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movimientos psicológicos se opondrán a uno u otro de los postulados básicos y darán lugar
a las tres grandes corrientes que van a disputarse el campo de la nueva ciencia: la teoría de
la Gestalt, el conductismo y psicoanálisis, a las que cabría añadir otras tendencias más o
menos dependientes de determinadas concepciones filosóficas y a las que se podría agrupas
bajo el rótulo de psicología fenomenológica.
3.1. La Gestalt.
Frente a la tradición de explicar los fenómenos complejos por otros más simples, la
teoría de la Gestalt, en la que influiría la fenomenología de Husserl, insistirá en la importan-
cia de la forma (gestalt) en la percepción, campo de estudio por ellos privilegiado: una figu-
ra, un conjunto o una totalidad son otra cosa que la mera suma de sus partes, lo que cuenta
no son sólo los elementos que la componen sino las relaciones entre ellos. El mundo se
organiza así conforme a ciertas estructuras o formas, y una misma parcela de realidad se
registrará de modo diferente, según la organización perceptiva del sujeto: el campesino,
preocupado por el rendimiento agrícola, ve el campo de distinta manera que el especulador
inmobiliario, el soldado o el esteta.
Las aportaciones básicas de la teoría de la Gestalt fueron incorporadas al acervo
psicológico común y sus aplicaciones desbordaron el campo original de la percepción: en
psicopatología se insistirá en la importancia de la estructura sintomática o síndrome, como
conjunto relacionado de síntomas. Los psicólogos de la Gestalt mantuvieron que también
nuestras motivaciones y valores éticos siguen ciertas leyes, en virtud de las cuales los
desacuerdos éticos podrán interpretarse como percepciones psicológicas diferentes de simi-
lares situaciones de estímulos. Pero, aunque probablemente es cierto que los desacuerdos
pueden reducirse al aclarar los supuestos desde los que se juzga, también lo es que la asun-
ción de normas y valores éticos es bastante más compleja que la psicología de la percep-
ción.
3.2. El conductismo.
Si la Gestalt reaccionó frente al elementalismo de Wundt, el conductismo lo haría
frente a la introspección. Queriendo otorgarle a la psicología un estatuto científico, decidie-
ron desechar todas las entidades mentales, no observables, e, inspirándose en la teoría del
reflejo simple e incondicionado de Pavlov (un perro empieza a salivar en presencia de ali-
mento; si éste se conecta con otro estímulo, como el sonido de una campana o un foco de
luz, la salivación comenzará igualmente ante estos últimos, aun en ausencia de la comida),
Watson, pretendió atenerse al estudio de la conducta, entendida como respuestas pública-
mente observables, lo que permitiría el control y la predicción de aquélla. No obstante,
surgieron dificultades al aplicar los resultados del estudio de animales a los hombres, lo que
llevó a introducir cada vez más variables intermedias en el esquema inicial estímulo-
respuesta. Reconocieron que el hombre organiza el mundo simbólicamente y que esos pro-
cesos simbólicos median las actitudes, no simplemente controladas por estimulación exter-
na. Otros autores criticaron esta unilateralidad de Watson y pretendieron superarla.
En el marco de las teorías del aprendizaje, las del desarrollo moral se caracterizan
por considerar que la conducta moral se aprende como cualquier otra, a través de la expe-
rimentación de las consecuencias y de la observación de la conducta de otros, sin que pue-
da hablarse de progresión evolutiva regular, aunque deben encontrarse efectos estables y
acumulativos si condiciones similares se mantienen a lo largo del tiempo. De acuerdo con
ello, las respuestas éticas de los individuos se adquieren mediante las sanciones de los mo-
delos educativos: el bien no es más que el efecto de una conexión reforzada por el buen
resultado obtenido anteriormente en una situación análoga.
La teoría del aprendizaje pretende que un individuo renuncia a lo agradable por el
temor a las consecuencias sociales, además del aspecto cuantitativo del placer o del displa-
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cer, es preciso tener en cuenta el contexto y el lapso temporal entre un acto y sus conse-
cuencias, pues si las sanciones no son inmediatas, la inclinación a realizar un acto gratifican-
te, aunque socialmente reprobado, puede ser más fuerte que su inhibición; por otra parte,
apelar a la conciencia como luz interna no supondría sino recurrir a una entidad misteriosa
con la que no podemos operar: en realidad, lo que llamamos conciencia no es sino el resul-
tado de un proceso explicable a través del reflejo condicionado de Pavlov, pues “el com-
portamiento moral es condicionado en vez de aprendido”: no son las consecuencias socia-
les lo que el individuo teme ante todo, sino mecanismos automáticos internos, como el
miedo y la angustia, que no siguen al delito, sino que lo preceden, y que se han implantado
a través de la asociación de estímulos repetidamente unidos, como la que se da entre una
acción y su reprobación por parte de padres, educadores y medio social. Si la reprobación
es anterior a la conducta, se fortalecerá la resistencia a la tentación; si es posterior, se gene-
rarán sentimientos de culpabilidad.
