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2
Créditos
Moderadora y Traductora:
Nelly Vanessa

Correctoras

Vero Morrison Pochita


3
Maye Nanis
Dabria Rose

Revisión final
Nanis
Diseño
Roxx
Índice
22
Créditos 23
1 24
2 25
3 26
4 27
5 28
6 29
7 30
8 31 4
9 32
10 33
11 34
12 35
13 36
14 37
15 38
16 39
17 40
18 41
19 42
20 Próximo Libro
21 Autora
Sinopsis
Una mujer rasgada. . .
El inestable matrimonio de Elizabeth con el volátil Gabriel Storm sufre un
golpe mortal cuando ella se aleja de él. Pero su amor por su hijo y su marido la
llevan de regreso. Si bien peleará por su matrimonio en las rocas, lucha por hacerle
comprender su necesidad de tener una carrera. Pero es su corazón rebelde al que
teme más que nada porque anhela cada toque, su embriagante sabor, su cuerpo
golpeando duro en ella. ¿Podrá quedarse y renunciar a su sueño o dejar todo atrás
una última vez?

Un hombre orgulloso. . .
Gabriel hará lo que sea para salvar su matrimonio con la cautivadora 5
Elizabeth. Pero cuando ella va a trabajar con un odiado rival, su orgulloso corazón
no acepta su necesidad de tener una carrera. Y cuando una amenaza sale a la
superficie una vez más, tiene que abrir un delicado camino entre protegerla y darle
a Elizabeth la libertad que tanto ansía. Pero es sólo cuando se enfrenta a sus
propios demonios que descubre lo que realmente los mantiene separados.
¿Cambiará con el tiempo o la perderá para siempre?
Un o
Gabriel
Londres

Algo inquieta a mi mente. Algo que sucedió durante la noche. Medio


dormido, medio despierto, me cuesta recordar lo que fue. Y, entonces, caigo en la
cuenta. ¡Andrew! El sueño. El aroma a gardenia. Una voz en la oscuridad. “Lo
tengo. Está a salvo”.
Me levanto y retiro las almohadas, buscando frenéticamente por encima y
alrededor de la cama. Pero él no está aquí. Mi hijo se ha ido.
Recorro la distancia entre mi habitación y su cuarto, esperando contra todo
6
pronóstico que esté allí, que me hubiera despertado a mitad de la noche y lo
hubiera llevado a su cuna. Pero cuando llego, solo me recibe la niñera.
Me mira con un aire expectante.
―¿Señor?
―¿Dónde está? ¿Dónde está mi hijo?
―Bueno, su señoría se lo llevó.
―¿Y se lo permitiste? ―le grito.
Una expresión temerosa pasa por su rostro.
―¿No debería haberlo hecho?
Ella lo secuestró. Anoche, mientras dormía. El miedo clava sus garras en mi
estómago, provocándome náuseas. ¿Adónde podría habérselo llevado? Golpeo un
puño cerrado contra la pared.
Piensa, maldito idiota. Piensa.
Son más de las ocho. Y se lo llevó en medio de la noche. A esta altura,
podrían estar a mitad de camino a través del Atlántico. Me paso los dedos
temblorosos por la frente.
Pero.
Tenemos vigilancia las veinticuatro horas. Los guardias deberían haberla
detenido. Pero, ¿lo habrían hecho? Es su madre, después de todo. Tal vez no lo
hicieron. Sin embargo, debieron haberla seguido adondequiera que fuera. Y
Samuel lo sabría.
Vuelvo a toda prisa a mi habitación, tan rápido como mi pierna mala me lo
permite. Agarro mi teléfono celular y marco su código rápido. Samuel responde al
primer timbre.
―No puedo encontrar a Andrew. Elizabeth se lo llevó. ¿Sabes a dónde…?
Antes de que tenga la oportunidad de decir la siguiente palabra, mi puerta se
abre de golpe y se estrella contra la pared.
―Tú, imbécil. ―Mi hermana. Su cabello rubio apunta en todas direcciones. El
fuego sale de sus ojos.
―No tengo tiempo para tu drama, Bri. Andrew ha desaparecido. Elizabeth se
lo llevó. Quién sabe a dónde.
―Está abajo, en mi casa, alimentándolo ―espeta.
―Está en el apartamento de lady Brianna, sir, con su hijo ―confirma Samuel. 7
La fuerza en mis piernas se desvanece y me dejo caer en la silla junto a la
cama. Andrew está a salvo. Ella no lo secuestró. Tomo una respiración profunda
mientras el pánico desaparece.
―Gracias, Samuel.
Cuelgo la llamada, mirando a Brianna.
―¿Por qué está en tu apartamento?
―Apareció en mi puerta, a las jodidas dos de la mañana. ―Su mirada me
atraviesa―. Desaliñada y empapada por la lluvia. Había caminado durante horas,
arrastrando ese raído bolso de lona junto a ella.
El mismo bolso que había olvidado en la limusina el día que nos conocimos.
A pesar de que ha visto mejores tiempos, lo había traído a Londres como si fuera
algo valioso para ella.
―Se disculpó por lo avanzado de la hora, pero no sabía a dónde más ir. Me
preguntó si podía pasar la noche. No me dijo lo que sucedió, sin embargo, puedo
jodidamente suponerlo. ―Camina hacia mí y me da un puñetazo en el hombro―.
¿Qué le hiciste, bastardo?
Me froto el hombro contra el dolor. Brianna golpea muy fuerte.
―Nada. Discutimos. Eso es todo.
―Nada no hace que una mujer abandone a su bebé y se aleje de su esposo.
Debes haber hecho o dicho algo para molestarla. ¿Qué fue?
Me pongo de pie, pasándome una mano por el cabello.
―Yo… llamé a Sebastian Payne. Le dije que ella había cambiado de opinión y
que no iba a trabajar para él. Elizabeth… ―La mirada devastada en su rostro
destella en mi mente, destrozándome―. Se opuso, dijo que nuestro matrimonio no
estaba funcionando, que necesitaba un descanso. Y luego… se fue. ―Mi voz se
quiebra en la última palabra.
―¿Y solo la dejaste ir sin hacer nada al respecto?
Me tambaleo hacia ella.
―¿Qué se supone que debía hacer, Bri? ¿Atarla a la cama, poner rejas en las
puertas?
―Has hecho todo lo demás para mantenerla prisionera aquí. ¿Por qué dejaste
de hacerlo?
―Nunca podría hacer eso. ―Mi voz baja a un susurro.
―No. Solo le ordenas a otras personas que la mantengan cautiva. El resultado 8
es el mismo, sin embargo, ¿no? ¿No lo es, Gabe?
Viene hacia mí de nuevo, pero antes de que pueda golpearme, atrapo su
puño cerrado.
―Deja de hacer eso. ―Da un paso hacia atrás, manteniendo la mirada
fulminante en mí―. No la encerré. Estaba tratando de protegerla a ella y a
Andrew.
―Y aun así resultó herida. Dios. Se veía tan miserable parada allí en mi
puerta principal, sosteniendo su mano vendada, sufriendo.
La mano que se había lastimado mientras escapaba del incendio en
Winterleagh. El incendio que alguien había provocado en un intento de matarla a
ella y a nuestro hijo. Bajo la cabeza, llevándome las manos a los ojos para secar las
lágrimas.
Brianna toma una respiración profunda.
―Gabe. ―Su voz se suaviza―. Tienes que arreglar esto. Ella es lo mejor que
te ha pasado.
―¿Crees que no lo sé? ―Me doy la vuelta, secando la humedad de mi
rostro―. Simplemente no sé cómo. ¡No sé cómo, maldita sea! ―grito.
―¡Argh! ―La exasperación es clara en su rostro―. Dile que la amas, bésala.
Me vuelvo hacia mi hermana.
―Cristo, ¿crees que no intenté hacer eso anoche? No pude.
―¿Por qué no?
―Porque no me permitió acercarme a ella. Dijo que era débil cuando se
trataba de mí. ―Dejo escapar una risa sin humor―. Pero de alguna manera
encontró la fuerza para marcharse.
Brianna gime, echando la cabeza hacia atrás.
―Nunca pensé que diría esto, pero eres un idiota. Un terco y arrogante
idiota.
―Entonces, ¿qué demonios se supone que debo hacer ahora?
―Ve a mi apartamento, pídele disculpas por ser un imbécil y dile lo que sea
que necesites para recuperarla.
―Pero…
―Sin peros. ―Un dedo muy bien cuidado apunta hacia la puerta―. Ve.
―Está bien. ―Me pongo de pie―. Tengo que vestirme, por lo que apreciaría 9
que me dieras privacidad.
―No lo eches a perder.
Sale rápidamente sin siquiera decir “gracias”. Es un buen día cuando mi
hermana menor me canta las cuarenta. Pero tiene razón. Lo arruiné.
Absolutamente. Y es mi responsabilidad limpiar el desastre que hice.
Solo me tomo el tiempo para ponerme vaqueros y una camiseta antes de salir
en busca de Elizabeth. Resulta que no tengo que ir muy lejos. Está en el cuarto del
bebé, meciendo a Andrew. Él descansa en los brazos de su madre, observándola
con una mirada llena de adoración en el rostro, una que ella corresponde
completamente.
Me quedo sin aliento ante el espectacular retrato que forman. Debería hacer
que los pinten de esa manera. Antes de que Andrew crezca demasiado rápido,
antes de que su madre me abandone de una vez por todas.
Un nudo se forma en mi garganta. Trago saliva con fuerza para aclararlo.
Ante el sonido, Elizabeth levanta la vista. Una infinidad de emociones ―tristeza,
amor, dolor― me miran a través de sus increíbles ojos verdes.
―Gabriel.
La realidad de que no se ha ido, que está aquí, se derrumba sobre mí. Mis
rodillas se tambalean. Me agarro del marco de la puerta para mantenerme de pie.
No estaría nada bien que me desplomara en el suelo, llorando como un tonto.
―No te fuiste. No te lo llevaste ―digo con voz áspera.
La confusión reina en su mirada. Y, entonces, se estremece cuando la
implicación la golpea.
―¿Creíste que lo había secuestrado?
―Yo…
―¿Cómo pudiste pensar una cosa así? ―Su aliento se queda atrapado, su voz
tiembla―. Nunca me llevaría a tu hijo lejos de ti. Nunca.
Incapaz de enfrentarme a la verdad en su mirada, bajo la cabeza. Tiene razón.
¿Cómo pude pensar que haría una cosa así? Elizabeth es demasiado honesta para
tal subterfugio. Si viniera por mí, lo haría frente a frente, con un cuchillo en la
mano, gritando todo el camino. No se robaría a nuestro hijo como un ladrón en la
noche.
―Lo siento. Tienes razón. 10
Después de unos segundos, levanto la cabeza para encontrar la mirada
preocupada de Andrew en mí, con los ojos arrugados y los labios fruncidos en las
esquinas. ¿Dónde está mi hijo feliz de hace unos instantes? Ha absorbido toda la
tensión entre su madre y yo. Me acerco y acaricio su cabeza, dándole una sonrisa.
No es una grande, pero tendrá que funcionar.
La suya es temblorosa e insegura. Mira a Elizabeth para confirmar que está
bien sonreír.
―Está bien, Andrew. Está bien, mi amor.
Besa su cabeza, apoyándolo sobre su hombro y le da el combo golpe-caricia
que tanto le gusta. Un eructo de primera categoría hace erupción.
―Ese es mi muchacho. ―Elizabeth sonríe y le devuelvo la sonrisa, contento
de que podamos tener alegría mutua de ello.
En el momento justo, la niñera entra en la habitación.
―¿Quiere que me lo lleve ahora, milady?
―Sí, gracias.
Dándole otro beso en la cabeza, Elizabeth se lo entrega y sale de la habitación.
La sigo por el pasillo. Creo que se dirige a nuestro dormitorio, pero me equivoco.
Da un giro y me conduce directamente hacia mi estudio.
DOS
Elizabeth
He mantenido la calma al volver a verlo, pero ahora, temiendo que mis
piernas no me sostengan, me dirijo hacia el sofá de cuero de color borgoña en el
estudio de Gabriel. Pasé la mitad de la noche dando vueltas en la cama en la
habitación de huéspedes de Bri, debatiendo cuál debería ser mi próximo paso.
Nada concreto surgió, a excepción de una conclusión abrumadora. No voy a dejar
a mi bebé.
Con las manos metidas en los bolsillos delanteros de su pantalón, Gabriel me
mira con esos hermosos ojos azul verdoso que tanto amo.
―Entonces, ¿no te fuiste?
No hay nada como una obviedad. A pesar de la tensión entre nosotros, su
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declaración me parece divertida, y reprimo la sonrisa que coquetea en mis labios.
―No. No podía… alejarme de Andrew.
¿Qué hay de mí?, parece decir la expresión de sus ojos. ¿Qué hay de mí, maldita
sea?
Su reacción me pone seria. Ojalá tuviera una respuesta, pero no la tengo.
Tomará tiempo arreglar las cosas.
―¿Estás quedándote con Brianna?
No tengo que preguntarle cómo lo sabe. Cuando subí para alimentar a
Andrew, Brianna corrió por las escaleras junto a mí y fue en busca de su hermano
para cantarle las cuarenta. No pude detenerla, aunque lo intenté.
―Por el momento. Me dará una oportunidad para comprender las cosas. Voy
a necesitar venir para amamantar a Andrew y… para jugar con él. No te importa,
¿verdad?
Sacude la cabeza, como si no pudiera creer que estuviera haciéndole esa
pregunta.
―Por supuesto que no me importa. Ésta es tu casa.
El estudio de Gabriel, con su lujoso sofá de cuero de color borgoña y su
mobiliario de valor incalculable, grita riqueza y clase al igual que los muebles de
su sala de estar. No se parece en absoluto al estilo casual que prefiero.
―¿Lo es? No se siente de esa manera. Nunca lo hizo.
―¿Cómo puedes decir una cosa así?
―Aparte de la ropa en mi armario y de mi hijo, no hay nada aquí que sea
mío. Todo es tuyo. Tus muebles, tus pinturas, tu historia familiar de siglos de
antigüedad inmortalizada en la pared.
―Cristo. Entonces redecóralo. Contrata a un diseñador o hazlo tú misma. No
me importa. ―Lo dice como si no fuera gran cosa. Como si fuera tan fácil
cambiarlo a él y a su mundo.
Niego con un gesto.
―No puedo cambiar ni una sola cosa de este lugar. ¿Cómo podría hacerlo?
Solo soy tu esposa temporal aquí, únicamente por un año y un mes.
Su boca se retuerce.
―Solo puse esa cláusula en el contrato porque eso es lo que querías. Cuando 12
recité nuestros votos matrimoniales, hablaba en serio. Nunca planeé dejarte ir.
Mi respiración se detiene. Confié en él cuando firmé ese acuerdo, confié en
que me estaba diciendo la verdad. Pero como tantas otras cosas que ha dicho y
hecho, no lo hacía. Mintió acerca de dirigir la oficina de Nueva York y sobre el
paradero de su madre. Me mantuvo como una prisionera virtual en el ático
durante mi embarazo, y ahora esto. Me casé con él porque le creí, creí en esas
mentiras. Incapaz de soportar el dolor, me levanto del sofá y coloco los brazos
alrededor de mi cintura.
―Otro engaño, Gabriel. ¿Cuándo se terminará?
―Ahora. Se termina ahora. Nunca voy a mentirte de nuevo. ―Su mirada es
firme. La verdad brilla allí. La verdad y la resolución.
Mi corazón palpita en mi pecho. ¿Se supone que debo creerle ahora, después
de todo su engaño en el pasado? Dios. Me doy la vuelta y miro hacia la ventana,
donde la radiante luz del día brilla a través del vidrio transparente, iluminando
todos los rincones de esta hermosa habitación. ¿Quiero eso para él? ¿Luz para que
ilumine cada rincón de su alma? Está destinado a descubrir la fealdad además de
la belleza. Y la verdad no es una calle de un solo sentido. Si se la exijo a él, debo
estar lista para revelarla también. Y cuando lo haga, ¿qué sucederá? ¿Seguirá
queriéndome o se marchará? ¿Querré quedarme o irme? Tantos pensamientos
confusos. Pero una cosa está clara. No podemos seguir como lo hemos estado
haciendo. Las cosas tienen que cambiar.
Me paso la mano por la frente, ordenando mis pensamientos para poder
hacerlo entender.
―Anoche estuve pensando…
―Sí.
Esta vez permito que mi sonrisa aparezca.
―Siempre tan impaciente, Gabriel. ―Salvo cuando se trata de hacer el amor
conmigo. En ese momento, tiene todo el tiempo del mundo―. Tú y yo, nunca
hemos seguido el hábito normal de la mayoría de las parejas.
Frunce el ceño.
―¿Qué quieres decir?
―Normalmente, la gente sale en citas antes de comprometerse. Nunca
hicimos eso. Pasamos directamente de la lujuria al matrimonio. Nunca fuimos al
cine o a jugar al boliche, ni hicimos ninguna de las cosas habituales que la mayoría
de las parejas hacen. 13
―¿Quieres ir a jugar al boliche?
Tan literal.
―Creo que deberíamos salir en citas.
―¿Salir en citas? ―Escupe las palabras como si tuvieran un sabor
desagradable.
―Sí. Llegar a conocernos de la forma en que la mayoría de las parejas lo
hacen.
―Creo que nos conocemos bastante bien. ―Mete las manos en los bolsillos
traseros y su camiseta se estira sobre su pecho.
Se me hace agua la boca al ver sus duros pectorales y su vientre plano. Dios.
Mantente concentrada, Elizabeth.
―¿Cuál es mi sabor de helado favorito?
―No lo sé. ―Se encoge de hombros―. ¿Chocolate?
―Fresa. ¿Y mi color favorito?
―Eh, azul.
―Rojo.
―¿Es tan importante saber tu helado o color favorito? ―Se rasca la parte
posterior de la cabeza y el movimiento deja a la vista su bíceps tallado en hierro.
Mi mente se desvía a los momentos en que estaba en la cama respirándolo,
adorando la fuerza de sus brazos, la perfección esculpida de sus abdominales. No.
No puedo ir por ese camino. Esos pensamientos arruinan mi propósito, mi meta.
Me muerdo el labio y hago acopio de mis fuerzas.
―Sí.
Aprieta la mandíbula. Claramente, piensa que estoy loca.
―¿Por cuánto tiempo?
―Durante el tiempo que sea necesario. Y mientras estemos saliendo, no
podremos tener sexo. Solo enredará más las cosas.
No puedo pensar cuando me está follando. Apenas soy racional ahora, y está
de pie a varios metros de distancia. Si retomamos las relaciones sexuales,
probablemente voy a estar de acuerdo con todo lo que sugiera. Y eso no puede
pasar.
Sus fosas nasales se ensanchan. Camina de un lado a otro por el estudio con 14
ese pequeño impedimento en su paso que ahora me parece sexy. Probablemente se
está preguntando cuántas citas necesitará para tenerme de nuevo en su cama.
Después de varios segundos, se detiene y me enfrenta.
La mirada rígida en su rostro no me alienta.
―Necesito un lapso de tiempo, Elizabeth. No estoy dispuesto a estar sin ti
indefinidamente.
Lo fulmino con la mirada.
―¿Eso es todo lo que soy para ti? ¿Alguien para follar?
―No, pero eres mi esposa. Por lo tanto, tengo derecho a los placeres de tu
cuerpo como tú los tienes del mío. Y sé que disfrutas de ellos.
Tiene razón. Me encanta todo lo que me hace. En la cama, estamos en perfecta
armonía. Aun así…
―Nuestra relación no puede girar en torno al sexo, Gabriel. ¿No lo ves? Tiene
que haber más que eso para que funcione, para que funcionemos. ―Respiro con
fuerza durante un par de segundos―. Tres meses. Vamos a salir por tres meses.
―Es mayo ahora. Al final del verano, necesitaré volver a mis estudios, ya sea aquí
en Londres o en Estados Unidos.
―¿Y luego qué?
―Lo reconsideraremos. Ver si hay un futuro para nosotros. Esto no es solo
por mí, sino por ti también. Tal vez no me quieras después de que hayan pasado
los tres meses.
Su mirada me penetra con la velocidad de un disparo de rifle.
―Te querré hasta que esté viejo y canoso. No voy a cambiar de opinión.
―¿Cómo puedes saber eso, Gabriel?
―Porque te amo, maldita sea ―grita.
Mi mente se paraliza, incluso mi cuerpo tiembla en respuesta. No había dicho
las palabras antes de ayer por la noche, y aquí está diciéndolas de nuevo. ¿Lo está
haciendo solo para mantenerme a su lado? ¿O realmente quiso expresarlas?
Aprendí a una temprana edad a no confiar en el amor. Mi madre me decía que me
amaba antes de encerrarme en un armario oscuro para poder atender a sus
clientes. Y me decía que me amaba antes de usar el dinero que debería haber sido
para comida para comprar drogas.
Así que no, no confío en la palabra. Confío en Casey, quien me enseñó a ser
fuerte. Confío en mi inteligencia, en mi ética de trabajo y en mis estudios, porque
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van a ayudarme a alcanzar mis metas.
Pero.
Mi corazón clama por algo diferente, un futuro que incluya todo lo que está
justo allí en sus ojos. Pero, ¿cómo puedo confiar en mi corazón cuando tomó todo
tipo de malas decisiones sobre Gabriel Storm? ¿Cuando puede ser tan fácilmente
influenciado por él?
Pero, ¿y si fueran las decisiones correctas? ¿Qué pasa si mi corazón sabe
mejor que mi mente lo que necesito? ¿Puedo permitirle que ignore a la razón
cuando grita que esto nunca va a funcionar? Y si lo hago, ¿tendré que renunciar a
lo que soy, a quien soy, por él?
―Elizabeth. ―Mi nombre en sus labios me saca de mi trance. Su mirada se ha
vuelto suave y tierna, como si entendiera la lucha por la que estoy pasando―.
¿Cuándo quieres nuestra primera cita?
―¿Qué tal una cena mañana? Hay un pequeño restaurante italiano que
encontré hace un par de meses. Es un lugar familiar. Nada lujoso.
―De acuerdo.
―Bien.
Contenta de haber llegado a este acuerdo, me muevo para pasar junto a él,
pero se cruza en mi camino, bloqueándome el paso. No digo nada, solo me quedo
mirándolo. La emoción brilla en sus ojos enrojecidos. ¿Cómo pude no haber notado
lo disgustado que estaba? Debió haberse sentido devastado cuando se despertó
pensando que me había llevado a Andrew.
Las lágrimas llenan mis ojos en respuesta a su dolor. Pero no quiero parecer
débil frente a él, por lo que muevo mi mirada hacia la alfombra.
Coloca un dedo debajo de mi barbilla y la levanta hasta que mi mirada se
encuentra con la suya. Hay tantos sentimientos en esa mirada.
―Te amo ―susurra―. Sé que no me crees, pero voy a asegurarme de
demostrártelo para que nunca más dudes de mi amor por ti.
Inclina la cabeza y roza sus labios contra los míos. Su beso es suave, tierno,
recordándome todo lo que es bueno entre nosotros.
Me esfuerzo por permanecer fuerte, por no dejarlo entrar, pero su sabor y su
aroma a hombre son más de lo que puedo soportar, y me rindo a lo inevitable. Mis
manos se envuelven alrededor de su cuello, y me mezo contra él, moldeando mi
cuerpo al suyo. Mis pechos rozan su pecho de acero y mis pezones se convierten en
pequeñas protuberancias duras. La humedad se acumula entre mis piernas y me
vuelvo impaciente. Quiero más, maldita sea. Esto no es suficiente. Inclina mi 16
cabeza para poder saborearme más plenamente. Cuando dejo escapar un gemido,
su lengua me invade para probar cada rincón de mi boca. Su pierna se introduce
entre las mías, y monto su muslo. Sin vergüenza, sin pudor, solo pura necesidad.
Estoy a punto de sugerir que continuemos con esto acostados cuando termina el
beso y me suelta.
Con la mente dispersa por el beso, me tambaleo aturdida, con los ojos
cerrados. Cuando los abro, la expresión de sus ojos parece decir: “No vas a soportar
tres meses sin mí”.
Salgo de su estudio con las mismas piernas inseguras con las que entré, pero
no por la misma razón. ¿Cómo voy a permanecer lejos de él?
TRES
Gabriel
En mi desesperación por encontrar a Andrew, había salido descalzo. Así que
antes de reunirme con Samuel para revisar la investigación del incendio, me dirijo
de vuelta a la habitación para agarrar un par de zapatos. Entro en el vestidor y
encuentro a mi ayudante, Parker, adorando al recién llegado; un traje de lana de
tres piezas hecho a medida de Savile Row.
―Buenos días, milord, ¿va a salir hoy?
No comprendo cómo puede parecer tan imperturbable después del drama de
esta mañana. Pero entonces, normalmente no se preocupa por nada a menos que
tenga que ver con mi ropa o con vestirme.
―No por el momento. ―Lo contraté hace diez años, cuando se hizo evidente
17
que no tenía ni el tiempo ni la inclinación para cuidar de mi ropa. Parker, por otro
lado, ha dedicado toda su vida al arte sartorial1. No solo mantiene un cuidado
meticuloso de mi ropa, sino que también está al tanto de la última moda. Aunque
nunca ordena un traje de vanguardia, de vez en cuando compra un nuevo estilo de
corbata o un alfiler de corbata para cambiar un poco las cosas. Confío en él
incondicionalmente. Por lo menos cuando se trata de mi ropa.
―Puedo decir, sir, que este traje es especialmente magnífico. El nuevo sastre
hizo un buen trabajo.
―¿En serio? ―Abro el cajón de los zapatos, hurgando un poco. Cuando no
puedo encontrar lo que quiero, lo cierro de golpe.
Parker se apresura a mi lado, probablemente ansioso por evitar cualquier
daño a su reino.
―¿Puedo ayudarlo, sir?
―No encuentro los mocasines que Elizabeth me dio para Navidad. ¿Sabes
dónde están?
―Estaban rayados, señor. Pensé en tirarlos ―explica y yo gruño―, pero
sabiendo lo mucho que los aprecia, los envié a reparar. Deberían estar de vuelta en

1Sartorial: relativo al sastre y a sus actividades.


una semana. Si me permite hacerle una sugerencia ―abre un cajón que contiene
mis zapatos casuales y saca un par de mocasines―, estos tienen un estilo similar.
―Está bien.
Se arrodilla delante de mí para ponerme el calzado, y por primera vez, se da
cuenta de que estoy descalzo. Exhala un laborioso suspiro.
―Calcetines, sir.
―Si no queda otro remedio. ―Sé lo que opina acerca de la piel que suda en
los zapatos de cuero fino.
Después de someterme un poco más a su trato quisquilloso, finalmente
termino a su gusto. Y para mi comodidad, los vaqueros se quedan puestos, pero
insistió en que use una Henley en lugar de la camiseta de algodón que prefiero.
Tienes que saber escoger tus batallas con Parker.
Mientras me dirijo hacia el estudio para reunirme con mi jefe de seguridad,
suena mi teléfono celular. Bri.
―¿Y bien?
No tengo que preguntar a qué se está refiriendo dada su reprimenda de 18
antes.
―Hablamos y establecimos una especie de tregua. Elizabeth decidió que
deberíamos salir en citas.
―¿Salir en citas?
Me alegro de no ser el único que piensa que la idea es extraña.
―Al parecer, nos perdimos un paso clave en nuestra relación y necesitamos
conocernos mejor.
―Supongo que es algo positivo. Si hubiera sido yo, te habría pateado en las
pelotas.
Esa parte de mi anatomía se estremece ante la idea. No está mintiendo. Ha
respondido más de una vez a un insulto con una rápida patada en las bolas.
―Tengo que irme. Me reuniré con Samuel en unos minutos.
―Espera. Hay algo más que debemos discutir.
―¿No puede esperar? ―Ni en broma voy a quedarme aquí y dejar que me
ilumine una vez más.
―No, no puede. Hay algo más de lo que tenemos que ocuparnos. Una
explicación por la ausencia de Edward y su regreso como hijo pródigo. Los buitres
estarán dando vueltas alrededor al segundo que huelan esto.
Maldita sea, con todo lo que está sucediendo con Elizabeth, no pude
encargarme de esto. Y no puedo posponerlo hasta un momento más conveniente.
Si la verdad detrás de la ausencia de Edward se filtra, las cosas irán de mal en peor
para nuestra familia. Y tenemos bastante con qué lidiar en este momento.
―No quiero que ninguno de nosotros hable con la prensa hasta que
inventemos una historia.
―Por eso llamé a Edward y lo invité para el fin de semana. Así podemos
idear una explicación lógica y determinar la mejor manera de anunciarlo a la
prensa. Estuvo de acuerdo en venir. Le sugerí que se quedara con Royce.
―Eso es un disparate. Se quedará conmigo.
―¿Estás seguro de que sería lo mejor? Las cosas están un poco jodidas
contigo en este momento ―contesta con voz tensa. Todavía está enojada conmigo.
No solo por lo que sucedió con Elizabeth sino también por tildar de asesino a
nuestro padre después del funeral.
De todos modos, tengo que discutir algunas cosas con Edward, que van más
allá de una explicación de su ausencia. Algunas son financieras, otras más
personales. Así que voy a necesitarlo cerca. 19
―Me aseguraré de que mi… situación no le afecte. ¿Le dijiste sobre Elizabeth
y yo?
―No, no lo he hecho, pero es un hombre inteligente. Va a darse cuenta de las
cosas. Bueno, si estás seguro, voy a llamarlo e informarle sobre el cambio de lugar.
¿Cena el sábado en tu casa? Solo los cuatro. Y Elizabeth, por supuesto.
―Sí. Voy a avisarle a Jorge.
―Estoy segura de que estará encantado, por la forma en que ese hombre
cocina. Es un maldito genio en lo que hace. ―Su voz se suaviza―. La cena debería
estar bien, ¿no lo crees? Será la primera vez que los cuatro disfrutemos de una
comida juntos desde… No puedo recordar la última vez.
Yo sí.
―Antes de que Edward y yo nos fuéramos a Honduras. En algún restaurante
aquí en Londres. ―En ese momento, no tenía un chef de primera clase en el
personal―. La Reve, creo.
―Sí, así es. Había llevado a… Oh, ¿cómo se llamaba?
Bri y sus hombres. La mayoría de ellos apenas dejan una impresión. Pero,
¿quién soy yo para juzgarla cuando mi vida es un desastre?
―No importa. Lo importante es que vamos a estar juntos de nuevo la
próxima semana. Gracias por arreglar eso.
―De nada. ―Su tono se vuelve mesurado una vez más, tan diferente a su
habitual forma espontánea. Corta la llamada sin siquiera decir adiós.
Dejo escapar un profundo suspiro. Desearía haber dicho algo para tratar de
hacer las paces, pero no creo que me hubiera escuchado. Tomará algún tiempo
sanar la brecha entre nosotros. Tiempo y paciencia. Bri ama apasionadamente, pero
odia de forma despiadada también. Y en este momento, me temo que soy un
objetivo bastante grande. Poniendo esos pensamientos a un lado, me dirijo hacia la
cocina donde seguramente se encuentra Jorge.
Después de darle los detalles para la cena del sábado, me pregunta:
―¿Algún plato en particular que su hermano prefiera?
―Filete a la pimienta con papas fritas era su favorito.
―Entonces eso es lo que voy a preparar.
―Gracias, Jorge.
Habiéndome ocupado de ese detalle, reanudo mi caminata hacia el estudio 20
donde Samuel me espera. Ahora es el jefe de seguridad de Storm Industries. Le
pedí que se hiciera cargo del trabajo después de despedir a Jake. Aceptó, aunque
dudó al principio. Probablemente por lealtad a Jake más que otra cosa. Elizabeth
confía en él. Y eso vale más que cualquier credencial. No es que eso importe. Tiene
la experiencia necesaria y es muy bueno en su trabajo, como lo ha probado una y
otra vez.
―Buenos días, Samuel. ¿Algún progreso en la investigación del incendio?
―pregunto en cuanto tomo asiento detrás de mi escritorio.
―Buenos días, señor Storm. ―Abre la tapa de su computadora portátil―.
Después de entrevistar a los cincuenta y siete sirvientes del castillo, hemos
confirmado la ubicación de treinta y ocho de ellos. Muchos del personal residente
estaban ocupados con el servicio de la comida y fueron avalados por los demás.
Sin embargo, no pudimos verificar la localización del resto, por lo que estamos
investigándolos.
―Faltan diecinueve personas. ¿Cuánto tiempo tomará? ―Quien haya
provocado el incendio que hirió a Elizabeth, casi la asesina a ella y a nuestro hijo,
no descansaré hasta que haya sido encontrado y puesto tras las rejas. Mi madre no
salió de su habitación, por lo tanto no pudo haberlo hecho. Sin embargo, no
significa que no pudo haber contratado a alguien más para hacerlo―. ¿Alguna
anomalía?
―Un individuo llama la atención. Es un ayudante del jardinero. Desapareció
la noche del incendio. Un tal Ronald Malloy, ¿le suena?
Niego con un gesto.
―Nunca he oído hablar de él. Nuestro jefe jardinero tiene plena autoridad
para contratar a su personal, sin embargo, alguien de seguridad debería haberlo
investigado.
―Lo hicimos cuando solicitó el puesto hace un mes. Vino con excelentes
recomendaciones. Estamos investigando eso también.
―¿Qué piensas de Sarah Simmons? ―Tenía un interés personal después de
que Jake la despidiera en Navidad por aceptar un soborno de mi madre.
―No pudo haber sido ella. Se fue del país, viajó a alguna parte de África. Por
algún tipo de programa para asesinos a sueldo.
―¿Y su hermano?
―No hemos podido encontrarlo. Se rumorea que la pandilla a la que le robó
las drogas está buscándolo también.
Supuestamente, el hermano de Sarah utilizó el dinero del soborno de mi 21
madre para pagarle a la pandilla. Pero, o el dinero nunca llegó a ellos o estaban
queriendo enviar un mensaje, para que nadie se atreviera a robarles de nuevo.
―Sigue buscando. Asegúrate de revisar cada túnel, incluyendo el que lleva a
la cueva del castillo. Una vez que termines tu investigación, ordenaré cerrar los
túneles. Nadie va a utilizarlos nunca más para ningún propósito, malvado o de
otro tipo.
―Por supuesto, sir.
―Una cosa más. ―Tomo un bolígrafo del portalápices y lo giro entre mis
dedos; un hábito nervioso mío―. Jake estaba investigando algo para mí. El verano
pasado durante las negociaciones con SouthWind, algunos de mis documentos
confidenciales fueron fotocopiados y entregados a Smith Cannon. Esto sucedió en
el hotel donde se llevaron a cabo las discusiones. Elizabeth sospecha que alguien
de la firma de abogados dirigió el robo, pero necesitaría a un empleado del hotel
que tuviera acceso a la suite. Ella recuerda haber visto al conserje entregarle un
sobre a Brian Sullivan, un asociado de Smith Cannon. Podrían haber sido entradas
para el teatro. Podría haber sido otra cosa. ¿Puedes averiguar qué progresos hizo
Jake y avisarme?
―Sí, señor Storm. Por supuesto. ¿Alguna otra cosa? ―Sus dedos se detienen
sobre el teclado.
Me aclaro la garganta.
―¿A quién vas a asignar para proteger a Elizabeth ahora? ―Dado que
promoví a Samuel como jefe de seguridad, ya no puede encargarse de esa
responsabilidad.
―A Jonathan Tilden.
El bolígrafo cae sobre el protector de escritorio de cuero con un ruido sordo.
―¿No es el que permitió que ella se escabullera antes de Navidad?
―Sí.
―Entonces, ¿por qué demonios lo pondrías para vigilarla?
―A ella le gusta. Y estaba mortificada por el problema que le causó durante
su escapada. Creo que lo escuchará. Es muy bueno en su trabajo, señor Storm.
Recibiría una bala por ella si surgiera la necesidad.
―Muy bien. Esperemos que la necesidad realmente no surja. Una cosa más.
Hace una pausa de nuevo.
―Aparte de mí, Elizabeth o la niñera, nadie podrá acercarse a menos de dos
metros de Andrew. Únicamente la niñera preparará sus biberones. Y solo puede
ser alimentado por nosotros tres. La fórmula y las botellas deberán mantenerse en
22
un armario cerrado del cual la niñera tendrá la única llave.
Después del incendio, se me ocurrió que había más de una forma de llegar a
Andrew. Envenenando su comida. Aunque confío en cada miembro del personal
doméstico, dormiré mejor sabiendo que solo nosotros tres lo alimentaremos.
―Sí, sir. Comunicaré la orden.
Se pone de pie y se va. Samuel es un hombre grande, con una mente rápida.
Un digno sucesor de Jake. No tendré ninguna discusión con él ni opiniones fuera
de lugar. Es tan diferente a Jake en ese sentido. De muchas maneras, jugó al
abogado del diablo. No puedo esperar eso de Samuel. Él acatará mis órdenes y las
seguirá al pie de la letra. Y no sé si eso es bueno o malo. Supongo que solo el
tiempo lo dirá.
CUATRO
Gabriel
Estamos en el Mercedes Benz, siendo conducidos hacia el restaurante italiano
de Elizabeth por uno de nuestros guardias. Otro miembro del equipo de seguridad
lleva una escopeta.
―Entonces, ¿cuál es el nombre de este restaurante?
―Luigi’s.
―Qué original. Deduzco que Luigi es el dueño del lugar.
―Sí.
Sus respuestas de una sola palabra me crispan los nervios. Pero era de
esperarse. Durante las últimas veinticuatro horas, apenas me ha hablado, siendo 23
“hola” y “adiós” la extensión de nuestras conversaciones. Si vamos a trabajar sobre
nuestros problemas, necesitaremos dar y recibir más. Así que, esperando conseguir
más de ella, le hago una pregunta abierta:
―Y, ¿cómo es el lugar?
―Concurrido. Lleno de familias y parejas. La comida es bastante buena.
Espero que te guste.
Tengo mis dudas. Los restaurantes de estilo familiar no son algo que haya
disfrutado en el pasado. Pero estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para
volver a estar juntos de nuevo.
Cuando llegamos, insiste en entrar sin escolta. Bien. Pueden quedarse afuera
y vigilar. Hasta que descubra quién intentó matarla a ella y a Andrew, no voy a
correr ningún riesgo.
Resulta que “concurrido” significa niños gritando, voces fuertes y mesas
pegadas una al lado de la otra. Se puede oír todo lo que dice tu vecino. Maldito
infierno. ¿Cómo se supone que mantendremos una conversación privada con esta
locura?
Nuestro camarero se acerca; un tipo de veintitantos usando un delantal
blanco manchado con algo rojo.
―Buenas noches. Mi nombre es Smitty. ¿Desean algo de beber?
Smitty no es exactamente italiano, ni tampoco lo es su acento. De los barrios
bajos sería mi suposición. Pero es rápido y amable, y su lápiz está preparado para
tomar la orden en su libreta.
―¿Tienes una carta de vinos? ―pregunto.
―Sobre la mesa, amigo.
Sobre la mesa no veo nada que se asemeje ni por asomo a una carta de vinos.
―¿Dónde?
Agarra una tarjeta de diez por quince centímetros apoyada entre el
servilletero y la sal y la pimienta y me la entrega. Hay exactamente diez vinos en
ella; cinco rojos y cinco blancos, de cosechas desconocidas para mí.
―¿Qué me recomiendas?
―El pinot grigio parece bastante popular.
―Voy a ordenar ternera, así que necesitaremos uno rojo.
Me mira con los ojos entrecerrados.
―¿Eres un ricachón? 24
Sintiendo que nuestra comida va a llegar fría y con sabor a zapatos viejos si
digo que sí, le respondo:
―No.
Se queda mirando mi chaqueta, mi corbata y el maldito alfiler de corbata de
color azul verdoso. Demasiado tarde me doy cuenta de que debería haberme
vestido más modestamente.
―Suenas como uno.
―Me crié entre ellos. Mi padre es un jodido mayordomo en una casa de ricos.
―Ah, eso lo explica todo. ―Lame la punta de su lápiz y lo apoya sobre la
libreta una vez más―. Entonces, ¿qué será, amigo?
Con mi mejor acento de los barrios bajos, pido el chianti.
Elizabeth observa todo sin decir ni una palabra. Pero cuando Smitty se aleja,
sus hombros tiemblan y una sonrisa ilumina sus labios.
―Gracias.
―¿Por qué?
Su mirada se mueve hacia la pareja sentada junto a nosotros, que está
siguiendo cada una de nuestras palabras.
―Por la cena, por supuesto.
―De nada.
Cuando el camarero regresa con dos copas de chianti, asesino la
pronunciación de la ternera a la parmesana y de la lasaña al horno.
Una vez que se va, ella apoya la barbilla sobre sus manos y me mira
fijamente. Las estrellas brillan en sus ojos.
―Me gusta este lugar, ¿a ti no?
―Me encanta. ―Tomo su mejilla y me inclino para besarla, justo cuando
Smitty nos trae una cesta de palitos de pan.
―Oh, lo siento, amigo. No quise… bueno… ya sabes.
Elizabeth sonríe detrás de su servilleta. Feliz de verla, bebo el vino como si
fuera de la mejor cosecha del mundo.
―Tendremos que traer a Andrew aquí algún día.
No estoy muy seguro de eso, pero no voy a disentir con ella. No cuando está
tan contenta.
Durante la cena, hablamos sobre nuestra literatura favorita. Espero que diga
ficción para mujeres, pero resulta ser que su género favorito es el suspenso. ¿Quién
25
lo hubiera pensado?
―¿Y tú? ―me pregunta, bebiendo un trago de su vino. Debido a que está
amamantando a Andrew, solo se permite media copa y no más que eso.
Para ese momento, la pareja había terminado de cenar y nadie ha estado
sentado junto a nosotros, por lo que me siento más cómodo abriéndome a ella.
―Publicaciones de negocios.
Sus ojos se abren como platos.
―¿No lees ficción?
―No. Leo revistas y periódicos sobre economía, industria y finanzas.
―Entonces, antes de que desarrollaras esta inclinación por las publicaciones
de negocios, ¿qué hacías para divertirte?
Se está burlando de mí, pero estoy disfrutando del toma y daca.
―Durante mi tiempo libre, montaba caballos. Puedes haber notado que
tenemos un establo de caballos en Winterleagh. ―Sus mejillas se ponen rosas.
Probablemente, recordando la vez que tuvimos sexo en la oficina del establo. La
última vez que hicimos el amor antes de que me dejara y que yo, enloquecido por
el dolor, estrellara mi Jaguar contra un árbol. Sacudo la cabeza en un intento de
hacer desaparecer esos recuerdos―. Y me enseñaba a mí mismo a tocar el piano.
Apoya los codos sobre la mesa y descansa la barbilla en sus puños cerrados.
―¿Cómo hacías eso?
―Había un viejo instrumento destartalado en la sala del personal. Solía bajar
a escondidas hasta la cocina por galletas y golosinas. Nuestra cocinera nos
consentía cuando éramos niños. Siempre he tenido oído para la música, así que un
día me senté al piano y toqué algunas notas. Traté de mejorar, pero sin una
instrucción formal, no había mucho que pudiera aprender. Cuando me fui a la
escuela, pedí que mis estudios incluyeran clases de piano. A los diez años podía
tocar conciertos de Mozart.
―Me encantaría escucharte tocar, Gabriel ―dice en voz baja, como si supiera
lo delicado que es el tema para mí.
Mi mano izquierda ya no puede alcanzar esas notas difíciles, no después de
que mi madre le ordenara a mi tutor que rompiera todos los huesos en ella.
Sanaron, pero no de manera completa. Sacudo la cabeza.
―Nunca tocaré de nuevo.
―¿Por qué no? Disfrutas de la música.
26
Agarro un palito de pan y lo parto a la mitad.
―Porque no puedo tocar de la manera en que solía hacerlo, de la forma en
que me gusta.
Se estira a través de la mesa y toma mi mano izquierda entre las suyas. La
lleva hacia sus labios y besa cada uno de mis nudillos.
―Siento mucho que te lastimaran, Gabriel, pero, ¿no lo ves? Si permites que
te impidan hacer algo que amas, estás dejando que ganen.
En lugar de discutir ese punto con ella, aparto la mano de su agarre y tomo el
menú.
―Entonces, ¿qué te gustaría para el postre?
Mientras disfrutamos de los cannoli,2 trato de impresionarla con mi visión
para los negocios.
―A veces escribo publicaciones de negocios también.
―Lo sé. ―Asiente―. Has escrito buenos artículos sobre negocios.
Estoy sorprendido, por decir lo menos.
―¿Los has leído?

Cannoli: El cannolo (cannoli en plural) es un postre típico italiano que tiene su origen en Sicilia.
2

