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Arenilla

CARTA A MARIANA, CON CAMBIOS EN LOS TENDEDEROS

Querida Mariana: Le explicamos, pero tío Arsenio no quiso entender. Él insistió, dijo que esa figura
de caricatura era un Judas absurdo. ¡Cómo han cambiado los tiempos!, dijo, abrió una cerveza y le
dio un trago generoso. La tía, enojada, dijo que siempre andaba buscando pretextos para beber,
porque el tío, al abrir la segunda cerveza dijo que bebía de dolor, de ver cómo han cambiado los
tiempos. ¡Ah, mis tiempos sí eran buenos tiempos!, dijo y volvió a beber otro trago generoso.
En realidad, querida mía, esa tarde de sábado de gloria fui testigo de diversas percepciones
generacionales, porque Pau, juguetona, dijo que lo que hacía Bob Esponja era equilibrio sobre la
cuerda, y su mamá dijo que, en realidad, María había lavado el muñeco y luego lo había puesto a
secar, mientras tanto, el tío Arsenio abría la tercera cerveza y decía que estos tiempos eran
tiempos apocalípticos. ¡Ah, en mis tiempos, los Judas eran verdaderas obras de arte!
Y es que era sábado de gloria y, se sabe, en este país existe la tradición de quemar monigotes de
cartón o tela. La tradición, cuentan, comenzó como un motivo religioso (quemar al apóstol que
traicionó a Jesús) y derivó en una manifestación social (quemar imágenes de políticos que
traicionan al pueblo).
La mamá de Pau dijo que, a pesar que el calor era intenso, corría poco aire, por lo que el muñeco
tardaría en secarse. Pau dijo que era lógico, pues Bob era una esponja y las esponjas, por si no lo
sabía, sirven para absorber agua, por esto, Bob vive en el fondo del mar. Y, no satisfecha con esa
explicación, Pau dijo que, por lo tanto, Bob era primo de Aquamán y ocasional tío de la Sirena
Pancracia.
Cuando Pau dijo lo de la Sirena Pancracia medio mundo comenzó a elucubrar acerca del origen de
tal personaje. ¿Quién era Pancracia? Esto le sirvió de pretexto al tío Arsenio para abrir la cuarta
cerveza, porque, dijo, en sus tiempos, las únicas sirenas existentes tenían nombres griegos, eran
sirenas que seducían a los marinos, porque poseían una voz exquisita, algo fuera de este mundo,
de este mundo torcido y cambiante, y, ¡de puro coraje!, terminó la cerveza con un trago que hizo
que se derramara el líquido sobre su playera del Guadalajara, el equipo de su adoración.
Y digo que ese sábado de gloria reconocí diversas percepciones generacionales porque Víctor
(lector contumaz) dijo que la imagen del Bob Esponja le recordaba el inicio de la novela de Gabo,
Cien años de soledad, y poniéndose de pie, al centro del patio, como si fuese un actor
universitario, casi declamó: “Muchos años después, colgado en el tendedero, Bob Esponja había
de recordar aquella tarde remota en que su mamá lo sacó del mar y lo llevó a conocer el viento de
Comitán”. Las carcajadas brotaron de las bocas de todos, con excepción de la del tío que, después
de un farfulleo como de foca, se llenó con otro trago de cerveza.
El tío, como a las seis de la tarde, se levantó de su poltrona, se quitó el cinturón y dijo que en sus
tiempos, el sábado de gloria servía para dar de cuerazos a los niños malcriados. Y, tatarateando,
yendo de un poste hacia otro, deteniéndose en los maceteros y en las sillas, el tío, con el cinturón
doblado, con el brazo en alto, persiguió a los niños que ahí jugaban. Los niños disfrutaron la
carreriza, como toreros se hacían hacia la izquierda mientras el tío, convertido en miura bolo, se
iba en banda y trastabillaba.
A final de cuentas, todo mundo estuvo de acuerdo que el mundo es cambiante, pero que esa
tarde, el tío había logrado rescatar la tradición de los cinchazos del sábado de gloria y, por fortuna,
a nadie se le ocurrió aventarse agua, tradición boba de los tiempos del tío Arsenio.
Posdata: Al otro día, el tío, tomando un caldo de gallina de rancho, con chile sietecaldos, y una
cerveza para el descrude, contó que se había puesto una borrachera de órdago, porque al coraje
de los cambios en las tradiciones, en la noche se sumó la derrota de su amado equipo y quedó
fuera de la liguilla. Pero él, fiel hasta la muerte, seguía portando la playera del Guadalajara, que ya
apestaba de tanto sudor de borracho.
Y el tío siguió bebiendo todo el domingo, ya menos encorajinado, porque, dijo, celebraba el
Domingo de Resurrección; es decir, conmemoraba la vida por encima de la muerte.

en 6:32

sábado, 20 de abril de 2019

DE ANIMALITOS Y OTRAS PLUMAS


¿Cuál es el animal más comiteco? Digo, ¿cuál es el nombre del animal que más pronunciamos los
comitecos? Porque, hay que admitirlo, los habitantes de Comitán tenemos una propensión a
mencionar animales en cuanta ocasión se nos presenta.
Todo mundo sabe que muchos comitecos pronuncian el nombre del caballo cuando hacemos o
vemos a hacer una caballada. “¡Qué caballo sos!”. El caballo es uno de nuestros animales
favoritos. Lo mismo sucede con los perros (chuchos, le decimos acá). “¡Es chucho para beber
trago!”, decimos para expresar que a alguien le encanta beber charrito o güisqui o coñac en
cantidades industriales.
Lo mismo sucede con el burro. Los comitecos, así como hacemos caballadas, hacemos burradas.
“¡Ah, burro, qué bonito te quedó!”. Usamos al burro como sinónimo de bobería o para expresar
admiración, por lo que el aludido no se ofende. Mucho menos se ofenderá cuando un amigo
generoso le dice que está como burro en primavera. Esto no es una bobera sino una exquisitez
varonil.
Como en Comitán empleamos el diminutivo con frecuencia, el mono también es un animal
mencionado a cada rato, porque decimos “¡Qué monito!”, cuando algo nos parece bello.
Sí, tienen razón, uno de los animales más mencionados es el tlacuache, que acá en Comitán
rebautizamos como tacuatz. En Comitán a cada rato hay reconvenciones para no hacerse tacuatz;
es decir, dejar de hacerse como tío Lolo, como que la virgen te habla, en síntesis: ¡Dejar de
hacerse pendejo y ponerse a trabajar!
Otro animal que ronda por la mente de los comitecos es el cerdo, que acá llamamos cuch. Este
nombre se emplea también en el mismo sentido que empleamos el nombre de chucho. Por esto,
cuando alguien es chucho para el trago también se le puede decir que es un cuch para beber,
porque hay varios bebedores consuetudinarios que, en cualquier convivio, terminan joceando de
bolos.
El tzisim también está presente en nuestras comparaciones, recuerdo que cuando estudié el
bachillerato decíamos que fulanita, chaparrita culoncita, tenía culito de tzisim.
Somos dados a comparar con animales de tierra. ¡Claro! En regiones que están al lado del mar o
grandes ríos mencionan al tiburón o al pejelagarto. En Comitán no se escucha que alguien
mencione al cocodrilo o al elefante o a la llama. Asismismo, llama la atención que las aves las
mencionamos muy de vez en vez. Como que nos hizo falta un poco de alas, para el vuelo; como
que deberíamos emplear más al colibrí, por ejemplo. Deberíamos, digo yo, cuando vemos a un
compa muy trabajador, decir que es “Enjundioso como colibrí”.
Eso de burro en primavera es un lugar muy común, se emplea en todo el país y más allá. Así que
los comitecos, para decir que alguien está arrecho, bien podíamos decir que “Anda como
cenzontle”, porque tiene 400 voces para repartir.
Nos acostumbramos a los burros, a los caballos, a los cuches, a los chuchos. Dejamos de lado a
animales más sutiles.
“¡Qué caballo sos!”, decimos para dar a entender que algo estuvo mal hecho. No sé en qué
momento el caballo se volvió sinónimo de bobera. El caballo es imagen representativa del trabajo
y de la lealtad. La equitación es un deporte de príncipes. En Comitán denigramos al caballo.
Cuando ocurra una genialidad debemos decir que es una Unicorniada. Tal vez así comencemos a
incluir animales menos pedestres; tal vez debamos decir “Se puso bien Cíclope”, cuando alguien
termine choroco de bolo.

