sólo quería expresar —añado nervioso—,
utilizando una expresión muy coloquial, que me lo estoy pasando muy bien.
— Pues en ese caso… —me dice despacio y con una inexpresiva cara
de poker—, ¡bienvenido a la isla del tesoro, amigo! —exclama de repente.
Sé que los cambios bruscos de tono de voz y de expresión forman parte
de su estrategia para mantenerme en vilo y con un nivel de atención máximo.
— Gracias por darme la bienvenida, Fortu, a un lugar tan especial
como éste, ¡donde únicamente tienen impacto los cobros y los pagos!, lo cual
—me tomo la libertad de añadir—, como muchas veces me repite mi padre,
no debo confundir, ¡nunca jamás!, con los Ingresos y los Gastos.
— ¡Me lo has quitado de la boca, chaval! ¿Ves, una vez más, como la
mayoría de los conceptos los tienes ya en tu cabeza?
— Puede ser, pero me temo que ¡demasiado desordenados!
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La experiencia de Fortunato
— Quieres que te explique la diferencia entre cobros/pagos e ingresos/gastos
de una manera tal que no se te olvide durante el resto de tu vida, ¿no es
cierto? —me pregunta después de dejar de preguntarme sobre lo sucedido
recientemente con mi novia, y de tragar su galleta inglesa.
— Esto de los nombres engañosos es lo que más me molesta del
mundillo éste. Se utilizan unas palabras que también se usan en el lenguaje
coloquial, pero con significados algo diferentes. Lo que hablábamos sobre el
Debe y el Haber es un claro ejemplo. Otros términos técnicos, como son
cobros, pagos, ingresos y gastos, también pueden conducirte al error
conceptual, si te dejas guiar por el significado que le damos habitualmente.
— ¡No te preocupes tanto, hombre! Lo importante de todo esto, Justo,
es que entiendas los conceptos. Una vez hayas asimilado el concepto,
encontrarás fácilmente el nombre que los especialistas utilizan para referirse
a él. No te aconsejo que hagas lo contrario, es decir, que partas de los
términos técnicos e intentes deducir, de manera intuitiva, los conceptos
financieros a los que se refieren. Si haces eso, puedes equivocarte fácilmente.
— ¡Es un buen truco! —le agradezco el que me lo haya revelado—.
Por lo que veo, hay muchos términos que ¡no hacen honor a su nombre!
— ¡Efectivamente, Justo! Ahí va otro consejo relacionado: no te dejes
nunca impresionar por personas que plagan sus discursos de términos
técnicos complejos. Muchas veces, utilizan la terminología para ocultar su
ignorancia conceptual, sobre todo ¡si emplean muchas palabras inglesas!
— Creo que, en este caso, tengo claro el tema conceptual: a las entradas
y salidas físicas y concretas de efectivo en la caja y/o en las cuentas
corrientes, las llamamos cobros y pagos, ¡y no ingresos y gastos! Aunque no
estoy seguro de que mi madre, a pesar de que controla con periodicidad
matemática las cuentas de la casa y de que posee estudios sobre el tema, me
sepa explicar claramente la diferencia.
— Ya se la explicarás tú, ¡y la entenderá perfectamente! —me dice
riendo—. Deberías ser más comprensivo con ella: obtuvo su título hace más
de 25 años y, durante todo ese tiempo, nunca ha ejercido profesionalmente.
Estudiando toda la teoría de memoria y sin práctica posterior, ¡es lógico que
sus conocimientos se hayan reblandecido como los relojes del cuadro!
— Creo que tienes razón, Fortu. De todas formas, si ella tiene otra
opinión al respecto, no intentaré cambiársela. Creo que sabes bien que sacarla
de sus profundas convicciones y de sus obstinaciones no es tarea fácil.
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— No hace falta ser muy sagaz para intuir que cada futbolista está
representando a un cliente con saldo deudor —le digo con seguridad.
— ¿Y por qué son de tamaño diferente, ¡listillo!? —me dice con
satisfacción y ternura, que intenta ocultar con esas muecas tan suyas.
— Intentaré aplicar la lógica deductiva para contestar esa pregunta —le
respondo con una sonrisa, notándome mucho más relajado que el primer día.
— ¡Excelente idea, mi querido amigo! —exclama satisfecho.
— Como voy viendo que, en este lugar, los tamaños son proporcionales
a los valores monetarios, la dimensión de cada figura debe estar en función
del valor del importe a cobrar (del saldo de su cuenta).
— Efectivamente, Justo. Como ves, todo aquí es ¡de sentido común!
Para combatir mi mala memoria y mi despiste, se me ocurrió añadir un poco
de tecnología al tema y, de esta forma, conseguir que el tamaño de cada
futbolista fuera proporcional a la cantidad de dinero que debe el cliente al que
simboliza. Por tanto, el tamaño de cada jugador va cambiando de manera
automatizada, dependiendo del valor que tiene su saldo en cada momento.
— ¡Impresionante, Fortu! —le reconozco.
— ¿Ves qué divertido puede llegar a ser todo esto, si nos ponemos a
jugar? —me dice con la misma cara de satisfacción que pone cada vez que
me muestro impresionado—. Se trata simplemente —añade entusiasmado—,
de buscar el aspecto lúdico ¡a algo que tiene fama de ser aburrido!
— Ahora, Fortu, te ruego que me dejes poner las gafas financieras.
Apuesto a que, si miro a cada futbolista a través de ellas, voy a poder ver el
importe exacto de su saldo en euros —le digo, sintiendo la sensación de que
voy ganando en confianza, tal como me pronosticó el primer día.
— ¿Eso crees? —me pregunta, mientras me las da.
Me pongo las gafas y confirmo mi predicción:
— ¡Es fantástico! En el pecho de cada jugador, sobre el escudo del
equipo, veo el importe de su saldo deudor.
— No deja de ser curioso, ¿verdad? —me dice, feliz de estar en su piel.
— Sí que lo es, sí —le digo con el tono de elogio que seguro espera.
— También me interesa que mires a las columnas de la planta a través
de las gafas y me digas qué ves —me dice inmediatamente después.
— ¡Enseguida!
— ¡Habla! —me dice con impaciencia, al verme observar todo callado.
— Veo que las columnas son del mismo color verde que las camisetas
de los jugadores y que, además, hacen juego con la coloración verdosa de los
cristales de esta planta. No son doradas, como recuerdo que eran las de la
planta de arriba, ni azules como las de la planta baja.
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— ¡Ya lo creo que sí! —me replica—. Hay muchos, y muy buenos. Tu
padre es un claro ejemplo. Tal como te contaba el primer día, tu padre y yo
no coincidíamos en casi nada, y la ideología política ¡no iba a ser una
excepción! A pesar de todo, respetábamos mucho el punto de vista del otro.
— Es lógico: el pobre suele ser de izquierdas y el rico de derechas —le
digo, teniendo en mente el diferente origen social de ambos.
— Ese es el tópico más extendido. De todas formas, te diré que el
tiempo me ha ido acercando a lo que se conoce como planteamientos de
izquierdas o progresistas. A tu padre, en cambio, los años le han ido
moviendo hacia posiciones más conservadoras o de derechas. ¡Es curioso!
— Hay quien opina —le digo sonriendo— que el que no es de
izquierdas de joven es porque no tiene corazón, y el que no es de derechas de
mayor es porque no tiene cerebro.
— Algunos opinan eso, efectivamente… —me dice con cara
inexpresiva, lo cual me produce desconcierto y arrepentimiento a la vez.
— Ahora hablando en serio —le digo apurado—: supongo que los años
de experiencia te enseñan que la clave está en buscar el equilibrio.
— ¡Equilibrio, qué gran palabra! —exclama—. Como ya te adelanté, se
trata de otro concepto clave en finanzas, ¡pero también en la vida!
— Supongo que así es —le digo, recordando aquella recomendación
básica que se me quedó grabada de ¡ni todo a babor, ni todo a estribor!
— Los gobiernos que se orientan en exceso hacia la “equidad” suelen
perder “eficiencia” —afirma muy serio—, pero los que priorizan demasiado
la “eficiencia” suelen afectar negativamente a la necesaria “equidad”. Las
políticas diseñadas para los hombres deben tener en cuenta la naturaleza
humana, con sus enormes virtudes, pero también con sus grandes defectos.
Pensando en los pecados capitales, la historia nos demuestra que la
protección social excesiva suelen generar pereza, pero que la avaricia suele
“romper el saco” en los sistemas insuficientemente o mal regulados. Es duro
reconocerlo, pero los humanos tenemos una tendencia excesiva, y muy
perjudicial para el sistema, a abusar de nuestros derechos, o de nuestro poder.
— ¡Supongo que por eso se produce la alternancia política!
— ¡Exacto, Justo! Las elecciones nunca se ganan, ¡siempre se pierden!
— ¡Qué coincidencia: eso es exactamente lo que opina mi padre! Suele
lamentarse —añado— de que la viabilidad económica de los sistemas
diseñados para la igualdad de oportunidades y para ayudar a los más
desfavorecidos, tiendan a ser amenazada por personas poco trabajadoras y
que hablan mucho de solidaridad, pero que realmente piensan muy poco en
los demás. Por otro lado, también le duele ver como la tendencia a los
excesos de algunos poderosos generan desequilibrios sociales y económicos.
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— ¡¿…?!
— Pero yo no podía soportar —continúa— que la chica más guapa y
ambiciosa de la clase me tuviera tanta manía. Se trataba ya de un asunto de
amor propio. Por ello, me tomé el tema como algo personal.
— ¿Y lo conseguiste? —le pregunto muy interesado.
— ¡Hice lo que pude! —me dice con una mueca que no soy capaz de
interpretar bien, pero con la que me transmite su deseo de cambiar de tema.
— No soy un especialista en el tema —le digo, volviendo al contenido
de la planta 1—, pero me da la impresión, Fortu, de que estoy viendo por
aquí muchas más cosas que no son, precisamente, instrumental quirúrgico.
— Estás en lo cierto, Justo. Al principio, la empresa empezó vendiendo
sólo mi instrumental. Yo seguía haciendo de cirujano y, por lo tanto, no
disponía de mucho tiempo para complicarme más la vida.
— ¿Quién te convenció para que, algún tiempo después, te la
complicaras? —le pregunto, esbozando una sonrisa.
— ¡Tu padre!
— ¡¿Mi padre?!
— Pues sí. Él, durante una de nuestras conversaciones, me recomendó
que aumentara la gama de productos. Me dijo que eso era imprescindible para
conseguir que la empresa fuera más sólida, más competitiva y, en
consecuencia, que tuviera más posibilidades de supervivencia y de
crecimiento a medio y largo plazo. Se trataba de un tema de nivel estratégico.
— En función de todo lo que hay aquí, veo que le hiciste caso.
— ¡Naturalmente! Siempre he procurado seguir los sabios consejos de
tu padre. Me decidí a poner en marcha sus recomendaciones. Pero no sólo
hice eso, también le propuse que entrara como socio de la empresa.
— ¡¿Y no lo hizo?! —le pregunto, pensando que pudo ser una
excepcional oportunidad profesional y económica para él.
— Bueno, se daba la circunstancia de que, en aquel momento, tu padre
llevaba ya varios años trabajando en la empresa en la que lo hace
actualmente, la misma en la que trabajaba mi hermana Scarlett entonces. Ella
le recomendó internamente en la compañía, basándose en la elevada
competencia profesional de tu padre en el ámbito de la gestión financiera.
— Sé que el cambio de trabajo le supuso un salto importante en el nivel
de su salario, lo cual le permitió salir de la fase de agobio económico de los
primeros años de su matrimonio.
— Así fue, efectivamente. Veo que te lo ha explicado.
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— Estoy seguro de que mis padres las pasaron “canutas” durante los
cuatro o cinco años iniciales. Yo creo que, coincidiendo con el cambio de
trabajo, se decidieron a ir a “buscar al niño”… ¡y por eso estoy yo aquí!
— Volviendo al tema del cambio de trabajo de tu padre —continúa
Fortu—, él me proponía que mi empresa incorporara, a su gama de
productos, los láseres médicos que fabricaba su empresa. Fiel a sus
principios, me dijo que no podía ser socio de una empresa que podía
convertirse en un cliente de la compañía que le pagaba su sueldo. Se trataría,
me decía convencido, de una situación clara de conflicto de intereses.
— ¿Y no prefirió dejar esa empresa, en la que era empleado, y pasar a
otra en la que tuviera la condición de socio? —le pregunto, extrañado de que
mi padre no viera la forma de aprovechar esa, aparentemente, gran ocasión.
— Fue otra posibilidad que barajamos, pero la descartó tras
considerarlo con tu madre. Me dijo que preferían ser conservadores y actuar
prudentemente, recordando su etapa de apuros económicos. No querían
asumir demasiados riesgos, considerando que tenían tres hijos de corta edad.
— Tal vez yo hubiera hecho lo mismo, pensándolo bien.
— Sea por lo que fuere, la cuestión es que tu padre optó, tras darle
muchas vueltas, por seguir de empleado y mantener su retribución. Tus
padres prefirieron no asumir el riesgo inherente a toda aventura empresarial,
renunciando a potenciales, pero nunca seguros, mayores ingresos futuros.
— Creo que riesgo y rentabilidad son también conceptos muy
relacionados en el mundo de las finanzas —me parece oportuno decir.
— ¡Así es, Justo! Cuanto mayor riesgo tenga una inversión, mayor
debe ser la rentabilidad esperada. Si buscas seguridad, obtendrás menor
rentabilidad por tu dinero. Pero si buscas excesiva rentabilidad, puede que
busques inversiones o productos financieros peligrosos o perjudiciales para el
sistema financiero en su conjunto, como nos demuestran la historia reciente.
— Ya veo. Supongo que otro ejemplo más de la importancia de buscar
el punto de equilibrio y de mantener las proporciones adecuadas.
— Pero, con independencia de todas las consideraciones económicas
anteriores —me dice con cara de no haber escuchado lo último que he
dicho—, también te recuerdo que tu madre no dejaba de advertirle a tu padre
que él y yo teníamos estilos y planteamientos de vida muy diferentes.
— ¡De eso no cabe duda! —opino abiertamente.
— Bueno, quizás tu madre estaba en lo cierto. La experiencia en la vida
te demuestra que las sociedades mercantiles deben ser siempre algo más que
la unión de personas con intereses puramente económicos.
— Entonces…—le digo ansioso, deseando que me contara más cosas
sobre cómo se desarrollaron los acontecimientos.
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El quirófano
— Fíjate que maravilla de equipos nos suministra tu padre. Este láser es
capaz de corregir la miopía, o la vista cansada, en diez minutos. Éste otro
hace que una persona de edad recupere la piel de la cara de cuando era joven.
Éste que ves aquí es capaz de extirpar las amígdalas de un niño sin que se
entere. Aquellos del fondo eliminan las hemorroides o la próstata de una
forma casi mágica. Esos que están junto a la columna…
— Recuerdo haber visto catálogos de esos equipos por casa, Fortu —le
interrumpo, para informarle de que estoy familiarizado con todos ellos.
— Es natural. La fabricación y la venta de estos equipos contribuyen
enormemente a financiar ¡el bienestar de tu familia!
— Sí, sí, claro. Mi padre aporta los ingresos y mi madre se encarga de
administrarlos lo mejor que sabe, reduciendo los gastos todo lo posible.
— Por eso, doña Angustias te insiste tanto en que apagues las luces, en
que ordenes y cuides tu ropa, y en que aproveches al máximo tus estudios.
— Así es, Fortu. Eso es exactamente lo que pasa.
— Fíjate en estos otros equipos —me dice, sin resistir la tentación de
seguir hablando de sus queridos productos de stock—. Éstos que ves aquí
tienen sistemas ópticos que permiten realizar cirugías sin cortar la piel con un
bisturí. Permiten operar en el interior del abdomen, o de las articulaciones, a
través de pequeñísimas incisiones que, posteriormente, no dejan cicatriz.
— Es verdad que ahora oyes a gente que le quitan la vesícula y ¡a los
dos días está haciendo vida normal! —intervengo, pensando en que me voy a
terminar mareando, como siga dándome tantos detalles sobre las cirugías.
— El avance tecnológico y los buenos cirujanos contribuyen
enormemente a mejorar la calidad de vida de las personas —afirma—. Hoy
en día, empiezan a aparecer incluso robots que asisten al cirujano. Parece que
podrían llegar a ser capaces de realizar algunas partes de la intervención
quirurgica. ¡¿No te parece apasionante todo esto?!
— ¡El avance de la tecnología es algo realmente asombroso! —le digo,
deseando dejar esa conversación y volver a temas más financieros.
Quien me lo iba a decir: ¡yo ansiando hablar de finanzas!
— Son equipos increíbles que pueden cambiar la vida de muchas
personas, pero que tienen su precio —continúa Fortu—. Una vez más, vemos
como el dinero y el bienestar de las personas vuelven a mezclarse. Aparece
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profesional —retoma Fortu el tema tras el inciso—, dejé que mis clientes
hicieran aquello que tanto me gustaba: operar. Y, a ser posible, que lo
hicieran ¡con mi instrumental! —me dice riendo, volviendo a demostrar su
especial habilidad para cambiar el semblante en décimas de segundo.
— O sea, que en la planta a la que llamáis, probablemente por razones
sentimentales, el quirófano, tenéis almacenados los productos que la empresa
hace pasar por sus existencias antes de venderlos.
— You’re right, my friend!, como diría mi novia. Hay quien dice que la
palabra stock es un anglicismo y que deberíamos utilizar existencias o
inventario. Bueno, haz lo que quieras: lo importante es conocer el concepto al
que nos referimos, cuando usamos cualquiera de esos términos. Yo utilizo
con frecuencia palabras inglesas, no para esconder mi ignorancia,
¡naturalmente!, sino influenciado por mi padre y por mi pareja actual.
— ¡¿Tu pareja actual?! —le pregunto, sorprendido de que ese hombre
pudiera tener una relación estable—. ¿Es la persona con la que fuiste al cine?
— ¿A dónde dices? —me pregunta, poniendo cara de despistado, pero
sabiendo perfectamente que tenía cuidadosamente planificado el momento
exacto en el que iba a volver a sacar el tema de su novia.
— Sí, me hablaste de ella al enseñarme las gafas 3D. ¿Es inglesa?
— Es de origen anglosajón, pero no es británica como mi padre. Me la
presentó mi hermana, ¡y nunca se lo podré agradecer lo suficiente!
— ¿Hace mucho que sois novios? —le pregunto sin temor a sonar
indiscreto, porque estoy seguro de que está deseando que lo haga.
— Quince días —me contesta escuetamente.
— ¡Quince días! —exclamo sorprendido.
— ¡Exacto, Justo! Yo también estoy impresionado. Por eso te estoy
diciendo que estamos hablando de una auténtica relación sentimental estable.
¡Creo que es la primera vez que me ocurre en la vida! ¡Estoy muy ilusionado!
— Sí, sí, claro —le digo sin salir de mi asombro.
— ¡Has vuelto a picar! —exclama carcajeándose—. ¡Te he tomado el
pelo! Nuestra relación está a punto de cumplir un año. Le regalé un anillo de
compromiso durante la cena en la que celebramos su último cumpleaños.
— ¡Eso es otra cosa! —exclamo aliviado.
— Su cumpleaños será el uno de junio, es decir, el sábado de la semana
que viene. Tengo preparada una gran sorpresa para ella.
— ¿Cuántos años cumplirá?, si no es indiscreción, ¡claro!
— Es algo más joven que yo…
— ¡Eso no es un dato cuantitativo, Fortu!
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— No lo recuerdo.
— ¿Y si te pones las gafas financieras? —le pregunto riendo.
— Veinticinco, Justo. Ella cumplirá 25 la semana que viene —me
informa, tras claudicar ante mi insistencia.
— ¡¿Veinticinco?! —exclamo, tras un acto reflejo involuntario,
pensando que mis hermanas mayores cumplirán esos mismos años mañana.
— ¿Qué te extraña tanto, Justo? No pensarías que iba a tener una novia
de mi edad, ¿verdad? Si fuera así, ¡tendría cincuenta años!
— ¡…! —me quedo mudo, convencido de que me habla muy en serio,
y pensando en el adjetivo que usaría mi madre ¡para calificar ese comentario!
— Estoy tan bien con ella —continúa—, que estoy considerando
seriamente la posibilidad de cerrar el resto de mis frentes abiertos y de dejar
mis salidas nocturnas —afirma con cara de adolescente enamorado—. ¡Creo
que ella va a conseguir que termine sentando la cabeza de una vez por todas!
No puedo evitar echarme a reír. Fortunato se mantiene impasible, como
si hubiera dicho algo absolutamente lógico, y continúa hablando:
— Todos los miembros de vuestra familia estáis invitados a la fiesta.
Espero que no falléis ninguno en esta ocasión, incluida la pequeña Caridad.
Tendremos mucho espacio, ya que utilizaremos estas instalaciones.
— Por lo que veo, quieres aprovechar la fiesta de conmemoración del
decimoquinto aniversario de la fundación de esta empresa.
— ¡Exacto! Ella cree que estoy pensando en eso solamente, pero
también quiero que sea su fiesta de cumpleaños. Mi intención es invitar no
sólo a los amigos, sino también a nuestros mejores clientes y proveedores. Tu
padre tiene la doble condición ¡de amigo y de proveedor!
— Ya veo —le digo, todavía perplejo.