Consiste en una masa enrollada en forma de tubo, rellena de una crema de ricota batida con azúcar.
―Algunos, no todos. El que escribiste en Oxford no pude conseguirlo.
―Tengo una copia en el ático. Me gustaría tu opinión sobre él.
Sus cejas se levantan.
―¿En serio?
―Sí. ―¿Por qué suena tan sorprendida?―. Tienes una gran capacidad
intelectual, Elizabeth.
Gira la copa y deja escapar un profundo suspiro.
―Entonces, ¿por qué no puedes entender mi necesidad de trabajar?
Coloco las manos encima de la mesa. ¿Acaso no lo sabe? Es el motivo de
nuestra discordia. Lo que tengo que aceptar si quiero que nuestro matrimonio
funcione.
―Tal vez sea porque no lo entiendo. Tengo el dinero y los medios para darte
todo lo que deseas. Si quieres hacer algo, podrías administrar mis propiedades,
dirigir el castillo Winterleagh.
―Pero todo eso es tuyo, no mío.
27
―Es nuestro, debido al hecho de que estás casada conmigo.
―Y podría perderlo todo en un abrir y cerrar de ojos si lo desearas.
―Nunca voy a alejarme de ti. Nunca.
Las comisuras de sus labios se curvan en una sonrisa tan triste que me rompe
el corazón. No me cree. ¿Qué puedo hacer para que entienda?
―Verás, Gabriel. ―Sin levantar la vista, dibuja pequeños círculos en el
mantel―. Siempre he podido confiar en mis habilidades, en mi ética de trabajo. Si
trabajo lo suficientemente duro, tendré éxito.
―Tendrás éxito en cualquier cosa que hagas, Elizabeth. Eres muy inteligente.
―Si entiendes eso, ¿por qué no me das la libertad para trabajar? ¿Por qué no
lo aceptas?
Y estamos otra vez donde empezamos, dando vueltas en círculos. ¿Por qué la
idea de que trabaje me inquieta tanto? ¿Por qué no puedo ver las cosas desde su
punto de vista? ¿Por qué no puedo aceptar lo que desea? La quiero en casa
cuidando a nuestro hijo, amándome. Eso es todo lo que sé. También me doy cuenta
de que no vamos a reconciliarnos hasta que acepte su decisión de trabajar. Me
estiro y tomo su mano.
―No quiero perderte.
El brillo muere en sus ojos. No es de extrañar. No contesté a su pregunta, sino
que respondí con una necesidad propia.
Después de pagar por nuestra cena, caminamos hacia la salida, casi como
extraños de nuevo, hasta donde el auto nos espera. La cita no ha ido tan bien como
me hubiera gustado, y todo es por mi maldita culpa. Una vez que nos
acomodamos en el auto, agarro su mano y la beso.
―Lo siento.
―¿Por qué?
―No creo que lo hayas disfrutado. No tanto como deseabas de todas formas.
Sacude la cabeza.
―Nunca pensé que sería fácil. Es un comienzo, Gabriel. Y por eso, estoy
agradecida.
La atraigo hacia mí, tratando de besarla, pero desliza una mano entre mi boca
y la suya.
―Ahora no.
¿Qué es esto? ¿Una nueva regla que me está imponiendo? La regla de sin sexo
28
es bastante mala, pero, ¿tampoco puedo besarla? Espera. Dijo “ahora no”, lo cual
implica un después.
―¿Cuándo entonces?
―En la puerta de Brianna. Allí podrás darme un beso de las buenas noches.
Quiero un beso como de primera cita. ―Debo haber hecho una mueca, porque se
ríe―. ¿Qué sucede?
―Nunca he tenido una primera cita.
―¿Cómo puede ser posible? Has salido con mujeres antes que yo.
Me paso una mano por el cabello, tratando de pensar en una forma de hacer
que lo que estoy a punto de decir suene menos a mala reputación.
―Nunca tuve que trabajar para ello. Las chicas, las mujeres siempre se
sentían atraídas por mí. ―Mirando hacia abajo, limpio una pelusa inexistente de
mi chaqueta―. Todo lo que tenía que hacer era doblar un dedo y…
―Se deslizaban directamente sobre tu pene.
La miro con una sonrisa avergonzada.
―Algo por el estilo.
Suelta una carcajada.
―Dios, Storm. Qué vida has llevado. Bueno, esta noche vas a experimentar
un beso de primera cita. Dulce, cariñoso y tierno. Eso es lo que quiero.
Está sonriendo de nuevo. Por Dios, no me importa si suena tonto. Voy a darle
el mejor beso de primera cita que alguna vez haya recibido.
Como un perfecto caballero, la acompaño hasta la puerta de Bri. Inserta la
llave que aparentemente ella le dio en la cerradura, y luego se vuelve y me mira
con expectación.
Antes de que saliéramos para nuestra cita, me aseguré que no hubiera
guardias vigilando en el pasillo y las cámaras estuvieran apagadas. Por lo tanto, no
hay nadie aquí, excepto nosotros.
Su boca se curva en una suave sonrisa.
Coloco un dedo debajo de su barbilla y la levanto.
―Eres hermosa.
La confusión nubla sus ojos.
―¿Lo soy?
―¡Sí! ―¿Cómo es posible que todavía no lo crea después de todas las veces
29
que se lo he dicho?
Está temblando. Y todo lo que quiero hacer es tomarla contra la pared y
enterrarme dentro de ella. Pero no lo hago. Porque eso no es lo que desea.
En lugar de eso, cubro sus labios con los míos, apenas rozando los suyos. Sus
labios son suaves y dóciles. Sabe a vino y a su propio sabor inimitable. Ha pasado
tanto tiempo desde que hicimos el amor. Antes del funeral de mi padre. Y un beso
no es suficiente. Quiero más.
―Abre, amor.
Suspira y hace lo que le pido. Cuando lo hace, su sabor, su aroma es
demasiado para mí, y el beso se vuelve incendiario. No puedo evitarlo. Mi cuerpo
la anhela como una droga. Ahí van mis buenas intenciones.
Y ahí van las suyas también. Sus manos me rodean el cuello y me atrae hacia
ella, meciendo las caderas contra mí. Mi dura y lujuriosa polla conoce y responde a
todo lo que es Elizabeth. Su olor, su sabor, su misma esencia. La empujo contra la
pared y levanto su falda, listo para complacerla todo el camino hacia el paraíso.
Cuando se contonea, creo que está de acuerdo con mi plan. Pero me está
empujando hacia atrás, apartando sus labios de los míos.
―Espera. Detente, Gabriel.
Me lleva un par de segundos asimilar sus palabras. Cuando lo hago, doy un
paso atrás, odiando lo que veo. Dos manchas de color rojo marcan sus mejillas. Su
falda está amontonada alrededor de su cintura. Está usando medias oscuras
debajo, por lo que al menos no está con el trasero desnudo. Respiro con fuerza
durante unos instantes, tratando de recuperar el control antes de alejarme.
―Lo siento. Lo siento tanto. No debería haber… ―No hay palabras que
pueda encontrar para castigarme a mí mismo. Me había pedido un dulce beso de
primera cita y, prácticamente, la había atacado en un pasillo abierto.
―Gabriel. Por favor. No te culpes. Me dejé llevar de la misma manera.
―Sí, pero debería haberme esforzado más. Debería haberte dado lo que
querías.
¿Cómo pude haberlo arruinado tanto?
―Te fallé.
―No te hagas esto.
Estira la mano para tomar mi mejilla, pero no puedo soportar la mirada de
ternura en su rostro. Una mirada que jodidamente no merezco. 30
―Disculpa. ―Me doy la vuelta, y con su voz resonando en mis oídos, subo
las escaleras entre el piso de Bree y el mío, y me dirijo hacia mi habitación para
pasar una interminable noche solo.
CINCO
Elizabeth
El sábado por la mañana, estoy de pie junto al mostrador de la cocina de Bri,
con una taza de café recién hecho en la mano, cuando ella entra caminando con
tranquilidad. Se ve como el infierno, con sombras oscuras debajo de los ojos y los
labios mordidos y lastimados. Aún más alarmante, son los moretones que
estropean la delicada piel de sus brazos.
―Buenos días, Bri. ¿Dormiste bien?
Se sirve una taza de café, le pone una cucharada de leche, y bebe un sorbo.
Cuando el líquido toca su boca lastimada, hace una mueca de dolor.
¡Ay!
31
―No dormí en absoluto. Demasiado ocupada… entretenida como para
dormir.
Después de la partida apresurada de Gabriel anoche, me duché y me metí en
la cama esperando caer en un sueño profundo. No tuve tanta suerte. Los ruidos
procedentes de su dormitorio me mantuvieron despierta y, a decir verdad, me
alarmaron. El azote de un cinturón. Gemidos. Gritos amortiguados. No había
tenido la intención de escuchar, pero mi habitación está justo al lado de la suya,
por lo que había sido difícil pasarlo por alto. ¿Qué demonios estaba haciendo?
Su cocina tiene una mesa de desayuno y dos sillas. Cuando se deja caer en
una de ellas y se inclina hacia atrás, hace un gesto de dolor.
―Maldito infierno.
Bien, ahora estoy oficialmente preocupada. El sexo duro es una cosa, pero
parece haber ido más allá de eso.
―¿Estás bien?
―No, cariño, no lo estoy. Todd se entusiasmó un poco anoche. Fue
totalmente mi culpa. Nunca utilicé la palabra de seguridad.
Palabra de seguridad. Solo un contexto que conozco usa ese término.
―No sabía que estabas en el BDSM.
―Bondage suave. Y solo lo hago de vez en cuando.
―No sonó tan suave.
Había sido golpeada y, por la forma en que se ve esta mañana, su amante
había hecho un buen número en ella. Estoy a favor de que los adultos con
consentimiento se complazcan con lo que sea que les guste, pero realmente no
entiendo la necesidad de ser golpeada. Pero entonces, no soy Bri.
―Lo siento si te mantuve despierta.
―No lo hiciste ―miento. No quiero que se sienta mal―. Estuve haciendo un
poco de investigación en internet. Voy a enviar una solicitud para el programa de
doble titulación en la Universidad King y en mi escuela en casa. El trámite es un
suplicio.
La última parte es verdad, pero solo había hecho la búsqueda porque no
podía conciliar el sueño.
―Bien por ti. ―Toma otro sorbo de café con los mismos resultados.
Pareciendo darse por vencida, aparta la taza―. ¿Y cómo se está tomando Gabe esa
decisión? ―Se lame los labios, probablemente tratando de calmar el dolor.
―Él me animó a llenar la solicitud. Creo que lo ve como una forma de
32
mantener mi mente ocupada. Un trabajo, en cambio, es una historia
completamente diferente. No aprueba que trabaje, especialmente con Sebastian
Payne como mi jefe.
―No lo puedes culpar. Sebastian es un mujeriego. Gabe era igual. Antes de
que te conociera, por supuesto. Ahora, apenas le echa un vistazo a otra mujer.
Giro el asa de mi taza de café vacía.
―¿Qué sucede?
Tal vez sea un mal momento para hablar sobre esto. Pero ella conoce mejor a
Gabriel que cualquier otra persona, probablemente, a excepción de Jake. Y él no
está aquí para preguntarle.
―Nunca entendí por qué.
―¿Por qué, qué?
―Por qué Gabriel me quiere. Ha salido con mujeres más hermosas que yo,
probablemente más inteligentes también. Y, sin embargo, se fijó en mí. ―Odio
sentirme tan insegura, pero necesito entender la atracción de Gabriel por mí.
Bri cubre mi mano con la suya.
―Te ama, Elizabeth. ¿No puedes verlo?
―No. Supongo que no puedo.
―Entonces no ha hecho un buen trabajo diciéndotelo o demostrándotelo.
―No suena en absoluto como la misma de siempre. Su alegría de vivir ha
desaparecido.
Me encojo de hombros.
―O no he hecho un buen trabajo creyéndolo tampoco. Se necesitan dos,
Brianna.
¿Por qué no puedo aceptar que me ama? ¿Porque todavía no confío en que
me esté diciendo la verdad? ¿O es otra cosa? No me creo digna de ser amada. A
excepción de Casey, nunca permití que ningún otro hombre se me acercara.
¿Tengo tanto miedo de salir lastimada, que empujo a los hombres lejos de mí? ¿Es
eso lo que estoy haciendo con Gabriel?
―Mira. Sé que ha sido difícil con todo lo que ha hecho. Pero siempre ha sido
el protector, el que se preocupa por los que ama. Está incorporado en su ADN,
heredado a través de una línea completa de antepasados. Dale una segunda
oportunidad para demostrar lo que vale.
―Quiero hacerlo, pero…
33
―Se deja llevar, lo sé. Pero, ¿puedes culparlo, después de todo lo que ha
atravesado? Quiere asegurarse de que no resultes herida.
―Y, aun así, a pesar de que estaba protegida día y noche, salí herida.
―Levanto mi mano lastimada. El color rojo se ha atenuado a un rosa brillante,
pero creo que quedará una cicatriz como un recuerdo de esa horrible noche.
Extiende la mano y me da una palmadita en el brazo.
―Van a averiguar quién lo hizo, y entonces podrás descansar. Todos
podremos descansar ―dice lo último más para sí misma que para mí. Tiene que
estar sufriendo. No solo acaba de enterrar a su padre, sino que también descubrió
que era un asesino. No es de extrañar que esté actuando tan fuera de lugar.
―Espero que sí. Por el bien de todos. ―Giro mi taza de café un poco más―.
Solo desearía que Gabriel cediera un poco.
―Nunca va a dejar de protegerte. Pero tal vez puedan hacer un acuerdo
mutuo. Piensa en lo que quieres y discútelo con él.
Tomo una respiración profunda y exhalo.
―Un acuerdo mutuo.
Supongo que eso es lo mejor que puedo esperar, porque tiene razón. Voy a
tener a un guardia cerca de mí durante el resto de mi vida. ¿Puedo vivir con eso?
¿Para su tranquilidad? ¿Por el bien de Andrew? No lo sé. Sinceramente, no lo sé.
Arquea una delicada ceja rubia.
―Tiene buenas intenciones, pero puede ser un neandertal a veces.
―Sí. ―Sonrío―. Lo sé.
Trata de sonreír, pero hace un gesto de dolor de nuevo.
―Lo siento, cariño. No estoy en mi mejor momento esta mañana. Será mejor
que vaya hacer algo al respecto.
―¿Qué?
―Hay un encantador spa no muy lejos de aquí. Son muy buenos en dejarme
como nueva. Para esta noche, no vas a ver ni un solo moretón en mí, ya lo verás.
Y con eso, se dirige hacia su habitación, presumiblemente para ducharse y
vestirse.
A media mañana, subo las escaleras para alimentar a Andrew. La niñera y yo
hemos planeado un horario alternado, en donde ella se ocupa de la primera
alimentación del día y yo de la siguiente. Ese acuerdo nos da tiempo para hacer lo
que necesitamos.
Después de poner a Andrew a dormir una siesta, estoy gratamente
34
sorprendida al encontrarme con Edward.
―Oh, hola ―dice.
―¡Edward! No esperaba verte aquí.
―Vine para la cena de esta noche.
La cena en la que Gabriel me pidió que hiciera de anfitriona para darle la
bienvenida a casa a Edward.
―Claro. Solo pensé…
―Que estaría quedándome en otro sitio. Gabe me pidió que me quedara
aquí. ¿No soy bienvenido? ¿Debería encontrar otro lugar para descansar mi
agotada cabeza? ―Su acento me recuerda al de Gabriel, pero con su cabello y sus
ojos oscuros, se ve igual a su madre. Perturbador, por decir lo menos.
―No, por supuesto que no. No seas tonto. Además, no necesitas mi
aprobación para quedarte aquí.
―Claro que sí. Eres la esposa de Gabe.
―Pero no… ―Oh, por Dios. Al parecer, nadie lo puso al tanto de las cosas―.
Me mudé con Bri.
Por un segundo, sus ojos se abren como platos, pero luego, su mirada se
entibia con amabilidad cuando se posa sobre mí.
―¿En serio, cariño?
No tengo ninguna razón para confiar en él. Pero mi instinto me dice que es
alguien con quien puedo hablar. Edward, con otro punto de vista, podría ser un
buen consejero. Dios, primero Bri. Ahora Edward. ¿Estoy convirtiéndome en
alguien que necesita que le den seguridad en cada oportunidad que tiene? No. Esa
nunca he sido yo. Solo estoy tratando de entender a Gabriel y su obsesión por mí.
La lógica me dice que sus hermanos son los indicados para preguntarles.
―Sí. Nosotros… discutimos por mi regreso al trabajo.
Sonríe.
―Sí. El Gabe que solía conocer preferiría que te quedaras en casa. ―Se
inclina hacia delante, guiñándome un ojo―. Sabes, nunca compartía sus juguetes
cuando era niño.
Levanto la barbilla.
―No soy un juguete.
Se inclina hacia atrás.
―Mis disculpas. No quise insinuar una cosa así. Eres su esposa. 35
―¿Y su propiedad?
Hace mucho tiempo en Gran Bretaña, las esposas eran consideradas esclavas
de sus esposos, para hacer lo que ellos quisieran. Los tiempos han cambiado y no
diría que Gabriel haya adoptado esa filosofía, pero aun así…
―No. Por supuesto que no. ―Se pasa la mano por el cabello largo hasta el
cuello, peinándolo hacia atrás―. Aprecio tu honestidad. En verdad lo hago. Pero...
he estado de regreso en Inglaterra desde hace apenas una semana y he pasado muy
poco tiempo con mi familia, ocupado mientras lidiaba con las consecuencias de
Winterleagh. Con la muerte de nuestro padre, el drama que rodea a nuestra madre,
el incendio, no he tenido la oportunidad de analizar la situación.
Y yo aquí actuando como una perra necesitada. Extiendo la mano y toco su
brazo.
―No. Por favor, no pidas disculpas. Soy la que está equivocada. Estoy siendo
totalmente egocéntrica hablando de mis problemas cuando deberíamos estar
hablando de ti.
―No, está bien ―se apresura a responder―. Quiero ayudarte. En serio. Pero
primero tengo que escuchar lo que Gabe tiene para decir. Espero que entiendas.
―Por supuesto. Es tu hermano, después de todo. Le debes tu lealtad.
Una tristeza cae sobre él.
―Sí. Mi lealtad.
Curiosa por saber lo que provocó esa sombra en sus ojos y ansiosa por
compensar la metedura de pata de antes, le pregunto:
―Entonces, ¿qué hiciste en México? ¿Cómo pasaste el tiempo?
―Enseñaba inglés y... pintaba también.
Su teléfono suena, interrumpiendo lo que estaba a punto de decir.
―¿Royce? ―Escucha durante unos segundos―. Sí, por supuesto. Allí estaré.
―Después de que cuelga la llamada, se dirige a mí―: Quiere beber un trago antes
de unirnos al resto para la cena. ¿Hablamos luego?
Qué puedo hacer, excepto estar de acuerdo.
―Me gustaría eso ―contesto con una sonrisa.
Después de que se va, veo una gran mancha de vómito de Andrew en mi
blusa. Oh, Dios, y Edward dejó que siguiera hablando tonterías sin decirme nada.
La cena no es hasta dentro de una hora, así que tengo tiempo para una ducha
rápida. Entro en mi armario y hurgo en mi ropa buscando algo para ponerme. La
mayor parte de mi guardarropa se compone de trajes de embarazada. Gabriel 36
exageró un poco con eso. Estaba tan orgulloso de mí estando embarazada. El
vestido que usé en Ragin’ Cajun. El del día de Navidad. Todos son hermosos, pero
ya no son apropiados. Y mi guardarropa de antes del embarazo se ve viejo y sin
estilo. Al lado de su magnífico vestuario, estoy segura de que me vería como un
espantajo. Mi vieja ropa simplemente ya no sirve más. Voy a tener que comprar
nuevos trajes antes de que empiece a trabajar.
Finalmente elijo algo que no se ve tan mal. Un vestido de corte bajo, pero no
demasiado, que estoy segura de que a Gabriel le va a gustar. O tal vez no. Mientras
considero la conveniencia de usar un escote revelador, miro la hora en el reloj. Oh,
Dios. Solo queda media hora antes de la cena, y todavía tengo que bañarme.
Me quito la ropa y entro en la ducha, enjabonándome y poniéndome champú.
Cuando me estiro para agarrar el acondicionador de la parte más alta del estante,
el jabón ciega mi vista. Maldita sea. Lo estoy buscando a ciegas con los ojos
cerrados, cuando la puerta de la ducha se abre y el aire frío golpea mi trasero.
―Permíteme.
Gabriel.
SEIS
Gabriel
Sabiendo que Edward había venido, llego al ático un poco antes, deseando
darle la bienvenida a casa. Pero no está en ninguna parte. Tal vez bajó para beber
un trago con Royce o Bri. No soy el único hermano con el que necesita ponerse al
día, después de todo.
Cuando entro en el vestidor para cambiarme a ropa más cómoda, escucho el
sonido del agua corriendo en el baño. A esta hora del día, ningún sirviente sería lo
suficientemente valiente como para invadir mi santuario. Ni tampoco lo haría
cualquier otra persona, a excepción de… Elizabeth.
De espaldas a mí, no me ve acercarme cuando entro en el baño. La ducha con
mampara de vidrio revela cada centímetro de su exquisita espalda. Su hermoso 37
cabello se derrama hasta la mitad de su columna en una húmeda maraña de rizos
oscuros. Sus curvas, aún más femeninas después del nacimiento de nuestro hijo,
me cautivan. ¿Y su trasero? Mi polla palpita al ver su firme y redondo trasero.
Con los ojos cerrados, busca el acondicionador, pero está puesto en un estante
alto, fuera de su alcance.
Solo me tomo el tiempo para quitarme los zapatos antes de entrar en la ducha
completamente vestido.
―Permíteme.
Jadeando, se vuelve hacia mí.
―¡Gabriel!
―¿Esperabas a alguien más? ―Le sonrío. Todo lo que quiero hacer es
besarla, abrazarla y decirle lo mucho que significa para mí. Pero estuve de acuerdo
en que no habría intimidad mientras estemos resolviendo las cosas. Y tengo la
intención de mantener mi promesa. Incluso si eso me mata.
Se quita el jabón de los ojos y los abre como platos.
―Oh, Dios mío. Tu hermoso traje. Lo arruinaste. Parker te va a matar.
Mis labios se tuercen en una sonrisa irónica. Mi ayudante, desde luego,
tendrá algo para decir.
―Puede encargar uno nuevo. Hay suficiente tela ahí fuera.
Se muerde el labio inferior, mientras sus ojos me miran con una disculpa.
―Lo siento.
―¿Por qué?
―No debería estar en tu baño, pero se me hizo tarde, y pensé que sería más
rápido ducharme aquí que en el apartamento de Bri.
―No es mi baño, es nuestro. Y no me importa, amor.
Agarro el acondicionador del estante y vierto el líquido sobre su cabeza. La
fragancia llena los confines de la cabina, mientras masajeo su cuero cabelludo. De
pronto, otro olor impregna el aire; el de lana mojada.
―Uf. ―Arruga la nariz―. Será mejor que te quites la ropa, Storm. ―Su tono
puede ser serio, pero hay un trasfondo de algo más, algo caliente y primitivo,
corriendo por debajo. ¿Ha cambiado de opinión? ¿Está dispuesta a romper sus
propias reglas?
Ansioso por descubrirlo, me quito la corbata y la chaqueta, lanzándolos por la
puerta hasta que caen en el piso de mármol. 38
Cuando voy a desabrocharme la camisa, me aparta las manos fuera del
camino.
―Déjame hacerlo. ―Mete las manos debajo del cuello y abre la camisa de un
tirón.
¡Maldito infierno! ¡Qué sexy fue eso!
―Parker va a matarte.
―Entonces podremos ser enterrados juntos ―susurra con voz de sirena.
Desengancha la hebilla del cinturón y con un tirón lento me quita la correa de
cuero fino. Abre la puerta y la envía volando junto con mi camisa arruinada. Me
saco los calcetines y los lanzo encima de la pila de ropa. Todo lo que queda es mi
pantalón y mis calzoncillos.
Acaricia la bragueta de mi pantalón, debajo del cual mi polla palpita con
insistente necesidad.
―Tan hermoso ―musita.
―¿Mi pantalón o mi erección?
Me mira a través de sus pestañas con una mirada hechizante.
―Ambos.
Baja la cremallera, desabotona la cintura y se arrodilla, deslizando la ropa
fuera de mí. Cuando mi polla emerge, dura y caliente, se pasa la lengua por el
labio inferior.
Jesús, María y José. Voy a correrme con solo ver la mirada en su rostro.
Pero entonces, se detiene. Se pone de pie y se vuelve de espaldas a mí.
―¿Elizabeth?
―Lo siento. No debí… Sin sexo, ¿recuerdas?
Cristo. Tiro de mi cabello. ¿Realmente va a dejarme duro y excitado por ella?
¿Después de que me enardeció? Sin saber qué más hacer, agarro el gel de ducha
del estante, lo vierto sobre la esponja y lo paso por su piel.
―Yo ya me…
―Necesito tocarte. ―Mi voz se ha vuelto áspera. No es de extrañar, con lo
duro que estoy por la necesidad―. Concédeme esto. Por favor.
Me mira por encima de su hombro, pero no me lo impide. Le paso la esponja
por los hombros, la clavícula y el valle entre sus pechos. Desciendo por su
magnífico trasero y por sus piernas. Pero no es suficiente. Tengo que tocar su piel. 39
Dejo la esponja y vierto gel de ducha en mis manos. Tomo sus pechos y paso
mis pulgares sobre sus picos.
―Gabriel ―dice con voz tensa―. Estuviste de acuerdo.
―Solo estoy bañándote.
Parado detrás de ella, deslizo un dedo entre los labios de su vagina, rozando
su clítoris. Gime y su aroma se intensifica. No hay ninguna duda de lo que desea.
Pero le di mi palabra. Aunque mi cuerpo esté pidiendo a gritos liberación, doy un
paso atrás.
―Listo.
Se da la vuelta y me mira. Sus ojos arden con pasión. Su respiración se acelera
por el deseo. Está tan desesperada como yo lo estoy. Sí, tomé ventaja de la
situación, pero he pasado por un infierno durante los últimos días sin ella en mi
cama.
―Me vuelves loca, sabes ―susurra.
―Ídem.
Me observa de la cabeza a los pies. No hay manera de que pase por alto la
fuerza de mi pasión. Mi polla está curvada hacia arriba hasta casi mi ombligo. La
maldita cosa está tan dolorosamente dura que casi veo estrellas. Pero vale la pena.
Si ella nos da lo que ambos queremos.
―Entonces, ¿qué quieres, amor? ―Estoy a punto de perder el control. Si dice
que no, me alejaré y me masturbaré en el vestidor.
―Fóllame, Gabriel.
Me dejo caer hasta que mis rodillas golpean las baldosas. Su monte de Venus
me llama para que lo acaricie, lo devore y haga que se corra. Separo los labios de
su vagina y entierro mi lengua en su calor. Dios, su sabor. Lamo su clítoris,
mordisqueando su piel.
Tira de mi cabello y gime.
―Más duro, muérdeme más duro.
Lo hago y atrae mi cabeza hacia ella. Estoy enterrado tan profundo en su
vagina, que todo lo que puedo respirar es su delicioso aroma. Lamo, chupo y
mordisqueo un poco más. Sus piernas fallan y se derrumba. Pero antes de que
toque el suelo, me pongo de pie y la rodeo con mis brazos. Levanto su pierna y
alineo mi gruesa erección con su entrada.
40
Envuelve la otra pierna alrededor de mi cintura. Su mirada transmite una
desesperada necesidad.
―Hazlo. Ahora mismo. Fóllame, Storm.
Con el objetivo de complacerla, la empujo contra la pared y entierro mi polla
en su vagina caliente.
Ambos gritamos.
Ansioso por poseer cada centímetro de su cuerpo, sello mis labios con los
suyos, lamiendo, saboreando y devorando su boca. Sabe como a una mujer de
sangre caliente. Ofrece tanto como obtiene, enredando su lengua con la mía,
chupando y mordisqueando la punta. Pero, de pronto, nuestra necesidad primitiva
se vuelve demasiado. Rompiendo el beso, entierro mi rostro en su cuello y muevo
las caderas, penetrándola a toda velocidad.
―¡Storm! ―Todo su cuerpo tiembla, sus piernas y sus brazos alrededor de mi
cuello. Su vagina ondula con su inminente orgasmo.
Redoblo mis esfuerzos. Mi pierna mala pide descanso a gritos, pero no es
nada para la pasión rugiendo a través de mí. Maldiciendo, la penetro una y otra
vez hasta que se corre con un glorioso estremecimiento, gritando mi nombre.
Cuando derramo mi semen en su interior, susurro el suyo.
Respiramos con fuerza durante varios segundos. Con miedo a dejarla ir,
miedo a lo que voy a ver, permanezco enterrado en su calor. Después de que
nuestros latidos vuelven a un ritmo más normal, baja las piernas y se desliza hasta
el suelo. Sus ojos llenos de dolor me miran fijamente. No tiene que decir ni una
palabra. Su mirada habla por ella. Se arrepiente de lo que hemos hecho.

41
SIETE
Elizabeth
Gabriel y yo llegamos a la sala de estar y encontramos a sus hermanos
esperando por nosotros. Su conversación se detiene tan pronto como entramos en
la habitación.
―Perdón por llegar tarde. Estábamos… ocupados ―dice Gabriel,
dirigiéndose hacia el carrito de las bebidas.
Sonrisas idénticas aparecen en los rostros de sus hermanos. Teniendo en
cuenta mi estado desarreglado, puedo imaginar lo que pasa por sus mentes. Si bien
no hay ninguna falla en mi vestido, mi cabello alborotado cae por mi espalda en
una mata de rizos húmedos, y Gabriel, vestido con un pantalón caqui y una
camisa, tiene el aspecto de un canario bien alimentado. Nos vemos como si 42
acabáramos de tener sexo. Lo cual, admitámoslo, es lo que hemos hecho.
―Sí. Claro ―responde Edward. Pudo haber estado fuera de Inglaterra
durante cinco años, sin embargo, todavía posee el don de la discreción británica.
Me inclino para besar las mejillas de Bri. Es posible que seamos compañeras
de piso, pero no puedo escatimar en formalidad. No cuando voy a hacer de
anfitriona durante la cena de esta noche.
―Hola, querida ―dice Brianna, ignorando deliberadamente a Gabriel. No lo
ha perdonado por tildar a su padre de asesino. Su rostro radiante no da ningún
indicio de lo que experimentó anoche. Sin embargo, no está usando su vestido tubo
sin mangas habitual. Así que, tal vez, le hayan quedado algunos moretones―. Te
ves maravillosa.
Ella lo notaría. No hay nada como un encuentro de sexo lujurioso para poner
rubor en tus mejillas.
Marisol entra con una bandeja de aperitivos ―tapas de hongos rellenas con
cangrejo y queso crema― ofreciendo alguna clase de distracción. Hambrienta
después de nuestro vigoroso encuentro, engullo uno.
―Mmm, están deliciosos, Marisol. Por favor, dale las gracias a Jorge por
prepararlos.
―Lo haré, señora Storm. Sabe que son sus favoritos.
―¿Quieres algo de beber, amor? ―me pregunta Gabriel.
Hago las cuentas mentalmente. Alimenté a Andrew a las cinco. Mi siguiente
turno no será hasta más o menos las once. Podría tomar una copa de alcohol.
―Vino, pero esperaré hasta la cena.
―Marisol, necesitaremos el Cabernet Sauvignon Kathryn Hall. ¿Podría Jorge
preparar tres botellas? Irán bien con el filete a la pimienta.
―Por supuesto, señor Storm. ―Asiente antes de desaparecer de la vista.
―¿Filete a la pimienta? ―pregunta Edward, frotándose las manos―. Uno de
mis favoritos.
Una sonrisa ilumina los labios de Gabriel.
―Por eso le pedí a Jorge que lo preparara.
Después de que se sirve un vaso de whisky The Macallan, se sienta en el sofá.
Coloca un brazo alrededor de mis hombros y me atrae hacia él.
Más sonrisas aparecen en los rostros de sus hermanos. Su relación podría
estar tensa debido al tiempo y a la distancia por parte de Edward, y al
resentimiento de Royce por la forma en que Gabriel trató a Bri después del funeral,
43
sin embargo, están felices por él. Es una idea extraña. Bri, en cambio, no es tan
indulgente. Pero entonces, todavía está de luto por la muerte de su padre.
―Entonces, Edward, ¿qué hiciste en México durante cinco años? ―le
pregunta.
Esa misma sombra que vi antes cruza por el rostro de Edward. Algo
traumático le sucedió mientras estaba lejos.
―Enseñaba inglés, pintaba. Tomaba una siesta a mitad del día. ―Baja la
mirada hacia su vaso―. Llevaba una vida mucho más sencilla de la que disfrutaba
en Inglaterra.
―¿Y cómo ocupabas tus noches?
―Visitaba la cantina local donde los lugareños se reunían para intercambiar
chismes y escuchar alguna que otra banda de mariachi. Una bonita cantante
cantaba allí también.
―Oh, oh ―interrumpe Royce―. Ahí hay una historia, estoy dispuesto a
apostar.
Edward mueve los cubos de hielo en su vaso.
―La hay, pero no es una historia para cierta audiencia.
―Aguafiestas ―se queja Brianna, sonando un poco como la misma de
siempre.
Edward no dice nada, sino que simplemente sonríe. Hay algo más en su
negativa que solo falta de voluntad para discutir sobre conquistas sexuales.
Un grito suena en la distancia. Royce salta de su asiento, derramando su
bebida.
―¿Qué demonios fue eso?
Gabriel y yo compartimos una mirada. Parker debe haber encontrado el traje
arruinado.
―No te preocupes. No es nada ―le asegura.
―¿Nada? ―pregunta Edward, lanzando una mirada de preocupación en
dirección al grito―. Sonó como si alguien estuviera siendo asesinado.
Gabriel sorbe su bebida con calma.
―Algo lo fue. Mi traje. Parker debe haberlo encontrado.
―¿Tu traje? ―interroga Edward.
44
―Sí. Me temo que se mojó.
―¿Se mojó? Pero no ha llovido durante días ―comenta Brianna, con una
mirada confundida en el rostro.
Me estoy mordiendo el labio, tratando de aguantar la risa.
Gabriel les dirige una mirada exasperada.
―Si quieren saberlo, entré en la ducha completamente vestido.
―¿Qué? ―pregunta Edward, incapaz de comprender lo que ocurrió.
Royce, por otro lado, no tiene ningún problema para entenderlo.
―¡Sinvergüenza! ―exclama, brindando con Gabriel.
―Sí, bastante. ―La mirada intensa de Gabriel encuentra la mía y mi rostro se
ruboriza con calor. Desearía que parara con esa mierda. Sabe bien lo que su mirada
me hace.
Justo en ese momento, Marisol entra en la sala de estar.
―La cena está servida.
Gracias, Dios.
***
Durante la comida, no puedo evitar estar fascinada por ellos. Son tan
parecidos en algunos aspectos, diferentes en otros. Mientras que Gabriel y Brianna
se parecen más entre sí, la apariencia de Edward me recuerda a su madre. Pero hay
una dulzura en él que nunca he visto en ella. Y luego está Royce, el pícaro. Sí, ese
apodo le sienta bien. Hay un brillo en sus ojos que insinúa travesura.
Después de que se sirve el plato principal, Brianna sugiere una fiesta oficial
de bienvenida para Edward. Los tres vasos de vino la han relajado y la pusieron de
un humor más alegre.
―Solo la familia y algunos amigos cercanos de Edward. Elizabeth puede
planificar todo el asunto.
Me ahogo con el vino.
―¿Yo? ―No tengo ni la más remota idea de cómo organizar una fiesta
formal. El alcance de mi labor como anfitriona en Washington D.C. consistía en
servir papas fritas y salsa y ofrecer vino y cerveza cuando los amigos llegaban.
―Sí, querida, tú. Eres la condesa de Winterleagh. ¿Quién mejor para
planificar una fiesta de bienvenida para su cuñado?
Sigo olvidando que, como esposa de Gabriel, ese título se aplica a mí.
―Pero, ¿cómo…, qué debo…? 45
―No te preocupes. Bentley sabrá qué hacer ―responde Brianna.
―¿Bentley?
―Nuestro mayordomo en la mansión familiar de Londres. La cena debería
hacerse allí, ¿no les parece?
―Por supuesto ―coincide Gabriel―. En la mesa del comedor pueden caber
más invitados que en la de aquí. ―Se queda mirando a la distancia durante un par
de segundos―. Veinticuatro va a ser un buen número. Así que, con nosotros cinco,
William y su esposa, deberías invitar a diecisiete personas.
¿Veinticuatro? De acuerdo, varios van a ser de la familia, pero, ¿cómo voy a
manejar esa cantidad de personas, muchos de los cuales probablemente van a ser
miembros de la clase alta? El sudor se escurre por mi espalda.
―¿Cuándo se llevará a cabo esta cena?
Gabriel cruza las manos por encima de su plato.
―Pienso que dentro de un par de semanas. ¿Encaja con sus horarios?
Es posible que la agenda de Edward esté abierta, pero Royce y Brianna
probablemente tendrán eventos a los que asistir, tan ocupadas como son sus vidas
sociales. Me quedo sorprendida cuando ambos asienten. Supongo que la sangre
supera a todo lo demás.
―¿Dentro de un par de semanas? ¿Es tiempo suficiente para planificar una
cena de ese tamaño? ―pregunto, agarrándome a cualquier posibilidad.
Brianna bebe más vino antes de que su mirada ligeramente desenfocada se
pose mí.
―Querida. ―Agita la copa de vino―. Este será el evento de la temporada.
Todo el mundo al que invitemos dejará todo, y me refiero a todo, por asistir a esta
cena. Todos se están muriendo por saber en dónde estuvo Edward durante los
últimos cinco años.
―Te ayudaré con la lista de invitados ―propone Edward―. En su mayoría
viejos amigos, algunos conocidos de la familia. No será tan malo.
―Y yo llamaré a Bentley ―ofrece Bri―. Le diré que espere tu llamada.
Créeme, no dejará pasar la oportunidad. Le encanta entretener a los invitados. Tu
maravilloso chef puede encargarse de la comida. ―Me da palmaditas en la
mano―. Ya verás. Será divertido.
Una brillante luz ilumina los ojos de Gabriel.
―Puedes hacerlo, amor.
46
Trago saliva con fuerza para pasar el nudo del tamaño de un pomelo en mi
garganta.
―Está bien.
―¡Fabuloso! ―Royce me saluda con su vaso.
Están siendo tan dulces con su ayuda y apoyo. Solo espero no meter la pata.
―Entonces, ¿qué historia deberíamos difundir sobre los cinco años de
ausencia de Edward? ―pregunta Brianna ahora que la cena ha sido decidida.
Gabriel se inclina hacia delante.
―No recuerdo mucho sobre el hospital donde nos llevaron después del
asalto, pero recuerdo un gran caos y confusión. Podemos usar eso. ¿Qué tal si
explicamos que sus registros fueron cambiados con los de la guerrilla, y cuando
Edward se recuperó de su herida en la cabeza, no podía recordar su identidad?
―¿Quién va a creer esa tontería? ―pregunta Royce.
―Van a investigar ―opina Brianna.
―Y no van a encontrar nada ―señala Edward―. Me pusieron en la misma
habitación con un guerrillero. Cuando murió, tomé su nombre: Eduardo Pérez. La
Divina Providencia, si me lo preguntan, dado que su nombre era tan parecido al
mío.
―¿Y nadie cuestionó el cambio?
―No. Era puro caos, como acabas de explicar. Apenas habíamos llegado al
hotel donde se iban a llevar a cabo las negociaciones, cuando los guerrilleros
irrumpieron y acribillaron con sus rifles automáticos a todos los que estaban en su
camino. Para el momento en que el equipo de Jake respondió, Gabe y yo habíamos
sido alcanzados por los disparos, junto con un par de negociadores nativos. Tan
pronto como las balas dejaron de volar por el aire, las ambulancias convergieron en
la escena. Cargaron nuestros cuerpos a bordo de las camionetas, tanto a los
guerrilleros como a nosotros. Éramos alrededor de diez, creo. Si no hubiera sido
por la rapidez de reflejos de Jake, Gabe se habría desangrado. Se aseguró de que
nos dieran tratamiento prioritario.
Las lágrimas brotan de mis ojos. Me cubro la boca para amortiguar un grito.
Si Gabriel hubiera muerto, nunca lo habría conocido. Y nunca habría nacido
Andrew. Sabía que su lesión había sido grave, pero no sabía que casi había muerto.
Hasta ahora.
Como si percibiera mi angustia, la voz de Gabriel se acerca a mí.
―Está bien, amor. Estoy aquí, con vida. 47
Me muerdo los labios temblorosos.
―Edward, continúa ―le pide Gabriel a su hermano.
Edward se aclara la garganta y bebe un trago de su vino.
―Lo siento. No era mi intención disgustarte, Elizabeth. Pensé que lo sabías.
Mis disculpas.
―Está bien. Estoy bien. ―Tomo un sorbo de agua para humedecer mi
garganta seca―. Continúa, por favor.
―Me desperté de la cirugía y encontré a Jake junto a mí. Me explicó lo que
había descubierto. Que los guerrilleros no eran locales, sino mercenarios
contratados. Fue entonces cuando se me ocurrió. Lo que tenía que hacer. Morir,
para que nuestra madre ya no tuviera una excusa para herir a Gabe. Después de
que Jake y yo acordamos el plan, él se hizo cargo del resto. Nunca revelé mi
identidad a nadie, no en todos los años que viví en México.
―Qué difícil debe haber sido. Vivir en un país extranjero, rodeado de
extraños. Perder el contacto con tus seres queridos ―digo.
―No perdí completamente el contacto. Jake me mantuvo al tanto de todo lo
que pasaba. Lamenté perderme su boda y la graduación de Brianna de Oxford. Y,
por supuesto, los extrañé a todos. Demasiado. ―Sus ojos abarcan lentamente a sus
hermanos con una mirada tan dolorosa que trae más lágrimas a mis ojos.
Brianna se levanta de un salto de la silla y rodea la mesa para abrazarlo.
―Y nosotros te extrañamos a ti. ―Las lágrimas se deslizan por su rostro―.
Estamos tan felices de que regresaras a nosotros.
Después de que Brianna vuelve a su asiento, Royce se acerca y le da a su
hermano un torpe abrazo con un solo brazo.
Gabe no se levanta, pero se aclara la garganta. Probablemente, en un intento
de ahogar su emoción.
―Entonces, ¿los fondos de tu enseñanza y tus pinturas fueron suficientes
para cubrir todos tus gastos?
Edward baja la cabeza y reacomoda su servilleta, lo cual le da tiempo para
recuperar la calma.
―En su mayoría. Pero Jake insistió en depositar una cantidad en una cuenta
corriente cada mes. Apenas toqué ese dinero.
Ante la mención de Jake, Bri baja la cabeza. Lo extraña profundamente,
aunque no lo admita.
―Cuando me recuperé de mis heridas debió haber confesado la verdad. 48
―Una nota de amargura se cuela en la voz de Gabriel.
―No. Fue mi decisión, no la suya. Él hizo lo que le pedí que hiciera.
―Aun así, debería habérmelo dicho.
―¿Y qué habrías hecho?
―¡Volar de vuelta a México para ir a buscarte!
Edward arroja la servilleta sobre la mesa.
―Exactamente. Es por eso que no te lo dijo. Si hubiera regresado, ella habría
encontrado una manera de matarte. No habría parado hasta que estuvieras
muerto. Y no podía permitir eso, Gabe.
―Tienes que disculparte con Jake y pedirle que regrese ―interrumpe Brianna
en el ambiente cargado de tensión.
―No tengo nada de qué disculparme ―gruñe Gabriel.
―Gabriel ―digo―. Lo hizo por ti, por tu familia.
―Me mantuvo alejado de mi hermano durante cinco años.
La sirvienta entra con el postre ―suflé de limón― y la habitación se queda en
silencio. Las emociones se arremolinan en el aire. Amor, resentimiento. Los
hermanos Storm son tan apasionados. Tienen un apellido muy apropiado.
Una vez que la sirvienta vuelve a la cocina, Brianna explota.
―No siempre sabes lo que es mejor, Gabe. Estás equivocado, muy
equivocado con Jake.
Gabriel mete la cuchara con fuerza en el suflé.
―¿Cómo está la viuda? ―le pregunta a Edward, ignorándola a propósito.
Claramente, decidió hacer un cambio de tema. Y la pregunta es válida.
Antes de que Gabriel y yo regresáramos a Londres, él y sus hermanos
estuvieron de acuerdo en que Edward se quedara en Winterleagh para supervisar
las reparaciones en el castillo y controlar el cuidado de su madre.
Captando la indirecta, Edward le hinca el diente a su propio postre.
―Encerrada en la casa de viudas. Me pidió que fuera a tomar el té. Dos veces.
―¿Has ido? ―pregunta Gabriel.
Edward resopla.
―No.
―Creo que deberías ir. 49
Niega con un gesto.
―No quiero tener nada que ver con ella.
―Necesitamos respuestas sobre el incendio ―insiste Gabriel―. Tengo que
saber si estuvo involucrada. Quién lo provocó. Hasta ahora no hemos encontrado
nada.
Edward toma una respiración profunda y exhala.
―Está bien. Lo haré. ―Mira hacia mí―. Por Elizabeth y Andrew. Y por ti,
por supuesto ―agrega lo último casi como una ocurrencia tardía.
―Gracias. ―Gabriel le hinca el diente al postre de nuevo, esta vez sin tratar
de asesinarlo―. Entonces, ¿se ha ajustado a su nueva vida?
―En su mayoría. Pero sigue pidiendo a Tilly para que le arregle el cabello y
se encargue de su ropa.
―Le prometí un estilista.
―No lo sé, Gabe. En este momento, parece haber aceptado su destino. A
excepción de sus demandas por Tilly. Traer a un extraño podría llevarla a un
estado de locura más avanzado. A ese punto, tendremos que internarla en una
institución. Y ninguno de nosotros quiere eso, ¿verdad? Piensa en la mala fama
―advierte en un tono horrorizado.
Por un momento, Bri y Royce se miran el uno al otro antes de soltar una
carcajada.
―¿Qué? ―pregunta.
―Querido Edward. Mientras no estabas, hemos mantenido a los medios
alimentados todos estos años. Somos un clásico frecuente en las columnas de
chismes. Y ahora están obsesionados contigo. No es que eso vaya a durar. ―Su
rostro se desmorona―. Una vez que descubran que soy ilegítima, lo aprovecharán
al máximo.
―En realidad no le crees a nuestra madre, ¿verdad? ―pregunta Edward sin
malicia.
―Sí, le creo. ―El rubor en sus mejillas todavía se mantiene después de la
discusión sobre Jake―. Siempre me sentí diferente al resto de ustedes. Y ahora sé
por qué.
Gabriel deja la cuchara de golpe.
―Cristo. Mintió porque quiere lastimarte. Tu amor por nuestro padre te
vuelve vulnerable. Ella sabe perfectamente que ese es tu punto débil.
50
Levanta la barbilla.
―Bueno, voy a averiguarlo para asegurarme.
―¿Por qué querrías hacer eso?
―Porque quiero descubrir la verdad. Así sabré si soy una de ustedes o un
perro callejero.
―¿Un perro callejero? ―La vena en el cuello de Gabriel está casi por
reventar.
―No creerás que provengo de un linaje de primera, ¿verdad? Dada la
promiscuidad de nuestro padre, probablemente encontró a mi madre en los barrios
bajos en alguna parte. Quienquiera que fuese, una vez que descubrió su embarazo
seguramente fue a él por dinero. Probablemente para deshacerse del bebé. Sin
embargo, por alguna razón, él me quiso. ―Mira hacia su regazo, reacomodando su
servilleta―. Una vez que descubra la verdad, deberán realizarse cambios.
―¿Cambios? ¿Qué cambios? ―pregunta Gabriel con los dientes apretados.
―Bueno, ya no sería parte de la familia, ¿no es así? No tendría derecho al
apartamento de abajo, que solo le pertenece a los herederos legítimos. Tampoco
tendría derecho al dinero en mi cuenta bancaria. Tendría que devolverlo todo.
Gabriel se pone de pie, arrojando la servilleta sobre la mesa.
―¿Estás jodidamente loca?
―No, no lo estoy.
―Gabriel ―le advierto. Desafortunadamente, estoy al otro lado de la mesa
frente a él. No puedo tocarlo para hacer que se calme.
―¡Cristo! ―continúa―. Uno pensaría que estarías feliz de no tener a esa
perra de madre.
―Lo sería. Siempre supe que era diferente. Es por eso que mi padre me
mantuvo separada de todos ustedes.
―¡Para protegerte!
―Sí. Porque ella no hubiera dudado en hacerme daño. No pertenezco aquí,
con ustedes. Me quedaré el tiempo suficiente para la fiesta de Edward y luego
volaré a Brasil.
―¿No puedes quedarte más tiempo, cariño? ―le pregunta Edward con voz
calmada, obviamente, tratando de tranquilizar la retórica acalorada―. Ya sea si la
viuda es tu madre o no, sigues siendo mi hermana. Y me gustaría llegar a
conocerte de nuevo.
―No puedo. El proyecto se ha retrasado, a pesar de que el capataz hizo todo 51
lo posible. Hay algunas decisiones cruciales que solo yo puedo tomarlas.
Queríamos instalar las turbinas antes de la temporada de huracanes. Pero ahora no
estoy segura de que podamos armarlas a tiempo. Tendré que irme después de tu
fiesta, Edward.
―Yo también ―comunica Royce―. Styrion Industries acampó en Santa
María. Y como no he estado allí durante los últimos meses, han obtenido ventaja.
No guardo muchas esperanzas de conseguir los derechos de ese proyecto hídrico,
pero planeo intentarlo.
―Ninguno de los dos irá a ninguna parte hasta que pueda disponer nuevos
guardaespaldas para ustedes. ―Después de que Royce despachara al último, el
operativo había sido reasignado y Gabe había despedido a Jake, el que le
importaba a Brianna.
―No necesito una niñera ―replica Royce.
―Y no quiero uno ―espeta Brianna.
―¿Te has olvidado, Royce, que casi perdiste la vida en tu última excursión a
Santa María? ¿Y, Bri, honestamente tengo que explicarte el peligro para una mujer
que se mete en un ambiente de casi todos hombres sin un custodio?
―No necesito un custodio, Gabe. Puedo cuidar de mí misma.
―No me importa lo que quieran o no. Soy el jefe no solo de Storm Industries
sino de la familia ahora. Van a obedecer mis órdenes.
Bri se levanta de golpe, volcando su silla.
―¡Vete a la mierda, Gabe!
La respuesta de Royce es mucho más gráfica. Le muestra el dedo medio a su
hermano y sale dando fuertes pisotones detrás de Bri.
―Cristo. ―Gabriel se frota el rostro―. Uno pensaría que estaría encantada
de no haber nacido de esa víbora.
Me pongo de pie y me inclino sobre la mesa, mirándolo fijamente.
―Simplemente no lo entiendes, ¿verdad, Gabriel?
Él levanta la cabeza.
―¿Qué tengo que entender?
―Desestimas sus sentimientos, como si no importaran. Por una vez en tu
vida, ¿por qué no intentas ver el punto de vista de otra persona? ―Arrojo mi
servilleta sobre la mesa―. Voy a ir tras ella y tratar de calmarla. Y no volveré.
52
OCHO
Gabriel
―Seguro sabes cómo limpiar una habitación, hermano ―dijo Edward, con
calma bebiendo su vino.
Lo miro.
―¿No te gustaría seguirlos? Estoy seguro de que tienes alguna objeción hacia
mí también.
―No. ―Sacude la cabeza―. Ya he tenido bastante de ser separado de los que
quiero.
La rabia se filtra fuera de mí.
―Mis disculpas. 53
―Aceptadas. ―Apoya la copa vacía sobre la mesa, lo gira de su tallo―.
¿Puedo ser franco?
Me levanto, agarro la botella de Sauvignon y sirvo más vino en nuestras
copas. Él podría no necesitarlo, pero yo sí.
―Por supuesto.
―Sigues yendo en esa dirección, que va a crear una brecha irreparable entre
nuestros hermanos y tú.
Sentado, pongo los codos sobre la mesa, dejando caer mi cabeza en mis
manos abiertas. ¿Por qué no puedo amansar mi temperamento bestial? Brianna y
Royce son adultos. Ya no necesitan que yo pelee sus batallas por ellos. ¿Por qué
siempre estoy en control? ¿Porque tengo miedo de perderlos? Si sigo adelante
como voy, los perderé de todos modos. Me levanto, restregando mi rostro.
―Siempre los he protegido. Es mi trabajo como jefe de la familia.
Él empuja su plato, doblando los brazos sobre el mantel de lino fino.
―Reconozco tu necesidad de controlarlo todo. No es de extrañar teniendo en
cuenta lo que nuestra madre te hizo y amenazó la vida de Elizabeth. Pero Bri y
Royce no tienen perro en esta caza. ¿Por qué necesitas manejar sus vidas? Son
adultos ya crecidos.
―He estado haciéndolo durante tanto tiempo. Es… difícil soltarlo.
―¿Mi consejo? Consigue asesoramiento. Un psicoterapeuta.
―No necesito un médico traqueteando alrededor en mi cerebro.
―Necesitas algo, Gabe. No puedes seguir como hasta ahora.
―Mientras estuvo en América del Sur, Royce tuvo fiebre de la selva. Que casi
lo mata. Deberías haberlo visto. Había perdido doce kilos. Apenas podía retener
algo. Podría haber muerto, completamente solo.
―Todos morimos solos, Gabe. ―Su voz sale terriblemente triste. ¿Qué le
sucedió en México? No quiere hablar de ello, pero de una forma u otra voy a
sacarlo de él.
―Sabes a lo que me refiero. Si hubiera tenido a alguien con él, un guardia de
seguridad, un compañero de trabajo, esa persona lo podría haber llevado a un
hospital. Él como Brianna, tiene un operativo asignado en todo momento.
Descansa, mientras está aquí en Londres, pero en el segundo en que aterriza en
algún destino de mala muerte en el negocio de Storm Industries, abandona su
Guardia. No puedo soportar la idea de perder otro hermano.
―No me perdiste, Gabe. Estoy aquí. Debido a que Royce es tan inflexible
54
acerca de tener un guardia, enviaré a alguien más.
―¿A alguien más? ¿Como a quién?
―Antes de la cena, compartimos una copa en su apartamento. Está fuera de
su mente con este lugar Santa María. Al parecer, alguna antigua tribu controla los
derechos sobre el río. Por qué, es una incógnita. Para obtener la bendición del país
para el proyecto de la hidroeléctrica de Storm Industries, los ancianos de la tribu
deben aprobarlo. Y al parecer el líder es un testarudo viejo cabeza dura que cree en
un dios mítico del agua. Royce necesita un experto en tribus de América del Sur. Y,
si se puede encontrar uno, uno para esa tribu en particular. Entonces encuentra
uno y envíalo con Royce. No resentirá ni la mitad de esas personas tanto como un
escolta armado.
―¿Y dónde se supone que tengo que encontrar una persona así?
Edward mueve un hombro.
―Yo empezaría con el Museo Británico. Están obligados a conocer a alguien.
Bueno, eso se encargaría de un hermano, pero ¿y la otra?
―¿Y Bri?
Su mirada se arrastra en la dirección que Bri tomó, antes de volver a mí.
―No lo sé. Parece bastante dividida sobre el reclamo de madre de que es
ilegítima. Por desgracia, no estando en torno a Bri en los pasados cinco años no me
da ninguna idea. No puedo tener idea con ella. Parece tan fuerte un segundo y
vulnerable al siguiente. Además la muerte de padre la golpeó con fuerza. Voy a
hablar con ella y a decírselo.
―No me ha perdonado por ocultar a la viuda en Escocia y no decírselo.
―¿Puedes culparla? Regresó a Inglaterra, puso su vida en suspenso, porque
creía que nuestra madre había deslizado su correa y estaba conspirando en contra
de Elizabeth. Si hubieras compartido el paradero de nuestra madre con ella, no se
habría preocupado tanto. Piensa que no confías en ella.
Dibujo círculos sobre el mantel.
―No podía correr el riesgo de que la localización de madre saliera. No con la
vida de Elizabeth en la línea.
―Es más que eso, Gabe. ¿Qué pasa con tu matrimonio?
―Mi matrimonio no es ninguno de tus asuntos, hermano. Quédate fuera.
―Bien. Pero me parece como si pudieras usar a alguien con quien hablar.
Comienzo a protestar, pero levanta una mano anticipándose.
―Gabe, tengo la ventaja de no verlos durante cinco años. No eres el hombre
55
que eras entonces. Has aprendido a controlar tu entorno. Con buena razón. El
problema es que no le das a nadie el derecho a tomar sus propias decisiones, a
cometer sus propios errores.
―¿Se supone que simplemente deje que cualquiera de ellos viaje a
Sudamérica sin escolta?
―Enviar una niñera con ellos no facilita las cosas. Siempre has sido el
hermano más grande, al que buscamos. Cuando tenías catorce años y Royce tenía
ocho, solía imitar todo lo que hacías. Hasta la forma en que caminabas. ¿Y Bri?
Adoraba el terreno por el que pasabas. ¿Pero ahora tienen, qué? ¿Veintiséis y
veintiocho? Y tienen su independencia para hacerla valer. Algo separado de ti.
Quien lanza una gran sombra, hermano.
―Mi gran sombra nunca te molestó.
―Nunca quise ser tú. Vi lo que el peso de ser el heredero te hizo. Y no
estamos hablando de lo que nuestra madre te hizo. Estoy hablando de la capa de
responsabilidad puesta sobre ti. Infiernos, a los catorce años prácticamente dirigías
el castillo. Dios sabe que nuestro padre nunca lo hizo. Y todo lo que madre quería
que hiciera era lanzar una gran fiesta después de otra.
―Bueno, alguien tenía que asumir la responsabilidad. El lugar se caía a
pedazos.
―Tú lo hiciste y triunfaste. Mira lo que lograste. El castillo se desarrolla bajo
tu gestión, a pesar de que no te gusta el lugar. Storm Industries es una empresa
líder en proyectos renovables de energía. Tu hermana se convirtió en ingeniero de
clase mundial y en conservacionista. Y Royce hace lo que mejor sabe, explora el
mundo, buscando nuevos desafíos.
―Y he adquirido una esposa y un hijo.
―Sí. Y por lo que he visto, los amas entrañablemente. ¿No puedes
simplemente relajarte y disfrutar de lo que tienes?
Mi pierna me está molestando, así que me levanto para estirar las piernas.
―Alguien trató de matar a Elizabeth y a Andrew. No puedo descansar hasta
saber quién lo hizo.
―Hazlo. Dale tiempo. Mientras tanto, deja de presionar a todo el mundo.
―Lo intentaré. ―Es más fácil decirlo que hacerlo, resulta.

56
NUEVE
Elizabeth
La mañana después de la desastrosa cena, hago una carrera al Mirador, al
exclusivo gimnasio al que me uní para ayudarme a perder el peso del bebé. Pero
hoy tengo más ejercicio en mente. Necesito aclarar mis ideas de los
acontecimientos de anoche.
Royce y yo seguimos a Brianna a su casa. Tan pronto como entró por la
puerta, llamó al hombre que le causó el daño para programar una sesión. Cuando
se hizo evidente a quién estaba llamando y de lo que era la llamada, Royce
arrebató el teléfono de su mano, y con exquisito detalle le dijo al dom lo que haría
con él si lastimaba a su hermana de nuevo.
Después de colgar, Royce y Bri se metieron en una pelea a gritos, que cesó 57
solo cuando Royce se alejó. Me tomó una hora calmarla, pero fue un trabajo
agotador. Si seguía poniéndose de esa manera, estaría obligada a lastimarla. No me
atrevo a hacerle más preguntas acerca de su estilo de vida peligroso, pero necesito
más información para saber cómo enfrentar ese lado de ella.
Es domingo por la mañana y el gimnasio está relativamente vacío. Solo otra
persona está haciendo ejercicio, y está en una máquina de remo en el otro extremo
del lugar, de espaldas a mí, con auriculares. No hay tiempo como el presente para
hablar con Royce.
Después de marcar su número, me saluda con voz gruñona.
―Elizabeth. ¿Hay alguna cosa mal?
La pregunta justa después de los acontecimientos de anoche.
―No. Todo está bien.
―¿Quién es? ―La voz de una mujer en el fondo.
Oh, caramba. No solo lo había despertado, sino que tenía una invitada.
―Mi cuñada. Vuelve a dormir. Un momento ―me dice―. Déjame ir a la
cocina.
―Está bien. ―Espero.
Unos segundos más tarde, hace clic de nuevo.
―Me disculpo. No es mi mejor momento temprano en la mañana.
¿Temprano en la mañana? Son las diez. Pero tal vez eso califica como el
principio de su mundo. Incluso aunque mis preguntas no puedan esperar, molesté
su reposo.
―Me disculpo.
―Está bien. No te preocupes. No es Brianna, ¿verdad?
―Está bien. Durmiendo. Logré evitar que saliera ayer por la noche. Se
emborrachó en su lugar.
―El menor de dos males. ―Una puerta se cierra de golpe en alguna parte―.
¿Dónde está el maldito café?
―Lo siento ―digo otra vez, tratando de no reírme. Sé lo que se siente
necesitar esa dosis de cafeína.
―No tienes que preocuparte, amor. Ah, aquí está. Espera. Déjame comenzar
esto. ―Hago silencio mientras recibe su suministro de café―. Bien, estoy de
vuelta.
―¿Siempre ha sido así? 58
―No. Inició en la universidad. Voy dos años por delante. Poco después de su
llegada, los rumores arremolinándose comenzaron. Experimentación, lo llamaba
ella. Al principio fue bondage ligero, pero pronto escaló a látigos y cadenas. A ella
le encanta el dolor. Traté de detenerla. Pero no me escuchó. Por razones obvias, no
podía decírselo a Gabe. Y Edward estaba fuera del país. En Australia, creo, viendo
un proyecto hidroeléctrico.
Sí, la última persona a la que le diría acerca de la predilección de Brianna por
el dolor sería a Gabriel.
―No vi ninguna marca en ella cuando nos encontramos por primera vez.
¿Quién consiguió que se detuviera?
―Jake. No se molestó en razonar con ella, simplemente se apareció con
preservativos y en los clubes BDSM que frecuentaba. No sé lo que les dijo, pero
después de su conversación con ellos, los clubes le negaron la entrada, y sus
“maestros” no aceptaron más sus llamadas.
―No puedo imaginar que aceptara la interferencia de Jake sin pelear.
―Oh, se opuso un montón. Gritó, amenazó con ir a Gabe y despedirlo. Él
sabía que no lo haría. Mataría a Gabe averiguar lo que había estado haciendo
después de todo lo que atravesó.
―Todavía no tiene idea acerca de su inclinación por ese estilo de vida.
―Nunca debes decírselo, Elizabeth. ―Su tono es duro, insistente.
―No lo haré. ―Lo último que quiero es infligirle más daño a Gabriel.
―Jake no confiaba en ella para frenar su comportamiento. Así que puso una
vigilancia de veinticuatro horas en ella. Cada vez que se escapaba, alguien estaba
allí cuidándola. Si hablaba con alguien de su estilo de vida, él intervenía y se la
llevaba. Tardó aproximadamente un mes o así en romper su hábito. Ni que decir
tiene, que le molestó como el maldito infierno.
―Lo que no entiendo es, ¿cuándo tenía tiempo para estudiar? Se graduó con
doble especialidad, ¿no?
―Bueno, después de que Jake dejó el martillo, descubrió que en realidad le
gustaba la universidad. Oh, todavía estaba de fiesta los fines de semana. Mientras
eran cosas normales de la universidad, Jake no interfería. Sin embargo, durante la
semana, le daba a los libros con venganza. Se graduó summa cum laude. Gabe
estaba tan orgulloso que la envió a ayudar en un proyecto en el extranjero. En un
año, se irá para allá.
―¿Qué pasa cuando esté en el campo? ¿Regresará a las andadas?
59
―No. No sabe qué va a hacer cuando llegue a Brasil debido a que Jake ya no
está.
―Umm, ¿ese es café el que huelo? ―La misma voz femenina que oí antes.
―Sí, amor. ¿Quieres un poco?
―Umm, me gustaría probar otra cosa primero.
Un susurro final, seguido de un gemido masculino muy agradecido.
―Maldito infierno.
Oh, Dios. Tiempo para colgar.
―Adiós. Te mantendré informado. ―Cuelgo.
Claramente, Brianna necesitaba a Jake de nuevo en su vida ya que es el único
capaz de controlarla. De alguna manera, tendré que convencer a Gabriel para que
le dé una llamada y lo contrate de nuevo.
Estoy tan inmersa en mis pensamientos, que no llego a notar que alguien se
me acerca hasta que está de pie justo enfrente de mi máquina elíptica.
―Hola, Liz.
Suelto un suspiro. Brian Sullivan. El socio de Smith Cannon. Hace una vida
atrás, le di una patada para sacarlo de mi oficina después de que me insultó al día
siguiente de que mi enlace con Gabriel fue público.
―¡Brian! ¿Qué estás haciendo aquí?
―Me trasladaron a la oficina de Smith Cannon en Londres.
Maldita sea.
―¿Lo hicieron?
―Sí. Verás tengo doble nacionalidad y un título del Colegio del Rey, la firma
sintió que mis talentos se distribuirían mejor aquí en vez de en D.C. Soy parte de la
práctica de grupo de transacciones internacionales.
¿Smith Cannon le habrá dicho a Gabriel acerca de la transferencia de Brian?
Después de todo, Storm Industries es su cliente ahora. Y si lo hicieron, ¿por qué
Gabriel no me lo dijo?
―Eso es… agradable. ―No sé qué más decir. Es un bastardo y no quiero
tener nada que ver con él.
―¿Todo bien, señora Storm? ―Jonathan, mi guardia. Algo sobre mi actitud
debe haberlo alarmado. Si alguna vez hubo un momento en que lo necesité, justo
ahora es ese momento.
―Sí, Jonathan. ―Levanto los dos hombros, asegurándome de que Brian 60
entiende la naturaleza del papel de Jonathan en mi vida. Brian es alto, pero ni
mucho menos tan musculoso como Jonathan, que mide uno noventa y tres y está
construido como un semi profesional. Además, el hombre lleva pistola, sabe artes
marciales, y no dudaría ni un segundo en matar o herir a una persona, o mutilar
alguna parte importante del cuerpo, si mi vida estuviera amenazada.
―Estaré allí. ―Jonathan asiente a un lugar junto a la pared a diez metros de
distancia antes de dar zancadas y alejarse.
―Los Storm se cuidan muy bien ―dice Brian con una sonrisa.
No estoy a punto de decirle sobre mi experiencia cercana a la muerte. La
cicatriz en mi mano se curó hasta el punto de que es apenas perceptible. Además,
no me siento como para compartir esa parte de las noticias.
No con él. Ni con nadie. Las noticias sobre el incendio nunca llegaron a los
medios. Gabriel se aseguró de engrasar las palmas de los bomberos y la policía.
Cuando un reportero de un periódico local, se interesó por el incendio en
Winterleagh, se le dijo que un pequeño incendio en la cocina se presentó por lo que
se llamó al cuerpo de bomberos.
―Soy su esposa. Por supuesto que se preocupa por mi protección.
Fijando ambos brazos sobre el pecho, se balancea hacia atrás, luciendo una
sonrisa satisfecha en su rostro.
―O tal vez es miedo de que te desvíes. Tu reputación te precede.
¿Cuál reputación? Viví la vida de una monja durante tres años antes de
conocer a Storm. Pero quizá Brian sepa algo acerca de mi primer año en la
universidad cuando mi estilo de chica-fiestera casi me hizo perder una beca
completa. Pero, ¿cómo lo sabe? ¿Habrá investigado sobre mi pasado? ¿Y qué
demonios está haciendo aquí en mi gimnasio? ¿Se unió solo para poder
encontrarse conmigo? Muchas preguntas.
Vine aquí para alejarme de toda la agitación en mi vida, solo para descubrir
que algo seguro se salió de los carriles. Necesito alejarme de él y calmarme.
―Disculpa. ―Bajo de la máquina elíptica y trato de eludirlo, pero se pone en
mi camino.
Jonathan está en alerta total y da un paso hacia adelante, pero le devuelvo el
gesto. La última cosa que quiero hacer es una conmoción en un lugar público.
―Tengo una lección acuática a la cual asistir.
―Tal vez debería unirme a ti ―dice todavía con esa deportiva sonrisa
lasciva.
61
Como el demonio que lo hará.
―No puedes. Es solo para mujeres.
―Únete a mí para tomar una copa después entonces.
¿Qué pasa con este hombre? ¿No puede captar la pista? No quiero hacer una
escena, sin embargo.
Más personas han llegado. Están dispersas entre las máquinas de ejercicio,
algunas lo suficientemente cerca como para oírme si levanto la voz. Dios sabe que
la más mínima cosa que hago es causa de un escándalo o de una mención en las
noticias. Algo que intento muy duro evitar.
En voz muy suave, le susurro:
―No tomo bebidas con hombres que no sean mi marido. Adiós, Brian.
Y con eso voy al vestidor de mujeres para cambiarme a mi traje de baño.
Jonathan sigue en la entrada donde se queda hasta que salgo de mi clase de
natación.
Echo un vistazo atrás hacia donde Brian se destaca. Con los brazos cruzados
sobre el pecho, con los ojos a medio cerrar, con una sonrisa en los labios. Como si
anticipara que me posee.
―¿Jonathan?
―Sí, señora Storm.
―¿Crees que me puedas enseñar artes marciales?
Siguiendo mi mirada a Brian, se encoge de hombros antes de alejarse. Como
si Jonathan no fuera un gran problema para él.
Una sonrisa arrogante monta los labios de Jonathan mientras me enfrenta una
vez más.
―Sí, señora.
Confiada ahora, sonrío a cambio.
―¿Nos vemos en cuarenta y cinco minutos, señora Storm?
―Sí. ―Toco su brazo―. Gracias, Jonathan.
―De nada, señora.
Voy al vestidor, más en paz de lo que estaba antes. Si Brian Sullivan intenta
cualquier cosa, no sabrá lo que le devolvió el golpe.