en 4:21
viernes, 19 de abril de 2019

CARTA A MARIANA, CON UNA ERRATA

Querida Mariana: Es difícil que un libro se escape de las erratas. Casi todos los libros que se
publican en el mundo tienen algún error. Hay erratas ortográficas, así como palabras que omiten
alguna letra o duplican otra. Y no sólo libros, también hay exámenes con erratas. ¿Exámenes de
ortografía con errores? También. De todo hay en la viña del lenguaje.
Antulio, el joven, maestro de Taller de redacción revisó su examen y no halló errata alguna. Al otro
día, al distribuir el examen, los estudiantes resolvieron la prueba. Nunca se dieron cuenta que el
examen tenía una ligera errata, muy ligera: En lugar de escribir Vocación, el maestro escribió
Vacación. No se dieron cuenta, porque ellos no sabían que el maestro se había equivocado al
pasar la prueba a la computadora. Nadie pudo haber detectado tal error, porque, en estricto
sentido, no tenía error alguno. Era una errata simple, apenas del cambio de una letra, que no
afectaba en absoluto la validez de la prueba. En el borrador del examen, que Antulio, el joven,
había hecho a mano, con lápiz, escribió Vocación, pero al transcribir la prueba en la computadora,
por error de lectura o por error al escribirla, la palabra pasó de Vocación a Vacación.
El maestro solicitaba que los muchachos dieran una definición del concepto. Los muchachos
respondieron (tal como lo solicitaba la prueba) con una definición breve y concisa; es decir, con
precisión.
Cuando el maestro, en la tarde, tuvo el bonche de pruebas en la mesa de su estudio, comenzó a
calificarlas. Todos los alumnos, sin excepción, obtuvieron una palomita en la pregunta ocho, la que
decía: “Define el concepto: Vacación”.
Antulio no se dio cuenta del cambio de palabra. Olvidó que en el borrador había escrito Vocación.
La prueba consistía en revisar el grado de concisión. Los estudiantes habían hecho alarde de ello,
por lo que el maestro marcó como buena cada respuesta de la pregunta ocho del total de
exámenes.
Al azar tomó una prueba y leyó: “Vacación: Lapso en que el trabajo cotidiano se suspende”. Le
puso buena.
Todas las demás respuestas iban por el mismo sendero. Sólo una se salía del lugar de lo decente y
entraba al terreno de lo prosaico, pero Antulio también la calificó como buena, ya que consideró
que estaba dentro del rango de lo comprensible: “Vacación: Periodo en que mandamos a la
mierda el trabajo.”
En cuanto terminó de calificar y anotó en la relación del grupo todas las calificaciones vio el
borrador, lo tomó e iba a romperlo, pero algo, como si apareciese un arco iris a mitad de la noche,
envió su mirada hacia la palabra: ¡Vocación! ¡Se había equivocado en la transcripción! Torció la
boca como si fuese un trasatlántico chocando contra un iceberg.
Tal vez, pensó, viendo el jardín por la ventana, había colocado la palabra Vacación porque el
examen lo había practicado el último día de clases, antes del periodo vacacional de Semana Santa.
¡Sí, eso había pasado! Su mente le hizo un juego. En lugar de escribir la palabra Vocación, su
mente le ordenó escribir Vacación.
Antulio, el joven, se sentó en el sofá al lado de la lámpara de pie, sacó un cigarro de la cajetilla, lo
prendió y lo dejó en el cenicero que estaba sobre la mesa del té. Las dos palabras rondaron su
mente; como si saltaran la cuerda brincaron de un lado a otro: Vocación – Vacación.
Y pensó que él, igual que los alumnos, había dado gracias a Dios el último día de clases. Los
muchachos, igual que él, no veían que llegara la hora de salir de ese encierro y correr hacia la
puerta que era el mayor símbolo de libertad. El periodo vacacional los llevaría a los campos, a la
playa, a la alberca, a los antros, a las calles y plazas. Se levantarían tarde, comerían comida rica y
no los sándwiches desabridos de la cafetería. No verían la cara de Peptobismol del conserje, ni
sufrirían el maltrato de la apergaminada señora que atiende la biblioteca.
Pensó, entonces, que su vocación no era tal, pues prefería el concepto vacación. Su amigo Iván
estudió cinematografía en el CUC, de la UNAM. El cine fue su vocación, desde niño. Iván asistía al
Cine Comitán todas las tardes. Una vez, ya cuando él daba clases en la preparatoria, e Iván
presentaba su primer cortometraje en el Festival de Cine, de Morelia, supo que su amigo no tenía
vacaciones, porque no las buscaba, siempre estaba realizando su pasión: El cine. En cambio él,
cuando iniciaba el ciclo escolar, lo primero que hacía era revisar el calendario para ver los días de
asueto, los puentes programados y los periodos vacacionales de Semana Santa, Navidad y de Fin
de Cursos. Podía decirse que trabajaba de lunes a viernes esperando que llegara el periodo de
vacaciones. En cambio, su amigo Iván…
Había sido un ligero error, un simple cambio de letra: Vocación se había transformado en
Vacación. Sus alumnos habían respondido de manera breve y concisa. Antulio, el joven, había
puesto buena a todos los exámenes, en la pregunta ocho.
Vio hacia la mesilla y halló que el cigarro se había consumido, un chorizo frágil de ceniza salía de la
boquilla y se recostaba en la superficie del cenicero.
Posdata: Recordó que su papá, Antulio, el viejo, le había dicho de joven que seguiría la tradición y
él aceptó estudió la Licenciatura en Español, y en cuanto terminó buscó trabajo en una escuela. Sí,
siguió la tradición. Ahora, muchos años después, había descubierto que una simple letra
modificaba el concepto Vocación y se convertía en Vacación, concepto que significaba, más o
menos, “Mandar a la mierda el trabajo.”