— Me apetece dar a conocer, de manera oficial, nuestra consolidada
relación. Te lo cuento, ¡pero no olvides de que se trata de una sorpresa!
— ¿Están aquí todos los productos que la empresa vende? —le
pregunto, cambiando de tema después de darme por vencido.
— No, señor. Están los productos que es preciso tener en stock.
Algunos productos los compramos sólo cuando tenemos su venta confirmada.
Por ejemplo, un microscopio, un láser quirúrgico sofisticado o cualquier otro
equipo de alto coste y cuya entrega puede esperar. En cambio, es necesario
tener en stock todos los productos que se utilizan cotidianamente y que, por
tanto, requieren ser suministrados en plazos de entrega muy cortos. Tenemos
que conseguir ser más rápidos que nuestros competidores entregando los
productos, pero sin que el dinero invertido en existencias sea excesivo.
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— ¿Crees que a las gafas financieras les resulta fácil calcular el valor
de las existencias? o, en otras palabras, ¿crees que es sencillo el proceso de
valoración de todos los productos que tenemos en stock?
— ¿Qué quieres decir exactamente, Fortu?
— Trataré de explicarme. En la planta 3, el valor de la tesorería era
muy fácil de determinar: se trataba, simplemente, de observar el dinero en
efectivo que había en la caja y en las cuentas corrientes.
— Estoy de acuerdo.
— En la planta 2, todo lo que había que hacer era sumar los importes
de todas las facturas a clientes (¡con el IVA incluido!) que estaban pendientes
de cobro y, posteriormente, añadir el importe de otras cuentas deudoras.
— Está claro —le digo, para que continúe.
— Ahora bien, en esta planta, la cosa cambia algo. ¿Qué criterio de
valoración crees que debemos emplear aquí?
— Debe haber algo de trampa en tu pregunta, pero no la percibo. Para
mí, la respuesta es sencilla: las existencias siempre deben valorarse, como
recursos que son, a su precio de coste.
— Hasta ahí, estamos de acuerdo, pero ¿cuál dirías que es el precio de
coste de todos estos productos que ves? —continúa su interrogatorio.
— Supongo que el precio al que fueron comprados a su proveedor —le
respondo con algo de miedo a meter la pata, pero sin ver todavía la supuesta
dificultad oculta—. ¿Me equivoco, Fortu?
— ¡Desde luego que no te equivocas!
— Entonces, ¿dónde está lo complejo?
— En esta empresa, sí que es tan sencillo como tú dices. Al realizar
sólo una actividad comercial, compramos los productos a los proveedores a
un precio y, posteriormente, los vendemos a los clientes a otro más elevado.
Mientras el precio al que compramos es nuestro precio de coste, el precio al
que vendemos es nuestro precio de venta. La diferencia entre ambos precios
nos determina nuestro margen comercial.
— Perdona que te interrumpa, Fortu, pero no puedo evitar que esto que
me estás diciendo me recuerde a uno de los chistes preferidos de mi padre. En
él, un comerciante le dice a su amigo: “nosotros compramos a uno y
vendemos a dos, y con ese uno por ciento ¡vamos tirando!”
— Como puedes comprender, ya me lo sabía. A tu padre se lo he oído
contar ¡miles de veces! Cada vez que lo hace, se ríe. ¡Es un fenómeno!
— ¿De veras?
— Como te razonaba antes del chiste, Justo, calcular el precio de coste
del stock es algo relativamente sencillo en nuestra empresa.
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— ¿Entonces?...
— ¿Qué crees que ocurre en las empresas industriales con actividad de
fabricación de productos, como lo es en la que trabaja tu padre?
— Dime lo que pasa en ellas, ¡te lo ruego!
— A las empresas industriales, los proveedores no les suministran
productos finales listos para su venta, sino materias primas que deben
transformar en productos acabados. Este proceso de fabricación lo realizan
utilizando mano de obra, maquinaria, energía, etc.
— Creo que te sigo. Es algo obvio, de momento.
— Si tomamos como ejemplo a la empresa de tu padre, ¿cuál crees que
es el precio de coste de cada láser que venden?
— ¡No tengo ni idea! Me imagino que el cálculo es muy complejo.
— ¡Efectivamente! Las empresas de fabricación, para saber el valor de
coste de los productos terminados que están en existencias, precisan tener
buenos especialistas en contabilidad de costes, como lo es tu padre. En las
empresas industriales, el stock lo forman las materias primas, los productos
en curso de fabricación y los productos terminados.
— Me imagino que cada uno de los artículos que forman parte de esos
tras grandes grupos tiene un valor de coste diferente.
— Te imaginas bien, Justo. El precio de coste de las materias primas lo
determina el precio de las facturas de sus proveedores. Ahora bien, saber el
valor de coste de los productos en curso y de los terminados precisa hacer
muchos cálculos numéricos.
— ¡No me extraña!: al valor de las materias primas, supongo que tienen
que añadirle el coste de la mano de obra necesaria, de la energía consumida,
de las máquinas que precisan para la fabricación, etc.
— ¡Exacto! Los cálculos son tan complejos, que incluso diversos
especialistas pueden tener criterios de asignación de costes diferentes.
— ¡Qué curioso que expertos puedan discrepar en este tema! —le digo.
— Calcular el importe de las existencias en una empresa que
comercializa o distribuye productos es mucho más simple que hacerlo en una
que los fabrica. Las columnas de esta planta 1 adaptan su altura en función
del precio que detectan en las facturas de nuestros proveedores de material
quirúrgico. En este momento, tal como nos indican nuestras gafas, tenemos
800.000 € invertidos en el activo que nos ocupa hoy.
— Productos que vemos ahora en stock y que debéis conseguir vender
lo antes posible, si queréis conseguir rotaciones elevadas, ¿correcto?
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… y Caridad
— Muchos recuerdos de Scarlett y de Prudencio para los dos —nos dice
Fortunato, inmediatamente después de colgar su teléfono móvil.
— ¿Qué querían? —le pregunta Bárbara.
— Han llamado para contar con mi aprobación sobre una cláusula del
contrato de distribución que están negociando. Han preferido que no os
pusierais para no interrumpir la sesión durante demasiado tiempo. Además,
se les notaba a ambos muy ocupados y con poco tiempo para conversar.
— Supongo que no le has dicho nada sobre Caridad, ¿verdad, Fortu?
— ¡Naturalmente, Justo! ¿Me tomas por un loco excéntrico?
— En ese caso —interviene Bárbara sonriente—, creo que Justo no
tiene más remedio que explicarme el comentario jocoso de su padre.
— Mi padre bromea de esa forma —le aclaro a Bárbara—, porque
Caridad es la única de la familia que tiene el pelo oscuro. Además, el pediatra
pronostica que su talla final será inferior a la del resto de hermanos. Ahora
bien —añado enfáticamente—, te puedo asegurar que ella también hace
honor a su nombre: ¡es muy cariñosa y siempre ofrece todo lo que tiene!
— ¡Veo que seguimos con una familia llena de virtudes! —exclama
ella—: Fe, Esperanza, Caridad, Prudencia, Justicia…; supongo que debe
haber algún que otro defectillo por ahí, más allá de los relacionados con los
problemas en la percepción de los colores.
— Bueno —interviene Fortu con una rapidez que llama la atención—,
el nombre de Angustias no estaría dentro del grupo de las virtudes: ¡sería la
única excepción! Me refiero tan sólo al nombre, ¡naturalmente! —añade.
Me quedo pensativo de nuevo, al tratarse del primer comentario algo
crítico que le escucho sobre mi madre. No sé bien cómo interpretarlo. Quizás
se ha estado controlando hasta ahora. Seguro que, en el fondo de su corazón,
no la perdona que no pueda haber una mayor relación entre las dos familias.
Conociendo la forma de ser de mi madre, apostaría a que Fortunato la aprecia
menos de lo que me ha querido dar a entender hasta ahora. Creo que, en el
fondo, es un caballero. Me temo que, cuando la elogia, lo hace teniendo en
mente la amistad que le une con mi padre y el hecho de que soy su hijo.
— Mis padres justifican el nombre de mi hermana pequeña diciendo
que nació el 8 de septiembre, el mismo día de su santo —intervengo.
— ¡Así es! —confirma Fortu, dirigiéndose a Bárbara—. Pruden, el
padre de Justo, ya se resistió a la obsesión de Angustias por llamar Fe y
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Esperanza a las dos mayores; pero se negaba en redondo a que su tercera hija
tuviera el nombre de la virtud teologal que faltaba: ¡parecería una broma!
— ¡Supongo que mi padre terminó por ceder, como casi siempre!
— Tu padre —me informa Fortu—, siempre buscando el buen clima, y
siempre necesitado de dar una salida a las obstinaciones de tu madre, dijo que
accedería a poner ese nombre a la pequeña, sólo en el caso de que su
nacimiento coincidiera con el 8 de septiembre, día de Santa Caridad.
— ¡Pues ya sé cuándo es su cumpleaños! —exclama Bárbara riendo.
— ¡Es muy difícil ganarle un pulso a tu madre! —me dice Fortu—. Tu
padre me dijo que hizo esa propuesta después de saber que tu madre se quedó
embarazada el día 28 de diciembre. Por eso, tras realizar complejos cálculos
de probabilidades con sus queridas hojas de cálculo, confiaba en que el
nacimiento no se adelantara y terminara coincidiendo ¡con ese día exacto!
— Estoy seguro de que mi madre llegó al extremo de convencer al
ginecólogo, ¡para que le provocara el parto en el día exacto que ella quería!
— ¡Caramba! —exclama Bárbara—. Tengo curiosidad por volver a ver
a esa mujer con tanta determinación para alcanzar sus objetivos. No saqué esa
impresión de ella la primera y única vez que la vi, hace diez años.
— No soy especialista en ginecología —interviene Fortu—, pero creo
que tu padre arriesgó demasiado. No es raro que el tercer embarazo acabe
antes que los anteriores. De hecho, Caridad tuvo poco peso al nacer.
— Pues en el caso de mi familia —replico—, parece ser que las
gemelas, aún siendo las primeras, tuvieron más prisa por nacer que Caridad.
Como lo hicieron con tan sólo siete meses, necesitaron un tiempo en
incubadora. Por eso, no tenemos ni una sola foto de ellas en la clínica.
— Creo que es frecuente que los embarazos gemelares acaben antes de
tiempo también —me dice Bárbara, mientras Fortunato permanece callado y
poniendo una cara muy reflexiva, como si estuviera dándole vueltas a algo.
— Recuerdo, como si fuera hoy mismo, lo chocante e inesperado que
fue la noticia de la llegada de mi hermana Caridad para todos —les digo—.
Mi madre tuvo un nuevo embarazo ¡cumplidos los cuarenta!
— ¡Así fue! —interviene Fortu, a pesar de seguir todavía pensativo.
— ¡En aquel momento, sí que hizo mi madre honor a su nombre
realmente! —añado—: no dejaba de consultar sobre los riesgos que podía
conllevar un embarazo a esa edad. Recuerdo que mi padre, intentando quitar
hierro al tema, utilizaba su humor inglés diciendo que, como el embarazo se
produjo en un 28 de diciembre, se debía de tratar ¡de una inocentada!
— Estos sucesos nos enseñan que hasta a las personas más racionales y
calculadoras les suceden cosas que se escapan de su planificación —opina
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La planta tripe
Te puedo asegurar, Justo —me dice Fortu, intentando recuperar el control de
la conversación—, que Bárbara es también una pieza básica aquí.
— No cabe duda de que la atención, tanto telefónica como directa, que
recibe un cliente desde la recepción es clave —opino.
Ambos se ríen tras mi comentario.
— No era mi intención decir algo gracioso —afirmo—, ¿lo he hecho?
— Como tú bien sabes, Justo —me dice Fortu, todavía riendo—,
Bárbara hace honor a su nombre; y no me estoy refiriendo ahora a su
evidente y notoria belleza exterior, ya sabes…
— Te ruego que no me martirices más con tus juegos de palabras —le
digo—. Quiero que sepas, Fortu, ¡que nunca te perdonaré la broma de antes!
— Bárbara empezó trabajando en recepción —me informa—. Lo hacía
mientras estudiaba la carrera. No obstante, su cargo actual implica mayores
responsabilidades. Ella se encarga, desde hace un año, de la gestión de la
totalidad de los recursos que tenemos en esta planta. ¡Por eso va de azul!
— Siguiendo las recomendaciones de Fortu —me informa ella—,
estudié la carrera de Psicología con la intención de dedicarme a niños con
problemas de aprendizaje; pero el hecho de ir viniendo por esta empresa, y el
de tener la oportunidad de aprender tantas cosas con él, me despertó otro tipo
de inquietudes profesionales adicionales.
— Tanto le cautivó a Bárbara el mundo de la empresa —continúa
Fortu— que decidió complementar su formación universitaria con un Master
en Psicología aplicada a la organización y a la gestión empresarial. También
quiso ser mi alumna y seguir el curso que estás haciendo tú ahora.
— ¡Parece como si hubiera estado asesorada por tus padres, Fortu! —le
digo en broma, recordando lo hablado en la sesión del lunes pasado.
— ¡O por los tuyos! —me replica Bárbara con una sonrisa—. ¡Sé que
ambos se mostraron muy interesados en que vinieras a aprender con Fortu!
— ¡¿Ambos?! Eso me cuadra en mi padre, ¿pero en mi madre…?
— Pues, aunque te parezca chocante, Justo —me explica Fortu—,
cuando le dije a tu padre que la única condición que ponía para admitirte en
el curso de formación era que tu madre aceptara mi invitación para asistir a la
fiesta del sábado que viene, me llevé la sorpresa de que ella terminó
accediendo. Eso me demuestra que valora lo que puedes aprender conmigo,
¡aunque critique tanto mis métodos y mi estilo de vida!
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La Piscina de tus Sueños
Las Instalaciones
Tras la decidida e irrechazable sugerencia de Bárbara, empezamos a caminar
tras ella. Instantes después, llegamos a un panel que soporta un gran plano
con el dibujo a escala de la planta en la que nos encontramos. Nos detenemos
y, situados ante él, Bárbara se dirige a mí:
— Como puedes ver, Justo, en este plano, están dibujados todos los
elementos materiales de que disponemos en esta planta. Se trata de la
representación gráfica de nuestras Instalaciones.
— Ya veo —le digo, mientras observo los detalles del plano a escala.
— Al referirnos a las instalaciones, diferenciamos claramente el
continente del contenido —me informa ella—. El continente lo constituye el
edificio con sus columnas, sus cristales, su ascensor y sus paredes.
— Está claro —le digo, para que continúe su exposición.
— El contenido —continúa ella— lo forman el mobiliario, los
ordenadores, las instalaciones de climatización, la maquinaria y todo el resto
de elementos o de utillaje que utilizamos para el traslado, ensamblado,
manipulación y/o el mantenimiento de los equipos médicos o de los
productos de uso quirúrgico que vendemos.
— Como la tecnología no para de avanzar —Fortu hace un inciso—, y
ello determina que estén apareciendo continuamente nuevos productos,
tenemos que estar constantemente invirtiendo en maquinaria de alto coste
para la calibración y la puesta a punto de los equipos que distribuimos.
— Claro, claro —les digo, mientras voy asintiendo con la cabeza.
— Las instalaciones constituyen el primer gran grupo de recursos de
que disponemos en este nivel del edificio —afirma Bárbara.
— Muy bien —les digo, haciendo el ademán de contar con los dedos.
— Instalaciones —continúa ella—, palabra que empieza por la letra I.
Como ves, Justo, englobamos con la letra “I”, inicial de Instalaciones, a todos
los elementos que son susceptibles de ser dibujados en un plano como el que
estás contemplando. En inglés, le llamamos “layout”.
— Otra característica común de este grupo de recursos empresariales es
—interviene Fortu ahora— ¡que no se van a dormir a su casa! Si vienes a
visitar la empresa por la noche o en un día festivo, ¡aquí verás a todos los
elementos materiales que constituyen las instalaciones! ¡Son Incansables!
— Tu siempre viendo las cosas, Fortu —le digo sonriendo—, ¡desde
ese punto de vista tuyo tan original! De todas formas, y si me permites seguir
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jugando con palabras que empiecen por la letra I, también se me ocurre decir
que las Instalaciones son recursos Imprescindibles.
— ¡Excelente aportación! —me dice Bárbara—. De todas formas, Justo
—observo que quiere matizar mi comentario—, he aprendido de Fortu que no
es necesario hacer competir a los recursos en un ranking de importancia, sino
que es mejor conseguir que cada uno de ellos desempeñe su rol y que, de esta
forma, el conjunto suene como una orquesta. No obstante, si tenemos que
priorizar, siempre nos quedaremos con los recursos humanos. No debemos
olvidar que las personas son la razón de ser de las empresas.
— Gracias, cariño, por tu comentario de reconocimiento —le dice él.
— Todos estos recursos “Incansables” que veo en este plano deben
representar una “Inversión” enorme —intervengo, no con la curiosidad
propia del cotilla, ¡sino del financiero que llevo dentro!
— Decidimos alquilar el inmueble y comprar el resto —me informa
Fortu—. Hemos invertido en los muebles, en los ordenadores, así como en la
maquinaria y el utillaje. También tuvimos que invertir en la reforma del
inmueble para adecuarlo a nuestra actividad y para que, cinco años después y
coincidiendo con la adaptación de los sistemas informáticos para el año
2.000, pudiéramos disponer de la tecnología ¡de columnas de altura variable!
— De todas formas, y a pesar de no incluir el inmueble, el valor de
todos esos elementos que has citado han debido suponer una cantidad de
dinero muy significativa —le insisto, con el deseo de que me cuantifique.
— La cifra exacta —me informa Fortu— la podrás averiguar gracias a
las gafas. De todas formas, te reitero que aquí no paramos de invertir en la
mejora constante de las Instalaciones para mantenerlas actualizadas. Por ello,
a la inversión inicial para la compra de los elementos imprescindibles del
contenido y para la adecuación básica de las instalaciones, le hemos ido
sumando adquisiciones adicionales casi todos los años.
— Ya veo. ¿Cómo habéis ido financiando esos importes de inversión,
tanto el inicial como los sucesivos? —les pregunto—. Espero, Fortu, que no
consideres que se trata de una pregunta indiscreta.
— ¡Claro que no lo es, Justo! —me responde muy serio—. Es verdad
que debemos ser prudentes y respetuosos a la hora de preguntar a las
personas acerca de cómo se las han arreglado para financiar todas las cosas
que tienen o nos enseñan, pero tú estás aquí para hacerlo.
— Te agradezco la transparencia con la que me hablas —le digo.
— Respondo a tu pregunta —me anuncia Fortu—: financiamos la
inversión inicial con un préstamo bancario a pagar en varios años.
Acordamos con el banco aplicar un tipo de interés variable y eliminar las
penalizaciones por posibles cancelaciones anticipadas. Dudamos entre firmar
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Las Personas
— ¿Quién era? —le pregunta Fortu a Bárbara después de acabar su llamada.
— Te ruego, cariño, que no intentes controlar hasta el más mínimo
detalle de mi trabajo —le responde con amabilidad, pero con firmeza—. Casi
todo lo que sé relacionado con la empresa, me lo has enseñado tú, pero si no
me dejas un poco de margen de maniobra, no aprenderé nunca de mis errores.
Además, con los sistemas de información que has diseñado, y que permiten
cuantificar y evaluar el resultado de mis decisiones, ¡mucho daño no puedo
llegar a hacer! —añade con algo de sarcasmo.
— Nos habíamos quedado hablando de la importancia que tienen las
personas en la empresa y de que existen dos grandes requisitos para que
desempeñen bien su trabajo —intervengo rápidamente, intentando contribuir
a evitar una discusión, no sé bien si profesional, familiar ¡o de pareja!
¡Estoy hecho un lío! Pensé que lo más complejo que iba a encontrar
aquí serían las finanzas empresariales, ¡pero me doy cuenta de que no es así!
Veo que llegar a conocer las razones del comportamiento de las personas que
trabajan en una organización puede llegar a ser mucho más difícil que
analizar y comprender ¡sus cuentas financieras!...; ¡y me temo que tan o más
importante!... ¡Qué cosas va descubriendo uno!
— ¿Le podrías nombrar, Bárbara, a nuestro amigo, esos dos grandes
pilares de los que siempre hablas, cuando te refieres al rendimiento de las
personas en una organización? ¡No quisiera interferir en tu trabajo! —le dice
Fortu, poniendo al descubierto ese área débil de su personalidad, del que me
habían advertido, que le hace reaccionar de forma inmadura algunas veces.
— Los dos grandes ingredientes para que las personas consigamos
buenos resultados son… —hace un pausa, a la vez que eleva sus cejas, con la
evidente intención de darle un poco de emoción al asunto.
— ¿Son?... —preguntamos Fortu y yo a la vez.
— ¡Motivación y formación! —responde ella con rotundidad.
— ¿Puedes ser un poco más explícita, Bárbara? —le ruego.
— No basta con saber hacer las cosas: ¡hay que querer hacerlas!
Tampoco es suficiente con estar deseando hacer algo, para que salga bien:
¡también hay que tener la capacidad necesaria para realizarlo correctamente!
— Está claro, Bárbara —le digo.
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— Estos recursos que acabas de citar —les digo con una sonrisa—, y a
diferencia de las Instalaciones, ¡sí que se van a su casa a dormir!
