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INTERPRETACIONES ROMÁNTICAS
Esta impar afirmación, que no obstante tiene un fondo de verdad en el que el
autor no ha sabido o no ha querido entrar, es tan tautológica e inútil como decir que el
problema del mundo es la desigual distribución de la riqueza y que lo único que
tenemos que hacer para que todo vaya bien es distribuirla adecuadamente. Siglos
llevamos dando vueltas a esta cuestión y, aunque el principio de igualdad y de
distribución de la riqueza es indiscutible como tal, debería ser ya claro para todos que
sólo se puede distribuir riqueza cuando previamente se ha creado; que las situaciones
en las que el hombre se acerca a condiciones óptimas son aquellas en las que hay
abundancia; que la abundancia unida a la libertad personal, derecho que también
reclamamos todos, sólo se crea permitiendo la iniciativa y el beneficio individual que
lleva de una u otra forma a un cierto nivel de desigualdad; que ningún cambio rápido o
violento produce resultados permanentes en las sociedades desarrollas; que en estas
sociedades, sólo los procesos de cambio a largo plazo, basados en condiciones
externas adecuadas y con el apoyo de ciertas medidas indirectas, pueden tener éxito;
y que los casos de aceptación de la igualdad, de rechazo del consumismo y de búsque-
da del equilibrio con la naturaleza, sólo son posibles, a estas alturas de la civilización,
en pequeños grupos aislados, precisamente porque la producción y el consumo de
otros lo permite.
No lo decimos recreándonos en ello, ni mucho menos congratulándonos, pero
ya es hora de que todos los hombres, incluidos los “intelectuales”, reconozcamos que
la economía, el consumo, la producción, la industria pesada, el deterioro del medio
ambiente, el agotamiento de los recursos naturales y otras circunstancias, ciertamente
negativas, son el tributo que tenemos que pagar, no por una cierta ideología, sino por
algo enormemente más básico: disponer de un cerebro potente y en evolución cuya
actividad no se puede detener a menos de destruir lo que verdaderamente somos. Lo
decimos también con cierta pena y con fuertes deseos de que no tuviera que ser así,
pero si queremos sacar conclusiones válidas y aprender de la realidad mejor es que
utilicemos nuestro sentido común y nuestra capacidad de raciocinio para saber lo que
verdaderamente somos. Nuestra capacidad de utopía y de imaginación podrá ser
empleada mejor a continuación.
Permítasenos en este sentido hacer una digresión relacionada con la nueva
etapa de expansión hacia los espacios siderales que el hombre está a punto de iniciar.
Apegados como estamos - todavía a la tierra, nos asusta el enorme salto hacia las
estrellas que la especie humana está a punto de dar. No sabemos por qué tiene que
darlo, pero intuimos que la racionalidad del hombre, su libertad personal y el derecho
a reproducirse, que también se reclama como inviolable, tienen mucho que ver con
ello. Es muy importante saber en relación con el tema del ocio que hay muchos
hombres dispuestos a explorar las estrellas y a morir en ese empeño.
Son hombres que se preparan para esa tarea durante largas jornadas de
trabajo, para los que la vida supuestamente bucólica e inmóvil de una isla del Pacífico
seguramente no tendría ningún sentido más allá de unas vacaciones. Lo mismo se
puede decir del investigador en su laboratorio, del hombre de negocios o del político.
La vida exclusivamente contemplativa no tendría valor alguno para ellos.
Nos gustaría que hubiera para el hombre una alternativa distinta de la huida
hacia adelante; no queremos justificar todo lo que el hombre hace; pero nos parece
que el realismo tiene que hacer acto de presencia entre nosotros. Ni se puede atacar
sistemáticamente a todas las criaturas del hombre, incluida la tecnología y la
producción, que él ha utilizado para llegar hasta donde estamos hoy; ni se puede,
como en el caso del autor anteriormente citado, abogar por algo tan abstracto y tan
alejado de los hombres actuales como el “ocio con dignidad” de la antigüedad en el
que se cultive “lo bueno, lo verdadero y lo bello”.
Somos conscientes de que al hablar así nos exponemos a ganarnos la
enemistad del lector poco advertido. Esperamos, sin embargo, contar con la
comprensión del más reflexivo y riguroso, ya que nuestra postura no es, claro está, la
de ir en contra de esas cosas. Más bien lo que deseamos es separar lo que somos de lo
que nos gustaría ser y, muy especialmente, lo que los hechos y la realidad dicen que
somos de lo que algunas personas aisladas insinúan que los demás deberían ser, sin
contar con ellos ni saber de verdad lo que esas personas desean.
También es importante para nosotros y para nuestra investigación detectar que
Racionero, al que nos parece que estamos dedicando ya más tiempo del previsto,
entronca, con su interpretación simplista y romántica del ocio, con una tradición
occidental sobre el tema fuertemente utópica y alejada de la realidad del hombre y de
su sociedad.
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