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La rivalidad entre imperios en el siglo XXI

28/09/2016 | Ashley Smith

Hemos entrado en una nueva época del imperialismo mundial. Los hitos del proceso
copan las noticias diarias. EE UU y China se disputan la hegemonía en Asia. En Europa
Oriental, Rusia y EE UU se han enfrascado en una nueva guerra fría. Estas potencias
también apoyan a bandos opuestos en el creciente conflicto internacional en Oriente
Medio. Tales rivalidades
El Todo esto ha creado un nuevo mundo multipolar asimétrico. EE UU sigue siendo la
única superpotencia, pero ahora se enfrenta a un rival global potencial en China y a una
serie de potencias regionales, desde Rusia hasta Brasil. También afronta conflictos entre
varios Estados ascendentes que escapan a su control. El desplome global duradero del
sistema mundial y la reciente desaceleración de la economía china no harán más que
exacerbar las tensiones entre las diversas potencias. Todos los rincones del mundo están
en juego, desde las Américas hasta Asia, Europa, África e incluso el Ártico y la Antártida.
El capitalismo incuba la rivalidad interimperial
La teoría marxista clásica del imperialismo sigue siendo el mejor instrumento para
analizar estas rivalidades en curso. Vladímir Lenin esbozó el planteamiento básico en su
folleto El imperialismo, fase superior del capitalismo. Nikolai Bujarin lo desarrolló de un
modo más sistemático en su libro titulado El imperialismo y la economía mundial. En
esencia, señalan que la lógica competitiva del capitalismo empuja a las empresas a ir
más allá de las fronteras de la economía nacional para buscar recursos, mercados y
mano de obra en todo el mundo. Cada uno de los Estados capitalistas acumula enormes
arsenales militares para asegurar los intereses de sus empresas dentro del sistema. De
este modo, la competencia económica entre capitales da pie a la competencia imperial
entre Estados en torno al reparto y la modificación del reparto del mundo. Estas
rivalidades pueden desencadenar una guerra entre las grandes potencias.
Los vencedores en estos conflictos tratan de imponer una nueva jerarquía entre los
Estados capitalistas. Algunos se sientan en lo alto, otros debajo, y los que están abajo
del todo sufren opresión nacional, bien directamente mediante el dominio colonial, bien
indirectamente a través de la sumisión política y económica a los dictados de los Estados
más poderosos. Sin embargo, según Lenin y Bujarin, estas jerarquías nunca son
permanentes. La ley del desarrollo desigual en el capitalismo, que León Trotsky
profundizó con la ley de desarrollo desigual y combinado, altera continuamente el orden
de los Estados. Viejas potencias se atrofian, surgen nuevas potencias capitalistas que
entran en conflicto cuando cada una trata de ordenar el sistema a favor de su propia
clase capitalista.
Los marxistas clásicos desarrollaron su teoría polemizando con su coetáneo Kautsky,
quien argumentaba que el capitalismo podía dar lugar al ultraimperialismo, en el que las
potencias capitalistas podían unirse en torno a la explotación pacífica y cooperativa de
la población trabajadora del mundo. Su ingenuidad teórica fue desmentida por toda la
historia del siglo XX y ahora por las nuevas rivalidades del siglo XXI. Hemos conocido una
sucesión de fases de conflicto interimperial. Primero fue el periodo clásico del
imperialismo, cuando las grandes potencias en un orden multipolar se apresuraron a
construir imperios coloniales, se repartieron el mundo y desencadenaron dos guerras
mundiales. El triunfo de EE UU y la URSS, resultante de esa catástrofe fratricida, dio lugar
al orden bipolar de la guerra fría. Con el colapso del imperio soviético, el imperialismo y
la rivalidad interimperial no cesaron sino que dieron lugar a un momento unipolar, hasta
que este sucumbió ante el orden mundial multipolar asimétrico de hoy en día.
El momento unipolar
En su obra de referencia titulada The Making of Global Capitalism, Leo Panitch y Sam
Gindin generalizan excesivamente el momento unipolar, creyendo que la dominación
mundial de EE UU, que ellos consideran persistente e inalterable, invalida la teoría de
Lenin y Bujarin/2. EE UU ha intentado, en efecto, asegurar un orden mundial unipolar e
impedir el ascenso de cualquier competidor equiparable. Lo ha conseguido durante un
tiempo, hasta que el auge neoliberal y las propias crisis de EE UU han socavado su
hegemonía. Ha desarrollado una amplia estrategia encaminada a incorporar y
subordinar todos los Estados del mundo en las estructuras políticas, económicas y
militares que había creado en su bloque durante la guerra fría. Como señala el Nosferatu
del imperialismo estadounidense, ZbigniewBrzezinski, en su libro The Grand
Chessboard, “los tres grandes imperativos de la geoestrategia imperial consisten en
impedir la colusión de los vasallos y mantener su dependencia en materia de seguridad,
asegurar que los Estados tributarios permanezcan acomodaticios y protegidos y evitar
que los bárbaros se junten”/3.
Este proyecto fue un éxito para EE UU en la década de 1990. La clase capitalista
estadounidense reestructuró su economía y restableció su predominio económico
relativo sobre Japón y Alemania. Trató de integrar a sus antiguos rivales de la guerra fría
en su imperio. Con China ya había establecido una alianza en la década de 1970, y en los
años noventa intentó convertirla en una plataforma de fabricación destinada a la
exportación para el capital estadounidense e internacional. Junto con sus aliados,
impuso un ajuste estructural neoliberal en Rusia y se apoderó de la zona de influencia
de esta en Europa Oriental, incorporando a muchos de los nuevos Estados
independientes en la Unión Europea (UE) y la Organización del Tratado del Atlántico
Norte (OTAN).
EE UU utilizó varios organismos internacionales, como Naciones Unidas, para asimilar
políticamente a países que habían estado en la zona de influencia rusa o en el campo no
alineado. Intensificó el uso del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco
Mundial, así como la recién estrenada Organización Mundial del Comercio (OMC), para
abrir las economías capitalistas estatalizadas y someterlas en su conjunto a un orden
económico neoliberal supervisado por EE UU, cuyos principios orientadores eran la
desregulación, la privatización y la globalización.
El momento unipolar no trajo la paz ni el prometido dividendo de la paz. En vez de ello,
EE UU mantuvo su enorme aparato militar y lo empleó para imponer su dominio
neoliberal informal frente a los llamados Estados granujas como Irak y Corea del Norte;
asumió la tarea de policía internacional para poner orden en los llamados Estados
fallidos como Somalia y Haití; y blandió su vasta flota de guerra para intimidar a
cualquiera que contestara su dominación.