en 4:59

jueves, 18 de abril de 2019

CARTA A MARIANA, CON TAMBORES EN FORMA DE ALAMBIQUE


Querida Mariana: Martha me contó, hace muchos años, que en África hay un poblado que se
llama Marimba; me contó que un tío suyo bautizó a una de sus hijas con ese nombre tan sonoro:
¡Marimba!
Olvidé lo que Martha me contó en su departamento de la Ciudad de México. En realidad, otros son
los recuerdos que conservaba de Martha, recuerdos tan nítidos como si fueran un puesto de frutas
recién humedecidas. De Martha recordaba ese puesto donde me mostró sus mejores duraznos, los
kiwis y la papaya. Su departamento estaba en lo más alto de un edificio de diez u once pisos.
Desde ahí se veía gran parte de la Colonia Roma (creo que el edificio estaba en Campeche, lo digo
como mera referencia, no para albur). En más de cuatro ocasiones estuve ahí. Ella había nacido en
Chiapas, en algún pequeño pueblo de la Costa, de nombre impronunciable, pero sus papás (por
trabajo de él) se trasladaron a la Ciudad de México, cuando ella no tenía más de dos o tres años de
edad. Sin embargo, como si fuera un destino o una bendita maldición ella recordaba muchos
pasajes de su vida de criatura, en Chiapas. ¿Cómo era posible que recordara con precisión
asombrosa la cantina donde su papá, después del trabajo, pasaba a tomar una cerveza,
acompañada de un ceviche? ¿Por qué recordaba con exactitud las mesas metálicas, los hombres
con sombrero de palma, con el torso moreno descubierto, lleno de sudor? ¿Por qué designio tenía
grabado en su memoria los aromas del piso de tierra recién humedecido, los camarones secos, las
piguas hirviendo, los meados en la arena, el sudor de la entrepierna de la mujer que permanecía
sentada debajo de un ventilador de aspas? ¿Por qué tarareaba con fidelidad extrema la Tortuga
del Arenal, interpretada en marimba?
Ahora, después de muchos años de haber coincidido con Martha, volví a toparme con la
referencia. En el “Segundo libro de crónicas”, de António Lobo Antunes (sí, António con tilde,
recordá que él es portugués), aparece un texto que se llama “Crónica para ser leída con
acompañamiento de kissanje”. Lo leí sin el acompañamiento sugerido, porque (según explica
Mario Merlino, el traductor) el kissanje es un instrumento musical angoleño, consistente en una
pequeña tabla en la que se fijan varias lengüetas metálicas que se hacen vibrar con los pulgares.
Mi Paty tiene un instrumento que se llama kalimba, que tiene una gran semejanza con el llamado
kissanje. No le hice caso a Lobo Antunes y busqué en Internet un piano suave y con esta música leí
su crónica y ahí descubrí las siguientes líneas que me enviaron (en catapulta) al piso de Martha y a
su comentario. Lobo Antunes dice: “…la tía Teresa, gorda, enorme, que regentaba una cabaña de
putas en Marimba…”
¿Mirás la coincidencia? Martha tenía razón, en Angola hay un pueblo que se llama Marimba. Sí, los
musicólogos tienen razón. Los que deseen hallar huellas de la marimba moderna, chiapaneca y
centroamericana, deben adentrarse en los mares de Venustiano Carranza y en Guatemala, pero si
desean hurgar en el mushuc original deben rastrear en las arenas de Angola.
Cuando leí la línea de Lobo Antunes tuve ánimos de jugar con ella, de decir que la tía Marimba,
gorda, enorme, regentaba una cabaña con la puta Teresa; o decir que la tía Puta, gorda, enorme,
regentaba una marimba pueblerina; o decir que la tía Pueblo regentaba una puta marimba.
Pero luego pensé que no, que era una bobera. La línea de Lobo me había concedido el privilegio de
regresar a aquel departamento en el que Martha y yo y más amigos bebíamos cerveza,
fumábamos, charlábamos, bailábamos, subíamos a la azotea a mirar la luna o las luces de los
departamentos vecinos, o nos escondíamos detrás de los tinacos para respirar el aire ya
enrarecido de aquella ciudad en la que, los chiapanecos, oíamos sonidos extraños: sirenas, pasos
apresurados sobre asfalto, arrancones de carros, danzones, pregones, silbatazos de árbitros y de
agentes de vialidad, cortinazos, carritos de plátanos asados, mariachi, mariachi. Oíamos muchos
sonidos que se encaramaban sobre los grandes edificios y caminaban sobre el hormigón.
Extrañábamos nuestra marimba. Por eso, en noches de luna llena subíamos a la azotea y
aullábamos nuestros sonidos llenos de nostalgia, y nos emborrachábamos con comiteco y
declamábamos el Canto a Chiapas de Enoch Cancino. La luz de la luna se colaba por en medio de
nubes grises, de nubes vestidas de smog, e iluminaba nuestros rostros, nuestros corazones, y
nosotros, tatarateando entre tendederos, con ropa puesta a secar, gritábamos: “…He de volver a
ti, a aquella bendita tierra…”
Posdata: Colgábamos nuestros espíritus en el mismo alambre de calzones y roídas camisetas. Nos
secábamos.

en 4:32

miércoles, 17 de abril de 2019

MAÑANITAS EN SAN CRISTÓBAL


Ayer fue su cumpleaños. Cumplió más de cien. Los cumplió en ausencia. Yo, porque él nació en San
Cristóbal de Las Casas, decidí viajar a aquella ciudad para cantarle las mañanitas, para pararme en
una banqueta del andador de la Real de Guadalupe, mirar el cielo (que ayer estaba limpio,
azulísimo) y cantar, en voz baja, pero a gritos emocionados, sus mañanitas.
Él no me cantaba las mañanitas; él, cuando era mi cumpleaños, cargaba un tocadiscos portátil, lo
ponía frente a la puerta de mi recámara y yo escuchaba las mañanitas cantadas por Pedro Infante.
Así todos los años. Él no era cantor, sí era ¡chiflador! Chiflaba a todas horas. Siempre, a la hora que
realizaba cualquier trabajo, lo veía, chaparrito, arremangada la camisa, abrir tantito los labios para
soltar un vientecito que se volvía un silbido quedo de tiuca alebrestada. Cuando yo estaba en mi
cuarto y él deseaba algo me silbaba. Me acostumbré a ese llamado. Ahora sigo pensando que era
una forma muy afectuosa de llamar a alguien. No hubo gritos en casa (bueno, a veces hubo, muy
pocas veces. Cuando se molestaba por algo que yo había hecho mal). Silbaba. Fue un chiflador
nato. En la consola grande ponía un disco con música de acordeón y silbaba las melodías. Lo
recuerdo en el sillón, con los ojos cerrados, silbando “Vereda tropical”.
¿Por qué me ponía las mañanitas de Pedro? Tal vez porque el 15 de abril de 1957 todo México se
paró un segundo al conocer la noticia de la muerte de Pedro. En ese tiempo no había redes
sociales, pero la patria se enteró casi al instante por las transmisiones de radio. Tal vez me ponía
las mañanitas de Pedro porque 1957 fue el año de mi nacimiento, el mismo mes de la muerte de
Pedro; tal vez porque él cumple años el 16 de abril, un día después de la muerte del cantante y
actor. O tal vez, simplemente, porque la voz de Pedro se le hacía la más bella para que su hijo
recibiera las mañanitas.
Y yo, tal vez, soy menos modesto. Desde siempre pensé que la mejor voz para cantarle sus
mañanitas era la mía. Y esto lo pensé porque cuando sus amigos llegaban a la casa y tomaban la
copa (varias) y comían la botanita, él, muy chento, me llamaba, hacía que subiera a una silla y
desde ahí, ¡cantara!, como si estuviese en el escenario de Bellas Artes. Yo, mientras cantaba,
miraba su orgullo en la mirada, miraba cómo su pecho se hinchaba lleno de orgullo. Tal vez
imaginaba que yo iba a ser un cantante tan famoso como Pedro. No lo sé. Recuerdo que tenía
buena voz, pero ahora de aquel chorro de voz sólo me quedó un chisguete.
Fui a su pueblo natal y lo caminé. Pasé por las casas de los amigos y familiares, patios y estancias
que lo recibieron con cariño: la casa de mi tío Fernando, la de mi padrino Ramiro, la de mi tía
Lolita, la de las hermanas Molina Molinari. Por ahí, frente a la casa de su hermana Carmelita, la de
los ojos tiernos y corazón de hierbabuena, cerré tantito mis ojos y recé el Padre Nuestro, ¡claro!, lo
recé diciendo Padre mío. Padre mío que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, por siempre,
por siempre.
Ayer fue su cumpleaños y como lo he hecho todo el tiempo, me subí a la silla de madera y desde
ahí le canté sus mañanitas y lo vi tomar su copa y sentirse chento y tal vez pensar que yo podía
llegar a ser tan famoso como el famoso de Pedro.

