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“Civilización del ocio” y “sociedad de la información”

Adolfo Castilla, José A. Díaz

A partir de las realidades actuales y de las tendencias comprobadas, se abordan


críticamente las teorías románticas y simplistas sobre la identificación entre
“civilización del ocio” y “sociedad de la información”.

De acuerdo con un reciente artículo del economista y Premio Nobel de


Economía Wassily W. Leontief, aparecido en el Herald Tribune(1), la aplicación
generalizada de las nuevas tecnologías de la información puede llevar a una escasez de
mano de obra, al ser posible pensar que tales tecnologías van a generar una cantidad
masiva de puestos de trabajo. Esta opinión contradice anteriores posiciones
de Leontief, quien en un artículo aparecido en Investigación y Ciencia y puesto en
español por uno de nosotros, da por hecho que el desempleo está aquí para quedarse,
y aboga por una actuación de los gobiernos en la distribución del empleo existente.
Dice este autor: “A largo plazo, la gestión pública, en respuesta a la incipiente
amenaza del desempleo tecnológico, deberá tender a asegurar una distribución
equitativa de trabajo y renta, teniendo mucho cuidado de no obstruir, ni siquie-
ra indirectamene, el proceso tecnológico” (2).
No es extraño este cambio de opinión teniendo en cuenta el esfuerzo
que Leontief parece estar dedicando en los últimos años a la investigación de los temas
económicos relacionados con la tecnología y el empleo, y conociendo el enorme
potencial de actividad humana que se encierra en las nuevas tecnologías de la infor-
mación y en esa visión de la sociedad futura que se ha dado en llamar Sociedad de la
Información.
Dicha sociedad, caracterizada por un uso intensivo de información que facilitaría
la difusión de conocimientos y el interés de los hombres por profundizar en ellos, lo
que de verdad parece que puede hacer es reorientar el consumismo actual hacia
productos y servicios que no saturarían nunca la capacidad de absorción del hombre y
que no agotarían ningún recurso natural, al estar basados, sobre todo, en recursos de
inteligencia humana. Pero esto no es, de momento, nada más que una
lejana posibilidad en cuyo debate no deseamos entrar para no añadir leña al fuego de
la especulación sin orden ni concierto en la que muchos autores actuales parecen estar
cayendo. El “Cómo desde aquí se llega hasta allí” es tan difícil de establecer hoy día
que parece conveniente antes de dar rienda suelta a la imaginación el analizar los
datos y los hechos.
Este artículo, surgido como una primicia de la labor de investigación sobre el
tema iniciada recientemente por FUNDESCO, intenta revisar algunas evidencias sobre
la ya bastante debatida cuestión del aumento del tiempo libre en la sociedad
post-industrial y sobre la ayuda que las nuevas tecnologías de la información pueden
prestar a su utilización creativa.