62
DIEZ
Gabriel
―¿Regresando del gimnasio? ―Por supuesto, sé dónde ha estado. Siempre lo
hago. Sus guardias me mantienen al tanto de todas sus idas y venidas, incluso si
ella no lo hace.
―Sí.
―¿Te unes a mí para el almuerzo? Jorge preparó tu favorito. Tostadas de
arándano a la francesa.
Su cara se arruga.
―Mejor no. Acabo de pasar dos horas en el gimnasio.
―Eres preciosa, Elizabeth. Una rebanada de pan tostado francés no va a 63
destruir todo tu duro trabajo.
Ella está recortando su régimen de ejercicios, pero las tentadoras curvas aún
permanecen, instándome a estirarme y tocar lo que es mío. Pero la regla de no-
sexo, y la advertencia de sus ojos, me dice que será mejor que no lo haga. Sin
embargo, estiro la mano, esperando que la tome como la paz que le estoy
ofreciendo.
―Por favor.
―Bueno. Tal vez una rebanada. ―Haciendo caso omiso de mi mano, se
dirige hacia el comedor, donde una montaña de pan tostado y tocino francés
esperan en el buffet, junto con una jarra de jugo de naranja y una jarra de café
caliente.
Los domingos por la mañana nuestro personal sirve la comida y desaparece
en las entrañas de la cocina, a diferencia de todas las otras comidas donde nos
atienden sobre manos y pies. Así que por hoy, estamos solos.
Elizabeth llena su plato, se dirige hacia el otro extremo de la mesa a
kilómetros de distancia de donde normalmente me siento. La mesa de comedor
formal está muy bien para las cenas. Sin embargo, ¿para una acogedora tete a tetes?
No tanto.
Después de poner un montón de comida en mi plato, tomo una taza de
cafeína y un vaso de jugo, y voy a mi asiento. Durante unos minutos, nos
dedicamos a la comida sin entrar en conversación.
―¿Cómo está Brianna? ―pregunto, una vez que calmo mi hambre. Bueno, al
menos la que no se quema de deseo hacia ella.
―Enojada contigo. Necesitas hablar con ella. ―Sus ojos parpadean,
mordiendo una rebanada de tocino.
―La llamé. Cuando no contestó, tomé las escaleras a su apartamento y toqué
a su puerta. No respondió. ―Me encojo de hombros―. Es difícil hablar cuando ella
no responde.
―Encontré una nota al volver del gimnasio. Se fue a su spa. Sabrías eso si lo
hubieras comprobado con su guardia de seguridad.
―No la vigilo, Elizabeth. Es una mujer adulta y tienen derecho a su
intimidad.
Sus ojos se estrechan mientras mastica la tostada francesa.
―Mantienes control sobre mí. 64
No me molesto en negarlo.
―Eres mi esposa.
Muy deliberadamente, descansa su cuchillo y tenedor en el plato y me mira.
―¿Por qué no simplemente me preguntas acerca de Brian Sullivan? Es por
eso que me pediste venir aquí, ¿verdad?
―Te hice venir aquí porque quería disfrutar de tu compañía. Pero sí, tengo
curiosidad por saber de tu encuentro con él.
―¿Sabías que fue trasladado a la oficina de Londres de Smith Cannon?
Asiento.
―Carrey me lo informó la semana pasada.
―¿Por qué no me lo dijiste? ―Con mano temblorosa, toma la servilleta y se
limpia la boca.
¿De qué va todo eso? ¿Está preocupada por ese gusano?
―No creí que sería importantes para ti. ―Brian Sullivan la había invitado a
salir antes de conocerme. Había sido asociado de Smith Cannon en el momento.
Pero Elizabeth nunca mostró ningún interés romántico en él. A excepción de un
par de comidas de la empresa, llevadas a cabo en lugares públicos, no había
habido ninguna implicación entre ellos. Sin embargo, dada su extrema reacción,
me pregunto si hay más de su relación. Algo que no me ha dado a conocer.
―Por supuesto que es importante. Es probable que robara esos documentos
de la suite de tu hotel, los mismos que Carrey usó para exigir más dinero de Storm
Industries en el acuerdo SouthWind.
―No lo sabemos a ciencia cierta, Elizabeth.
―¿Estás investigando lo que pasó? ―Su respiración se acorta. ¿Por qué Brian
Sullivan la afecta?
―Samuel está verificándolo, pero no ha descubierto nada definitivo todavía.
―Entrecierro los ojos a ella―. ¿Quizá Brian Sullivan… interfirió contigo de alguna
manera?
Su mirada es como dardos a través del espacio hacia mí. Temo haber dado en
el clavo antes de que deje caer sus pestañas a media asta, ocultando su expresión
de mí.
―No. Es solo… que no esperaba verlo aquí, eso es todo. Me tomó por
sorpresa.
65
Está mintiendo. Él le hizo algo. Le dijo algo. Maldito infierno. No me lo dirá.
Probablemente con miedo de lo que le haría al bastardo. Pero lo averiguaré. Y
cuando lo haga, voy a cortarle los cojones y a dárselos de comer una astilla a la vez.
Recogiendo el tenedor, reanuda su comida.
―No vi a Edward entrando. ¿Fue a la casa de Royce?
Tratando de cambiar de tema, ¿verdad? Muy bien. Seguiré la jugada. Por
ahora.
―No. Se fue de regreso a Winterleagh. Recibí una llamada del contratista que
está remodelando el castillo. Algunos problemas se acercan, y Edward sintió que
debía estar allí para manejarlos. Sea lo que fuera. ―No tengo amor por
Winterleagh. Demasiados malos recuerdos. Así que estoy feliz de delegar la
restauración del castillo en Edward. Siempre le encantó el lugar.
Una expresión abatida rueda sobre su cara.
―¿Hay algo que quisieras hablar con él?
―La cena oficial de su regreso en la casa de pueblo de tu familia. ¿La que Bri
sugirió anoche? Quiero averiguar a quién quiere invitar. Supongo que tendré que
llamarlo.
Tengo la sensación de que quiere más de Edward.
―¿Es eso de lo único que quieres hablar con él?
Otra oleada de emoción rueda por su cara.
―Por supuesto. ¿De qué otra cosa iba a hablar con él?
Está mintiendo. Primero, Brian Sullivan. Ahora mi propio hermano. Dios,
¿cuántas cosas está escondiendo de mí? No me lo dirá. Y no voy a sacarle la
verdad. No aquí, donde cualquiera nos puede interrumpir. Pero hay un lugar
donde podemos ir y estar en privado. Me levanto.
―¿Terminaste con el desayuno? Hay algo que quiero mostrarte.
Se traga el último trozo de pan tostado francés.
Tomando su codo, la guío a través de la cocina, donde Jorge y Marisol están
ocupados disfrutando de su propio desayuno.
―¿Necesita algo, señor Storm? ―pregunta Marisol en su inimitable acento.
Ella y Jorge podrían haber huido de Cuba hace décadas, pero su entonación
todavía refleja su tierra natal.
―No. No nos presten atención.
―Grandiosas tostadas francesas, Jorge ―dice Elizabeth. Mientras la apresuro
por la cocina, me pregunta―: ¿Dónde está el fuego? 66
Sin decir nada, la llevo a través de la puerta trasera de la cocina, donde hay
escondida una habitación que no ha visto mucho uso. Al menos, no en las pasadas
décadas. Una vez que damos un paso dentro, cierro la puerta detrás de nosotros,
enciendo el interruptor y la lámpara de araña vuelve a la vida por encima de
nosotros, arrojando luz sobre todo dentro.
Su mirada rebota alrededor del espacio más o menos del tamaño de la
habitación de un niño. La habitación se ha convertido en un comodín para todos
los productos de limpieza, muebles sin uso, almacenamiento de comida.
―¿Qué es este lugar?
―Hubo un tiempo en que era un rincón privado. Un lugar donde mi
bisabuela y su marido disfrutaban de una cena íntima, lejos de miradas indiscretas.
―¿De verdad?
Atravieso la habitación y le doy un tirón a la cubierta de una tumbona de la
época art deco. Con el respaldo en forma de abanico, el sofá me trae a la mente una
de esas viejas películas de Hollywood, donde glamorosas actrices envueltas en
perlas y poco más están reclinadas sobre una pieza similar. Pero no necesito una
estrella. La única mujer que quiero, la única mujer que he amado está de pie justo
aquí. Mintiéndome.
Sus labios moldean una «o» de asombro y deleite.
―Es bonita.
―Tú también. ―Doy una zancada hacia ella, doblando mi mano alrededor
de la parte de atrás de su cuello. Nuestras miradas chocan.
―¿Gabriel?
La sorprendí. Debo haber ocultado mi rabia también.
―¿Qué te hizo Sullivan?
Ella se lame los labios, una táctica dilatoria que reconozco.
―Br-Brian no hizo nada.
―Estás mintiendo. ―Respirando con dificultad, bajo la cabeza, lamiendo la
vena en su garganta, saboreándola de la manera en que he querido toda la
mañana.
Ella gime cuando llevo una mano alrededor de su pecho.
―Ga-Gabriel, no podemos. Estuviste de acuerdo. Sin s-sexo.
Inclinándome hacia atrás, le doy una mirada.
―Y tú estuviste de acuerdo con ser honesta y sin embargo aquí estás, 67
mintiendo. ―La levanto, envolviendo sus piernas alrededor de mi cintura, la
tumbo en el sofá.
Cuando giro contra su vagina, un jadeo se le escapa y su respiración se
vuelve entrecortada. Su mente puede ser que desee seguir con el plan, ¿pero su
cuerpo? Se quema por todo lo que puedo darle.
Lamo el lóbulo de su oreja, mordisqueándolo.
―Ahora, ¿qué será, Elizabeth? ¿La verdad o sexo?
Por un segundo me mira fijamente y luego aprieta sus manos alrededor de las
solapas de mi chaqueta.
―Sexo. ―Me tira hacia ella y me da tanto como consigue, mordiéndome los
labios, buscando entrada en mi boca, chupando mi lengua.
Sin darle cuartel, lamo la apertura de su boca, succionando su labio inferior.
Cuando un pequeño suspiro se escapa de ella, voy a matar, invadiendo la
dulzura caliente de su boca, enredando su lengua con la mía. Pruebo el sabor dulce
de su almíbar y su propio inimitable sabor. A medida que me pongo más duro, mi
mano va al borde de su falda, subiéndola, quitándole las bragas. No necesito tocar
su monte de venus para saber que está empapado. Como siempre para mí.
Sus piernas se envuelven alrededor de mis caderas, y da tirones contra mí. La
tomo con mi brazo libre alrededor de su espalda, doblando la mano alrededor de
su trasero y la insto contra mí para que entienda la fuerza de mi necesidad.
―Hazlo, Storm. Penétrame. Duro.
―¿Qué te hizo Brian?
Ella parpadea un par de veces.
―N-nada. No me hizo nada.
―No te creo. ―Soltándola, me levanto.
Ella se encuentra en el sofá, desnuda de la cintura para abajo, su hermosa
vagina se muestra. Confusión, lujuria reina en sus ojos antes de que finalmente
entienda. Su mirada se estrecha.
―Te odio tanto en este momento.
Su olor, su evidente necesidad casi debilita mi determinación. Pero hay más
en juego aquí que un polvo rápido. Me tiene que decir la verdad.
―Ódiame todo lo que quieras, Elizabeth, pero estás mintiéndome. Y mientras
lo hagas, tendrás que pagar las consecuencias.
68
―Que te jodan, Storm.
―No esta noche, amor. ―Me enderezo la corbata antes de alejarme a
zancadas y, sin decir una palabra, salgo por la puerta.
ON CE
Elizabeth
Después de haber sobrevivido a la línea de recepción en la fiesta de
bienvenida de Edward, estoy disfrutando de una copa de champán en un rincón
de la sala. Si alguien pregunta, que nadie lo hará, no tendré que alimentar a
Andrew hasta la mañana siguiente. Y diablos, me he ganado la maldita bebida.
Durante las pasadas dos semanas, he trabajado duro para hacer de la
celebración de bienvenida de Edward un asunto brillante. Escribí a mano las
invitaciones en la papelería crema adornada con la cresta de la familia, las entregué
por mensajero a nuestros invitados, trabajé con Jorge para crear un verdadero y
excelente menú y con Bentley para asegurarme de que todo estuviera perfecto. Y lo
está. 69
Mientras Gabriel y Edward están de pie junto a la puerta, Brianna y Royce
van por la habitación, todos con la misma línea. Edward perdió la memoria y la
recuperó recientemente.
Una vez que se dio cuenta de su identidad, voló de regreso a Inglaterra para
ser recibido en el seno de su familia con los brazos abiertos. Dudo que alguien crea
seriamente esas tonterías, pero no lo cuestionan. No abiertamente al menos.
―Te ves desgarrada, querida. ―Brianna. Impresionante, como siempre en un
vestido de firme azul, la sombra del cual coincide exactamente con sus ojos.
―Gracias, Bri. ―El vestido de un hombro de crepé de seda esmeralda que
estoy usando de alguna manera se las arregla para minimizar mis curvas y mejorar
mi forma al mismo tiempo. Un sartorial diseñado por una modista que sabe cómo
vestir a una mujer con curvas. Después de que Bri nos presentó y me di cuenta de
su genio, pedí un armario de negocios completo de ella, así como de uso formal.
―Gabriel no puede apartar los ojos de ti.
―¿No? ―A pesar de que dice eso, su mirada me encuentra al otro lado de la
habitación. Mis pezones se endurecen con la promesa que veo allí. Me sorprende
que su mirada no chisporroteara y caminara a través de la habitación. Pero hay
más que hambre en su mirada, también hay dolor. Y soy la causa de él.
Porque me niego a abrirme sobre Brian. Pero si lo hago, no sé lo que Gabriel
haría. Y no quiero la sangre de Brian en mi conciencia. Podría haber robado los
documentos del hotel y ser un idiota para comenzar, pero no merece ser lastimado.
Cuando un conocido tira de Brianna lejos. Me tomo lo último del champaña y
agarro otra flauta de un camarero que pasa. Tomará una gran cantidad de alcohol
para que atraviese esta noche.
Alguien viene furtivamente a mí. Edward. ¿Cuándo dejó el lado de Gabriel?
¿Y por qué no lo noté? Porque estoy tan concentrada en Gabriel que no puedo ver
a nadie más que él, por eso.
―Te superaste, condesa.
Me estremezco por el título, sobre todo porque me recuerda a su madre.
―Gracias, pero por favor llámame Elizabeth.
―No esta noche. Esta noche eres la condesa de Winterleagh, ¿y el hombre a
través de la habitación haciendo agujeros en ti? ―Hace un gesto hacia Gabriel―.
Ese es el conde, tu marido.
Sé lo que está tratando de decir, el título de Gabriel viene con el territorio, y 70
es algo que debo aceptar, acostumbrarme a él, si nuestro matrimonio sobrevive.
―Sé eso.
Él gira su flauta de champán mientras tiene la mirada fija en ella.
―Te ama. Bastante desesperadamente, de hecho.
Ahora que sabe cómo están las cosas entre Gabriel y yo, probablemente
monte este asalto a mi sensibilidad para arreglar las cosas entre nosotros.
―Lo ha mencionado una vez o dos.
―Pero no lo crees.
Niego.
―Edward. Ahora no es el momento. Debes hablar con tus amigos. Después
de todo, eres la razón por la que están aquí.
―Lo haré. Pronto.
Un criado se pasea con una bandeja llena de canapés, incluyendo mis
favoritos, sombreros de hongos rellenos. Pero estoy demasiado nerviosa para
comer, así que no los disfruto.
―¿Por qué lo mantienes a un brazo de distancia?
Mi cabeza se sacude hacia arriba.
―¿Hay chismes sobre nosotros?
―No. Se niega a hablar de su matrimonio. No por mi falta de pregunta, por
cierto.
Juego con el collar de esmeraldas que Gabriel me dio para Navidad.
―Entonces, ¿cómo sabes… cómo están las cosas entre nosotros?
―Conozco a Gabriel. Ese aspecto de miseria en sus ojos solo puede provenir
de una cosa. Tú. Merece felicidad, Elizabeth.
Mi respiración se atrapa en mi garganta.
―Sé que lo hace. ―Como no quería que viera la humedad en mis ojos,
cambio mi mirada a la rica alfombra Aubusson debajo de mis pies.
―Necesita amor, tranquilidad, para no congelarse.
Oh, caramba. Me muerdo el labio para no romperme. ¿Por qué está haciendo
esto en un lugar público?
―¿Hay algo malo? Te ves molesta. ―Gabriel.
Le doy un tirón a mi cabeza. ¿Cuándo se ubicó detrás de nosotros? 71
Después de haber hecho su trabajo, Edward se funde con el mar de invitados,
pero no antes de que lo atrape con una sonrisa de gato Cheshire en los labios. Dijo
esas cosas para conducir a Gabriel a mi lado, el demonio.
―No. Todo está… bien.
Gabriel levanta la mano a sus labios, besa mi muñeca.
―No te ves muy bien.
En un intento de calmar mi acelerado corazón, tomo una respiración
profunda. Pero eso solo hace peores las cosas cuando respiro su cara colonia y a él.
Dándoles la espalda a nuestros invitados, permito a mi mirada vagar por encima
de él. El hambre en sus ojos me dice justo lo que le gustaría hacerme. A través de la
habitación, puede poner mi cuerpo en llamas. ¿De cerca? El tamaño, el olor y el
poder absoluto me devastan. ¿Cómo se supone que debo mantenerme alejada?
La puerta de la sala de estar se abre haciendo clic. Otro de los invitados debe
haber llegado. Su mirada se pasea por encima del hombro, y sus ojos, tan llenos de
calor hace un momento, se convierten en un bloque de hielo.
―¿Qué está haciendo aquí?
―¿Quién? ―pregunto, como si no lo supiera. Solo una persona podría
provocar una reacción tan violenta de él. Giro hacia la puerta para confirmar mi
suposición.
―Sebastian Payne. ―Aprieta.
―Lo invité. ―Mi estómago se agita de la emoción que corre por mi sistema.
Pero debo recuperarme si voy a evitar un desastre.
Su mirada se mueve de nuevo a mí.
―¿Sin consultarme?
―Consulté a Edward. Es su fiesta de bienvenida, después de todo. Cuando
mencioné a Sebastian como un posible invitado, me dio su aprobación, dijo que
sería entretenido.
―Claro.
Al otro lado de la habitación Edward levanta un vaso en dirección de
Sebastian y luego a nosotros.
―El sinvergüenza.
―Es un invitado en tu casa. Confío en que actúes civilizado.
Su mirada indignada aterriza en mí.
―¿En realidad estás sermoneándome acerca de mi comportamiento? 72
Arrogante, enloquecedor Gabriel. Y celoso. Peligrosamente. Podría hacer
fracasar todo mi trabajo de las pasadas dos semanas si no tiene su temperamento
bajo control. Adopto un tono más suave, en un intento de calmarlo.
―Tiendes a actuar un poco medieval alrededor de Sebastian.
―Eso es porque sé lo que es capaz el bastardo. Perdóname si no estoy ansioso
de que mi mujer se deje seducir por un canalla.
Mi barbilla se sacude por el insulto.
―Requiere mi consentimiento, Storm. Qué te hace pensar que sucumbiría a
sus encantos, grandiosos como puedan ser. ―Y son grandiosos. Mientras Sebastian
Payne camina hacia nosotros, atrae todas las miradas femeninas. Alto, de cabello
oscuro, con una mirada ardiente en sus ojos dorados. Pero no me hace nada a mí.
Gabriel gruñe por mi prolongado estudio de su odiado rival. Con Sebastian
en nuestra dirección, tengo que hacer algo para sacar la mente de Gabriel de las
cosas. De lo contrario, no sé lo que haría.
Me muevo cerca de él y en voz baja le digo para que solo él pueda oír.
―Gabriel. ¿Es realmente necesario que te diga que te encuentro infinitamente
más atractivo? ―Mi mano encuentra su camino hacia su pecho, no como una
maniobra sexual, sino como una forma de calmarlo.
―Pruébalo.
―¿Cómo? ¿Quieres que te bese? ¿Justo aquí, delante de todos?
―Quiero algo más que un beso, y no frente a cualquiera. En privado. ―Su
mirada va ardiente sobre mis labios, mis pechos, mi…
Mi vagina se aprieta. Alguien cerca de nosotros se queda sin aliento. Oh Dios.
Se dieron cuenta.
―Deja de mirarme de esa manera.
―¿Cómo? ―Agarra mi mano, la besa mientras sus ojos me dicen lo que le
gustaría estar haciendo en su lugar. Pero tengo que ser sensata.
―No podemos dejar a nuestros invitados.
―Bri y mis hermanos pueden manejarlos durante los cócteles. Ven.
Sin mirar atrás, me arrastra fuera de la habitación. Mi pulso corre fuera de
control.
¿A dónde me está llevando? ¿Y qué va a hacerme una vez que lleguemos allí?
Pronto tengo mi respuesta cuando me lleva por las escaleras a mi habitación 73
favorita, la biblioteca.
Tan pronto como cierra la cerradura, me empuja contra la pared, violando mi
boca. Sus labios calientes, exigentes, toman los míos en un beso que roba el alma.
Finalmente, después de que le doy lo que quiere, me rindo, se aleja.
¿Qué demonios? Me trae aquí, y todo lo que tiene que hacer es darme un beso
y me derrito. ¿Y entonces me deja? ¿Qué está haciendo?
Levanta la tapa de un viejo mundo en globo que contiene una barra en el
interior, deja caer un par de cubos de hielo en un vaso y se sirve un whisky.
Después de que toma un buen trago, agita su mano sobre el espacio.
―Me arrancaste el corazón en pedacitos en esta habitación.
―Sí. ―No había tenido otra opción, no con el pacto del diablo que convocó
su madre. Que rompiera con Gabriel, a cambio de su silencio acerca de un secreto
de familia que tendría a Gabriel devastado y arruinada a su familia.
Él anda hacia adelante hasta que está de pie a no más de veinte centímetros
de mí.
―Así que me gustaría que pudieras probar lo mucho que me amas.
―Gabriel.
―Desnúdate.
Frunzo el ceño.
―Me tomó veinte minutos conseguir tener este vestido a la perfección.
―Quítatelo o te lo quitaré yo.
Y lo haría.
―Bien.
Me pongo de espaldas a él.
―Desabróchalo. ―Sus labios, calientes, necesitados, insistentes acarician mi
espina mientras está en mi espalda. El vestido se mueve hacia abajo, pero antes de
que golpee el suelo, lo rescata y lo pone sobre un sillón de orejas.
Me quedo usando un sujetador verde, bragas a juego y zapatos de tacón alto.
Su dedo traza el borde del encaje del sujetador hasta el cierre en el frente.
―Bájalo. Quiero ver tus pechos.
Desenganchando, me deslizo fuera de él, y lo tiro sobre el vestido en la silla.
Con mis brazos en jarras, espero su siguiente paso.
Rodeándome, arrastra una mano sobre mi hombro, con los dedos en el collar 74
de esmeraldas, acariciando el valle entre mis pechos. Uno me jala contra él, de
espaldas a su frente. Duro y listo contra la parte baja de la parte de atrás de su
pene. Estoy ardiendo, solo de su toque.
―¿Te he dicho lo hermosa que eres? ―susurra su voz grave contra mi oído.
―No últimamente. ―Pero entonces no hemos estado juntos así por un
tiempo.
―Bueno, lo eres, más que cualquier mujer que haya conocido en mi vida.
Sus dedos se cuelan debajo del borde de mis bragas, acariciando mi monte de
Venus.
―Estás mojada.
―Sí. ―Siempre estoy mojada alrededor de él.
Juega con mi clítoris una vez y se retira, el bastardo.
―Ahora dime, Elizabeth. ―Mi trasero se dobla en su contra―. ¿Quieres que
te penetre?
Más que mi siguiente respiración. Pero…
―No tenemos tiempo para eso, Gabriel. ―No puedo creer que nuestra
ausencia haya pasado desapercibida. Un dato excitante para nuestros invitados
saber exactamente lo que estamos haciendo―. Pero hay tiempo para otra cosa.
―¿Por ejemplo? ―Mientras me vuelvo para enfrentarme a él, tira de mí,
frotando su pene duro en mi contra, besándome.
Echo un vistazo a través de mis pestañas, un movimiento coqueto que le
encanta. Bajando la mano a su bebida, muevo un cubo de hielo, metiéndolo en mi
boca.
―Voy a sacudir tu mundo, Gabriel Storm. Vas a venirte en mi boca, tan duro
que verá estrellas.
Me pongo de rodillas, abriéndolo lentamente. Con ojos de águila, mira cada
maniobra.
Cuando lo tomo en mi boca, sisea un suspiro. Aprieto mis manos sobre su
trasero, pasando mi lengua a lo largo de esa línea suya. Tiene un pene de clase
mundial mi marido, grande, duro, y, oh, tan ansioso por mí.
De alguna manera el alcohol me ha hecho más imprudente de lo habitual,
llevándome de nuevo a mis días de escuela cuando no tenía una pizca de
inhibición en mi cuerpo. El alcohol debe haber diluido mi reflejo nauseoso porque
lo trago entero.
75
Él se estremece.
―Jesús, José y María.
Envolviendo mi mano contra la base de su vara, bombeo al momento de
apretar sus bolas con la otra. Su cabeza cae. Ahora está jadeante. Es amante de todo
lo que le estoy haciendo.
―Voy a venirme.
Dejo lo que estoy haciendo para mirar hacia él.
―Entonces vente. ―Y vuelvo a darle placer. Sus bolas se aprietan y tengo un
único aviso medio segundo antes de que deje salir su semilla a borbotones en mi
boca. Sabe caliente, salado, potente. Sigue y sigue y sigue mientras me trago hasta
la última gota de él.
Cuando termina, me levanto, lo beso, dándole una idea de sí mismo de
nuevo.
―¿Satisfecho, mi marido?
Atrás quedaron las líneas de tensión alrededor de sus ojos. En su lugar una
alegría suave reside en lo más hondo de él.
―Por el momento. Vamos a tener que terminar esta noche. ―Me besa en la
mejilla―. Ahora, vamos a vestirte para poder unirnos a nuestros invitados.
Vamos de vuelta al salón para encontrar a Brianna echando humo.
―¿Dónde estaban? ―pregunta tan pronto como entramos en la habitación―.
Bentley ha estado evitando hacer el anuncio de la cena por los pasados quince
minutos.
―Ocupados ―dice Gabriel, sin un poco de remordimiento.
Tan pronto como la palabra sale el mayordomo entra y anuncia.
―La cena se servirá, mi señor.
―Gracias, Bentley ―digo. Hemos llegado a un entendimiento, él y yo. Él
sabe que no interferiré con el funcionamiento de la mansión adosada, y está
entusiasmado con eso.
Gabriel sonríe y asiente amablemente mientras lleva a nuestros invitados al
comedor. Tal vez mis servicios administrados para calmar a la bestia salvaje,
funcionaron después de todo.
Los asientos alrededor de la mesa tienen un orden requerido, tal como figura
en los libros de etiqueta. Como la dueña de casa, me siento en un extremo, Gabriel
en el otro. A su derecha, la mejor clasificada se sienta, una marquesa, invitada a
causa de su rango y su posición social entre la aristocracia. Ella difundirá la
76
palabra sobre el regreso de Edward a sus compinches.
Por desgracia, la más alta clasificación masculina es Sebastian Payne. Por
protocolo, debe estar sentado junto a mí. Pero después de haberlo pensado, lo
senté con Brianna a su derecha. De todos los presentes, ella es la más capaz de
mantenerlo entretenido.
Tan pronto como todo el mundo está acomodado, Gabriel se pone de pie y
brinda por el regreso de su hermano, dando las gracias porque recuperó la
memoria y volvió al seno de su familia. No tengo ni idea si los invitados creen la
mentira, pero asienten y levantan sus copas y le desean bien a Edward. Eso es lo
mejor que podemos esperar, supongo. Después del brindis de Gabriel, Royce sube
y ofrece el suyo propio de bienvenida también.
Todo brilla en el espacio, la vajilla, el material de vidrio, la araña que reina
por encima de nosotros.
Después de que los brindis acaban, Sebastian se inclina hacia mí y en voz baja
pregunta:
―¿Dónde desaparecieron Winterleagh y tú? ―Su frente se arquea hacia
arriba. El diablo. Sabe exactamente lo que estábamos haciendo.
―Nunca lo diré.
―No tienes que hacerlo. Tus mejillas rosadas hablan por ti, y lo mismo
ocurre con la mirada de satisfacción de tu marido. ―Asiente en dirección de
Gabriel, que está sentado en el otro extremo de la mesa, junto a una marquesa y a
la hija de un duque.
Sus hermanos están alrededor de la mesa teniendo una pequeña charla con
los comensales sentados junto a ellos. Después de que se sirven los aperitivos,
respiro fácil. Tal vez la cena continúe sin ningún problema, después de todo. Pero
después de que se sirve el plato principal, alguien me pregunta por Andrew.
Hablo sobre él por un minuto o dos. Alguien pregunta si voy a retirarme a
Winterleagh para el verano, o si estaremos viajando en su lugar.
En otros tiempos, la aristocracia venía a Londres para la temporada que era
celebrada desde marzo hasta principios del verano. Después de lo cual, volvían a
sus asientos o a viajes ancestrales. Pero claro, no soy parte de la aristocracia y
retirarme a un mausoleo conocido como Castillo Winterleagh nunca estará en las
cartas para Gabriel y para mí.
―Oh, no, voy a estar trabajando.
―¿Trabajando? ―La marquesa junto a Gabriel me mira como si me hubieran
salido dos cabezas.
―Sí. Estoy estudiando para ser abogada y trabajaré en una empresa 77
internacional. Para ganar experiencia.
―¿No con la compañía de tu marido? ―pregunta la marquesa, con la cabeza
gravitando entre Gabriel y yo―. Qué extraño.
―No. Yo, consideré más ventajoso trabajar en otra empresa.
―¿Dónde?
―Payne Industries.
―La compañía de Ravensworth ―dice alguien de la mesa.
―Pero. No entiendo ―dice la marquesa.
―¿Si me lo permites? ―ofrece Sebastian.
Asiento.
―La señora Winterleagh tiene una mente rara, una especialmente adaptada a
las complejidades del derecho internacional de las finanzas.
Cómo sabe eso sin ver mi trabajo, está más allá de mí.
―Así que amablemente aceptó mi oferta de trabajo para estar bajo mi cargo.
Alguien corta su respiración. Un silencio cae sobre la mesa. ¿Qué pasó? ¿Qué
dijo que fue tan equivocado?
―¿En verdad? ―La marquesa se ahoga.
Alguien murmura, probablemente la hija del concejal, una adolescente con
más cabello que ingenio.
Gabriel se pone de pie. Con el rostro rojo, camina hacia nosotros.
Oh Dios. ¿Qué es lo que va a hacer?
―Ravensworth, una palabra contigo.
―Gabriel, todo lo que estás a punto de hacer, no lo hagas ―le susurro.
Haciendo caso omiso de mi petición, permanece clavado en el suelo, un
caldero hirviente de emoción.
―Ahora, Ravensworth.
Arqueando una ceja, Sebastian se levanta.
―Si me disculpa, lady Winterleagh.
―Sí, por supuesto ―digo, tratando de poner buena cara.
Juntos, salen por la puerta, dejando un silencio impresionante atrás.
Con vergüenza hasta el núcleo, echo un vistazo por la mesa a la miríada de
expresiones en los rostros de nuestros invitados. La burla, la piedad, la diversión. 78
Dios, ¿cómo puede Gabriel hacerme esto?
Después de todo el duro trabajo que puse en ello.
Edward se levanta de su asiento y pone su mano sobre la mía.
―Voy a tratar de conseguir que se detenga.
―Por favor ―le digo en una sentida petición.
Mortificada por el giro de los acontecimientos, le hago una señal a Bentley
para servir al próximo plato, un Vichysoisse frío.
Ni una palabra es dicha por ninguno de nuestros invitados. Todo el mundo
come su sopa en silencio mientras escuchan con atención. Como yo. ¿Qué están
haciendo ahí fuera? ¿Edward habrá llegado a tiempo con Gabriel para evitar el
derramamiento de sangre? De pronto, en el silencio, el sonido de carne golpeando
carne nos alcanza. ¿Cómo es posible? Me vuelvo. Maldición. La puerta ha sido
abierta.
Mientras el calor se eleva a mis mejillas, me dirijo a nuestro mayordomo.
―Cierra la puerta, Bentley. Por favor.
Pero es muy tarde. Todo el mundo lo oyó. La hija del concejal está ocupada
enviando mensajes de texto en su celular. Solo puedo imaginar lo que está
diciendo. Pronto estará en todas las noticias que el conde de Winterleagh y el
marqués de Ravensworth pelearon por la señora Winterleagh. Mi nombre será
arrastrado por el barro. De nuevo.
Diez minutos más tarde, Gabriel vuelve a la mesa, con la corbata torcida, con
los nudillos en carne viva.
―Ravensworth no volverá. Envía sus disculpas. Tuvo que irse. A un
compromiso.
Tomando su asiento, señala a Bentley por una porción fresca de sopa. Con los
ojos abiertos, la marquesa se le queda mirando, pero reanuda su comida como si
no pasara nada.
Se había contratado un trío de música clásica para tocar para nuestros
invitados después de la cena. Pero después del postre, todo el mundo se va.
Dolores de cabeza, dolores de vientre, una miríada de razones ofrecidas como
excusas para su salida anticipada. Pero nadie expresa la verdadera razón. La
noticia que difundirán ahora sobre los contratiempos entre el conde de
Winterleagh y el marqués de Ravensworth sobre la esposa del conde.
El último invitado en salir es lady Margaret Payne, la madrina de Gabriel,
que, irónicamente, es también la tía de Sebastian. Levanta la vista a Gabriel que 79
está flotando sobre mí.
―¿Podría tener unas palabras a solas con Elizabeth?
―Por supuesto. Gracias por venir. ―Gabriel besa su mejilla antes de volverse
hacia mí―. Estaré en el salón.
Con miedo de que suelte algo grosero delante de nuestra invitada,
simplemente asiento.
Tan pronto como estamos solas en el pasillo, ella me abraza. Apenas
intercambiamos palabras en la fiesta del Día de San Valentín en su casa la noche en
que se puso de parto. Así que su abrazo me sorprende.
Sus ojos señalan más que bondad.
―Estos hombres Storm. Tanta pasión.
Los hombres Storm. Como en más de uno. Pero entonces su hermano había
sido amigo íntimo del padre de Gabriel. Así que sabe de la inclinación del antiguo
conde con sus asuntos extramaritales.
―Sí.
―Estarás bien, querida. Solo tendrás que salir de la tormenta. Si necesitas a
alguien con quien hablar, solo estoy a una llamada telefónica de distancia. ―Me
entrega su tarjeta. Impresa en una preciosa cartulina crema con fuente discreta, que
es elegante como ella.
Le doy una sonrisa temblorosa. Lo mejor que puedo hacer en este momento.
―Gracias.
En ese momento, la sirvienta regresa con su abrigo y un paraguas.
―Ha estado lloviendo mi señora. ¿Quiere que un criado la acompañe a su
auto?
―No, gracias. Pero me quedo con el paraguas.
La sirvienta asiente y desaparece de nuevo de donde vino.
Camino con lady Margaret a la puerta y bajo las escaleras. Parece la cosa
educada de hacer.
Cuando llegamos a la acera donde su auto la está esperando, se da vuelta y
toma mi mejilla.
―Ten cuidado con Gabriel. Es muy querido para mí.
La solicitud es comprensible, dado que es su madrina. Pero no puedo estar de 80
acuerdo en una cosa así.
No después de los acontecimientos de la noche.
A medida que se sube a su sedán, la luz de la farola ilumina la esquina de sus
facciones. Jadeo. Porque se asemeja a Bri. Qué extraño.
Verla desvaneciéndose en su auto, estoy tentada a caminar a casa y dejar todo
el caos atrás.
No es que quiera irme a vuelo de pájaro. Pero esa es la salida de los cobardes.
Y no puedo abandonar a Gabriel. Lo hice una vez antes con consecuencias
desastrosas. Se emborrachó al día siguiente y estrelló su Jaguar contra un árbol.
Exhalando un profundo suspiro, penosamente voy por las escaleras para hacer lo
que debo hacer.
DOCE
Gabriel
―Eres un idiota de mierda ―me grita Bri―. ¿Cómo pudiste hacer tal cosa?
En este momento hasta el último de nuestros invitados está llamando, enviando
mensajes de texto, enviando señales de humo por lo que pasó aquí esta noche.
Mañana por la mañana el evento será noticia de primera plana en el género de
chismes.
Enredo una mano en mi cabello.
―Sé eso. ¿No crees que lo sé?
Edward me entrega un vaso con más de dos dedos de licor.
―Toma, bebe esto. 81
―¡NO! ―Bri lo agarra de mi mano.
―¿Qué diablos, Bri?
―¿No te acuerdas lo que pasó la última vez que se alejó de tu vida? Porque
yo sí. Te emborrachaste y estrellaste tu auto contra un árbol. Perdiste la memoria,
te lastimaste la pierna. No voy a dejar que hagas eso otra vez.
―No voy a hacer eso. Cristo. ¿Por quién me tomas? Tengo un hijo, una
esposa. No putamente…
La puerta de la sala de estar se abre y todo el mundo se congela, incluso yo.
Elizabeth entra, su hermoso cabello en desorden. Las sombras oscuras
lastiman la piel debajo de sus ojos. Un dolor apuñala mi corazón. Yo puse esas ahí.
Yo. Y nadie más.
―Elizabeth. ―Un grito desde el corazón.
Ella no dice nada, solo se queda en la puerta, con una mirada de
desesperación en sus ojos. Cristo. La prefiero gritándome, maldiciendo mi nombre.
―Tenemos que hablar ―dice.
―Sí.
Edward es el primero en salir. Royce lo sigue, pero no antes de que apriete su
hombro en una muestra de apoyo. Bri la abraza.
―Estaré esperando fuera para llevarte a casa.
Ella abraza a Bri también.
―Gracias. Te agradecería eso.
Doliéndome por consolarla, doy un paso hacia ella. Pero antes de que mi
mano pueda acariciar su cara, tropieza fuera de alcance.
―Yo-él-Sebastian.
―Sebastian no hizo nada malo. Se limitó a declarar un hecho. Voy a trabajar
para él.
―Él dijo “debajo de ti”. ―Podría ser inadecuado, pero es la única defensa
que tengo.
―Un resbalón de lengua. Si no hubieras hecho una cosa tan grande de sus
palabras, se hubieran olvidado. En cambio tus acciones se aseguraron de que nadie
lo hiciera. Lo más probable es que todo el mundo que estuvo aquí esta noche crea
que estoy teniendo una aventura con Sebastian. Porque esa es la única conclusión a
la que se puede acceder debido a tus acciones.
―Corregiré el problema. 82
Ella cruza los brazos sobre el pecho y me mira.
―¿Cómo? ¿Cómo Gabriel?
―Encontraré una manera. Encontraré una maldita manera. ―Un espectáculo
público de acuerdo, probablemente ajustándose a la ley. No sé cómo lo haré, ya
que no puedo soportar al bastardo. Pero haré lo que sea para mantener a Elizabeth
a mi lado―. No quiero perder más de esto.
Ella no me escucha mientras camina por la alfombra.
―Decidiste comenzar una pelea con él. ¿Por qué no lo vi antes? ―dice casi
para sí misma.
―No la tuve. Esa no era mi intención.
Ella se detiene en el punto muerto de la habitación. Tan perdida en su
angustia, que se olvidó de mí.
―Y ahora va a rescindir su oferta de un puesto de trabajo. A causa de lo que
hiciste.
―Lo siento. En verdad. ―La abrazo, porque no puedo evitarlo. Necesito
sentir su corazón latiendo contra el mío, presionar su calor en mí. Esta vez me lo
permite. Pero es como agarrar un bloque de hielo.
―Te odio tanto ahora.
Sus palabras me hieren en lo más vivo, y casi me doblo de dolor. Mis brazos
caen a mi lado y, con la cabeza inclinada, me alejo.
Detrás de mí la puerta se abre.
―¿Terminaste, amor? ―Royce. Es él.
―Sí ―dice ella.
―Tengo tu chal. Vamos ―dice.
Me vuelvo a tiempo para ver que cuelga su abrigo sobre ella. Con él en un
lado y en el otro Brianna, van en silencio por el pasillo. Se abre la puerta, se cierra.
Y entonces ella se va.
Agarro la botella de whisky, sirviéndome otra bebida, y colapso en un
antiguo copetudo del siglo 18.
―Gabriel. ―Mi hermano, Edward. No me siento demasiado bien hacia él. Si
no hubiera invitado a Sebastian, nada de esto habría sucedido.
―Esta es tu culpa.
Marchando hacia mí, agarra el vaso y lo golpea sobre la mesa de tambor de
caoba.
83
―No te atrevas a echarme la culpa de tu estupidez y de tu temperamento. Te
advertí hace dos semanas cómo sería. Te aconsejé que buscaras asesoramiento.
Pero eres demasiado terco, demasiado lleno de orgullo para hacerlo. Y ahora
puedes haber perdido lo mejor que te ha pasado en la vida.
Gritando, golpeo el bar. Todo se estrella contra el suelo. Los vasos, las
botellas de licor. Las rodajas de limón, las limas y las naranjas infunden en el aire
su aroma cítrico. Dejo caer la cabeza entre las manos, restregándome la cara.
―¿Por qué invitaste a Sebastian? ¿Cómo puedes ser amigo de él, después de
lo que hizo?
―Me hizo un favor una vez, siempre, a costa de su propia reputación.
―Embarazó a esa chica en Oxford y la abandonó. Ella se mató a causa de él.
―Él no embarazó a esa chica.
Le doy un tirón a mi cabeza.
―¿Cómo lo sabes?
―Porque yo fui el responsable. Si quieres culpar a alguien por su muerte, es
mi culpa.
―¿Tú? ―Me ahogo.
―Fue en mi primer año en la universidad. Solo tenía dieciocho. No es que
sirva de excusa. No era malditamente guapo como mi hermano mayor, el que
podía tener a cualquier mujer con un chasquido de dedos. A veces ni siquiera tenía
que hacer eso. Ellas simplemente caían en su regazo. Tenías dinero, miradas,
encanto. Estaba malditamente celoso de ti. Las mujeres no venían a mí como a ti.
Pero ella sí. No podía creer que alguien tan hermosa como ella pudiera sentirse
atraída por un irregular, desgarbado pies ligeros como yo. Así que la atesoré,
tantas veces como me dejó. A veces, dos veces al día.
―¿Es por eso que tus calificaciones bajaron por un tiempo?
―Sí. Estaba demasiado ocupado con ella malditamente para cuidar de otra
cosa. Así que cuando me dijo que estaba esperando a mi hijo, le creí. Me pidió
dinero para deshacerse de él porque su papá la mataría si se enteraba. Le supliqué
que no lo hiciera. Le dije que había otra manera, pero se mantuvo firme al respecto,
así que Dios me ayude, le di el dinero que necesitaba. A excepción…
―¿Excepto qué?
―Su papá lo supo todo. Tomó el dinero y lo utilizó para pagar sus deudas de
juego. Y luego la envió a un carnicero para deshacerse del bebé. Ella murió 84
desangrada. Si lo hubiera sabido, la habría llevado a un lugar de buena reputación,
insistido en escoltarla personalmente, pero la idea de ella deshaciéndose del bebé
me ponía enfermo. Así que la dejé creyendo que cumpliría su promesa. ―Lanza su
copa a la chimenea donde se estrella en un millón de piezas―. Murió a causa de
mí. Si lo hubiera sabido. Pero en el momento en que descubrí el verdadero estado
de las cosas, ya era demasiado tarde.
―Pero ella nombró a Ravensworth como el padre de su hijo. ―No puedo
dejar ir mi animosidad hacia mi rival por la atención hacia Elizabeth.
―Se acercó a él por dinero. Nunca tenía suficiente. Le dijo que guardaría
silencio sobre el bebé si le daba más. Él sabía que el niño no era suyo. Ya habían
roto cuando yo la encontré, por lo que se negó. En realidad, no tenía dinero para
darle. Su familia estaba en la miseria.
―Así que cuando no le pagó, lo hizo público.
―Sí. Creo que en el fondo, era al único que amó. Cuando la rechazó, se
desquitó descalificándolo. Familiarizado como era con los jóvenes aristócratas que
asistían a Oxford, sabía que era el peor insulto que podía ofrecerle al hijo de puta.
Pero él no tuvo la culpa. Yo fui el responsable. Era el padre de su hijo. ―Se rompe
y se derrumba en un sillón de orejas, con la cabeza entre las manos.
―Dios, Edward. Qué tragedia en la que estamos.
―Iré arriba. ―Agarra la única botella que sobrevivió a mi ira y se va. Tendrá
una buena noche y beberá. Espero que la botella le compre el olvido. Incluso si
hubiera otra, no me haría ningún bien.
Y es en este momento de soledad, cuando estoy solo, que algo que Jake dijo
hace mucho tiempo vuelve a mí.
Si la pierdes, no habrá suficiente licor en el mundo para que te ahogues en él.
La perdí, y la única persona que tengo para culpar es a mí mismo. Trabajo
duro para ir a la puerta, por las escaleras a mi auto esperando, con dolor,
solamente. Y sobriamente frío.

85
TRECE
Gabriel
Antes de entrar en la oficina del médico recomendado por Edward, le doy
mis signos vitales a la recepcionista. Nombre, fecha de nacimiento, dirección. Dejo
en blanco la información del seguro. Pase lo que pase en esta oficina permanecerá
entre el médico y yo. No habrá ningún manejador de seguros que se dé cuenta de
lo que soy y mueva la información a algún medio de comunicación por un día de
pago rápido.
―¿A quién le vamos a facturar entonces?
―A mí. A esta dirección. ―Pongo mi dedo en la dirección de correo privada
que uso para elementos confidenciales. No quiero que ni Elizabeth ni mi secretaria
sepan de mis visitas a este médico en particular. 86
Tomando el portapapeles de mí, me invita a tomar asiento. Apenas tengo
tiempo para hojear una revista antes de que diga mi nombre.
―¿Señor Storm?
―Sí. ―Rápidamente me levanto. Habiendo determinado que no debe tomar
más de tres sesiones discutir mis problemas con el psicoterapeuta, estoy ansioso
por empezar y terminar esto.
―El Dr. Langenfeld lo verá ahora. Atraviese esa puerta. ―Apunta a la
claramente etiquetada con el nombre del médico―. No hay necesidad de tocar.
Haciendo lo que dice, entro en la oficina de Chris Langenfeld y me quedo en
punto muerto. El buen médico no es lo que esperaba. Menuda, rubia, de ojos
azules. Ah, y una cosa más.
―Eres mujer. ―Solo puedo oír la risa de Edward. El tirador no pudo
mencionar el sexo de la psicoterapeuta.
―Sí. ―Sus ojos afilados están llenos de humor. Debe recibir mucho de esto―.
¿Eso es un problema, señor Storm? ―pregunta, agitando la mano.
Parpadeo.
―Umm. No lo sé. Tal vez.
―Langenfeld & Associates tiene varios terapeutas masculinos en el personal.
Tal vez se sentiría más cómodo con uno de ellos. ―Toma asiento detrás de un
escritorio con tapa de vidrio y patas cromadas.
¿Me sentiría más cómodo dejando al descubierto mi alma, derramando todos
los detalles sucios de mi vida, a un hombre? No. Eso no sería adecuado para mí,
incluso menos. Todo este proceso huele mal, pero una doctora es el menor de mis
males.
―No. Me gustaría quedarme con usted.
―Bueno, ahora que eso está arreglado. ―Agarra un dispositivo electrónico
de su escritorio, mostrándomelo―. Me gusta grabar las sesiones. ¿Le importa?
Inclino mi cabeza.
―¿Quién va a escuchar las grabaciones?
―Solo yo. Después de la visita de un cliente descargo la conversación a mi
ordenador portátil y borro la unidad. Soy la única que tiene acceso a mi ordenador
portátil.
―Los ordenadores se han roto antes. 87
―Cierto. Sin embargo, utilizo un proceso de cifrado el-mejor-en-su-línea.
Incluso si alguien se las arregla para romper nuestro servidor de seguridad, todo lo
que oiría sería palabras confusas. Tomamos la confidencialidad de nuestros
clientes muy en serio.
Puede que no esté totalmente cómodo con la situación, pero es evidente que
ella ha tomado todas las medidas necesarias para proteger las conversaciones con
sus clientes.
―Muy bien.
Al hacer clic en la grabadora, gira sobre el eje de cromo y la silla de cuero
blanco hacia mí. Por el rabillo del ojo, veo un sofá en la esquina. Maldita sea si voy
a acostarme.
―No tengo que utilizar eso, ¿verdad? ―Tan cansado como estoy de no tener
una semana de sueño no reparador, probablemente cabecearé si me acuesto.
Una pequeña sonrisa jala de sus labios. Probablemente no es la primera vez
que le han hecho esa pregunta.
―No, si no quiere.
―Me sentaré, gracias. ―Como nunca había visitado un psicoterapeuta antes,
no estoy seguro del proceso. Desabrochándome la chaqueta, me hundo en un sillón
tapizado en blanco y espero su siguiente movimiento.
En traje azul marino de negocios de dos piezas, es hermosa, femenina, la
encarnación de todo lo que encontraba atractivo antes de Elizabeth. Y, sin
embargo, no siento el más mínimo indicio de interés en ella. Nunca pensé que
vería el día en que estaría tan colgado de una mujer.
Y sin embargo, ahí está. No puedo pensar en nadie más que en Elizabeth.
―Entonces, ¿qué puedo hacer por usted, Sr. Storm?
Por dónde empezar.
―Mi hermano me sugirió que hablara con usted.
―¿Cuál es su nombre? ―Mete la información en una Tablet. Cuando no
contesto, levanta la cabeza y me mira expectante.
―¿También toma notas?
―Sí. Ayuda con el análisis. ―Apunta a una máquina pequeña en la esquina
de su oficina―. Trituro mis notas una vez que las escribo en mi ordenador portátil.
Suficientes retrasos. Manos a la obra.
―Edward. El nombre de mi hermano es Edward. Es dos años menor que yo.
Seguramente ha leído sobre él en las noticias. ¿Cómo desapareció y solo
88
recientemente volvió a la familia?
―Creo que la mejor manera de conocer detalles de la vida es de mis
pacientes, y no de los medios de comunicación. La prensa tan a menudo hace las
cosas equivocadas.
―Bueno, en este caso, tienen derecho. Él desapareció. ―Una ola de
resentimiento me recorre―. Pensé que estaba muerto.
Su pluma se detiene sobre la libreta, y dirige una mirada curiosa hacia mí.
―¿Y cómo se siente al respecto?
―Enojado. Creí que le había causado su muerte. Entró en la trayectoria de
una bala destinada para mí. ―Paso una mano por mi frente mientras
pensamientos confusos enturbian mi cerebro―. Por favor no me malinterprete.
Estoy muy feliz de que esté vivo. Pero…
―Es cercano a él, también.
―Mucho.
―¿Por qué?
―Me dejó creer que estaba muerto ―le grito―. Ni una palabra. Por cinco
años. Cuando pudo haber llamado tan fácilmente, escrito, algo.
―Los periódicos dijeron que había sufrido amnesia. ¿Cómo iba a llamar en
caso de que no supiera quién era?
Así que había averiguado acerca de Edward de las noticias, pero prefiere
escucharlo de mí.
―Esa es la historia que alimenta a los medios de comunicación. La verdad es
muy diferente, me temo.
Paso la siguiente hora hablando de Edward, que no es por eso que vine aquí
en absoluto. Antes de que lo sepa, la hora se termina. ¿A dónde se fue el tiempo?
―Vamos a necesitar más sesiones, Sr. Storm. Creo que dos veces por semana,
si las puede manejar.
―Sí, por supuesto. ―Ahora que la presión se ha roto quiero conseguir mis
pensamientos, desenredarlos, averiguar por qué he hecho tales cosas malas. Salgo
de allí tan confundido, pero de alguna manera más ligero en espíritu. Es bueno
compartir, supongo.
Me tomé tiempo libre del trabajo, no solo para poder visitar a la doctora, sino
para hablar con Samuel sobre las dos investigaciones. Cuando llego a casa, él me
89
está esperando.
―Entonces, ¿hiciste algún progreso en la investigación de los incendios?
―pregunto en cuanto tomo asiento.
―Sí, señor. Ronald Malloy está vivo y trabajando bien en el castillo de Duke
de Wentsworth en Norfolk.
―¿Así que se fue la noche del incendio sin avisarle a nadie? ¿El fuego lo
asustó?
―No sabía nada sobre el incendio, o del Castillo Winterleagh para el caso.
―¿Cómo? ―Había trabajado como ayudante de jardinero en Winterleagh.
¿Sufrió un accidente que causó su pérdida de memoria? Desde luego, podría
identificarlo si ese fuera el caso.
―Resulta que los documentos de identidad de Ronald Malloy, junto con su
reputación, fueron robados por Bernard Simmons.
―¿El hermano de Sarah? ―Sarah, la agente que asigné para vigilar a mi
madre en Escocia, la mujer que nos traicionó al aceptar un soborno de ella. A
cambio de dinero en efectivo, había permitido a la condesa hablar con Elizabeth
por teléfono para poder amenazarla con matarla y a nuestro bebé.
―Sí. Crecieron en el mismo barrio. Mientras Ronald Malloy hizo algo de sí
mismo, Bernard Simmons se volvió a una vida de crimen. Pero se mantuvieron en
contacto. Cuando lo entrevisté, el Sr. Malloy dijo que Bernard cayó de la nada hace
un par de meses. Lo llevó a tomar algo para revivir los viejos tiempos. Se
emborrachó, tanto es así que el hermano de Sarah tuvo que llevarlo a casa. Ronald
no recuerda mucho del viaje a casa o de lo que ocurrió una vez que llegó allí. El
hermano de Sarah debe haber robado sus documentos, o al menos los fotocopió,
mientras Ronald yacía inconsciente. Cuando Ronald se movió a otro puesto de
trabajo, Bernard debió haber visto su oportunidad de solicitar la posición de
asistente de jardinero en Winterleagh. Se ven bastante igual. Es por eso que no lo
atrapamos.
―Maldita sea. ―Paso una mano por mi cabello―. Así que nuestro Ronald
Malloy era una falsificación.
―Exactamente, señor. Esto no habría ocurrido si hubiéramos tenido sus
huellas digitales. Con su aprobación, me gustaría tomar las huellas dactilares del
personal en todas sus propiedades para verificar la identidad de cada uno.
Entonces podemos correr los datos a través de una base de datos criminales y ver
si algo aparece.
Ese pensamiento me da qué pensar, pero solo por un segundo. Después del 90
incendio en Winterleagh, es un pequeño precio a pagar garantizar la seguridad de
mi familia. Y a decir verdad, de los propios empleados. En este momento los
sirvientes de Winterleagh tienen que estarse preguntando quién inició el incendio
y no deben sentirse demasiado seguros justo ahora.
―Muy bien. Pero déjame decírselos. Voy a conducir a Winterleagh y a
dirigirme personalmente a los empleados. No creo que vayan a protestar por la
medida de seguridad. Después del incendio, no pueden estarse sintiendo muy
seguros.
Escribe los detalles en su cuaderno de notas. Los dedos se detienen, hace una
pregunta de seguimiento.
―¿Qué hay de sus otras propiedades?
Asiento.
―Sí. Por supuesto. Hablaré con el personal adosado aquí en Londres. En
cuanto a las otras propiedades, me pondré en contacto con los administradores
responsables y les diré qué esperar.
―Muy bien, señor. ―Más tecleo en el ordenador portátil―. Si lo aprueba,
también hay que instituir el mismo procedimiento en Storm Industries. Ya sea en la
sede o en el campo, a cada uno se les debe tomar las huellas digitales, no solo a
unos pocos.
Jake había instituido una medida de ese tipo para el personal de alto nivel de
Storm Industries, básicamente, cualquier persona con acceso a información
sensible, y todo el personal de seguridad. Había sugerido el rango de huellas
dactilares y el personal de archivos también, pero había vetado la idea, pensando
que no era necesaria. Pero tal vez esa decisión debía ser reconsiderada.
―Dame unos días para pensar en eso.
―Por supuesto, señor Storm.
―Volviendo a Bernard Simmons, ¿qué te dice tu instinto?
Él cambia su concentración de la computadora portátil a mí.
―Que inició el incendio. ―El incendio en el dormitorio esmeralda, la cámara
donde Elizabeth había ido a amamantar a nuestro hijo. Después de alimentar a
Andrew, se había quedado dormida y despertó a un infierno de fuego.
―Estoy de acuerdo. ―No hay duda en mi mente, de que es el que lo inició.
Probablemente se coló a través de los túneles del castillo, se ocultó en algún lugar
de la habitación, y esperó hasta que Elizabeth se quedara dormida. Después inició
el fuego apilando ropa en el centro de la habitación y la incendió―. Pero, ¿dónde
91
está ahora?
―Hemos establecido una búsqueda en todos los túneles del castillo. Hasta
ahora no hemos encontrado nada.
Y varias semanas han pasado desde el funeral de mi padre. Cualquier
evidencia dejada atrás será difícil de encontrar.
―Sigue buscando. En algún lugar de uno de esos túneles tiene que estar la
prueba. ¿Buscaste en el que conduce a la ensenada de la playa debajo del castillo?
―Sí, pero hay una cueva reciente en la que realizar la búsqueda, es más
traicionero de lo que me gustaría. Adquirí los servicios de un experto en
exploración de cuevas. Llegará la próxima semana. Si hay algo allí, lo encontrará.
―Gracias, Samuel. ¿Y la otra cosa que te pedí que investigaras?
―El conserje ya no trabaja en el hotel. Fue despedido con poco aviso. No se
pudo obtener nada de la dirección del hotel, pero lo localicé. Asegura que fue
injustamente acusado de recibir un soborno. A pesar de que obtuvo otra posición,
el hotel donde ahora trabaja no goza de la misma excelente reputación que el
antiguo, por lo que las propinas son probablemente menos generosas. Está
amargado, pero más que dispuesto a cooperar para limpiar su nombre.
―Muy bien. Es posible que desee hablar con un botones llamado Julio. Le di
propina un par de veces. Ve si tiene algo que ofrecer.
―Lo haré.
―Hasta que encontremos el paradero de Bernard Simmons, ten a la
seguridad de Elizabeth observando cada detalle atentamente. No irá a ninguna
parte sin Jonathan Tilden.
―Sí, señor.
―Gracias, Samuel. Eso es todo. Tan pronto como oigas algo, avísame.
―Por supuesto, señor Storm.
Después de irse, dejo caer la cabeza en el respaldo de la silla y me torturo con
el pensamiento. ¿Qué pasa si Bernard Simmons está por ahí en alguna parte
planeando atacar de nuevo?