en 5:59

martes, 16 de abril de 2019

CARTA A MARIANA, CON UN MACHOTE SOBRE PARED


Querida Mariana: El cantante brasileño Roberto Carlos canta una canción que dice: “Yo quiero
tener un millón de amigos”. ¿Para qué desea tantos amigos? “Para así más fuerte poder cantar”.
La canción del brasileño habla del poder de la unión. Si solo ha cantado fuerte, imaginá la fortaleza
de un coro monumental de un millón.
A veces, en protestas sociales se advierte esa fortaleza. No es lo mismo una manifestación de mil
personas que una en la que hay ríos de gentes que desbordan las plazas y las calles.
Mi tía Emelina me explicó que en las oficinas había “machotes”. ¿Machotes? ¿Machos muy
machos? ¡No! Eran formularios que ya tenían escrito el texto principal y sólo precisaba llenar los
espacios en blanco, para personalizar.
Ya te conté que, a mediados del siglo pasado, estuvo de moda un libro con cartas para que los
enamorados enviaran a sus novias y viceversa; es decir, eran “machotes” amorosos, porque
servían lo mismo para Juana que para Chana.
El otro día me topé con este letrero en una pared: “Yo quiero tener un millón de…”. El letrero es
como un “machote” monumental (bueno, ni tanto). Está en espera de que alguien llene el espacio
en blanco. Si Roberto Carlos caminara por ahí ya lo hubiera llenado con la palabra Amigos. Pero,
pensé que tal espacio puede llenarse con mil conceptos (con un millón de conceptos). Depende de
la persona que por ahí camine.
Coincidirás conmigo en que el letrero es expresión de un deseo, como si el genio de los cuentos
infantiles se apareciera y preguntara “¿Qué deseas?” y la persona cerrara tantito los ojos y, con
toda su fuerza, uniera las manos y pidiera: “Yo quiero tener un millón de…”
Y si el que estuviera enfrente fuera Carlos Slim pediría una cosa diferente a Juan Pueblo, porque
un millón para Slim es muy diferente para un mexicano de a pie. Tal vez Juan Pueblo pidiera un
millón ¡de pesos!; tal vez Slim pidiera un millón ¡de millones de dólares!
Pero tal vez, mi sobrina Pau no pensara en dinero sino en muñecas. Con su vestido rosa y sus
lentes redondos, se pararía frente al muro del deseo y pediría un millón ¡de muñecas Barbie!
¿Un millón de qué solicitaría el hombre que está inválido en su sillón? ¿Un millón de qué pediría la
chica que odia ser gorda? ¿La que odia ser flaca? ¿La que nunca ha tenido novio y ya cuenta con
treinta y ocho años de edad? ¿Qué pediría aquél que te conté?
Un político chiapaneco retomó la frase de Roberto Carlos y dijo que quería ¡un millón de amigos!
No sé si él pagó derechos de autor al creador de la frase. Roberto Carlos (ya lo dije) quería un
millón de amigos para “así más fuerte poder cantar”. ¿Para qué quería el millón de amigos el
político chiapaneco?
La tía Emelina también me enseñó algo que contradice el deseo de Roberto Carlos. Ella siempre
me dijo que, en cuestión de afecto, más valía pocos, pero sinceros; es decir, en el valor de la
amistad siempre se topa uno con billetes falsos, desde los que tienen doble cara hasta los que
juran ser de cien y, en realidad, no valen ni un centavo partido por la mitad.
Posdata: Juguemos, mi niña. ¡Juguemos! Imaginá que caminás en la calle donde está este letrero.
¿Con qué palabra completás la frase? ¿Te gustaría tener un millón de qué?
Estoy seguro que no pedirás dinero. Los seres como vos no son tan mezquinos. Vos y yo sabemos
que hay cosas más importantes en el mundo. Un millón de lingotes de oro ¡envilece! Quien piense
lo contrario es un vil, un simple millonario que posee autos, yates, jets particulares, residencias
fastuosas, viajes, mujeres bellas, comidas opíparas y demás chunches lujosos, pero ¿con qué llena
su espíritu? Bueno, tenés razón, hay millonarios que tienen cuadros de Picasso y Van Gogh en los
muros de sus residencias, que construyen instituciones a favor de gente discapacitada, que donan
millones a favor de proyectos culturales, como creaciones de orquestas en comunidades
desfavorecidas. ¡Tenés razón! A mí me gustaría tener un millón de…

en 5:10

lunes, 15 de abril de 2019

ÁRBOL DE FRUTOS AMABLES

Los niños jugaban todas las tardes. Colocaban una mesa de madera en el patio, al lado de la barda.
La mesa era un poco endeble, siempre quedaba chueca, con una ligera inclinación, pero como los
niños eran delgados y siempre estaban descalzos, la mesa los soportaba. Los niños trepaban a la
mesa para ver la calle, a través de las hendijas de la celosía. En esos tiempos no había llegado la
televisión, así que su diversión era esa: Ver la calle a través de la celosía.
La televisión (decían) era como el cine, en la pantalla se veían montañas, carreteras con carros
veloces, gasolineras solitarias en medio del desierto, vaqueros cabalgando en las praderas que
eran territorios de indios apaches, altos edificios de Nueva York, trasatlánticos en el mar, bañistas
en bikini, hombres peleando en las cantinas o recogiendo las redes de pescar. La televisión
mostraba escenas de muchas partes: mujeres africanas con los pechos desnudos, bailando
alrededor de una fogata; esquimales desplazándose en trineos en las superficies heladas; hindúes
trepando a la parte alta de los trenes; franceses tomando café mientras escuchan al acordeonista
debajo de un árbol sin hojas; mexicanos bebiendo tequila en medio de mariachis; argentinos
comiendo un asado en un patio lleno de árboles; norteamericanos comiendo un hot dog en una
avenida llena de rascacielos. Lo que los niños veían a través de la celosía era más modesto, mucho
más sencillo, pero era una manifestación de vida. La celosía, de igual manera, era bella y sencilla.
Era uno de los grandes prodigios de la arquitectura popular. Triángulos hechos con ladrillos,
recostados, sueños isósceles.
Los niños miraban lo que sucedía en la calle, escuchaban (de primera mano) los sonidos de la calle.
Reconocían los pasos de la abuela, después del rezo; escuchaban el grito del nevero y bajaban de
la mesa, corrían a la sala y pedían una moneda al abuelo; oían el silbato del afilador y avisaban a la
abuela. Por la celosía se colaba el viento que despeinaba sus cabelleras y les echaba un vaho de
frescura; por la celosía miraban al Chepe que, todas las tardes, metía sus manos debajo de la falda
de la Minga, quien dejaba en la banqueta la canasta con pan, y cerraba los ojos y acezaba como si
fuera una gata ronroneando.
No importaba que hubiese mucho calor (era un calor afectuoso) o estuviera lloviendo a cántaros.
Los niños trepaban a la mesa y oían cómo el agua de lluvia carrereaba afuera. En el patio (donde
ellos estaban) el agua caía a chorros, pero el sonido era monótono; en cambio, en la calle, el agua
se volvía como caballo y cabalgaba hacia abajo, cada vez el trote era más escandaloso, como si en
cada esquina se uniera un grupo a la cabalgata fenomenal. ¡Ah, qué tropel tan fastuoso! Los niños
escuchaban la algarabía del agua y chapoteaban sobre la mesa. Ellos (a diferencia de los demás
niños) no aventaban barquitos de papel al agua. Ellos, desde su altura, hacían avioncitos y, por
encima de la barda o por en medio de los huecos de la celosía, los aventaban para que cayeran
sobre el río fantástico que corría frenético. Tomaban los avioncitos con sus dedos pulgar e índice,
lo llevaban hacia atrás y luego los soltaban. Los avioncitos, de inmediato, se abrían como si fueran
paracaídas, por la fuerza del aguacero, y caían como pétalos enormes a la corriente y ahí,
¡mantarrayas de papel!, navegaban hasta desaparecer en la boca de una alcantarilla abierta.
Los tres niños cumplieron su destino. Uno de ellos estudió arquitectura, el otro fue a la Ciudad de
México y se convirtió en director de documentales, y el tercero se hizo escritor. Si alguien (en
entrevista periodística o en plática de amigos) preguntara acerca del origen de su vocación, cada
uno de ellos, sin dudar un instante, diría que lo pepenó a través del hueco de una celosía hecha
con simples ladrillos.