— ¡Exacto! —me confirma Fortu—. Son recursos que nos los puedes
ver, si vienes a visitar la empresa por la noche o en un día festivo. Se mueven
por la planta y se van a sus casas cuando acaba su jornada laboral. Por ello,
no están dibujados en el plano de las Instalaciones que nos mostró Bárbara.
— Y como, precisamente, tienen sus propias vidas personales y
familiares —se apresura Bárbara a intervenir—, debemos buscar fórmulas
para intentar conseguir la difícil conciliación de su vida laboral y familiar.
— Lo veo claro —intervengo—. Me habéis descrito vuestros recursos
humanos y vuestras instalaciones. Pero echo en falta algunas cosas más que
son necesarias para la actividad empresarial.
— ¿Por ejemplo? —me pregunta Bárbara, mostrándose muy contenta
tras escuchar mi comentario.
— ¿Hacéis publicidad y/o relaciones públicas? —les pregunto.
— ¡Claro que sí! —me responde ella—. Es algo imprescindible para
dar a conocer nuestra empresa y nuestros productos. Hay muchas personas
que acumulan grandes conocimientos o habilidades, pero que luego no tienen
éxito. Carecen de la habilidad suficiente para darlos a conocer, o para que la
gente los aprecie. No sólo hay que serlo, ¡también hay que parecerlo!
— Ya sabes, Justo —interviene Fortu—, que, para que haya una
relación satisfactoria entre las personas, tiene que “haber química”, ¡y no sólo
física! No es suficiente con “ser o estar bien” —añade— ¡hay que caer bien!
— Ya me habéis convencido de que el cerebro emocional interviene
mucho más de lo que creemos en todas nuestras decisiones —les confirmo—,
incluso en aquellas que consideramos totalmente racionales.
— ¡Así es Justo! —me ratifica Fortu.
— ¿Y dónde tenéis situado el departamento de comunicación, Bárbara,
el que os debe ayudar a dar a conocer vuestros productos y a crear un estado
de opinión favorable hacia vuestra empresa? —le pregunto—. No he sido
capaz de verlo durante todo el recorrido por esta planta.
— No lo ves, porque no lo tenemos en ningún sitio —me responde.
— ¿Si no tenéis el órgano, cómo tenéis la función? —le pregunto,
utilizando el símil anatómico favorito de Fortu.
— Me alegra enormemente que nos formule usted esa pregunta, Sr.
Igap —me dice Fortu, jugando con su pipa apagada.
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El valor de la tripe
Pasados unos instantes, Bárbara interviene para echarme una mano:
— Estoy segura de que ya sabes el importe que nuestra contabilidad
asigna a la suma del valor de todos los activos que están localizados en el
interior de esta planta, ¿verdad, Justo?
— Sí…, creo que lo tengo…, creo que es sencillo —hablo despacio,
mientras calculo mentalmente.
— ¡Soy todo oídos! —me dice Fortu, sin disminuir su presión.
— Si el importe del activo total es de 4.000.000 € —empiezo mi
argumentación por la primera premisa—, y la suma del valor de las tres
plantas del activo corriente es de 2.200.000 €, es fácil deducir que el valor
que los contables asignan a esta planta, en este momento, es de 1.800.000 €.
También puedo decir que representa el 45 % del valor total del activo.
— Puedes colocarte las gafas, si te apetece confirmarlo —me dice
Fortu, realizando un moviendo de cabeza aprobatorio al dármelas.
— Creo que no hace falta —le digo en el momento que las cojo.
— Si te las pones, te pueden confirmar la respuesta a la pregunta que
me hacías antes sobre el importe total que hemos invertido en esta planta —
me dice Fortu con una cara que revela malas intenciones.
— Algo en mi interior me dice que me quieres confundir —le digo.
— Me temo que así es —dice Bárbara, confirmando mi sospecha,
mientras Fortu disimula poniendo cara de circunstancias.
— Espero poder descubrirlo pronto —les digo—. De todas formas,
observo que las columnas de esta planta no cambian de altura. O, al menos,
no se han movido desde que estamos aquí.
— ¡Si que se mueven, Justo! —afirma Fortu—, pero no con la
velocidad o con la frecuencia con la que lo hacen las columnas de las plantas
1, 2 y 3. Recuerda que esta planta no contiene Activos Corrientes.
— ¡Claro, claro! —le reconozco, capturando algunas piezas de
conocimiento y encajándolas en mi, todavía, incompleto puzzle mental—. En
esta planta, están los Activos No Corrientes, aquellos que tienen carácter de
permanencia o de estabilidad. Creo que, clásicamente, los financieros se han
referido a ellos con el nombre de Activos Fijos o de Inmovilizados.
— ¡Muy bien, Justo! —vuelve a intervenir Bárbara para animarme—.
El término contable de inmovilizaciones materiales se utiliza para englobar a
elementos como son los terrenos y las construcciones, las instalaciones
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Recursos misteriosos
Bárbara y Fortu sonríen, mientras observan lo asombrado que estoy. No dejo
de mirar a uno y otro lado de la planta, con las gafas financieras puestas, sin
encontrar explicación a lo que veo.
— ¿Hay algo que te llama la atención, Justo? —me pregunta Bárbara,
sabiendo perfectamente que así es y, seguramente, pensando que estoy
reaccionado de una forma muy parecida a como lo hizo ella, cuando Fortu la
hizo pasar por las mismas circunstancias.
— ¿Cómo ves a las personas, si las miras a través de mis gafas, Justo?
—me insiste Fortu, mientras acaricia sus característicos bigotes dalinianos.
— ¡Lo sabes perfectamente, Fortu! —exclamo algo frustrado.
— ¿Las ves blandas y deformadas, como si se tratara de un cuadro
surrealista? o, quizás mejor, ¡¿las ves desnudas?! ¿Las dibujarías así, tal
como las ves, en uno de tus cuadros? —me pregunta regodeándose.
— Sabes perfectamente, Fortu, que no las estoy viendo ni deformadas
ni desnudas y, también, que me sería imposible dibujarlas así en mis cuadros.
— ¿Por qué? —me pregunta Fortu muy divertido.
— Pues, sencillamente, ¡porque nos las veo! ¡Las personas han
desaparecido de mi vista! —exclamo.
— ¡¿Desaparecido?! —dice ella, disfrutando de la situación también.
— Sí, sí. A través de las gafas financieras no veo a las personas —les
reitero—. ¡Y tampoco las paredes del edificio, por cierto!
— Si me permites matizar un poco tu respuesta —interviene Fortu—,
yo diría que no han desaparecido, sino que se han vuelto invisibles.
— Lo llames como lo llames —le replico—, esto no me había pasado
en ninguna otra planta. Hasta ahora, las gafas me daban la cuantificación, en
unidades monetarias, del valor de los activos que veía en el interior de cada
planta. Por primera vez, las gafas me ocultan elementos que veo sin ellas.
Mientras hablo, mi reflexión me hace descubrir la razón. No obstante,
viendo que están disfrutando tomándome el pelo, decido hacerme el tonto.
— No deja de ser una paradoja —interviene Fortu— que se repita
continuamente aquello de que las personas son el principal activo de una
empresa, cuando las pierdes de vista en el momento en el que usas unas gafas
especializadas precisamente en ¡cuantificar el valor monetario de los activos!
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— Por cierto, Justo —me dice Fortu—, el lunes ven con bañador,
porque tendremos día de piscina. ¡Espero que sea un día soleado!
— ¡Por fin podré ver la ansiada piscina de cerca! —le digo satisfecho.
— Que tengas un buen fin de semana. Aprovéchalo pintando, haciendo
deporte o disfrutando de tu familia —me sugiere Fortu.
— ¡Eso haré, efectivamente! —le digo, admitiendo su consejo.
— ¿Por qué no intentas que tu madre haga algo de ejercicio físico y que
practique algún deporte con tu padre? ¡Creo que le vendría fenomenal para
tomarse la vida de una forma menos tensa, mucho más relajada!
— Me duele tener que reconocer que el comportamiento de mi madre
hace que estar en casa resulte insoportable muchas veces. En lugar de ser
conciliadora, parece como si su lema favorito fuera “divide y vencerás”.
— ¿Has visto fotos de tu padre practicando atletismo de joven? —me
pregunta Fortu, evitando seguir hablando de la forma de ser de mi madre, la
cual va empeorando cada año—. Su prueba favorita era el triple salto.
— He visto fotos de mi padre en las pistas deportivas universitaria, sí.
— Ocupa tu tiempo como quieras durante el fin de semana, Justo, pero
¡que no se te ocurra ponerte a estudiar finanzas! Esta vida son dos días, y hay
que disfrutarla —me vuelve a dar uno de sus consejos favoritos.
— ¡Puedes apostar a que seguiré tus recomendaciones, Fortu!
— Es viernes y, aunque te parezca mentira, hemos llegado al ecuador
del curso. Con otras cinco sesiones más, te aseguro que sabrás más que
suficiente para presentarte a tu examen con garantías de éxito.
— Parece que voy viendo la luz al final del túnel —le admito—. De
todas formas, Fortu, todavía tengo la sensación de que me quedan bastantes
piezas del puzzle por colocar. Tras la sorpresa de las personas invisibles,
todavía no me he recuperado después del impacto del recurso que nos falta.
— Pues si ves la luz al final del túnel —me dice Fortu con una cara que
me indica que tiene pensado continuar con alguna gracia de las suyas—, no te
recomiendo que la apagues ¡para ahorrar gastos!
— ¡No sé si es momento para este tipo de bromas! —le digo sonriendo.
— No es sólo un chiste, Justo, es también un anticipo de algo de lo que
hablaremos. Como verás, ¡no todos los ahorros de gastos generan beneficio!
— Estoy contento con mis progresos, pero me temo que todavía nos
falta mucho por repasar y por colocar en su sitio.
— No seas tan ansioso, Justo —me aconseja Fortu con una convincente
sonrisa, que muestra su cuidada dentadura—. Todo acabará encajando.
Piensa que un reloj no funciona, hasta que no se le coloca la última pieza.
— ¡Está claro!...—le digo, mirando al vacío.
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— ¡Venga, síguenos! —me dice Bárbara, que hoy viste de azul, igual
que el viernes pasado, pero con una ropa menos formal, más deportiva.
Nos ponemos a caminar juntos por la planta en dirección al vértice del
ascensor. Poco después, tras introducirnos en él, escucho a Bárbara decir:
— ¡Piscina!
En breves instantes, veo como se desplazan lateralmente las puertas
correderas posteriores del ascensor y como se nos abre el paso hacia la zona
exterior trasera. Se trata de un área que ya había visto desde el interior, a
través de los cristales, la semana pasada. Observo un amplio patio cuyo suelo
está cubierto, sólo parcialmente, por un césped muy cuidado. Sobre esa zona
verde, están localizadas unas macetas sin plantas ni flores. Curiosamente, hay
un único árbol, situado a la derecha, del que no me había percatado ningún
día. No he estudiado botánica como mi hermana farmacéutica, pero creo que
no es necesario para decir que se trata de un ciprés.
— Después de vosotros —nos dice Fortu, extendiendo su brazo
derecho y cediéndonos el paso a Bárbara y a mí.
— Gracias, Fortu —le decimos los dos a la vez, mientras abandonamos
el ascensor y pasamos al área de la piscina.
Ya en su interior, sigo observando. A continuación de la franja verde de
césped, con sus macetas y su ciprés, está instalada una curiosa piscina
desmontable de forma rectangular y de un color azul muy parecido al de las
columnas, al de los vidrios de la planta tripe y ¡al del vestido de Bárbara!
Veo que han colocado dos rampas de plástico duro, una en cada
extremo de la piscina. Observo que, mientras la rampa de uno de los
extremos es de color rojo, la del otro es de color amarillo intenso. Junto a la
rampa roja, a la izquierda, hay un mástil del mismo color. No veo rampas ni
escaleras en las paredes laterales de la piscina, por lo que deduzco que, para
saltar al agua, deben utilizar siempre las rampas de los extremos.
Todas las partes forman un conjunto muy original. ¡No cabe duda de
que a Fortu le gustan los diseños llamativos y los colores intensos! Desde
luego, ¡esta piscina no pasa fácilmente desapercibida!
— ¿Qué te parece, Justo? —me pregunta Fortu después de haberme
dado tiempo a que inspeccionara todo visualmente.
— Bueno —le respondo—, no se puede negar que se trata de una
piscina especial. Su color azul intenso, el verde del césped y los colores rojo
y amarillo de las rampas de acceso forman una combinación de colores
realmente impactante. ¡Parece diseñada por Ághata Ruiz de la Prada o por
los que hacen los anuncios para United colors of Benetton!
— ¿Eso crees, Justo? —me pregunta complacido—. O también —
matiza—, la podría haber diseñado un aficionado al parchís, ¿no te parece?
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— Ja, ja, ja —se ríe Fortu—. Te decimos “frío”, digas lo que digas.
— No llamaría yo precisamente a eso ¡tener confianza en el alumno! —
les recrimino ofendido, tras sentirme un poco decepcionado.
— No te indignes, Justo —interviene Bárbara—. El término que
buscamos tiene mucho que ver con lo que has dicho tú antes.
— ¡¿Yo?! ¿Qué he dicho yo antes?
— ¿Qué opinarías si te decimos que nosotros los llamamos también
Gastos Azules? —me pregunta Fortu.
— ¡¿Gastos Azules?!—exclamo extrañado—. ¿Por qué?
— ¿Qué color se utiliza para diferenciar los grifos de agua fría de los
de agua caliente? —me pregunta Fortu abriendo sus brazos, como queriendo
dar a entender que lo que me está diciendo tiene toda su lógica.
— Se usa el color azul, ¿por qué? —le pregunto, demostrando pocos
reflejos en este momento.
— ¡Azul!, Justo, ¡azul! —exclama Bárbara, mientras abre sus azules
ojos como platos y señala su vestido—. ¡Recuerda el fleco que nos quedó
pendiente al final de la sesión del viernes pasado, y que te tenía tan intrigado!
— ¡Claro, hombre! —grito, tras verlo muy claro—. La planta tripe es
de color azul, porque todos los recursos azules están situados en ella. Son los
recursos cuya utilización genera los Gastos “fríos” (por ser insensibles al
nivel de ventas), los Gastos de Estructura, ¡los Gastos del Periodo!
— En la planta tripe están situados todos los recursos azules, ¡menos
uno! —puntualiza Bárbara—. Lo recuerdas, ¿verdad, Justo?
— Sí, claro. Hay un recurso que todavía no hemos visto, aunque sí
sabemos que su utilización implica la generación de un tipo de gasto azul (un
gasto del periodo). ¡No sabes las ganas que tengo de ver qué cara tiene!
— No se nos debe olvidar —me advierte Fortu— que los Gastos del
PERIODO son generados por los recursos que tenemos en la Planta TRIPE.
Como bien dice Bárbara, ¡con una sola excepción!: el recurso que permanece
oculto hasta el momento. Fíjate que las letras I, P y E se encuentran tanto en
la palabra “periodo” como en la palabra “tripe”: ¡quizás te sirva de ayuda!
— ¡Absolutamente genial! —exclamo asombrado—. Esto lo pueden
recordar fácilmente hasta las personas con menos memoria.
— ¡Yo estoy en ese grupo! —me recuerda Fortu—. Es lógico que los
términos Gastos Fríos o Gastos Azules no los hayas oído nunca antes de
venir aquí —añade—: se trata de un invento nuestro que tiene,
exclusivamente, fines nemotécnicos. Es la forma que se nos ocurrió para
llamar gráficamente a los Gastos que se denominan técnicamente del Periodo.
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La piscina desbordante
— Imagino que ya sabes “a estas alturas” —me dice Fortu, volviendo a
insistir con sus juegos de palabras— por qué elegimos una piscina con la
altura de sus paredes laterales regulable.
— Creo que lo sé. En función de lo que me has explicado, deduzco que
las palabras de mi padre sobre la caricatura del tío Gilito te dieron la idea.
— Podría ser… —me dice Fortu con aire misterioso.
— ¡Nos tienes en vilo, Justo! —interviene Bárbara inmediatamente
después, animándome a que les explique lo que tengo en mente.
— Mi lógica deductiva —inicio la frase sonriendo— me conduce a
afirmar que la altura de la piscina aumenta, si se incrementan los gastos de
estructura que se generan cada Periodo de tiempo y, consecuentemente, el
volumen de agua que se precisa para llenarla completamente.
— ¡Correcto! —exclama Fortu—. Como ves, el mérito es de tu padre,
como casi siempre. Mi aportación siempre se ha limitado a escuchar
atentamente a los expertos que realmente saben, a sintetizar sus ideas y a
descubrir modelos simplificados y nemotécnicos que nos permitan entender y
recordar fácilmente lo que nos dicen a los mortales que no somos tan sabios.
— Lo que tú haces tiene mucho mérito también, cariño —le dice
Bárbara a Fortu tras su comentario de evidente falsa modestia, mientras le da
un cariñoso beso en la mejilla y le acaricia la cara.
— Bueno, parece que voy despejando incógnitas y atando cabos —les
digo satisfecho—. Ya sé por qué la planta tripe es de color azul y, también, la
razón por la que la piscina está más llena hoy que la semana pasada.
— ¿Por qué? —me preguntan los dos a la vez.
— Porque si la altura y el volumen de la piscina son proporcionales al
importe de los gastos de estructura mensuales, estoy seguro de que el agua
está representando el dinero que hay que ir consiguiendo para poder cubrir
todos los gastos del periodo cada uno de los meses.
— No sé si has seleccionado la palabra “cubrir” intencionadamente —
puntualiza Bárbara—, ¡pero has estado muy acertado! En esta empresa, todo
el mundo sabe que empezamos el día uno de cada mes con la piscina
totalmente vacía. En ese momento, la altura de la piscina se ajusta en función
de los gastos de estructura previstos para ese mes.
— ¿Cómo los calcula el ordenador? —pregunto.
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a final de mes con un nivel de llenado que, como mínimo, llegue hasta el
borde de la piscina. Dicho con las mismas palabras que tú mismo has
empleado antes: debemos conseguir que, el último día de mes, el agua
procedente de los ingresos acabe “cubriendo” la totalidad de los gastos
azules, como mínimo.
— ¿Y si os pasáis en la cantidad de agua que volcáis en la piscina y,
como consecuencia de ello, la piscina se desborda? —les pregunto.
— ¡Es la circunstancia que más nos gusta! —me responde Fortu—.
¡Siempre nos han apasionado las piscinas desbordantes!
— ¡No me extraña! —exclamo desinhibido—. ¡Son preciosas! Son
especialmente bonitas aquellas que su límite se confunde con el mar. La casa
de mi mejor amigo tiene una piscina desbordante increíble. Sus padres tienen
mucho dinero: tienen varias empresas que dan trabajo a muchas personas.
— ¡Veo que la historia se repite! —comenta Fortu—: dos amigos de la
Universidad que tienen niveles económicos muy diferentes.
— Así es, pero con un matiz importante —puntualizo—: creo que la
diferencia entre mi amigo y yo es inferior a la que existía entre mi padre y tú.
— Eso es una consecuencia del desarrollo económico que ha tenido el
país en las últimas décadas —afirma Fortu.
— Supongo que es así —asiento—. Todo el mundo sabe que, en
muchos países poco desarrollados, existe un contraste tremendo entre el
reducido grupo de los muy ricos y el numeroso grupo de los muy pobres.
— El crecimiento económico deseable de los países —me explica—
debe generar una consolidada clase media, un aumento del nivel de vida
medio de sus habitantes y una disminución de las diferencias económicas.
— Supongo que ahora me dirás que las finanzas son herramientas
esenciales para que los gobernantes consigan que los recursos de su país se
traduzcan en desarrollo, inversión y creación de empleo. ¿Me equivoco?
— ¡En absoluto! —me dice riendo—. Las empresas y los países son
como enfermos crónicos a los que hay que hacerles análisis periódicamente.
Las cuentas financieras son excelentes ayudas para gestionar y, también, para
que consigas llegar a poder financiarte algún día ¡la piscina de tus sueños!
— ¡Esa es un estrategia de motivación muy efectiva, Fortu! —le digo.
— Pero nunca olvides, Justo, que sólo será legítimo que disfrutes de
ella, si has ganado el dinero para comprarla con actividades económicas
lícitas y que hayan contribuido a la creación de riqueza colectiva.
— ¡No nos pongamos a soñar ahora, chicos, que tenemos mucho
trabajo por delante! —interviene Bárbara, en una nueva demostración de su
capacidad para mantener la concentración, el equilibrio y el sentido común.
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facturas de venta son todas de color verde. ¡Son del color de los ingresos! De
esta forma, son muy fáciles de identificar. Elegimos este color, porque
tenemos siempre ¡la esperanza! de que los ingresos sean muy elevados.
— Como sabes, así se llama una mis hermanas: Esperanza. Y,
curiosamente, su color preferido es también ¡el verde!
— Pues entonces, esto que te estoy contando ¡no se te olvidará!
Estamos ahora ¡en nuestro verde jardín de la esperanza! —me dice.
— Imagino que las facturas de venta son enviadas inmediatamente a la
planta 2, para que se encarguen de cobrarlas a los clientes.