92
CATORCE
Elizabeth
Dos semanas han transcurrido desde la fiesta del regreso a casa de Edward en
el palacio de la familia. Con sus hermanos fuera de la ciudad, Bri se fue a Brasil,
Royce volvió a Sur América, y Edward de vuelta en Winterleagh, Gabriel y yo nos
sentamos a través de la mesa del vasto comedor, comiendo la cena solos. Bueno,
tan solos como podemos estar con varios sirvientes alrededor.
Gabriel y yo hemos estado de puntillas alrededor del otro durante los
pasados catorce días. Durante el día, vengo para alimentar y jugar con Andrew.
Pero por las noches, me quedo solo el tiempo suficiente para la cena antes de
refugiarme en el apartamento de Bri. Decir que las cosas están tensas entre
nosotros es un eufemismo. 93
―¿Sabes algo de Bri? ―pregunto, sumergiendo mi cuchara en la sopa de
papa con puerro.
―No. Le llamé por teléfono y le dejé mensajes de voz, pero no me ha
devuelto las llamadas. Oí de su jefe de equipo.
―¿Oh? ―No sé si eso es un procedimiento operativo estándar o algo inusual.
―Están teniendo complicaciones. Hurtos de equipos, destrucción. Y los
trabajadores están teniendo problemas con Bri.
Mi cabeza se levanta con eso.
―¿Qué tipo de problemas?
―Malinterpretan sus instrucciones, la desobedecen francamente. Los locales
no responden bien a una mujer a cargo.
―¿Ha tenido estos problemas en el pasado?
―No. Jake los mantenía en línea. Terrence, quien tomó su lugar en Brasil
como jefe de seguridad del proyecto, no posee el don de mando de Jake.
Arrugo la frente.
―Entonces, ¿por qué no lo envías allá?
―Terrence habla portugués con fluidez. Pensé que ayudaría.
Infortunadamente, no lo hizo. Al menos no lo suficiente. Pero por algo que dijo el
capataz, no hay más que la débil capacidad de gestión de Terrence. El
comportamiento de Bri puede ser responsable de los problemas.
―¿Bri? ¿Qué hizo?
―Está actuando fuera de carácter. Presiona por más detalles, por supuesto,
pero se niega a proporcionar más información. ―Descansa su cuchara en el tazón
de sopa―. Odio hacerlo porque lo necesitamos aquí, pero voy a tener que enviar a
Samuel a Brasil para tener una idea de las cosas.
―Tan altamente como pienso en él, no es el hombre para ese trabajo. No si se
trata de Bri.
―Entonces, ¿a quién sugieres?
―A Jake.
Su mano se aprieta alrededor del utensilio de comer.
―Él no está disponible.
―¿Cómo lo sabes? ―Empujo―. ¿Has hablado con él?
―No. No desde… que lo dejé ir.
94
Limpio mi boca con la servilleta de lino.
―Desde que lo despediste, querrás decir. Tu hermana necesita a Jake,
Gabriel. Debes reparar tus cosas con él.
Él deja la cuchara, inclinándose hacia atrás en su silla.
―¿Y cómo se supone que voy a conseguirlo? No dejó exactamente una
dirección de reenvío.
La noche que Gabriel lo despidió, Jake volvió a Londres, agarró sus cosas, y
saltó en su motocicleta Ducati, para no ser visto de nuevo. Pero dudo que no
pueda ser localizado.
―Tal vez no contigo, pero seguramente con Samuel dejó algún contacto. Jake
no hubiera desaparecido sin dejar un número de teléfono u otra forma para
seguirle la pista.
Gira su copa de vino.
―Se fue sin despedirse de ella ―dice en una voz mucho más suave.
―Lo despediste. Tenía que romper las cosas con Bri.
―Podría haberse quedado en contacto con ella. ―Su tono se vuelve
acusatorio.
¿No puede ver la situación imposible que creó?
―¿Y cómo hubiera funcionado eso, Storm? Ella estaría dividida entre la
lealtad a ti y su atracción por Jake.
Da una mirada interrogante sobre la mesa hacia mí.
―¿Crees que Bri le daría la bienvenida a su participación en Brasil?
―Creo que sí. No pretendo entender la dinámica de su relación. Pero él es su
centro de alguna manera. Ahora que no está aquí, bien, es como que perdió su
ancla. Viste la forma en que actuó en la cena de Edward cuando la cuestión de su
legitimidad salió. Se rompió en pedazos. Y sin Jake alrededor… No hubo nadie allí
para ayudarla a recoger los pedazos. ―Un poco más de la copa de vino gira.
―Siento que esté tan molesta por el anuncio de nuestra madre. Dudo que la
viuda dijera la verdad.
Nuestra conversación se detiene temporalmente mientras la limpieza se lleva
los platos de sopa y los reemplaza por el entrante y los acompañamientos, pollo
Kiev, verduras asadas y puré.
Tan pronto como desaparece a través de la puerta giratoria que conduce a la
cocina, digo:
95
―Ella no estaba mintiendo.
Él entrecierra los ojos.
―¿Cómo lo sabes?
―Brianna puso a un sirviente para que tomara cabello del cepillo de tu
madre para hacer una prueba de ADN. Salió que no son parientes. Bri no es hija de
tu madre.
Su tenedor traquetea en su plato.
―¿Por qué no me dijo algo?
―Solo lo descubrió un día antes de irse. Y ella y tú no estaban exactamente en
términos de hablar en ese momento.
Deja sus manos sobre su plato.
―Debería haberme dicho algo. No es que me importe. Sigue siendo mi
hermana, no importa quién sea su madre.
―Ella está preocupada, Gabriel. Mucho. Le da mucha importancia a ser
miembro de la aristocracia y una parte de su familia. Ahora alguien nacido en el
lado equivocado de la manta no tiene derecho a los beneficios que vienen junto con
ser una heredera legítima.
―No apoyo esa interpretación.
―No importa lo que pienses. Esa es la forma en que lo ve. ―Hombre
obstinado, terco.
―Cristo.
―Así que por eso necesita a Jake. Él puede ayudarla a encontrar su paso de
nuevo. Solo piensa en ello, ¿está bien?
―Está bien. ―Escupe con dientes apretados. Claramente, lo último que
quiere hacer es pedirle a Jake un favor después de la manera tan humillante en que
Gabriel lo despidió. Pero es algo que debe hacer. Por amor a Bri y por el bien de
Storm Industries también.
Me gustaría no tener que hacerlo, pero tengo que sacar algo más, algo que no
le va a gustar.
―Mañana empezaré a trabajar en Payne Industries ―digo abruptamente
después de que se sirve el postre.
Después del altercado entre Sebastian y Gabriel en la celebración de
bienvenida a casa de Edward, pensé que trabajar en Payne Industries se había ido
para siempre. Pero para mi sorpresa, Sebastian me llamó al día siguiente, confirmó
96
la oferta de trabajo y me pidió mi fecha de inicio. Inmensamente agradecida, no lo
dudé y le dije que podía presentarme a trabajar en dos semanas, lo que hace de
mañana mi primer día.
Gabriel hace una pausa antes de meter la cuchara en el sorbete de grosella
negra.
―¿Lo harás? ―No por una ceja levantada regalará sus sentimientos.
―Sí. Estaré fuera de las diez a las dos. Jonathan será mi guardaespaldas.
―Cuando discutí el acuerdo con Samuel, le pedí no decirle a Gabriel hasta que
tuviera oportunidad de hablar con él. No le gustó, pero accedió a guardar silencio.
Conducir desde y hacia el trabajo está fuera de pregunta. Gabriel nunca aprobaría
eso, pero había insistido en que solo una persona cuidara de mí y Jonathan eligió al
guardia menos objetable.
―¿Sabes lo que vas a hacer?
―Trabajaré en legal, eso es todo lo que sé. La experiencia debería mejorar mis
posibilidades de ser admitida en el Colegio del Rey.
―¿Así que asistirás a la escuela en el otoño?
―Si soy admitida en el programa de doble titulación, tendré que volver a
D.C. en agosto y terminar un semestre final allí.
―¿Y regresar a Londres y hacer tu trabajo en el Colegio del Rey en la
primavera? ―Hay un borde en su voz, como si estuviera seguro de mi respuesta.
―Al inicio, sí. Pero necesito completar tres años aquí también.
―¿Y qué hay acerca de tu… trabajo en Payne Industries?
―Tomaré un año sabático mientras estoy en D.C., Sebastian ya lo aprobó.
Cuando regrese de nuevo, volveré a trabajar con él.
No expresa ninguna objeción. Tengo que darle crédito. Está tratando de
permanecer neutral. Pero quiero más de él.
―¿No puedes ser feliz por mí, Gabriel? Esto es exactamente lo que quiero.
―¿Y qué pasa con Andrew? ¿Obtendrá lo que quiere?
―Andrew no estará descuidado. Le daré de comer antes de salir y estaré de
vuelta para su comida de la tarde.
―Hay mucho más en la crianza de un niño que alimentarlo.
Me muerdo el labio para no arremeter contra él.
―Juego con Andrew cada que puedo. Simplemente no estás aquí para verlo. 97
―Debido a que estoy en el trabajo. Cristo. ―Sacude su servilleta sobre la
mesa―. ¿Qué hay de mí? ¿Qué hay de tu esposo? ¿No cuento en todo esto?
Apenas me has hablado las pasadas dos semanas. Y quiera Dios que vengas a mi
cama.
―¿Puedes culparme después de tu pelea con Sebastian? Tengo suerte de
tener trabajo después de la forma en que actuaste.
―Ese bastardo no te merece.
―No me tiene. Está contratando mis servicios. ¿No puedes entender eso?
Sus manos tiemblan mientras las pone por encima de su plato, negando.
―No entiendo tu necesidad de trabajar. No cuando tienes todo aquí. Si solo
fueras por ello.
Al mirar hacia abajo, giro mis anillos de boda y de compromiso.
―Perdí cosas que mi madre me prometió, cosas que nunca me dio. El sistema
de cuidado de crianza me falló colocándome en una situación peligrosa.
―Levantando la cabeza, le di una mirada firme―. ¿Pero mi cerebro y el trabajo
duro? Puedo contar con ellos.
―No soy tu madre. No soy el sistema de cuidado de crianza. Puedes contar
conmigo.
―Solo cuando es a tu manera. Cuando no, me lanzas a algún lugar y te
acuestas conmigo para probar tu dominio sobre mí. Esa no es forma de llevar un
matrimonio, Gabriel. ―Dios, realmente espero que los sirvientes no puedan oír
nada de esto.
―¿Cuál matrimonio? Estás durmiendo en una cama extraña, vas y vienes a tu
gusto.
―¿Se supone que debo mantenerte informado de mi paradero?
―Solo me gustaría compartir cosas como hacen la mayoría de las parejas. En
este momento somos como dos barcos que pasan la noche. Si no fuera por Andrew,
nunca te vería. ―Su mirada se suaviza―. Extraño verte al final de mi día, hablar
las cosas contigo. Echo de menos inhalar tu olor, la sensación de tu cuerpo junto al
mío. Te extraño, Elizabeth, por mucho que me duela a veces. Así que perdona si no
puedo estar feliz por estas ganas tuyas de trabajar en Payne Industries. Porque lo
veo como que pondrá más distancia entre nosotros. Puedes ir a trabajar para él,
pero será sin mi bendición.
―¿Por qué no?
―Cuando me casé, tenía todos esos sueños. Que fueras mi amiga, mi amante, 98
mi esposa. Que compartiéramos cosas, que tuviéramos hijos.
¿Hijos?
―No sé si vamos a tener más de uno. Ahora mismo parece dudoso.
―Sé que fue una ilusión, que fue solo un sueño.
―Nunca te mentí acerca de lo que quería.
―No, no lo hiciste. Dejaste muy claro que querías una carrera en leyes. Solo
pensé… que podrías cambiar de opinión. Que podría hacer que quisieras ser una
esposa para mí, una madre para Andrew más de lo que querías una carrera.
Supongo que estaba equivocado. Es difícil renunciar a ese sueño. Acepto tu
decisión, Elizabeth, pero temo que estar feliz está más allá de mí.
Quiero llegar al otro lado de la mesa y darle seguridad. Pero está tan lejos. La
mesa es de al menos cuatro metros de largo. La mirada en sus ojos me asusta. Es de
tanto dolor. Quiero aliviarlo, pero significaría renunciar a mi sueño. Cuanto más
tiempo dure nuestra separación, más parece que uno de nosotros tendrá que ceder
con el otro. Y eso no funcionará. No a largo plazo. Mi respiración se corta. No
quiero perder a Gabriel. No quiero renunciar a mi carrera.
¿Qué diablos voy a hacer?
―Disculpa. ―Dejando el sorbete sin tocar, se levanta del comedor, su cojera
es más notable.
¿Debo seguirlo? O darle espacio. Sin saber si darle comodidad o dejarlo a su
propio aire, vacilo. Una puerta se cierra en la distancia. Bueno, eso es todo,
supongo. Me levanto de la mesa y voy abajo a la casa de Bri a pasar otra noche sola
sin fin.

99
QUINCE
Elizabeth
―Hola, soy Charlie, tu asistente. Traigo regalos. ―La rubia de treinta años,
con color rojo y rayas, deja una taza en mi escritorio. Café por el aroma―. No sabía
si lo tomabas negro, así que traje un par de cremas y algunos edulcorantes.
Me levanto, estrechando su mano.
―Gracias, Charlie. Gusto en conocerte. ―Esta mañana me levanté temprano,
subí las escaleras hasta el ático en un intento de hacer las paces con Gabriel. Pero
me dejó golpeando la puerta. Recordando cada momento de nuestro encuentro
pasado, me había duchado en nuestro baño, deseando que estuviera allí, deseando
que de alguna manera pudiera cambiar las cosas y hacer todo bien de nuevo.
―Para que lo sepas, todos en la oficina saben acerca de los asuntos de tu
100
marido y Sebastian. Creen que te ofreció trabajo porque te estás acostando con él.
Me ahogo con el café.
―¿En serio?
―Sí. Salió en todas las noticias.
Me muerdo el labio.
―Realmente odio la prensa británica.
―No lo creo.
―¿No?
Ella niega. Su cabello presenta una gran variedad de colores, reflejos rojos y
rubios. O tal vez es al revés. Es alta y muy, muy delgada.
―No eres su estilo. Le gustan rubia, bustonas y estúpidas. Es posible que
tengas la forma correcta, pero no eres rubia y ciertamente no estúpida. Además, si
alguien se molestara en prestar atención, Sebastian Payne no se mete en el
territorio de otro hombre. Lo que no puedo entender es el acuerdo con tu marido.
¿No le importa compartir?
No tiene idea de lo que está hablando, pero no voy a derramar mis tripas
sobre Gabriel o mi matrimonio, especialmente con alguien que conocí hace unos
desnudos cinco minutos.
―Lo siento, Charlie. No hablo de mi vida personal.
Ella se encoge de hombros.
―Muy bien, querida. ¿Deseas el tour ahora?
―¿Cuál tour?
―Los baños, la sala de descanso, los servicios de oficina, ese tipo de cosas.
Además de presentarte a todos los jugadores.
―Está bien. ―La sigo por la puerta.
―Primero, Natalya. La extraordinaria comedora de hombres. No puedes
estar lejos de ella. Suerte querida.
Natalya es curvilínea, rubia, y tiesa. Está en el teléfono mientras pasamos, por
lo que todo lo que consigo es un gesto de mano de uñas rojas, bien cuidadas.
Damos vuelta a la esquina para encontrar a cincuenta y tantos empleados
escribiendo en su computadora.
―Bertha. La secretaria principal. Mantente en su lado bueno o hará tu vida
imposible. Le encantan los chocolates.
101
―Lo tengo.
Después de que Charlie lleva a cabo las presentaciones, le digo:
―¿Cómo estás, Bertha?
Ella asiente.
―Señora Storm.
―Oh, por favor llámame Elizabeth.
―No hacemos eso aquí, señora Storm. ―Aprieta los labios sin siquiera una
insinuación de sonrisa.
Tendré trabajo en cortarla. Pero he estado allí, hecho eso, sé exactamente qué
hacer. Hay un marco en su escritorio con una foto de dos niños de dientes
separados.
―Qué magníficos niños.
El hielo se rompe un poco.
―Mis nietos.
―Son hermosos. Tengo uno propio.
―Sí. Lo sé. ―Parece sacar una sonrisa. Punto para mí.
Cambiando de tema, Charlie apunta al siguiente asistente administrativo.
―Nicholas. Malditamente maravilloso. Por desgracia, homosexual. Aún se
recupera de una ruptura dolorosa. Si no estoy, acude a él.
Después de que intercambio algunas bromas con el magnífico Nicholas,
continuamos el recorrido con Charlie haciendo comentarios sub rosas sobre todos
y cada uno de los miembros de AA.
Después de un recorrido por todo el piso, incluyendo el baño de mujeres, la
sala de descanso y la habitación de copias, estoy de vuelta en mi escritorio, donde
Charlie me muestra cómo arrancar el ordenador. Mi contraseña me fue entregada
en una carpeta, pero no tengo la más mínima idea de cómo sacar nada.
―El entrenamiento será mañana. Querían que lo tomaras con calma el primer
día. Tienes una reunión a las once con Trevor Howard, el jefe de jurídico, él, tú y
Sebastian Payne estarán asistiendo a un almuerzo a la una.
¿Almuerzo con el director de legal y la cabeza de la empresa? Parece un poco
más para una empleada a tiempo parcial.
―¿Todos los nuevos empleados disfrutan de una cálida bienvenida?
―No. Lo que hará la vida aún más difícil para ti. Cuidado con Miranda
102
Hopkins.
―¿Quién es?
―La directora adjunta de legal, también conocida como la bruja. Piensa que
todo el mundo está tras su trabajo. La palabra es que te ve como una amenaza y te
hará la vida imposible si la dejas.
Estupendo. Una complicación más en mi vida. Como si no tuviera suficiente.
―Lo tengo.
―Ah, y una cosa más.
―Sí. ―Me preparo para otro golpe.
Ella ondea una uña negra lacada hacia mí.
―¿Tu vestido? Adivina.
Aliso abajo la falda del vestido que me pasé media hora escogiendo ayer por
la noche. El corpiño, recortado en todo el seno, ofrece un toque de escisión, antes
de que se estreche hasta una cintura entallada y una falda acampanada. Arrugo mi
cara.
―¿Es demasiado?
―Cariño, es la combinación perfecta de elegancia y sofisticación en los
negocios. La bruja te odiará con las tripas solamente por eso. ¿Dónde lo obtuviste?
―Mi cuñada encontró a esta nueva diseñadora para mí.
―Vas a poner a esa diseñadora en el mapa, simplemente observa. Bueno,
tengo que volver a mi escritorio. Si necesitas algo, sólo tienes que apretar este y
contestaré. ―Apunta a un botón rojo en el teléfono.
―Gracias, Charlie. Realmente aprecio la ayuda.
―En cualquier momento, querida. ―Y con eso, se va.
Me río. Por lo menos, es divertida. Mis horas de trabajo son de diez a dos.
Pero estoy adivinando que irá más allá de ese tiempo hoy si me llevarán al
almuerzo a la una, pero se lo prometí a Gabriel. Y quiero mantener mi palabra.
Llamo para decirle que probablemente llegaré tarde a casa y consigo su correo de
voz. Después de dejar un mensaje, llamo a Jonathan y le digo sobre el almuerzo. La
disposición es que no necesitaré un guardia en el trabajo, pero en el segundo en
que ponga un pie fuera del edificio, estará allí.
La reunión con Trevor Howard va muy bien. Después de una breve discusión
de los proyectos en los que están trabajando, me entrega el archivo de una empresa
estadounidense con problemas que Payne Industries está pensando adquirir. Le
gustaría que analizara los datos financieros y me pusiera en contacto con él para el 103
fin de la semana.
Vuelvo a mi oficina, una considerable y sorprendente teniendo en cuenta mi
estado a tiempo parcial, y me sumerjo en el trabajo. Lo que parece ser un poco más
tarde, alguien llama a mi puerta. Miro hacia arriba para encontrar a Sebastian de
pie allí.
―¿Lista? ―pregunta.
Echo un vistazo a mi reloj.
―¿Es la una ya? ―¿A dónde va el tiempo? Obviamente cincuenta minutos
después de la una no será suficiente para trabajar en las tareas. Tendré que llevar
un poco de mi trabajo a casa.
―Espero que te guste el restaurante que elegí ―dice, llevándome por el
pasillo.
Antes de que tenga la oportunidad de responder, Natalya da la vuelta a la
esquina y tropieza con Sebastian. Los papeles que lleva se dispersan por todo el
suelo.
―¿Estás bien? ―le pregunta Sebastian mientras recoge los papeles.
Levantándose, se los da.
Ella agarra los documentos a su pecho, enseñando su seno bastante
impresionante en su totalidad, y susurra un murmullo entrecortado.
―Sí. Lo siento mucho. Tan torpe de mí. ―Sólo para asegurarse de que tiene
toda su atención, agita sus ojos también.
En el escritorio de al lado otra vez, Charlie pone los ojos en blanco.
Probablemente ha visto esta maniobra en particular antes.
―Bueno, mientras estés bien ―dice él, rechazándola y dirigiéndose a mí―.
¿Lista?
―Por supuesto. ―Le doy una sonrisa ganadora.
Detrás de él, Natalya estrecha su mirada hacia mí. Bueno, ciertamente hice
una enemiga en mi primer día en el trabajo también.
―¿A dónde iremos? ―pregunto, ya cerca del ascensor, donde Trevor espera
por Howard.
―A Le Rêve.
***
Por la recepción del maitre y de los camareros con guantes blancos, puedo
decir que el restaurante es de primera línea. Después de que nos sentamos, un
plato de galletas de queso es puesto frente a nosotros. Se ven muy tentadores, pero 104
he trabajado duro para cuidar mi peso y me limito a tomar uno.
A través de los aperitivos, seguimos conversando sobre los proyectos en los
que trabajan. Está claro por la conversación de Trevor y Sebastian que quieren
tener éxito en Payne Industries.
Estoy muy feliz con mi recepción hasta el momento, y se los digo. Charlie es
una maravilla y la asignación que Trevor me entregó es exactamente el tipo de
trabajo en el que prospero. Al parecer aliviados, se relajan contra los asientos, y la
conversación se mueve a temas más mundanos.
Es sólo cuando el plato se sirve que ocurre un desastre. Gabriel está en la otra
mesa. Oh Dios. ¿Por qué tiene que estar aquí? Hoy de todos los días. Samuel está
con él. Dudo que discutan un asunto de seguridad en un lugar público. ¿Qué está
haciendo? Nunca le dije a dónde iríamos a comer. Sobre todo porque no lo sabía.
¿Esto es pura coincidencia? ¿O Jonathan le llamó para decirle a dónde iba?
Cuando se acerca a nuestra mesa, dejo de comer y pongo la servilleta en mi
regazo. ¿Qué va a hacer? No puede entrar en un altercado público con Sebastian,
no aquí, en un restaurante con clase. Aguanto la respiración sin saber qué esperar.
―Querida. ―Se inclina y deja caer un beso en mis labios―. Qué agradable
encontrarme contigo.
A nuestro alrededor, las cabezas se giran en nuestra dirección. Tal vez sea
simple curiosidad. Y tal vez sea más que eso. La tarea pendiente entre Gabriel y
Sebastian recibió una gran cantidad de juego en la prensa, por lo que más de uno
de los comensales puede imaginar esperar una segunda ronda. Enferma del
estómago, envío una oración a la divinidad que está viendo desde arriba. Por favor,
no dejes que esto se convierta en otro desastre.
―Ravensworth. ―Estira la mano y se la ofrece con amistad a Sebastian.
Sebastian, que se puso de pie tan pronto como Gabriel se acercó, le da la
mano todo sonrisas. Yo respiro tranquila. Parece que esta vez no habrá sangre
derramada.
Le presenta a Trevor a Gabriel. Estoy muy contenta de que Sebastian lo hubiera
incluido en el almuerzo.
De lo contrario, podría parecer que estábamos teniendo una comida íntima. Y
debía evitar eso a toda costa.
―Bueno, te dejo con tu coq au vin. ―Gabriel me besa de nuevo, apretando
mucho mi fría mano―. Nos vemos en casa, querida.
―Sí. ―Le doy una sonrisa de agradecimiento. A gusto ahora, puedo 105
reanudar la conversación con mi jefe y su jefe.
El almuerzo sigue, volvemos a la oficina. Dado que son más de las dos, apago
la luz y salgo.
Esperando ver a Jonathan, me deslizo en la familiar limusina esperándome en
la acera. Pero no es mi guardaespaldas quien me espera.
―¡Gabriel!
Me arrastra al acero de su pecho.
―Eres mía y de nadie más, ¿entiendes?
Mi dulce marido. Posesivo hasta el final. Hundo mi mano alrededor de su
mejilla.
―No obtendrás ningún argumento de mí en ese sentido.
Con un gruñido, toma mis labios, besando, lamiendo, devorando.
Agarrándome a él, le devuelvo plenamente el beso y le doy acceso completo a mi
boca. Huele tan bien, y sabe como el pecado mismo. Cuando su mano se levanta al
dobladillo de mi vestido, ofrezco una pequeña protesta.
―¿Ahora? ¿Aquí?
Una sonrisa torcida va a sus labios.
―Estaremos en casa en quince minutos. El tiempo justo para hacerte venir.
En el segundo siguiente, su mano encuentra y arranca mis bragas. Tira de mí
a través de su regazo para estar montada entre sus caderas.
―Esto no es suficiente. Necesito ver tus senos.
Prácticamente se disloca el hombro, se estira detrás de mí y abre el vestido.
Tan pronto como lo afloja, da un tirón hacia abajo para mostrar el sujetador de
encaje cubriendo mis pechos.
El frente es un juego de niños para él y pronto mis pechos se están
derramando en sus manos. Hace una pausa por un momento para tomarlos antes
de elevar una mirada llena de lujuria hacia mí. ¿Habrá habido alguna vez un
momento en que no me sintiera cautivada por aquellos ojos azules aqua?
Con su mano alrededor de mi cabeza, murmura contra mis labios.
―Hermosa, preciosa Elizabeth.
Y, como siempre, me derrito.

106
DIECISEIS
Gabriel
Es mi tercera cita con la psicoterapeuta. En la segunda, le revelé los
acontecimientos que condujeron a mi matrimonio con Elizabeth, incluyendo la
amenaza a su vida. Mantuve la implicación secreta de mi madre, en su lugar le
expliqué que un empleado descontento había sido responsable de la amenaza y el
fuego que casi se llevó las vidas de Andrew y Elizabeth.
La Dra. Langenfeld me hizo ver lo mal que manejé el confinamiento de
Elizabeth antes de que diera a luz a Andrew. No me malinterpreten, si tuviera que
hacerlo de nuevo, lo haría. Pero habría discutido con ella, explicándole por qué
necesitaba permanecer detrás de puertas cerradas. Y habríamos llegado a una
forma de mantenerla a salvo mientras le daba un poco de la libertad que anhelaba. 107
Eso podría haber hecho un mundo de diferencia. Pero lo hecho, hecho está. No
tiene sentido llorar sobre la leche derramada.
En el futuro, todo lo que puedo hacer es medir mis respuestas. Soy posesivo
como el demonio, celoso de cualquiera que se acerque a Elizabeth. Su trabajo para
Sebastian está matándome, pero aprendí a aceptar su decisión, incluso si el
pensamiento de ella estando en el mismo edificio de ese bastardo me vuelve loco.
―Así que lo dejamos con los siguientes eventos del funeral de tu padre.
Cuando tu esposa te dejó.
―Sólo por una noche. Ni siquiera eso. Regresó a las pocas horas. No pudo
soportar estar separada de nuestro hijo. ―Una ola de tristeza rueda sobre mí. Sí.
Estoy feliz de que hubiera regresado. Pero la razón no me involucró. Si hubiera
podido haberse llevado a Andrew con ella, creo se habría mantenido al margen.
Permanentemente. Oh, hemos reparado los daños de alguna forma después de su
primer día en el trabajo, pero no ha vuelto a mi cama. Un punto delicado conmigo.
Porque la extraño más de lo que puedo decir.
―¿Por qué te dejó, Gabriel? ―Chris y yo mutuamente decidimos llamarnos
uno al otro por nuestro nombre de pila. Dra. Langenfeld parece demasiado formal
para alguien que está arrojando luz sobre todos los rincones oscuros de mi vida.
―Mi culpa, me temo. Le ofrecieron un trabajo. Después de que el incendio
casi tomó su vida y la de mi hijo, llamé al hombre que la había contratado y le dije
que no estaría trabajando con él.
―¿Sin consultárselo?
―Casi murió. Cristo. Ella y Andrew. Si no lo hubiera hecho… ―Mi voz se
ahoga de emoción―. Si no se hubiera escapado a través de uno de los pasajes del
castillo, ambos se habrían quemado vivos.
―Ya veo. ¿Y qué esperabas obtener con tu llamada telefónica? Conocías al
hombre que le ofreció trabajo…
―Sebastian Payne ―escupí.
―Seguramente deberías haber esperado que el Sr. Payne se pusiera en
contacto con ella y le pidiera una explicación.
―Esperaba que mi llamada pusiera fin a su relación. Obviamente, estuve
equivocado.
―¿Su relación? ―Sus cejas se levantan y su pluma se detiene sobre su
cuaderno―. ¿Es que se conocen entre sí a nivel personal? 108
―No.
―Así que básicamente son empleador y empleada.
―Sí, pero...
―¿Pero? ―pregunta.
―No confío en que el bastardo no la seduzca.
―Ya veo. ―Escribe algo en su libreta. Puedo imaginar las palabras. Tipo
extremadamente celoso. Tiene problemas de confianza―. ¿Dudas de tu esposa,
Gabriel?
―Si me preguntas si podría desviarse, no, no creo que lo haga. Pero…
Esta vez no se molesta en preguntar. Sólo arquea una ceja.
―Pero en un momento de debilidad, podría… ―Mi instinto se aprieta con la
idea de ella y Sebastian Payne en la cama, con el cuerpo de él sobre el de ella,
golpeando en su calor. Me levanto, enredo una mano en mi cabello―. Cristo.
―¿Ha demostrado interés en este Sebastian Payne?
―Admira su visión para los negocios, y le gusta trabajar para su compañía.
Pero a nivel personal, no, no lo hace.
―Entonces, ¿por qué crees que tendría sexo con él?
Hago una pausa en mi caminata para mirar hacia ella.
―¡No están teniendo sexo!
―¿Cómo sabes eso, Gabriel?
Me vuelvo hacia ella.
―Jesús sagrado. ¿De qué lado estás?
―Estoy tratando de llegar a la verdad. ¿De qué estás asustado?
Tomo una respiración profunda, la dejo escapar.
―De perderla. De malditamente perderla.
―Ya veo. ―El tercer ya veo. Maldición―. Déjame preguntarte esto, señor
Storm. ¿Tú y tu esposa tienen relaciones íntimas?
―¿En realidad, esperas que responde a eso?
―Sí. Lo espero. ¿Tienes sexo con tu esposa?
―Está viviendo en el apartamento de mi hermana. Un piso debajo del
nuestro. ¿Eso responde a tu pregunta?
―No. Realmente no.
109
―Tuvimos un encuentro en nuestra limusina. Hace una semana.
Más garabatos en su libreta.
―¿Estás destruyendo esas notas?
―Por supuesto. Tan pronto como las paso a mi computadora.
Como si eso no fuera peor.
―Así que después de su discusión, se mudó al apartamento de tu hermana.
―Sí.
Mira sus notas y el calendario.
―Eso fue hace más de un mes. ¿Qué has hecho para reavivar tu relación con
ella que no sea el encuentro íntimo en la limusina?
―Salimos. A un restaurante italiano. Uno al que quiso ir. Era ruidoso, lleno
de gente. Sin lugar para mantener una conversación íntima. Trató esa noche como
una primera cita.
―¿Por qué?
―Pensó que teníamos que hacer las cosas como las parejas normales. Salir,
llegar a conocernos uno al otro ―me burlo.
Su mirada me escruta.
―No tomaste en serio su petición.
―En ese momento, sonó tonto para mí. Todavía lo hace.
―Ella no piensa que es tonto; de lo contrario no te lo habría propuesto.
Deberías considerar una segunda cita. Tal vez hagas algunos progresos en esta
ocasión.
Su reloj emite un pitido que significa que es el final de la sesión. Me paro,
abotonándome la chaqueta.
―Bien. Haré eso.
―Ah, y Gabriel, es posible que desees enviarle flores. A su trabajo. Incluso si
no apruebas plenamente su empleo. Sería un buen gesto de tu parte.
Cuando salgo, la lluvia cae sobre la acera, y mi auto no está a la vista.
Probablemente atrapado en el tráfico en alguna parte. Mientras abro el paraguas,
noto una tienda de flores en el primer piso del edificio de la Dra. Langenfeld. No
hay tiempo como el presente para tomar su consejo. A pesar de que las gardenias
son sus flores favoritas, tardará demasiado tiempo para que el florista las obtenga.
Así que en su lugar ordeno sus otras favoritas, dos docenas de rosas amarillas. Ya
110
que por ahora está fuera del trabajo, llegarán a su despacho a primera hora de la
mañana. El empleado me asegura que las flores estarán frescas. Firmo la tarjeta
“Con todo mi amor, G.”
La lluvia está cayendo aún más duro cuando voy al exterior. Sosteniendo un
paraguas en una mano y un paquete en la otra, una nerviosa Dra. Langenfeld se
destaca por la acera tratando desesperadamente de tomar un taxi.
Mi auto se encuentra al ralentí a veinte metros de distancia de ella. Sería
grosero dejarla en la lluvia golpeando, así que me acerco y le pregunto:
―¿Necesitas un paseo?
―Gabriel. ¿Qué haces todavía aquí? Te fuiste hace media hora.
Señalo la tienda de flores.
―Seguí tu consejo y ordené flores para Elizabeth.
Una sonrisa florece sobre su cara.
―Estoy segura de que le encantarán.
―Sí. ¿Te puedo llevar?
―No debería aceptar tu oferta. Eres un paciente, pero llegaré tarde. ¿No te
importaría?
―Por supuesto que no. Ven. ―Meto mi mano en la parte baja de su espalda y
la conduzco hacia mi auto. En el camino, tropieza. La atrapo a tiempo para que no
se golpeé en el pavimento.
―Gracias.
―De nada.
Nos deslizamos en mi auto.
―Ahí. Mucho más seco aquí.
―Sí. Mucho.
―¿A dónde, señor Storm? ―Travis, mi conductor, pregunta desde el asiento
delantero.
―Al Ritz ―responde Chris.
―Correcto.
En el hotel, los paparazzis se agolpan a la entrada.
―Me pregunto qué está pasando ―dice con una mirada de preocupación.
―Probablemente hay alguna celebridad. Es el Ritz. 111
Los fotógrafos se agolpan enfrente de la entrada. El portero les pide que den
un paso al costado, pero lo ignoran.
Tan pequeña como es, va a ser difícil para ella maniobrar para ir al interior.
Hay una cosa que debería hacer si quiero decir ser un caballero.
―Acompañaré a la Dra. Langenfeld hasta que esté a salvo en el interior,
Travis. Vuelvo enseguida.
―Sí, señor. ―Asiente.
Ayudo a salir a Chris del auto y vamos a través de la multitud. El clic clic clic
de las cámaras suena mientras vamos a la turba.
Una vez a salvo en el interior, se vuelve hacia mí y pasa su mano por mi
brazo.
―Gracias, Gabriel. Por el paseo y por guiarme a través de esa horda.
―No hay de qué. Disfruta de la noche.
Atravieso la multitud de nuevo, pero no respiro tranquilo hasta que estoy
dentro del auto una vez más.
―Malditos buitres si me pregunta, Sr. S. Perdone el comentario.
―No necesitas disculparte. Me siento igual.
Avanzando en lo que ahora se convirtió en una suave llovizna, se dirige a
casa.
Al día siguiente, para mi sorpresa, Elizabeth me llama al trabajo.
―Gabriel. ―Sólo el sonido de su voz me endurece. Ha pasado tanto maldito
tiempo.
―Hola cariño.
―Las flores. Son hermosas.
―No tan hermosas como tú.
Su risa ronca llega a mí, volteándome al revés.
―¿Harás algo mañana por la noche? ―Además del trabajo y de su gimnasio,
sus únicas citas han sido la peluquería y compras de vez en cuando, pero tengo
que preguntarle.
―No.
―Tenía la esperanza de que pudiéramos salir en otra cita.
Durante un par de segundos, hay un silencio en su extremo durante el cual 112
sufro como un condenado. ¿Habré juzgado mal su estado de ánimo? Tal vez
cambió de opinión respecto a salir en citas.
―Eso sería encantador.
Con alivio, exhalo un soplo largamente atorado.
―¿Lo sería amor?
―Sí. He estado esperando que me lo pidas.
Qué imbécil he sido. Durante todo este tiempo ha estado esperando que dé el
paso, y he sido demasiado idiota para verlo.
―Hablaste de ir a los bolos una vez. ¿Todavía quieres hacerlo?
―Sí.
―Lo arreglaré entonces.
DIECISIETE
Elizabeth
Noche de citas. Con suerte, algo bueno va a salir de ella. No hemos tenido
intimidad desde ese encuentro en la limusina y fue demasiado corto. Intenso, sí,
pero no suficiente. Estoy empezando a dudar de la sabiduría de mantenerme
alejada de la cama de Gabriel. Cada vez que nos encontramos uno con el otro, sus
fosas nasales se abren, como un semental que huele a una yegua en celo.
Dado que probablemente estoy arrojando algunas feromonas, no puedo
culparlo. La auto-impuesta prohibición de sexo me está volviendo loca. Sólo puedo
imaginar lo que está haciéndole a él.
En lugar de preocuparme de si debemos tirar mis buenas intenciones por la
ventana y tener sexo hasta sacarle el cerebro al otro, decido relajarme y ver a dónde 113
nos lleva la noche. Tuve mi parte justa de bolos durante la universidad, así que la
intención es disfrutar.
Cuando llegamos a los bolos, saca sus propios zapatos de bolos. Me lo debí
imaginar. Parker no permitiría jamás que deslizara sus pies en algo que los otros
innumerables individuos hubieran pisado. Ya que no tengo mi propio par, alquilo
los míos.
Reservó nuestra línea y las dos junto a nosotros. “Así nadie nos molestará”.
Puesto que trajo a todo un grupo de chicos de seguridad que hacen fila frente a las
otras líneas de bolos, tiene que ser algo más de seguridad que cualquier otra cosa.
Bien. Si lo hace feliz, lo apoyaré.
Los bolos con Gabriel parece surrealista para mí. Una cosa tan ordinaria que
ver con tal hombre extraordinario. Como todo lo demás, es un as en ello. El castillo
contiene una habitación donde él y sus hermanos jugaban en su juventud. Y su
escuela tenía una así. Por lo que ha tenido un montón de práctica.
―¿Los mejores dos de tres? ―le ruego después de perder el primer juego.
―Nunca permitiría que se dijera que no soy un hombre deportivo. ―Pero
antes de empezar nuestro segundo juego, el gerente se pasea de nuevo con una
mirada de preocupación en su rostro.
El lugar está lleno y los clientes están haciendo ruido sobre las líneas no
utilizadas. ¿Gabriel podría liberar una línea? Señala a un grupo de mujeres
vestidas con escotes bajos y pantalones ajustados. Las conejitas de los bolos,
palabras del gerente no mías, no nos van a molestar.
Cuando Gabriel mira en su dirección, hasta la última de ellas sonríe y saluda.
―Por favor, no ―le susurro.
Pero Gabriel no puede evitar ser el caballero que es. Asiente y el gerente le
hace señas al grupo. Bueno, una cosa es cierta. No están llevando armas
clandestinas. Tan ajustada como es su ropa, ¿dónde iban a ocultarlas?
Chillando, las cuatro mujeres se apresuran a presentarse. La rubia con los
pechos más grandes prácticamente se disloca la mandíbula, está sonriendo tan
duro. La pelirroja no se molesta en sonreír. Empuja su escote justo debajo de su
nariz en su lugar.
Él lo ve, cariño.
Todo cortesía, Gabriel les asegura que no es una imposición, y espera que lo
disfruten. Finalmente dejándolas detrás, se vuelve hacia mí. Me siento contenta
114
que recordara que soy su cita para la noche.
Nos instalamos en nuestro juego, y pierdo mucho. Cómo podría incluso
comenzar a concentrarme cuando cada vez que Gabriel lanza un tiro, celebra, toma
una respiración, las conejitas de los bolos chillan.
―Oh, eres tan bueno ―dice Senos Grandes. Pronto le están pidiendo una
lección―. ¿Podrías enseñarnos cómo mantener la bola? ¿Cómo dirigir la bola?
Somos tan malas en esto.
Gabriel siendo Gabriel se pasea a su línea y les enseña el agarre adecuado,
cómo subirla, y darle curva. Hasta la última de esas tontas menea el trasero y
enseña sus senos. Si no se detienen, sangre se derramará y no va a ser la mía.
Después de una conferencia de diez minutos de la forma de abordar
adecuadamente la línea de bolos (lo que sea que signifique), Gabriel finalmente
mira en mi dirección. Con la forma de su paso que ahora encuentro irresistible, se
pasea de nuevo a nuestro lado.
―¿Lista para el juego tres?
Para este tiempo, estoy fuera de mí. Humeando en nuestra línea, ser
totalmente ignorada por Gabriel, no es mi idea de un buen momento.
―No. Quiero ir a casa.
―¿Qué pasa?
―Nada. ―No estoy a punto de revelar lo molesta que estoy. No delante de
las conejas.
Él da un paseo hacia mí, metiendo un rizo detrás de mi oreja. Al mostrarle la
espalda a todo el mundo, crea un espacio privado para nosotros. Nadie puede ver
mi rostro, excepto él.
―Estás molesta.
Me muerdo el labio. No te desmorones, Elizabeth. No aquí en público.
―He perdido tantos juegos. Uno más no hará ninguna diferencia. Necesito
alimentar a Andrew.
―La niñera lo puede alimentar con fórmula. Esta noche es para nosotros.
Mi mirada es como dardos hacia él.
―¿De verdad? No lo hubiera sabido por tu comportamiento.
Sus cejas se levantan.
―¿Cuál comportamiento?
―Tú por allí. ―Asiento hacia la línea de las conejas―. Ligando con ellas. 115
―No estaba coqueteando con ellas. Les estaba enseñando cómo jugar a los
bolos. ―Su mirada se ilumina, y sus labios muestran una sonrisa―. Estás celosa.
―No. No lo estoy.
―Sí, lo estás. ―Suelta una gran carcajada―. Nunca pensé que vería este día.
―No estoy celosa. ―Lo estoy, pero no voy a admitirlo.
Él me jala al acero de su pecho. En medio de besarme, susurra.
―No tienes que estar celosa de ellas, sabes. Ninguna sostiene una vela frente
a ti
Echo un vistazo alrededor a las vagabundas que no se pierden ni un segundo
de la acción. Bien. Apoyándome en él, le susurro:
―Ni siquiera la que tiene los senos grandes. ―Paso la mano por su pecho a
su erección, que está dura como una roca y le doy un apretón.
Él gime y sus fosas nasales se abren.
―Los tuyos son mucho mejores.
Permite que lo bombeé mientras su respiración se vuelve dura y sus ojos
destellan calor. Unos pocos segundos después, su mirada se estrecha y dobla la
mano alrededor de mi muñeca en una orden silenciosa para detener su tortura. Le
lleva un par de golpes recuperar la compostura.
―¿Te importaría hacer una apuesta? ―pregunta en un gruñido ronco.
Estoy siendo atrapada en algo, pero curiosa de a dónde va su mente, sigo el
juego.
―¿Qué propones?
―El que pierda el próximo partido será el esclavo sexual del ganador de la
noche.
Suena como un ganar-ganar para mí. Pero, ¿quiero ser la maestra o la
esclava? Pregunta retórica, lo sé.
Trato de perder el tercer juego, pero no me deja. Para el final, está
literalmente lanzando la bola a la cuneta. Termino ganando por tres puntos. El
bastardo.
―No es justo. Quería ser la esclava sexual.
―Puedes esperar tu turno, amor. Ahora cuál es su primer deseo, oh dueña
mía. ―Sube mis manos a sus labios y deja caer un beso en ellas.
Como era de esperar, las conejitas de bolos suspiran al unísono.
―Qué hombre ―dice una de ellas.
116
Sí, y es todo mío.
En el camino a casa, me hundo en su regazo. Anticipándome a los juegos que
vamos a disfrutar, jugamos con el otro. Lamo sus labios. Él mordisquea los míos.
Acaricio su pene. Succiona mis pechos. Directo a través de mi blusa, dejando
manchas de humedad alrededor de mis pezones. Estoy considerando seriamente
otro polvo rápido en el auto cuando suena su celular. Es el agente asignado a
Andrew. Nuestro hijo tiene fiebre alta y ha sido llevado a atención de emergencia.
Nos apresuramos al hospital, donde preocupados hasta la muerte caminamos
recorriendo pisos, mientras los médicos y las enfermeras hacen lo suyo. Finalmente
dos horas más tarde, la fiebre cede. Llegamos a casa a las cuatro de la mañana.
Muy preocupados, como estamos, ni Gabriel ni yo queremos dejar el lado de
nuestro hijo.
Sin embargo, insiste.
―Ve a dormir, Elizabeth. Yo lo cuidaré.
―Me despiertas si… ―Ni siquiera puedo expresar mis peores pensamientos.
Él sacude la barbilla y me mira fijamente con sus ojos firmes.
―Nada va a pasar. No dejaré que lo haga.
Arrogante como siempre, pero esta vez me alegro. Combatiría a la muerte
misma por nuestro hijo.
Esperando pasar una noche agitada, me arrastro a la cama. No estoy a punto
de dirigirme al apartamento de Bri. Si algo llegara a suceder… Gimo. Nada
ocurrirá. Gabriel no lo permitirá. Después de dar vueltas y torturarme con
pensamientos de: qué pasaría si, finalmente me quedo dormida.
Me despierto con el día frío de luz introduciéndose en la habitación a través
de una grieta en las cortinas. Me doy prisa para ir a su habitación, donde Andrew
duerme profundamente. Toco su frente con el dorso de mi mano. Su frente está fría
al tacto. Gracias a Dios.
Gabriel se quedó dormido junto a la cuna en la mecedora, con el brazo
apoyado en el colchón de la cuna y la mano de Andrew en el centro de la palma de
su mano.
La niñera está haciendo las cosas lo más silenciosamente posible alrededor de la
habitación.
―Su señoría se durmió hace sólo cinco minutos.
Permaneció despierto hasta que la niñera pudo hacerse cargo de la guardia. 117
Mi corazón rebosa de amor por este hombre.
Cuando Andrew se mueve por su comida, toco el hombro de Gabriel y se
despierta en un chasquido.
―¿Andrew?
―Está bien. Ve a la cama, Gabriel. Nancy y yo lo tomaremos desde aquí.
Besa a Andrew en su suave exigente mejilla. Pero antes de que se deslice al
sueño que tanto necesita, pregunta:
―¿Si no llueve?
No ha olvidado el acuerdo chica esclava / joven esclavo.
―Si no llueve.
¿Por qué no puede ser tan dulce todo el tiempo? Después de alimentar a
nuestro hijo, me deslizo en la cama con Gabriel. Él me mete en su costado, respira
mi olor.
―¿Andrew?
―Está bien.
Se relaja en su sueño. Sólo entonces es que noto cuán tenso había estado antes
de que me arrastrara a la cama con él.
DIECIOCHO
Elizabeth
Cuando llego a trabajar al día siguiente, mi teléfono tiene la luz de mensajes
encendida. Una llamada de Trevor Howard, el jefe de jurídico.
―Buenos días, Elizabeth. Puedes venir a mi oficina tan pronto como llegues. Hay
algo que tenemos que discutir.
Debe ser una nueva asignación debido a que entregué mi análisis más
reciente el viernes antes de irme. Feliz de tener un nuevo reto, agarro mi
computadora portátil y voy a su oficina. Pero lo que encuentro es lo último que
esperaba ver.
―Elizabeth. ―Tan pronto como entro, Trevor se levanta y apunta al hombre
118
sentado frente a él―. Conoces a Brian Sullivan, por supuesto.
La impresión de ver a Brian me roba el aliento.
―Sí ―sale en un murmullo entrecortado. Afortunadamente, Trevor no se da
cuenta de mi inusual modo de expresión. Pero Brian seguro sí, porque el hijo de
puta sonríe.
Siguiendo el ejemplo de Trevor, se pone de pie y me ofrece su mano. No
tengo más remedio que extender la mía también. No, a menos que quiera aparecer
grosera. Bajo el amparo del apretón de manos, su pulgar raspa mi palma y tiemblo
con desagrado.
―Por favor, toma asiento, Elizabeth ―dice Trevor.
Me aseguro de no estar cerca de Brian.
―Como sabes, Brian es socio en Smith Cannon, tu ex bufete de abogados.
―Sí.
―Bueno, contratamos su firma para representar nuestros intereses en Estados
Unidos para el acuerdo que analizaste. ―Incluso antes de que lo mencione, sé lo
que va a decir―. Se unirá a nosotros en las reuniones semanales que salgan de este
proyecto, pero tú serás nuestra persona de contacto con él. Pensamos que es lo
mejor ya que tienes enlace con Smith Canon y estás tan familiarizada con la firma y
con Brian. Sabe acerca de tu horario a tiempo parcial, por lo que te llamará por
teléfono durante tus horas habituales. ¿Eso funciona para ti?
―Por supuesto. ―Soy una jugadora del equipo antes que otra cosa. Haré que
funcione con el hijo de puta aun si eso me mata.
Pasamos el resto de la sesión repasando el proyecto y la línea de tiempo para
cuando las cosas sucedan. Al final, Trevor sugiere que le muestre a Brian mi
oficina. Puesto que está limitado a pasar algún tiempo aquí, necesitará saber dónde
estoy ubicada.
―No te importa, ¿verdad?
Qué puedo hacer sino estar de acuerdo.
―Por supuesto que no, Trevor. Será un placer.
Sobre piernas inseguras, camino hacia mi espacio. Cuando llegamos allí
señalo mi puerta.
―Bien, aquí está. Si necesitas algo, llámame.
―Tengo una pregunta sobre el proyecto. Tal vez deberíamos pasar al interior.
No puedo parecer grosera. No con un par de secretarias viendo todos
119
nuestros movimientos. Así que no tengo más remedio que aceptar. En lugar de
seguirlo, entro en la habitación delante de él y pongo la amplitud de mi escritorio
de trabajo entre nosotros.
Las campanas de alarma suenan dentro de mi cabeza cuando cierra la puerta
tras de sí.
Pero que me aspen si voy a estar intimidada por él. Ahora que nadie nos ve,
mis guantes de chico pueden salir.
―Hazlo rápido. Tengo mucho trabajo que hacer.
―Vamos, ¿esa es la manera de hablarle a un socio de negocios? ―Da un paso
más cerca de mi escritorio―. Sólo quería hablar contigo a solas. Hiciste que fuera
muy difícil hacerlo en el gimnasio.
―Prefiero que mantengamos nuestra conversación de negocios y nada más.
¿Qué es lo que deseas saber sobre el proyecto?
―No tengo ninguna pregunta. Trevor Howard cubrió todo bastante a fondo.
―Toma la foto enmarcada de Andrew de mi escritorio y frunce el ceño antes de
bajarla de nuevo a donde la encontró.
Abro un cajón del escritorio, agarro el marco y lo escondo en el interior.
Cruzando los brazos contra mi pecho, vuelvo a preguntar.
―¿Qué quieres, Brian?
―Te sugerí como mi persona de contacto, lo que explica que nos conocíamos
de tus días en Smith Cannon. Tu jefe, por supuesto, no vio objeción. ―Acompaña
el comunicado con la sonrisa agradable que utiliza en público, muy diferente a la
depredadora que utiliza conmigo.
Es comprensible que Trevor no se opusiera. Después de todo, Brian y yo
somos conocidos de negocios. Por mucho que sea jugadora del equipo, sin
embargo, no puedo permitir esta intimidación.
―Di lo que tengas que decir y vete.
―Liz. Tengo que hacerte entender. ―Le da vuelta a la esquina de mi
escritorio y me alcanza.
Yo retrocedo contra la pared.
―No me toques. No te atrevas a tocarme.
Una arruga estropea su frente.
―¿Por qué sigues evitándome? Tienes miedo de que te lastime. Nunca te
dañaría. Te amo. ―Su voz es suave cuando dice eso, ¿pero sus ojos? Oh, Dios, sus 120
ojos adquieren un brillo maníaco. El hombre está obsesionado conmigo. ¿Por qué
no vi esto antes? Probablemente debido a que había tenido tanto en mi mente la
última vez que lo vi.
En un intento de que entre en razón, explico.
―Estoy casada, Brian. Lo sabes.
Su cara se vuelve oscura.
―Con Gabriel Storm.
―Sí.
Su camaleónica expresión cambia de un ceño fruncido a una sonrisa.
―Eso no va a durar.
―¿Por qué no?
―La rosa está floreciendo ahora, ¿no? Crecí en Inglaterra, así que sé una cosa
o dos acerca de cómo piensa la corteza superior. Con tu pedigrí de perro callejero
estadounidense, no tienes una oración en ello, amor. ―Habla la última frase con
acento británico en lugar de su habitual estadounidense―. A los ojos de la nobleza,
no eres suficiente para asumir el papel de una buena condesa. Nunca estarás a la
altura. Por ahora, es probable que ya se haya arrepentido de haberse casado.
―Eso no es cierto. No lo hace.
―¿Por qué están durmiendo en camas separadas?
―¿Cómo…? ¿Qué…?
―Hay todo tipo de chismes, amor. Realmente deberías escuchar uno de vez
en cuando. Es sorprendente la fuente de información que es.
―Mi matrimonio no es tu asunto, Brian. No voy a discutirlo contigo.
―Está bien.
Cuando estira la mano para acariciar mi mejilla, me muevo más profundo en
la esquina de la habitación.
―Mi guardia se encuentra fuera de mi puerta. Me tocas y grito.
Esa sonrisa desagradable aparece en su rostro.
―Tu guardia se encuentra estacionado fuera del edificio en un café de la
calle. ¿Crees que no lo sé?
La idea de que sepa de gran parte de mi equipo de seguridad me hiela la
sangre. Mirando alrededor de él pongo mi dedo sobre el botón rojo en mi teléfono.
El que llama a Charlie.
121
―Voy a llamar a mi asistente y le diré que busque a seguridad
Por un segundo, sus labios se tuercen en una mueca. Pero después, rápido
como un rayo, adopta una sonrisa amenazadora.
―No hay necesidad. Me voy.
Cuando llega a la puerta y pone su mano en el pomo, suelto un suspiro fácil.
Pero antes de que la abra, se da la vuelta y da una última andanada.
―Tu matrimonio con Gabriel Storm va a terminar. Pronto. Cuando lo haga,
voy a estar esperando por ti. Estaremos juntos. Para siempre. ―Y entonces, con esa
habilidad camaleónica suya, se transforma en el sumiso Brian y sale por la puerta.
DIECINUEVE
Elizabeth
Estamos acomodados en la sala de estar viendo The Inspector Lynley
Mysteries, algo sobre el educado detective de ficción en Oxford ayuda a relajarse a
Gabriel al final del día. Desde nuestra cita de bolos y el susto en el hospital con
Andrew, hemos estado cerca. A pesar de que todavía dormimos en camas
separadas, ahora me quedo aquí después de la cena. Hablamos o vemos la
televisión. No hay nada como una crisis de un niño para juntar a sus dos padres.
Normalmente me gusta averiguar el misterio de la televisión, pero esta noche
mi mente está en lo que sucedió en el trabajo hoy. Y, por supuesto, Gabriel,
estando tan adaptado a mí, lo nota.
―¿Qué pasa? ―pregunta. 122
―Nada.
―Dímelo, amor. Tu mente está a un millón de kilómetros de distancia.
Una de las cosas que acordamos es ser más próximos a la verdad. Pero dado
el temperamento de Gabriel y lo que ocurrió con Sebastian cuando hizo una inocua
afirmación en la cena de Edward, no me atrevo a compartir el evento de hoy con él.
―Si te lo digo, ¿te comprometes a mantener los estribos?
Sus ojos parpadean fuego azul.
―¿Qué pasó?
―Esa reacción es exactamente por lo cual no me atrevo a decírtelo.
―¿Cuál reacción?
―El vapor que sale de tus oídos. Y no te he dicho nada todavía.
―¿Qué pasó, Elizabeth? ―Sus labios forman una barra blanca.
―No voy a decírtelo. No hasta que lo prometas.
―Bien. Me comprometo a mantener la calma.
―¿Y no irás tras él?
―¿Ravensworth intentó algo? ―escupe.
―No. Ha sido un perfecto caballero.
―¿Entonces quién?
―No voy a decir nada hasta que lo prometas.
―Bien. Prometo no ir tras el bastardo, quienquiera que sea. Ahora dime,
¿quién es?
―Brian Sullivan. De Smith Cannon, fue contratado como asesor externo para
trabajar en un proyecto para Payne Industries, y estará al frente de su equipo. Hoy,
tuvimos una reunión para explicar el papel de Smith Cannon en la propuesta de la
adquisición. Después, él insistió en ir a mi oficina, aparentemente para hablar
sobre el proyecto, pero…
―¿Qué hizo en el maldito infierno? ¿Te lastimó?
―¡No! Ni siquiera me tocó. Es sólo. Dijo cosas.
―Cosas. ¿Qué cosas?
Juego con el manto arándano que estoy usando, el que Gabriel me dio para
Navidad y uno de mis favoritos.
―Tienes que entender. Aunque nunca le di la hora del día, el hombre está
bastante obsesionado conmigo. Cree que nuestro matrimonio va a terminar, y que 123
recurriré a él.
Me aprieta la mano.
―Eso no va a ocurrir, querida.
―Parece bastante maníaco al respecto.
Su mano se aprieta alrededor de la mía.
―Por mucho que quiero darle una lección por afectar a mi esposa, te acabo
de hacer la promesa de no ir tras él.
―Lo puedo manejar. No hay necesidad de que te involucres.
―Entonces, ¿qué te gustaría de mí? ―Lleva mi mano a sus labios y besa mis
nudillos.
Definitivamente no quiero las cosas físicas entre él y Brian. No necesitamos
más notoriedad en la prensa. Pero necesito algo de él.
―Él dijo… cosas.
―¿Qué cosas?
―Puso en duda mi capacidad para cumplir con el papel de la esposa de un
conde. ―Antes de casarme con Gabriel, nunca le di un segundo pensamiento a la
posición porque pensaba que nuestro matrimonio sería de corta duración. Pero ya
que Gabriel propone que nuestro matrimonio sea permanente, me encuentro en la
incómoda situación de jugar un papel para el que no soy ni adecuada, ni tengo el
deseo de tener, el de una condesa. Puede que sea hábil en un entorno comercial,
pero estoy perdida en el papel de la condesa de Winterleagh.
Él arruga el ceño.
―¿De qué estás hablando?
―Gabriel, tienes que admitirlo. No sólo no sé casi nada acerca de la
aristocracia británica, sino que soy americana, no británica nacida. La gente me
mira con recelo sólo por eso, importa la falta de sangre azul corriendo por mis
venas. Nunca seré una condesa adecuada.
―¿Y eso te preocupa? ―Sonríe y sus ojos adquieren un brillo suave―. Bien.
Hablemos sobre ello. ¿Qué es una condesa adecuada?
―No sé. ―Agito mis manos―. Alguien que conozca las reglas, cómo
comportarse.
―Si no lo has notado, nunca he prestado mucha atención a las reglas.
Mirando hacia abajo, juega con mis anillos.
―Pero están ahí, Gabriel, y tienen que ser seguidas. Si eres invitado a un 124
evento formal con otros compañeros y sus esposas, estarán esperando que actúe de
una manera determinada. Y cuando no lo haga, se reirán de mí, de la americana
con la dudosa filiación.
Una mirada feroz sale de él.
―No se atreverán a reírse.
―¿Cómo lo sabes?
―Porque si lo hacen, tendrán que enfrentarme, por eso.
―No puedes estar allí para pelear todas las batallas por mí, ni quiero que lo
hagas. Quiero hacerlo yo misma.
―Entonces, aprenderás todo lo que necesitas. Dios sabe que hay un montón
de libros de etiqueta. O contrataré a alguien que te enseñe.
―Y luego están los medios…
―Al diablo los medios ―escupe.
―Me gustaría hacerlo, pero no puedo. ―No sé por qué dejo que los artículos
sensacionalistas me molesten, pero lo hacen. No me gusta estar en el candelero, y,
sin embargo, a veces parece que somos todo de lo que hablan. De alguna manera
saben sobre nuestra separación, y están reclamando que no estoy satisfecha con el
dinero que Gabriel decidió darme. Como si veinte millones de libras no fueran
suficientes―. Siguen diciendo que no soy nada especial, que soy una mestiza sin
ninguna clase. ―La última palabra sale en un gemido. Dios, no me gusta esta
sensación.
Levantándose, me tiende la mano.
―Ven.
Cuando pongo mi mano en la suya, me lleva a la habitación donde Andrew
se encuentra durmiendo. Por un momento se para junto a la cuna y lo observa.
Está durmiendo tan plácidamente, con su boca en una delicada forma de
arco. Está transpirando un poco, por lo que quito la manta de su cuello esperando
que lo refresque. El talco, con aroma a bebé me alcanza, y una gran cantidad de
amor se derrama.
―¿Piensas que no es nada especial?
¿Cómo puede decir tal cosa?
―¡No! Es hermoso y fuerte.
―¿Cómo podrías haber creado un ser tan hermoso y fuerte, si no fueras nada
especial? 125
―Se parece a ti.
Su boca se arquea en una sonrisa.
―¿Cómo puede ser eso, amor? Se ve exactamente igual a ti. ―Entrelaza
nuestras manos, tirándome hacia él―. La verdad es que lo obtuvo de los dos. De
su hermosa, inteligente y fuerte madre, y de su hermoso padre.
―Qué modesto.
―No cuando se trata de nuestro hijo, no lo soy. ¿Te gustaría que te mostrara
lo especial que eres para mí?
Miro hacia él a través de mis pestañas.
―Puede ser que necesite un apoyo psicológico o dos.
―Bruja. ¿Ya te bañaste?
―Aún no.
―Entonces, permíteme hacerlo por ti. ―Me lleva al cuarto de baño donde
enciende las velas que rodean el jacuzzi y ajusta los chorros de agua de la manera
que me gustan. Con el mando a distancia encuentra un poco de música suave, jazz
de algún tipo, y luego atenúa las luces. Un momento después me desliza fuera de
mi bata. Estoy desnuda debajo de ella
―Tan hermosa.
Sostiene mi mano mientras paso a la bañera.
―¿Puedo unirme a ti?
―Por favor.
Después de perder su ropa, se desliza detrás de mí, sus largas piernas junto a
las mías. Moviéndome contra él, saboreo la fuerza de él en mi espalda.
―No hay otra mujer que pueda cumplir con el papel de condesa, como tú
―susurra en mi oído―. Eres perfecta tal como eres, y no cambiaría una sola cosa
sobre ti.
Tomo una respiración profunda, y luego la dejo escapar. Dejando caer la
cabeza sobre su hombro, me entrego a sus cuidados. Estoy tan cansada de pelear.
Que haga lo que quiera.
Como si detectara mi capitulación, es amable conmigo. Deslizando sus brazos
alrededor de los míos, agarra el gel de baño perfumado de gardenia y vierte el
líquido en la esponja vegetal. Limpia la parte superior de mis hombros hacia abajo
a mis flancos a mi cintura, a mis caderas y a mis piernas.
Volteándome, quedo de frente, y pasa la esponja por mis piernas, detrás de 126
mis rodillas hasta mis muslos.
Cuando llega a la planta de mi pie y chupa cada uno de mis dedos, un
relámpago corre hasta mi ingle. Aprieto mi vagina y mis pezones se tensan en
protuberancias.
―Oh mi…
Su mano masajea mi pantorrilla, muslo, más arriba, hasta que encuentra mi
botón caliente. En ese momento estoy totalmente líquida pero tiene más de mi
rendición en mente. Mi respiración se entrecorta mientras desliza un dedo y otro
en mí manteniendo al mismo tiempo el movimiento pulsante en mi perla.
Todo esto tiene a mis caderas sacudiéndose.
―Aaaah, Storm, me estás matando.
―Los franceses lo llaman un orgasmo La Petite Mort.
La pequeña muerte. Con razón.
―Penétrame, Gabriel.
―En un momento, amor.
¿Por qué me molesto en pedir? Cuando los pequeños temblores se acumulan
en mi interior, aumenta su velocidad.
Sus dedos se mueven dentro y fuera de mí; su pulgar rodea mi clítoris, más y
más rápido.
Todo en mí se tensa; mis caderas se doblan para bombear rápido.
―Oh, Dios, oh, Dios, oh, Dios. Por favor. ―Trago y me vengo, con prisa
gritando y pulsante.
Antes de flotar hacia abajo desde mi pico me dobla sobre el borde del jacuzzi
así quedo de espaldas a él, y me penetra por detrás. Es grande y duro y fuerte.
―Sí. Oh, sí. ―Voy de nuevo mientras bombea, llevando mi orgasmo a una
nueva altura. ¿Cómo lo hace?
Leyéndome mueve sus caderas contra mi trasero.
―Tan bueno. Tan malditamente bueno.
Mis pechos raspan la baldosa lisa añadiendo una fricción adicional que me
dispara incluso más arriba. Desliza una mano sobre mi pezón y lo aprieta. Con la
otra gira la cabeza para poder violar mi boca.
Atrapada como estoy entre él y el borde de la bañera, no hay mucho que
pueda hacer, excepto estirarme hacia atrás y apretar sus bolas. 127
―Maldito infierno.
Me da la vuelta, maniobrándome hasta que lo estoy cabalgando. Chupa la
punta de un seno en su boca, la mordida del amor. Dobla una mano alrededor de
mi trasero, y aprieta la carne.
Enterrado como está muy dentro de mí, el gesto hace algo que dé un tirón
dentro de mí.
―Oh, dulce señor.
Su otra mano se abraza alrededor de mi cadera, y establece un ritmo creciente
de castigo, golpeando en mí con fuerza. Una, dos veces, tres veces. Y se corre en
una racha gloriosa dentro de mí.
Con toda mi fuerza ida, caigo contra él mientras se hunde hacia atrás contra
la bañera. La Petite Mort por cierto.
VEINTE
Gabriel
A la mañana siguiente, en lugar de irme a mi hora habitual, espero hasta que
esté lista y me uno a ella en el ascensor.
Acercándose a mí, mordisquea mi labio, alisando mi corbata.
―Vas tarde.
―Te llevaré al trabajo.
―¿Por qué? No es que me importe.
―¿Puedes culparme? Después de anoche, no puedo soportar la idea de
perderte de vista. ―Después de nuestro baño íntimo, la había llevado a la cama
donde habíamos hecho el amor como conejos hasta altas horas de la noche. 128
Hacer el amor con ella nunca ha sido tan dulce, tan amado. Esta mañana me
encontré incapaz de dejar que se fuera sola a trabajar. Una vez que la dejo, cuento
las horas hasta que estamos juntos de nuevo. ¿Y pone en duda su papel como
esposa? Cristo. ¿No se da cuenta de lo locamente enamorado que estoy de ella?
Niego.
―¿Qué?
―Nada. ―Levanto su mano a mis labios, besando sus nudillos―. ¿Qué tal si
salimos en otra cita? No terminamos la última.
Sus ojos se iluminan. Sabe exactamente lo que quiero decir. Todavía tenemos
que jugar al esclavo sexual.
―¿A dónde?
―Al teatro. Mencionaste que te gustaría ver una obra. ¿Cuál te gusta, drama,
comedia, musical?
Mientras repasa sus opciones, se muerde el labio, y me endurezco. Pero
entonces cada pequeña cosa que hace me pone duro.
―Musical.
―¿Qué hay de los Jersey Boys? Música americana.
―Oh, eso suena divertido.
―Cenaremos primero. Después del teatro, podemos llegar a casa y jugar.
Sus labios forman una mueca.
―Hiciste trampa en los bolos. Quería ser tu esclava sexual.
―Puedes esperar tu turno, amor. Puedo concederte tus deseos y luego
podrás concederme los míos.
Se ríe.
―De alguna manera creo que nuestros deseos serán los mismos.
Me encanta verla tan feliz.
―Es más que probable. Pero cómo lo hagamos será la mitad de la diversión.
Vamos a ir al teatro durante la semana. Estará menos concurrido. ―Y más fácil de
organizar la seguridad que necesito. Independientemente de lo que quiera, no
estoy a punto de dejarla expuesta donde cualquiera pudiera hacerle daño. Samuel
está haciendo lo mejor que puede, pero nuestro fracaso en encontrar a Bernard
Simmons me atormenta.
―Estamos aquí, señor Storm. ―La voz de Travis anuncia a través del
intercomunicador del auto. 129
Deslizándome fuera, tengo la puerta abierta para ella. Y ella se escabulle. Pero
antes de que tenga la oportunidad de desaparecer en su edificio, se acerca a mí.
Tiembla en mis brazos.
―Gabriel. Alguien va a verte.
―Entonces, déjalos que vean.
El que nos siguió desde el Brighton salta a la vista. Le doy tiempo para dirigir
su cámara hacia nosotros antes de agarrar a Elizabeth y darle un beso de la forma
en que he querido durante el viaje. El clic clic clic de las cámaras en ráfaga nos
rodea. Por una vez me alegro de que seamos el cebo de los tabloides. Quiero que
todos puedan ver lo mucho que amo a mi esposa, lo mucho que la atesoro, pero
sobre todo, quiero asegurarme de que entiendan su valor para mí. Por si fuera
poco, beso su mano antes de soltarla de mala gana.
Sacudiendo la cabeza, va a su edificio. Pero no antes de que capte una sonrisa
de pura satisfacción en sus labios.
Llego al trabajo para encontrar a mi cita de las once esperándome, y son sólo
las diez treinta. He estado entrevistando candidatos para el cargo de experto
cultural para Royce. La mayoría de los candidatos han sido hombres, pero la
entrevista de hoy es una mujer, la Dra. Cataleya Wilkinson, quien obtuvo su grado
en antropología de la Universidad de Oxford. Escribió su tesis sobre tribus de
América del Sur.
Fácilmente la candidata más calificada, todavía dudo en mandarla al campo
con mi hermano. Uno podría pensar que estaría feliz de tener a alguien a su lado
que supiera el idioma y las costumbres de la tribu, pero tengo mis dudas. ¿Cómo
va a reaccionar a tener una mujer como su guía, como la experta en la tribu? No
sólo eso, es hermosa. Con piel canela, ojos grandes marrones, cabello negro y una
figura perfeccionada por el ejercicio. Sus gustos siempre se han ido a lo exótico,
que desde luego ella es. ¿Pasaría su tiempo tratando de seducirla en lugar de
utilizar su experiencia?
―Dra. Wilkinson, ¿puedo ofrecerle algo de beber? ¿Té? ¿O café o agua en su
lugar? ―Amita, mi asistente administrativa, le pregunta.
―Té estaría bien. Con un poco de leche, por favor.
Hablamos sobre el clima y otros temas mundanos hasta que Amita vuelve
con su taza. Poniendo a un lado su maletín, la Dra. Wilkinson acepta con una
sonrisa suave y un “gracias”.
―Háblame de ti. ―Al entrevistar a un posible recluta, he descubierto que la 130
mejor manera de romper el hielo es de esa manera.
―Soy londinense, nacida y criada aquí. Pero espero que ya lo sepa. Después
de haber trabajado en escuelas privadas, asistí a Oxford. Como puede ver en mi
curriculum vitae, escribí mi doctorado en Filosofía. Disertación sobre tribus de
América del Sur, con énfasis en la tribu Triboni.
―Lo leí. ―Toco el documento de centímetros de grosor en mi escritorio―. O
por lo menos la parte que pertenecía a la tribu. Todo un estudio a fondo, si se
puede decir así.
Sonriendo, se acomoda de nuevo en la silla de cuero blanco.
―Los encontré fascinantes. Han existido durante al menos 2.000 años. Como
una consecuencia de los incas de Perú, se separaron para crear su propia secta.
Caminaron a lo que hoy es Santa María e hicieron su hogar cerca del río Triboni.
―¿Y son dueños de los derechos sobre el río?
―Sí. Los gobiernos han ido y venido, pero la tribu retuvo la posesión de los
derechos del agua. Pelearon con cualquiera que intentara arrebatar el río de ellos.
Verá, señor Storm, creen que el dios del río, Tutucalca, vive en las aguas, y si la
tribu era separada del Dios del Río, la tribu se marchitaría y moriría.
―¿Viajó a Santa María para escribir su tesis?
―No. Planeaba hacerlo, pero no resultó. Mi madre―traga duro―, se
enfermó. Cáncer. Me quedé en casa para cuidar de ella. Por desgracia, no hubo
mucho que pudiera hacer. Murió hace un año. ―Toma un sorbo de su té, tal vez
para ocultar la emoción que sale de ella.
―Siento escuchar eso.
―Es por eso que estoy tan ansiosa de conseguir este trabajo. Por fin voy a
llegar a conocer de primera mano todo sobre lo que he escrito.
―¿Sabe lo que implica el puesto?
―Sí. Está buscando a un experto en la tribu Triboni y sus costumbres para
que su empresa pueda obtener su aprobación para construir una central
hidroeléctrica. Soy la mejor candidata para el trabajo. Nadie tiene el conocimiento
o la familiaridad con la tribu que yo tengo.
Está en lo correcto. Es la mejor candidata, pero tengo que hacerle entender la
situación que puede serle aplicada. Muevo el lápiz entre los dedos, un hábito que
me ayuda a acomodar mis pensamientos.
―Será… asesorará a mi hermano, Royce. Él podría resentir ser guiado por
131
una mujer. Y, si se me permite ser franco, Dra. Wilkinson, lo más probable es que
trate de… ―¿cómo puedo parafrasear esto sin entrar en conflicto con las prácticas
de contratación?―… encantar con sus maneras su buena voluntad.
Su ceja izquierda se mueve hacia arriba.
―¿A seducirme, quiere decir?
―Sus palabras, no las mías.
Descansa su taza de té sobre la mesa al lado de la silla y me ve con una
mirada directa.
―Puedo asegurarle, señor Storm, que no voy a sucumbir a sus encantos, tan
estupendos, como los encuentre. Mi propósito en ir a Santa María es, por supuesto,
para obtener la aprobación de la tribu para su proyecto. No voy a permitir que su
hermano interfiera con ese objetivo.
―¿Está segura? Puede ser muy carismático cuando quiere.
―Señor Storm. ¿Cómo puedo explicarle esto? Digamos que está ladrándole al
árbol equivocado.
¿Prefiere la compañía de las mujeres? Mentalmente doy un tirón a través del
expediente que Samuel compiló en ella. Nada hay en alusión a su preferencia
sexual. Pero entonces algunas personas prefieren no tocar la trompeta acerca de
eso. Imaginando la reacción de Royce cuando descubra ese hecho, descanso de
nuevo en mi silla y sonrío. Una mujer que no pueda seducir. Qué maravilloso.
―Bueno, entonces sería perfecta para el puesto. ¿Podría estar lista para salir
para Santa María el lunes? Volaría hasta allí en nuestro jet privado, por supuesto.
―Sí, señor Storm. Podría hacerlo.
―Sea bienvenida a Storm Industries, Dra. Wilkinson. Mi ayudante está
esperando fuera para completar el papeleo necesario y rellenar los beneficios.
―Poniéndome de pie, le ofrezco mi mano―. Espero grandes cosas de usted.
Su agarre es firme y fuerte.
―No voy a defraudarlo.
Se vuelve para salir, pero tengo curiosidad por una cosa, por lo que pregunto.
―¿Qué motivó su interés en la tribu Triboni?
―Mi madre. Ella era un miembro de la tribu.
―Hay una historia interesante en alguna parte.
―Sí, pero tendrá que esperar a que sea contada. Gracias, Sr. Storm. ―Y con 132
eso, da un paseo a la puerta.
Esa tarde, Samuel me sorprende cuando pasa por mi oficina.
―Mis disculpas, señor Storm, por la visita no programada.
―Dispara. No estarías aquí si no fuera importante.
―Lo es. ―Pasa una mano por su frente oscura―. Como sabe, tenemos
cámaras de seguridad a lo largo del Castillo Winterleagh y de la casa de la viuda.
―Sí.
―Pues bien, ayer, su hermano Edward visitó a su madre. Su conversación
fue… molesta. Me gustaría que la escuchara. Si tiene tiempo.
No lo tengo. Tengo una maldita reunión en pocos minutos. Pero eso debe
esperar por ahora. Esto es más importante. Llamo a Amita.
―¿Puedes atrasar la reunión con la oficina de Nueva York media hora?
―Miranda había establecido una teleconferencia transcontinental para repasar los
proyectos en los que estaba trabajando. Obviamente lo que tiene a Samuel
preocupado tiene prioridad.
―Sí señor.
―Muy bien, Samuel. Muéstrame.
Pone su computadora portátil en la parte superior de mi escritorio y juega
con el teclado.
―Aquí está.
La visita de Edward se lleva a cabo sobre una bandeja de té. No hay sorpresa.
Lo insté a aceptar mi invitación a ver a madre. Después de que la limpieza dispone
los ingredientes a la satisfacción de mi madre, se va, dejando sólo a mi madre y a
Edward en la habitación.
Por la mirada sombría en su rostro, Edward no está muy feliz de estar allí,
pero está haciendo lo que siempre ha sido su deber.
―¿Por qué estás sentado tan lejos de mí? Ven más cerca ―dice mi madre.
Equilibrando su copa en la mano, se sienta a su lado en el diván de color
crema.
―¿Cómo estás, madre? ―pregunta, sorbiendo su té.
―¿Cómo crees que estoy en esta prisión a la que tu hermano me ha
empujado?
―¿Esperabas que te tratara de otra manera? Amenazaste a su esposa y a su 133
hijo.
Ella sacude la cabeza.
―Esa zorra. Abrió las piernas sólo para quedar embarazada y atrapar a tu
hermano. Nunca tuvo sentido cuando se trató de mujeres.
Mi rostro se calienta al oír de Elizabeth y de nuestro precioso niño, referidos
de tal manera. Luchando contra mis emociones, me recuerdo que su opinión no es
nada para mí.
Al parecer, Edward está afectado de manera similar por su veneno porque
rechina los dientes.
―No me sentaré aquí y escucharé tu discurso sobre la esposa de Gabriel.
―No merece ser la condesa de Winterleagh. Es la hija de una puta. ¿Lo
sabías?
―No, no lo sabía. Pero incluso si lo es, no importa. Es la esposa de Gabriel, y
la ama.
Mis ojos se nublan por las muestras de apoyo de Edward.
―Tú nunca te hubieras casado con alguien debajo de tu clase. Te enseñé
mejor que eso. Debiste haber heredado el título.
―Gabriel es el conde.
―Por ahora. ―La sonrisa que le dirige a Edward me hiela los huesos. ¿Qué
está tramando?
―¿Qué quieres decir? ―pregunta Edward.
―Puse un plan en marcha.
―¿Un plan? ¿Qué plan?
Ella muerde el sabroso sándwich de jamón en su plato.
―Ya lo verás. A su tiempo. Y entonces serás Earl de Winterleagh.
―Te equivocas. Incluso si algo le llegara a suceder a Gabriel, su hijo
heredaría el título.
―No, si muere también. Tengo a alguien en el interior. Alguien que se hará
cargo tanto de Gabriel como del hijo de la puta.
―¿Quién?
Ella carcajea.
―¿Crees que te lo diría? Piensa otra vez. Me denunciarías.
―No puedes hacer esto, madre. No quiero el título. Nunca lo quise. 134
―Lo que se quieras no importa. Lo quiero. Para ti.
―Disculpa. ―Edward se levanta y se va, dejando a mi madre comiendo con
calma el resto de su sándwich. Ella mira directamente a la cámara como si supiera
exactamente dónde está, y la curva de sus labios se dobla en la fría, calculadora
mueca de una serpiente.
Samuel detiene la transmisión.
―Eso es todo, señor Storm.
Tal es el poder de mi madre para afectar mis emociones, que me lleva un par
de segundos regresar al aquí y ahora.
―Gracias, Samuel. Conduciré a Winterleagh. Mañana. Y hablaré con Edward.
Con ella también. Mientras tanto, por favor, vuelve a examinar a fondo a todos los
sirvientes y al personal de seguridad que trabaja directamente con la señora Storm
y Andrew.
―Pensé que emitiría una orden de ese tipo, señor Storm, así que ya estoy
revisando los archivos, haciendo doble comprobación de las historias.
―Quiero que tú y sólo tú lo hagas, y nadie más.
―Sí, señor. Con el debido respeto, señor Storm, tendrá que volver a
investigarme también. Puedo recomendar alguien que lo haga, si lo desea.
―No seas absurdo, Samuel. Has tenido numerosas oportunidades para
lastimar a Elizabeth y a Andrew. Confío en ti, de manera implícita. Todo el mundo
es sospechoso, sin embargo. Ten el informe listo a principios de la próxima
semana. Dios sabe que no voy a tener una buena noche de sueño hasta que
confirmes cada una de sus cartas credenciales.
Se va tan silenciosamente como llegó, dejándome solo con mis pensamientos.
Preocupado por mi esposa e hijo, paso mi mano sobre mi frente. Cristo, ¿cuándo
terminará?
¿Podremos disfrutar de paz? ¿Y por qué Edward no me llamó para
decírmelo?