en 5:12

sábado, 13 de abril de 2019

CARTA A MARIANA, CON CUATROCIENTAS VOCES


Querida Mariana: En estos días se celebra el IV FESTIVAL INTERNACIONAL DE ARTES Y LITERATURA
BALÚN CANÁN, organizado por integrantes del Puente Cultural del Sur Sureste, dirigidos por su
creador, el poeta Arbey Rivera, y por su directora, Alejandra Constantino.
Todo mundo está de acuerdo que el Festival inició con el pie derecho. La ceremonia de
inauguración fue el pasado once de abril de 2019, con un acto de reconocimiento a la trayectoria
de dos grandes de Chiapas: el escritor Óscar Palacios, y la artista Sonia Conde.
En el programa apareció la siguiente frase: “Homenaje a dos voces”; en realidad, el Festival se
convirtió en un homenaje a muchas más voces, todas las que han participado con su canto, con su
actuación o con su lectura. ¡Ah!, este Festival en que se rinde homenaje a dos voces, es como un
Festival Cenzontle, ¡pájaro de cuatrocientas voces! El año pasado, los homenajeados fueron dos
poetas: Roberto Rico y Óscar Bonifaz.
La tarde inaugural (que se efectuó en el Auditorio Roberto Cordero Citalán, del Centro Cultural
Rosario Castellanos) fue plena, el auditorio se llenó de amigos de los homenajeados, de
autoridades, de intelectuales, de escritores, poetas, gente de teatro y de música. ¡Ah, qué gusto
ver los espacios llenos de personas ávidas de beber cultura! Y vaya que hubo mucho para ver y
escuchar, para paladear. Como dijo Óscar Palacios, escritor galardonado, hubo de todo para todos
los gustos, porque hubo música y danza, de Guatemala; hubo una puesta en escena, por parte de
un grupo español; hubo canciones interpretadas por el fabuloso cantautor César Gandy; hubo
lectura por parte de escritores provenientes de diversos estados de la república y del extranjero;
hubo representación teatral por parte de nuestra actriz Rosa Hortensia Aguilar Trujillo; hubo un
grupo coral, dirigido por Juan Merino, que interpretó lo que podemos llamar Canción Poema, ya
que Sonia Conde musicalizó un poema de Rosario Castellanos. ¡Todo bien bonito! Un acto pesado,
porque tardó más de tres horas. ¡Sí, en serio! Comenzó a las seis y media de la tarde y terminó a
las nueve y media de la noche. Cuando mi Paty y yo salimos del auditorio nos topamos con
Humberto Pedrero y a la hora que me vio me dijo: “¡Qué estás haciendo a esta hora fuera de tu
casa!”, y luego contó que había comprado una planta en un vivero que se llama “Dormiloncita”
porque dice que todo el día tiene abiertas sus flores, pero en la noche, se cierran. Dijo que me
regalará una de esas plantitas, que son como Molinari. Pero, la tarde de inauguración del Festival
estuve atento y, a pesar que ya mis pilas estaban a punto de agotarse, disfruté del acto, bien
organizado.
Y pensé que esa tarde, la convocatoria del Puente Cultural del Sur Sureste había logrado una
conjunción de voces de muchas partes del mundo. Disfruté la danza, la música, el video, el teatro
y, sobre todo (lo sabés), la lectura. ¿Podés imaginar que una poeta de Finlandia, Inger Mari Aiko,
leyó su obra escrita en una lengua que ya es hablada sólo por quince mil personas? La audiencia
puso atención a la sonoridad de esa lengua que, pienso, en algún momento de la historia, fue
hablada por muchos más.
Una sorpresa me estaba reservada, la última participante de la mesa de lectura fue una escritora
que llegó desde Argentina (ella nació en Buenos Aires, en 1951). Liliana Lukin dijo estar
emocionada de estar en Comitán, de estar en México, “un país lleno de amigos para los
argentinos”. Ella sólo corroboró lo que los demás escritores expresaron. Jorge Souza dijo que
estaba muy a gusto “en el lugar donde está grabada la memoria de Rosario Castellanos”, y Jesús
Ramón Ibarra expresó que agradecía “La hospitalidad de un pueblo grandísimo: Comitán”.
¿Mirás qué dijo Jesús Ramón Ibarra? Definió a Comitán como un pueblo grandísimo, porque eso es
lo que es este pueblo, eso, ¡ni más, ni menos!
Arbey Rivera, Alejandra Constantino y demás integrantes del Puente Cultural del Sur Sureste
logran que intelectuales del mundo acudan a nuestro pueblo, reconozcan sus virtudes y bondades
y, luego, regresen hablando de estos frutos llenos de pulpa exquisita. Ellos, destacados pensadores
del mundo, se convierten en embajadores de buena voluntad de nuestro pueblo. Nos hace falta
más actos en que lleguen a Comitán más invitados del mundo.
Pero decía que Liliana Lukin me tenía reservada una sorpresa, agradable, afectuosa. Sé que ahora
que lo comente, vos también sentirás un hilo de conexión con ella.
¿Recordás al enormísimo poeta Gonzalo Rojas? Él es chileno, falleció en 2011. Su obra está
considerada dentro de las más altas voces de América Latina. Bueno, pues don Gonzalo comentó
algo acerca de la obra de la argentina Liliana Lukin. ¿Querés saber qué dijo? Copio dos líneas:
“Publica el nuevo libro y esas cartas distintas, tersas, traslúcidas, por donde pasa y tiembla el arco
de las alondras del Principio”.
Y es que no he dicho que Liliana Lukin leyó dos poemas del libro que Rojas le recomendó publicar.
El libro se llama: “Cartas” y sí, lo que estás pensando es cierto: son cartas, como éstas que te
mando, pero las cartas que ella escribe son cartas “tersas, traslúcidas, por donde pasa y tiembla el
arco de las alondras del Principio”; es decir, son cartas llenas de poesía, donde la palabra es
exacta. Lukin lleva el género epistolar a la cumbre. Narra, cuenta, pero lo hace con la sensibilidad
de la poeta, de la gran poeta que ella es.
¡Ya podés imaginar el impacto que recibí cuando escuché la voz de Liliana! ¡El arco de luz que se
abrió a la hora que comenzó a leer y dijo: “Mi querida…”
Ella comienza así cada una de sus cartas: Mi querida, y luego narra, con palabras que son como
gotas de agua limpia, como pétalos de orquídeas.
¡Ah, disfruté la lectura de esta poeta argentina! ¡Agradecí la coincidencia! ¡Qué bueno que exista
el Festival Internacional de Artes y Literatura Balún Canán! De esta manera es como llegan voces
novedosas a nuestro pueblo, voces inteligentes.
Liliana leyó dos cartas. La primera que leyó fue la CARTA II. Me impresionó su lectura, la voz de la
poeta (pausada, certera como gota de agua a mitad del aguacero), y me causó un impacto el tema.
Su poema comienza así: “Mi querida: Me dije / algún poema tiene que haber / porque hay tanto
ruido en el país / y en estos días las metáforas se cumplen. / Ya casi no hablamos más / que de
nosotras: metonimias de un paisaje de guerra / o pequeños predios donde cultivar imágenes de
sí…”
Y por ahí sigue. ¡Ah, pensé, algún día, tal vez, una carta que le escriba a mi niña se acercará a esa
altura, dejará su vocación de pasto y se asumirá para el vuelo del cenzontle, de esa ave que estuvo
rondando por el auditorio toda la tarde! Hubo una inmensa pluralidad de voces, todas dignas de
escucharse, pero a mí (me conocés) me ganó la literatura, y en medio de las voces literarias, elegí
como mi destino las cartas de Liliana.
Y esto fue, lo sabés, porque soy un admirador de este género. Me encanta leer libros en donde
aparecen intercambios epistolares. En los últimos días he releído las cartas que Rosario le envió a
Ricardo y he hallado muchas líneas que no pudieron ser dichas por ella de otra manera. Rosario
nunca hizo lo que Liliana. Rosario contó, a Ricardo, viajes, ideas, sufrimientos, gozos, actos
cotidianos, anécdotas casi pedestres, apenas algún deslumbre poético, mínimo, como gajo de
bonsái. En cambio, Liliana narra, pero lo hace desde el rincón donde está el fogón de la palabra.
Me impactó la poesía de Liliana, con la misma intensidad que me impactaron las palabras de
Gonzalo Rojas respecto al trabajo de la poeta argentina. Perdoná mi insistencia, pero cuando
tengo sed vuelvo al vaso de agua en forma frecuente. Oí de nuevo: “Son cartas tersas, traslúcidas,
por donde pasa y tiembla el arco de las alondras del Principio”. Mirás qué comunes las palabras, y
sin embargo, el acomodo que le da el poeta las convierte en algo jamás dicho, jamás visto.
Posdata: ¿Quedarme a un acto después de las ocho de la noche? ¡Ni loco! Pero, el jueves me
quedé hasta las nueve y media, algo “temblaba” en mí. No era un temblor por el desvelo, no era
un temblor de desasosiego, ¡no!, era un agua de cenzontle que cantaba en mi espíritu.
Quise comprar el libro de Liliana, pero no estaba a la venta, pero la muchacha bonita me dijo que
estaría disponible en la biblioteca del Puente Cultural, entonces aproveché la tecnología y, con la
cámara del celular, “escaneé” todo el libro. Ahora, en mi celular tengo las cartas de Liliana, así
como vos recibís las cartas que te mando. Ella comienza cada carta diciendo: Mi querida. ¿Yo? Yo
te nombro: Querida Mariana, dos puntos.