El auge neoliberal socava la unipolaridad
Tal como habrían predicho los marxistas clásicos, la ley del desarrollo desigual y
combinado socavó la hegemonía indiscutida de EE UU. El auge neoliberal sería la fuerza
motriz de este proceso. Como demuestra David McNally en su libro The Global Slump,
las clases capitalistas superaron la crisis de la década de 1970 y pusieron en marcha una
expansión masiva en el mundo capitalista avanzado y partes del mundo en desarrollo,
especialmente alrededor de China en el noreste de Asia. El auge neoliberal de 1982 a
2007 triplicó el volumen de la economía mundial/4. Este auge generó nuevos centros de
acumulación de capital, como China, que pasó a defender sus intereses de forma más
enérgica dentro del sistema mundial, a veces conjuntamente con EE UU y en otras
ocasiones en oposición a EE UU. Wall Street dio en llamar a estos países los BRICS (Brasil,
Rusia, India, China y Sudáfrica). La lista podría completarse con muchos otros, como
Arabia Saudí o Australia.
Los dos más importantes entre ellos son China y Rusia. China ha conservado la propiedad
estatal sobre sectores clave de su economía (como el energético), ha obligado a los
inversores extranjeros a asociarse con empresas chinas y ha desarrollado su propia clase
capitalista. De este modo, a pesar de su apertura al sistema mundial y a la entrada
masiva de inversión extranjera directa, China conserva un alto grado de independencia
como potencia emergente. Actualmente es el fabricante más grande del mundo y su
economía es la segunda más importante. Rusia, después de recuperarse de la terapia de
choque neoliberal de los años noventa, ha conseguido recuperarse también como
potencia regional. Bajo el gobierno de Vladímir Putin, ha renacionalizado gran parte de
su sector energético y se ha convertido en una potencia petrolera respaldada por un
enorme arsenal de cabezas nucleares. Gracias a la liquidez que le proporcionó el auge
de su industria petrolera y de gas natural, comenzó a repeler la invasión estadounidense
en su antiguo imperio en Europa Oriental y Asia Central.
China y Rusia, así como el resto de los BRICS, son ahora importantes países en el sistema
mundial. Sin embargo, es importante no ponerlos a todos en el mismo saco. China es
una potencia económica, militar y geopolítica a ascenso. Rusia es una potencia
económica muy venida a menos, pero su industria energética y su arsenal militar hacen
de ella una fuerza regional capaz de hacer valer su poder a escala internacional. Otros,
como Brasil o Sudáfrica, son a lo sumo potencias regionales. Tampoco comparten
intereses comunes y han colisionado en torno a una serie de cuestiones, desde el
comercio hasta la geopolítica.
El cambio de la correlación de fuerzas en el sistema de Estados se pone claramente de
manifiesto en las estructuras institucionales del capitalismo mundial. Reconociendo el
ascenso de nuevos países capitalistas, EE UU decidió, tras el estallido de la Gran
Recesión, ampliar la reunión de las tradicionales potencias del G-7 (Canadá, Francia,
Alemania, Italia, Japón, Reino Unido y EE UU) a un nuevo grupo G-20. Una fuente declaró
a The Guardian que “la aparición del G-20 –que incluye a China, India, Brasil y otros
países emergentes– reveló que el G-7 tenía que cambiar o volverse irrelevante”/5. El G-
20 se ha convertido ahora en el principal foro mundial para el debate entre los Estados
capitalistas dominantes. The Economist escribió, tal vez en un exceso de optimismo,
que “no es un nuevo Bretton Woods, pero sí un cambio decisivo del viejo orden
mundial”/6.
En realidad, EE UU no ha logrado integrar sin problemas a las nuevas potencias en este
orden. Por ejemplo, las divisiones entre ellas han paralizado la OMC, que en 2001
inauguró la ronda de Doha para un pacto comercial global y esperaba tenerlo concluido
en 2005. Sin embargo, los desacuerdos entre los países capitalistas avanzados y los
BRICS en torno a los subsidios agrícolas y las barreras a la importación frustraron las
negociaciones, que finalizaron en 2015 sin acuerdo/7. Tras el fracaso de la OMC, las
diferentes potencias capitalistas han forjado pactos regionales y bilaterales en beneficio
propio, lo que ha llevado a algunos economistas neoliberales a preocuparse por el ocaso
del orden neoliberal. Crédit Suisse publicó un nuevo informe que advertía ante “un
posible abandono de la globalización a favor de un mundo multipolar”/8.
Las múltiples crisis del imperialismo estadounidense
Cuando el auge del neoliberalismo creó nuevos rivales, EE UU sufrió tres crisis que
provocaron su declive relativo y precipitaron el final del momento unipolar. En primer
lugar, y ante todo, sufrió una crisis imperial con sus derrotas en Afganistán e Irak. Con la
excusa de la llamada “guerra contra el terrorismo”, el gobierno de George Bush había
planeado afianzar su dominación global tomando el control de Irak y remodelando
Oriente Medio bajo su égida. EE UU esperaba controlar a sus rivales potenciales que
dependen del petróleo de la región al tener la mano en el grifo. Pero las invasiones y
ocupaciones de Bush acabaron mal. El ex director de la Agencia Nacional de Seguridad
bajo el gobierno de Reagan, general Odom, calificó la guerra de Irak como el “mayor
desastre estratégico de la historia de EE UU” y dijo que era “mucho más grave que
Vietnam”/9. La suerte de EE UU en Afganistán apenas fue mejor. Esta es ahora la guerra
más larga de la historia de EE UU y tras bastante más de una década de ocupación y
combate, EE UU y el débil régimen títere que ha instalado todavía están luchando contra
los talibán resurrectos. Con EE UU empantanado y gastando billones de dólares en
destrozar Irak y Afganistán, sus rivales, en particular China, han ganado espacio para
sacar músculo/10.
En segundo lugar, la crisis económica de 2008 puso fin al prolongado auge neoliberal,
socavando todavía más la hegemonía estadounidense. La Gran Recesión y la
consiguiente depresión mundial golpeó de forma particularmente fuerte a EE UU,
Europa y Japón. Tal como documenta Edward Luce, “en 1969, EE UU recibía el 36 % de
la renta mundial a precios de mercado, de acuerdo con las Perspectivas de la Economía
Mundial del FMI. La parte que se llevaba EE UU había descendido al 31 % en el año 2000.
Entonces comenzó a caer en picado. En 2010, EE UU se embolsó apenas el 23,1 % de la
renta mundial. En una década, EE UU perdió el 7 % de la renta mundial”/11.
Además de estas dos crisis, EE UU experimenta una tercera: el bloqueo político entre el
Congreso y el gobierno de Obama. Ambos partidos capitalistas están a matar entre ellos.
Los Republicanos se han convertido en “el partido del no”. Son rehenes del ala radical
de Tea Party, lo que les permite ganar elecciones, pero le lleva a oponerse a proyectos
que el capital apoya, como el rescate de bancos y grandes empresas tras la Gran
Recesión.
A pesar de su triple crisis, EE UU sigue siendo la única superpotencia mundial. Su
economía es la más grande, su ejército es de lejos el más poderoso (el presupuesto
militar estadounidense es mayor que los de los nueve países siguientes juntos), y por
eso detenta el mayor poder geopolítico/12. Sin embargo, su declive relativo significa
que ya no es capaz de imponer su voluntad, como lo fue en el momento unipolar de los
años noventa. Sus diversos rivales internacionales y regionales tienen más capacidad y
margen de maniobra para llevar adelante sus propios planes. No obstante, lejos de
retirarse con el rabo entre las piernas, EE UU está decidido a conservar su dominación
global. Aunque Washington ha estado paralizado, las líneas maestras del proyecto
imperial estadounidense están claras. La clase dominante pretende sacar provecho de
la mano de obra barata de EE UU y de sectores de su industria para hacerlos funcionar
con su petróleo extraído mediante fracking y su gas natural de producción nacional.