135
VEINTIUNO
Elizabeth
La mañana después de que Gabriel me dejó en el trabajo, estamos disfrutando
de otro suntuoso desayuno de Jorge. Tratando de perder peso con mi eterna dieta,
me quedo con una cucharada de huevos al plato, pan tostado y fruta fresca.
Gabriel amontona su plato con toda clase de comida rica en calorías: gofres, tocino,
algo de crema coagulada.
Me dejo caer en mi silla y despliego la servilleta sobre mi regazo.
―Es tan injusto.
Él levanta la vista de su plato.
―¿Qué es tan injusto? 136
―Los hombres pueden comer lo que quieran y no ganar un kilo. Si tan solo
mirara los gofres, ganaría dos kilos.
―Me ejercito. En el trabajo y aquí también. Lo que me hace pensar. ¿Qué has
estado haciendo con Jonathan? Samuel me dice que estás entrenando.
Me ocupo de la fruta.
―Me está enseñando Jujitsu.
―¿Por qué?
―Es un gran ejercicio. Quemo un montón de calorías.
―Me parece que habría una manera más fácil, una que no lastimara tu
delicada piel.
El calor sube a mi cara. Se había dado cuenta de marcas moradas en mi
trasero, mientras Jonathan me enseñaba cómo dar un tirón hacia adelante y rodar.
Torpe como soy, aterricé sobre mi trasero.
―Voy a ser mejor en ello según pase el tiempo.
―Ummm. ¿Seguro que no puedes venir a Winterleagh conmigo? Podemos
llevar a Andrew con nosotros y pasar el fin de semana. ―Ayer por la noche de la
nada me informó que viajaría a su castillo para visitar a Edward. Por el tono de su
voz, algo lo está molestando, algo que no está compartiendo conmigo. Lo que
significa que debe tener algo que ver con Andrew o conmigo.
La única forma segura de saber lo que está pasando es acompañar a Gabriel,
pero, por desgracia, no puedo.
―Los diseñadores estarán viniendo para hablar de mis planes para el rincón
del comedor. Reorganizaron sus planes para venir aquí hoy, y no me gustaría
volver a programarlos.
Terminado de comer, camina y deja caer un rápido beso en mis labios. Huele
tan bien y sabe tan delicioso.
Sin palabras, pidiendo más, tiro de su camisa y lo jalo. Su respiración se agita
y gimo mientras lo chupo, mordiendo, cortando la boca del otro.
Cuando finalmente respiramos, apoya su frente contra la mía.
―Te extrañaré.
―Yo también ―le susurro―. Dile hola a Edward por mí.
Una lamida más de mis labios y luego se va.
***
Paso la mayor parte de la tarde con Tim y Tom Worley, la pareja que decoró
la habitación de Andrew. El rincón del comedor es de aproximadamente tres por
137
cuatro metros y es del tamaño justo de la mesa creada al parecer para este espacio.
Prácticamente se vuelven débiles cuando les muestro la habitación.
―Cariño, ¿dónde has estado ocultando esto? ―pregunta Tom, el más alto de
los dos.
―En el almacén.
―Oh, mis cielos. ―Tim mueve la mano y se hace aire.
Después de que Gabriel me mostró la habitación, le pregunté a Bentley, su
mayordomo de Londres, sobre el paradero de los muebles originales. Si alguien
podía saber, era él. Por supuesto, me señaló en dirección de un almacén que la
familia no utilizaba y donde se mantenían los muebles.
En mi visita a la instalación de almacenamiento, desenterré la mesa y las
sillas. Para mí no entrenado ojo, parecen haber sido diseñados durante el período
art deco, lo que tenía sentido ya que es cuando el Brighton fue construido. Me
enamoré de los muebles de esa época escondidos en el almacén, pero sobre todo de
la araña. Ahora que sus prismas han sido limpiados, esa chispa y brillo, se dispara
en fragmentos de luz a cada rincón de la habitación.
Tim chilla y se dirige directamente hacia el diván.
―¿Es un Duville Decoque?
No tengo idea de quién o qué es un Decoque Duville pero es evidente que él
sí.
―Um, ¿no lo sé?
―Oh mi palabra. Lo es. ¿Ves? ―Señala una de las patas sobre las que está
tallada una marca.
―Su marca de firma. Una paloma. ―Apoya su mano en su pecho―. Creo
que estoy teniendo palpitaciones en el corazón. Nunca pensé que viviría para ver
este día.
―¿Crees que podrán repararlo? ―pregunto―. Hay un poco de daño en la
tela, y el marco se ha derrumbado en un par de lugares.
―Cariño, absolutamente. ―Tom me da palmaditas en el hombro―. Vamos a
mover cielo y tierra para restaurar estas piezas a su brillante gloria.
Quiero recrear una réplica exacta de la habitación, como existió en su día. Me
clavé en los archivos de fotos familiares y desenterré una foto del rincón. Una en
blanco y negro. Aun así, me mostró dónde habían estado posicionados todos los
muebles. Una vez que Tim y Tom comiencen su magia, invitaré a Gabriel a una
138
cena íntima para dos. Usaré un poco de diáfana ropa interior, pondré algunos
discos rayados en un gramófono que compré en línea, y le permitiré saquear mi
cuerpo mientras bebo champán.
Superado por la emoción, Tim besa mi mano.
―Será un honor decorar este espacio para ti y el conde de Winterleagh. Una
vez que hayamos terminado, espero que estés de acuerdo en que se tomen fotos
para la revista London Design.
Normalmente evito la publicidad, pero están tan entusiasmados con este
proyecto, que no tengo corazón para decir que no. Aun así, tengo que
proponérselo a Gabriel.
―Mi marido tendrá que aprobarlo.
―Por supuesto. ―A diferencia de Tim, Tom se mueve para sacudir la
mano―. No estarás decepcionada de haber depositado tu confianza en nosotros.
―Estoy segura que no. ―Mientras que Tim es el más artístico de los dos,
Tom es el hombre de negocios.
Es probable que esté anticipando los nuevos clientes que esto les traerá.
Después de que se van, y alimento a Andrew, debato si tomar una siesta muy
necesaria cuando suena mi celular. El número es de Sebastian. Extraño. Nunca me
llama a casa.
―Sebastian.
―Buenas tardes, Elizabeth. ¿Harás algo esta noche?
―Um, no. ―Aparte de ir a la cama temprano, no había planeado nada.
―¿Puedo imponerme a tu buena naturaleza, entonces?
―¿Qué pasa?
―¿Recuerdas esa potencial adquisición que Trevor tenía que analizar con el
constructor del barco?
―Sí. ―Por alguna razón, Sebastian había metido la cabeza para adquirir una
compañía americana de construcción de barcos. Por lo general compraba
propiedades que podían ser mejoradas y las vendía a un ojo de la cara, o empresas
que se habían deteriorado debido a su pésima gestión o falta de capital, pero la
compañía de barcos no cumplía con esos requisitos. Estaba muy bien. Encontré
una debilidad en sus estados financieros, sin embargo, que alguien podría utilizar
para hacerse cargo de la empresa si así lo deseaba. Y Sebastian la deseaba mucho,
excepto que tengo la sensación de que siente renuencia a tomarla completamente.
Es más como que quiere una alianza con la constructora de barcos.
139
―Está en la ciudad. Le hablé de una reunión. Pero eres la que está más
familiarizada con su situación financiera. ¿Puedes venir a la cena y a una reunión?
Prometo no retenerte hasta tarde.
Oh, caramba. Le había dicho a Gabriel que estaría yéndome temprano.
Después de trabajar mucho más tiempo que mis veinte horas a la semana y
corriendo a casa para cuidar de Andrew y pasar tiempo con Gabriel, estoy bastante
agotada, pero esta es una oportunidad que no puedo dejar pasar.
―Por supuesto.
―Brillante. Voy a enviar un auto por ti. ¿Digamos a las siete?
Son las seis ahora. Voy a tener el tiempo justo para ducharme y vestirme.
―Bien.
―Es de la vieja escuela, Elizabeth. Por lo que no podría tomar amablemente
la entrada de una mujer.
―No te preocupes. No sabrá lo que lo golpeó. ―He hecho mi parte justa en la
red de viejos amigos de regreso en Smith Cannon. Si no hubiera sido porque quedé
embarazada de Andrew, estoy segura de que habría ganado suficientes puntos
para ser contratada como socia. Desde luego, no pretendo perder esta
oportunidad. Lo que sea necesario para convencer al dueño de la compañía de
barcos de venderle a Payne Industries, estaré más que feliz de hacerlo.
VEINTIDOS
Gabriel
―Buenos días, Travers.
―Buenos días, mi señor.
―Siento llegar sin previo aviso. Espero que no sea un problema.
―El castillo está siempre a disposición de su señoría. ―Habla como un
verdadero y fiel sirviente.
―Bien. ―Mi repentina llegada al castillo de Winterleagh no levanta la más
mínima de las cejas entre el personal, ya que han sido entrenados para esperar lo
inesperado. Después de décadas de turbulentos años llenos de fiestas 140
interminables de mi madre y de mi padre y de juergas sin fin, espero que estén
disfrutando del ambiente más tranquilo. Sospecho, sin embargo, que algunos
prefieren el ritmo agitado.
El buen funcionamiento del castillo da testimonio de las excelentes
habilidades de gestión de Edward también. Esperaba atraer a Elizabeth a la
supervisión de todas las propiedades que posee, pero sus intereses están centrados
en el derecho corporativo. Puesto que prefiero que un miembro de la familia
supervise nuestras participaciones, le pedí a Edward que asumiera el papel de
administrador. No sólo maneja el castillo y lo que rodea a la propiedad, sino que lo
puse a cargo de todas las tierras Storm también. Una posición para la que es
eminentemente adecuado. En verdad, debería haber heredado el título. Ama el
castillo y las otras propiedades mucho más que yo. A mí sólo me importa una cosa,
mi esposa y mi hijo. Y, a decir verdad, Storm Industries, que reconstruí desde cero
después de que mi madre casi la lleva a la quiebra.
―¿Dónde está lord Edward?
―Arriba, su señoría. En su estudio.
―¿Estudio?
Él se aclara la garganta.
―En la habitación infantil, mi señor.
Todo en mí se aprieta. Cristo. ¿Construyó un estudio en nuestra habitación
infantil? Mi cámara de tortura, el lugar donde mi madre sádica y mi tutor me
golpeaban por una leve infracción.
―Muy bien.
―Voy a colocar sus cosas en la habitación Rubí.
La habitación Rubí, donde los condes de Winterleagh se quedan desde
tiempos inmemoriales fue establecida para los jefes, entre ellos mi padre. Me
muerdo la lengua para no preguntar sobre la habitación Esmeralda, el dormitorio,
que fue incendiado con Elizabeth y Andrew en el interior. Tantos horribles
recuerdos de este lugar. No puedo irme con la suficiente rapidez. Pero, voy a tener
que pasar la noche. Las cosas que tengo que hablar con Edward pueden durar
varias horas.
―¿Debo anunciarlo, señor?
―No, gracias, Travers. Me anunciaré yo mismo.
Arrastrando mis pasos, subo las escaleras a la torre este, donde está la
habitación infantil. Tomo una respiración profunda para fortalecerme para la vista.
141
Pero cuando llego, soy gratamente sorprendido. Las sucias cortinas oscuras han
sido quitadas. En su lugar, la luz brilla a través de las ventanas que de hecho se ha
transformado en el taller de un artista. En un extremo, Edward se encuentra con
una paleta en la mano mirando un lienzo en un caballete sobre el que está la
pintura de una hermosa mujer, obviamente, de origen mexicano, su piel oscura
similar en tono a la de la Dra. Wilkinson.
―Edward.
―¡Gabe! ―deja caer la paleta en una mesa cerca de él y me abraza―. ¿Qué
estás haciendo aquí?
―Se me ocurrió pasar por aquí y ver cómo estás.
―Estoy bien. ¿Elizabeth y Andrew? ―Mira a mi alrededor―. ¿Vinieron
también?
―No. Ella tenía una cita con los decoradores. ¿Recuerdas el rincón para
comer en el ático?
―Vagamente.
―Bueno, está re-decorándolo. Está bastante entusiasmada en el proyecto.
Hablando de re-decoración, ¿qué hiciste con el lugar?
―¿Te gusta? Siempre fue tan triste. Había todo tipo de muebles viejos
olvidados.
―¿Y los quemaste? ―Eso es lo que yo habría hecho.
―No. ―Sonríe y sacude la cabeza―. Los doné a una organización benéfica
local. Pensé que no te importaría.
―Tienes razón. No lo hace. Espero que les den buen uso.
Me acerco al lienzo y echo un vistazo más de cerca a la mujer. Cabello oscuro
que fluye hacia abajo hasta su cintura. Ojos del color del chocolate y una sonrisa de
Mona Lisa, casi como si fuera… Un extraño presentimiento atraviesa mis sentidos.
La renuencia de Edward a hablar de su pasado. ¿Se enamoró de esta mujer?
―¿Quién es?
―Su nombre era Luisa. Luisa Reyes. Era mi esposa.
Una botella de Tequila Patrón se encuentra en la mesa a la derecha junto a los
tubos de pintura. El ligero aroma a alcohol flota en el aire. Algo debe haber pasado
con ella. Alguna cosa que lo está destrozando.
―¿Cómo era?
Él agarra la botella y se tambalea hacia el sofá, con un mundo de tristeza en
sus ojos. 142
Me dejo caer junto a él y, lo más suavemente que puedo, digo,
―Háblame de ella.
Toma un trago de la botella, se limpia la boca con el dorso de la mano.
―Era joven. Dieciocho años cuando la vi por primera vez. E inocente de los
caminos del mundo. Quería aprender inglés por lo que le enseñé junto con otros
estudiantes. Era brillante, tan brillante, que entendió el idioma con bastante
facilidad. Un día, perdió su aventón, una tormenta comenzó y no quise que
caminara hacia su casa sola, así que la acompañé. En el camino, me quedé
enamorado. ―Su mirada fuera de foco aterriza en mí, pidiendo una tregua a su
dolor―. Estaba tan llena de vida, Gabe. Y yo… Me sentía solo, nostálgico. Ella
llevó felicidad a mi triste existencia. No debería haber hecho lo que hice. ―Deja
caer los hombros, y toma otro trago de la bebida.
―¿Qué hiciste?
―La seduje. Se enamoró de mi encanto británico, en verdad estaba fascinada
por todas las cosas inglesas. Soñaba con venir a Inglaterra. Permití que pensara que
la traería de regreso conmigo.
―Pero no tenías la intención de hacerlo.
―No. Y entonces un día me dijo que estaba embarazada de nuestro hijo.
Estaba avergonzada. Su padre la desheredaría una vez que se enterara. Así que
hice lo más honorable que me quedaba.
―Te casaste con ella.
―Sí. Por lo menos podía hacer eso por ella. Ella estaba feliz, soñando con un
futuro que nunca sucedería. Durante un tiempo fuimos felices. Tan felices. Ella
charlaba montones y podía desaparecer mis estados de ánimo oscuros con un beso
y una sonrisa. De alguna manera en la casa de dos habitaciones en la que vivíamos,
se las arregló para crear una habitación para nuestro hijo. Y entonces un día fue al
mercado, igual que hacía todos los días, para comprar pollo para cocinar para mí
esa noche. ―Su aliento se atora―. Dios.
―¿Qué pasó, Edward?
―Fue capturada en un lugar equivocado, en el momento equivocado.
Abatida a tiros en medio de la plaza. Tenía ocho meses de embarazo. Murió, y
también nuestro hijo. ―Rompe en sollozos mientras lágrimas corren por sus
mejillas.
Envuelvo mis brazos alrededor de él y lo aferro a mí. 143
―Oh, Edward. Lo siento mucho. ―¿Cómo ha vivido a través de ese dolor? Si
lo mismo les pasara a Elizabeth y a Andrew… No, no puedo pensar así. Eso no va a
suceder.
Una vez que su dolor está bajo control, dice:
―Los enterré junto al río, en su lugar favorito donde florecen las flores y
establecí una cruz para asegurarme de que nadie se olvidara de quiénes eran, Luisa
Reyes Storm y Richard Storm. Ella era gran fan de Ricardo Corazón de León.
―¿Fue un niño, su hijo?
―Sí. Deberías haberlo visto, Gabe. Era muy pequeño, pero bien formado.
Vivió el tiempo suficiente para morir en mis brazos.
Lo abrazo aún más fuerte hacia mí.
―Oh, mi hermano. Mi querido hermano.
Otro paroxismo de dolor pasa sobre él, y por varios minutos sucumbe. Sin
saber que hacer aparte de abrazarlo, hago sólo eso. Finalmente, después de unos
pocos minutos, emerge de su dolor.
―La habría traído a ella y a nuestro hijo de vuelta conmigo. Si hubieran
vivido.
―Y les hubiéramos dado la bienvenida.
Por primera vez, echo un vistazo alrededor de la habitación. Otras pinturas se
apoyan contra las paredes. De la hermosa Luisa y su hijo. En una, se ríen junto a un
río. En otra, ella está leyéndole. Está creando imágenes de una familia que nunca
tuvo.
Se levanta, cubre el lienzo en el caballete con un paño. Es entonces cuando me
golpea. Nada ha cambiado. Esta habitación todavía es perseguida por los
fantasmas del pasado. No es de extrañar que odie el lugar.
Él da un paseo a la ventana, donde la luz brilla y mira hacia afuera. Una
saludable señal. Sin embargo, tendrá que ser inducida con esfuerzos para ser más
saludables. Tal vez si le pido que visite nuestras otras propiedades y me informe
de nuevo.
―Sé por qué estás aquí. Debido a lo que dijo madre.
Asiento.
―Tienes razón. ¿Por qué no llamaste y me lo dijiste? Tuve que escucharlo de
Samuel.
―No te llamé porque está mintiendo. Durante todo el tiempo que estuve
144
hablando no dejó de mirar la cámara en la esquina de la habitación. Sabía
exactamente dónde estaba. Sabía que llegaría a ti. Ya que no quieres venir, tomó la
segunda mejor opción, me pidió tomar té para poder aterrorizarte con su sarta de
mentiras. Una vez más, me usó para llegar a ti. Y estoy tan cansado de estar
atrapado en medio.
Todos estos años ni una sola vez pregunté lo que debió haber sido para él,
jugar a ser su hijo favorito cuando la aborrece hasta la última gota de su ser. Nunca
me puse en su lugar hasta ahora.
―Siento tanto que te veas atrapado en esta situación. No voy a pedírtelo de
nuevo.
―Lo haría con mucho gusto, Gabe, si pensara que iba a ayudar, pero no lo
hará. Ella es el mal y sólo busca herirte. ¿No te das cuenta?
―Sí, lo hago. Pero el problema es, hermanito, que no puedo correr el riesgo.
Tengo que proteger a Elizabeth y a Andrew. Ahora, vamos a bajar las escaleras y
tengamos un buen almuerzo. Espero que hayan matado el ternero cebado ahora
que ambos hijos pródigos están en casa.
Su sonrisa llena la habitación. Es triste. Pero, no obstante, es una sonrisa.
La tarde la pasamos repasando los libros del castillo, dando un paseo por la
finca. Se sabe el nombre de todos a su alrededor, y todo el mundo sonríe cuando lo
ven. Tal como sospechaba, es un gran administrador.
Al final del día, estamos viendo la tele, sobre las cabriolas de un espía que
tiene poco interés para mí, pero él está fascinado. Una vez que termina, cambio los
canales en busca de algo más que ver. Estoy pensando en darle las buenas noches y
buscar mi cama cuando encuentro un programa de chismes.
El locutor, uno de esos tipos eternamente alegres, sonríe ampliamente para la
cámara.
―Esta noche en Reve nos encontramos a Elizabeth Storm, también conocida
como lady Winterleagh, disfrutando de una cena íntima con Sebastian Payne, el
marqués de Ravensworth. Como se informó la semana pasada, el matrimonio de la
condesa con Gabriel Storm parece estar en las rocas, camas separadas y todo eso.
¿Podría ser que tenga a un nuevo hombre en su punto de mira?
Enseñan una foto de Elizabeth y Sebastian apoyándose uno contra el otro, lo
suficientemente cerca para besarse. Es un puñetazo en mi estómago esa imagen.
Qué tonto he sido. Me pareció que el trabajo fue lo que la llevó a Payne Industries
cuando todo el tiempo fue él.
―No es lo que parece, Gabe ―dice Edward, con una mirada de preocupación
en su rostro. 145
―¿Cómo demonios lo sabes? ―estallo.
―Elizabeth no se aparta de ti.
―¿No? Dijo que se reuniría con los decoradores. Nunca mencionó ir a cenar
con él ―escupo la última palabra.
―Tal vez salió de último minuto. Dale la oportunidad de explicarse.
―No es malditamente probable. ―Una vez que regrese a Londres, todo va a
cambiar.
VEINTITRES
Elizabeth
―Buenas noches, Gabriel. ¿Tuviste una agradable visita con Edward? ―Es
domingo por la noche. He estado dando vueltas en el ático muy preocupada por
las imágenes que aparecieron en ese terrible programa de entretenimiento anoche.
Mi única esperanza es que estuviera demasiado ocupado en Winterleagh para
haberlas visto.
Pero tan pronto como entra, sé que es un brindis al sol.
Su mirada medio oscura se posa en mí, y todo lo que consigo es un “Sí”. Los
labios recortados en una línea blanca. Con la piel firme en su rostro. Nunca lo
había visto así. Enojado, sí, incluso herido, pero ahora se ve atormentado,
perseguido. Claramente, vio las fotos. 146
―No es lo que piensas.
―¿Cómo sabes lo que estoy pensando? ―Aprieta los dientes.
―Que salí con Sebastian. No fue así. Fue una cena de negocios.
―¿Cómo la comida de tu primer día en el trabajo fue sólo una comida de
negocios?
―Lo fue. ―¿Cómo puede creer que no lo fue? Tuve el almuerzo no sólo con
Sebastian, sino con el director legal. Gabriel estaba allí. Nos vio.
―Lo que tú digas, Elizabeth. ―Frota su cara―. ¿Cuándo se servirá la cena?
―En media hora más. ―Aprieto mis manos para evitar que lleguen a él―.
Gabriel, necesitamos hablar.
―No. No, lo hacemos. Ahora discúlpame. Necesito una ducha. ―Desaparece
por el pasillo hacia su dormitorio, el que ya no comparto.
¿Debo ir tras él y forzar una discusión o esperar hasta después de la cena,
cuando podría estar en un mejor estado de ánimo? Será mejor hacerlo ahora. Si
espero, acabará por ponerse más enojado.
Algo suena en la distancia. No sé de dónde salió el sonido, me precipito al
cuarto de Andrew, pero está dormido. Todo está como debería estar.
―¡Milord! ―La voz de Parker.
¿Qué pasó con Gabriel? ¿Qué hizo? Corro hacia el vestuario y lo encuentro en
caos; la mesa redonda volcada, el jarrón en fragmentos, flores en ruinas
derramadas sobre la alfombra crema. Y el espejo de su preciosa herencia, el que
heredó de su bisabuela, destrozado.
―¿Qué pasó? ―pregunto.
Él no contesta. Sólo se queda allí, con los hombros caídos, con la mano
izquierda rota y magullada. Y la sangre gotea de color rojo a la alfombra
Aubusson.
Jadeo. ¿Qué se hizo? ¿Qué motivó este comportamiento?
―Vete, Elizabeth. ―Su voz es la de un anciano.
En el otro extremo de la habitación, la mirada de su auxiliar de cámara toma
el daño hecho a la habitación, y aprieta su cara con emoción. No es de extrañar. Su
lugar de culto ha sufrido una herida mortal. Pero el vestuario no es importante, el
hombre de pie en el centro de la devastación sí lo es.
―Parker, ¿podrías traerme el botiquín de primeros auxilios? Está en la
habitación de Andrew.
147
―Sí, señora.
―Milady, no señora ―escupe Gabriel―. Es la condesa de Winterleagh.
―Mis disculpas, milady.
―Oh, por amor de Dios. No importa cómo me llames. Solo ve. Por favor
―agrego como una idea tardía.
―Sí, milady.
Después de que Parker se apresura, paso con cuidado alrededor de los
fragmentos, tomando el brazo bueno de Gabriel y llevándolo al baño, donde
agarro un paño y lo paso por los cortes en su mano. No son profundos, gracias a
Dios, a excepción de uno desagradable que debe haber sido el punto de primer
contacto. La mayor parte de la sangre fluyendo es de esa herida.
Cuando su auxiliar de cámara regresa con los suministros médicos, los tomo
de él.
―Gracias, Parker. Si pudieras, por favor procurar que el vestuario sea
limpiado.
―Ya está atendido, milady ―dice el tercer milady con exageración, pero no
me atrevo a protestar, no después de Gabriel insistiendo en que actúe de esa
forma.
El sonido de unos pasos caminando penosamente en el vestuario me alcanza.
Mientras una aspiradora ruge limpiando, meticulosamente curo las heridas de
Gabriel, desinfectándolas y aplicándoles vendajes, poniendo una mariposa en la
herida grande, otras más pequeñas en los otros cortes. Durante todo el proceso él
no dice una palabra, pero se inclina hacia atrás contra la encimera de mármol,
mirando por encima de mi hombro a la distancia.
Finalmente, satisfecha de que hice lo mejor que pude, envuelvo su mano en
una gasa, con un nudo apretado para que no se deslice.
―Gracias ―dice en la misma voz vieja y cansada.
La desesperación pasa sobre mí. Mi aliento se atora tratando de mantener las
lágrimas a raya.
―.¿Cómo sucedió, Gabriel?
Con cara de piedra me mira.
―Bastante auto explicativo, ¿no es así? Le di una patada a la mesa, y perforó
el espejo.
―¿Por qué? 148
Al mirar hacia abajo a su mano vendada, mueve un hombro, como si la
respuesta no importara.
―¿Quién sabe?
Ese rizo perdido de su frente cae. Me estiro para acomodarlo de nuevo, igual
que he hecho muchas veces, pero se aleja de mí. Como si mi toque lo ofendiera.
Aprieto mis manos para evitar que se desvíen hacia él de nuevo.
―Podrías haberte lastimado.
Se burla.
―No te preocupes. Fue la mano izquierda.
La mano que su madre le ordenó romperle a su tutor.
―¿No ha sido lastimado lo suficiente? ―Siendo incapaz de contener las
lágrimas, inclino mi cabeza para ocultarlas de él.
Con un dedo debajo de mi barbilla, levanta mi cabeza. Con el ceño fruncido,
pasa su pulgar por mis mejillas húmedas, y mira la humedad como si fuera
repelente a ella.
―¿Por qué te importa, Elizabeth? ―La mirada helada en sus bellos ojos.
El ruido de la aspiradora se detiene. Espero en Dios no haya nadie en el
vestidor escuchando esta conversación, ya que está a punto de dar una fea vuelta.
―Por supuesto que me importa. ¿Cómo puedes decir eso?
―No te creo. Ahora si me disculpas, necesito una ducha antes de la cena.
Podrías querer utilizar el momento para pasar el resto de tus cosas a la casa de
Brianna.
Un estremecimiento frío se escurre hacia abajo de mi espina.
―¿Por qué debería hacer eso?
―Quiero que te mudes. Puedes permanecer en su apartamento mientras
buscas un lugar permanente para vivir.
―¿Me estás echando?
―No. No lo hago. Te fuiste cuando elegiste a Ravensworth sobre mí. ―Sus
labios se doblan. Su mirada telegrafía arrogancia fría, sin sentimientos―. Y no
pondré mi pene donde algún otro hombre, lo ha tenido.
Calientes, bengalas rojas de ira se encienden dentro de mí. Le pego, en el
estómago.
―Eres un hijo de puta. No voy a dejar que me hagas esto, a nosotros.
Cuando un hombre más pequeño se doblaría de dolor, él apenas registra el
149
puñetazo. Me mira, pero no dice una palabra.
―¿Qué es lo que tomará para que creas que no estoy acostándome con
Sebastian?
―Nada. No hay nada que puedas hacer o decir. ―Su enojo se disipa como el
aire de un globo―. Ahora vete. Por favor.
―No. No me importa si estás lastimado, no me importa si estás enojado
conmigo. No me lanzarás lejos como una gran basura.
―No estoy alejándote, Elizabeth. Tú elegiste tu camino. Vete.
Grito, largo y fuerte. Mis pies caminan por la alfombra del vestidor. Segundos
más tarde, Jonathan, Jorge, Marisol, Parker se precipitan, hasta el último de ellos
sujetando un arma de algún tipo, un revólver, un cuchillo, un rodillo, zapatos.
―¿Qué está pasando?
―¿Está lastimada, señora Storm?
―Ay Dios mío.
―¿Milord?
Sé lo que ven. Gabriel y yo congelados en un cuadro. Con los pies más o
menos separados, uno frente al otro como dos combatientes. La vista de ellos me
choca y me quedo en silencio.
Mientras trabajo por respirar, Gabriel estudia con calma al pequeño ejército
en la entrada del baño, como si esto sucediera todos los días de la semana.
―La señora Storm está muy bien. Vio una araña y gritó ―ofrece sin siquiera
una insinuación de mentira.
La duda de algunos se muestra, pero no están a punto de llamarlo mentiroso.
No en su cara.
―Ahora, por favor vuelvan a sus funciones.
―Con el debido respeto, señor Storm ―dice Jonathan, enfundando su
arma―. No me iré hasta que la señora Storm me diga que no está lastimada.
Tomo una respiración.
―Estoy bien, Jonathan. Disculpa las molestias. Por favor, haga lo que dice el
señor Storm.
Mirando por encima de sus hombros, retroceden, dejándonos a Gabriel y a mí
solos una vez más. Dios, qué desastre. Eso en cuanto a esperar que nadie escuchara
nuestro argumento.
¿Cómo llegamos a esto? ¿En dónde nos desviamos tanto? 150
―Gabriel. ―Estiro la mano hacia él, queriendo comodidad, así como ser
consolada por él, pero retrocede. Claramente, no quiere tener nada que ver
conmigo―. Te equivocas. Estás totalmente equivocado acerca de Sebastian y yo. Y
voy a demostrártelo.
Los gritos de Andrew suenan a lo lejos. Es hora de darle de comer, pero no
puedo ir a él. No ahora, cuando mi matrimonio se está desmoronando.
―¿Y cómo vas a hacer eso?
Sólo hay una acción que puedo tomar. Pero me va a costar la única cosa por la
que he luchado con un precio alto. Mi trabajo. Tal vez en algún momento en el
futuro se dé cuenta de lo importante que es mi carrera para mí. Tal vez pueda
trabajar en otro lugar. Pero, por ahora, es el único movimiento que me queda.
Agarro mi teléfono del bolsillo de mi pantalón, apretando un botón de línea
directa.
Una voz profunda responde.
―Hola. ―Pongo la llamada en el altavoz de modo que Gabriel puede
escuchar cada palabra.
―Sebastian.
Las cejas de Gabriel suben.
―¿Elizabeth? ¿Sucede algo?
―No. Te llamo porque… ―Mi aliento se atora. ¿Realmente voy a hacer esto
después de haber trabajado tan duro por este trabajo?―. Siento decírtelo en un
plazo tan breve, pero te voy a presentar mi renuncia.
Por un latido o dos, hay un silencio de muerte en su lado.
―¿Winterleagh te obligó a esto? ―Winterleagh, el nombre de Gabriel.
―No. No lo hizo. Es mi decisión. Creo que es lo mejor. ―Me muerdo el labio
para evitar que tiemble.
―Elizabeth. Quiero que pienses cuidadosamente acerca de esto. Tienes un
futuro brillante en mi empresa. Trevor piensa el mundo de ti. Nunca ha visto una
mente tan aguda como la tuya. Anoche convenciste al propietario de una de las
mejores empresas de construcción de barcos en el mundo de asociarse con
nosotros, todo en el espacio de una noche. Te lo ruego, por favor, reconsidéralo.
―Lo siento, Sebastian, mi decisión está…
Gabriel quita el celular de mi mano.
―Ravensworth. Gabriel Storm aquí. ―Su voz arrogante está de vuelta―. Por 151
favor, no tengas en cuenta la llamada de mi esposa. Ha habido un ligero
malentendido. Estará en tu brillante oficina mañana temprano. Oh y una mente
brillante merece un ascenso, ¿no te parece? Si deseas mantenerla, es decir. Está
considerando otra oferta en este momento.
―Sea lo que sea, le pagaré el doble.
―Es bueno saberlo. Los dos podrán discutir la cantidad exacta mañana.
Buenas noches. ―Y cuelga.
Decir que estoy sin habla es un eufemismo.
―¿Por qué? ¿Qué?
―Dejar tu trabajo no es una solución a nuestros problemas.
Estoy devastada. Jugué mi última carta y no es suficientemente buena.
―No sé qué otra cosa hacer para demostrarte que no significa nada para mí.
―Hay otra manera.
―¿Cuál?
―Vuelve a mí, a mi cama. Donde podremos hacer el amor. Cada noche.
Durante el tiempo que nos quede. Esa es la promesa que hiciste. ¿Recuerdas?
Bueno, es hora de demostrar que lo quisiste decir. Vuelve y quédate. Por siempre.
Esa es mi oferta. Tómela o déjela.
Los gritos de Andrew se vuelven estridentes, y me da la excusa de tener que
ir a alguna parte y pensar en la oferta que me hizo.
―Tengo que ir a alimentar a Andrew.
―Vete. Pero no vuelvas a menos que quieras quedarte.