en 3:53

viernes, 12 de abril de 2019

EL JUEGO DEL AIRE

¿Cómo puede decirse un amanecer en Comitán? ¡Ah, ya Sabines nos dijo cómo! Nos lo dijo en un
poema que colgó en el aire.
¿Cómo puede decirse un atardecer en Comitán? El poeta Sabines ya no vivió para decírnoslo. Se
fue antes, se volvió aire.
Pero, ahora, nosotros, sobrevivientes, podemos colgar un sol sobre la rama de una jacaranda en
primavera, que llena de morados y lilas los cielos azules de estos cielos.
Podemos, si queremos, desgajar los pétalos de una orquídea y ofrecerlos con las manos abiertas.
Pero, Robertoni, el gran ceramista chiapaneco, llegó a Comitán y dijo un atardecer a su manera, de
la mejor manera.
Robertoni llegó a Comitán por invitación de los organizadores del IV Festival Internacional de Artes
y Literatura Balún Canán. Llegó la tarde del once de abril de dos mil diecinueve, y llegó colgado de
una liana de aire, liana pariente de aquélla en la que Sabines se descolgó como un sencillo Tarzán
de las Letras.
Y Robertoni llegó desenfadado, libre, gozando del aire de Comitán y colocó las piezas de
exposición en los corredores del Centro Cultural que lleva el nombre de Rosario, quien, cuenta en
su novela Balún-Canán, una tarde en que fue a volar papalotes en los llanos de Nicalococ, conoció
¡el viento!, y corrió a contárselo a su nana y su nana, también hija del aire, le dijo, con voz
mesurada, con voz de cántaro de barro, que el viento era uno de los nueve guardianes de su
pueblo.
Y esto, sin decirlo, sin contarlo a voz abierta, porque los misterios del mundo deben conservarse
como si fueran pétalos de ámbar, Robertoni descolgó del aire y comió sus hojas, como si fueran
hojas de hierbabuena, y las maceró en su boca y luego soltó su aliento sobre las máscaras de barro
que estaban expuestas, que estaban recargadas sobre la columna vertebral de piedra del edificio.
Y fue un instante prodigioso, porque él, niño de barro, jugó esa tarde en Comitán, jugó porque su
oficio es jugar la tierra disuelta en agua. Descolgó el aire (el viento de Rosario, el guardián de Balún
Canán) y colocó sus manos sobre las bases de madera y aventó su huelgo (juelgo diríamos en
Comitán) y dio vida a sus máscaras, las que cerraron los ojos, abrieron sus bocas, dejaron que sus
cabellos se retorcieran ante esa manifestación de vida. Porque esto es lo que hace el poeta de la
cerámica, dar vida en donde sólo hay una pella de barro.
Se trata, demuestra Robertoni, que el lodo tome otra categoría, que, en lugar de manchar las
rodillas y los pies, pinte el espíritu con colores tierra, con sepias quemadas que, a su vez, dan vida
a los ojos del espectador.
Robertoni jugó al llegar a Comitán. Jamás lo había hecho. Esa tarde prodigiosa lo hizo, porque, al
fin poeta, debía nombrar un atardecer en Comitán. Y él, niño travieso, colocó las manos sobre las
bases de madera, hinchó sus pulmones y soltó una línea de aire que se enredó en los ojos y en el
cabello de sus máscaras, máscaras que, en ese instante, despertaron a una vida que las mantenía
encerradas en el sueño de Xibalba, de la otredad.
Robertoni dijo que esa era una forma de nombrar un atardecer en Comitán, en los corredores del
Centro Cultural, ahí en medio de esos muros que, dice Gladys Bonifaz, están bañados en piedra.
Conjunción de piedra y barro, de barro y huesos con carne, de la carne del gran ceramista, del gran
pepenador de hilos de tierra.
Robertoni vino a exponer sus obras en el corredor del edificio que lleva el nombre de Rosario. Ahí,
Robertoni jugó, nos dijo que basta un soplido para despertar del sueño de los tiempos.
¡Ah, qué artista tan juguetón, tan de meter las manos al barro, tan de darle forma, tan de darle
vida a la tarde, tarde de Festival, de arte y literatura, de barro encimado sobre la cuerda del aire,
del viento, del papalote que Rosario echó a volar, del vuelo enorme de los cielos llenos de lilas
jacarandas, de orquídeas comitecas, de blanco tenocté, de tejas, de tejas de barro, del mismo
barro con que juegan las manos de Robertoni!