DESEMPLEO Y TIEMPO LIBRE

Aunque en la reflexión que sigue damos por supuesto que el desempleo es un


grave problema actual y que lo seguirá siendo en los próximos ocho o diez años, hay
algo en la observación de Leontief en lo que merece la pena detenerse. Se trata,
precisamente, de la potencial volatilidad del desempleo. Nos hemos acostumbrado a
insistir, quizás demasiado, en que el desempleo actual es estructural y se quedará con
nosotros durante mucho tiempo. También hemos cargado las tintas sobre la reducción
neta de empleo que las nuevas tecnologías producen, especialmente en los países que
no disponen de ellas. Pero a pesar de todo ello, en el mundo actual hay países que no
conocen el desempleo, y otros, como Estados Unidos, que son capaces de crear en sólo
dos años más de cuatro millones de puestos de trabajo y reducir la tasa de desempleo
a niveles del 7-8% que empiezan ya a ser considerados como naturales o de “no
desempleo”.
Un simple desarrollo y difusión de los nuevos servicios que las nuevas
tecnologías permiten, como el ocurrido en el país americano, pueden dar al traste con
el pesimismo sobre el desempleo y con todas las teorías recientemente elaboradas
sobre su carácter de permanente. Por no mencionar el nuevo crecimiento de la eco-
nomía mundial que se puede producir si se utilizan adecuadamente las nuevas
circunstancias económicas: precio reducido del petróleo, tipos de interés a la baja y
grandes desequilibrios económicos ya controlados (inflación, déficit comerciales y
públicos, etc. ).
Un primer toque de realismo, por tanto, es el de admitir la posibilidad de que el
paro presente pueda ser de carácter coyuntural o cíclico, a pesar de que ya dure más
de lo deseable.
Si éste fuera el caso y el alto desempleo actual desapareciera en poco tiempo,
sería más fácil retomar la línea de pensamiento sobre el ocio y su incidencia en la
sociedad que se desarrolló en los años sesenta y principio de los setenta, hasta que la
crisis económica que siguió a los fuertes aumentos del precio del petróleo la dejó
aparcada.
Como muchos recordarán, en aquellos años era frecuente en los países más
industrializados que muchas personas cambiaran parte de sus sueldos por más
vacaciones o más flexibilidad en el horario de trabajo, habiéndose generalizado
prácticas como el año sabático, la jubilación voluntaria a edad temprana e, incluso, el
reparto de un mismo puesto de trabajo entre dos personas. Todo esto y la propia
reducción de la jornada laboral, aceptada de buen grado por las empresas que podían
permitírselo a la vista de sus altos beneficios, mostraba claramente que se iba hacia
una sociedad en la que los hombres dispondrían de más tiempo libre. La crisis
económica, al afectar a la economía familiar de un porcentaje elevado de personas y
reducir de hecho, a muchas de ellas, a niveles de subsistencia, así como la drástica
disminución de los beneficios de las empresas o la entrada en pérdidas y desaparición
de un gran número de ellas, detuvo aquel proceso y nos trajo como secuela una
situación de alto desempleo, carestía y dificultades económicas, en la que incluso
parece frívolo hablar de ocio.
Una segunda pieza de realidad a añadir a estas cuestiones es la de que la
reducción del tiempo de trabajo se ha producido en nuestras sociedades cuando éstas
han marchado bien económicamente hablando. La competitividad , la productividad, la
estabilidad, y, en definitiva, la riqueza y la confianza en el futuro es lo que permite a
una sociedad dejar más tiempo libre a sus componentes. Difícilmente tal aumento de
tiempo libre se puede producir en épocas de crisis económica y de inseguridad
respecto al futuro.
Pero, es ahora, en circunstancias difíciles, cuando surgen atrevidos autores, la
versión española de las cuales puede que sea Luis Racionero, que nos dicen que la
realidad presente es de hecho el resultado lógico de aquel proceso de reducción del
tiempo de trabajo. La sociedad del ocio por la que clamábamos está ya entre nosotros,
el único problema es que no la hemos identificado como tal. El alto desempleo reinante
no es otra cosa que trabajo mal distribuido y máquinas que han sustituido al hombre
en las tediosas tareas de producción. No hay crisis económica; lo que hay es una mala
distribución de puestos de trabajo. Sólo una adecuada disminución de la jornada
laboral y subsiguiente redistribución del trabajo disponible permitiría resolver todos
nuestros males (3).