Sobre la base de su economía renovada, espera reafirmar su poder en el sistema
mundial/13.

Objetivo: Asia
La reafirmación imperial de EE UU le causa conflictos con las potencias emergentes,
especialmente China y Rusia. Gilbert Achcar tuvo razón al calificar a EE UU y sus dos
antagonistas de “la tríada estratégica” del sistema de Estados surgido de la guerra
fría/14. EE UU está decidido a asegurar que o bien los integra en su orden internacional
neoliberal, o bien los frena y disuade como rivales. Al mismo tiempo, y debido a su
declive relativo, tiene que llegar a acuerdos con esas potencias, no solo en materia
económica, sino también en relación con las regiones conflictivas en las que no puede
imponer una solución por sí mismo o a través de sus representantes locales. Los
principales terrenos de conflicto entre EE UU y sus nuevos rivales son Asia, Europa y
Oriente Medio. En Asia, EE UU reconoce que actualmente se enfrenta a un rival
emergente y potencial, que es China. Se trata de la segunda economía más grande del
mundo y del principal país exportador/15. Ha integrado a la mayoría de economías
asiáticas, recorre el mundo en busca de recursos y oportunidades de inversión y se ha
vuelto cada vez más agresiva en la defensa de sus intereses en Asia, América Latina y
África.
China expande rápidamente su potencial militar, especialmente su fuerza aérea y naval,
a fin de proteger y proyectar sus intereses. Por ejemplo, hace poco anunció que estaba
construyendo su primer portaaviones para sumarlo al otro que ya tiene, el Liaoning,
adquirido de Ucrania en 1998/16. La proyección regional del poderío chino ha dado
lugar a intensos pulsos con otros países. Los dos conflictos más importantes son los
derivados de las reivindicaciones de soberanía contrapuestas sobre dos archipiélagos a
causa de su ubicación estratégica en las rutas de navegación, caladeros de pesca y
reservas subacuáticas cercanas de petróleo y gas natural. En uno de los casos, China se
halla en disputa con Japón en torno a las islas Diaoyu, que los japoneses llaman Senkaku,
en el mar del Sur de China. En el otro, ha expresado su reivindicación sobre las islas
Spratly y Paracelso, en el mismo mar del Sur de China, frente a varios países, entre ellos
Filipinas y Vietnam.
Para hacer frente al ascenso de China, el gobierno de Obama anunció su política de “El
eje central para Asia” (The Pivot to Asia) en 2011, que después de percatarse de sus
connotaciones agresivas, rebautizó con el nombre de “El reequilibrio para Asia” (The
Rebalance to Asia).El propósito es consolidar su alianza histórica con sus aliados de la
guerra fría, como Japón, atraer a otros nuevos, como India e incluso Vietnam, y apoyar
a estos países en sus conflictos con China.Tiene previsto proyectar su poderío
económico por medio del Tratado de Asociación Transpacífica (TransPacific Partnership,
TPP), que excluye a China. Obama reveló el carácter imperial del acuerdo en su discurso
sobre el estado de la nación de 2015 ante el Congreso, cuando declaró que “China quiere
dictar las normas para la región del mundo que más crece. Esto pondría en desventaja
a nuestros trabajadores y nuestras empresas. ¿Por qué íbamos a permitir que esto
ocurra?”/17. Abundando en esta idea, el secretario de Defensa, Ashton Carter, declaró
que “la aprobación del TPP es para mí igual de importante que otro portaaviones”/18.
EE UU tiene destinado el 60 % de su flota de guerra a la región para intervenir en los
conflictos latentes/19.
Washington utilizará estos conflictos con China y su semialiada Corea del Norte, que
recientemente ha afirmado que ha detonado una bomba de hidrógeno, para impulsar
lo que no puede calificarse de otra cosa que de una nueva carrera de armamentos en
Asia. Casi todos los aliados regionales de EE UU aumentan sus presupuestos militares,
incluido Japón, que ha modificado su constitución pacifista e incrementado su gasto
militar en los últimos tres años/20.
China responde
El “eje central” de Obama ha provocado a su vez el deseo de China de mostrar más
músculo en defensa de sus intereses, respondiendo con su propia contraestrategia
política, económica y militar. Se dedica a cortejar activamente a los países de la región
con el fin de estrechar lazos políticos con ellos, confiando en que su potencial económico
permitirá superar toda división política; trata de consolidar su propio pacto comercial,
la Zona de Libre Comercio de Asia-Pacífico (Free Trade Area of the Asia Pacific, FTAAP),
que excluye a EE UU; finalmente, ha incrementado drásticamente su presupuesto de
defensa anual, de alrededor de 12 000 millones de dólares en 2000 a 145 000 millones
en 2015/21. China también ha forjado nuevas agrupaciones geopolíticas y económicas
para hacer frente a EE UU. En Asia Central, China y Rusia han creado la Organización de
Cooperación de Shanghái, que abarca la mayor parte de la región e incluso a Irán. Utiliza
estas relaciones para poner en pie lo que llama la Nueva Ruta de la Seda. Construye
carreteras, líneas férreas y oleoductos que comunican Europa y Oriente Medio con Asia
Central y el noreste de Asia/22.
En el plano internacional, China lanzó la alianza de los BRICS para facilitar el comercio y
la cooperación política entre las potencias emergentes. Uno de sus proyectos consistía
en crear el Nuevo Banco de Desarrollo para que rivalice con el FMI y el Banco Mundial.
No es por casualidad que el nuevo banco tendrá su sede central en Shanghái y que
prestará fondos a los países en desarrollo, especialmente para proyectos de extracción
de materias primas que China necesita/23. En una incursión paralela en el mundo de las
finanzas internacionales, China ha creado recientemente el Banco Asiático de Inversión
en Infraestructuras, que no incluye a EE UU ni a Japón, pero que ha conseguido la
adhesión de Australia y el Reino Unido, entre otros países a los que Washington había
presionado para que no participaran.
China espera utilizar estas instituciones para penetrar en nuevos países y abrirlos a sus
inversiones, a sus exportaciones y a la extracción de materias primas. En América Latina,
China es actualmente el segundo socio comercial y de inversión de la región, detrás de
EE UU. Se ha convertido en el socio comercial más importante de África, con la que
intercambia mercancías por valor de alrededor de 160 000 millones de dólares al
año/24. Preocupado por la pérdida de terreno en África, EE UU ha establecido su nuevo
centro de mando militar, AFRICOM, y so pretexto de combatir el terrorismo ha instalado
en el continente una nueva cadena de bases militares/25.
Finalmente, Pekín se opone ahora con más firmeza, en el plano internacional, al
intervencionismo de EE UU. Después de apoyar la intervención estadounidense en Libia,
se unió a Rusia en el apoyo al régimen de Asad en Siria frente a la exigencia de EE UU de
que dimita. También se ha opuesto repetidamente a las sanciones de EE UU contra Irán.