152
VEINTICUATRO
Gabriel
Ella no volverá. Yo la alejé. Y esta vez para siempre. La idiotez de darle a
Elizabeth un ultimátum perturba mi mente. ¿Cuando llamó a Ravensworth y
renunció a su trabajo, sabiendo lo importante que es para ella, y la forma en que
estaba dispuesta a renunciar a él por mí? Mi corazón dio un vuelco en mi pecho. Y
lo vi con cegadora claridad.
Qué tonto he sido.
En algún lugar en el fondo supe que no se estaba acostando con Sebastian. Es
muy cierto, también es demasiado leal para hacerme trampa. Pero mi maldito
orgullo Storm se puso en el camino. No podía aceptar el hecho de que no quería mi
dinero, ni tampoco le importaba la posición social que le pudiera proveer. ¿Y quién 153
puede culparla? ¿Por qué iba a querer todo el equipaje que venía con estar casada
con el poderoso Gabriel Storm? Dios.
Lo idiota que he estado.
Con Elizabeth fuera no hay razón para ir a la cama, así que me quito el
pantalón y pongo una bata sobre mí. Terminado como estoy, pasarán horas antes
de dormirme.
Tonto. Idiota. Cretino.
Podría haberla seducido en mi cama, y habría venido. Todo lo que habría
bastado era tomarla con toque suave, un beso caliente, para que pudiéramos
alcanzar el paraíso. En vez de eso estoy aquí en el centro de mi habitación con sólo
recuerdos de lo que fue y el sueño imposible de lo que no podrá ser nunca.
Mi mano palpita de dolor, de los cortes, de la paliza que me propiné. Las
heridas no salieron únicamente del espejo hecho añicos. Sino también de donde
golpeé la pared. Si Elizabeth lo averiguara, probablemente insistiría en una
radiografía y en poner mi brazo en un cabestrillo. Así que quiero mantener esa
particular parte de noticias como un secreto.
Tal vez un poco de alcohol alivie el dolor, me dé paz. Con mi mano sana, me
sirvo dos dedos de Macallan y salgo al balcón. El aire frío me hará bien. El primer
trago pasa fácil, quemando algo de calor de mi dolorido cuerpo. Dios, en qué
desastre ha convertido mi vida. Y no tengo a nadie a quien culpar sino a mí mismo.
La puerta corredera se abre detrás de mí. Su aroma me envuelve y me
endurezco en un instante. ¿Vino a darme el último adiós? ¿O para torturarme con
su cercanía? No creo que pueda tomarlo. Ya no.
Me bebo lo que queda del whisky.
―¿Olvidaste algo? ―pregunto, sin girarme. No quiero que me vea así.
―Sí.
Sus dedos se deslizan a lo largo de mi brazo derecho para tomar el vaso vacío
de mi mano. Lo coloca en la pequeña mesa de metal junto a mí. Sus manos suben a
mis hombros, enganchando el borde de mi bata y poco a poco tira de mí. De
espaldas a ella, estoy desnudo y con dolor, anhelando algo que no puede ser. Con
mis emociones deshilachadas en el borde, no puedo controlar mi voz.
―¿Qué malditos demonios estás haciendo?
―Shhh. ―Un susurro detrás de mí y está presionando su cuerpo, su cuerpo
desnudo, contra el mío. Cuando sus pezones duros perforan mi espalda, me trago 154
un gemido.
―Elizabeth ―gruño―. ¿Qué me estás haciendo?
Su mano se curva alrededor de mi pecho, vaga por mi vientre, a mi ansioso
pene. Cuando dobla la mano alrededor de su circunferencia, mi cabeza rueda hacia
atrás y gimo. Esto se siente tan bien. Tan malditamente bien. Necesitando tocarla,
besarla, me giro en su dirección, pero me detiene.
―No, no te des la vuelta.
Sin duda, no quiere sacudirme y dejarme deseoso del sabor y la sensación de
ella. Mientras me acaricia, me pongo más y más duro en su agarre. Mi voz es
grave.
―.¿Por qué? ―Mientras hago puño mis manos para no llegar a ella.
―Porque hay algo que tengo que decirte.
―Podrías… ―trago―… ¿podrías dejar de tocarme entonces? ―No puedo
creer lo que le estoy pidiendo―. De lo contrario, no creo que vaya a escuchar tus
palabras.
Ella se ríe en mi contra. La vibración de su risa alcanza mi interior,
derritiendo el núcleo de hielo profundo dentro de mí.
―Como desees. ―Suelta mi pene, pero mantiene nuestros cuerpos
conectados, piel con piel. Varios segundos transcurren mientras respiramos juntos.
La luna llena ilumina el balcón sombreando todo con su luz suave, de color azul.
Acaricia mi pecho, poniendo mi piel en llamas.
Bueno, al menos no es mi pene.
―Quiero esto, Gabriel. Estoy cansada de dormir sola todas las noches en el
apartamento de Brianna. Doy vueltas y me agito a mitad de la noche. Apenas
puedo dormir sabiendo que estás sólo un piso lejos.
Dejo escapar un pequeño suspiro mientras la tensión fluye en mí.
―Somos desgraciados separados, tú y yo, y la distancia está empeorando las
cosas. Si tenemos alguna esperanza de salvar nuestro matrimonio, tenemos que
tener sexo, y mucho.
Cierro los ojos y envío una oración a cualquier divinidad ayudándole a tomar
esa decisión.
―¿Eso significa que vas a volver a mi cama?
―Sí. ―Respira dentro, fuera―. No puedo prometerte que para siempre, sin
embargo. Demasiadas cosas hay en las que necesitamos trabajar.
―¿Por ejemplo? ―Cállate, idiota. ¿No has aprendido nada? 155
―Guardas demasiados secretos de mí.
―Tú también.
―Lo sé. Vamos a tener que trabajar en eso, confiar en el otro para hacer lo
correcto.
No hay tiempo como el presente para probar sus intenciones.
―¿Por qué estás entrenando con Jonathan?
―Debido a Brian Sullivan. En D.C. me insultó, me intimidó cuando descubrió
que estaba esperando a tu bebé. No estoy segura de poder confiar en él. No
después de esa parte de intimidación en mi oficina.
Aprieto los dientes.
―Voy a matar al bastardo hasta tirarlo al suelo.
―No, no lo harás. Prometiste que no lo harías. Si intenta algo, yo voy a
golpearlo hasta tirarlo al suelo.
La idea de que peleé con Brian Sullivan es como un puñetazo en mi
estómago. Él es casi tan alto como yo, con una fuerte figura. Ella podría estar
entrenando Jujitsu, pero no es rival en su contra.
―Por favor, libérame de mi promesa.
―No. Esto es algo que yo tengo que hacer.
Respiro duro pero finalmente accedo a sus deseos.
―Haces que sea muy difícil ser tu héroe.
―No es necesario que golpees a Brian Sullivan para ser mi héroe. Lo eres
simplemente cuidando de nuestro hijo, cuidándome, amándome. ¿Pero Gabriel?
No más secretos.
―Pero yo…
―Sin peros. Prométemelo.
―Muy bien. Lo prometo. ¿Alguna condición para tu regreso a mi cama?
―Ninguna.
Con la mano buena, la recojo, la acuesto en la chaise longue3 del balcón. Es
tan hermosa a la luz de la luna. De rodillas frente a ella, adoro su piel, besando su
mandíbula, hacia el valle de sus pechos, a su monte de Venus. Su aroma cuando
está excitada es suficiente para llevarme al límite.
Dobla una mano alrededor de mi cuello, moviendo mi cara hacia la de ella.
Me lame los labios, mordisqueando mi labio inferior.
156
―Penétrame, Storm.
A pesar de que mi cuerpo grita por hacer precisamente eso, ahora que se ha
rendido, quiero disfrutar de ella, tomarme mi tiempo.
―En un minuto, amor.
Muevo su clítoris con mi dedo pulgar, y gime y se retuerce debajo de mí. Sus
ojos brillan a la luz de la luna mientras dirige su mirada hacia mí.
―Te encanta torturarme, ¿verdad?
Mis labios giran en una mueca de pura maldad.
―Cuanto más esperes, más dulce será mi semen.
Presiono mi pulgar derecho por encima de su punto más sensible, y arquea
su cuerpo.
―Maldito seas, Storm. Sólo por una vez, me gustaría que me penetraras
rápido y duro.

3
Chaise Longue: proveniente del francés, significa literalmente silla larga, es un tipo de sofá con
forma de silla que posee una prolongación lo suficientemente larga como para soportar las piernas.
―Tus deseos son órdenes para mí. ―Retrocedo y de una estocada larga entro
en ella, agarrando su trasero y dándole el viaje de su vida. Sus gritos de éxtasis
llenan la noche mientras golpeo con fuerza y seguro dentro de ella.
―Sí, sí, sí. ―Si alguien está escuchando van a tener los oídos llenos, pero no
me importa. Que nos oigan.
Finalmente, la crisis golpea y derramo mi semilla dentro de ella. Después, me
acuesto gastado y saciado en sus brazos, escuchando el sonido de los latidos de su
corazón.
―¿Se supone que debe doler tanto? ―pregunta.
¿Qué…? Acurruco mi cuerpo en el de ella y tomo su cara en mis manos.
―¿Fui demasiado duro? ¿Exigí demasiado de ti?
―No. ―Sonríe suavemente mientras toma mi mejilla―. Estuviste magnífico
como siempre.
―Entonces, ¿de qué estás hablando?
―Del amor. Me duele, aquí mismo. ―Apunta a un lugar por encima de su
corazón. 157
―A mí también ―digo dejando caer un beso en sus labios.
―¿Eso es normal?
Envuelvo mi brazo bueno en ella.
―No lo sé. Nunca he amado a nadie antes. Pero si amar significa dolor, que
venga.
Su risa retumba a través de mí, endureciendo mi cuerpo.
―¡Dios! Qué par somos, Storm. No me puedes decir que me amas, y no sé
qué es el amor.
La meto cerca de mí, justo al lado de mi corazón.
―Tal vez por eso somos tan perfectos uno para el otro.
VEINTICINCO
Elizabeth
Un mes más tarde, entro a mi oficina para encontrar un mensaje de Sebastian
esperándome. Me pregunta si tengo tiempo para hablar. Qué puedo hacer, excepto
decir que sí.
Cuando llego, está jugando con su máquina de café expreso.
―Buenos días, Elizabeth.
―¿Quieres un café?
―Sí. Eso sería perfecto. ―Había pasado la mañana calmando a un bebé
inquieto lo que significó que me salté el desayuno. Y me perdí la cafeína.
Cuando me entrega la taza, respiro la bebida aromática antes de tomar un 158
sorbo. Nada como un golpe de café fuerte y fresco para poner el corazón en ti.
Sintiéndome mucho más enérgica, miro atenta a Sebastian.
Sus labios se tuercen.
―¿Estás bien?
¿Soy tan transparente?
―Um, sí.
Vestido con traje oscuro, a menos que me equivoque, es el último hombre de
negocios profesional, centrado, objetivo, orientado. Y devastadoramente guapo y
encantador. Puedo ver por qué las mujeres se enamoran de él de derecha a
izquierda, a pesar de que no me hace nada a mí. Tengo a mi dueño
devastadoramente apuesto seductor en casa.
―¿Cómo están las cosas?
―Estupendo. Trevor me asignó algunos grandes proyectos. ―Como me
probé con la cabeza de legal, me ha entregado asignaciones cada vez más
complejas. Algo que estoy disfrutando totalmente.
―Trevor canta sus alabanzas hacia ti cada vez que hablo con él. No puede
decir suficiente sobre ti y tu comprensión de las finanzas internacionales. Brillante
y de trabajo duro son sólo dos de los muchos superlativos que ha expresado. Por lo
que he visto, estoy muy de acuerdo.
―Gracias. ―Cada palabra que pronuncia es música para mis oídos. He
trabajado muy duro para llegar a este punto y espero más.
―Así que quería hablar acerca de tus planes para el futuro.
―Bueno, como sabes, fui aceptada por el colegio del rey y mi regreso a casa a
la escuela será en un programa de doble titulación. Voy a viajar a D.C. este otoño
para terminar un semestre más y después, volveré a Londres para comenzar mis
estudios en el Colegio del Rey en la primavera.
―Espléndido. ―Su sonrisa se arquea hacia arriba en el lado izquierdo de su
boca―. Una vez que estés de vuelta, me gustaría hacer las cosas un poco más
permanentes. Nos gustaría que tomaras aún más responsabilidades. Tal vez
incluso ponerte a cargo de un pequeño proyecto. Por supuesto, no te podremos
hacer consejera de tiempo completo hasta que hayas pasado por la barra. Sin
embargo, dada la forma de las cosas, puedes esperar una oferta muy lucrativa una
vez que lo hagas.
―Eso sería… maravilloso.
―¿Has pensado en trabajar en la ciudad de Nueva York?
159
Ahogo un grito.
―¿Nueva York?
―Sí. El jefe del jurídico podría usar a alguien con tu experiencia financiera. Y
si las cosas funcionan, podrías tomar más una vez que se retire en unos cinco años
más o menos. Quiere pasar tiempo con sus nietos.
―No lo sé, Sebastian.
―Obviamente, es una gran decisión. Algo que necesitas discutir con
Winterleagh.
―Sí.
―¿Cómo está eso, por cierto?
Y ahora estamos en un terreno peligroso. No puedo mezclar mi vida familiar
con el trabajo. Pero es una buena pregunta.
―Bien.
―Siento oír lo de su mano.
Había vuelto a ser noticia, la mano herida de Gabriel.
―Sí. Un accidente tonto. ―Habíamos hecho circular la historia que se había
cortado cuando rebanaba una naranja con un cuchillo de cocina.
―Él está… cambiado, sabes. Nunca dio dos broches de presión sobre otras
mujeres. ¿Pero por ti? Bueno, vimos lo que pasó en la cena de bienvenida en casa
de su hermano.
Mi cara se calienta. Nunca hemos hablado de esa noche. Hasta ahora.
―Siento tanto que sucediera, Sebastian. Gabriel es bastante… posesivo
cuando se trata de mí. No es que sea celoso. No te sientes atraído por mí.
Él clava en el escritorio la pluma con la que ha estado jugando.
―Oh, yo no iría tan lejos. Si no estuvieras tan enamorada de tu marido, haría
una carrera contigo.
Totalmente sorprendida, trago.
― Pero no te unes a mujeres casadas.
―Cierto. Pero haría una excepción en tu caso. ―Su mirada aterriza
centrándose en mí, y por primera vez experimento el poder de esa mirada
ardiente.
Oh mi. Gracias a Dios, amo a Gabriel. Si no lo hiciera, sería muy tentada por
Sebastian Payne. 160
―Bien. ―Levanta su mano―. Piensa en lo que te dije. Habla de ello con
Winterleagh. No necesitas tomar una decisión al respecto de forma inmediata.
Lo que queda de la tarde y la noche, paso pensando en esa extraña
conversación. Por un lado, es la oportunidad de mi vida ofrecerme el puesto de
cabeza de derecho en su sucursal de Nueva York. Pero no me puedo mudar a
Nueva York. ¿Verdad? Y entonces la otra mitad de la discusión, cuando
prácticamente me dijo que le encantaría seducirme. Si no estuviera casada. Si al
menos no estuviera enamorada de Gabriel. Sí, me quedaría con ese pequeño
bocado. ¿Si Gabriel se enterara? Me estremezco, sin saber lo que podría hacer. No.
Sé exactamente lo que haría. Y esta vez estaría en la cárcel. Nop. No compartiría.
Esa es una conversación que me llevaré a la tumba.
Sobre todo porque las cosas han ido tan bien desde que me mudé de nuevo a
su cama. Fuimos a tientas uno con el otro, los dos tratando muy duro. El sexo
como siempre es grandioso, ¿pero todo lo demás? En algunas cosas estamos de
acuerdo. Lo acompaño a sus salidas sociales, incluso aunque le desagradan
fuertemente, sobre todo porque me siento como un insecto siendo objeto de
estudio. Asustada de hacer el más mínimo error, copio a todos a mi alrededor.
¿Qué comida va con cada tenedor? ¿De cuál vaso beben primero? Pero lo hago por
él, por nosotros, porque eso es lo que se espera de la condesa de Winterleagh. Y eso
es lo que soy. Me guste o no.
Hasta ahora no he dado un importante paso en falso. Y todo esto con
Sebastian y lo que me comentó podría ser reemplazado por otro escándalo. Así ya
no seremos un artículo en el diario de noticias.
Esa noche, después de alimentar a Andrew, me uno a Gabriel en nuestro
dormitorio. Ahora es el momento de sacar la propuesta de Sebastian, cuando las
cosas se están terminando por la noche.
―Sebastian quiere ofrecerme una posición más permanente después de mi
graduación y de que apruebe los exámenes de la barra.
―Eso está a más de tres años de distancia. Las cosas podrían cambiar. Para ti.
Para nosotros.
―Tienes razón. Podrían hacerlo. Pero creo que sería algo bueno pensarlo, ¿no
lo crees?
―Tal vez. ―No ha superado su animosidad hacia Sebastian. Oh, sabe que no
estoy acostándome con Ravensworth como Gabriel lo llama, pero todavía resiente
el tiempo que paso en la oficina lejos de casa. Bueno, por un centavo, por una libra.
―Se refirió a la oficina de Nueva York.
161
Se sacude con eso.
―¿Qué hay de Nueva York?
―El jefe jurídico se retirará en unos cinco años. Si juego bien mis cartas,
podría hacerme cargo de ella.
―¿En Nueva York?
―Sí. Podríamos hacer que funcione, Gabriel. Tal vez podrías trabajar fuera en
tu oficina de Nueva York por una parte del año, y Andrew podría venir y quedarse
conmigo durante una parte del año.
―Mi hijo no abandonará Inglaterra.
―Te niegas a la idea de antemano, sin siquiera considerar cómo hacer que
funcione.
―No hay nada que considerar. No puedo mudarme a mi oficina de Nueva
York, sólo porque ahí es donde estarás. Estaríamos viviendo separados, Elizabeth.
Y eso es algo que no consideraré.
―Eres tan inflexible. Esto es todo lo que he soñado siempre. Jefe legal en una
corporación internacional.
―¿Qué pasa con nuestro matrimonio? ¿Qué pasa con nosotros? ¿Esperas que
cambie todo para que puedas cumplir con tus objetivos de carrera?
―¿No es lo que hacen las parejas? ¿Hacer concesiones? ¿Hacer lo que es
mejor para el matrimonio?
―Esto no es lo mejor para nuestro matrimonio, Elizabeth. Esto es lo que más
te conviene a ti. Hay otros puestos de trabajo, sabes. Podías venir a trabajar para
mí.
Salgo de la cama.
―Oh, ahora me ofreces un puesto de trabajo. Cuando te negaste a hacerlo
antes. ―El día que regresé después de que su madre me chantajeó para romper
con él, me prometió todo lo posible para que me quedara. Un apartamento, joyas,
dinero. Pero cuando le pedí un puesto de trabajo en Storm Industries, me rechazó.
―No estaba a punto de ofrecerle empleo a una mujer que acababa de
confesar haberme traicionado.
―Nunca vas a cambiar.
―Y nunca vas a tomar tus votos en serio. No cuando pones tu carrera delante
de nuestro matrimonio, delante de Andrew. ―Y delante de él. No tiene que decir
las palabras, están malditamente en el espacio entre nosotros.
162
―Dios. Tomaré un baño.
Para calmarme, enciendo unas velas alrededor del jacuzzi, y ajusto los
chorros como me gustan. Mientras me baño, pienso en la conversación. Es tan
terco. ¿Por qué no puede al menos discutir el tema? Tan pronto como Sebastian
sacó lo de Nueva York, supe que sería un problema conseguir que Gabriel aceptara
tal cosa, pero por lo menos debería estar dispuesto a hablar de ello. Y debemos
decidir mutuamente qué hacer, de la forma en que pasa con las parejas casadas.
Pero no lo hará. Tan típico de él. Si no le gusta lo que le estoy ofreciendo, cierra el
tema, me excluye. Para nunca ser discutido de nuevo. Odio su actitud de Señor
Omnipotente. ¿Cómo puedo estar con un hombre que se niega siquiera a hablar de
un tema?
Descansando la cabeza contra el borde de la bañera, cierro los ojos y respiro la
fragancia de las velas, mientras me planteo la situación. Esta decisión está a tres
años de distancia. Gabriel está en lo correcto sobre eso. Voy a tener que terminar
mi grado en casa y los estudios aquí en el Colegio del Rey. Y pueden pasar muchas
cosas entre ahora y entonces. Así que no tiene sentido permitir que esto abra una
brecha entre nosotros. No ahora, cuando hemos encontrado una frágil paz.
Cuando vuelvo está acostado en la cama, con la sábana hasta la cintura.
Probablemente está desnudo allí debajo ya que no lleva pijama a la cama. Pero lo
que demuestra es magnífico. Su vello en el pecho brilla dorado a la luz de la mesa
de noche. Está leyendo una revista de negocios, con un par de gafas de lectura
posados sobre su nariz. Es tan atractivo. ¿Cuándo voy a parar de desear a este
hombre?
Estoy usando un conjunto de bata de cama que compró para mí después del
nacimiento de Andrew, una cosa transparente que revela más que oculta mi piel.
Mientras me paseo por la habitación, pongo loción con aroma a gardenia sobre mi
cuerpo.
No hace falta decir, que lo nota. Su mirada recorre arriba y abajo mi cuerpo.
Incluso desde el otro lado de la habitación puedo oler su creciente necesidad. Sé lo
que quiere, lo mismo que yo, pero hay algo que tenemos que hablar primero.
―¿Has hablado con Brianna? ―digo, deslizándome en la cama junto a él. Me
había llamado hace solo una semana, en una conversación de diez minutos antes
de perder la conexión. Sonaba distante, especial―. Estoy muy preocupada por ella.
Él baja la revista, pone las gafas en la mesilla de noche, se frota la frente con la
palma de la mano.
―No toma mis llamadas.
Parece tan abatido por el estado de las cosas con su hermana. Tratando de
163
aliviar su dolor, me subo detrás de él, doblando las piernas al lado de sus caderas,
y masajeando sus hombros. Le encanta cuando hago eso.
―Ummm, eso se siente bien.
Me deja así durante un tiempo, antes de poner su mano sobre la mía para
detenerla.
―¿Por qué el cambio en tu estado de ánimo?
Sé lo que está preguntando. Fui al baño loca como una avispa, y salí como un
minino.
―Algo que dijiste. No me voy a graduar durante tres años. Un montón puede
suceder de aquí a entonces. No tiene sentido discutir sobre ello ahora. Y Storm, no
pongas mis objetivos de carrera por encima de nuestro matrimonio. Y ciertamente
no por encima de Andrew. Solo quiero todo. ―Masajeo sus hombros un poco más,
pero no ceden―. Dios, estás tan tenso.
Con un brazo alrededor de mi cuello, lleva mi rostro al suyo y deja caer un
suave, tierno beso en mis labios.
―Sé algo que me relajará.
Por un breve instante, me gusta el calor de él contra mí, pero luego enderezo
la espalda.
―Deja de tratar de cambiar el tema. Necesitas llamar a Jake. Pedirle que vaya
a Brasil y compruebe las cosas.
―¿Y qué le digo?
―Disculparte con él por haberlo despedido.
―No voy a pedirle disculpas. Hice lo correcto.
―No. No lo hiciste.
Inclinándose hacia atrás, apoya la cabeza en mi pecho. Todo lo que tiene que
hacer es girarse en cualquiera dirección y chupar la punta de uno dentro de su
boca. Bueno, dos pueden jugar su juego. Paso mis manos por su pecho, amasando
sus pectorales duros, con el pulgar en un pezón.
Durante unos segundos, disfruta de mis servicios y me permite hacer lo que
quiero. Pero luego tira alrededor de mí hasta que estoy acostada sobre su regazo.
Mirando hacia él, extiendo la mano y acaricio lo que tanto amo.
―Te amo, sabes.
―¿Lo haces?
―Sí. ―¿Cómo puede dudar de mí?
164
―Entonces muéstramelo.
Ahhh, sabía que iba a terminar de esa manera.
―Prométeme que vas a llamar a Jake.
―¿Es ese el precio que debo pagar para hacer el amor con mi propia esposa?
―Para esta noche, lo es.
―Muy bien. Lo prometo. Ahora puedo hacer lo que estamos esperando
ambos que haga.
―Sí.
Tira del cinturón de la bata y la afloja de mis hombros.
―Levántate.
Lo hago y la desliza fuera de mí. Debajo de la túnica sólo hay una brizna de
una cosa. Con sólo un toque de misterio sobre mis pechos, su apertura en cuello v
revela cada centímetro de mí. Haciendo a un lado la seda, chupa un pezón en su
boca. Envuelvo mi mano alrededor de su cuello mientras me mama. Pronto se
vuelve inquieto por más. Aparta con su mano mis pliegues y mueve su pulgar en
mi clítoris.
―Sí. Justo ahí. Más fuerte.
―Eres tan jodidamente atractiva, Elizabeth ―susurra mientras las palabras se
derraman de sus labios.
―Tú también. ―Lo empujo hacia atrás hasta que está acostado en la cama,
pasando por encima de él. No suelta mi apertura. Sigo usando la bata de cama que
es un milagro que haya durado, al principio es de la forma en que le gustan las
cosas. Me encojo y dejo que el camisón de cuello en v caiga alrededor de mis
caderas. Desnuda hasta la cintura, tomo mis pechos, mostrándoselos.
―Me encanta tus senos, Elizabeth. Ahora móntame, amor. Monta mi pene.
Poco a poco desciendo a su enorme erección. Es grande como siempre, casi
haciendo imposible que lo haga. Pero pacientemente trabajo en ello, arriba y abajo,
poco a poco, hasta que está enterrado profundamente dentro de mí.
―Sí.
Me apoyo en él dejando caer las manos sobre su pecho y me levanto
lentamente. Sus manos van a mis caderas para ayudarme a subir y bajar. Al
principio voy lento y mi piel se llena de sudor igual que la de él. Su mirada se fija
en la unión de su pene y mi vagina. Sólo puedo imaginar lo que ve mientras voy
arriba a abajo y de arriba a abajo. 165
Sus manos sobre mí me apuran a ir cada vez más rápido, pero pronto el ritmo
no es suficiente para mí. Quiero su poder sobre mí, no debajo de mí.
―Vuélvenos, Storm.
Él agarra mi cintura y me detiene arriba, agarra mi trasero y me mueve. Gotas
de sudor de él caen a mi vientre. Con un dedo, lo la recojo y la lleva a mi lengua.
Degusto la sal y la potencia masculina.
―Me encanta como sabes.
Sus ojos parpadean con fuego azul y redobla sus esfuerzos, girando sus
caderas. Es como si quisiera llegar al final de mí. Pero no hay fin. Sólo hay esta
locura, que existe entre nosotros. Envuelvo mis brazos alrededor de él, doblo mis
piernas alrededor de sus caderas y lo dejo hacer todo. No se necesita mucho
tiempo antes de que los dos lleguemos a nuestro punto culminante. Y luego se
desploma sobre mí, con el olor a un hombre deliciosamente excitado.
Dejándose caer a su lado, deja escapar una respiración. Toda la tensión se ha
drenado de él. Bien. Dormirá bien esta noche.
VEINTISÉIS
Gabriel
Dado nuestro alto nivel de seguridad, Andrew nunca va a ninguna parte,
excepto al techo donde toma sus incursiones diarias de sol. No me malinterpreten.
La azotea del Brighton es bastante agradable. Con la mitad de jardín, la mitad
cubierta. Puedes disfrutar de una agradable mañana o tarde afuera en el sol o
hurgando en la tierra. Incluso hemos hablado con Jorge de hacer barbacoas allí.
Pero Elizabeth ha sostenido durante meses que Andrew tiene que salir del
edificio y mezclarse con la gente. De lo contrario, está obligado a convertirse en un
ermitaño. Un poco extremo, pero puedo ver su punto.
Así que me decidido por el zoológico de Londres para su primera excursión
pública. 166
Una gran cantidad de planificación se lleva a cabo antes de que saquemos a
nuestro hijo al mundo. Iremos allí en un auto convoy con uno enfrente de nosotros,
uno detrás, el nuestro en medio. Excepto por el equipo de seguridad, nadie sabrá
qué auto lleva a Andrew y a Elizabeth. Una vez que llegamos, vamos a rodearnos
de mucha seguridad. Los agentes estarán vestidos como turistas con cámaras,
mochilas, todo el asunto. Irán dentro y alrededor de nosotros para no atraer la
atención. Pero el resultado será que cualquiera tendría dificultades para conseguir
acercarse a nosotros.
Después de semanas de anticipación, finalmente llega el día. Pero antes de
que se salga de la puerta, Samuel pide un momento de mi tiempo.
No está en los planes, pero tal vez hay un problema de seguridad de última
hora que quiere discutir. Elizabeth está ocupada en la habitación de Andrew
alistándolo para su viaje. Le diré después lo que Samuel tiene que decir.
Dado que el estudio es el mejor lugar para mantener una conversación
privada, nos dirigimos allí. Una vez que sube la escalera, cierra la puerta. No
queremos que nuestra conversación sea escuchada.
―Entonces, ¿de qué deseas hablar? ―pregunto mientras tomamos nuestros
asientos habituales.
―¿El experto de cuevas del que le hablé? ¿El que estaba investigando los
túneles del castillo? Asiento.
―Encontró algo.
Mis sentidos se ponen en alerta máxima.
―¿Qué?
―Un cuerpo.
―¿Qué? ¿De quién?
―Bueno, eso es lo que el médico de cabecera está tratando de averiguar.
Maldita la explosión de eso.
―¿Trajiste a la policía?
―Tenía que hacerlo, señor Storm. No se puede ocultar un cuerpo. Es reciente
sin embargo. Tiene un montón de carne en él. Por lo que no es uno que ha estado
ahí desde hace siglos.
―Hay alguna posibilidad de que sea el hermano de Sarah Simmons.
―Es más que probable, diría yo. La policía es consciente de su necesidad de 167
mantener el secreto por lo que van a seguirlo de forma callada. Pero las cosas son
lo que son. ―Sus palabras flotan en el aire.
Puedo ver a dónde va con esto. Y es más que probable, que tenga razón.
―Saldrá. La noticia llegará a los periódicos.
―Sí, señor. Estoy trabajando en estrecha colaboración con las autoridades
para minimizar el daño, pero esté preparado para que el descubrimiento se filtre.
―Sí, por supuesto. Gracias, Samuel, mantenme informado de los avances.
―Lo haré
En el camino al zoológico, comparto las noticias de Samuel con Elizabeth.
Está de acuerdo que es algo bueno si en realidad resulta ser Bernard Simmons
porque significaría que es el que inició el fuego. Y no haría falta preocuparse por el
bastardo yendo tras Elizabeth y Andrew de nuevo.
Cuando llegamos, uno a Andrew a mi pecho. Es más fácil llevarlo de esa
manera. Con cinco meses de edad ahora, rebota arriba y abajo cuando ve a los
monos capuchinos.
―Le gustan.
―Deberían gustarle. Son sus mejores amigos ―dice Elizabeth. Su cuarto,
decorado como está con un tema de la selva, tiene monos, así como tigres y leones
que acechan entre los árboles. Y por supuesto, tiene un montón de animales de
peluche para jugar.
La selva tropical es una sección acordonada del zoológico donde se pueden
conocer y tocar algunos de los animales, pero hay que ser mayor de cierta edad
para entrar.
―Vamos a tener que llevarlo a la selva tropical, una vez que tenga edad
suficiente. Disfrutará estar cerca con sus amigos de carne y hueso.
Nuestra seguridad hace un excelente trabajo de los que nos rodean sin llamar
la atención, ni siquiera cuando nos tomamos un par de fotos con nuestro hijo.
Cuando se vuelve demasiado exigente, la niñera lo toma y Elizabeth y yo pasamos
la siguiente hora paseando de la mano. Cuando el sol sube alto en el cielo, Andrew
ha tenido suficiente. Y a decir verdad, también yo. La tensión asociada con
comenzar a sacarlo me toma. Por eso, cuando Elizabeth sugiere volver a casa, estoy
de acuerdo con facilidad.
En el viaje en auto, Andrew se queda dormido en su asiento de auto situado
entre Elizabeth y yo. Dejo caer un beso en su cabeza dormida. Huele a sol y a él.
Andrew es un bebé tan maravilloso. Apenas protesta. Feliz la mayor parte del 168
tiempo. Ahora que es un poco mayor es mucho más sociable. Todavía se ve
exactamente como Elizabeth. Eso no va a cambiar. Heredó la nariz Storm, sin
embargo. Larga, recta como una flecha. Y tendrá mi altura también. Miro hacia
arriba para encontrar la mirada suave de Elizabeth en mí.
―Es hermoso, ¿verdad? ―pregunta.
―Sí, lo es. ¿Te he dado las gracias por él?
―Sí. A menudo.
―Nunca puede ser mucho. ―Juzgando su estado de ánimo suave, digo―:
Necesita hermanos y hermanas.
Sus labios se aprietan.
―Hermanos y hermanas. ¿Cómo en más de uno?
―Sí. Creo que dos varones y dos mujeres. ¿No te parece? ―bromeo, sabiendo
bien cuál rematadamente extrema será su reacción. Andrew es un maldito milagro,
dada su aversión inicial a la maternidad. Una vez que nació, sin embargo, pareció
despertar algo en ella. Es realmente una excelente madre.
Niega.
―No va a suceder, Storm.
―¿Uno más otro? ―Si hay algo que sé, es cómo negociar.
Me mira y luego a él. Su mirada se suaviza cuando aterriza en Andrew.
―Tengo que terminar la escuela primero. Y entonces ya veremos.
No dijo que sí, pero no dijo que no tampoco. Y eso es algo en lo que puedo
trabajar.
―Pero no estás en contra de la idea.
Ella juega con la mano del bebé y deja caer un beso en su cabeza, igual que
yo.
―No. No me opongo. Pero el momento tendría que ser el correcto.
No pregunto a qué se refiere. Empujé mi suerte como está. Edward y yo nos
llevamos dos años. Jugábamos entre nosotros, dormimos en la misma habitación
hasta que tuve ocho años. Quiero a Brianna y a Royce, pero nunca fueron tan
cercanos como con Edward. Y creo firmemente que fue debido a esos primeros
años. En muchos sentidos, siempre ha sido mi mejor amigo. Es por eso que su
muerte me golpeó tan duro. Fue como si un trozo de mi corazón hubiera sido
arrancado de mí.
Las clases de Elizabeth deben terminar en tres años. Si jugamos bien nuestras 169
cartas, nuestros hijos se llevarán tres años de diferencia. No está mal.
Una risa brota de ella, atrayendo mi mirada.
―¿Qué?
―Nada ―dice, sacudiendo la cabeza. Sin lugar a dudas, sabe exactamente lo
que estoy pensando. Pongo mi mano alrededor de ella, llevándola a mis labios,
besándola, y luego tirando de ella a mí y besando sus labios suaves.
Al llegar a casa, Elizabeth acompaña a la niñera a bañar y a alimentar a
Andrew, mientras me dirijo al estudio a cuidar de la cosa que le prometí.
Tomando una respiración profunda, marco el número que obtuve de Samuel.
El teléfono suena solamente una vez antes de que sea contestado.
―Jake.
―Storm. ¿Cómo están tu esposa y tu hijo?
Está siendo educado ya que estoy seguro de que mantiene control sobre
nosotros. Aun así, tengo que responderle igual.
―Bien. Se recuperaron del fuego sin ningún daño duradero. Gracias por
preguntar. ―Me aclaro la garganta―. ¿Cómo estás?
―No me puedo quejar. ―No va a ser voluntario que me dé alguna
información sobre su paradero.
Suficientemente justo. No trabaja para mí.
―Necesito que hagas un trabajo para mí.
―Estoy ocupado. ―Corto y al punto, como siempre.
Samuel me puso al corriente de lo que Jake ha estado haciendo desde que lo
despidieron de su trabajo como jefe de seguridad de Storm Industries. Había
rechazado una operación de alto nivel, similar a la que disfrutaba cuando trabajaba
para mí, pero tomaba períodos de seguridad aquí y allá, todo de naturaleza
temporal. Así que cualquier cosa que estuviera haciendo probablemente no era un
compromiso a largo plazo.
―¿Haciendo qué?
―Nada que pueda compartir.
―Supongo que tendré que contratar a alguien más para vigilar a Brianna
entonces.
Su talón de Aquiles.
―¿Qué pasa con ella? ―Una mención de mi hermana y sus sentidos se ponen
en estado de alerta. 170
―El capataz me llamó. Está causando problemas en el sitio. No quiso darme
detalles, pero sólo puedo imaginarlo. Y está insistiendo en que le pague un sueldo
como si fuera una empleada de rango bajo, en lugar de directora de Storm
Industries.
―La golpeó con fuerza lo de la ilegitimidad, Storm. ¿No te das cuenta? ―Y
estamos de vuelta a nuestro anterior toma y daca. Con él dándome su opinión sin
barniz
―¿Qué no comparte a mi perra madre? Yo lo habría considerado una
bendición, no una maldición.
―Ya no es miembro de la aristocracia. Nunca entendiste lo mucho que
significaba para ella.
―Estoy tratando de ver las cosas desde su lado. ―He echado de menos la
honestidad brutal de Jake. Me gustaría que volviera a Storm Industries. No como
jefe de seguridad, sino para ver más a Brianna y la operación brasileña. Algo que
creo que sería bueno no sólo para Brianna y para Storm Industries, sino para Jake
también. El que ella haya sido aristócrata los separó. En su mente, pensaba que no
era lo suficientemente bueno para ella. ¿Pero ahora que ya no es legítima?
Finalmente, podría estar dispuesto a cruzar esa línea. Eso espero. Porque es el
único hombre capaz de moderar los impulsos más salvajes de Brianna
Suelta un suspiro.
―Tengo sólo un par de días más en esta tarea. Y entonces podré darle mi
atención a ella. ¿Está en Brasil?
―Sí. Te enviaré las coordenadas.
―Sé las malditas coordenadas, Storm. Diseñé la seguridad para el maldito
lugar.
―Cualquiera que sea el salario que quieras, te lo pagaré.
―No quiero tu maldito dinero ―escupe. Probablemente, apretando los
dientes también.
―De todas formas vas a malditamente tomarlo. ―Camino a mejorar las
relaciones, Storm.
―No puedo. Tendré que hacer cosas que un empleado no haría.
―¿Cómo?
Me encontré con el silencio de su lado.
―Bien. Haz lo que quieras. Recupera la información revelada sobre el 171
capataz del estado de ánimo de Brianna ―hablo en un tono más suave―. Está
deshilachada en los bordes, Jake. Así que hagas lo que hagas, no la lastimes.
Él ríe.
―No conoces a tu hermana muy bien, Storm.
―¿Qué quieres decir? ―pregunto. Pero ya colgó.
VEINTISIETE
Gabriel
Varios días después estoy en la oficina cuando llama Samuel. Con suerte, está
llamando con noticias sobre el cuerpo en Winterleagh.
―Sí.
―Señor Storm. Pensé que le gustaría estar presente cuando hable con Julio, el
botones del Hotel Londoner. ¿Tiene tiempo para venir a la oficina de seguridad?
―Sí, por supuesto. ―Le digo a Amita a dónde voy y me subo al ascensor
para bajar a la suite de seguridad donde un equipo de operadores monitorean las
cámaras y los equipos de seguridad en toda la Torre Storm. Nada de lo que sucede
en los espacios comunes del edificio es desconocido para ellos. El Brighton y el
castillo de Winterleagh tienen sus propios centros de mando de seguridad. El del
172
Brighton se encuentra en el sótano de la cooperativa y el del Winterleagh en la ex
mazmorra del castillo.
Cuando llego a la suite, Samuel está de pie y Julio sigue su ejemplo.
―Señor Storm. Julio González, el botones del Londoner. Creo que ya se
conocen.
―Hola, Julio. Es bueno verte de nuevo. ―En esos momentos en que me alojé
en el hotel, lo busqué cuando requería un servicio extra o dos. Siempre fue el
jugador de sonrisa fácil.
―Hola, Sr. S. ―Siempre me llamó así. Un chico inteligente de las calles de
Nueva York, que había seguido a su novia a través del estanque y conseguido un
trabajo en uno de los hoteles más exclusivos de la ciudad.
―¿Entiendes por qué te pedimos que vinieras?
―El señor Taylor dijo que alguien tomó algo de su suite el verano pasado. No
fui yo. Para que lo sepa. ―Sus hombros giran en una maniobra defensiva. Por
nuestras conversaciones, sé que entrena como boxeador durante sus horas de
descanso.
―No sospecho de ti, Julio. No harías tal cosa.
―Tiene razón, Sr. S. Usted ha sido muy bueno conmigo. Sus propinas son
realmente buenas. ―Con una sonrisa lista, extiende una mano cerrada hacia mí, y
choco su puño.
―Me alegra oírlo. Sólo tenemos un par de preguntas.
―Disparen. ―Se deja caer en el asiento. Su postura corporal me dice que no
tiene nada que esconder.
―El año pasado cuando me alojé en el hotel ¿notaste algo fuera de lo común?
―Sí, lo hice. Uno de los otros porteros presumió un montón de dinero en
efectivo en ese entonces. Más efectivo de lo que por lo general tenía. Presumió que
había conseguido una verdadera buena propina de uno de los huéspedes. No supe
qué pasaba con eso. Nunca se enorgullecía de su trabajo. ―Se golpea ligeramente
el pecho―. No como yo. Hacía habitualmente lo menos que podía para salirse con
la suya. ¿Esa gran propina? No tenía ningún sentido.
―¿Le preguntaste al respecto?
―No. El verano es el tiempo más ocupado. Así que pensé que realmente
estaba haciendo un buen trabajo para un cambio. La única razón por la que
173
consiguió el trabajo se debe a su tío, el maitre, quien dio una buena palabra sobre
él.
―¿Cuál es su nombre?
―Russell Maull.
―¿Todavía trabaja en el hotel?
―No. Lo despidieron un par de meses atrás. Un detective le pagó para tomar
fotos de algunos invitados. Al parecer, la mujer estaba casada y el marido contrató
al detective privado para encontrar pruebas de que lo estaba engañando con otro
hombre. Disculpe el lenguaje, Sr. S.
Sonrío.
―Está bien. Sigue.
―Russell se escondió en el armario, pero estornudó y el hombre lo encontró.
Fue despedido en el acto.
―¿Y dónde está ahora? ¿Lo sabes?
―No, él y yo nunca fuimos cercanos, sabe.
―Gracias, Julio. Has sido muy amable al venir aquí. ―Extiendo la mano―. Si
alguna vez necesitas trabajo fuera del negocio hotelero, avísame. Siempre podría
usar a un empleado leal.
―Gracias, Sr. S. Podría tomarle la palabra.
Samuel le desliza un sobre.
―Aquí hay algo por su tiempo.
―Gracias. ―Julio toma el sobre, lo desliza en su chaqueta, choca mi puño de
nuevo antes de irse. Estará agradablemente sorprendido cuando descubra las
quinientas libras en el interior.
―Vamos a tener que encontrar a este Russell Maull ―le digo a Samuel.
Él asiente mientras escribe en su computadora portátil.
―Ya estoy en ello, Sr. Storm.
―Cuando lo hagas, avísame. Me gustaría estar allí también.
―Sí, señor. Una cosa más. El médico forense que examinó el cuerpo
encontrado en la cueva del Winterleagh confirmó que el cuerpo era de Bernard
Simmons.
Gracias a Dios. Una cosa menos de qué preocuparse. Satisfecho con el
progreso de nuestra investigación de robo de documentos, vuelvo a mi oficina.
Cuando entro, Amita me recuerda mi cita de las dos, algo que he notado en mi
174
calendario con las iniciales CL. Mi quinta sesión con Chris Langenfeld. Por
supuesto, mi asistente administrativa no sabe con quién me estoy encontrando. No
sé exactamente si quiero hablar que estoy viendo a una terapeuta.
Después de comer un almuerzo rápido en mi escritorio, Travis me lleva a la
oficina de la doctora. Sabe la dirección, pero no el propósito de mi visita.
―Recógeme en una hora, Travis.
―Sí, señor Storm.
Me paseo en el ascensor hasta el piso doce. Después de firmar, sólo tengo
unos minutos de espera.
―Buenas tardes, Gabriel ―La Dra. Langenfeld me saluda tan pronto como
entra por la puerta.
―Chris. ―Me aliso la corbata mientras tomo mi asiento habitual.
―¿Chocolate? ―Mueve una caja enfrente de mí.
―¿De qué son?
―De caramelos. Mis favoritos.
Un enorme ramo de rosas rojas preside su escritorio.
Caramelos y rosas. Su otro paciente, probablemente, se los envió.
―¿Aniversario?
―Uh huh, en seis meses ―murmura mientras mastica uno de los caramelos.
―Así que es serio, entonces. ―Nunca había estado en una relación. Hasta
que llegó Elizabeth. Así que me había perdido el baile de celebración de flores y
dulces.
Ella se encoge de hombros, pero una pequeña sonrisa acompaña el gesto.
―Tal vez.
―Las flores y los dulces sugieren que es serio. Al menos de su lado.
Ella cubre la caja de bombones, enciende la grabadora, y recoge su libreta.
―¿Cómo va todo?
Bueno. Lo entiendo. No quiere hablar de ello. Suficientemente justo.
―Las cosas están bien.
―Me alegra oírlo.
Al hablar sobre los últimos avances en mi relación con Elizabeth, estoy feliz
de lo lejos que hemos llegado. Pero todavía no somos totalmente libres. Ni por 175
asomo.
VEINTIOCHO
Elizabeth
No puedo superar la existencia idílica que estamos viviendo. Todo está
funcionando de lo mejor. Pero sé que no va a durar. Tanto él como yo tenemos
demasiados demonios por vencer. El mayor de todos es su renuencia a aceptar mi
futuro en Payne Industries. El trabajo es mucho más estimulante que el que hice en
Smith Cannon. Sin duda desafía mi intelecto, y es algo que me gustaría hacer una
vez que me gradúe.
Una semana después de nuestro viaje al zoológico, entro a mi oficina
esperando el proyecto que Trevor me asignó. Otro análisis financiero detallado de
una compra proyectada. Estoy empezando a aprender los entresijos de la ley de la
propiedad británica. Puesto que la ley estadounidense se basa en su sistema de 176
justicia, hay muchas similitudes, pero también un buen número de diferencias. El
truco consiste en reconciliar los dos para que todos tengan lo que quieren.
Estoy hasta las orejas en la modelización económica cuando hay un golpe en
mi puerta. Miro hacia arriba para encontrar un espectáculo desagradable. Brian
Sullivan.
―¿Puedo pasar?
―¿Qué quieres, Brian?
―¿Es esa la manera de saludar a un viejo amigo?
―No eres mi amigo.
Sus ojos parpadean con emoción. Entra en la habitación y cierra la puerta tras
de sí. Mierda. Mi mano se cierne sobre mi teléfono de la oficina.
―Mi secretaria está solamente a un zumbido de distancia.
―Está lejos de su escritorio. Y toda las demás secretaria. Almuerzo del
personal.
No sólo eso, sino que casi todo el mundo van a comer al mismo tiempo, por
lo que las posibilidades de que alguien esté cerca no son buenas.
―Voy a llamar a la recepcionista.
―¿Y a decirle qué? No he hecho nada.
Es verdad. No lo había hecho. Todavía.
―¿Qué quieres? ―pregunto de nuevo.
―Nada. Vengo cargado de regalos. ―Desliza una carpeta.
―¿Es algo acerca de la representación de Smith Cannon?
―No. Este… ―golpea ligeramente un dedo en la carpeta―… es personal.
Solo para ti. Adelante. Ábrelo. ―Su sonrisa dice que no voy a encontrar nada que
me guste en el interior.
Abro la carpeta y las fotos de Gabriel y una mujer rubia, una bastante
impresionante mujer, salen. Sostiene la puerta abierta para ella mientras se desliza
en su auto.
―¿Quién es?
―La Dra. Chris Langenfeld. Va a verla dos veces a la semana a su oficina. Es
psicoterapeuta.
―¿Una psicoterapeuta?
―Sí. ¿No puede el poderoso Gabriel Storm ver a una psiquiatra? Así que lo
que están haciendo en su oficina tiene que ser personal.
177
¿Podría estar engañándome? Estudio la foto de la mujer. Es todo lo que no
soy delgada, alta, rubia, precisamente el tipo de mujer con las que solía salir.
Excepto que es una profesional.
―Es soltera en caso de que te lo estés preguntando.
Sí, lo hago. Por lo que sé Gabriel nunca se involucró con mujeres casadas,
pero luego ninguno de ellas tiene a Sebastian y su confesión de estar tentado por
mí. Mi estómago se agita. Se me está revolviendo. Pero no frente a este hijo de
puta.
―Sal. Y si alguna vez vienes cerca de mí otra vez, habrá represalias.
―¿Cómo? No tendrás más la protección de tu marido. No una vez te pegue
una patada a la acera.
―Si no te vas, voy a gritar, y no me importa quién me escuche.
―Bien. Me voy. ―Desliza una hoja de papel hacia mí―. Mi número de
celular, en caso de que necesites cualquier cosa. Todavía te deseo, Elizabeth.
―Vete al infierno.
Tan pronto como camina fuera, cierro la puerta. La bilis en mi estómago, me
da escalofríos corriendo arriba y por mi espina. Me tapo la boca y reprimo la
sensación. De alguna manera me las arreglo para no vomitar. Una vez que estoy
segura de que las náuseas han pasado, me dirijo hacia el cuarto de baño, tirando
un poco de agua fría en mi cara. Ahí es donde Charlie me encuentra.
―¿Estás bien, cariño? Te ves un poco pálida.
―Creo que comí algo que no me cayó bien.
―Mejor vete a casa y ten un poco de descanso entonces.
―Sí, creo que será lo mejor. ―Es hora de que me vaya de todos modos. Así
que agarro mis cosas y salgo.
Jonathan, quien me está esperando en el vestíbulo, me da una mirada y
entrecierra los ojos.
―¿Algo no está bien, señora Storm?
―Dolor de estómago, eso es todo.
Cuando llego a casa, en lugar de alimentar a Andrew, le digo a la niñera que
me siento mal y que si no le importaría hacerse cargo de la siguiente toma.
―Por supuesto que no, milady.
Me arranco la ropa y me hundo en un baño. ¿Podría ser verdad? ¿Gabriel está 178
engañándome? No puedo creer que haga tal cosa. No ahora, cuando las cosas van
tan bien. Pero, ¿de verdad? Ha habido tanto drama en nuestras vidas. Tal vez
anhela un poco de paz. Y tal vez, sólo tal vez, eso es algo que esta mujer puede
proporcionarle. Cansada de mis pensamientos, me voy a descansar, y de alguna
manera llego a conciliar el sueño. Horas después, me despierto. Por Gabriel.
―¿Qué ocurre? La niñera dijo que no te sentías bien.
Pregúntale sobre Chris Langenfeld. Ahora. Pero no porque tenga miedo de la
respuesta que me vaya a dar.
―Creo que me comí un poco de atún en mal estado para el almuerzo.
Pasa una mano por mi cabello.
―Mi pobre querida. ¿Cómo te sientes ahora?
―Mejor.
―Bien.
―Gabriel ―Tuerzo la sábana entre mis dedos―. Me dirías si hicieras algo
incorrecto. Entre nosotros, me refiero.
―No hay nada malo entre nosotros, amor. ―Pone su mano alrededor de la
parte de atrás de mi cuello, me besa―. Ahora, ¿que llevó a eso? ¿Necesitas más
tranquilidad? Debido a que estaría más que feliz de dártela. ―Sus labios se
mueven en esa sonrisa torcida que amo tanto.
Seguridad. Palabra código para sexo. Lo había buscado ese día en que Brian
había cuestionado mi presencia física como la esposa de un compañero. Como una
idiota, le creí. Gabriel no tiene preocupaciones al respecto como lo ha demostrado
una y otra vez desde entonces. Tiene que haber una explicación lógica de Gabriel
visitando a Chris Langenfeld. Tal vez está usando sus servicios profesionales,
aunque no acabo de ver eso. Supongo que voy a tener que esperar a que lo
comparta conmigo.
―No. No necesito tranquilidad. Pero sí quiero mi cena. ―Salto de la cama,
deslizándome en mis zapatillas.
―Entonces estás de suerte porque Jorge hizo tú favorito, pollo con arroz.
―Delicioso. ―Al estar cerca de él, deslizo mi mano hacia arriba de la solapa
de su chaqueta y mordisqueo su labio inferior―. Los decoradores casi terminaron
el rincón del comedor.
―¿En serio?
―Uh, huh. Y entonces tendremos que bautizarlo correctamente.
―¿Tienes alguna cosa especial en mente?
179
―Oh sí.
Sus ojos se iluminan.
―No puedo esperar.
Durante la cena, le aliento a contarme acerca de su semana. Me habla de Julio,
del portero del hotel. Y de cómo Samuel tiene al siguiente plomo. Pero ni una sola
vez mencionó una visita a Chris Langenfeld.
VEINTINUEVE
Elizabeth
Toda la semana pasada, he tenido problemas para concentrarme en la más
pequeña de las tareas mientras tengo imágenes de Gabriel en la cama con la rubia
impresionante en mi cabeza. No dejo de pensar en su cuerpo alzado sobre el de
ella. Gabriel susurrándole todas esas palabras que me dice a mí.
No puedo dormir. No puedo comer. En el trabajo he tenido que cavar hondo
para concentrarme en las tareas más sencillas, cumpliendo mis plazos por pura
voluntad. Mi reacción me aturde porque nunca he sido del tipo celosa. Pero
entonces, nunca me importó ningún otro hombre de la manera que me importa
Gabriel. Importarme. Tal palabra suave para la forma en que me siento por él.
Estoy loca de amor por él. Ha sido así durante mucho tiempo. Y tomó esto para 180
que me diera cuenta de la profundidad de mi amor por él.
La parte racional de mí me dice que lo deje, que Brian sólo se está
aprovechando de mí. Pero la cosa es que no puedo encontrar una razón lógica por
la que Gabriel visite a la Dra. Langenfeld. He estado investigándola. Es
exactamente lo que dijo Brian. Psicoterapeuta. Pero Gabriel nunca le mostraría su
corazón a un psiquiatra, especialmente a una mujer. Así que la está viendo por otra
razón, una que no tiene nada que ver con su profesión.
Para añadirse a esa agitación, mi regreso a casa de la escuela me está
presionando por dar una respuesta. Al haber recibido mi carta de aceptación en el
programa dual para ambas escuelas debería haber aceptado y hecho un depósito.
Pero no lo he hecho. Tengo que decidir si regresaré a D.C. o me quedaré en
Londres y me centraré en el programa del Colegio del Rey. Si hago eso último, no
tendré licencia como abogada en Estados Unidos lo que significa que no podría
trabajar como jefe de legal en Payne Industries, en Nueva York. Dado el estado de
los eventos entre Gabriel y yo, podría ser mejor si me voy.
Pero la idea de dejar atrás a Andrew me enferma. Dondequiera que vaya, mi
bebé irá conmigo. Así que después de llegar a casa del trabajo, planeo mi estrategia
sobre la mejor manera de sacar el tema con Gabriel. Nuestra noche de cita es esta
noche. La cena y el musical de Jersey Boys. Pero no puedo abrir este tema en
público. No cuando la discusión está obligada a subir de tono. Mejor hacerlo
mientras se está vistiendo para nuestra noche.
Después de una ducha, me deslizo en un vestido negro de coctel, descubierto
que se aferra a mis curvas al tiempo que revela poco de piel. Cuando entro en el
vestidor de Gabriel, su mirada deambula con admiración sobre mi figura. Supongo
que debería encontrar consuelo en eso, pero entonces siempre ha reaccionado
físicamente a mí.
Parker está uniendo las mancuernas en los puños blancos de Gabriel,
recordándome la primera vez que nos encontramos.
―¿Por qué sonríes? ―pregunta Gabriel.
―El primer día que nos conocimos. En el ascensor de Smith Cannon. Lo
primero que me llamó la atención fueron tus mancuernillas. Evitaste que la puerta
se cerrara para que pudiera saltar dentro. ―En un corto viaje en ascensor, había
caído con lujuria por este hombre y no me había recuperado desde entonces.
Su mirada aguamarina, fascinante como siempre, se encuentra con la mía.
―Lo recuerdo. ―Sacude la manga, y Parker se la acomoda para conseguir
que se encuentre derecha. Una vez que su ayuda de cámara desliza la chaqueta
sobre sus anchos hombros y hace un par de pequeños ajustes, Gabriel dice―:
Gracias, Parker. Lo tomaré desde aquí. 181
―Sí, milord. ―Educado como siempre, Parker asiente y se desliza por la
puerta.
Gabriel lleva un traje negro. Para coincidir conmigo, supongo. Agarra la
corbata desde donde Parker la colocó, deslizándola alrededor de su cuello. ¿Hay
algo que ponga mi motor más en marcha que verlo vestirse? Bueno, Gabriel
desvistiéndose tiene el primer lugar, pero observarlo vestido tiene un cercano
segundo lugar. Nada me gustaría más que pasar mi lengua a lo largo de esa línea
de mandíbula cincelada suya, chupar su labio inferior en mi boca, probar el sabor
embriagador de él.
―Mantente mirándome así, y me temo que no vas a obtener tu cena.
Salgo de la silla y doy zancadas hacia él.
―Voy a tener que comerte entonces.
―Elizabeth. ―Su voz grave llega a mí.
Sabiendo que tenemos un tema qué discutir, doy un paso atrás.
―Necesitamos hablar.
―¿Acerca de?
―Sabes que recibí la carta de aceptación de mi escuela de regreso en casa.
Hace una pausa por un segundo antes de virar el pin de color aguamarina, el
que coincide con sus ojos, en su corbata.
―¿Tu casa?
Oh, caramba. Ahora llamé su atención sobre eso.
―Lo siento. D. C. Voy a tener que terminar un último semestre ―le recuerdo,
como si no lo supiera.
―Entonces, ¿cuándo necesitas estar en D.C.?
―Las clases comienzan en tres semanas. ― Me retuerzo las manos y tomo
una respiración profunda―. Me gustaría tener a Andrew conmigo.
Una sombra cae sobre sus ojos.
―No.
No pensé que estaría de acuerdo, pero calculé algunos argumentos para
contrarrestar su oposición.
―Todavía estoy en lactancia materna.
―Han pasado casi seis meses. Edad suficiente para ser destetado de la leche 182
materna.
―Es mi bebé, Gabriel. ¿Cómo se supone que voy a dejarlo atrás?
―Vas a tener que hacerlo si deseas continuar con tus estudios.
―¿Esta es su forma de castigarme por querer seguir mis estudios?
―No. ―Sacude la cabeza―. Independientemente de lo que creas, estoy
haciendo lo mejor para él. Puedo protegerlo aquí.
―Lo puedes proteger en D.C. Enviar guardias es lo que deseas. Seré muy
cuidadosa con él.
―Sé qué crees que puedes hacerlo, pero no es un riesgo que esté dispuesto a
tomar. No con mi hijo. Lo siento, Elizabeth, pero la respuesta es no.
―¿No hay lugar para algún argumento?
―No en este caso. No. ―Da un paso, toma mi barbilla―. Lo siento.
La última cosa que quiero hacer ahora es salir. Pero si voy a tener alguna
esperanza de cambiar su idea, necesito mantener el status quo. Así que agarro mi
bolso y mi chal y sigo a Gabriel al ascensor privado que nos llevará directamente
al garaje.
Los recuerdos de la primera vez que había visitado El Brighton se mueven
dentro de mi cabeza. Gemí y grité mientras él me había dado uno de los mejores
orgasmos de mi vida. Pero ahora, vamos en camino en silencio, como extraños.
La cena no es mucho mejor. Había elegido la Reve. Un servicio impecable, la
comida deliciosa, y un ambiente maravilloso. Pero aun así, no intercambiamos más
que bromas corteses.
Es cuando se sirve el postre que la comida se convierte en cenizas en mi boca.
Una mujer entra en el restaurante, la Dra. Chris Langenfeld. Su escolta es un
hombre mucho mayor que tiene un gran parecido con ella. Debe ser un pariente de
algún tipo.
Cuando Gabriel la ve caminando en nuestra dirección, su vista es como
dardos a la mujer. Sus ojos se abren en reconocimiento. A medida que camina
junto a nosotros, su mano roza la suya, y ella deja caer su bolso. Él lo recoge y se lo
da.
―Gracias. Eso fue torpe.
―De nada. ―Y entonces está más allá de nosotros y sentada en una mesa a
nuestra derecha. 183
―¿Quién es?― pregunto.
Él se encoge de hombros.
―No lo sé.
Muerdo mi labio para evitar que mis emociones se derramen. Ese toque, esa
mirada. Se conocen. Íntimamente. Esa pequeña chispa de esperanza que había
guardado en mi corazón parpadea y hace guiños, dejando atrás el olor acre de la
traición.
De alguna manera termino el resto de la comida, sin descomponerme. Pero él
se da cuenta de mi estado de ánimo, porque en el viaje al teatro, pregunta:
―¿Qué pasa?
Las palabras golpean contra mi pecho, muriendo por salir. Preguntarle, sería
tonto. Pero no puedo. Si tengo alguna esperanza de llevar a Andrew conmigo a
D.C. no puedo darme el lujo de hacerlo enojar. Así que me callo.
―Un pequeño dolor de cabeza, eso es todo.
―¿Quieres que nos saltemos el teatro?
―No. Ya pasará. ―Insiste en darme un par de aspirinas del equipo de
primeros auxilios del auto. Las tomo sólo para mantener la paz. Cuando llegamos
al teatro, Jonathan, quien lleva una escopeta, mantiene la puerta abierta para
nosotros. Gabriel sale, y lo sigo. Vamos un poco retrasados debido a la cena. Sólo
hay unas pocas personas de pie en la acera delante de las puertas. Una pareja en la
taquilla está recibiendo sus boletos. Un hombre mira impaciente su reloj como si su
cita llegara tarde.
Tomando mi codo, Gabriel me lleva hacia la entrada, donde un ujier
mantiene la puerta abrir para nosotros. Apenas hemos dado un par de pasos,
cuando la voz de Jonathan suena desde detrás.
―Señora Storm, su capa.
Teniendo en cuenta mi agitación emocional, no es de extrañar que la dejara
en el auto. Tanto Gabriel como yo nos volteamos y la tomo.
Y el infierno se desata.