INTERPRETACIONES ROMÁNTICAS
Esta impar afirmación, que no obstante tiene un fondo de verdad en el que el
autor no ha sabido o no ha querido entrar, es tan tautológica e inútil como decir que el
problema del mundo es la desigual distribución de la riqueza y que lo único que
tenemos que hacer para que todo vaya bien es distribuirla adecuadamente. Siglos
llevamos dando vueltas a esta cuestión y, aunque el principio de igualdad y de
distribución de la riqueza es indiscutible como tal, debería ser ya claro para todos que
sólo se puede distribuir riqueza cuando previamente se ha creado; que las situaciones
en las que el hombre se acerca a condiciones óptimas son aquellas en las que hay
abundancia; que la abundancia unida a la libertad personal, derecho que también
reclamamos todos, sólo se crea permitiendo la iniciativa y el beneficio individual que
lleva de una u otra forma a un cierto nivel de desigualdad; que ningún cambio rápido o
violento produce resultados permanentes en las sociedades desarrollas; que en estas
sociedades, sólo los procesos de cambio a largo plazo, basados en condiciones
externas adecuadas y con el apoyo de ciertas medidas indirectas, pueden tener éxito;
y que los casos de aceptación de la igualdad, de rechazo del consumismo y de búsque-
da del equilibrio con la naturaleza, sólo son posibles, a estas alturas de la civilización,
en pequeños grupos aislados, precisamente porque la producción y el consumo de
otros lo permite.
No lo decimos recreándonos en ello, ni mucho menos congratulándonos, pero
ya es hora de que todos los hombres, incluidos los “intelectuales”, reconozcamos que
la economía, el consumo, la producción, la industria pesada, el deterioro del medio
ambiente, el agotamiento de los recursos naturales y otras circunstancias, ciertamente
negativas, son el tributo que tenemos que pagar, no por una cierta ideología, sino por
algo enormemente más básico: disponer de un cerebro potente y en evolución cuya
actividad no se puede detener a menos de destruir lo que verdaderamente somos. Lo
decimos también con cierta pena y con fuertes deseos de que no tuviera que ser así,
pero si queremos sacar conclusiones válidas y aprender de la realidad mejor es que
utilicemos nuestro sentido común y nuestra capacidad de raciocinio para saber lo que
verdaderamente somos. Nuestra capacidad de utopía y de imaginación podrá ser
empleada mejor a continuación.
Permítasenos en este sentido hacer una digresión relacionada con la nueva
etapa de expansión hacia los espacios siderales que el hombre está a punto de iniciar.
Apegados como estamos - todavía a la tierra, nos asusta el enorme salto hacia las
estrellas que la especie humana está a punto de dar. No sabemos por qué tiene que
darlo, pero intuimos que la racionalidad del hombre, su libertad personal y el derecho
a reproducirse, que también se reclama como inviolable, tienen mucho que ver con
ello. Es muy importante saber en relación con el tema del ocio que hay muchos
hombres dispuestos a explorar las estrellas y a morir en ese empeño.
Son hombres que se preparan para esa tarea durante largas jornadas de
trabajo, para los que la vida supuestamente bucólica e inmóvil de una isla del Pacífico
seguramente no tendría ningún sentido más allá de unas vacaciones. Lo mismo se
puede decir del investigador en su laboratorio, del hombre de negocios o del político.
La vida exclusivamente contemplativa no tendría valor alguno para ellos.
Nos gustaría que hubiera para el hombre una alternativa distinta de la huida
hacia adelante; no queremos justificar todo lo que el hombre hace; pero nos parece
que el realismo tiene que hacer acto de presencia entre nosotros. Ni se puede atacar
sistemáticamente a todas las criaturas del hombre, incluida la tecnología y la
producción, que él ha utilizado para llegar hasta donde estamos hoy; ni se puede,
como en el caso del autor anteriormente citado, abogar por algo tan abstracto y tan
alejado de los hombres actuales como el “ocio con dignidad” de la antigüedad en el
que se cultive “lo bueno, lo verdadero y lo bello”.
Somos conscientes de que al hablar así nos exponemos a ganarnos la
enemistad del lector poco advertido. Esperamos, sin embargo, contar con la
comprensión del más reflexivo y riguroso, ya que nuestra postura no es, claro está, la
de ir en contra de esas cosas. Más bien lo que deseamos es separar lo que somos de lo
que nos gustaría ser y, muy especialmente, lo que los hechos y la realidad dicen que
somos de lo que algunas personas aisladas insinúan que los demás deberían ser, sin
contar con ellos ni saber de verdad lo que esas personas desean.
También es importante para nosotros y para nuestra investigación detectar que
Racionero, al que nos parece que estamos dedicando ya más tiempo del previsto,
entronca, con su interpretación simplista y romántica del ocio, con una tradición
occidental sobre el tema fuertemente utópica y alejada de la realidad del hombre y de
su sociedad.

