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¿Y si Ángela Merkel descubre lo que

pasa con nuestro Tribunal


Constitucional?
Deberíamos “poner al día” nuestro Tribunal Constitucional, ahora que tiene que
llevar a cabo importantes cometidos vinculados al Derecho de la Unión Europea.
Si hace falta modificar la Constitución, hagámoslo

Vivimos obsesionados con la prima de riesgo, lo cual es comprensible dada la


gravedad de la crisis económica que atraviesa España. El propio Gobierno, según
parece, quiere centrar todos sus esfuerzos en el campo de la economía, dejando para
más adelante la posible reforma de las instituciones del Estado. Lo cierto, sin
embargo, es que España necesita revisar su organización interna. Y debe empezar a
hacerlo pronto, si no queremos tener problemas en el plano europeo.

El caso del Tribunal Constitucional es bien ilustrativo. Este órgano ha dejado de


ejercer de manera efectiva la principal función para la que nació en los países
europeos: controlar la conformidad de las leyes a la Carta Magna. La crisis de nuestro
Tribunal se remonta a la década de los noventa. Como consecuencia de la avalancha
de recursos de amparo que le fueron llegando, el Tribunal quedó pronto colapsado, y
ya no dispuso del tiempo necesario para resolver con prontitud los casos en que se
cuestionaba la constitucionalidad de las leyes. Es verdad que en el año 2007 se
introdujo una reforma para dar respuesta a este problema, pero los resultados siguen
siendo insatisfactorios. Con algunas excepciones puntuales, el Tribunal no emite
juicio sobre leyes relativamente recientes, sino sobre leyes que fueron recurridas hace
muchísimo tiempo. En numerosas ocasiones, las normas recurridas ya están derogadas
en el momento en que el Tribunal dicta su sentencia. Hace unos meses, por ejemplo
(en la sentencia 19/2012), ha declarado inválido un precepto de la ley del IRPF de
1998, que fue impugnado por el PSOE. El Tribunal ha necesitado más de 13 años para
resolver este asunto. Y no se trata de un caso aislado. No ha sido hasta ahora cuando
muchas de las leyes del primer gobierno del PP (1996-2004) han sido finalmente
enjuiciadas por el Tribunal.

Naturalmente, no ayuda nada el hecho de que los dos grandes partidos incumplan
reiteradamente su deber de renovar a los magistrados cuyo mandato ha expirado. El
Tribunal se siente poco legitimado para enfrentarse a leyes recientes, si un tercio de
sus miembros ha cesado ya, y están a la espera de ser sustituidos.
Esta práctica constitucional ha resultado muy funcional, desde luego, para el gobierno
de turno. Es comodísimo legislar sabiendo que el Tribunal emitirá su veredicto una
década después, cuando el gobierno probablemente estará en manos de otro partido,
y la ley en cuestión se habrá convertido en Derecho histórico español. A la oposición
tampoco le viene mal este sistema: sus recursos contra leyes se han convertido, sobre
todo, en gestos ante determinados sectores de su electorado. Qué vaya a sostener
finalmente el Tribunal importa relativamente poco. Quienes no salen bien paradas, en
cambio, son las Comunidades Autónomas, pues las leyes autonómicas, a diferencia
de las estatales, pueden ser suspendidas durante el tiempo en que se tramita un recurso,
si es el Gobierno central quien lo interpone.

Que entre todos hayamos tolerado que la justicia constitucional se haya degradado
hasta este extremo es francamente lamentable. Ahora bien, este estado de cosas tendrá
que cambiar, si no queremos tener dificultades con nuestros socios europeos.

En efecto, España firmó el pasado 2 de marzo el “Tratado de Estabilidad,


Coordinación y Gobernanza en la Unión Política y Monetaria”. Como es sabido, este
Tratado consagra la llamada “regla de oro”, que establece una serie de límites en
materia de déficit público y deuda pública. El Tratado, sin embargo, apenas refuerza
los mecanismos europeos para reaccionar contra los Estados que excedan dichos
límites. Contrariamente a lo que han afirmado diversos medios de comunicación, el
Tribunal de Luxemburgo no va a ser competente para conocer de demandas contra los
Estados que incumplan la regla de oro. El Tratado de Estabilidad confía en las normas
e instituciones nacionales. Concretamente, obliga a los Estados signatarios a
incorporar la repetida regla en sus respectivas Constituciones nacionales (o en normas
equivalentes de carácter permanente), de manera que su observancia esté “plenamente
garantizada” a lo largo de los procedimientos presupuestarios. Son los tribunales
nacionales, pues, quienes deben velar por el cumplimiento del nuevo mandato
constitucional. El único papel que se atribuye al Tribunal de Luxemburgo es el de
comprobar que los Estados hayan incorporado correctamente la regla de oro en su
ordenamiento, a raíz de una demanda presentada por cualquier Estado que sea parte
del Tratado. Las consecuencias del incumplimiento son graves: entre otras cosas, el
Estado pierde la posibilidad de recibir fondos del Mecanismo Europeo de Estabilidad.