Aunque más tarde autores como Bandura quisieron flexibilizar de algún modo las
teorías del refuerzo y del reflejo condicionado, no faltó quien veía en esos intentos una
estéril relajación. Tal fue el caso de Skinner, quien en “Más allá de la libertad y de la dignidad”
defiende el determinismo y propone una vuelta al conductismo radical y a la tecnología de
la conducta, criticando asimismo los recientes intentos, basados en el procesamiento de la
información, de la psicología cognitiva.
Sin embargo, el conductismo, a la hora de aplicar los resultados de los estudios en
animales sobre el hombre, descuida lo más específico de éste y es incapaz de dar cuenta de
la complejidad y variabilidad del comportamiento humano: el cerebro no parece sólo un
lugar de paso de la estimulación para su transformación en una respuesta prefijada, sino un
centro de elaboración y decisión entre diversas respuestas posibles. El problema del con-
ductismo pues, radica en que su epistemología positivista, al tratar de subsumirlas acciones
en acontecimientos ha sido criticada ya que, queriendo explicar la conducta humana cientí-
ficamente no hace sino menguarla. La ciencia intenta hablar del ser de las cosas, no de có-
mo deben ser. Y así, el proyecto de una ética científica está condenado al fracaso. Aristóte-
les: “no hay que buscar la precisión por igualen todas las disciplinas, pues es propio del
hombre instruido buscar la exactitud en cada género sólo hasta donde lo permite la natura-
leza del asunto”.
3.3.1. Inconsciente y represión. Modelos del psiquismo y teorías de las pulsiones. El subcons-
ciente (término pocas veces empleado por Freud) oculta las divisiones fundamentales que
Freud quiso establecer en un psiquismo concebido básicamente como conflictivo. Freud
diferenció tres instancias psíquicas: lo inconsciente, lo preconsciente, lo consciente. Pode-
mos considerar consciente aquello de lo que nos damos cuenta en un momento determina-
do. Lo que no se encuentra en el campo de la consciencia, pero se puede acceder con rela-
tiva facilidad a él, sería preconsciente. Sin embargo, lo inconsciente sería aquello que ni se
encuentra presente en la conciencia ni puede acceder a ella, sino en todo caso, habiendo de
vencer fuertes resistencias afectivas. La gran divisoria pues, se encuentra para Freud entre el
sistema inconsciente y el sistema preconsciente-consciente, que se rigen por leyes diferen-
tes: el proceso primario: (ausencia de contradicción y de relaciones temporales, movilidad
de carga energética entre las representaciones) gobierna el sistema inconsciente, mientras
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ductos de descomposición creados por ellos mismos. El yo, habiendo de mediar entre los
impulsos incoercibles del ello, los reproches superyoicos y la indiferente realidad, trate de
satisfacer a todos sus señores y se vea obligado a hacer de correveidile, oportunista y falso,
que queda fracturado entre exigencias contradictorias, cuando no se presenta, en contraste,
rígido y sin fisuras.
3.3.3.2. Ambigüedad de los ideales: ¿Es el amor al otro simple amor al yo? El as-
pecto más fecundo de esa crítica quizá haya sido llamar la atención sobre la conexión entre
el orden pulsional y el orden normativo así como sobre la ambigüedad de las formaciones
morales.
Por ineliminable que el narcisismo sea no quiere decir que el amor al otro no sea
más que amor a sí. La promesa de que buscando cada cual su propio interés y conveniencia
se llegarían a alcanzar armónicos estados universales fue hecha hace mucho, pero parece
que la marcha de la historia la desmiente. Erich Fromm distinguió entre egoísmo y amor a
sí mismo, a fin de recalcar “la falsedad lógica del concepto de que el amor por los demás y
el amor por uno mismo son recíprocamente excluyentes. Las actitudes hacia otros y hacia
nosotros mismos, lejos de ser contradictorias, son básicamente conjuntivas”.