LA SOCIOLOGÍA DEL OCIO

Para empezar a hacer un esquema de lo que la sociedad occidental ha escrito


sobre el ocio, digamos que si por alguna causa desconocida los países industrializados
pudieran de la noche a la mañana distribuir el trabajo existente, el gran problema con
el que se encontrarían sería el de buscar la manera alternativa de ocupar a la
gente. John Maynard Keynes, a quien debemos uno de los más grandes aportes de
realismo de los últimos doscientos años, enfrentado a este tema escribía en
sus Essays in Persuassion: “Si se resuelve el problema económico (la lucha por la
subsistencia), la humanidad se verá privada de sus objetivos tradicionales. Así, por vez
primera desde su creación, el hombre se enfrentará a su problema más real y
permanente: cómo utilizar su nueva independencia respecto a las preocupaciones
económicas... No hay país, ni pueblo, que pueda mirar sin temor a la edad del ocio y la
abundancia...
Es un terrible problema para la persona ordinaria, que carece de habilidades
especiales con que ocupar su tiempo, especialmente si ha perdido sus raíces en la
tierra, en las costumbres o en las entrañables convenciones de una sociedad
tradicional”.
También J. K. Galbraith era pesimista sobre esta tema en la época en que
escribió The new industrial state, donde dice: “Ver en la reducción del trabajo y la
extensión de los ocios el fin natural de la era industrial es engañarse sobre el carácter
del sistema industrial... La idea de una era nueva del ocio considerablemente extensa
es en realidad un tema banal de conversación. Cada vez se servirán menos de ella
para tratar de hacerse pasar por profetas de la sociedad futura. El sistema industrial
no va en esa dirección`.
Asimismo, los sociólogos, cuando estudian a fondo la realidad, se muestran
pesimistas. Alain Touraine, por ejemplo, dice: “La idea de una sociedad de puro
consumo, en la que el sector secundario ocuparía un lugar muy reducido y en la que
los problemas del trabajo dejarían de interesar a los asalariados que dedicarían lo
esencial de su tiempo de ocio, pertenece a la sociología ficción”(6).
Y Georges Friedmann, uno de los sociólogos franceses que más ha investigado
sobre el ocio, ha escrito: “Por otra parte está muy claro que la civilización técnica no
puede ser caracterizada como una civilización de ocio... Hay que decirlo claramente en
la perspectiva global que es también la nuestra: el ocio tal y como lo presentan las
realidades de las sociedades industriales en este último cuarto del siglo xx, es muy a
menudo un fracaso” (7).
A pesar de estas llamadas al realismo existe una corriente de pensamiento
fuertemente subjetivista para la que “ocio” resulta ser una palabra mágica en la que se
encierra todo lo bueno que el hombre puede obtener en su vida. El ocio es lo que
define, para los autores que se adscriben a esta tendencia, a las grandes épocas del
humanismo: Antigua Grecia, Bajo Imperio Romano, Renacimiento, Siglo de las luces,
Ascensión del Socialismo'. La reflexión, la contemplación y el cultivo del espíritu es
para ellos la verdadera misión del hombre y aquello que lo puede llenar de felicidad.
Desde Aristóteles hasta San Agustín y Tomás de Aquino el pensamiento y la no
acción constituyen la actividad suprema del hombre noble. Para lo cual, claro está, se
necesita un mundo jerarquizado en el que unos nazcan destinados a trabajar y otros
con total derecho al ocio.
Tal es el atractivo que el modelo de sociedad griega ejerce sobre los sociólogos
que hasta S. de Grazia, autor de una de las más serias obras modernas sobre el ocio,
lo que tiene en mente como adecuado para la sociedad americana es un ocio elitista
análogo al de la ciudad griega (9). Los hechos demostrarán, como en el caso de las
investigaciones del mismo De Grazia, que “un estado de desapego propio al hombre
que busca la cultura del espíritu y la reflexión es sólo patrimonio de unos pocos
individuos”'o. También, que el privilegio de poder desligarse de las necesidades diarias
y poder dedicarse por entero a cultivar el espíritu es incompatible con el ideal
igualitario de la sociedad democrática.