— Eso hacemos, sí —me confirma Fortu—. En el momento que
generamos una factura de venta (una factura verde), contabilizamos que el
cliente nos debe dinero y, por tanto, el tamaño de su muñeco futbolista
aumenta automáticamente. Pero también hacemos una segunda cosa:
contabilizamos un ingreso por ventas. Recuerda que los movimientos
contables siempre van en parejas: cada apunte tiene su contrapartida.
— Lo veo sencillo —le digo—: en el momento de la venta, algo se
mueve tanto en la piscina, como en el edificio. Ya sé que, en la planta 2,
aumenta la altura del techo, porque aumenta el saldo deudor de un cliente.
¡Estoy deseando ver lo que ocurre en la piscina al vender!
— Antes de mostrártelo, quiero aprovechar para recordarte que, para
contabilizar los ingresos, no tenemos en cuenta el IVA de la facturas; pero sí
lo hacemos a la hora de contabilizar los importes que nos deben los clientes.
Sé que, como eres un alumno aventajado, este asunto no te confunde.
— Gracias por el elogio, Fortu. Pero dime: ¿cómo representáis a los
ingresos en este modelo conceptual tan gráfico y práctico?
— Pues verás, Justo: el ordenador, al detectar una venta, hace que una
maceta verde se llene de agua. El sistema informático —ya sabes que aquí
todo funciona asistido por computadoras— se encarga de seleccionar la
maceta que tenga un tamaño proporcional al importe de la venta.
— Te sigo, Fortu. Continúa, te lo ruego.
— Si vendemos simplemente unas gasas o unos guantes, vemos como
se llena de agua una maceta muy pequeña; pero si vendemos un láser
fabricado por la compañía de tu padre o un sofisticado equipo quirúrgico de
precio elevado, el sistema elige una de las macetas grandes que puedes ver
allí al fondo —me explica, mientras las señala con el dedo.
A pesar de que llevo varios días viniendo, no termino de dar crédito a
todo lo que veo. ¡No sé si estoy metido en un sueño, en una película de
ciencia ficción o en un cuadro de un pintor surrealista!
— ¿En qué piensas, Justo? —me dice, mientras toquetea sus bigotes.
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¡Finanzas no aptas para daltónicos!
La rampa roja
Tras el pequeño descanso en el que Fortu ha intentado, sin éxito, contactar
con Bárbara; y antes de contestar a la pregunta que me hizo justo antes de la
pausa, repaso visualmente todos los componentes de la piscina.
— ¿Has adivinado ya cómo nos las ingeniamos para hacer llegar el
agua contenida en las macetas de los ingresos hasta el interior de la piscina?
—me pregunta Fortu, mientras introduce su teléfono en el bolsillo.
— No veo muchas opciones, la verdad —le respondo—. Yo utilizaría
una de las dos rampas que hay en los extremos de la piscina.
— ¿Eso harías? —me dice, acariciando su pipa—. ¿Cuál de las dos?
— Pues, como ayer me dijisteis que la rampa amarilla la tenéis
reservada para recoger el líquido sobrante que se desborda al final de cada
periodo contable, supongo que usaría la rampa de color rojo.
— ¡Supones muy bien, Justo! Las macetas suben por la rampa roja y,
cuando llegan al borde de la piscina, vierten dentro el agua que les queda.
— ¿Vierten el agua que les queda? ¿Qué quieres decir exactamente?
— Te propongo que hagas la prueba de coger una maceta llena de agua
y, posteriormente, subir con ella por la rampa roja, hasta que llegues al borde
de la piscina. Te advierto que está muy resbaladiza ¡y muy caliente!
— ¡No sé si me atrevo a hacerlo! —exclamo riendo.
— Si hicieras esa prueba, verías que te sería imposible llegar al final de
la rampa, sin haber derramado parte del agua. Dependiendo de tu habilidad,
perderías más o menos, pero siempre se te caería una parte muy importante.
— Lo que me propones me recuerda a una prueba de concurso de
televisión —le digo divertido—. Supongo que el presentador diría algo así
como “el equipo que consiga verter más litros en su piscina, durante el
periodo de tiempo que dure la prueba, ¡será el ganador!”.
— Pues una cosa muy parecida a ese concurso de televisión que
describes es lo que hacemos nosotros aquí todos los meses.
— ¡Qué divertido suena!
— Como te decía, parte del agua que “Ingresamos” al vender, la
“Gastamos” al subir por la rampa roja. Con las macetas procedentes de la
venta de algunos productos derramamos más agua, al subir por la rampa, que
con las que proceden de la venta de otros. En esto consiste “el juego de
nuestro trabajo”. Y como venimos a jugar, ¡por eso nos lo pasamos tan bien!
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La Piscina de tus Sueños
El margen bruto
¿Va todo bien? —me pregunta Fortunato, tras esperar a que acabara la
conversación telefónica con mi madre.
— ¡Todo en orden! —le respondo sonriendo—. Mi madre quería,
simplemente, recordarme que tengo que acompañarla al oftalmólogo hoy,
para que visite a Caridad. Como debes saber, los profesionales que están
tratando de diagnosticar el origen de sus problemas de aprendizaje han
recomendado la valoración por ese especialista. No sé muy bien el porqué.
— Como no ha heredado el daltonismo de tu padre, supongo que
quieren descartar algún otro problema de visión —me dice con un tono
extraordinariamente formal—. Ya sabes que el análisis de la Información es
previo a la Decisión, y que ésta es anterior a la Acción y a la valoración de
los Resultados. Recuerdas el apellido IDAR de tu madre, ¿verdad?
— Lo recuerdo, sí —le digo algo cansado de algunas reiteraciones.
— ¿Le has dado recuerdos de mi parte?
— ¡Naturalmente!
Fortu realiza un movimiento con la cabeza, expresando agradecimiento.
— ¿Has aprovechado para que supliera tu ignorancia sobre el nombre
que recibe la cantidad de agua que consigue llegar al borde de la piscina? —
me pregunta, con la evidente intención de poner a prueba mi amor propio.
— ¡No me ha hecho falta preguntárselo! —le respondo rotundamente,
poniendo de manifiesto que su estrategia ha causado efecto—. Además,
mucho me temo que lo haya olvidado, después de tantos años.
— Dime entonces, Justo. ¡Estoy intrigado! —me dice con sorna.
— Se trata, Fortu, ¡del margen bruto de la venta!
— ¡Exacto! Si al importe de la venta le restamos los gastos de la venta,
obtenemos el margen bruto de la venta. ¡Así de sencillo! Como te adelantaba
en la planta 1, cuando te enseñaba nuestro particular quirófano, nuestro
margen bruto medio es del 20%. Con unos productos tenemos más margen
que con otros, pero la media es la que te he dicho.
— Ya veo… —le digo, mientras voy reflexionado sobre el concepto.
— Por si te sirve para reforzar tu memorización —añade— te diré que
los ingleses se refieren al Margen Bruto con el término de Gross Profit. Si a
las ventas (Sales) le restan el coste de los bienes vendidos (Cost of Goods
Sold), obtienen el Margen Bruto (Gross Profit).
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¡Finanzas no aptas para daltónicos!
Fijos a los Gastos del Periodo (los gastos azules que se producen “en frío”),
tampoco te recomiendo que utilices el nombre de Gastos Variables o de
Gastos Directos, cuando te refieras a los Gastos de la Venta (los gastos rojos
que se producen “en caliente”).
— Creo entender la razón básica de tu recomendación, Fortu: el
principal gasto de la venta es el valor de coste del producto que sale del stock
y ese coste, como dices, incluye costes variables, fijos, directos e indirectos.
— ¡Da gusto tratar con personas inteligentes! Complementando tu
afirmación, hay que decir que los gastos azules por consumo de teléfono o
por reparación de las instalaciones, por ejemplo, varían ligeramente de un
mes a otro, por eso también es mejor llamarlos gastos del periodo que fijos.
— Si que parece complejo, efectivamente, lo que tienen que hacer en
las empresas industriales —le reconozco, mientras agito mi mano derecha.
— Las finanzas de costes consideran que un coste es variable o fijo,
dependiendo de si se produce de manera asociada a la actividad. Pero,
¡atención!, a la actividad de fabricación ¡y no a la de ventas! Las fábricas
incurren en más costes variables, si fabrican más unidades de producto,
independientemente de las que se consigan vender. La diferencia entre
fabricar mucho y vender mucho es notoria, ¿no crees?
— ¡Desde luego que lo creo! Pero me temo que me estás liando.
— ¡Me alegro! Lo he hecho intencionadamente, para que me hagas
caso sobre mi recomendación de que te olvides de los costes variables y fijos,
o de los directos e indirectos, salvo que quieras especializarte en el tema. Te
recomiendo, para que no te confundas, que siempre hables de gastos de la
venta (o rojos), ¡pero no de gastos variables!; y que siempre hables de gastos
del periodo (o azules), ¡pero no de gastos fijos! ¿Lo harás?
— ¡Lo haré, te lo prometo! —le digo mareado.
— En ese caso, ¡me quedo más tranquilo! —me dice sonriendo—.
Tenías pesadillas, porque en tu cabeza estaban mezcladas las piezas de dos
puzzles: uno de piezas grandes y otro de piezas pequeñas. Mi recomendación
es que las separes en dos grupos y, a continuación, te concentres en encajar
sólo las grandes. Céntrate en lo básico y olvídate del resto.
— Vosotros —le digo—, al tratarse de una empresa comercial, no
tenéis que calcular ni costes directos, ni indirectos, ni fijos, ni variables; ya
que el valor de vuestro stock viene determinado por el precio que pagáis a los
proveedores por los productos que les compráis.
— No nos tenemos que complicar la vida ni nosotros, ¡ni la mayoría de
los mortales! Sólo las personas que forman parte del departamento financiero
de empresas industriales, aquellas que fabrican productos a partir de materias
primas, necesitan hacerlo, ¡pero no todos los demás! —afirma convencido.
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— ¡Ni en el mejor de mis sueños, podía pensar en verlo todo tan fácil!
— ¡Ahora creo que sí que podemos dar por cerrado el caso misterioso
del valor relativo de nuestro margen bruto! Como has sospechado, nuestra
empresa tiene unos gastos rojos, por servicios asociados a la venta de los
productos, que ascienden a un 5% de valor porcentual medio.
— Estoy muy satisfecho conmigo mismo —le digo.
— Si hubiéramos optado por una flota de camiones propios y por
conductores en plantilla, tendríamos, al final de cada mes, los gastos azules
generados por las nominas de los empleados, por las facturas de
mantenimiento y por las amortizaciones de los vehículos. Sólo los gastos en
carburante o en peajes podrían ser considerados rojos. ¿Estás de acuerdo?
— Hay empresas que tienen flotas propias. ¿Están equivocadas?
— ¡En absoluto, Justo! Son diferentes opciones que responden a
planteamientos estratégicos alternativos. Aquí no estamos diciendo que sea
siempre mejor tener recursos rojos que azules. ¡Desde luego que no! La
mejor opción dependerá de cada empresa. Aquí estamos hablando de la
importancia de clasificar todos los gastos en estos dos grandes grupos y,
también, de que debemos ser conscientes de que cada opción estratégica
tendrá un impacto muy diferente en las cuentas financieras.
— ¿Y no hablamos hoy de orden y de proporciones? —le pregunto,
notando un hambre insaciable de adquirir nuevos conocimientos financieros
de una forma tan natural y lógica.
— ¡Claro que sí! El orden de las líneas que componen una cuenta de
resultados es esencial para poder sacar conclusiones.
— ¿Cuál es el truco que empleas aquí, Fortu? —le pregunto enseguida.
— Mi truco consiste en pensar que los ingresos por ventas tienen
inmediatamente debajo (pegados como lapas) a los gastos de la venta. La
diferencia entre ambos nos determina el margen bruto.
— Veo que ya tenemos las primeras líneas de la cuenta de resultados:
las verdes de los ingresos, las rojas de los gastos de la venta y la del margen.
— El margen bruto tiene —continúa Fortu—, inmediatamente por
debajo, los gastos del periodo. La diferencia entre ambos es el margen neto o
resultado del periodo. Si el resultado es positivo, hablamos de beneficios;
pero si el resultado es negativo, hablamos de pérdidas.
— Ya veo, Fortu. Para acordarnos del orden adecuado en el que
debemos colocar los números para tener una cuenta de resultados útil, es
práctico pensar en el recorrido del agua: las macetas llenas de agua (los
ingresos por ventas) suben por la rampa roja perdiendo una parte del
contenido (los gastos de la venta) y acaban vertiendo el contenido que les
queda en el interior de la piscina (para cubrir los gastos del periodo). Si al
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¡Finanzas no aptas para daltónicos!
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¡Finanzas no aptas para daltónicos!
El resultado
— ¿Qué pasaba, Fortu? —le pregunto a su vuelta.
— Había saltado la alarma de la planta de existencias, ¡eso es todo!
— ¿Tenéis una alarma en esa planta?
— Tenemos una alarma en cada planta. ¿No te lo expliqué?
— La verdad es que no recuerdo que lo hicieras en las sesiones de la
semana pasada. ¿Se trata de una alarma antiincendios?
— ¡No!
— ¿Antirrobo, quizás?
— Tampoco.
— ¿Cuándo se disparan esas alarmas entonces, Fortu?
— Salta la alarma, Justo, cuando la altura de las plantas sobrepasa los
límites que consideramos correctos, tanto por exceso como por defecto.
— ¡Veo que realmente tomaste auténticas medidas después de vivir la
desagradable experiencia que me explicaste!
— ¡Así es! Acaban de entrar en existencias unos láseres nuevos, de
coste elevado, procedentes de la empresa de tu padre. Eso ha hecho que el
valor del stock haya sobrepasado el límite superior que tenemos establecido.
— ¿Se trata de algo grave o preocupante?
— No, en absoluto. Tenemos programadas salidas importantes de
productos en los próximos días. Por tanto, la altura de la planta 1 volverá a
estar dentro de sus valores normales.
— El nivel de colesterol dejará de sobrepasar el límite alto y, por tanto,
¡desaparecerá el asterisco de aviso en los resultados del análisis! —le digo.
— ¡Así es, Justo! —me dice, guiñándome un ojo—. Lo bueno de este
sistema de alarmas es que te avisa antes de que ocurra algo grave y, de esta
forma, tienes tiempo para tomar las medidas adecuadas. Recuerdas lo de la
importancia del diagnóstico precoz en medicina y en la empresa, ¿verdad?
— ¡Menos mal que no ha saltado la alarma de la “isla del tesoro” como
consecuencia de una reducción excesiva de sus columnas! —le digo
sonriendo—. No me gustaría que volvierais a tener problemas de liquidez.
— ¡Veo que a ti también se te ha quedado grabada mi experiencia,
Justo! ¿Volvemos al punto en el que estábamos antes de la interrupción?
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La Piscina de tus Sueños
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¡Finanzas no aptas para daltónicos!
que utiliza) y del margen bruto con el que vende sus productos, podemos
saber el nivel de ventas a partir del cual empieza a tener beneficios.
— ¡Y también el nivel de ventas por debajo del cual empiezan a
aparecer las perdidas! —exclamo.
— ¡Correcto! En nuestro caso, sabemos que las ventas deben caer por
debajo del 50% de la media mensual, para que entremos en pérdidas; con la
condición de que mantengamos el 20% de margen bruto, ¡claro está!
— ¡Eso os tiene que dar mucha tranquilidad, sin duda! —le digo.
Fortunato asiente con la cabeza y sigue hablando:
— Si explicáramos el concepto del punto de equilibrio utilizando
nuestro modelo, diríamos que, dados una altura de la piscina y un porcentaje
del agua que se derrama al subir por la rampa roja, el punto muerto sería la
cantidad de agua que debemos ingresar (las ventas necesarias) para conseguir
cubrir la totalidad de la altura de la piscina al final del periodo.
— ¡Estoy seguro de que esto no se me olvidará en la vida!
— Otra cosa, Justo, de la que tampoco quiero que te olvides es la
siguiente: la piscina la podemos llenar o bien con pocas macetas que
consiguen llegar muy llenas al borde de la piscina, o bien con muchas
macetas que pierden la mayor parte del agua al subir por la rampa roja.
— Creo que eso se corresponde con las dos grandes estrategias
empresariales genéricas: la de margen y la de volumen —le digo, tras
recordar lo tratado en una de las lecciones de mi padre.
— ¡Muy bien! Mientras hay compañías que optan por vender pocos
productos con mucho margen, otras hacen justo lo contrario. Entre los dos
extremos, podemos encontrar situaciones intermedias: compañías que venden
pocas cantidades de algunos de sus productos con márgenes elevados y
grandes cantidades de otros de sus productos con márgenes más reducidos.
— Tranquilo, Fortu, que tampoco se me olvidará esto último.
— ¡Eso espero! Y ahora, demos un pasito más, si te parece.
— Claro. Adelante, por favor. ¡Me muero por avanzar!
— Ya sabes que nuestra empresa tiene un mes (agosto) con ventas de
200.000 € y dos meses (diciembre y enero) con ventas de 500.000€. Si sabes
que la venta media mensual es de 1.000.000 €, te será fácil deducir que hay
meses en los que se vende por encima de la media.
— ¡Elemental! —le digo guiñando un ojo.
— Si te digo que nuestra empresa compensa los reducidos ingresos de
agosto, diciembre y enero con nueve meses en los que las ventas rondan el
1.200.000 €, ¿podrías calcular cuál es nuestro ingreso anual, y cuál es el
resultado que obtenemos al final del año?
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¡Finanzas no aptas para daltónicos!
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La Piscina de tus Sueños
Tipos de piscinas
Mientas quedamos a le espera de validar nuestra teoría sobre la opinión de mi
madre acerca de la forma de aumentar los beneficios, Fortu, ¿por qué no
enumeras tú las tres opciones que dices que hay, haciéndolo en el orden que
consideres adecuado?
— ¡Con mucho gusto! —exclama, poniendo una de sus muecas más
frecuentes—. La primera forma de aumentar los beneficios consiste en
conseguir ingresar más agua (aumentar los ventas); la segunda opción es
conseguir ser más hábiles subiendo por la rampa roja para derramar menos
agua (aumentar el % de margen bruto); y la tercera vía es conseguir reducir la
altura de la piscina (reduciendo los gastos del periodo o de estructura).
— ¿Por ese orden?
— ¡Exacto, Justo! ¡Esto es extraordinariamente importante! El orden en
el que he enumerado las opciones que tenemos para aumentar los beneficios
de una empresa, no es únicamente la exposición sucesiva del recorrido que
sigue el agua para llegar al interior de la piscina, ¡es también el orden de
prioridades que debemos seguir a la hora de tomar decisiones!
— ¿Quieres decir que el beneficio lo deberemos buscar vendiendo más,
y no a través de la reducción de los gastos de estructura?
— ¡Justo, Justo! —vuelve a jugar con mi nombre—. Esa es la
diferencia básica de orientación con respecto al planteamiento doméstico, en
el cual se parte de unos ingresos mensuales determinados y estables.
— Ya veo: mi madre lo hace bien en casa, pero se equivocaría si
aplicara los mismos criterios en la empresa, lugar en el que nunca ha ejercido.
— Creo que así es. Si priorizamos la reducción de gastos sobre la
búsqueda de más ventas y de más margen bruto, no crearemos más empleo y
mayor actividad en las empresas, sino todo lo contrario. Debemos estar
permanentemente buscando la forma de reclutar más recursos valiosos para
que nos ayuden a crecer y a generar ventas y beneficio, y no todo lo
contrario. Orientarse hacia las ventas, ayuda a crear inversión y riqueza
colectiva. Así es como yo entiendo la responsabilidad social de la empresa.
— Corrígeme si me equivoco, Fortu, pero me temo que, en épocas de
crisis económica, suele pasar lo contrario: las empresas venden menos
cantidades y a precios menores, por lo que sus ingresos por ventas
descienden, sus márgenes brutos se reducen y, como consecuencia de todo
ello, y para no entrar en pérdidas, se ven obligados a reducir drásticamente
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¡Finanzas no aptas para daltónicos!
sus recursos de estructura. Y mucho me temo que, entre éstos últimos, ¡están
los recursos humanos, la “P” de Personas!
— Tu argumentación no requiere ninguna corrección por mi parte,
Justo. Ahora bien, precisamente por la razón de que hay personas
involucradas en todo esto, como muy bien has descrito, conocer los
fundamentos básicos del análisis financiero se convierte en algo ineludible.
Los conocimientos financieros nos ayudan a no cometer grandes errores a la
hora de tomar decisiones relacionadas con los recursos; y ello tiene una
trascendencia especialmente importante en momentos económicos difíciles.
— Veo que la cosa tiene una relevancia extraordinaria —le reconozco.
— Antes de reducir estructura, siempre debemos esforzarnos en sacar
el máximo partido a la que tenemos, intentando conseguir ventas con margen
bruto positivo. La regla básica que nunca debes olvidar es la siguiente: en
general, y salvo contadas excepciones, una venta que deje algo de margen
bruto positivo, aunque sea reducido, siempre será bienvenida, mientras la
capacidad máxima de la empresa no esté saturada.
— Está claro —le digo—: alguna contribución tendrá esa venta para
ayudar a “llenar la piscina” y a cubrir gastos.
— Y recuerda, amigo, que para que sepas contestarte a la pregunta de a
partir de qué precio no se pierde dinero con la venta de un determinado
producto, debes conocer muy bien su margen bruto unitario.
— ¡Está claro!