Y al desacelerarse su crecimiento económico, China se ha vuelto todavía más
contestataria frente a EE UU. Últimamente, ambos países han protagonizado pequeñas,
pero ominosas, provocaciones entre sí. En octubre de 2015, un destructor de la flota
estadounidense, el USS Lassen, se opuso a la reivindicación de soberanía sobre aguas
territoriales por parte de China, provocando que patrulleras chinas hicieran frente a su
presencia. En diciembre, un bombardero B-52 estadounidense voló cerca de las islas
Spratly, en el mar del Sur de China. El ministro de defensa chino declaró: “Las acciones
de EE UU constituyen una grave provocación militar y agravan la situación e incluso
militarizan el estado en el mar del Sur de China”/26.
La nueva guerra fría de Washington con Rusia
EE UU se enfrenta asimismo a una Rusia revitalizada que persigue con creciente ahínco
sus propias ambiciones imperialistas en Europa Oriental y Oriente Medio. El gobierno
de Bill Clinton había impuesto fuertes ajustes estructurales de cariz neoliberal en Rusia
tras el colapso de su imperio. También incorporó gran parte de su antiguo imperio de
Europa Oriental en la UE y la OTAN aplicando una política que el asesor de seguridad
nacional de Clinton, Anthony Lake, llamó “de ampliación”/27. Cuando Putin llegó al
poder, rápidamente se puso a renacionalizar partes de la industria energética con el fin
de reconstruir el poder de Rusia y reafirmar la influencia del Kremlin en Europa Oriental
y Asia Central. Inevitablemente, EE UU y Rusia entraron en un rumbo de confrontación.
Sus relaciones alcanzaron el punto más bajo durante el gobierno de Bush, que trató de
aprovechar las llamadas “revoluciones de colores” en Europa Oriental para asegurar el
ascenso al poder de nuevos gobiernos aliados. En respuesta a ello, Putin se opuso a la
guerra de Bush en Irak.
El gobierno de Obama esperaba “resetear” sus relaciones con Rusia, pero ahora se ha
empantanado en lo que el ex primer ministro soviético, Mijaíl Gorbachov, ha calificado
de “nueva guerra fría”/28. Esto ha salpicado a su vez a dos conflictos latentes entre
aliados de Rusia y EE UU en el antiguo imperio ruso. El primer enfrentamiento estalló
con la amenaza de Georgia de incorporarse a la OTAN. Esto precipitó una guerra entre
Rusia y Georgia en 2008. Putin logró parar la integración de Georgia en la OTAN y ocupa
actualmente los territorios étnicamente rusos de Abjasia y Osetia del Sur. El segundo
conflicto es el de la explosiva situación de Ucrania. EE UU hizo lo posible por aprovechar
una revuelta popular contra el gobierno con el fin de atraer el país a la órbita occidental.
Putin respondió armando a los rusos étnicos del país y después invadió y se anexionó
Crimea. EE UU ha financiado el nuevo régimen ucraniano y empujado a la Unión Europea
a imponer sanciones a Rusia para ahogar su economía.
Los dos bandos han incrementado el despliegue de equipamientos militares en Europa
Oriental. EE UU ha enviado tanques, vehículos de combate y morteros a sus aliados. El
Kremlin, a su vez, ha acelerado el despliegue de equipos militares similares junto a sus
fronteras y ha anunciado la incorporación de 40 nuevos misiles balísticos
intercontinentales a su arsenal nuclear/29. Al parecer, estos misiles son capaces de
atravesar el escudo antimisiles estadounidense instalado en Europa. Obama ha
respondido acusando a Putin de violar tratados e incrementando todavía más el
dispositivo militar de EE UU en Europa.
Temerosos del imperialismo ruso, muchos Estados de Europa Oriental, como
Montenegro, se plantean ahora integrarse en la OTAN. Y el nuevo gobierno derechista
de Polonia ha solicitado a la OTAN el despliegue permanente de tropas en su país/30. El
Kremlin amenaza a Estados como Suecia y Finlandia en sus fronteras para evitar que se
unan a la OTAN. Uno de los asesores de Putin, Sergei Márkov, ha apretado las clavijas a
Finlandia indicando a su gobierno que “piense en las consecuencias si se plantea
integrarse en laOTAN. Debe preguntarse si la entrada pudiera desencadenar la tercera
guerra mundial”/31.
Aunque no existen planes para incrementar el número de tropas de EE UU-OTAN en
Europa Oriental, el conflicto con Rusia ha llevado claramente a la Alianza –que con
anterioridad ya se había planteado la conveniencia de asumir un mayor papel de policía
internacional– a insistir más en la “seguridad” europea frente a Rusia. Tal como señala
un informe del Congreso estadounidense, “en la cumbre de 2014 de la OTAN en Gales,
los 28 Estados miembros aprobaron un ‘plan de acción de alerta’ que el secretario
general de la OTAN, Jens Stoltenberg, calificó de ‘el mayor refuerzo de nuestra defensa
colectiva desde el final de la guerra fría’. El plan esboza medidas en Europa Central y
Oriental como la mejora de la infraestructura, el redespliegue de equipos y suministros
y la designación de bases para los despliegues de tropas. Los aliados aprobaron además
la creación de una nueva fuerza conjunta de muy alta disponibilidad (Very High
Readiness Joint Task Force (VJTF), entendida como una sección más pequeña y
especializada de la fuerza de respuesta de la OTAN, capaz de desplegarse ‘en cuestión
de días’ para responder a cualquier amenaza contra un aliado. Está previsto que la VJTF
sea una fuerza terrestre de unos 4 000 soldados y que cuente con el adecuado apoyo
aéreo, marítimo y de operaciones especiales. Además, los líderes aliados prometieron
en la cumbre de Gales frenar la caída del gasto de defensa y esforzarse en alcanzar un
gasto de defensa equivalente al 2 % del PIB –un objetivo de la alianza desde hace
tiempo– en el plazo de una década”/32.
Sin embargo, vistas las múltiples crisis presupuestarias y del endeudamiento en Europa,
está por ver cómo podrán cumplirse estos compromisos financieros. También ha habido
mayores esfuerzos por parte de los Estados europeos, hasta ahora con resultados
desiguales, por reducir su dependencia del gas natural ruso, del mismo modo que Rusia
ha cancelado planes para construir gasoductos hacia Europa Oriental y está buscando
acuerdos en este terreno con China y Turquía/33. En respuesta a EE UU y la OTAN, el
Kremlin ha declarado, por primera vez desde el final de la guerra fría, que EE UU es una
amenaza para su seguridad nacional. Su nuevo documento de defensa, Sobre la
estrategia de seguridad nacional de la Federación Rusa, acusa a EE UU de organizar un
golpe en Ucrania, expandir la OTAN y “aspirar a conservar su dominación en asuntos
globales”/34.