Pues bien, supongamos que un comité de expertos enviados por Ángela Merkel
viniera a España a indagar sobre este asunto. ¿Qué les diríamos?

En primer lugar, que el pasado septiembre, de forma velocísima, se modificó el


artículo 135 de la Constitución española para asegurar el equilibrio presupuestario.
España se anticipó así al Tratado de Estabilidad. En segundo lugar, les explicaríamos
que se ha aprobado hace poco la Ley de Estabilidad Presupuestaria, que especifica el
modo en que las diversas administraciones públicas deben proceder para cumplir con
la regla de oro.
Los expertos querrían saber entonces ciertos detalles acerca de los mecanismos de
garantía. En este punto, les indicaríamos que la Ley prevé expresamente la posibilidad
de suspender una ley de presupuestos autonómica, si es impugnada ante el Tribunal
Constitucional por el Gobierno central, con la consiguiente prórroga provisional de
los presupuestos del año anterior. Pero los expertos nos preguntarían entonces acerca
del control de las leyes estatales. Y aquí empiezan las dificultades. Bajo el régimen
vigente (según lo ha interpretado el Tribunal Constitucional), no cabe la suspensión
de las leyes estatales en ningún caso. El siguiente interrogante que nos formularían
los expertos alemanes sería, obviamente, cuánto tarda el Tribunal en resolver los
recursos contra las leyes. Y la respuesta ya la conocemos: ¡últimamente puede llegar
a tardar 13 años! ¿Nos debería sorprender que, de vuelta a Berlín, los expertos
elaboraran un informe en el que se concluyera que hay motivos sólidos para que
Alemania demande a España ante el Tribunal de Luxemburgo, por violación del
Tratado de Estabilidad? ¿Alguien cree realmente que basta con recoger la regla de oro
en la Constitución y desentenderse luego de los mecanismos para garantizar la
observancia de dicha regla de manera efectiva? Ya sé que, en estos momentos, no es
probable que llegue a entablarse un pleito de esta naturaleza. Pero motivos jurídicos
no faltan. ¿Por qué arriesgarse entonces?

Deberíamos “poner al día” nuestro Tribunal Constitucional, ahora que tiene que llevar
a cabo importantes cometidos vinculados al Derecho de la Unión Europea. ¿Por qué
no reintroducimos el recurso previo contra determinadas leyes, por ejemplo, de forma
que el Tribunal pueda dictaminar sobre ellas antes de su entrada en vigor? ¿Y por qué
no regulamos el tema de las medidas cautelares, permitiendo, bajo determinadas
condiciones, la suspensión de las leyes estatales recurridas? Incluso, ¿por qué no
extender el mandato de los magistrados del Tribunal hasta la edad de jubilación, en
lugar de seguir con el sistema actual, que obliga a renovar de un golpe a cuatro
magistrados cada tres años? ¿Y sería mucho pedir una mayor presencia de
magistrados que conozcan bien el Derecho de la Unión Europea, a fin de que el
Tribunal pueda dialogar con la máxima solvencia con el Tribunal de Luxemburgo?
En definitiva, es preciso discutir y adoptar medidas de cierto calado. Si hace falta
modificar la Constitución, hagámoslo. La actual crisis de la justicia constitucional no
es un asunto menor. Tener instituciones que funcionen decentemente es muy
importante para respetarnos a nosotros mismos. Y para quien no baste invocar la
dignidad, apelemos al egoísmo: la historia enseña que la principal causa de la
prosperidad económica es un sistema institucional sano y fuerte.

Víctor Ferreres Comella es profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Pompeu


Fabra, y en la University of Texas at Austin.

1. Cite dos casos donde se evidencia continuidad lógica entre dos proposiciones en el texto

2. Cite dos casos donde se evidencia divergencia lógica entre dos proposiciones en el texto
3. Elabore un escrito de 12 renglones donde se exponga las principales características del
texto

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