— Pero, ¡atención!, el margen bruto de la venta de un producto sólo lo
sabrás ¡si tienes bien clasificados todos tus gastos en rojos y en azules! Si
incluyes en tus cálculos del coste de la venta, de manera errónea, algunos
gastos azules o del periodo (aquellos en los que incurrirás tanto si vendes
como si no), te confundirás creyendo que tus ventas tienen un coste asociado
superior al que realmente tienen.
— ¡Esto es extraordinariamente interesante! —le reconozco—. Si hago
eso, puedo cometer el error de rechazar ventas a precios de mercado bajos,
pensando que mi coste de la venta es superior al real; y esa decisión puede
contribuir a la reducción de las ventas y al empeoramiento de las cosas.
— ¡Exacto, Justo! ¡Los gastos azules los vas a tener igual, vendas o no!
— Estoy seguro de que, por eso, eres partidario de que las empresas de
fabricación sólo incluyan como costes de producto terminado los costes en
que se incurre sólo si fabrican, y que consideren como gastos del periodo el
resto. Si cargan con costes excesivos sus productos terminados que esperan
en existencias a ser vendidos, pueden rechazar ventas pensando que su precio
de venta está por debajo del de su coste de fabricación.
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La Piscina de tus Sueños
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¡Finanzas no aptas para daltónicos!
poco margen, pero nos permiten ser conocidos por muchos clientes y, de esta
forma, tener la oportunidad de venderles también productos de alto margen.
— Ya entiendo —le digo—: si no vendierais productos banales con
márgenes reducidos, como los guantes, las gasas, las batas, etc.,
probablemente tampoco tendrías la oportunidad de vender productos más
sofisticados con márgenes elevados, como los láseres u otros equipos.
— Lo has captado perfectamente, Justo. Si tienes relación habitual con
un cliente, gracias a una venta de productos de uso frecuente, es más probable
que cuente contigo cuando precise comprar algo no habitual.
— Excelente recomendación estratégica, sin duda —le digo.
— En relación con esto último —añade—, vemos que, jugando con la
piscina, también seremos capaces de contestarnos a la pregunta de qué
clientes son más rentables que otros. El mix de productos que vendemos a
cada cliente, con sus márgenes brutos respectivos, nos determinará su margen
bruto medio y, por tanto, su grado de contribución para “cubrir” nuestra fría
piscina de gastos azules mensuales.
— ¡Clarísimo! —exclamo, contento con todo lo que estoy aprendiendo.
— Una última cosa y acabamos por hoy, Justo.
— ¡Venga! —le digo, resistiéndome a reconocer que me noto cansado.
— En relación con un tema que ya hemos esbozado, otra cosa que nos
muestra nuestra piscina muy claramente es la cantidad que debemos
incrementar las ventas para compensar un aumento de algún gasto de
estructura o del periodo o azul. ¿Me lo puedes describir?
— Creo que es sencillo —le contesto—: por cada litro de agua que
aumente el volumen de la piscina, deberemos ingresar ¡cinco litros en las
macetas para compensarlo! Necesitaremos ingresar cinco litros, porque
sabemos que se derramará el 80% del agua al subir por la rampa roja. El litro
que necesitamos es el 20% de los 5 litros adicionales que debemos ingresar.
— ¡Así es, Justo! Si vendemos productos con el 20% de margen, para
compensar un aumento de un gasto azul, deberemos aumentar las ventas en
¡cinco veces ese importe! Piensa siempre en ello en el momento de fijar la
retribución de una persona, de alquilar o invertir en un inmovilizado, o de
contratar un servicio externo.
— Está claro que lo recordaré. Cuánto menor sea el margen bruto
porcentual, mayor será la cantidad que hay que aumentar las ventas para
compensar un aumento en la profundidad de la piscina.
— Muchos recursos azules contribuyen a generar mucho más margen
bruto que el importe de gasto que genera su utilización, ¡pero otros no! Debes
ser capaz de diferenciarlos y buscar más ventas (¡y más margen!)
seleccionando, reclutando y formando a recursos valiosos.
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hacen mejor que otras y, por tanto, su contribución a generar los ingresos es
muy diferente. Lo mismo ocurre con el resto de recursos azules de la planta
tripe: unos contribuyen a conseguir ventas para la empresa más que otros.
— ¿Podríamos decir que unas personas “se mojan” más que otras? —le
pregunto, en un intento de hacer una aportación original y nemotécnica—.
Ahora recuerdo, efectivamente, que hablamos de esto con Fortu durante la
sesión de ayer —añado, reconociendo que mi duda no estaba muy justificada.
— ¡Creo que has seleccionado una expresión muy acertada, Justo!
Como bien dices, las personas que se “mojan” más por el conjunto de la
empresa, es lógico que “absorban” más agua vertida en la piscina que las que
no lo hacen tanto. En otras palabras, es lógico que su retribución sea superior.
— Pero si les retribuimos más, ¡aumentaremos el gasto azul! —le digo.
— ¡Veo que tu madre te “comió el coco” ayer en la sala de espera de la
doctora, Justo! —escucho sobresaltado a alguien hablando en tono muy alto,
a mi espalda, con una voz nasalizada que no reconozco bien—. ¡Parece como
si hubiera oído un comentario de doña Angustias! —continúa la voz—: “¡el
gasto es malo por naturaleza y, por tanto, hay que reducirlo a toda costa!”
Me doy la vuelta y casi me caigo de espaldas con lo que veo.
— Pero Fortu, ¡¿qué demonios haces así vestido?! —le pregunto
completamente alucinado con lo que observo.
Las gafas que lleva puestas me explican por qué no reconocía su voz.
Miro a Bárbara, que no podía parar de reír viendo la escena.
— ¡Es simplemente un equipo de submarinismo, Justo! ¿Qué es lo que
te extraña tanto? —me dice a través de unas gafas de buzo que le cubren los
ojos, la nariz y ¡su peculiar bigote!—. Te dije que tenía dos en mi despacho,
listos para usarlos cuando los necesito. ¡Hoy es uno de esos momentos!
— ¡Absolutamente increíble! —exclamo, totalmente perplejo.
— Por cierto —continúa Fortu—, tú también necesitas ponerte este otro
equipo que te he traído. Es imprescindible para que puedas sobrevivir hoy.
— ¡Pero, Fortu —le digo muy alarmado—, yo no he hecho ni una sola
inmersión en mi vida! No sé si podré respirar bajo el agua con todo este
equipamiento y con estas botellas de aire —añado con cara de angustia.
— Si no lo haces, te ahogarás, Justo. Será mejor que respires bajo el
agua —me dice, adoptando el tono de voz y la actitud de un instructor de
marines—. Vamos, muchacho, ponte esto ¡y sígueme! ¡Tenemos prisa!
— Pero, Fortu,… —le digo, a la vez que me voy resignado y mientras
empiezo a meter una pierna en el interior del traje de neopreno.
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que acabamos de citar) con poca o nula aportación a las ventas y al beneficio,
aunque su importe nos parezca reducido o irrelevante.
— ¡Entiendo, Justo! —le digo, articulando las palabras con mucha
dificultad debido a que las gafas, además de tener el cristal empañado, me
aprietan una barbaridad—. El hecho de que los gastos azules no se generen
en el mismo momento en que se produce la venta, ¡no quiere decir que no
puedan tener una enorme influencia sobre ella!
— ¡Exacto, soldado! Debemos ser capaces de gestionar todos los
recursos de que disponemos en la empresa para optimizar las ventas y los
beneficios. Y debemos intentar retribuirlos pensando en la viabilidad de la
empresa y en el bienestar del conjunto del equipo; lo debemos hacer en
función de su valía, de su rendimiento y de su contribución.
— ¡Está claro, señor! —le digo adoptando posición de firmes.
— Esta empresa tiene ahora un importe de gastos mucho mayor que el
que tenía cuando empezó, pero tiene también muchos más beneficios. Más
gastos y más beneficios, situación sólo aparentemente paradójica, que se
produce cuando los ingresos aumentan en mayor proporción que los gastos.
Si no hubiéramos aumentado nuestros recursos de estructura, no habríamos
podido tener los medios necesarios para soportar nuestro crecimiento.
— Mi padre acostumbra a decir que “para hacer una tortilla, siempre
hay que romper huevos” —le digo, orgulloso de ser su hijo.
— ¡Eso es muy cierto! Cuando incurrimos en un gasto, siempre
debemos hacerlo con el objetivo de conseguir un beneficio mayor. Por eso, el
incremento de recursos debe estar siempre bien medido y justificado. Si lo
hacemos así, conseguiremos el doble objetivo de generar empleo y de obtener
beneficios empresariales. Con esas dos circunstancias, los gobiernos de los
Estados, cuya función es saber gestionar la gigantesca empresa que
constituye un país, pueden disponer de ingresos suficientes para atender sus
gastos, pero sin generar un déficit excesivo en las cuentas públicas.
— Debe ser usted uno de los mejores sargentos que tiene el ejército,
¡señor! —le digo muy serio, y volviendo a adoptar una posición muy recta,
que consigue hacerle sonreír.
— Los recursos rojos —interviene Fortu, sonriendo y moviendo su
cabeza de un lado a otro— se utilizan (se consumen) en el momento de la
venta y, por ello, la relación causa-efecto entre la venta y la generación del
gasto asociado es muy evidente. Los recursos azules se utilizan durante todos
los días del mes, se venda o no se venda; y eso hace que cuantificar su
contribución a las ventas sea algo mucho más complejo.
— ¡Con esa afirmación estaría de acuerdo todo el mundo!
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El depósito propio
— ¿Depósito propio, Fortu? —le pregunto, después de haber recuperado algo
de estabilidad, metido en aquel equipo tan pesado e incomodo.
— ¡Sí, eso le he dicho a SIBI! Nos dirigimos al tercer sótano, Justo.
— ¡¿Al tercer sótano?!
— ¡Has oído bien, soldado! Cuando recorrimos el edificio, visitamos la
planta tripe y las plantas 1, 2 y 3. Aquí, en la parte subterránea, tenemos tres
niveles para visitar: los sótanos -1, -2 y -3. En el exterior está la piscina. El
interior lo dividimos en una parte visible ¡y en una parte subterránea!
Mientras me habla, le voy dando vueltas a la cabeza. La verdad es que
no recuerdo haber visto nunca a dos buzos dentro de un ascensor; ni en la
película más disparatada, ni el cuadro más surrealista. Y, además,
¡acompañados por un robot con sensibilidad artística! Yo creo que se trata de
aquellas situaciones en las que la realidad supera a la ficción. Tras arrancar el
ascensor e iniciar el descenso, Fortu se dirige a mí:
— Retomando el tema de si los gastos azules están justificados o no, te
daré tres ejemplos, uno de cada grupo de recursos azules.
— ¡OK! —le digo con el pulgar de mi mano derecha hacia arriba.
— Decidimos alquilar este edificio, cuando había otros locales mucho
más baratos. Pensamos que, con estas instalaciones, obtendríamos unas
ventas muy superiores a las que conseguiríamos con otras de menor coste.
Creímos que el mayor margen bruto que obtendríamos por las ventas
adicionales compensaría, con creces, el mayor gasto adicional por el alquiler.
Por tanto, estábamos convencidos de que, aún teniendo un gasto azul mayor,
obtendríamos más beneficio que si redujéramos el gasto de alquiler utilizando
unas instalaciones más baratas, ¡pero con menos posibilidades!
— Este sería un ejemplo del grupo de recursos “I” —le digo con la
intención de demostrarle que estoy esperando el segundo ejemplo.
— De forma análoga, una persona con una nómina muy alta puede
contribuir a generar mucho más beneficio a la empresa que otra con una
retribución reducida. Un empleado que, además de hacer bien su trabajo,
colabora para que los demás también lo hagan y para que el grupo funcione
como un equipo cohesionado, tiene una contribución enorme a los resultados
económicos de la empresa. Alguien que “se moje” por la empresa, y que su
grado de implicación le lleve a aportar ideas de mejora y a contribuir a la
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su capital ha sido aportado por particulares o por empresas que han comprado
sus acciones en el mercado financiero —me explica.
— Supongo que las aportaciones de capital de todos los socios también
las tenéis almacenadas en este depósito. Por cierto, Fortu, ahora que ya sé que
se trata de una inocentada, ¿puedo quitarme ya todo esto?
— Puedes quitarte las botellas, el chaleco, los pesos y las aletas, pero
mantén las gafas —me dice riéndose—. ¡Son gafas financieras subacuáticas!
— Es que las tengo muy empañadas —le insisto.
— Eso lo puedes solucionar con un poco de saliva.
— ¡¿Saliva?! ¡Qué asco!
— ¡Hazlo, soldado! —me ordena enérgicamente—. La situación es
extrema y no estamos para finuras de niño mimado.
Hago lo que me dice con la sensación de ser una víctima de un
programa de cámara oculta. Espero que no sea así y que todas las personas de
la planta tripe no se estén “tronchando de risa” en este momento.
— Este ridículo que estoy pasando, ¡no se me va a olvidar en la vida!
— Lo sé. Es exactamente lo que buscaba. Es mi objetivo de cada día:
que no se te olvide nada de lo que aprendes.
— Sí, Fortu, ya lo sé. Como diría mi padre, todo lo estás haciendo ¡por
mi bien! —le digo sonriendo—. ¡Quién más te quiere, te hará llorar!
— Tu suposición —continúa Fortu— es correcta.
— ¿Cuál?, ¿la de que estás haciendo todo por mí bien? —le pregunto.
— ¡No, la anterior! —me responde riendo—. Al capital aportado por
todos los socios, lo representamos aquí mediante más litros de agua en este
tercer depósito. Por tanto, fíjate que, en este nivel subterráneo, estamos
viendo la suma del capital aportado por los socios, de las reservas no
repartidas (beneficios retenidos de años anteriores) y de los resultados del
ejercicio en curso. Siempre que entra agua en este depósito, procedente de
cualquiera de esas tres fuentes citadas, la altura de las columnas aumenta.
— ¿Todo el valor que contiene este sótano pertenece a los socios?
— ¡Así es! Esa es la razón por la cual, a este depósito amarillo que
estamos contemplando, le llamamos depósito propio. Es la representación, en
nuestro modelo, de lo que los financieros llaman Fondos Propios.
— Esta palabra me recuerda que mi padre me dijo que ahora no sólo
hay que hablar de Fondos Propios, sino también de Patrimonio Neto.
— ¡Has hecho un muy oportuno comentario, Justo! Tradicionalmente,
hemos utilizado únicamente el término de Fondos Propios para referirnos a la
parte del valor contable de los activos que está financiada por fondos
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El depósito deuda
Tras las instrucciones de Fortu, el ascensor inicia el ascenso. Aprovecho para
descansar un poco y para colocar mejor las botellas y los pesos en el suelo
del ascensor. Tan pronto como el ascensor se detiene y podemos observar el
exterior, gracias a la transparencia de sus puertas, Fortu me pregunta:
— ¿Qué ves, Justo?
— Pues sigo viendo agua —le digo—. Además, aproximadamente la
mitad de la cantidad que vimos en el depósito del tercer sótano.
— ¿Ah, si?
— Pues sí. Todavía llevo las gafas financieras subacuáticas puestas y te
lo puedo confirmar: la columna principal o central, que veo a través de los
vidrios del ascensor, me indica que aquí dentro hay agua por valor de un
millón de euros (1.000.000 €), y que la altura de este sótano representa un
25% de la profundidad total de los niveles subterráneos.
— Además de la diferencia de altura con respecto al sótano inferior,
¿percibes alguna diferencia más, Justo? Utiliza tus dotes de observación.
Recuerda que, muchas veces, ¡en los detalles está la clave!
— Bueno, también veo una evidente diferencia en el color, lo cual debe
estar relacionado con el nombre que le has dicho al ascensor. Las columnas y
las pareces son azules, en lugar de amarillas
— Exacto, Justo. El color diferencia este depósito de agua del que
vimos ocupando la totalidad del nivel inferior.
— Ya veo —le digo—. Una característica diferencial, el color, que
captaría el detective y que, además, agradaría al pintor.
— ¡Así es! —me dice sonriente—. En el sótano -3, tenemos el depósito
de fondos propios. ¡Por eso es de color amarillo! Aquí estamos viendo los
fondos que nos han prestado los bancos u otras empresas y que, por tanto,
tenemos que devolver. Son deudas que la sociedad ha contraído con terceros
externos y que, por consiguiente, está obligada a devolver. Se trata de
recursos financieros prestados o externos, y no de recursos financieros que
perteneces de los socios de la empresa.
— ¡¿Recursos financieros externos, has dicho, Fortu?!
— Sí. Eso he dicho. ¿Por qué me lo preguntas?
— ¡Eureka! —utilizo la famosa exclamación de Arquímedes, con la
alegría de un científico que descubre algo llevaba mucho tiempo buscando.
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— ¡Así es! Somos muy importantes el uno para el otro. Yo creo que
nos juntamos dos personas con reconocimiento y con éxito profesional, pero
con una gran necesidad de afecto y de compañía. Ambos necesitamos
sentirnos miembros de una familia bien estructurada. Por eso, cuando
hablamos de vuestra familia numerosa, siento una tremenda envidia sana.
— ¿Fortu necesitado de afecto y de compañía? —se me escapa una
pregunta poco coherente con mi estrategia de aparentar saberlo todo.
— Aunque te pueda parecer lo contrario, Fortu se sentía muy sólo, a
pesar de haber estado siempre rodeado de muchas amigas y de haber asistido
a locales nocturnos abarrotados de personas que fingen pasárselo muy bien.
— Supongo que cada actividad tiene su momento adecuado para
realizarla —me parece oportuno opinar.
— Eso dice Fortu durante su curso, efectivamente: ¡cada actividad hay
que hacerla en el momento en que está programada! —me confirma,
mostrando su preciosa sonrisa.
— ¡Desde luego que lo dice! —exclamo sonriendo.
— Fortu llegó a estar casado con una mujer rusa ¡11 años mayor que
él!, la cual hacía gala de ser su gran fuente de inspiración. Supongo que él
veía en ella una gran ayuda para reducir la inseguridad y la desorganización
que caracterizaban esa etapa de su vida —añade, demostrando su capacidad
para la comprensión psicológica del comportamiento humano—. No tuvieron
hijos, creo que por algún problema médico. Se trató de una relación muy
pasional y muy poco convencional, que siempre estuvo en boca de todos.
— ¡A la gente le apasiona meterse en la vida de los demás y criticarla!
— ¡Está demostradísimo! —asiente Bárbara—. Por eso, también
cotillean mucho ahora con el hecho de que yo sea la hija de su hermana.
— La circunstancia de que sean hermanos gemelos hace que Fortu
tenga la misma edad que tu madre —comento instantes antes de arrepentirme
de mi desafortunado e inoportuno comentario.
— ¡Así es! ¡Está demostrado que has logrado adquirir gran habilidad
para el cálculo numérico! — me dice con ironía, forzando una sonrisa.
— ¡Creo que me voy haciendo amigo de los números poco a poco!
— Soy consciente de que la enorme diferencia de edad, además del
resto de circunstancias poco habituales que concurren —me dice con su
elegancia y amabilidad habituales— hace que formemos una pareja especial.
— ¡Formáis una pareja extraordinaria, Bárbara! Te ruego me disculpes
por mis torpes comentarios, generados por prejuicios y por modelos
arraigados sobre el modelo tradicional de familia.
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— Sí, sí, claro —le digo, mientras pienso que no es extraño que tomen
a este hombre por un loco extravagante.
— El único nivel que nos queda por visitar es el del parking. Hoy
vamos a ver los coches que hay aparcados en esa planta subterránea. De
joven era un loco del volante, pero pronto aprendí que hay que extremar las
medidas de seguridad. ¡El casco es indispensable!
Bárbara y yo cruzamos fugazmente las miradas tras su comentario.
— ¡No, por favor! ¡Otro disfraz hoy no, Fortu! —le ruego, a la vez que
intento evitar coger el casco que me ofrece con su brazo extendido.
— Venga, Fortu —interviene Bárbara en mi ayuda—, las bromas sólo
hacen gracia la primera vez. Ayer fue genial lo del traje de buzo, pero quizás
hoy le podrías liberar de ir con casco.
— ¡Como queráis! —dice Fortu, accediendo a la solicitud—. ¡En
marcha, Justo! Vamos a ver a qué velocidad “circulan” los coches,
¡comparativamente a como lo hacen tus novias!
— Fortu, esas bromas de machista trasnochado no hacen ninguna
gracia tampoco, ¡y lo sabes! —le recrimina Bárbara con firmeza.
— ¿Ni aunque tengan finalidad nemotécnica? —le pregunta él.
— ¡Esa razón tampoco las justifica! —le responde inmediatamente,
— Pues ya sabes, Justo, que no debemos bromear más comparando la
velocidad de rotación de los activos corrientes con la de…
— ¡Fortu! —le grita Bárbara con contundencia.
— ¿Nos vamos, Justo? —me pregunta él.
— ¡No puedo esperar para ver tu colección de coches, Fortu! —le digo,
aceptando a su propuesta—. Ayer no pude fijarme muy bien, mientras
íbamos en el ascensor. El equipo de buceo y las gafas financieras
subacuáticas empañadas me mantuvieron muy ocupado, ¡tanto durante la
inmersión, como durante el ascenso!
— Have a nice time! —nos dice Bárbara con su bonito acento
americano, mientras agita su mano para decirnos adiós.