La nueva guerra fría de Washington también ha llevado a Rusia a abrazarse todavía más
a China. En 2014 firmó un acuerdo energético por valor de 400 000 millones de dólares
con Pekín. Rusia entiende que esta es una manera de paliar los efectos de las sanciones
occidentales y de encontrar en China un mercado alternativo para su industria de gas
natural, mientras que China concibe el acuerdo como un medio para reducir su
dependencia de las reservas energéticas de Oriente Medio.
EE UU se enfrenta ahora, con la alianza de Rusia y China, precisamente a lo que había
intentado evitar tras la guerra fría: el desarrollo de alianzas que rivalicen con EE UU y
tengan acceso independiente a las reservas energéticas. En Forbes, Mark Adomanis
advierte de que “una alianza Rusia-China sería, por supuesto, un desastre absoluto para
EE UU, prácticamente la única agrupación de países que estaría realmente interesada y
sería capaz de disputarle su liderazgo global. Prevenir la aparición de una alianza Rusia-
China debería ser una de las grandes prioridades de la política exterior estadounidense,
pero… nadie parece prestarle atención… La comunidad de política exterior de EE UU ha
de despertar, pues de lo contrario, dentro de un decenio asistiremos a debates sobre
‘quién perdió Eurasia”/35.
El crisol de Oriente Medio
El principal teatro de la nueva rivalidad imperial es tal vez Oriente Medio. Tras las graves
derrotas de Bush en la región, Obama esperaba poner fin a las ocupaciones de Irak y
Afganistán y redirigir sus fuerzas a Asia. La revista Foreign Affairs, que es esencialmente
el laboratorio de ideas del imperialismo estadounidense, subrayó el cambio con la
portada de su último número de 2015: “El Oriente Medio postamericano”/36. Sin
embargo, las crisis expansivas de la región, cuyo ejemplo más dramático es el ascenso
del Estado Islámico (EI) en Irak y Siria y su atentado terrorista en París, han obligado a
Obama a dar prioridad de nuevo a Oriente Medio. Imposible exagerar la inestabilidad
de la región: Irak, Siria, Libia, Yemen, Sudán y Somalia, o bien son Estados fallidos, o bien
están fragmentados a causa de sus guerras civiles sectarias y la intervención extranjera.
Ante el debilitamiento de su posición, EE UU ha aplicado una estrategia de equilibrio de
poder con la esperanza de restablecer el orden en el sistema de Estados de la región. La
nueva estrategia de Obama, sin embargo, ha dejado un mayor margen de maniobra a
otras potencias internacionales y regionales, como demuestra de la forma más
acuciante la guerra aérea lanzada por Rusia en defensa de Asad en Siria. Todas las
intervenciones de las potencias imperiales y regionales no han hecho más que empeorar
la crisis de la región.
Esta evolución tiene dos causas profundas. En primer lugar, la desastrosa invasión y
ocupación de Irak por parte de EE UU. En un intento desesperado de quebrar la
resistencia iraquí, EE UU utilizó el viejo truco imperial de dividir y mandar, enfrentando
entre sí a suníes, chiíes y kurdos. EE UU desmanteló el ejército de Sadam y animó a las
milicias chiíes a unirse a las fuerzas de seguridad del nuevo Estado, atacar a Al Qaeda en
Irak (AQI) y en general a la resistencia suní. Esto desencadenó una guerra civil sectaria,
que ganaron las fuerzas chiíes. Estas establecieron un régimen fundamentalista chií que
oprime a la población árabe suní/37. EE UU contribuyó entonces a generalizar y
profundizar la división sectaria en la región, y lo hizo en respuesta a la aparición de Irán
como principal beneficiario de la guerra de Irak. Teherán incorporó el Estado chií de Irak
a su bloque, junto con Siria, el Hezbollá de Líbano y, durante un tiempo, a Hamás en
Gaza. Para contener a Irán, EE UU se valió de Arabia Saudí e Israel, que han intensificado
su campaña contra lo que comenzaron a calificar de “creciente chií”. Presionaron a EE
UU para atacar a Irán a fin de obligarle a abandonar su supuesto proyecto de dotarse de
armas nucleares.
Contrarrevolución
La segunda causa de la crisis de la región radica en la contrarrevolución lanzada contra
la “primavera árabe” en 2011 y 2012. Antes incluso de esto, el Movimiento Verde iraní
se rebeló en 2009 contra el fraude electoral que dio vencedor a Mahmud Ahmadineyad,
siendo objeto de una brutal represión por parte del Estado. Después, en 2011, los
estudiantes, trabajadores y campesinos árabes se movilizaron y tumbaron los regímenes
dictatoriales de Túnez y Egipto, inspirando intentos similares en toda la región. Fueron
tres las fuerzas contrarrevolucionarias que acabaron con la revuelta: las potencias
imperialistas, los Estados existentes y los fundamentalistas islámicos, particularmente el
sucesor de AQI, el EI.
EE UU se opuso inicialmente a los levantamientos populares y defendió al gobernante
egipcio Hosni Mubarak, pero después recapacitó y trató de cooptarlos sacrificando a los
dictadores para salvar a los Estados. Después jugó con la idea de intentar aprovechar
algunas revueltas para deshacerse de algunos “enemigos” poco fiables, como el libio
Muamar el Gadafi. Sin embargo, cuando su guerra aérea en Libia produjo otro Estado
fallido y dio pie al asesinato de su embajador, EE UU optó por defender el orden
establecido. Miró para otro lado cuando un régimen después de otro aplastó los
levantamientos a sangre y fuego. Guardó silencio cuando Arabia Saudí, por ejemplo,
invadió Bahréin para acabar con la revuelta en este país.
En Egipto, los Hermanos Musulmanes, que accedieron al gobierno con la elección de
Mohamed Morsi en 2012, se mostraron dispuestos a colaborar con el imperialismo
estadounidense, cerrando los túneles por los que se abastecía a Gaza y prosiguiendo con
las reformas neoliberales de Mubarak. Sin embargo, la clase dominante egipcia no se
fiaba de la Hermandad. Aprovechando el creciente descontento con el gobierno de
Morsi, el ejército egipcio realizó un golpe de Estado en 2013 y aplastó no solo a la
Hermandad, sino también al propio movimiento popular. Aunque al principio retuvo
algunas ayudas militares al nuevo régimen, EE UU cambió finalmente de rumbo y
reanudó el apoyo. Glenn Greenwald escribió que “EE UU ha enviado repetidamente
armas y dinero al régimen incluso cuando sus abusos se agravaron. Como ha señalado
con sutileza elNew York Times, ‘funcionarios estadounidenses…indicaron que no
dejarían que sus preocupaciones por los derechos humanos fueran un obstáculo para el
aumento de la cooperación con Egipto en materia de seguridad”/38.
En Yemen, Washington improvisó lo que llamaría una “transición ordenada”. Negoció la
sustitución del veterano dictador Ali Abdula Saleh por su vicepresidente, Abd Rabuh
Mansur Hadi. Obama optó asimismo por una solución yemení en Siria, reclamando la
dimisión de Assad, pero apoyando al mismo tiempo el mantenimiento del Estado
existente. Actualmente, el gobierno de Obama mantiene una alianza de hecho con Asad
contra el EI. Algunos políticos del sistema, como el Lord Smith del imperialismo
estadounidense, Henry Kissinger, incluso aconsejan a Obama que desista de reclamar
que Assad abandone el poder/39.