en 7:14

jueves, 11 de abril de 2019

LO MÁS BONITÍO
¡Lo dijimos! El número 10 de ARENILLA-Revista está bonitío. Hoy comenzamos a distribuir los dos
mil ejemplares de manera gratuita, para que nuestros lectores vean que, en efecto, este número
está ¡sen-sa-cio-nal! ¡No podía ser de otra manera! Llegamos al número 10, quisimos sacar la
máxima calificación. ARENILLA-Revista es una revista niña, apenas saliendo del cascarón, niña
escolar que sueña con que su maestro (el lector) dibuje un hermoso diez en la hoja de la libreta.
Este número está bien bonitío. Como todos los demás números y los que están por venir, lo
hicimos con mucho cariño, con mucha pasión. Lo hicimos ¡a la comiteca! Y los hombres y mujeres
de bien, de estas tierras, saben que hacer algo a la comiteca significa ¡hacerlo bien! Los comitecos
de buena cepa somos ¡bien hechos! Si no, cómo podríamos haber logrado construir esta ciudad,
este pueblo para la eternidad.
Por esto, porque Comitán está hecho a través de los siglos, por manos y corazones buenos, un día
decidimos hacer una revista que contuviera parte de lo mejor de nuestro pueblo y de la región.
Hoy comenzamos a distribuir nuestra revista, número 10. ¡Nuestra, porque es de todos! Sin la
colaboración generosa y decidida de nuestros patrocinadores, quienes le apuestan a Comitán,
sería imposible llegar a las manos de dos mil lectores cada bimestre, de manera gratuita. ¡Dos mil
lectores nos reciben en sus casas! Ellos, también generosos, nos abren sus puertas y sus
corazones. Ya nos hemos vuelto uno, ya somos un todo. ARENILLA-Revista conforma una triada:
patrocinadores, lectores y editores. Nuestros anunciantes son los más prestigiados inversionistas,
instituciones y empresas de la región. Para nosotros es un lujo contar con ellos, y ellos saben que
se anuncian en la mejor revista, de estos últimos tiempos, en la región.
Nuestros lectores ya nos esperan con ansia, con el mismo deseo con que muchos espíritus esperan
el sol del nuevo día.
Entregamos una revista impresa en papel, porque creemos firmemente que tener la revista en
físico, entre las manos, ofrece una experiencia imposible de describir. Tener una revista como la
nuestra es como meter las manos en un estanque con agua limpia, es como estar en medio de un
bosque y respirar el aire desempolvado. Nosotros sabemos que la mayoría recibe la revista, la lee
y luego, ¡bendito Dios!, la conserva en su librero, porque ARENILLA-Revista es una revista de
colección, es una revista que no tiene caducidad, porque lo mejor de Comitán y la región debe
conservarse para siempre. Ese es uno de nuestros objetivos.
Hoy comenzamos a distribuir el número 10 de ARENILLA-Revista, hoy comenzamos a entregar
parte de lo mejor de esta región.
Ya lo dijimos ¡está bonitío! En este número los lectores hallarán joyas: Encontrarán un
publirreportaje del Restaurante TA’BONITÍO. ¿Cómo el chef Sergio Caballero García comenzó a
construir este sueño que hoy está convertido en el toque mágico de la gastronomía comiteca?
Bueno, pues en este número 10 está una línea que da luz a esta interrogante. ¡Hmmm! A nuestros
lectores se les antojará probar el pan compuesto con pulpo, flameado con comiteco.
¿Y después de una rica comida, qué? Ah, pues un caramelito de aquella hermosa tierra llamada
Zapaluta. Ahí, doña Margarita Molina, quien es una joya de aquella joya, prepara los más ricos
caramelitos de miel. ¡Ah, qué historia tan dulce, tan rica! En nuestro número 10, los lectores
hallarán un testimonio de doña Margarita, que es como una gotita de propóleo para la piel de
nuestro espíritu.
Pero ¡hay más! ¡Mucho más! Adolfo Ruiseñor, uno de los mejores poetas de Chiapas, comparte
unas “Palabras para Rosario Castellanos”, artículo en el que, con maestría cercana a la genialidad,
nos dice que celebra a la célebre escritora ¡leyéndola!, e invita a hacer lo mismo a los lectores de
nuestra revista.
¿Qué más hay? Ah, bueno, ahora inauguramos una nueva sección que se llama LA TIENDITA DE
DOÑA PIFA, que es un homenaje a aquellas tienditas en las que, en estantes y mostrador de
madera, hallábamos diversos artículos. En esta primera entrega retomamos la frase “¡Ay, nanita!”,
que aparece en el libro GLOSARIO. HABLA POPULAR, de José Luis González Córdova, y decimos
que Santo, el enmascarado de plata, nunca la dijo, porque a él le bastaba una “quebradora” para
acabar con las mujeres vampiro y con los zombis.
Y tenemos más, un reportaje con algunos de los TALENTOS MARIANO; es decir, los alumnos que,
por su dedicación, están colocados en la relación de honor del Colegio Mariano N. Ruiz, en sus
niveles de secundaria, bachillerato y universidad.
¡Claro! Por supuesto que sí, en este número no podía faltar el cuentito, que los lectores adultos
deben compartir con los pequeños. ¡Uy, en este número el cuentito nos presenta un animal que es
invisible y que se llama Carinto! ¿Alguien conoce o ha visto a Carinto? ¿No? Ah, pues este número
es oportunidad para entrar al mundo maravilloso de la imaginación.
Sí (¡bendito Dios!) con este número obtuvimos un diez. Y así seguiremos, porque nosotros
insistimos en colocar una ARENILLA en la inmensa playa de las cosas bien hechas, de las cosas que
nos dan orgullo, de las que nos impelen a seguir luchando por construir un Comitán digno, el
Comitán que nos merecemos.
Gracias a todos nuestros lectores y a nuestros patrocinadores por su generosa complicidad.
¡Juntos estamos construyendo una mejor ciudad, una mejor región! ¡Gracias! ¡Salud! ¡Salud, por
siempre!

Nota: Los lectores interesados pueden pasar por su ejemplar gratuito en la Estética Vanity, a
cuadra y media del templo de El Calvario, en Comitán.