184
TREINTA
Gabriel
Suena un disparo, y Jonathan se desploma en el suelo, mientras una fea
mancha roja florece sobre su pecho.
―¡Jonathan! ―grita Elizabeth, cayendo al pavimento. Pero antes de que sus
rodillas golpeen el suelo, la agarro y la jalo de regreso al auto.
Sus brazos se agitan, peleando conmigo.
―No podemos dejarlo. A Jonathan le dispararon.
―Lo sé. Vamos ―le grito a Travis, tan pronto como está a salvo en el interior.
Nos alejamos, chillando llantas todo el camino.
―¿Qué estás haciendo? Tenemos que regresar. Tenemos que ayudarlo. 185
―Tendrá ayuda. Lo prometo. ―Incluso mientras digo eso, sirenas chillan en
la noche. Saco mi celular de la chaqueta y le marco rápido a Samuel.
―Señor Storm.
―Nos dispararon enfrente del teatro. Jonathan está herido. Asegúrate de que
la ayuda esté en camino. Averigua a dónde se lo llevan y luego llama a la policía.
Quiero hablar con el inspector responsable.
―Sí, señor ―dice, imperturbable como siempre. Si alguien puede llegar al
fondo de esto, es él.
Elizabeth agarra las solapas de mi chaqueta.
―No podemos dejarlo atrás. Por favor, Gabriel.
Tiro hacia abajo sus manos temblorosas, tomándolas dentro de las mías.
―Recibirá ayuda, Elizabeth. ―Un vehículo de emergencia nos pasa en el
lado opuesto del camino―. ¿Ves?
―Había tanta sangre. ¿Y si muere?
―No lo hará. ―No tengo forma de saberlo, pero tal vez mis palabras le den
un poco de paz.
―¿Quién podría haber disparado? Algún loco, ¿no te parece? ―Sus ojos se
mueven de lado a lado. Va a perderse si no hago algo. Saco la botella de
Courvoissier que siempre mantengo en el Benz, le sirvo una medida.
―Bebe esto.
Con manos temblorosas, lo empuja lejos.
―No puedo. Estoy alimentando a Andrew.
―La niñera le dará una botella. Bebe. Te sentirás mejor. ―Su respiración es
rápida y superficial, la sensación pegajosa de su piel me dice que está
conmocionada.
Toma un sorbo, hace una mueca. Nunca desarrolló el gusto por el coñac.
Antes de su siguiente sorbo, descansa un poco, toma la copa y bebe el resto.
―Buena chica. ―Me trago una sana dosis yo mismo antes de devolver la
botella y el vaso al receptáculo oculto―. Ahora acuéstate.
―¿Para qué?
―Estás conmocionada, querida. ―Cuando lo hace, abro un compartimiento
lateral donde mantenemos una cobija de viaje y la dejo caer encima de ella. Y 186
entonces le quito los zapatos y acomodo sus piernas para que la sangre fluya a su
cabeza.
Al llegar a casa, somos recibidos por el caos. Teléfonos sonando sin parar,
cada miembro de nuestro personal de la casa reunido en nuestra sala de estar,
hablando a mil por hora. Pero tan pronto como bajamos del ascensor, la habitación
se queda callada.
Con una voz tan tranquila como pude manejar, lleno a todo el mundo de los
detalles. Prometiendo una actualización a primera hora de la mañana, los envío de
vuelta a sus funciones o a sus camas. Antes de ir al estudio, acompaño a Elizabeth
a nuestro dormitorio y le quito el vestido. La medida de cómo se siente es que no
protesta mientras quito cada prenda de ropa que lleva puesta. Sólo cuando está
envuelta en la bata arándano que ama hace que se rompa en sollozos.
―Oh, Dios, Gabriel. ¿Y si muere? ―pregunta de nuevo.
Y le doy la misma respuesta.
―No lo hará.
Su mirada es salvaje.
―¡Andrew! ―Se vuelve hacia su habitación.
―Está bien, querida.
―Tengo que saberlo con seguridad.
―Por supuesto. ―Sosteniendo su mano, la acompaño a donde nuestro hijo
está durmiendo profundamente en su cuna―. ¿Ves?
―Me quedaré a velar por él.
―Por supuesto. Tengo que llamar a Samuel.
Sin apartar los ojos de Andrew, ella asiente.
―Ve.
―Estaré en el estudio. Ven a buscarme cuando estés listo.
Su cabeza se sacude de nuevo.
Una vez dentro de mi santuario interior, cierro la puerta y llamo a Samuel.
―¿Hay noticias?
―Estoy en el teatro consiguiendo la configuración del terreno. Jonathan fue
llevado al Hospital General. Está en estado crítico y ahora está en cirugía. No
sabremos nada más por lo menos en una hora.
―Despacha a alguien allí para vigilarlo y que nos informe tan pronto como 187
sepa cualquier cosa.
―Lo tengo.
―¿Qué pasa con el tirador?
―Scotland Yard está rastreando toda la zona. Su equipo de investigación
criminal recopilará las pruebas, hablará con los testigos. Un momento, señor.
Alguien está haciendo una pregunta.
Alguien murmura algo y luego está de vuelta en el teléfono conmigo.
―Ese fue el inspector Petrie. Está a cargo de la investigación. Quiere hablar
con usted.
―Por supuesto. Ponlo en la línea.
Más murmullos de su lado.
―No. No en el teléfono. Quiere hablar en persona. Irá para encontrarlo en
una hora, si está bien con usted.
―Estaré esperando, no importa cuándo llegue aquí. Dale mi número para
saber que está en camino.
―Se lo pasaré. ―Y con eso cuelga.
Elizabeth entra en el estudio, su gloriosa cabellera se mueve alrededor de sus
hombros en un lío de mil demonios. ¿Qué ha estado haciendo? Abro los brazos, y
corre hacia mí.
Sus manos se aprietan contra mi espalda mientras entierra su cabeza en mi
hombro.
―¿Jonathan?
Le informo lo que dijo Samuel.
―No voy a descansar hasta que no sepa que está bien.
―Yo tampoco. Samuel llamará tan pronto como sepa algo de él. ¿Te quedarás
conmigo?
Tratando de mantener a raya las lágrimas, ella asiente. Con todo lo que tengo,
rezo por la recuperación de Jonathan. Por supuesto, el peligro es parte del trabajo
de un guardia de seguridad, pero es algo que no esperas. Realmente no. Mientras
me siento en el sofá con mi brazo alrededor de ella, varias preguntas corren a
través de mi mente. ¿Quién podría haber hecho esto? No creo por un segundo que
el tiroteo fuera al azar. No. Esa bala estaba destinada a uno de nosotros. Pero, ¿a
188
quién tendría la intención de matar el asesino? ¿A Elizabeth o a mí?
TREINTA Y UNO
Elizabeth
La bala no tocó en absoluto los órganos vitales de Jonathan. Con la rápida
respuesta de emergencia y una excelente atención en el hospital, Jonathan, gracias
a Dios, se recuperará.
Contra los deseos de Gabriel que exige no ponga un pie fuera del ático, al
siguiente día visito a Jonathan en el hospital. Casi rompo a llorar cuando me da
una rápida sonrisa y un pulgar hacia arriba. Pero cuando se disculpa por caer en el
trabajo, con su intento de broma, no puedo contenerme por más tiempo.
―Oh, Jonathan. Hiciste tu trabajo. Mucho más valiente de lo que puedo decir.
Gracias.
Lo beso en la mejilla y aprieto su mano, y su tez rubicunda enrojece.
189
―De nada, señora Storm.
―Sana rápido para que me puedas enseñar más de esos movimientos de
artes marciales.
―Haré mi mejor esfuerzo, señora. ― Cuando se mueve, sé que es hora de
irse.
Pero Gabriel me sorprende cuando toma mi lugar al lado de Jonathan.
―Me encargaré de todos sus gastos hospitalarios. Así que no tienes que
preocuparte de eso.
―Gracias, señor Storm. ―Los párpados de Jonathan caen de agotamiento.
―No. Yo soy el que está agradecido.
―Sólo hago mi trabajo, señor. ―Asiente después de la última palabra.
El lunes consintiendo los deseos de Gabriel permanezco en casa, pero para el
martes, me estoy mordiendo las uñas. Me niego a esconderme por miedo. Así que
le digo que volveré a trabajar al siguiente día.
―No puedes hacer eso, Elizabeth. Quédate en casa durante un par de días
mientras investigamos, mientras Scotland Yard investiga.
―No puedo hacer eso.
―¿Por qué por amor de Dios, tienes que salir en público cuando hay un loco
que quiere matarte?
―En primer lugar, no sabemos eso. Podría ser alguien en una matanza, o un
terrorista. Y sucedió que estábamos en el lugar equivocado en el momento
equivocado. En segundo lugar, te conozco. Si cumplo tus deseos, un par de días se
convertirán en una semana, y un par de semanas se volverán un mes. Antes de que
lo sepa, voy a estar confinada en casa. Y no voy a hacer eso de nuevo. Seré
cuidadosa. Lo prometo. Puedes dejar un guardia fuera de mi oficina si te hace
sentir mejor, pero no me quedaré en casa.
Cede da de mala gana, y a la mañana siguiente, mi nuevo guardia, Neville,
me acompaña a mi edificio. Después de haber telefoneado a Sebastian y
conseguido su bendición, no preveo ningún problema con mis nuevos acuerdos de
seguridad.
Tan pronto como llegamos a la oficina, le presento a Neville a Charlie, mi
asistente personal. Neville es bastante encantador, y pronto lo tiene comiendo de
su mano. Ahora es claro que nadie puede entrar en mi oficina sin obtener mi
aprobación. En un primer momento, es un poco engorroso, pero para el final del 190
segundo día, todo el mundo se mete en cintura.
Un par de días más tarde, necesito un documento de la habitación de
archivos. Charlie está comiendo y Neville está temporalmente ausente,
probablemente en el baño de hombres. No pienso antes de ir a la habitación de
archivos sola. Después de todo, es sólo por el pasillo. Siendo la hora del almuerzo,
sólo hay un empleado en la habitación. Le digo lo que necesito, y desaparece
dentro para buscar el archivo.
Mientras espero junto a su escritorio, la puerta se abre suavemente detrás de
mí. Me vuelvo para encontrar a Brian Sullivan de pie junto a la puerta.
―¿Cómo entraste? No eres empleado.
―Tomé una credencial en el escritorio de alguien. Oh, no te preocupes. Voy a
devolverla. Ella solo va a pensar que la dejo fuera de su lugar.
―¿Qué quieres, Brian?
―Siento oír de los disparos. ¿Cómo está tu guardia?
―Jonathan se está recuperando. Debe estar fuera del hospital en pocos días.
Tuvo suerte. La herida evitó todos sus órganos vitales.
―Nada de suerte al respecto. Un francotirador entrenado nunca falla.
Un escalofrío de temor frío recorre mi espina.
―¿Cómo sabes eso?
―Entrené como francotirador en el ejército. A lo que le apunto, le doy.
¿Es el tirador? ¿Tuvo la intención de darnos a uno de nosotros? O es que sólo
está aprovechándose de mí una vez más como hizo con la carpeta de Chris
Langenfeld.
―Tu marido se está metiendo donde no debe.
―¿Qué quieres decir?
―Su jefe de seguridad está haciéndole preguntas al personal del hotel
Londoner. Puede ser que desees advertirle que desista. Puede que no le gusten las
consecuencias si procede.
Mi respiración se atora, y se me aprieta la garganta.
Esa fea sonrisa aparece en su rostro.
―No hay necesidad de tener pánico, Liz. Nunca te haría daño.
Los sonidos de la recepcionista regresando nos alcanzan. Brian gira y sale por
la puerta.
―Encontré el archivo. Déjame llenar los detalles y luego podrás comprobar si
es ése. ―Anota la información en su ordenador y me entrega una almohadilla
191
electrónica para que firme mientras me agito y agito y agito―. ¿Estás bien? Te ves
un poco pálida.
―Sí, estoy bien. Tengo que conseguir algo de comer, eso es todo.
Después de que le agradezco, camino con piernas temblorosas. No pudiendo
caminar, me apoyo en la puerta cerrada y tomo un par de respiraciones profundas.
Una vez que encuentro una medida de calma, me dirijo a mi oficina donde
encuentro a Neville en estado de pánico.
―Ahí está. ¿A dónde fue?
Le muestro mi mano con el archivo.
―A la habitación de archivos.
―Señora Storm, conoce el protocolo. Debería haber esperado por mí.
―Lo siento, Neville. Te prometo que no volverá a suceder. ―Y no lo hará. A
partir de ahora, no voy a entrar a ningún lugar a menos que esté acompañado por
él u otro guardia de seguridad.
Después de tomar un bocadillo rápido en el deli de abajo, me escondo en mi
escritorio, apenas echándole un vistazo al archivo por el que arriesgué todo para
tomar. ¿Debo decirle a Gabriel acerca de la velada amenaza de Brian? ¿O debería
guardar silencio? No hay pruebas de que él o cualquier persona fuera el tirador.
Mediante la determinación de la trayectoria del disparo, Scotland Yard
estableció claramente la ubicación desde donde se produjo el disparo, un tejado
cerca del teatro. Pero sólo encontraron casquillos en el lugar, sin nada para
identificar al culpable. Así que no hay esperanza a partir de esa dirección.
Si le digo a Gabriel sobre esa conversación en la habitación de archivos, lo
más probable es que hago algo. Si se mete en una pelea a puñetazos con Sebastian
por más que un insulto imaginado, haría mucho más con Brian. No se enfrentaría a
él. Trataría de lastimarlo. Y Brian, quien actúa como un sumiso, en realidad es un
asesino a sangre fría que no dudará un segundo en matar a Gabriel.
Si me callo y dejo que la investigación de Gabriel siga su curso, se descubrirá
una prueba dura de perfidia de Brian y llamará la atención de Smith Cannon. Y
Brian Sullivan será despedido. Seguramente iría tras Gabriel entonces. Pero no hay
realmente ninguna opción. Tengo que decírselo.
Ahora. Antes que cualquier otro termine lastimado.
En casa, estoy paseando por el piso mientras Gabriel llega del trabajo. Se da
cuenta de inmediato de mi trastorno.
―¿Qué pasa? 192
―Aquí no. En el estudio.
Me acompaña a la habitación y cierra la puerta detrás de nosotros.
En pocas palabras temblorosas, le explico lo que pasó hoy.
―Así que fue el tirador.
―Parece serlo, ¿no te parece? Nunca salió y lo dijo, pero si fue francotirador
en el ejército sabría cómo manejar un rifle de alto poder, ¿verdad?
―Sí. De su expediente, sabía que había estado en el ejército, pero no que
había recibido entrenamiento de francotirador. Mi error. Haré que Samuel revise
su paso por el ejército. No me cabe duda de que vamos a encontrar exactamente lo
que dijo.
―No puedo superarlo. Antes de que se volviera obsesionado por mí, parecía
tan dócil y suave. E incluso entonces no pensé que tendría tales profundidades
ocultas en él. Ahora que lo pienso, sin embargo, la noche que aterricé en Dulles
había habido una mirada en sus ojos que me decía que estaba escondiendo algo.
Pero estaba tan molesta por haber roto contigo, que no pensé mucho sobre ello. Tal
vez debería haberlo hecho. ―Envuelvo mis brazos alrededor de mi cintura
recordando aquellos meses después de mi regreso a D.C.
―¿Estabas molesta por haber roto conmigo?
―Sí. ¿No pensaste que lo estaría?
―No lo sé. Nunca hablamos de ello.
―Me sentía muy mal. No podía dormir, no podía comer. La mayoría de las
mujeres ganan kilos, mientras están embarazadas. Yo perdí peso. La mayoría de
las noches lloraba hasta dormirme preguntándome cómo estarías. Cuando oí de tu
accidente, quiso volar a Londres para ver cómo estabas, pero no podía. Sabía lo
que tu madre haría si lo hacía. ―Lágrimas ruedan por mis mejillas mientras
recuerdo aquellos terribles meses cuando lo deseaba, queriendo la comodidad de
su cuerpo cerca del mío.
―Elizabeth. ―Toma mi cara entre sus manos, limpiando la humedad―.
Siento tanto que hayas tenido que pasar por eso sola. No tenía recuerdos de ti.
Solamente mechones fugaces de un olor a gardenia, la forma del pecho de una
mujer en mi mano, su sabor embriagador. Y no sabía que eras tú. Sólo sé que mi
corazón se sentía como si hubiera sido partido en dos, como si una pieza hubiera
sido tallada y no me hubiera enterado. Pero no lo sabía. Tan malditamente no lo
sabía. Y entonces Brianna me habló de ti y de tu embarazo. De una forma extraña
tenía sentido, incluso aunque no podía recordar nada de eso. 193
Quito ese rizo díscolo, el que siempre cae sobre su frente.
―En el cierre del contrato, actuaste como si no me conocieras.
―No lo hacía, amor. No fue hasta el día siguiente, cuando te toqué, que sentí
algo que no había sentido durante mucho tiempo. Estoy vivo gracias a ti.
Hundo mis manos alrededor de su cuello, apoyo la cabeza contra su pecho.
―Tengo miedo, Gabriel.
―¿De qué?
―De Brian. Es peligroso. Y ha sido entrenado como tirador. ¿Qué lo puede
detener de matarte la próxima vez?
―No me va a matar. Samuel y yo no lo dejaremos. Estamos muy cerca de
conseguir la prueba que necesitamos. Así que no hay necesidad de tener miedo.
Pero lo hay. Brian Sullivan es un hombre muy peligroso. En el pasado, lo
despedí como alguien de ninguna consecuencia. Pero es malditamente serio. La ida
al teatro demuestra eso. Está determinado a ganar, no importa lo que se necesite.
Incluso si eso significa matar a Gabriel.
TREINTA Y DOS
Gabriel
Mi teléfono suena. Samuel.
―Encontramos al botones.
―¿Dónde?
―En un hospital. Alguien le pasó por encima y luego lo golpeó hasta dejarlo
en coma. Fue admitido sin ningún tipo de identificación. Recuperó la conciencia
sólo recientemente. Así que sólo entonces pudieron saber su nombre.
¿Nos habíamos acercado demasiado a Brian Sullivan y había reaccionado
tratando de matar al portero?
―¿Podemos hablar con él? 194
―Sí.
―Nos vemos en la planta baja. ―No hay tiempo como el presente para
descubrir la verdad.
En el hospital, está en una sala con varias otras personas. De lo que he
observado no parecen tener personal suficiente para enfrentar la cantidad de
pacientes. Son demasiados los que pasan frente a los casos más urgentes. Y toda
cama está llena, lo que me dice que el botones no pudo conseguir el mejor cuidado.
―¿Russell Maull? ―pregunto.
Sus ojos se mueven entre Samuel y yo. Una desagradable cicatriz estropea el
lado de su cabeza, en parte, afeitada por la herida. ¿Fue la causada por su cabeza
golpeando el pavimento o alguien lo hirió allí? No es de extrañar que perdiera el
conocimiento. Tiene suerte de estar vivo.
―¿Quién quiere saberlo? ―Perdió un par de dientes y su boca, desgarrada en
un par de lugares, está torcida de dolor. Alguien hizo un buen número con él.
―Mi nombre es Gabriel Storm. Y este es Samuel Taylor. No queremos
lastimarlo. Si acaso, queremos ayudar.
―Ayudarme, ¿cómo?
―Bueno, por un lado, puedo hacer que lo lleven a un hospital mejor. Uno en
el que obtendrá atención privada para recuperarse más rápido.
―¿Y medicinas? ―Se sacude―. No tienen suficientes aquí. Tengo maldito
dolor todo el tiempo.
Después de haber estado en una situación similar, puedo imaginar la agonía
que está pasando. Pero hay más en juego aquí. Está demasiado delgado, por
ejemplo. Y sus brazos están marcados con huellas de agujas. Es un adicto a la
necesidad de su próxima dosis. Que me aspen si me adapto a eso, pero necesito
obtener la información que busco. Así que tendré que moderar mis palabras de
una manera que le dé esperanza sin prometer alimentar su hábito.
―Sus nuevos médicos evaluarán lo que necesita y mucho de su dolor en
consecuencia.
Su mirada va y viene entre Samuel y yo. Se frota la frente punzando.
―Podemos ayudarle a sentirse mejor, Russell, pero primero tiene que hablar
con nosotros.
Sus hombros se inclinan por el dolor, por la fatiga.
―¿Qué quieren? ―Bajó el tono de su beligerancia. Bien. Estoy haciendo
progresos.
195
―¿El verano pasado trabajó en el hotel Londoner?
―Sí.
―En julio, mi compañía llevó a cabo una reunión de negocios. Reservamos
varias habitaciones y suites, incluyendo la Suite Park.
Él recupera el aliento. Y creo que esta vez no se trata de dolor. Está
empezando a entender mi razón de estar aquí.
―Ahora no lo estoy acusando de nada, pero es algo que necesito saber.
¿Entró en la Suite Park y tomó fotografías de algunos documentos?
Su mano se aprieta en la sábana. Sus ojos se mueven de lado a lado.
―No puedo recordarlo.
Maldito infierno. Voy a perderlo, a menos que haga algo, diga algo para
convencerlo.
―Mire. No voy a presentar cargos, pero requiero la verdad. Y a menos que
me equivoque, una confesión le ayudará también. ¿Cómo acabó aquí?
―Alguien me pasó por encima y luego vació alquitrán sobre mí. Maldita sea.
―¿Quién?
Empieza a girar un hombro, pero a media altura, su boca se retuerce de dolor
y cambia de opinión.
―No lo sé.
―Creo que lo sabe. Creo que la persona responsable fue tras usted después
de que habló con el Sr. Taylor y estaba a punto de decirle la verdad. Por lo que su
atacante casi lo mató para evitar que hablara.
―¿Y qué lo va a detener de volver y terminar el maldito trabajo?
―Yo lo detendré. Lo llevaremos a un hospital privado donde tendrá
vigilancia todo el tiempo. Si firma una declaración jurada confesando lo que hizo.
―No se aprovecharía de un enfermo, ¿verdad? No puedo ir a la cárcel. Tengo
a mi mamá para apoyar.
Finalmente, algo que puedo utilizar como palanca.
―No. Y si nos ayuda, le prometo, que será bien recompensado.
―¿Con cuánto?
―Quinientas libras. ―Eso debería hacer la vida de su madre un poco más
cómoda.
Su mirada se estrecha a medida que me estudia. Sé lo que ve. Traje de lujo.
Reloj caro. Alfiler de corbata enjoyado.
196
―Que sean mil. Tengo una novia embarazada también.
Le habría pagado mucho más, pero no tiene por qué saberlo.
―Hecho. Ahora dígame, ¿sacó fotocopias de esos papeles?
―Escríbalo antes de que se lo diga.
Dejé volar una maldición.
―Lo tengo, señor Storm. ―De su maletín, Samuel saca una libreta. Escribo
un I.O.U., lo firmo, se lo doy a la lamentable excusa de humanidad acostada en la
cama del hospital.
Ronald se toma su tiempo leyéndolo, pronunciando las palabras como si le
resultara difícil leer. Lo dobla, lo desliza debajo de su almohada antes de mirar
hacia mí.
―Sí, lo hice. ―Moviendo la barbilla hacia arriba como si estuviera orgulloso
de lo que hizo.
Finalmente.
―¿Quien le pagó?
―Un hombre de América. Un abogado. El desgraciado sólo me pagó
cincuenta libras. Pero necesitaba el dinero. Para mi mamá.
Echo un vistazo a su brazo con la aguja de vía. Su madre, mi trasero. Lo
necesitaba para conseguir su dosis.
―¿Cómo se veía ese hombre? ―pregunta Samuel.
―Como de su altura. ―Señala hacia mí―. Tal vez unos centímetros más bajo,
con el cabello oscuro, ojos marrones.
―¿Y qué le pidió hacer? ―pregunto, esperando fervientemente que Russell
no se dé cuenta de la pequeña grabadora que tiene Samuel cuando regresó a su
maletín. Si se da cuenta, podría callarse.
―Me dio una pequeña cámara. Me pidió que entrara en la Suite Park y
buscara un maletín. No debía quitar nada a menos que le tomara fotos a cualquier
documento en el interior.
―¿Y cuándo hiciste eso?
―Estuve al pendiente. Esperé a que el hombre se fuera. Esperé un minuto.
Ese era usted. Lo reconozco ahora. Mantuve mi ojo en usted, sin embargo. Pero en
esa tipa con los senos…
La ira estalla caliente y feroz dentro de mí. 197
―Cierra la maldita boca. Ahora mismo.
Samuel se aclara la garganta.
―Tal vez debería llevar a cabo el resto de la entrevista, Sr. Storm.
Por pura fuerza de voluntad, entierro mi rabia.
―No. Quiero oír esto. Siga. Pero guárdese cualquier comentario sobre la
espectadora para sí mismo.
―Muy bien. Lo siento compañero. No fue mi intención faltarle el respeto.
―Mientras me da una mirada, trato de parecer tan tranquilo como me es
posible―. Así que vio a la chica…
Gruño.
―Su señora. Su salida. Toda emperifollada como estaba. Así que pensé que
estaría fuera por un tiempo. Fue entonces cuando me colé. No tuve que buscar
mucho. El maletín estaba justo allí al lado del comedor. Encontré un aglutinante
montón de documentos. Caray. Debe haberme tomado media hora tomar todas
esas fotos.
―Y entonces, ¿qué hizo?
―Lo que me dijo que hiciera. Coloqué la tarjeta de memoria dentro de un
sobre. Escribí su nombre en él. Y se lo di al conserje.
―¿El conserje sabía lo que había en el sobre?
―Claro que no. ¿Piensa que soy tonto? Le dije que un hombre me pidió que
le consiguiera algunos condones.
―¿Y entonces qué pasó?
―Bueno, a la mañana siguiente él recogió el sobre. Todos los problemas que
pasé y solo recibí cincuenta libras. Me prometió cien.
―Qué lástima. No hay honor entre ladrones, ¿eh? ―digo imitando su acento
sucio. Él comienza a decir algo, pero lo piensa mejor―. Así que este nombre que
escribió en el sobre. ¿Cuál era?
―Sullivan. Brian Sullivan.
Una sonrisa de satisfacción curva mis labios. Te tengo, hijo de puta.

198
TREINTA Y TRES
Elizabeth
Ha sido un infierno de semana. Después de que Gabriel obtuvo una
declaración jurada del botones del hotel Londoner, llamó a Thomas Carrey y le
envió por fax la prueba de la perfidia de Brian Sullivan. Incrédulo al principio, mi
antiguo jefe, finalmente admitió la gravedad del asunto. Sobre todo después que
Gabriel le dijo que pensaba no sólo ponerle fin a su relación comercial con Smith
Cannon, sino que hizo alusión a acciones legales contra mi antiguo bufete de
abogados también. El primero tendría un impacto financiero en la empresa, pero
este último la destruiría. La firma le prometió a Gabriel que investigaría y
adoptaría las medidas apropiadas de acción. Como si tuvieran opción. La única
acción apropiada que la empresa podía tomar era cortar su relación con Brian
Sullivan. 199
Y eso me tenía en estado de pánico. Brian tomaría represalias, y esta vez no
fallaría. No tengo miedo por mí, sino por Gabriel, ya que sería el blanco de la ira de
Brian.
Gabriel no siendo tonto duplicó el contingente de seguridad, añadiendo más
miembros al equipo de seguridad. Ese no es el problema. Storm Industries se ganó
su reputación entre fuerzas de la ex-Armada y ex SSB británicos como una
empresa con gran remuneración y prestaciones. Así que un montón de tipos de
seguridad quieren trabajar para nosotros. Con todo lo que sucede, Samuel había
previsto la necesidad de personal adicional y varios candidatos salieron a mano.
Una vez que Gabriel llamó a Smith Cannon, Samuel activó el plan y las ofertas de
empleo se extendieron a varias perspectivas. Ninguna fue rechazada.
Pero todavía no sentía que fuera suficiente. Sólo ahora me doy cuenta del
terror experimentado por Gabriel mientras estaba embarazada. Lo aterrado que
tenía que haber estado por mí. Si sólo fuera la mitad de la forma en que me siento
en este momento, no es de extrañar que tomara este tipo de medidas
extraordinarias para protegerme. Suelto una risa amarga.
―¿Qué es tan gracioso? ―Gabriel, saliendo de la ducha, con olor delicioso
como siempre y usando nada más que un pantalón de pijama de seda blanco. Una
prenda que tirará tan pronto como se deslice en la cama. Bajo las sábanas, cuando
estemos piel con piel.
―Nunca entendí tu estado de ánimo mientras estaba embarazada. Hasta
ahora.
Él envuelve sus brazos alrededor de mí, mete mi cabeza debajo de su barbilla.
―No tienes nada de qué preocuparte. Contraté seguridad adicional. No
llegará a ti.
―No soy yo quien me preocupa, Gabriel. Eres tú tras el que irá.
―Puede intentarlo, pero no tendrá éxito. Scotland Yard lo encontrará.
No veo por qué habrían de molestarse.
―No lo buscaría por un robo de documentos.
―Tienes razón. Sin embargo, dejó detrás un guante. Más bien fue descuidado
de él si me lo preguntas. Y Scotland Yard pudo obtener una huella digital del
interior. Debido a que se encontró en la azotea, donde se originó el disparo justo al
lado de los casquillos, está claro que fue el tirador.
―¿Por qué Scotland Yard no lo ha detenido entonces? Smith Cannon sabe
dónde vive.
―No lo pueden localizar. El inspector encargado de la investigación me
200
llamó hoy al trabajo para decírmelo. Sullivan limpió el lugar donde había estado
viviendo. Debe haber descubierto que algo pasaría después de que cambié al
botones a otro hospital. Exageré en eso. Pero no podía correr el riesgo de que
llegara a Ronald Maull de nuevo.
―¿Una vez más? ―me ahogo.
―Sospecho que Brian Sullivan conducía el auto que puso a Ronald Maull en
el hospital.
Pongo mis manos alrededor de su cuello, las aprieto, poniendo mi cabeza en
su hombro.
―Gabriel. Tengo miedo. ―Por él.
―No te preocupes, querida niña. Lo encontrarán. No tiene a dónde ir.
―¿Cómo puedes decir eso?
―Gran Bretaña es una isla. Necesitará documentos de viaje si quiere ir a
alguna parte. Alertaron a cada aeropuerto, estación de tren, y puerto. Si trata de
salir, van a atraparlo.
―¿Y si no sale? ¿Y qué si se queda?
―Congelaron sus cuentas bancarias, cancelaron sus tarjetas de crédito. No es
un hombre rico. El dinero que le queda no durará mucho tiempo. En una semana,
dos a lo sumo, van a atraparlo.
―Eso espero. Para no voy a estar tranquila hasta que lo hagan.
―Mientras tanto… ―deja caer un beso en mi nariz ―… la seguridad seguirá
siendo dura. No irás ninguna parte sin todo un séquito de guardias.
―No soy a quien busca. ¿No puedes entender eso?
―Sí, lo hago. Pero querida, podría usarte para llegar a mí. Andrew no irá a
ninguna parte tampoco, ni siquiera a la azotea. Doblé la seguridad de Edward
también. Ahora ven.
Tira de mí hacia la cama.
―Hemos dedicado bastante tiempo a preocuparnos por un hombre sin
consciencia. Es hora de que disfrutemos de un cambio.
Durante la hora siguiente, me entrego a la magia de Gabriel. Mientras sus
brazos me sostienen como si fuera una preciosa carga, sus labios susurran palabras
dulces, y su cuerpo me dice lo mucho que significo para él. 201
En lo profundo de la noche, me despierto. Doblándome, respiro la gloria de
él. Duerme de forma pacífica con una sonrisa de satisfacción en los labios. Que yo
puse allí. Le di esa paz. Con ese conocimiento viene la comprensión. No puedo ir a
D.C. y dejarlo enfrentar todo este peligro solo. Debo permanecer en Londres hasta
que Brian sea aprehendido. No importa cuánto tiempo tome.
Medio despierto rueda en mi dirección. Incluso en su sueño me busca. Sólo le
toma un segundo deslizarse dentro de mí. Y es sólo entonces, cuando nuestros
corazones laten como uno, que puedo olvidar la locura.
***
Acabando mi ducha a la mañana siguiente, estoy de pie en el vestuario
decidiendo el vestido para usar cuando su teléfono suena con un tono especial,
uno que no reconozco. Responde con un:
―¿Chris?
Mi estómago se aprieta. Por lo que sé, no conoce a nadie con ese nombre.
Excepto a Chris Langenfeld. La mujer a la que juró no conocer. Si es su médico,
¿por qué la llama por su nombre de pila?
―¿Quieres encontrarme más temprano? Déjame consultar mi agenda. ―Un
par de segundos después, dice―: Tengo junta a las dos, pero puedo moverla. Hay
cosas sucediendo en mi extremo. Cosas que tienen que resolverse. ¿Funciona para
ti? ―Una pausa y luego―: Hasta entonces.
Una ola de dolor me recorre. ¿Ella es tan importante para él que mueve una
junta para verla?
Cuando sus pasos se acercan al vestidor, me lanzo de nuevo al cuarto de
baño. Está suficientemente lejos para no haber escuchado su llamada. Por si fuera
poco, le paso a mi cabello la secadora mientras da un paseo en la habitación.
Me da una mirada y pregunta:
―¿Qué pasa?
Me encojo de hombros.
―Nada.
Se acerca y envuelve sus brazos alrededor de mí desde atrás.
―Deja de preocuparte. Vamos a atraparlo. Ya lo verás.
¿Cómo puede ser tan amoroso conmigo después de colgarle a ella? ¿Cree que
puede tener una aventura, y que estaré de acuerdo, felizmente ignorante de sus
citas de la tarde? No lo creo. Sin decir una palabra, salgo de sus brazos y voy al
202
dormitorio donde abro el armario y agarro un vestido.
Él me sigue con una mirada de perplejidad en el rostro.
―¿Elizabeth?
―Lo siento. Tengo que ir a trabajar temprano hoy. Tengo una reunión a la
cual asistir.
―No lo mencionaste ayer por la noche.
―Lo olvidé. Con todo lo que está pasando.
―Bien. Iremos juntos.
―No. Uno de nosotros tiene que quedarse aquí y tomar el desayuno. De lo
contrario Jorge se sentirá insultado.
La mirada que me da me dice lo tonta que sueno.
Después de subir la cremallera de mi vestido, le marco a mi chofer y le pido
que esté abajo en cinco minutos. Agarro mi bolso y el maletín y camino hacia la
puerta, pero me detiene.
Frunciendo el ceño y con las cejas arqueadas, me mira. Claramente, está
molesto. Lo que nos hace dos.
―Dime qué sucede. ¿Qué demonios sucede?
―Nada. Gabriel, sólo tengo que ir a trabajar, eso es todo. ―Dos pueden jugar
este juego. No me dice sobre su vida privada. Me guardaré mis sentimientos. No
importa cuánto me duela―. Disculpa. ―Lo rodeo y salgo por la puerta. Una vez
en el pasillo, corro al ascensor.
―Elizabeth. Espera.
Pero no lo hago. El ascensor llega, y salto dentro. La última cosa que veo es el
aspecto oscuro de su cara. Bien. Ahora sabe cómo me siento.

203
TREINTA Y CUATRO
Gabriel
―¿A dónde vamos? ―pregunta Elizabeth, a medida que nos introducimos en
la autopista fuera de la ciudad.
―Es una sorpresa ―contesto.
―Estuviste muy callado durante la cena.
Llevando su mano a mis labios, la beso.
―Tengo un montón de cosas en mente, eso es todo.
―¿Brianna?
―No he hablado con ella, pero Jake la cuidará. No está haciendo mucho
progreso en el robo de equipos. Lo insté de nuevo a ocupar el cargo de jefe de
204
seguridad para el proyecto, pero cree que puede hacer más de incógnito.
―Puede que tenga razón. Debido a que lo despediste, los ladrones pueden
creer que no te importa y que te has vuelto descuidado. ¿Cuál es su cubierta?
―Brianna. ―Algo fácil para que todos le crean debido a que siempre ha
sostenido una antorcha por ella, y los trabajadores de la construcción en Brasil lo
han sabido todo el tiempo.
―¿Las cosas están mejor con ella ahora? ―Desliza la mano de mi alcance. No
desea mantener contacto conmigo, eso está claro.
―Jake no quiso hablar sobre ella, el maldito ―escupo. Específicamente lo
había enviado allí para atender dos cosas: el comportamiento de Brianna fuera de
carácter y los hurtos de equipo―. Me dijo que se encargaría. ―Sólo puedo
imaginar el tipo de manipulación pasando.
Elizabeth curva los labios en una especie de sonrisa triste.
―Mira el lado positivo. Tal vez finalmente la saque de su sistema.
―¿Qué?
―La atracción que sienten uno hacia el otro, para poder seguir adelante.
Que diga esa declaración. ¿Elizabeth tiene la esperanza de quitarse su
atracción por mí? Su comportamiento distante durante la semana pasada parece
indicar tal dirección. Pero no tiene sentido preguntarle al respecto. No me dice lo
que pasa, aunque se lo he preguntado un millón de veces. Y por ahora no quiero
saberlo. Me sentaré aquí y esperaré a que caiga el hacha.
―No sé sobre Bri. ¿Pero Jake? Nunca la superará. Ha sostenido su antorcha
demasiado tiempo. ―Como yo por Elizabeth. Como malditamente lo he hecho.
Ella mira por la ventana.
―Estamos viajando lejos de Londres. Y este es el camino al aeropuerto.
¿Volaremos a alguna parte?
Le aprieto la mano.
―No. No lo haremos. ―Espero que no se fije en la parte de “nosotros” de esa
declaración.
―¿Entonces por qué?
Muevo un dedo contra sus labios, sintiendo su cálido aliento contra mi piel
mientras aún puedo.
―Cállate. Ya lo verás. Es una sorpresa.
―¿Es una buena o mala sorpresa? ―Su mirada cautelosa crece.
205
―Estoy esperando que pienses que es buena.
Ella aplaude. Una sonrisa de alegría pura ilumina sus labios. No se ha visto
tan feliz por un largo tiempo.
―Sé lo que será.
Mi corazón se aprieta.
―¿Lo haces, amor?
Ella asiente y sus rizos rebotan sobre sus hombros.
―Trajiste a Casey y a Gina. ¿Eso es? ¿Lo adiviné bien?
―Nunca lo diré.
―Aguafiestas. ―Se instala de nuevo en el asiento y mira por la ventana,
contenta por ahora. ¿Pero por cuánto tiempo?
Cuando rodamos en el hangar donde guardamos nuestro avión de la
compañía, sus ojos se iluminan. La excitación ondula a través de ella mientras salta
de un pie a otro, sin duda esperando a Casey y a Gina saliendo del avión. Cuando
no ocurre nada, me mira, con pregunta en sus ojos.
―¿No vendrán?
―No están en el avión, Elizabeth. Nadie llegó, pero alguien se irá.
Sus ojos se oscurecen.
―¿Quién?
―Tú.
―¿Yo? ―Su respiración se atora―. ¿Me… ―traga duro―… me estás
enviando lejos?
Le agarro la mano, sosteniéndosela fuerte.
―Sí. Lo hago. ―Scotland Yard ni siquiera está cerca de encontrar a Brian
Sullivan. Con cada día que pasa, el peligro crece. ¿Y si encuentra una manera de
llegar a Elizabeth? Ella continúa trabajando en Payne Industries. Dupliqué y
tripliqué la seguridad, todo con la aprobación de Sebastian Payne. Aun así, no
puedo evitar preocuparme porque Brian Sullivan encuentre una manera de
atraparla y la lastime en un intento de llegar a mí. Si no está aquí, no podrá usarla
como palanca. Estará fuera de peligro en D.C.
―No hagas esto, Gabriel. No me envíes lejos. ―Las lágrimas nadan en esos
bellos ojos suyos.
―Tengo que hacerlo. Es demasiado arriesgado para ti aquí. Así, estarás a
salvo en D.C., y podrás terminar tu último semestre en la escuela.
206
Arranca la mano de mí.
―No iré. No puedes obligarme. No puedo dejar a Andrew. Por favor, no
hagas esto, Gabriel. Por favor. ―Está tratando de no llorar, pero una lágrima
escapa de todos modos. Afortunadamente, no hay nadie alrededor para presenciar
esta escena.
―No dejarás a Andrew. Te lo llevarás contigo. Ya está en el avión. Y también
la niñera, Jonathan, Jorge y Marisol, y un contingente lleno de guardias de
seguridad.
―Pero…
―Sin peros. ―Hago una señal hacia el avión. La puerta se abre y Samuel
desciende, seguido de la niñera con Andrew en sus brazos. Jonathan y varios otros
guardias los siguen por las escaleras.
La mirada de Elizabeth salta al avión, de espaldas a mí.
―No entiendo. Dijiste que Andrew nunca saldría de Inglaterra.
―Brian hizo un disparo hacia nosotros enfrente de una teatro llena de
espectadores. Lastimó a Jonathan. Eso me dice que no le importa qué se interponga
en el camino. Es capaz de hacer todo lo posible para llegar a su objetivo.
―¿Qué te hace pensar que no vendrá en pos de mí en D.C.?
―Debido a que soy yo a quien quiere, Elizabeth. No a ti.
―No sabemos eso a ciencia cierta. Podría haber sido cualquiera ―dice en voz
baja.
―Supéralo, amor. Los dos sabemos que fue él. Fue francotirador en el
ejército. Y ahora que Smith Cannon rompió su asociación con él a causa de la
información que les di, será aún más peligroso. Su venganza es contra mí, no
contra ti. Pero si estás aquí, si Andrew está aquí, podría lograr algo. Tú y nuestro
hijo estarán a salvo en D.C.
―Pero si vas a enviar a Samuel y a todos esos guardias conmigo, ¿quién
permanecerá detrás para protegerte?
―Travis, además de toda una serie de otros guardias. No te preocupes, amor.
Estaré bien.
―No, Gabriel. No puedo irme. No te dejaré.
―Si no te vas, debes hacerlo por el bien de Andrew.
En ese momento, la niñera llegó a nuestro lado. Arranco a Andrew de sus
brazos, abrazándolo por última vez, dándole un beso en la suave mejilla antes de
entregárselo a Elizabeth.
207
―Cuida de él. Cuida de mi hijo.
―Gabriel. No puedo irme. No puedo dejarte solo.
―Sí. Puedes hacerlo.
―Ven con nosotros. Por favor.
―No puedo. Te pondría en peligro si lo hiciera. Ahora… ―Le doy a Andrew
un último beso―. Váyanse.
―Gabriel.
―No hagas esto más difícil de lo que ya es, Elizabeth. Por favor. ―Le doy un
beso en los labios y camino de regreso al auto. Cuando llego allí, me vuelvo para
mirar hacia atrás a ella.
De pie justo donde la dejé, me mira fijamente por un largo tiempo antes de
dirigirse hacia las escaleras del avión. En la parte superior toma la mano de
Andrew.
―Dile adiós a papá, Andrew.
―Dadaddadadaaa. ―Me hace señas.
Ocultando su rostro en él, desaparece en el avión. Todo el mundo hace lo
mismo, excepto Samuel, quien permanece a mi lado.
―Cuida bien de ellos, Samuel. Son mi vida.
―Sí, señor. Puede contar conmigo.
―Siempre lo he hecho, mi amigo. ―Muevo la mano. Él asiente antes de que
Elizabeth y el resto de la comitiva entre en el avión que pusieron en marcha, en esa
digna actitud suya.
La puerta se cierra. Unos minutos más tarde, los motores aceleran y la
aeronave se dirige hacia la falange de otros aviones en la pista. Podría ser el quinto
en la línea y empequeñecido por aviones más grandes, pero lleva mi corazón, mi
alma, mi razón de vivir. Poco a poco los otros aviones toman su vuelta y despegan,
hasta que es hora de que el avión de Storm Industries se vaya.
Algo dentro de mí grita “¡Detenlo!”. La echo tanto de menos que es como que
estoy sangrando por dentro. Doy varios pasos hacia delante como si de alguna
manera mi angustia la pudiera traer de regreso. Pero sería lo peor que podría
hacer. Estará a salvo en D.C. y va a cumplir su objetivo. Necesita esto para poder
convertirse en la mejor abogada corporativa que pueda ser. Así podrá ser feliz y
plena. Pero cuando obtenga ese título, ¿todavía querrá estar casada conmigo?
Aumentando la velocidad, el avión rueda por la pista de aterrizaje. Más y
más rápido se va hasta que finalmente pierde el contacto con tierra y despliega sus 208
alas en el cielo de la tarde. De pie en el asfalto, estoy viendo el avión hacerse más y
más pequeño hasta que desaparece de la vista. E incluso entonces me quedo de pie,
con la esperanza de una visión más de ella antes de que salga de mi vida.
Conociendo la inutilidad de tal cosa, me doy la vuelta y camino de vuelta al auto,
donde Travis espera con la puerta abierta.
―¿A dónde, señor Storm? ―pregunta, una vez que estoy dentro.
―Al Brighton. ―El lugar al que había llamado casa antes, pero que ya no lo
es. No ahora que ellos se han ido.
TREINTA Y CINCO
Elizabeth
En el avión, Samuel me asegura que el ático en Cathedral Arms está listo para
nuestra llegada. Gabriel organizó un servicio de limpieza, además de que le había
pedido al diseñador que habíamos utilizado antes acomodar el sitio de bebé para
Andrew en el segundo piso y un pequeño cuarto de niños adicional en la
habitación contigua a la mía. Había pensado en todo, ¿no? Y nunca dijo una
palabra acerca de sus planes.
En el momento en que llegamos a nuestra nueva casa, estoy más allá de
agotada. Así que me meto en la cama con Andrew y me dejo caer en un sueño
agitado. En mis sueños, vislumbro a Gabriel en la distancia, pero no importa qué
tan rápido y duro corra, no lo alcanzo.
209
En el momento en que me despierto la mañana del viernes, el ático está
funcionando como un reloj. La niñera puso sus propios toques únicos en la
habitación de Andrew, dejando sus juguetes preferidos alrededor de la habitación.
Debido a que necesita establecer su rutina en el nuevo lugar, le doy un beso rápido
y se lo entrego.
En la cocina, Jorge y Marisol abastecen los suministros de comida y están
ocupados con la organización de las cosas. El personal de seguridad ha establecido
su puesto de mando en uno de los dormitorios y está ocupado comprobando el
equipo para asegurarse de que todo está funcionando correctamente.
Después de agarrar una taza de café y un croissant recién hecho que Jorge
sacó del horno, me dirijo al piso de arriba para desempacar las cinco maletas,
ninguna de las cuales está llena. Parker tuvo que haber sido el que las empacó por
mí. Su atención al detalle se nota en todo. Desde la ropa cuidadosamente doblada
entre hojas de papel de seda a los artículos de aseo escondidos en su propio
maletín. Sólo me toma una hora colgar todo en el armario, almacenar mi ropa
interior y ropa en el armario, y acomodar mis artículos en el baño.
En la bolsa que contiene mi portátil, veo un sobre de Gabriel. El interior de la
carta me dice que todo está listo para la escuela. Las clases que había elegido han
sido reservadas para mí. Todo lo que necesito hacer es recoger mis libros de texto.
Cuando reviso mi horario de clases en línea, descubro que mis tres primeras clases
van una tras otra a partir del lunes a las diez en punto. Todas tienen extensas
tareas de lectura. Lo que significa que un viaje a la librería de la escuela de leyes
está en orden.
Pero antes de ir, llamo a Gabriel. No me gusta la forma en que dejamos las
cosas. Impactada como estaba, no hice ninguna pregunta. Sólo le rogué que dejara
que me quedara. Estoy muy preocupada, no sólo por su seguridad, sino por su
bienestar, también. Y seamos sinceros, estoy más que un poco preocupada por esta
Chris Langenfeld.
La conoce. Esas fotos que Brian me mostró no mentían, dada esa llamada
telefónica. Y sin embargo, Gabriel negó su amistad. ¿Podría realmente estar
teniendo una aventura con ella? Ha sido tan amoroso y cuidadoso conmigo. Pero
tal vez, sólo tal vez, tuvo suficiente de mi necesidad de una carrera y me envía
fuera para poder tener una relación sin mí alrededor.
El teléfono suena durante varios segundos antes de que vaya al buzón de voz.
¿Dónde está? ¿Y por qué no contesta? Esas preguntas me torturan. Pero no puedo
obsesionarme con ellas. No con todo lo que tengo que hacer hoy.
Después de un rápido beso a Andrew con la promesa de que mamá estará de
vuelta pronto, voy abajo con Jonathan y le digo que tengo que ir a la escuela. 210
Todavía está recuperándose de su lesión y no está al 100%, pero, aparte de Samuel,
no voy a confiarle mi bienestar a otro guardia. Dadas las circunstancias, sin
embargo, necesito uno adicional. Me presenta a Ben, un gigante local que tiene que
medir por lo menos uno noventa y ocho. Que nos va a acompañar a donde quiera
que necesite ir.
Los tres vamos abajo en el ascensor hasta el garaje donde el Benz plata nos
espera, el mismo que Gabriel me compró hace muchos meses. El nuevo guardia se
pone detrás del volante y vamos a la escuela de leyes.
El olor de los libros me golpea tan pronto como entro en la tienda. Rayos, he
echado de menos esto. Vago por los pasillos con mi lista de clase y le doy mis
libros al nuevo guardia para que los cargue por mí. Estoy a punto de terminar mi
visita cuando escucho mi nombre.
―¡Liz!
Maggie, una estudiante de primer año y miembro de mi anterior grupo de
estudio, está dirigiéndose hacia mí, arrastrando tras de sí a otra cara familiar.
―Oh, Dios mío. Te ves fantástica. ―Me abraza y me besa―. Mira, Mike, no
se ve fabulosa.
―Por supuesto. ―Mike sonríe. Evita el abrazo y beso con un apretón de
manos. Su figura no ha cambiado un poco. Todavía está luciendo su chaqueta de
su equipo favorito los Nationals y una gorra de los Nationals de Washington.
―¿Cuando llegaste a la ciudad?
―Anoche.
Maggie apunta a uno de mis libros.
―¿Tomarás Ley de Finanzas? Nosotros también. La maestra es una osa. Hace
trabajar a sus estudiantes hasta la muerte.
―Lo espero con ansias.
―¿Quieres entrar en el grupo de estudio?
―Por supuesto. ―Durante mi primer año, las tertulias semanales me
ayudaron no sólo a asimilar el amplio material de lectura, sino a socializar con mis
compañeros de estudios. Con un trabajo a tiempo completo como tenía, disfrutaba
de la camaradería de nuestro grupo muy unido. Habíamos celebrado cumpleaños,
los éxitos de los demás, y compartido una cerveza o dos en un bar cerca de la
escuela. Por supuesto, las cosas ya no eran lo mismo conmigo. No podía socializar
tan libremente como antes. Pero al menos había una ventaja para mi estilo de vida
actual―. ¿Qué hay de que nos encontremos en mi casa?
―¿Dónde vives? 211
Cuando le doy los detalles de mi dirección en Cathedral Arms, Mike silba.
―Esa es una residencia tan lujosa.
Maggie le da un codazo en las costillas, probablemente para conseguir que se
calle.
―Me temo que tendrán que pasar por un poco de seguridad. ― Señalo a mis
dos guardias que están flotando lo suficientemente cerca para impedir que alguien
se me acerquen, pero lejos para no entrometerse en nuestra conversación―. Pero
puedo prometerles la comida más divina. Tengo un chef a quien le encanta cocinar.
Los ojos de Mike se iluminan.
―¿Un chef? Guau. Estoy dentro.
Me río. Sus esbeltas abdominales de seis ocultan el hecho de que le encanta
comer. A menudo había devorado hasta el último bit de la merienda que los
alumnos llevaban al grupo de estudio. Parece que su apetito no ha cambiado.
Después de discutir varios marcos de tiempo por cumplir, quedamos el
sábado por la mañana a las ocho. Eso nos daría cuatro horas sólidas del grupo de
estudio y aun así dejar tiempo para otro fin de semana de eventos.
―Voy a llamar al resto de la banda y a decírselos ―dice Maggie.
―Estupendo.
―Nos vemos el lunes en clase.
Ella menea sus dedos hacia mí, mientras arrastra a Mike con la otra mano.
Siempre habían sido dulces uno con el otro. De la forma en que le está dando
órdenes, parece que su relación se ha movido al siguiente nivel.
―Sí, nos vemos―. Es bueno volver al ritmo de las cosas. Puede que tenga un
programa asesino. Siete clases. Pero al menos no tengo que trabajar también.
En el camino de vuelta a Cathedral Arms, saco mi celular y compruebo el
registro de llamadas. Pero nada reciente aparece. ¿Por qué Gabriel no ha llamado?
Odiándome, marco su número. Se va al correo de voz una vez más. Negándome a
ser necesitada, demasiado tarde, lo sé, le dejo un mensaje optimista y le pido que
me devuelva la llamada.
Necesitando un levantón después de degradarme a mí misma, llamo por
teléfono a CeCe quien grita en el teléfono cuando se entera que estoy de vuelta en
la ciudad.
―¿Quieres reunirte este fin de semana? ―pregunto, esperando que diga que
sí. Necesito algo para quitar mi mente de Gabriel.
212
―Diablos. No puedo. Paul y yo íbamos a desaparecer.
La última vez que hablamos, había estado saliendo con su marido,
sospechando que la estaba engañando.
―Oh, ¿cómo van las cosas?
―Estupendo. ¿Todas esas horas extras que hizo por años?
―Sí.
―Lo hicieron socio de la firma de contabilidad.
―Oh, eso es grandioso. ―Estoy feliz por ella. Dios sabe que se lo merece.
Pero estoy segura que le gustaría poder haberlo conseguido juntas. Ella habría sido
una gran caja de resonancia. Pero no es su culpa que mi matrimonio sea un
desastre.
―Así que ahora que en realidad puede tener un fin de semana fuera de vez
en cuando, vamos a Atlantic City. Nos iremos en una hora. ―Alguien dice algo de
su lado―. Me tengo que ir, amiga. Pero definitivamente nos juntaremos el próximo
fin de semana. ¿Compras y almuerzo?
―Lo tienes. Diviértete. ―Y cuelga.
A media tarde, reorganizo todo en mi escritorio, marcando mis tareas en mis
libros de texto, y trabajando en un horario de lectura.
Saco mi teléfono y compruebo el registro de llamadas. De nuevo. Nada.
Nada. Ni siquiera un texto. Desplomándome en la cama, me quedo mirando el
techo, mientras juego con los botones del celular. Sin orgullo, marco su número por
última vez. Es previsible que se vaya al correo de voz. No dejo mensaje. ¿Para qué
molestarse?