Otras potencias imperialistas menores también han acudido en defensa del orden
establecido. Rusia y China han apoyado al régimen iraní del mismo modo que a Assad
en Siria, con el fin de preservar sus propios intereses económicos y geopolíticos en la
región. Rusia desea mantener su alianza con el régimen sirio, conservar su base naval en
el litoral del país y proyectarse como intermediaria en la región frente a EE UU. China
quiere debilitar la dominación estadounidense con ánimo de abrir posibilidades de
inversión en Irán y obtener acceso a las reservas energéticas de otros países.
La segunda fuerza de la contrarrevolución fueron los Estados existentes en la región.
Arabia Saudí reprimió su propia rebelión de los chiíes y aplastó el levantamiento,
protagonizado sobre todo por chiíes, en Bahréin. De modo similar, Asaad desató una
guerra contra la revolución siria, lanzando bombas contra la población civil del país y
dividiéndola según criterios sectarios y étnicos. El Estado chií de Irak, bajo los gobiernos
de Nouri al Maliki y ahora de Haidar al Abadi, aplastó la primavera iraquí, reprimiendo
en particular a la población suní. Al mismo tiempo, las potencias regionales intentaron
manipular la revuelta al servicio de sus propios intereses, apoyando a determinadas
facciones del levantamiento popular frente a sus rivales. Así, Turquía, Arabia Saudí y
Catar han apoyado a diversas fuerzas contrarias a Asad. Por otro lado, Irán y Hezbollá se
juntaron para apoyar al régimen sirio. Ambos bandos han respaldado a sendos rivales
en la guerra civil de Yemen.
La tercera fuerza de la contrarrevolución es el fundamentalismo islámico. El EI es la
expresión más reaccionaria de esta corriente/40. En Siria volvió sus armas, no contra el
régimen, sino contra la revolución popular, incluidos los kurdos, que habían establecido
una zona autónoma en Kobane. También colaboró con Asad, vendiendo petróleo a su
régimen. En Irak, el EI secuestró la primavera iraquí e impuso su régimen reaccionario
en las zonas suníes del país, donde la población lo veía como un mal, pero un mal menor
en comparación con el régimen fundamentalista chií de Bagdad. Resulta trágico que la
izquierda de la región fuera tan débil que no supo organizar una alternativa a esta quinta
columna en las revueltas. Habiendo perdido la esperanza y desesperados por huir de la
crisis, millones de personas han abandonado sus tierras asoladas por la guerra en Siria,
Irak, Yemen y Afganistán, desplazándose en su mayoría a países vecinos. Alrededor de
un millón se han abierto camino hasta Europa para solicitar asilo. Globalmente, nada
menos que 60 millones de personas huyeron de catástrofes de diversos tipos en
2015/41.

Las contradicciones del equilibrio de poder


Tras los desastrosos fracasos en Irak y Afganistán, la nueva estrategia de equilibrio de
poder de Obama responde a su intento de estabilizar la región sin comprometerse a un
despliegue de tropas a gran escala. Consciente del declive de EE UU como potencia en
la región, trata de cerrar acuerdos con Estados como Irán, que hasta ahora eran a los
ojos de Washington simplemente enemigos. Al mismo tiempo, necesita asegurarse la
fidelidad de rivales regionales como Arabia Saudí e Israel, pero cada vez que EE UU se
inclina en una dirección, los del otro lado hacen todo lo posible por socavar cualquier
acuerdo con sus adversarios. A resultas de ello, Washington tiene dificultades para
moverse en este berenjenal de intereses contradictorios. La expansión del EI en Siria e
Irak ha puesto a prueba la estrategia de Obama. Este ha forjado una coalición
internacional de 60 países para contener, debilitar y a ser posible destruir el EI, pero se
ha negado a desplegar tropas de combate en ninguno de estos dos países. En vez de
ello, ha lanzado una vasta campaña de bombardeos contra el EI para apoyar a fuerzas
terrestres aliadas, acompañadas de un número creciente de asesores y fuerzas
especiales estadounidenses.
En Siria, EE UU ha establecido una alianza de hecho con Assad. Un reciente titular
del Wall Street Journal lo dice todo: “EE UU ha mantenido contactos con el régimen de
Assad durante años”. El diario informa que “en 2014, cuando EE UU multiplicó las
incursiones aéreas contra los yihadistas, funcionarios del Departamento de Estado
llamaron por teléfono a sus homólogos del ministerio sirio de Asuntos Exteriores para
asegurarse de que Damasco diera vía libre a los aviones estadounidenses en los cielos
de Siria”/42. Assad aprovechó la oportunidad para aplastar a lo que quedaba de la
revolución en vez de combatir al EI. A su vez, EE UU entrenó en Arabia Saudí a una
pequeña fuerza de oposición para combatir, no contra Assad, sino contra el EI, en un
esfuerzo en gran parte infructuoso. En Irak, EE UU bombardea las posiciones del EI,
mientras el Estado chií y el gobierno regional kurdo se encargan de la ofensiva terrestre.
EE UU se ha apoyado en este esfuerzo en sus alianzas tradicionales con Egipto, Turquía,
Arabia Saudí e Israel. Al mismo tiempo, no solo coopera con Siria, sino también con Irán
y Rusia. Ha suscrito un acuerdo con Irán relativo a su programa nuclear, por el que
Teherán acepta restricciones e inspecciones a cambio de un alivio de las sanciones
económicas occidentales. Todavía más desconcertante es el hecho de que Washington
se haya visto forzado a dirigirse a Rusia para entablar negociaciones con Assad con vistas
a un acuerdo de paz en Siria, aun estando empantanado en una nueva guerra fría con el
Kremlin. Consciente de la debilidad de Washington, Putin decidió lanzar su propia guerra
aérea en Siria. Pese a las afirmaciones de Putin de que combate al EI, más del 80 % de
sus incursiones aéreas han estado apuntando a otros objetivos, incluidas fuerzas
apoyadas por EE UU/43.
Aliados desbocados
Israel, Turquía y Arabia Saudí se oponen categóricamente a los acuerdos de Obama con
sus respectivos adversarios regionales. Cada uno de estos países ha intentado impedir
su pacto nuclear con Irán y su búsqueda de un acuerdo de paz que preserve al Estado
sirio mediante interferencias en el interior de EE UU. A pesar de ser aliados de EE UU,
cada uno de ellos adopta medidas que se cruzan en el camino de la política del gobierno
de Obama. En una interferencia sin precedentes en la política estadounidense, el primer
ministro israelí, Benjamin Netanyahu, apoyó al candidato republicano Mitt Romney
frente a Obama en las elecciones presidenciales de 2012. Asimismo, ninguneó al
presidente cuando aceptó una invitación de los republicanos para hablar en el Congreso
sobre Irán en 2015. No obstante, Obama ha prometido asegurar la aplastante
superioridad militar de Israel frente a sus adversarios regionales.
