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César llegó a la consulta con 15 años. En la primera entrevista que tuvo con la terapeuta
pronunció una frase que, sin saberlo, resume, en mayor o menor medida, la situación que
experimenta todo niño disléxico: “Voy a clase, pero no entiendo lo que me dicen ni lo
que leo. Tengo que leer cinco o seis veces un enunciado para entender lo que he leído.
Pienso que soy tonto, pero sé que no lo soy”.

César no exageró. Los niños con dislexia invierten letras y números al escribirlos
(suelen hacerlo “en espejo”), confunden números de grafía similar, como el 2 y el 5; se
saltan sílabas cuando escriben y cuando leen, empiezan a leer una palabra y la terminan
“inventándose” el resto; en los dictados, omiten palabras e, incluso, frases enteras. Por
esto muestran un desinterés total por la lectura. A menudo, tienen también muchas
dificultades en asignaturas como las matemáticas: no por problemas de comprensión, sino
porque no entienden los enunciados de las preguntas. Y, generalmente, son inquietos,
ansiosos, dispersos, lentos y les cuesta mucho concentrarse. En ocasiones, según la edad
y el grado de dislexia, los padres se ven “obligados” a ayudarles excesivamente con los
deberes, repitiéndoles una y otra vez los enunciados.

El tratamiento, no cura la dislexia por completo, pero la va resolviendo, como mínimo,


en un 80 %. A los pacientes les cambia la vida, la recuperan
Nos estamos refiriendo a niños con un cociente intelectual normal e incluso alto o muy
alto, a niños que, pese a ello, tienen un rendimiento escolar muy inferior a sus capacidades
intelectuales. Por esta razón, repiten curso, se les aconseja el ACI (Adaptación Curricular
Individualizada) o se les cambia de colegio, y, posteriormente, los orientan hacia estudios
que, generalmente, no son los que ellos quisieran cursar. Y, finalmente, ven truncadas sus
expectativas de ir a la universidad.

Todo lo expuesto provoca problemas de diferente índole. Al no seguir el ritmo que marcan
los profesores y que sí siguen los otros niños, suelen tener problemas de integración
escolar. Con frecuencia, les riñen en clase en lugar de comprender su situación y
estimularles, y son rechazados por los compañeros. El niño disléxico es el niño que está
solo en el patio. Por todos estos motivos, el problema llega a convertirse, también , en un
problema emocional: el niño se infravalora y pierde su autoestima. César, como muchos
otros niños, dejó de querer ir a la escuela.
Los padres, como es lógico, experimentan, a su vez, mucho sufrimiento e impotencia. Las
evaluaciones e informes escolares, las de los diferentes tipos de terapeutas por los que
pasan los niños y las dificultades que perciben en sus hijos les hacen pensar que, quizá,
tienen un cociente intelectual por debajo del normal. Es fundamental evitar todo este
sufrimiento realizando un test de lateralidad, el cual indicará si el niño tiene o no dislexia.
Y en el caso de que así sea, iniciar cuanto antes la terapia. “El tratamiento, no cura la
dislexia por completo, pero la va resolviendo, como mínimo, en un 80 %. A los
pacientes les cambia la vida, la recuperan”, afirma J.G. Baudot. “En general, no solo hay
dislexia, estos niños suelen presentar un retraso motor y falta de integración social”,
prosigue la especialista. “Mediante ejercicios que el niño percibe como juegos, le vamos
lateralizando adecuadamente, homolateralmente, y tratando, simultáneamente estos otros
aspectos”.

El bloqueo y la inhibición son síntomas comunes a todas las personas con dislexia: se
bloquean debido a la inseguridad y a la presión a la que se sienten sometidos
Al iniciar la terapia, César presentaba todas las dificultades descritas. Tuvo que renunciar
a su deseo de estudiar el Bachillerato e ir después a la universidad. Era incapaz de tomar
apuntes a la velocidad requerida y no podía hacer esquemas. Como todos los niños con
dislexia, mostraba una buena memoria visual y auditiva; es decir, podía repetir lo que el
profesor había dicho en una clase, pero no podía leer un libro sobre la materia ni escribir
sobre ella, y también era evidente su falta de concentración. Inició la Formación
Profesional y empezó a trabajar algunas horas a la semana como camarero en un bar. Sin
embargo, el trabajo requería tomar por escrito las comandas, así como cierta agilidad y
rapidez. Se le caían las cosas y, aunque intentaba recordar lo que le habían pedido, el
bloqueo se lo impedía. Tuvo que dejar el trabajo.

A menudo, cuando explicaba algo que había hecho o que tenía planificado hacer,
confundía el pasado con el futuro. Decía, por ejemplo, “Ayer fui a casa de mi abuela”
cuando, en realidad, lo que quería expresar es que iría a la semana siguiente (la noción de
temporalidad es la última adquisición del desarrollo psicomotor, y requiere de mucha
abstracción). También se bloqueaba con frecuencia. El bloqueo y la inhibición son
síntomas comunes a todas las personas con dislexia: se bloquean debido a la
inseguridad y a la presión a la que se sienten sometidos.

César terminó la terapia el pasado mes de junio, habiéndose recuperado de la dislexia


casi por completo (ninguna persona es homolateral al 100 %). Sus padres, desde entonces,
se han puesto en contacto con Joëlle Guitart en varias ocasiones para informarla sobre su
estado: enseguida encontró un trabajo que le gusta como marmolista y lo desempeña bien
(ahora puede seguir las consignas de un jefe).

Hace unos días, fue el propio César el que llamó a la terapeuta porque tenía un problema.
Tras finalizar la terapia, decidió sacarse el carnet de conducir. Había aprobado el examen
práctico, pero había suspendido el teórico: se quedó bloqueado durante la prueba. César
relató el episodio sin mostrar angustia. Muy al contrario, manifestó que podía leer sin
dificultad y que cada vez se sentía más optimista. “Ahora tengo una mirada con vida”,
dijo. Simplemente, era consciente de que la situación le había podido. Quería hacer unas
sesiones más de terapia para trabajar este punto. Sin duda, el hecho de que César tomara
la iniciativa de llamar directamente a la terapeuta es una muestra más de su recuperación.
Estaba afrontando la situación sin ansiedad, sin infravalorarse y pidiendo ayuda. Y es que
una vez curado el trastorno de lateralidad, no se producen regresiones; pero la persona,
como cualquier otra sin dislexia, sí puede experimentar que se inhibe su respuesta ante
una situación que supone una presión psicológica.

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