UNA LARGA DESMITIFICACIÓN

Pero la historia del pensamiento sobre el ocio y de su desmitificación comienza


a gestarse mucho antes. Ya el mismo Santo Tomás se dio cuenta que existían por lo
menos dos tipos de ocio, uno el “ocio ocioso” (fuente de males y desgracias) y otro el
“ocio contemplativo” (fuente de superación y elevación del hombre sobre si mismo). En
su filosofía se encuentran fuertes críticas a las costumbres depravadas y a la de-
cadencia del bajo imperio romano, haciendo responsable de ello a la ociosidad de los
patricios. Desde entonces la ambivalencia del ocio ha sido algo conocido y tenido en
cuenta por estudiosos e investigadores, aunque con frecuencia algunos de ellos se
olviden de las connotaciones más negativas.
Con el empirismo, el maquinismo, la revolución industrial y la aparición de la
economía como ciencia, la postura más seguida por los pensadores ha sido la de
considerar al ocio como algo negativo, unido a la aristocracia y a los privilegios
feudales. Desde la revolución francesa el igualitarismo como principio no ha hecho más
que acumular reconocimientos y expandirse; y ya se ha dicho que a la igualdad y a la
democracia no le van los ocios elitistas. Aparte de algunas voces ocasionales contra el
utilitarismo y el puritanismo y su moral austera, enemiga del placer, el siglo XIX se
caracterizó por una defensa del trabajo para todos y por la conceptualización de una
sociedad en la que ya no habría nunca más hombres voluntariamente desocupados.
Saint-Simon, Marx, Paul Lafargue y Thorstein Veblen son, en opinión de
Marie-Frangoise Lanfant, autora ya mencionada de cuya obra se hace aquí un amplio
uso, cuatro figuras representativas de otras tantas posturas respecto al ocio del
pensamiento anterior a lo que sería una sociología del ocio. El primero fue llevado ante
un tribunal acusado de delito de lesa majestad por haber escrito que en Francia no ha-
bría pasado nada si de pronto hubieran desaparecido treinta mil personas de la
aristocracia, el clero y los propietarios y, por el contrario, que el país se habría
detenido si tres mil de sus sabios, artistas y artesanos hubieran sido perdidos.
Marx se distingue por la poca atención que prestó al ocio como tal en su obra y
por el gran análisis del trabajo y de sus condiciones que llevó a cabo. Sólo un acto
revolucionario de apropiación de los medios de producción libraría a la clase obrera de
la explotación capitalista, y, en ese caso, la antinomia entre trabajo y goce dejaría de
existir.
Paul Lafargue con su famoso panfleto El derecho a la pereza pasa por ser un
autor socialista que reivindica la idea materialista del goce, pero en realidad lo que
lleva a cabo en su libro es un ejercicio de radicalismo con la idea de abolir todo
provecho capitalista del trabajo. En realidad, al proclamar el derecho a la pereza de la
clase obrera lo que está haciendo es forzar al burgués a que trabaje él y, en condicio-
nes extremas, conseguir que el sistema explote y se destruya. Más que un análisis del
ocio en una sociedad estable se trata de buscar argumentos adicionales para que la
revolución sea un hecho en las sociedades capitalistas (11).
Veblen sí resulta ya, entre otras cosas por su mayor proximidad a nosotros, un
antecedente directo del estudio del ocio como lo conocemos hoy. No practicó, desde
luego, los análisis modernos basados en encuestas y otras medidas de la realidad y
siguió, como los autores del siglo XIX, uniendo ocio a vicio y privilegio, pero en él ya se
notan algunas de las características de la sociología del ocio que iba a tener su ex-
pansión en los años inmediatamente anteriores a la Segunda Guerra Mundial y, sobre
todo, en los posteriores. En su libro The Theory of The LeisureClass, publicado por
primera vez en 1899, se hace una crítica profunda a la clase rica americana, a la que
acusa de un “consumo improductivo del tiempo” (12). El ocio como símbolo de clase y
como terreno abonado para el consumo ostentatorio y para lo que él llama emulación
pecuniaria es para este autor algo bien distinto todavía al ocio deducido del mayor
tiempo libre que la clase obrera y toda la sociedad americana conseguiría en los años
de la afluencia económica.

NOTAS

1 Herald Tribune. 5 de febrero de 1986.


2 W. W. Leomief “Distribución de trabajo y renta”. Investigación y Ciencia, n.°
noviembre 1983.
3 Luis Racionero. Del paro al ocio. Editorial Anagrama. Barcelona, 1983.
4 Citado por Willis W. Harman en La sociedad informática y el trabajo
significativo: el próximo desafío de la sociedad industrial, incluido en El desafío de los
años 90, edición de A. Castilla, M.C. Alonso y J.A. Díaz. Los libros de FUNDESCO,
colección de estudios y documentos FUNDESCO. Madrid 1986.
5 John Kenneth Galbraith. El nuevo Estado Industrial. Editorial Ariel, Barcelona,
1967.
6 Alain Touraine. La sociedad post-industnal. Editorial Ariel. Barcelona, 1970.
7 Georges Friedman. La puissance et la sagesse. Gallimard. París, 1970.
8 Marie-Frangoise Lanfant. Sociología del Ocio. Ediciones de Bolsillo. Ediciones
Península. Barcelona. 1978.
9 S. de Grazia. Of Time, Work and Leisure. The Twentieth Century Fund, New
York, 1962.
10 M. F. Lanfant. Ob. cit. página 102.
11 Paul Lafargue. El derecho a la pereza. La religión del capital. Edición de
Manuel Pérez Ledesma. Editorial Fundamentos. Madrid, 1974.
12 Thorstein Veblen. The Theory of The Leisure Class. Edición de 1953 con una
introducción de C. Wright Mills. Mentor Book. New American Lbrary. New York, 1953.

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