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El parking
— “Et voilà!”, como dirían los franceses, mi colección de coches. ¿Qué te
parece, Justo? ¿Te gusta?
— ¡Ya lo creo! —le respondo—. ¡Es impresionante! De todas formas,
no me extraña que sea espectacular, viniendo de ti. Como sabes, ¡me tienes
muy mal acostumbrado, Fortu!
— ¿Podrías no ser tan zalamero y describir lo que estás viendo, Justo?
— Pues veo muchos coches, de diferentes tamaños y formando dos
grupos: unos de color rojo y otros de color azul. Los coches rojos constituyen
la gran mayoría. Son los más numerosos y, también, ¡los más grandes!
— ¿Alguna idea interpretativa? —me pregunta.
— Bueno, Fortu, es relativamente fácil de deducir, después de todo lo
que he aprendido en las últimas dos semanas.
— En tal caso, demuéstrame como aplicarías tu lógica deductiva.
— Yo razonaría de la siguiente forma: vimos que cada futbolista de la
planta 2 representaba a un cliente y que su tamaño estaba en función de la
cantidad de dinero pendiente de cobrar en ese momento. Los muñecos de esa
planta eran de color verde, porque se trataba de clientes: su color coincidía
con el de los ingresos por ventas de la cuenta de resultados. Las facturas de
venta son verdes también, ¡el color de la esperanza!
— Hasta ahí, una perfecta parrafada introductoria, Justo. ¿Qué más?
— Cuando compráis a vuestros proveedores, éstos os envían dos cosas:
los productos y la factura. Los productos los colocáis en la planta 1 y la
factura la bajáis al sótano -1, donde su importe permanecerá hasta que sea
pagada. Mientras el valor de la entrada en stock pasa a incrementar el importe
acumulado que vemos en la columna izquierda (Debe) de la planta 2, el valor
de la factura pasa a incrementar el importe acumulado que vemos en la
columna derecha (Haber) del sótano -1.
— ¿Te fijas que no has citado ni un solo movimiento en la planta 3?
— ¡Claro que no! —le respondo—: no he descrito nada que implique
un cobro o un pago. No he hablado de movimientos de dinero, sino
únicamente de movimientos de productos y de papeles (facturas).
— Volviendo a tus afirmaciones recientes —sigue Fortu—, sabemos
que siempre que la altura de una planta se modifica, aparecen movimientos
compensatorios en otras. En este caso, sube el techo de la planta de stock
(¡porque en el edificio, “la izquierda” es la que aumenta el valor del
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corriente lo forman tres plantas, el pasivo corriente está formado por un solo
sótano. ¡Tres contra uno, como ves!
— ¡Pelea desigual! —exclamo con una sonrisa, volviendo a acordarme
de su afición al boxeo y de los golpes que notaba en la cabeza el primer día,
cuando el señor Green me hablaba a toda velocidad.
— ¡Así es! Nos interesa mucho que la pelea sea desigual para que
siempre la gane el activo corriente y, así, no tener problemas de liquidez.
— ¡Buena regla nemotécnica también! —le digo agradecido.
— Fíjate en el hecho de que deuda a corto plazo, exigible a corto plazo
y pasivo corriente son diferentes términos que se utilizan para un mismo
concepto: la valoración monetaria del sótano -1, ¡el parking!
— Lo veo claro ahora. En la sesión de ayer, me recomendabas que no
comparara un Activo Corriente (la tesorería) con un Pasivo No Corriente (la
deuda a largo plazo). En cambio, hoy me dices que sí debo comparar la altura
del primer sótano (Pasivo Corriente) con las alturas de las plantas 1, 2 y 3 (las
que forman el Activo Corriente o Circulante).
— Exacto. Si haces esa comparación, obtendrás los famosos ratios de
liquidez. Son tres, igual que el número de plantas del Activo Corriente.
— ¿Me los explicas después de que atiendas la llamada de Bárbara? —
le pregunto, al oír sonar su móvil.
— ¿Cómo sabes que es ella, Justo?
— La melodía de la llamada es la misma que escuché la semana
pasada, cuando estábamos en “la isla del tesoro”. Te reías mucho durante la
conversación. Más tarde descubrí que era ella la que llamaba.
— Me has vuelto a sorprender, Justo.
— Todo es bastante elemental, si utilizas la observación y la lógica
deductiva, mi querido amigo Fortu —le digo, haciendo esfuerzos por
mantenerme con semblante serio—. ¿Por qué no la animas a que se una a
nosotros y nos acompañe durante el resto de la sesión?
— ¡Excelente idea, señor! —me responde.
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El balance
— ¡Hola Bárbara! ¡Qué sorpresa! —le digo—. ¿Cómo estás?
— ¿Qué tal, cariño? —le pregunta Fortu.
— Muy bien, chicos —nos contesta, mientras pasa por nuestro lado en
dirección a su coche—. ¿Cómo va la sesión de hoy?—nos pregunta.
— Muy bien —le contesto.
— ¡Bonitas gafas, Justo! —me dice, como si fuera la primera vez que
me las ve—. ¡Te quedan muy bien!, aunque parece que se te caen un poco.
— Sí, es verdad, tengo que estar constantemente empujando la montura
hacia arriba con el dedo. ¿Has venido para unirte a nosotros?
— Lo lamento, pero no. Hoy es mi día de gimnasio. Hay que hacer
ejercicio de manera regular, para mantener el cuerpo sano, equilibrado y
¡proporcionado!, como los balances…
Tras su comentario, Bárbara deja caer su bolsa de deporte en los
asientos traseros de un flamante MINI cabrio de color azul metalizado y, a
continuación, se sube en él. ¡Está realmente espectacular!
— Adiós cariño, hasta luego —le dice a Fortu—. Adiós, Justo, me voy
volando que llego tarde. ¡Nos vemos mañana! —me dice a mi.
Poco después, arranca muy deprisa, haciendo derrapar ligeramente las
ruedas de su coche. Fortu y yo nos quedamos embobados viendo la escena.
Pasados unos instantes, ¡que precisamos para recuperar la movilidad
corporal!, Fortu me mira y me dice:
— Ya ves, Justo. Creo que nunca olvidarás que estás en la planta que
reservamos para el pasivo ¡corriente! —me dice, hablando muy despacio y
quedándose con la mirada fija en la puerta por la que acaba de salir el coche.
— ¡Desde luego que no lo olvidaré en mi vida! —le digo riendo y
colocándome las gafas en su sitio—. Y tampoco olvidaré que el balance tiene
dos grandes partes de igual tamaño…
— No irás a decir algo ordinario, absolutamente impropio de ti,
¿verdad, Justo? —me interrumpe, poniendo cara de gamberro.
— ¡Naturalmente que no! —le respondo inmediatamente de manera
categórica—. No sé en que estarás pensando, Fortu —le digo aguantando la
risa—, pero quería decir que las dos grandes partes, de igual tamaño, que
tiene el Balance son ¡el Activo y el Pasivo!
— ¡Ah, bueno! —me dice, simulando alivio.
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— ¡Exacto, Justo! Ellos ven lo que está a la vista (el activo), ¡pero no lo
que está oculto (el pasivo)!
— Y supongo que, como eso les da mucha rabia, hacen sus
comentarios más o menos maliciosos. En el Pasivo está la respuesta a las
preguntas que se deben hacer tus invitados, mientras conducen sus coches
durante el camino de regreso a sus casas, y tras haber visto todo lo que tienes.
— ¡Ciertamente, Justo! Existe la falsa creencia de que Pasivo es
sinónimo de Deuda, y no es así. Como sabes bien —me recuerda—, el Pasivo
tiene una parte de Deuda y una parte de Fondos Propios.
— ¡Claro! De hecho, el ratio de endeudamiento nos da el porcentaje
que representa el valor de la deuda sobre el valor total del pasivo.
— A nuestros invitados —continúa Fortu— siempre les gustaría saber
qué importe debemos, para quedarse psicológicamente tranquilos, en el caso
de que vean ¡que tenemos más activos que ellos!
— Naturaleza humana, supongo —opino.
— No es más rico quien más activos tiene o alardea de tener, sino el
que más patrimonio neto posee. Puedes ser el propietario de muchas cosas,
pero éstas pueden llevar el compromiso de devolución de cantidades elevadas
de deudas utilizadas para financiarlos. La riqueza no hay que medirla por la
altura del edificio visible, sino por la del sótano -3.
— ¡Está clarísimo!
— ¿Qué más quieres saber, Justo?
— ¿Qué nos queda por ver?
— Pues creo que hemos completado todo el recorrido que teníamos
previsto realizar juntos, ¡amigo Watson! —me responde relajado.
— ¡Qué corto se me ha hecho! ¡Qué pena que se haya acabado!
— ¡Hemos acabado el recorrido, pero no el curso, Justo! —puntualiza.
— ¡¿No?!
— ¡Tenemos todavía que ver tu cartulina resumen! —me aclara.
— ¡¿Mi cartulina resumen?! —exclamo alarmado.
— Sí, señor. ¡Eso he dicho! Se trata de un dibujo que represente
gráficamente nuestro modelo. Lo debes realizar ahora, teniendo todo muy
reciente. Recuerdas mis técnicas para aprobar los exámenes, ¿verdad?
— Si que lo recuerdo, pero…
— Me parece, Justo, ¡que tienes que irte a casa con cierta urgencia! La
sesión de mañana viernes, tenemos previsto dedicarla a analizar tu cartulina
resumen y, por lo que veo en tu cara, creo que la tienes un poquito atrasada.
— ¡Pero…, Fortu! —le digo, rogando clemencia.
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La piscina y el edificio
— Disculpa mi broma inadecuada e impertinente, Fortu —le digo—. ¡Tienes
toda la razón del mundo! Supongo que la euforia que me hace sentir la parte
más emocional de mi cerebro me produce un efecto similar al estar
embriagado y, consecuentemente, me hace perder el control racional.
— No seas repelente, ¡y sigue! —me ordena Fortu muy serio.
— Mirando mi cuadro con la suficiente perspectiva —reanudo mis
explicaciones—, me di cuenta de que el edificio tenía una planta tripe de
altura moderada y una planta 3 ridícula; y de que, por tanto, existía un hueco
enorme que debían ocupar las plantas 1 y 2.
— ¿Las plantas de existencias y de cuentas a cobrar a clientes, quieres
decir? —me pregunta Fortu, sabiendo perfectamente la respuesta.
— ¡Exacto! Delante de mi cuadro incompleto descubrí lo que os pasó
entonces. La falta de seguimiento en la gestión del activo corriente había
provocado un gran aumento de las alturas de las plantas de stock y de
clientes. La altura del sótano -3, el que contiene el depósito de los fondos
propios, aumentaba gracias al agua que entraba procedente de los beneficios
desbordantes de la piscina. Ese beneficio estaba financiando (soportando) los
aumentos de altura excesivos de las plantas 1 y 2 del activo corriente.
— Y si eso era así —me dice Fortu—, ¿por qué llegó un momento en el
cual apareció una tensión de tesorería?
— Porque aumentaron tanto las alturas de la plantas 1 (la roja del
stock) y la planta 2 (la roja de las existencias), que llegó un momento a partir
del cual la fuente de agua no tuvo flujo suficiente de fondos para atender la
demanda excesiva de financiación. La velocidad de generación de tesorería
era inferior al ritmo de vencimiento de los pagos. La velocidad de los flujos
de entrada de efectivo descendió por debajo de la de los flujos de salida. ¡El
pasivo corriente “corría” más rápido que el activo corriente!
— Perfecto razonamiento deductivo, Señor Watson —me dice Fortu—.
¡Ni yo lo hubiera hecho mejor! —añade un comentario de elogio, ¡por fin!
— Cuando los proveedores se quejaron —continúo con la explicación
de los hechos—, saltaron las alarmas. Como no había seguimiento adecuado
del paciente, no existió un diagnóstico precoz de la enfermedad. ¡Se produjo
una urgencia que requirió llamar al médico de guardia!
— ¡Justísimo, Justo! —exclama Fortu, jugando con mi nombre de
nuevo—. Hay enfermedades o disfunciones financieras que no dan síntomas
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contribuyen a aumentar la altura del edificio. Y también ves que la altura del
edificio determina la profundidad de los sótanos: a mayor valor de activo,
mayor necesidad de financiación (¡más valor de pasivo!).
— Estamos ante una nueva ocasión —interviene Bárbara— para
recordar la importancia del orden. El stock debe estar muy ordenado, tanto
físicamente como en los listados de existencias, para saber perfectamente lo
que sobra y lo que falta. La cuenta de clientes debe estar muy ordenada
también, para saber qué clientes tienen un saldo excesivo o retrasado.
— Está muy claro —continúo—. Ahora veo también muy justificada
vuestra insistencia en que hay que intentar mantener cada planta del edificio
con la altura mínima posible. ¡No hay que incumplir la normativa
urbanística! —les digo con ironía. Cuanto más baja sea la parte visible del
edificio, menos profundos deberán ser los niveles subterráneos y, por tanto,
menor necesidad habrá de “enterrar” recursos financieros. El conseguir
rotaciones elevadas de los activos corrientes y el invertir en activos no
corrientes funcionales permiten minimizar el valor o altura total del activo.
— Como muy bien acabas de explicar, Justo, cuantos menos activos
seamos capaces de utilizar para conseguir nuestras ventas —interviene
Bárbara ahora—, mejor: menos cantidad de fondos de financiación
precisaremos tener “prisioneros o cautivos en las mazmorras de los sótanos”.
— ¡Exacto! —dice Fortu, complacido siempre que ella interviene.
¿Reconocéis a este precioso bebé? —nos pregunta inmediatamente después,
al enseñarnos una fotografía en su portátil.
— Pues… —decimos Bárbara y yo, mientras observamos la imagen.
— ¿Y a esta encantadora jovencita? —nos pregunta a continuación, tras
enseñarnos un nueva fotografía.
— ¡Se trata de Bárbara! —exclamo inmediatamente.
— ¡La recién nacida es ella también! —me informa Fortu.
— ¡Vaya cambio! —exclamo excesivamente desinhibido.
— Es muy útil complementar la información que nos proporciona el
análisis de la fotografía de una persona en un momento determinado —me
explica Fortu—, con la que nos ofrece la observación de los cambios de esa
misma persona en diferentes fotos obtenidas en varios momentos de su vida.
— ¡A mi madre le aterroriza la comparación con sus fotos de joven!
— Ya sabemos que las comparaciones son odiosas —replica Fortu—,
¡pero son imprescindibles en el análisis financiero! Por eso, la única mejora
que propondría para tu cuadro sería el dibujar el balance inicial. Eso nos
permitiría comparar sus diferentes partes con las del que nos has pintado.
¿Queréis jugar a comparar las fotos de Bárbara hechas en diferentes edades?
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La comparación de fotografías
— ¡Cómo te gusta sorprender y sacar un conejo de la chistera de vez en
cuando, Fortu! —exclama Bárbara sonriente.
— Espero que no te importe que utilicemos tus fotografías con fines
didácticos, cariño —le dice Fortu a Bárbara—. Yo, si estuviera en tu lugar,
estaría encantado de salir siempre tan bien en ellas.
— Desde luego que no me importa que comparemos fotografías mías
—nos da su aprobación—, pero eso tampoco estaba en el guión de la clase.
— Hay muchas cosas que no estaban previstas, pero el nivel que está
demostrando Justo me anima a improvisar un poco. Creo que tan importante
como planificar, es saber improvisar. ¿Vamos con esas fotos, chicos?
— ¡Claro, adelante! —le digo—, viendo que Bárbara está de acuerdo.
— Buscando en mi colección, he seleccionado 5 fotografías que están
separadas por intervalos de 5 años exactamente —nos informa Fortu.
— Será muy interesante analizar la evolución de Bárbara —opino— en
momentos diferentes de su vida, separados por ese periodo de tiempo.
— Pues aquí tenéis al precioso bebé de nuevo, pocas horas después de
nacer —nos dice, al mostrarnos la primera fotografía otra vez—. Recuerdo
que yo tenía 25 años y que viajé a Atlanta para estar junto a mi hermana.
— ¡Es un bebé de anuncio! —opino.
— Esta otra foto —continúa Fortu, sin dar tiempo a que Bárbara haga
cualquier tipo de comentario— se la hicimos 5 años más tarde: fue durante
mi fiesta de celebración de mi trigésimo cumpleaños.
— Veo que también aparecen los padres de Bárbara —le digo.
— ¡Esta vez les tocó viajar a ellos! —me confirma Fortu—. Mi
hermana quiso venir, porque no únicamente celebrábamos 30 años juntos:
¡también la consecución de mi título de especialista en Cirugía! Esos que ves
ahí a la derecha —me informa Fortu, señalando la foto— son mis padres.
— ¡Menudos ojos tenía Bárbara ya a los cinco años! —exclamo.
— Como ves, Justo, está claro que Bárbara ha heredado el color azul de
ojos de su padre y, afortunadamente para todos, ¡ninguna otra cosa más!
— Yo era muy pequeña entonces —interviene Bárbara ahora—, pero
no recuerdo haber visto a los padres de Justo en esa fiesta.
— ¡No pudieron venir, debido a que él nos les permitió hacerlo! —
exclama Fortu divertido—: ¡Justo se empeñó en nacer ese mismo día!
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— ¡Claro, qué tonta! —exclama ella—. Está claro que no había hecho
los cálculos precisos. Se nota que soy psicóloga, ¡y no matemática! —se
justifica riendo—. Recuerdo que la siguiente vez que viajamos a España —
continúa ella— fue con motivo de la fundación de esta empresa.
— ¡Así es! —ratifica Fortu—. Eso pasó 5 años más tarde. Aquí está el
aspecto que lucías entonces, Bárbara —le dice, mientras nos muestra la
tercera fotografía—. Mientras yo iba camino de los 35 años, ¡tú cumplías 10
ese mismo día! Aquí ya se podía predecir que ibas a ser muy alta.
— En esta foto veo a tu madre, pero no a tu padre —le digo a Bárbara.
— En esta ocasión —se adelanta Fortu a darme la explicación— Mendi
se negó a venir. Scarlett no se hubiera perdido la fiesta de inauguración de la
empresa de su querido hermano gemelo ¡por nada en el mundo!
— ¡Desde luego! —confirma Bárbara—. Yo vine encantada, a pesar de
que mi padre me hacía chantaje emocional para que me quedara con él.
— ¡Cómo me hubiera gustado tener a mis padres a mi lado entonces!
—exclama Fortu emocionado—. Habrían estado orgullosos de ver como el
“golfo” de su hijo había conseguido llegar a fundar su propia empresa.
¡Cuántas veces he lamentado el haber cometido ese error tan lamentable!
— En esa celebración, sí que recuerdo haber tenido la oportunidad de
saludar a tus padres, Justo —me dice Bárbara, con el propósito de cambiar de
tema de manera inmediata—, ¡pero no a ningunos de sus hijos!
— Su madre consideró que era mejor que Justo y sus hermanas se
quedaran en casa con sus abuelos —le informa Fortu, que todavía se le nota
afectado por el recuerdo de lo sucedido a sus padres—. Ella vino sin ganas,
¡pero Pruden no podía faltar!: se trataba de la apertura de la empresa de su
mejor amigo, pero también de la de un potencial cliente.
— ¡Concurrían motivos racionales y emocionales! —exclamo.
— ¡Así es! —me dice Fortu—, como ocurre en la mayoría de las
situaciones en la vida. De todas formas, estoy seguro de que tu padre vino
más por la amistad presente, ¡que por las ventas futuras! Además, en aquel
momento, Pruden y Scarlett estaban trabajando en la misma multinacional
americana —añade—. ¡Cómo me hubiera gustado que ambos se hubieran
incorporado conmigo a este proyecto empresarial que nacía entonces! En las
fotos de esta celebración, ¡el recién nacido era la empresa!
— La incorporación de tu hermana Scarlett la conseguiste cinco años
más tarde, según me has explicado, ¿cierto, Fortu? —le pregunto.
— ¡Exacto! Coincidiendo con la fiesta de celebración de nuestro
cuadragésimo cumpleaños, se vinieron a vivir aquí. Afortunadamente para mí
y para ella, ¡sólo regresó a América posteriormente por viajes de trabajo!
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¡Finanzas no aptas para daltónicos!
301
La Piscina de tus Sueños
— ¿No eres tú, Bárbara, la primera que nos recuerdas que uno de los
grandes requisitos, para que las personas desempeñen bien su trabajo y para
que disfruten haciéndolo, ¡es su formación!? —se apresura Fortu a intervenir.
— Pues yo pensaba que tu objetivo era ¡que pudiera tratar tu TDA! —
le dice con una fina ironía, mientras le acaricia cariñosamente.
— ¡Muy graciosa! —exclama Fortu—. Estoy seguro de que si nos
fijáramos bien en tus fotos, ¡algún defectito también encontraríamos!
— Pues hablando de ellas —intervengo—, quizás sea el momento de
realizar el análisis comparativo que proponías antes, Fortu.
— ¡Bien dicho, Justo! —aprueba él mi propuesta—. De hecho, tú ya
has empezado a hacerlo: antes has dicho que en cada foto aparece más guapa.
— ¡Así es! —les confirmo—. Cada vez más guapa, ¡y más alta!
— Porque a Bárbara le pasa como al edificio —dice Fortu sonriendo—:
va ganando en altura ¡a medida que aumenta el valor de su contenido!