Turquía, a pesar de ser miembro de la OTAN, también actúa por su cuenta de un modo
agresivo con arreglo a sus propios planes. Bajo el régimen de Recep Erdogan, practica lo
que algunos han denominado “neootomanismo”, presentándose como un nuevo
modelo para Oriente Medio: un régimen islámico moderado con una floreciente
economía neoliberal. Después de aplastar su propia “primavera” turca en el parque Gezi
en 2013, el presidente turco lanzó al poco tiempo una campaña para hacer retroceder
al Partido Democrático del Pueblo (HDP) en las últimas elecciones: un partido de
izquierda que defiende a los kurdos. Después de adoptar medidas represivas contra el
HDP, reanudó la guerra contra el Partido Kurdo de los Trabajadores (PKK). Este ataque
a los kurdos, cuyo partido hermano en Siria cuenta con el apoyo parcial de EE UU,
amenaza con socavar los intentos estadounidenses de asegurar una solución política en
Siria.
Turquía también reaccionó enérgicamente tras la intervención rusa en Siria en defensa
de Assad, abatiendo un avión ruso que estaba bombardeando en una zona fronteriza en
litigio, habitada por la minoría turcomana siria. Rusia respondió imponiendo sanciones
draconianas a Turquía y amenazó con disparar contra cualquier caza turco que
penetrara en el espacio aéreo sirio/44.
Arabia Saudí es otro de los países que han tomado un rumbo cada vez más
independiente. Ha mantenido la producción de petróleo en su nivel actual,
asegurándose de que su precio siga bajando a medida que se desacelera el crecimiento
de la economía mundial. EE UU se beneficia en parte de esta situación, ya que asesta un
nuevo golpe a la economía rusa, ya de por sí debilitada a raíz de las sanciones
occidentales. Claro que los saudíes también persiguen otros objetivos: pretenden
socavar la industria de fracturación hidráulica (fracking) estadounidense, que para ellos
es una competidora. Además, se resisten a dejar que aumenten los precios del petróleo,
por mucho que esto les genere un déficit presupuestario nunca visto en Arabia Saudí,
por temor a que unos precios más altos favorezcan a la industria petrolera de Irán e Irak.
El peligro de la política saudí para EE UU estriba en que hará que Rusia e Irán estrechen
sus relaciones con China. Esto amenaza con minar la estrategia de equilibrio de poder
de Obama y su esfuerzo por prevenir el ascenso de una alianza rival que tenga acceso
independiente a las reservas de petróleo y gas natural. Riad había intentado a la
desesperada impedir el acercamiento entre EE UU e Irán y un posible acuerdo de paz en
Siria que preservara el régimen de Asad, además de desviar la atención de la crisis
presupuestaria en que está sumido el país debido a la caída de los precios del petróleo.
Para alcanzar estos objetivos recurrió al sectarismo: ejecutó a 47 prisioneros acusados
de terrorismo, incluido el famoso dirigente de la rebelión chií contra la monarquía saudí
en 2011, el jeque Nimr al Nimr. Irán condenó el acto, y su líder supremo declaró que “la
mano divina de la represalia apretará el cuello de los políticos saudíes”/45. El gobierno
iraní permitió asimismo que una protesta popular en Teherán saqueara la embajada
saudí.
Riad obtuvo la respuesta que buscaba y aprovechó la ocasión: junto con Bahréin, Sudán
y Kuwait, rompió las relaciones diplomáticas con Irán y los Emiratos Árabes Unidos las
rebajaron de nivel. En estos momentos, la región entera está todavía más polarizada en
bloques sectarios, uno dirigido por Irán y el otro por Arabia Saudí, lo cual dificultará aún
más que EE UU pueda mediar en algún tipo de acuerdo que preserve el régimen sirio.
Sin embargo, Arabia Saudí sigue siendo un aliado clave en la región. Obama acaba de
aprobar un nuevo contrato por un valor de 1 290 millones de dólares para este país que
actualmente libra una brutal guerra aérea en Yemen que se ha cobrado ya miles de
vidas.
Liberales contra neoconservadores
Varios neoconservadores, como Robert Kagan, han criticado la política exterior de
Obama, afirmando que de hecho EE UU no se halla en declive relativo, sino que sufre de
falta de voluntad política. Kagan defiende que Obama debería abandonar su estrategia
de equilibrio de poder y en su lugar desplegar 50 000 tropas terrestres en Irak y Siria
para destruir el EI y poner orden en estos países y en toda la región/46. La postura de
Kagan se basa en la negación de la realidad del declive de EE UU. Para EE UU otra guerra
sobre el terreno en la región sería igual de desastrosa que la invasión original de Irak.
Pero demuestra correctamente que la estrategia de Obama apenas tiene probabilidades
de triunfar.
Obama ha respondido a sus críticos con una campaña mediática en la que defiende su
estrategia y celebra una sucesión de éxitos contra el EI. En Irak, Obama ha logrado
algunas victorias: el bombardeo de posiciones del EI en Ramadi ha permitido a las
fuerzas especiales suníes y líderes tribales expulsar al EI de la ciudad. En realidad, sin
embargo, el EI no ofreció mucha resistencia, prefiriendo retirarse a su bastión en Mosul,
donde ha concentrado sus tropas. Por mucho que Obama y el Estado iraquí puedan
derrotar allí al EI, es probable que se topen después con una guerra de guerrillas durante
años, como con los talibán en Afganistán. Es más, EE UU ha avanzado muy poco en la
superación de las divisiones étnicas y sectarias dentro del país. La élite y las masas suníes
siguen viendo el Estado gobernado por los chiíes como un opresor. Y los kurdos han
conseguido la independencia de hecho en su parte del país.
En Siria, EE UU busca a la desesperada un acuerdo de paz, pero dado el apoyo
intransigente de Rusia a Assad y la hostilidad absoluta de la oposición alineada con EE
UU hacia el dictador, es difícil ver alguna solución fácil para una transición ordenada. Las
partes contendientes persiguen fines muy distintos, e incluso si se llega a un arreglo, en
el mejor de los casos mantendrá el actual Estado neoliberal que ha condenado a la
miseria de los trabajadores y campesinos del país y que dio pie en su momento a la
revuelta popular.
El efecto geopolítico del bajón económico mundial
La desaceleración económica mundial seguramente intensificará los cismas y las crisis
regionales dentro del orden multipolar asimétrico. La directora gerente del FMI,
Christine Lagarde, ha advertido que el sistema mundial se enfrenta “al riesgo de un
nuevo periodo de crecimiento mediocre-bajo durante un tiempo prolongado”/47. A
diferencia de 2008, el epicentro de las tendencias a la crisis en el sistema se halla en
China, que experimenta una desaceleración con una tasa de crecimiento oficial de
alrededor del 6,8 %, pero hay quienes calculan que la cifra real está más cerca del 3 %.
Los estímulos del Estado han agravado el problema de la sobreinversión, la
sobrecapacidad, la caída de la tasa de beneficio y el alto nivel de endeudamiento/48.
La desaceleración china golpea a sus economías tributarias de América Latina a Asia.