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En la historia que conocemos, nuestros intereses chocan tan a menudo con nues-
tros deberes que la Ética no puede eludir de ningún modo estos conflictos. En términos
kantianos, el problema es que nuestra voluntad puede ser buena, pero no santa, esto es, no
hay siempre coincidencia entre nuestra inclinación y nuestro deber, que es por lo que, aun
rechazando el rigorismo kantiano, sigue teniendo sentido y mérito moral cumplir con el
deber que, al menos en tal o cual momento, nos desagrada. Si hubiéramos operado de tal
modo sobre nuestros deseos que su prosecución no eliminara la de los demás, tanto po-
dríamos hablar de egoísmo desinteresado como de desinterés egoísta. El equívoco reside en
que al utilizar dichas expresiones estaríamos hablando de seres tan idealizados que a duras
penas podríamos reconocer en ellos a los hombres que se apasionan y luchan en los vientos
tempestuosos de la historia. Freud se negó a eliminar la tensión entre libido narcisista, base
de la autoestima, y libido objetal: “El enamorado es humilde. El que ama pierde una parte
de su narcisismo y sólo puede compensarla siendo amado”.
El que no sea posible amar al otro sin amar al yo no implica que el amor propio sea
ya amor al otro o que el amor al otro no sea más que amor al yo. No sólo se trata de recu-
perar el narcisismo primitivo, sino, renunciando a la fantasía de la propia totalidad, de esta-
blecer lazos libidinales que posibilitan la humana felicidad, al abrirnos eróticamente a la
pluralidad de los seres finitos. De no tener esos aspectos en cuenta, resultaría que, a costa
de destacar similitudes y de rebajar, correctamente, la hinchazón de nuestras idealizaciones
(aquéllas por las que pretende ser sólo solidaridad o puro altruismo), se acabarían velando
diferencias relevantes en una homogeneización confundente.
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carta a los romanos: la propia ley se convierte en fuente del mal, incitando a la trasgresión y
posterior castigo, en un círculo mortal. Pero esa patología del escrúpulo no se opone real-
mente a la dejación de la culpa, sino que es su compañera inseparable, el socio que acom-
paña a la no asunción de la responsabilidad, cuando, dando gato por liebre, intentamos
trocar nuestra libertad en facticidad.
3.3.3.4. Determinismo psíquico y libertad: Freud establece que sólo cuando obráse-
mos sin motivo obraríamos libremente. Pero ya Aristóteles supo ponernos en guardia ante
tal tipo de confusiones, al hablar de la acción voluntaria y distinguir entre motivación y
compulsión, con todas las gradaciones que se quiera, pero sin borrar la diferencia entre, por
ejemplo, un asesinato planeado y causar la muerte de otro de manera accidental. La práctica
psicoanalítica contradice continuamente el planteamiento teórico de la metapsicología freu-
diana, pues un análisis no puede llevarse a cabo sin el reconocimiento por parte del pacien-
te de que, es él, más o menos responsable de lo que le sucede, cómplice del síntoma del que
se queja. Freud no se despreocupó sin embargo de la liberación humana, tanto en el plano
individual –a fin de superar la comunicación sistemáticamente distorsionada consigo mis-
mo y con los demás- como en el social, en el intento de alcanzar una sociedad menos
abrumadoramente injusta.
3.4.1. Jean Piaget: Se ocupó del juicio moral en el marco de su estudio sobre el de-
sarrollo de la inteligencia humana, insistiendo en que esta se desenvuelve de acuerdo con
procesos cognitivos que siguen un orden cronológico. Las diferencias de razonamiento en
las diferentes etapas de crecimiento de un niño no pueden atribuirse únicamente a los co-
nocimientos aprendidos, sino a las distintas formas empleadas en la resolución de proble-
mas como parte de nuestra capacidad de buscar sentido al mundo en el que vivimos. Los
humanos operan, como el resto de organismos, con dos funciones invariantes: la organi-
zación –tendencia a sistematizar sus procesos en sistemas coherentes– y la adaptación al
entorno, la cual, a su vez, se despliega en la asimilación –o modo en que un organismo se
enfrenta a un estímulo en términos de su organización actual– y la acomodación –o modi-
ficación de tal organización en respuesta a las demandas del medio. La mente no solamente
absorbe datos, sino que en su interacción con el medio, busca información para construir
un sistema ordenado, desde el que puede ser fomentada la interacción con el mundo. La
información relevante de cada etapa viene regulada por estructuras mentales, son cuatro:
1) El sensomotor, hasta los dos años de edad, en el que el niño está limitado al ejer-
cicio de sus capacidades sensoriales y motoras.
2) El preoperatorio o prelógico, hasta los siete años, caracterizada por la llegada del
pensamiento o representación interna de actos externos, es decir, por la capacidad de refe-
rirse a un objeto sin que esté sensiblemente presente; cognitivamente centrados en sí mis-
mos, los niños no pueden distinguir entre su propia perspectiva y la de otros, y de ahí el
“realismo” de esta fase, en la cual lo que es cierto subjetivamente también lo es objetiva-
mente.