en 4:03
miércoles, 10 de abril de 2019

CARTA A MARIANA, CON UN REFLEJO EN EL AGUA

Querida Mariana: Azucena nunca lo entendió a cabalidad. Jamás comprendió que su novio Elías
era el hombre más bello del mundo, a pesar de que era chaparrito y tenía una cicatriz debajo del
labio, que parecía un gusano. La sociedad (las amigas de Azucena) dijeron que era un hombre
avaro, miserable, regiomontano, codo (dirían en Comitán). Esta avalancha hizo que Azucena
terminara su relación.
Todo sucedió en su primer cumpleaños que pasaron juntos, el cumpleaños de ella. Azucena estaba
acostumbrada a que sus enamorados (había tenido dos o tres) le llevaran serenata, le obsequiaran
perfumes, ramos de rosas y la invitaran a cenar a algún restaurante exclusivo.
Una tarde de abril, Elías le recordó que al día siguiente era su cumpleaños. ¡Claro!, dijo ella. Lo sé,
aseguró, llevo sabiéndolo veintidós años.
Esa misma noche, al despedirse, Elías le dijo al oído: Mañana es tu cumpleaños. Azucena dijo que
sí, ya un poco molesta, por la insistencia. Pensó entonces que esa noche, Elías le llevaría serenata.
Azucena se acostó a las diez (siempre lo hacía a las once o doce de la noche) y esperó que el
mariachi sonara, pero, como dice la canción: “Los mariachis callaron”, porque nunca hicieron acto
de presencia. El sueño venció a Azucena y se quedó dormida sobre su cama, con el vestido que
había elegido para bajar a la hora de la serenata.
Dos o tres meses después que Azucena se hizo novia de Elías respondió a la pregunta de Amalia:
¿Por qué te hiciste novia de Elías? Azucena no se lo había planteado con tal seriedad. En su casa
decía que las cosas se habían dado de manera natural, sin buscarla. Una tarde de abril, mientras
ella estaba en la biblioteca, se acercó Elías y colocó sobre la mesa un libro de Gabriel García
Márquez (ya no recordaba el título), Elías (en ese momento no sabía que ese era su nombre) le
sonrió y dio unas palmadas al libro, como si dijera que sugería la lectura. Azucena no era lectora
contumaz. Vio el libro a la distancia y pensó: “Qué sonso” y siguió haciendo la tarea de Química,
motivo por el que estaba esa tarde en la biblioteca. A la hora que guardó su libreta en la mochila y
salió de la biblioteca vio que el muchacho aparecía, dejaba un clavel blanco sobre un pretil y, con
su mano, hacía el mismo movimiento que había hecho con el libro. Azucena siguió caminando y
volvió a pensar: ¡Qué sonso! Pero, a partir de ese día, Azucena encontró claveles blancos por los
lugares que caminaba: en el asiento del templo, en la banca del parque, en el asiento del autobús
urbano, en el pretil de la ventana de su recámara, en la banqueta, en el asiento del cine, en la
portezuela de su auto. Ella supo que esos claveles venían de la mano del chico del libro. Y así
comenzó la historia del enamoramiento. Elías logró el objetivo de llamar la atención de Azucena.
Por esto, cuando Amalia le preguntó por qué se había hecho novia de Elías, un chico que no era,
según ella, el más apropiado para la chica más bella del colegio, dijo que le había llamado la
atención la forma sutil y diferente con que la sedujo, casi sin palabras, con una serie de símbolos
maravillosos, dijo que Elías no era un chico común. ¡Eso!, dijo, por eso me hice su novia.
Pero, cuando llegó el primer cumpleaños de ella, sus amigas le llamaron temprano por teléfono
para felicitarla y deslizaron la idea de que Elías era un chico miserable, porque no le había llevado
serenata y cuando en la noche se enteraron del obsequio que Elías le había dado, arreciaron los
comentarios al grado que Azucena se sintió mal y pensó que todo era culpa de él. Su novio la había
puesto frente al paredón de la crítica de la sociedad, ¡de sus amigas! Al día siguiente, Azucena fue
a casa de Elías y clavó en la puerta un mensaje de despedida. Tocó el timbre y se fue. En el
mensaje, Azucena había dejado muy en claro que no respondería a sus llamadas y a sus mensajes
y que no se atreviera a buscarla en persona porque lo ignoraría, así como un gato, al contrario del
perro, ignora la salida o llegada de su amo.
Azucena jamás lo entendió a cabalidad. Jamás comprendió que su novio Elías era el hombre más
bello del mundo. Ella, ¡qué pena!, olvidó por qué había aceptado a Elías como su novio; olvidó que
hay vientos suaves que traen lo mejor de otras regiones.
El día de su cumpleaños, Azucena había cancelado su malestar por la ausencia de la serenata, se
vistió con el vestido rojo que tan bien le sentaba, colocó su mejor sonrisa en su rostro y esperó a
que Elías llegara. A las doce en punto, ella escuchó el timbre, bajó apresurada, abrió la puerta, con
la misma intensidad con que abrió sus brazos y cerró los ojos en espera de una sorpresa, Elías la
abrazó, fuerte, con una mano retiró un mechón del cabello y le dijo al oído: “Hoy es tu
cumpleaños”, ella sonrió, dijo que sí. Abrió los ojos y vio que su novio nada llevaba entre las
manos. ¿Ni un ramo de flores? ¿Una caja de chocolates? ¿Nada? Elías vestía una playera polo, de
color azul. Repitió: Hoy es tu cumpleaños, mientras le daba un beso en la mejilla. Azucena
comenzó a impacientarse. Fue cuando Elías le dijo que le tenía una sorpresa, que subiera al auto.
Azucena recuperó su sonrisa, subió al auto y dejó que su novio le colocara una bufanda en los ojos
y le pusiera el cinturón de seguridad. Escuchó que Elías subió al auto, cerró la puerta, prendió el
carro y metió primera. El auto se deslizó por las calles llenas de baches, ella brincaba, pero se
divertía con el juego, esperaba con ansias el momento en que el auto se detuviera, él se bajara,
abriera la puerta, le retirara la bufanda, abriera los ojos, poco a poco, hasta acostumbrarse de
nuevo a la luminosidad del día y escuchara que él dijera: ¡Hoy es tu cumpleaños!, y, con las manos
abiertas, como si le entregara el mayor presente del mundo, le ofreciera ese ramo inmenso de
narcisos que se desprendían de lo alto de una barda. Él repetiría: ¡Es tu cumpleaños!, y la acercaría
al muro para que oliera el aroma fascinante del narciso.
Ella se fascinó con el obsequio, pero ya la ponzoña había hecho efecto en su espíritu
desprotegido.
Posdata: En fin, ella jamás comprendió a cabalidad que estaba al lado del hombre más bello del
mundo, el hombre que, lejos de ser un narcisista, le obsequió un buqué exquisito, que se
derramaba generoso en una mañana única, con fondo azul.
Los que saben dicen que el narciso sólo florea una vez al año y su perfume no se prolonga más allá
de veinte días, pero los espíritus sensibles que lo admiran guardan el buqué durante toda su vida.

en 4:14

martes, 9 de abril de 2019

EL SUEÑO DE TOPITO

Imaginá que te llamás tope, imaginá que sos tope. Tu territorio natural será Chiapas. Aunque hay
miles y miles de automovilistas que odian los topes, éstos proliferan (diría el poeta) como hongos
bajo la lluvia. ¡Ah, cómo hay topes en este estado! ¡Quién sabe de dónde viene esta herencia! Tal
vez de algún resabio de la época en que las carreteras estaban llenas de piedras. Chiapas (todo
mundo lo sabe) no termina de adaptarse a la modernidad. Muchos ciudadanos siguen añorando
los tiempos idos. Mientras en el norte de la república todo mundo ve hacia el futuro y trata de
construir un porvenir acorde a los nuevos tiempos, en el sur, muchísimos ven hacia el pasado. Su
mirada está llena de nostalgia. Esta nostalgia hace que no reparen en los instantes del presente,
que no formulen un mejor desarrollo. Así que si sos tope, aunque muchos te odien, vos vivirás
durante mucho tiempo, porque cuando llega un reglamento de prohibición y las autoridades
ordenan el retiro de topes, éstos vuelven a brotar un día después. Hay muchos habitantes que
viven en casas modestas construidas a la orilla de la carretera, estos habitantes son los encargados
de levantar túmulos que tienen mucha semejanza con las bardas, porque la altura provoca daños a
la panza de los autos.
Si sos tope cumplirás con éxito tu misión, porque el noventa de los carros se detendrá justo dos
centímetros antes de tu cuerpo, porque (¡faltaba más!) las carreteras de Chiapas no cuentan con
una señalética conveniente y, en lugar de avisar la cercanía de un tope, cien metros antes (como
sucede en cualquier carretera del mundo), en Chiapas el aviso de tope (escrito con letra chueca,
sobre una tabla húmeda) se encuentra justo al lado del tope, esto hace que el conductor que
maneja a ochenta kilómetros por hora tenga que meter el pie en el freno de manera abrupta, sin
dar tiempo para el aviso de los compañeros de viaje. En Chiapas, ¡Dios mío!, se debe bajar la
velocidad de ochenta a cero, en la absurda distancia de un metro.
Si sos tope te divertirás, porque el conductor y sus acompañantes brincarán como si estuvieran en
brincolín, se pegarán contra el toldo, rebotarán, se descoyuntarán, mentarán madres y se sobarán.
Todo esto en ¡fracciones de segundo! Tu presencia provocará todo un festejo inadvertido,
innecesario y violente.
Si sos tope, lograrás el sueño de todos los niños: que los papás se detengan y queden mudos de la
impresión, por, cuando menos, un segundo.
Claro, podrás elegir entre ser tope de la carretera de Comitán a San Cristóbal o tope de San
Cristóbal a Palenque o tope de alguna carretera rural, apenas transitada. Si decidís ser tope de
camino de extravío llenarás de polvo a los pasajeros, y alguno de ellos, enojado, bajará a orinar
encima de vos; pero si decidís ser tope de carretera asfaltada serás la delicia de los niños que
pensarán que están en Six Flag sobre uno de esos aparatos donde el vértigo es la cosa más
divertida del mundo; pero, en contraposición recibirás el rechazo de los conductores adultos,
quienes, con los riñones destrozados calcularán el coste de las descomposturas de sus autos.
Porque, ¡ah, cómo joden los topes! Los autos se desajustan y quedan como pollos deshuesados.
Si sos tope cumplirás el sueño de los huevones, porque estarás tirado todo el día en la carretera,
sin estar muerto. Alguien podrá pensar que no podrás dormir con tanto auto que pasa encima de
vos, pero, en realidad, vos disfrutarás ese constante movimiento, porque naciste para molestar, tu
vocación es estar ahí jorobando a los otros. A vos, lo sabés, nada te pasará. Tu panza, ¡enorme,
rotunda!, jamás perderá su forma, y, como ya dije, si alguien te elimina una tarde, como el Ave
Fénix, emergerás de tus cenizas, y volverás a estar en el lugar que te corresponde. Los chiapanecos
aman los topes. Esto es como un símbolo de su nulo desarrollo económico. No poseen la
capacidad de transitar por súper carreteras rumbo al porvenir. ¡No! Insisten en colocar túmulos
que hacen que el progreso se detenga a cada rato.

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