Debido a colapso de los precios de las materias primas, países como Brasil, Venezuela y
Rusia han caído en una profunda recesión. En efecto, actualmente los BRICS suelen
responder al calificativo de “los cinco frágiles”, y hay quien ha ampliado su número para
incluir a “los diez atribulados”/49. Algunos países situados en el corazón del sistema,
como Canadá, también se han visto arrastrados a la recesión, y otros como Australia han
comenzado a crecer menos. Mientras China arrastra la economía mundial pendiente
abajo y Europa no sale del estancamiento, la recuperación de EE UU es la más sólida de
las economías capitalistas avanzadas. Temiendo la perspectiva de la inflación, el banco
central estadounidense, la Reserva Federal, ha dado prioridad al capital de su propio
país y ha elevado los tipos de interés del 0,25 al 0,50 %. Este aumento debilitará todavía
más a unos mercados emergentes ya sacudidos por la caída de los precios de las
materias primas.
Los capitales ya han empezado a huir a EE UU como apuesta más segura, dejando a los
mercados emergentes sin apenas posibilidad de invertir. El Instituto de Finanzas
Internacionales informa que los flujos netos de capitales serán negativos para los
mercados emergentes por primera vez desde 1988/50. El aumento de tipos de la
Reserva Federal también empujará al alza los tipos de interés en los mercados
emergentes justo cuando convendría rebajarlos para favorecer el crédito y la inversión.
Finalmente, los préstamos en dólares resultarán más caros de devolver. Así, Nouriel
Roubini predice que “el abandono de la política de tipos cero por parte de la Reserva
Federal provocará graves problemas a aquellas economías emergentes que tienen
amplias necesidades de créditos internos y externos, una enorme deuda denominada
en dólares y una gran fragilidad macroeconómica y política. La desaceleración
económica de China, junto con el fin del superciclo de las materias primas, generará
todavía más vientos en contra para las economías emergentes”/51.
Aunque no es posible predecir cuál será el efecto a largo plazo del bajón económico
mundial en el equilibrio de poder entre las grandes potencias, sabemos que intensificará
las rivalidades en el sistema en la medida en que cada Estado aplica políticas en interés
de su respectiva clase capitalista y pretende que sus competidores paguen el precio de
la desaceleración en curso. Además, las crecientes tensiones militares entre Estados
rivales presionarán sobre unos presupuestos ya muy mermados por las enormes deudas
contraídas con el rescate del capitalismo tras la crisis financiera de 2007-2008.
También agravará las crisis regionales. Los países asiáticos, ya embarcados en sendos
conflictos, se dedican ahora a efectuar devaluaciones competitivas de sus respectivas
monedas/52. En Europa, el estancamiento ya está exacerbando las tendencias
centrífugas que amenazan a la UE. El creciente descontento con la austeridad genera
una oposición a la UE tanto de izquierda (como muestran los ejemplos de Syriza en
Grecia y de Podemos en España) como de derecha, encabezada esta última por una serie
de partidos que alimentan sentimientos xenófobos contra los inmigrantes, los
refugiados y los musulmanes. Incluso Rusia ha intervenido en varios países para financiar
partidos de derecha, incluido el Frente Nacional francés para minar las bases de la
UE/53. La capacidad del capital europeo para mantener unida a la UE será puesta a
prueba cuando el Reino Unido vote si quiere seguir siendo miembro o no. Un “Brexit” o
la salida similar de otros países podría desmembrar a la UE tal como existe actualmente.
Tal vez lo más preocupante sea el efecto que tendrá la desaceleración global en Oriente
Medio. Desgarrado por las potencias imperiales que respaldan a bandos opuestos en la
rivalidad entre Estados de la región, la caída del precio del petróleo generará enormes
tensiones en la economía de estos países, que depende casi totalmente de las rentas
petroleras. Arabia Saudí ya registra un déficit récord de 98 000 millones de dólares, y
algunos analistas temen que podría agotar sus reservas de divisas de 640 000 millones
de dólares de aquí a 2020/54. Los demás países productores de petróleo de la región
también se verán muy afectados, incluidos los rivales de Arabia Saudí: Irán e Irak. Bajo
la presión presupuestaria, todos estos Estados estarán todavía más tentados de desviar
la atención de sus recortes presupuestarios mediante el ruido de sables nacionalista y la
utilización de minorías religiosas como chivos expiatorios.
Tendencias contrapuestas
Mientras que otra ronda de crisis intensificará la rivalidad en el orden mundial
multipolar asimétrico, tres tendencias contrapuestas reducen la posibilidad de que
degenere en una guerra abierta. En primer lugar, los principales centros de acumulación
de capital en el mundo, inclusive EE UU y China, están sumamente integrados en el plano
económico. Apple, por ejemplo, que realiza la gran mayoría de sus desarrollos de alta
tecnología y diseño en EE UU, depende en buena medida de la empresa taiwanesa
Foxcon y de sus fábricas radicadas en China continental. Esto significa que las clases
capitalistas y sus Estados tienen un interés económico en evitar conflictos hostiles.
En segundo lugar, EE UU tiene una ventaja militar aplastante sobre sus rivales menores.
A pesar del aumento de los presupuestos de defensa de China y Rusia, EE UU todavía
gasta más en este terreno que sus inmediatos seguidores juntos. Es la única potencia
militar realmente global, lo que induce a las potencias imperialistas menores a evitar el
enfrentamiento abierto con EE UU. En tercer lugar, EE UU, China y Rusia tienen grandes
arsenales nucleares. El espectro de lo que durante la guerra fría se llamaba “destrucción
mutua asegurada” acecha detrás de cada conflicto menor. Todos están interesados en
evitar este tipo de conflagración. Estos tres factores frenan el desarrollo de guerras
abiertas entre EE UU y sus rivales. Es más probable que las rivalidades se diriman a través
de una cooperación antagonista o un pulso como el de la guerra fría. No obstante, la
alteración continua del equilibrio de poder económico acumula tensiones crecientes en
el sistema, sobre todo entre EE UU y China.
Así, la teoría de Lenin y Bujarin sigue siendo esencial para comprender un sistema
mundial que, aunque esté desigualmente integrado, sigue estando dividido en una
jerarquía dinámica de bloques nacionales representados por Estados capitalistas que
compiten por el predominio entre ellos y con Estados subordinados y oprimidos. Los
socialistas revolucionarios no rinden pleitesía a ninguno de estos bloques. El lema
tradicional del socialismo internacional, formulado durante la guerra fría, “ni
Washington ni Moscú, sino el socialismo internacional”, debe guiar hoy de nuevo
nuestra acción. Los socialistas no deben tomar partido entre rivales imperiales. Mientras
que nosotros en EE UU tenemos una responsabilidad primaria de oponernos al
imperialismo estadounidense, también hemos de oponernos a los imperialistas rivales,
aunque menores, de Pekín y Moscú. Ninguna de estas bandas de ladrones representa
los intereses de la mayoría trabajadora. Nuestro deber es solidarizarnos con las
revueltas populares de las masas trabajadoras y las naciones oprimidas, sin importar en
cuál de los campos se encuentran. Su lucha forma parte de nuestra lucha contra el
sistema capitalista que agudiza la rivalidad entre países y promueve la guerra.

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