— ¡¿No me irás a decir, Fortu, que también eres capaz de utilizar el
cuerpo humano para establecer un paralelismo con el balance de situación de
una empresa, verdad?! —le pregunto, ¡esperándome cualquier cosa!
— Quizás —inicia su respuesta con cara de visionario y con una actitud
de profunda reflexión intelectual—, detrás de todas las realidades que
vivimos, existe una misma lógica oculta, de validez en todo el Universo, ¡que
tiende a explicarlo todo!; incluso aquello que observamos en ámbitos muy
distantes o aparentemente independientes.
— ¡Caramba, qué profundidad filosófica!
— ¿Te has preguntado alguna vez, amigo Justo, por qué nuestro cuerpo
tiene un lado derecho y otro izquierdo, y por qué la simetría es algo tan
extendido en el Universo?
— ¡¿…?!
— Imagínate —prosigue Fortu, tras observar mi cara de desconcierto—
que tu cuerpo es una empresa que compra y vende aire. ¿En qué parte del
mismo situarías las existencias de esa compañía de distribución de gas?
— Supongo que en los pulmones —le contesto, pero sin poder
descubrir a dónde me quiere conducir su, cuando menos aparentemente,
absurdo razonamiento.
— ¡Exacto, Justo! —me responde—. Creo que el tórax puede
representar a las existencias de un balance de una manera perfecta. Como
sabes, existe una constante rotación de aire que entra y sale de los pulmones.
— Sería algo equivalente al piso 1 de este edificio, entonces —le digo.
— ¡Muy bien, Justo! —me confirma—. El cuello podría simbolizar la
planta 2 y la cabeza ¡la planta 3! Según eso, si analizáramos una fotografía de
303
La Piscina de tus Sueños
Esto último nos ayudaría a recordar que el pasivo tiene unos recursos
financieros permanentes o estables y otros no. Mientras los muslos
representarían al pasivo corriente (¡al parking del edificio!), los fondos
propios estarían representados ¡por los pies!
— ¡Curioso! —exclamo, reconociendo la originalidad de la idea.
— ¿Cómo crees que sería el balance de la empresa de Fortu en el
momento que elegiste para representarla en tu cuadro, Justo, si utilizaras un
cuerpo humano para simbolizarlo gráficamente? —me pregunta Bárbara.
— Si dibujara un cuerpo humano para representar el balance en el
momento que los proveedores se quejaban —les digo—, lo haría con un tórax
y un cuello muy grandes y totalmente desproporcionados. Además, dibujaría
una cabeza muy pequeña. ¡No cabe duda de que sería una grotesca caricatura!
— ¡Perfecto, Justo! —me dice Fortu—. Cuanto más disparatada fuera
la caricatura, más evidenciaríamos lo aberrante de la situación. Si
comparáramos la fotografía de la empresa en el momento inicial con la que
tenía durante la situación crítica que vivimos, veríamos que el cuerpo habría
crecido demasiado y que, además, lo habría hecho de una forma
desproporcionada. Ese análisis comparativo evidenciaría que los problemas
fueron causados por una mala gestión de las plantas 1 y 2, lo cual requirió
utilizar un exceso de fondos de financiación, cuyo origen has identificado ya.
— Con esa comparación —añade Bárbara— descubriríamos, a simple
vista, la razón por la cual los problemas de tesorería aparecieron, a pesar de
que la cuenta de resultados reflejaba beneficios. El aumento de altura de las
piernas, generado a partir de los beneficios, estaba soportando (financiando)
los aumentos patológicos del tamaño (las hipertrofias) del cuello y del tórax.
— Ya veo —les digo—. La “película” de la cuenta de resultados nos
explica sólo parte de lo que ha ocurrido durante un periodo de tiempo.
— ¿A qué cine tendrías que ir, Justo, para enterarte del resto de la
película? —me pregunta Fortu.
— ¿Me disculpáis un momento? —les solicito—: la que me llama
ahora es mi hermana Esperanza.
305
La Piscina de tus Sueños
Orígenes y Destinos
— ¿Todo bien, Justo? —me pregunta Fortu, después de que le dijera a mi
hermana mayor que estaba ocupado y que le informaría durante la cena.
— Ninguna situación urgente —le contesto—. Me ha llamado para
confirmarme que irá ella a buscar a mi padre al aeropuerto y para recordarme
que la celebración del cumpleaños empezará en cuanto lleguen a casa.
— Perdona mi curiosidad, Justo —me dice Fortu— pero le has dicho
a tu hermana que le informarías de algo durante la cena…
— Bueno —le explico—, me ha preguntado sobre la opinión de la
oftalmóloga sobre Caridad. Parece ser que mi madre no le ha querido explicar
las cosas con el suficiente detalle. Podemos retomar el tema, si os parece.
— Nos habíamos quedado —nos recuerda Bárbara— en que la
comparación de las fotografías de los balances de una empresa constituye una
valiosa información complementaria a la cuenta de resultados, ya que ayuda a
conocer “la película de los hechos” de un periodo de tiempo determinado.
— En eso estábamos, sí —le digo—. Creo que el seguimiento periódico
de la evolución del balance nos permite descubrir todo aquello que ha
ocurrido, pero que no queda reflejado en la cuenta de resultados.
— ¡Exacto, Justo! —me confirma ella—. La cuenta de resultados sólo
detecta ingresos y gastos. Por tanto, su impacto en el balance dependerá de si
hay beneficios o pérdidas: mientras en el primer caso existirá un aumento de
los fondos propios, en el segundo una disminución. Todas las demás fuentes
y utilizaciones de dinero que se hayan producido durante el periodo analizado
(diferentes al resultado económico del periodo), sólo se pueden conocer
analizando los cambios en las alturas de las otras partes del balance.
— Creo que lo veo claro —les digo—: siempre que hay una utilización
de dinero, tiene que haber asociada una fuente u origen del mismo.
— ¡Muy bien, Justo! —ratifica Fortu—. A eso que acabas de describir,
los financieros le llaman Origen y Aplicación de fondos (Cash Flow
Statement). Ese informe financiero se obtiene, precisamente, comparando
cada una de las partes del balance en dos momentos diferentes de su historia.
Por ejemplo, al principio y al final de un año.
— Entiendo —le digo, con la sospecha de que no estoy mintiendo.
— Este informe de cambios de alturas en todas las plantas nos
complementa la información que nos proporcionan el Balance de Situación y
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¡Finanzas no aptas para daltónicos!
la Cuenta de Resultados. Por eso, en inglés decimos que hay tres Financial
Statements: Balance Sheet, Income Statement y Cash Flow Statement.
— Corregidme si me equivoco —les digo—: si comparáramos la
tesorería del balance inicial con la que refleja mi cuadro, veríamos que habría
disminuido. En cambio —continúo hablando con mucha prudencia—, los
importes del stock o de la cuenta de clientes habrían aumentado.
— Exacto, Justo —interviene Bárbara—. También evidenciaríamos un
aumento de los fondos propios (sótano -3), como consecuencia de los
beneficios acumulados; y también del pasivo corriente (sótano -1 o parking),
como consecuencia del retraso en el pago a los proveedores.
— Si en el análisis comparado de las fotos del edificio —me informa
Fortu—, realizadas en diferentes momentos, vemos que aumentan las plantas
visibles (Activos), decimos que se trata de Aplicaciones de fondos. Si
observamos aumentos en las plantas subterráneas (Pasivos), decimos que son
Fuentes de fondos. Como ves, mientras las Fuentes nos informan de dónde
sacas el dinero, las Aplicaciones nos dicen en dónde lo empleas.
— Como bien dice Fortu —interviene Bárbara— lo habitual es que los
incrementos de altura de las plantas visibles del edificio estén soportadas por
aumentos equivalentes de las plantas subterráneas, pero también es posible
aumentar la altura de un piso del activo, ¡reduciendo la altura de otro!
— Eso es precisamente lo que hicimos —me aclara Fortu, ante mi
elocuente cara de desconcierto—, en ese momento crítico, al ver que
teníamos un exceso de stock y de facturas de clientes sin cobrar: nos pusimos
a hacer ofertas de los productos de sobre-stock y a cobrar activamente las
cuentas pendientes. Cuando analizamos la evolución de la fotografía del
balance tres meses más tarde, pudimos cuantificar una satisfactoria reducción
de la plantas 1 y 2, asociado a un aumento paralelo de la planta 3.
— Creo que ya lo entiendo —les digo para verificar mi comprensión—:
el aumento de la planta 3 era una Aplicación de Fondos y las reducciones de
las plantas 1 y 2 eran Fuentes u Orígenes de Fondos.
— ¡Perfecto, Justo! —me confirma Fortu. Es así de fácil.
— Como ves, Justo —me resume Bárbara—, si comparamos dos
fotografías del mismo edificio, realizadas en diferentes momentos, y
observamos en ellas incrementos de altura de las plantas visibles (Activos) o
reducciones las plantas subterráneas (Pasivos), decimos que son Aplicaciones
de Fondos. Si evidenciamos disminuciones de altura en las plantas visibles o
aumentos en la profundidad de las plantas subterráneas, hablamos de Fuentes
u Orígenes de Fondos. No te lo aprendas de memoria, ¡razónalo!
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La Piscina de tus Sueños
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¡Finanzas no aptas para daltónicos!
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¡Finanzas no aptas para daltónicos!
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La Piscina de tus Sueños
Los roedores
— El sonido que acabas de escuchar, Justo, no me avisa de que ha ocurrido
algún acontecimiento empresarial lo suficientemente relevante como para que
requiera mi conocimiento inmediato. ¡No se trata de una alarma financiera!
— ¿Ah, no? —le pregunto, solicitando una explicación.
— ¡Se trata de algo mucho menos sofisticado! El sonido me avisa de
que se están acabando ¡las pilas de mi audífono! —me dice Fortu, mientras se
lo saca de la oreja y empieza a manipularlo.
— ¡¿Cómo?! —exclamo sorprendido.
— Esto que llevo en la oreja —me explica subiendo mucho la voz
ahora— no es únicamente el auricular inalámbrico de mi teléfono móvil, ¡es
también una ayuda auditiva que necesito!
— ¡Caramba, otra nueva sorpresa!
— No sólo compartimos fecha de nacimiento, Justo —me explica—,
me temo que también coincidimos ¡en tener otosclerosis!
— ¡No me digas! —exclamo—. ¿De quien lo has heredado tú, Fortu?
— ¿Me explicas lo que te rondaba por la cabeza antes de que nos
interrumpiera este antipático aparatito? —me pide Fortunato después de
solucionar su inesperado problema técnico y sin, aparentemente, haber
escuchado mi última pregunta—. Ahora te vuelvo a oír perfectamente. Creo
que me estabas diciendo que la Cuenta de Resultados puede verse afectada
por el uso de un recurso que no vimos al visitar las plantas del activo.
— Esa era mi reflexión en voz alta, efectivamente. Como te iba
diciendo, Fortu, imagínate que una de las dos empresas que estamos
comparando tiene un sótano -3 que representa el 60% de la profundidad total
del pasivo, y que el de la otra ocupa tan sólo el 20%.
— Te sigo —me dice, fingiendo ignorancia. Sigue despacito, please.
— El hecho de que el ratio de endeudamiento de la segunda empresa —
continúo— sea mucho mayor, implica que utiliza más recursos financieros
externos y que, consecuentemente, sus gastos financieros son más altos.
— ¡Está claro! —interviene Bárbara con tono de elogio.
— Las dos empresas de nuestro ejemplo tienen igual valor de activo e
idéntico resultado —añado—, pero el beneficio de una de ellas está más
castigado que el de la otra por el importe de los gastos financieros, como
consecuencia de la mayor utilización de un recurso que ¡no está en el activo!
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Epílogo
La fiesta de puertas abiertas
— ¡Despierta, Justo! ¿Qué haces en la cama todavía? ¡Llevas toda la mañana
durmiendo! Los sábados no sirven para perderlos haciendo el vago. Hay que
aprovecharlos para hacer cosas, especialmente si estás en periodo de
exámenes. Luego te agobias y dices que no tienes tiempo para estudiarlo
todo. Si no te impones disciplina y orden, no llegarás a nada en esta vida —
oigo todo el sermón de mi madre, mientras me zarandea en la cama.
— Sí, sí, mamá —le digo como un autómata.
— Además, ¡vamos a llegar tarde! —me sigue diciendo.
— Perdona, mamá, vamos a llegar tarde, ¿a dónde? —le respondo con
dificultad y completamente desorientado, con la misma sensación que
experimenté al despertarme de la anestesia tras mi cirugía de apéndice.
— Pero, Justo, parece mentira: ¿en qué mundo vives? —me responde
enfadada—. ¿Cómo es posible que no lo recuerdes? Estamos invitados a esa
horrible fiesta, a la cual no tengo más remedio que asistir, en la empresa de
ese amigo de tu padre del que tanto te hemos estado hablando últimamente.
No quiero llegar muy tarde, ¡para volverme cuanto antes!
— ¡Ah sí, claro! Lo recuerdo perfectamente —le digo, mientras voy
recuperando la consciencia poco a poco—. Estaba tan profundamente
dormido, que no sabía ni dónde estaba. Por eso, tampoco he oído el
despertador. ¡Debe ser un efecto secundario de los antihistamínicos!
— ¡Cuando los mezclas con alcohol, Justo! —me reprocha—. No
debiste beber tanto ayer en la celebración del cumpleaños de las gemelas.
— La verdad, mamá, es que todo lo que me habéis ido explicando
últimamente sobre ese hombre, su familia y su empresa me ha resultado tan
impactante, que tengo muchísimas ganas de saludarlos y de hablar con ellos.
— Además —continúa mi madre—, no me extraña que no hayas oído
el despertador. Te has vuelto a pasar la noche hablando y gritando. Le he
dicho a tu padre mil veces que tenemos que averiguar la solución para tus
pesadillas —añade con su esa forma tan brusca que tiene de decir las cosas.
— Verás, mamá, aunque te parezca paradójico, lo que he tenido esta
noche no lo llamaría pesadilla, ¡sino un perfecto sueño reparador!
— Pues desde fuera no lo parecía, desde luego —interviene mi padre
ahora, que entra en mi habitación en ese momento—. No hemos pegado ojo
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La Piscina de tus Sueños
en toda la noche con tus gritos. Tanto tu madre como yo hemos entrado
varias veces para despertarte y tranquilizarte, pero no lo hemos conseguido.
— Lo siento, papá —me disculpo—. Vuestros intentos de despertarme
han debido coincidir con vuestras llamadas telefónicas, que interrumpían las
conversaciones que he ido teniendo durante mis largos sueños de esta noche.
— Eso que haces de tirarte, conectado al peligroso Internet, hasta las
tantas de la noche —me sigue recriminando mi madre— es muy perjudicial.
Debiste irte a dormir inmediatamente después de que acabáramos de brindar
con tus hermanas. Además, ¡¿qué demonios haces con esas gafas puestas?!
— ¡¿Cómo dices?! —le pregunto, mientras me llevo las manos a la cara
y verifico que, efectivamente, llevo las gafas 3D del cine a modo de diadema.
— ¿Te das cuenta, Justo? —me pregunta, al ver como las tocaba.
— ¡No lo sé, mamá! No era mi intención quedarme dormido con ellas.
— Seguro que estuviste probando alguna cosa extraña con tus dichosos
ordenadores —continúa con su tono de enérgica crítica.
— ¡Por favor, mamá! —exclamo para defenderme—: ¡no seas antigua!
No puedes ir en contra de las nuevas tecnologías: son fuente de bienestar. No
deberías ser tan inmovilista. El entorno está en constante cambio, y debemos
tener la capacidad y la flexibilidad suficientes para poder adaptarnos. Sabes
que “el grande no se come al pequeño, ¡sino el rápido al lento!”.
— ¡Esa es una frase típica del amigo de tu padre! Después de que lo
conozcas hoy, entenderás perfectamente la razón de mis críticas. Le fascina
coleccionar fotografías y dibujos extraños que hace con su ordenador, y que
luego deja ver a todo el mundo por Internet. ¡Dice que es su hobby! Para
poder vivir como lo hace, se aprovecha de haber nacido en una familia con
dinero y del trabajo de los demás, ¡tal como ha hecho durante toda su vida!
— No te veo, mamá, formando parte de su red de amigos —le digo
sonriendo—. Lo que estuve haciendo ayer por la noche no fue perder el
tiempo, sino estructurar todo lo que tenía desordenado. Había acumulado
muchos datos a partir de las fotografías de los álbumes de casa, de contenidos
publicados en Internet y de vuestros comentarios. Siempre me repetís que hay
que ordenar la información antes de analizarla y de sacar conclusiones.
— Pues en lugar de estructurar, analizar y comparar cosas inútiles, hijo
mío —me replica mi madre de nuevo—, podrías haberte dedicado a ordenar
tu habitación. Seguro que eso te ayudaría mucho más a estar tranquilo, a
dormir mejor y, por tanto, a que te cundieran mucho más las horas de estudio.
— Fortunato jamás le gustó a tu madre —interviene mi padre—. Nunca
ha entendido la razón por la que tenemos tan buena relación. Siempre nos ha
visto muy diferentes y, desde que lo conoció, ha creído que era una pésima
compañía para mí. A pesar de todo, admite que aprenderías mucho con él.
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¡Finanzas no aptas para daltónicos!
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La Piscina de tus Sueños
y que se dejan llevar tanto por sus emociones. Por tanto, y por lo que a mi
respecta, cuanto antes estemos de vuelta de esta “dichosa fiestecita” de
exhibición obscena de patrimonio empresarial, mejor. Tu amigo no duda en
ostentar de todo lo que tiene, ¡pero nunca te enseña todo lo que debe!
— Admito que ayudaba a Fortu durante la carrera —afirma mi padre,
mucho más sereno ahora—, pero yo también aprendí mucho de él. Como os
explicaba ayer a todos, su creatividad y sus esquemas gráficos simples y
originales, que utilizaba con maestría para abordar lo complejo, nos hacían la
vida más sencilla y divertida a todos, ¡tu madre incluida, por cierto!
— ¿Es verdad, mamá? —le pregunto, aún sabiendo que era improbable
que lo admitiera, pero recordando haber oído a mi padre comunicarle a ella la
única condición que ponía su amigo para acceder a admitirme como alumno.
— Era sorprendente ver —continúa mi padre entusiasmado— como le
explicabas una cosa y, al día siguiente, volvía con un dibujo lleno de colores
y de figuras tridimensionales que lo resumía todo de una manera increíble.
¡Era como si hubiera pintado sus sueños! Todavía conservo alguna de sus
cartulinas. Creo que os las he enseñado en alguna ocasión. Siempre me
escribía amables y emotivas dedicatorias de gratitud en ellas.
— Bueno, de las muchas cosas que os he oído comentar, ¡y discutir!,
sobre ese hombre —les digo a mis padres, mientras salto de la cama, todavía
en pijama—, hay algunas que realmente me impactaron.
— Justo, ¡¿cómo puedes opinar de una persona a la que sólo has visto
diez minutos, y hace diez años?! —me recrimina mi madre nuevamente.
— Pues te parecerá extraño, mamá —le digo—, pero estoy seguro de
que, cuando me los presentéis, tendré un sensación de “Déjà vu”.
— ¿Por qué? —pregunta mi madre—. ¿Tan sólo por los comentarios
que nos has oído sobre ellos, o por las fotos que has visto en los álbumes?
— Eso le habrá influido, sin duda alguna —interviene mi padre ahora,
adelantándose a mi respuesta e impidiéndome explicarle a mi madre que me
he tirado muchas horas soñando con Fortu—. De todas formas —añade él—,
estoy seguro de que se acostó tarde, porque estuvo leyendo su “Facebook”.
— ¡No entiendo como no prohíben esa web! —afirma mi madre.
Mi padre y yo reímos.
— Angustias —le dice mi padre—, las redes sociales se han convertido
en un potentísimo sistema de intercambio de información a nivel global.
Ahora parece que son necesarias ¡hasta para ganar elecciones políticas!
— ¡Qué miedo me dan todas esas intromisiones en la vida privada de
las personas! Además, luego viene cuando los chicos jóvenes pierden sus
horarios, se desvelan, sueñan y bajan su rendimiento. Por no hablar de las
¡enormes facturas de consumo de electricidad y de teléfono que nos llegan!
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La Piscina de tus Sueños
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¡Finanzas no aptas para daltónicos!
Angustias Idar
¿Qué quieres saber, Justo? —me pregunta poniendo cara de asombro, tras oír
un tipo de propuesta que considera inédita, procediendo de mí.
— Te recuerdo que te he pedido autorización para hacerte una pregunta
muy, muy directa —le advierto, mientras me voy armando de valor.
— ¿Qué quieres saber, Justo?, ¡te repito! —me dice muy seria.
— ¿Te casaste enamorada de papá? —le pregunto, tras coger mucha
carrerilla, con la cara muy roja ¡y el corazón a mil por hora!
— ¡¿Qué tontería me preguntas ahora, Justo?!
— ¿Me podrías contestar, por favor? —le digo, notando la boca seca.
— ¡Claro que sí! En caso contrario, ¡no lo habría hecho! Un
matrimonio es algo muy serio, algo que hay que pensarse muy bien antes de
tomar la decisión. Es una unión que debe durar toda la vida, a pesar de todas
las separaciones que estamos viendo actualmente. Todo lo que está
ocurriendo actualmente es consecuencia de que la gente se deja llevar
excesivamente por sus caprichos puntuales y por sus emociones pasajeras.