213
TREINTA Y SEIS
Gabriel
Llamó tres veces, y cada vez permití que la llamada se fuera al correo. Si
respondo, tendré tendencia a pedirle que venga a mí y eso es algo que no haré. Ha
trabajado toda su vida con una meta, trabajar como abogada corporativa. Con
doble título obtenido de las facultades de derecho estadounidenses y británicas,
cuando eso se combine con la brillante mente de ella, la hará la mejor de las
mejores. Nunca tendrá que buscar empleo, los puestos de trabajo irán a ella. Como
ya lo hacen.
Sebastian Payne no dudó en triplicar su salario, ofreciéndole tanto como a
alguien trabajando a tiempo completo porque quiere que se mantenga trabajando
para él. No hay duda en mi mente de porqué hizo la oferta. Ella tiene una trampa 214
de acero de mente cuando se trata de financiación internacional. Con el tiempo y la
experiencia, será una abogada brillante. Por lo que en este momento necesita
concentrarse en su trabajo escolar y en la tranquilidad de saber que tiene a Andrew
a su lado.
A última hora de la noche, me dirijo a casa. No tiene sentido pedirle a Parker
que prepare algo. Sus habilidades culinarias no se extienden a la cocina francesa.
Todo lo que puede manejar es hervir agua y calentar sopa. Voy a tener que pedirle
que recoja lo fundamental, así al menos tendré pan, leche, huevos, carnes frías,
café. Comeré el almuerzo en la oficina y pediré comida para llevar para cenar.
Sé que es tonto, pero no puedo llevarme a contratar a un cocinero. Me
recordaría la idílica vida que disfruté con Elizabeth sentada frente a mí en la mesa
del comedor gozando de la buena cocina de Jorge.
Voy a contratar un servicio de limpieza para que venga una vez por semana.
De la forma en que solía manejar las cosas antes de que Elizabeth entrara en mi
vida.
Mi teléfono suena. Elizabeth de nuevo. Mejor le contesto. La siguiente
llamada podría ser de Travis para averiguar dónde diablos estoy.
―Hola.
―Gabriel. ―Su voz acaricia mis sentidos y me hace sentir dolor
profundamente en el interior―. Estaba empezando a preocuparme.
Froto un puño cerrado a través de mi frente, tratando de aliviar el dolor allí.
―Lo siento. Día ocupado.
―Sí. Yo también.
―¿Qué hiciste? ―Mientras me habla de su día de visita a su escuela y de
compras de libros, quiero meter la mano en el teléfono y abrazarla. Pero eso es algo
que no puedo hacer.
―Así que estamos creando un grupo de estudio. Pensé que sería mejor si lo
tenemos aquí.
―¿En Cathedral Arms? ―La alarma atraviesa mi vientre. No conozco a esas
personas―. No sé, Elizabeth. ¿Quiénes son?
―Amigos de la escuela. Sólo nos encontraremos una vez por semana los
sábados. Ya lo comprobé con Jorge. Le encanta la idea de tener algo que hacer.
Francamente, me encanta también. Necesito socializar.
―Te envié allí para estudiar, no para socializar. ―Muerdo. Estoy siendo un
bastardo, lo sé, pero pensar que está poniéndose en peligro me ha hecho dar una
vuelta. 215
Durante un par de latidos, sólo hay un silencio de muerte en su lado.
―¿Qué esperas de mí mientras estoy aquí en D.C.?
―Espero que vayas a la escuela, llegues a casa, estudies.
―¿Y eso es todo?
―Sí.
―Lo siento, pero no puedo hacer eso. No voy a permanecer como una
prisionera en mi propia casa. No otra vez.
―Si no me obedeces, no tendré más remedio que… ―Suena un sonido de
alerta de Chris Langenfeld en mi cabeza. ¿No sería mejor consultarle acerca de las
medidas de seguridad posibles que desees emprender?
―¿Qué?
―No quiero que te lastimen. No quiero a Andrew lastimado. ¿No puedes ver
cómo invitar a extraños a nuestra casa puede poner en peligro su seguridad?
―En primer lugar, no son extraños; son amigos. Y en segundo lugar,
estuvieron de acuerdo en pasar por seguridad. Lo cual fue francamente una cosa
embarazosa de pedir. Pero lo hice porque sabía que era lo que cabía esperar.
―¿Lo hiciste?
―Sí. Estoy tratando de ver las cosas desde tu punto de vista, Gabriel. ¿No
puedes trabajar conmigo en esto? No todo el mundo está en mi contra, sabes.
¿Puedo hacerlo? Ella y Andrew están tan lejos. No puedo estar allí para
protegerlos. Pero sí Samuel. Y confío en él sus vidas.
―Bien. Voy a llamar a Samuel para explicárselo. Por favor, dale sus nombres
para que pueda revisarlos. Si encuentra algo, algo en absoluto, a esa persona no se
le permitirá el acceso al ático.
Ella lanza un profundo suspiro.
―Creo que puedo vivir con eso.
Deseando llevar nuestra conversación a un tema más seguro, le pregunto:
―¿Tocaste base con CeCe y Casey?
―Hablé con CeCe, sí. Nos vamos a reunir la próxima semana para ir de
compras.
―¿Y con Casey?
―Todavía no, pero lo haré.
216
―Haz eso. Parece que estás bien entonces. ¿Cómo está Andrew? ―Mi voz se
ahoga cuando digo su nombre.
―Aquí. Mira Andrew, es papá.
―Hola, chico dulce.
―Dadadada.
Agarro el móvil. Quiero abrazar tanto a mi hijo que me duele.
―El diseñador creó una cuna para él en el estudio. Espero que no te importe.
―¿Por qué debería importarme? Le pedí que lo hiciera.
―Porque es tu oficina. Ahí es donde trabajas cuando vienes de visita. Vas a
venir a visitarnos, ¿verdad? ―Suena esperanzada y ansiosa al mismo tiempo.
Me gustaría, pero no puedo. Si viajo a D.C., podría ponerlos en peligro. Y eso
es algo que no haré. Pero si de plano le digo que no, va a discutir.
―Tal vez. Ya veremos. Las cosas están bastante ocupadas aquí. Con los robos
en Brasil y tratando de conseguir un nuevo proyecto en Estados Unidos. ―Mi
teléfono suena. El identificador me dice que es uno de mis VP’s―. Me tengo que ir.
Llamada en espera.
―¿Gabriel?
―Sí.
―Te amo.
―Correcto ―digo. Trato de tragar el nudo en mi garganta. ¿Por qué no le
digo que la amo también? Una pequeña frase. Eso es todo lo que habría tomado.
Porque si digo esas palabras, no podré evitar subirme en el próximo avión y
unirme a ella. Y no puedo hacer eso. Su vida y la vida de Andrew están en juego.
Pero si sigo rechazándola, tarde o temprano restablecerá su vida en Estados
Unidos, cerca de sus amigos, y se dará cuenta de que no me necesita. Que nunca lo
hizo.
Seco la humedad de mi cara y agarro mi impermeable. No puedo permanecer
aquí en El Brighton, donde todo me recuerda a ella, a mi hijo. Saliendo a la noche,
me paseo por el Soho, donde me encuentro con un antiguo pozo de agua.
La tentación de beber me hace señas. El licor no es la primera vez que es
utilizado para aliviar el dolor en mi corazón. Pero lo sé mejor. Lo último que
quiero es una repetición de esa noche desastrosa cuando envolví el Jaguar
alrededor de un árbol. Pase lo que pase entre Elizabeth y yo, mi hijo me va a
necesitar. Y no estoy dispuesto a poner en riesgo mi vida por unas pocas horas de
olvido. 217
Así que dejo pasar el bar y voy al restaurante de sushi junto a él. En lugar de
llevar comida a casa, decido comer aquí. Y como es el destino, me encuentro con
una de las modelos con las que solía salir. ¿Cuál era su nombre? Nicky. Suzy. Algo
que termina con y.
Ella deja a sus amigos atrás y, cae dentro de la cabina a mi lado. Cuando me
besa en la mejilla, casi me ahogo por el hedor de su perfume. ¿Qué vi en ella?
―¿Cómo estás, querido? ―pregunta.
―Bien.
―¿Estás solo?
Tomo un sorbo de la cerveza japonesa de arroz.
―Se me ocurrió salir por un bocado rápido.
―¿Quieres un poco de compañía?
―¿No estás con amigos? ―Asiento hacia la mesa donde sus conocidos miran
sin reparos hacia nosotros.
Ella mueve sus uñas de punta hacia ellos.
―Oh, lo entenderán.
―Sabes que soy casado. ―Intento lo mejor para hacer caso omiso de ello,
haciendo estallar un rollo California en mi boca.
Ella me muestra su más brillante sonrisa, y pregunta:
―Ella no está aquí, ¿verdad?
―No. ―Le hago señas con la mano al camarero y le pido la caja de mi
comida para llevar. Cuando se aleja, me termino el resto de la cerveza.
Ella pasa su mano por mi brazo, se inclina para susurrarme al oído.
―No me importa.
Una cámara flashea en alguna parte. Dios, realmente espero que la cámara no
esté dirigida a nosotros. En la entrada del restaurante, el dueño del club está
empujando a los paparazzi hacia atrás. Buitres devastados.
Cuando el camarero vuelve con el contenedor en una bolsa, me levanto y le
doy más que suficiente para cubrir la cuenta. Abrochándome la chaqueta, me
vuelvo a quien sea-que-sea-su-nombre.
―Es posible que no te importe, pero a mí sí.
Dejándola con la boca abierta, voy fuera y regreso a casa, sabiendo muy bien
que las fotografías moverán los trapos de chismes mañana.
218
TREINTA Y SIETE
Elizabeth
Después de que cuelgo con Gabriel, pongo a Andrew a comer de mi pecho.
¿Por qué Gabriel está actuando tan distante? ¿Pretende que esta separación sea
algo más permanente? Siempre ha guardado sus tarjetas cerca de su pecho. ¿Esta
es su forma de decir que terminamos?
Gabriel juró que Andrew nunca abandonaría Inglaterra. ¿Es esta la manera de
sacarme del país? ¿Está matando dos pájaros de un tiro? Andrew está seguro, y se
deshace de mí para poder disfrutar de un tiempo con su amante. ¿O es que
finalmente aprueba mi elección de carrera? Muchas preguntas. Con
lamentablemente poco en respuestas.
―Papapapa. ―Andrew acaricia mis mejillas. 219
―Papá no está aquí, cariño.
Mi celular suena. Casey.
―Hola.
―Hola, Lizzie. ¿Cómo estás?
Es tan bueno escuchar su voz. Siempre ha sido un océano de calma en mi
mundo loco. En todos los meses desde mi matrimonio con Gabriel, hemos estado
en contacto, por lo general llamándonos por una cosa u otra. Decidió no abrir el
restaurante en Londres porque sería demasiado difícil manejarlo desde Estados
Unidos, pero abrirá un Cajun Ragin en Nueva York. Gabriel ayudó con la
financiación y la búsqueda de un primerísimo lugar. La apertura en la Gran
Manzana está a sólo dos meses de distancia. Así que me alegro de estar aquí para
apoyarlo por una vez. Incluso si soy un desastre en este momento.
―Bien.
―¿El regreso a D.C. va bien?
¿Qué?
―Sí, pero, ¿cómo lo sabes?
―Gabriel. Llamó esta mañana. Me dijo que había habido un cambio de
planes. Aunque, para decir verdad, pensé que lo escucharía de ti, no de él.
Suena herido. No es de extrañar. Habíamos hablado hace dos días, y no había
mencionado la mudanza. Todo lo contrario. Le dije que no volvería a D.C. después
de todo.
―Hubiera llamado si lo hubiera sabido. Pero no lo hice.
―¿No lo sabías? ―Su voz se eleva. Suena tan sorprendido como yo.
―No. Me puso en el avión anoche con Andrew y todo nuestro personal de la
casa, incluyendo la mayor parte del equipo de seguridad.
―¿Por qué iba a hacer eso sin hablar primero contigo?
―Eso es lo que estoy sentada aquí tratando de averiguar. ―No puedo evitar
que mi voz se atore.
A lo que Casey, por supuesto, reacciona. A excepción de Gabriel, es el que me
conoce mejor que nadie.
―Estás molesta ―dice.
―Sí, un poco.
―Y estás imaginando lo peor. No lo hagas. Hay una explicación racional para
que tu marido actúe de la manera que lo está haciendo. Ven a un almuerzo el
220
domingo, para poder hablar.
Limpio mis lágrimas.
―Me gustaría eso. Tendré que llevar a Andrew.
―Por supuesto que sí. Espero con ansias verlos a los dos.
Las manecillas del reloj que cubre una de las paredes de dos metros de alto
de mi piso marca la hora en punto, anunciándola con siete campanadas. Hora de
alimentar a Andrew y acomodarlo para pasar la noche.
Al día siguiente analizo treinta y seis casos durante siete clases, anotando los
hechos, la historia, tenencia, razón de ser, discrepancias y opiniones concurrentes
en cada caso. Dios sabe que me encanta aprender y la escuela, pero para el sábado
por la noche mi cerebro está frito.
El domingo me despierto fresca de mente con ganas del almuerzo del
domingo con Casey y Gina. Cuando llego a su apartamento en la avenida
Wisconsin, ella toma a Andrew de mis brazos.
―Oh, Lizzie, es hermoso. ―Les mandé fotos y vídeos de Andrew, pero no lo
habían visto en persona hasta ahora―. ¿No, Casey?
―Sí. Lo es. ―Pasa un dedo por la suave mejilla de Andrew mientras mira a
mi hijo saludarlo. Es bastante alegre para un bebé, pero Casey es una persona
nueva que nunca ha visto antes. Pero decide que Casey es de confianza porque su
sonrisa sale de nuevo.
―Oh, quiero uno. ―Mira a Casey con ojos esperanzados.
―Después de que nos casemos.
―Tic tac ―dice Gina antes de dirigirse hacia la sala donde una manta azul de
lana está sobre la alfombra sobre la que se encuentra un conejo de peluche.
Tan pronto como ve el conejo, Andrew se vuelve loco, chillando y saltando
contra Gina con las regordetas piernas moviéndose para poder bajar y jugar.
Sabiendo que está bien cuidado, sigo a Casey a la cocina.
―¿Tic tac? ―pregunto, poniéndome en casa en un taburete en el extremo de
la isla de la cocina.
Él deja escapar un laborioso suspiro.
―Es su forma de recordarme que los huevos de Gina no están volviéndose
más jóvenes.
―Pero sólo tiene treinta, ¿verdad?
―Sí. Un montón de tiempo para tener un hijo, pero no lo ve de esa manera.
221
Desde que te vio en Londres, ha estado presionando en tener uno suyo. ¿Quieres
algo para beber?
―Jugo de naranja. Gracias.
Espero hasta que llene vasos para los dos antes de decir:
―Así que te casarás y comprometerás.
―No es así de simple, Lizzie.
―Entonces, ¿qué te demora?
―El nuevo restaurante en Nueva York. Ha tomado más tiempo de lo que
quería para su creación y para mantenerlo corriendo. Pero espero que en dos
meses a partir de ahora, esté listo. Y entonces podremos casarnos y empezar a
trabajar en ese bebé que quiere tanto.
―Grandioso ―digo, antes de tomar un sorbo del jugo.
Me mira mientras bate los huevos, la leche y la pizca de sal y de vez en
cuando pone pimiento.
―Tú, allí, cocinándome. Parece como en los viejos tiempos.
―Sí. ―Un chillido nos alcanza, y echo un vistazo a través de la abertura en la
sala de estar donde Gina está ocupada haciéndole cosquillas en la panza a Andrew.
Cuando se acerca demasiado, él agarra su largo cabello y tira hacia él. Tan como su
padre en ese aspecto.
Echo un vistazo atrás para encontrar a Casey mirándome.
―Nunca te había imaginado como madre.
―Nunca me lo imaginé yo misma. Lo quiero tanto. ―Mis ojos se humedecen.
Él deja el quiche en el horno y cuelga el delantal antes de caer en el taburete
cerca de mí.
―Eso se ve, Lizzie. Has cambiado.
―¿Cómo?
―Solías tener este aire de desesperación en ti. Como si tuvieras miedo de que
las cosas se alejaran de ti a menos que las capturaras y agarraras con fuerza.
―¿Sí?
―Sí. ¿Pero ahora? ―Inclina la cabeza mientras me escruta―. Pareces
contenta con tu lugar en la vida.
―Lo estoy. ―Salvo… 222
―¿Salvo? ―pregunta.
―Me puso en un avión a D.C. sin tocar el tema ni una vez.
―¿No es esto lo que querías? ¿Volver a la escuela y terminar este semestre?
―Sí.
―Así que te dio lo que querías. Y sin embargo encontraste algo malo en ello.
¿Por qué?
―Debido a que no lo discutió conmigo.
―¿Por qué crees que no lo hizo?
―Podría haberme negado a venir.
―¿Y por qué harías eso si es lo que querías?
Casey ha sido siempre un reto para mí, pensando en teorías alternativas.
―La primera vez que le dije que necesitaba volver a D.C. para terminar mis
estudios, le sugerí que Andrew viniera conmigo. Se negó a considerar siquiera el
tema. Andrew nunca abandonaría Inglaterra y ese era el fin.
―Y, sin embargo, aquí está. ―Apunta hacia la sala de estar―. ¿Por qué crees
que permitió que trajeras a Andrew contigo?
―Confía en que cuidaré de él, que vigilaré que no sea lastimado. Bueno, yo
junto con su equipo de seguridad.
―¿Algo más?
―Confía en que volveré a Inglaterra.
―¿Y?
―Para llevar a su hijo de vuelta a él.
―¿Y esperas algo a cambio?
―No lo sé. Creo que es su manera de deshacerse de mí.
Arruga la frente.
―¿Por qué piensas eso?
Le hablo de Chris Langenfeld, de las fotos que Brian me mostró, de Gabriel
negando que la conociera cuando la vio en el restaurante, de esa llamada telefónica
temprano por la mañana.
―Puede estar engañándome.
Inclinándose hacia atrás, Casey suelta una carcajada.
Arrugo la frente.
―¿Por qué te ríes?
223
―Elizabeth. El hombre que conocí, el hombre que he llegado a conocer todos
estos meses, está profundamente enamorado de ti. ―Pone su mano sobre la mía y
la aprieta―. ¿Se te ha ocurrido que tal vez esté viendo a esta mujer
profesionalmente?
―No me puedo imaginar a Gabriel visitando a una psicoterapeuta.
―Un hombre enamorado lo haría si quisiera salvar su matrimonio.
―Entonces, ¿por qué negar que la conoce?
―Es un hombre orgulloso. Probablemente no quería que lo supieras.
¿Podría la interpretación de Casey ser la correcta? ¿Y he construido todo este
castillo de naipes por ninguna razón en absoluto?
―¿Cómo he podido ser tan estúpida?
―Porque estás tan locamente enamorada de él como él de ti. Y tienes miedo
de perderlo. ¿Mi consejo? Háblale. Pregúntale sobre esa mujer. Una vez que lo
confrontes con conocimiento, estoy dispuesto a apostar que te dirá la verdad.
―Pero eso no explica por qué no ha devuelto mis llamadas.
―Con todo lo que ha pasado contigo y Andrew, tiene que estar sufriendo la
agonía de los condenados, porque no está aquí para protegerte, para velar por ti.
Entonces al no contestar el teléfono, no quiere que lo sepas. Para que no tengas que
preocuparte.
―Suena como algo que haría. Él y su maldito de orgullo Storm.
―Comunícate con él de otra manera. Envíale un texto. O un vídeo de
Andrew. Cuando que esté listo, contestará el teléfono.
Lo beso en la mejilla.
―Gracias.
―¿Feliz ahora?
―Sí.
―Entonces vamos a la sala de estar para poder jugar con mi sobrino.
―Sí, vamos.
Mi teléfono emite un sonido que hace cuando recibo un texto. Pensando que
es Gabriel, lo agarro de mi bolso y veo el texto. No reconozco al remitente, y la
imagen que aparece es la última cosa que quiero ver. Un artículo de un periódico
con una foto de Gabriel y de alguien susurrando en su oído. El titular grita
“¿Gabriel Storm está de nuevo en el mercado?”.
224
Jalo el aliento. ¿Quién es ella? ¿Y qué hace con Gabriel? ¿Me envió lejos para
poder reanudar su estilo de vida de Playboy? Al oír la voz de Casey dentro de mi
cabeza, me doy cuenta de lo ridículo que suena eso.
Y entonces recuerdo la foto de Sebastian y de mí y cómo nuestros roles en esa
foto salieron de la peor manera posible. Tiene que haber otra razón. Examino la
foto en busca de pistas.
Hay un plato de comida delante de él. El reloj de la pared dice que son las
8:17. Probablemente se detuvo en un restaurante para comer algo y se encontró con
una antigua novia suya.
Esa tiene que ser la explicación porque no voy a aceptar cualquier otra. Pero
seguro que quiero descubrirla.
TREINTA Y OCHO
Gabriel
Ya han pasado dos semanas desde que puse a Elizabeth y Andrew en un
avión, dos semanas en el infierno. Después de la foto que apareció en el periódico,
cambié a pedir la cena en lugar de tomar una oportunidad en los restaurantes
locales. Demasiadas cosas podrían dirigirse hacia el sur.
Elizabeth ha estado enviando mensajes de texto y vídeos de Andrew. Va a
casa y hace señas frente a él mientras dice cosas como, “Te quiero” y “te extraño”.
A veces hace otras señas. Me manda e-mails diarios llenos de noticias. Se volvió a
conectar con algunos de sus viejos amigos de la escuela, disfrutó de un almuerzo
con Casey y Gina, se fue de compras con CeCe. Y firma hasta el último de ellos con
“Con todo mi amor, Elizabeth”.
225
Aunque en un principio estaba muy escéptico acerca de su afán de libertad,
ahora estoy contento. Recortarle las alas habría creado un distanciamiento entre
nosotros difícil de reparar.
Mi teléfono suena. Elizabeth.
―Hola amor.
―Gabriel. ―Sólo escuchar su voz es suficiente para que me ponga duro―.
¿Cómo estás?
―Bien.
―¿En serio? ¿De verdad?
―No. Te echo de menos.
―Yo también. ―Se aclara la garganta―. Tengo una pregunta para ti. Y me
gustaría una respuesta directa, sin importar la que sea. ―Su voz se tambalea como
si lo que fuera a preguntar tuviera mucha importancia para ella.
―Bien.
―¿Qué es Chris Langenfeld para ti?
Maldito infierno. Agarro apretado el celular.
―¿Cómo sabes de ella?
Un gemido desde su lado.
―Entonces es cierto. Estás viéndola.
―Sí. Sí lo hago.
―¿Es por eso por lo que me enviste lejos? ―grita―. ¿Para poder acostarte
con ella? ¿Cómo pudiste?
―Te envié lejos para que estuvieras a salvo. Y no estoy acostándome con ella.
Estoy viéndola profesionalmente. Es mi psicoterapeuta.
―Oh, Gabriel. Siento si te grité. ―Hay arrepentimiento en su voz y un
resoplido. Está llorando. Por mí―. Pero he estado muy preocupada.
Quiero atravesar las líneas telefónicas y abrazarla. Pero no puedo. Todo lo
que puedo hacer es hablar para calmarla.
―Siento que te causara preocupación innecesaria. Debería habértelo dicho.
―Sí, debiste hacerlo. ¿Por qué no lo hiciste?
¿Por qué no lo había hecho? Debido a mi maldito orgullo Storm asociado al
trato de debilidad. Debería haber podido resolver estos problemas por mi cuenta.
No importa que no haya estado en condiciones de hacerlo durante los últimos
treinta y dos años. 226
―No quiero que me veas débil.
―¿Me estás tomando el pelo?
―No.
―Gabriel, eres uno de los hombres más fuertes que conozco. ¿Haber pasado
por los demonios que atravesaste cuando niño y no sólo sobreviviste sino que
triunfaste? No muchos hombres podrían haber hecho eso.
Me río mientras un peso se levanta de mis hombros.
―¿Así que soy tu héroe?
―Siempre. Tengo curiosidad sin embargo. ¿Todos estos años que podrías
haber ido a terapia? ¿Por qué ahora?
―No quiero perderte.
―Y aquí yo imaginando lo peor.
―¿Es por eso que estabas actuando tan lejana antes de irte?
―Sí. El teléfono sonó una mañana. Quiso cambiar su cita. Y pensé…
―Que estaba acostándome con ella.
―Sí.
―Elizabeth, desde que te conocí solo he estado con una mujer en mi vida…
tú. Estoy loco por ti. Estoy tan enamorado que no sé qué camino es arriba o abajo
ya. Eres lo mejor que me ha pasado a mi vida. Tú y Andrew.
―Oh, me gustaría que estuvieras aquí o yo estuviera allí. Por favor ven. Te
necesito. ―Su voz se vuelve baja―. Te necesito. ―Lo último sale con una
necesidad caliente y sensual.
―Ojalá pudiera, pero no puedo. No hasta que Brian esté tras las rejas.
Pasamos la siguiente hora susurrando intimidades entre sí. En un momento
dado pone a Andrew en el teléfono y ofrece su “papapapa”. Pero al cabo de
treinta minutos, tiene que prepararse para la clase.
―Te amo.
―Te amo también. ―Es la primera vez que estamos en la misma página al
mismo tiempo.
Durante el siguiente mes, se hace cada vez más difícil no volar a D.C.,
especialmente cuando recibo tardías llamadas telefónicas por la noche y me habla
sucio. Las llamadas por lo general terminan conmigo en la ducha masturbándome.
227
Nunca he estado tan limpio en mi vida.
Algo tiene que romperse porque no podemos seguir así. Mi trabajo está
sufriendo; ella tiene dificultades para concentrarse en la escuela. Tenemos que
vernos, estar con cada uno, hacer el amor. En este punto, creo que lo desea más que
yo. Ni siquiera estaba seguro de que fuera posible.
Mis llamadas a Scotland Yard no me proporcionan ninguna información
nueva. Tampoco mis investigaciones privadas. Brian Sullivan ha desaparecido. No
está por ningún lado.
Después de un mes y medio de comer en casa, salgo a tomar una comida en
un restaurante. Estoy en el ascensor cuando suena mi teléfono. Pensando que es
ella, hago clic. Pero no lo es. Es el inspector Petrie, y las noticias que revela hielan
mi sangre.
TREINTA Y NUEVE
Elizabeth
El sábado por la mañana estoy esperando a mis compañeros estudiantes de
derecho para ir a Cathedral Arms. Ha pasado mes y medio desde nuestra reunión
inicial. Por órdenes de Gabriel, Samuel investigó al grupo, y todos pasaron con
gran éxito. Tras eso, los guardias están infinitamente familiarizados con el grupo,
por lo que apenas les dan un vistazo cuando se presenten.
El guardia de abajo llama para anunciar la llegada de los primeros, Maggie y
Mike. Camino hacia el ascensor para saludar a mis amigos. Mike estará
complacido especialmente con el menú de hoy. Jorge se superó a sí mismo, no sólo
preparando un quiche, sino panqueques, gofres, tocino, y fruta. La mesa del
comedor gime bajo el peso de la comida.
228
Luciendo una expresión extraña, Maggie se baja del ascensor con Mike justo
detrás de ella vestido con su chaqueta de marca de los Nationals y gorra.
Excepto que no es Mike.
―Brian. ―Mi respiración se atora.
―¿Cómo se bloquea el ascensor?
¿Qué está haciendo aquí?
―¿Crees que te diría eso?
Saca una pistola de su chaqueta y la apunta a Maggie.
―Tienes tres segundos para decírmelo. Uno, dos…
Un guardia sale de la sala de mando, con el arma fuera. Brian no duda ni un
segundo. Le dispara, y el guardia cae al suelo.
Maggie grita. Todo el mundo en el lugar viene corriendo, Jorge, Marisol, la
niñera, quien sostiene a Andrew cerca de ella. Oh Dios. No.
―Presiona eso. ―Con un dedo tembloroso, señalo el botón al lado del
ascensor en forma de flor de lis.
Manteniendo a todos delante de él, lo aprieta y se gira hacia mí.
―¿Cómo pasaste seguridad? ―pregunto.
―Me presenté con Maggie, vestido con chaqueta y con la gorra de su novio.
El guardia de abajo apenas echó un vistazo a mi identificación.
Quienquiera que fuese, puede darle un beso de adiós a su trabajo. Si logro
atravesar esto.
―Por ahora sabrán que algo está mal.
―Probablemente. ―Apunta el arma a Jorge, Marisol y a la niñera―. Ustedes
tres. Vayan a sentarse en ese sofá de allí. Tú también. ―Agita el arma a Maggie.
Ella se mueve rápidamente, probablemente feliz de estar lo más lejos de la
pistola como sea posible.
Mi mirada se dirige al guardia caído que no se está moviendo. ¿Brian lo
mató? No. Todavía vive, por la mancha de color rojo en la alfombra. Pero si no
consigue ayuda rápida, en breve morirá. Tengo que encontrar una manera de
hablar con Brian de lo que está haciendo, por el bien de todos.
―No puedes ganar este partido, Brian. Probablemente llamaron a la policía.
―Incluso mientras digo eso, sirenas suenan en la distancia―. No van a dejar que
te vayas.
229
Una luz loca brilla en sus ojos.
―No quiero alejarme. De la forma como lo veo. Ya terminé. No puedo ganar.
Ya no. Tú no vendrás conmigo. Estás demasiado enamorada de tu marido. Pero si
no puedo tenerte, nadie podrá. Te llevaré conmigo y a tu hijo también.
Vetas de terror recorren mi espina.
―¡No!
Él saca un trozo de cuerda del interior de su chaqueta.
Sé lo que vendrá después, pero tengo que hacer algo, decir algo, para
detenerlo.
―Van a venir. En cualquier momento, lo sabes.
―No, no lo harán. ¿Crees que no conozco el lugar? Este ático fue construido
como la fortaleza Knox. La única otra entrada es a través de la cocina. Esa puerta
está hecha de acero sólido y cerrada a cal y canto. Y el vidrio es a prueba de balas.
―Señala con el arma el vidrio que rodea la sala de estar y la chimenea.
Andrew grita. La niñera lo mantiene apretado contra su pecho, pero sus
gemidos continúan.
Una sonrisa satisfecha mueve los labios de Brian mientras mira fijamente la
ventana. Se agrieta pero no se rompe.
―Construyeron este lugar para mantener a los criminales fuera. Pero no
contaron con que alguien se escondiera dentro. ―Apunta su arma a Jorge―.
¿Sabes cómo atar un nudo?
―Sí.
Brian lanza la cuerda hacia Jorge.
―Ata a todo el mundo. Excepto a Elizabeth.
Una vez que todo el mundo está atado y amordazado a la satisfacción de
Brian, me ordena atar a Jorge. No tengo ni idea de lo que estoy haciendo. Pero
Brian no deja que lo ate sin apretar.
―Con más fuerza. Con más fuerza. Está bien.
Los quejidos de Andrew se han convertido en sollozos. Con la esperanza de
calmarlo, lo acuno contra mi pecho.
Él apunta el arma hacia mí y la agita hacia el comedor. El hermoso cristal de
la mesa está puesta con amor con toda la comida preparada por Jorge estilo buffet.
Todos los platos y la cubertería se apilan en un extremo.
―Pon a tu hijo en el centro. Hay espacio. 230
―¿Por qué? ―Como si no lo supiera.
―Así podré dispararle.
―¿Matarías a un niño inocente?
―¿Crees que no lo he hecho antes? Estuve en Afganistán. Los niños se
acercaban a las tropas, sonriendo todos inocentes, cuando todo el tiempo han sido
reclutados como terroristas suicidas por los talibanes. Aprendí a disparar primero
y a preguntar después.
―Esa era la guerra. Andrew no te ha hecho ningún daño. ―La mirada en sus
ojos me dice que no cambiará de opinión. Pero tengo que ganar tiempo, con la
esperanza de que de alguna manera Samuel y la policía encuentren una manera de
entrar.
―Acuéstalo, Liz.
―No.
Apunta el arma hacia mí.
―Entonces voy a dispararles a los dos.
Busco en la mesa, con la esperanza de encontrar algún arma para usarla
contra él. Y diviso una cosa. Rodeo la mesa y hago un lugar para Andrew justo en
el borde.
―No. Ahí no. En el centro.
Andrew se empuja un milímetro en esa dirección.
Brian se estira sobre la mesa para agarrar a Andrew. Es entonces cuando
lanzo la jarra de café caliente directamente a sus ojos.
―Aaaahhhhhh ―grita, cayendo de rodillas.
Suena un disparo.
Agarro a Andrew y caigo sobre la alfombra, cubriendo su cuerpo con el mío.
No está herido y yo tampoco ¿Cómo puede ser? ¿El arma de Brian accidentalmente
se disparó fallando por completo en darnos? Echo un vistazo hacia donde se
encuentra y jadeo.
Lo que queda de él se encuentra en la alfombra, con la cabeza al viento.
Marisol está detrás de él, con las piernas abiertas, con una pistola en la mano.
¿Le disparó?
―¿Cómo te soltaste?
Ella se acerca a Brian, recoge el arma todavía agarrada en su mano y hace clic
en algo, probablemente en el seguro, antes de responder.
231
―Jorge y yo practicamos esto todo el tiempo, señora Storm.
―¿Quieres decir, como servidumbre?
―No. ―Me ofrece su suave sonrisa―. Como ex-CIA.
―¿Qué?
Me toma de la mano y me lleva a la sala de estar. Maggie se desmayó a causa
de la conmoción. La niñera está agitada. Marisol besa a su marido antes de
soltarlos, después desata a la niñera.
―Será mejor que cuide del guardia. ―Apunta al hombre caído.
―Sí, por supuesto ―dice la niñera.
Marisol y Jorge me sientan en la sala de estar donde abrazo con fuerza a
Andrew. Por los siguientes quince minutos, el equipo de seguridad llega. Lo
mismo ocurre con la policía y los paramédicos. Cuando Maggie recupera la
conciencia, explica que Brian noqueó a Mike, y lo ató. Juró que la mataría si no
hacía exactamente lo que le decía.
Después de darle su declaración a la policía, envían una patrulla para
comprobar su apartamento. La llaman para decirle que Mike está muy bien con
solamente un golpe en la cabeza.
Se necesitan dos horas para tener todo solucionado. El guardia al que Brian le
disparó no está en condición crítica. Gracias a Dios. No creo que pudiera vivir con
una lesión fatal. Necesitando atención médica, es llevado por los paramédicos a
emergencias. El forense llega para examinar el cuerpo de Brian y luego se va.
―Vamos a necesitar nuevas alfombras ―le digo a nadie en particular. Con la
sangre del guardia en la sala de estar y la de Brian en el comedor, el lugar se
asemeja a una zona de guerra.
―¿Cómo está, señora Storm? ―pregunta Samuel.
―Bien. Necesito hablar con Gabriel.
―He tratado de llegar a él, sin ningún resultado.
De todos los días, ¿por qué escoge hoy para no responder su teléfono?
―Despedí al guardia que lo dejó entrar.
―Gracias.
Una ola de tristeza llena su cara.
―Yo presentaré mi renuncia también. Esto nunca debería haber ocurrido bajo
mi guardia.
232
―Oh, no, Samuel. ―Cubro su gran mano con la mía―. No podría soportar
que te fueras. Por favor quédate.
―Lo haré. Por ahora.
Supongo que eso es lo mejor que puedo esperar. Quizás Gabriel le puede
hablar de no renunciar.
Es tarde antes de que el alboroto se apague. Todo parece tan normal ahora. A
excepción de las dos manchas de sangre y la ventana rota.
Nos reunimos en la cocina para cenar, mi equipo de héroes y yo.
―¿Así que tú y Jorge son ex-CIA? ―le pregunto Marisol.
―Sí. El Sr. Storm se sentía mejor con criados con nuestro conjunto de
habilidades. En caso de que fuera necesario.
―Y hoy lo necesitamos. ―Aprieto su mano―. Gracias, Marisol.
―De nada. Ahora por qué no voy y pongo un poco de té de manzanilla. Eso
debería calmarla para que pueda dormir.
―Necesito hablar con Gabriel.
―Sí, por supuesto. ―Intercambia una mirada con Jorge.
¿Qué diablos está pasando?
―Han pasado varias horas. Debería haber llamado. ¿Por qué no lo ha hecho?
¿Sabes algo, Samuel?
―No, señora Storm. No hemos podido llegar a él.
Están ocultando algo.
―Por favor. Necesito saber.
Marisol empuja una taza frente a mí.
―Beba su té, señora Storm.
Lo bebo hasta las últimas gotas. No dispuesta a dejar a Andrew fuera de mi
vista, me meto en la cama con mi hijo. Estoy tan agotada que caigo como una roca.
Y en mis sueños, sueño con él.

233
CUARENTA
Elizabeth
Alguien toma a Andrew de mis brazos.
Oh Dios.
―Por favor, no se lleven a mi bebé.
―No te preocupes. Está a salvo. ―Un susurro de voz sin cuerpo en la
oscuridad. ¿Brian volvió para robarme a Andrew? No. Eso no puede ser. Está
muerto. El médico forense se lo llevó. Lucho por despertar, pero mi cerebro no
coopera. Marisol debe haber puesto algo en mi té. Mis brazos vacíos se mueven
alrededor en la cama. En la oscuridad. Pero no encuentran nada. Mi bebé se ha ido.
Un sollozo se me escapa mientras un pozo de dolor me tira hacia abajo.
234
Y luego un cuerpo caliente se materializa de la nada y se desliza en la cama
conmigo. El aroma me dice quién es.
―Gabriel. ―Agarrándolo hacia mí, escondo la cabeza en el hueco de su
hombro y respiro la intoxicante alquimia de él―. Te extrañé.
―Yo también.
―¿Andrew?
―Seguro. Dormido.
―Ahhh.
Deja caer besos en mi hombro. Parece mucho más real que en mis sueños
habituales, probablemente el resultado de mi febril imaginación.
―Hazme el amor.
Se desliza en mi calor acogedor, se mueve junto a mí, su cuerpo al compás del
ritmo de nuestra vida sexual. Gimo y envuelvo las manos, los brazos, las piernas
alrededor de él mientras aumenta repentinamente en mí. Nuestro amor nunca ha
sido más dulce. No se necesita mucho tiempo para que me venga. Como no,
cuando lo he echado de menos malditamente demasiado. Después de que llego al
clímax caigo en un sueño sin sonido en el que nada me toca, ni siquiera me
arrepiento de todo lo que he perdido.
Un rebote en la cama me despierta. Trato de abrir los ojos, pero la luz
brillante del día perfora las cortinas, cegándome momentáneamente. Cuando por
fin los abro, la más maravillosa vista me saluda. Gabriel sostiene a Andrew. Aquí
en mi cama.
―Mira, mamá está despierta.
Feliz de verme, Andrew rebota arriba y abajo en sus brazos. No estoy muy
segura de si todavía estoy soñando o si es real, esta visión frente a mí.
―Gabriel. ¿Qué estás…? ¿Cómo…?
―Recibí una llamada del inspector Petrie. Habían descubierto que Brian
había volado fuera de Londres gracias a un pasaporte falso hace dos semanas.
Sabía que iría directamente a ti, por lo que llamé por teléfono a Samuel. Me
aseguré que Andrew y tú estuvieran bien. Pero tenía que estar a tu lado, por lo que
ordené que trajeran el avión de la compañía. Al cabo de una hora estábamos en el
aire. Sólo entonces descubrí que no podía llamar. Algo sobre una erupción solar
estaba interfiriendo con las comunicaciones. No fue hasta que aterricé en Dulles
que me enteré de lo que pasó. Siento que esto sucediera y no estuviera aquí.
―Ahora estás aquí. Y eso es todo lo que importa. ―Tomo a Andrew de él y 235
lo pongo en mi pecho. Tan pronto como se prende, se calma y se instala en el serio
negocio de comer. Muevo su cabello hacia atrás, tan feliz de tenerlo en mis brazos,
y pongo un beso en su frente. El calor de mi bebé contra mi pecho. La mirada en
los ojos de Gabriel mientras me observa darle de comer. No hay nada en la vida
mejor que esto―. ¿Por qué la policía de D.C. no lo buscó?
―No sabían que estaba aquí, hasta ayer. Y para entonces, apareció. No habría
importado si hubieran buscado en su casa. Resulta que tiene una cabaña en el
bosque de Virginia. Ahí es donde se encerró.
Donde vivió ya no es importante.
―Marisol le disparó.
―Sí.
―No me dijiste que ella y Jorge eran de la CIA. ―No puedo hacer nada si mi
tono suena acusatorio.
―Disfrutaste tanto de la cocina de Jorge. No quería que supieras que eran
algo más.
―Recuérdame nunca ponerme en el lado malo de Marisol.
Él ríe.
―Dudo que lo hagas. Ella es muy protectora contigo y Andrew.
―Sí. Lo dejó muy claro anoche.
Él sacude la mano por los rizos de Andrew, que ahora terminó de comer y
está palmeándome el pecho.
―La policía estará aquí en una hora. Será mejor que te duches y desayunes
algo antes de que lleguen aquí.
Me río.
―No sé si volveré a ver la cocina de Jorge de nuevo sin pensar en lo que son.
―Preparó tus favoritos. Waffles de mora azul.
―¿De verdad? Bien entonces. Tal vez pueda hacerlo, después de todo.
Después de dejar a Andrew con la niñera, nos dirigimos al comedor y
encontramos que la alfombra fue quitada. Alguien está midiendo la ventana para
instalar nuevos cristales a prueba de balas.
Comemos en la cocina. Pasará un tiempo antes de que disfrute de una comida
en el comedor de nuevo. De alguna manera me las arreglo para comer con una sola
mano. La otra está ocupada aferrando a Gabriel. A él no parece importarle.
Mientras comemos, Gabriel explica acerca de las sesiones con Chris
236
Langenfeld y cuánto lo han ayudado a ver mi punto de vista, así como la de su
hermana y su hermano y aunque es un duro esfuerzo, está aprendiendo a dejar ir
su necesidad de controlar todo a su alrededor.
―Creo que debes continuar con sus sesiones con ella una vez que regreses.
―Sí.
Me levanto de mi asiento y pongo mi cuerpo en su regazo. Enredando mis
manos a través de su cabello, lo cepillo.
―¿Cuáles son tus planes?
―¿Planes?
―Sí. ―Pongo mi cabeza en su hombro―. Creo que deberías quedarte aquí
con nosotros.
―¿Lo crees?
Mordisqueo su línea de mandíbula, dejando caer pequeños besos a lo largo
de su borde.
―El próximo sábado es tu cumpleaños. Estaba pensando en volar a Londres
para ayudarte a celebrar. Pero puesto que ya estás aquí, creo que deberías
quedarte.
―¿En serio, amor? Pues bien, tal vez pueda quedarme durante una semana.
CUARENTA Y UNO
Gabriel
―Feliz cumpleaños, Gabriel. ―La voz de Elizabeth. ¿Cómo es posible? Está
en D.C. y yo estoy en Londres. Esperen. Eso no está bien. Abro los ojos y trato de
despejar la niebla de mi mente.
Ella está de rodillas sobre la cama. No. Nuestra cama. Andrew está de pie en
el colchón con su ayuda. Una sonrisa soñolienta rueda sobre mis labios.
―Sí. Lo es. ―No puedo evitar la ronquera en mi voz. Me fui a la cama a las
cuatro. Tratar de llevar un negocio de siete horas de adelanto es un infierno. Pero
no cambiaría nada. No si tengo esto para despertar cada mañana.
―Papi no está en su mejor momento, Andrew. ¿Por qué no le das un beso?
―Lo pone lo suficientemente cerca para que pueda poner sus labios contra mi 237
mejilla. No es realmente un beso, es más una chupada. Arruga la cara y mueve la
cabeza. Supongo que no le gusta la barba espinosa de la noche―. Tenemos todo
tipo de cosas planeadas para papá, ¿no Andrew?
Golpeando mi nariz, salta sobre la cama. La saliva se le escapa. Es
encantador, mi hijo.
―Primero, Jorge está trabajando duro en el pan tostado francés favorito de
papá. Y esta noche tendremos una fiesta de cumpleaños en el Ragin Cajun.
―¿La tendremos? ―Pongo mi mano en su nuca y le doy un beso en los
labios. No lo suficientemente largo para satisfacerme, pero tendrá que ser
suficiente por ahora.
―CeCe y su marido estarán allí, y un par de invitados sorpresa también.
―¿Quiénes?
―Si te lo dijera no sería sorpresa, ¿verdad?
Niego.
―¿Cuándo pensaste en todo esto?
―Esta semana. Quería hacer algo especial para ti. Así que vamos, levántate
de la cama y salta a la ducha, así podrás tomar el desayuno y abrir tus regalos.
El resto del día transcurre en una neblina. Después del desayuno, una
montaña de regalos me espera en la sala de estar. Libros, zapatillas, bufandas, un
marco de plata que contiene una foto de Andrew y ella. Estará en mi escritorio
donde pueda mirarla todo el día. Más adelante me muestra el último logro de
Andrew. Su rápido gateo un centímetro a la vez. Hacia atrás. No puedo creer lo
mucho que ha crecido en sólo dos meses.
―¿Te gustaron los regalos? ―pregunta mientras nos vestimos para cenar.
―Sí. ―La tiro hacia mí, besándola mientras inhalo su olor a gardenia―. Pero
todo lo que realmente quiero es a ti desnuda en la cama.
Ella se ríe, y sus ojos brillan.
―Y llegaremos allí. Pronto.
Una ola de tristeza rueda sobre mí.
―Tendré que volver a Londres después del fin de semana.
―¿Por qué? Sólo tengo cinco semanas más de escuela. Sin duda, puedes
dirigir Storm Industries desde D.C. por ese período de tiempo. Podemos estar
juntos todos los días, todas las noches. 238
Me deslizo el lazo alrededor del cuello, pero la dejo colgando.
―Ya veremos. ―Hay algunas cosas que tengo que arreglar, pero esa
conversación tendrá que esperar hasta después de la cena.
Los medios de comunicación están en el restaurante. Ella organizó no sólo
una fiesta privada en el restaurante de Casey, sino que invitó a la prensa también.
CeCe y su marido están ahí. También Carrey. No cabe duda que para mejorar las
relaciones después de lo de Brian Sullivan y el robo de los documentos. Smith
Cannon es un gran bufete de abogados. Pero después de todo lo que ha pasado, no
veo una manera de confiar en ellos de nuevo. Pero eso es algo con lo que lidiaré
después. Esta noche vamos a divertirnos.
―Y el mayor invitado sorpresa. ¡Ta da! ―dice Elizabeth, apuntando a la
parte posterior del restaurante.
Edward se acerca. Es tan bueno verlo aquí. A pesar de que hemos vuelto a
conectarnos, las cosas nunca serán de la forma en que solían ser. Los dos hemos
cambiado demasiado. Pero tal vez nuestro nuevo parentesco pueda ser mejor, más
fuerte. Dios sabe que haré todo lo posible para hacerlo feliz otra vez.
Ella ha manipulado la televisión para comunicarse a través de Internet y
reproduce un par de mensajes: uno de Brianna y otra de Royce. Ambos
pregrabados para el evento.
Brianna parece preocupada. Pero no tengo ninguna duda de que está a salvo.
Con Jake en el fondo, con los brazos cruzados, mirando sobre ella.
―Feliz cumpleaños treinta y cuatro, querido hermano. Siento no poder estar
allí para celebrar contigo. Tal vez el próximo año. Dales a Elizabeth y Andrew un
beso de mi parte.
Royce fue un poco más largo.
―Tuvimos que caminar sesenta kilómetros a través de la selva para enviar
este mensaje. Espero que lo aprecies. Por cierto, gracias por enviar a la Dra.
Wilkinson. Ha sido una gran ayuda. ―No sonaba agradecido. ¿Estará allí con él?
Sí, ahí está, de pie en la esquina. Él se acerca a la cámara y susurra―. Te regresaré
esto, sinvergüenza, si es la última cosa que hago.
Suelto una risa. Sólo puedo imaginar cómo se siente. Verse obligado a pasar
tiempo con una mujer a la que no puede seducir.
―Ten un gran cumpleaños, hermano mayor. Y abraza al pequeño por mí.
Los medios están en su gloria con esta celebración. Tomando un montón de
fotos, flotan alrededor de los invitados.
239
―¿Por qué invitaste a la prensa? ―le pregunto a Elizabeth.
―Pasamos la mayor parte de nuestra relación escondiéndonos de ellos. Estoy
cansada de que tengan una idea equivocada de nosotros, así que pensé que les
daría algo positivo para escribir.
―¿Y cuál es la idea correcta?
―Que estamos locamente enamorados uno del otro. ―Aplasta mi cara en mi
pastel de cumpleaños. Yo la agarro y la beso, y esa es la foto que se abre paso a los
trapos de chismes.
Un poco peor, Edward está sentado solo mirando su copa de vino. Deseando
poder hacer algo para animarlo, le echo un vistazo a Elizabeth.
―Tengo una idea.
―¿Cuál?
―Creo que debemos casarnos de nuevo.
Una mirada de ansiedad se arrastra sobre su cara.
―¿Esta noche?
―No. En el aniversario del día de nuestra boda. Podemos recrear la
ceremonia, todo igual, excepto que esta vez, Edward será el padrino.
―Te das cuenta de que voy a estar estudiando para los exámenes finales en
ese momento.
―Puedes hacerlo. Puedes hacer cualquier cosa. Después de tus finales,
podemos irnos a una segunda luna de miel.
―No al Caribe.
La cara de Tilly se entromete en mis pensamientos, pero rápidamente se
desvanece. Sería la última persona en desear que llorara.
―No. No al Caribe. Estaba pensando en Italia. ¿Alguna vez has estado allí?
Sus ojos adquieren un brillo suave.
―No.
―Te encantará.
Cuando volvemos a casa, la niñera se lleva a Andrew abajo para pasar la
noche. No me gusta alejarme de él, pero debe tener descanso.
―Hay algo que tenemos que discutir. En algún lugar privado.
―Arriba entonces. ―Tomamos el ascensor a nuestra suite privada. Todo 240
nuestro futuro depende de esta conversación. Podría ir en cualquier dirección,
pero tengo que saber.
Ella se deja caer en el sillón para enamorados que es parte de la sala de estar
de la planta superior del ático.
―¿De qué quieres hablar?
―Puse veinte millones a tu disposición para lo que necesites.
Su frente se arruga. No puede determinar a dónde voy.
―Gabriel, no necesito tu dinero.
―Sin embargo, quiero que lo tengas. Y si necesitas más, sólo ponte en
contacto con mi abogado, y transferirá lo que sea necesario.
Ella mueve la mano.
―¿Qué causó esto?
―El acuerdo que hicimos antes de casarnos.
―¿Qué pasa con él?
―El año y mes se cumplirán en enero.
―¿Y?
―Y podrás presentar una demanda de divorcio entonces. Quería que
supieras que no vas a sufrir financieramente si lo haces.
Una suave sonrisa ilumina sus labios.
―Si quieres el divorcio, tú tendrás que solicitarlo, es la costumbre.
Una inmensa alegría me inunda. Caigo de rodillas, tomando su rostro entre
mis manos.
―Si no quieres el divorcio, entonces ¿qué quieres, querida niña?
―Lo mismo que siempre he querido desde que nos conocimos. ―Mueve su
dedo índice hacia debajo de la línea de mi mandíbula a mis labios―. A ti. Te deseo
a ti, Gabriel.
Le beso la punta del dedo.
―Soy tuyo, amor. Todo lo que tienes que hacer es estirarte.
Esos ojos esmeralda fascinantes brillan hacia mí, dobla la mano a través de mi
cabello, besando las esquinas de mis ojos, pasado un dedo por mi nariz.
No dispuesto a aguantar más, la acomodo en el sofá de dos plazas y violo su
boca.
―No me dejarás.
241
―Será mejor que lo creas, amigo. A partir de ahora, me quedaré contigo
como pegamento. Alguien tiene que mantener a esas conejitas de los bolos lejos de
ti. Después de mi último examen, volaré de regreso a Londres y a nuestro ático
donde me quedaré en tu casa, en tus brazos, en tu cama. Por siempre. Si me
aceptas, es decir ―dice con una pequeña sonrisa secreta.
―¿Si lo deseo? ―Me ahogo.
―Gabriel, ¿cómo puedes pensar que alguna vez te dejaré?
―Me dejaste una vez.
―Estaba enojada contigo. Pero estás tratando tan duro de hacer las cosas bien
entre nosotros. Y me amas. En verdad me amas. Ahora lo sé. Nunca supe el
significado del amor hasta que me lo demostraste.
―¿Cómo?
―Cuando permitiste que Andrew viniera a D.C. conmigo. Confiaste en mí,
me amaste lo suficiente para saber que sería lo mejor para nosotros. Y eso mi
amado, maravilloso, esposo es el significado del amor verdadero. Me tomó un
tiempo asimilarlo, pero finalmente lo entendí. Nunca deseo que nos separemos. Te
amo. No sabía cuánto hasta que no estuviste allí. Te eché tanto de menos que me
dolió. Te amo ―susurra.
―Y yo, mi querida niña, te amo. Cuando volvamos a Londres, quiero que
vengas a trabajar para mí.
Ella niega.
―No. Todavía no. ―Cuando digo una protesta, pone un dedo en mis labios,
callándome―. No hasta que me gradúe. Tengo mucho que aprender de la
compañía de Sebastian.
―No estoy contento con esa decisión. Pero si eso es lo que quieres. Bien. No
sé lo que nos depara el futuro, pero lo único que pido es que estés a mi lado.
―¿Te quedarás aquí conmigo hasta que termine mi semestre?
―Sí. Storm Industries puede prescindir de mí durante las siguientes cinco
semanas. Me encargaré de que William cuide de las cosas mientras holgazaneo
aquí contigo.
Ella mordisquea su labio inferior.
―¿Qué vamos a hacer para pasar el tiempo?
La recojo y la llevo a la cama.
―Sospecho que se nos ocurrirá algo.
242
Cuarenta Y DOS
Gabriel
El sonido de mi celular me despierta en medio de la noche. Probablemente es
algún sinvergüenza llamando desde Londres ajeno a las diferentes zonas horarias.
No hay nada que no pueda esperar un par de horas. Lo dejo ir al correo de voz,
pero la maldita cosa suena de nuevo. Tiene que ser algo importante; de lo contrario
no habrían llamado de nuevo. Restregando mi cara, agarro el teléfono.
―Hola― ―No puedo evitar la aspereza en mi voz. Por el amor de Dios. Son
las 03 a.m.
―¿Señor Storm? ―Apenas capto el nombre, ya que es débil. No sólo eso, sino
que el fondo crepita.
―Sí. 243
―Soy Terrence. ―El jefe de seguridad en Brasil.
¿Por qué infiernos está llamando? Es la mitad de la noche allí también.
―¿Qué está pasando?
―Su hermana… Jake Cooper… desaparecieron.
―¡Qué! ―Me pongo en alerta a toda prisa―. Explícate.
Elizabeth despierta a mi lado, pone su mano en mi brazo.
―¿Qué pasa?
Pongo un dedo sobre mis labios para indicar silencio, mientras escucho el
cuento ilegible de Terrence.
―Hace una semana… viajaron a lo profundo de la selva… robo de equipos…
no regresaron.
Maldito infierno. Sólo puedo oír cada frase cortada.
―¿Los llamaste? ―Oro para que me pueda oír.
―Sí, señor… teléfono satelital… sin respuesta… hace tres días.
―¿Enviaste un equipo de búsqueda?
―¿Qué?
Maldición. No me puede oír bien. Repito mi pregunta con la esperanza en
Dios que la oiga.
―Sí, señor… tengo que llamarlo de nuevo.
Agarro el teléfono con fuerza.
―¿Por qué demonios harás eso?
El crujido se disipa, y sus palabras salen con fuerza y claridad. Son suficientes
para enfriar mi sangre.
―El huracán que viene, señor Storm. Necesito a cada hombre aquí para
asegurar el equipo. Una vez que se calme, nosotros…
La línea se queda muerta.
―¿Qué pasa? ―Cuando no respondo, Elizabeth tira de mí―. Gabriel. Estás
asustándome.
Me trago el nudo en la garganta.
―Jake y Brianna han desaparecido, y un huracán va hacia las costas de Brasil.
Cuando envuelve sus brazos alrededor de mí, estoy agradecido por su calor 244
porque estoy frío hasta los huesos.
―Jake es un SEAL ex de la Marina. Estarán bien. Y los huracanes no viajan
tan al sur.
Tiene razón en eso, pero Terrence no habría llamado a menos que estuviera
absolutamente seguro. Entro a internet en mi teléfono e introduzco la dirección
URL de un sitio web que ofrece información sobre el clima en todo el mundo.
Cuando aparece, escribo Natal, Brasil. Lo que veo detiene mi aliento.
Un huracán de categoría cinco está formándose en el Atlántico dirigiéndose
directamente hacia la costa este de Brasil. ¿El lugar para tocar tierra? Natal, Brasil.
Justo donde está mi hermana.
Storm Conquered
(Storm Damages #4)

Un volcán rebelde…

Cuando Brianna Storm descubre su ilegitimidad,


abandona todo lo querido para ella. Donde una vez se
enorgullecía de su trabajo, ahora se hace de la vista gorda a
los robos y la destrucción en el proyecto brasileño que
maneja y pasa su tiempo como bailarina exótica en el bar 245
local. En realidad sus travesuras son una distracción para
una amenaza contra su familia. Una amenaza que puede
reclamar la vida de un alma inocente.

Un hombre honorable…

Jake Cooper, su ex guardaespaldas, llega a Brasil para


arreglar lo que está mal con Brianna y poner el proyecto de
nuevo en marcha. Para ello, debe asumir un nuevo papel: el de su amante. Algo
que está reacio a hacer. Ha llevado una antorcha por ella desde el día que la
conoció y se niega a ser su juguete. Pero cuando fuerzas fuera de su control
amenazan no sólo su seguridad, sino la vida de alguien estrechamente relacionado
a ella, deben enfrentar a sus enemigos juntos, aun cuando hacerlo implique
destruirlos a ambos.
Magda Alexander

A Magda Alexander le gustan las piñas coladas y caminar bajo la lluvia.


Bueno, basta de eso.
A Magda le encanta leer romances tórridos que ha estado haciendo desde
que tenía diez años. Ummm, eso no es del todo cierto. No existían romances
tórridos cuando tenía diez años, y si lo hubiera hecho, está bastante segura que su
madre no habría permitido que los leyera.
Tan pronto como los romances sexy llegaron a
existir, gracias a Rosemary Rogers, ha estado en ellos.
Así que cuando llego el momento de escribir uno,
supongo que lo escribió. Una obviedad, ¿verdad?
Magda, aprendiz de por vida, se graduó de la
Universidad de Maryland, donde se especializó en 246
Administración de Empresas (porque su familia tenía
que comer) con especialización en Inglés (porque
necesitaba soñar). Ha vivido en Maryland la mayor
parte de su vida y ahora reside cerca de las montañas
Catoctin en una ciudad cuya historia se remonta a la
época colonial.
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