3)Estadio de las operaciones concretas, hasta los once años, en el que los individuos
son capaces de distanciarse de percepciones inmediatas y ponerlas en cuestión; Piaget en-
tiende por operaciones concretas acciones mentales reversibles(como la suma y la resta),
pero con poca capacidad de abstracción; en la medida en que los niños las han dominado,
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preferirán resolver las tareas que se les presentan echando mano de ese nivel –entendiendo
por nivel un punto en el que el pensamiento alcanza un cierto equilibrio en el desarrollo– y
no retrocediendo a una fase preoperatoria, si bien hay que tener en cuenta que tales adqui-
siciones no se producen de repente en todas las actividades, sino que hay un decalage entre
unas y otras.
4)Las operaciones formales, de los once años en adelante, marcan la capacidad de
razonar en términos de abstracciones formales, de hacer operaciones sobre operaciones.
Aunque centrado en el desarrollo intelectual, Piaget ha insistido en que la inteligencia opera
también el terreno del afecto, el cual puede motivar las operaciones de conocimiento –por
los intereses suscitados en interacción con el medio– pero al que, a su vez, el conocimiento
puede estructurar, a fin de interpretarse y experimentarse como sentimiento. Esa interac-
ción entre conocimiento y afecto ha sido puesta de relieve sobre todo en el área del juicio
moral o estructura cognitiva acerca de cómo debemos tratarnos a nosotros mismos y a los
demás.
Piaget trató de analizar cómo los niños desarrollan el respeto por las reglas y el sen-
tido de solidaridad social, comenzando su estudio no con reglas morales explícitas, sino a
través de las reglas de los juegos de los niños. La primera comprensión de las reglas surge
hacia los seis años, cuando los niños las conciben como leyes inmutables, pero más tarde
las consideran fruto del acuerdo de los que van a jugar, quienes, si quieren, pueden cam-
biarlas; así, mientras al principio las reglas son como autoridades fijas en cuyo lugar el niño
no se puede poner, después la implicación en tareas comunes desarrolla un sentimiento de
la igualdad y del compartir, que madura en el concepto moral de cooperación, de forma
que el respeto por las reglas es mutuo en lugar de unilateral y el miedo casi exclusivo del
primer nivel deja paso también al respeto, basado en un sentimiento de implicación. En el
movimiento de uno a otro nivel, la nueva comprensión emerge a medida que los niños
negocian una nueva serie de relaciones sociales, de modo que su conducta va progresiva-
mente dejándose guiar por reglas, conforme mejor entienden los conceptos sociales con los
que operan. Piaget se quedó en los doce años.
3.4.2. Lawrence Kohlberg: Para K, el ejercicio del juicio moral es un proceso cog-
nitivo que nos permite reflexionar sobre nuestros valores y ordenarlos en una jerarquía
lógica. Las raíces de los valores se pueden encontrar en la capacidad de asunción de los
roles, la cual, desarrollada gradualmente desde los seis años, posibilita sopesar las exigencias
de los demás y las propias.
Proceso cognitivo y moral:, el desarrollo de los períodos cognitivos es condición
necesaria pero no suficiente, para el de los niveles sociomorales, dado que estos requieren
una reestructuración de las reacciones emocionales; estructuras emergentes en la interac-
ción con el entorno social, los niveles morales no reflejan simplemente las estructuras ex-
ternas, pues, aunque muchas normas se internalicen, tal internalización no justifica su apa-
rición secuencial que sugiere un proceso activo de organizar el universo sociocultural. K
empleó la entrevista sobre juicio moral, compuesta de tres dilemas hipotéticos. Se pueden
distinguir tres niveles en el desarrollo del juicio moral, y en cada uno de ellos, dos estadios.
Los niveles definen enfoques de problemas morales; los estadios, los criterios por los que el
sujeto ejercita su juicio moral. Un estadio será entonces una manera consistente de pensar
sobre un aspecto de la realidad. Los estadios implican diferencias cualitativas en el modo de
pensar, forman una secuencia invariante e integran jerárquicamente las estructuras inferio-
res, de modo que cada estadio forma un todo estructurado. En cuanto descriptores de pun-
tos de equilibrio ideales en el camino del desarrollo, es posible que los individuos se en-
cuentren en transición entre etapas o utilicen más de un estadio de razonamiento, aunque
quizá uno de ellos sea más común.
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considerado las investigaciones de la psicología cognitiva como uno de los enfoques teóri-
cos a tener en cuenta para su propósito de reconstruir racionalmente ciertas competencias
de la especie, como la competencia comunicativa a la que atiende su pragmática universal;
pero en referencia al nivel postconvencional, prefiere hablar de estadios de reflexión antes
que de estadios naturales de desarrollo.
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