— Te lo pregunto, mamá, porque esa decisión, que dices que es tan
trascendente en la vida y que, por tanto, hay que meditar tanto, suele hacerse
escuchando más a lo que te dice el corazón que a lo que te dice la cabeza. Por
esa razón, te he preguntado si te casaste enamorada, ¡y no convencida! A mi
juicio, el enamoramiento es un sentimiento, es una emoción, y no el resultado
de un proceso de deducción racional y lógica. ¿Estás de acuerdo con eso?
— ¿Tu crees, Justo, que es éste el momento adecuado para realizar una
argumentación lógica y razonable de un tema tan importante? —me pregunta,
descolocada ante un planteamiento que nunca le había hecho.
— Puede que tengas razón, mamá. Lo que pasa es que ayer, viendo
fotografías que el amigo de papá tiene publicadas en esas páginas que tanto le
criticas, no sólo tuve la ocasión de ver a papá: también apareces tú en algunas
de ellas. Te he visto salir junto a él y, también, junto a su amigo.
— ¿Y qué tiene todo eso que ver con tus irracionales preguntas, Justo?
— Simplemente me llegué a preguntar — ¡fíjate que tonterías se le
pueden llegar a ocurrir a uno a esas horas de la noche, mamá!— si tú, del que
realmente estabas enamorada, era del detestable amigo de papá.
— ¡¿Pero que dices, Justo?! ¡Tú continúas borracho desde anoche!
— Siguiendo con este absurdo razonamiento, mamá —le digo, notando
una mezcla compleja de emociones desagradables que no soy capaz de
333
La Piscina de tus Sueños
— Pues que no me pareció ver a unas niñas prematuras con bajo peso y
necesitadas de una incubadora, tal como me habías dicho, ¡sino todo lo
contrario! —le contesto—. De hecho —añado—, la comparación con las
fotos de Caridad es muy elocuente. Analizando esas imágenes, parece
evidente que la “peque” sí que nació antes de tiempo, ¡pero no las gemelas!
— ¡Pues sí que has perdido el tiempo en asuntos que no te competen,
en lugar de estudiar para tu examen de finanzas, hijo! —exclama enfadada.
— Permíteme seguir, por favor, con mi análisis cuantitativo y mi
deducción lógica —le digo, sintiéndome engañado por la forma con la que se
había estado comportando—. Si las gemelas nacieron el 24 de mayo, pasadas
ampliamente las 38 semanas de gestación; y tú te casaste con papá después
de regresar del viaje de agosto, no hace falta ser un experto financiero para
llegar a unas simples conclusiones relacionadas con los periodos de tiempo.
— Justo, ¡esto que estás diciendo es imposible! —me dice con voz y
manos temblorosas—. Recuerda que al amigo de tu padre le encanta
divertirse retocando fotos de la gente, con no se qué demonios de programa
informático, para desvirtuar la realidad. Estoy segura de que sus cuentas
financieras las maquilla de la misma manera. Si no fuera así, es imposible
que obtenga esos resultados económicos tan buenos, ¡salvo que tu padre le
ayude más de lo que me reconoce que hace!
— Soy consciente de que debe usar esas técnicas, mamá. De hecho, el
retoque fotográfico que dices, lo debe hacer también con sus ojos: aparecen
de color marrón en algunas fotos y verdoso en otras. Supongo que lo que
busca es conseguir el mismo cambio de color de ojos que le sucede a Caridad
de forma natural y auténtica, dependiendo de la intensidad de luz ambiente
que haya. Los ojos de la pequeña son preciosos, pero no deja de ser extraño
que no sean azules, tal como lo son tanto los tuyos como los de papá.
— Pues si te informas bien, Justo, ¡verás que no tiene nada de extraño!
— Me interrumpiste, cuando le pedí a la oftalmóloga una explicación
científica del tema, pero he leído que, según la teoría de la herencia del color
de ojos, si ambos padres tienen ojos claros, no es probable que los de sus
hijos sean más oscuros. De hecho, papá bromea con frecuencia sobre esto.
— No sé exactamente que viste o leíste ayer en Internet, Justo —me
dice mi madre muy ansiosa—, pero tengo que informarte de que el color de
los ojos está determinado por múltiples factores genéticos, entre los que
intervienen al menos 6 genes. ¡Y lo de Caridad es perfectamente posible!
— ¿Estudiasteis genética en la carrera de Ciencias Económicas, mamá?
Llama la atención tu grado de conocimiento especializado sobre el tema.
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La Piscina de tus Sueños
— ¡No te consiento que me hables con ese irritante tono irónico, Justo,
típico del perdonavidas del amigo de tu padre! —me dice enérgicamente—.
Además, ¿por qué demonios involucras a tu hermana pequeña en todo esto?
— Lo estoy haciendo, mamá, porque creo que debemos saber si lo que
tiene la niña es un TDA o no, para que, en función de ello, no demoremos
más tiempo el inicio del tratamiento adecuado. Creo que estás haciendo de
avestruz y que, por ello, no estás dejando afrontar el tema con la rapidez y la
eficacia que se merece. Contando con los dedos, después de ver tu foto en la
fiesta de cuarenta cumpleaños de Fortunato y su hermana, a la que papá no
pudo ir por estar conmigo en la clínica, recordé que los profesionales que
tratan a Caridad están pendientes de confirmar si alguno de sus padres tuvo
síntomas parecidos en su infancia. Algunas de las imágenes que he visto de
esa fiesta evidencian que las neuronas de tu corteza cerebral estaban
afectadas por el alcohol, como las mías anoche —le digo a mi madre, sin
saber muy bien de dónde saco el valor suficiente para hacerlo.
— ¡¿Cómo se puede ser tan idiota?! ¡Parece mentira que no estuvieras
presente durante la exploración que le hizo la doctora a Caridad! Esa
especialista opina que el retraso escolar de tu hermana podría estar causado
por una enfermedad que también explicaría los cambios en el color del iris de
sus ojos y las manchas que le van apareciendo en su piel. Recuerdo que el
imbécil de Gilito le dijo a tu padre al nacer la niña, haciéndose el gracioso y
sin darse cuenta de que yo lo estaba oyendo todo, que la mancha en el culo
con la que nació era idéntica, en forma y localización, a la que tenía Débora,
una americana que participaba en un curso que hicieron en Boston. Quiero
pensar que era para tranquilizarlo o para quitarle importancia al tema.
— Lamento ser tan prosaico y directo, mamá, y hablar con una falta
total de sensibilidad, pero creo que lo de tu último embarazo conocido más
que una inocentada —como bromea ingenuamente papá, siempre con
intención de “quitar hierro” a los problemas— ¡se trató de una inesperada
sorpresa de fin de año! El parto se adelantó algo, razón por la cual el peso de
Caridad fue bajo al nacer. La buena noticia de todo esto es que no es seguro
de que la niña sea portadora del gen del daltonismo.
— ¡¿Pero qué cosas tan absurdas estas diciendo, Justo?! Todas las hijas
de un daltónico, como es tu padre, son necesariamente portadoras de la
enfermedad. Yo soy portadora, porque heredé el cromosoma X anómalo de tu
abuelo. Tus hermanas gemelas son daltónicas, porque tienen los dos
cromosomas X afectados: uno de tu padre y otro mío. Son hijas de un
daltónico y una portadora. Todo esto es lo que me ha movido a informarme
sobre las leyes de la herencia, cosa que, obviamente, no se enseñaba en mi
facultad, como insensatamente has comentado. ¡Los contenidos que ese
hombre tiene tan accesibles en Internet te han debido volver loco, Justo!
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¡Finanzas no aptas para daltónicos!
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¡Finanzas no aptas para daltónicos!
Prudencio Igap
— ¿Sabes, papá? Anoche, antes de dormir, me recorrí casi toda la colección
de fotos que tu amigo tiene publicadas en su página personal de Internet.
— ¡Me temo que eso no le ha parecido una excelente idea a tu madre!
— Empecé viendo aquellas en las que aparecíais tú, mamá, tu amigo
Fortunato, su hermana y ¡sus múltiples novias! Si las ordenas por orden
cronológico y luego las comparas, como te gusta hacer a ti con las columnas
de tus hojas de cálculo, ¡puedes llegar a averiguar muchas cosas!
— ¿Ah, sí? —me dice escuetamente y con una cara inexpresiva.
— Pero luego —continúo, al ver que no tenía el mínimo interés en
comentar ese tema—, me llamaron la atención las imágenes de sus cuadros.
— Bueno, ¡Fortu era muy aficionado a la pintura surrealista! —
exclama aliviado—. Recuerdo que su pintor preferido era Salvador Dalí. De
hecho, yo le bromeaba diciéndole que tenían muchos rasgos comunes:
excéntricos, vanidosos y aficionados a dibujar la vida de una manera original.
— Efectivamente, tu amigo Fortu explica esa afición suya por ese estilo
de pintura. Por eso, buscando en Google, pude leer que el surrealismo trata de
plasmar el mundo de los sueños y del subconsciente en las pinturas. Dicen
que consiste en pensar en algo real y, posteriormente, irlo descomponiendo y
recomponiendo desde una mirada diferente, original y espontánea.
— Sé que, como el surrealismo se centra en pintar los sueños —me
dice mi padre, ahora más proclive a comentar los contenidos de la página
personal de su amigo—, también se le conoce con el nombre de arte onírico.
— ¡Exacto, papi! ¡Qué memoria tan prodigiosa tienes! Varios términos
técnicos para expresar un mismo concepto, supongo. ¡Me alegra confirmar
que no sólo te interesan los números y el análisis cuantitativo de la realidad!
— Gracias, Justo, por el elogio —me dice complacido y con cara más
relajada—. La experiencia te va haciendo ver que esta vida debe ser una
mezcla equilibrada de números y de letras, de ciencia y de arte, de prosa y de
poesía. Creo que, por eso mismo, Fortu y yo nos compenetramos tanto.
— Pues como te iba diciendo, papá, tu amigo tiene publicados en
Internet alguno de sus cuadros de estilo surrealista.
— Lo sé, Justo. —me dice, con cara de orgullo.
— En uno de ellos, al que llama “Lógica y Emoción”, convierte las
diferentes partes de las cuentas financieras en elementos tridimensionales de
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colores llamativos. Creo que es algo de lo que nos hablaste en el hotel de Las
Vegas. Utiliza una tecnología muy novedosa que te permite verlo en 3D.
— ¡Ahora veo por qué te quedaste dormido con las gafas puestas!
— La verdad es que lo que ha hecho tu amigo es algo realmente
creativo. Como sabes, utiliza una piscina para representar la Cuenta de
Resultados (Ingresos y Gastos) y un edificio para simbolizar el Balance
(Activos y Pasivos). En el texto que lo explica todo se describe que la palabra
“IGAP” ¡puede considerarse un acrónimo nemotécnico! Te puedo decir que
eso me impactó tanto, que he llegado a soñar que ¡nos apellidábamos así!
— ¡Tu imaginación no tiene límites, Justo!
— En otro cuadro —continúo hablando—, utiliza el cuerpo humano
como modelo conceptual para representar las diferentes partes del balance.
¡Es algo realmente original y sorprendente! Tu amigo insiste en que “la
técnica” para interpretar los análisis debe combinarse con “el arte” de aplicar
políticas empresariales saludables, para que estemos siempre mejorando el
resultado de las pruebas diagnósticas. Además…
— Vamos, Justo —me interrumpe, mostrándome su frecuenciómetro
Polar de pulsera y dando golpecitos con su dedo índice sobre él—: debemos
salir en un cuarto de hora. Fortunato no soporta que la gente no sea puntual.
Últimamente se ha convertido en un amante del orden y de la programación.
Supongo que se trata de un ejemplo más ¡del radicalismo de los conversos!
— Por cierto, papá, mientras analizaba las fotos, me llamó la atención
ver lo alta y atractiva que es la chica que parece ser la novia actual de tu
amigo. Me habías hablado de ella, ¡pero pensaba que exagerabas!
— Supongo que ha heredado la belleza y la inteligencia de Scarlett, su
madre. A mí me gusta mucho también. Ella quiso aplicar sus conocimientos
de Psicología a la gestión de los recursos humanos empresariales. Por ello,
empezó a trabajar de recepcionista en la empresa de Fortunato, incluso antes
de acabar la carrera. Él se divierte diciendo que es su novia actual, que ha
conseguido hacerle sentar la cabeza y que, incluso, tienen planes de boda;
pero creo que bromea. Aunque con Fortunato, ¡nunca se sabe!
— ¿Ah, si? —le pregunto con la intención de que continúe.
— Ya no sé bien lo que te he contado y lo que no, Justo, pero creo
haberte dicho que su familia se trasladó cuando Bárbara tenía 15 años.
Recuerdo que fue unos días antes de que Fortu y Scarlett cumplieran 40 años,
¡y el mismo día que un cirujano amigo de Fortu te operara de urgencia!
— Sí que me lo habías contado. Lo hiciste al comentar las fotos de esa
fiesta, que también coincidió con la entrada del 2.000. Según me explicasteis,
el padre de Bárbara se comportó fatal. Me dijisteis que no podía disimular lo
mucho que le gustaba el atractivo físico de mamá y de las gemelas.
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Explorando sus ojos, observó unas manchitas en el iris. Creo que utilizó el
término técnico de nódulos de Lisch. Nos explicó, de una manera muy
convincente y clara, que si le siguieran apareciendo más manchas de color
café con leche en su piel, podría confirmarse el diagnóstico que sospechaba.
— ¡¿Ah sí?! —exclama totalmente descolocado.
— Tú me repites en tus clases, papá, que el Balance es como una foto
de la empresa en un momento determinado, y que su análisis detallado nos
puede dar mucha información. Además, me recuerdas que el estudio
comparado de las fotografías a lo largo del tiempo puede ser muy revelador.
Pues eso es, precisamente, lo que he tratado de hacer con los contenidos que
Fortu ha hecho públicos en Internet. Todo lo he hecho, única y
exclusivamente, porque me preocupa el encontrar una solución para Caridad.
— No recuerdo que tu hermana Caridad apareciera en ninguna de esas
fotos a las que te refieres. Yo las he visto todas durante esta semana en
California, aprovechando tiempos de descanso entre las reuniones.
— ¡Así es, papá! —le confirmo—. No sale ella, pero sí que lo hace el
americano que estuvo casado con la hermana de Fortu. Si te acercas a la
pantalla de mi ordenador, te mostraré algo que me ha llamado la atención.
— ¿De qué se trata, Justo? —me pregunta, mientras se pone sus gafas
de cerca y observa atentamente la imagen que le estoy mostrando.
— Seguro que te acuerdas de esta fotografía, papá. Aparecéis todos los
participantes en el curso de finanzas que hicisteis en Boston.
— ¡Le llamé para decirle que no debería haber publicado esa foto! —
exclama—. Si la ve tu madre, ¡me mata! Tus abuelos no la dejaron venir, y
yo no pude rechazar la propuesta de Fortu. Como te puedes imaginar, las dos
chicas que están a mi lado estaban bromeando —me dice abochornado.
— Al ver la foto, supuse que le habías llamado. De todas formas, lo de
las dos chicas no me parece relevante ahora, papá. Quisiera que te fijaras en
las manchas que tiene “Many People” en la piel de sus brazos y de su cuello.
— ¡¿Cómo sabes que Fortu le llamaba así, Justo?! —me dice riendo.
— Porque lo explica todo en el texto asociado a la foto.
— ¡No podía soportar que se casara con Scarlett! —me dice.
— Todos sus comentarios ¡no dejan ningún margen para la duda!
— ¿Qué me querías enseñar? —me pregunta—. ¡Rápido, por favor!
— Fíjate lo que ocurre si tecleamos en el buscador de Internet el texto
“manchas de café con leche en la piel” y luego presionamos el botón “Buscar
Imágenes” —le digo, mientras lo hago—. ¿Qué puedes leer, papá?
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marcha de viaje muchos días, cosa que escandalizó a mamá. También se dijo
que Bárbara había sido nombrada directora de recursos humanos.
— Conociendo la impulsividad de Fortu, ¡y la diferencia de edad entre
ellos!, quizás tengas razón, cuando dices que las cosas podrían precipitarse
un poco. ¡¿Quién sabe?! Supongo que tengo que estar pendiente del tema.
— ¿Y no te choca, papá, el hecho de que tu amigo pueda tener
relaciones con la hija de su hermana gemela y que, incluso, pueda llegar a
casarse con ella? —le pregunto, ahora con la mayor delicadeza que puedo.
— ¿Qué te ha llevado a la conclusión de que Scarlett es gemela de
Fortu? —me pregunta mi padre algo que me resulta totalmente inesperado.
— ¡Hombre, papá! —exclamo, desplazando mi pecho hacia delante y
mostrándole las palmas de mis manos—. ¿Cómo llamarías tú a dos hermanos
que nacen el mismo día, y en la misma clínica, y que posteriormente aparecen
juntos, apagando las velas de todas sus tartas de cumpleaños compartidas?
— Scarlett y Fortu nacieron el mismo día y en la misma clínica,
efectivamente —me confirma mi padre—, pero de ello no se puede concluir,
necesariamente, el hecho de que sean hermanos. No sé si estás de acuerdo…
— ¡Ahora sí que me has dejado fuera de juego tú a mi, papá! —le digo.
— Sabes bien, hijo, que me encanta recordar la importancia que tiene el
disponer de buenos sistemas de información para la toma de decisiones;
¡ahora bien!, nunca olvides que el contacto con la realidad que quieres
analizar es imprescindible para reducir las probabilidades de equivocarte.
— No me olvido de tu recomendación de que el hombre de empresa no
debe aislarse en su despacho analizando informes, sino que debe vivir la
realidad que gestiona, hablando con las personas, recorriendo las
instalaciones y viviendo el mercado y el entorno; ¡actividades que no pueden
hacer los ordenadores! Creo que tu amigo Fortunato diría al respecto que las
pruebas de diagnóstico, por muy sofisticadas que sean, nunca pueden sustituir
a una buena exploración de su paciente, ¡ni al “ojo clínico”!
— ¡Así es hijo! —me confirma—. Me estás demostrando capacidad
para estructurar y analizar la información; pero observo que pretendes sacar
conclusiones sólo a partir de ella, sin haber palpado la realidad lo suficiente.
— Te ruego, papá, que me des un anticipo sobre datos que me faltan.
— La madre de Fortu tenía una amiga íntima —accede mi padre a
informarme al respecto—. Fueron al mismo colegio y estudiaron juntas la
carrera. No sé cuál era su nombre real, porque todos la llamaban Escarlata,
debido al gran parecido con el famoso personaje de cine.
— ¡¿Qué pasó?! —le pregunto—. ¡Ahora me tienes en ascuas tú a mí!
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foto de recién nacido es como tu balance de situación inicial. Tienes que ser
capaz de obtener el mejor rendimiento posible con tus recursos iniciales.
— Esto me recuerda que mi mejor amigo bromea diciendo que en esta
vida hay dos grandes oportunidades: ¡cuando naces y cuando te casas!
— Pues, precisamente, el segundo salto se suele dar en la época en la
que acabas tu formación y orientas tu futuro profesional y personal. Suele
ocurrir alrededor de los veinticinco. Se trata de otro buen momento para
analizar la fotografía de tu balance y la película de tus resultados.
— Veo que no estoy lejos de ese momento. ¿Y el tercer salto, papá?
— Creo que el tercer salto se da en el momento en el que tienes
acumulados un número suficiente de aciertos y de errores, tanto en el terreno
profesional como en el personal, como para convencerte de lo importante que
es la experiencia. Ese último salto es clave, debido a que tu marca final va a
depender del lugar en el que termines cayendo. Con lo que te tengas en ese
momento es con lo que podrás contar durante el resto de tu vida.
— ¿A qué edad ocurre esto, papá?
— No estoy muy seguro, pero me da la impresión de que el tercer salto
hay que darlo en torno a los cincuenta. Es el momento en el cual, por primera
vez en tu vida, empiezas a divisar la jubilación en el horizonte; y en el cual,
por tanto, necesitas empezar a planificar con lo que contarás entonces.
— ¿Te refieres desde el punto de vista financiero?
— Me refiero, Justo, desde todos los puntos de vista. La planificación
financiera (Financial Planning) no es más que una parte indivisible de tu
planificación vital global (Life Planning), con la cual forma un todo único.
— ¡Tú cumples cincuenta el año que viene, papá!
— ¡Así es! Por eso, creo que tengo que irme preparando para el tercer y
último salto. ¿Nos vamos ya, hijo? —me pregunta con una cariñosa sonrisa.
— Sí, sí, claro —le contesto pensativo.
— Pues venga, ¡ponte las pilas! —me dice, dándose media vuelta.
— Escucha, papá —le digo, interrumpiendo su marcha otra vez.
— ¡¿Qué quieres ahora, pesado?! —me dice, simulando enfado.
— Sabías, papá, que si consigues convertir en simple todo lo básico,
¡únicamente tendrás que hacer bien todo lo simple!
— Mi querido Justo —me dice sonriendo y asintiendo con la cabeza—,
si aprendieras a jugar con los números con la misma habilidad con la que lo
haces con las palabras, ¡serías considerado un mago de las finanzas!
— ¿Eso crees de veras, papá?
— ¡Venga, Justo, date prisa! ¡Es tardísimo!
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